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José Ortega y Gasset Filosofía 6to.

Año
Selección de textos. Elisa Riveiro

La filosofía como orientación


radical. Vida y metafísica.

La filosofía no brota por razón de utilidad,


pero tampoco por sinrazón de capricho. Es
constitutivamente necesaria al intelecto. ¿Por
qué? Su nota radical era buscar todo como
tal todo, capturar el Universo, cazar el
Unicornio. Mas ¿por qué este afán? ¿Por qué
no contentarnos con lo que sin filosofar
hallamos en el mundo, con lo que ya es y
José Ortega y Gasset (Madrid, 9 de
está ahí patente ante nosotros? Por esta
mayo de 1883-Madrid, 18 de
sencilla razón: todo lo que es y está ahí, octubre de 1955) fue un filósofo y
cuanto nos es dado, presente, patente, es ensayista español, exponente

por su esencia mero trozo, pedazo principal de la teoría del

fragmento, muñón.
perspectivismo y de la razón vital e
histórica, situado en el movimiento
del novecentismo.

Y no podemos verlo sin prever y echar de menos la porción que falta. En todo ser
dado, en todo dato del mundo encontramos su esencial línea de fractura, su
carácter de parte y sólo parte — vemos la herida de su mutilación ontológica, nos grita
su dolor de amputado, su nostalgia del trozo que le falta para ser completo, su divino
descontento. Hace doce años, hablando en Buenos Aires. definía yo el descontento
«como un amar sin amado y un como dolor que sentimos en miembros que
no tenemos». Es el echar de menos lo que no somos, el reconocernos
incompletos y mancos.
Parejamente el mundo que hallamos es, pero, la vez, no se basta a sí mismo, no
sustenta su propio ser, grita lo que le falta, proclama su no-ser y nos obliga
a filosofar; porque esto es filosofar, buscar al mundo su integridad,
completarlo en Universo y a la parte construirle un todo donde se aloje y
descanse.

Es el mundo un objeto insuficiente y fragmentario, un objeto fundado en algo


que no es lo dado.
Fíjense ahora ustedes un momento en la peculiar situación que se nos crea
frente a ese ser postulado y no dado, frente a ese ser fundamental. No cabe
buscarlo como una cosa del mundo que hasta hoy no se nos hizo presente,
pero que acaso mañana se manifieste ante nosotros.

El ser fundamental, por su esencia misma, no es un dato, no es nunca un


presente para el conocimiento, es justo lo que falta a todo lo presente. ¿Cómo
sabemos de él? Curiosa aventura la de ese extraño ser.

Cuando en un mosaico falta una


pieza lo reconocemos por el hueco
que deja; lo que de ella vemos es su
ausencia: su modo de estar presente
es faltar, por tanto, estar ausente. De
modo análogo, el ser fundamental es
el eterno y esencial ausente, es el
que falta siempre en el mundo — y
de él vemos sólo la herida que su
ausencia ha dejado, como vemos en
el manco el brazo deficiente. Y hay
que definirlo dibujando el perfil de la
herida, describiendo la línea de
fractura.

Por su carácter de ser fundamental no puede parecerse al ser dado que es,
precisamente, un ser secundario y fundamentado. Es aquél, por esencia, lo
completamente otro, lo formalmente distinto, lo absolutamente exótico.
Yo creo que es debido, por lo pronto, subrayar mucho la heterogeneidad, lo que
tiene de distante e incomparable con todo ser ultramundano ese ser
fundamental, en vez de hacerse ilusiones respecto a su proximidad y parecido
con las cosas que nos son dadas y notorias. En este sentido, bien que sólo en
éste, simpatizo con los que se negaron a hacer casero, doméstico y casi nuestro
vecino al ser trascendente.

Como en las religiones aparece bajo el nombre de Dios esto que en filosofía
surge como problema de fundamento para el mundo, encontramos también en
ellas las dos actitudes: los que traen a Dios demasiado cerca y, como Santa
Teresa, le hacen andar entre los pucheros, y los que, a mi juicio con mayor
respeto y más tacto filosófico, lo alejan y trasponen.1

Pero lo que ahora nos importa es decir cuál era la razón precisa por la cual la
filosofía marcha siempre «hacia atrás» y obra en perpetua retirada. Es esta:
vivimos siempre de ciertas ideas —sean más o menos creencias— sobre lo
que es últimamente la realidad. ¿Por qué? Porque vivir es andar a golpes y a
caricias con las cosas. Pero éstas, no sólo son muchas, no sólo estamos
cercados de innúmeras cosas, sino que además de ser muchas forman
grupos diferentes por su realidad. Quiero decir que una piedra no se diferencia
sólo de un número porque ella es piedra y éste es número, sino que también
el modo de ser real lo que es piedra, es diferente del modo de ser real lo que
es número.
Hasta el punto de que aún
reconociendo que el número es
algo, dudamos si en comparación
con la piedra tiene sentido decir
de él, del número, que es real: en
todo caso nos decimos: su
realidad es otra, pero alguna
realidad tiene. Y así en lo demás.

Hay el fantasma y hay el cuerpo tangible;


hay el espejismo y hay el agua efectiva;
hay el cuerpo y hay su sombra. En vista
de esto, no sólo tenemos que estudiar las
cosas, que es lo que hacen las ciencias,
sino que, además, necesitamos saber a
qué atenernos sobre la realidad o
irrealidad de las cosas: y, dentro del
circulo de lo real, sobre el diverso grado
de su realidad.

Porque el fantasma no es absolutamente irreal, aunque nos parezca menos real


que el cuerpo. El mismo centauro y la quimera misma, criaturas fantásticas,
alguna realidad tienen, puesto que no somos totalmente libres al imaginarlas. Un
centauro sin torso de hombre es tan imposible como un cuadro redondo un
hombre sin torso.

De suerte que esa muchedumbre, no sólo de cosas, sino de modos de ser reales las
cosa, nos obliga a buscar una realidad máxima que nos sirva de unidad de
medida para graduar las demás, para ponerlas en su sitio y rango de realidad,
para jerarquizarlas ontológicamente, para asentarlas y arraigarlas en el ser.

De esa realidad máxima —o, como yo prefiero llamarla, radical– de lo que ella
sea, vivimos. Nuestra vida es distinta según sea lo que creemos que constituye esa
realidad radical. No es la misma nuestra vida si pensamos con enérgico pensar
o con eficaz creer que la realidad máxima y primaria, a la cual se reducen todas las
demás, es la materia, como si pensamos que la realidad fundamental, el ens
realissimun, es Dios.

Ahora bien: la teoría encargada de resolver cuál es esa realidad radical y definir en
función de ella todas las demás, suele llamarse filosofa. En el libro séptimo de La
República —precisamente donde Platón deja fluir toda su elocuencia para
describirnos el mito clásico de la caverna—, nos dice que: «El hombre tiene que salir
a buscar un ser más fuerte, un ser que sea más ser», y que esa búsqueda es la
filosofía. Y Aristóteles parejamente hace consistir la filosofía propiamente tal: en la
ciencia del ser en cuanto ser, de lo real en cuanto real.

...

No se puede vivir sin una interpretación


de la vida. Es esta una extraña realidad
que lleva en sí su propia interpretación.
Esta interpretación es, a la par,
justificación. Yo tengo, quiera o no, que
justificar ante mi cada uno de mis actos.
La vida humana es,
pues, a un tiempo delito, reo y juez. Es,
pues, para el hombre imposible estar
sin una orientación ante el problema
que es su vida. Precisamente porque la
vida es siempre en su raíz
desorientación, perplejidad, no saber
qué hacer, es también siempre esfuerzo
por orientarse, por saber lo que son las
cosas y el hombre entre ellas.

Porque tiene que habérselas con ellas necesita saber a qué atenerse con
respecto a ellas. La palabra «saber» significa eso: saber a qué atenerse con
respecto a algo, saber lo que hay que hacer con ello o vista de ello. Yo estoy
orientado con respecto a algo cuando poseo un plan de mi trato con ello, de mi
hacer, y ese plan de mi conducta supone que me he formado un plano de esa
cosa. Y como el ser de esa cosa se me enlaza representa en mi vida. Esa figura o
esquema es el ser de esa cosa. Y como el ser de esa cosa se me enlaza
irremisiblemente con el ser de las otras, no logro obtener aquél, no consigo
orientarme de un modo radical con respecto a ella si no me he orientado
respecto a todas, si no he formado un plano de todo. Este plano de todas las cosas
es el mundo o universo y la orientación radical que él proporciona es la Metafísica.

Esta averiguación nos pone


delante algo inesperado: que
la Metafísica u orientación
radical del hombre no es algo
adventicio, algo que hace
algunas veces algunos
hombres llamados filósofos,
pero que podían muy bien no
hacer, algo, por tanto, que los
demás no tienen por fuerza
que hacer.

Ahora resulta todo lo contrario: que el hacer metafísico es un ingrediente


ineludible de la vida humana, más aún, que es lo que el hombre está haciendo
siempre y, que todos sus demás quehaceres son decantaciones y precipitado de
aquel.

En suma: que cuando ustedes creían que al acudir a una clase de Metafísica iban a hacer
algo nuevo y, aunque acaso interesante, superfluo, se encuentran con que toda su vida no
han hecho otra cosa. En efecto, ustedes han hecho cuanto han hecho en su vida en vista
de una cierta interpretación de la circunstancia que en cada caso tenían. Esa interpretación
en su inmensa porción les ha venido del contorno social en que se hallaban, pero ustedes
han tenido que recibirla, que asimilársela, que adherir a ella y con más frecuencia de lo
que ustedes mismos creen, han elegido entre ideas diferentes sobre el mundo y las cosas del
mundo que el contorno les ofrecía. Han hecho, pues, ustedes Metafísica.
La Metafísica no es una ciencia;
es construcción del Mundo, y
eso, construir mundo con la
circunstancia, es la vida humana.
El Mundo, el Universo, no es
dado al hombre: le es dada la
circunstancia con su
innumerable contenido. Pero la
circunstancia y todo en ella es,
por sí, puro problema. Ahora
bien, no se puede estar en un
puro problema. El puro
problema es como un temblor
de tierra o como el mar, algo
en que no se puede estar. En
el temblor de tierra no
estamos, nos caemos.

En el mar, nos hundimos. El puro problema es la absoluta inseguridad que nos obliga
a fabricarnos una seguridad. La interpretación que damos a la circunstancia, en
la medida que nos convence, que la creemos, nos hace seguros, nos salva. Y como el
mundo o universo no es sino esa interpretación, tendremos que el mundo es la
seguridad en que el hombre logra estar. Mundo es aquello de que estamos seguros.

Llegamos, pues, a esta fórmula: vida humana no es ser ya lo que es, sino tener que ser,
tener que hacer para ser, por tanto, aún no ser. La expresión más inmediata de ello se
encuentra advirtiendo que lo que más nos importa es si seremos en el próximo
momento. El presente no nos importa ya. De aquí que la sustancia radical de la vida sea
inseguridad. Mas, por lo mismo, es, a la vez, impulso, afán de seguridad y construcción del
mundo que la hace posible. El hombre hace mundo para salvarse en él, para instalarse
en él, el hombre es Metafísica. La Metafísica es una cosa inevitable.2

2. Unas lecciones de metafísica, Revista Occidente, páginas 40-41 y 141-143


Profesoras autoras de la selección de texto de Ortega :Bettina Rodriguez y Stella Avellaneda
Texto complementario de un comentarista
La metafísica como búsqueda de orientación radical

“La condición esencial del ser humano, nos dirá Ortega, es su radical desorientación. No es que
de vez en cuando ocurra un despiste o que en ciertos momentos de desesperación nos
encontremos sin saber qué hacer. Es que el hombre consiste sustantivamente en sentirse
perdido. La vida es radical desorientación. Pero no vivimos perdidos, podríamos replicarle; todo
lo contrario, sabemos que nuestra casa se encuentra ubicada en determinada dirección, que
debemos levantamos a tal hora para ir al trabajo, que pertenecemos al país tal, que somos
terrícolas, que ocupamos un lugar en el universo … ¿Y acaso todo eso es prueba
inquebrantable de nuestra orientación?, preguntaría él. Pues no lo parece, sería su respuesta.
Porque bien pensado el asunto, todas esas pequeñas seguridades sobre las cuales construimos
nuestra vida son heredadas, son seguridades que los demás nos han legado y que hemos
aceptado sin más. La dirección de nuestra casa, las horas que se miden con el reloj, el territorio
al que llamamos país, el planeta tierra y el universo son cosas en las que creemos porque los
demás nos han enseñado a creer, pero no porque hayamos llegado a ellas por nosotros
mismos, no nos constan a nosotros.
Para que algo nos conste es necesario que antes nos hayamos hecho cuestión de él, que se
haya convertido en problema para nosotros. Y asumir un problema implica sentir
desorientación. La desorientación es la auténtica situación del ser humano. Se vive
auténticamente cuando se reconoce esa desorientación radical, cuando el mundo se nos
presenta siempre como problema. Pero cuando vivimos de acuerdo a las orientaciones que los
demás nos ofrecen, actuando según las convicciones de la gente, de la sociedad, entonces
nuestra vida es ficticia porque camina sobre seguridades falsas, seguridades que no hemos’
conquistado por nosotros mismos. Lo que en esa forma ficticia de vivir ocurre es la suplantación
de nuestra efectiva personalidad por un pseudo-yo proveniente del contorno social; es la
entrega ciega a ese repertorio de convicciones ajenas que obedece al deseo de huir de la
angustia que nos produce la desorientación radical en la que estamos insertos. Huimos del
“auténtico sí mismo” para correr a refugiamos en los brazos de la “personalidad convencional”
que nos cobija”, Pues bien, la
metafísica es el intento de dar respuesta a ese extrañamiento en el que la vida consiste, es el
intento de obtener orientación frente al caos mundanal que nos desorienta radicalmente. Por
eso todos los seres humanos, consciente o inconscientemente, hacemos metafísica. Así es,
todos sin excepción. La metafísica es algo que el hombre hace, es una más entre las muchas
cosas que hace; pero comporta una especial singularidad: es el hacer que busca orientación
para todos los demás haceres.”

Extraído de comentario de “Lecciones sobre metafísica” Carmen Elena Villacorta

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