En la osada tarea de llevar adelante una escuela Waldorf nos encontramos en un tejido de relaciones extremadamente complejo. Maestros, niños, padres, entorno social, cultural, legal, etc. Cada niño es un misterio. En realidad lo que conocemos de él es una mínima parte de su ser. Es aquello que ya se ha mostrado, que pudo desarrollarse, expresarse, y que fuimos capaces de percibir en alguna medida. Por otro lado lo que lo empuja a ser, lo que lo lleva a desplegar cualidades a lo largo de su vida, aquello que surgirá de los encuentros que tenga con el mundo y con los hombres, en fin, su devenir, está oculto a nuestra vista. Solo percibimos en primera instancia lo que ya ha devenido de él. Con cada ser humano ocurre lo mismo. Su misterio queda en general fuera de foco y nos relacionamos con él por lo que suponemos que es. Y con la escuela como organismo, como cuerpo, como ser social ocurre de la misma manera. Resulta difícil percibir su núcleo, podríamos decir su designio, entendido como identidad más profunda. En la pedagogía Waldorf se hace fuerte hincapié en orientar la mirada hacia el niño tratando de percibir justamente su capacidad de devenir. La fuerza que lo impulsa desde lo más profundo de su ser a desarrollarse en su vida. Y el maestro se convierte así en un acompañante, en un posibilitador del designio del niño, en un partero paso a paso en la vida escolar del niño. Por supuesto esto vale también para los padres, familiares, padrinos. Y vale también, aunque resulte muy difícil, para nosotros, adultos, unos con otros. Pero lo que nos ocupa ahora es la escuela. La escuela es nuestro organismo común; es el cuerpo al que pertenecemos como miembros maestros, padres, niños, amigos. Y también, como en el caso de cada ser humano, conocemos lo que ya se ha mostrado de ella, su cáscara edilicia, su ordenamiento institucional, administrativo, las relaciones más o menos cercanas con padres y maestros, su historia. Aquí cabe entonces también la pregunta acerca de su designio, de su identidad profunda. Si pudiésemos orientar nuestra relación con la escuela de tal manera que sirvamos a su designio, entonces comenzaríamos a vivenciar un tipo de armonía muy dinámica pero serena. En una escuela Waldorf cada órgano social necesita reconocer su labor concreta para la salud del cuerpo social. Maestros, niños, padres, tienen espacios y responsabilidades diferentes. Como proyecto pedagógico los capitanes de una escuela Waldorf son indelegablemente los maestros. Ellos conforman el núcleo de la escuela. En los maestros confluye la responsabilidad última de posibilitar que la escuela devenga. En la reunión general de maestros confluye, se percibe a sí mismo el ser de la escuela. Allí se centra, se despierta, el organismo escolar y desde allí irradia su fuerza. Éste es el órgano propio del ángel de la escuela. Este ser espiritual es el verdadero impulsor, los maestros los portadores de ese impulso. En la reunión general de maestros el ángel puede hacer fluir sus inspiraciones. Y esto impone la necesidad de aprender a percibirlas, de dejarse inspirar, de hacerse sensibles al designio de la escuela. Allí se puede hablar como de un manantial en cuanto al destino de la escuela y refrescarse como maestros Waldorf en él. Allí se perciben las necesidades de la escuela y se toman las decisiones pertinentes. Esto abarca por supuesto todos los aspectos del organismo escolar: el pedagógico- espiritual, el económico-vital, y el vincular-legal. Los padres confían a sus hijos a este espacio social pedagógico y hacen posible que haya depositarios de este trabajo. Ellos ceden voluntariamente la guía educativa escolar de sus hijos a este ángel y a los maestros portadores del impulso educativo Waldorf. De esta manera deciden integrar en sus propias vidas a este ser escolar e integrarse como parte de este organismo. Los padres son responsables ya desde antes del camino educativo de sus hijos y ahora deciden agregar el entorno escolar a ese proceso. Entonces pueden convertirse en guardianes de la escuela, posibilitando la realización del proceso educativo e integrándolo en sus hogares. Podríamos decir, resumiendo, que los padres conforman la periferia de la escuela, los maestros el centro, y entre ambos están los niños abrazados por todos ellos. La salud de todo organismo depende de que cada cual haga su tarea. Conocerla y asumirla es, una vez más, una cuestión de coraje. Mariano es Sacerdote de La Comunidad de Cristianos, Lic. en Cs. Físicas y "papá waldorf"