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INSTITUTO SUPERIOR DE FORMACIÓN DOCENTE,

CAPACITACIÓN E INVESTIGACIÓN.

PRÁCTICA DE LA LECTURA Y LA
ESCRITURA ACADÉMICA
TRABAJO FINAL

PEREYRA, FACUNDO DAMIÁN


Práctica de la lectura y escritura académica Prof. Togachinsky

Si la familia no está, la escuela no puede hacer nada

Ayer y hoy: de la familia a las familias

La historia de la relación moderna entre la familia y la escuela ha tenido


sus marchas y contramarchas a lo largo del tiempo. El origen de esta relación
puede situarse la concepción del trabajo diferenciado entre ambas
“instituciones”: mientras la primera era la encargada de iniciar a las nuevas
generaciones en los primeros pasos en la socialización de las conductas
adecuadas, pautas y normas; la segunda era quien propiciaba la instrucción
del sujeto en tanto aporte de herramientas que le permitieran ingresar en la
sociedad adulta y prepararlo para el mundo laboral. Fue así que durante
mucho tiempo cada una realizo su trabajo a la par de la otra sin solaparse ni
molestarse; cada cual sabía muy bien qué papel desempeñaba.

A su vez, en concomitancia con el discurso oficial, todo parecía


engranar correctamente con el modelo de familia tradicional, la cual también
recibió el título de “bien constituida”: el padre, con sus tareas extra domésticas,
encargado de proveer los elementos necesarios para la subsistencia del grupo;
la madre, con sus tareas intra domésticas, dedicada a los quehaceres del
hogar y la crianza de los hijos.

Los acelerados cambios en la ciencia y la tecnología también


influyeron en las nuevas condiciones para la procreación y el nacimiento, y
los nuevos posicionamientos que los adultos tienen frente a situaciones de
desempleo, subempleo y exclusión, con el consecuente impacto sobre las
prácticas de crianza y de educación, como así también la ruptura cultural de
los lazos intergeneracionales y sociales, que inciden en el sentido de la vida
que la sociedad impone a seguir.

A pesar que actualmente los medios masivos de comunicación han


mostrado diferentes configuraciones familiares existentes, la representación de
la familia, en singular, y su fuerte carga valorativa y moralizadora sigue
operando con fuerza en nuestro imaginario y sigue actuando como patrón
desde el cual “juzgar” el comportamiento y las actitudes de nuestros
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estudiantes. Es así que cualquier modelo que se apartara de este ideal significa
una desviación y por ende un motivo para emitir juicios de valor en relación al
desarrollo escolar de los niños.

A su vez, el desconocimiento o conocimiento parcial de la realidad


social y económica que vive el estudiante, impide que el docente pueda
establecer un vínculo de confianza y por ende de, enseñanza y aprendizaje.
Por este motivo, el peso que recae sobre las familias por no responsabilizarse
por el bienestar y educación de los niños y niñas es una de las afirmaciones
más repetidas que puede escucharse a parte del colectivo docente. Tal
afirmación debe ser sometida a revisión.

Las configuraciones familiares actuales son producto de profundos


cambios y de una crisis que lleva ya varios años. Las condiciones sociales y
económicas a las que se ven expuestas, sumados a la desorientación general
de los adultos, los cuales ven impugnados sus tradiciones culturales, la pérdida
de certezas, principalmente laborales, y la imposibilidad de prever horizontes
futuros hacen que las prioridades se desplacen a la búsqueda de mejores
condiciones de subsistencia y aparentan dejar a un lado aquellas ocupaciones
que hacen a la vida hogareña. A modo de ejemplo: en mi rol de maestro
comunitario me tocado visitar familias y recorrer las viviendas en las zonas
comprendidas entre Barrio Matadero y toda la zona de los barrios nuevos de
Santa Rosa (Barrio Esperanza, Pueblos Originarios, Nelson Mandela, et all). En
una ocasión, dada la continuidad de faltas que tenía un estudiante de sala de
4, lo visite a fin de interiorizarme más acerca de la situación. En dicho
encuentro, la familia alega la dificultad que se plantea con respecto al horario
del jardín (la escuela 217 de Barrio Matadero posee el único jardín con sala de
4 que funciona de 12.30 a 15.45) en tanto horarios laborales, dificultad de
conseguir trabajo con horario flexible, de alimentación. Ante esta situación, se
busca pactar con la familia la posibilidad de modificar o arreglar, dentro de lo
posible, la organización familiar a fin de que el niño en cuestión pueda asistir a
la escuela. Al cabo de una semana, se logra dicho fin y el niño puede retomar
sus actividades escolares. Ante todo esto también se le informa a la docente de
la sala, la cual no estaba al tanto de la totalidad de la situación.

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En situaciones como la descripta, vale preguntarse ¿se puede “juzgar” a


las familias, la falta de responsabilidad en la educación de sus hijos, cuando
están haciendo un esfuerzo por garantizarse las condiciones mínimas de
subsistencia? Al menos no en esta situación. Si bien se sabe de la desidia o
falta de información por parte de los adultos responsables, no son motivo de
justificación, pero sí de comprensión sobre la realidad social en la cual viven
nuestros chicos hoy en día. Es decir, podemos (o no) elaborar una idea general
acerca de las dificultades que atraviesan los adultos. Podemos imaginar, la
situación en la cual viven o a veces intuir lo que puede estar pasando al
interior de una determinada familia. Pero solamente en contacto real y concreto
con lo vivido por ese núcleo familiar nos pondrá acercar a reconocer sus
necesidades y vicisitudes. De todo esto puede resultar, que se piense que
esto excede el trabajo que uno debe realizar como docente, que es algo que, si
bien lo toca de cerca, no le compete; es algo que esta fuera de su esfera
laboral. Bien, en este sentido convendría repensar cual es el rol docente, sus
implicancias políticas (no partidarias), sociales y culturales en un medio que se
presenta por momentos indiferente y hasta hostil en algunas circunstancias.

El rol docente pensado como histórico, en tanto que se va constituyendo


y transformando en la medida que las sociedades cabían sus necesidades e
intereses. También se podrá alegara que los docentes no son asistentes
sociales, psicólogos familiares, ni psicopedagogos lo cual es cierto; aunque
para los tiempos que corren contar con algunas herramientas de las disciplinas
que conforman dichas especialidades serian de gran ayuda, a la vez que se
podrían contar también con otras, como las provenientes del trabajo social y la
educación popular.

Finalmente considero que ante los tiempos que corren y los venideros,
da la impresión que nunca fue tan necesario una verdadera y real articulación
entre las familias y la escuela. Estos son tiempos de cambios acelerados, que
muchas veces dejan desconcertadas a las personas que vivimos en él.
Tiempos vertiginosos que no alcanzamos a comprender. Y lo que significa ser
docente en la actualidad debe ser pensado a cada paso y resignificado a cada
momento. Las familias deberán ser nuestras aliadas, en la tarea de acompañar

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y formar, alumnos autónomos, independientes y críticos. En tanto todo esto se


retarse solo quedará en una discurso y una práctica estéril.

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