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HORMIGAS

Beatriz Susana Donati


bettydonati@yahoo.com

Amanece. Apenas los rayos del sol iluminan el jardín cuando allá vienen en entusiasta marcha. Unas
tras otras. Firmes y unidas, parecen enlazadas. Atraviesan terrenos desconocidos, suben colinas,
bordean precipicios, se deslizan por praderas. No se detienen. Allá vienen y el propósito de este viaje
las sostiene. Su camino las lleva por selvas y bosques de perfumes atrayentes. Por momentos, el viento
las empuja. En otros, el sol las acaricia. Allá vienen con una fuerza que muchos desconocen y forman
una larga fila como un hilo de un carretel interminable.
Ya están cerca de su presa.
El rosal, solitario y orgulloso habitante de este rincón del jardín, no presiente nada. Al frente, una
exploradora atenta y vigilante. Ella, que vino en avanzada, da la señal. Y sin más, la ofensiva comienza.
Sin detenerse comienzan a treparse. El rosal, indefenso sin poder gritar, se rinde. El batallón de
hormigas lo cubre. Devoran vigorosamente y sin interrupción. Trabajan incansablemente largas horas.
Y cuando las ramas vacías de hojas insinúan que aquello era un vegetal que regalaba sus flores y
perfumes, comienza la retirada. El peso que llevan sobre sus espaldas es tremendo, pero resisten
vigorosas. Será el alimento para sus futuras crías. Germen de nuevas invasiones.
Ahora se abren paso memorizando el camino de regreso al hormiguero. Exhaustas pero satisfechas.
Las hormigas, vencedoras mínimas del ciclo de la naturaleza.

EL CHICO FUERA DEL TIEMPO


Cecilia Ortiz
ceciliaortizcarreira@gmail.com

Su nombre era Julián, su particularidad haber nacido el día fuera del tiempo, según el calendario maya.
Esto lo vivenciaba todos los días de su vida, cualquier reloj que encontraba, frenaba sus agujas y dejaba
de funcionar. Esto le traía problemas para llegar a tiempo a la escuela, cumpleaños, etc.
Pasaron los años y cada vez fue peor, porque no sólo eran los relojes, sino que comenzó a manejar el
día y la noche, esto le provocaba problemas con los vecinos.
Con el correr del tiempo, comenzó a faltar el trabajo en el pueblo y él pensó que su habilidad podría
atraer gente, lo comentó con sus amigos y vecinos y pusieron en marcha el proyecto "Frenar el reloj,
manejar la luz y la oscuridad en un sólo día", en unos meses fue un éxito, al principio llegaba gente de
pueblos vecinos, luego de distintas provincias y más tarde de otros países.
La gente del lugar empezó a crecer, la falta de trabajo ya no fue un problema.
Julián dejó padecer su habilidad, la comenzó a aceptar y a comprender que a veces estar fuera de
tiempo no siempre es perderlo, sino que frenar el reloj puede traer alegría tanto para él como para su
querido pueblo llamado "Infinito"

EN UNA SOLA PIEZA


María Emilia Leonardi
mel_chacras@hotmail.com

La caminante despierta con sus piezas completas. Se abre la ostra que la mantenía cautiva y flotando
regresa a la superficie en busca de aire.

COMISION JOSÉ ACOSTA 1


En su camino se abren las aguas del Mar quien le pide una pieza, un pedazo de sí misma que ayudaría
a que los peces se alimenten, crezcan las algas y se aceleren las corrientes. La caminante se quita una
parte, la más visible. Se quita su boca y la entrega al Mar.
Continúa su paso por la costa y una bandada de gaviotas aterrizan sobre su pelo. – Danos una de tu
piezas, la que usas para mirar, nuestros polluelos comerán de ti y guiarás nuestro vuelo a la siguiente
costa. La Caminante arranca sus ojos y al instante escuchó el aleteo alejándose por encima de su
cabeza.
El camino por la arena se volvió tortuoso, el sol encendía fuego sobre la playa. Escuchando los árboles
en la lejanía. Uno de ellos la llama y pide sus brazos, sus piezas del costado. Es que un turista lo desgajó
en pedazos y de sus brazos dependía para sostenerse. La caminante corta sus brazos y los ofrece al
destartalado limonero.
Paró a descansar por un pequeño rato, se tendió en la hierba y de cara al sol cerró sus parpados vacíos.
En sus sueños comenzó a sentir un cosquilleo, seguido de un ardor intenso debajo de sus caderas. Al
despertar sintió la brisa en su torso desnudo. Las hormigas le susurraron al oído unos versos de poesía
y a cambio de pequeñas palabras se llevaron sus piernas, adormeciéndola otro rato más.
Yacía la Caminante. Ahora las estrellas captaron su atención y con su luz la abrazaron en la noche sin
tiempo. Deseaba saborear sus lágrimas, arroparse con sus brazos, sentir con sus pies el pasto, admirar
el firmamento sin prejuicios. Sus piezas ya no estaban. Ahora solo era un torso desnudo y una cabeza
con oídos que se adormecía al escuchar el Mar. Aquel traicionero que pidió su boca para saciar su sed.
Se fue apagando lentamente, en sus pensamientos, en el interior de sus párpados y dentro su vientre.
Se desmayó en la noche y las estrellas esperaron su muerte.
Debajo de la tierra la esperaba la ostra, quien había recolectado tierra del hormiguero, una semilla de
limón, una pluma pequeña y el cadáver de un ínfimo pez. Con sus fauces, la envolvió y con el tiempo
volvió al mar. La mantuvo hasta dejarla completa, reluciente, en una sola pieza.

FLORES
Martina Olguín
martinaolguin2@gmail.com

Yo sé dónde están.
Tranquila y silenciosa en la habitación. Hundida en el sillón, mirando a la cocina. No hay nadie a la
vista.
Todavía no llegaron.
Qué culpa dejarme sola. Tenerlas en la misma habitación. ¿Qué se necesita para llegar hasta allá? El
cuerpo me pesa.
Un par nada más.
El tiempo corre más lento, no hay sonido alguno. Me levanto de golpe pero me frena el miedo.
Que no me vean.
Miro hacia arriba. Apenas llego. Todo pesa más. Todo cuesta más. Es cuestión de correr solo dos
frascos.
El sonido del auto en el garage.
-¡Te ayudo con las bolsas!
Levantarse del sillón ahora es más liviano, más rápido. El tiempo corre como siempre. Lo único pesado
son las bolsas. Luis no sabe que yo sabía. Era sabido. Están atrás del azúcar y la yerba. Del lado
izquierdo del corazón.

COMISION JOSÉ ACOSTA 2


FRAGMENTOS
Camila Perez Rodríguez

Yo no conocí a mi abuela. Mi papá la mencionaba a veces, y un día dijo que se llamaba "Ketty". Yo
memoricé ese nombre y lo repetía con orgullo: eso era todo lo que tenía de ella. Un día mi tíabuela
me dijo que me parecía, claro, ella era su hermana y sí había tenido la suerte de conocerla, ¡qué
envidia! Me acuerdo que otra vez alguien me dijo que a Ketty le gustaba mucho leer y yo entonces
fomenté con orgullo y secretamente mi amor por la lectura, que fue y es determinante para mi vida.
Cuando ya fui más grande, mi viejo me fue heredando cosas que eran de ella, primero chucherías,
como un perfumero con forma de fumigador que yo me empeñaba en usar y usar y usar. Después
llegó una caja de madera hermosamente tallada y en su tapa ese nombre conocido para mí: KETTY,
en letras mayúsculas. No sabía para qué iba a usar semejante caja pero era seguro que quería que
fuera mía. La pobre estaba apolillada y hacía años que la madera no recibía ningún tratamiento.
Religiosamente lustré la hermosa pieza de madera. El último regalo que recuerdo fue el anillo más
hermoso que hubiera yo visto. Papá no es muy de los rituales y me lo entregó como quien encuentra
monedas en un pantalón que está por poner a lavar. El anillo era de mi abuela y me calzaba perfecto
en el dedo anular de la mano derecha. Si eso no es una señal del destino díganme qué lo es. Después
de eso, me fui a vivir a la que fue su casa cuando ella se casó con mi abuelo.
El recuerdo de mi abuela no me pertenece. Se lo puedo pedir prestado a la gente que la conoció y que
hablan de ella las mejores cosas del mundo. Pero mi abuela para mí es un perfumero con forma de
fumigador, una caja de madera con el nombre KETTY tallado, el anillo más lindo de todos y la casa en
la que viví cuando era chica y que ahora convertí en mi hogar. Completan su construcción en mi
memoria las tantísimas fotos que mi papá conserva y las hermosas palabras que todos los que la
conocieron me dicen sobre ella…

EL SOMBRERO PERDIDO
María Mercedes Rementería
cvpr93@gmail.com

A Marianela siempre le gustaron los sombreros, desde chiquita se había acostumbrado a llevar uno
puesto cuando salía de paseo: fueran boinas, gorritas con visera o capelinas.
Cuando cumplió 8 años su abuela le regaló uno de color verde, con forma de campana y una margarita
al costado. Desde ese momento se convirtió en su sombrero favorito e iba con él a todas partes. Le
gustaba como le combinaba con sus ojos miel y su pelo castaño.
Un día en la plaza, mientras se hamacaba se levantó un viento muy fuerte que hizo que el sombrero
se le saliera de la cabeza y empezara a volar. Marianela salió corriendo detrás tratando de atraparlo
pero no pudo y el sombrero se perdió de vista.
Esa noche lloró mucho, no entendía cómo pudo perder algo tan preciado para ella, no sólo por lo lindo
que era, sino porque su abuela lo había elegido para ella. La mamá para consolarla le sugirió que
hiciera carteles y el papá le prometió que al otro día los iban a pegar por el barrio donde se había
perdido. Así hicieron, pero pasaron muchos días y nada se sabía del sombrero. La abuela, para tratar
de que recupere la sonrisa le preguntó si quería que le compre otro igual y ella dijo que no, todavía
tenía esperanza de encontrarlo.
Entonces a la mamá se le ocurrió una idea: publicarlo en facebook y pedir a todos sus amigos que
compartan y así llegar a la mayor cantidad de gente. Mientras más personas supieran que estaban
buscando un sombrero, más posibilidades tenían de encontrarlo.

COMISION JOSÉ ACOSTA 3


Y así fue, que al poco tiempo llamó un señor diciendo que su perro había encontrado Siempre le
gustaron los sombreros, desde chiquita se había acostumbrado a llevar uno puesto cuando salía de
paseo: fueran boinas, gorritas con visera o capelinas. parecido en su patio. La mamá y la abuela de
Marianela se acercaron al lugar y ¡resultó ser el que buscaban! El hombre lo había limpiado y estaba
casi como nuevo, sólo había perdido la margarita, pero era lo de menos.
Cuando Marianela volvió de la escuela, encontró sobre la mesa su sombrero y una margarita que la
abuela compró en la mercería para reponer la rota. La nena bailó de felicidad y cuando supo cómo lo
habían recuperado, decidió hacer una torta de chocolate para agradecerle al hombre que se lo había
devuelto.

BRISA TIENE UN CIELO


Patricia Verónica Lobos
patriciaveronicalobos@gmail.com

En una esquina, en una casa, en un rincón, Brisa, de ojos grandes, tiene un cielo.
Chiquitito, chiquito, muy chiquitito. Así. Casi como uno de esos pañuelitos de tela bordados y con
puntillas en los bordes. Pero un cielo al fin
Lo que pasa es que algunas veces el cielo de Brisa, de repente se vuelve grande, tan grande que sus
ojos se ven como dos miguitas grises en medio de la inmensidad azul
Otras, se llena de rayas, vueltas y volteretas que dibujan laberintos de los que se hace difícil salir.
Hay ocasiones que ruge, como solo rugen las erres que espantan los pájaros y hacen temblar la
tierra, entonces Brisa se tapa las orejas para que el ruido no entre y le haga agujeritos en el alma.
Hay días en que se pone negro y asusta, Brisa se asusta, porque el negro siempre trae miedos. Por
eso entrecierra los ojos para poder ver los colores que pintan sus pestañas.
También suele llenarse de pozos, que se hacen charcos, lagunas, ríos, mares, donde todos los barcos
de papel siempre se hunden.
Pero, ¿saben una cosa? (y esto es un secretito, secreto, secretísimo) hay horas, minutos, segundos en
que el cielo de Brisa se llena de soplos. ¡Y eso cómo le gusta!
Porque si algo puede Brisa es soplar, eso sí, suavecito, suavecito, tan suavecito que hasta parece que
acaricia.
Y los soplos arrancan pedacitos de cielo que se desparraman por el aire. Brisa los junta, los hace jugar,
los elige y después los regala. Al jardinero, a su mamá, a la tía Mari.
Por ejemplo, una vez, le dio el trocito que tiene forma de luna a su maestra; al vendedor de diarios,
en cambio, le dejó en su puesto uno que tiene una nube y al señor que pasa por la esquina (siempre
con cara de triste) le regaló, casi como quien no quiere la cosa, el cachito al que le quedó prendido un
sueño perdido.
Y es entonces cuando esto ocurre, cuando los pedacitos, trocitos, cachitos salpican el aire, cuando
eso sucede, en ese rincón, en esa casa, en esa esquina el cielo tiene Brisa.

COMISION JOSÉ ACOSTA 4

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