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MARCELO BUSCAGLIA
La persona: dimensiones
Todos tenemos experiencia de lo que es un ser humano. Somos conscientes de
sus increíbles capacidades. Un ser capaz de comprender los misterios de la física
atómica, de conquistar el espacio, de organizarse en estructuras políticas de una complejidad
impresionante. Un ser capaz de soñar grandes proyectos, de edificar intrincados
sistemas económicos. Capaz de grandes actos de amor y de grandeza, y al mismo
tiempo acechado por el egoísmo y el vicio.
Entre los atributos humanos encontramos dos que lo distinguen claramente del resto
de los seres vivos:
• la penetración de su inteligencia y
• cierta independencia de su voluntad.
Ahora bien, si el conocimiento humano no está limitado por lo que puede percibir
del mundo material, ni su voluntad determinada por las leyes del mundo material, ello
implica que debe haber algo más que su cuerpo material.
Podemos encontrar así en el ser humano
un espíritu, un principio inmaterial capaz de subsistir con independencia de la
materia. Sin él, sería imposible explicar la inteligencia y la voluntad humana.
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Esta condición del hombre, en parte espiritual, lo habilita para conocer y obrar de
formas incomparablemente más excelentes que lo que cabe decir de otras criaturas
del planeta. Por eso también, como diremos más adelante, su valor o dignidad no
puede ser comparada con la de éstos.
Pero nuestro análisis no termina aquí. El hombre está enriquecido con facultades
muy nobles, pero no viene al mundo ya pleno. Se plenifica a lo largo de su vida, enriqueciendo
su persona con la consecución de bienes como el conocimiento, los hábitos
rectos, la experiencia estética, la vida y todo lo que contribuye a su conservación,
la aspiración a la trascendencia e incluso el juego:
• Haciéndolo, eleva esa dignidad esencial que tiene como ser humano,
haciéndose merecedor de ella.
• Contradiciéndolo, desperdicia sus capacidades, decae por debajo de su
dignidad, y se degrada.
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sería el “defecto”, no ser esclavo de uno mismo, de sus pasiones), ni tampoco tener
una autoestima tan alta del “ego”, que uno crea que ya “ha vencido” en la batalla
contra los propios defectos, y también crea que no necesita de los demás (este
sería la falla por “exceso”). Como enseña el Papa Francisco constantemente: “No te
la creas”.
2) Relación con la verdad, o sea, juicio práctico verdadero sobre la realidad. “Vivir en
la verdad con respecto a nosotros mismos y al mundo que nos rodea es sinónimo
de salud mental”. Si hay falla por defecto, tenemos a la persona que vive en la
mentira, engañando a los demás y engañándose a sí mismo. Algunos llegan a ser
“mitómanos”, es decir, se creen sus propias mentiras. Esto es una enfermedad. La
falla por exceso, si es que se puede hablar de este modo, son las personas que se
toman “a la tremenda” determinadas verdades. Como decía alguno, “la verdad es
una cuestión de proporciones”, es decir, cada verdad tiene su lugar y su
importancia. Y la única Verdad necesaria y absoluta es Dios y su Ley, de donde
viene la verdad a todos los seres. Por eso quien vive apartado de Dios, muchas
veces pierde este sentido de la proporción y se desespera “aplastado” por algunas
verdades, descuidando la Verdad más grande y hermosa: Dios nos ama, nos cuida
y nos salva.
3) Responsabilidad, es decir, hacerse cargo de las consecuencias de las propias
acciones. Hay perturbaciones de la responsabilidad por exceso o por defecto. Por
defecto, se trata de aquellas personas que “manifiestan una llamativa carencia del
sentido de responsabilidad en sus acciones frente a las personas”; por exceso, “en
las neurosis obsesivas y en las depresiones severas, sobre todo en la melancolía,
nos encontramos con sentimientos de culpabilidad mórbidos, en muchos casos
terriblemente dolorosos y torturantes, acompañados de autoacusaciones y
comportamientos autopunitorios”.
4) Identidad. “La persona se posee a sí misma con singularidad numérica y
cualitativa. Es uno y no muchos. Es tal y no otro, un único e insustituible personaje
a lo largo de toda su vida”. La “falta de identidad” es muy propia de los
adolescentes, que muchas veces se comportan de modo distinto en su hogar, con
sus amigos, etc. Un “exceso de identidad” estaría dado por no ser capaz de
cambiar cuando esto es necesario. Soy yo mismo, pero debo adaptarme a las
circunstancias, pero sobre todo cambiar cuando la Verdad así me lo exige.
5) Intimidad. “Desde su intimidad la persona puede ser libre, poseerse a sí misma,
sustraerse al dominio de los automatismos externos e internos”. Las patologías que
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afectan a la intimidad también son por defecto y por exceso: por exceso, la
tendencia compulsiva a la extraversión y a la hiperactividad, o por defecto, la
absorción introversiva en una vida imaginativa y emocional caótica. Por otra parte,
“la huida de la intimidad constituye uno de los síntomas cardinales de la más
conspicua patología social de nuestro tiempo: la despersonalización”. Y esto es
debido en gran parte a que “la cultura moderna… cultiva una imagen negativa,
paupérrima, miserable, del hombre”.
6) Comunicatividad. “En inteligencia y amor. Desde su centro interior a la interioridad
de las demás personas y cosas”. Las patologías de la comunicación se ven
agravadas en el mundo de hoy, tanto en la comunicación de la inteligencia como en
la comunicación del amor. Por un lado, “las ideologías en boga niegan a la
inteligencia su capacidad de alcanzar verdades definitivas acerca de las cosas, de
comprenderlas por sus causas primeras y fundamentales”. Por otro lado, en
muchos casos nos encontramos hoy con “hombres y mujeres que no se poseen
plenamente, que no se han establecido en su centro interior de vida personal”, y por
lo tanto “no pueden entregarse satisfactoriamente,…no pueden ejercer el don de
sí… Los hombres, al excluirse del reino del amor, quedan sometidos a la dialéctica
incontrolable de la voluntad de dominio, que es, a un mismo tiempo, tiranía y
esclavitud, fiebre de posesión y de sometimiento”.
7) Corporeidad. “La persona es corporal. El cuerpo es personal… El cuerpo viviente
es expresión de la persona en su obrar y en su patología”. Es tan malo el exceso de
atención al cuerpo (como si fuera un dios, pero no lo es), como el defecto de
atención, que muchas veces se da bajo la forma de desprecio (no quiero a mi
cuerpo, no me siento contento con mi cuerpo). El cuerpo es parte de nuestro ser, la
parte que nos permite comunicarnos con el entorno y con Dios, y que sustenta
nuestro ser en este mundo. Por lo tanto debemos cuidarlo, siempre ordenado a
fines superiores (no se cuida al cuerpo dándole todo lo que pide, porque a veces las
pasiones están desordenadas y piden cosas que hacen daño). Y también debemos
“castigarlo” cuando es necesario, es decir, cuando quiere rebelarse contra los
grandes amores que transforman nuestra vida, el primero Dios. Este “castigo” al
cuerpo no es algo oscurantista: todos los que quieren aspirar a algo mejor, en cierto
modo “castigan” su cuerpo. Los atletas cuando entrenan, el científico cuando pasa
horas sentado, etc. Toda superación exige sacrificio.
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• Y dado que el hombre descubre de manera inmediata que debe hacer el bien
y evitar el mal, descubre también que debe buscar la vida social. Y como
parte de su enriquecimiento integral, está moralmente obligado a vivir en
sociedad y a contribuir al bien de la sociedad
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Por ejemplo, el alumno, sin la vida social no podría ser alumno pues carecería de
maestro -indigencia-; pero también el que ha aprendido y es maestro requiere de la
vida social, pues de otro modo no podría realizarse como tal, pues, ¿a quién enseñaría?
-plenitud-.
Otro ejemplo: muestran la naturaleza social del ser humano la ausencia de instintos
innatos para la supervivencia aislada -indigencia-, o la presencia de facultades que lo
orientan a sus semejantes como el lenguaje o la intuición del valor de la amistad –
plenitud-.
Esta inclinación natural a la vida social hace que valoremos espontáneamente
como bueno al solidario, al que busca el bien común, y como malo al egoísta, que
pretende alcanzar su “aparente” bien perjudicando el común.
Lógicamente, la natural socialidad del hombre no implica que todos los hombres de
hecho vivan en sociedad ni contribuyan a su bien. La voluntad de las personas es libre
y no está forzada por ningún bien concreto. Pero resulta indudable que la persona que
rechaza la vida social y la búsqueda de su bien común, será víctima del empobrecimiento
humano que sigue a quien reniega de su plenificación integral.
Por eso, la teoría del contrato social, que concibe que son los acuerdos o el consentimiento
de los hombres y no su exigencia para la plenificación humana que legitiman
la sociedad:
• es peligrosa, porque se podría legitimar la búsqueda de fines sociales contrarios
al bien humano;
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El grupo social
Al seguir la tendencia que lo inclina a vincularse con sus semejantes, los hombres
forman grupos sociales.
Tomás de Aquino definía la sociedad como la unión de varios para realizar algo
uno en común.
La sociedad es ese vínculo que se establece entre diversos sujetos que pese a
ser diversos se unen en una empresa común buscando un fin común.
Ello nos permite pensar que el ser humano no se une a “la” sociedad, sino a múltiples
sociedades o grupos sociales.
Imaginemos uno de estos grupos. Por ejemplo, una escuela. Es un claro grupo social:
¿Y ello qué significa? Alguien podría decir que son un conjunto de personas. Y
es cierto, pero incompleto. Podemos ir a un parque o a una plaza, y también encontraremos
un conjunto de personas, pero nada parecido a lo que vemos en una escuela.
¿Qué diferencias existen? Alguien podría decir que en la plaza las personas que
están allí no se conocen... Pero ocurre que tampoco todos los que integran una escuela
grande, con varios turnos, se conocen siempre... Otro podría pensar que la diferencia
está en que en la plaza cada uno hace algo distinto (algunos leen, otros toman
sol, otros juegan, otros duermen, otros venden cosas...). Pero tampoco nos satisface
el planteo. Puede ocurrir que en una plaza, a determinada hora, encontremos a gran
parte de las personas haciendo lo mismo -bronceándose, por ejemplo-. Por otro lado,
tampoco en la escuela todos están haciendo lo mismo: algunos leen, otros juegan,
otros venden cosas, y a veces no faltan quienes duermen o toman sol.
¿Qué es lo que hace tan diferente entonces a la escuela de estos otros “conjuntos”
de hombres? En la escuela, muchas personas, pese a no conocerse y a realizar tareas
distintas, buscan organizada y coordinadamente un fin común, que es el desarrollo
del proceso de enseñanza-aprendizaje, proceso que enriquece, plenifica, de diversa
manera tanto a los alumnos, como a los docentes, los directivos, y el personal no docente.
¿Qué elementos podemos identificar en estos grupos sociales?
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Por un lado, una unidad práctica real que proviene del hecho de que hacen algo
en común:
• Unidad práctica porque lo que los une es un obrar en pos del fin común.
Por otro lado, esa unidad práctica real reclama cierta organización, aunque sea
elemental, reflejada en algunas normas, aunque sean verbales o costumbres. La organización
y las normas serán más manifiestas si el grupo tiene cierta estabilidad,
perdura en el tiempo. Están presentes también determinados objetivos sociales, que
encarnan determinados valores o bienes sociales, considerados valiosos por el grupo.
Por último, encontramos también relaciones y procesos sociales entre el grupo y
entre sus miembros.
Estos razonamientos nos permiten encontrar la diferencia que existe entre un grupo
social, un mero agregado social y una “masa”.
Los lazos naturales pretenden ser reemplazados por los “lazos revolucionarios”.
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Elementos
¿Cómo están constituidos los grupos sociales? A partir de Aristóteles se ha hecho
común intentar comprender los objetos penetrando en sus razones de ser, sus “causas”
• Causa final, aquello para lo cual algo existe, nos remite en el caso del grupo
social al fin común, un bien, algo capaz de perfeccionar a los sujetos, pero
no exclusivo de alguno de ellos sino capaz de enriquecerlos a todos.
• Aquello de lo cual o con lo cual el grupo social es o se hace, la causa material,
son los hombres, o más precisamente, las conductas humanas. El
grupo es, en última instancia, un conjunto de conductas humanas, ordenadas
y dirigidas hacia un fin común.
• Pero no todas las conductas humanas dan lugar a grupos sociales. Para
hacerlo, requieren de una forma, un orden, organización y coordinación
de las conductas, que constituye la causa formal del grupo.
• Pero todavía no está explicado el grupo. ¿Cómo ha aparecido? ¿Cómo se
han organizado tantas personas y conductas en pos de objetivos comunes?
Aparece aquí la causa eficiente. De manera mediata, el grupo es producto
de la misma naturaleza humana que inclina al hombre a la vida social. Pero
de modo inmediato, el grupo se forma y subsiste por la actividad de sus
miembros y particularmente de algunos de ellos, un conjunto de sujetos,
muchos o pocos según el caso, que en mayor o menor medida son capaces
de influir sobre los otros para ordenar y coordinar los comportamientos y que
el grupo pueda alcanzar su bien común. Este grupo de sujetos es conocido como el líder o el gobierno.
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Como dijimos, las personas y sus conductas son la causa material del grupo social,
aquello de lo cual la sociedad está compuesta. Ello implica, obviamente, que las
personas son parte de la sociedad. Pero no son parte de la sociedad como el oxígeno
es parte del agua, el cuerpo parte del ser humano o los riñones parte del cuerpo
humano. El oxígeno, al integrarse con el hidrógeno para formar el agua, desaparece
como tal, y pasa a formar una sustancia de la que es únicamente una porción. El cuerpo
desaparece (se descompone) cuando se lo separa del espíritu, y los riñones dejan
de funcionar si se los separa del cuerpo. El hombre y el agua son todos sustanciales,
entes que existen en sí; en cambio, el hidrógeno, los órganos, el cuerpo que los componen,
no existen en sí mismos sino en el agua o en el hombre: su existencia y valor
está dado por su pertenencia al todo sustancial que integran.
Para comprender la naturaleza del grupo social es útil recurrir a los conceptos aristotélicos
de sustancia y accidente.
• Sustancia es el ente, aquello que es en sí.
• Accidente es algo del ente, aquello que es en otro, en la sustancia.
Podemos comprender fácilmente que el grupo existe en el hombre, no el hombre en
el grupo. Los grupos sociales no son todos sustanciales, que existen en sí mismos,
sino todos accidentales que existen en las personas. Cada ser humano es parte de
los grupos sociales que integra, pero sólo se ordena a ellos con sus conductas y en
cuanto lo exige el fin común.
Existiendo el grupo en sus miembros, si éstos se olvidan o desentienden de su pertenencia
al grupo, y de su finalidad, ¿qué pasa con él? Literalmente desaparece, se
acaba. La familia existe en la medida que sus miembros se conciben parte de la misma
y buscan en común el bien común familiar. Y un país desaparece si sus habitantes
no se sienten compatriotas y abandonan la búsqueda de un proyecto común.
Entender esta diferencia es esencial para evitar el riesgo del totalitarismo. Para
el totalitarismo, no es la sociedad algo de cada persona, sino la persona algo de la
sociedad. La persona no es la sustancia en la que vive la sociedad como un accidente,
sino un accidente de la sociedad. La persona es el conjunto de sus relaciones
sociales, enseñaba Carlos Marx. Consecuentemente, así como el hombre se vale de
cada unos de sus órganos de acuerdo con su utilidad, extirpándolo incluso si perjudica
al cuerpo humano; también el estado, la comunidad política, podría valerse de las personas
como instrumentos y descartarlos cuando no contribuye a su conveniencia.
También es posible el error contrario: olvidar que el grupo es algo real integrado
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por las diversas personas. El individualismo liberal suele referir a la sociedad como
algo que no existe, una ficción: lo único que existirían son los individuos y sus intereses.
Pero podemos ver con claridad que once deportistas que coinciden accidentalmente
en un lugar no equivalen a un equipo de fútbol: en ambos casos tenemos once
jugadores, pero en un caso hay realmente un equipo y en el otro no.
Estas precisiones permiten entender correctamente la afirmación común de que el
estado es para la persona y no la persona para el estado. Ello no significa que sea
lícito que cada individuo utilice al grupo como un medio o instrumento para su conveniencia,
legitimando el egoísmo y el individualismo. En rigor, todos los miembros del
grupo deben buscar el bien del conjunto y no su exclusiva conveniencia individual. Lo
que la expresión significa es que el fin del estado debe ser el bien común de las personas
que lo integran, y no algo ajeno a su enriquecimiento y plenificación integral.
Vamos a detenernos aquí un momento para reflexionar sobre nuestro método.
Hemos partido de la contemplación y la descripción de la realidad, y sobre estos datos
de la realidad hemos reflexionado. No hemos expuesto meras opiniones, posiciones, o
posturas que se nos han ocurrido o se les han ocurrido a los Papas o los pensadores
cristianos. Es gratificante ver cómo muchas de las ideas expuestas fueron enseñadas
por sabios de la humanidad, como Platón, Aristóteles o Cicerón, que no conocieron el
cristianismo y que vivieron varios siglos antes de la aparición de éste.
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Ello los hace comunes, y permite que puedan ser buscados en común unidos en grupos
sociales.
Bien común es aquél participable por muchos en calidad de fin de la conducta
de todos ellos.
Por eso, no puede hablarse de una oposición entre el bien común y el bien de la
persona (exclusivo, particular): el bien común es un bien de la persona, pero no de
una sola persona sino de todas ellas.
Por ejemplo, tener que guardar silencio durante una clase sin poder jugar en ese
momento como uno desea no implica sacrificar el bien particular para alcanzar el bien
común, porque ninguna persona se plenifica si, además de comportarse de manera
egoísta, conspira contra el bien de este grupo, la clase, al que se ha unido para poder
aprender.
Por eso existe una manera legítima de buscar el bien común, como lo hace quien
participa de él como algo que es su bien pero no su bien exclusivo. Pero existe también
una manera ilegítima, como lo hace el egoísta, que sólo busca su conveniencia y
utiliza el bien común como un medio del que se vale sólo en la medida en que sirve a
su interés.
De todos modos, podemos ver que el bien común debe prevalecer sobre el mismo
bien particular.
Por esta razón, en las decisiones de la comunidad,
el bien común tiene primacía en relación con el bien particular respectivo.
Cada grupo social tiene un bien común que busca, bien que puede ser más o
menos complejo según el caso.
Por ejemplo: ¿cuál es el bien común que busca la universidad? Es más o menos
simple: el cultivo de la ciencia y el conocimiento en el más alto de sus niveles.
Otro ejemplo: ¿Cuál es el bien común que busca la familia? Aquí la cosa es más
compleja, porque su fin incluye alcanzar una suficiencia de bienes materiales e inmateriales;
de recursos primarios como el alimento, la vivienda o el vestido disponible para
todos, de un clima de tranquilidad y amor que brinde contención afectiva, procreación,
educación fundamental, despliegue del impulso sexual, la ayuda mutua y el despliegue
de la solidaridad, entre otros elementos.
Todos los miembros del grupo se realizan buscando ese fin, por eso, es común,
aunque no todos participan de él, del mismo modo o en la misma medida. Es diferente
cómo se realiza y plenifica un padre, en una familia, que como lo hace uno de los
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hijos.
Ahora bien, ¿cualquier fin que busque el grupo será un bien común? Por supuesto
que no. No faltan veces en las que el grupo es manipulado en pos de algo que no
constituye a su bien común, sino el interés exclusivo de algunos de sus miembros o
incluso de alguien ajeno al mismo.
Por ejemplo, se ha demostrado judicialmente que al menos parte de la deuda externa
argentina se gestó no como una necesidad del bien común nacional, sino en
beneficio de los mismos prestamistas en complicidad con nuestros gobernantes. Lo
mismo podemos decir de los programas de control demográfico que están detrás de
las políticas de “salud reproductiva”. (3Cfr. Kissinger (1974). En su informe, muestra cómo el crecimiento de la población en los
países subdesarrollados contradice el interés geopolítico y económico de las grandes potencias, y por ello éstas deben
comprometerse en la difusión del aborto, la anticoncepción, y otras estrategias para reducir su población.)
También es posible que el grupo se forme para buscar alguna forma de bien, como
el dinero, pero contraviniendo el auténtico bien integral del ser humano. Por algo
existe el delito de “asociación ilícita”, cuando varios se unen buscando la ventaja que
puedan obtener cometiendo delitos.
Por otra parte, el principio de solidaridad garantiza que los grupos inferiores
contribuyan al fin común de la comunidad mayor que integran.
¿Qué beneficios produce el principio de subsidiariedad?
• Se evita la masificación social y la manipulación;
• las personas se sienten agentes activos, comprometidos y responsables en
la tarea común;
• las decisiones las toman quienes están más próximos a las necesidades y
pueden satisfacerlas de la mejor manera.
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Sin embargo, es cierto también que en nuestros días muchas veces estos principios
no son reconocidos ni aplicados. A veces, los grupos infrapolíticos no tienen participación
alguna en las decisiones. Pensemos que en Argentina ni siquiera disponen de
un canal de participación como ocurre en otros países, que cuentan con Consejos
Económico-Sociales de carácter consultivo. No está difundida la participación de las
familias en las escuelas públicas como en otros estados, en los que los consejos escolares
pueden incluso resolver el reemplazo del director de una escuela. Esta falta de
un canal de participación los lleva a tener que realizar presiones de manera irregular y
desinstitucionalizada.
Otras veces, los grupos mayores pretenden reemplazar o asfixiar a los grupos inferiores.
Se reclama a la escuela que enseñe cosas que los niños deberían haber
aprendido en la familia. Los municipios son reducidos a oficinas administrativas porque
sus fines comunes se asignan como funciones a los estados provinciales y nacionales.
Los organismos internacionales invaden los asuntos internos de los estados negándoles
toda capacidad de ser gestoras de sus fines comunes.
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hombres en honrar, proteger y conservar el amor familiar; como ocurre cuando uno de
ellos, o los dos, se desentienden de su compromiso matrimonial y rompen la unidad de
la familia. Dan lugar así a hogares monoparentales, concubinarias, ensambladas (por
la unión entre esposos divorciados con sus respectivos hijos), infecundas,
homosexuales, etc.
Entonces, podemos identificar ciertos enemigos de la familia. Ello no significa, por
supuesto, que todos los que los difunden o asumen sean conscientes del daño social
que producen, ni que obren por malicia. No faltan quienes instauran o promueven
hogares incompletos o antinaturales por ignorancia, por debilidad, por interés, o a veces
por circunstancias fortuitas y desgraciadas. Pero claro, esto no elimina el hecho de
que se trata, justamente, de formas de familia incapaces de la realización humana
integral y que por ello no deben ser buscadas intencionalmente, ni promovidas ni protegidas
por la sociedad.
¿Cuáles son los enemigos de la familia?
El divorcio vincular, en virtud del cual los esposos pueden desentenderse
totalmente de su compromiso matrimonial, base de la unidad familiar. La
existencia legal del divorcio vincular, además de producir severos daños y
frustraciones en los hijos y en los esposos, desvaloriza el matrimonio y favorece
el fracaso matrimonial, pues las personas o ya no se sienten atraídas
por el matrimonio, o contraen matrimonio con mayor irresponsabilidad y luego
de casados se esfuerzan menos por conservarlo.
El concubinato o “unión de hecho”, por el cual la pareja rechaza comprometerse
públicamente al amor estable e incondicional para formar una familia.
La convivencia prematrimonial, que desalienta y desvaloriza el compromiso
matrimonial. De hecho, la estadística muestra que los matrimonios de quie-nes han convivido tienen tres
veces más probabilidades de fracasar que los
que no han tenido convivencia pre-matrimonial6. ¿Por qué? Porque para estos
últimos el matrimonio es algo importante, especial, para el que cada uno
debe prepararse bien y por el que vale la pena hacer sacrificios para conservarlo
firme.
La sexualidad extra-matrimonial. La sexualidad está íntimamente ligada a la
procreación y al encuentro profundo entre los sexos. Y el lugar más apto para
desplegar la sexualidad realizando esta compenetración profunda y la
procreación, de manera sana, sin temor a embarazos irresponsables, a enfermedades
de transmisión sexual, a frustraciones e instrumentalizaciones
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de divorcio en 1987.
Es verdad que a veces ciertas formas imperfectas o antinaturales de familia producen
algunos beneficios o consiguen determinados bienes humanos. Pero son incapaces
de obtenerlos de manera plena e integral. Ello lleva a la lógica conclusión de que
si no siempre es posible evitar o eliminar estos fenómenos, siempre es necesario que
la comunidad los desaliente, en particular los más graves, y que nunca los promueva,
los favorezca o los proteja.
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no lesione a otros. ¿Cómo vamos a alcanzar el bien común si cada uno elige
como quiere?
Ponen en primer lugar el interés particular propio frente al bien común de
todos.
Reducen a la persona a parte de la estructura social, sin ningún valor o dignidad
por sí mismo y sacrificable si es el interés de la mayoría.
Desean explicar la sociedad y sus fundamentos, sólo por el consentimiento
y la voluntad de sus miembros; como si tal consentimiento o voluntad legitimarían
cualquier organización.
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Síntesis
El hombre está enriquecido con facultades muy nobles que debe plenificar
con la consecución de bienes como el conocimiento, los hábitos rectos, la
experiencia estética, la conservación de la vida, la religión y el juego.
El hombre sólo puede alcanzar plenamente los bienes capaces de enriquecerlo
si los busca en común con sus semejantes.
Para la obtención de sus bienes más plenos, se une en grupos sociales.
No debe confundirse el grupo social con un mero agregado social o una masa.
El hombre es naturalmente social, en el sentido de que está naturalmente inclinado
y moralmente obligado, para obtener su plenitud, a unirse en grupos
sociales con sus semejantes buscando los bienes en común con los otros.
Las teorías del “contrato social” intentan explicar el origen, la estructura, y la
legitimidad de los grupos sociales por la sola voluntad de sus miembros.
Resultan ficticias, peligrosas e insuficientes.
El grupo social está formado por un conjunto de personas conduciéndose
(causa material) de manera organizada (causa formal) hacia un fin común
(causa final) impulsadas por la inclinación social y conducidas por un gobierno
(causa eficiente).
La persona es parte de la sociedad, pero no se subordina a ella totalmente sino
en cuanto lo exige legítimamente el fin común. La sociedad es un accidente
de la persona, y no a la inversa.
El bien común es aquel capaz de plenificar a muchos como su fin. En tal carácter,
es superior al bien particular, pero no se opone al verdadero bien particular.
El orden social exige el respeto del principio de subsidiariedad y de solidaridad.
El principio de subsidiariedad requiere que los grupos mayores no suplanten
ni absorban la actividad de los grupos inferiores en la búsqueda de
sus fines, sino que colaboren con ellos. El principio de solidaridad demanda
que los grupos inferiores persigan sus fines propios integrados y respetando
también el fin del grupo mayor que integran.
En la realidad actual, se presentan numerosos atentados contra el principio
de subsidiariedad por la invasión de los grupos mayores que tienden a absorber
a los inferiores; y contra el principio de solidaridad en virtud de la tendencia
al individualismo social.
Un orden social sano requiere al mismo tiempo de la presencia de cierta unidad
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