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Columnas del Experto

Niños y Niñas son sujetos


 Carolina Gaete
 Psicóloga
 Equipo Fonoinfancia, Fundación Integra

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“Tenemos una memoria silenciosa escondida en los rincones del cuerpo que ha sido
acariciado por nuestros padres”

Oiberman y Mercado: Nacer, jugar y pensar.

Convengamos algo: los h os y las h as no vienen al mundo para cumplir los deseos insatisfechos de los padres y las madres; no
deben cargar con la mochila de los sueños que se frustraron. No vienen ni a redimir faltas ni a encaminar los propósitos truncados
de los adultos. Vienen porque los trajimos, porque decidimos -de alguna manera- que vinieran. Una vez que llegan, habrán de
comenzar el peregrinaje para constituirse en sujetos y nosotros, los adultos y adultas que los acompañamos, debiéramos
propiciar esa constitución.

Entonces qué es este concepto de “sujeto” ¿De nuevo otro concepto que hace más pesada, aun, la tarea de criar? No lo creo. Es
más simple de lo que pensamos. Concebirnos y concebir a otros como sujetos implica reconocer la existencia de un ser con
deseos, necesidades y percepciones propias. Seres con una historia y una memoria propia. Un prisma que rescata la dignidad de
todo ser humano.mamah o (12)

Así, un sujeto puede alegrarse o molestarse ante una circunstancia; un sujeto puede tener miedo frente a cosas que otros no
temen; un sujeto puede no querer ponerse una polera porque no le gusta aun cuando a nosotros nos parezca tan bonita. El sujeto
se constituye en un acto de autoa rmación (ej: “me gusta eso/no me gusta eso otro)” se vuelve sujeto en su singularidad (“sin otro
igual). Para que esa noción de sujeto se instale, lo que hacemos al relacionarnos con los niños y niñas es esencial.

La noción de sujetos la vamos instalando a través de un lenguaje capaz de reconocer la singularidad del niño o niña. Dándole un
lugar desde antes de nacer, nombrándole, imaginándole, haciéndole presente. Antes de nacer ya habitamos en esa red que ha
sido tejida con las historias familiares.

Un baño de lenguaje que reconoce la singularidad de cada niño o niña, propicia que la noción de sujeto – no mero objeto de los
deseos de los otros- vaya surgiendo. Ahí nos reconoceremos.

Poniéndonos en el lugar del niño o niña.

Movidos por una mezcla atenta de observación e interés podemos interpretar lo que le pasa al niño o niña. Y podemos decírselo:
“A ti te pasa que…”. Al hacerlo otorgamos sentido a su movimiento: ganas de jugar, hambre, incomodidad, alegría, un largo
etcétera. Nos vamos dando cuenta de lo que necesita más allá de lo que deseamos nosotros. Con ello alimentamos su noción de
sujeto.

Cierto es que nadie nace padre o madre; se vuelve padre o madre mientras se acompaña el crecimiento de un niño o niña. Cierto
es que nadie enseñó a ser padre o madre, pero cierto es también que todo manual al respecto no sólo implicaría un acto de la
mayor inutilidad, sino también de máxima arrogancia. Pues el reconocer que no sabemos, que tenemos la capacidad de aprender
y desplegar recursos y soluciones son capacidades inherentes a nuestra condición de seres humanos.

Pensar la crianza como un acto de descubrimiento en el que vamos encontrando a otro ser, más que considerarla como una tarea
para la que siempre debemos tener una respuesta y nunca reconocerse en falta, es una posición que alivia de culpas a la vez que
posibilita el reconocimiento del niño o niña como un ser con su propio estar en el mundo.

Con paciencia y constancia podemos encontrar claves para estimular y para calmar, para reconocer las necesidades del niño o
niña como sujeto. Recordando que no hay dos guaguas iguales -como no hay dos sujetos iguales- ni una sola forma de hacer las
cosas. Pero sí asumiendo que en la tarea de la crianza, cada vez que hablamos, acariciamos, tocamos, miramos, contamos,
estamos favoreciendo la constitución de un niño o niña como un sujeto que habrá de armar su propia historia.

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