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DOMINGO, 9 DE MARZO DE 2014

CHICOS › ENTREVISTA A LA NOTABLE AUTORA BRASILEÑA ANA MARIA


MACHADO

“Si el chico jamás ve a un adulto


leyendo, no va a leer”
Es una figura indiscutida de la literatura infantil, no sólo por haber ganado el Hans Christian
Andersen, sino por la potencia de sus relatos, que atraviesan edades y se vuelven
universales. “Se puede contar casi todo a los niños, depende del lenguaje”, sostiene.

 Por Karina Micheletto

Escritora, también pintora, alguna vez librera y editora, alguna vez periodista, especialista en
promoción de la lectura, la brasileña Ana Maria Machado ha desarrollado una obra que se proyectó
al mundo. Ella escribe para chicos, para jóvenes, para grandes, pero es en el campo de la literatura
infantil donde se especializó y obtuvo reconocimiento. Para definir esta literatura, Machado dice
que es la que también pueden leer los niños: según su experiencia, lejos de ser una especie de
hermana menor de la “gran literatura”, la que se dirige a los chicos es aquella que despliega más
capas de lectura, la que habilita más profundidades en diferentes niveles, para diferentes lectores.
La escritora visitó la Argentina en el último festival de literatura infantil y juvenil Filbita, donde abrió
la puerta a algunas definiciones iluminadoras sobre su oficio, los libros, los chicos y cuán cerca o
lejos pueden permanecer unos y otros.

Entre la prolífica obra de Machado –lleva publicados más de cien libros, entre cuentos, novelas,
poesía, teatro– afortunadamente son muchos los títulos que se han traducido al español y
publicado en la Argentina, desde los ya clásicos como aquel Había una vez un tirano y otros como
Delicias y golosinas, Vamos a jugar al cole, ¿Dónde está mi almohada?, Bebeto, Yeca, el tatú, El
barbero y el coronel. En 2000, la brasileña ganó el premio Hans Christian Andersen, algo así como
el Nobel de la literatura infantil mundial. En 2001, la Academia de Letras del Brasil le dio el mayor
premio literario de ese país, el Machado de

Assis, y en 2003 fue nombrada miembro de la Academia Brasileña de Letras, transformándose en


la primera escritora “para chicos” que ocupa ese lugar. Apenas se comienza a charlar con ella, se
desploma cualquier preconcepto posible del escritor premiado, para descubrir a una apasionada
lectora –lectora para ella, para sus hijos, para sus nietos– capaz de recordar el ruido de la hamaca
de su abuela cuando le leía cuentos en su propia infancia, el olor que venía de ella, lo que esos
cuentos generaron de manera indeleble.

“La literatura para niños muestra un plus, tiene algo que la otra no tiene, y por eso permite que los
chicos también la puedan leer”, define en diálogo con Página/12. “Como todo arte, la literatura tiene
capas. Y en la literatura infantil hay más capas: tiene que tener también algo que ofrecerles a los
adultos, y allí están las capas subterráneas, las más profundas.”

–¿Y qué es ese algo más?

–Yo no sé qué es, pero es algo más que permite que un niño lea, entienda y le guste. Algunos de
los libros más importantes de la humanidad, La montaña mágica de Thomas Mann, por ejemplo, no
son interesantes para un niño. Pero si le das Peter Pan, hay algo que él puede leer y algo que un
adulto puede leer. No estoy hablando de una superioridad estética, digo que se plantean distintas
capas.

–Y al momento de sentarse a escribir pensando en los niños, ¿qué cosas tiene en cuenta?

–No lo sé, porque no existe exactamente ese momento de sentarme a escribir para niños. Yo
escribo para niños y para adultos: algunas de mis obras son sólo para adultos, no tienen esa capa.
Y a veces, cuando empiezo, no sé en qué va a terminar todo. Ya he vivido los dos procesos:
escribir algo que

creía que era para niños; uno o dos meses después, al releerlo, encontrar que falta algo, dejarlo de
lado, y después descubrir que eso era un cuento para adultos, o un capítulo de un libro para
adultos. Y también me pasó al revés, en el medio de una larga novela política para adultos, cuando
estaba releyendo, me dije: no me gusta mucho esta parte, está ingenua, no funciona. Se lo di a leer
a mi marido y a mi hijo (sólo doy a leer lo que estoy escribiendo en la familia) y los dos dijeron que
no estaba funcionando. La saqué, y unos años después partí de eso para hacer un libro para
jóvenes. Suele ocurrir que una parte se entromete en otra, adonde no pertenece. Hoy por hoy ya
escribí mucho para adultos y para niños, cuando empiezo ya voy sabiendo, hay un ejercicio. Pero
muy cada tanto las historias siguen entrometiéndose.

Dar luz

–Usted fue pintora. ¿Qué influencia tuvo esa formación en su oficio actual, el de escritora?
–Probablemente tuvo alguna influencia, pero no podría decir exactamente cuál. Sigo pintando
hasta hoy, pero sólo como un hobby, la mía es una pintura de domingo, de vacaciones.

–¿Por qué nunca ilustró sus propios libros?

–Porque mi pintura nunca fue narrativa. Tuve un momento figurativo, otro muy abstracto, pero las
cuestiones que yo me proponía en la tela no eran de tema. No importaba sobre qué pintaba, sino
cómo organizaba el espacio, los colores, la materia, la textura, la composición, las transparencias,
la luz. Eran cuestiones totalmente visuales y el tema era secundario. La ilustración, en cambio,
parte del tema del libro. Quizá por eso nunca sentí ganas de ilustrar libros.

–¿Y qué debe tener un ilustrador para que a usted le interese trabajar con él?

–No hay una respuesta general. Creo que cada libro, cada trama –enredo, decimos en portugués–
tiene una necesidad distinta. Hay un tipo de ilustración que sirve para un tipo de libro y no para
otros. Me interesa que el ilustrador lea el libro de manera creativa, pero a la vez de manera
respetuosa con la trama. Ilustrar tiene que ver con dar luz sobre lo que está. El ilustrador puede
hacer sus propias luces, por supuesto, iluminar otras cosas que no están. Pero no puede dejar de
iluminar lo que está. En general hoy confío mucho en los editores, los directores de arte, que ya me
conocen. Y, además, ya se desarrolló mucho la ilustración en Brasil.

Cuando los maestros no leen

–¿Cuál es la situación actual del Brasil en materia de promoción de la lectura de niños y


jóvenes?

–Se está desarrollando mucho, desde hace unos veinte años se están distribuyendo libros en la
escuela, bien elegidos, por especialistas de cada Estado, que se renuevan cada año. Este plan
comenzó en el gobierno de Cardoso y continúa bien asentado. En la Argentina tuvieron un
privilegio, en el siglo XIX estaban alfabetizados. En Brasil logramos recién en 1998 poner en la
escuela a casi todos los niños en edad escolar. Pero estos niños venían de casas donde nadie leía.
Y muchas veces sus maestros eran la primera generación lectora en su familia. Estamos al menos
un siglo retardados; entonces la escuela es fundamental. Hoy los niños en Brasil están leyendo
mucho más y siguen leyendo hasta la adolescencia, hasta los 13, 14 años. Y entonces, no leen
más.

–¿Por qué?
–Se intenta estudiar por qué: no hay conclusiones definitivas, hay indicios muy fuertes de que los
maestros de los niños hasta esa edad conocen los libros, pero de la secundaria en adelante,
cuando los libros ya tienen muchas páginas, no leyeron esos libros. Es entonces cuando no hay un
maestro general, están divididos por disciplinas. Y el de Química no lee, el de Historia tampoco,
entonces nadie habla ya de libro alguno. Los adultos modelo no leen, no hablan de libros, no
recomiendan libros. Puede ser la biografía de Pelé, no importa cuál. El caso es que si jamás un
adulto que el chico admira habla de un libro, ese chico no va a leer.

–¿Aunque hayan recibido estímulo de más pequeños?

–Así es. La adolescencia es la edad en que se buscan modelos fuera de la familia, son los
cantores, los atletas, los maestros, los modelos. Si esos modelos no hablan de libros, no los
recomiendan, no están cerca de los libros, la lectura pierde interés para el adolescente.

–¿Tan importante es el ejemplo del adulto?

–Absolutamente. Estoy convencida, y cada vez más, de que los niños aprenden todo por imitación.
Porque ven el ejemplo de los adultos, porque tienen curiosidad. Si jamás vieron a alguien tomar
agua en un vaso, no sabrían qué hacer con un vaso. Si jamás ven a adultos leyendo, no van a leer.
Yo no creo que un buen profesor de natación que no nade pueda enseñar a alguien a nadar.
Entonces creo que la manera de hacer leer a los niños es que los maestros lean. Y no sé hasta
qué punto la formación de los maestros esté preparándolos para que lean literatura. Entonces, creo
que primero los maestros deben leer. Y creo que en su formación debiera existir una preocupación
por el estímulo a la lectura, libros para adultos, de cualquier tipo, sea Agatha Christie o Julio
Cortázar. Pero que puedan descubrir lo que les gusta y poder hablar sobre ello.

–¿Cuál sería entonces el desafío para un maestro, un padre, una madre, en relación con la
lectura de los chicos?

–Despertar la curiosidad. Yo quise leer cuando era niña porque mi mamá y mi papá leían. A veces
me acercaba a ellos y me decían: espera un poquito, ya termino, no puedo atenderte ahora. ¿Qué
es eso que tienen ellos, que es más importante que yo? ¡Lo quiero para mí! El hecho de que los
adultos lean y hablen de libros, se interesen por libros, va a hacer que los niños lean, les va a dar
el ejemplo y despertar la curiosidad. Eso quizá sea posible un día. Pero la otra cosa es todavía
más difícil y lograrlo sí que sería un cambio radical.

–¿Cuál es ese cambio tan difícil?


–Que los formuladores de políticas de lectura lean. Porque si ellos creen que es muy importante
leer, pero no es importante elegir el libro, guiarnos por el placer que nos provocan, poder tirar el
que no nos gusta, todo eso que también hace a la lectura; si miran con desconfianza los libros,
entonces jamás van a dejar un tiempo para que se lea en la escuela, sin cobrar después por eso:
hacer pruebas, notas, marcas. Hora de leer y nada más. Leer en voz alta, contar lo que leímos, leer
por leer, no para hacer después una tarea. Quien lee sabe lo lindo que es hablar de libros, ¿no?
Escuchar a alguien que lee un poema, leer para quien amamos, repetir en voz alta la frase que nos
gustó. Todo eso, que es tan natural para quien lee, quien no lee no entiende, y cree que ese
tiempo en la escuela es perdido.

¿Qué cuentan los cuentos?

–Usted ha escrito libros en los que aparecen dictadores y pueblos que se rebelan. ¿Cuál
cree que es el potencial político de la literatura para niños?

–Yo no sé si es un potencial específico de la literatura para niños. A mí me surgió en la escritura


sin darme cuenta, desde mi primer libro, que está editado aquí con el nombre de Al don pirulero.
Esa historia discute la legitimidad del poder, habla de cómo y por qué se puede ordenar a los otros
que hagan cosas. Lo escribí en el ’76, en medio de la dictadura. En el ’88, cuando se acabó la
dictadura y estábamos discutiendo la nueva Constitución, ese libro fue fundamental en las
escuelas, porque hablaba de la legitimidad de las leyes, del consenso que se necesita para
construirlas. Eran cuestiones que el libro planteaba, pero no eran tan claras para mí como
aparecieron después. Esos libros no fueron hechos exactamente para tener un contenido político
para niños en ese momento, pero sí para expresar una situación de angustia, de dificultad, que
estábamos viviendo.

–¿Y cómo surgió Había una vez un tirano, tal vez su libro más emblemático en este sentido?

–Fue un libro que escribí en el fin de la dictadura, surgió porque me había cansado de llamar a ese
tirano rey. Dije: ¡No quiero más reyes, a éste lo voy a llamar tirano, y ya! Fue casi una rebelión
semántica contra la metáfora, así apareció un general con todas sus medallas, sus prohibiciones.
Cuando lo imaginé pensaba mucho en Chile en ese momento, porque Brasil, ya en el ’81, estaba
un poco más relajado. Pero en Chile era muy fuerte ese general que prohibía todo. Ese libro fue
leído en las escuelas en Brasil, los militares lo dejaron pasar... Tal vez porque los censores no
leían libros para niños (risas). Y después, con la democracia, yo pensé: el libro se acabó, ya no
habla de lo que nos pasa. Sin embargo, hoy en día ese libro está traducido hasta para tres países
árabes. Ahora me piden otra traducción al kurdo. ¡Increíble! Y ahí está. Yo quería que no fuera útil
en parte alguna, pero ahí está (risas). Entonces, sobre el efecto político, no sé exactamente cuál
es, pero que lo hay, lo hay.

–¿Y hay algo de lo que no se pueda hablar cuando se escribe para niños?

–Creo que se puede contar casi todo a los niños, depende más del lenguaje, del tratamiento, que
de un tema vedado. Hasta del suicidio, como lo ha hecho Astrid Lindgren. Personalmente creo que
las historias para niños siempre deben tener algo de esperanza, ésa es mi visión. Pero, después,
podemos hablar de todo, porque la vida consiste en todo. En la vida tenemos que contar a los
niños situaciones dolorosas, muertes, separaciones, cosas que no nos gustan. Yo tuve un cáncer,
mi hija tenía ocho años. Tuve que contarle que iba a operarme, que iban a sacarme el seno, que
iba a perder todo el pelo, a tener náuseas. Porque ella no podía verlo por primera vez cuando
ocurriera, tenía que contarle esa historia que estaba por vivir. Cuando se la conté, ella me
preguntó: ¿Tú me prometes que no vas a morir? Eso no te lo puedo prometer, le dije, pero sí te
puedo prometer que voy a hacer todo lo que pueda para no morir. Lo vivimos juntas. Si uno puede
hablar de eso con sus hijos, entonces la literatura puede hacerlo también.

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