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No hay mejor manera de proteger el derecho a la vida (digna) que fortalecer la verdadera

libertad de todos para ejercer el derecho a la vida. Es decir, respetar (no condenar) y garantizar
(dar condiciones para ejercerlo) el derecho a elegir cómo intervenir en nuestro proceso de morir.
Es más, si nuestras decisiones de diseño de vida, que pueden no ser mayoritarias, responden al
interés legítimo de todos de evitar el dolor y el sufrimiento que provoca la prolongación de la
existencia. Por lo tanto, reconocer el derecho de las personas a morir con dignidad significa que
es posible exigir al Estado que proporcione medidas para realizar este derecho de la manera más
segura posible. Esto incluye brindar información sobre las alternativas disponibles (incluidos los
cuidados paliativos), garantizar que el consentimiento a la opción elegida sea libre, claro e
informado, acompañar a los familiares para que comprendan las implicaciones de la decisión y
respetar las objeciones de conciencia de los medicos.
Hoy ha llegado la pandemia del Covid-19, revelándonos la enorme fragilidad de nuestras vidas
y la urgente necesidad de concienciar sobre la importancia de tomar decisiones informadas
sobre nuestro proceso de muerte. Así como hablamos abiertamente sobre si queremos ser
donantes de órganos, es igualmente necesario compartir nuestra visión sobre cómo escribir el
último capítulo de nuestras vidas. El caso de Ana Estrada ha hecho y sigue haciendo historia en
el Perú, me atrevo a decirlo, en la región y en el mundo. Tenemos la responsabilidad de
domesticar y mantener latente un tema que, con el tiempo, comienza a ser reconocido como lo
que es: un tema vital de derechos humanos.
El acto libre que tiene como base la dignidad de la persona no puede suponer un daño para la
persona aun con su consentimiento, pues devendría en la desnaturalización de este acto y se
estarían menoscabando todos los demás derechos, incluido el del libre desarrollo de la
personalidad. Usar el argumento del respeto de la libertad y la autonomía para acabar con la
propia vida es un contrasentido donde a merced del ejercicio irrestricto de estas dos capacidades
se acabaría con la vida, la libertad y autonomía misma de quien las ostenta, pasando a la calidad
de objeto o medio para la realización de esta acción. Esto, además de tener una repercusión
negativa en el bien y la integridad de la persona, terminaría también afectando el fundamento
del orden constitucional que es precisamente la defensa de la dignidad de todo ciudadano. La
libertad no puede ser tergiversada de tal manera que se validen abusos contra la persona misma.
La “terrible experiencia de la pandemia que estamos sufriendo, y que ha causado la muerte de
miles de peruanos”, apuntan, “nos ha unido en el incansable esfuerzo por salvar la vida y toda
vida hasta el último momento, sin ninguna distinción o excepción, porque nos impulsa el amor
al prójimo y reconocer en cada enfermo al mismo Cristo que sufre en la carne del hermano”.
Nadie tiene el derecho de quitar la vida de una persona y toda persona merece vivir, aun el caso
de Anna estrada sigue consciente.

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