persas mantendrían su dominio en territorios que los griegos nunca ha-
bían controlado. Como es bien sabido, Alejandro rechaza las peticiones
de Darío y en respuesta (también recogida por Arriano, Anábasis, II, 14, 4-9) le indica que a partir de ahora debería considerarle como “señor de toda Asia” y “rey de Asia”. Aunque, en efecto, las cartas puedan ser consideradas apócrifas, las ideas contenidas en ellas no tienen por qué ser falsas. Da la impresión, por lo tanto, de que en los meses que transcurren desde la entrada de Alejandro en Asia y la batalla de Iso, el rey cambia o, quizá mejor, am- plía sus pretensiones; completada la liberación de las ciudades griegas, su siguiente objetivo es ya la capitulación de Darío y la ocupación de su imperio, lo cual entraría ya de lleno en la otra finalidad de la campaña: la venganza por la invasión persa de Macedonia y Grecia. Los éxitos su- cesivos, antes incluso de la derrota definitiva de Darío en Gaugamela, así como el importante respaldo ideológico que recibirá en Egipto, debieron de acabar de convencer a Alejandro de lo justo de sus metas y del respaldo divino que tenía para conseguirlas, algo que no debemos despreciar cuan- do tratamos sobre el mundo antiguo, donde las personas tenían siempre presentes a los dioses y a sus designios. Esto, además, es mucho más claro en Alejandro, a quien su madre, a la que se le atribuye un tipo de religiosi- dad muy intenso vinculado a los cultos mistéricos de Samotracia, le debió de inculcar profundas ideas religiosas; por ende, la propia genealogía de Alejandro, en la que confluían Heracles y Aquiles, a los que el rey consi- deraba no de forma metafórica sino real como sus antepasados, debieron de impulsarle a ampliar el radio de acción de una campaña que su padre, casi con seguridad, no hubiese prolongado en el tiempo más que lo estric- tamente necesario para conseguir los objetivos prefijados. Aclarado este punto, pasamos al otro que queríamos abordar para fi- nalizar este capítulo, el ejército macedonio. Nadie duda hoy día de que el verdadero creador del ejército macedonio que conquistaría Grecia y el Imperio persa fue Filipo; además, tuvo que actuar deprisa porque su subida al trono se produce después de la terrible derrota y muerte de su hermano Perdicas III, junto con 4.000 soldados, en una batalla contra los ilirios. Pocos años después, Filipo ha restaurado las fronteras macedonias e inicia su progresivo dominio sobre Grecia. Además de sus innegables