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EL ORGULLO QUE PRECEDE A LA CAÍDA

Al añadir el vasto dominio persa a su reino balcánico, Alejandro forjó un imperio


euroasiático de una extensión sin precedentes. Sin embargo, no le bastó: el
conquistador ignoró la lección griega acerca de lo peligrosa que puede llegar a ser la
arrogancia, y se aventuró con insolencia en la consecución de más territorios; más
de lo que cualquier hombre podría lograr de forma realista. Sometió a Bactriana (en la
actual Afganistán) y se casó con Roxana, la hija de un jefe bactriano. Luego invadió la
India en el 327 a.C. y cruzó el río Indo, la frontera más lejana del antiguo Imperio
Persa. La llegada de los monzones actuó de forma implacable sobre las tropas de
Alejandro, que enfermaron de fiebre y se amotinaron hasta que, en el 325 a.C., se
dieron la vuelta.

El genio de Alejandro no era político ni diplomático, sino militar. Hizo esfuerzos


irregulares para organizar su enorme imperio al estilo de los persas; contrató a
funcionarios persas y se casó con princesas persas (al igual que docenas de sus
comandantes). Muchos macedonios sintieron que depositaba demasiada confianza
en personas que todavía eran consideradas enemigas, y los griegos sólo aceptaron a
regañadientes su particular petición de ser reconocido tan divino como algunos
monarcas de Oriente Próximo. "Si Alejandro quiere ser un dios", observaron los
espartanos con escepticismo, "dejadle que sea un dios".

Alejandro el mortal murió repentinamente (quizá de fiebre tifoidea) en Babilonia en el


323 a.C. Su imperio se fracturó tras su muerte, pero esas tierras ya habían cambiado
para siempre, impregnadas de la cultura y el espíritu cosmopolita de un mundo
griego más amplio que nació gracias a Alejandro.

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