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EL FANTASMA DE LA HIPERINFLACIÓN

La hiperinflación es el crecimiento de la inflación a una tasa muy alta en un período de


tiempo muy corto. Por lo general, la hiperinflación se produce en un contexto de fuerte
desestabilización de la economía unida a problemas políticos o situaciones de guerra. A
continuación veremos ejemplos de algunos de los casos de hiperinflación más famosos del
siglo pasado: LA PEOR HIPERINFLACIÓN DE LA HISTORIA: REPÚBLICA FEDERAL DE
YUGOSLAVIA Entre los años 1991 y 1992, la República Federal Socialista de Yugoslavia
sufrió la separación de cuatro de las seis repúblicas que la Tasa de LA PEOR
HIPERINFLACIÓN DE LA HISTORIA: REPÚBLICA FEDERAL DE YUGOSLAVIA Entre los años
1991 y 1992, la República Federal Socialista de Yugoslavia sufrió la separación de cuatro
de las seis repúblicas que la componían: Eslovenia, Croacia, Macedonia y Bosnia-
Herzegovina. Después de esto pasó a llamarse República Federal de Yugoslavia, formada
por las dos restantes repúblicas: Serbia y Montenegro. Tras los fuertes enfrentamientos
internos y la crisis política vivida entre los años 1991 y 1992, la nueva República Federal de
Yugoslavia debió enfrentar el peor episodio de hiperinflación que se ha registrado en la
historia, sucedido entre 1993 y 1994. Debemos recordar que esta nueva República venía
de una tradición socialista de la que había heredado gastos gubernamentales muy altos.
Apenas unos años antes había iniciado su transición al sistema capitalista y el gobierno
tenía dificultades para cubrir sus gastos, de manera que empezó a imprimir billetes para
financiarse, lo que presionó grandes alzas en los precios. El gobierno trató de contener la
inflación imponiendo controles de precios, es decir, estableciendo los precios máximos a
los que se podían vender los productos; pero debido a la persistente inflación, esto hizo
que los productores obtuvieran precios demasiado bajos y se rehusaran a vender sus
productos en las tiendas del gobierno. Otras tiendas prefirieron cerrar sus puertas y los
agricultores optaron por no sembrar antes que vender a precios tan bajos. Sin embargo, el
problema de fondo no era sólo controlar el crecimiento de los precios. Al generarse una
inflación acelerada la gente se enfrenta cada día al problema de que el dinero que recibe
no le alcanza para comprar sino una pequeña proporción de lo que podía comprar antes;
así, la hiperinflación se ve acompañada de una pérdida generalizada de la confianza en la
moneda; por esta razón, para salir de un período de hiperinflación es necesario que el
gobierno lleve a cabo los ajustes necesarios para estabilizar la economía y, además,
cambie la moneda. El cambio de moneda restaurará la confianza de las personas y en esa
medida el dinero recuperará sus funciones de medio de cambio, unidad de cuenta y
depósito de valor. Parte de lo que alimenta una hiperinflación es el hecho de que nadie
quiere conservar la moneda en sus manos, sino que prefiere cambiarla de manera
permanente por otros objetos o monedas. Así, en octubre de 1993 el gobierno creó una
nueva unidad monetaria. La moneda yugoslava era el dinar y se decretó como nueva
moneda el nuevo dinar, que sería equivalente a un millón de viejos Dinares. A pesar de
esas medidas, el dinero seguía perdiendo su valor, muchos negocios se negaban a aceptar
la nueva moneda yugoslava y se empezaron a realizar transacciones en marcos alemanes;
sin embargo, a los empleados gubernamentales y los pensionados todavía se les pagaba
en dinares yugoslavos, de manera que todavía existía un intenso intercambio en esa
moneda. El 24 de enero de 1994 el gobierno introdujo otra nueva moneda, el superdinar,
que era equivalente a diez millones de nuevos dinares. En menos de doce meses
Yugoslavia ya había tenido tres tipos de monedas diferentes: Dinar, Nuevo Dinar y
Superdinar. A pesar de estas medidas, la inflación siguió su curso, al punto que entre
octubre de 1993 y enero de 1995 el incremento porcentual de precios fue de un cinco
seguido de quince ceros: 5.000.000.000.000.000%.
LA HIPERINFLACIÓN ALEMANA
Podría afirmase que la hiperinflación que sufrió Alemania en 1922 empezó a gestarse
durante la primera guerra mundial (1914-1919); por aquella época, el gobierno alemán
estaba convencido de que iba a ganar la guerra, y por este motivo decidió financiar los
gastos de la guerra mediante préstamos y no mediante el cobro de impuestos a sus
ciudadanos, ya que tenía la esperanza de que al finalizar la guerra y ellos ser los
ganadores, iban a tener la manera de forzar a los perdedores para que pagaran los costos
del conflicto. Pero nada de lo que esperaba el gobierno alemán sucedió. Alemania perdió
la guerra y los ganadores le impusieron fuertes multas para reparar los daños que había
dejado el conflicto. Los alemanes, por su parte, consideraron que estas multas de
reparación eran injustas y se negaron a pagar. Como represalia por no pagar, Francia y los
otros aliados ocuparon una zona industrial ubicada en la frontera occidental alemana
llamada Ruhr. Esta ocupación hizo que Alemania se viera forzada a utilizar cada vez más
moneda extranjera, al tiempo que le impedía cobrar impuestos a los productos que
entraban por esta zona. Todo esto hizo que la situación económica de Alemania fuera
cada vez más difícil; así, al verse incapaz de cubrir sus gastos, el gobierno empezó a
imprimir dinero para financiarse. Esto hizo que el marco alemán perdiera cada vez más
valor frente a las monedas extranjeras y, por tanto, que los productos importados fueran
cada vez más costosos. Los precios aumentaban y el gobierno debía seguir imprimiendo
dinero para cubrir sus gastos. Los precios empezaron a crecer de una manera
descontrolada y se cayó en un proceso de hiperinflación. Los precios subían varias veces en
un mismo día y la población alemana buscaba deshacerse de su dinero tan rápido como
fuera posible, antes de que siguiera perdiendo su valor y tuviera cada vez menor
capacidad de compra. Para mediados de 1923, el dinero perdía su valor con cada minuto
que pasaba: una barra de pan podía costar 20.000 marcos en la mañana y 5’000.000 de
marcos en la noche. Los precios en las cartas de los restaurantes aumentaban mientras
sus clientes comían, y a los trabajadores debían pagarles dos veces al día debido a la
constante pérdida de valor del dinero.
La hiperinflación hizo que la gente no quisiera mantener el dinero en sus manos porque
perdía valor. La crisis de confianza en el marco alemán hizo que las personas buscaran
realizar las transacciones sin tener que utilizarlo, reemplazándolo por otros bienes o por
moneda extranjera. Al final de la crisis el valor del marco había disminuido tanto, que un
dólar estadounidense ya era equivalente a 4,2 trillones de marcos alemanes.

EJEMPLOS RECIENTES DE HIPERINFLACIÓN EN AMÉRICA LATINA


Bolivia A lo largo de los años ochenta, Latinoamérica vivió varios episodios de
hiperinflación, algunos de los casos más conocidos son los de Argentina, Bolivia y Brasil. El
más dramático de estos casos y uno de los peores a nivel mundial fue el ocurrido en
Bolivia, entre 1984 y 1985. El proceso de hiperinflación boliviana estuvo precedido por una
gran inestabilidad política: el período comprendido entre 1978 y 1982 estuvo
caracterizado por sucesivos golpes de Estado, tanto que en sólo cuatro años llegó a haber
nueve jefes de estado; situación que afectó fuertemente la economía boliviana, lo que se
vio reflejado en una significativa disminución de la producción nacional y de las
exportaciones. A comienzos de la década de los años ochenta hubo un cambio en el
gobierno boliviano, lo que trajo mayor estabilidad política; sin embargo, los problemas
económicos se acrecentaron ya que los gastos del gobierno empezaron a aumentar y sus
fuentes de financiación a disminuir. Es decir que hubo un aumento en la cantidad de
dinero que el gobierno boliviano debía pagar, pero tenía cada vez menos recursos para
hacer estos pagos. Estas dificultades de financiación se debían, principalmente, a que cada
vez era más difícil conseguir préstamos internacionales, la economía no estaba teniendo
un buen desempeño y el recaudo de impuestos había disminuido; de manera que para
poder cubrir sus gastos, el gobierno boliviano recurrió a la impresión de billetes, lo que
llevaría más tarde a un fuerte proceso de hiperinflación. El proceso de hiperinflación
empezó en 1982, y su momento más crítico se vivió entre los años 1984 y 1985; la tasa de
inflación en estos dos años llegó a ser tan alta, que en algunos meses los precios
alcanzaron un aumento increíble: por ejemplo, en agosto de 1985 la inflación ascendió a
20.560%, pero un mes más tarde esta suma se situó en 23.447%; aunque cabe anotar que,
en promedio, la hiperinflación se mantuvo en 11.700%; así, ¿te imaginas que un dulce
pase de costar $100 a $1’170.000 en un solo año? Como en otros casos de
hiperinflaciones, la baja de precios vino de una manera repentina. En agosto de 1985, y
tras un nuevo cambio de poder en el gobierno boliviano, empezó un proceso de
estabilización económica. Para fortuna de la población boliviana, las reformas iniciadas
por el nuevo gobierno surtieron efecto al poco tiempo. Argentina Al igual que en Bolivia, el
caso de hiperinflación argentina estuvo precedido por una fuerte crisis política y por un
pobre comportamiento de la economía nacional; este proceso de hiperinflación se inició en
1981 y alcanzó su momento más crítico en 1985. La economía argentina venía teniendo un
desempeño poco favorable: desde 1975 el crecimiento económico anual había sido muy
bajo, a lo que se sumaba el constante aumento del déficit fiscal y de la deuda externa. En
1981 la tasa de inflación ascendió a 131% anual y en 1982 siguió aumentando hasta llegar
a 210% anual. El fenómeno inflacionario no cesaba hasta el punto en que la tasa de
inflación anual de 1983 llegó a ser de 400%, mientras que los salarios sólo aumentaron un
100%. Esto significó una enorme pérdida de poder adquisitivo para los argentinos ya que,
mientras el salario de los trabajadores se multiplicó por dos, el costo de vida se multiplicó
por cuatro.
A finales de 1983 se reestableció el sistema democrático después de varios años de
dictadura militar; esto trajo una mayor estabilidad política y un poco de estabilidad
económica, pero aún así la tasa de inflación seguía siendo muy elevada. La situación
empeoró en 1984, año en que la inflación llegó a 627%, y a principios de 1985, cuando
ascendió a 672%. Para frenar este proceso inflacionario, el gobierno argentino decretó la
congelación general de precios y promovió un cambio de la moneda nacional. En el año
1985 se eliminó el peso argentino como moneda nacional y se introdujo el austral. Esta
nueva moneda sería equivalente a mil pesos argentinos. Para que estas reformas pudieran
tener efecto, el gobierno se comprometió a frenar las impresiones de dinero que había
venido haciendo para cubrir sus gastos. Gracias a que se cumplió la promesa de no seguir
emitiendo dinero, los efectos del cambio de moneda y de la congelación de precios
empezaron a verse muy pronto. Entre junio y julio de 1985, tan sólo un mes después de
adoptadas estas reformas, el aumento de precios se redujo de 30,5% a 6,2%. Sin embargo,
la alegría no habría de durar mucho. En 1989 se volvió a acelerar la inflación, esta vez
hasta alcanzar un nivel anual superior a 3.000%; con esto, para reestablecer el orden de
los precios fue necesario varios cambios políticos y económicos: el presidente Raúl Alfonsín
fue reemplazado por Carlos Menem, quien, luego de tener tres ministros de economía,
logró establecer el llamado Plan de Convertibilidad, el cual determinó una tasa de cambio
fija entre la moneda argentina y el dólar, eliminó el aumento automático de los valores de
contratos como los arriendos o los salarios a la par de la inflación (lo que se conocía como
indización), y prohibió que se emitiera moneda que no estuviera adecuadamente
respaldada por reservas del Estado; además, el Plan de Convertibilidad fue una
herramienta eficaz para luchar contra el aumento de los precios, al punto que la inflación
cayó a menos de 1% mensual, e incluso llegó a ser negativa en algunos meses.

Brasil En el momento en que ocurre la hiperinflación brasileña de 1986, este país ya había
sufrido dos hiperinflaciones, una en 1979 cuando el alza de precios alcanzó 100% y otra en
1983 cuando esta alza fue de 200%. En 1985 y después de 21 años de dictadura militar,
Brasil adoptó nuevamente un sistema democrático. Debido a las hiperinflaciones que se
habían sufrido en los últimos años y para facilitar la implementación de las políticas
económicas del nuevo gobierno, se decretó una congelación general de los precios. Sin
embargo, esta medida no fue suficiente para evitar que los precios crecieran a grandes
pasos, y empezó a asomarse una amenaza de hiperinflación mucho más fuerte que
aquellas vividas en 1979 y 1983. Para evitar un nuevo episodio de hiperinflación, el
gobierno brasileño decidió implementar unas medidas conocidas como el Plan Cruzado. La
primera medida fue cambiar la moneda nacional: se eliminó el cruceiro y se adoptó como
moneda nacional el cruzado. Un cruzado sería equivalente a mil cruceiros. A la vez, se
decretó una congelación general de precios. Este plan logró mantener las tasas de
inflación bajas por seis meses; sin embargo, menos de un año después los precios
empezaron a subir descontroladamente y en junio de 1987 la tasa de inflación llegó a ser
de 800% anual. El caso de Brasil es un ejemplo de todas las precauciones que debe
adoptar un gobierno si quiere controlar la tasa de inflación. El gobierno brasileño adoptó
medidas parecidas a las de otros países latinoamericanos, como por ejemplo la
congelación de precios y el cambio de la moneda nacional, no obstante, no fue igualmente
estricto en el control de las finanzas del Estado, es decir, en la cantidad de gasto y en la
forma de financiar este gasto. Esto llevó a que las medidas adoptadas no fueran
suficientes y por lo tanto, a que se cayera en una hiperinflación más alta que las vividas en
años anteriores.
Venezuela. Las alzas de precios, súbitas y brutales en los últimos meses, tienen un
nombre: hiperinflación, una zona oscura de la economía y de la vida cotidiana de las
sociedades que un puñado de países ha sufrido desde hace un siglo, entre ellos varios
vecinos de América Latina donde hubo, como ocurre en Venezuela, un manejo
desordenado de las cuentas fiscales y la emisión de dinero sin respaldo económico que
perdía rápidamente valor y del que todos buscaban deshacerse antes de que los precios
escalasen más y más. Para atajar ese perverso proceso fueron necesarios programas de
estabilización. ¿Cómo se hicieron? ¿Cuáles sacrificios implicaron? ¿Hay un esfuerzo
parecido en el horizonte de la economía y la política en el país?

En Bolivia, los empleados que almorzaban en el restaurante de la cuadra ordenaban la


comida y la cuenta al mismo tiempo: el precio del plato podría duplicarse cuando llegasen
al postre. En Argentina, en la mañana de pago al trabajador, su esposa tomaba
rápidamente el sobre con el dinero para correr a hacer compras antes de los aumentos de
precio de cada tarde. En Brasil, las diarias alzas y remarcajes de precios dispararon las
ventas de calculadoras de bolsillo de la empresa Dismac: anécdotas de la cotidianidad en
América Latina de tres décadas atrás, que asombran, pero ya no tanto, a quienes viven en
Venezuela.

La inflación venezolana en 2017, aún sin las cifras del Banco Central, fue de 2.616%,
según calcula la Comisión de Economía de la Asamblea Nacional. La firma Ecoanalítica
la estimó en 2.735%. Fue en octubre cuando la inflación mensual fue superior a 50%, cota
reconocida por los estudiosos de la economía, desde hace 60 años, para marcar el ingreso
de un país en el túnel de la hiperinflación: una inflación que no solo es muy alta sino que
avanza aceleradamente, destruyendo la capacidad de compra de la moneda.
“Aunque la hiperinflación suele ser definida como episodios en los que la tasa de inflación
excede 50% en un mes, muchos expertos consideran que existen episodios
hiperinflacionarios cuando es alta y se acelera continuamente, incluso si la tasa mensual
no llega a 50% pero la tasa anual excede 100% por tres o más años consecutivos. La
hiperinflación refleja el rechazo de la población por el dinero local”, señaló Javier
Escobal, doctor en Economía por la holandesa Universidad de Wageningen e investigador
principal en el peruano Grupo de Análisis para el Desarrollo.

Venezuela tuvo su último año de inflación con solo un dígito (6,2%) en 1983; entre 1984 y
2012 promedió 32% anual; en 2013 alcanzó 56,2%, en 2014 fue de 68,5% y en 2015,
último año con cifras del BCV, se le ubicó oficialmente en 180,9%. Para 2016 los
economistas independientes la estimaron en 550% y, tras la disparada de 2017, asoman
negros presagios para el año que comienza.

La inflación “puede llegar a 10.000% si el BCV sigue financiando al gobierno”, advirtió


el diputado opositor José Guerra, ex director de  la Escuela de Economía de  la
Universidad Central  de Venezuela. Tamara Herrera, de Síntesis Financiera, ha hablado
de 6.000%. La firma Torino Capital la proyectó a 10.554%: precios 100 veces más altos
que al cierre de 2017.

Primero fueron los vecinos

Desde hace un siglo se han registrado hiperinflaciones en un puñado de países en cuatro


continentes, asociadas a pésimos manejos de su economía o a su desplome en tiempos de
posguerra. En América Latina han acompañado crisis políticas, la mayoría en los años
ochenta y noventa del siglo XX; algunas duraron pocos meses y fueron superadas con
distintos grados de sacrificio. Venezuela reestrena el fenómeno tres décadas después.

Las más breves fueron las de Chile en 1973 y Perú en 1988, que duraron apenas un mes;
una réplica en Perú abarcó dos meses de 1990; en Brasil duró cuatro meses, a finales de
1989 y comienzos de 1990; en Argentina, por la misma época, 11 meses; en Bolivia 18
meses, entre 1984 y 1985; y la más larga fue la de Nicaragua, 58 meses, desde 1986 hasta
1991.

Un indicador de la gravedad del daño ha sido el lapso en el cual se duplicaban los precios
durante los meses de mayor inflación. Así, en Perú en agosto de 1990 se duplicaron cada
13 días; en Nicaragua, en marzo de 1991, cada 16 días; en Argentina, en julio de 1989,
a los 19 días; en Bolivia, en febrero de 1985, a  los 20 días; en Chile, en octubre de 1973,
a los 34 días; y en Brasil, en marzo de 1990, a los 35 días.

En Venezuela, con base en la inflación del pasado noviembre, los precios se duplicaron
cada 47 días, “pero a la velocidad que avanza la hiperinflación, al cierre del año los
precios ya deben haberse duplicado con una frecuencia menor a 40 días”, indicó Marino
González, profesor del departamento de Ciencias Económicas y Administrativas en  la
Universidad Simón Bolívar.

El origen
La existencia de déficit fiscal permanente financiado con la emisión de dinero inorgánico
es la causa principal de la hiperinflación, afirmó Escobal. Sin embargo, dijo el
economista, las causas últimas están en el manejo de las cuentas fiscales y la manera cómo
se financia el déficit de los gobiernos.

Por ejemplo, en Argentina, donde la inflación escalaba desde mediados del siglo XX y con
cada vez menos reservas internacionales, el gobierno lanzó un plan de cambio de moneda
(el austral, en vez del peso) seguido de continuas devaluaciones para financiar el déficit
fiscal, que al final se hizo incontrolable: la gente perdió toda confianza en su moneda,
corriendo a cambiarla por bienes o divisas, y se dispararon los precios.

En Bolivia se conjugaron un excesivo gasto del Estado con un incremento de la deuda por
la subida de intereses y refinanciamiento con más deuda, caída de los precios de las
materias primas que exportaba, devaluación de la moneda, emisión de dinero inorgánico,
falta de credibilidad en las autoridades y demandas sociales en medio de conflictos
políticos.

Otro ejemplo fue Perú, donde “las principales causas fueron las medidas de corte
heterodoxo que los gobiernos de turno (presidencias de Alan García 1985-1990 y de
Alberto Fujimori 1990-2000) aplicaron para poder superar la crisis heredada de sus
antecesores. La principal medida económica consistió en el congelamiento de precios
básicos, sueldos y la tasa de cambio relativa al dólar. Sin lugar a dudas, la emisión de
dinero sin respaldo también tuvo un papel fundamental en esa coyuntura”, recordó el
gerente de estudios económicos de la Asociación de Bancos del Perú, Alberto Morisaki.

Debido a la emisión de dinero inorgánico (sin respaldo en la economía real) la liquidez


monetaria en Venezuela pasó de 2 billones de bolívares en 2015 a 10,4 billones al
terminar 2016 y 127,3 billones al cierre de 2017, con incrementos de hasta 16% en una
sola semana. Entretanto, la economía no creció: el producto interno bruto (totalización de
bienes y servicios producidos durante un año) estaba el año pasado 35% por debajo del de
2014 y el gobierno informó que solo en 2016 hubo una contracción de 16% del PIB.

El impacto

“La literatura económica ha documentado que son los pobres los más afectados por la
hiperinflación. Mientras que los menos pobres y los ricos pueden recomponer sus activos y
ahorros, quienes dependen solo de su salario ven su poder adquisitivo mermado
rápidamente. Intentar resolver el problema con una indexación de salarios es inútil,
especialmente si ese incremento es financiado con emisión inorgánica. Los precios siempre
aumentarán más rápido y la capacidad adquisitiva de los más pobres seguirá
reduciéndose”, afirmó Escobal.

En el Perú de 1988, con cada medida gubernamental que provocaba más inflación y
escasez, sobre todo de alimentos, “el aumento del desempleo y la caída drástica de
ingresos fue el costo social del desastre económico, provocando el surgimiento de un
sector informal de proporciones nunca antes vistas. Además, el Estado en bancarrota ya
no podía cumplir con sus obligaciones de asistencia social, educación, salud y
administración de justicia”, rememoró Morisaki.

En Argentina, en marzo de 1989, 25% de la población estaba en la pobreza. Para octubre


de ese año 47% de sus habitantes eran pobres.

En Venezuela, según la Encuesta de Condiciones de Vida desarrollada por tres


universidades caraqueñas, en 2016 la pobreza casi se duplicó al abarcar 82% de la
población versus 48% tres años antes. “Más de la mitad de la población, 51%, tenía
dificultades para mantener una dieta básica de alimentos. Aún no tenemos los resultados
de 2017, pero podemos suponer que la situación ha empeorado, amén de que la inflación
en alimentos suele ser superior al promedio inflacionario. A alguien le podrá alcanzar el
ingreso para comprar un cartón de huevos mañana, pero no pasado mañana”, ejemplificó
González.

¿Cómo se sale? 

 “Todas las hiperinflaciones en el mundo se han detenido cuando la autoridad monetaria


deja de financiar el déficit del sector público, y este logra balancear sus ingresos y gastos.
¿El ajuste es doloroso? Sí. Lo es. Pero más doloroso es continuar transfiriendo riqueza de
los pobres a los ricos a través de ese impuesto llamado inflación”, manifestó Escobal.

En Perú, una semana después de asumir la Presidencia, acto que ocurrió el 28 de julio de
1990, Alberto Fujimori lanzó un paquete de medidas contra la inflación: se eliminó el
dólar controlado, subieron precios y tarifas aunque con algún subsidio al transporte, y se
previó un máximo de 600 millones de dólares para compensaciones sociales, en tanto el
gobierno anunció que solo gastaría los ingresos que percibiera. Al comienzo algunos
efectos fueron difíciles: el kilo de azúcar pasó de 150.000 a 300.000 intis, el pan francés
de  9.000 a 25.000, el galón de gasolina de 21.000 a 675.000; pero en el mediano y largo
plazo hubo crecimiento económico, se detuvo la inflación y se redujo la pobreza.

En el Brasil de los años noventa, bajo la batuta del entonces ministro de Finanzas y luego
presidente Fernando Henrique Cardoso, se adoptó el Plan Real, ideado por el economista
Edmar Bacha, consistente en crear una moneda ficticia en paridad con el dólar,  la
UVR  (Unidad de Valor Real), con la que se cotizaban oficialmente sueldos, precios e
impuestos. Los precios se mantenían estables en reais (reales), aunque esta moneda al
paso de los días costase más cruceiros, unidad de cambio que se fue olvidando en procura
de la nueva, en paralelo con medidas de control del gasto fiscal.

En Nicaragua, entre 1990 y 1991, el gobierno de Violeta Chamorro, que siguió a la


revolución sandinista, cambió la moneda, el córdoba, por un “córdoba oro” equivalente al
dólar y comenzó a pagar a sus empleados con la nueva denominación, hacia la que fluyó
rápidamente el resto de la economía; luego vinieron ajustes en las tasas de cambio, en
precios y en salarios, y se detuvo la emisión de dinero sin respaldo.
En Argentina se detuvo la hiperinflación con un plan parecido, que equiparó la moneda
local con el dólar y a partir de allí se controló el gasto. Se dictó  la  Ley  de
convertibilidad para establecer que solo podía emitirse nueva moneda si estaba
respaldada en reservas, es decir, en divisas: cero emisión de dinero inorgánico.

En todos los casos la estabilización conllevó una inmediata alza de precios que descolocó
temporalmente a los sectores de pocos ingresos, aunque luego llegaron los equilibrios y
nuevas inversiones atraídas por la estabilidad en precios y gastos. Salir de la
hiperinflación también se ha acompañado, a menudo, de relevos políticos, incluidos
cambios de gobiernos, y, sobre todo, de la implantación de una nueva moneda.

¿Y Venezuela? 

Para Asdrúbal Oliveros, director de Ecoanalítica, es necesario dar un giro total dentro de
la política económica: “Se debe ir a un esquema de disciplina fiscal, restituir la autonomía
del BCV, menguar el control cambiario y solicitar auxilio internacional, de organismos o
del Fondo Monetario Internacional, que puedan proveer de liquidez para hacer frente a
todos los problemas”.

A Venezuela, agrega, le urge el diseño de un plan profundo de reconstrucción de la


economía en el que la prioridad sea resolver el problema hiperinflacionario. “Con pañitos
calientes no se va a lograr. La historia de los países que han pasado por hiperinflaciones
demuestra que cuando no se hacen los giros de raíz en las políticas que la generaron, la
enfermedad no desaparece”.

González destaca que  la hiperinflación, con su angustioso cambio casi diario en los
precios de bienes esenciales, no está en el primer plano del debate en la agenda
venezolana. Al menos no en la de sus dirigentes. “No lo está en la del gobierno, que no se
plantea un plan o medidas que traten de contener la hiperinflación, ni tampoco en los
movimientos de la oposición política, a pesar de que es el gran tema que castiga a toda la
población”.

Hay, además, insistió González, un agravante: “La hiperinflación es como un tobogán, en


cuyo comienzo es posible devolverse, pero no cuando la inclinación es muy prolongada y
es mucho mayor la velocidad de la caída. Así, los precios se duplicarán cada vez más
rápidamente, el episodio hiperinflacionario podría durar más tiempo y perjudicará sobre
todo a los que están fuera de la economía formal, a los más pobres”.

La hiperinflación venezolana, informó el experto, es la segunda del siglo XXI, después de


la de Zimbabue; la primera en América Latina en casi tres décadas y la primera en un país
petrolero que no está en guerra. “Se requiere un programa de estabilización que en el
corto plazo desmonte los controles sobre los precios y los tipos de cambio. Como señaló
John Maynard Keynes (el influyente economista británico que vivió entre 1883-1946) hace
casi un siglo, no hay efecto más destructivo para una sociedad que el deterioro de su
moneda”.

Alemania, Hungría, Zimbabue


La hiperinflación ha afectado otras sociedades con hechos y cifras duramente reales,
aunque sus alocados números podrían parecer obra de una amarga fantasía.

Alemania, derrotada en  la Primera Guerra Mundial, debió indemnizar a los vencedores y


el gobierno socialdemócrata, con una crisis para mantener las empresas públicas, emitió e
imprimió dinero en cantidades colosales, llevando la inflación hasta 1 billón por ciento en
1923. Se imprimieron billetes de 100 billones de marcos. La gente combatía el frío
quemando billetes, más baratos que comprar leña. Las nóminas se pagaban a los
trabajadores hasta 2 veces al día. Los consumidores llevaban el dinero en carretillas para
compras simples. En enero de aquel año una canilla de pan costaba 250 marcos, 9 meses
después llegó a 200 millardos. Una nueva moneda desde noviembre de 1923, el
Rentenmark (marco seguro), con respaldo no en oro sino en tierras y producción nacional,
logró detener la hiperinflación.

Hungría experimentó la mayor hiperinflación de la historia, 41,9 trillones por ciento en


1946, destruida la economía del país tras la ocupación nazi y la expulsión de Alemania por
fuerzas soviéticas durante la Segunda Guerra Mundial. Con los precios fuera de control,
una tasa de inflación de 207% diarios, con los precios duplicándose cada poca hora, su
moneda, el pengó, se devaluó de tal modo que llegaron a emitirse billetes de 100 trillones
hasta que el proceso se detuvo al implantarse en agosto de 1946 una nueva moneda, el
florín, que comenzó a cambiarse a razón de 400.000 cuatrillones de pengós por cada
florín.

La de Zimbabue, en África suroriental, es con la de Venezuela la otra hiperinflación del


siglo XXI. El 16 de julio de 2008 llegó a 2,2 millones por ciento. Una bebida cuyo precio
era 100.000 millones de dólares zimbabuenses una hora después costaba 150.000
millones. Cuando el país se independizó en 1980 su moneda se tasaba por encima del
dólar estadounidense, pero una desastrosa economía agrícola, confiscación de tierras,
emisión de dinero sin respaldo para pagar a empleados públicos y controles de precios por
decreto lanzaron al país por el despeñadero de la hiperinflación desde 2004. En 2007,
cuando la inflación pasó de 1.700% a 11.000%, el gobierno la declaró “ilegal” y
ejecutivos de empresas fueron a la cárcel por aumentar los precios. En 2008, cuando la
inflación se reconocía en varios millones por ciento, el gobierno emitió billetes de 100.000
millones de dólares zimbabuenses y preparaba la impresión de los de 200.000 millones,
aunque se detuvo por la negativa de Alemania a venderle papel para esos fines. En agosto
de ese año el emisor Banco de la Reserva comenzó a reducir ceros, 10.000 millones de
dólares zimbabuenses se convirtieron en un nuevo dólar y, desde enero de 2009, se
autorizó a los ciudadanos a emplear otras monedas, como el dólar estadounidense y el
rand surafricano. El presidente Robert Mugabe cedió en algunas de sus políticas y el
pasado noviembre, al cabo de 37 años en el poder, fue depuesto.

Deterioro de la salud

La hiperinflación llega a Venezuela no solo bajo un cuadro recesivo de su economía sino


en una grave situación en cuanto a servicios como el de la salud, que se torna inaccesible
por la precariedad de la oferta hospitalaria, la escasez de medicamentos y el que equivale,
en América Latina, al mayor gasto de bolsillo para ese tema tan vital, señaló Marino
González, también miembro de la Academia Nacional  de Medicina.

El gasto de bolsillo mide lo que cada persona eroga en salud, como pago de honorarios
médicos, hospitalización, pólizas de seguro y compra de medicamentos e insumos médicos.

Con los últimos datos disponibles, de 2014  –“y la situación ahora está más deteriorada”,
apuntó González–, Venezuela tenía el mayor gasto de bolsillo de la región: de cada 100
bolívares dirigidos a atender esa necesidad, 65 provenían del bolsillo de las personas.

En la vecina Colombia, por ejemplo, ese gasto de bolsillo es de 13%, en otros vecinos
menos de 20% y en los países industrializados no más de 15%. El resto de los gastos corre
por cuenta de los sistemas de salud del Estado y de la seguridad social.

Hay en Venezuela deterioro además en los sistemas de seguro privado, pues por los costos
asociados a la hiperinflación la persona puede perder el seguro completo o se hace
irrisorio el monto por el que está amparado y puede serle retribuido.

“Es, con la disminución de la capacidad de comprar alimentos, otra manifestación de que


no hay un fenómeno más destructivo, en términos sociales, que la hiperinflación”,
concluyó González.

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