Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Brasil En el momento en que ocurre la hiperinflación brasileña de 1986, este país ya había
sufrido dos hiperinflaciones, una en 1979 cuando el alza de precios alcanzó 100% y otra en
1983 cuando esta alza fue de 200%. En 1985 y después de 21 años de dictadura militar,
Brasil adoptó nuevamente un sistema democrático. Debido a las hiperinflaciones que se
habían sufrido en los últimos años y para facilitar la implementación de las políticas
económicas del nuevo gobierno, se decretó una congelación general de los precios. Sin
embargo, esta medida no fue suficiente para evitar que los precios crecieran a grandes
pasos, y empezó a asomarse una amenaza de hiperinflación mucho más fuerte que
aquellas vividas en 1979 y 1983. Para evitar un nuevo episodio de hiperinflación, el
gobierno brasileño decidió implementar unas medidas conocidas como el Plan Cruzado. La
primera medida fue cambiar la moneda nacional: se eliminó el cruceiro y se adoptó como
moneda nacional el cruzado. Un cruzado sería equivalente a mil cruceiros. A la vez, se
decretó una congelación general de precios. Este plan logró mantener las tasas de
inflación bajas por seis meses; sin embargo, menos de un año después los precios
empezaron a subir descontroladamente y en junio de 1987 la tasa de inflación llegó a ser
de 800% anual. El caso de Brasil es un ejemplo de todas las precauciones que debe
adoptar un gobierno si quiere controlar la tasa de inflación. El gobierno brasileño adoptó
medidas parecidas a las de otros países latinoamericanos, como por ejemplo la
congelación de precios y el cambio de la moneda nacional, no obstante, no fue igualmente
estricto en el control de las finanzas del Estado, es decir, en la cantidad de gasto y en la
forma de financiar este gasto. Esto llevó a que las medidas adoptadas no fueran
suficientes y por lo tanto, a que se cayera en una hiperinflación más alta que las vividas en
años anteriores.
Venezuela. Las alzas de precios, súbitas y brutales en los últimos meses, tienen un
nombre: hiperinflación, una zona oscura de la economía y de la vida cotidiana de las
sociedades que un puñado de países ha sufrido desde hace un siglo, entre ellos varios
vecinos de América Latina donde hubo, como ocurre en Venezuela, un manejo
desordenado de las cuentas fiscales y la emisión de dinero sin respaldo económico que
perdía rápidamente valor y del que todos buscaban deshacerse antes de que los precios
escalasen más y más. Para atajar ese perverso proceso fueron necesarios programas de
estabilización. ¿Cómo se hicieron? ¿Cuáles sacrificios implicaron? ¿Hay un esfuerzo
parecido en el horizonte de la economía y la política en el país?
La inflación venezolana en 2017, aún sin las cifras del Banco Central, fue de 2.616%,
según calcula la Comisión de Economía de la Asamblea Nacional. La firma Ecoanalítica
la estimó en 2.735%. Fue en octubre cuando la inflación mensual fue superior a 50%, cota
reconocida por los estudiosos de la economía, desde hace 60 años, para marcar el ingreso
de un país en el túnel de la hiperinflación: una inflación que no solo es muy alta sino que
avanza aceleradamente, destruyendo la capacidad de compra de la moneda.
“Aunque la hiperinflación suele ser definida como episodios en los que la tasa de inflación
excede 50% en un mes, muchos expertos consideran que existen episodios
hiperinflacionarios cuando es alta y se acelera continuamente, incluso si la tasa mensual
no llega a 50% pero la tasa anual excede 100% por tres o más años consecutivos. La
hiperinflación refleja el rechazo de la población por el dinero local”, señaló Javier
Escobal, doctor en Economía por la holandesa Universidad de Wageningen e investigador
principal en el peruano Grupo de Análisis para el Desarrollo.
Venezuela tuvo su último año de inflación con solo un dígito (6,2%) en 1983; entre 1984 y
2012 promedió 32% anual; en 2013 alcanzó 56,2%, en 2014 fue de 68,5% y en 2015,
último año con cifras del BCV, se le ubicó oficialmente en 180,9%. Para 2016 los
economistas independientes la estimaron en 550% y, tras la disparada de 2017, asoman
negros presagios para el año que comienza.
Las más breves fueron las de Chile en 1973 y Perú en 1988, que duraron apenas un mes;
una réplica en Perú abarcó dos meses de 1990; en Brasil duró cuatro meses, a finales de
1989 y comienzos de 1990; en Argentina, por la misma época, 11 meses; en Bolivia 18
meses, entre 1984 y 1985; y la más larga fue la de Nicaragua, 58 meses, desde 1986 hasta
1991.
Un indicador de la gravedad del daño ha sido el lapso en el cual se duplicaban los precios
durante los meses de mayor inflación. Así, en Perú en agosto de 1990 se duplicaron cada
13 días; en Nicaragua, en marzo de 1991, cada 16 días; en Argentina, en julio de 1989,
a los 19 días; en Bolivia, en febrero de 1985, a los 20 días; en Chile, en octubre de 1973,
a los 34 días; y en Brasil, en marzo de 1990, a los 35 días.
En Venezuela, con base en la inflación del pasado noviembre, los precios se duplicaron
cada 47 días, “pero a la velocidad que avanza la hiperinflación, al cierre del año los
precios ya deben haberse duplicado con una frecuencia menor a 40 días”, indicó Marino
González, profesor del departamento de Ciencias Económicas y Administrativas en la
Universidad Simón Bolívar.
El origen
La existencia de déficit fiscal permanente financiado con la emisión de dinero inorgánico
es la causa principal de la hiperinflación, afirmó Escobal. Sin embargo, dijo el
economista, las causas últimas están en el manejo de las cuentas fiscales y la manera cómo
se financia el déficit de los gobiernos.
Por ejemplo, en Argentina, donde la inflación escalaba desde mediados del siglo XX y con
cada vez menos reservas internacionales, el gobierno lanzó un plan de cambio de moneda
(el austral, en vez del peso) seguido de continuas devaluaciones para financiar el déficit
fiscal, que al final se hizo incontrolable: la gente perdió toda confianza en su moneda,
corriendo a cambiarla por bienes o divisas, y se dispararon los precios.
En Bolivia se conjugaron un excesivo gasto del Estado con un incremento de la deuda por
la subida de intereses y refinanciamiento con más deuda, caída de los precios de las
materias primas que exportaba, devaluación de la moneda, emisión de dinero inorgánico,
falta de credibilidad en las autoridades y demandas sociales en medio de conflictos
políticos.
Otro ejemplo fue Perú, donde “las principales causas fueron las medidas de corte
heterodoxo que los gobiernos de turno (presidencias de Alan García 1985-1990 y de
Alberto Fujimori 1990-2000) aplicaron para poder superar la crisis heredada de sus
antecesores. La principal medida económica consistió en el congelamiento de precios
básicos, sueldos y la tasa de cambio relativa al dólar. Sin lugar a dudas, la emisión de
dinero sin respaldo también tuvo un papel fundamental en esa coyuntura”, recordó el
gerente de estudios económicos de la Asociación de Bancos del Perú, Alberto Morisaki.
El impacto
“La literatura económica ha documentado que son los pobres los más afectados por la
hiperinflación. Mientras que los menos pobres y los ricos pueden recomponer sus activos y
ahorros, quienes dependen solo de su salario ven su poder adquisitivo mermado
rápidamente. Intentar resolver el problema con una indexación de salarios es inútil,
especialmente si ese incremento es financiado con emisión inorgánica. Los precios siempre
aumentarán más rápido y la capacidad adquisitiva de los más pobres seguirá
reduciéndose”, afirmó Escobal.
En el Perú de 1988, con cada medida gubernamental que provocaba más inflación y
escasez, sobre todo de alimentos, “el aumento del desempleo y la caída drástica de
ingresos fue el costo social del desastre económico, provocando el surgimiento de un
sector informal de proporciones nunca antes vistas. Además, el Estado en bancarrota ya
no podía cumplir con sus obligaciones de asistencia social, educación, salud y
administración de justicia”, rememoró Morisaki.
¿Cómo se sale?
En Perú, una semana después de asumir la Presidencia, acto que ocurrió el 28 de julio de
1990, Alberto Fujimori lanzó un paquete de medidas contra la inflación: se eliminó el
dólar controlado, subieron precios y tarifas aunque con algún subsidio al transporte, y se
previó un máximo de 600 millones de dólares para compensaciones sociales, en tanto el
gobierno anunció que solo gastaría los ingresos que percibiera. Al comienzo algunos
efectos fueron difíciles: el kilo de azúcar pasó de 150.000 a 300.000 intis, el pan francés
de 9.000 a 25.000, el galón de gasolina de 21.000 a 675.000; pero en el mediano y largo
plazo hubo crecimiento económico, se detuvo la inflación y se redujo la pobreza.
En el Brasil de los años noventa, bajo la batuta del entonces ministro de Finanzas y luego
presidente Fernando Henrique Cardoso, se adoptó el Plan Real, ideado por el economista
Edmar Bacha, consistente en crear una moneda ficticia en paridad con el dólar, la
UVR (Unidad de Valor Real), con la que se cotizaban oficialmente sueldos, precios e
impuestos. Los precios se mantenían estables en reais (reales), aunque esta moneda al
paso de los días costase más cruceiros, unidad de cambio que se fue olvidando en procura
de la nueva, en paralelo con medidas de control del gasto fiscal.
En todos los casos la estabilización conllevó una inmediata alza de precios que descolocó
temporalmente a los sectores de pocos ingresos, aunque luego llegaron los equilibrios y
nuevas inversiones atraídas por la estabilidad en precios y gastos. Salir de la
hiperinflación también se ha acompañado, a menudo, de relevos políticos, incluidos
cambios de gobiernos, y, sobre todo, de la implantación de una nueva moneda.
¿Y Venezuela?
Para Asdrúbal Oliveros, director de Ecoanalítica, es necesario dar un giro total dentro de
la política económica: “Se debe ir a un esquema de disciplina fiscal, restituir la autonomía
del BCV, menguar el control cambiario y solicitar auxilio internacional, de organismos o
del Fondo Monetario Internacional, que puedan proveer de liquidez para hacer frente a
todos los problemas”.
González destaca que la hiperinflación, con su angustioso cambio casi diario en los
precios de bienes esenciales, no está en el primer plano del debate en la agenda
venezolana. Al menos no en la de sus dirigentes. “No lo está en la del gobierno, que no se
plantea un plan o medidas que traten de contener la hiperinflación, ni tampoco en los
movimientos de la oposición política, a pesar de que es el gran tema que castiga a toda la
población”.
Deterioro de la salud
El gasto de bolsillo mide lo que cada persona eroga en salud, como pago de honorarios
médicos, hospitalización, pólizas de seguro y compra de medicamentos e insumos médicos.
Con los últimos datos disponibles, de 2014 –“y la situación ahora está más deteriorada”,
apuntó González–, Venezuela tenía el mayor gasto de bolsillo de la región: de cada 100
bolívares dirigidos a atender esa necesidad, 65 provenían del bolsillo de las personas.
En la vecina Colombia, por ejemplo, ese gasto de bolsillo es de 13%, en otros vecinos
menos de 20% y en los países industrializados no más de 15%. El resto de los gastos corre
por cuenta de los sistemas de salud del Estado y de la seguridad social.
Hay en Venezuela deterioro además en los sistemas de seguro privado, pues por los costos
asociados a la hiperinflación la persona puede perder el seguro completo o se hace
irrisorio el monto por el que está amparado y puede serle retribuido.