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“Tocar la Ceiba con la mano,

fortifica” Todo en ella es beneficioso ;


contemplarla si llueve, mirar el agua
que resbala por su tronco, “refresca el
corazón”.
Éste árbol que se cree
imperecedero, y que para todo tiene
una virtud, suma de la fuerza mística
de la vegetación, la tiene también, para
hacer fecundas a las mujeres estériles.
La que desea concebir y consulta a un
alasé o palero, beberá durante tres
lunas seguidas, para lograr su anhelo,
un cocimiento de la corteza de una
Ceiba hembra que se descascara de la
parte de su tronco cara al naciente. Y
en cambio, la que no desea parir, la
tomará de una Ceiba macho, orientada
al poniente.
Bomá, hermana de Irokó, es la divinidad que acuerda esta gracia. Le ha dado hijos
a mujeres que llevan años de casadas esperando su maternidad.

Una almohada rellena con el tenue y suave vellón de la Ceiba, produce sueños
extraños, a veces, proféticos. El durmiente en contacto con el árbol de los espíritus,
entra confusamente en comunicación con seres y cosas del más allá.
“Obatalá que manda los sueños, toma la cabeza del que duerme en almohada o
colchón que tenga flores de la Ceiba”. De ello que, el verdadero algodón para envolver
la piedra de Obatalá, no es algodón de algodonero, sino vellón de Ceiba.
En algunos ilé, al iyawó de Obatalá que duerme en el suelo sobre una estera
durante los siete días del Asiento, se le pone en ésta una rama de Ceiba.

El agua que rezuma el tronco, “el sudor de la Ceiba”, o que deposita en alguna
cavidad de las raíces, es milagrosa. Sirve para bien y para mal. Con esta agua se
baña también al que hace juramento, y se lava el “espejo mágico”. No es raro que allí,
en la humedad de los raigones se encuentre un manca perro, Ngúnguru, sabandija
mágica, muy apreciable y que no ha de faltar en una ngangá. Su contacto aumenta la
virtud de esta agua de por sí bendita. “Agua Ngúnguru, buena pá remedio, Agua
Ngúnguru bonánfila, buena pá remedio”.

Las raíces de la Ceiba están siempre llenas de ofrendas y monedas, que nadie se
atreve a tocar ni apropiarse, de ante votúm y de promesas cumplidas. Es en la Ceiba
donde ha de prometerse a la Virgen del Carmen, Aggomé, a Santa Teresa, Oyá y a
Jesús Nazareno, Obbalufón ; vestir sus hábitos, “vestir promesa”, durante un tiempo
determinado o quizá la vida entera, como antaño solía ser tan corriente.
Estas promesas ya anticuadas, son las que aún cumplen con devota y marcada
complacencia nuestros negros : Padres nkisos y Babalawos, intérpretes de las
divinidades, las aconsejan continuamente.

En los patios de muchos santeros, y quienes particularmente siguen con la


tradición, suele construirse un castillo de mampostería que, encierra el tronco de una
Ceiba que se extiende sobre éste con sus jóvenes ramas nuevas.

Para nuestros negros, que aún observan escrupulosamente los preceptos de la


Semana Santa, era y es un gran día el Sábado de Gloria. El mejor de todos para cortat
palos y arrancar las yerbas ; para saludar la Ceiba. Jueves y Viernes Santos, olochás,
iyalochas y babalawos, se abstienen de ejercer sus funciones y de ofrendarle comida a
ningún orishá. Se vacía el agua que baña a las piedras del culto y se cubren con tela
negra. No se les encienden velas, no se le tocan campanas, aggogó, ni siquiera se les
da de beber. Los orishas guardan un luto riguroso. Y las ngangás cristianas, también.
Los Kimbisas, desde la seis de la mañana hasta la tarde, visitan las Iglesias y los
cementerios. Los ñáñigos cubren a Akanarán. No se arranca una sola yerba ; pero a
oscuras, antes de salir el sol del Sábado de Gloria, todos van al campo a saludar a la
Ceiba y proveerse de ewé o de vititi, de yerbas y plantas que llevan a sus casa
chorreando el ororó, el rocío, milagroso y sagrado del amanecer, oyumá u oloni de
este día. Resucita el señor, Baba Olorun, la vida vence a la muerte y continúa.

Otro día que se debe recoger la yerba - y bañarse, pues de lo contrario “salen
bichos en el cuerpo” - es el 24 de junio, en que en la Habana se celebra a Oggún,
señor del monte. Ese día además, se enciende la tradicional fogata con palos del
monte y algunos secos, caídos, de la Ceiba, momento ideal para templar hierros y
hacer herramientas de atributo al dios de la guerra y del hierro. Las cenizas sirven al
día siguiente como abono para la nueva Ceiba que se hubiera plantado y consagrado
en nombre de Irokó.

Son muchos los misterios y prodigios que ocurren en Semana Santa, y solo el
aggugú y el muloyi penetran en el monte para aprovecharse de la influencia maléfica
de Eshu o Kaddiempémba, que es entonces dueño incontestable y acrecienta el poder
de los palos y bejucos malvados con los que compone o refortalece sus prendas.
El monte es entonces teatro de las más extrañas y horrendas apariciones. En semana
Santa, nadie debe alterarse, ni siquiera se regaña a los muchachos. Son días de
absoluta abstinencia que observa estrictamente la Santería.
En ello, “los matrimonios tienen mucho cuidado”. Si una mujer peca y concibe en
jueves o viernes Santo, lo que traiga al mundo no será bueno. El diablo se metió en
eso.
Tampoco esa fecha se trabaja : “Dios castiga lo que se hace ese día, a menos que no
sea por pura necesidad...” En tiempos de la colonia, a algunos ingenios, se los tragó la
tierra por moler en Viernes Santo. Oggún Areré le llevó la mano a Abelardo el
carpintero, un ricachón avaro, que se encerró en su taller en Viernes Santo a terminar
un encargo.

LA PALMA REAL
Su relación está dada con el gran orishá Xangó, con Oyá y Aggayú. Su nombre
se conoce en lucumí como : Ilé Xangó orishá ( el templo del orishá Xangó ) ; Iggi
Oppwé ; Opé, Alabbí, Cefidiyé, Eluwere, Oluwekón. En Congo : Lala, Mábba, Diba,
Dunkendé.
El más popular de los orishás, Xangó, “Alafi Alafi rey de Oyó y rey de reyes”,
Santa Bárbara, es inseparable del árbol más bello y sugestivo de Cuba. Xangó Olúfina
mora en las Ceibas, pero a la incomparable Palma Real, que imprime al paisaje de la
isla el encanto de su gracia altiva, fina y melancólica le cabe el honor de ser la
“verdadera casa de Alafi”, su vivienda predilecta. Es su trono y su mirador. Allí suele
manifestarse en su aspecto más terrible, Xangó Obayé. Es dueño de otros árboles, del
álamo melodioso, del jobo, del framboyán incandescente, del cedro, del pino ; pero la
Palma es el más simbólico de su divinidad. El rey del mundo que se viste de punzó, el
negro prieto y bonito que come candela, el dios del fuego, desde la vara afilada y
trémula de la palmera, que se eleva al cielo, dispara sus flechas a la tierra.
“Donde está la Palma Real, está Xangó
descollando en la rama y plantando como en la torre
de su ilé olódin ( castillo )”. Este cogollo que se eleva
en el centro del airoso penacho que componen sus
brazos, es un verdadero pararrayos que atrae las
descargas eléctricas. Xangó, el trueno, “el artillero del
cielo”, va siempre a la palmera, cae en la Palma Real.
La asociación con el gran orishá se hace inevitable.
Por el rayo que fulmina todos los años un número
considerable de éstos árboles, sobre todo en la
estación de las lluvias. Alábbi o la Palma tiene
también, en la economía religiosa, un valor
aproximado tan sagrado e importante como la Ceiba.
La Ceiba es del Santísimo, y la Palma de
Santa Bárbara. La Palma captura al rayo y se lo
guarda dentro. Tiene potestad para “amarrar” al rayo. Según la antigua clasificación
Ewé, la Palma es árbol familia de candela legítima de Xangó Obakosó. Es su pedestal,
que el devoto llega a confundir muy a menudo con el mismo orishá.
Naturalmente por su parentesco o afinidad con Xangó, otros orishas participan
del culto que se le rinde en las Palmas Reales, como Oyá o Yannsá, Mamá-Oyá
ferékun, la Virgen de la Candelaria, la “dueña de la centella”, su inseparable y fiel
concubina, que le sigue a todas partes y combate a su lado en todas sus contiendas.
Oyá Obinidodó, es el brazo derecho de Xangó. La mujer que él más quiere y
respeta. Cuando Xangó sale a guerrear, ella va adelante. Siempre pelea su lado con
dos espadas. Sin la ayuda de Oyá, a Xangó lo hubiesen derrotado muchas veces,
como en su primer guerra contra Oggún.
Oyá de Tapa es del mismo territorio que Xangó, de Ilorín brincó para Cuba. Es
hija de tierra Otá, como se declara en este soróyi ( canto ) : “Omá dó omó otá, Omá dó
omó otá, ré bi iwá Oyá, Malá eleyá” ; pero siguiendo a Xangó fue a Takuá : “Oyá,
¡ jecua jei yo ro obino óddo ! ¡ Oyá wolenilé irá !”.
Los yesas ( Ijeyá ) dicen que es de su nación ; los takuás, también, al igual que
los mina. Pero generalmente se habla sobre su raíz Takuá.
Todos los orishas odiaban a Xangó. Se confabularon para hacerle una guerra
sin cuartel. Él lo supo y les dijo : ¡ Vengan todos, que pelearé hasta morir...! Oyá se
sentó a contemplar la batalla. Xangó luchaba con un hacha en una mano y un
machete en la otra, día tras día, solo y contra todos. La batalla se prolongaba y ya
Xangó no podía más. Oyá mirando. Cuando se empezó a desmayar, Oyá entró en la
lista echando chispas, y gracias a ella, Xangó salió triunfante.
La lealtad de Oyá, su fidelidad y constante abnegación, no le faltó en ningún
momento de su azarosa vida. Xangó pasó por muchos trabajos : era un jugador, un
tropa, un pendenciero... Fue hombre y rey, Alafín, antes de volverse santo y subir al
cielo. Todos los demás reyes de las otras tribus, lo perseguían y le declararon la
guerra para acabarlo de una vez. Xangó pasó su vida haciendo maldades, huyendo y
peleando. Y Oyá firme a su lado. Oyá y Daddá y Obañeñe, la hermana de leche de
Xangó. Se metió en la tierra con Oyá y Obañeñe, y los tres juntos se fueron al cielo...
Fue un rey que se volvió Ochá.
Unas veces Oyá, que también es el “Viento Malo”, el remolino, la tromba o
manga de aire devastador, precede a Xangó llevando la tempestad en sus faldas,
mientras el orishá combate lanzando rayos y piedras y echando fuego por la boca.
Pero Oyá con ser tan revolucionaria y tan valiente en la pelea y más fiera que Xangó,
es muy mujer, muy amante de su hogar. Pasa años sin salir, metida en su rincón.
Obakoso, Santa Bárbara, cuando era de este mundo fue rey de todas las
lucumis. Pero era malo como un diablo y no podían soportarlo. Rey errante, que tenía
que huir de todas partes. De Oyó, donde hizo horrores, fue a Nupé con Oyá. Allí
estaba su madre Yemayá. Cuando creyeron que se habían librado de él, porque se
hizo el muerto, les cayó encima arremetiendo candela, metido en la tormenta, y acabó
con todos.
Xangó Eyéo, peleaba echando por la boca humo y candela y disparando rayos.
Pelea también con maza, hacha, machete y un cuchillo en forma de media luna. Por
donde pasa guerreando deja a los pueblos hechos montones de ceniza. ¡ Ainá yole
omóba ! Rabioso como él solo ; acababa con cuánto se le ponía adelante. Por eso
cuando se tiene un muñeco vestido de Xangó, nunca se le pone el brazo con la
espada en alto. Se arma de seguro.
Hay un Xangó más serio que va a caballo, y otro que va a pié, el que huye. El
más escandaloso y peleador de todos, es el de Takuá. Eshu y Osaín, su padrino,
andaban siempre con él. Y va pié con pié, con Oyá Yansá, que era la mujer de Oggún,
contrincante de Xangó.
Oyá era reina de Kosó. Es santa de corona, boloya, buena moza, como
Obatalá, Ochún e Yemayá. Se metía en el monte y cazaba animales como un hombre.
Tiene una hermana Ayaó, señorita, que no se asienta, pero que se nombra. Cuando
Oyá baja le canta a su hermana : “Abeokutá mó fi Ayaó, Abeokutá lú sangé”. Esto se
baila además como una marcha. Ayaó prohibe el matrimonio como Yewá. Se parece a
Yewá. Los ngangá la respetaban mucho.
Xangó hacía cuánto quería. Las quejas le llegaban a Obatalá de todas partes.
“Es que se ha criado lejos de mí”, decía el viejo, pero le voy a hacer sentir el peso de
mi Ley ; y así fue. Un día Xangó amarró su caballo a la puerta de una mujer ; pasaron
Obatalá y Oddúa y se lo llevaron. Cuando Xangó preguntó por su caballo, le
contestaron que lo tenían dos viejos que iban andando. Xangó salió disparado,
echando candela. Obatalá lo vio venir y le gritó : ¡ Kunlé foribalé ! Y Xangó sintió el
peso de la ley : se tiró al suelo. Xangó llevaba su eleke ( collar ) todo de cuentas rojas.
Obatalá se lo combinó con cuentas blancas y le dijo : “así verán que eres mi hijo, y
esto aplacará tu malhumor...”
Obatalá vivía en un palacio que tenía diez y seis ventanas. Obbá, enamorada
de Xangó, le dijo a Obatalá : “dígale que yo lo quiero”. Obba le llevó un caballo moro
de regalo, y lo dejó en el patio del palacio. Obatalá lo encuentra y le dice : “mira Xangó
lo que te ha traído de regalo Obbá”. Y le responde : “muy bonito el caballo padre, pero
la mujer que a mí me gusta es Oyá”.
Cada pueblo le atribuye a Xangó una mujer de correspondencia, pero éste
tiene a tres : Obbá, Ochún y Oyá. En realidad su original mujer es Obbá, de tierra
Takuá, es Obba Yurú, Obba Guirielú, Santa Catalina de Siena o la Virgen del Carmen.
Pero Xangó la rechazó luego de aquél altercado con su oreja...
Obba no obstante, reclama a Xangó judicialmente. El juez que celebra el juicio
es Ocha-Okó, San Isidro Labrador, que falla los pleitos de los Santos, y Xangó explica
porqué motivo abandonó a Obbá. Xangó la llevó al cielo. No baja a ninguna cabeza.
Si Obba Yúru baja a éste mundo, será tan sólo para llevarse a un hijo. De igual, Xangó
continuamente la consulta. Está en el cementerio, al borde de las fosas. Cuando se le
baila a Obbá, sus hijas tapan con las manos sus orejas.
Cierta vez Yemayá hablando con Obbá le contó lo glotón que era Xangó, y las
cantidades de harina y quimbombó que había que cocinarle. Qué ya casados, Xangó
la abandonaba. Se perdía y pasaba muchos días fuera de casa. Xangó no quería más
que batá y comilona. En una de esas ausencias, Elegguá de dijo a Obbá que le diese
una fiesta ; buscó a Xangó y lo llevó al batá que le preparó Obbá. Oyá fue a buscarla
para llevársela a la fiesta, pero Xangó estaba divirtiéndose, y le enseñó a Oyá la
cabeza del carnero ; esta se asustó y se fue. En esta historia, se comenta que Obbá
para amarrarlo se cortó su oreja y la tiró en el quimbombó, y al verla Xangó se marchó.
Obatalá cubrió la cabeza de Obbá con su pañuelo blanco, el cual ella no se quita
nunca. De allí nace otra contienda de enemistad entre Obbá y Oyá.
Xangó es un mujeriego incorregible. Una
leyenda nos explica por qué las Palmas, más
que otros árboles, son blanco de los rayos.
Xangó subía a una, y desde allí se
comunicaba con señas con las mujeres con
quién tenía relaciones muy secretas. Sin duda,
para evitar las sospechas de Oyá, y el temible
enojo de la diosa, toma mil precauciones. Sin
embargo, Oyá advirtió aquellos extraños
manejos de Xangó. Comenzó a espiarlo: vio que
trepaba a la Palma con demasiada frecuencia y
decidió cerciorarse de lo que hacía allí,
escondido entre las pencas. Xangó supo
inmediatamente que Oyá había trepado hasta lo
último de la copa y dedujo que la diosa estaba
alerta, observándolo de cerca y acaso a punto
de descubrir sus secretos galanteros. No la
requirió, pero llenó el árbol de lagartijas, que
asustan a Oyá, de manera que cuando esta
volvió a la Palma y comenzó a trepar,
innumerables lagartijas, pardas o verdes, se
deslizaron por el tronco en todas direcciones y,
la diosa, en su azoramiento por matarlas, quemó la Palma de una centella. Desde
entonces, éstas son víctimas de los celos de Oyá, defraudada por la evidente
complicidad de las lagartijas alcahuetas, que le impidieron llevar más adelante sus
pesquisas.
De esta leyenda existe otra versión en la que Oyá no interviene. La lagartija,
Agguema - Adllaí decía, alomá - mensajero de Xangó, no le llevó a una mujer que el
dios cortejaba, un regalo pequeño y valioso que éste le había prometido deseoso de
vencer en ella una fingida y calculada resistencia. La lagartija se introdujo el presente
en la boca y partió velozmente en busca de la dama, pero en el camino, en un
descuido, se lo tragó, y el regalo no llegó a manos de la coqueta que lo esperaba con
la mayor ilusión, y que achacó aquél olvido a la proverbial inconstancia de su
turbulento enamorado.
Hacía algún tiempo que la turbulenta lagartija andaba muy inquieta, luchando
por desembarazarse de aquel objeto que tenía atragantado y que no podía expulsar
de ningún modo. Cuando Xangó se enteró, por los reproches que le hizo la mujer, de
la conducta incalificable de alomá, furioso le pidió cuentas, preguntándole con su voz
de trueno qué había hecho con el encargo, lo tachó de ladrón y lo amenazó de muerte
si no restituía inmediatamente lo que había robado. ¡ Restituir...! ese era el problema
sin solución posible con que se enfrentaba a diario la lagartija. A cada palabra salía un
borbotón de llamas de la boca del orishá iracundo. Lo escuchó un momento, pero el
objeto, fijo en su garganta que palpitaba distendida como una bandera teñida con la
sangre de un esfuerzo supremo, y el pavor que le causaba la cólera fulminadora de
Xangó, le impidieron explicarse. Huyó remontando el pulido tronco de una Palma Real
y se ocultó arriba en el plumero. Xangó ya en el colmo de la indignación, le lanzó un
rayo, que en vez de alcanzar el atorado mensajero, hirió a la palma de muerte.
“Cuando se oye tronar de lejos, las lagartijas levantan al cielo una manita como
pidiendo perdón. A las doce del día, en punto, bajan a besar la tierra. Hacen una cruz
con la boca e inmediatamente vuelven a subir a lo más alto del árbol”.
En otra leyenda, Xangó, gran danzarín y dueño del tambor olú bata, fue
invitado a bailar “meta”, un baile distinto al bakoso, en el que todos los movimientos se
acompañan con las manos. Xangó estaba a la sazón en tierra Mina y se fue a bailar a
tierra Takuá. Era, como se nos ha dicho tantas veces, adivino y curandero, y dejó en el
monte su até, el tablero para marcar los signos de los augurios, arrimado al tronco de
la Palma que habitaba. Xangó confiaba en ella ; no dudó de que lo cuidara bien en su
ausencia. Sin embargo, a poco de marcharse, aquella hizo siesta y se durmió
profundamente ( no hay árbol más abstraído, que de más la sensación de
abandonarse al sueño que, la palmera ). Orulá pasó y se llevó el tablero “para
coronarse con el”. Cuando Xangó regresó de la fiesta, al llegar a eba odo, a la orilla de
un río próximo a la palma, se encontró con Osaín. Este le señaló el árbol ; Xangó no
vio su tablero y comprendió. Le lanzó un rayo y desde entonces castiga a la Palma
porque no supo defender su tablero, ni impedir que Orula se lo apropiara.
En África el árbol de Xangó es de una madera muy dura, llamada Ayá. Un viejo
lucimí tiene un oché hecho de esta madera. Todas las naciones le hicieron
“moforivale” en la Palma a Oní Xangó, Elúwekon, Obbálubbe, Alayé, Obbadimelle, rey
dos veces, primera cabeza de la raza lucumí. Éste oché, cetro de Xangó, se construye
con madera de palma, y cuando el dios baja a los güemileres lo empuña para bailar.
Los congos llamaron al dios del trueno Nsasi y Nkita, y “lo invocaron también
en la Palma Real”.
Todos los pueblos que castigó duramente, luego lo aclamaron y veneraron.
Cuando llegaron popós, egbás, ijechás, aggwaddos, binis, oyos, todos los lucumis que
vinieron, en seguida reconocían a Xangó en la Palma Real : veían la espada de
Obbakoso.
Xangó nació en Takuá. Arranca di mete tierra sabalú, mete tierra dajomi ; en
Dajomi ñama Jebioso ( va de Takuá a Sabalú y de allí al Dahomey y luego al Congo.
En Dahomey le llaman Jebioso ). Arranca di Dajomi ; cae en Congo. En Congo,
Xangó, Aggayú, Gangá Zumbá, son “siete Rayo”, Tronco batalla, é ñama Nsasi.
Xangó, Aggayú, son lo mismo, Nsasi-Nsasi. Xangó camina pá la pámma, brinca pá
güin. ¡ Y ese son rey de Cuba !
Xangó tomó su tablero, su castillo y su pilón, con los que había descendido del
cielo, y emprendió el camino del destierro. Era un negro bien parecido, trabado y
colorado. Pone su pilón en el cogollo de la Palma y se planta muy derecho arriba del
pilón. En la cabeza lleva un castillo, en una mano un hacha y en otra una barrena,
porque fue barrenador, y en la cintura un machete, pues fue desmalezador de plantas.
Andando, andando se encontró con Orulá y le dio el tablero. Sabía que Orulá, hombre
viejo y serio, tenía gracia en la vista e iba a guardárselo bien y a respetarlo.
Adivinando entonces con caracoles y cocos, y cantando y bailando, armando camorras
y fiestas, Xangó llegó a tierra Yesa. El pueblo lo acoge y lo aclama. En tierra Yesá
ocurrió un milagro. El pueblo recibe un pilón que se aparece volando por los aires, se
lo llevan a Xangó, y éste reconoce que es el suyo. Pero el castillo nunca apareció.
Los Santeros nunca se ponen del todo de acuerdo, pues algunos dicen que
Xangó era gangá y otros lucumí. La cuestión es que en una de estas tierras lo
consagraron Oní-Xangó, rey, poniéndole en la cabeza un gorro rematado por un hacha
de dos filos. Aquí es un gran brujo, un gran adivino, y el viejo Orulá confirma sus
palabras. Orula lo acreditó en aquella tierra y donde quiera que lo consultaban. Xangó
fue rey de Kosó, de Móbba, de Owó, de Ebini, Oso, Ima, Tulempe, Adó, y por eso es
que tiene tantos nombres y títulos. Es el que más caminos ( avatares ) tiene, porque
recorrió todo el mundo. No se cansa de pelear. Era cruel, y por cuenta de sus guerras
y atropellos, huye de un país a otro con un esclavo que le sigue los pasos y no lo deja
solo un momento. Todos sus amigos se le unen y se hacen fuertes, y lo persiguieron y
acosaron. Pero al fin Xangó los aniquila. ¡ Cuándo él se engalla, Yemayá trata de
aplacarlo ; Olofi intercede si nó, convertiría al mundo en cenizas ! Por eso dicen los
contemporáneos que, la energía nuclear y la bomba atómica pertenece a éste gran
orishá...
Una imagen de Nuestra Señora de las Mercedes, equivalente católico a
Obatalá, debe hallarse siempre junto a Xangó, para que lo aplaque en todos los
momentos.
Cierta vez que Xangó adivinaba en público, un cojo leproso que oía su palabra,
le preguntó : ¿ Por qué no me dices nada ? ¿ No quieres adivinarme ? Te diré, le
contestó Xangó : “mi padre me ha dicho que aquí en esta tierra yo tengo un hermano y
un medio hermano, mayores que yo. Ese medio hermano eres tú. Escucha ahora.
Donde nací no pude vivir. Hoy me llamo Oní Xangó, pero vivo en tierra ajena. Tu
porvenir y tu suerte están lejos de aquí. Vuelve la espada y vete. Atraviesa el monte y
encontrarás donde reinar”. Y el leproso le pregunta : ¿ cómo voy a andar mundo en el
estado en que me encuentro ?
Aquél hombre era Babaluayé, San Lázaro. Entonces Xangó se dirigió a otro
hombre, que se hallaba también presente, y que era Oggún, su otro hermano,
acompañado de dos perrazos. Le tomó los perros y se los dio a Babaluayé. Oggún se
los reclamó a Xangó (Oggún tiene muchos perros y Xangó muchos caballos) Esta
acción de Xangó dio lugar a una guerra entre los dos, motivo por le cual son rivales.
Muy poderosos los dos, siempre están en pique y por nada se van a las manos.
Aquella vez Xangó para resolver la cuestión, le lanzó un rayo a Oggún y éste lo
desvió con un pincho de hierro que tenía en la mano. Xangó le zumbó el rayo a Oggún
en su herrería, y se la llenó de humo. Aunque Oggún es tan templado como Xangó, no
lo esperaba y se asustó. Babaluayé en tanto, atraviesa la selva protegido por los
perros, y en la dirección indicada por Oní Xangó, llegó a la tierra de los Ararás y se
tendió a dormir a la puerta de una casa. Allí pasa la noche, y de madrugada, un
muchacho lo despierta. Aquél adolescente tenía como él, un cuerpo eternamente
llagado. Le dice : ¡ Cuánto debes sufrir con estas llagas ! ¿ Tú sufres como yo ?
Babbá al oírlo le pregunta : ¿ Quieres que te cure ? ; y el muchacho con mucha fe le
responde : ¡ Cúrame, por favor, cúrame...!
Babaluayé le pidió harina, manteca de corojo, y un saco de zaraza ( hilo de huenequén
). Hizo un pan con la harina, lo mojó en la manteca y le frotó todo el cuerpo con aquél
pan. Quemó la ropa que llevaba puesta, y lo vistió con el saco de zaraza.
Toma este pan, le dijo cuando hubo terminado de limpiarlo, ve a tu casa, clávalo
detrás de la puerta y ve después a desnudarte en presencia de tú madre. Cuando ésta
vio el cuerpo de su hijo, eternamente limpio y sano, corrió por el pueblo pregonando el
milagro, y todos pudieron comprobar la maravillosa curación que había operado en el
muchacho. San Lázaro, como le había augurado Xangó, reinó en Dajome. Allí hizo
reconocer a su hermano con el nombre de Jebioso.
Otra historia nos cuenta que, en aquellos tiempos en que Xangó andaba de
vagabundo, sin techo, pero con mujeres por todas partes, y enamorado de Oyá, le
sorprendió la noche en el camino. Buscando donde meterse, la primera casa que
encontró fue un castillo. Aquel castillo era de Babaluayé. Pidió hospitalidad, y el viejo
se la concedió. Al levantarse, porque Xangó era así, a veces, traicionero, y ladrón, le
dijo a Babalú : “Vete y déjame el castillo. Esta es ahora mi casa”. Babaluayé
asombrando le dice : ¡ No puede ser, pelearemos, mi castillo quítamelo con las armas !
Xangó no tenía armas, y por eso fue a ver a Oyá : “Voy a guerrear con Babaluayé para
quitarle el castillo”. Entonces Oyá le dice : ¿ Pero con qué gente cuentas para pelar
contra Babaluayé ? Él es más fuerte que tú, tiene muchas tropas.
Mira, le dice Xangó, yo cuento con tu ayuda. Pelearemos tú y yo. Y a la mañana
siguiente los dos se presentaron frente a las puertas del castillo. Xangó gritó : ¡ Ya
estoy listo !
Babaluayé se envolvió en una manta, abrió la ventana para contemplar los claros del
día, y la chispa de Oyá entró en el castillo que se incendió completamente, y Baba y
sus soldados, sin librar batalla, tuvieron que dejárselo a Xangó.
“Con fuego y vendaval, hacen ellos la guerra...” Por eso, en cierto tiempo,
Xangó no le permitía fumar a sus hijos en una reunión de ilé. Dice que nadie más que
él hecha humo por la boca y las nariz.
Otra vez, de Mina fue a Takuá a matar a un animal feroz, que acababa allí con
todos los hombres y nadie podía con él.
¿ Para que has venido ? ¿ Para dejar la vida ? le dijeron.
¡ No ! Vengo para acabar con ese monstruo...
Aquel dragón rugía, y toda la tierra temblaba. Devoraba a las mujeres ( y eso a Xangó
le desagradaba ). Xangó no quiso soldados para vencerlo. Solo y cuerpo a cuerpo,
luchó y lo mató : “Kaui Kaui Maforilé. Ké eñí Aladdo, titila eyé...”, Xangó cantaba esto y
echaba borbotones de candela por la boca.
Hipócritamente, en Takuá y en Tulempe le hacían fiestas a Xangó, las mujeres
lo querían con locura, pero los hombres lo odiaban. En una fiesta lo prenden y lo
encierran en un calabozo con siete vueltas de llave. Xangó había dejado su pilón en la
casa de Oyá. Pasaron los días y como Xangó no venía, Oyá movió el pilón, miró y vio
que estaba preso.
Allá en la cárcel, Xangó sintió que andaban con su pilón y se dijo : ¡ Nadie más que
Oyá sabe templarlo ! Y boto truenos y más truenos. Oyá enciende su brasero y
empieza a ochiché ( a cantar ) : ¡ Oyá samaterére, Oyá samaterere...! Pero el canto no
la acompaña, no domina. La candela la quema. Cuando ve que se quema cambia de
canto : “Centella que va bané, yo sumarela sube, centella que va bané, yo sube arriba
palo...” No dice más que estas palabras, cruza, y el número siete se forma en el cielo.
La centella rompe la reja de la prisión y Xangó sale. Ve a Oyá que viene por el cielo en
el remolino y se lo lleva de la tierra Takuá. Hasta aquel día Xangó no sabía que Oyá
tenía centella. Ahí empezó a respetarla.
Con frecuencia, en los altares populares de Cuba, las ramas de la pequeña
palmera de latón, sostienen a un soldadito de plomo que representa a Xangó. Palmas
de juguete nunca faltan en estos altares como símbolo tradicional del dios fuego y de
la guerra. Participa de la Palma Real, además de Oyá, el gran orishá Aggayú, Brazo-
Fuerte. La bola del mundo Aggayú solá, Aggayú Larí, San Cristobal, Babadina, el
dueño de la tierra y del río, hermano mayor de Xangó, y para otros, su padre.
Según las distintas leyendas, así fue que Xangó, hasta que se hizo hombre, no
sabía que su verdadera madre era Yemayá, y que su padre era Aggayú. Sin saber que
era su madre, quiso que fuera su mujer. Un esclavo que seguía a Xangó por todas
partes, se lo advirtió a Yemayá, y ésta antes de cometer el pecado le dijo : ¡ Omó mí ! ,
no tengo madre contestó Xangó ; y Yemayá entonces le dijo : ¡ Lubbeo ! y le ofreció el
pecho, donde Xangó, reconociéndola, se echó a llorar.
Ochún tampoco sabía que Xangó era su sobrino, y fue su mujer. No estaba
bien visto, era iré, que su sobrino se acostase con su tía.
Yemayá si no es la madre carnal de Xangó, lo adora como una madre, ya que
otras leyendas sostienen que Obatalá ( achupá Xangó ) dio a luz a Xangó y tuvo que
abandonarlo porque era fruto del pecado. Yemayá se ocupó de su crianza. “Es su
madre de leche”.
Yemayá parió a dieciséis orishas, y es madre de Alafi. “Y hay misterios en la
religión, de los cuales no debe hablarse”. Yemayá quiere tanto a su hijo que ella
misma lo inició en la vida. Fue su amante. Le enseñó a bailar, y no quería que bailase
con ninguna otra mujer. Orula, que era su marido, tuvo celos de las preferencias que
Yemayá, en todo, demostraba por Xangó. Con Oggún que fue luego marido de
Yemayá, sucedió lo mismo, y por este mismo motivo hubo guerra.
En otra leyenda de tierra Mina, Yemayá no comete incesto, le da en cambio
una buena lección a su hijo.
De este tema tan tabú y cuestionable entre la moderna comunidad afro en
Cuba, los viejos y más contemporáneos, rehuyen hablar de incestos, infidelidades y
otros temas referidos a la procreación, pero son importantes para tener referencia
sobre el cómo del origen de los orishas y sus patakkí, y el porque las relaciones de
ellos con los humanos y sus características particulares.

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