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La línea siguió creciendo, con capital privado, de Champerico a San Felipe, de Ocós
a Vado Ancho y de la capital a Mazatenango.
Pero el gran sueño era construir el Ferrocarril del Norte, una vía al Atlántico para dar
salida a la producción de café hacia Europa y la costa este de Estados Unidos.
Para financiar el proyecto, Barrios decretó, en 1883, que todos los guatemaltecos
que ganaran más de ocho pesos al mes estaban obligados a comprar acciones por
un valor de 40 pesos.
Estrada Cabrera consideró que el pacto era una “bendición” para el país. La
conclusión de aquellos 94 kilómetros se festejó con 17 días de feriado y con la
inauguración de un monumento.
Época dorada
Lejos quedan aquellos tiempos en que las estaciones del tren lucían repletas de
personas. Eran principios del siglo XX y caminaban señores cargando pesados
bultos con mercancías para venderlas a otros departamentos, o señoras que, a
duras penas, podían con un bebé en brazos y al mismo tiempo jalar un saco con
alimentos.
Pese a ello, aquellos viajes, para ese momento, resultaban más cómodos: ahora
había un ferrocarril que permitía hacer larguísimas travesías. Antes de eso, solo era
posible hacerlos caminando o encima del lomo de un caballo o de una mula. Así
que, aunque en el tren había que ir apretado y a veces con excesivo calor, era un
lujo.
Declive
¿Por qué dejó de funcionar el ferrocarril? “Mucho se debió a la construcción de la
carretera al Atlántico, impulsada por el presidente Jacobo Árbenz, en la década de
1950”, refiere el historiador Miguel Álvarez, cronista de la ciudad. De esa forma, se
rompió el monopolio del transporte y precipitó la decadencia del “caballo de acero”.
El ferrocarril de Guatemala fue un sueño de modernidad decimonónica. Ahora todo
está en el abandono. A un costado del Museo del Ferrocarril está Ferrovías,
empresa que adquirió el tren, pero que mantiene un litigio con el Gobierno. Allí, las
locomotoras y sus vagones están abandonados, oxidándose.
El tranvía ascendía en su punto más alto a mil 723 metros, a una velocidad de 44
kilómetros. Había pasajes de primera, segunda y tercera clases. Los 14 vagones
fueron comprados a la empresa belga Familleureux de La Louviére, y cada uno
tenía motor independiente.
Según el historiador Álvarez, el tren quedó inservible debido a las fuertes lluvias, las
cuales destruyeron su infraestructura.