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Consumo de sustancias

De finición del concepto de drogas:


Los productos unificados bajo el concepto de drogas, y que definiremos como sustancias
químicas, serán aquellos que se incorporan al organismo humano, con capacidad para modificar
varias funciones de éste, pero cuyos efectos, consecuencias y funciones están condicionados, sobre
todo, por las definiciones sociales, económicas y culturales que generan los conjuntos sociales que
las utilizan (Romaní, 1999)

Drogadependecia:
Se entiende la drogadependencia como aquel fenómeno complejo caracterizado por el
consumo más o menos compulsivo de una o más drogas por parte de un individuo y la organización
del conjunto de su vida cotidiana en torno de este hecho. La/s sustancia/s eje de la drogadependencia
puede/n ser tanto drogas no institucionalizadas o de uso ilegal (cocaína, marihuana, crack, éxtasis,
pasta base) como institucionalizadas o de uso legal (alcohol, tabaco, psicofármacos).

Consumo problemático de drogas:


No hay que olvidar que un consumo experimental u ocasional también puede ser
problemático si se consume en forma excesiva, aunque sea una única vez. Lo que es especialmente
problemático del consumo es el hecho de haber perdido el control de sí mismo o el haber incurrido
en prácticas de riesgo para sí mismo o para los demás bajo los efectos de una sustancia (por ejemplo
conducir un vehículo después de haber tomado alcohol o haber consumido otra droga).
Un uso de drogas puede ser problemático para una persona cuando el mismo afecta
negativamente -en forma ocasional o crónica- a una o más áreas de la persona, a saber:
1. su salud física o mental;
2. sus relaciones sociales primarias (familia, pareja, amigos);
3. sus relaciones sociales secundarias (trabajo, estudio);
4. sus relaciones con la ley.

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Uso, abuso y adicción

Uso:
Se define el uso de drogas como la utilización de sustancias con el propósito de aliviar una
dolencia (por ejemplo usar medicamentos debidamente recetados por un facultativo) o de
experimentar sensaciones placenteras (por ejemplo fumar o tomar alcohol de forma moderada en las
comidas o fuera de ellas). Como se ve, el uso de drogas es medido y planificado y está en relación
con normas consensuadas por la mayoría de las personas que integran una cultura determinada, que
consumen en contextos específicos (por ejemplo acompañando la ingesta de comidas en el caso del
alcohol, siguiendo prescripciones médicas en el caso de los medicamentos, etc.). Puede existir
también un uso esporádico de drogas no aceptadas socialmente como la marihuana.

Abuso:
El abuso de drogas, en cambio, se refiere a su consumo con cierta periodización y en dosis
importantes; por lo general este tipo de consumo es aceptado por grupos minoritarios en una
sociedad. Entran en esta categoría por ejemplo los bebedores excesivos de alcohol que consumen en
reuniones o durante los fines de semana.

Adicción:
Las adicciones se dan cuando las personas sienten que no pueden prescindir de una sustancia
o de una actividad, que se consume o se realiza de forma continuada en el tiempo.
Hablamos de adicciones a actividades y no sólo a sustancias porque el mismo patrón de
conducta que se establece en relación con las drogas puede establecerse en relación con actividades
como por ejemplo mirar televisión, interactuar con la computadora o jugar compulsivamente. Se
habla entonces de dependencia física y/o psicológica en el caso del consumo de sustancias y
psicológica en el caso de actividades y de síndrome de abstinencia cuando se prescinde del
consumo.

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Triada de Elementos que intervienen en el Consumo de Drogas

Los estudios sobre los distintos usos de drogas coinciden en considerar una interacción
constante entre tres elementos que forman parte del fenómeno y que son necesarios a la hora de
realizar cualquier análisis: sustancias, individuos y contexto.

La Sustancia:
Respecto a la misma, se considera el tipo de sustancia, la cantidad y frecuencia en la que se consume,
las vías de administración utilizadas, la presencia de consumos asociados (ingesta de varias drogas conocido
como policonsumo), el acceso a la sustancia y la disponibilidad de la misma, entre otros.
La Persona:
Se consideran dos dimensiones básicas: una psicológica y otra física, así como también, las maneras
en que ambas interactúan con las distintas sustancias. Desde la dimensión psicológica se releva la motivación,
características de personalidad, factores de vulnerabilidad o de riesgo que puedan hacer más propensas o
proclives a un individuo a generar alguna dependencia o trastorno de la conducta. Desde la dimensión física,
se importan elementos como predisposición genética, contextura y edad.
El Contexto:
Relativo a las características socioculturales del ambiente de pertenencia del sujeto que influyen en la
forma en que se desarrolla el consumo y/o la dependencia a sustancias. Abarca el medio cercano y el
macrosocial, además del geográfico y del cultural.

Actividad:
Seleccione dos de los siguientes ejemplos de consumos de drogas, e identifique para cada uno
qué particularidades tienen y qué vínculos existen entre los tres elementos que constituyen el
fenómeno –sustancias, individuos y contexto–:

1) Existen en el norte de nuestra zona costera unos grupos indígenas, herederos de la civilización
Tairona, que utilizan drogas naturales. Uno de los momentos más importantes de su vida es el día que
reciben el Poporo. Allí, cuando un joven tiene sus primeras poluciones nocturnas, se hace un ritual de
paso, mediante una ceremonia en la que se le entrega un calabazo y una rama de árbol de zoco,
símbolo de la unión y la armonía entre el hombre y la mujer. Durante la noche el joven recoge y
pulveriza conchas de caracol, sustancia calina que guarda en el calabazo y extrae con el palo, para
mezclar con hojas de coca. Este ritual de paso, de niño a adulto, tiene un doble significado de cambio:
el acceso a las drogas y el acceso a la sexualidad.

2) Observemos un circuito de empleo de paco - pasta básica de cocaína -. En una “olla” o sitio donde la
gente consume, las personas llaman al paco “un susto”; “vamos a meternos un susto”, dicen aludiendo

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a esta práctica social. Y cuando se encuentran en la calle y están caminando hacia el sitio, la expresión
frecuente es “vamos a paniquiarnos”, es decir, aluden a la emoción de experimentar pánico. Una vez
en el acto del consumo, la interacción del habla es breve con relación al tiempo de permanencia en
grupo, y generalmente está referida a la sustancia. Es una experiencia de uso que tiene, para ellos, un
cortísimo período de gratificación, emoción, deseo y exploración del cuerpo, y otro tiempo
únicamente destinado a la necesidad de armar otro “madurito” –cigarrillo mezcla del paco con
marihuana-, para así volver a iniciar el ciclo: sensación de miedo, de placer corto, de larga ansiedad.
En ese contexto los correlatos no son deseables: desesperanza, miedo, marginalidad social y afectiva,
desvinculación de la oferta de servicios y bienes culturales.

3) Detengámonos ahora en otra sustancia, la cocaína. A diferencia del paco, la cocaína circula por los
escenarios de nuestros “yupis”, o puede instalarse en comportamientos valorados en la cultura actual.
La cocaína “juega bien” con el consumismo, con el exitismo y el eficientismo como criterios de
posicionamiento y ascenso social. En la experiencia subjetiva se potencia el individualismo como
condición de éxito y de resolución de problemas; el usuario de cocaína justifica su utilización
aduciendo que bajo sus efectos se siente una persona “más poderosa” y con mayores habilidades para
la interacción social. Resulta, por lo menos, llamativo que se asocie su empleo con percepciones de
mejor habla y pensamiento y con formas de romper la rutina y tener más tiempo (“el tiempo es oro”) y
más tiempos de vigilia. Pocos rasgos de parentesco muestra la cocaína con el paco, a pesar de su
común patrimonio estimulante y común procedencia de la hoja de coca (“hijos de la misma madre”);
ella, la cocaína, prefiere “los altos mundos”, y quien la consume, en lugar de pensar en asustarse o en
paniquiarse, generalmente sólo busca “las cumbres del delirio megalómano y los mundos de las ideas
grandilocuentes”.

4) Pasemos una rápida mirada por algunos circuitos de uso de drogas preferentes entre las mujeres.
Hacia los cuarenta años, paseándose entre los fantasmas y las verdades producto de las crisis por la
juventud que se aleja, por la menopausia que se acerca, por la soltería que parece se instala para
siempre, por las pérdidas amorosas, por los tiempos desgastados del trabajo, puede encontrarse un
“buen remedio” tranquilizante: las pastillas. El recurso se hace disponible luego de charlas con las
amigas -o porqué no, posterior a la visita a su médico-. Pero luego de un comienzo muy juicioso ella
descubre que este paraíso alopático que la ayuda a soportar su crisis está a su disposición, y entonces
decide automedicarse. El contexto de la auto-administración es útil para interrogar tanto sobre las
competencias y conocimientos acerca de las sustancias, como sobre la pretensión de autonomía y
decisión sobre el cuerpo y los consumos. Aquí ya no estamos frente a un uso ritual, ni ante una
mediación indicada por un experto legitimado por la academia médica. Estamos ante el uso indebido
de un medicamento.

5) Aunque la MDMA –o éxtasis- fue patentada en 1914, recién en las décadas de los años 80 y los 90 se
ha publicitado y empleado masivamente. Este mismo producto que hasta 1985 estuvo disponible con
indicaciones médicas para el manejo de “pacientes” psiquiátricos, y que se vendía aún sin fórmula, ha
cambiado de escenario. Hoy el éxtasis se vistió de rumba electrónica y se pasea entre jóvenes y
músicas tecno y trans; pero el cambio de escenario también lo ingresó al mundo de las drogas ilegales,
en la lista número uno de las sustancias más controladas en el mundo. La pregunta que cabe entonces
es, ¿cuáles fueron las condiciones que cambiaron, no solamente para que se transformara en droga
ilegal, sino para que su empleo se masifique con tanta velocidad?. Las respuestas son contradictorias.
Los estudios, etnográficos en su mayoría, ponen de manifiesto una especie de aura de “droga segura,
droga para pasarla bien, y droga de rumba corrida” en la percepción de los jóvenes. Para los expertos
el uso de MDMA se expresa en los grandes centros urbanos constituyéndose en un psicoactivo
peligroso por los efectos biológicos y por la frecuencia con que se mezcla con otras drogas.

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Representaciones sociales sobre el consumo de drogas

Modelo jurídico-policial:
El paradigma punitivo, basado en el Derecho, categorizó el consumo de dro gas como un delito,
planteando que los sujetos, al trasgredir la ley con total responsabilidad e intencionalidad, se convierten
en culpables y por ello deben ser castigados. Como “la droga” se concibe bajo el prisma del delito, el
modelo lleva a la criminalización y a la estigmatización de los usuarios, a la vez que produce la
creación de un mercado negro cada vez más poderoso. Este modelo es el eje central del paradigma
prohibicionista.
El modelo jurídico busca dificultar la disponibilidad de la sustancia. Para ello, su estrategia
preventiva se basa en divulgar las terribles consecuencias que genera la utilización de drogas,
destacando tanto sus efectos nocivos como las penas reglamentadas por su cultivo, producción,
distribución, venta, uso y posesión. En l

Modelo médico-sanitario:
En un segundo momento se produce un salto desde el paradigma punitivo a otro basado en la
desviación. La medicina, como agencia encargada de dar respuesta a esta problemática, considera
que los sujetos/ “pacientes” no son responsables de la práctica de consumir drogas. En este sentido,
el rótulo de “enfermo”, y ya no de vicioso, lo hace acreedor de un “tratamiento” en vez que de un
“castigo”.
Las definiciones médicas de la conducta “desviada” aumentaron considerablemente con el
surgimiento de las sociedades industrializadas. De este modo, el análisis médico vino a suplir lo que
antes, según los discursos religiosos, era considerado pecaminoso, inmoral o lo que más tarde a partir
del discurso jurídico fue caracterizado como criminal. Para algunos autores la rehabilitación médica
vino a reemplazar el castigo, aunque de un modo encubierto.
Para este modelo el “drogadicto” es considerado un “enfermo” al que hay que curar
(diagnosticar, prescribir y tratar) y reinsertar en la socieda d. En general las intervenciones curativas
del especialista se apoyan más en la prescripción, consejo e información que en la “escucha”
personalizada de lo que está necesitando cada persona en particular.
La falta de prescripción médica en la administración de una droga es lo que hace que esa
sustancia sea nociva para las personas.

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Modelo psicosocial:
A diferencia de los otros dos, este modelo, que surge a mediados de los años ´80, corre el
foco de la sustancia y lo coloca en el sujeto. Por ello, interpreta que el adicto es un enfermo y que la
adicción es la resultante de un malestar psíquico. El interés se centra en el tipo de vínculo que una
persona establece con la sustancia.
Se plantea que lo no dicho queda tapado u obturado por la práctica del consumo. Por eso, más
que buscar formas que permitan “detectar” signos de drogadicción, es importante desde esta postura
estar atentos a las dificultades que presentan algunas personas y buscar otras formas del “decir”, más
allá del síntoma del consumo.
Este modelo se sustenta en el reconocimiento de la complejidad de cada individuo y del peso
que tienen los factores psicológicos y ambientales sobre sus decisione s. Al centrarse en el sujeto, busca
saber cuáles son las necesidades que lo llevaron al abuso de sustancias tóxicas. Basado
principalmente en el encuadre psicológico, es el de mayor peso en comunidades terapéuticas y centros
de rehabilitación actuales. Las causas que se esgrimen para explicar por qué una persona comienza a
consumir drogas enfatizan la importancia que tiene en primer lugar la familia como responsable de la
socialización primaria y en segundo lugar el grupo de pertenencia (amigos, compañeros). Se enfatiza
así el peso del medio social cercano, disminuyendo el del medio social más amplio –político,
económico, cultural, social –.

Modelo sociocultural:
Este modelo postula que el significado asociado a las drogas está determinado no por sus
propiedades farmacológicas, sino por la forma en que una sociedad define el consumo de las mismas
y por las estrategias preventivas que utiliza con los consu midores. El fundamento que lo rige es que
una verdadera política preventiva no puede hacer abstracción de la estructura socioeconómica y de los
aspectos culturales que constituyen el contexto social de los consumidores de drogas. Las
desigualdades, la falta de oportunidades para grandes sectores de la población, la marginación, la
pobreza, el desempleo, el abandono escolar, la discriminación, el analfabetismo, la carencia de una
vivienda digna, los procesos de urbanización e industrialización sin una planificación adecuada,
deben considerarse como factores causantes de la aparición masiva de las drogadependencias.
Para este modelo la droga funciona como una forma de evasión de la realidad. El consumo de
drogas nuevamente forma parte del síntoma, pero, en esta oportunidad, ya no en términos
psicopatológicos sino sociales, es decir, como catalizador de una disfunción del sistema. El supuesto
preventivo que funciona por detrás es que si disminuyen las situaciones de conflicto y desigualdad
social, disminuirá la demanda de drogas.

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Sin embargo, la emergencia de la condición económica como “determinante” fundamental
hace que se establezca una asociación inmediata entre pobreza y consumo de drogas, lo que abre la
posibilidad de estigmatizar por estas prácticas a los sectores de menores recursos.

“Un problema de salud mental”


Sylvestre Begnis advierte que la penalización del consumidor de estupefacientes llevó a un “atraso de
décadas” en el tratamiento de las adicciones. Aquí, explica el plan que diseña la flamante Dirección Nacional
de Salud Mental y Adicciones.

Por Pedro Lipcovich

“La penalización del consumidor condujo a un atraso de décadas en el tratamiento de las adicciones”, sostiene
Juan Sylvestre Begnis, asesor del Ministerio de Salud en Salud Mental, Adicciones y Salud Penitenciaria. Este
atraso se manifestaría en “la falta de servicios adecuados y la carencia de suficientes profesionales ent renados
en el tema”. La nueva estrategia procuraría minimizar las internaciones, “que marginan a las personas de los
núcleos sociales donde podrían ser contenidas” y subrayarían “el trabajo sobre el entorno social y familiar de
los pacientes”. Para lograrlo, se plantean: la instauración de “servicios de salud mental y adicciones” como
superación de los servicios limitados a la psiquiatría; la capacitación de los profesionales de los centros de
atención primaria, para que puedan atender los casos menos complicados, y la instauración de “centros de día”
especializados en adicciones. Este esquema debiera poder aplicarse en todas las provincias antes de fin de año,
para lo cual se proyectan acuerdos a nivel de las distintas legislaturas y financiación desde la Jefatura de
Gabinete.

–La anterior estrategia, que consistía en perseguir al consumidor, condujo a un atraso de 20 años en el
tratamiento de las adicciones. El enfoque actual se basa en un par de decisiones políticas centrales. La
primera, como corresponde, es que la responsabilidad sanitaria sobre las personas con consumos adictivos se
asigne al sistema de salud; que deje de ser considerada en términos de un sistema jurídico policial y que toda
la fuerza de la Justicia y de la policía se dedique a enfrentar el narcotráfico, como ya lo han venido haciendo
otros países. La otra es, dentro de la salud, ubicar las adicciones en el capítulo de salud mental –afirmó
Sylvestre Begnis.

–¿Cuál es la óptica respecto de la internación en materia de adicciones?

–Se ha abusado de las internaciones. La experiencia recogida en distintos países es que la internación margina
a la persona de la familia y de los núcleos sociales donde, en colaboración con la labor profesional, podría ser
contenido y nutrirse. Es preferible no internar al paciente, porque, sobre todo cuando las internaciones se
hacen largas, se hace muy difícil la reinserción social y familiar. Por supuesto, una persona con coma
alcohólico necesita, para desintoxicarse, una internación, que no tiene por qué durar más que uno o dos días.

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–Sería una internación por razones de su estado clínico, más bien que para resolver la adicción.

–Sí. Es claro que el tratamiento ambulatorio requiere además el estudio del ámbito social, económico,
familiar, del paciente. Si no se estudia ni se trabaja con el medio en el que el paciente se desenvuelve, el
riesgo de que recaiga o agrave el consumo es muy alto.

–¿Qué dispositivos se plantean para este criterio de abordaje?

–El gran desafío es lograr, con la mayor velocidad, la implementación en los hospitales públicos de servicios,
que reflejen las actuales políticas en salud mental y en drogas. Se trata de que no sean “servicios de
psiquiatría”, sino, mejor, servicios de salud mental y adicciones. Por lo demás, gran parte de la tarea debe
correr por cuenta de los centros de atención primaria, para lo cual hay que capacitar a los médicos y
enfermeras generalistas en el tema drogas. No tenemos todavía recursos humanos en cantidad suficiente. Pero
es muy importante que en las “salitas” de los barrios se puedan manejar problemas menores, también en este
campo, sin necesidad de que todo se derive al servicio especializado. Hay 6600 centros de atención primaria
en la Argentina. También nos planteamos el alquiler de casas para centros de día en prevención y tratamiento
de adicciones.

–¿Qué lugar tendría en este proyecto la reducción de daños?

–Es una estrategia que no vamos a eludir. Afortunadamente, en la Argentina no tenemos problemas graves de
consumo de heroína, que, en varios países de Europa, llevaron a instalar salas donde las personas puedan
recibir inyecciones de droga bajo condiciones controladas, que eviten mayores daños. Pero en todo caso
procuraremos respetar a las personas en sus deseos y en su derecho a decidir, sin perjuicio de proponerles los
tratamientos que puedan preservar su vida.

Preguntas orientadoras de la lectura:


1. ¿Por qué Juan Sylvestre Begnis propone minimizar las internaciones y qué propone a
cambio?
2. ¿La estrategia anterior, al que según Juan Sylvestre Begnis “condujo a un atraso de 20
años”, a qué modelos sobre el consumo de drogas correspondería?
3. ¿Los lineamientos que propone Juan Sylvestre Begnis a qué modelo de consume de drogas
se corresponde?
4. ¿Por qué Juan Sylvestre Begnis propone minimizar las internaciones, o sea, qué
consecuencias negativas sobre la persona con problemas de consumo de sustancias están
relacionadas a ellas?
5. ¿Cómo propone trabajar con personas con problemas de consumo de sustancias en vez de
abusar de las internaciones?

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Cuando el proyecto es el cambio

Por Carlos Rodríguez

La sede de Proyecto Cambio funciona, desde hace 21 años, en una vieja casona de Palermo, con sus dos
plantas, su galería y el parque al fondo. En ese lugar acogedor, el psiquiatra Gastón Mazieres y la licenciada
en psicología Susana Barilari vienen desarrollando, con éxito, un tratamiento para jóvenes y adultos que han
caído en la adicción a las drogas que está alejado de las recetas habituales. “Nada de psicología clásica con
medicación e internaciones”, aclara Mazieres. La fórmula se asienta en un tratamiento ambulatorio con
reuniones semanales que tienen “una diferencia fundamental” con ese esquema clásico y que “parten de
propiciar, desde el inicio, la convivencia cotidiana con el grupo familiar y su red social sana, estimulándose la
participación laboral o educativa obligatoria. La idea es recomponer ese vínculo familiar que estaba roto y
empezar de nuevo”.

Tanto Barilari como Mazieres afirman que la mayoría de los que llegan son “chicos de 20 a 26 años que
nunca trabajaron y que duermen hasta las cinco de la tarde”. Luego de un mes de adaptación, se les exige
como condición determinante que se consigan un empleo o que retomen los estudios –casi siempre
abandonados por la dependencia de la droga–. “Con las recetas tradicionales, lo que hace la familia es
depositar al chico en un lugar, como si llevara el coche al taller mecánico y se dicen ‘lo paso a buscar dentro
de siete meses’, y cuando el chico vuelve, vuelve a la misma estructura.” Entonces “se repite el mismo nivel
de recaídas enorme que existe, mientras que nosotros tenemos entre un 80 u 82 por ciento de casos que
jamás volvieron a caer”. En la actualidad, son cincuenta los pacientes que concurren al tratamiento de
Proyecto Cambio.

Susana Barilari destaca que no usan la palabra “adicto” porque es un término que “estigmatiza”. Ellos
prefieren hablar de “gente que consume sustancias”. Los responsables de Proyecto Cambio vienen
trabajando desde mediados de los ochenta, cuando realizaron la residencia en el Hospital Borda, en el área
de familias en los consultorios externos. En esos años viajaron a Estados Unidos para aprender “terapia
familiar, desde una lectura sistémica. Estudiamos lo relacional, los vínculos, y cuando volvimos a la
Argentina, que en los ochenta era un país de tránsito de la droga, empezamos a trabajar con nuestro
tratamiento en 1988/89. Desde los noventa somos un país de consumo y la situación se agravó”.

“Siempre estuvimos apoyados en tres pilares. Uno es la inclusión de la familia en la red social. Esa es la
condición básica. El segundo es el trabajo con grupos de pares, de padres por un lado, de hermanos por
otro, y de grupos de amigos.” Cuando alguien ingresa al tratamiento “en poco tiempo está rodeado de
padres,hermanos y amigos que lo quieren, y con los que habían quebrado virtualmente el vínculo por el
consumo de sustancias”. En el primer mes se hacen tres o cuatro reuniones semanales, en las que tienen un
rol muy importante, para convencer al recién llegado, “los chicos o adultos que se han recuperado y que con
su experiencia tienen mucho que transmitir a los que están pasando por la peor etapa”.

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Al cabo de ese primer mes “de admisión”, el que quiera quedarse para seguir el tratamiento “tiene que
cumplir la tercera condición, una de las normas básicas del programa, y la más importante de todas: tiene
que trabajar o estudiar. Acá no hay nadie que no trabaje o estudie. Y eso lo controlamos. Es obligatorio
levantarse todos los días a las ocho y acostarse a las doce de la noche”. El trabajo cotidiano tiene que tener
una exigencia de por lo menos “seis horas diarias” para que el paciente “no se quede solo en su casa cuando
su familia sale a trabajar, porque esas horas son las que se usan para llamar al ‘dealer’”.

Mazieres afirma que “la gran diferencia con las internaciones es que nosotros mantenemos el contacto con la
familia, el contacto cotidiano”. Sostiene que han tenido casos “de personas que pudieron recuperar su trabajo
en bancos o en empresas importantes, o en sus propios estudios”, a medida que va avanzando el tratamiento
ambulatorio, que puede durar hasta dos años y medio o tres. En algunos casos, el que convence al paciente
para que inicie el tratamiento “es un hermano o un amigo, ni siquiera los padres, pero después nosotros
hacemos un esfuerzo para acercar a toda la familia”. Para los padres, una vez que pasó el período de
adaptación, “es obligatorio que vengan a las reuniones”. Mientras los chicos hacen terapia grupal, en grupos
de hasta veinte personas, los padres dialogan entre ellos en el parque que tiene la institución o en alguna
dependencia de la casa. Los sábados hay reuniones para “hacer música, jugar al fútbol o realizar actividades
recreativas entre todos, pacientes, hermanos, padres, amigos, novias, tíos y hasta algunos patrones de los
chicos, que en algunos casos son los que los trajeron porque estaban encariñados con ellos y no podía
tolerar verlos de la manera en que estaban”.

Susana Barilari sostiene que “en los primeros tiempos hay que trabajar con la familia, porque a veces son los
padres los que vienen primero, a fin de darles mecanismos para que puedan convencer a sus hijos de que
tienen que empezar el tratamiento. Siempre se busca, en cada familia, al referente importante para que
cumpla esa labor de convencimiento”. Mazieres subraya que no se detienen tanto “en qué consume y cuánto
consume. Lo que vemos son las conductas del pibe en la casa, si es agresivo, si es violento, si tiene maltrato.
Lo que hay que recomponer, como base esencial, es la relación con su familia y con su grupo de amigos
sanos”.

El problema más reiterado es que, por lo general “la familia está como bloqueada, no sabe cómo ponerle
límites. Acepta todo este maltrato, está como anestesiada y se crea un circuito de maltrato y de toler ancia”. El
trabajo se hace “sobre los dos polos y al mismo tiempo; eso es clave, eso es lo importante y no el dosaje de
orina. Hay que romper con el circuito viejo que permitía el mantenimiento del consumo”.

–Los chicos empiezan a venir y cuando retornan a sus hogares ¿siguen consumiendo?

–Aprenden acá que, sin acompañamiento, cualquier movimiento es de riesgo, porque no tienen ningún
impedimento para volver a drogarse. Se empieza a desarrollar un plan de cura y los chicos ya no salen solos
de la casa. Una de las normas es que no vuelvan a ver a los amigos con los que consumían. Cuando
llegamos a este punto, el chico ya aceptó este proceso, aunque le cueste, aunque rezongue, porque está
poniendo parte de sí y tiene que hacerlo. Lo hacen por lo general por los padres, no por ellos. Los que vienen

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consumen cocaína y el 90 por ciento de los que llegan acepta quedarse. Eso pasa con los chicos, con los
adultos es diferente. El adulto llega sólo porque la esposa le puso un límite. Cuando llega es porque está muy
mal y quiere evitar que se le destruya toda la estructura familiar.

Todos los pacientes que han tenido alguna experiencia en otro centro de rehabilitación concuerdan en que la
diferencia con Proyecto Cambio es que “acá no hay represión”.

Preguntas orientadoras de la lectura.


1. ¿Cuál es la “diferencia fundamental” con los tratamiento clásicos del tratamiento propuesto por
Proyecto Cambio?
2. Según el texto los tratamientos tradicionales, las “recetas tradicionales”, tienen un nivel de recaídas
enormes ¿Por qué tienen este enorme nivel de recaídas según el artículo?
3. ¿Por qué no utilizan la palabra “adicto” en Proyecto Cambio? ¿Qué palabras usan en su lugar?
4. ¿Cuáles son los “tres pilares” en los que se apoya el tratamiento en Proyecto Cambio?
5. Según Mazieres, ¿Cuál es la diferencia entre las internaciones y el tratamiento en Proyecto Cambio?
6. En el texto sostienen que la base esencial del tratamiento es la recomposición de la relación con la
familia y el grupo de amigos sanos. ¿Cuál es el problema más reiterado en las familias?
7. ¿Qué propone respecto “los amigos con los que consumía” el tratamiento en Proyecto Cambio?
8. ¿Según los pacientes de Proyecto Cambio que también han pasado por otro centro de
rehabilitación, cuál es la diferencia entre el tratamiento en Proyecto Cambio y el tratamiento en
otros lugares?

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“Empecé a vivir mi vida de vuelta”

Por Carlos Rodríguez

Franco tiene 22 años, aunque su aspecto general es, todavía, el de un adolescente, ese que había comenzado a
drogarse cuando tenía apenas 14 años. Llegó a Proyecto Cambio hace dos años y dos meses “arrastrado de los
pelos” por su familia “luego de largos años de consumo y de pasar por otros tratamientos que no habían dado
resultado, más bien fueron negativos porque me sentía muy reprimido y tenía una necesidad de rebelarme muy
fuerte”. En esos momentos, “la droga era la excusa y la usaba para expresar mi rechazo a esos tratamientos
que no sirvieron para nada”. Cuando llegó, a los 20 años, estaba “muy triste, no tenía trabajo, no estudiaba
nada, no hacía nada, era un parásito. Mi novia de muchos años me había dejado”.

Sus padres son arquitectos y su mamá, además, es psicóloga. Tiene una hermana a punto de cumplir 21 años.
“Ellos tres fueron siempre muy buenos, me acompañaron mucho, nunca se enojaron conmigo al punto de
decir ‘ya me harté de vos, no hago nada más’, sino que siempre fueron para adelante.”

Cuando empezó el tratamiento en Proyecto Cambio siguió consumiendo hasta que “por propia decisión paré
porque no aguanté más seguir mintiéndole a todo el mundo, a mis amigos inclusive. Desde el momento en que
dejé de consumir empecé a vivir mi vida de vuelta. Empecé a reconstruir las cosas. Actualmente estoy en
tercer año de la carrera de Hotelería, trabajo en un hotel y estoy muy feliz con lo que hago, tengo una novia
increíble”.

Recuerda ahora que a los 14 años probó la marihuana y como sus padres le habían dicho que debía contarles
todo, les contó. “Ellos se preocuparon mucho, se sobrepreocuparon yo creo, y me prohibieron un montón de
cosas, como salir a la noche, me llevaron a un especialista en adicciones que me hacía análisis de orina y
como siempre fui muy rebelde, se desató una especie de lucha que duró seis años.” Dijo que cambió porque
“la relación con mi familia era un infierno”. Recuerda las palabras de uno de los coordinadores: “El me dijo
que al elegir, uno renuncia a algo, y yo elegí: y fue sin duda lo mejor que hice en mi vida hasta el momento
porque me estaba quedando muy solo, ya nadie me respetaba”.

1. ¿Por qué no funcionaron los tratamientos que recibió Franco en las instituciones anteriores al que
recibió en Proyecto Cambio?
2. ¿Qué dice Franco de su familia? ¿Según esto que él dice, el modo de pensar de su familia a que
modelo de consumidores de droga correspondería? Justifique su respuesta.
3. ¿A qué modelo de consumidor de drogas corresponde el tipo de tratamiento con el que se trabaja en
Proyecto Cambio?
4. ¿Cómo fue la vida de Franco una vez que dejó de consumir y cómo era antes?
5. ¿Por qué era un consumo problemático el de Franco?

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La otra visión
Por Carlos Rodríguez

Susana Barilari repite una y otra vez que la diferencia con otros tratamientos pasa por “la ideología”. Ella,
Gastón Mazieres y el equipo que los acompaña, de expertos y ex adictos, toman la experiencia lograda, a
través de los años, primero con las comunidades terapéuticas y luego con los tratamientos ambulatorios.
Reniegan de la “psicopatología clásica” que considera al adicto como un “enfermo dual” que suma al
consumo de drogas síntomas psicopáticos, esquizofrénicos, síndrome bipolar, depresión o neurosis de
angustia. Aunque aprueban –con alguna aclaración– la despenalización del consumo personal de marihuana,
creen que la relación social con la drogadicción se ha modificado respecto de lo que ocurría en los setenta y
los ochenta. “El uso de drogas está más ‘normalizado’ y padres de 45 años, que en su juventud consumieron,
no saben qué actitud tomar frente a sus hijos cuando consumen, pero a nosotros no nos llegan ‘pajaritos’ que
tocan la marihuana los fines de semana, llegan consumidores de alcohol y cocaína en altas dosis. Por eso
damos talleres para prevenir, porque del pequeño consumo se pasa al consumo en grandes cantidades.”

–¿Por qué se oponen al tratamiento con otras drogas para poner fin a la adicción? –Hay
un franco desconocimiento de los beneficios logrados con los tratamientos ambulatorios y las comunidades
terapéuticas. Eso lleva a perpetuar tratamientos individuales con resultados inoperantes. Algunos psiquiatras
quieren solucionar el problema imponiendo “chalecos químicos” y transformando a las personas en
deficientes e ineptos. No se rinden los laboratorios que impulsan el uso indiscriminado de medicamentos
generadores de cambios mágicos. Para eso desarrollaron teorías que apuntaban al funcionamiento cerebral del
adicto.

–¿Cómo ven ustedes al “consumidor de sustancias”?


–Son personas con cuadros confusionales o trastornos emocionales, que generalmente se solucionan
al dejar el consumo, con una contención humana de acompañamiento. Se rescatan como seres
progresivamente. En general no es necesaria ninguna medicación agregada.

–¿Acuerdan con la despenalización de la marihuana para consumo personal?


–Estamos de acuerdo, porque la solución del problema no pasa por una cuestión policial o judicial.
Pero es una medida que tiene que formar parte de un paquete de acciones para que los jóvenes se alejen de las
drogas. Hay que hacer campañas de prevención serias, hay que trabajar muy seriamente en las escuelas. Hace
20 o 30 años vos pensabas, en casa yo doy las órdenes, doy los valores, doy las normas; hoy en día los valores
de los chicos no pasan por lo que les dicen los padres. Pasa hoy por los medios de comunicación, por Internet,
el pibe se pasa cuatro horas no escuchando al papá, se pasa cuatro horas escuchando y viendo la televisión.
Hay que pensar en la familia, los medios y la escuela. La prevención hay que pensarla a nivel de la escuela y
de los medios, en serio.

Preguntas orientadoras sobre el artículo periodístico:


1. ¿Cómo es la visión de la “psicopatología clásica” del adicto? (psicopatología es el estudio de las enfermedades
mentales).
2. ¿Cuál es motivo por el cuál Susana Barilari y Gaston Mazieres se oponen a tratar las adicciones a través de la
utilización de otras drogas (medicamentos psiquiátricos)?
3. ¿Por qué los laboratorios farmacéuticos (fabricantes de remedios) impulsan el uso indiscriminado de
medicamentos en los tratamientos? ¿Y qué papel juegan en esto las teorías del funcionamiento cerebral
desarrolladas por éstos laboratorios?
4. ¿Cuál es la visión del “consumidor de sustancias” que tienen Susana Barilari y Gaston Mazieres?
5. ¿La penalización del consumo de marihuana a qué modelo de consumidor de drogas pertenece?
6. ¿Susana Barilari y Gaston Mazieres piensan que el consumidor de marihuana debe ser penalizado? ¿A qué
modelo de consumidor de drogas pertenece lo que piensan sobre esto?
7. ¿Cómo se deben prevenir las adicciones según los entrevistadso?

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