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El niño robot

Daniela Aseret Ortiz Martinez

Él era muy extraño, siempre miraba hacia


el frente. Cuando le hablaban giraba todo su
cuerpo, nunca movía el cuello y sólo
contestaba “sí” y “no”. Sus piernas parecían
dos grandes bloques; se movía con mucha
dificultad, y cuando la maestra le hablaba
sus ojos se cerraban.

Mis amigos y yo comentábamos que parecía


un robot descompuesto.

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El día del niño hubo una quermés en la
escuela. Yo estaba junto al puesto de dulces,
cuando volteé y vi a un genio del baile. Se
movía como pez en el agua. Al terminar
la música, mis ojos se abrieron como nunca
antes: el gran bailarín ¡era el robot! Me
acerqué a él para preguntarle cómo había
aprendido a bailar tan bien, pero él no
contestaba. Cuando inició la música se puso
de pie y me contestó:

—Mi excelso progenitor me ha ilustrado.


—¡¿Qué dijiste?!
—¡Que mi papá me enseñó!
—¿Quieres bailar?

Sus palabras me dejaron helado;


él podía hablar y bailar también.
Desde aquel día el robot se convirtió
en mi amigo y me sigue enseñando
a disfrutar de la música.

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