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05 - Sofía

Algo le daba golpecitos en la cara, Amelia protestó en sueños y agitó la


mano a ciegas, entonces oyó una risita y abrió los ojos de golpe. Ante ella
había una pequeña rubia con una bonita cara soñolienta.

— Tengo hamble, Melia  —  susurró la niña, a escasos milímetros de su nariz.

— Vuelve a la cama  — repuso en voz igual de baja.

Sofía frunció el ceño y le tiró del brazo.

— Pofiii  —  suplicó mientras estiraba.

Amelia rugió, tomó a la niña y se la puso encima de la barriga. — Decir por


favor no siempre sirve para todo, pitufa  —  quiso explicarle.

Sofía bostezó y se frotó los ojos.

— ¿Ves? Todavía estás muerta. Vuelve a la cama  — la apremió, pero la niña
cayó rendida sobre su pecho —. No, no, no, venga, pitufa.

Sin embargo, al mirar hacia abajo, Sofía se había metido el pulgar en la


boca y tenía los ojos cerrados.
— Mierda —  refunfuñó y también bostezó.

Con cuidado, le sacó a Sofía el pulgar de la boca. No sabía nada de ser


madre, pero sabía un par de cosas sobre chupar dedos. Instintivamente,
colocó al pequeño monstruo en la parte interior del sofá. Porque,
sinceramente, lo último que le hacía falta era tener que correr a urgencias.

Luisita se despertó con un susto de muerte, porque al volverse Sofía no


estaba, se anudó la bata a toda prisa y corrió al pasillo. Entonces se detuvo
en seco, perpleja, y sonrió: Amelia estaba estirada en el sofá, tenía a Sofía
acurrucada contra su pecho y la rodeaba con el brazo en gesto protector.

Las dos dormían profundamente y la rubia trató de no darle vueltas a lo


natural que le resultaba la escena. La morena respiraba acompasadamente
y sonreía. ¿O quizá era lo que Luisita quería imaginarse?

En fin, al menos podría ducharse en paz y sola. Por mucho que quisiera a su
hija, atesoraba cada minuto que podía dedicarse a sí misma.

Tomó su albornoz y fue a ducharse.

— Ahhh, me encanta  —  suspiró bajo el relajante chorro de agua caliente.

Por instinto, miró hacia abajo, esperando ver a Sofía dentro de la ducha
con ella, mientras se lavaba el pelo, se rió al pensar en las inocentes
preguntas sobre anatomía que solía responder durante las duchas
comunitarias. Obediente, siempre contestaba a la niña cuando le
preguntaba sobre sus pechos, y Sofía se había quedado satisfecha cuando
le había explicado que tenía la barriguita más grande porque dentro estaba
creciendo un hermanito o hermanita.
Lo que la dejó helada fue que Sofía le preguntara sobre el «pelo» que tenía
entre las piernas. Luisita había intentado explicarle los conceptos de vello
púbico y adolescencia mientras el agua empezaba a enfriarse y todavía
recordaba la cara de total incomprensión de su hija.

— Mamá, ¡pelo!  — había insistido ella.

Y Luisita había dado su brazo a torcer. — Tienes razón, pastelito.

En el presente, Luisita rió de buena gana y empezó a enguajarse el cabello.

— Ay, mi pequeña Sofía.

Se quedó en la ducha un par de minutos más, para disfrutar de la paz y la


tranquilidad. Luego cerró el grifo y oyó que llamaban a la puerta.

— Mamá, caca.

Luisita rió de nuevo, se puso el albornoz y abrió la puerta, la pequeña tenía


las piernas cruzadas y cara de sueño.

— Buenos días, pastelito. Eres una niña muy buena y...


— Sal mamá, tengo caca.  —  Interrumpió Sofía, anadeó hacia el váter y
levantó la tapa.

— Madre mía,  que humor tienes hoy.

— Humor, no! Solo hamble y caca, mamá.

Luisita rió —  Ya lo veo mi vida, voy hacer el desayuno, cuando termines ya lo


sabe, sí?

— Chi... Mamá... puede Melia?

La rubia abrió mucho los ojos y trató de no sonreír imaginando a pianista


Amelia Ledesma ayudando a Sofía con su caca.

— Mi vida, mejor no, vale?

— Vale.

Luisita salió sonriendo de las ocurrencias de su hija.


****

Amelia percibió el aroma a café y sonrió en sueños. Entonces volvió a notar


que le tocaban la cara y al abrir los ojos se encontró con la misma pequeña
rubia de antes intentando tirarle del párpado.

— ¡Aiba! —  insistió.

— ¿Ya has hecho caca?  — farfulló.

— Mmm, aiba  —  repitió

— No, arriba tú  — replicó y empezó a hacerle cosquillas.

Sofía soltó una risita y luego una de aquellas carcajadas infantiles tan
contagiosas que surgen de la inocencia más pura. Amelia se rió con ella y,
al levantar la mirada, vio que Luisita las observaba con una sonrisita
burlona y los brazos en jarras.
— Buenos días, Amelia.

— Buenos días.  —  Amelia carraspeó y se sentó derecha. Sofía se le subió a la


espalda sin dejar de reír. — Pero... Quítame al bicho de encima,
¿quieres?  — se quejó.

Se puso de pie con Sofía colgada del cuello y con las piernecitas alrededor
de su cintura como buenamente podía.

— Parezco Cuasimodo, joder.

— ¡Joer!  —  repitió Sofía.

Luisita le lanzó a Amelia una mirada furibunda y esta se puso colorada.


Entonces cogió a su hija y fue a la cocina.

— El desayuno estará listo dentro de unos minutos.

Amelia arrugó la frente; volvía a sentirse fuera de lugar en su propia casa,


Luisita vio la cara que ponía y volvió enseguida.

— Amelia, yo... lo siento. He pensado que podía preparar el desayuno para


las tres. Sofía tiene que comer...
La ojimiel se pasó la mano por el cabello y le hizo un gesto para que no se
preocupara. — Es que no estoy acostumbrada a tener a alguien por aquí que
mida menos de metro y medio  — confesó.

La rubia se ruborizó y disimuló una sonrisa, las dos se miraron a los ojos
unos segundos hasta que alguien empezó a golpear los cubiertos contra la
mesa y rompió el silencio.

— Parece que la pitufa tiene hambre  — observo la morena.

Luisita no estaba segura de si bromeaba o se burlaba de ella, pero optó por


ir a la cocina cuando Amelia desapareció por el pasillo.

— ¿Tienes mucha hambre, mi vida? ¿Te apetecen unos huevos?

—  Chi

****
Amelia entró en la ducha y soltó un grito.

No quedaba agua caliente y se dio la ducha más rápida de su vida, al


secarse con la toalla, no pudo evitar imaginarse a Luisita haciendo lo
mismo pocos minutos antes y sacudió la cabeza para sacarse la imagen de
la mente.

— Por amor de Dios, Amelia, que está embarazada  —  se riñó.

Tanto Luisita como Sofía la miraron cuanto entró en la cocina con un largo
albornoz.

— Voy a nadar. Vuelvo enseguida.

— Melia, Sofía nada  — exclamó enseguida la pequeña, e intentó bajar de la


silla, pero Luisita la hizo sentarse de nuevo —.  Mamá, ¡Sofía
nada!  —  insistió, forcejando contra su madre, que miró a Amelia.

Esta se mordió el labio, seguramente para no reír.

— Es un gremlin de lo más revoltoso.

Con Luisita aún tratando de controlarla, Amelia se acercó a Sofía, la niña


levantó la cabecita y se miraron a los ojos.
— Hacemos una cosa, pitufa. Primero acaba de desayunar. Luego te llevaré a
nadar. ¿Trato hecho?  —  propuso, estirando la mano. Sofía rio y Amelia le
cogió la manita y se la estrechó —.¿Trato hecho o no?  —  preguntó de nuevo.

— Tatohecho  — rió y Amelia le sacudió la mano otra vez.

— Pero te tienes que comer todo el desayuno  — le recordó la morena con
firmeza. Con una última y vigorosa sacudida, la soltó.

Se volvió hacia Luisita con una mueca de arrogancia y no escondió la


mirada de superioridad, sin perder la sonrisa, más sin decir palabra y salió
de la casa.

La rubia la fulminó con la mirada hasta que desapareció y luego se puso


seria con su hija, que la contemplaba con sus inocentes ojos.

— ¿Mamá fadada?

Luisita se echó a reír y le dio un beso.

— No, mamá no está enfadada. Es solo que a Amelia se le dan muy bien las
mujeres. La muy creída... Seguro que ahora se cree que le van a dar el título
de Madre del Año.
****

Luisita las contempló desde el porche y musitó un irónico «Ay,


Amelia» cuando Sofía se soltó de su mano y se escapó hacia lo lago.

— ¡Eh!  —  le gritó la morena a la alegre niña mientras le cortaba el paso.

Era para verlas: la esbelta mujer persiguiendo a... ¿cómo la llamaba? Ah, sí,
hobbit.

Pues el hobbit estaba ganando.

— Le ruego que no mate a mi hija, Amelia  —  gritó desde su asiento a la


sombra, en donde bebía plácidamente un vaso de té helado a sorbitos.

La morena la miró un segundo, furiosa, y enseguida volvió a buscar a la


niña, que iba directa a la orilla desternillándose de risa. Amelia echó a
correr, la atrapó en dos zancadas y la levantó por la parte de atrás del
bañador. El mini saco de patatas lanzó un grito de indignación, con los
brazos y las piernas colgando.

— ¡Sofía nada!
Incluso desde el porche, Luisita atisbó la sonrisa diabólica de Amelia. — Ni
se te ocurra.

La ojimiel suspiró, desilusionada, y entró en el agua con Sofía en brazos. Se


pasaron una hora jugando y pasándolo bien en lo lago. La morena subió a
Sofía en una balsa de goma y la paseó por la zona poco profunda. Por
supuesto, Sofía saltó y Amelia tuvo que arreglárselas para que la niña,
encantada con la diversión, no se ahogara.

— Melia  — llamó con su vocecita infantil, y señaló la superficie del agua.

En la zona menos profunda había un banco de peces junto a una roca.

— Peses.

Amelia se rió.

— Sí, son pececitos. Crecen y se hacen grandes. Te enseñaré a cogerlos.

— Tero peses  —  afirmó y empezó a dar palmadas y salpicar en el agua sin


parar de reír.

Los peces salieron disparados en todas direcciones.


Cuando acabaron de jugar y salieron del agua, Luisita se dio cuenta de lo
verdaderamente atractiva que era Amelia Ledesma. Era toda piernas,
pensó Luisita, estaba en forma. Se había puesto un discreto bañador de
una pieza y, de alguna manera, Luisita sabía que lo había hecho por Sofía y
por ella.

— Seguramente nada desnuda con sus mujeres. Las solteras y no


embarazadas  —  se dijo con algo de melancolía.

Sofía estaba rebozada de arena y Amelia también.

— Tu hija no le tiene miedo a nada  —  comentó al llegar al porche seguida de


Sofía y cogió una toalla —. Tengo arena en partes del cuerpo que ni sabía
que existían.

Sofía echó a correr hacia su madre.

— Mamá, Sofía nada. ¡He vito peses!  — exclamó.

Luisita la envolvió en una toalla y le dio un fuerte abrazo.


— Ya te he visto. Estoy muy orgullosa de ti, lo has hecho muy bien,
pastelito  — le aseguró cariñosamente —. ¿Te han gustado los peces?

La pequeña asintió enfáticamente, Luisita se rió y le susurró algo al oído.


Sofía asintió y fue con Amelia dando tumbos.

— ¿Sí?  —  le preguntó sonriendo.

— Gacias, Melia  — murmuró la niña.

Amelia se sonrojó, porque no estaba acostumbrada a aquellas cosas. Tosió


y evitó mirar a Luisita. — De nada, pitufa.

Sofía estiró los brazos hacia Amelia, que se agachó. Entonces el medio
moco le plantó un beso en los labios y le dio una palmada en las mejillas.
La ojimiel se sonrojó aún más, sonrió para la niña sin darse cuenta que
Luisita las miraba con ternura y con los ojos llorosos.

****
Esa noche, cuando Sofía estaba ya en la cama, Luisita y Amelia salieron al
porche a disfrutar de la cálida noche veraniega.

— Tengo que irme a Chicago unos cuantos días. He acabado la última


canción y estaré en el estudio. Espero no estar fuera mucho tiempo. Le he
pedido a Ana que se pase de vez en cuando. Vive a menos de un kilómetro, al
otro lado del lago. Por si acaso, yo estaré en mi apartamento de la ciudad. El
número está al lado del teléfono y también tienes mi móvil, por si necesitas
cualquier cosa, puedes llamarme cuando quieras  —  dijó, un poco nerviosa.

Luisita la miró y sonrió con ternura — Gracias. Pero no quiero ser una
molestia mayor de lo que ya lo soy y te agradezco sinceramente todo lo que
has hecho hasta ahora  —  le dijo en voz calmada.

— Bueno, sé que he estado un poco borde e irritable y lo siento de verdad. Es


que no estoy acostumbrada a la compañía, bueno... siempre he estado sola
y...  — se interrumpió, a sabiendas de que parecía idiota.

— Pues... ya lo sé. No te preocupes, esto es un cambio para las dos, Amelia.


Yo no quería marcharme de mi hogar, no quería reconocer que no podía
arreglármelas sola. Pero tengo a Sofía y dentro de tres meses un bebé...
Bueno, a veces el orgullo pasa a un segundo plano, solo quiero lo mejor para
nosotras — admitió, acariciándose el vientre.
Amelia la estudió con curiosidad. — ¿Qué se siente?

La rubia posó los ojos en ella y enarcó las cejas. — Bueno, es inquietante
saber que un ser humano está creciendo dentro de ti. A veces me siento como
en la película esa, Alíen  — contestó.

Amelia se rió desde el fondo de la garganta y a Luisita le pareció que tenía


una risa muy agradable. Le cambiaba la cara y la hacía todavía mucho más
atractiva.

Sin embargo, se apresuró a echar el freno a aquellos pensamientos.

— Pero es un milagro. ¿Sinceramente? Al principio una parte de mí esperaba


que la inseminación no funcionara.

— ¿Por qué?  — quiso saber y se echó hacia delante en el asiento.

— Porque justo después de inseminarme le diagnosticaron el cáncer a Laura.


Yo no quiero parecer egoísta, eh? Pero en lo primero en que pensé cuando se
me pasó el susto de la noticia fue en el embarazo.

Reinó el silencio un segundo, durante el cual Luisita trató de descifrar en


qué pensaba Amelia. Tenía el ceño fruncido y la vista fija en la oscuridad,
así que la rubia no sabía qué decir.
— ¿Laura no había ido al médico antes? No me creo que no lo supiera o que
tú no notaras que había algún cambio.

El tono de sospecha era evidente y Luisita se encendió de nuevo. Ya no


sabía si eran las hormonas o la arrogancia de aquella mujer lo que la
sacaba de quicio.

— Laura siempre había estado muy sana. Debes de recordarlo.

La ojimiel miró a Luisita fijamente y esta le sostuvo la mirada, igual de


retadora. — Me acuerdo muy bien de Laura. Y sí, estaba muy en forma.

— Bueno, yo no soy médica, pero el tipo de cáncer que tenía era...

Pero la rubia calló, porque de repente ya no le apetecía hablar del tema. Se


acarició la barriga otra vez para templar los nervios y empezó a respirar
lenta y acompasadamente: inspirar y expirar, inspirar y expirar.

Amelia la observó, desconcertada.

— Mi médico me recomendó respirar hondo cuando noto que me estreso.


La morena asintió, aún ceñuda. — ¿Y crees que soy yo la que te estreso?

— No, la situación ya es estresante de por sí. Tú no has hecho nada para


empeorarlo, aunque me gustaría que dejaras de hablar como si me acusaras
de algo  — replicó subiendo el tono a medida que hablaba.

— Yo no estoy acusando a nadie  — se defendió

Iba a decir algo más, pero se lo pensó mejor y fue Luisita la que habló. —
Oye, siento mucho todo esto. Créeme, ojalá tuviera algún sitio adonde ir.
Debería haberme quedado en Albuquerque  — dijo, sin dejar de respirar
profundamente.

— Bueno, es un poco tarde para eso  — replicó, frotándose la cara en gesto


de exasperación

Luisita la miró asombrosa y enfada — Todavia puedo, Amelia...

— No, no lo puedes y de verdad no lo entiendo...  — alzó la voz

Luisita ladeó la cabeza y esperó a que acabara, pero cuando Amelia no


continuó, la rubia la animó tan tranquilamente como pudo. — A ver... ¿Qué
es lo que no entiendes?
— Nada.

La rubia suspiró.

— Amelia, van a ser cuatro meses muy largos si no podemos ser sinceras la
una con la otra. Dime lo que te ronda por la cabeza, por favor.  — Dijó un
poco mas calmada

— Eh... supongo que sencillamente fue mala suerte. La inseminación y justo


después enterarse de que a Laura la estaba devorando el cáncer.

Luisita la miró con escepticismo. — Me da la impresión de que hay algo que


no me estás diciendo.  —  Entonces contempló la luz de la luna reflejada en
el lago, suspiró hondo.  — Te agradezco que me ayudes. Te lo agradezco por
mi familia.

Dicho aquello, se levantó y abrió la puerta. Cuando miró atrás, Amelia


seguía con el ceño fruncido, y negó con la cabeza.

— Si algún día quieres decirme lo que piensas, te escucharé encantada. Sé


que vamos a ser una extraña "pareja" estos meses, pero espero que al menos
podamos llevarnos bien.
No esperó a oír si la morena respondía, sino que entró en la sala de estar a
oscuras y se dirigió al dormitorio. Tras la puerta cerrada, hizo lo que pudo
por contener las lágrimas de enfado y frustración.

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