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FURATENA
Tragedia lírica en tres actos y cinco cuadros. Texto y música de

GUILLERMO URIBE HOLGUIN

No contiene esta obra ningún elemento histórico. Es una completa


ficción. Inclusive los nombres de los personajes que actúan, son
ideados por el autor (poquísimos nombres de indígenas registra la
historia de la Conquista), excepto Furatena, cacica de los Muzos, de
quien tan sólo cuentan las Crónicas que fue mujer de excepcional
belleza y con la cual quiso casarse el Zipa. La indumentaria, las for·
mas arquitecturales y, en fin, todos los detalles tuvo por fuerza el
autor que imaginarlos.
Siendo absolutamente imposible montar este drama musical aquí,
por ser el proscenio de nuestro único teatro, de poca amplitud, por
carecer de mecanismo especial para cambios rápidos de escenario y
por ser muy reducido el foso para la orquesta, en el cual no cabrían
la mitad de los ejecutantes requeridos para esta obra~ se optó, a fin
de hacer conocer aunque no sea sino una parte de ella, por ejecutar
el primer acto en forma de concierto.

EDITORIAL KELL Y
Bogotá, O. E.

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
FURATENA
Tragedia lírica en tres actos y cinco cuadros.

La escena pas a a mediados del siglo XVI, durante la conquista


española.

PERSONAJES :

URATENA , C acica s obe rana de la tribu de los Muzos.


DON ALVARO , capitán de la expedición española.
ANABI, viejo servidor de Otemate, padre de Furatena.
NAYRA, doncella al servicio de Furatena, hija de Anabí.

FAS U CA, anciano sabio y augur.


CHASUI, agorero.
FERNANDEZ, oficial de la expedición.
PEREZ, soldado.
ARCHILA, soldado.
AMIARI, bailarina hechicera.
Soldados conquistadores, indígenas de ambos sexos.

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ACTO PRIMERO

En el jardín del palacio de Furatena.


An c ho espacio , libre en el centro. A la derecha una sen-
da tortuosa que conduce a la puerta del cercado. En el
prime r plano, a la derecha, un árbol cubierto de flores
rosadas lilas, sin ningún ramaje. La senda se bifurca en
el egundo plano y una de sus ramas se dirige al palacio.
D e es te no se distingue sino la techumbre, pajiza y coro-
n ada por un techo triangular. Se ve la entrada de la es-
c a linata que d esciende al palacio. En el fondo, a la izquier -
da un c amino que lleva a las rocas. En el primer plano,
a la i zquierda, la hamaca de Furatena, rodeada de pla-
tanares. En distintos sitios palmeras. En el último plano
el e r cado y más lejos bosque exuberante.
Tarde muy clara. El sol ilumina violentamente el pai-
. _:aje. Furatena adormecida en su hamaca. La cubre una
especie de camisa sin mangas. La enorme cabellera cae
por fuera de la hamaca. Anabí la contempla a cierta dis-
tancia.

FURATENA (despertando) ¿Hola, tú por ahí?


¿Velabas mi sueño?
ANABI. Sí, ciertamente (tristemente baja la vista).
FURATENA. Hace días vienes mostrándote tacitumo.
Levanta esa cara
y abre grandes los ojos,
que la luz nos inunda por todas partes

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y hace hervir en las venas nuestra sangre.
Goza la vida,
que aún no eres viejo.
ANABI. Muy abiertos tenía mis ojos,
deleitándome en tu belleza
(Furatena se baja de la hamaca, hace un gesto de
desperezarse y se acerca a Anabí).
FURATENA. Todos me dicen bella.
Quién pudiera mirarse,
para saber si es cierto
lo que tánto se oye.
Cuando voy a la fuente,
en el remanso de las aguas veo reflejar mi cara,
pero a medida que la aproximo,
ansiosa de conocerla,
se pierde en las honduras.
Es celosa como tú el agua:
tú me ocultas a las miradas de los hombres
y ella a las mismas mías.
ANABI. Hoy más que nunca quisiera ocultarte a todos ;
encerrarte en un nicho s agrado ,
que es tu puesto,
y que nadie te viera más.
Mi corazón a pesar de lo viejo que soy
late como el tuyo,
pero no con la exaltación de la vida,
sino de angustia.
FURATENA. Explícate; me infunden sospechas tus
palabras.
ANABI. Es mi deber hablarte,
callando tus risas y causándote pena.
Mas siendo inevitable el informarte, escucha:
no cabe duda
que extranjeros desconocidos,
que extranjeros insolentes,
pisan tus dominios.
FURATENA (enérgica) ¿Quién lo asevera?
¿Quién loo ha visto?

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ANABI. Unos dicen haberlos vislumbrado a lo lejos;
otros, que los han sentido;
los más valerosos hánseles acercado,
pero el brillo de esos .seres misteriosos
les ha ca usado pavor
y t ras de la maleza se han escondido
para descansar la vista;
todos parecen temerlos.
FURATENA. ¿Temerlos?
¡Cuándo s e oyó que un muzo a alguien temiera!
Cara rnemo::ia de Oternate;
¿moriste y tu raza tornóse cobarde?
Tus hues tes q u e han hecho temblar al Zipa y al
Tundama poderosos
y desterrado a los Nauras.
¿Pueden tener miedo al presente.?
ANABI. Es natural el miedo a lo desconocido;
a seres que no son corno nosotros
y que parecen de origen di vino.
Cuentan que dos cabezas tiene cada uno
y que disparan rayo .
Pero sean o no como los pintan,
reaccionarán tus súbditos
y venceremos a los intrusos si a atacarnos han venido.
FURATENA. Y aunque no sea con ese intento.
¿A quién pidieron el permiso para penetrar en
nuestras tierras?
A la lucha prepararnos enseguida
y que la sangre del invasor fecunde el suelo,
ya cansado de dar.
La que sobre la beberemos en festín opulento,
para celebrar nuestro triunfo.
AKABI. Y si resultaren hijos del Sol, como
algunos aseguran ....
FL~ATENA. Anabí, Anabí, fuiste el mejor servidor
de mi padre;
con él luchaste en múltiples combates
y con él disfrutaste de los deleites de la victoria;

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has probado tán tas veces el sabor de la
sangre enemiga!
Además, a tu cuidado dejóme Otemate
para que por mí velaras
y defendieras el reino que me legó.
Corre, alista todo.
Que llamen en el acto a la t r ibu completa;
que envenenen sus flechas caudillos y soldados;
que pongan las más agudas piedras en .sus hondas ;
que salgan hombres y mujeres ,
viejos y niiíos,
y corran en busca de quienes han hollado
nuestro suelo
y no se escape uno solo.
ANABI. Tus órdenes cumpliré, Cacica, pero oye:
siempre en casos como el presente consul táronse
los oráculos
para obrar con certeza
y .siempre precedió a las batallas
una ceremonia para invocar a la divinidad
y solicitar su ayuda.
También, por prudencia,
debe ocultarse tu suntuosa v ivienda,
para ponerla en seguridad.
FURATENA. La ira me ciega.
Lo que observas es cierto.
Sin tardanza realizaremos una reunión de augures
y 1uégo invocaremos a los dioses.
Procede a que se oculte mi palacio.
Que hagan rodar la inmensa piedra sobre
la entrada principal;
que cubran con troncos y ramaje la techumbre
y lo demás que sea visible.
Tú sabes mejor que yo lo que debe hacerse,
para que ni el que más pueda acercarse
sospeche lo que en este si ti o se halla.
ANABI. Previendo el caso hice la cita.
En mi casa reunidos
esperan tu orden augures y ayudantes.

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En seguida lo.s llamaré.
E palacio quedará oculto mafiana muy temprano.
FURATENA. D e.sde ahora que se obstruyan sendas
y vallados.
(Anabí sale precipitadamente. Furatena da unos pa-
sos vacilante, se detiene y camina en dirección del
cercado. En ese momento se oye el fuerte aletear de
un ave grande, que tropieza contra las ramas de un
corpulen ·o árbol por fuera del cercado y cae por tie-
rra).
FURATENA. Ah! ... (se sienta sobre una piedra cubrién-
dose el rostro con las manos. Aparece Nayra).
NAYRA. Señora, mi reina, ¿os sentís mal?
acercándose) Vuestra sierva os llama.
FURATENA. ¿Has sentido?
¿Has oído caer un inmenso pájaro aquí no más?
NAYRA. Oí el ruido de las alas.
Algún ave enferma que no alcanzó a llegar al nido.
¿ Por qué os inquieta la muerte de un pobre pájaro?
FURATENA. Nayra, tengo miedo;
es la primera vez que siento miedo_
(Pasa una bandada de aves lanzando graznidos. Fu-
ratena vuelve a cubrirse el rostro. Nayra sigue con la
vista la bandada).
FURATENA. Se obscurece la tarde
y también mi corazón.
Algo misterioso rodea esta masión donde
nunca faltó la dicha.
N o tardan los augures.
Ve, doncella preferida
y por la trocha secreta entra a mi habitación
y prepara mis vestiduras de gala,
mis más bellas plumas
y las alhajas que me pongo en las grandes fiestas.
Todo lo mejor que poseo quiero ostentarlo esta noche,
para que así ataviada me vea mi pueblo.

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NAYRA. ¿Se sacan las imágenes?
FURATENA. No. Permanecerán en sus sitios.
Invocaremos solamente a la reina de la noche,
que segur am-en te brillará
y a ella dirigiremos nuestros mensajes.
(Nayra sale. Furat ena permanece pensativa unos ins-
tantes y luégo s e dirige al palacio. A p oco llegan unos
siervos, que van colocando l Pñ.o.s formando hogueras
en círculo. Momentos de.s ués llega la comitiva con
los augures, trayendo un ídolo de barro de gran ta-
maño. La comitiva la f o-rman los augures, un grupo
de mujeres, unas con aves cargadas y otra.s con ser-
pientes enroscadas al cuello. Detrás los músicos, con
flautas de caña, caracoles marinos y cascabeles. Lle-
gada la procesión al centro, el ídolo es colocado en la
mitad del c írculo de las b o P·ueras y las mujeres for-
man otro círculo exterior. F 'a suca y Chasui se sepa-
ran del grupo y avanzan) .
CHASUI. Noche obscura.
FASUCA. Rugen los vientos en la hondonada.
CHASUI. Son sus armas.
FASUCA. ¿Acaso no distingues? Es una tormenta.
CHASUI. Hay manchas de sangre en el cielo.
FASUCA. Siempre tus ojos vieron sangre.
CHASUI. Y nunca me engañaron.
FAS U CA. Pero sí a los demás.
CHASUI. Cuando quiera que vieron sangre,
la hubo pronto derramada por los hombres.
FASUCA. Para procurarnos nuevas glorias
y aumentar nuestro prestigio.
Sin sangre no habría llegado a su apogeo
el poder de Otemate ~
ni se temiera al muzo como se le teme.
CHASUI. Otemate está muy lejos.
FASUCA. El pueblo no carece de jefe.
CHASUI. La belleza no suple al valor.

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FASUCA. El miedo es el peor consejero. Viene la Cacica.
(Aparece Furatena con sus atavios de reina. Apenas
aparece Furatena, los concurrentes se voltean de
espaldas).
FURATENA (a Fasuca) ¿Listo todo?
FASUCA. Listo, señ.ora.
FURATENA. ¿Tragisteis efigie?
FASUCA. Natural.
CHASUI. ¿Ceremonia sin testigos? ....
FASCUA. ¿Y las del palacio?
FURATENA (turbada). No se requieren ... Digo,
allá son más necesarias.
La que habéis traído dej adla ahí después
de la ceremonia.
Comience el rito.
(Fasuca levanta la mano y al punto prenden la pri-
mera hoguera, el humo sube inclinado de un lado).
CORO DE MUJERES (un grupo, al pie de la hoguera, en
cuclillas)
Dinos
Cuenta uh!
Di nos
Cuenta, uh!
(prenden la segunda hoguera. Las mujeres se pasan
allí).
¿Llora? ríe, uh!
(prenden la tercera hoguera) .
FA.SCUA. Dudoso .. .
CHASUI. Rebelde .. .
(las mujeres al pie de la tercera hoguera)
CORO DE MUJERES. Dinos, cuenta, uh!
(prenden la cuarta hoguera)
¿Llora? ¿Ríe? ¿Gime? ¿Llora?
FA.SCUA. Caprichoso ...
(un relámpago ilumina la escena. Furatena se es-
tremece) ..

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CHASUI. Rebelde, altanero ...
FURATENA. Amiarí, a domar el humo. Interroga insis-
tente.
AN ABI. Silencio y atención.
(la bailarina, casi desnuda, cubierto el cuerpo sola-
mente con una enagüilla de plumas de guacamaya.
El pelo en largas trenzas le cae hasta abajo de la
cintura. En las manos cascabeles de serpiente. La
danza en un principio es lenta, rodeando cada ho-
guera. Poco a poco va agitándose hasta volverse ver-
tiginosa. El humo, impelido por el viento y la danza,
se mueve en todas direcciones y oculta casi todo. Ape-
nas sí se destaca la bailarina en sus movimientos
frenéticos. Por fin cae ésta extenuada por tierra) .
FASUCA. Indomable.
CHASUI. Quiere devorarnos.
FURATENA. Otra prueba.
FASUCA. Lanzad la serpiente.
(Una de las mujeres suelta una inmensa víbora que
atraviesa la escena y se d esliza por la escalinata d el
palacio).
FASUCA. Huye. Soltad los tordos .
(Sueltan varias mujeres unos pájaros negros que vue-
lan asustados y se pierden en el horizonte) .
FASUCA. Huyen también.
FURATENA. Traed el ave muerta
que al pie del roble está
(salen dos en su busca) .
FASUCA. Todo suele fallar.
En mis largos años de vida comprobado tengo
que no hay regla segura.
Los signos predicen males,
mas, ¿quién asegura que esos males no nos
traigan bienes?
La divinidad es sorda y misteriosos sus designios.
El que pronto acepta, se expone a errar.

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FURATENA. El examen del ave muerta nos dará luz.
CHASUI. No busques más secretos y escucha el mío.
Quería guardarme la pena entre mi pecho
para mí solo,
pero debo revelarte la causa de ella,
causándote por fuerza una mayor a ti.
FURATENA. Habla. Revela lo que sepas. Es mi mandato.
CHASUI. Sabed todos. Tuve este sueño:
las aguas cristalinas que bajan por estas rocas
se ennegrecieron.
Los peces asustados las abandonaron y murieron
sobre la tierra.
Poco a poco esas aguas fueron creciente y desbordán-
dose en torrentes que inundaron todo el poblado.
Al pasar en cascadas gigantescas por su palacio,
lo derrumbaron
y formóse allí un lago inmenso.
Después el negro de las aguas fue coloreándose,
y de pálido rosado subió escondiéndose hasta
volverse rojo;
tan rojo como el sol de esta tarde.
La tribu huía, pero el agua la arrollaba
y nadie pudo salvarse.
Tu palacio, el poblado,
los campos con las sementeras ya maduras,
todo volvióse un lago de sangre.
Este fue mi sueño; buscardle una explicación
que pueda diferir de la mía.
(Furatena baja la cabeza. Un silencio. Llegan con el
ave muerta).
FASUCA. Traen el ave muerta.
CHASUI (observándola) ¡El pájaro sagrado!
¡Quién fue el atrevido!
Desgracia incomparable.
FURATENA. Examinadla. ¿Dónde está la herida?
FASUCA. Vedla ... No es herida de dardo conocido.
¿Qué es? ...
FURATENA. Abrid las entrañas del animal.

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FASUCA (abriéndolas extrae un proyectil).
Una piedra ... No, no es una piedra; algo más; duro.
¡Qué es, dioses! ¿De dónde viene este cuerpo extr año?
FURATENA. Basta. No interroguemos más.
Cúmplase o nó el sueño de Chasui,
la muerte no nos sorprenderá indolentes;
vamos a su encuentro.
Poned el ave muerta a los pies de e.se dios,
para que sacie su apetito.
Puesto que es carne sagrada,
no vaya a probarla paladar de algún hombre.
Que entre mi tribu.
(Los augures se dirigen a la puerta del cercado. Ana-
bí y Nayra cubren a Furatena con el manto. Ense-
guida comienza a entrar el p ueblo . Todos al llegar
cerca de la Cacica se voltean de espaldas) .
ÉL PUEBLO. Salve reina, salve Furatena, salve Cacica,
salve reina de los muzos.
FURATENA. Os he llamado porque se juega nuestra
s uerte .
El peligro está cercano.
Extranjeros nos asedian y es pre ciso obrar
con rapidez.
Descubrid vuestros rost ros y ved a vuestra Cacica,
a vuestro jefe.
(La muchedumbre baja las manos de las caras y se
voltea. Furatena se descubre. Al contemplar a la Ca-
cica, caen todos de r odillas) .
FURATENA. Reina de la noche,
muéstranos tu luminosa faz;
no te escondas a nuestras miradas;
escucha nuestras súplicas y sé propicia a
nuestro ruego~
Los pájaros parleros te llevarán nuestros mensajes;
presta tu oído a esas tristes voces.
No permitas que nos domine el extranjero.
(Sacrificio de los loros) .
EL PUEBLO. Muéstranos tu luminosa faz;
no te escondas; -

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escucha los ruegos de tu pueblo;
no nos dejes perecer.
FURATENA. Si oculta permaneces porque no
naerecemos verte,
al menos presta tu oído a nuestras quejas.
No nos dejes perecer.
Recibe nuestros mensajes y calma tu cólera divina.
EL PUEBLO. Presta tu oído a nuestro ruego;
no nos dejes perecer.
FURATENA. Y ahora a alistaros.
Hombres y mujeres, todos a la lid.
Veneno del más activo a vuestras hondas,
destreza en el ataque y fe en la victoria.
EL PUEBLO. Salve Cacica de los Muzos.
Salve Furatena, la hija de Otemato la más bella 7

henabra de la tierra.
Muera el intruso, muera el invasor.
Con su sangre calmaremos la sed de la fatiga
y sus cadáveres secaránse a los rayos del sol,
engalanando los caminos para que sirvan de
escarmiento .
Salve reina de los Muzos. Salve Furatena.
(La multitud va saliendo. Quedan en el jardín sola-
mente Furatena y Nayra. Las hogueras están casi
todas exhaustas).
NA YRA. ¿Os place, señora, pasar a vuestra estancia?
FURATENA. No, dormiré en el jardín.
El palacio no volverá a abrirse sino cuando
todo peligro pase.
La noche está serena y fresca.
Quítame los zarcillos, los brazaletes y las pulseras,
el pesado cinturón; desliga mis pies.
Déjame solamente la diadema, para que no
me in un de la cabellera,
y los collares, que están enredados unos con otros.
Q iero que acaricie mis carnes enfiebradas
esta brisa saturada de perfumes.
P~nme el manto real y yo a dormir.

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NAYRA. Os acompaño.
FURATENA. Estaré sola;
no quiero ver a nadie.
Voy a ado-rmecerme arrullada por mis
azules mariposas
y por el suave canto de los pájaros en sus nidos.
No turbará mi sueño el murmullo lejano del
Zarbiq u e crecido
y con el reposo cobraré fuerzas para lo que viene.
(Nayra sale. Furatena se recuesta un instante. Se
pone luégo en pie. Da unos pasos en dirección del
cercado. Retrocede. Se acerca al ídolo y se arrodilla
al pie. Se oye un tropel. Pone las manos en los oídos
para fijar el lugar del ruido. Camina unos pasos. El
tropel se oye más cerca y por fin entran al jardín
unos bultos) .
PRIMER PORTADOR. ¡Un prisionero!
SEGUNDO PORTADOR. ¡Traemos presa!
FURATENA (corriendo hacia ellos) ¿Qué traéis? ... ¿Un
hombre? ...
PRIMER PORTADOR. Quedóse solo detrás y logramos
capturarlo.
SEGUNDO PORTADOR. Ibamos a matarlo, pero
resolvimos traéroslo .
PRIMER PORTADOR. Para que lo conociérais.
SEGUNDO PORTADOR. No quería marchar y le dimos
el bebedizo. Helo aquí dormido, inofensivo. Ordenad.
FURATENA. Dejadlo atado al árbol.
Del sueño no despertará antes de que el sol
vuelva a ocultarse.
Si acaso, os llamaré con el cuerno.
Cuando vuelva a la vida, le sacaremos el corazón
a ver cómo palpita
y beberemos su helada sangre.
¡Nuestro primer botín!
Retiraos; el prisionero es mío.
(Los portadores se alejan. Furatena va lentamente
hacia la hamaca; medita; vuelve en dirección del

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prisionero; corre hasta la escalinata; se detiene; des-
ciende corriendo las gradas y poco después aparece
con una flecha en alto. Viene hacia el prisionero; lo
observa dudosa y hace puntería sobre él. Surge la
luna entonces e ilumina al hombre. Temblorosa se
le acerca Furatena más y desata las ligaduras que
lo sujetan al árbol. En seguida saca del seno un ca-
labazo y lo pone en la nariz de don Alvaro, quien al
punto despierta) .
DON ALVARO. ¡Qué veo! ¿Una diosa?
FURATENA. ¿Me temes, extranjero?
DON ALVARO. Tus insignias, tus facciones y el sitio en
en que me hallo
m e hacen pensar me encuentro ante una
reina poderosa.
¿Mas cómo temer a hermosura tan completa?
¿Sueñ.o, o eres una realidad?
FURATENA. Del sueño has despertado.
Soy yo quien sueña ahora.
¿Quién eres, de dónde vienes, qué buscas?
DON ALVARO. Vengo de muy lejana tierra;
busco aventuras,
mas jamás sone una como ésta,
no ambicioné dicha como la de verte.
Mujer tan bella como tú nunca contemplaron
mis ojos.
FlTRATENA. ¿Eres hijo de algún dios y vienes a
castigarnos?
DON ALVARO. Soy un hombre como cualquiera otro,
de carne y hueso,
que medió
a luz una mujer como todas.
No tengo misión divina,
aunque viéndote pienso que sí la tengo.
Estas son mis armas, que a tus pies pongo
(arroja la espada y la pistola a tierra) .
Mira si soy un simple hombre.
FURATENA. Tus armas no me arredran, pero sí tu figura.

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DON ALVARO. ¿Me encuentras extraño ¿Te chocan
mis facciones?
FURATENA. Eres tan blanco, como la nieve
de los altos riscos,
bajo la luz de la luna.
Tu piel más sedosa que la nuca de las garzas.
Tus ojos, cristalinos como flores empapadas de rocío.
Tu pelo más fino que el plumaje del pavo real.
Tus labios deben saber al jugo de la pifia
cuando se siente mucha sed.
Estas son mis joyas (bota la diadema al suelo y se
arranca los collares destrozándolos) ¡Veme cual soy!
D01N ALVARO. Tus ojos son dos saetas, que se clavan
en los míos y los hacen llorar de dicha.
Tu voz, una música no oída, que enerva mis .sentidos.
Tu cabellera semeja la melena de los leones africanos
y quisiera ocultarme todo bajo de ella.
Tus labios deben quemar corno brazas encendidas.
Tus manos (se las coje y el manto cae, quedando ella
casi desnuda), tus brazos, tu cuerpo. . . (se estre-
chan) . Tesoro hallado, mía.
FURATENA. Tuya toda.
(Se confunden en un beso. La brisa ha hecho caer
las flores del árbol, in un dando con sus pétalos a los
aman tes y el suelo) .

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ACTO SEGUNDO
En la casa de Anabí

Mansión rústica. La construcción de guadua. Pieles


de diversos animales adornan los muros. Se ve parte
del poblado, con sus bohíos de mástiles de madera y
techos de paja. Furatena y Don Alvaro se contemplan
sentados sobre un banco de guadua.
FURATENA. Días de dicha. ¿Cuántos llevas de vivir
conmigo?
Pero dime: ¿No te aburre esta vida de sosiego,
tú que has llevado una tan agitada, según cuentas
y no pensabas sino en aventuras?
DON ALVARO. Tú me bastas.
Bien ganado tengo el reposo, pero no lo
prolongaremos en demasía.
Plenes nunca faltáronme.
El de ahora es volar contigo,
desandar toda esa tierra que he recorrido,
atravesar los mares y llevarte a mi patria.
FURATENA. Los mares ...
DON ALVARO. Sí, los mares, por donde vine a ti.
No los conoces.
Allá en los confines de estas inmensas soledades,
atravesando selvas que parece no terminan,

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DON ALVARO. LleNa parte para ti (le alcanza algunas
aves).
ANABI (echándoles mano). Las comeremos en tu nombre.
(Buenas noches) (sale).
DON ALVARO. Jornada interesante.
FURATENA. Pero estás agitado.
DON ALVARO. El fuego de mi fusil y el humo me han
animado. Es tan bello ver caer desde la altura un
bulto al cual se ha apuntado con emoción.
FUR.ATENA. ¿Puedes gozar así solito sin tu Furatena?
DON ALVARO. Verdad que no. En adelante adonde vaya
te llevaré; cazarás conmigo, viajarás conmigo, descan-
sarás conmigo. No nos separaremos un instante. Y
viene al caso:
sé que mis com pañ.eros me buscan ansiosos y no ha-
llándome, muerto me creen. Estoy informado de la di-
rección en que han continuado su marcha. Mi deber
es ir a su encuentro. Además, quiero que te conozcan ;
mostrarles el tesoro que descubrí.
FURATENA. ¿Y si no les gusto?
DON ALVARO. ¡Qué dices! Mas suponlo; los abandonaría,
dejándolos que busquen lo que nunca encontrarán, en
tanto que Alvaro de Mendoza sí halló todo lo que am-
bicionaba.
ti'URATENA. ¿Todo? . ..
DON ALVARO. Todo, mujer incrédula (la abraza por la
cintura). Voy a reposar un rato. Ocúpate en arreglar
la marcha. Si se requiere un baquiano, sea el que
elijas.
SEGUNDO CUADRO
El campamento español en tierra de los Chibchas

Toldas de campañ.a con una más importante hacia el cen-


tro. Grupos de armas cruzadas en tierra. De un lado al-
gunos caballos pastoreando. Un centinela vigila la entra-
da de la tienda principal. Es de tarde. La neblina obscu-
rece por momentos el paisaje. El sol escondiéndose. En

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el fondo estácase en veces la silueta de un templo. Grupos
de soldados se entretienen con varios indígenas.
PERE.Z (a una india que está a su lado) ¿Algo me has
traído?
LA INDIA. Nada ya queda.
PEREZ. ¿Qué hubo del escondrijo?
LA INDIA. ¿Qué hubo de tu vino?
PEREZ. También escasea (se oyen gritos de alegría en
la tienda).
LA INDIA. Oye la gritería. Allá adentro si no falta.
PEREZ. Tendrás tu parte cuando algo me reveles.
LA INDIA. Aquel que está sentado tiene oro.
PEREZ. ¿Se lo viste?
LA INDIA. Te digo que lo tiene.
(Pérez se dirige al indio. Un indígena se acerca a la
india).
EL INDIGENA. ¡Que trato nos dan estos hombres!
LA INDIA. Complaciéndolos nos salvaremos.
EL INDIGENA. Con nada se satisfacen.
LA INDIA. ¿Sabes el lugar de la guaca del viejo Gacha?
Nadie ha podido informarme.
EL INDIGENA. ¿También quieres entregarle a tu querido
ese tesoro?
LA INDIA. Si no es hoy, será mañana que lo topen y otro
quien se gane el vino.
(Pérez ha agarrado al indio por la manta. Este da un
grito y cae por tierra. Varios soldados sueltan una
carcajada).
EL INDIGENA. Mira como llora el templo, mientras e.st~
fascinero.sos gozan y ríen, complacidos de sus fe-
chorías.
LA INDIA. Calla. Si nos oyeran ...
(Sale Fernández de una de las toldas, acompañado
· · de su ordenanza, da unos pasos y observa con el an-
teojo).

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El calor excesivo anuncia lluvias. Reflexiona.
¿Si resultara tu amante un ambicioso?
Sus compañ.eros no persiguen sino el oro y para
conseguirlo matan e incendian.
Interroga a los venidos de la tierra plana;
te contarán tristezas y crueldades.
FURATENA. De mis riquezas no he impuesto a mi esposo,
no porque tema perderlas, sino porque quiero que me
quiera sin saber que las tengo, pobre y .sin jerarquía ;
que me quiera por mi belleza, porque soy suya, porqu.e
soy la madre de su hijo.
ANABI. ¡Madre! ... ¿Acaso pudiera nacer un hijo
de seres tan distin to.s ?
FURATENA. Sábelo, amigo fiel, nuest_o amor no ha sido
estéril; conocerás el hijo de ese hombre y esta mujer.
(Anabí meditabundo fija la vista en el .suelo. Entra
Nayra, cargada de toda clase de frutas tropicales).
FURATE.NA. ¡Buenas frutas nos traes!
NAYRA. Es tanto lo que han cargado las matas,
que da temor se sequen.
Siempre para morir da el árbol su mejor cosecha.
(A Anabí) Tan pensativo, padre mío, cuando todo
rebos a de alegr ia.
Volvió la paz a los corazones y solamente tú
permaneces triste.
AN ABI. Quisiera dar mi última cosecha, como eso.s
árboles cuyo fruto arrancaste.
¡Mas quien revivir habrá soñado de una flor
ya marchita la frescura !
NAYRA. Los pájaros cantan como antes; ya no huyen.
Tantos eran las que había en la esplanada, que
peleaban por picotear la fruta sazonada.
Bandadas cruzaron hacia arriba, en vuelo
majestuoso y tranquilo .
FURATENA. Cómo se aprecia el bien cuando se temió
perderlo. Goza la vida y confía en tu suerte. De tí de-
pende;1 ambiciona y tendrás.
ANABI. Sabia lección le das, pero no a todos la fortuna
sonríe.

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Además, cada cual en u sitio; para que ilusiones que
no podrán cumplirse.
FURATENA. ¿Por qué lo afirmas tan .seguro?
ANABI. Si no siempre los malos sueños realizáron.se, no
hay razón para que los buenos se vuelvan realidades.
FURATENA. Quiero que Nayra sea feliz. Lo mereces, guar-
dián de mis secretos.
_ NABI. ¡Quién más que yo puede desearlo!
NAYRA. Seré feliz. Lo seremos todos. No hay ya motivo
de pesares.
ANABI. En esta casa todo e.s suerte y encanto; por fuera
ningún agravio todavía.
Pero no lejos las fieras y no sabemos si saciarán todo
su apetito .sin acordarse de nosotros.
FURATENA. ¿Qué tara de mi amado denunciarme pudie-
ras? Negar .su perfección fuera pérfido y vano intento.
¿Cómo pueden ser fieras .sus amigos? Das crédito a lo
que cuentan los que llegan.
No te fijas en qué agrega cada cual algo a lo que oye
y de boca en boca, con el alarma que ha cundido los
relatos son cada vez más falsos.
¿No afirmaban que dos cabezas ostenta cada
extranjero?
ANABI. Así los hay entre ellos.
(A parece Don Al varo, con una pre a en la mano se-
guido de unos indígena cargados de a ves muertas) .
FURATENA. ¡Cuantas aves!
DON ALVARO. No faltó la puntería.
FURATENA. Hay comida para toda la tribu.
DON ALVARO. Guarda lo que te plazca y reparte el resto.
ANABI (observando los animales) Torcazas, pavas, galli-
netas, perdices; parecen las víctimas de todo un ejér-
cito.
DON ALVARO. Mis armas saben matar. Cuando quieras te
enseñaré a manejarlas. (A los portadores) Podéis iros
y gracias.
ANABI. Querreis descansar. Os dejo.

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espesas, donde la luz no cala,
se llega al mar. Es un abismo donde se juntan
todas las aguas ,
insondable, profundo, misterioso;
en veces tranquilo, como un cielo caído;
otras tempestuoso, violento, iracundo,
que se sacude frenético lanzando bramidos.
Pero termina como todo y vuélve.se a ver
tierra poblada.
y en esa tierra mi patria amada.
FURATENA. ¿Y hay en tu patria también mujeres?
DON ALVARO. Sí las hay.
FURATENA. ¿Cómo las de aquí, cómo yo?
DON ALVARO. Las hay altas y pequeñitas, blancas y tri-
gueñas, ricas y pobres; como tú ninguna.
FURATENA. ¿Y si allá me llevara.s, no me abandonarías
por alguna blanca. . . o alguna rica?
DON ALVARO. Celosa. ¿Puedes durar todavía? Mírame
cerca . . . más cerca (Se besan. Anabí los sorprende).
ANABI. Os esperan los diestros para la caza. Se hace tarde.
Apenas disponeis de corto rato .
DON ALVARO. Vamos, eres muy puntual en tus citas.
ANABI. Encontraréis en este instante los animales
calmando la sed en el pozo del alto
(Don Alvaro toma su arma, hace un cariño a Fura-
tena y se dispone a salir) .
DON ALVARO. No tardaré.
FURATENA. Buena .suerte.
DON ALVARO. Ni un momento olvidarme.
FURATENA. Pronta vuelta. Mira que me aterran las
sombras de la noche sin tí muy cerca
(Sale don Alvaro).
ANABI. Os amáis con frenesí.
FURATENA. Soy feliz, Anabí. Tantos malos presagios
y fue la dicha lo que vino.

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ANABI. Así piensas. Ojalá no yerres. Te sientes satisfecha
y cambian tus .costumbres a la par que tus :{acciones.
FURATENA (afanada) ¿Estoy menos bella?
A·N ABI. Menos no. Feliz el blanco qu~ se hizo dueño de ti.
Cuando Otemate me confió tu cuidado y me dijo sen-
tencioso: que ningún hombre --óyelo bien- ningu-
no, a la virgen se acerque,
porque es mi resolución que con ella termine mi
estirpe, no habiendo mozo algvno que la merezca.
¿No sabría por algún dios que para ti de los
..eielos vendría el esposo?
FURATENA. Alvaro es un hombre como tú o cualquiera
otro de los que nuestros ojos ven.
Si fuera de sangre divina, no podríamos amarnos
como nos amamos, ni seríamos como somos, una
misma persona.
¡Cómo puede vivir tanto tiempo sin él!
Verdad que yo era otra.
Me despertaron sus caricias y revelándome el amor
me hizo renacer para que fuera suya.
En mí existía la llama ardiente, pero sin tener qué
quemar.
Ahora esa llama es incendio inextinguible
que hace vibrar todo mi ser.
ANABI. ¿No habrá sospechado que eres rica y poderosa?
FURATENA. No lo creo. Conversamos noche y día y nada
me ha dicho que revele malicia.
ANABI. ¿Sobre qué temas pueden desarrollar tanta
facundia?
FURATENA. Temas nos sobran. Me cuenta de su vida,
me instruye, hace proyectos para realizar conmigo,
me cambia las ideas ...
ANABI. ¿Cambiará el blanco hasta tu religión? Dicen que
adoran otros dioses esos extranjeros.
FURATENA. Ignoro cuáles sean esos dioses, más te aseguro
que soy de Alvaro el ídolo y él .e l mío. ¿Qué más puedo
desear?
ANABI. Blasfemas. La pasión te vuelve demente. ¡Si este
delirio pasara y volvieras a la realidad!

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FERNANDEZ (al ordenanza) . Desensillar las cabalgadu-
ras y volverlas a ensillar mañana muy temprano. Y
que calle esa gente. Terminada la cena todo el mun-
do a la cama. Los borrachos que busquen por fuera
donde dormir.
ORDENANZA. Natural que bebamos, después de tánta.s
jornadas victoriosas. ¿Entonces no habrá ataque esta
noche?
FERNANDEZ. No te incumbe saberlo. Lo dicho (entra a
la tolda).
(Los grupos van disolviéndose. Los soldados reciben
objetos que les entregas los indígenas. El centinela
se pasea. En el interior de la tolda principal continúa
el ruido. Soldados entran con mujeres abrazadas.
Poco después se divisan a lo lejos tres bultos).
EL CENTINELA. ¡Alto! ¿Quién vive?
(Uno de los bultos bate un pañuelo blanco. Archila
ha salido y se ha puesto al lado del centinela).
ARCHILA. Pañuelo blanco, no pueden ser indígenas.
EL CENTINELA. ¡Alto! ¿Quién vive?
DON ALVARO . G ente ami ga .
EL CENTINELA (apuntando) . Digan quiénes s on o mu -
ren.
DON ALVARO. El capitán de Mendoza.
(con los gritos han salido varios soldados y también
Fernández) .
ARCHILA. El capitán de Mendoza. Escuchad. Ha pareci-
do el capitán, ahí viene.
UN SOLDADO. Qué va a ser.
OTRO. En realidad viene.
UN TERCERO. De veras es él.
(Los bultos están cerca) .
FERNANDEZ. ¡Resucita el muerto! ¡Bienvenido!
DON ALVARO. Aquí me tenéis, compañeros.
ARCHILA. Parece mentira. Vedle.
UN SOLDADO. Y trae compañía.

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DON ALVARO (dando la mano a Fernández). Salud a
todos. Heme aquí y os presento a mi esposa.
FERNANDEZ. Con que en luna de miel. ¡Y con qué mu-
jer diste!
ARCHILA. Más guapa no la dio España.
UN SOLDADO. Con razón te perdiste.
DON ALVARO. Conoceréis mi aventura, pero no bromee-
mos; os traigo mi mujer, mi legítima esp9sa.
PEREZ. Si te falta la bendición, allá en el templo te la
darán, mañana cuando sea nuestro.
UN SOLDADO. Te habrá casado algún brujo.
DON ALVARO. Juro por mi honor y por mi rey , que la
que veis aquí es mi mujer y por ella daré la vida si
fuere el caso. Os exijo respeto y miramientos para con
ella. Si vosotros continuáis buscando tesoros, yo he
hallado el mío.
(Salen más soldados , algunos con mujeres abrazadas
o de las manos. Revelan estado de embriaguez).
FURATENA. Compañeros de mi esposo: vengo a conoce-
ros y a hace rme vuestra amiga. Creísteis muerto al
bravo capitán y vedlo vivo y radiante.
UN SOLDADO. Como no sea una treta para engañarnos.
DON ALVARO (blandiendo su espada). Quien dude de
mi palabra o me crea un ingenuo que avance. Reto
a singular combate a quien me contradiga. Por lo
demás, si no me queréis en la forma que me pre-
sento ante vosotros, hablad con franqueza.
FERNANDEZ. Capitán de Mendoza, os recibimos con los
brazos abiertos, a vos y vuestra esposa. Bendito el
Altísimo que se conservó la vida. Venid a oc u par
vuestro puesto en nuestras filas. Sea vuestra espada
valiosa ayuda para coronar la conquista. Hemos ven-
cido al Zi pa y a los Caciques más audaces; flamea
el pendón de Castilla donde quiera que han pisado
nuestros pies. El brío no decae, el empuje es el mismo,
pero nos restan fuerzas las dolencias. El Comandan-
te quedóse atrás organizando enganches. Llegará ma-

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ñana. En su nombre os acojo y os reintegro a vues-
tro puesto. Seguid. (Por entre una fila de soldados
entran a la tolda).
SO·L DADO. ¡Bravo!
OTRO. ¡Hurra!
OTRO. Bienvenido.
OTRO. Salud a la pareja.
OTRO. ¡Bravo!
OTRO. ¡Qué guapa! Pareces una reina.
OTRO. Te celebraremos la boda.
CORO (adentro en la tolda) ¡Ho, ho!
LA INDIA (dirigiéndose a Pérez, quien ha quedado afue-
ra). La cara de esta mujer es sospechosa. En toda la
comarca no hallaréis parecida. Ocúrreseme que es la
misteriosa Cacica de quien tanto se habla, cuya be-
lleza y riquezas a nadie es permitido contemplar. In-
terroga al paje.
(Pérez penetra a la tolda y a poco .sale con el guía,
a quien lleva aparte) .
PEREZ. ¿Vives con el Capitán?
EL GUIA. No, con mi madre.
PEREZ. ¿Por qué los acompañas?
EL GUIA. Me tomaron como baquiano.
PEREZ. ¿De dónde vienes con ellos?
EL GUIA. Desde el poblado.
PEREZ. ¿Qué poblado?
EL GUIA. El mío, el de ellos; allá abajo de los cerros.
PEREZ. ¿Cuál es el nombre de tan guapa mujer?
EL GUIA. No lo sé; me tomaron sin decirme sus nombres.
PEREZ. ¡Con que mientes, villano!
(El guía se arrodilla. En ese momento sale Furatena,
a quien siguen varios militares embelesados mirándola).
FURATENA (dirigiéndose al guía) : ¿Qué haces ahí? ¿Por
qué de rodillas? ¿Nura, qué te pasa?
PEREZ. Con .q~e se le dirija la palabra, desfallece.

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FURATENA. Mejor sería no dirigírsela. Levántate, cobar-
de mozo, entra y ponte al lado de tu amo.
(Pérez y un Soldado se acercan a Furatena) .
PEREZ. Pareces extranjera.
FURATENA. Lo soy.
EL SOLDADO. ¿De lejana tierra?
FURATENA. Muy lejana.
PEREZ. ¿Conocías este lugar?
FURATENA. Es la primera vez que lo veo.
PE.R EZ. Entonces no tendrás amigos aquí.
FURATENA. Ninguno.
EL SOLDADO. Mejor para tí; quien tiene amigos sufre
con ellos.
FURATENA. Muchas veces son los amigos la causa de
los pesares.
PEREZ. Eres bella.
FURATENA. ¿Creeis que lo ignoro?
EL SOLDADO. Ni ciega y sorda que fueras.
PEREZ. ¿Quiéres mucho a Don Alvaro?
FURATENA. Si no lo quisiera, no sería su mujer.
PEREZ. ¿Antes no amaste a otro?
FURATENA. ¿Qué te importa mi vida?
PEREZ. Cómo no va a importarme. ¿Dime, son fieles las
mujeres en este extraño país?
FURATENA. ¿Raro te parece que lo .seamos?
PEREZ. ¿Podrá ser para un solo hombre tánta belleza?
FURATENA. ¿Qué dices, qué quieres proponerme?
PEREZ. Orgullosa te muestras; todo te lo permite tu be-
lleza. Algo proponerte no osaría, mas ¿por qué no
repetirte que eres bella y que seduces?
FURATENA. Eviternos desgracias. Pídeme perdón o ten-
drás el castigo que merece tu audacia. Pídeme perdón.
EL SOLDADO. Una chanza no puede tanto enojar. Somos
festivos pero respetuosos.

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FURATENA. ¿Acaso me creeis como esas mujeres que con
vosotros andan? Sabes distinguir (entra a la tolda.
PEREZ. ¿Qué opinas? Es de correa la mujer.
EL SOLDADO. Te excediste en tus requiebros.
PEREZ. Con más listas me las he entendido. ·veremos si
la domo.
EL SOLDADO. Cuidado. No olvides quién es Don Alvaro.
PEREZ. Y quién soy yo. ¿Por ende no lo sabes? Vamos,
que tengo seco el guargüero de con tenerme por tí.
EL SOLDADO (echándole el brazo a Pérez): Cuidado,
prudencia.
(La noche ha llegado y el paisaje apenas sí se divisa.
Dentro de la tolda se oyen gritos de alegría. Momen-
tos después una algarabía lejana y se ve subir una
columna de humo con llamas que van creciendo. El
centinela se ha quedado dormido).
EL CENTINE.L A (despertando): ¡Fuego! ¡Incendio! ¡Arde
el templo!
UN SOLDADO. Oh!
OTRO. Oh!
EL PRIMERO. Jefe, mirad ; arde el templo.
OTRO. Mirad.
(Sale más gente de la tolda).
FERNANDEZ. Corred a ver qué puede hacerse.
OTRO. Quién apagará semejantes llamas.
OTRO. Corramos.
OTRO. Corramos.
(Todos corren al lugar del incendio).
FERNANDEZ (acercándose a Don Alvaro, quien ha sali-
do) ¡Qué magnificencia!
DON ALVARO. ¡Qué de gracia! Compréndese que sucum-
be algo grandioso.
FERNANDEZ. Hay que dirigir a esa gente; si con jefe no
respetan nada ... ¿Vas conmigo?
DON ALVARO. Tu sólo podrás imponerte. Iré en seguida.
(Fernández sale con la espada en alto. El centinela

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vacila. Fura tena, primero inmóvil tiene cogido a Don
Alvaro por ambos brazos. El guía en cuclillas parece
agarrarse de las piernas de Don Alvaro).
EL CENTINELA. Capitán, si no volamos se llevarán lo
que quede.
DON ALVARO. Aprovecha. Ya voy.
FURATENA. No vas, ¿no?
DON AL V ARO. Calma, no iré.
(Llegan unos soldados y unos indios).
UN INDIO. Un soldado de los vuestros, pr,e ndió el fuego.
UN SOLúADO. Mientes, bruto, ellos mismos incendiaron
su templo.
EL I NDIO. ¿Con qué me cargas, qué quieres que te lleve?
EL SOLDADO. Sígueme.
(Entran a la tolda y poco después salen con unos
sacos cargados y vuelven en dirección del incendio).
OTRO SOLDADO. El bestia de Rojas ha sido el culpable.
EL CENTINELA. Capitán si no vamos perderemos el bo-
tín.
DON ALVARO. Idos, no voy.
(Parten los que quedan. Solamente permanecen Don
Alvaro, Furatena y el guía. Furatena presencia el
espectáculo con expresión de angustia y por sus me-
jillas corren lágrimas) .
DON ALVARO. No te aflijas. Ningún monumento vale
una sola lágrima tuya.
FURATENA. Se cumplen los oráculos, el sueño se realiza.
DON ALVARO. Qué sueño ni qué oráculos. Sensible que
se pierda este grandioso templo, pero, vamos, no es
para tánta pena.
FURATENA. No irás, ¿no?
DON ALVARO. Te he dicho que no iré.
FURATENA. Mueren mis diosas.
DON ALVARO. Si mueren, prueba de que son frágiles.
Te haré conocer el mío, el verdadero, el que no puede
morir. Sobre las ruinas de estos templos caducos, le-

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vantaremos catedrales cuyas torres se erguirán gi-
gantescas y orgullosas, desafiando al huracán y al
fuego y proclamando la gloria del Dios único; mo-
numentos de triunfo, siempre en pie, para dar testi-
monio de la fe inquebrantable de publos ya civili-
zados. : ,. • ·
····· ....... l
FURATENA. ¿Te propones cambiar todo en mí, hasta mis
creencias?
DON ALVARO. Todo no; lo que te sobra y te hace mal.
Nada de tu naturaleza, de lo que te hace perfecta
a mis ojos.
FURATENA. Pero partamos a nuestra casa, amado. No
me dejes presenciar el reparto de las riquezas de este
templo. Allá olvidaré todo y seguiré viviendo sólo
para ti, tal como quieres que sea. Si mis dioses pere-
cen, me acogeré al tuyo, pero vámonos pronto, te lo
pido.
DON ALVARO. Voy por mis armas (se dirige a la tolda).
FURATENA (al guía). Adelántate. Conozco ya el camino.
Anda noche y día para llegar lo más pronto. Di a
Anabí que descubra el palacio y lo adorne como para
la fiesta más suntuosa y que convoque a la tribu
para nuestra llegada. Corre.
(Furatena se sienta y parece soñar. El guía parte.
Poco después aparece Don Alvaro, listo para partir).
DON ALVARO. Listo, y ¿el guía?
FURATENA. Lo mandé adelante; conozco ya el camino.
¿Vamos?
DON ALVARO. Mira que tú también me cambias. Adiós
a mi gente. Os dejo, viejos camaradas, para no yolver
a veros; ingreso en otros lares. ¡Adiós!
FURATENA. Mío.
DO·N ALVARO. Tuyo.
(Parten enlazados) .

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ACTO TERCERO

Primer cuadro: en el palacio de Furatena

Suntuoso salón cuyo piso y paredes los forman las mis-


mas rocas, incrustadas de esmeraldas. Al fondo, a la iz-
quierda, la escalinata de piedra que conduce al jardín.
Del lado derecho el salón es cerrado por tabique de gua-
dua trenzada, con especie de colgaduras que dan sobre
la explanada, de la cual e ve parte al abrirse las colga-
duras.
Anabí y Nayra se ocupan en arreglar y poner flores.
NAYRA. Extraña orden la de la Cacica.
ANABI. Todo ahora es extraño en ella. Es otro ser. Ebria
de dicha no ve ni escucha. Tampoco comprendo la
orden, pero cumplirla debo. Fíjate que su alcoba re-
bose de flores rojas, que son sus preferidas y que su
lecho ostente aquellas ricas atels que mandóle Tis-
quesusa y que hasta ahora nunca se emplearon.
(Nayra entra a la alcoba).
UN PAJE. Vienen ¡Si subes a la piedra del zorro podrás
divisarlos!
(Suben la escalinata Anabí y el paje).
NAYRA (adentro). Pasó la barca el río.
Llevaron la doncella.
Oh! amor mío.

3.3

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¿Viviré yo sin ella?
Volvió la barca un día.
Con la joven dormida.
O'h! pena mía.
Recobrarla sin v·i da.
El amor es engaño . . .
ANABI. Nayra, Nayra, vienen. Apronta la gente y desco-
rre las colgaduras (Nayra sale, descorre las colgadu-
ras y toca el cuerno. Una nube de mariposas azules
invaden el salón y van posándose. Poco después lle-
gan Furatena, Don Alvaro que la sigue y detrás
A nabí.
DON AL V ARO (en los últimos pasos de la escalera) ¿A
dónde me has traído? ¡Qué sorpresa en ésta! ¿Acto de
encantamiento?
(Avanzan. Las mariposas vuelan para afuera).
FURATENA. Este es mi palacio. Llegó el día de enseñár-
telo. Siéntate un momento y espera aflojo mis ves-
tiduras y sujeto mi pelo (a Nayra) Ven, ayúdame.
DON ALVARO (a Anabí) ¿De cuándo data este fantásti -
co palacio, quién lo legó a Furatena?
ANABI. Existe de muy remota epoca. Siempre ha sido la
mansión de los amos. Se dice que gigantes esforzados
cavaron las entrañas de la tierra para buscarle asilo
al jefe de la tribu y con la ayuda de veinte vírgenes ,
quienes tejieron esas redes, y las aves sagradas que
aportaron la paja para los techos, llevaron a cabo la
obra. Aquí nació toda la ascendencia de Furatena y
ella misma en aquella estancia. Día inolvidable. La
luz era tan fuerte, que quemaba los ojos. Los pájaros
gorgeaban y giraban en rededor del palacio; la brisa,
los árboles, el río, todo cantaba: era un coro que ce-
lebraba el advenimiento de la primogénita. Mas de
repente se oyó el primer grito de la infante y calló
como por encanto el ruido. Al grito de la recién na-
cida siguió un gemido: el de la madre que moría.
Huérfana la criatura, tocóle al Cacique velar solo
por ella (se oye ruido arriba) Perdona que interrum-
pa mi relato. Se oye gente y de segUro no quiere Fu-

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ratena que nad ie penetre hasta que dé la or d e n .
(Sale Anabí y aparece F u ratena c on s u s ata víos d e
reina).
D ON ALVARO. ¿Qué veo? ¿Qué te has vuelto ?
FURATENA. Soy la reina de los Muzos. Cuento con in-
mensa tribu. De mi padre heredé todo lo que ves . En
adelante lo que poseo es tuyo. Vengo a hacerte la
en t rega: mi r e ino , mi palacio, mi fortuna. Tuya .soy
y tuyo todo lo mío. Me descubriste, me enseñaste el
amor. No hay tesoro en el mundo con qué pagarte.
Rec:be la of r enda que t e hago d e mi persona y de lo
m ío.
DON ALVARO. Con tenerte m e basta.
F URATENA. Si t odo no es para ti no .será para nadio.
Destruiré mi p alacio, disolveré la tribu y partiremos
ambos a una cueva abandonada de las fieras , a vivir
de t u alien t o y a calentarnos en las noches de frío
el uno contra el otro, tan cerca, tan confundidos,
corno d os llamas que se juntan. Allá s olos , nos ama-
remos sin pensar en nada más. No quiero más ri-
quezas ni más poderío.
DON ALVARO. Mujer mía, guardemos ambos lo que tie-
nes y tranquilízate.
CORO (afuera) ¡Muerte al intruso! ¡Muerte al traidor! Al
raptor de Furatena. Muerte .. .
(Furatena corre y e muestra al pueb lo).
FURATENA. Podeis entrar. Q ue se abran las puertas del
palacio.
C ORO. Oh!
F ASUCA. Salve reina.
C ORO. S a lve F u ratena, salve la reina d e los Muzos alve
señora.
F URATENA . Voltead vuest r os r os t r os y reconoced a vues-
tro r ey . Todos, vos otros y yo le pertenecemos. El man-
dará la tribu y a él obedeceremos. No ha s ido por
derecho d e conquista que obtiene el mando, sino por
la voluntad de su esposa, de Furatena.

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DON ALVARO. Pueblo amado, me conocéis bastante. Soy
vuestro amigo y vuestro huésped. Si alguna vez os
a t acara un enemigo, mi brazo serí a vuestr o apoyo. Os
e n señaré el manejo de armas que no fallan, en cam-
b io de las vuestras. Os daré las reglas par a ganar
una b a t alla. Seré v u estro caudillo y nadie logr a rá
vencernos.
FASUCA . O,s temíamos. Creímos que fuer ais un azo te
p ara n osot!'os y resultais el mejor de l os a m igos . B en-
dito .sea is , jefe de los Muzos; bendito quien nos man-
da la d ivinidad para que nos gobierne y nos guíe.
C ORO. Tenemos rey. Bendito el sucesor de Otemate. Viva
el marido de Furatena. Viva nuestro jefe.
FURATENA . Y ahora regres ad a vues t ra s cas as y reanu-
dad labores. Nada podéis ya temer. Vuelva la paz a
lo.s hogares.
(El pueblo sale del palacio) .
DON ALVARO. Aventuras perseguí desde niño, mas t e
aseguro que en la que me has metido sobrepasa la
más extr aña.
FURATENA. ¿Cómo? . ..
DON ALVARO .. No comentemos. Acepto tu voluntad , pe-
ro ven fije m os las ideas en el nuevo papel que me
has hecho asumir. Déjate esos collares que ostentabas
cuando por primera vez te ví.
FURA'l1ENA (con ironía): .Al jefe toda obec~. enc;ia. A
mandar, .soberano de los Muzos.
D·O N ALVARO. No pienses que no me preocupa la misión.
Debo ahora velar por tí y por tu pueblo.
FURATENA. ¿Presumes algo siniestro?
DO·N ALVARO. No precisamente. Pero, ¿quién cambiará las
pasiones del sér humano? Qué sabemos si mañana,
si hoy mismo, podemos ser víctimas de la envidia o
de los celos? ¿Cómo asegurar que estaremos siempre
a .salvo, sin que nadie estorbe nuestra dicha?
FUiRATENA. Habla claro. ¿A quiénes ternes, de quiénes
puedes esperar agravios? ¿Acaso de tus propios com-
pañeros?

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DON ALVARO. Ves claro. Los tememo.s porque hay entre
ello.s chacales sedientos de sangre; hombres que por
.sus ambiciones de ·oro cometen los más feroces crí-
menes. Saben que vivo y no para ellos; ¿no podrá ocu-
rrirle buscarme, y buscarte a tí, a la mujer cuya be-
lleza los deslumbró?
FURATENA. A tu lado nada temo. Si mis dioses perecen
o me abandonan, te tengo a ti.
DON ALVARO. Tus dioses han muerto, no lo dudes. Te
pido te acojas al mío, que ya te espera. Mientras
puedo instruírse y revelarte las verdades de mi re-
ligión; esas verdades que enseñó el mismo Dios cuan-
do vino al mundo; ten fe en tu esposo, quien no pue-
de engañarte y cree en ese Dios antes de que llegue
el nuevo día.
FURATENA. Creo en ti y abrazo tu religión.
DON ALVARO. ¿Adoras a mi Dios, al Dios único?
FURATENA. Lo adoro (.se tapa los ojos con el antebrazo
y acercándose a uno de los ídolos lo bota, cayendo
éste al .suelo en pedazos).
DON ALVARO. Mañ.ana, al despuntar el día, cuando en-
tonen las a ve.s su himno al Creador; cuando pinte el
sol de tintes suave y variados las nubes que como
velos quieren ocultarlo; y se oigan los tonos armo-
niosos del río que huye radio o; iremos a la fu en te
donde me llevaste el primer día de nuestro amor, y
allí con esa agua pura y fresca que tánto te ha atraí-
do, te haré hija del Dios que ya adoras.
FURATENA. ¿Por qué con el agua?
DON ALVARO. Es un símbolo, amada. El agua que todo
purifica, limpia también el alma.
FURATENA. Cosas raras me dices ...
DON ALVARO. Ya las comprenderás.
FURATENA. Me transformas, pero tánto te quiero. ¿Podrá
durarnos esta vida de encanto?
DON ALVARO. Es mi único anhelo.
(Don Alvaro saca del bolsillo un pequeño espejo)

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FURATENA. ¿Qué guardas en tus ropas?
DON ALVARO. Algo para ti. No olvidé traerte este pe-
queño obsequio, que en mi maleta que creí perdia,
.se encontraba. No te conoces, no? Pues mírate y dime
si m is ojos erraron, cuando te dije bella, la más bella
de toda.s las mujeres.
(Furatena se mira y sonríe ante el espejo).
FURATENA. Lo que no quiso el agua me lo dio tu regalo.
Sí soy bella, pero quisiera serlo toda vía más; tan bella
como tú.
DON ALVARO. Mírate más y cuéntame.
FURATENA. La dicha también enferma. Veo confuso. ¿Me
llevas?
(Entran a la alcoba. Aparecen Anabí y Nayra).
NAYRA. ¡Los dioses por tierra!
ANABI. Solo e.so faltaba. Cambio de soberano, de ideas,
de costumbres; ¿habrá también cambio de dioses? Co-
mo no sea el principio de nuestro fin. . . Toma esos
ídolos y dales albergue allá en mi casa, donde lo tu-
vieron los amantes cuando quisieron vivir ocultos.
Recógelo.s del suelo y aunque e.stén en pedazos pónlos
así en sus nichos, que los dioses mutilados oyen como
los sanos y a veces más, porque saben cómo e.s el
dolor.
(Apagan las luces y salen).

SEGUNDO CUADRO

En el jardín del palacio el mismo escenario del


primer acto.

(Llegan dos emisarios).


PRIMER EMISARIO (en la entrada de la escalinata) ¡Oíd,
salid pronto!
SEGUNDO EMISARIO. ¡El enemigo! Despertaos.
PRIMER EMISARIO. Amos, abrid las puertas.
(Aparece Nayra).

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NAYRA. Gritos a estas horas. ¿Qué ocurre?
PRIMER EMISARIO. Combate en el poblado. Oye las ar-
mas del enemigo.
N A YRA. ¡Dioses! Llamaré a los amos (desciende la esca-
linata).
(Llegan varios indígenas y Anabí, que los adelanta
atropellándolos) .
ANABI (a los emisarios) ¿Habéis avisado? Habéis dado voz
de alerta?
PRIMER EMISARIO. Lo hemos hecho varias veces.
(Aparecen Don Alvaro y Nayra).
ANABI. Señor, ataque de los vuestros; ha muerto mucha
gente; son invencibles.
(Llegan Fasuca y Chasui).
DON ALVARO. Valor, los contendremos. Seguidme los que
querais (a Nayra). Que ignore Furatena lo que ocu-
rre; vigila; ni una palabra.
(Sale Don Alvaro seguido de Anabí y otros).
CHASUI. Inútil todo intento de vencer; los oráculos no
fallan.
FASUCA. Hay que poner en seguridad a la Cacica.
CHASUI. Prohibió el blanco que se le informe.
FASUCA. Es temerario que se lance en esa forma nuestro
rey al combate. ¿Qué podrán us armas contra tantos
enemigos?
CHASUI. Huír es lo mandado. En las cuevas de las rocas
podemos escondernos.
FASUCA. Acompañar a la Cacica es nuestro deber. Si ella
decidiera h uír . . .
CHASUI. Quien lograría convencerla. A todos nos entre-
garía por salvar a su esposo. Huyamos.
FASUCA. De este lugar sale, pero muerto, quien intente
huír abandonando a la Cacica.
(Aparecen Furatena y Nayra).
FASUCA. Señora, retiraos, que no es para vuestros ojos
este espectáculo.

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FURATENA. ¿Dónde está vu estro rey?
FASUCA. Ha salido, pero vuelve en seguida.
FURATENA. ¿Hacia dónde, hacia allá? (.señala la puerta
del cercado) .
(Furatena corre hacia la puerta. Fasuca y Nayra la
toman por los brazos) .
FURATENA. Dejadme.
FASUCA. El monarca, tu esposo, no permite qu e vayas .
Créeme, no tarda en regresar.
FURATENA (forcejeando) ¿Me s oltais?
FASUCA. Oye el bullicio muy cercano. Expones tu vida.
S ien t o ya los pas os d e tu espos o . Calma, señor a .
FUR ATE NA. ¿Partió s olo?
F ASUCA. Con Anabí, con muchos.
F U RATENA . Par tió a la lucha. D éjame ir. Mi p u esto es
a su lado. Ven ceremos o moriremos, pero juntos. D a -
me una flecha.
FAS U CA. A pelear tú. Sé :racional.
FURATENA. Una flecha. ¿ Obeces a t u reina?
(Le alcanzan la flecha. La toma y va a salir, cuando
entra un pelotón d e indígenas con Anabí a la cabeza
't-rayendo el cadáver d e D on Alvaro. Al ver a Fura-
tena s e detienen súbitamente y depositan el cadáver
en el s u elo. F uratena cae y con s u cabellera c u bre la
c a ra del muerto . S e escuchan s onoros gemidos ).
FURATENA. D ios único q u e ador o , ¿tú t ambién me a b a n-
donas?
(Un s ilenci o y luégo s e l evanta maj estuos a e impo-
nente).
Anabí, dispón que se destruya el palacio e n seguida
(a los po r t adores d el cadáver ) Poned al rey debajo
del árbol florecido .
A NABI. Ya perdió todas sus flores ; pasó la cosecha. Lo
llevaremos al palacio.
FURATENA. No importa. Quiero que sea debajo de mi
árbol donde descanse mi amado. Tu anda a que se
ejecute mi mandato (a Nayra) Y tú a la entrada del

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cercado, a despachar gente para el alto.
(Hace señas y el cortejo se pone en marcha. Anabí,
seguido de algunos corre a las rocas. Furatena queda
inmóvil. Poco después comienzan a subir gen tes a las
rocas. Luégo Furatena recoge la flecha y corre a al-
canzar el cortejo) .
CHASUI (a sí mismo) También mueren ...
(De las rocas principian a deslizarse piedras que va
cubriendo el palacio. El techado en llamas. Colocado
el cadáver bajo el árbol Furatena se yergue).
FURATENA. Volved riquezas a la tierra que os engendró.
Que quien os codicie sufra para encontraros. Vuelva
el brillante metal y vuelvan las verdes piedras a sus
cunas maternas. Acabe para siempre la mansión de
Oternate. Y ahora, todos vosotros alejaos de mí. Quien
avance un paso morirá.
(Se alejan lo concurrentes).
Dardo que no te clavaste en el pecho del enemigo,
ven atraviesa el mío; que tu veneno destinado a ma-
tar al agresor, se inyecte en mis venas y haga brotar
mi sangre congelada; no dejes batir más este corazón
que vive estando muerto. Tú, amado mío, espérame
que ya te alcanzo. Viajaremos juntos, tan unidos
corno dos humos que se encuentran y ascienden a
las alturas para extinguirse (se clava el dardo y cae
muerta).
CORO. Furatena, eñora ...
(El cercado es invadido por un tropel de . conquista-
dores, quienes avanzan con sus armas y banderas.
Los indígenas huyen. Anabí baja de las rocas y va al
encuentro de lo.s españoles).
ANABI. Atrás, extranjeros.
(Un soldado le hiere con una lanza).
SOLDADO. Metecato. ¿Pretendes tú solo contenernos?
ANABI. No lo pretendo. Soy vuestro prisionero y podéis
acabar de matarme, pero respetaréis a mis amos.
SOLDADO. ¡Tus amos! Natural que los respetaremos; He-
vanos a que los conozcamos.

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ANABI. Vamos.
(Se ponen en marcha. Anabí camina ayudado por
dos soldados. Momentos después llega un grupo de
militares).
UNO. La ra la, la ra la.
(Se adelantan los soldados dejando a Anabí).
SOLDADO. ¡Desgracia! ¡Muerto el capitán de Mendoza!
¡Avanzad!
ANABI (llega arrastrándose) Furatena! Furatena! (le
arranca el dardo y cae exánime. Un soldado vuelve
atrás).
SOLDADO. Aquí, aquí. Jefe, muerto el capitán de Men-
doza.
(Llega un grupo más grande de soldados, con Fer-
nández a la cabeza, a caballo. Corren hacia el árbol).
FERNANDEZ. Cómo, no puede ser.
(Contemplando el cadáver de Don Alvaro).
ARCHILA. El más bravo de nosotro .
FERNANDEZ. Muerta ella también ...
ARCHILA. La bella de las bellas, la mejor de las conquis-
tas.
FERNANDEZ. Idilio sin par; suerte fatal. Mas duermen
siempre unidos el sueño definitivo.
ANABI. Contemplad vuestra obra.
(Aparece un nuevo grupo. Atrás Pérez, quien trae a
Nayra, desgreñada, sujeta por el cuello con una cuer-
da. Todos avanzan hacia el árbol. Pérez permanece
en el sitio con Nayra).
PEREZ. Te haré feliz, serás libre.
NAYRA. Si, pero primero el permiso.
PEREZ. ¿El permiso de quién?
NAYRA. Suéltame. Te prometo que no me escapo. ¡Padre,
socorro!
ANABI. Nayra, hija mía (a Fernández) Señor, piedad
para ella.
FERNANDEZ (a unos soldados) Traedme ilesa a esa mu-
jer que grita. Daos prisa. (Salen los soldados en su
busca y regresan con Nayra).

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NAYRA (al ver el cadáver de Furatena) Mi señora, mi
reina, ¿quién le quitó la vida?
ANABI. Seguramente su propia mano. Hija mía, todo aca-
bó para nosotros.
PEREZ. Si era reina, tendría riquezas. ¿Dónde están?
ANABI. J arnás las hallaréis.
PEREZ. Tu hija nos dará cuenta.
ANABI (tratando de levantarse) Primero para los Chib-
chas que para vosotros. Nos habéis destrozado sin
motivo; habéis matado a vuestro propio amigo; yace
a su lado nuestra Cacica; a su siervo Anabí sólo res-
tan pocos instan tes de vida; clemencia para esta
doncella.
FERNANDEZ. Quedo responsable de tu hija. Te lo juro
por mi nombre y por mi espada. Tendrá su libertad
y vivirá corno le plazca. Os hemos vencido, pero no es
nuestro fin exterminaras. Sois ya suúbditos del má
poderoso y magnánimo monarca de la tierra.
Séllase con la sangre de esta ilustre pareja el primer
pacto entre dos razas que se encuentran y por fuerza
deberán penetrarse.
(Fernández levanta el estandarte español y los plie-
gues de éste cubren los dos cadáveres. Se oye a lo
lejos el estridente grito de la raza vencida).

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