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LEONOR CALVERA
(Idea y coordinación)
PRIMERA PARTE
CÉSAR VALLEJO
Epístola a los transeúntes ........................................... 2
RAINER MARÍARILKE
La pantera ............................................................. 7
JACQUES PRÉVERT
Para hacer el retrato de un pájaro .................................... 8
MARGUERITE YOURCENAR
Yo no soy libre para suicidarme . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10
SEGUNDA PARTE
VICTOR HUGO
CLARICE LISPECTOR
Monos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18
CONRADO NALÉ ROXLO
El grillo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
BELIARIO ROLDÁN
Caballito criollo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22
BASHO
Haiku de la rana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26
RUBÉN DARÍO
El caracol . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28
CARLOS BARBARITO
¿Qué busca el pez en el fondo? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
MARIO BENEDETTI
Pájaros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30
LEONOR CALVERA
Dioses y animales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
EDUARDO R. CALLAEY
El caballero y el oso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44
FRANCISCO ELGUERO
La vaca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71
RAFAEL MORALES
A un toro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 72
ANTONIO MACHADO
Las moscas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73
SUSANA CATTANEO
La caza – Diario imaginario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
VARIOS
Reflexiones sobre los animales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
HORACIO QUIROGA
La serpiente de cascabel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 80
RAFAEL ALBERTI
La paloma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 84
TRES POEMAS ANÓNIMOS
El ave y la mariposa - Poema lacandón - Cuento del tapir . . . . . 85
CUARTA PARTE
ENRIQUE LIHN
El gallo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91
AGUSTÍN DE ROJAS
Loa al cerdo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 92
ANNY GUERRINI
La plaza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97
WILLIAM BLAKE
El tigre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 106
NICANOR PARRA
Oda a unas palomas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 108
JOHN KEATS
Oda a un ruiseñor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109
RAFAEL ALBERTI
Nana de la cigüeña . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 112
FRANCISCO DE QUEVEDO
Soneto a un mosquito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 114
ANÓNIMO
El moro, el loro, el mico y el señor de Puerto Rico . . . . . . . . . . . . . 119
CHARLES BAUDELAIRE
El albatros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123
PRIMERA PARTE
P. 1
CÉSAR VALLEJO
Epístola a los transeúntes
P. 2
En tanto, convulsiva, ásperamente
convalece mi freno,
sufriendo como sufro del lenguaje directo del león;
y, puesto que he existido entre dos potestades de ladrillo,
convalezco yo mismo, sonriendo de mis labios.
P. 3
JORGE LUIS BORGES
Leones
P. 4
Es uno de los símbolos de Shakespeare. los hombres lo esculpieron
con montañas
Y estamparon su forma en las banderas
Y lo coronan rey sobre los otros.
Con sus ojos de sombra lo vio Milton
Emergiendo del barro el quinto día,
Desligadas las patas delanteras
Y en alto la cabeza extraordinaria.
Resplandece en la rueda del Caldeo
Y las mitologías lo prodigan.
Un animal que se parece a un perro
Come la presa que le trae la hembra.
P. 5
MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA
Diálogo entre Babieca y Rocinante
P. 6
RAINER MARIA RILKE
La pantera
En el Jardin des Plantes, París
P. 7
JACQUES PREVERT
Para hacer el retrato de un pájaro
P. 8
cerrar suavemente la puerta con un pincel
después
borrar uno a uno todos los barrotes
teniendo cuidado de no tocar las plumas del pájaro
Hacer luego el retrato del árbol
eligiendo la más bella de las ramas
para el pájaro
pintar también el follaje verde y la frescura del viento
el polvo del sol
y el ruido de los insectos sobre la hierba en el calor del
verano y después esperar que el pájaro se decida a cantar
Si el pájaro no canta
es mal signo
signo de que el cuadro es malo
pero si canta es buen signo
signo de que puede firmar
Entonces arranque suavemente
una de las plumas del pájaro
y escriba su nombre en un rincón del cuadro.
P. 9
MARGUERITE YOURCENAR
Yo no soy libre para suicidarme
Lo mismo ocurre con un perro, con una pantera o con una cigarra.
Leda decía: “Ya no soy libre para suicidarme
desde que me he comprado un cisne”.
La muerte es un sacramento del que sólo son dignos los más puros:
muchos hombres se deshacen,
pero pocos hombres mueren.
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría
todo de algodón; que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache
de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico,
rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo
dulcemente: “¿Platero?”, y viene a mí con un trotecillo alegre que
parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal…
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas
moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina
gotita de miel…
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña…; pero fuerte y
seco por dentro, como de piedra. Cuando paso sobre él, los
domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del
campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
– Tien´asero…
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.
P. 11
SEGUNDA PARTE
VICTOR HUGO
La torre de las ratas
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En este punto, la historia se hacía terrible. El pueblo hambriento no
se dispersaba y seguía rodeando el palacio del arzobispo, gimiendo.
Hatto, enojado, hizo rodear aquellas pobres gentes por sus arqueros
que detuvieron a hombres y mujeres, ancianos y niños, y los
encerraron en un troje al que prendieron fuego. Fue, añadía la vieja
criada, «un espectáculo ante el que hasta las piedras habrían
llorado» pero Hatto no hizo sino reír; y cuando aquellos
desgraciados, expirando entre las llamas, lanzaban gritos
lamentables, éste dijo: «¿Estáis oyendo a las ratas silbar?»
Al día siguiente, del troje fatal sólo quedaban cenizas; no había
nadie en Maguncia; la ciudad parecía muerta y desierta cuando, de
repente, una multitud de ratas, que pululaban en el troje quemado
como los gusanos en las úlceras de Asuero, salían de debajo de la
tierra, surgían de entre las losas, salían por las grietas de los muros,
renacían bajo el pie que las aplastaba, se multiplicaban bajo las
piedras y bajo las mazas, e inundaron las calles, la ciudadela, el
palacio, los sótanos, las salas y las alcobas. Era un azote, una plaga,
un repugnante hormigueo.
Fuera de sí, hatto abandonó Maguncia y huyó hacia la llanura pero
las ratas lo siguieron; corrió a refugiarse en Bingen que tenía altas
murallas, pero las ratas pasaron por encima de las murallas y
entraron en Bingen. Entonces el arzobispo mandó construir una
torre en medio del Rin y se refugió en ella con la ayuda de una barca
alrededor de la cual diez arqueros golpeaban el agua; las ratas se
arrojaron al agua, cruzaron el Rin, treparon por la torre, royeron las
puertas, el tejado, las ventanas, los techos, los suelos y, llegadas por
fin a la mazmorra en la que el miserable arzobispo se había
escondido, lo devoraron vivo.
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Ahora la maldición del cielo y el horror de los hombres pesan sobre
esta torre llamada Maüsethurm. Está desierta, en ruinas en medio
del río y, a veces, por la noche, se ve salir de ella un extraño vapor
rojizo que parece el humo de una hoguera, pero es el alma de Hatto
que regresa.
¿Han observado ustedes algo? La historia es en ocasiones inmoral,
los cuentos son siempre honestos, morales y virtuosos. En la
historia el más fuerte prospera, los tiranos triunfan, los verdugos
gozan de buena salud, los monstruos engordan, los Sila se
transforman en buenos burgueses, los Luis XI y los Cromwell
mueren en su cama. En los cuentos el infierno es siempre visible.
No hay falta que no tenga su castigo a veces incluso exagerado; no
hay crimen que no traiga tras de sí un suplicio con frecuencia
espantoso; no hay malvado que no se convierta en un desgraciado a
veces digno de lástima. Eso ocurre porque la historia se mueve en lo
infinito y el cuento en lo finito. El hombre, que hace el cuento, no
se siente con derecho a exponer los hechos y dejar suponer las
consecuencias de los mismos; porque palpa en la oscuridad, no está
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seguro de nada, necesita acotarlo todo por medio de una enseñanza,
un consejo y una lección; y no se atrevería a inventar
acontecimientos sin conclusión inmediata. Dios, que hace la
historia, muestra lo que quiere y conoce el resto.
Maüsethurm es un término cómodo. Se ve en él lo que se quiere
ver. Hay espíritus que se consideran positivos -y que no son sino
áridos-, que expulsan de todo la poesía, y están siempre dispuestos a
decirle, como aquel hombre positivo al ruiseñor: «¡Quieres callarte,
maldito animal!» Este tipo de mentes explican que la palabra
Maüsethurm viene de maus o mauth, que significa peaje. Declaran
que en el siglo X, antes de que se ensanchara el cauce del río, el
paso del Rin sólo estaba abierto por la orilla izquierda y que la
ciudad de Bingen había establecido por medio de esta torre su
derecho de fielato sobre los barcos. Se apoyan en que aún hay cerca
de Estrasburgo dos torres parecidas dedicadas a la percepción de
impuestos sobre los transeúntes, que también se llaman
Maüsethurm. Para estos graves pensadores inaccesibles a las
fábulas, la torre maldita es una puerta de consumos y Hatto un
portalero o aduanero.
Para las gentes sencillas, entre las que me incluyo gustoso,
Maüsethurm procede de maüse, que viene de mus y significa rata.
Esa supuesta puerta de consumos es la torre de las ratas, y el
aduanero un espectro.
Después de todo, las dos opiniones podrían conciliarse. No es
absolutamente imposible que hacia el siglo XVI o el XVII, después
de Lutero, después de Erasmo, los bugomaestres incrédulos
hubieran utilizado la torre de Hatto y hubieran instalado
provisionalmente alguna tasa y algún peaje en aquella ruina de mala
fama. ¿Por qué no? Roma hizo del templo de Antonino su aduana,
su dogana. Lo que Roma hizo respecto a la historia, Bingen pudo
hacerlo respecto a la leyenda. Así, mauth tendría razón y maüse no
estaría equivocada.
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Sea como fuere, desde que la vieja criada me narró el cuento de
Hatto, la Maüsethurm había sido una de las visiones habituales de
mi espíritu. Ya saben, no hay hombre que no tenga sus fantasmas,
como no hay hombre que no tenga sus quimeras. Por la noche
pertenecemos a los sueños; a veces los atraviesa un rayo de sol, a
veces lo hace una llama; y según el reflejo colorante, el mismo
sueño es una gloria celestial o una aparición del infierno. Efecto de
luz de Bengala que se produce en la imaginación.
Yo debo reconocer que la torre de las ratas, en medio de su charca
de agua ,siempre me pareció horrible. Por lo que -¿me atreveré a
confesarlo?- cuando el azar, que me pasea a su antojo, me condujo a
orillas del Rin, el primer pensamiento que se me ocurrió no fue que
vería la cúpula de Maguncia, o la catedral de Colonia o el
Palatinado, sino que podría visitar la torre de las ratas.
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CLARICE LISPECTOR
Monos
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Casi no cabía en una mano. Tenía falda, aretes, collar y pulsera de
bahiana. Y un aire de inmigrante que aún desembarca con el traje
típico de su tierra. De inmigrante también eran los ojos redondos.
En cuanto a esta, era mujer en miniatura. Tres días estuvo con
nosotros. Era de tal delicadeza de huesos. De tal extrema dulzura.
Más que los ojos, la mirada era redondeada. Cada movimiento, y los
aretes se estremecían; la falda siempre arreglada, el collar rojo
brillante. Dormía mucho, pero para comer era sobria y cansada. Sus
raras caricias eran solo mordidas leves que no dejaban marca. En el
tercer día estábamos en la dependencia admirando a Lisette y el
modo en que ella era nuestra. “Un poco demasiado suave”, pensé
extrañando a mi gorila. Y de repente mi corazón fue respondiendo
con mucha dureza: “Pero eso no es dulzura. Esto es muerte”. La
sequedad de la comunicación me dejó quieta. Después les dije a los
chicos: “Lisette se está muriendo”. Mirándola, noté entonces hasta
qué punto de amor ya habíamos llegado. Envolví a Lisette en una
servilleta, fui con los chicos hasta la primera guardia, donde el
médico no podía atendernos porque operaba de urgencia a un
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perro. Otro taxi —Lisette cree que está paseando, mamá otro
hospital. Allá le dieron oxígeno.
Y con un soplo de vida, súbitamente se reveló una Lisette que
desconocíamos. Con ojos mucho menos redondos, más secretos,
más a las risas y en la cara prognata y ordinaria una cierta altivez
irónica; un poco más de oxígeno, y le dieron unas ganas de hablar
que ella mal aguantaba ser mona; lo era, y mucho tendría para
contar. En seguida, sin embargo, sucumbía de nuevo, exhausta.
Más oxígeno y esta vez una inyección de suero a cuya picada
reaccionó con una palmadita colérica, de pulsera tintineando. El
enfermero sonrió: “Lisette, querida, ¡sosiégate!”
El diagnóstico: no iba a vivir, a menos que tuviese oxígeno a mano
y, aun así, improbable. “No se compran monos en la calle”, me
censuró él sacudiendo la cabeza, “a veces ya vienen enfermos”. No,
había que comprar a la mona adecuada, saber su origen, tener por
lo menos cinco años de garantía de amor, saber lo que había hecho
y lo que no, como si fuera para casarse. Resolví un instante con los
chicos. Y le dije al enfermero: “Usted la está queriendo mucho a
Lisette. Así que si usted la deja pasar algunos días cerca del oxígeno,
ni bien sane, es suya”. Pero él pensaba. “Lisette es linda” le supliqué
yo. “Es hermosa”, aceptó él pensativo. Después suspiró y dijo: “Si
curo a Lisette, es suya”. Nos fuimos, con la servilleta vacía.
Al día siguiente llamaron por teléfono, y les avisé a los chicos que
Lisette había muerto. El más chico me preguntó: “Crees que murió
con los aretes?” Yo le dije que sí. Una semana después el mayor me
dijo: “¡Te pareces tanto a Lisette!” “Yo también te quiero”, contesté.
P. 20
CONRADO NALÉ ROXLO
El grillo
P. 21
BELISARIO ROLDÁN
Caballito criollo
P. 22
LEOPOLDO MARÍA PANERO
Los sapos
I
No insertos en un plan, los sapos
existen sin objeto. Cálido sol de la
mañana los envuelve, suavemente
los acaricia el viento. Como la vida
de un árbol o del viento así es la vida
del sapo sin objeto.
II
No busques ojos al sapo que no
tiene. No le busques las orejas
que no tiene. De qué sirve la boca no
lo entiende.
III
Un sapo es un círculo, un sol hacia
adentro. Como los bueyes camina –
lento como el tiempo. No hay cielo
que no se vuelva de espaldas cuando
levanta hacia arriba su mirada.
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IV
Vienen los sapos del Norte a
buscar a los del Sur.
Encuentran un mismo rostro
y la misma baba azul.
V
No hablan del sapo los
hombres que viven en la
ciudad.
Se refugian en sus casas
cuando le oyen pasar.
VI
Como un geranio se pudre
los sapos viven su vida.
Escuchan pasar las moscas
les espantan cuando
pueden. Como a los cuervos
la noche les es siempre
favorable.
VII
Tienen miedo de los niños y
de las aves, los sapos. Uno
color puede matarlos
acostumbrados al negro.
VIII
Surge en el cielo la aurora,
se esconde el sol tras los
montes. Igual el paso del
sapo por los bosques.
P. 24
IX
Los sapos y las culebras
levantan la piedra y salen
cuando el día oscurece y
llueve fuego del cielo.
X
Son hermanos de los buitres
se parecen a los cuervos, con
las serpientes se hablan y
enmudecen ante un mirlo.
XI
No tienen fe en el futuro los
sapos como las aves.
Caminan sobre las tumbas
dejando en ellas su baba.
XII
Los días de la luna llena se
esconde el sapo en los
bosques. Cuando amanece,
la aurora lo persigue por los
montes.
XIII
Invade el jazmín los campos
con una espina en el flanco.
XIV
No tienen los sapos nombre
cuando mueren en el monte
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BASHO
Haiku de la rana
Viejo estanque
Salta una rana
Sonido del agua
P. 26
FEDERICO GARCÍA LORCA
Sueño
P. 27
RUBÉN DARÍO
El caracol
P. 28
CARLOS BARBARITO
¿Qué busca el pez en el fondo?
P. 29
MARIO BENEDETTI
Pájaros
P. 30
LEONOR CALVERA
Dioses y animales
ANIMALES
En las superficies de los monumentos así como en las estelas,
sarcófagos y templos los egipcios dejaron grabada su escritura que
denominaban medouneter, “palabras divinas”. En el mismo sentido,
los griegos le dieron el nombre de “jeroglíficos”, esto es, una
combinación de “sagrado” y “grabar.” Es controversial qué grababan
exactamente los egipcios porque, como afirma Champollion, se
trata de “un sistema complejo, una escritura al mismo tiempo
figurativa, simbólica y fonética, en un mismo texto, una misma
frase, prácticamente casi diría en una misma palabra.”
Los signos que empleaban alternaban figuras geométricas junto a
diversos animales: búhos, buitres, colas de mandriles, víboras. Los
dioses, cuyas acciones formaban parte de los relatos, no tenían
necesariamente forma humana sino que ésta solía combinarse con
la de animales e incluso vestales. De tal modo Anubis tenía cabeza
de chacal, Bastet de gato, Hathor de vaca, Horus de halcón, Kheper
de escarabajo, Seth de galgo, entre otros. En ocasiones eran
representados directamente por animales tal como Montu por un
halcón o Sobek por un cocodrilo. O,. como Apis, el buey, cumplían
la misión de ser portavoces de las deidades.
Los animales también aparecen estrechamente unidos a los dioses
en la mitología de la India. El rango que ocupan es ligeramente
distinto al de los egipcios; si bien Ganesha tiene rostro de elefante,
la mayoría los emplea como vehículos: Agni es trasladado por un
macho cabrío o por una cuadriga tirada por cabras –incluso,
ocasionalmente, por loros-:, Yama va sentado sobre un toro, Vishnú
utiliza a Garuda, un semi-hombre, semi-pájaro, Durga tiene por
montura un león, Indra va sentado en un elefante en tanto el
vehículo usado por Kali es un tigre llamado Vajana.
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Quetzalcóatl que, al llegar al sudeste del actual México, fue
reconocido como un jefe guerrero al que se le dio el nombre de
Kukulcán.
En náhuatl el nombre compuesto de Quetzalcóatl significa
“serpiente emplumada” -quetzal, pluma, y cóatl, serpiente- lo cual
da una primera aproximación a la complejidad de su significación,
al fusionar dos mitologemas, el de la serpiente y el del águila.
Quetzalcóatl es una figura fascinante que ha sido objeto de
numerosos estudios. Se lo considera el Lucero matutino y el
vespertino, la perfecta fusión de los opuestos, el creador de dioses y
hombres.
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Y entre más de cien divinidades Itzpapalotl, la “Mariposa de
obsidiana” que regula la vida y muerte de las criaturas y la gran
Coatlicue, la diosa de”la falda de serpientes”, la gran madre de los
dioses.
Seres extraños, plantas, combinaciones de humanos con animales
forman parte de los dioses de la cultura maya. Quizá el más
conocido sea Kukulcán, la serpiente emplumada similar a la de su
par azteca, aunque el panteón cuenta con decenas de deidades que
ostentan rasgos animales.
Un breve recorrido permite descubrir a Chaac, muy popular entre el
pueblo que, como regente de la lluvia, les permitiera tener buenas
cosechas. Se lo representaba como un hombre viejo, con rasgos de
reptil y una larga trompa de elefante inclinada hacia arriba. Luego
se destaca Itzamna, el dios del sol y la sabiduría, creador de la
ciencia y el conocimiento, señor del día y la noche. Se lo solía
representar como un anciano pero, como era una deidad
omnipresente, tomaba diversas formas como la de un ave o un
cocodrilo. Su consorte era Ixchel, la reina madre que vacía cuencos
de agua en la tierra o teje coronada por una serpiente.
El reino del más allá, el Xibalbá, era de gran importancia entre los
mayas, Estaba gobernado por Yum Cimnil -o Kimil- a quien
denominaban “el amo de la muerte”. Tenía el cuerpo descarnado, el
vientre hinchado y la piel con las manchas de descomposición. Se lo
asociaba a la guerra y los sacrificios por lo cual llevaba siempre una
cuerda, que usaba para tomar la vida de los seres. Sus adornos eran
ojos de muerto y serpientes de cascabel y su tesoro más preciado era
una lechuza, considerada signo de mala fortuna. Otro de los dioses
del inframuindo era Chac Bolay que también se relacionaba con el
aspecto nocturno del Sol. Se lo representa con cabeza de jaguar, la
piel manchada, y dientes que sobresalen notoriamente.
Entre el reino de la muerte y el de la vida se destaca una figura que
le dará su nombre a un fenómeno meteorológico: Huracán. Amo del
fuego, el viento y las tormentas, a este dios muy temido se lo
representa con figura humana pero cola de serpiente. Sus rasgos,
P. 33
son de reptil y porta un elemento humeante Una corona remata su
cabeza.
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Los Animales de Poder, común a numerosas culturas, aun
cuando los ignoremos, existen como influencias o guías de la
vida cotidiana. Y, significativamente, son ellos los que eligen al
individuo, más allá de lo que éste considere que le es afín.
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FÁBULAS Y POEMAS INFANTILES
Querer y devorar
Los poemas infantiles, las fábulas, los dibujos animados, los animé,
toman a los animales como materia preferida. Se los hominiza, se
los convierte en héroes o villanos, se los torna tan queribles que
acaban por formar parte del habla cotidiana. Y también se los coloca
en el área moral como figuras paradigmáticas de conductas
reprobables o virtuosas.
Desde tiempos lejanos se ha insistido en darles a los animales
caracteres similares a los humanos o en extraer de sus
comportamientos -en sentido positivo o negativo- lecciones de
valor moral De este modo los corazones humanos vibraron con las
historias de animales, sobre todo de los más cercanos a la vida
cotidiana. Conejos, gallinas, vacas, cerdos formaron parte de las filas
de loa animales más conocidos y amados. Y, también, de los más
devorados. Aquellos que sirvieron para modelar la sensibilidad del
niño fueron también los destinados a ser sacrificados en aras de su
alimentación. Un hilo conductor une los tiempos y culturas: matar a
quien más se entiende, a quien más se ama. Una encrucijada que
cobra cada día más vigencia frente a los comportamientos
beligerantes que se han convertido en el meollo de las culturas.
P. 36
TRES FÁBULAS CON MORALEJA
La Fontaine
La rana que quiso hincharse como un buey
P. 37
Samaniego
El asno y el cochino
P. 38
Esopo:
Las moscas
P. 39
TRES POEMAS INFANTILES ANÓNIMOS
La gallina Marcelina
quiere al gallo Nicolás,
y el gallo la corresponde
lo saben en el corral
P. 40
Este era un conejo
que no se dormía:
de noche esperaba
que llegara el día
su abuela coneja
le cantaba así:
conejito es hora
de ir a dormir
si cerrás los ojos
brotará en tu almohada
una zanahoria
muy anaranjada.
Y cuando despiertes
Y no este la luna
Veras la sorpresa
P. 42
TERCERA PARTE
P. 43
EDUARDO R. CALLAEY
El caballero y el oso
P. 44
en ese santo sitio hasta que los griegos cometieron la indigna
fechoría de profanar sus sepulcros. Durante un largo rato me sentí
abrumado, con un sentimiento de gratitud por haber llegado al
corazón mismo de la cristiandad. Sucedió entonces que el guía se
me acercó y con una sonrisa me dijo que yo estaba sentado,
precisamente, sobre la que había sido la tumba de Godofredo. Lo
que ahora eran dos asientos de piedra, al costado de un pequeño
pasillo al lado de la Capilla de Adán, habían sido hasta el siglo XIX
el lugar de descanso de los dos primeros reyes de Jerusalén. No
puedo describir el río eléctrico que corrió en mis arterias.
Dios ha sido generoso conmigo, pues en los siguientes años volví
tres veces al mismo lugar, acompañado por el mismo guía, cuyo
nombre es Ariel Seiferheld y a quien dedico el siguiente relato. No
debe tomarse como un ensayo histórico sino como un simple
cuento, con la salvedad de que cualquier parecido con la realidad no
es, en modo alguno, una mera coincidencia.
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motivo aparente para matarse, pero en ambos anidaba el
sentimiento de la culpa y la venganza carcomía sus entrañas.
El hecho sucedió hacia finales del verano de 1097. Un oso caminaba
tambaleante por las estribaciones de los montes Tauro. Llevaba
incrustada en su antebrazo la cabeza de una flecha que le provocaba
un dolor persistente. Pero su verdadero sufrimiento era más
profundo que el dolor de la herida: dos días antes sus oseznos
habían muerto asesinados a manos de los hombres del sultán Kilij
Arslan cuando, por un fatal descuido, se acercaron más de lo
prudente a la antigua calzada bizantina que se encontraba
disputada por los soldados selyúcidas y los invasores cristianos.
Nada pudo hacer el animal para salvar a sus crías. Rabioso, debió
huir ante la lluvia de flechas.
No era la primera vez que el oso burlaba la muerte. Prueba de
ello eran las cicatrices que llevaba en sus piernas, provocadas
por el hierro dentado de las trampas con las que los campesinos
habían tratado, en vano, de atraparlo. En la comarca lo
conocían con el nombre de Canavar -que en el antiguo idioma
turcomano significa bestia- y su sola mención causaba pánico
entre los pastores. Algunos afirmaban que el oso llevaba
años merodeando el río Sakarya, en donde se alimentaba de
peces; otros decían que había venido de Isauria, luego de ser
vencido en una pelea en la que varios machos se disputaban una
hembra en celo. Canavar ya era una leyenda. La respiración
agitada y la baba blanca colgando de su boca denotaban el
cansancio de la persecución a la que estaba siendo sometido.
Uno de los esbirros de Kilij Arslan lo seguía de cerca, arco en mano.
Al otro lado del río los francos habían plantado campamento luego
de librar feroz batalla. Enterrar a los miles de muertos demandó de
toda una jornada. El jefe de aquél ejército era el duque Godofredo,
un caballero de gran porte, famoso es sus tierras por su belleza,
temido por su crueldad y por la fuerza con la que descargaba el
hacha. Sus soldados lo amaban porque era generoso con el botín.
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Conducía a sus guerreros con mano firme durante la batalla, como
el amo que sostiene a su perro con un collar de cadena. Pero apenas
olía la victoria los liberaba como a monstruos hambrientos para que
saciaran sus pasiones saqueando las casas, asesinando a los paisanos
y deshonrando a las mujeres. Ahora ese azote había caído sobre la
Frigia y los hombres del sultán huían en desbandada, muertos de
miedo y librados a su suerte. Uno de esos infelices iba detrás de
Canavar, siguiendo su rastro.
Esa noche, al terminar la faena con los muertos, Godofredo se
recluyó en su tienda, víctima de gran angustia. Entre los enterrados
yacían muchos de sus amigos y vasallos, venidos con él desde el
Poniente. Nunca antes había sentido tal desasosiego que nada podía
calmar. Ni siquiera un odre de vino, que bebió con desesperación
hasta que sus barbas y la ropa aún ensangrentada quedaron
empapadas de alcohol y de sudor. Se durmió y sufrió espantosas
pesadillas: abrasado por la culpa, sentía que había conducido a sus
hombres a un horrible matadero. Podía ver el rostro amargo de las
viudas acusándolo ante Dios y los ojos horrorizados de los
huérfanos clamando por sus padres.
Despertó entrada la noche. Aún no despuntaba el alba cuando lo
invadió tremenda rabia. ¿Qué clase de victoria era la suya si había
costado tantas vidas? ¿Cómo haría para vengar la dura pérdida?
Ebrio y loco de furia se puso de pié y empuñó el hacha.
Los centinelas vieron su enorme sombra oscilante deslizarse
por el campamento dirigiéndose hacia la orilla del río. Un
grupo de caballeros fue advertido y salieron a buscarlo, temerosos
de que la bebida le hubiese hecho perder el tino.
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susto. Repuesto de la sorpresa, el oso se paró en sus piernas y abrió
las fauces, gruñendo y mostrando sus colmillos. El caballero,
paralizado por la inesperada aparición, reaccionó con torpeza y,
blandiendo el hacha se lanzó sobre la bestia cuya altura lo superaba
por un palmo. El oso vio en el caballero la imagen de los asesinos de
sus crías y, enloquecido de furor lanzó un violento zarpazo que el
duque apenas pudo parar con el mango del hacha, pero no pudo
evitar una caída aparatosa que le hizo temer por su vida. La
oportuna llegada de los caballeros que habían salido a su encuentro
distrajo por unos segundos al animal y evitó que lo despachara sin
más. Pero la ira se había apoderado de Godofredo. La bestia seguía
parada frente a él, y en ella estaba ahora concentrada la imagen de
todas las desgracias. El duque dio orden a sus hombres de que no
interviniesen en la lucha, y esta vez se lanzó a manos limpias contra
el oso, rodando ambos por la orilla del río yendo a dar con el agua
en infernal chapoteo.
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El sol ya asomaba detrás del Tauro e iluminaba aquella escena
dantesca en la que los dos colosos trataban de abrazar al otro con la
muerte. Godofredo logró pillar al oso por detrás y, cruzando ambas
piernas sobre la cintura del animal le rodeó el cuello con su
poderoso brazo y comenzó a asfixiarlo. Canavar, desesperado, no
encontraba el modo de zafar de la traba y agitaba sus zarpas en el
aire, revolcándose con su captor. Los hombres de Godofredo
parecían hipnotizados por la escena, incrédulos del espectáculo que
ambos ofrecían.
Casi ahogado y al borde de la muerte, Canavar, en un estertor
propio del guerrero moribundo, se sacudió con tal violencia que
Godofredo se vio arrojado nuevamente a la arena de la orilla.
Rápido de reflejos quiso tomar al oso otra vez del cuello, pero
Canavar, aún sofocado por la asfixia sufrida, clavó su garra en el
pecho del cristiano y le arrancó un jirón de carne que casi le lleva
las costillas.
Godofredo sintió que se moría, pero el hálito de los héroes hizo que
la fama ganada acudiera en su socorro. Sobreponiéndose al dolor,
percibió que Canavar aun no se reponía del todo, y en un último
esfuerzo tomó el hacha que estaba en el suelo y asestó un golpe al
oso en la cabeza hundiendo la cuchilla hasta el carrillo. La bestia,
con la cara ya partida, cayó muerta al instante. Godofredo se
desplomó de bruces con el pecho destrozado y quedó tendido al
lado del oso. Luego todo fue oscuridad. Un sueño sin ensueños.
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hacían que sus soldados se persignasen y oraran por su alma. Una
mañana despertó y pidió vino y un pernil, y aunque lo vomitó de
inmediato, todos se alegraron de que finalmente el duque se
hubiese recuperado.
Berengario le contó que los soldados cantaban canciones que
hablaban de su combate con Canavar y que muchos se arrogaban el
haberlo presenciado. Godofredo disfrutaba mucho de estos chismes
y le dio gran satisfacción el hecho de enterarse de que el animal
había sido temido por los habitantes de aquel país y que hasta tenía
un nombre intimidante. Cuando se sintió con fuerzas suficientes
como para recorrer el campamento pidió ir al sector de los
curtidores, que se encontraba alejado de las tiendas a causa del olor
nauseabundo que se respiraba en él. Era común que las pieles se
curtieran con aceite hecho con el cerebro del propio animal, lo que
provocaba gran pestilencia, pero Godofredo, como hemos dicho, no
era hombre delicado.
El armenio Antranig llevaba casi dos meses trabajando la piel con
gran destreza. El duque quedó impresionado por el tamaño de la
pieza y por la calidad del pelaje. La observó minuciosamente y hasta
pudo ver el fino cocido con el que el artesano había disimulado el
corte provocado por el hacha. El armenio se apresuró a advertir que
el trabajo aún no estaba terminado a lo que Godofredo respondió
que ningún apuro debía ir en detrimento de la excelente labor y lo
premió con tres besantes de oro, prometiéndole otros tres cuando la
tarea hubiera terminado. Antranig pronunció varias veces la palabra
Shnorhakalut’yun en señal de gratitud e hizo una amable reverencia
según la costumbre de los armenios. Pasó otro mes y la piel quedó
en poder de su dueño. Nadie imaginó por entonces que un objeto
llamado a ser abrigo y testimonio de coraje obraría sobre el duque
cierta magia misteriosa.
La expedición de los cruzados continuó por dos años más, hasta que
en 1099 cayó la ciudad de Jerusalén en poder de los ejércitos
cristianos. Como es sabido, luego de largos cabildeos se decidió que
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un consejo de notables eligiese por rey al más virtuoso. Fue en ese
misterioso conclave en donde varios caballeros hablaron del cambio
prodigioso que había sufrido el duque. Lo atribuían a las graves
heridas sufridas por las garras del oso, que lo dejaron al borde de la
muerte. Aquel guerrero cruel que se solazaba en el saqueo,
que había pasado su vida en aventuras tumultuosas se había
vuelto un hombre piadoso, temeroso de Dios y amigo de
los pobres. Finalmente resultó electo entre los príncipes y se le
comunicó que sería el rey de la ciudad más santa de la Tierra.
Esa noche, en su recámara, Godofredo se cubrió con la piel de
Canavar. Sumido en profundas cavilaciones parecía hablar con esa
piel, como si el oso que la habitó pudiera escucharlo. En más de una
ocasión, en la penosa marcha desde Antioquía y durante el largo
sitio al que fue sometida Jerusalén, el duque había encontrado en
Caravar una metáfora inquietante: ¿Qué quedaría de él cuando al
fin cayese vencido? ¿No era acaso la fama apenas una cáscara de
aquello que fue? Igual que el oso, había transcurrido la vida
cuidando su territorio, o emigrando hacia la conquista de uno
nuevo. Había debido cuidarse de otros príncipes y su cuerpo, al
igual que el de Canavar, estaba cubierto de cicatrices. En su castillo
en la Árdenas abundaban las pieles de animales cazados por su
abuelo Gothelón y por su tío, Godofredo el jorobado. También él
mismo había cazado osos en el condado de Amberes, pero esta vez
había sido diferente. El destino los había cruzado, no en un coto de
caza sino en una encrucijada; no en una cacería sino de igual a
igual. Ambos habían tenido la oportunidad de matar al otro, y en
ello, el duque, creía haber encontrado la nobleza.
A la mañana siguiente, luego de la misa, anunció a los príncipes
que no llevaría una corona de oro y plata en el lugar donde Cristo
había padecido una de espinas, y que no ostentaría el título de rey
sino el más humilde de Defensor del Santo Sepulcro. Su única
ambición era la de ser enterrado en la iglesia erigida en el lugar
donde Cristo había sufrido el calvario.
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II
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piel de Canavar, tan inesperado fue el deceso que ni siquiera había
podido elegir su propia tumba, como era la antigua costumbre
de los reyes.
El cadáver, cubierto de un fino camisolín de seda blanca,
bordado en oro, fue exhibido al pueblo durante los
funerales que se extendieron por tres días. Pronto llegaron
los príncipes de Antioquía, de Trípoli y Edesa, y también los
barones que se habían enseñoreado de todo el desierto de Judea y
de los confines más allá del Jordán hasta el castillo conocido
como La Roca, que ahora pertenecía a la Casa de Chatillon. El
Patriarca, hombre proclive al lujo y al boato, había convertido las
pompas fúnebres del guerrero en una muestra de ostentación.
Berengario y sus hombres veían aquel esperpento fúnebre con
particular desprecio: ¡Godofredo cubierto de sedas blancas e
hilo de oro! ¡El brazo más letal de Lotaringia envuelto en
columnas de incienso y untado con óleos aromáticos! En vano le
pidió al Patriarca que su jefe fuese envuelto en la piel del oso.
No es de cristianos, respondió el prelado. Finalmente, el 23 de julio
de 1100, el cortejo mortuorio se puso en marcha para trasladar
el cuerpo del malogrado caballero a su destino final.
Tancredo de Hauteville abrió el paso encabezando a los heraldos.
El pesado camastro con el cadáver fue llevado al hombro por
una docena de bravos caballeros. Allí marchaba Jerusalén y
su campeón. Detrás de los doce, Berengario, a pie, llevaba de
la brida al corcel que había acompañado a Godofredo desde la
Lotaringia. Los monjes entonaban sus cantos monódicos seguidos
del fasto eclesiástico, y la plebe deliraba frente al paso del héroe.
Tanta era la cantidad de gente que quería rendir su
homenaje que la columna casi se extendía entre la iglesia y el
palacio.
El cuerpo de Godofredo fue depositado al lado de la antigua loza
en la que había sido acostado el propio Jesucristo luego de
ser crucificado y a la que los cristianos llaman La Piedra de la
Unción. Se dejó en manos del Patriarca y de los canónigos
del Santo
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Sepulcro el traslado póstumo del cuerpo al cenotafio de piedra, que
se había construido de apuro en una de las capillas.
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lugares santos, entregándolos a la custodia de Dagoberto, el legado
papal que había reemplazado al valiente Ademaro de Monteil,
muerto durante la expedición en Antioquía de Orontes.
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de los habitantes de Jerusalén, pero sumó una herida profunda a
las ya tantas que atormentaban a latinos y griegos.
Gianfranco pudo terminar el mausoleo de Godofredo un día antes
de que el cadáver entrara al Santo Sepulcro. Solo un selecto
puñado de príncipes y prelados pudo ver esa tarde la obra
terminada, y puede afirmarse que les provocó profunda
admiración, al punto que, abrazados unos con otros, no podían
contener el llanto. En una de las caras del prisma de mármol
verde, grabado en la piedra se leía:
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con la intención de llegar a Trípoli y embarcar a Europa. Ya lejos de
la ciudad detuvo la marcha y miró hacia las murallas por última vez.
Muerto Godofredo y cumplida su voluntad, ya nada lo ataba a
aquella tierra. Hundió las espuelas en los flancos de su caballo y el
pequeño contingente se perdió ladera abajo.
III
Los campos de batalla suelen ser tumbas más honorables que las
construidas en los palacios y los templos. La tierra yerma, las
hondonadas cercanas a las grandes carnicerías, o los bosques
umbríos donde perecieron los invasores, rara vez son reclamados
por alguien. El guerrero muerto en combate y enterrado en el
anonimato induce a la reverencia, porque el olvido es el más
desgraciado de todos los destinos. En cambio, los mausoleos se
elevan para gloria de los vencedores y escarnio de los vencidos.
Gianfranco di Montana murió poco después de terminada aquella
tumba; una disentería se lo llevó en pocos días y su cuerpo fue
enterrado extra muros. Podría decirse que su obra maestra fue la
tumba del duque Godofredo. De Berengario nada más se supo, salvo
que había abordado una nave en Trípoli rumbo a Constantinopla.
Por décadas todo fue calor y polvo, hasta que Jerusalén cayó en
manos del sultán Saladino poniendo fin a noventa años de
dominación cristiana. Dicen que luego de haber lavado
personalmente el piso de la mezquita Al Aqsa, el sultán solicitó
conocer el cenotafio de Godofredo a quien le rindió homenaje. Más
que por admiración, lo hizo para dar el ejemplo del respeto que se
les debe a los conquistadores, él mismo acababa de conquistar la
ciudad y una avanzada sífilis le auguraba poca vida.
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conquistada por los otomanos, que devolvieron a los griegos el
control sobre el Santo Sepulcro. En cada caso, los nuevos
conquistadores visitaron la tumba de mármol verde de Godofredo y
la de su hermano Balduino. A todos despertaba admiración el
prisma funerario, menos a los griegos. Para ellos el paso de los
latinos por Jerusalén era una espina clavada en su orgullo. Como si
se tratase de una provocación, la tumba de Godofredo permanecía
erguida en el corazón del mundo cristiano. Para colmo de males, el
lugar elegido por Dagoberto de Pisa no podría haber sido más
desafiante: el visitante que se acercaba a la tumba de Godofredo
debía ingresar al recinto atravesando la Capilla de Adán, ubicada
justo debajo del Monte Calvario. Según los griegos existe allí una
piedra sagrada que se quebró a causa del terremoto producido en el
momento de la muerte de Cristo. La hendidura habría permitido
que la sangre del Mesías descendiera por la roca y redimiera al
primero de los hombres, que se pensaba que estaba sepultado allí.
La realidad era que quien pretendía llegar a la tumba de Godofredo
dependía del buen humor de los monjes griegos Las grescas a causa
del control del ingreso a las tumbas de los reyes cristianos eran
frecuentes entre latinos y orientales, pero los turcos –ahora los
verdaderos dueños de Jerusalén– hacían todo lo posible para
favorecer a los monjes ortodoxos en detrimento de los latinos y los
armenios. Después de todo, el Patriarca griego no dejaba de ser un
súbdito del imperio otomano.
Pasó el tiempo, pero el destino siguió azuzando las pasiones entre
las facciones cristianas. Hacia principios del siglo XIX llegó al Santo
Sepulcro el monje Castino de Meteora. Venía de habitar por treinta
años en el famoso monasterio llamado Gran Meteoro, en Tesalia. Su
aspecto tenebroso, sus ojos de un color negro sucio, los nudos de
sus dedos y su impresionante altura provocaron una inmediata
fascinación entre los suyos. No tardó en hacerse cargo de la
misteriosa sociedad llamada Confraternidad de Hàghios Tàphos,
que se arrogaba la custodia del sepulcro de Cristo. Los cofrades se
reunían en una cripta en el interior del complejo, donde guardaban
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un antiquísimo archivo. Castino puso bajo llave a todos los rollos y
códices allí ocultos y comenzó a leer, leer, y leer. Su único
anhelo era demostrar que ninguna otra iglesia que la griega podía
custodiar el Santo Sepulcro. Comenzaba su lectura cuando los
monjes se iban a sus aposentos, luego de la cena. Leía hasta que
las candelas se extinguían, y así cada noche. De día solo
salía para comer y compartir la oración con sus hermanos en
el Catholicón. Luego volvía a la cripta y continuaba la lectura.
Una madrugada, mientras examinaba un antiguo documento escrito
en francés, Castino sintió que el corazón se le paralizaba, al
tiempo que su cerebro le comenzaba a arder cual brasa de carbón.
Era una antigua crónica de la cruzada en la que se narraba la
gesta de los francos. Uno de los episodios llevaba por título
Histoire du chevalier Godfrey et de l'ours Canavar. Espantado leyó y
releyó el modo en el que Berengario había obligado a los monjes
latinos a enterrar al príncipe envuelto en el cuero de la bestia.
Era la gota que rebasaba el vaso. No solo habían profanado el
Hàghios Tàphos enterrando a un bandolero lotaringio devenido
en rey, sino que aquel cadáver yacía junto con un oso, elevado
heréticamente a la regia dignidad de compartir la tumba del
monarca. Horas más tarde, los cofrades se reunieron para
escuchar el hallazgo de Castino.
¡Herejía! ¡Oprobio! ¡Ignominia! Tales fueron las palabras proferidas
por los monjes, junto a otras que nos guardamos por decoro. Lo
cierto es que ese día Castino y sus compinches urdieron un plan
para purificar, de una vez y para siempre, el Santo Sepulcro.
Primero convenció al Patriarca de que había que exhumar los
cuerpos y arrojarlos de allí. No solo eso: había que asegurarse de
que nadie jamás los encontrase. Luego hizo que el Patriarca lo
llevase en presencia del gobernador turco, quien no vivía en
Jerusalén sino en la ciudad de Jaffa. Poco importó al funcionario
otomano lo que hiciesen con los huesos de Godofredo y su hermano
Balduino, sin embargo reparó en la piel del oso.
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El gobernador era un coronel del gran ejército turco y conocía muy
bien la historia de Kilij Arslan, el sultán de Rüm, a quien
consideraba un héroe por su desempeño en tiempos de la invasión
cristiana. Por otra parte, su familia se remontaba a la antigua tribu
turca de los Oghuz Yiva, que habían conocido tiempos de gloria de
la mano de Kilij Arslan. Haced con los reyes lo que os plazca –les
dijo, serio-, pero la piel del animal es propiedad otomana. Traédmela
con el mayor cuidado.
Castino y el Patriarca regresaron de inmediato a Jerusalén. Solo
faltaba decidir qué hacer con los huesos, luego de quitarlos de la
tumba. Fue en ese momento que el monje se atrevió a confesar el
plan que había pergeñado: no solo se desharían de los huesos sino
también de las tumbas; nada quedaría en Hàghios Tàphos que
recordase que allí, alguna vez, fue sepultado un rey latino.
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Canavar era ya tan quebradiza que fue imposible separarla de los
huesos apolillados de Godofredo. Desapareció de Jerusalén sin dejar
huellas luego de esconder aquellos restos en un lugar que
permanece secreto hasta el día de hoy.
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EDGAR ALLAN POE
El cuervo
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Y la única palabra fue el susurro “¡Leonor!”.
que yo susurré, y el eco lo volvió a hacer: “¡Leonor!”.
Esto apenas, nada más.
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¡Qué asombro, tal pajarraco con el don de hablar!,
si bien aquella respuesta fuera tan poco cabal.
Pues no puede refutarse que nunca antes hubo nadie
que alcanzara a contemplar ave alguna en su portal,
ave o bestia reposar sobre el busto del portal,
con tal nombre “Nunca más”.
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Luego el aire se hizo denso, perfumado como incienso
de invisibles ángeles pululando alrededor.
“¡Miserable!” le grité. “Dios te envía para hacerme
aspirar este bálsamo y dejar de recordar.
Házmelo tragar y a Leonor podré olvidar.”
Dijo el cuervo “Nunca más”.
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MARÍA EUGENIA HERNADEZ
Un perro amarillo
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atribuciones de dirección, en virtud de ser en ese entonces una
mujer joven, y no precisamente desfavorecida por la naturaleza.
La casa que en esa época habitaba, era la casa familiar; vivienda
pequeña que mis padres con sus modestos ingresos habían podido
adquirir, y dada esa condición, carecía de espacio de
estacionamiento vehicular. Por ello cuando pude adquirir mi primer
vehículo, me vi en la necesidad de alquilar un espacio para tal fin,
para mí fortuna existía un estacionamiento público a una distancia
no mayor de cien metros el cual mediante una aportación mensual
solucionaba mi necesidad de guarda y cuidado del vehículo. Este
sitio, funcionaba en el día como auto baño, y por la noche, al contar
con un gran espacio, implementó de manera circundante espacios
para estacionamiento. Ahí acudí durante varios años cada mañana
en días hábiles, a retirar mi vehículo, y por la noche, regularmente a
hora muy avanzada llegaba a depositarlo. Esto no era precisamente
por gusto, pero al desempeñar una función de dirección empresarial
muy demandante, que implicaba serias responsabilidades, e
interesada en demostrar que era tan capaz como cualquier varón
para cumplir con los objetivos que se me marcaban, casi vivía en mi
oficina. Una de esas mañanas, un día me encontré con la novedad
de que en la esquina del espacio que tenía asignado, estaba echada
una perra rodeada de varios perritos, la verdad no recuerdo cuantos,
pero creo no era menos de seis la camada. Al inquirir al personal del
estacionamiento a quién pertenecían esos “nuevos inquilinos” se
me informó que la perra era callejera, que no pertenecía a nadie en
particular y que aprovechando un descuido se introdujo
probablemente por la noche, a parir ahí. Informe que no fue de mi
agrado, pues me provocó inquietud la posibilidad de aplastar a
cualquiera de los perritos al salir, pues juguetones como recién
nacidos que eran, correteaban libremente alrededor de las llantas de
mi vehículo. Como pude los alejé y salí del estacionamiento con la
esperanza de no verlos ahí al regresar. Pero esa noche y durante
varias días más que siguieron, ahí los encontraba. Por la mañana se
iniciaba mi irritación, al querer salir apresurada a mi oficina, pues
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los perritos ya no sólo jugueteaban en derredor de las llantas, sino
de mis piernas, incrementando mi impaciencia e incomodidad, pues
como tendían sus patas hacia mí, temía que me estropearan las
medias de seda que portaba y por la noche al llegar ocurría algo
similar. No recuerdo exactamente el tiempo, pero un buen día, la
perra desapareció y con el correr de los días, poco a poco, empecé a
notar que el número de los perritos disminuyó también. Para mí la
molestia seguía, pues pese a haber crecido los perritos y disminuido
en número, la rutina matutina con ellos continuaba. Ellos
empeñados en jugar conmigo al llegar por la mañana, y yo decidida
en hacerles sentir que no estaba interesada, utilizando para ello el
bolso que agitaba encima de sus cabecitas mientras
exclamaba…déjenme en paz, no me gustan, aléjense…finalmente una
mañana sólo encontré un perrito amarillo que se aferró al espacio o
nadie quiso llevarse tal vez, y aun cuando la rutina continuo
disminuida, seguía provocando mi rechazo.
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pronto dirigiéndome al perro y en voz alta lo interrogué… ¿Cómo
puede ser posible que a ti que tanto he rechazado?, ¡qué de
innumerables maneras te he manifestado mi poca disposición a ser
amiga tuya! ¿Puedas continuar tratando de ser mi amigo y parezcas
mostrar tanta alegría de verme? ¿Y que los de mi especie, que se
supone tienen la capacidad de sensibilizar, rechacen todos mis
esfuerzos por más honestos que sean?…desde hoy…continué, vamos
a ser amigos tu y yo, mereces más mi afecto y amistad que esos por
los que me he estado esforzando tan arduamente…durante todo el
tiempo en que me dirigí al perro amarillo, este permaneció quieto y
mirándome fijamente, tal vez asombrado de que por vez primera
vez me dirigía a él, en un tono que no era de rechazo o imprecación,
y entonces en lugar de agitar mi bolso encima de su cabeza posé mi
mano en ella, en algo similar a una caricia…pareció enloquecer de
felicidad…se irguió y posó sus patas en mi pecho y cuando intentaba
lamer mi rostro…salió a flote mi formación infantil y muy seria
indiqué…alto ahí indiqué, te dije que podemos ser amigos, pero no
me gusta que me subas las patas y menos que me ensucies la ropa o
me lamas la cara, de manera que no lo hagas…todo esto lo
pronuncié en voz baja y de buena manera…de inmediato obedeció y
nunca volvió a intentarlo…a continuación me dirigí a mi domicilio
siendo escoltada desde esa noche por el perro amarillo, cosa que
nunca antes de aceptar ser amigos había ocurrido, al llegar quise
sellar nuestro pacto de amistad con algún alimento y le dije… espera
te voy a dar algo de comer… abrí la puerta, entré, y al llegar a la
cocina descubrí que se había introducido detrás de mí a la casa…de
nuevo establecí reglas…tú no puedes entrar, sal y espérame en la
puerta…y pese a mi tono sereno y suave para dirigirme a
él…obedeció de inmediato y nunca volvió a entrar.
Al día siguiente al salir de casa, en cuanto cerré la puerta con la
intención de ir por mi carro y dirigirme al trabajo, escuche una
carrera apresurada, era el perro amarillo que veloz corría hacia mí,
por media calle agitando muy rumboso la cola, y como la noche
anterior me escoltó hasta el vehículo hasta que me alejé…esta rutina
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de acompañar mis pasos mañana y noche siguió a partir de ese día,
una vez establecida la amistad entre nosotros… un día no apareció,
lo que atribuí a los mandatos de la naturaleza, pero al prolongarse
la ausencia e inquirir al respecto, fui informada que había muerto
pues lo había atropellado un carro y suponían se habría llevado el
cuerpo, el carro de basura. Confieso me dolió enterarme de su
muerte y sobre todo, no haber podido siquiera tener un último
gesto de afecto hacia mi perro amarillo, pues en ese momento me di
cuenta que había sido mío, porque así lo había decidido él. Por eso
pese a que han transcurrido muchos años, nunca he aceptado tener
otro perro, ese bastó para llenarme de un amoroso respeto hacia
toda su especie.
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FRANCISCO ELGUERO
La vaca
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RAFAEL MORALES
A un toro
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ANTONIO MACHADO
Las moscas
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Y en la aborrecida escuela,
raudas moscas divertidas,
perseguidas
por amor de lo que vuela,
de infancia y adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda inocencia,
que da en no creer en nada,
Inevitables golosas,
que ni labráis como abejas,
ni brilláis cual mariposas;
pequeñitas, revoltosas,
vosotras, amigas viejas,
me evocáis todas las cosas.
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SUSANA CATTANEO
La caza
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DIARIO IMAGINARIO
7/2/2013
23,30
Zona agreste cerca del océano
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REFLEXIONES SOBRE LOS ANIMALES
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Si tienes hombres que excluyan alguna de las criaturas de Dios del
refugio de la compasión y la pena, tendrás hombres que
interaccionarán de igual modo con sus semejantes humanos.
San Francisco de Asis
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HORACIO QUIROGA
La serpiente de cascabel
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algunas vistas fotográficas. Hacía mucho calor. El agua, tersa por la
calma del atardecer, reflejaba inmóviles las palmeras. Llevaba en
una mano la maquinaria, y en la otra el winchester, pues los yacarés
comenzaban a revivir con la primavera. Mi compañero llevaba el
machete.
El pajonal, quemado y maltrecho en la orilla, facilitaba mi campaña
fotográfica. Me alejé buscando un punto de vista, lo hallé, y al
afirmar el trípode sentí un ruido estridente, como el que producen
en verano ciertas langostitas verdes. Miré alrededor: no hallé nada.
El suelo estaba ya bastante oscuro. Como el ruido seguía, fijándome
bien vi detrás mío, a un metro, una tortuga enorme. Como me
pareció raro el ruido que hacía, me incliné sobre ella: no era tortuga
sino una serpiente de cascabel, a cuya cabeza levantada, pronta para
morder, había acercado curiosamente la cara.
Era la primera vez que veía tal animal, y menos aún tenía idea de
esa vibración seca, a no ser el bonito cascabeleo que nos cuentan las
Historias Naturales. Di un salto atrás, y le atravesé el cuello de un
balazo. Mi compañero, lejos, me preguntó a gritos qué era.
Una víbora de cascabel! le grité a mi vez. Y un poco brutalmente,
seguí haciendo fuego sobre ella hasta deshacerle la cabeza.
Yo tenía entonces ideas muy positivas sobre la bravura y acometida
de esa culebra; si a esto se añade la sacudida que acababa de tener,
se comprenderá mi ensañamiento. Medía 1,60 metros, terminando
en ocho cascabeles, es decir, ocho piezas. Este parece ser el número
común, no obstante decirse que cada año el animal adquiere un
nuevo disco.
Mi compañero llegó; gozaba de un fuerte espanto tropical. Atamos
la serpiente al cañón del winchester, y marchamos a casa. Ya era de
noche. La tendimos en el suelo, y los peones, que vinieron a verla,
me enteraron de lo siguiente: si uno mata una víbora de cascabel, la
compañera lo sigue a uno hasta vengarse.
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-Te sigue, che, patrón.
Los peones evitan por su parte esta dantesca persecución, no incu-
rriendo casi nunca en el agravio de matar víboras.
Fui a lavarme las manos. Mi compañero entró en el rancho a dejar
la máquina en un rincón, y en seguida oí su voz.
-¿Qué tiene el obturador?
-¿Qué cosa? —le respondí desde afuera.
-El obturador. Está dando vueltas el resorte.
Presté oído, y sentí, como una pesadilla, la misma vibración
estridente y seca que acababa de oír en el arroyo.
-¡Cuidado! le grité tirando el jabón—. ¡Es una víbora de cascabel!
-Corrí, porque sabía de sobra que el animal cascabelea solamente
cuando siente el enemigo al lado. Pero ya mi compañero había
tirado máquina y todo, y salía de adentro con los ojos de fuera.
En esa época el rancho no estaba concluido, y a guisa de pared ha-
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bíamos recostado contra la cumbrera sur dos o tres chapas de zinc.
Entre éstas y el banco de carpintero debía estar el animal. Ya no se
movía más. Di una patada en el zinc, y el cascabel sonó de nuevo.
Por dentro era imposible atacarla, pues el banco nos cerraba el
camino. Descolgué cautelosamente la escopeta del rincón oscuro,
mi compañero encendió el farol de viento, y dimos vuelta al rancho.
Hicimos saltar el puntal que sostenía las chapas, y éstas cayeron
hacia atrás. Instantáneamente, sobre el fondo oscuro, apareció la
cabeza iluminada de la serpiente, en alto y mirándonos. Mi
compañero se colocó detrás mío, con el farol alzado para poder
apuntar, e hice fuego. El cartucho tenía nueve balines; le llevaron la
cabeza.
Sabida es la fama del Chaco, en cuanto a víboras. Había llegado en
invierno, sin hallar una. Y he aquí que el primer día de calor, en el
intervalo de quince minutos, dos fatales serpientes de cascabel, y
una de ellas dentro de casa…
Esa noche dormí mal, con el constante escape de cuerda en el oído.
Al día siguiente el calor continuó. De mañana, al saltar el alambrado
de la chacra, tropecé con otra: vuelta a los tiros, esta vez de revólver.
A la siesta las gallinas gritaron y sentí los aullidos de un aguará. Sal-
té afuera y encontré al pobre animalito tetanizado ya por dos
profundas mordeduras, y una nube azulada en los ojos.
Tenía apenas veinte días. A diez metros, sobre la greda
resquebrajada, se arrastraba la cuarta serpiente en dieciocho horas.
Pero esta vez usé un palo, arma más expresiva y obvia que la
escopeta.
Durante dos meses y en pleno verano, no vi otra víbora más.
Después sí; pero, para lenitivo de la intranquilidad pasada, no con la
turbadora frecuencia del principio.
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RAFAEL ALBERTI
La paloma
Se equivocó la paloma,
se equivocaba.
Por ir al norte fue al sur,
creyó que el trigo era el agua.
creyó que el mar era el cielo
que la noche la mañana.
Que las estrellas rocío,
que la calor la nevada.
Que tu falda era tu blusa,
que tu corazón su casa.
(Ella se durmió en la orilla, tú en
la cumbre de una rama.)
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TRES POEMAS ANÓNIMOS
El ave y la mariposa
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Poema lacandón
(Texto recogido por Phillip y Mry Baer entre los lacandones de Pelhá)
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CUARTA PARTE
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ISABELLA VALANCY CRAWFORD
El ciervo oscuro
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Sus pies caminan en las olas del espacio;
Sus astas suben y bajan en la sombra,
Ya no huye, tuerce su rostro aterciopelado
Hacia el cazador, el Sol;
Él sella los lirios brumosos, y en lo alto
Sus cuernos llenan el oeste.
La cigüeña navega a través del cielo,
Los picos lloran al verlo morir,
El viento se detuvo en su pecho.
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Deslumbra la costa con rojos destellos,
Los caídos fuegos del concilio se encienden;
El avetoro regaña en el aire,
El pato salvaje se zambulle donde
Las espigas famélicas descansan.
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ENRIQUE LIHN
El gallo
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AGUSTÍN DE ROJAS
Loa al cerdo
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que, como probado tengo,
eres el más provechoso
de cuntos hoy conocemos!
Concluyo, por no cansar,
y digo que eres tan bueno,
que quien fuere tu enemigo
será enemigo del cielo.
Mi gran rudeza perdona,
cochino hermano, pues siendo
sin número tus grandezas,
tan pocas son las que cuento.
Y si en alabar soy largo
a un animal que es tan bello,
quien fuere puerco perdone,
y no se corra de serlo.
A mi compañero digo
que tenga de hoy más consuelo,
y si todo lo que he dicho
no ha sido de algún provecho,
hágase animal de carga
si no está contento de esto,
que le despedacen perros.
o de caza, y podrá ser
Mas yo por mejor tendría
ser cochino que no ciervo,
y si no lo quiere ser,
sufra carga y sea jumento,
que quien se afrenta de ser
de boca de mujer puerco,
de la de un amigo suyo
ser asno no es mucho yerro.
Y si también se afrentare,
mañana le alabaremos,
que alabanza hay para todos,
aunque no para hombres necios.
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MARÍA PAULA MONES RUIZ
El pozo de la esencia
I
Luna
(A mi perra Luna, In Memoriam)
Esta mañana me vestí con los colores de tu cuerpo.
Quería llevarte también en mi ropa.
Comencé mi camino diario y por primera vez, sin melodías.
Sola.
Quería escuchar el gris, nuestro silencio.
Desentonaban a mi alrededor los rojos y los verdes.
Hasta el techo de los taxis dañaba mis ojos
mis ojos secos.
Solo el pavimento y algunos edificios viejos
formaban mi pequeño escenario, donde
vos y yo no podíamos separarnos.
Ahora, el bueno del tiempo llora por mí
Y los blancos y los grises y los negros
se amalgaman y te nombro ¡Luna!
Y el cielo se aclara y brilla…gris.
Te pierdo
Pero tengo mis manos y mis manos te tienen.
Cuántas veces con tus ojos lamiste mis pasos.
Cuántas veces mis manos lamieron tu tiempo.
Sé que te llevas una parte de mí.
Sé que en mí te quedas, blanca, negra gris.
Plateada… Luna
Silencio
Abril.
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II
Espacio
“Yo soy el espacio donde estoy”
NÖEL ARNAUD
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III
Algo más
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ANNY GUERRINI
La plaza
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Rodeaban a la plaza, la municipalidad, la antigua confitería El
Molino, ámbito masculino durante la noche. La iglesia, a cuya
derecha estaba la estatua de San Roque y a la izquierda un añoso
siempre verde que ensuciaba la vereda, daba abrigo a los pájaros y
sombra a los pocos perros vagabundos del pueblo. En la esquina de
enfrente se encontraba la estafeta del correo. Rodeada de un tejido
de alambre en el que se enroscaban primorosas campanillas y
madreselvas protegiendo a los rosales. Preciado tesoro que Tula, la
encargada, cuidaba con esmero. A él le complacía acompañar al Lito
a retirar la correspondencia y sigiloso acercarse a los rosales para
enojar a Tula que lo echaba a gritos.
Por fin entró a la municipalidad. Era un edificio muy viejo con
escalinatas que él subió saltando los escalones de dos en dos. Entró
y fue directo a la sala de la reunión. Se sorprendió al ver solamente
al intendente y algunos de los personajes más conspicuos del
pueblo. El creía que todos asistirían. No obstante, pensó que
después de todo era mejor, ya que la sala era reducida, con una sola
ventana alta y estrecha, semejante a una puerta. A él que disfrutaba
del aire y del sol, no le gustaban los espacios cerrados. En silencio
buscó sitio al lado de la ventana. Observó a través de ella. Enfrente
estaba la plaza. Era pequeña, sólo una manzana. Pero era la única.
Volvió a mirar la sala. Inmersos en insubstanciales charlas no se
habían percatado de su presencia. Solamente una mosca que lo
rondaba insidiosa y a la que él creyó conveniente ignorar.
Un ordenanza entró con café para todos. La mosca, insistente,
hundía su trompa en las tazas mientras frotaba las alas. Miró una a
una a las personas reunidas. Doña Clara, la directora de la escuela,
con su característico tic de acomodarse los anteojos y fruncir los
labios en un gesto de desdén. Don Aldo, el dueño del almacén de
ramos generales, rascándose la calva. El intendente, don Julio,
siempre frotándose las manos. El padre Santiago,que había sido
destinado como cura párroco, unos meses atrás, para no quedar mal
les daba la razón a todos. Don Carlos Pérez, el médico, dormía
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protegido por el gordo Baeza. Y muy circunspecto, Raúl, el
secretario del intendente, que tenía cara de tonto y muchos decían
que el cerebro también. Ninguno de ellos había notado su
presencia. Se corrió de su lugar. Quería intervenir. Decirles que se
oponía al traslado de la plaza. Don Alfonso Gonzalez Gutierrez,
dueño de una de las cuatro estancias que rodeaban al pueblo, había
donado un predio de su propiedad, que estaba frente a la estación
del ferrocarril, abandonada desde que el presidente Frondizi había
sacado ramales que consideraban onerosos. El quería decirles que
ese terreno era un buen sitio para hacer un parque, ya que se
encontraba en las afueras del pueblo, pero no la plaza. Esta debía
quedar donde estaba, en el centro del pueblo. Era el lugar más
apropiado, su corazón. Allí se festejaban las fiestas patrias, la
festividad de la Virgen de los Dolores, patrona del pueblo. Por eso
mismo estaba cuidada y hermosa. ¿Quién iría tan lejos a recorrerla,
a jugar o a sentarse a charlar? Nadie. Y la plaza moriría ahogada de
soledad y abandono. No, eso no podía suceder. El se oponía
terminantemente. Se arrimó a Doña Clara, como mujer y maestra
seguro que lo comprendería. No obstante, ella, enfrascada en la
conversación le dio un empellón sin mirarlo siquiera. Se acercó al
sacerdote, sus ojos se engancharon, le pareció que el cura iba a decir
algo, pero bajó la cabeza y se puso a dar vueltas al rosario. Volvió a
observarlos a todos.Seguían sin ocuparse de él. Trató de llamar la
atención. Se removió inquieto. Caminó entre ellos, de aquí para allá.
Se paró frente al escritorio del intendente. Todo inútil. Acalorados
por la discusión se desentendían de él como si deliberadamente lo
pasaran por alto. Entonces decidido se encaminó hacia la mesita
donde estaba olvidada la bandeja con las tazas de café. Se apoyó, la
hizo trastabillar. Tragó aire, lo que le dio más ánimo y con todas sus
fuerzas…ladró.
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JULIO CÉSAR FORCAT
El zorro en las alturas del cerro “Chango Real”
-I-
Los ojos del zorro
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pelaje de sus crías. Los ojos del zorro se cerraron. Y el varón
aumentó así aún más la inmensa deuda de dolor, de sangre y de
muerte que la humanidad tiene con el reino animal. ¿Queréis saber
por qué hay guerras y conflictos sin fin? Mirad las manos teñidas de
sangre del cazador y del matarife. Escuchad el alarido de horror de
los millones de animales asesinados diariamente por el hombre en
la selva y en el monte, en los mataderos y en los laboratorios. Los
ojos del zorro, almendrados como los ojos de los egipcios, se
cerraron. Los ojos del zorro, que miraban afectuosamente al
hombre y lloraban al ver su decadencia, se cerraron. Pero se
volvieron a abrir y acusaron al cazador. Y el cazador y las familias de
los cazadores no conocieron nunca más la felicidad y la paz. Los
ojos del zorro se volvieron a abrir y acusaron a la falsa humanidad.
Y la historia humana se convirtió en una pesadilla infernal, en una
atroz matanza. Y miles de millones de humanos cayeron sobre el
campo de batalla. Porque la inmensa mayoría de la humanidad
había olvidado la clemencia, no conocía la Gran Compasión, que
abarca sin excepción a todos los seres vivos y los colma de alegría y
de felicidad. No conocía la Gran Compasión que, cuando reina en la
Tierra, impide las guerras y el hambre y brinda a todos los seres el
néctar de inmortalidad.
P. 101
-II-
El Cerro “Chango Real”
P. 102
curaba al zorro, los ojos del zorro cambiaron varias veces de color y
se volvieron de color esmeralda como la selva, rojos como los ojos
del cóndor, dorados y celestes como los ojos del puma y
relampagueantes como los ojos de la serpiente. Y el zorro habló:
-Hombres del Noroeste: prestad una vez atención al lamento de un
animal salvaje. Amados hermanos del Noroeste: vosotros que habéis
sentido tanta devoción y tanta compasión al conocer el triste
destino de la Difunta Correa, de la Telesita, del Quemadito y de
tantos otros seres humanos buenos e inocentes, tened ahora
también clemencia y compasión por los pobres, indefensos e
inocentes animales salvajes americanos. Y escuchad ahora la
historia que voy a referir:
- Hace siete siglos, la Laguna Blanca que está al norte del
departamento Belén, en la provincia de Catamarca, era una inmensa
laguna que cambiaba de color según la perspectiva desde la cual se
la miraba y se la admiraba. Hacia el oeste se extendía una cadena de
montañas altísimas de más de 7.000 metros de altura. Las cumbres
de estas montañas están perpetuamente cubiertas de nieve. En
medio de esta cordillera había una cueva y allí vivía una familia de
pumas, una hembra y sus cachorros. La madre y sus hijitos estaban
agonizando por falta de alimento. Milagrosamente, pasó cerca de la
caverna una mujer muy joven y extremadamente bella. Sus vestidos
estaban hechos de exquisitas sedas polícromas y caían
perfectamente en graciosos pliegues. Llevaba ornamentos
espléndidos y una guirnalda de flores de loto adornaba su cabeza.
Su cuerpo irradiaba una luz de arcoiris que inundaba una esfera
infinita. La maravillosa mujer, comprendiendo que lo único que
podía salvar al puma y a sus crías era la ofrenda de su propio
cuerpo, decidió ofrecer su carne y su sangre como alimento para los
felinos. Y se tendió al lado de la leona ofreciendo su cuerpo como
alimento. Pero el enorme gato estaba tan debilitado por el hambre,
que no tenía fuerzas para devorarla. Entonces la diosa de dieciséis
años agarró una piedra filosa y se hizo con ella un profundo corte en
el brazo. De la herida manó abundante sangre; el puma la lamió y se
P. 103
recuperó. Luego abrió la boca y se comió a la admirable dama. La
dama era la Pachamama que reside en la laguna, la Pachamama en
su aspecto de la Suprema Generosidad. Ella siente siempre un amor
sin límites por todos los seres y los protege cuando los amenazan la
enfermedad, la vejez y la muerte.
El hombre se sintió muy conmovido cuando escuchó el relato y le
dio de comer un plato de arroz con leche al zorro. Después que el
zorro hubo satisfecho su apetito, el hombre le rogó que le contara la
historia de su vida. Y el zorro le habló con sus ojos castaños, salvajes
e inocentes, almendrados como los ojos de los egipcios:
-Nací en primavera, cuando los cactus, la retama y la jarilla
florecen. Cuando abrí los ojos vi a mi madre, tan gris como las
nubes de invierno que ocultan la cima del cerro ¨ Chango Real¨.
Jugaba todo el día con mis hermanos; y por la noche dormíamos
juntos para darnos calor en nuestra cueva, en las alturas del cerro
¨Chango Real¨. Sin embargo, tenía a veces un extraño y angustioso
presentimiento. Fui creciendo y construí con mis hermanos una
ilusión de felicidad, en las vertientes del cerro “Chango Real”.
Comíamos casi únicamente frutas y vainas de algarrobo; y alguna
vez ratones que llenaban el campo y devoraban todo el verde de las
plantas, hasta que el monte se convertía en desierto… No soy
dañino, como piensa erróneamente el hombre…
Construí con mis hermanos una ilusión de felicidad, de paz y de
amor. Pero ya sabía que la felicidad era imposible mientras hubiera
falsos humanos alrededor. Un día los humanos se llevaron a mis
padres, en medio de truenos que brotaban de tubos relucientes.
Todavía recuerdo la alegría de los cazadores cuando vieron la
muerte de mis padres. Todavía recuerdo la expresión de alegría
grabada en las máscaras de forma humana. No eran verdaderos
seres humanos y sólo se alimentaban de odio. Eran falsos humanos:
en su interior vivían seres infernales. Así conocí la muerte y el
horror. Así comprendí que los seres de apariencia humana
ignoraban la compasión y la sabiduría. Cuando llegó la época,
encontré una compañera llena de amor sincero. Tuvimos tres hijos,
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hermosos, más hermosos que los humanos de hoy. Hace un mes se
llevaron también a ella, a tiros, a latigazos y a golpes de machete. Ya
lo sabía: el hombre actual sólo se alimenta de odio. Hace pocos días
se llevaron también a mis hijos y les arrancaron la piel que la madre
y yo lamíamos con tanto amor. Con ellos se llevaron toda la alegría
de mi corazón. Casi no puedo respirar por el horror.
Cuando el zorro terminó de contar la historia de su vida, el hombre
sintió que brotaba la Gran Compasión de su corazón, como brota el
agua de la montaña cuando el sol derrite la nieve de las cumbres.
Al día siguiente, a la hora del crepúsculo, volvió el zorro a la casa
del hombre, que desde entonces se llamó Chango Real, Hombre
Verdadero. Chango Real le dio de comer al zorro. Con el tiempo
vinieron a comer también otros zorros a la casa de Chango Real. Un
día vino a visitarlo la lechuza, y otra vez la lampalagua, y la liebre
mara, y la vicuña, y el suri, y el quirquincho, y el murciélago, y el
cóndor…Y un día todos, Chango Real y los seres del monte unieron
sus voluntades y meditaron hasta que la vejez, la enfermedad y la
muerte desaparecieron en toda la región de Belén y más allá.
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WILLIAM BLAKE
El tigre
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¿Qué martillo? ¿Qué cadena?
¿En qué horno se templó tu cerebro?
¿En qué yunque?
¿Qué tremendas garras osaron
sus mortales terrores dominar?
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NICANOR PARRA
Oda a las palomas
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JOHN KEATS
Oda a un ruiseñor
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Lejos! ¡Muy lejos! He de volar hacia ti.
No me conducirán leopardos de Baco
sino unas invisibles y poéticas alas;
aunque torpe y confusa se retrase mi mente:
¡ya estoy contigo! Suave es la noche
y tal vez en su trono aparezca la luna
circundada de mágicas estrellas.
Pero aquí no hay luz, salvo la que acompaña
desde el cielo el soplo de la brisa cruzando
el oscuro verdor y veredas de musgo.
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¡No conoces la muerte, Pájaro inmortal!
No te hollará caído generación hambrienta.
La voz que ahora escucho mientras pasa la noche
fue oída en otros tiempos por reyes y bufones;
tal vez fuera este mismo canto el que una senda
encontró en el triste corazón de Ruth, cuando
enferma de añoranza, se sumía en el llanto
rodeada de trigos extranjeros,
la misma que otras veces ha encantado mágicas
ventanas que se abren a peligrosos mares
en prodigiosas tierras ya olvidadas.
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RAFAEL ALBERTI
Nana de la cigüeña
Que no me digan a mí
que el canto de la
cigüeña no es bueno para
dormir.
Si la cigüeña canta
arriba en el campanario,
que no me digan a mí
que no es del cielo su canto.
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JORGE CARRERA ANDRADE
Vida perfecta
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FRANCISCO DE QUEVEDO
Soneto a un mosquito
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OLEGARIO VICTOR ANDRADE
Nido de cóndores
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Aquella negra masa se estremece
Con inquietud extraña:
Es que sueña con algo que lo agita
El viejo morador de la montaña.
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Muchas nubes pasaron a su vista,
Holló muchos volcanes,
Su plumaje mojaron y rizaron
Torrentes y huracanes.
(Fragmentos)
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RAMÓN DEL VALLE INCLÁN
Rosa del paraíso
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ANÓNIMO
El loro, el moro, el mico y el
señor de Puerto Rico
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Tanto y tanto charla el loro,
que un día se enfada el mico,
y con la furia de un toro
lo embiste; se esconde el loro,
rompe la cadena el mico,
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caen, agarrados, el moro
y el señor de Puerto Rico.
Le da un empujón al moro;
le dispara un tiro al mico,
yerra el tiro y mata al loro;
se desmaya; ríe el moro,
y corre en busca del mico.
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Dice: «Seis onzas de oro
por atentar contra el mico
a un cristiano reclama un moro;
guarde disecado el loro;
… pero págueme ese pico».
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CHARLES BAUDELAIRE
El albatros
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