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Como en esta historia se explora el Daddy Kink, se dejó la palabra

Daddy, como el original, y Papá (Dad) en referencia a su padre biológico.

En varias escenas dentro del juego de rol se intercalan tanto las


palabras Daddy como Papá, debido a los deslices de los propios
personajes dentro de su fantasía padre-hijo real.
(No es un error de traducción☻)
Julian nunca esperó que una llamada telefónica cambie por completo
su vida, pero este verano nada salió como estaba previsto.

Mientras cubría una línea telefónica para un amigo enfermo, una voz
seductora despierta un nuevo deseo en Julian que oculta a todo el mundo,
incluido su mejor amigo -porque algunas cosas simplemente están mal,
¿verdad?- pero a medida que su atracción se hace más fuerte, Julian se
pregunta cuánto tiempo más podrá seguir negando sus sentimientos. No
sólo a su entrometido y demasiado perspicaz mejor amigo, sino a la única
persona que nunca puede saberlo. La persona a la que se supone que no
debe querer.

Call Me Daddy es una novela romántica m/m de 50.000 palabras llena de


humor y calor, con un satisfactorio final.

Este libro se centra en una relación romántica de carácter tabú


entre dos adultos con consentimiento. Los lectores que encuentren este
tipo de relación objetable no deberían leer este libro.
—¿Se siente bien, muchacho?

¿Se suponía que debía hacerlo? Miré la hora en mi teléfono. Este tipo había
estado mordiéndome los pezones durante veinticinco minutos y realmente necesitaba
orinar. Y encontrar un bocadillo.

Escuché su garganta aclararse.

Mierda. No podía permitirme el lujo de joder esto otra vez.

—Sí, eso se siente tan bien... —Puta madre. ¿Cómo quería que lo llamara?
Alcancé mi cuaderno donde había estado anotando las fantasías más salvajes de
perfectos desconocidos, y volqué mi vaso, salpicando de refresco todo lo que cubría mi
escritorio.

Estaba usando mis auriculares inalámbricos y el chico de la tienda me había


asegurado que mi teléfono era resistente al agua hasta tres millones de metros o algo
así, pero lo agarré de todos modos antes de que el diluvio azucarado convirtiera mi
teléfono en un desastre más difícil de limpiar que la última vez que me quedé dormido
con él en la mano después de masturbarme. Probablemente debería haber guardado
mi cuaderno en su lugar, porque inmediatamente se convirtió en un libro de basura
marrón y empapado.

Escuché un suspiro desde mi teléfono, pero eso me preocupó menos que lo que
no escuché en ese momento... el ruido húmedo de golpeteos con los que había tratado
durante ocho horas al día durante la última semana.

El tipo había dejado de masturbarse.

Estoy muy despedido.

Miré las manchas de tinta, tratando frenéticamente de encontrar mi nota,


despegando páginas húmedas que se disolvían en mis dedos. Maldita sea. Iba a tener
que adivinar.

—Eso se siente tan bien —repetí, haciendo mi voz lo más ronca posible ya que
después de cuatro días de hacer esto ya sonaba como un fumador de paquete al día—.
Chico grande —añadí, rezando a los dioses de la desviación sexual que haya elegido
correctamente.

—¿Cómo me acabas de llamar?


Ups.

—Quiero decir... —Dios. Me agarré a otra pajita1—. ¿Pastelito semental? —Hubo


un tiempo de silencio antes de que lo intentara de nuevo—. ¿Panquequito?

Mi teléfono emitió tres pitidos y luego la pantalla negra de la llamada


desapareció y yo estaba mirando el fondo de mi teléfono: una foto de Andy y yo en
una fiesta de fraternidad. Lamentablemente, eso significaba que el chico-grande-
pastelito-panqueque había colgado. También significaba que estaba en un maldito
problema.

Le envié un mensaje a Andy.

'Uh, puede que haya perdido a otro'.

Traté de limpiar más de la catástrofe azucarada y esperé a que me devolviera el


mensaje, pero en su lugar su cara apareció como una llamada entrante. Tal vez podría
fingir que mi teléfono fue robado por una manada de vampiros errantes en el tiempo
transcurrido desde que le envié el mensaje hace dos segundos.

Suspiré. Nunca se lo creería. Ambos sabíamos que los vampiros no podían


sobrevivir a la luz del día.

—Heeeeeey, amigo. ¿Cómo te sientes?

—Como la mierda —dijo Andy con la voz ronca—. ¿Qué quieres decir con que
'perdiste a otro'?

—También suenas como una mierda. ¿No deberías estar descansando o algo así?

—Estaba descansando. —Esperé mientras tosía al menos un pulmón—. Entonces


me dijiste que habías perdido a otro de mis clientes.

Me quejé. —Te dije que no iba a ser bueno en esto.

—No necesito que seas bueno, Julian. Sólo necesito que seas moderadamente
sexy.

—No soy sexy, Andy —protesté, usando los últimos pañuelos de la caja para,
básicamente, embadurnar de más refresco por todas partes.

1
La expresión "agarrarse a las pajitas" se utiliza para referirse a un intento desesperado por salvarse,
como en una discusión, debate o intento de solución, cuando es probable que nada de lo que elija
funcione.
—Créeme, soy muy consciente de ese hecho. —Andy se rió y eso le provocó otro
ataque de tos.

Grosero. Pero no estaba equivocado. Andy era sexy. Andy era el sueño húmedo
de cualquier Daddy, y había estado haciendo este trabajo de sexo telefónico el tiempo
suficiente para ser bueno en ello. Como, realmente bueno. En otras palabras, lo
suficientemente bueno como para pagar sus préstamos estudiantiles antes de ser un
ciudadano mayor.

—Vamos, JuJu... es sólo un día más —graznó.

—¡No, no lo es! Es el resto de hoy y todo mañana. Son básicamente dos días.

—Sólo deberías tener una llamada más esta noche. Eso no es un día entero.

No pude ver la diferencia.

—Julian, por favor. Tienes que hacer esto. No puedo permitirme que me
despidan.

—No entiendo... ¿por qué no tienes permiso de enfermedad como todos los
demás en el mundo entero? La gente que trabaja en Walmart tiene permisos de
enfermedad.

—También ganan el salario mínimo y tienen que llevar feos chalecos azules.

Cierto.

—Me arruinaré si pierdo este trabajo. Mis clientes habituales cuentan conmigo, y
sé que si no estoy disponible, ese pendejo de Kyle se los robará más rápido de lo que
se puede decir 'twink malvado y buscador de oro'.

—Y, ¿me recuerdas por qué no puedes hacer esto tú mismo? ¿Recuerdas la
enfermiza voz sexy de Phoebe? Todo el mundo estaba encima de ese 'Smelly Cat'2.

Andy tosió y terminó con un sonido de corte muy poco sexy.

—Qué asco, amigo.

—Mira, he estado construyendo esta base de clientes durante años. Si la pierdo


ahora, no podré volver a la escuela en otoño.

Me morí. —¿Qué? ¡NO! Es nuestro último año.

2
En referencia a Phoebe Buffay, personaje ficticio de la serie Friends. Una faceta característica de
Phoebe era su amor por la música y sus creaciones, siendo Smelly Cat (gato apestoso) una de sus
canciones más reconocidas.
La idea de volver a la universidad en septiembre sin Andy era una tragedia
directamente a la altura del vestido de Kelly Ripa para los Oscar 2018.

—Bueno, eso es lo que va a pasar si pierdes a todos mis clientes. No el padre de


todo el mundo paga la matrícula universitaria. Y el alojamiento y la comida. Y los libros.
Y las meriendas. Y...

—¡Está bien! Okey. Lo entiendo. —No podía evitar que mi padre fuera increíble.

Él y mi madre se habían divorciado cuando yo estaba en la escuela secundaria y


me había quedado con ella hasta la graduación. Desde que mi padre se había mudado
de Boston a California por motivos de trabajo, no había tenido la oportunidad de verlo
mucho, pero ahora que iba a la UCLA3, pasaba los veranos con él.

Andy tenía razón. Sabía que era increíblemente afortunado de que él pudiera
ocuparse de mis finanzas escolares. Creo que se sintió mal por no haber estado tan
involucrado en mi vida como había querido cuando se separó de mi mamá. Ella fue la
que me enseñó a conducir, la iba a mis partidos de béisbol... Entendí por qué él tuvo
que irse, pero lo había echado de menos. Durante los últimos tres años, había estado
tratando de compensarme, y básicamente me encantaba. Tenía a mi padre de vuelta.

—Sólo estoy diciendo. Tu padre es increíble. Y, como, súper jodidamente sexy.

—¿Podemos tener una conversación en la que no me recuerdes que quieres


follarte a mi padre?

Andy lo había estado deseando desde que nos llevó a los dos a Jamaica durante
las vacaciones de Navidad del segundo año.

—Tal vez. —Pude escuchar a Andy sonarse la nariz—. Por ejemplo, si tuviera un
accidente que lo desfigurara o perdiera el pene, probablemente sólo lo mencionaría
como, cada dos conversaciones.

Miré fijamente mi teléfono. —Deja de ser un pervertido.

—Creo que serías más feliz si pudieras admitir que tu padre es un jodido
McDaddy súper caliente.

Eso nunca, nunca, nunca sería algo que iba a admitir... en voz alta.

—¿Podemos centrarnos en la tarea que tenemos entre manos?

—¿Como el pene de tu padre en mi mano?

—¡Andrew!

3
UCLA: Universidad de California en Los Ángeles.
Andy consiguió reírse sin ahogarse y yo me sentí moderadamente decepcionado.
Luego se puso muy serio conmigo. —Mira, Julian, realmente estás salvando mi vida
aquí. No puedo permitirme perder estos clientes.

Esperaba que el señor chico-grande-pastelito-panqueque no hubiera sido un


gran gastador.

Andy suspiró. —Por favor, por favor —sonaba agotado—, esfuérzate, ¿sí?
Realmente necesito esto. ¿Sólo por un día más?

Tenía razón. Después de casi cuatro días enteros de esto, supuse que podría
soportar cualquier cosa. No era un mojigato, ni mucho menos, pero intentar ser sexy,
intentar ser lo que alguien quería que fuera, era más que agotador. Esta gente me
estaba pagando por un servicio -bueno, técnicamente le estaban pagando a Andy- y yo
quería que fuera bueno para ellos. Me las arreglé para joder cualquier cosa que
requiriera más esfuerzo que gemir y decir "sí, señor". Odiaba la idea de decepcionar a
la gente.

Suspiré. —Lo siento. Me esforzaré más. —Miré la hora—. Mierda.


Probablemente debería irme. El deber me llama.

—Sabes lo mucho que aprecio esto, ¿verdad, JuJu?

Lo sabía. Honestamente, no había nada que no haría para ayudar a Andy. Sólo
deseaba no estar constantemente jodiéndolo.

—Lo sé. Te quiero.

Colgué y esperé a que mi teléfono indicara que tenía otro cliente en la línea.
Aproveché el mini descanso para centrarme, respirando profundamente.
Sinceramente, no era un mal trabajo. Algunos de estos tipos sólo querían alguien con
quien hablar; otros tenían fantasías muy específicas que querían que yo representara.
Sinceramente, era bastante divertido, si se ignoraba el hecho de que yo era
posiblemente el peor actor sobre la faz del planeta. Aunque algunos de los hombres
sonaban muy calientes y cada vez era más consciente de algunos kinks4 que ni siquiera
sabía que tenía, no había sido capaz de soltarme, constantemente consciente de mi
propia torpeza.

Podría hacer esto durante otro día. El último turno de Andy era mañana, y luego
ya tenía unos días libres programados. Para cuando llegara su próximo turno, estaría
como nuevo.

4
Kink se define como "comportamientos sexuales, sensuales e íntimos consensuales, no tradicionales,
como el sadomasoquismo, la dominación y la sumisión, los juegos de roles eróticos, el fetichismo y las
formas eróticas de disciplina".
Mi teléfono sonó, haciéndome saber que tenía otra llamada, e inhalé
profundamente. Canalicé mi Kardashian interior y traté de encarnar un aire de
confianza que no poseía.

Una llamada más. Puedo hacer esto.

Con una mano que no estaba tan firme como hubiera querido, pulsé el botón de
respuesta.

—Hola —dije, con voz de estar pensando en cosas sensuales—. ¿Cómo puedo
hacer que tus fantasías más salvajes se hagan realid...? —Al parecer, exudé tanto sex
appeal que me atraganté, porque mi apertura erótica fue interrumpida por un ataque
de tos.

—¿Estás bien?

La voz que salía de mis auriculares inalámbricos era cálida y profunda. Dos
palabras y este tipo era más sexy de lo que yo había sido en todo el día. Tomé mi vaso
antes de darme cuenta de que estaba vacío. —Estoy bien —me atraganté de nuevo,
buscando frenéticamente algo para tragar.

—¿Estás seguro? —La voz sexy había vuelto, dulce y oscura, y ahora contenía
una nota de preocupación.

—Totalmente —dije con voz ronca, mientras mis dedos envolvían una botella de
Gatorade con unos cinco centímetros de líquido rojo en el fondo, en uno de los cajones
de mi escritorio. ¿Cuándo fue la última vez que tomé Gatorade? Me estremecí.

—¿Debo dejarte ir?

—¡No! —Por Dios, no volvería a cagarla—. Sólo dame un minuto —logré decir—.
Piensa en cosas sexys. —Me tomé el Gatorade y me las arreglé para no vomitar,
aunque estoy seguro de que las arcadas que salían de mí eran tentadoras.

Esperó en silencio durante un largo momento mientras yo me recomponía, y me


encogí al pensar que podría estar molestándose conmigo. Si pagara por minuto, no
querría pasar el tiempo escuchando a un universitario que no lograba recomponer su
vida y que, posteriormente, moría de asfixia o de vergüenza.

—De acuerdo —dije, finalmente—. Gracias por esperar.

—Por supuesto. —Su respuesta fue cortés e inmediata—. ¿Te sientes mejor
ahora?

Bueno, no creía que fuera a morir en ese preciso instante, pero aún tenía un
trillón de otras preocupaciones que iban desde mi completa falta de atractivo sexual
hasta cómo me las arreglaría exactamente para joder todo esto. Profundicé mi voz a
mi sexy registro más bajo, el que hacía que me doliera la garganta.

—Sí, mucho mejor, gracias, cara de tigre. —¿Cara de tigre? Cristo. ¿Podría ser
peor en esto?

No pareció inmutarse por el sobrenombre más aleatorio y menos sexy de la


historia de la eternidad. —¿Cómo te llamas?

—Julian —dije, respirando profundamente y tratando de ignorar toda mi propia


estupidez.

—¿En serio? —Parecía sorprendido.

Santa madre de la mierda. Olvidé que se suponía que debía decir que me
llamaba Dick Longhard o Max Cockman o algo así, no usar mi verdadero y aburrido
nombre.

—Um, quiero decir —dije rápidamente—, es lo que quieras que sea, caliente... —
Me apresuré a buscar una palabra, cualquier palabra—...perro.

Oh, mi Dios del cielo. Acabo de llamarlo perro caliente.

Mátame ahora.

La persona que llamó se rió, en voz baja y ronca. —Creo que Julian es un buen
nombre.

La voz se abrió paso a través de mí, serpenteando por mis auriculares y


abriéndose camino hasta mi estómago, cubriendo mis entrañas con fuego y miel. Me
sonaba vagamente familiar, pero también había pensado eso de otras diecisiete
personas esta semana. Estaba convencido de que un tipo que quería escucharme
comiendo un melocotón había sido mi profesor de inglés de séptimo grado, pero Andy
se limitó a reírse de mí. Dijo que todo el mundo sonaba diferente debido al sistema de
llamadas de terceros y por todo el asunto de la voz sexy llena de lujuria. Eso parecía
legítimo. Llevaba una semana intentando usar una voz sexy, pero estaba bastante
seguro de que sonaba algo así como un cruce entre Bea Arthur y Morgan Freeman.

La persona que llamaba no parecía impaciente ni molesta... pero tampoco


parecía particularmente excitado. Traté de pensar en algo sexy para decir, pero él
habló primero.

—¿Cómo estuvo tu día?

Oh. ¿Tal vez sólo quería hablar? Había tenido algunos de esos, tipos que imaginé
que estaban un poco solos. Me alegraba charlar con ellos y me aliviaba no tener que
mantener el personaje de Randy Humpsalot5 que no dominaría ni en un millón de
años.

Una punzada de algo se asentó como una piedra dentro de mí. ¿Era... decepción?
¿Estaba realmente triste porque no iba a tener sexo telefónico por undécima vez ese
día?

El Sr. Voz Caliente me estaba afectando. Si quería charlar, le daría una charla
sexy.

—He estado solo todo el día —traté de ronronear, lo cual fue mucho más difícil
de lo que pensé que sería.

—¿Y eso por qué?

—He estado esperando por ti, cariño. —Esto no estaba mejorando.

Hubo una pausa, y cuando la persona que llamaba volvió a hablar, su voz había
cambiado ligeramente, el sonido cálido enfriándose rápidamente.

—Creo que no me estás diciendo la verdad, Julian.

Bien, duh. ¿Alguna vez alguien dijo la verdad cuando tenía sexo telefónico? Hoy
temprano describí mi pene de trece pulgadas con detalles explícitos, y ambos
sabíamos que era #fakenews6, pero la persona que llamaba había parecido estar bien
con la ilusión. Al parecer, sólo tenía que ser mejor mintiendo a Voz Caliente, porque la
idea de que lo había decepcionado era desagradable.

De acuerdo. Una mentira mejor y más sexy. Podría hacer esto.

—Mi día fue... un poco agotador. —¿Por qué le estaba diciendo la verdad?
¡Cíñete al plan, Julian!

—Lamento escuchar eso. ¿Por qué? —La calidez había vuelto, junto con un poco
de preocupación.

Se me escapó un largo suspiro, uno que no sabía que había estado conteniendo.

—Este trabajo es... puede ser un reto. Soy... soy nuevo en esto.

Otra risa. —Lo adiviné.

Se estaba riendo de mí. —Porque soy horrible, ¿verdad? —Me escocían los
ojos—. Porque no soy sexy y me odias. Dios mío, por favor no cuelgues.
5
Humpsalot hace referencia a una persona llena de amor. Siempre elegante y encantador cuando trata
con los demás, agradable y cae bien a todo el mundo.
6
Noticias falsas.
Era oficial. Andy iba a ser pobre y no podría volver a la universidad conmigo y
todo se arruinaría porque yo era lo peor.

—Hey, hey... Julian. —Voz Caliente se puso en plan "déjame ayudarte" y eso lo
hizo aún peor. Me estaba pagando para que lo dejara consolarme—. Hazme un favor.
Respira profundamente por mí, ¿de acuerdo?

No estaba seguro de cómo la respiración concentrada iba a desestabilizar toda


mi vida, pero hice lo que me dijo.

—Ahora aguanta y cuenta hasta diez.

Lo hice, y luego exhalé lentamente de forma audible.

—Otra vez. —Esta vez no me estaba pidiendo un favor. Ese tono era claramente
una orden... o al menos una orden adyacente. ¿Y por qué eso me hacía sentir mejor?

Dejé escapar otro largo suspiro y mi mundo se centró, parte de mi preocupación


se esfumó. No entendía por qué eso había parecido ayudar, pero lo aceptaría.

—Bien, Julian. —Sus elogios me cubrieron como una pesada manta,


protegiéndome de mis pensamientos de pánico—. ¿Cómo te sientes?

—Mejor —suspiré, y lo hice. Un poco más... ¿centrado?

—Me alegro. —¿Era raro que pudiera oír su sonrisa?

—Gracias.

—De nada. —Hizo una pausa—. ¿Quieres terminar nuestra llamada, Julian?

¿Qué? Dios mío, sí que me odiaba.

—No has hecho nada malo —dijo rápidamente, como si pudiera anticipar mi
inminente crisis—. Has dicho que estás cansado y ciertamente lo entiendo. Estoy
disfrutando de nuestra llamada, pero no quiero presionarte.

Wow. No es algo que hubiera esperado que alguien dijera a una persona a la que
estaba pagando por respiración pesada y gemidos, y sin embargo, no me sorprendió.
Voz Caliente estaba demostrando ser un perfecto caballero, parecía preocuparse por
mí, aunque no lo hiciera, y que me jodan si eso no era algo excitante.

—Me gustaría continuar nuestra conversación, por favor. —Respiré


profundamente—. Yo también disfruto hablando contigo. —Y suenas muy sexy y
agradable y esta llamada ya es mejor que las últimas cinco citas a las que he ido.
—Estoy feliz de escuchar eso.

Y realmente creí que lo estaba.

—Entonces, sabes mi nombre, pero no sé cómo llamarte. —Me sorprendió


darme cuenta de que estaba haciendo un pequeño puchero en mi voz sin ningún
esfuerzo. Por una vez no estaba fingiendo ser sexy. Simplemente me sentía sexy.

—Llámame Daddy.

Puta mierda. Al instante, mi cerebro envió invitaciones a una fiesta, completa


con cupcakes Funfetti, y mi pene traía el guacamole. Hacía varios días que me había
quedado muy claro que yo tenía un poco de Daddy kink, evidenciado por el poste de
hierro que empecé a lanzar en mis pantalones cuando uno de los primeros clientes que
había tenido me pidió que lo llamara Daddy. No estaba tan excitado cuando me habló
de follarme contra un árbol en un bosque porque eso sonaba como una buena forma
de conseguir hiedra venenosa en algunos lugares muy sensibles, pero cada vez que me
llamaba su bebé, un agudo cosquilleo bailaba por toda mi piel.

Este cliente no sólo sonaba increíblemente sexy, sino que además podía pasar los
siguientes minutos satisfaciendo mi nuevo fetiche.

Sí, por favor y gracias.

—Está bien, Daddy —suspiré.

—Buen chico —dijo, y mi estómago se hizo un nudo navideño. ¿Cómo podían


sonar tan jodidamente bien esas dos palabras, viniendo de un completo desconocido?

No lo sé, no me importa.

—¿Qué llevas puesto? —pregunté, y luego traté de imaginar su respuesta.

Espera. ¿Qué? No se suponía que tuviera fantasear con el cliente. Lo único que
debería hacer era asegurarme de que llevara puesto su semen justo antes de que me
colgara.

—Traje gris y corbata.

¿Iba de traje al trabajo o se arreglaba por otro motivo? Me pregunté qué edad
tendría. ¿Tenía el pelo canoso por los lados? ¿De qué color eran sus ojos? ¿Levantaría
la ceja cuando miraba a la gente por encima de las atractivas gafas de lectura que
llevaba en la nariz? En lugar de eso, le pregunté: —¿De qué color es la corbata? —
porque, por alguna razón, necesitaba desesperadamente saberlo.

—Azul claro.
Bueno, ese era ahora oficialmente mi color favorito. Vete a la mierda, naranja.

—¿Qué llevas puesto tú, Julian?

La forma en que mi nombre salió de su lengua hizo que mi respiración se agitara


y mi pene se retorciera. ¿Qué quería que dijera? ¿Cuál era la respuesta correcta, la que
me haría ganar otro "buen chico"? ¿Debía decir algo sexy? ¿Qué le parecería sexy a
Daddy?

Me decidí por ser sincero. —Camiseta roja, jeans.

—Muy bonito. —Al parecer, a Daddy no le costó ronronear, y el sonido fue


directo a mi pene—. ¿Qué te parece si te quitamos esa camiseta, Julian?

Yo estaba muy dispuesto a aceptar esa idea. —Okey.

Me llevé la mano al dobladillo de la camiseta y me detuve. ¿Qué carajo estaba


haciendo? Se suponía que sólo tenía que actuar como si me desvistiera, no
desnudarme de verdad. Daddy me hacía seguir todas sus sugerencias, y yo no debería
querer eso, ¿verdad? No debería ser tan fácil seguir sus instrucciones. Se suponía que
no debía meterme en esto.

Pero lo estaba.

Estaba tan metido en esto.

A la mierda. Con una mano, agarré la parte inferior de mi camisa y me la pasé


por la cabeza, perdiendo sólo un auricular en el proceso. Me revolví y lo encontré
rápidamente en el suelo, luego me puse de pie y volví a acercarme a la silla de mi
escritorio, cuando se me ocurrió otra pregunta.

—¿Te he perdido, Julian?

Me puse el auricular en la oreja. —No. Lo siento. Sólo me preguntaba...

—¿Qué te estabas preguntando, bebé?

Mi pene saltó al oír el nombre cariñoso y ahora me preguntaba si este hombre


podría convencerme de un orgasmo sin manos.

—Me preguntaba si debería moverme a mi cama.

—Deberías moverte absolutamente a tu cama. Es una idea increíble. Buen chico.

Hngh.
¿Cómo es que nunca había sabido lo calientes que podían ser las palabras? El
sexo es tocar, ¿verdad? ¿Abrazar, frotar? También algunos lametones... pero yo estaba
duro como un diamante sólo por un nombre cariñoso y unas palabras de elogio. ¿Por
qué nadie me había dicho que hablar de forma sexy era tan, bueno... sexy?

Agarré mi teléfono del escritorio y crucé hasta mi cama tamaño queen,


dejándolo sobre una almohada mientras me arrastraba sobre ella, acomodándome.
Era mi cama normal, pero se sentía más cómoda, como si me envolviera, porque él
estaba ahí conmigo. O algo así.

—¿Estás en la cama, Julian?

—Sí, Daddy. —Me acurruqué más, la manta era suave contra la piel desnuda de
mi espalda.

—Buen chico. —Sus palabras fueron una estela de ligeros besos por mi columna
vertebral y me estremecí—. Daddy está ahí contigo ahora.

Deseé que lo estuviera. En mi cama conmigo, diciéndome lo bueno que era.

—¿Qué estás haciendo conmigo, Daddy?

—Estoy pasando mis manos por tu piel, nene. ¿Puedes sentirme?

¿No? ¿Sí? No lo sabía, pero Dios, quería hacerlo. —Mmhmm. —Resistí el impulso
de tocarme, no se trataba de mi placer.

—Mis manos están tan calientes, tocando tu estómago, deslizándose hasta tu


pecho.

Mis dedos temblaron. Ansiaba reflejar sus palabras, usar mis propias manos y
fingir que eran las suyas, pero no era así como se suponía que debía funcionar.

—Estoy pasando las yemas de mis dedos por tu pequeño y dulce pezón. ¿Puedes
sentir cómo se pone duro para mí?

Bien, a la mierda. Mi pene era oficialmente una puta roca en mis pantalones. ¡Lo
que sea, sociedad! Esto es increíble y voy a disfrutarlo. No habían reglas reales aquí,
¿verdad? Excepto sin besar en la boca. O... espera... ¿eso era sólo para Julia Roberts?

—¿Bebé? ¿Puedes sentirlo?

Dios. Cada parte de mí estaba dura para él, incluyendo mis pezones. Pasé
suavemente las yemas de los dedos por mi estómago, trazándolas hacia arriba,
rozándolas ligeramente sobre mi pezón, y no pude evitar mi pequeño jadeo.

—Se siente bien, Daddy. —Tan bien.


—Ahora, estoy colocando cálidos y húmedos besos en tu cuello. —Dejó escapar
un sonido bajo, algo parecido a un gruñido, y me estremecí—. Dios, bebé, sabes tan
bien.

Mis ojos se cerraron y mi mano se dirigió a mi cuello, trazando los lugares en los
que imaginaba que Daddy me besaba. Mi pene se tensó contra los límites de mis jeans,
pidiendo mi mano, pero no iba a tocarlo. No hasta que Daddy lo hiciera.

¿Se suponía que debía participar activamente en esto? Daddy estaba claramente
conduciendo este encuentro y yo me inclinaba a dejarlo. Él era mucho mejor que yo en
esto del sexo telefónico. Tarareé en voz baja, haciéndole saber que seguía ahí,
desesperado por más.

—¿Puedes sentir mi lengua contra tu piel?

Lo sentí. Estaba caliente, pero dejaba un rastro refrescante a su paso.

—Sí —susurré.

—Ahora te paso el dedo por los labios. Eres tan hermoso, bebé.

Me sonrojé, disfrutando de los elogios. No me importaba que nunca me hubiera


visto realmente, que no supiera que yo era solo un tipo común y corriente... Me sentía
jodidamente hermoso.

—Gracias. —Me pasé el pulgar por el labio inferior ligeramente.

—Tan educado. Me encanta eso. Abre tu bonita boca para Daddy.

Mis labios se separaron por voluntad propia. No podía hacer nada más que lo
que él me decía.

Su voz se hizo más profunda. —Voy a deslizar mi dedo entre tus dulces labios.

Oh, Dios. La punta de mi dedo índice se apoyó suavemente en mi labio inferior


antes de introducirlo más profundamente en mi boca. Gemí a su alrededor, la yema de
mi dedo descansando sobre mi lengua, el sabor de la sal y el refresco llenando mi boca,
esperando mi siguiente instrucción.

—Chupa a Daddy, bebé.

Sí, por favor. Mis labios se cerraron alrededor del dedo y ahuecé las mejillas,
llevándome más de él a la boca, pasando la lengua por encima, probándolo
suavemente con los dientes, fingiendo que era Daddy, imaginándolo a mi lado,
dándome de comer su dedo.
Gemí a través de mi boca cerrada, mis caderas empujando en el aire, mi longitud
dolorosamente dura y desesperada por cualquier tipo de contacto. Me imaginé a
Daddy mirándome, con ojos oscuros y salvajes y llenos de deseo... por mí.

—Qué buen chico para Daddy, Julian.

Me saqué el dedo de la boca y dejé escapar un suspiro tembloroso que se


convirtió en un fuerte gemido que vibró en mi pecho.

—Shh. Tienes que estar callado, pequeño. Tu madre está en la habitación de al


lado.

Me quedé helado, con el cuerpo caliente y luego frío, con gotas de sudor en la
frente. Santo jodido de todos los jodidos. Este tipo no quería ser mi Daddy... quería ser
mi papá. Mi boca se secó al instante y me pasé la lengua por los labios, sin poder evitar
que se me escapara un gemido bajo desde un lugar muy dentro de mí. Intenté
contenerme, fingir que no estaba más excitado de lo que había estado durante todos
mis veintiún años en este planeta, pero la forma en que mi erección empapaba el
interior de mis bóxers indicaba que ni mi subconsciente ni mi pene tenían miedo de
confesar.

Todo esto era tan jodidamente caliente que quemaba. Sus palabras eran un
fuego que se abría paso a través de mi cuerpo mientras mi cerebro procesaba esta
atracción, esta necesidad, que desafiaba todo lo que creía saber sobre mí mismo.
Apreté el talón de mi mano contra mi pene, mis ojos se cerraron mientras gemía de
nuevo. Este hombre quería fingir que yo era su hijo... y nunca me había sentido más
caliente en mi vida.

—Lo siento, Daddy —susurré—. Me callaré.

—Eres un buen chico, Julian —me dijo—. Mi precioso hijo.

Si no conseguía algo de fricción en mi pene, iba a morir literalmente.

—Daddy —gemí suavemente—. Necesito...

—¿Qué necesitas, bebé?

Todo. Lo necesitaba todo. —Estoy muy duro, Daddy. Por favor.

Escuché su fuerte inhalación. —Te tengo, bebé. Daddy va a cuidar de ti.

De repente, una imagen inundó mi mente, algo que no podía dejar de ver. Ese
hombre sin rostro al otro lado del teléfono, esa persona a la que llamaba Daddy, tenía
ahora un rostro que reconocería en cualquier parte: Me estaba imaginando a mi
padre.
Cuando Andy empezó a desear a mi papá, se me ocurrió que era un hombre
guapo... alto y en forma, con un grueso pelo oscuro y unos increíbles ojos verdes. Pero
era mi PAPÁ. Podía reconocer que era atractivo, y me había preguntado más de una
vez si yo iba a estar tan bueno como él cuando tuviera su edad. Pero eso era todo.
Nunca, nunca había pensado en él de otra manera que no fuera paternal. ¿Qué carajo
estaba pasando?

La persona que llamaba dejó escapar un lento gemido, y yo intenté pensar en


otra cosa, en cualquier cosa, pero mi mente estaba atascada. Mi cerebro imaginó a mi
padre en su habitación, con la puerta cerrada, sus labios carnosos separándose
ligeramente para liberar su sonido sexy en el silencio. Mi papá, con los ojos cerrados
con fuerza, la lengua rosada saliendo mientras sujetaba su pene con una mano.

Mi papá no tenía ningún interés en mí sexualmente, obviamente. Era


heterosexual, para empezar. Y no era un pervertido total, por dos. Mi papá nunca me
había tocado de forma inapropiada, nunca había hecho comentarios sexuales. Era un
padre normal con un aburrido trabajo de oficina. Contaba chistes tontos, me
preparaba el desayuno y siempre me daba algo de dinero antes de salir en una cita.

Entonces, ¿por qué no podía sacarme de la cabeza la imagen de su sonrisa sexy,


la sonrisita que usaba cuando estaba excepcionalmente satisfecho consigo mismo?

—Julian —me murmuró Daddy al oído—, te estoy desabrochando los jeans.

Oh, maldita sea, gracias, dulce Jesús. Mis manos volaron a mi cintura, rasgando
mis pantalones.

—Los estoy bajando poco a poco, besando cada centímetro de tu piel expuesta.

Gemí, con los dos pulgares en la parte superior de mis jeans, bajándolos
lentamente. La sensación de la tela moviéndose sobre mi dolorosa dureza me hizo
querer gritar. Me los quité de una patada con la suficiente fuerza como para que
salieran volando por la habitación. Imaginé la cara de mi papá, sonriendo ante mi
impaciencia. Me diría que no había prisa, que se tomaría su tiempo para adorarme
mientras yo lloraba y pedía más.

¿Por qué no estaba jodidamente desnudo todavía? ¿Por qué no me acariciaba


como me gustaba?

Porque no me habían dado permiso.

—Daddy, por favor. —Apoyé las yemas de los dedos en la cintura de mis bóxers,
los talones de mis manos en las caderas. Estaba tan cerca, tan cerca de tocarme, de
que mi padre me tocara, sólo que usando mis dedos en lugar de los suyos. Lo
necesitaba—. Por favor.
Su risa fue cálida y baja mientras me recorría. —¿Qué, cariño? Dile a Daddy lo
que necesitas.

Humfgh.

—Necesito... tocarme. Oh Dios, tócame, Daddy. —Mi voz sexy había


desaparecido, cada palabra salía como un gemido agudo.

—Silencio, pequeño. Yo me ocuparé de ti.

Vi a mi padre en la parte posterior de mis párpados, riéndose de mí mientras se


acercaba. Nunca me negaba nada y ahora mismo lo deseaba.

Deseaba a mi padre.

—¿Debería Daddy quitarte los bóxers, hijo?

A estas alturas estaban jodidamente empapados de líquido preseminal, así que


escurrirlos fuera de mí habría sido una afirmación más acertada—. Sí, papá, por favor.

—¿Puedes sentir cómo los deslizo por tus caderas? ¿Por encima de tus muslos?
¿Por encima de tus rodillas, bebé?

En un nanosegundo, estaban fuera, uniéndose a mis jeans en la tierra de A quién


carajo le importa y finalmente, finalmente, mi pene estaba libre. Se apoyó en mi
estómago, y mis manos hormiguearon con anticipación. Estaba tan cerca.

—Eres tan sexy, nene. Tu pene es tan bonito... tan duro. ¿Es para mí?

—Sí —gruñí, mi boca y mi garganta eran un desierto. Intenté mojar mis labios,
pero mi lengua se pegaba a ellos. Cada gota de líquido de mi cuerpo se escapaba a
través de mi pene. Mi pobre y descuidado pene.

—Dime, bebé.

—Estoy tan duro para ti, papá —susurré—. Por favor. —Mis caderas se
sacudieron hacia arriba, presionando contra el aire, y podría haber llorado ante el todo
que necesitaba y la nada que tenía.

—Te duele el pene, ¿verdad, cariño?

—Sí. —No fue una palabra sino un gemido.

—¿Quién quieres que te lo toque? ¿Quién quieres que te haga venir, Julian?

Podía sentir mi corazón acelerado en mis oídos, mi pulso palpitando en toda mi


longitud. —Tú. Por favor.
Su voz era un cristal roto. —Dilo, bebé.

—Haz que me corra, papá, por favor. Haré cualquier cosa, papá... —Frenéticas
súplicas salieron de mí, una tras otra.

—Shh. Eres tan bueno, esperando a papá. Voy a darte lo que necesitas. —Hubo
una pausa—. Jesús, bebé, tu pene se siente tan bien en mi mano.

Esa fue mi señal y la tomé, envolviendo mis dedos alrededor de mi dureza, casi
llorando de alivio.

—Papá te está acariciando, mi dulce niño. Tiene tu bonito pene en la mano y te


está dando largas y firmes caricias.

Mis movimientos reflejaban sus palabras, cualquier cosa para que esto pareciera
más real, para creer que era la mano de mi padre la que me hacía sentir tan bien que
mi visión se desvanecía.

—¿Cómo se siente eso?

—Tan bueno. — Mis palabras se arrastraron juntas—. Gracias, papá.

—Voy a cuidar de ti, bebé. Estoy añadiendo lubricante ahora. La mano de papá
está tan resbaladiza ahora, deslizándose sobre tu dulce longitud.

Mierda, papá era jodidamente perfecto. Prefería las pajas lubricadas a las secas,
excepto que en ese momento estaba demasiado excitado como para quitar la mano de
mi erección un segundo para encontrar el lubricante, así que escupí en mi mano
izquierda y la unté por toda la cabeza.

—Daddy tiene tus bolas en la mano, nene. Las estoy sujetando mientras te
acaricio.

Mi mano libre, ahora pegajosa por la saliva, encontró mis bolas, haciéndolas
rodar de un lado a otro en mis dedos. Esta llamada fue el mejor sexo que había tenido
en mi vida.

—Daddy... oh mierda...

—¿Sientes eso, bebé? —Estaba ronco, ahogado. Podía oírlo de fondo, el familiar
sonido de piel sobre piel húmeda—. ¿El dedo de papá en tu dulce agujerito?

Mi visión se volvió borrosa mientras mi mano bajaba.

—Sólo lo estoy tocando tan suavemente, acariciándolo, cariño. Es tan hermoso.


—Es tuyo, papá.

—Sé que lo es... —Se rió—. Yo te hice a ti y también hice este agujerito perfecto,
así que me pertenece.

Mi cerebro se derritió en mi cabeza.

—¿Sientes la punta de mi dedo? ¿Trabajando su camino dentro de ti?

—Mierda... sí, papá, se siente tan bien.

—Ojalá fuera mi lengua, bebé —gruñó—. Chuparía tu agujero durante una hora,
lamiéndolo, deslizándome dentro de ti, tu dulce sabor en mis labios... mi barba
incipiente rozando tu precioso culo.

—Sí, papá, por favor... —Me follé con el dedo, imaginando a mi padre entre mis
piernas, su boca sobre mí, haciéndome gritar.

—Quieres eso, ¿verdad, bebé? Que te moje y te abra, que te prepare para tomar
todo el pene de papá.

Sus palabras hicieron que mis bolas se tensaran y un gemido bajo y desesperado
salió de mí.

—Dios, los sonidos que haces son tan jodidamente sexys. —Su voz se hizo más
fuerte—. Dame más.

Mi mente estaba atrapada en la fantasía. —Pero mamá está en la habitación de


al lado, papá, nos oirá.

—Oh, mierda, Julian. —Podía oír su respiración en pequeños jadeos—. Estás


haciendo que papá se corra.

Mi mano se movió más rápido, estaba tan cerca y quería esto. Quería correrme
con mi padre.

—Oh, Dios, mi dulce niño. Te amo tanto, Jules.

Mi orgasmo me golpeó como un puto autobús, explosiones gemelas detrás de


mis párpados y en mis bolas, robando cualquier pensamiento consciente.

—Papá, te amo... te amo. —Las palabras salieron de mis labios mientras largas y
gruesas cintas de semen cubrían mi mano, mi estómago y mi pene. Me acaricié a
través de él, escuchando a un extraño decirme que me amaba, pretendiendo,
deseando, que fuera otra persona.
Jadeé, olvidándome de ser sexy, sólo intentando que mis pulmones funcionaran.
Después de un minuto de nada más que respiración tranquila, alguien habló. Creo que
fui yo.

—Eso fue...

—Sí. Lo fue. —Lo escuché tomar otra respiración tranquila—. Gracias, Julian —
dijo, tan suave y dulce. Luego se fue.

Me saqué los auriculares y me senté en mi cama aturdido. ¿Qué carajo acababa


de pasar? ¿De verdad me había masturbado con un desconocido por teléfono,
pensando en mi papá?

¿Qué me pasaba?

Intenté recuperar el aliento y darle sentido a mi vida. No me pasaba nada, me


dije. Las fantasías son sólo fantasías. El atractivo desconocido y yo éramos dos adultos
con consentimiento y un poco de juego de roles no hacía daño a nadie.

“Pero él estaba interpretando a tu verdadero padre, y tú estabas actuando como


tú mismo”.

¡Dios mío, cállate, cerebro!

Necesitaba más aire; todo el oxígeno de la habitación se había ido cuando me


corrí.

Salté de la cama, me limpié, me puse un par de pantalones cortos de baloncesto


y subí corriendo las escaleras. Pude respirar un poco más tranquilo mientras miraba la
cocina. Me sentía más normal, pero quería poner algo de distancia entra esa casa y yo
antes de que mi papá llegara y tuviera que mirarlo a los ojos. Tal vez debería ir a visitar
Andy. Estaba enfermo y probablemente era contagioso, pero contagiarse de la peste
sería una buena penitencia por los acontecimientos de la última hora.

Me paré frente a la nevera y bebí una botella de agua. Al parecer, la desviación


sexual era muy deshidratante.

—¿Eres tú, chico? —Una voz llegó desde el piso de arriba y me quedé helado.

Mi padre. ¿Qué mierda hacía en casa? ¿Qué hora era? Mis respiraciones eran
superficiales mientras consideraba cómo podría haberme descubierto corriéndome
con la fuerza de un tren de carga, "Daddy" en mis labios y mi papá en mi mente.

—¿Julian?

Oh, mierda. Okey, tengo que actuar con calma.


—¿Quién más podría ser?

—Pensé que podría ser alguien que se coló para lavar los platos de los que sigues
diciendo que te vas a encargar.

Lo escuché reírse de su propia broma, y me alegré de no poder ver su sonrisa.


Me habría destrozado.

—Um, lo haré más tarde.

—Ya he oído eso antes —dijo.

Necesitaba alejarme. Mi mente era un puto desastre. — Voy a bajar de vuelta las
escaleras, ¿okey?

—Oye, ¿puedes tomar el nuevo shampoo y subirlo aquí primero?

¿Y mirar a mi padre a los ojos? Diablos, no.

—Um, estoy algo ocupado.

—Estaba a punto de meterme en la ducha, pero supongo que puedo bajar


desnudo.

Mi corazón se detuvo y me morí. —¡No! —Grité, mucho más fuerte de lo


apropiado para cualquier cosa, excepto ser perseguido por hombres lobo o ver a Neil
Patrick Harris7 en un Starbucks—. Yo lo subiré.

Tiré mi botella de agua vacía a la papelera de reciclaje y agarré el shampoo del


armario de la ropa blanca antes de subir las escaleras. Entré en su habitación pero no
había ni rastro de papá. Bien. Dejaría el shampoo y correría tan rápido como pudiera
hasta el sótano, también conocido como el calabozo de la vergüenza.

Estaba a punto de tirar el frasco en la cama y huir, cuando escuché a papá detrás
de mí, saliendo del baño principal. Me giré lentamente hacia él y me quedé con la boca
abierta. Dios mío. No estaba desnudo, pero sí jodidamente cerca, sólo con una toalla
blanca envuelta en la cintura. Ya lo había visto con menos ropa antes -él y yo
jugábamos al baloncesto unas cuantas veces al mes y él siempre se quedaba en
pantalones cortos y zapatillas después de unos quince minutos-, pero por alguna
razón, esto se sentía mucho más. Más desnudo, más íntimo, más increíble.

—Oye, gracias. Sabía que la amenaza de ver a tu viejo padre desnudo


funcionaría. —Me guiñó un ojo y mi cerebro se derritió.

7
Neil Patrick Harris es un actor, cantante, escritor, ilusionista, comediante y director estadounidense.
En silencio, le entregué el shampoo, con cuidado de que nuestros dedos no se
tocaran... No podría haberlo manejado. Mis mejillas ardían mientras intentaba no
dejar que mis ojos recorrieran su piel expuesta. La toalla le colgaba de las caderas y me
permitía ver su abdomen de Adonis, cuyas crestas me dirigían al único lugar al que
quería ir. ¿Era el pelaje oscuro bajo su ombligo tan suave como parecía? Me imaginé
frotando mi mejilla contra él mientras bajaba, con mi boca en una misión de búsqueda
de pene.

¿Sería mi padre un filtrador8 como yo? ¿O simplemente tendría una sola gota de
pre-semen en la punta de su indudablemente perfecta longitud, brillando mientras
esperaba que la lamiera, dulce en mi lengua?

Oh, mi jodido Dios en el cielo.

Estaba mirando a mi padre, en toalla, fantaseando con chuparle la verga.

Y se me hacía la boca agua.

Iba a ir al infierno, la parte especial del infierno reservada a los republicanos y a


los hombres cuyos penes se ponían duros por sus padres.

—Oye, ¿sigues conmigo?

Oh, Dios mío, Julian. ¿Qué carajo está mal contigo?

—Lo siento. Sólo estoy distraído.

Papá me sonrió, con sus ojos verde intenso brillando. —Bueno, gracias a Dios
que es viernes, ¿no? A todos nos vendría bien un poco de distracción. —Su toalla
empezó a resbalar y no sabía si quería que la agarrara o la dejara caer.

Yo era un mentiroso que estaba mintiendo. Habría dado mi brazo izquierdo por
ver esa toalla en el suelo a sus pies. Tenía que salir de allí de una puta vez.

—¿Planes para esta noche? —preguntó, volviendo a agarrar la toalla para


desgracia de mi pene.

Tragué con fuerza. —No.

—¿Quieres comer una pizza? ¿Ver una película?

Sí, de ninguna puta manera. Negué con la cabeza.

8
En el sexo, se conoce como filtrador a un hombre que inyecta mucho líquido preseminal cuando está
excitado.
—Oh. —Su sonrisa se atenuó de inmediato y mi estómago cayó—. Está bien. —
Hizo un gesto con la botella que tenía en la mano—. Gracias por el shampoo, chico.

Incluso cuando no me esforzaba por no imaginar a qué sabía su pene, es decir,


cada segundo de cada día que había vivido antes de hace una hora, odiaba ver esa
mirada en su cara. Papá era increíble. Nunca me empujó a nada, nunca me hizo sentir
mal por mantener mi independencia, pero sabía que realmente disfrutaba del tiempo
que pasábamos juntos; yo también lo hacía en circunstancias normales. Mandarlo a la
mierda porque mi pervertido cerebro y mi retorcido pene se habían unido para
traicionarme me parecía una cosa tan estúpida.

Sólo era pizza y una película. Podía soportarlo.

—¿Papá?

Se giró para mirarme. —¿Sí?

—Sin piña, ¿okey?

Sus ojos se entrecerraron ligeramente en señal de confusión antes de que fuera


recompensado por mi abnegación con una enorme sonrisa, que me permitió
vislumbrar su hoyuelo. Nunca me había preguntado a qué sabía, pero ahora me moría
por averiguarlo.

—Bien. Pero no sabes lo que te pierdes.

Gemí. —La fruta no está hecha para ir en la pizza.

—¿Y los tomates?

—Asqueroso. Los únicos que llaman fruta a los tomates son los profesores de
ciencias y los sociópatas.

Papá se rió y algo dentro de mí se aflojó. Podía hacerlo. Las cosas podrían volver
a ser normales.

—Bien, pide tú la pizza. —Se dirigió al baño, pero dejó la puerta abierta—. ¡Pero
yo elijo la película!

Bien. Perfecto. Él elegiría algo tonto y no sexy y comeríamos pizza y nos


mantendríamos a dos metros de distancia y, cuando terminara, yo saldría corriendo y
trataría de averiguar cómo controlar esta bestia que mi interlocutor había desatado en
mí.

Por desgracia, la bestia era tan pobre como yo.

—Papá, ¿puedes darme dinero para la pizza?


—Sí. Mi billetera está en mi chaqueta, sobre la silla —gritó por encima del ruido
blanco de la ducha.

Me acerqué al sillón de la esquina de la habitación, donde papá se había


desnudado claramente después del trabajo. Tenía los pantalones colgados en el brazo
y la chaqueta colgando en el respaldo, debajo de la camisa blanca que obviamente se
había puesto hoy.

Mis ojos se dirigieron a la puerta de la ducha. Papá estaba cantando alguna vieja
canción sobre cómo vio una señal que le abrió los ojos o algo así. Alguien debería
haberle enseñado una señal que dijera "Estás sordo. Por favor, detente".

Recogí suavemente su camisa con toda la intención de colocarla en el asiento de


la silla para poder llegar a su chaqueta, pero mis manos estaban aparentemente
confabuladas con mi cerebro desviado y mi pene de puta, porque en lugar de dejarla
en el suelo, la levanté hacia mi cara, inhalando profundamente. Olía a nuestro jabón
de lavandería y a su desodorante, con un poco de ese aroma almizclado del final del
día que era tan... papá.

Volví a respirar profundamente, saboreando, preguntándome cómo sería caer en


sus fuertes brazos después de un largo día, acurrucarme en su cuello, simplemente
inhalándolo, dando besos a lo largo de su mandíbula.

Dejé caer la camisa como si estuviera en llamas.

¡Julian, para! Esto es una jodida locura.

Sacudí la cabeza, como si eso pudiera librarme de esos sentimientos que se


estaban apoderando de mis pensamientos y dejaban en el olvido todo mi sentido
común. Tenía que controlarme. Agarré su chaqueta y metí la mano en el bolsillo,
buscando a tientas su billetera, cuando la corbata que había llevado ese día se deslizó
hasta el suelo. Era azul.

Azul claro.

—¿Has encontrado la billetera? —Papá llamó desde la ducha, pero su voz estaba
muy lejos.

No.

Simplemente... no.

Mi cerebro intentaba armar un rompecabezas al que le faltaban la mitad de las


piezas.

Me reí, un sonido fuerte y frenético que resonó en mis oídos. No había manera.
Registré la habitación, buscando... no sé, ¿mi cordura? ¿La realidad? ¿La razón?
¿Oxígeno? Todas las cosas que en ese momento se me escapaban, porque no había
manera en la faz de la buena tierra verde de Jesús Johnson de que la perversa y
deliciosa idea que se estaba implantando en mi cerebro fuera cierta. Mi mirada se fijó
en una pequeña botella que había en la mesita de noche de papá y pude saborear los
latidos de mi corazón.

—No significa nada —murmuré, con la esperanza de que decirlo en voz alta me
hiciera creerlo.

No lo hizo.

Muchos hombres tienen corbatas azules, me dije. Muchos hombres tienen


lubricante junto a la cama. Mi imaginación estaba haciendo que las cosas parecieran
reales, más significativas de lo que eran.

—¿Jules?

La habitación giró a mi alrededor y mis rodillas se doblaron. Me agarré al


respaldo de la silla para no caer de culo y mi mente se quedó completamente en
blanco, excepto por el recuerdo de un momento demoledor.

Oh, Dios, mi dulce niño. Te amo tanto, Jules.

Traje gris. Corbata azul claro.

Y me llamó Jules.

Busqué en mi cerebro, desesperado por encontrar otra razón por la que todo
esto fuera una mierda, una coincidencia, una puta alucinación, pero sabía la verdad.
Podía sentirla en mis entrañas, la realidad, una ola fría y salada que se abalanzaba
sobre mí, robándome el aliento.

La fantasía más secreta de mi padre, su deseo más profundo y oscuro era... yo.
—Vi la señal y me abrió la mente...9 —El frasco de acondicionador me sirvió de
micrófono mientras cantaba mi canción favorita para sentirme bien, pero ni siquiera
Ace of Base podía captar realmente el significado de la euforia que recorría mi cuerpo.
Me sentía bien. Mejor que bien. Todo se sentía bien. E iba a aferrarme a esa sensación
de perfección todo el tiempo que pudiera.

Por lo general, era justo ahora, diez minutos después de colgar el teléfono, diez
minutos después de limpiar la evidencia de que yo era un puto monstruo y tirarla por
el retrete, cuando la oscuridad volvía a aparecer. Poco a poco, la fría culpa me revolvía
el estómago y palabras como desviado eran pequeñas moscas zumbando en mis oídos.

Pero todavía estaba en la cresta de la ola de la mejor llamada de mi vida y Julian


había accedido a pasar una noche de Netflix and chill10 conmigo, sea lo que sea que eso
signifique. Cualquier momento que pudiera pasar con mi hijo era lo mejor de mi vida.

Mi hijo, que estaba siendo inusualmente callado en este momento.

—Jules, ¿lo encontraste?

—Uh, sí, lo tengo. —Su voz fue amortiguada por el rugido de la ducha en mis
oídos.

Bien. A veces hacía bromas sobre que Julian era un vividor, pero sinceramente,
me parecía bien cuidarlo de cualquier forma que pudiera, y comprar pizza era algo que
haría con gusto siempre. Le daría cualquier cosa para demostrarle lo mucho que lo
amaba, ya que me había alejado del afecto físico cuando vino a vivir conmigo... cuando
la forma en que veía a mi hijo empezó a cambiar.

—¿Salchicha está bien? —Grité, pero la única respuesta fue el sonido del agua
corriendo—. ¿Chico?

—¿Sí?

Me reí. —Tierra a Jules. ¿La salchicha está bien para la pizza?

—Oh, sí. Está bien. Estoy... —Una pausa—. Sí, la salchicha está bien.

9
https://youtu.be/tpp2QtwWibc
10
”Netflix and Chill” es un nuevo fenómeno cultural que de manera literal significa una invitación para
relajarse y ver películas de Netflix. También es un eufemismo para referirse a encuentros sexuales
planeados o casuales.
Este estado de distracción no era muy raro en él, tenía la capacidad de atención
de una mariposa, pero me guardé una nota mental para preguntarle sobre eso más
tarde, cuando no estuviéramos gritando por encima del sonido de la ducha.

Me enjaboné vigorosamente, mis manos recorriendo suavemente mi cuerpo, la


espuma blanca cubriendo mi piel mientras me deleitaba con lo único parecido a un
resplandor que había tenido en años. Dios. Llevaba un tiempo haciendo esto del sexo
telefónico y era lo suficientemente bueno como para distraerme, para saciar
temporalmente el hambre prohibida que me roía silenciosamente, masticándome por
dentro. Después de una llamada, sentía que podía volver a respirar durante un rato,
como una brisa de aire limpio que atravesaba una habitación llena de humo. La brisa
nunca duraba mucho, unos minutos, tal vez una hora, antes de volver a estar en medio
de ese fuego, las llamas lamiendo mi piel, recordándome lo que era, el humo espeso
llenando mis pulmones, cada exhalación susurrando mi identidad: monstruo.

Pero esta vez fue diferente. Me sentí... ligero. Completo.

No siempre fui así. No me malinterpreten, siempre había adorado a mi hijo. El


día en que nació supe que nunca amaría nada más que el bulto rosado, retorcido y
gritón de perfección que tenía en mis brazos. Nada sería más importante para mí que
Julian. Ni mis otros familiares, ni mi mujer... ni siquiera yo mismo.

A medida que crecía y se convertía en un niño revoltoso y aventurero, seguía


sorprendiéndome con su curiosidad y valentía. Cada vez que pensaba que no podía
amarlo más, simplemente lo hacía. Él era mi amigo. Mi mejor amigo.

Hicimos muchas cosas juntos. Le enseñé a jugar al fútbol, compartí con él mis
libros favoritos y le di de comer abundantes cantidades de helado mientras lloraba y
me contaba sobre su amigo que ya no era su amigo debido a un incidente
imperdonable que giraba en torno a un Pokémon robado. Luego, al día siguiente, no
pude contener la sonrisa mientras escuchaba la historia de cómo le devolvieron el
Charizard y se reconciliaron. Me encantaba ser la persona con la que compartía todo,
desde lo mundano hasta lo más importante, como su primer enamoramiento. Cuando
Julian tenía trece años, me dijo que era gay, pero pasaron otros dos años antes de que
compartiera esa parte de sí mismo con su madre.

Mirando hacia atrás, debería haber visto las señales del fin de mi matrimonio
mucho antes de que Kate me sentara y me pidiera el divorcio. Creía que éramos una
familia feliz, y lo éramos... pero esa familia no incluía a Kate. No fue deliberado ni
mucho menos; Julian y yo habíamos formado una alianza de forma natural, y no tenía
ni idea de lo mucho que eso lastimó a mi mujer. Cuando ella se hartó, no hubo forma
de convencerla de que yo podía hacerlo mejor, de que podíamos volver a hacer las
cosas bien. La amaba, pero en algún momento ella se desenamoró de mí. Me dolió,
pero mi corazón se rompió por Julian. Lo manejó tan bien como cualquiera podría
esperar, pero no fue una transición fácil.
El mayor error de mi vida fue dejar que Kate me convenciera de aceptar el
trabajo en Los Ángeles. No había estado buscando trabajo, pero el headhunter11 me
aseguró que se me presentaba una oportunidad única en la vida. Lo había rechazado
dos veces: sólo podía ver a mi hijo cada dos semanas, y no iba a hacerlo cada dos
meses mudándome al otro lado del puto país. Podría haberme llevado a Julian
conmigo sin dudarlo, pero ¿cómo iba a pedirle que dejara el hogar, los amigos y la
escuela que había conocido toda su vida? No, había dicho que no. Dos veces.

Pero la empresa seguía llamando, seguía aumentando su ya descabellada oferta,


añadiendo beneficios adicionales como un coche de empresa, vivienda, boletos de
temporada para los Lakers, aunque les había dicho que no había nada que pudieran
ofrecerme que mereciera la pena dejar a Jules.

Al final fue Kate la que me hizo cambiar de opinión. —¿Sabes lo que podrías
hacer con ese dinero? ¿Lo que podrías hacer por Julian?

—Puedo cuidar de Julian con el dinero que gano ahora, Kate. —Teníamos un
buen fondo universitario para él ahorrado. No era dinero de Harvard, pero lo haríamos
funcionar.

—¿Crees que la universidad es sólo la matrícula? Hay libros, cuotas,


alojamiento...

Me pasé una mano por el pelo, exasperado porque estábamos teniendo esta
conversación por décima vez. —Eso ya lo sé. Siempre lo hemos sabido y lo hemos
tenido en cuenta. Todo irá bien.

—¿Y cuando termine la universidad? ¿Cuando tenga su primera casa y quiera


muebles? ¿O necesite un coche nuevo? ¿O quiera hacer el pago inicial de una casa?

—¡Tendrá un trabajo, Kate! No somos el Primer Banco Nacional de mamá y papá.

Se rió en mi cara. —Sé realista. Aunque se graduara con un doctorado, no


ganaría el dinero suficiente que le permitiría vivir como lo hace ahora. —Entrecerró los
ojos hacia mí—. No le has negado nada de lo que ha querido. ¿Cómo crees que se va a
adaptar a ganar su propio dinero? ¿A aceptar un no por respuesta?

Ese pensamiento, por primera vez desde que recibí la oferta de trabajo, me hizo
reflexionar. Nunca creí que malcriara a Julian, pero incluso yo tenía que admitir que
era muy poco lo que no le había dado cuando lo había pedido. Sólo quería que él fuera
feliz, pero se me revolvió el estómago. ¿Le había hecho un flaco favor?

11
Un headhunter es una persona que tiene como ocupación el buscar y encontrar personas con ventajas
en algún oficio o actividad, con el fin de reclutarlo y educarlo profesionalmente en su respectiva área.
Suspiró. —Julian es un buen chico. Estará bien. Pero te conozco. Vas a querer
estar ahí ayudándolo en todo momento. ¿Realmente podrás hacer eso con lo que
ganas ahora?

Podría si nuestros ingresos no estuvieran pagando ahora dos residencias


separadas. Pero siendo realistas, no.

Me pasó una mano por el brazo. —Tienes que hacerlo. No por ti, sino por él.

Y ese fue el factor decisivo. Dejé mi corazón en Boston por la realidad alterada y
llena de smog de Los Ángeles porque pensé que estaba haciendo lo mejor para mi hijo.

Intentamos mantener el contacto. Volamos el uno al otro siempre que pudimos,


pero con la intensidad de mi nuevo puesto y su equipo yendo a los campeonatos, no
fue tan a menudo como me hubiera gustado. De vez en cuando nos comunicábamos
por videochat, pero no era lo mismo, y con el tiempo, la distancia entre nosotros era
más que kilómetros. Simplemente nos distanciamos.

Cuando empezó a estudiar en la UCLA, esperaba que pudiéramos volver a


acercarnos, pero su horario de clases y sus nuevos amigos lo mantenían ocupado. Lo
comprendí. Yo era igual a su edad: mis padres eran algo secundario la mayor parte del
tiempo. Las cosas no cambiaron hasta el verano siguiente a su primer año. Había
encontrado un trabajo a tiempo parcial y no quería dejarlo, así que me preguntó si
podía quedarse conmigo en lugar de volver a casa en Boston durante las vacaciones
escolares. Era más iniciativa de lo que esperaba de él a los diecinueve años, pero no
iba a desanimarlo. Ese fue el verano en que todo cambió.

Me costó acostumbrarme a tener a Jules de vuelta en mi casa. Todavía tenía ese


impulso paternal, de darle un toque de queda y de obligarlo a comer una maldita
manzana en lugar de sobrevivir exclusivamente a base de Hot Pockets y Slim Jims12.
Pero, sin notarlo, él había crecido. Se había ido el niño que había criado durante la
mayor parte de su vida y en su lugar había un hombre que no conocía.

Retrocedí, lo dejé vivir su vida y, aparte del temor a que muriera de desnutrición,
estaba orgulloso de él. Había mantenido su trabajo, le había ido bien en la escuela y
era tan inteligente, más inteligente de lo que yo nunca fui sobre cosas como el sexo y
las relaciones y el mundo.

No tardamos mucho en recuperar esa cercanía que habíamos tenido. Volvimos a


ser amigos, como si no hubiéramos estado separados durante cuatro años. Las noches
que yo no trabajaba, nos preparaba la cena y pasábamos el rato en la piscina, veíamos
una película o simplemente hablábamos. Julian era increíble. Era perspicaz y divertido.
Dios, ese chico podía hacerme reír. Todavía le quedaba mucho por crecer; seguía
viéndose a sí mismo como un niño desgarbado en lugar del hombre guapo en el que se

12
Hot Pockets es una marca estadounidense de empanadas para microondas. Y los Slim Jim son una
marca de bocadillos estadounidenses tipo snacks.
había convertido, y su confianza en sí mismo se vio afectada. Deseaba que se viera a sí
mismo como lo hacían los demás. Era hermoso, alto y delgado, con el pelo oscuro y los
ojos del gris claro de un día de invierno. El chico era jodidamente precioso. Sentí
mucho orgullo por el hombre en el que se había convertido. Orgullo y... algo más.

Fue a finales de ese primer verano cuando me di cuenta de que estaba viendo a
Julian con nuevos ojos, ojos hambrientos, y mi mundo se derrumbó a mi alrededor.

Habíamos estado al aire libre, yo en la parrilla, Julian salpicándome desde la


piscina, y se había sentido tan cómodo, tan íntimo y especial. Las cosas se sentían bien.
Le dije que la cena estaba lista y, cuando se acercó a mí, me quedé hipnotizado por las
gotas de agua que brillaban a la luz del sol, recorriendo su piel bronceada. No podía
apartar los ojos de sus bíceps mientras sonreía y se pasaba las manos por el pelo
mojado, y me preguntaba cómo sería lamer los chorros de agua que corrían por su
estómago.

¿Qué carajo?

Sabía que mi hijo era hermoso, siempre me había jactado un poco al pensarlo y
se lo atribuía a mis genes, pero ¿qué mierda estaba pasando en mi cerebro? Dios mío.

Lo atribuí a mi falta de sexo en los últimos meses e hice una nota mental para
echar un polvo, ya que estaba claro que me estaba volviendo loco.

Me reí de mi propia ridiculez, pero no me reí por mucho tiempo. Mi aliento se


atascó en mi garganta cuando me quitó el plato de la mano, con su lengua rosada
recorriendo su labio inferior, y sentí que mi pene se empezaba a engrosar mientras mi
mente se aceleraba, preguntándome cómo sería apretar mi boca contra la suya, para
saborear al hombre semidesnudo que tenía delante. Mi hijo.

Podía sentir los latidos de mi corazón en mis oídos mientras le ponía el plato en
sus manos. Me miró, con el ceño fruncido.

—Papá, ¿estás bien?

Sus ojos estaban llenos de preocupación y, por primera vez, me fijé en sus largas
y oscuras pestañas, que enmarcaban esos profundos charcos de gris tormenta.

Supuse que mi pánico se reflejó en mi cara, porque puso una mano suavemente
en mi antebrazo desnudo, y su tacto despertó algo tan intenso dentro de mí que me
aparté como si me hubiera quemado. Le dije que tenía una llamada de conferencia que
había olvidado y huí al interior de la casa, sintiendo su piel sobre la mía hasta mucho
después de que ya no pudiera verlo.

Corrí a mi dormitorio y me apoyé en la puerta cerrada. Mi mente se agitó.

¿Qué carajo está pasando?


Deseé que mi erección se calmara mientras intentaba entrar en razón. Es tu hijo,
maldito enfermo. Pero no funcionó. Detrás de mis párpados se grabó a fuego en mi
mente la visión de Julian rodeado por el rosado atardecer. Se me revolvió el estómago
cuando puse la mano en mi vientre, bajando lentamente los dedos, envolviendo mi
mano alrededor de mi grueso y palpitante eje.

No tardé mucho; unas pocas caricias y la imagen de Julian, todo mojado y


perfecto, me hizo correrme más fuerte que nunca en mi vida. Cuando sentí la
evidencia fría de lo que había hecho en mis pantalones, el horror de lo que había
sucedido realmente me hizo caer en la cuenta, corrí al baño y me derrumbé frente al
inodoro. Vomité violentamente, hasta que no salió más que un ácido amargo que
hacía que mis dientes se sintieran como papel de lija, como si el acto físico también
purgara esos pensamientos de mi cerebro.

Evité a Julian durante el resto de la noche. ¿Cómo iba a mirarlo a la cara


sabiendo lo que había pasado? Durante los días siguientes, me quedé más tiempo en la
oficina, pero no trabajé. Mi mente no dejaba de pensar en esa noche. Intenté
racionalizarlo, decir que no significaba nada, que la parte sexual del cerebro de cada
uno podía estar conectada a la rareza. Rezaba para que con el tiempo se desvaneciera.

Pero en las semanas siguientes, cada vez que veía a Julian caminando por la casa,
cada vez que hacía una broma estúpida o se reía, con los ojos brillantes, sabía que esto
no era algo que fuera a desaparecer. Y finalmente fui capaz de admitirme a mí mismo
que era algo más que una simple atracción física. Julian era aventurero y divertido, con
una boca inteligente que fantaseaba con cubrir con la mía, robando sus palabras y su
aliento mientras lo besaba con todo lo que tenía. Pero también quería estar con él,
pasar tiempo con él, hacerlo reír. Sentía el impulso de protegerlo y motivarlo, pero no
como padre... Estaba enamorado de mi hijo.

Había tonteado con chicos en la universidad y, aunque salí con muchas más
mujeres que hombres, sabía que ambos me atraían, así que gracias a Dios no tenía que
lidiar con todo el asunto del despertar sexual además de la nueva atracción por mi hijo
con la que estaba lidiando. No estaba seguro de poder manejar ambas cosas. No
estaba haciendo un gran trabajo para lidiar con uno de ellos.

Lo más importante siempre sería no dejar que Julian supiera cómo me sentía, no
dejar que viera este lado de mí. No podía ni imaginarme el horror y el asco en su cara
si supiera lo que sentía, lo que soñaba, pero no importaba porque él nunca lo sabría;
moriría antes de hacerle daño. Con el tiempo, perfeccioné la capacidad de actuar como
una persona normal a su alrededor, pero cada vez que nos tocábamos, algo que se
cocía a fuego lento bajo la superficie amenazaba con saltar a través de mi piel. Así que
elaboré una lista de restricciones para mí y para nuestra relación, lo que ahora
consideraba simplemente como Las Reglas. Dejé de tocarlo. Nada de abrazos, nada de
los masajes en la espalda que tanto le gustaban, nada de despeinarle el pelo ni de
luchas juguetonas. Salvo para chocar los cinco de vez en cuando, mantuve mis manos
quietas. Así tenía que ser. Esas eran Las Reglas.
Todo ardía dentro de mí, comiéndome vivo, hasta que descubrí las llamadas.
Sucedió por capricho -¿quién siquiera llama a las líneas telefónicas de sexo?- pero
había estado buscando algo, cualquier tipo de distracción que pudiera encontrar.
Resultó ser todo lo que necesitaba... bueno, casi todo.

No hice la llamada esperando soltar mi secreto más oscuro, pero algo en el


hombre de la otra línea había sido tan reconfortante que mis palabras salieron más
rápido de lo que podía detenerlas. Y él se lo había tomado con calma, llamándome
Daddy, diciéndome que me amaba, y era suficiente. Hice que fuera suficiente.

Llevaba casi un año haciendo esas llamadas semanales, la única salida para lo
que sentía, pero la llamada de esta noche había sido diferente. Había sido... perfecta.

Supe al instante que había contestado que no era mi chico de siempre. Era
alguien nuevo, alguien ligeramente torpe pero necesitado y tan receptivo. No sabía
cuáles eran las probabilidades de que se llamara Julian -el nombre de mi hijo no era
algo que hubiera compartido nunca-, pero eso sólo contribuía a la perfección. Podía
imaginarme a mi dulce pero torpe hijo al otro lado de la línea, tan deseoso de
complacer, tan genuino, no como el hablador suave con el que solía hablar. Era tan
real y se sentía peligrosamente cerca de lo que realmente deseaba.

Ahora, en el vapor caliente de la ducha, me enjaboné aturdido, borrando


cualquier evidencia de que había ocurrido mientras pensaba en cada palabra que salía
de la boca de ese hombre.

Mierda... sí, papá, se siente tan bien.

Había sido todo lo que había querido que fuera. Mi pene empezó a engrosarse
de nuevo al recordarlo y bajé una mano enjabonada para aliviarme, pero me detuve en
seco. Por mucho que quisiera aferrarme a esa sensación de paz y perfección, no había
tiempo. Julian, el verdadero Julian, me estaba esperando, y nunca desperdiciaría un
momento que pudiera pasar con mi hermoso hijo.

Cerré el agua y salí de la ducha, pasándome la toalla blanca por el pelo antes de
envolverla de nuevo alrededor de mis caderas. Salí del baño lleno de vapor y me
sorprendió ver a Julian todavía sentado en mi cama, con un aspecto más que aturdido.

Algo le pasaba.

—Pensé que habías dicho que habías encontrado mi billetera.

—¿Eh? —Me pregunté si me había oído entrar en la habitación, ya que sus


hombros saltaron al oír mi voz—. Oh, sí, lo hice.

Le sonreí y me dirigí a mi tocador. —Entonces, ¿pediste la pizza?


—Oh, sí. Está en camino. —Se puso distraídamente una mano en el estómago y
tuve que apartar la mirada. Mi pene seguía medio empalmado por el recuerdo de la
mejor llamada de mi vida, y mirar a mi sexy hijo sin camiseta encaramado a mi cama
no iba a hacer que bajara.

Rebusqué en mis cajones y saqué unos bóxers, unos pantalones de deporte y una
camiseta gris desteñida y los tiré sobre la cama. Julian miró la ropa y luego me miró a
mí. Me acerqué a la cama y me puse la camiseta, pero notaba los ojos de Julian
clavados en mí y mi instinto me decía que le diera un espectáculo, que dejara caer la
toalla, que le permitiera verme entero, que le mostrara lo jodidamente duro que me
ponía. La voz se había acallado pero ante esa idea volvió, susurrando en mi oído. "No".

Me encogí internamente, sintiendo que la culpa volvía a colarse en mis huesos,


apagando parte de la rara luz que había en mi interior. Sabía que no debía ni siquiera
abrir la puerta, pero me sentía demasiado bien. No pude resistirme a burlarme de él.

—¿Ves algo que te gusta, amigo?

No obtuve la reacción que esperaba. En lugar de reírse y poner los ojos en


blanco, la cara de Julian se sonrojó de un rojo intenso casi al instante y tosió al decir las
palabras. —¿Q-Qué?

—A menos que salgas de aquí para que pueda vestirme, vas a ver mucho más de
tu padre de lo que quieres.

Julian me echó una larga mirada más antes de que su rostro cambiara a algo
ilegible. Pareció darse cuenta de lo que le estaba diciendo y salió corriendo de la
habitación.

Treinta minutos más tarde, la pizza era un recuerdo lejano, Julian estaba sentado
en un lado del largo sofá seccional y yo en el otro, viendo una película sin sentido
sobre superhéroes. No me interesaba, pero sabía que él había querido verla, así que
había sido una elección fácil.

Julian metió las piernas debajo de él y no me extrañó su gesto de dolor. Se había


roto un hueso de la pierna jugando al fútbol en la secundaria, y de vez en cuando le
seguía molestando. Junté las manos, decidido a ignorar el dolor en mi pecho que me
decía que buscara a Jules, que le ofreciera frotar su dolor, que le quitara el dolor a mi
bebé. Pero no podía confiar en mis dedos. Querrían más; yo siempre quería más
cuando se trataba de Julian. Tenía que seguir Las Reglas.

Se pasó distraídamente una mano por la pierna, con las yemas de los dedos
recorriendo la cicatriz de la operación. Esta era la parte más difícil -no la negación, ya
había dejado de negar lo que sentía por Julian-, sino protegerlo de la parte de mí que
quería demasiado y, al mismo tiempo, ser el padre que se lo daría todo. Moriría por mi
hijo para protegerlo... incluso de mí.

Por eso mantenía la distancia. ¿Esta cosa? ¿Esos sentimientos? Eran mi carga, no
la suya, y pasaba cada segundo construyendo muros, viviendo según las reglas, para
asegurarme de que nunca se diera cuenta de la clase de monstruo que vivía dentro de
mí. El tipo de monstruo que anhelaba abrazarlo, saborear su piel mientras lo cubría de
dulces besos, ver cómo florecía ese precioso rubor cuando mi aliento pasaba como un
fantasma sobre su perfecto pene, desarmarlo una y otra vez para que Daddy pudiera
recomponer a su hermoso niño. Amarlo... completamente.

El pensamiento que me mantenía despierto la mayoría de las noches era saber


que algún día podría desarmarme con su sonrisa o su risa fácil y mis muros se
derrumbarían. Tal vez mi mano bajara durante uno de los raros abrazos que me
permitía darle, o mi mirada se detuviera demasiado tiempo en su boca encantadora,
pero de alguna manera me delataría. Arruinaría la relación que tanto nos había
costado reconstruir.

Eso no podía ocurrir. No lo permitiría.

Mi hijo era todo mi puto mundo y no importaba que cada molécula de mi cuerpo
me doliera por él, que zumbara eléctricamente cada vez que estuviera cerca de mí;
nunca le haría daño.

Volvió a moverse a mi lado, con otra mueca de dolor en su hermoso rostro.


Odiaba que esa herida le siguiera molestando.

Debió de descubrirme frunciendo el ceño y esbozó una sonrisa. —Está bien. No


me duele tanto.

Levanté una ceja en su dirección. —¿Desde cuándo nos mentimos, Jules? —


Aparte de cada segundo que no te digo que estoy desesperadamente enamorado de ti.

Suspiró. —Me duele un poco. Creo que va a llover. —Se pasó la mano por la
pantorrilla y me di cuenta de que intentaba mantener una expresión neutral. No lo
consiguió.

Mis dedos tenían ganas de alcanzarlo, de ofrecerle consuelo, pero los mantuve
quietos. Conocían Las Reglas tan bien como yo. No tocar.

Julian volvió a centrar su atención en el televisor, en la película que yo había


elegido pero de la que no había visto ni un minuto. Algo en mi hijo se sentía...
diferente.

—¿Qué tienes en mente, Jules?


Sacudió la cabeza pero no me miró. —Nada.

Quería presionarlo, sabía que estaba mintiendo, pero ese no era mi estilo. Nunca
había tenido que hacerlo ya que siempre nos habíamos contado todo. Era obvio que
algo lo estaba molestando, aparte de su pierna dolorida, y el hecho de que no fuera a
abrirse a mí me abrió un agujero en el pecho. Quería rodearlo con mis brazos, darle un
abrazo y decirle que todo estaría bien, que fuera lo que fuera estaría bien, pero no
podía. No recordaba la última vez que le había dado un toque físico, fuera de una
palmadita en el hombro. Habían pasado años, años en los que había vivido con ese
deseo dentro de mí, calculando cada movimiento para asegurarme de que Julian nunca
descubriera la verdad.

Respiré profundamente, llenando mis pulmones e intentando convencerme de


que podía hacer esto. Había conseguido ocultarle mi secreto durante todo este
tiempo; podría ponerle las manos encima y no delatarme. Podría hacerlo por él.

Me di una palmadita en el muslo. —Ven aquí.

Se giró y me dirigió una expresión de desconcierto, sus ojos confundidos pero


también llenos de algo más, algo que no podía interpretar. —¿Qué?

—¿Dejarías que tu viejo padre te ayude?

Abrió la boca pero no salió nada. ¿Tan sorprendido estaba de que me ofreciera a
darle consuelo físico? Quería reprenderme por ser un padre de mierda, pero
realmente no tenía otra opción. Tocarlo, estar cerca de él, me hacía hervir la sangre y
no confiaba en mí mismo con el fuego de Julian que corría por mis venas. Lo amaba
tanto, que tenía que demostrárselo de otras maneras.

Excepto que ahora estaba derribando todos los muros que había construido. La
voz se hacía más fuerte, resonando en los rincones de mi mente, pero la ignoré. Julian
me necesitaba.

Volví a dar una palmadita en mi pierna, mi silenciosa petición de que pusiera el


pie en mi regazo, y él negó rápidamente con la cabeza. —No, papá, estoy bien. De
verdad.

Mierda. Bueno, como ya me había pasado la vida ignorando los impulsos que me
recorrían, la compulsión de hacer mío a Julian, desde luego no iba a insistir en esto si él
no se sentía cómodo. Intenté ocultar mi suspiro de alivio e ignorar el grueso y oscuro
manto de decepción que me aplastaba. Honestamente, era lo mejor.

Volví a centrarme en la pantalla. ¿Qué estaba pasando en esta película? Por el


rabillo del ojo, vi que Julian buscaba su bebida en la mesa de café y aspiró
audiblemente un fuerte suspiro. Su pierna tenía que estar matándolo y me estaba
rompiendo el puto corazón. Tomé la bebida y se la entregué y me miró desde debajo
de las pestañas con ojos agradecidos.
—Gracias, papá.

—Lo que sea por ti, chico. —Dios, si él supiera lo mucho que significaba eso.
Todo lo que hice fue por Julian... al igual que todo lo que no hice fue para mantenerlo
a salvo.

Sin decir nada, le quité la taza de las manos donde la sostenía torpemente y la
volví a colocar en la mesita, volviendo mi mirada a la película que no estaba viendo.
Después de unos largos minutos, sentí que algo me rozaba la cadera. El pie de Julian.

Lo miré, viendo sus mejillas rosadas, y supe lo que quería. Le agarré el tobillo con
suavidad mientras él deslizaba su culo un poco más cerca de mí en el sofá para que su
pantorrilla quedara sobre mi regazo.

Bajé suavemente su pierna para que descansara sobre mis muslos. Estábamos
más cerca ahora de lo que me había permitido estar en años, y todo lo que podía
pensar era lo bien que se sentía, lo cálido que era, lo mucho que anhelaba tocarlo de
tantas maneras.

La voz estaba allí, emitiendo advertencias. "No".

No se trataba de complacer mis retorcidas fantasías, me aseguré mentalmente.


Era un padre que ayudaba inocentemente a su hijo. Pasé una mano por su pierna,
sintiendo el fino vello bajo las yemas de mis dedos, y casi gemí de deseo sólo por tocar
su espinilla.

Al carajo con mi vida.

Ya me recompondría. Lo haría. Respiré profundamente.

Podía hacerlo. Por Julian, podía hacer cualquier cosa.


Mierda. Respira, Julian.

¿Me dolía la pierna? Sí. ¿Tal vez exageré lo mucho que me dolía en ese
momento? También sí. ¿Me sentí culpable por haber engañado a mi padre para que
me tocara? Un buen hijo diría que sí.

Creo que hemos establecido que soy un muy mal hijo.

Papá me estaba manejando como si fuera papel de seda, como si un mal


movimiento me fuera a abrir un agujero. Y, honestamente, eso parecía muy probable,
porque sólo sus manos en mi pierna me estaban haciendo algo que haría que las
monjas de mi escuela secundaria católica rezaran por mi alma inmortal. Pero, ¿cómo
podía algo tan malo sentirse tan jodidamente bien?

En la última hora y media, mis emociones estaban más arriba y abajo que la
carrera de Winona Ryder. Cuando hice mi sorprendente revelación, me quedé de
piedra. Mientras papá se duchaba, me senté en su cama tratando de procesar todo,
pensando en nuestra relación de los últimos años y considerando realmente la
realidad de la situación. Mi cerebro se puso en marcha mientras él se enjabonaba y
cantaba canciones que salieron antes de que yo naciera. ¿Podría ser esto realmente
cierto? ¿Fue mi padre el hombre que me había dado el mejor orgasmo de mi vida?
Parecía imposible... Quiero decir, ¿cuáles eran las probabilidades de que un hombre
conectara al azar con su hijo en una línea de sexo telefónico? Yo era pésimo con los
números, pero estaba seguro de que eran astronómicas. Tal vez debería olvidar todo el
asunto.

Cuando entró en el dormitorio y vi las gotas de agua correr sobre su piel, me di


cuenta de que papá podía o no estar interesado en mí, pero yo estaba un trillón por
ciento interesado en él. También me di cuenta de que no era físicamente capaz de
dejar pasar esto. Tenía que saber, tenía que estar seguro de lo que él sentía por mí.

Esa fue la razón por la que se me ocurrió mi misión de descubrir la verdad por
cualquier medio necesario... incluso si eso significaba lanzarme sobre mi padre.
Pensaba en mi plan como Operación: Hacer Que Papá Confiese y Luego Joderme Los
Sesos, pero eso era sólo un título provisional.

Pasó su mano ligeramente por mi espinilla, el calor de su piel ardiendo en la mía,


y me di cuenta de cuánto tiempo hacía que no me tocaba. Lo cual no tenía sentido... si
estaba interesado en mí, ¿no me tocaría todo el tiempo? Ahora éramos adultos, y
supongo que lo de no tocarse era lo que pasaba cuando la gente crecía, pero no fue
hasta ese segundo que me di cuenta de lo mucho que lo había echado de menos.
¿Cuándo fue la última vez que nos abrazamos? Mi padre siempre fue el mejor dando
abrazos. Me pregunté si, aunque fuéramos hombres adultos y todo eso, podríamos
seguir abrazándonos.

Abrazos desnudos.

Mama Pijama13, necesitaba echar un polvo.

Papá rodeó con sus dedos la parte posterior de mi pantorrilla, apretando con
fuerza, y mi pene cobró vida. Bueno, putísima mierda. Eso no era parte del plan. Agarré
una almohada y la sostuve en mi regazo para ocultar mi vergüenza... mi gruesa y
dolorosamente dura vergüenza.

—¿Dónde te duele, amigo?

Unos centímetros más arriba. —Um, justo ahí. Y mi espinilla.

Papá giró su mano, empujando su pulgar en mi músculo antes de moverse hacia


arriba, su dedo meñique rozando detrás de mi rodilla.

No pude evitarlo. Gemí.

Papá levantó la vista de mi pierna, con una expresión llena de simpatía, no de


lujuria. —Realmente está muy mal esta noche, ¿eh?

Dios, yo era un total pervertido. Aquí estaba mi dulce padre tratando de


ayudarme a evitar el dolor y yo estaba tratando de averiguar cómo fingir una lesión en
los isquiotibiales para que él pudiera reenfocar sus esfuerzos un poco más arriba.

No podía mirarlo a los ojos, así que cerré los míos y asentí. —Súper mal. —Pensé
que mi erección podría encontrar la forma de salir de mis pantalones cortos por sí sola,
lo que probablemente sería incómodo, así que me moví en el sofá y traté de ajustarme
sigilosamente.

Papá había puesto mi pantorrilla en su regazo y me costó todo lo que pude para
no frotar mi pierna contra él, para sentirlo. Quería saber si esto lo excitaba tanto como
a mí. Apenas me había tocado y mi pene era de hierro.

Papá pasó sus dedos por la parte inferior de mi pierna, amasando suavemente
mis músculos. Sus manos eran fuertes y a la vez muy suaves conmigo, con cuidado de
no ejercer demasiada presión en ningún punto. Me derretí en su tacto, disfrutando de
sentir el zumbido de mi piel y esperando que durara un poco más.

13
(Mama pajama) Término utilizado para expresar sorpresa. Pajama se pronuncia con a cortas, por lo
que rima con mama.
Demasiado pronto, se aclaró la garganta y me dio una ligera palmada en la
rodilla. —¿Te sientes mejor?

Tenía la boca seca, pero conseguí hablar. —Eh, sí. Gracias.

Pero no estaba más cerca de cerrar mi investigación. O tal vez lo estaba y no


quería admitir que, incluso si le brindaba una amplia oportunidad, mi padre no estaba
interesado en tener sexo conmigo. Básicamente había intentado hacerle un trabajo
con los pies y él había terminado su masaje sin siquiera un tanteo. No voy a mentir...
estaba un poco decepcionado.

—Cuando quieras, chico. —Su sonrisa era cálida y llegaba a esos ojos oscuros y
hermosos en los que estaría feliz de ahogarme—. Voy a traer algo de postre. ¿Quieres
un poco?

Me senté, quitando mi pierna de su regazo, y negué con la cabeza. —Nah, estoy


bien.

Se levantó y salió de la habitación. Inmediatamente, moví la almohada de mi


regazo y siseé a mi pene. —Amigo, no. Vete. Es tu padre. —Pero fue inútil. Ese tipo
tenía una mente propia.

—¿Dijiste algo? —Papá dijo desde la cocina.

Oh, Dios mío. —Um, sólo... hablando con la televisión.

—Oh, bueno, eso es normal. —Papá reapareció y se apoyó en la puerta de la


cocina, mirándome mientras me frotaba la pierna. Realmente se sentía mejor... los
problemas para caminar que anticipaba tendrían más que ver con mi tercera pierna.

Le dio un mordisco a su cono de helado y me vio ponerme de pie con torpeza.

—¿Sabes qué ayudaría?

¿Que me comieras como si fuera ese helado?

—No, pero estoy seguro de que me lo vas a decir.

Su labio se movió hacia arriba. —Listillo. —Dios, quería lamer su puta sonrisa
sexy—. Deberías ducharte.

Levanté un brazo para olfatearme la axila y papá se rió. Me encantaba hacer reír
a papá.

—¿Apesto?

—Probablemente, pero no voy a acercarme lo suficiente para olerte.


Me llevé un brazo a la nuca y me quité la camiseta con un solo movimiento antes
de hacer una bola con ella y lanzársela a la cara a papá. Él la agarró e hizo un
espectáculo de tomar una gran bocanada y hacer un sonido de náuseas.

—¿Debo arrojar esto a un vertedero de residuos nucleares?

Se me escapó una carcajada y puse los ojos en blanco. Dios, ¿por qué todo era
tan fácil con él? Estas bromas eran tan nuestras. Nunca nos peleábamos ni
discutíamos, excepto por estupideces como que yo no hacía las cosas mínimas que
debería hacer como un humano adulto. Nos llevábamos muy bien; me escuchaba y se
preocupaba, pero me daba la libertad de tomar mis propias decisiones, buenas o
malas. Hasta esta tarde, te habría dicho que era el padre perfecto.

Ahora pensaba que podría ser el novio perfecto, y el hecho de que quisiera que
lo fuera era una locura nivel Dios, pero el saber que nunca podría ser mío era un cono
de helado que atravesaba mi corazón. Y no uno de esos conos suaves de fondo plano...
los puntiagudos y azucarados.

—Imbécil —dije con una sonrisa—. Me lo he puesto hace como una hora. Como
si la tuya fuera mejor.

Como para darme la razón, se quitó la camiseta y me la lanzó a la cabeza. Yo... no


la agarré. Puede que me haya quedado mirando el pecho definido pero no
excesivamente musculoso de mi padre, preguntándome cómo sería pasar los dedos
por el pelo oscuro con los mechones de plata asomando.

La camisa me golpeó en la cabeza y cayó al suelo.

Papá gritó. —¡Dos puntos! ¡Papá es el campeón!

Gemí internamente. Odiaba que hablara de sí mismo en tercera persona.


Excepto que, tal vez, no lo odiaba en absoluto.

Era cursi pero divertido, guapo pero bobalicón, tan cariñoso y dulce e increíble.
Algo dentro de mí se tensó, pero lo ignoré. Nada de esto importaba realmente. No
había forma de que pasara nada. La vocecita en el fondo de mi cabeza que decía "quizá
él también te quiera" estaba ahora callada... probablemente estaba poniéndose al día
con Drag Race14 o algo así. Empezaba a sospechar que lo que había pasado hoy era una
casualidad. No era mi padre el que estaba al teléfono conmigo esa tarde, por mucho
que deseara que lo fuera. Al igual que el masaje que me dio no fue un gesto íntimo de
significado oculto. Era sólo él siendo un gran padre. Y él se merecía algo mejor que yo
siendo un pervertido con él.

14
Drag Race es un programa de telerrealidad sobre drag queens basado en la
serie estadounidense RuPaul's Drag Race. El concurso busca coronar a la próxima Superestrella Drag.
Me incliné para recoger su camisa, tratando de mantener la mayor parte de mi
peso sobre mi pierna buena. Me debatí en guardarla para que siempre estuviera
medio desnudo, pero entonces recordé que tenía más ropa. Uf. Lo que sea.

—La pierna te sigue molestando, ¿eh?

Gemí y le arrojé la camiseta. Se la puso y de alguna manera se las arregló para


mantener su cono de helado. Si no estuviera tan triste de ver sus pectorales
desaparecer, me habría impresionado.

—No —dije con sarcasmo—. Un masaje tuyo y estoy curado. Sin dolor para
siempre.

Levantó una ceja. —Me han dicho que tengo el toque mágico.

Me pregunto si ese toque mágico sería capaz de encontrar mi próstata.

¡NO! Gatito malo, Jules. Deja de ser asqueroso y lo peor.

—En serio. ¿Sabes qué podría ayudar? Una ducha.

Sí, una muy fría.

—Un poco de agua caliente ayudaría a quitar el dolor.

Si sólo supiera qué parte de mí es la que está realmente dolorida.

Puse los ojos en blanco ante mi perfecto padre, que siempre tenía la razón en
todo y que tenía ese culo perfectamente mordible.

—No es la peor idea del mundo.

—¿Vino el tipo a arreglar el agua de abajo hoy?

Que se joda mi vida.

—No. —Mentira. Había venido a la puerta pero no contesté porque estaba en


medio de una llamada y estaba ladrando y fingiendo ser la mascota de algún cliente. El
fontanero había tocado el timbre como cinco minutos y lo ignoré. Los cachorros no
abren puertas.

—Raro.

Me encogí de hombros. —Totalmente raro.


—Tendré que llamarlo mañana. —Se metió lo último de su cono en la boca y yo
no envidié al cien por cien la pequeña mancha de chocolate pegada a la comisura de su
labio superior—. Puedes usar mi ducha.

¿Y estar desnudo y al vapor sabiendo que mi padre estaría a sólo una puerta de
distancia?

JA.

JA JA.

No.

—Um, no es necesario. Estaré bien. —Di un paso y el dolor pareció irradiar hacia
afuera. Wow, me lo merecía.

—No te hagas el héroe, chico.

Si lo fuera, me pregunté cuál sería mi kriptonita. Tal vez la risa de mi padre... o su


pene. Sí, definitivamente sería eso.

—No creo que el padre de Superman mandara a Superman tanto como tú a mí.

—Bueno, él no lo necesitaba. Superman tenía un trabajo de verdad.

Tragué alrededor del nudo en mi garganta. ¿De qué estaba hablando? ¿Sabía de
mi trabajo temporal como especialista en comunicaciones sensuales?

—¿Q-qué quieres decir?

—Quiero decir que no se quedaba en el sofá de su padre en Kripton comiendo


Toaster Strudel15 y viendo Rick y Morty todo el verano. —Papá me hizo un guiño.

Oh. Bien, corazón, él no lo sabe. Por favor, deja de intentar escapar de mi cavidad
torácica.

—Adelante, Jules. Lo digo en serio. Voy a salir a correr de todos modos.

—Son como las diez y acabas de comerte media pizza y un cono de helado, ¿y
ahora vas a salir a correr?

Papá se levantó la camiseta y se pasó los dedos separados por el estómago


mientras mis ojos seguían cada movimiento. —No creerás que este buen espécimen
surge de forma natural, ¿verdad? Hay que trabajar duro para mantener este nivel de
papá.

15
Toaster Strudel es una marca de pasteles tostados.
Resoplé. —No tienes el cuerpo de un padre. Eres jodidamente sexy y lo sabes.

Los ojos de papá se abrieron de par en par hasta alcanzar el tamaño de los
Uncrustables16 y yo me di un facepalm17 mental.

Qué manera de no hacerlo raro, Jules.

Papá me estaba mirando fijamente con la mirada más extraña, y algo dentro de
mí gritaba que corriera, que me escondiera, que empezara a buscar presupuesto de
boletos de ida a Marte, pero por alguna razón, no podía apartar los ojos. Nos
quedamos así, sosteniendo una mirada intensa, y todos los pelos de mi cuerpo se
pusieron de punta. El aire entre nosotros era eléctrico y cuando no pude contener un
escalofrío, papá finalmente apartó la mirada.

—En fin, sí... —Se pasó una mano por el pelo y se dirigió a la puerta donde
normalmente se quitaba las zapatillas de correr—. Adelante, usa la ducha si quieres,
chico. Volveré en una hora o algo así.

Lo vi meter los pies en las zapatillas y desaparecer. Mis ojos estaban pegados a
su trasero y era definitivamente uno de esos escenarios en los que se odia verte ir pero
se ama verte partir. Consideré mi próximo movimiento. Sinceramente, la ducha no era
una mala idea. Menos por mi pierna dolorida y más porque mi agua caliente no estaba
funcionando, por lo que no recordaba la última vez que me había duchado. Ayer fui a
nadar, ¿eso cuenta? Sí, eso cuenta totalmente. Pero como papá fue lo suficientemente
amable como para ofrecerme el uso de la suya y luego desocupar el lugar, sentí que
tomar una ducha era lo más responsable que podía hacer. Hashtag adulting.

Me dirigí a las escaleras, tomándolas de dos en dos mientras me dirigía al


segundo piso. Entré en el dormitorio de papá y encendí la luz, sintiéndome un poco
como un espía que se cuela en territorio prohibido. Pero esto no era nada de eso. Yo
tenía permiso y no era James Bond... Ni siquiera era James Corden. De niño, siempre
había estado prohibido pasearse por la habitación de mis padres cuando no estaban en
casa, y supongo que el viejo pensamiento no muere.

Entré en el baño y localicé las toallas limpias, tomando varias antes de abrir el
agua de la ducha. Si fuera inteligente, la haría más fría que el corazón de Elsa. Una
ráfaga antártica era exactamente lo que necesitaba ahora para que mis dos cabezas
volvieran a estar en su sitio.

Pero yo no soy un hombre inteligente, Jenny.18

16
Sándwich redondo de mantequilla de maní y jalea.
17
Facepalm, es un término coloquial inglés que se refiere al gesto propio de poner la palma de la mano
en la cara en una muestra de exasperación.
18
Extracto de una de las frases más famosas de la película Forrest Gump, interpretada por Tom Hanks.
“¿Por qué no me amas, Jenny? No soy un hombre inteligente, pero sé lo que es el amor.”
Me despojé de la ropa mientras dejaba correr el agua hasta que tuvo la misma
temperatura que la lava y oleadas de vapor llenaron la cabina de ducha de cristal. Me
metí y luego incliné la cabeza hacia abajo y dejé que la sensación del agua me
recorriera, humedeciendo mi pelo y mi piel.

Mi erección, que por fin se había calmado, volvió a la vida cuando tomé el gel de
ducha y el olor de papá me rodeó, despertando los sentimientos que fingía no tener.
Me eché una generosa cantidad del líquido azul oscuro en la palma de la mano y
respiré profundamente, disfrutando del aroma que siempre me había hecho sentir tan
seguro y querido. Excepto que ahora me hacía sentir algo más... realmente excitado.

Pero no iba a masturbarme en la ducha de mi padre. Simplemente... no.

Me froté las palmas de las manos, extendiendo el gel entre ellas, y empecé a
lavarme. Me pasé las manos por el cuerpo resbaladizo, haciendo espuma en mi pecho
y pasando mi pulgar por mi pezón, lo que no disminuyó mi excitación. Pasé a mis
hombros y a mis brazos, intentando no pensar en nada más que en el hecho de que mi
padre estuvo en este mismo lugar unas horas antes, todo desnudo y mojado y...

Antes de que pudiera detenerme, un gemido salió de mi boca, una imagen en mi


mente de mi padre de pie a mi lado, tocando mi piel, limpiándome para poder
ensuciarnos juntos.

Me enjaboné el estómago, sintiendo los finos pelos de la línea que había debajo
del ombligo como una flecha que dirigía mis manos hacia abajo. Mis dedos siguieron el
rastro hasta que el talón de mi mano rozó la base de mi pene dolorosamente duro y
volví a gemir.

Pasé la palma de mi mano por el tronco antes de agarrar los huevos con la mano,
cubriéndolos de espuma jabonosa. Me acaricié, sabiendo muy bien que esto era algo
más que un simple lavado, y decidí que no me importaba una mierda.

Quería esto. Lo necesitaba.

Rodeé mi erección con los dedos, la espuma hizo que mi mano se deslizara
suavemente, y me acaricié, gimiendo al conseguir por fin algo de presión donde más lo
deseaba. Bueno, casi.

Bajé la mano y pasé la punta de un dedo por mi agujero, acariciándolo


suavemente mientras mi respiración empezaba a ser entrecortada. Cerré los ojos y me
mordí el labio mientras introducía el dedo en mi interior, continuando con las lentas y
perezosas caricias a lo largo de toda mi longitud. En mi mente vi a mi padre, de pie
detrás de mí, con un brazo fuerte rodeándome y trabajando mi pene, y el otro detrás
de mí, llenándome exactamente con lo que necesitaba.

—Oh, papá —dije en un suspiro, mis palabras ahogadas por el rugido del agua a
mi alrededor.
—¿Te gusta eso, bebé? —me susurró mi padre al oído en mi fantasía.

—Sí —dije en voz alta, sin importarme que realmente fuera una conversación
unilateral—. Más, por favor.

El papá imaginario se rió y me besó el cuello. —Qué modales tienes —dijo—.


Supongo que te he educado bastante bien.

Introduje otro dedo dentro de mí, sacándolo lentamente y volviendo a meterlo,


sintiendo cómo aumentaba la presión dentro de mí. Aumenté la velocidad de mis
caricias, la humedad caliente y resbaladiza era tan deliciosa que me llenaba la cabeza
con el mismo vapor que ocultaba la realidad que me rodeaba.

—Dime qué necesitas. —Mi padre de fantasía me cuidaba igual que el de verdad.

—A ti, Daddy —susurré—. Te necesito dentro de mí.

Imaginé el gemido de papá mientras se movía detrás de mí, con su dureza


presionando contra mi espalda. Mis dedos se convirtieron en los suyos en mi mente
mientras trabajaba para abrirme, para prepararme para tomar todo de él.

—¿Estás listo, Jules? ¿Listo para que Daddy se folle a su pequeño?

Jesús, incluso mis fantasías eran mejores con mi padre en ellas. Mis manos
trabajaron más rápido.

—Sí, por favor. —Imaginé su fuerte mano en mi cadera, la mía apoyada en la


pared de la ducha, el calor de su cuerpo abrasando el mío en cada lugar que
tocábamos mientras deslizaba su gruesa longitud en mi culo.

Me apreté contra mí mismo, gimiendo suavemente, sabiendo que no podía


conseguir el tipo de profundidad con mis dedos que realmente ansiaba.

—¿Esto es bueno, pequeño? —El vapor de la ducha se convirtió en el aliento de


papá, que pasó por encima de mí mientras tocaba fondo.

Gemí y él se rió, sacando y volviendo a entrar con una lentitud agonizante. —Sí,
es tan bueno. —La mano de papá se acercó para agarrar mi pene, sus caricias
sincronizadas con sus embestidas—. Estás tan apretado, Julian —dijo en un gemido—.
Mierda, bebé, te sientes tan bien.

Quería sentirme bien para él, ser bueno para él. Quería ser todo lo que él
necesitaba.
Papá de fantasía me montó con más fuerza, con su pene moviéndose
rápidamente, con el ángulo justo. Una tensión en la base de mi columna indicó lo que
estaba por venir, como la mecha encendida de un fuego artificial.

—Córrete para Daddy, bebé. Déjame oír lo bien que te hago sentir.

—Oh, Dios mío, Daddy —balbuceé—. Es tan bueno. Sí, fóllame más fuerte. Por
favor —grité, sintiendo que mi orgasmo finalmente me alcanzaba, una mano
acariciando frenéticamente mi pene, la otra empujando dentro de mí—. Daddy, te
amo —jadeé roncamente mientras pintaba la puerta de cristal con semen.

Cuando pude moverme, puse una mano en la pared de la ducha y apoyé la


cabeza en ella, respirando con dificultad. Sí, seguro que iba a ir al infierno... pero al
menos me iba a divertir por el camino. Me enjuagué rápidamente la espuma y el
semen que cubrían el interior de la ducha y cerré el grifo. Me sentí más ligero, de
alguna manera más libre. Tal vez una sesión de pajas calientes era exactamente lo que
necesitaba para dejar atrás esta fantasía de papá.

Agarré una toalla y me froté enérgicamente el pelo que recordé que no me había
molestado en lavar mientras salía del baño.

¿Sabes que antes de morir dicen que tu vida pasa ante tus ojos? Bueno, para que
lo sepas, eso también ocurre cuando te corres con los dedos en el culo, gritando para
que tu padre te folle en su ducha, y luego entras en su habitación y te das cuenta de
que escuchó cada palabra.
Mi carrera había empezado con fuerza, pero no podía concentrarme. Tener la
piel de Julian bajo mis manos era lo más cerca que me había sentido del todo en
mucho tiempo y mientras mi mente revivía la hermosa tortura, era imposible
mantener un ritmo uniforme. El simple hecho de ver una película con mi hijo era
increíble, pero tener la oportunidad de ayudarlo, de hacerle sentir mejor, era la
perfección. Su piel había estado caliente bajo mis manos y pensé que le había dado al
menos algo de alivio, pero los sonidos que hacía iban directamente a mi pene. Al final,
tuve que separarnos para que no se diera cuenta de que me estaba forzando contra
mis pantalones. Aun así, toda la noche había sido mágica.

Cuando decidí volver corriendo a casa y agarrar mis auriculares -cualquier cosa
que me ayudara a distraerme y a mantener el ritmo para no acabar cayendo de
bruces- lo último que esperaba era escuchar a mi hijo masturbándose. Yo también
había tenido veintiún años y me había restregado una en mi buena ración de duchas,
así que me reí y traté de ignorar la sensación que me recorría al saber que, a pocos
metros, mi hermoso hijo estaba desnudo y experimentando el tipo de placer que yo
haría cualquier cosa por darle. Crucé la habitación en silencio y agarré los auriculares
para escabullirme antes de que supiera que estaba allí, cuando el sonido de sus gritos
me hizo detenerme en seco.

Oh, Dios mío, Daddy.

Tan bueno. Sí, fóllame más fuerte. Por favor.

Daddy, te amo.

Se me erizaron todos los pelos del cuerpo, el intenso cosquilleo rozaba el dolor.
Las palabras me llenaron como un líquido frío mientras me moría de sed. Eran
exactamente lo que deseaba escuchar de la persona que quería que las dijera, pero en
lugar de excitarme, sentí pánico. Mi mente se tambaleó mientras trataba de procesar
lo que estaba escuchando. No era posible que quisiera...

Respiré profundamente y traté de calmar mi mente que daba vueltas. No. No lo


hacía. Había visto a algunos de los tipos con los que Julian había salido en los últimos
años, y más de una vez había tenido el placer de conocer a alguien más cercano a mi
edad que a la suya, y se me había ocurrido que mi hijo podría tener un poco de Daddy
kink. Cada vez que me veía obligado a estrechar la mano de un hombre diez años
mayor que Julian, quería gruñir, marcar a Julian como mi territorio. Pero sonreía y
entablaba una conversación cortés, sabiendo que debía ser yo quien cuidara de él, y
los despedía con una sonrisa mientras me dolía. No había nada que esos hombres
pudieran darle que yo no pudiera, nada que ellos pudieran hacer que yo no hiciera.
Excepto todo.

Me había costado tiempo hacerme a la idea de que quizá lo que Julian quería era
exactamente lo que yo sacrificaría mi vida para darle. Pero la idea de que esos
hombres fueran capaces de cuidar de mi hijo de la manera que yo anhelaba, la idea de
que los llamara Daddy... Era una cuchilla fría que me desgarraba el pecho, dejándome
abierto, en carne viva y sangrando.

El sonido del agua se detuvo y los latidos de mi corazón se ralentizaron mientras


me obligaba a concentrarme. Nada de eso importaba ahora. Julian no necesitaba
verme lidiar con mi equipaje. Las Reglas estaban ahí por una razón y se extendían más
allá de no tocar. En el fondo, existían para no hacer daño a mi hijo de ninguna manera.

Con los auriculares en la mano, me dirigí a la puerta, decidido a completar mi


huida sin ser visto, pero no había dado más de tres pasos cuando apareció Julian, la
puerta del baño completamente abierta y el cuerpo desnudo de mi hijo apareciendo
en la puerta, a contraluz y rodeado de vapor. Era una imagen que no podría haber
conjurado ni en mis fantasías más salvajes, pero que sabía que nunca olvidaría.

Mi mente se quedó completamente en blanco al ver, por primera vez, a mi hijo,


el hombre que amaba, de pie frente a mí, dulce y expuesto.

Jesús, era tan hermoso.

Evidentemente, no se había molestado en secarse el cuerpo, y mientras mis ojos


seguían las diminutas gotas de agua que viajaban hacia el sur, dejando rastros
húmedos a lo largo de su piel, me acordé de la primera vez que había pensado en él de
otra manera que no fuera la de un padre. La voz de mi cabeza -la que me advertía
cuando volaba demasiado cerca del sol- me ordenó que apartara la vista, pero fue
imposible. Mis ojos estaban hambrientos y mi magnífico hijo era su festín.

Me fijé en cada centímetro de él, desde la parte superior de su cabeza, con el


pelo cayendo por su cara hasta su perfecta boca y a lo largo de su esbelto cuello, hasta
sus fuertes brazos y su pecho, una extensión interminable de piel suave e impecable
que ansiaba recorrer con mis dedos. Mis ojos viajaron más hacia el sur, absorbiendo la
suavidad de su estómago, el rastro de pelo oscuro debajo de él, el magnífico pene que
daría cualquier cosa por probar, sólo una vez.

La voz volvió a retumbar en mis oídos. "Recuerda las reglas".

Con un esfuerzo sobrehumano, aparté la mirada sólo para contemplar el rostro


mortificado de mi hijo. Abrí la boca para decir algo, cualquier cosa, pero no pude
encontrar una sola palabra antes de que Julian se diera la vuelta y saliera corriendo de
la habitación.
No lo culpé por salir corriendo y tomé la decisión de darle espacio, de dejar que
resolviera las cosas en su cabeza. Estaba claramente avergonzado por toda la
interacción, pero a medida que pasaba el tiempo el aire en la casa se volvía pesado.

Al día siguiente, me dirigí a la oficina. Despreciaba trabajar los sábados, pero era
la mejor manera que se me ocurría para darle el tiempo que necesitaba para procesar
las cosas. Me quedé casi todo el día, pero no pude concentrarme en el trabajo. No
podía apartar de mi mente la imagen del perfecto cuerpo desnudo de mi hijo. Volví a
casa tarde y me fui directamente a mi dormitorio, diciéndome a mí mismo que mi
evasión era por el propio bien de Julian, pero sabiendo que también era porque
todavía lo deseaba más que mi próximo aliento, el sabor de mi propia desesperación
metálico en mi lengua.

El domingo por la mañana, me sentí más seguro de mi capacidad para ocultar


mis sentimientos de nuevo, empujando mis recuerdos recientes y mis deseos
reavivados a la caja que llevaba dentro, la que estaba llena de mis secretos y
vergüenza. Me sorprendió un poco que Julian no hubiera subido para el brunch; eso
era lo que hacíamos normalmente los domingos por la mañana. Me ponía al día de su
fin de semana, me hablaba de su última obsesión, normalmente un chico o un
videojuego, y yo preparaba omelettes y mimosas y escuchaba, cautivado por mi chico
perfecto.

Así que, cuando llegó la hora del brunch, intenté fingir que mi corazón no se
rompía mientras me sentaba a la mesa solo. Ni siquiera sabía dónde estaba. Supuse
que se estaba escondiendo de mí, encerrado en su habitación, pero podría haber ido a
casa de Andy o incluso haberse enrollado con alguien. Intenté darle su espacio, pero
no pude resistirme a enviarle un mensaje rápido que quedó sin respuesta.

Era la tarde, casi cuarenta y ocho horas desde el incidente del baño, cuando mi
preocupación finalmente se impuso a mi decisión de mantener la distancia. Llamé a
Jules, pero para sorpresa de nadie, no contestó. Obviamente, su habitación era el
siguiente lugar donde buscar, pero mientras bajaba los múltiples tramos de escaleras
para llegar al sótano, empecé a hacer una lista de otros lugares donde podía buscarlo.
No tenía ni idea de lo que iba a decir, algo así como "no te avergüences, el Daddy kink
es totalmente normal, oh, y perdona por haberte mirado fijamente el pene", estaba
seguro. La idea me hizo estremecerme lo suficiente como para reconsiderar mi misión
de búsqueda. Enfrentarme a él iba a ser mucho más difícil de lo que me permitía
reconocer.

Me paré frente a su puerta cerrada, debatiendo abandonar la idea y permitirle


otros días de espacio, cuando un sonido proveniente del interior de la habitación hizo
sonar mi sentido de papá. Era una tos.

Llamé ligeramente a la puerta. —¿Jules?

La única respuesta fue otra tos cortante, grave y aguda. Eso fue suficiente causa
probable para este padre. Entré en la habitación y me asaltó el olor rancio del sudor y
el aire mohoso. Jules estaba en su cama de espaldas a mí, acurrucado en posición fetal.
Maniobré a través del campo de minas que era el suelo de su habitación, evitando por
poco los montones de ropa sucia y platos con sándwiches a medio comer, hasta que
estuve de pie en el lado opuesto de su cama.

Su cara estaba pálida y su camiseta tenía manchas oscuras donde el sudor la


había empapado.

Me senté en la cama con cautela. —Jules, ¿qué pasa?

La respuesta obvia era que estaba enfermo, pero no quise descartar la


posibilidad de una resaca muy fuerte.

No abrió los ojos, pero logró susurrar: —La culpa es de Andy —antes de que otro
ataque de tos lo invadiera y mi maldito corazón se rompiera. ¿Era aquí donde estaba?
Mientras yo me escondía de mi hijo, tratando de ahorrarme la vergüenza bajo el
pretexto de darle espacio, ¿él estaba aquí abajo enfermo y solo?

Los rayos del sol entraban por la ventana, reflejándose en el fino brillo que cubría
sus mejillas, y yo observaba a Julian, mi bebé, mientras se esforzaba por respirar. Algo
dentro de mí se rompió. Mi sentimiento de culpa y mi autodesprecio tendrían que
esperar. Jules necesitaba a su padre.

Apreté la palma de mi mano contra su cabeza y fue como un fuego contra mis
dedos.

—Está frío —consiguió decir, y supe lo que quería. Le puse una mano en la
mejilla y otra en la nuca y suspiró, acurrucándose un poco en mi contacto. Le pasé las
yemas de los dedos por el pelo de la nuca, que estaba empapado de sudor. Necesitaba
algo mejor que mis manos frías para bajarle la fiebre.

Su pequeño maullido de desagrado cuando me alejé reabrió el agujero siempre


presente en mi pecho. Le aparté el pelo húmedo de los ojos.

—Shh, bebé, ahora vuelvo. —Me dirigí rápidamente a su cuarto de baño, donde
agarré una toalla de mano que rezaba que estuviera al menos algo limpia, y la empapé
con agua fría del grifo, dando un rápido agradecimiento al universo de que era el agua
caliente la que no funcionaba en su cuarto de baño, y no la fría.

Cuando volví a la cama, Julian estaba de espaldas, con los ojos aún cerrados, con
los pulgares en la parte superior de sus pantalones cortos, luchando por quitárselos, lo
que me permitió ver el vello oscuro debajo de su ombligo mientras me obligaba a
quedarme quieto.

—¿Qué haces, Jules? —pregunté, manteniendo mi voz lo más ligera posible para
alguien que estaba justo al borde del peligro.
—Mucho calor.

Me colgué la toalla mojada del hombro y tomé suavemente sus manos entre las
mías, bajando para sentarme de nuevo a su lado.

—¿Qué tal si probamos esto antes de desnudarnos? —le pregunté suavemente.

En sus mejillas blancas como el papel aparecieron pequeñas manchas rojas y me


encogí. No era lo más adecuado para decir, teniendo en cuenta el elefante que había
en la habitación, pero no era el momento de discutir. Apreté sus manos antes de
colocarlas sobre su estómago. Agarré la toalla húmeda y la doblé con cuidado antes de
apoyarla en la frente de Julian.

El frío fue obviamente un shock, ya que sus ojos se abrieron de golpe cuando la
toalla tocó su piel, pero después de un rato suspiró. —Gracias, papá.

Mi corazón se hinchó ante su pequeña sonrisa. —¿Cuánto tiempo has estado


enfermo, cariño? Hace tiempo que no te veo.

—Ayer estuve bastante bien. Anoche me fui a dormir temprano —graznó—.


Estaba muy agotado. —Volvió a toser, y su mano no llegó a la boca a tiempo para
taparla—. Pero esta mañana empecé a rezar por la muerte.

Eso no me absolvió del todo, pero disminuyó un poco mi culpa. —¿Qué has
estado tomando?

Sus ojos se abrieron un poco. —Oh, no son drogas, papá... Creo que puede ser la
gripe.

Conseguí contener la risa mientras reformulaba mi pregunta. —¿Ya tomaste


alguna medicina?

Negó con la cabeza lentamente.

—¿Cuándo comiste por última vez?

—Um. —Sus ojos se cerraron mientras parecía pensar seriamente en mi


pregunta. Esperé su respuesta hasta que se le escapó un suave ronquido. Si la toalla lo
había enfriado lo suficiente como para dormir, no iba a despertarlo con más preguntas.

Apreté las yemas de los dedos sobre la toalla, que seguía estando bastante fría.
Me puse de pie y salí en silencio antes de subir las escaleras de dos en dos hasta el
último piso de la casa. Agarré una pequeña bolsa de lona del armario antes de registrar
el lugar, empezando por el baño. Tomé un surtido de medicamentos, ya que no tenía
ni idea de lo que le molestaba específicamente, aparte de la fiebre y la tos. Agarré
pastillas y medicamentos para la gripe, así como pastillas para el resfriado diurno y
nocturno. Al salir, tomé varias toallas y paños, y una camiseta y un pantalón de mi
vestidor, ya que era consciente de que Julian evitaba lavar la ropa como si le debiera
dinero, y no confiaba en mi capacidad para encontrar algo limpio en su habitación. Al
volver a bajar, entré en la cocina para tomar unas botellas de agua y hacer balance. Un
rápido vistazo a los armarios y a la nevera no me permitió encontrar lo que buscaba,
así que saqué mi teléfono y realicé un rápido pedido de comida a domicilio.

Unos instantes después, volvía a bajar las escaleras cuando escuché el suave
sonido de la voz de Julian llamándome.

—¿Papá?

Corrí los últimos metros, ignorando la parte de mi cerebro racional que me decía
que me calmara, que no se estaba muriendo y que no tenía que correr a su lado,
porque cuando tu hijo está enfermo y te llama, el instinto mata a la racionalidad todos
los días de la semana.

—¿Qué pasa, chico?

—¿Dónde has ido? —Su voz era tan pequeña.

—Sólo fui a recoger algunas provisiones —dije, encaramándome de nuevo al


borde de su cama—. ¿Crees que podrías sentarte para mí, Jules?

—Definitivamente no.

Esta vez no pude reprimir la risa. —¿Qué tal si te ayudo?

Julian gimió pero hizo un esfuerzo por levantarse hasta quedar sentado. Fue
incómodo, pero juntos conseguimos ponerlo en pie, aunque estaba casi desplomado
contra su cabecera. Con un poco más de tanteo pude determinar el resto de sus
síntomas y seleccioné algunos medicamentos correspondientes de mi bolsa de tesoros.
Le pasé unas cuantas píldoras y lo convencí de que bebiera la mitad de una botella de
agua antes de que se desplomara, con el cuerpo destrozado por otro ataque de
arcadas húmedas. Los medicamentos y el agua lo ayudarían con la fiebre, pero la tos se
le había ido de las manos.

Le toqué suavemente el brazo. —Una cosa más. —Eché un vistazo rápido a mi


mochila y saqué un pequeño bote de pomada medicinal—. Si te frotas esto en el
pecho, te aliviará la tos y podrás dormir un poco.

Lo miró con desconfianza, pero desenroscó la tapa antes de olerlo y encogerse.

—¿Por qué huele como la casa de Nana?

—Tu abuelo lo usa como masaje muscular.


—¿Ayuda a la tos y a los músculos? Ni siquiera es la misma parte del cuerpo. Eso
parece una noticia falsa. —Julian puso una cara escéptica antes de tenderme el
frasco—. ¿Lo harías?

Lo haría, claro que sí, porque haría cualquier cosa por él. Pero la idea de cuidar
así de Julian, de ser todo lo que él necesitaba, no sólo lo que a mí se me permitía ser,
se acercaba demasiado a la vida que sólo me permitía soñar. La voz volvía a gritarme
que dijera que no, a decirme que no podía arriesgarme a estar tan cerca de él ahora
mismo, a poner a prueba los límites que ya empezaban a desmoronarse a mis pies,
pero no había elección. No estaba seguro de que Julian llegara al baño para lavarse las
manos después de aplicárselo y esa cosa ardería horriblemente si se tocaba los ojos u
otra parte sensible del cuerpo con ella.

Tomé el frasco de su mano extendida y aparté la vista mientras Julian se quitaba


lentamente la camisa. Los latidos de mi corazón se aceleraron, pero me concentré en
mi tarea, en lo único que importaba: Julian.

Me eché una gran cantidad de pomada en los dedos mientras Jules se


acomodaba en el colchón y me obligué a que los dedos dejaran de temblar mientras le
presionaba suavemente la mano en el pecho, frotando la pomada en un círculo cada
vez más amplio. Ignoré la sensación de su piel bajo mis dedos, cálida y suave, incluso a
través de la pomada. Julian cerró los ojos y dejó escapar un suspiro de felicidad y yo
me mordí el labio para no gemir mientras mis dedos recorrían sus pectorales, firmes
aunque no estuvieran bien definidos.

Me quedé mirando sus pezones perfectamente rosados y se me hizo la boca


agua, desesperado por saborearlos, por acariciarlos con los dientes y la lengua. Me
moví mientras mis pantalones se apretaban más y la voz en mi cabeza se hacía más
fuerte. Recogí un poco más de ungüento y volví a mis círculos, mis ojos se desviaron de
mi trabajo de nuevo mientras recorrían el cuerpo de Julian, contemplando cada
centímetro de mi hijo, sabiendo que nunca volvería a tener una oportunidad como
esta.

Los dedos me hormigueaban, me picaban para bajar, para tocar más la piel de
Julian. Quería abrazarlo y acariciarlo, dejarle mordiscos de amor de color rojo intenso
por todo el cuerpo para que el mundo supiera que era mío, para mostrar a todos a
quién pertenecía.

Sin previo aviso, mi mano se deslizó por su pecho y la aparté como si su piel
estuviera hecha de brasas. Los ojos de Julian permanecieron cerrados, pero busqué a
tientas el frasco y la tapa, con la mano resbaladiza por el ungüento, y salí volando en
silencio de la habitación. Me lavé rápidamente las manos, resistiendo a la voz de mi
cabeza que me reprendía por haber dejado que las cosas llegaran tan lejos.

"¿Y si se hubiera dado cuenta de lo que estabas haciendo?"

Lo sé. No sé lo que pasó.


"Ya sabes lo que pasó. Te acercaste demasiado. Rompiste Las Reglas".

Había roto Las Reglas. Las había roto una y otra vez desde el viernes por la
noche.

"Tuviste suerte esta vez".

Suspiré. Lo sé.

Me miré largamente en el espejo, preguntándome por enésima vez qué más


podía hacer, cómo podía asegurarme de que Julian siguiera a salvo, ya que claramente
no se podía confiar en mí. Lo único que se me ocurría para salvarlo de mí, aparte de los
restos desmoronados de Las Reglas, era pedirle a Julian que se mudara. Lo consideraba
casi a diario, diciéndole que necesitaba espacio, que quería que tuviera más libertad,
cualquier cosa que lo sacara de mi casa y a una distancia segura de mí, pero sólo con
imaginarme la expresión de su cara era suficiente para retirar esa sugerencia de la
mesa. No podía hacérselo a él, y en algún lugar profundo de mi interior sabía que
tampoco podía hacérmelo a mí mismo.

Todo lo que tenía eran Las Reglas, y serían suficientes. Tenían que serlo.

Conseguí encontrar una toalla limpia y repetí el proceso de empaparla en agua


fría antes de volver a entrar en el dormitorio. Volví a ponerle la toalla en la frente, pero
Julian ya se había dormido. Me quedé mirando a mi precioso hijo, pero el dolor seguía
ahí, la necesidad de ayudarlo, de ser algo más que un padre para él, el deseo de
cuidarlo. Durante las horas siguientes me dediqué a trabajar, pero no me alejé de él
más que un momento o dos. Recogí en silencio varios Everest de ropa sucia y puse en
marcha la lavadora antes de recoger los platos y la basura, haciendo todo lo posible
por poner en orden su habitación. Me disponía a ocuparme del cuarto de baño,
preguntándome si no sería realmente mi hijo, porque no podía entender cómo alguien
con quien comparto la genética podía dejar que crezca moho en la ducha, pero volví a
entrar en su habitación para comprobar de nuevo su estado.

El paño húmedo estaba en el suelo junto a la cama, pero probablemente era lo


mejor, ya que Julian temblaba como si estuviera atrapado en una tormenta de nieve.
Estaba claro que le había bajado la fiebre, por lo que suspiré aliviado, pero eso no
resolvía el problema inmediato de que se estuviera muriendo de frío. No había podido
identificar la mancha de su edredón y, sinceramente, ni siquiera quería saberlo, así que
la había tirado a la lavadora, pero eso no era precisamente útil para nadie ahora.
Agarré una manta del fondo de su armario y cubrí a mi hijo dormido, pero no surtió
mucho efecto y siguió temblando bajo ella. Decidí subir corriendo a mi habitación y
traer mi edredón para él, pero ni siquiera llegué a la puerta antes de oír la voz
temblorosa de Julian.

—N-No te vayas, Boppa. —Sus dientes castañeaban tan fuerte que casi no pude
distinguir las palabras—. P-P-Por favor.
Me quedé helado al oír el nombre que no había escuchado en años. Cuando
Julian era pequeño, balbuceaba constantemente, un rasgo que nunca superó. Me di
cuenta de que decía una palabra más que cualquier otra: Boppa. Kate juraba que no
era nada, otra tontería, pero yo sabía que no era así, y finalmente incluso ella
reconoció a regañadientes la verdad: Boppa era yo. Nunca supimos por qué me
llamaba así, yo supuse que era una versión adorable de papá, pero ese fue su nombre
para mí durante muchos años. Con el tiempo se le pasó y me convertí en el viejo y
aburrido papá, pero incluso en su adolescencia se le escapaba de vez en cuando
cuando estaba cansado o asustado, cuando yo sabía que me necesitaba más.

Como ahora.

Rápidamente volví a la cama y apreté más la manta contra su cuerpo


tembloroso. —Oye, chico. Voy a traerte otra manta. Vuelvo enseguida.

Sus ojos se abrieron y se encontraron con los míos. Incluso en la oscuridad, eran
tan hermosos. —No... ¿Podrías quedarte y abrazarme?

Todas las alarmas de mi cuerpo cobraron vida; mi cerebro y mis músculos


trabajaron en conjunto mientras me suplicaban que corriera.

La voz en mi cabeza intentó hacerme entrar en razón. "No. No puedes estar tan
cerca de él".

Pero mis pies me llevaron un paso más cerca de la cama.

"Detente. ¿Y si pasa algo? ¿Y si se entera?" La voz era más fuerte, más frenética.
"Lo arruinarás todo".

Me necesita, discutí conmigo mismo.

"Lo que necesita es un padre que lo ame".

Lo amo.

"Entonces déjalo en paz".

La voz era inquietantemente tranquila y recordé por qué estaba ahí en primer
lugar, por qué no podía pasar un día entero sin que estuviera ahí para recordarme por
qué mantenía oculta una parte de mí a la persona que más amaba en el mundo: para
protegerlo.

Mi corazón se convirtió en polvo cuando negué la petición de Julian, tratando de


interpretarla como una broma. —Vamos, puedo encontrarte una manta mejor que tu
viejo padre.
Hice todo lo posible para que mi voz fuera ligera, pero dudaba que funcionara
incluso para los cansados oídos de Julian.

—¿Por favor, Boppa?

Apoyé una mano en la pared mientras mis rodillas cedían momentáneamente, y


luego estaba al otro lado de la habitación en un instante. Sin pensarlo, me metí en la
cama con mi hijo, apretándome contra él, envolviendo su cuerpo tembloroso en mis
brazos.

—Por supuesto, bebé —susurré en la oscuridad—. Papá te tiene.

Tarareó y se acurrucó en mí, y casi lloré por lo bien que encajaba en mis brazos.
La sangre me latía caliente en las venas, como si algo dentro de mí se hubiera abierto y
cobrado vida, una pequeña grieta de luz que empezaba a iluminar lo que había estado
oscuro durante tanto tiempo.

Apreté a Jules contra mí, decidido a ser por esta vez todo lo que él necesitaba.
Probablemente fue un error, y no tenía ni idea de lo que depararía el mañana, pero
por ahora, este momento... Con mi precioso bebé en brazos, exactamente donde tenía
que estar -seguro, cuidado y amado por completo-, mi vida era absolutamente
perfecta.

Julian se quedó dormido, sus suaves ronquidos volvieron a aparecer, y yo le di


besos en la sien, con los labios salados por el contacto con su pelo húmedo, y murmuré
susurros incoherentes contra mi hijo dormido. Te amo, mi pequeño bebé. Lo eres todo
para mí.

Esperé voces y campanas de alarma, las cosas con las que no sólo había
aprendido a vivir en mi vida, sino que había llegado a confiar en ellas para garantizar
que nadie descubriera mi terrible secreto, pero todo estaba en silencio, y mientras
acariciaba suavemente el pelo de Julian, sintiendo que sus escalofríos cesaban por fin
mientras su cuerpo se amoldaba al mío, me di cuenta de por qué... porque ya estaba
demasiado sumergido para ser salvado.
—Oh, Dios mío. Me voy a correr. —Andy gimió como si estuviera grabando una
cinta de audición de CockyBoys19 y dio otro sorbo a su bebida.

Sumergí mis dedos en el agua fría que me rodeaba. —Cálmate. Aquí nadie te
está pagando para que finjas orgasmos.

—¿Quién está fingiendo? Lo juro por Dios, esta margarita está tan buena que va
a hacer semen en mis pantalones.

Miré por encima de mis gafas de sol el pequeño trozo de tela púrpura que se
hacía pasar por el traje de baño de Andy. Estaba estirado hasta su punto de ruptura,
pero al final sólo cubría alrededor del cincuenta y siete por ciento de la ingle de Andy.
Cada vez que lo miraba, había un poco de pene o un montón de bolas asomando. El
pequeño Speedo no lo logró. —Yo no llamaría a esos pantalones.

Andy dio otro largo trago a la pajita rosa que salía de su vaso de plástico rojo
antes de volver a encajarla en el espacio del portabebidas de la balsa con forma de
paleta en la que estaba tumbado.

Incliné la cabeza hacia atrás y cerré los ojos, pateando mis pies perezosamente
en el agua, flotando suavemente en mi propia balsa de forma circular.

La voz de Andy flotó sobre mí. —¿Deberías siquiera estar bebiendo? ¿No estás,
como... muriendo?

—Um, estoy mejor ahora, no gracias a ti, imbécil. No puedo creer que me hayas
hecho enfermar.

Andy se burló. —Deja de llorar. Sólo estuviste enfermo como dos días. Fue un
resfriado, no la polio.

—Sí, como si tuvieras idea de cuánto duraría la polio.

—Bueno, ¿probablemente más de una semana? Tú tampoco lo sabes.

—Sí, pero no fui yo quien sacó el tema, tonto. —Me reí—. Tomaré Talking Out of
My Ass20 por ochocientos.

19
CockyBoys es un productor de pornografía gay en Internet con sede en la ciudad de Nueva York.
20
(Hablar sin pensar) Slang Para decir tonterías; exagerar los logros o el conocimiento de algún tema;
fanfarronear o jactar.
De repente estaba empapado, el agua de la piscina helada en mi piel calentada
por el sol.

—¡Tú, cara de mierda! —jadeé, indignado, mientras un escalofrío me recorría.


¿Hay algún delito más atroz relacionado con la piscina que salpicar a alguien en una
balsa? Oh, espera. Ahogarse sería peor. O empujar a alguien a la piscina cuando
sostenía su teléfono celular en la mano.

Andy se disolvió en un ataque de risa cuando salté de mi balsa y me dirigí


rápidamente hacia él, preparado para llevar a cabo una fría y acuática venganza. A
pesar de que me estaba preparando para asesinarlo, era bueno ver a Andy. Habían
pasado casi dos semanas desde que tuvimos la oportunidad de pasar el rato, y después
de los últimos ocho días... Realmente necesitaba algo de tiempo para relajarme y salir
de mi cabeza después de la semana más incómoda de mi vida.

Uno) Hubo una llamada telefónica que me cambió la vida y me hizo


replantearme todo lo que creía saber sobre mí mismo. Tanto mi mente como mi pene
trataron de procesar el maremoto de nueva información que destruía el castillo de
arena que había sido mi identidad sexual. No es gran cosa, ¿verdad?

B) Pensar que fue mi padre quien me llevó a tener ese orgasmo. (Puede que haya
sido una suposición precipitada).

Tercero) Tratar de molestar a mi padre en un esfuerzo por averiguar si realmente


quería tener sexo conmigo, lo que tristemente no funcionó en absoluto.

C) Masturbarme en su ducha mientras fantaseaba con su pene en mi culo y gritar


su nombre mientras me corría mientras él escuchaba.

Quinto) Esconderme en mi habitación esperando que la muerte misericordiosa


viniera a aliviarme de mi humillación.

Séptima... (¿o son seis? Te dije que no era bueno en matemáticas) Rezar por la
muerte por razones alternas mientras tosía hasta el estupor mientras papá atendía
todas mis necesidades y deseos, excepto el que implicaba su pene dentro de mí.

Esta semana había sido una locura.

L-O-C-U-R-A.

No recordaba mucho del domingo, pero cuando me desperté el lunes


sintiéndome mucho mejor y descansando cómodamente en los brazos de mi padre, la
vergüenza volvió a aparecer. Seguí esperando que cayera el otro zapato, que él dijera:
"Jules, es hora de que hablemos de por qué te estabas restregando en mi ducha
fantaseando conmigo", pero nunca lo hizo. Se había tomado el lunes libre para cuidar
de mí, dándome sopa de pollo con estrellas y ginger ale, mimándome y siendo el
mismo de siempre. ¿De verdad creía que este hombre que se entregaba a mí tan
completamente también fantaseaba con una relación íntima conmigo?

¿Más o menos? Es decir, realmente no lo creía, pero supongo que tal vez lo hacía
porque quería que fuera verdad. Un humano inteligente habría decidido que
simplemente estaba equivocado y habría seguido adelante con su vida. Pero, para ser
justos, un humano inteligente no construiría un muñeco de nieve anatómicamente
correcto y se quedaría con la lengua pegada a su pene de nieve cuando intentara
hacerse una selfie con él. Así que creo que todos sabemos que no hice lo más
inteligente, que habría sido hacer una Elsa y dejar libre esa mierda.

En cuanto mi padre volvió al trabajo y pude moverme sin amenazar con toser un
pulmón, estuve registrando mi propia casa, buscando pistas como la detective Olivia
Benson. Había revisado cada centímetro del dormitorio de mi padre, su oficina en casa,
todos los espacios de vida compartidos, buscando algo que confirmara que mi padre
estaba, de hecho, caliente por mi cuerpo. No estaba seguro de lo que habría hecho si
hubiera encontrado algo, o incluso de lo que realmente estaba buscando. ¿Pensaba
que me encontraría con un tesoro escondido, alguna foto de nosotros juntos con las
palabras "Papá + Julian = Amor" garabateadas por todas partes? Bueno, tal vez sí. Pero,
por desgracia, no. Nada.

A medida que pasaba el tiempo, empecé a dudar seriamente de mi capacidad de


deducción. Me sentí moderadamente ridículo cuando me di cuenta de que había
basado toda mi acusación en el hecho de que mi padre había llevado una corbata azul
ese día. Mi superaburrido padre tenía más corbatas azules que Moira Rose 21 pelucas.
No hacía falta ser bueno en matemáticas para saber que las probabilidades de que
llevara una en un día concreto eran bastante buenas. ¿Qué otras pruebas tenía? ¿Su
lubricante? Sí, nunca lo había visto antes, pero literalmente todos los tipos que conocía
tenían lubricante escondido en diferentes lugares. Entonces, ¿qué quedaba? ¿Que me
llamara Jules? Fui yo quien cometió el error de novato de decirle a la persona que
llamaba mi verdadero nombre, y Jules es un apodo común para Julian. Volví a
examinar las pistas y llegué a unas cuantas conclusiones nuevas.

Conclusión uno: Soy un idiota.

Mi padre no fue quien llamó por teléfono. Simplemente era imposible. Mi papá,
totalmente normal, ligeramente cursi y aburrido, no me deseaba como un Daddy bien
dotado y con bigote en el porno que yo no había buscado en Internet durante la última
semana entre mis actividades de investigación. Siempre se me había dado bien
alimentar mis delirios, engañarme a mí mismo para que creyera cosas que quería que
fueran ciertas. Todas las pistas de las que estaba tan seguro que habían significado
algo en el calor del momento, ahora parecían piezas de un rompecabezas encajadas.
Puede que haya sido capaz de forzarlas para que encajen, pero la imagen no tenía

21
Moira Rose es un personaje ficticio de la comedia canadiense Schitt's Creek.
sentido. Mi imaginación se había disparado lejos con Usain Bolt22, y ahora tenía que
controlar la realidad. Papá no quería ser mi Daddy... sólo era mi papá.

Pero eso no cambió lo que yo sentí al estar frente a él esa noche, deseando que
su toalla cayera al suelo, rezando por ver su cuerpo desnudo y luchando contra el
impulso de arrodillarme frente a él y adorar al pene que me había hecho.

Segunda conclusión: No, mi papá no era el pervertido, yo lo era. Aunque una


atracción por mi padre era mucho más fácil de procesar en mi cerebro que su supuesta
atracción por mí, en lugar de sentirme aliviado, me sentía un poco... desanimado.
Evidentemente, era un hijo terrible, porque aunque estaba casi seguro de que la
persona que me llamó para divertirse no era mi padre, seguía deseando que lo fuera,
¿y qué decía eso de mí?

El chillido de Andy me sacó de mi cabeza. —¡No lo hagas! —dijo, usando lo que


estaba seguro de que creía que era una voz severa pero que en realidad me recordaba
a Justin Bieber de 2010. Ya sabes, antes de que se pusiera ese bigote porno e intentara
convencer a todo el mundo de que sabía español.

Sonreí.

—Julian Sebastian Roberts, no voltees esta balsa.

—¿Me acabas de llamar por mi nombre completo?

Andy sabía que su advertencia caía en oídos sordos porque lo vi agarrar su vaso
de donde estaba apoyado. Me importaba un carajo si su margarita terminaba flotando
en la piscina. Por las muchas veces que me masturbé allí, sabía que el filtro de la
piscina podía con todo, así que a la mierda. Andy iba a caer.

Agarré la balsa con ambas manos y empecé a tirar de ella hacia arriba. —¡No lo
hagas! —gritó—. Si no paras ahora mismo, no te diré lo que mis clientes han dicho de
ti esta semana.

Resoplé. —Como si me importara. —No se me había ocurrido que las personas


que llamaban me mencionaran a Andy, pero por supuesto eso tenía sentido.
Probablemente todos se reían de lo trágico que fui. Era muy consciente de mi
ineptitud como operador de sexo telefónico y no podía importarme menos la opinión
de sus clientes sobre mí, siempre y cuando siguieran llamando (y pagando) a Andy, y
desde luego no necesitaba que me leyeran en voz alta un recuento de mis fracasos
como un cuento para dormir. Apreté el agarre de la balsa.

—Bien. No transmitiré el mensaje de Daddy.

22
Usain Bolt es un ex atleta profesional jamaiquino. Ostenta once títulos mundiales y ocho olímpicos
como velocista, además posee los récords mundiales de los 100 y 200 m lisos, y la carrera de relevos
4×100 con el equipo jamaicano.
Me quedé helado al darme cuenta de que sí había un hombre que me importaba,
y de repente estaba desesperado por saber qué había dicho de mí. Aunque no creía
que fuera mi padre, recordar a mi misteriosa persona que me llamó seguía provocando
un cosquilleo en mis lugares especiales. Dios, esa llamada probablemente seguiría
siendo lo más caliente que me había pasado en toda mi vida.

No solté la balsa, pero la bajé ligeramente. —No sé quién es.

Andy sonrió. —Raro, porque él definitivamente se acordaba de ti.

¿Inventaría Andy alguna mentira atroz para evitar que lo sumergiera en la


piscina? Al cien por ciento. Pero, ¿cómo podía estar seguro de que eso era lo que
estaba sucediendo en este momento? Incluso si Andy se agarraba a un clavo ardiendo,
¿cuáles eran las probabilidades de que eligiera a la única persona que me importaba? Y
no dijo que Daddy tenía un comentario sobre mí, dijo que era un mensaje para mí.
¿Podría vivir ignorando a Andy y posiblemente perdiéndome algo especial del hombre
que había destrozado mi mundo con una llamada telefónica? Spoiler: No, no podía.

Entrecerré los ojos. —¿Qué fue lo que dijo? —Me odié por preguntar, por ceder,
pero esto era más importante que la venganza, al menos por el momento.

—Me olvidé. —Andy sonrió antes de envolver sus labios alrededor de su pajita y
chupar de forma odiosa, claramente sintiéndose satisfecho de que no hubiera tirado
su remilgado culo a la piscina. Fueron sólo unos segundos hasta que el sonido
revelador de una taza vacía resonó en el aire.

—Oye Siri —llamé en dirección a mi teléfono ubicado en una tumbona—.


¿Cuánto tiempo puede sobrevivir un pequeño twink promedio bajo el agua?

Andy se rió. —Soy un adorable chico pasivo sin reflejo nauseoso y puedo
aguantar la respiración eternamente. —Se encogió de hombros—. No me puedo
ahogar.

Eso fue todo. Iba a caer.

Antes de que pudiera tirarlo de la balsa, me puso su copa vacía en la cara.

—¡Pero! Puede que recuerde su mensaje si me tomo otro trago.

Fruncí el ceño mientras soltaba su balsa por completo. —Sabes dónde está el
bar.

—Sí, lo sé, pero nadie hace las bebidas mejor que tú. —Me miró batiendo sus
pestañas, y yo resoplé.

—Oh, cariño, yo no soy una de esas cabeza de músculo que has envuelto
alrededor de tu dedo. Eso no funciona conmigo.
Hizo un mohín. —¿Por favor? Ya estás mojado.

Quería señalar que eso era completamente su culpa, pero cada segundo que
pasaba discutiendo era tiempo que Andy podría estar contándome cómo mi sexy
Daddy divulgaba que no pensaba que yo fuera ni un poquito torpe y que se había
enamorado de mí por teléfono y que llegaría para dar vuelta mi mundo en cualquier
momento.

Aparté mi propia balsa vacía y me dirigí al borde de la piscina, cuando papá salió
por la puerta corrediza de cristal y mi corazón dio un salto de al menos dos latidos.
Últimamente, eso ocurría a menudo cuando papá y yo estábamos en el mismo lugar.
Era parte de la razón por la que quizá seguía escondiéndome de él. Sentía que era sólo
cuestión de tiempo antes de que mi corazón se detuviera por completo y eso parecía
que probablemente sería malo.

—Jesús. —Andy lo dijo en voz baja mientras miraba a mi padre, pero ni siquiera
pude gritarle por ello. Obviamente, papá acababa de volver del trabajo. Odiaba ir a la
oficina los sábados, así que se empeñaba en vestirse de manera más informal, su
manera nerd de rebelarse contra el sistema o algo así. Llevaba una camisa blanca
abotonada con las mangas remangadas hasta los codos, pero ya no tenía la corbata
que lo caracterizaba, y los botones superiores estaban desabrochados, dejando ver
una camiseta blanca debajo. Sus jeans azules oscuros le quedaban perfectos,
abrazando sus caderas y su culo, incluso si técnicamente eran más del corte de jeans
estilo papá. Su barba de fin de semana era oscura y áspera, aunque estaba seguro de
que se había afeitado el viernes por la mañana.

Mi papá estaba jodidamente caliente.

Se acercó a la piscina y el sol brilló en sus ojos. —¿Sales, Jules?

No ahora que tengo una puta erección que no podría ocultar ni siquiera en un
traje de nieve.

Andy intervino. —Nos estaba trayendo más bebidas, Sr. Roberts.

Papá sonrió. —Chicos, relájense, yo las prepararé. ¿Qué te traigo, Andy?

—Un father’s cock23.

Mi padre levantó una ceja. —No he pillado eso.

—Dijo que quiere vodka —dije con una voz muy alta y aguda—. Te odio —le
siseé a Andy en voz baja.

23
Father's Cockail es una bebida a base de whisky, en este caso es un juego de palabras con la
abreviatura cock (pene) ''Un pene de papá''
Papá asintió y se dirigió a la barra húmeda.

—Ew. El vodka sabe a quitaesmalte —se quejó Andy.

—Te lo mereces. Y deja de coquetear con mi papá.

Andy me guiñó un ojo. —¿Crees que le gustará mi nuevo traje de baño?

Si bien estaba cien por ciento seguro de que Andy montaría a mi padre como un
toro mecánico si tuviera la oportunidad, también estaba bastante seguro de que lo
hacía tan ruidosamente sólo para meterse en mi piel. Solía odiar la vaga idea de que mi
padre estuviera con alguien de forma sexual, especialmente con mi mejor amigo...
pero ahora la imagen mental sólo me molestaba porque ese alguien no era yo.

Volví a mirar de reojo a papá, observando cómo sus fuertes brazos se movían
con rapidez, cómo su camisa se pegaba a su piel mientras buscaba otra botella, y sin mi
consentimiento mi cerebro pintó vívidas imágenes de mí siendo abrazado por esos
brazos, presionando mi cara contra ese pecho, inclinando la cabeza hacia atrás,
pidiendo en silencio un beso de esos labios.

Me invadió una sensación oscura y gélida que últimamente me resultaba


bastante familiar: la vergüenza.

Papá se acercó a la piscina con dos vasos. Le tendí la mano y me los entregó de
uno en uno. —Vodka para Andy, Malibú y Coca-Cola para Jules.

Estaba mirando al sol de verdad, pero su sonrisa era lo más brillante que podía
ver. —Gracias, papá. ¿Cómo sabías lo que estaba bebiendo?

—¿Qué clase de padre sería si no pudiera saber lo que quiere mi hijo?

Si sólo lo supieras.

Me di la vuelta y me metí en el agua, acercándome lo suficiente a Andy para


darle el vaso.

—Mmm —gimió Andy seductoramente mientras daba un sorbo—. Esto es tan


bueno, Sr. Roberts.

—Es vodka y hielo, deja de ser un chupamedias —gruñí antes de apartarme de


él.

—Oh, definitivamente estoy tratando de chupar algo.

Le lancé una mirada y me guiñó un ojo.


—Ustedes no estarán conduciendo, ¿verdad chicos?

—No, Sr. Roberts, nunca beberíamos y conduciríamos —dijo Andy con su voz de
soy-un-chico-dulce-follable—. Nos quedamos en casa y tendremos maratón de Schitt's
Creek.

—Buenos chicos.

Las palabras de elogio dichas casualmente hicieron que un escalofrío bailara a lo


largo de mi espina dorsal. El simple hecho de estar cerca de él me hacía sentir cosas
que no podría admitir ante nadie... nunca. El alivio me invadió cuando se volvió para
entrar en la casa.

—¿Quiere verlo con nosotros?

Tendría que acordarme de pedirle a Siri consejos para esconder un cuerpo.

Papá se rió. —Ustedes dos no quieren andar con un viejo como yo.

Andy miró a papá, con la sorpresa en toda su cara de traidor. —Usted no es viejo,
Sr. Roberts.

Papá se limitó a reír, pero Andy no lo dejó pasar.

—Vamos, quédese con nosotros. A menos que tenga algo mejor que hacer.

Andy le hizo un puchero, pero los ojos de papá estaban fijos en mí mientras
respondía.

—No hay nada en el mundo mejor que pasar tiempo con mi hijo.

Su sonrisa volvió a detener mi corazón y tuve que apartar la mirada, temiendo


que viera en mi cara lo profundamente que me afectaban sus inocentes palabras.

—¡Yay! —dijo Andy, levantando ambos brazos por encima de su cabeza, con un
poco de vodka cayendo de su vaso a la piscina.

—¿Qué tal si hago un pedido a domicilio y me meto en la ducha mientras


ustedes dos siguen chapoteando un rato?

Andy estuvo de acuerdo, enumerando un pedido de unos siete platos tailandeses


diferentes, mientras yo me limitaba a asentir, en silencio, mientras papá volvía a entrar
en la casa.

Me estaba licenciando en Comunicación, pero mi especialidad era estar


ensimismado. A veces me olvidaba de lo increíble que él era, pero entonces aparecía y
me hacía sentir importante y amado con tanta facilidad.
—Te juro que tu papá es jodidamente perfecto.

—¿Qué? —Me ahogué. ¿Andy estaba leyendo mi mente? No era para nada justo
que él tenga que ser el sexy y tener los poderes mágicos.

—Te da todo lo que quieres, pero no en plan 'déjame tirar el dinero a mi hijo en
vez de criarlo'. Él realmente se preocupa por ti y quiere cuidarte.

Era cierto, y sabía que tenía mucha suerte de tener un padre así, pero me dolía el
corazón por lo que realmente quería que significaran las palabras de Andy, por cómo
quería que papá me cuidara. Sonreí a mi amigo.

—¿Crees que se daría cuenta si me deslizara en la ducha con él?

Y el momento se esfumó. —¡Amigo, deja de sexualizar a mi papá! —Porque ese


es mi trabajo ahora, aparentemente.

Andy se disolvió en la histeria. Cuando por fin se recompuso lo suficiente como


para hablar, dijo: —Tienes razón. Basta de hablar de tu papá... hablemos de tu Daddy.

Intenté fingir indiferencia, pero mis ojos se movieron a mi alrededor, buscando


cualquier cosa en la que posarse que no fuera la cara de Andy. —¿Quién?

Andy volvió a reírse. —El barco 'Soy Muy Cool Para Que Me Importe' ha zarpado,
amigo mío.

Hijo de la putísima mierda.

—Bien. ¿Qué dijo? —De repente, no estaba seguro de querer saberlo. Realmente
había pensado que mi interlocutor había disfrutado tanto como yo, pero ¿y si no lo
hizo? ¿Y si su mensaje para mí era "no renuncies a tu trabajo, perdedor"? Había tenido
una ilusión aplastada esta semana... no estaba seguro de poder soportar dos.

—Bueno —Andy alargó la primera sílaba, claramente decidido a torturarme—,


primero me preguntó cómo estaba.

No me sorprendió. Daddy llamador fue tan cariñoso conmigo en el teléfono,


tenía sentido que quisiera saber que Andy estaba bien.

—Fue la cosa más extraña. Me ha estado llamando durante un año, siempre con
el mismo tipo de petición, pero anoche fue... diferente.

—¿Diferente cómo?

Andy se encogió de hombros. —Él siempre dirige la conversación, pero anoche


casi todo el tiempo me dejó hablar.
—¿Sobre qué?

—Sobre ti.

Puse los ojos en blanco. —Mentira.

Andy hizo la señal de la cruz. —Lo juro por Dios.

—No hagas eso aquí, las piscinas conducen rayos y no quiero morir cuando
alguna deidad te fulmine por ser un sucio mentiroso.

—Después de mencionar que eras un amigo mío que me había cubierto mientras
estaba enfermo, mencionó que parecías nervioso pero muy dulce y me pidió que le
hablara de ti.

Una respiración quedó atrapada en mi garganta, tan aguda que saboreé la


sangre.

—¿Qué?

Andy confundió mi jadeo con horror. —¡No te preocupes! No le di detalles


específicos sobre ti, sólo cosas vagas.

Podría haberle pasado mi dirección y mi talla de ropa interior por lo que me


importaba, pero mi cabeza daba vueltas. ¿Daddy preguntó por mí? ¿Quería saber
sobre mí? —No entiendo... ¿por qué?

Andy se encogió de hombros. —Sinceramente, no lo sé. Obviamente le causaste


una gran impresión. Supuse que se debía a tu absoluta ineptitud.

Yo habría supuesto lo mismo. Casi no quería saberlo, pero tenía que preguntar.

—¿Dijiste que tenía... algo que decirme?

Andy asintió. —Su mensaje era: 'Gracias por traer tu sol a mi vida'.

Una lenta sonrisa se abrió paso en mi rostro mientras una calidez me llenaba de
adentro hacia afuera.

Un jadeo de Andy atrajo mi mirada hacia él. —Dios mío, ¿te estás sonrojando?

—¡No! Es una quemadura de sol.

Andy ignoró mi evidente mentira. —Julian —preguntó lentamente—, ¿Tienes un


crush con Daddy?
Sacudí la cabeza con vehemencia, sin confiar en mi boca para respaldar mi
negación.

Se encogió de hombros. —No te culpo. Siempre ha sido mi interlocutor más


caliente. Hasta anoche, cuando estaba más interesado en saber de ti que en tener sexo
telefónico. —Andy sonrió.

—¿Tu interlocutor más caliente? —No entendí—. ¿Te gusta...? —No me atreví a
decir la palabra—. ¿Eso?

—¿Quieres decir que me gustan las fantasías de incesto calientes como el


infierno? Demonios, sí, me encantan.

No estaba seguro de por qué me sorprendía. Andy estaba metido en todo. Aun
así, tenía que preguntar. —¿No es como... incorrecto, sin embargo?

Andy hizo un sonido de arrullo. —Oh, pobre chico protegido. Es una fantasía.
¿Sabes qué parte de tu cuerpo decide lo que es caliente? ¿Qué te dice cuando estás
excitado?

—¿Mi pene?

—Noup. —Andy se golpeó la sien—. Tu cerebro. Y los cerebros son súper


retorcidos a veces. —Tomó otro sorbo de su bebida e hizo una mueca—. Dios,
realmente odio el vodka. Mira, JuJu, mucha gente tiene fantasías que otras personas
considerarían jodidas. Recibo todo tipo de llamadas. Sólo porque alguien piense que
algo es caliente, no significa que vaya a salir corriendo a hacerlo. Eso es lo que hace
que el sexo telefónico sea tan divertido. Puedes representar cosas que nunca harías en
la vida real.

La imagen de rozar mis labios con los de papá volvió a inundar mi cerebro, pero
sabía que Andy tenía razón. Podría tener pensamientos muy explícitos sobre pasar mi
lengua por cada centímetro de papá, pero no actuaría en consecuencia. No podía.
Amaba demasiado a mi padre, y nunca lo pondría en una posición en la que se sintiera
incómodo, o haría algo que pudiera hacer que algo cambiara entre nosotros.

El Dr. Drew no había terminado con su pequeño sermón sobre sexo positivo. —Y
permíteme añadir que no hay nada de malo en que ocurra algo entre dos adultos que
dan su consentimiento. ¿Te hace feliz? ¿Hace daño a alguien que no quiere ser herido?
Entonces digo, ve con Dios. La vida es demasiado corta para obsesionarse con mierdas
como la que te pone la verga dura.

—¿Cómo puedes ser tan despreocupado con esto?

Se encogió de hombros. —El sexo es el sexo. El corazón quiere lo que quiere... y


el pene también.
Sacudí la cabeza con vehemencia, sin confiar en mi boca para respaldar mi
negación.

No estaba convencido y se debió notar en mi cara porque Andy suspiró.

—JuJu, no pasa nada si esa llamada te excitó.

Tenía una mentira en la punta de la lengua, mi cerebro coreaba negar, negar,


negar, pero Andy siempre había visto a través de mí. Me miré las yemas de los dedos,
la piel allí fruncida. —Fue la cosa más caliente que me ha pasado nunca.

Podía oír la sonrisa de Andy en su voz. —Mi dulce niño se está convirtiendo en
un pequeño pervertido. —Se limpió exageradamente los ojos—. Estoy tan orgulloso.

Era mucha información para que mi cerebro la procesara, pero algo en mí


parecía un poco más ligero, como si una opresión en el pecho se aliviara un poco. Tal
vez no era una persona terrible.

—Además, con un puto padre tan sexy como el tuyo, me sorprende que hayas
tardado tanto en descubrir tu pequeña perversión paterna.

Con un rápido movimiento, la balsa de Andy estaba en mis manos y su cuerpo


estaba en la piscina.
—¿Puedo ayudarte a encontrar algo?

Levanté la vista de donde estaba revolviendo sin sentido un estante de ropa para
encontrarme con un tipo pelirrojo que llevaba unos auriculares y que me lanzaba la
mirada de soy tan adorable y servicial.

—No, gracias. Sólo estoy mirando.

Se acercó un paso, mirando la prenda en el perchero frente a mí. —Por si sirve


de algo, creo que estarías muy sexy con eso.

Mi risa fue de la variedad de resoplidos muy atractivos. —Eh, no.

¿Sabes quién puede llevar un arnés? Los twinks, los deportistas, los osos, los
patinadores artísticos con medalla de plata... literalmente todos los hombres gays del
mundo, excepto el tipo alto sin masa muscular discernible, con siete pelos en el pecho
al azar y dos pezones de tamaño ligeramente diferente. Por lo tanto, yo.

El pelirrojo no pareció ofenderse por mi brusquedad. Se limitó a mirarme


adorablemente y a sonreír. —Creo que te quedaría bien cualquier cosa.

Pensé que lo que intentaba transmitir era: soy lindo y coqueto, pero el mensaje
que recibí fue: trabajo a comisión y sospecho que podrías tener la tarjeta de crédito de
tu padre en el bolsillo.

Lo cual era ridículo... Era mi tarjeta de crédito, tenía mi nombre y todo. Papá sólo
pagaba la cuenta.

El pelirrojo pareció intuir que no iba a llegar a ninguna parte y se despidió


rápidamente de mí, dirigiéndose a los dos chicos que acababan de entrar, ambos con
aspecto de haber pagado su propia ropa.

Realmente no había planeado hacer terapia de compras, pero después de la


mañana que había tenido, era algo que necesitaba desesperadamente. Desde mi
charla con Andy, mi perspectiva de las cosas había cambiado mucho. Decidí que él
tenía razón: no había nada malo en tener fantasías... y, por Dios, las mías eran
ardientes. Cada noche mi cerebro inventaba otro sueño que empezaba de forma
inocente pero que terminaba con semen por todas mis mantas. No había tenido un
sueño húmedo desde los diecisiete años, pero había cambiado mis sábanas más veces
esta semana que en los últimos tres años. También me había masturbado más que
nunca en mi vida (mi récord fue de seis veces la noche en que papá me dijo que
trabajaba hasta tarde) y casi todas las prendas de vestir que poseía habían parado en
el cuarto de lavado. Pero, aparte de todo el asunto del lavado de ropa, me sentía
bastante bien con todo. ¿Y qué si mientras dormía, mi padre me rescataba de piratas
sedientos de sangre y luego saqueaba mi botín? (En ese caso concreto, también me
saqueó la boca... dos veces.) ¿Pero a quién le importaba? No hacía daño a nadie,
excepto a mí, cuando me despertaba sintiéndome sexualmente saciado y amado
durante unos dos segundos antes de recordar que nada de eso era real. Y esos
sentimientos eran algo que planeaba examinar más a fondo a las horas de la noche.
Como dijo Andy, el corazón quiere lo que quiere y yo estaba bien sabiendo que estas
fantasías me habían hecho venir más fuerte que nunca en mi vida.

Hasta que tuve que mirar a mi padre a los ojos.

Esta mañana, entré en la cocina y me detuve en seco cuando vi a mi padre de pie


frente al fogón, sin camisa, volteando panqueques que sabía que sólo hacía para mí.
Miré la hora en el microondas: 8:30. ¿Qué estaba haciendo aquí?

Su atracción era gravitacional, y mi cuerpo luchaba contra las fuerzas de la


naturaleza para permanecer donde estaba, para no moverse directamente hacia su
órbita. Observé los músculos tensos de su espalda mientras se concentraba en su
trabajo en los fogones, y tuve que sentarme para no acercarme a él y acariciar mi
rostro en su cuello. La cocina se llenó del aroma de panqueques y de su colonia y,
aunque mi pene y yo acabábamos de dar una vuelta por las escaleras (en esta fantasía
papá vaquero hacía su aparición y salvaba un caballo montándome), empezó a agitarse
sin mi consentimiento.

Porque no eran las fantasías las que me hacían sentir culpable... sino que no
estaba seguro de que las fantasías fueran todo lo que quería.

Se dio la vuelta y me alegré de estar sentado, porque me dedicó la sonrisa que


me hacía flaquear las rodillas, la que decía: lo único que me importa en todo el mundo
ahora mismo eres tú.

Siempre me había mirado así, como si yo fuera el sol y mi luz fuera lo único que
necesitaba. Era parte de lo que lo hacía un padre tan increíble. Su rostro era tan
sincero y atento y perfecto, pero yo empezaba a sospechar que quería ser el centro de
su mundo en más de un sentido. Y saber que eso nunca ocurriría era un agudo y
diminuto pinchazo que desinflaba lentamente mi corazón.

—Hola a ti. —Colocó un plato frente a mí—. Estaba a punto de llamarte.

—Eh, hola. —Agarré un tenedor y me quedé mirando la preciosa pila que tenía
delante, toda dorada y mantecosa, y la culpa se me retorció en el estómago. No había
manera de que pudiera comer ahora.

Entonces papá los empapó en jarabe de arce, que al parecer también funcionaba
como neutralizador de la vergüenza, y les di un enorme bocado.
—¿Por qué estás aquí? —pregunté a través de mi boca llena de comida—. ¿No
vas a trabajar?

Papá se encogió de hombros. —Decidí ir un poco más tarde. Te escuché


moviéndote esta mañana y pensé que podríamos celebrar que estás despierto antes
del mediodía. —Me sonrió y tomó un sorbo de su café—. Ya sabes, ya que sólo ocurre
una vez al año.

Puse los ojos en blanco. Era todo un papá, una observación que debería haber
sido un cubo de agua helada sobre los pensamientos de zorra que se habían instalado
en mi cabeza, pero mierda... sólo me hizo desearlo más. La idea de estar con él no me
excitaba a pesar de sus chistes tontos y sus bromas amables, porque esas eran sólo
dos de las cerca de un millón de razones por las que lo amaba. Siempre había sido
mucho más que un padre para mí. Era mi compañero en el crimen, mi confidente, mi
modelo de conducta y mi amigo... y ahora era algo más. Sabía que tenía suerte de
tenerlo en mi vida, pero no podía fingir que no me dolía darme cuenta de que, incluso
con todo lo que era para mí, no era suficiente. ¿Y lo más que quería? Siempre estaría
fuera de mi alcance.

Y como ese pensamiento me desanimaba, ¡a comprar!

Después de desayunar (y de una rápida sesión de pajas -en este caso, papá
podría haber sido un astronauta y yo un pequeño alienígena cachondo que pedía una
sonda anal-) y de una siesta de seis horas, le envié un mensaje a Andy.

Yo: ¿Centro comercial?

Su respuesta fue rápida.

Andy: Claro.

Yo: ¡YAS!

Andy: y cuando no pueda pagar el alquiler por comprar


pantalones cortos en lugar de trabajar, me mudaré contigo y con
Daddy.

Jadeé en voz alta.

Yo: ¿¿CÓMO TE ATREVES??

Andy: ¿te has enfadado porque te he señalado que eres un niño


mimado o porque lo he llamado Daddy?
Decidí que no iba a dignificar eso con una respuesta, más que nada porque no
quería reconocer cuál era la respuesta.

Así que me fui de compras solo, pero no tuvo el efecto que esperaba. Vagaba, sin
ningún plan ni dirección real, entrando en las tiendas y vagando sin sentido por los
pasillos. Ir de compras siempre había sido mi salvación, la única cosa que podía
distraerme, pero el viaje de hoy hasta ahora había sido un fracaso. No podía
concentrarme, ni siquiera en cosas que normalmente me habrían hecho mear en los
pantalones de la emoción. Las rebajas semestrales de Bath & Body Works
normalmente me daban una semi, pero hoy ni siquiera entré en la tienda. Tenía un
bolsillo lleno de gominolas de malvavisco tostado y un nuevo par de Chuck Taylors24 de
color arco iris, pero ni siquiera eso sirvió para animarme.

Lo que nos lleva a este momento: yo, de pie y solo en una tienda que vendía ropa
de club que nunca podría llevar, distraído por el hombre mayor que estaba mirando a
tres metros de mí. Era alto y ancho, con la camisa tirando de su pecho y bíceps
musculosos mientras empujaba las perchas a lo largo de la estantería. Su barba
completa era oscura y bien cuidada y enmarcaba un par de labios perfectamente
besables.

En otras palabras, era increíblemente caliente, pero no me hacía sentir ese algo
dentro de mí. No sabía qué, pero algo en él no me gustaba.

El tipo levantó la vista y me descubrió mirándolo. Me dedicó una sonrisa cálida y


amistosa y, naturalmente, le solté: —Mi padre está más bueno que tú —lo cual era
verdad y al mismo tiempo, la peor frase para ligar de la historia y algo en lo que no
debería estar pensando cuando miraba a hombres atractivos que pudieran estar
realmente disponibles.

Ya sabes... porque no eran parientes míos.

Julian, ¿por qué eres así?

Su sonrisa cayó un poco y de repente recordé que necesitaba desesperadamente


buscar algo en el otro lado de la tienda o posiblemente en el otro lado del centro
comercial.

Mientras huía de la escena de mi terrible crimen, recibí una llamada. Llevaba mis
auriculares, así que no necesité sacar mi teléfono del bolsillo ya que Siri anunció que
era Andy quien llamaba. Me debatí en enviarlo al buzón de voz, pero una parte de mí
esperaba que tal vez él pudiera animarme, ya que los caramelos, los zapatos, los
twinks y los Daddies eran cero para cuatro.

—¿Estás ocupado?

24
Chuck Taylor All-Stars o Converse All Stars es el nombre comercial de un par de zapatos casuales
desarrollado y producido Converse, que ha sido una filial de Nike, Inc. desde 2003.
Suspiré, echando otra larga mirada al Daddy del otro lado de la tienda. —Mucho.

—No, no lo estás.

—¿Disculpa? Tan grosero. Estoy muy ocupado, gracias. Un vendedor no deja de


coquetear conmigo y estoy pensando en ver si quiere tener un rapidito en un
camerino.

—Mentiroso. Seguro que estás enfurruñado y espiando a Daddies buenorros en


el Auntie Anne's.

—¡Ja! No podrías estar más equivocado. —Mi voz era presumida—. Estoy en la
discoteca.

Sin embargo, me estaba dando algo de hambre y un pretzel suave sonaba


increíble.

—¿Cuánto me amas?

—Más de lo que James Charles25 ama a los chicos heterosexuales —respondí


inmediatamente—. ¿Por qué?

—Bien. Y sabes que yo también te amo, ¿verdad?

Una bola de tensión se tensó en mi estómago. —Um. ¿Qué está pasando? ¿Estás
rompiendo conmigo?

—¿Y sabes que todo lo que hago por ti es porque quiero lo mejor para ti?

Estaba muy confundido, pero también muy preocupado. La última vez que Andy
actuó en mi beneficio tuve que cambiar mi número porque Andy se lo dio a un tipo
que juró que era “igual que Jared Leto, ya sabes, si tuviera acné y un parche en el ojo”.

—Andrew, si no me dices qué está pasando ahora mismo voy a hackear tu perfil
de Grindr y te voy a incluir en la lista de los mejores activos.

Me ignoró. Era increíble ignorándome. —Okey, llámame luego.

—O, idea loca, ¿puedes decirme por qué estás siendo raro ahora mismo?

Se rió, lo que no me hizo sentir mejor. —Hablaremos más tarde. Ah, ¿y Julian?
De nada. —Prácticamente pude escuchar el guiño en su voz.

25
James Charles Dickinson, conocido como James Charles, es un youtuber, maquillador y celebridad de
internet estadounidense.
—¿Qué te estoy agradeciendo? ¿Qué te pasa? ¿Estás drogado? —Me tropecé
con un maniquí y conseguí agarrarlo antes de que se derrumbara—. Te lo dije, si sigues
consumiendo poppers de forma recreativa tu culo se volverá más ancho que una lata
de Pringles. Es cierto. Lo vi en la CNN. —O quizás fue en TMZ.

Escuché una risa baja, claramente no parecida a la de Andy. Era cálida y profunda
y me puso los pelos de punta. Saqué frenéticamente mi teléfono del bolsillo para
comprobar la hora. Las seis de la tarde. Viernes. Dulce y pequeño bebé Jesús. No era
Andy.

—Bueno, cada día se aprende algo nuevo.

Era Daddy.

—Hola —suspiré. Algo dentro de mí burbujeó ante la voz que nunca pensé que
volvería a escuchar, pero no lo entendí—. ¿Por qué... cómo es posible?

—Ace dijo que conocía una forma de conectarnos.

Esto no aclaró las cosas. —¿Ace?

—¿Tu amigo?

¿El nombre de la línea sexual de Andy era Ace? Esa era una información que iba a
utilizar para torturarlo durante aproximadamente el infinito. Me di cuenta de lo que
había pasado exactamente. Andy nos había llamado a tres bandas y se había ido,
tomando una página del manual de las Mean Girls.

Bien jugado, Andrew.

Por supuesto, iba a matarlo en cuanto lo viera. Lo cual era una pena, ya que eso
significaba que probablemente tendría que conseguir mi propia cuenta de Netflix.
Oooh. Me pregunté si me dejaría su ropa en su testamento. No era desagradecido -
nunca pensé que tendría la oportunidad de volver a hablar con Daddy, así que estaba
algo mareado por todo el asunto-, pero Andy sabía que estaba en el puto centro
comercial. No se me ocurría ningún lugar menos apropiado para pasearme con una
enorme erección, excepto quizá un funeral, y eso considerando el improbable milagro
de que pudiera mantener las manos fuera de mis putos pantalones. Pensándolo bien,
la muerte era demasiado buena para Andy. Empecé a considerar algún tipo de tortura
que implicara pinzas en los pezones.

—Jules, ¿es un mal momento? Siempre puedo...

—¡No! —Las palabras de Daddy me devolvieron a la realidad. No sabía por qué


hablar con él me parecía exactamente lo que necesitaba para sentirme tranquilo, pero
su voz era una manta de peso que cubría mi ansiedad—. No —repetí, tratando de
sonar menos asustado—. Quiero hablar contigo. Sólo estoy un poco sorprendido —
Luego una pausa—. Te he echado de menos.

No estaba seguro de si eso era exactamente la verdad. ¿Había echado de menos


hablar con Daddy o había echado de menos el tiempo que pasaba fingiendo que era mi
papá el que estaba al otro lado de la línea? Eso parecía una distinción significativa que
ya estaba preparado para fingir que no existía en cuanto dijo: —Yo también te he
echado de menos, Jules.

Los latidos de mi corazón se aceleraron y supe lo que quería. No importaba quién


era este hombre en el teléfono, lo único que me importaba era que en mi mente no
era sólo mi Daddy, era mi papá. Y de alguna manera, el saber que esto era lo más
cercano a estar realmente con él de lo que jamás estaría, apagó una pequeña luz
dentro de mí. Me escabullí de la tienda, para disgusto del vendedor, que estaba seguro
de que aún esperaba conseguir mis dígitos -bueno, los de mi tarjeta de crédito-, y me
dirigí a la salida del centro comercial.

—No parece que estés en casa.

—En realidad no lo estoy. Estoy en el centro comercial, pero ya me voy.

—¿Encontraste todo lo que buscabas, entonces?

Medité la pregunta. —No sé si realmente buscaba algo en particular. —Excepto


una distracción.

La voz de Daddy era divertida. —Entonces, ¿por qué estabas en el centro


comercial?

—Porque comprar cosas me hace sentir mejor —dije honestamente sin pensar.

—Ya veo. ¿Y qué pasa?

Estaba como ciento setenta por ciento seguro de que este tipo no llamaba a una
línea de sexo telefónico para escuchar mis lamentos.

—Oh, nada —dije despectivamente, pero me encogí al recordar nuestra primera


llamada y su extraña fascinación por que dijera la verdad. Estaba bastante seguro de
que no me iba a dejar escapar con esa respuesta.

Sin embargo, en lugar de amonestarme, se limitó a hablar en voz baja. —Dime


qué te pasa, bebé.

Su término cariñoso me rompió en mil pedazos. Era como papá me llamaba en


mis sueños. Y, quiero decir, no sería tan raro escucharlo, porque yo era su bebé, su
único hijo, pero esa palabra tenía el potencial de significar mucho más y yo quería ser
todas esas cosas para él. La sola idea bastó para derribar todos mis muros y, de
repente, no estaba de pie junto a una pastelería hablando con un desconocido, sino
que estaba manteniendo una conversación real con el hombre más importante de mi
mundo.

El hombre del que quizás estaba un poco enamorado.

—Es que han sido un par de semanas muy duras, Daddy. —Intenté continuar sin
que se me quebrara la voz, pero eso era imposible—. Primero fueron todas las
llamadas, que se me dieron excepcionalmente mal, luego estuve enfermo... —Mi voz
se quebró en la última palabra, mientras me inundaba el recuerdo de papá, mi
verdadero papá, cuidando de mí, abrazándome con fuerza, diciéndome que todo
estaría bien, y se me hizo un poco más difícil respirar.

—Oh, mi dulce niño. Siento mucho escuchar eso.

Me di cuenta de que había dejado de caminar y estaba en medio del centro


comercial, con los clientes apurados lanzándome miradas de muerte mientras me
rodeaban. Observé mi entorno... ¿Hot Topic? Carajo. Había caminado en dirección
contraria. Derrotado, encontré el banco más cercano y me dejé caer en él, intentando
con todo lo que tenía mantener la compostura. ¿Qué tenía Daddy que hacía que mis
emociones salieran a la superficie? Sospeché que no quería reconocer la respuesta
honesta a esa pregunta.

Sollocé pero conseguí contener las lágrimas. —Sólo estoy cansado.

—¿Has estado durmiendo poco?

Ese no era realmente el problema, ¿verdad? En todo caso, estaba durmiendo


demasiado, porque últimamente parecía que mis sueños eran el único lugar en el que
era verdaderamente feliz.

—No, es eso. No estoy seguro de por qué estoy tan cansado.

—¿Qué has comido hoy?

Se me rompió un poco el corazón, pero me reí de las palabras. Esa era una de las
preguntas habituales de mi papá cuando estaba disgustado, probablemente porque
sabía que siempre era un poco más dramático cuando tenía hambre. Debía ser una
cosa de padres.

Me puse a pensar en la pregunta. ¿De verdad no había comido desde el


desayuno con papá? No es de extrañar que me sienta mal. —Me comí unas gominolas
hace como quince minutos.

Se rió. Nunca me cansaría de hacerlo reír. —¿Qué tal comida de verdad?


—En realidad, hace tiempo —confesé, sintiéndome como un niño de diez años
que no sabía cuidar de sí mismo en lugar de uno de veintiuno que, bueno,
aparentemente no sabía cuidar de sí mismo.

—¿Por qué no vas a por algo de comida y yo charlo contigo mientras comes?
Apuesto a que te hará sentir mejor.

Escucharme masticar no podía valer ocho noventa y nueve por minuto o


cualquier cantidad ridícula que pagara Daddy por estas llamadas. Puta mierda. Me
olvidé por completo de que estaba gastando dinero para escucharme balbucear.
¿Cuánto le habían costado mis lloriqueos hasta ahora?

—No —tartamudeé—, estoy bien. Lo siento. Seguro que tienes otras cosas de las
que quieres... hablar. —Intenté adoptar una voz sexy pero luego recordé que no tenía
ninguna.

—De lo que me gustaría hablar ahora mismo es de que mi dulce niño se


alimente.

Como si fuera una señal, mi estómago retumbó, y por supuesto Daddy no podía
oírlo, pero era casi como si mi cuerpo estuviera de acuerdo con él, diciendo: escucha a
Daddy, Julian, él sabe más.

—Okey —dije en voz baja.

—Ese es mi buen chico. —Un cálido cosquilleo recorrió mi espina dorsal y mi


cuerpo pareció más ligero mientras me levantaba del banco y básicamente flotaba
hacia el patio de comidas. Encontré el camino hacia el centro del centro comercial, la
meca de las bondades azucaradas, saladas y grasosas. Medité cuidadosamente mis
opciones.

—¿Qué vas a pedir, bebé?

—Me estoy inclinando por las chuletas de pollo, pero también podría ser un
cheesesteak26.

Daddy emitió un sonido grave que olía a desaprobación, y algo de eso me


recordó la mirada que papá siempre me lanzaba cuando me daba un suave empujón
para que eligiera opciones de comida saludable y yo las ignoraba por completo. Pero
en este momento la idea de decepcionar a Daddy o a mi papá era más de lo que podía
soportar.

—¿O tal vez podría comer una ensalada? —Mi voz sonó al final, lo que
obviamente era yo pidiendo aprobación o permiso o... algo.

26
El cheesesteak es una especie de sándwich que lleva en su interior pequeñas tiras de carne (steak) y
una pequeña cantidad de queso fundido de cheddar o provolone.
—¿Qué tipo de ensalada?

¿Era una pregunta con trampa? —¿De las que tienen vegetales?

Papá se rió. —Buen comienzo, pero no llena mucho. ¿Qué más podrías añadir a
esos vegetales?

Mi conocimiento de las ensaladas consistía en dos hechos: que eran asquerosas y


que las odiaba. Intenté pensar en lo que había visto comer a papá a veces.

—¿Tal vez algo de pollo? —Pensé un poco más—. Ah, y pan.

Mi estómago emitió otro gruñido. La verdad es que eso sonaba bastante bien.

—Creo que es una elección perfecta, bebé.

Sonreí, un cálido cosquilleo recorrió mi cuerpo. Algo que había hecho era
perfecto.

Conseguí mi cena y encontré una mesa vacía escondida en el lado del patio de
comidas que nadie visitaba nunca -¿Chick-fil-A?27 Un pase difícil, y me puse a comer.
No recordaba la última vez que había comido una ensalada de buena gana; ¿estaban
siempre tan buenas, o ese satisfactorio entusiasmo provenía de saber que Daddy
quería que me cuidara porque, para él, yo era importante? Quizá fuera el aliño de la
ensalada.

Mientras masticaba, intenté varias veces volver a una conversación más sexy, ya
que, hola, hablar puede ser barato, pero está claro que no es gratis, pero Daddy no lo
aceptaba. Y yo estaba feliz de estar hablando con él. No era que no pudiera hablar con
mi papá; siempre había sido mi mejor amigo, sinceramente, y siempre había sentido
que podíamos hablar de cualquier cosa -hasta hace unas dos semanas-, pero
últimamente había sido difícil estar en la misma habitación que él, respirar el mismo
aire, sin que ese pequeño espacio en mi cerebro me gritara que presionara por más,
que fuera tras lo que me di cuenta que realmente quería. Fue bastante agradable
hablar con Daddy y no preocuparme por joder toda mi vida porque se me escapara
que deseaba que estuviera allí para poder doblarme en el baño de un centro
comercial.

Porque eso es, de hecho, lo que dije. Ups.

Se rió. —Eso no suena muy higiénico.

—Lo sé, ¿verdad? Y sin embargo, sucede todo el tiempo en el porno que leo. Qué
raro.

27
Chick-fil-A es una cadena de restaurantes.
Supongo que en el porno la higiene es lo tercero.

—Entonces, cuéntame más sobre lo que está pasando. —Su voz era suave pero
no era una petición, así que lo hice. Le di algunos detalles más sobre mi enfermedad,
sobre mi amistad con Ace -realmente, no podía esperar para atormentar a Andy sobre
eso- y sobre cómo me había estado sintiendo fuera de control. No mencioné a mi papá
ni mis nuevos sentimientos por él. No porque no confiara en Daddy, por alguna razón
sentía que lo conocía de toda la vida, lo cual era totalmente extraño y aleatorio para
un tipo con el que había hablado dos veces, pero algo me hacía mantener esa parte de
mí en secreto. Era especial, sólo para mí y para papá, para nadie más. Aunque me
había esforzado mucho en fingir que este tipo era mi padre, hasta imaginar sus
expresiones faciales y reacciones que acompañaban a cada palabra que decía Daddy,
mis sentimientos por papá eran mucho más profundos que la lujuria y algo me hacía
querer mantener en privado este descubrimiento que había hecho, estos sentimientos
que estaba teniendo.

Daddy me hizo muchas más preguntas, como por ejemplo sobre mi día, sobre lo
que me pasaba, cómo me sentía con las cosas. Me di cuenta de que no me preguntaba
nada demasiado personal, como si respetara mi intimidad, así que hice todo lo posible
por no hablar de más, charlando de cosas aleatorias y tonterías hasta que me di cuenta
de que mi ensalada había desaparecido y mi barriga estaba contenta.

—No estuvo tan mal, ¿verdad? —El tono coqueto de su voz era claro, y me hizo
sentir adorado.

—Supongo que no —dije, simulando un malhumor—. Pero prefiero que no se


convierta en una costumbre.

La risa de Daddy era profunda, como la de papá. —Dios no lo quiera. Pero tal vez
implementarlo de vez en cuando, sólo para que no te dé escorbuto28.

Mi mente inmediatamente trajo a colación imágenes en Tecnicolor de mis


pantalones alrededor de mis tobillos en mi fantasía pirata, mientras mis mejillas ardían
y me preguntaba cómo podría hacer que Daddy me llamara puta desvergonzada.

—Ace me dijo que vas a la universidad. ¿Cómo va eso? —No me preguntó a qué
universidad iba, qué estudiaba, nada que indicara que estaba tratando de descifrar mi
identidad, sólo un interés genuino en cómo me iban las cosas. Era tan fácil hablar con
Daddy que perdí la noción del tiempo, parloteando sobre esto y aquello, deleitándome
con su atención.

El patio de comidas empezaba a ser ruidoso, así que recogí mi bandeja a


regañadientes y volví a deambular por el centro comercial.

28
Es una enfermedad que ocurre cuando se tiene una carencia grave de vitamina C (ácido ascórbico) en
la alimentación.
—Oh, no —murmuré antes de poder detenerme.

—¿Qué pasa, bebé?

Dios, ¿por qué sólo el sonido de esa palabra me producía escalofríos por toda la
piel? Casi respondí instintivamente con mi habitual "no es nada", pero sabía que hacía
feliz a Daddy cuando me abría, y me gustaba hacer feliz a Daddy, y me encantaba ser
su niño bueno.

—Acabo de ver un cartel que dice que este es el último fin de semana que se
proyecta Hero Dude III en este teatro. —Suspiré mientras miraba el cartel de la película
rodeado de un halo de luz—. Llevo mucho tiempo queriendo verla, eso es todo.

—Entonces, ¿por qué no lo haces?

—Oh, no. Está bien. Puedo esperar hasta que llegue a Netflix.

Papá tarareó. —Eso será probablemente dentro de mucho tiempo. —Una


pausa—. ¿Cuándo es la próxima función?

Miré el recuadro que había sobre la taquilla. —Uh, ¿veinte minutos? Pero
realmente, no quiero ser el tipo de persona que va sola al cine.

—¿Por qué?

Hice una pausa. —Yo... no estoy seguro, en realidad. Me parece un poco...


patético, supongo. —No sabía por qué, pero me parecía una cosa de perdedores.

—No sé nada de eso. Creo que hacer algo que te haga feliz rara vez es una mala
idea.

Fruncí el ceño. Eso tenía sentido, pero incluso ver la película que me moría por
ver desde hacía meses no sonaba tan bien como simplemente charlar con Daddy. Y,
ahora que no estaba tan hambriento, esperaba que nuestra conversación se
convirtiera en una variedad de ajuste de pantalones.

—Además, no estarías solo, Jules. Yo estaré contigo.

Mi corazón hipó dolorosamente en mi pecho. —¿De verdad harías eso?

—Me encantaría.

Antes de que pudiera cambiar de opinión, me acerqué a la ventanilla y pedí un


boleto, y para mi sorpresa el chico de secundaria que estaba detrás del cristal no me
miró como si fuera un perdedor gigante y solitario. ¿Por qué creía que hacer las cosas
solo me hacía quedar mal?
—Culpo a la sociedad —dije, mientras el acomodador arrancaba el talón de mi
entrada.

—¿De qué, cariño?

—De casi todo.

Daddy suspiró. —Yo también.

Pasé por delante del puesto de venta, mirando con anhelo los caramelos de
goma.

—Si no recuerdo mal, tienes el bolsillo lleno de gominolas.

Me preocupaba menos que Daddy estuviera leyendo claramente mi mente y me


impresionaba más que recordara algo que yo había olvidado por completo. Y las
gominolas ganan a los Sour Patch Kids29 cualquier día de la semana.

El cine estaba casi vacío, lo cual tenía sentido ya que estaba seguro de que todo
el mundo en Estados Unidos ya había visto esta película excepto yo. Andy seguía
diciendo que la veríamos juntos pero, como hemos establecido, Andy es un mentiroso
que miente. Pero había estado haciendo horas extra en el trabajo para compensar el
tiempo que había perdido... ¿y tal vez por los clientes que le había hecho perder? Ups.

Tomé asiento en la última fila, lejos de las miradas indiscretas de la gente que
inevitablemente pensaría que estaba hablando solo. La película iba a empezar en diez
minutos, así que para pasar el tiempo desafié a Daddy con las preguntas del trivial que
aparecían en la pantalla y me reí cuando supuso que Billie Eilish era una jugadora de
hockey profesional. Daddy tontito.

—Entonces, ¿qué tipo de películas te gustan?

La inocente pregunta trajo un pensamiento al frente de mi mente, y me olvidé


cómo respirar. Sin perder el ritmo, Daddy pareció percibir una perturbación en la
Fuerza.

—¿Qué pasa, Julian?

Dejé escapar una pequeña risa ahogada, recordando cómo meter y sacar el aire
de mis pulmones. No pasaba nada. Mi breve período de asfixia se debió a que todo se
sentía bien. Más que bien... perfecto.

29
Sour Patch Kids es una marca de caramelos blandos con una capa de azúcar invertido y azúcar agria.
—Es que... sé que es una estupidez, pero acabo de pensar que es como si
estuviéramos en una cita. —Enterré la cabeza entre las manos y me morí de vergüenza
cuando las luces a mi alrededor se atenuaron y los trailers comenzaron.

—¿No lo estamos?

Esa no era la reacción que esperaba. —¡¿Qué?! —Chillé, pero fue un chillido
varonil.

—Bueno, hay que admitir que hay algunas cosas que disfruto en las citas que no
son exactamente posibles en esta situación, pero realmente he disfrutado de estar
contigo esta noche.

Me deleité con su cumplido durante un nanosegundo antes de que mi cerebro se


centrara en su otro comentario. —¿Qué tipo de cosas?

—Hmm. Bueno, me hubiera gustado agasajarte esta noche. Me encanta mimar a


mi hijo.

Me reí. —¡Qué casualidad! Me encanta que me mimen. —Se me ocurrió que mi


papá en realidad pagó mi cena, ya que usé su tarjeta de crédito. No era algo que
tuviera que mencionarle a Daddy—. ¿Qué más?

—Bueno, si estuviera contigo ahora, sentado en la parte de atrás de una sala de


cine oscura, no creo que pudiera mantener mis manos quietas.

La respiración se me atascó en la garganta, y ni siquiera un adelanto de la última


película de Chris Evans habría conseguido que me concentrara en la pantalla.

—¿Qué quieres decir?

—Bueno... —Hubo una pausa y Daddy bajó la voz. Todavía podía escucharlo bien,
pero se había vuelto suave y fundido—. Empezaría tomando tu mano, entrelazando
nuestros dedos.

Inevitablemente flexioné los dedos como si los preparara para la mano que no
vendría, pero mis párpados se cerraron y fue casi como si pudiera sentir su cálida
palma presionando contra la mía, su pulgar frotando lentos círculos en mi mano. Un
cálido cosquilleo recorrió todo mi cuerpo ante la imagen mental de mi padre a mi lado
en este teatro oscuro, y quería... mi deseo irradiaba de mí, un dolor profundo en mis
huesos por una intimidad que nunca tendría.

Pero, en cierto modo, la tenía. Ahora mismo, en mi mente, estaba en una cita
con el hombre más hermoso e increíble del mundo, mi papá, y él me llevaba de la
mano. Dejé escapar un suspiro de satisfacción que esperaba que no fuera audible a
través de mis auriculares, pero Daddy se rió. Maldita sea tu fabricación superior, Apple.
—¿Te gusta esto, bebé? ¿Tomar la mano de Daddy?

—Sí. —Salió como un suspiro.

Se rió al exhalar. —A mí también, cariño, y luego apoyarías tu cabeza en mi


hombro.

No podría haber resistido a inclinar la cabeza hacia atrás por todo el dinero del
mundo. Era tan fácil seguir las instrucciones de Daddy, tan fácil fingir que estaba
realmente aquí... que mi papá estaba realmente aquí.

—Y tal vez me inclinaría, presionando suaves besos en tu cabello.

Algo en esas palabras me hizo pensar en el despertar en los fuertes brazos de


papá.

—Y, si estuviera ahí, me movería más abajo, hasta que mis labios rozaran tu
nuca.

Me estremecí ante la imagen mental. Era una especie de puta para que me
besaran el cuello; la piel ahí era siempre tan sensible. Imaginé el aliento caliente de
papá pasando como un fantasma sobre mi piel, la nitidez de su barba incipiente
contrastando con la suavidad de sus labios, obsesionado con la idea de que dejara
marcas para que el mundo las viera.

—Entonces me movería para besarte justo debajo de la oreja.

Gemí. No pude evitarlo.

Pude oír su sonrisa. —A alguien le gusta que lo besen ahí.

No tenía ni idea de cómo había encontrado mi zona erógena secreta, pero


siempre había estado bastante seguro de que podría correrme en los pantalones si
alguien me besaba las orejas. ¿Imaginar que era mi padre con sus perfectos labios
rozando mi punto especial? Había un claro movimiento en mis jeans.

—Es mi lugar favorito, Daddy. —Mi voz no era más que un susurro.

—Tu favorito, ¿eh? —Inhaló bruscamente—. ¿Puedes sentir mi aliento entre mis
besos, caliente y húmedo en tu piel?

—Sí —respiré antes de tragar con fuerza.

—¿Y si tomara el lóbulo de tu oreja entre mis dientes, bebé? ¿Si te mordiera con
fuerza para reclamarte como mío?
Mi boca estaba demasiado seca para hablar, ya que toda la humedad de mi
cuerpo se acumulaba en mi pene.

—Luego pasaba la lengua por el mordisco, calmándolo, antes de chuparlo.

Mis oídos hormigueaban y mi pene me dolía. Esto era literalmente mi sueño


húmedo hecho realidad. —¿Y luego qué?

—Luego veríamos la película.

—¿Qué? —El tráiler de la película que se estaba proyectando era el de una


próxima comedia romántica y, por desgracia, una pausa dramática coincidió
perfectamente con el estridente chillido que acababa de soltar. Las cuatro personas
que estaban en el cine se volvieron hacia mí; tres de ellas me miraron con desprecio y
una parecía preocupada por mi cordura. Me hundí en mi asiento.

—Eso no es justo —susurré, consiguiendo de algún modo gemir y susurrar


simultáneamente.

Daddy se rió. —¿Quieres algo más, bebé?

Quería mucho más, incluyendo ver a mi papá entrar por la puerta del cine y que
yo corriera hacia él y cayera en sus brazos. Pero correr con una erección era difícil y
eso sonaba como una buena forma de empalar a alguien.

—Sí, por favor.

—¿Qué quieres que haga, Jules?

Volví a mirar alrededor del teatro, muy en conflicto. La voz de Daddy en mi oído
me había llevado de cero a sesenta en aproximadamente un segundo, pero estaba en
público. No podíamos hacer esto... ¿o sí?

—Daddy —susurré—. Hay gente.

Jesús, me encantaba su risa. —Hmm... Bueno, podríamos ver la película, bebé.

Inserte un puchero aquí.

—O... —continuó—, tal vez yo podría hacer la mayor parte de la charla.

Ya era un hecho establecido que él era infinitamente mejor que yo en la charla


sexy. —Sí. Eso. —Tras una pausa, recordé lo mucho que le gustaban a Daddy mis
modales—. Por favor.

Eso me valió una risita teñida de dulzura. —Cualquier cosa por mi hijo. —Se
aclaró la garganta—. ¿Por dónde íbamos?
El tráiler terminó y comenzó uno nuevo. —Estabas a punto de besarme —
susurré.

—Oh, es verdad. ¿Cómo lo sabes, cariño? ¿Eres vidente?

¿Lo era? ¿Era así como siempre sabía quién sería el próximo en ser expulsado de
The Bachelor?

—Definitivamente estaba recibiendo la vibra de los besos. Quizá tenga un quinto


sentido.

Daddy se rió. —Apuesto a que sí, bebé. Así que ahora me siento a tu lado y
levanto el reposabrazos entre nuestros asientos para que puedas apretarte contra mí.

Me contoneé en mi asiento como si me acurrucara contra él.

—Te sostengo contra mí, pasando mis dedos por el pelo de tu nuca.

Me estremecí, casi sintiendo las ligeras y burlonas caricias.

—Ahora me inclino y rozo mis labios con los tuyos.

Ahogué un suspiro mientras me pasaba la lengua por el labio inferior,


imaginando que era la lengua de mi papá.

—¿Sientes mi mano en tu muslo, bebé? La estoy moviendo lentamente hacia tu


pene.

Asentí con la cabeza.

La voz de Daddy era un cristal roto que me dejaba en carne viva y abierta en
todos los lugares donde me tocaba. —¿Estás duro, bebé?

—Mmhmm —fue todo lo que logré decir, mientras mi propia mano se arrastraba
hacia mi erección. Pero espera, ¿estaba permitido? ¿Y por qué era tan deliciosa la idea
de preguntar?— Daddy, ¿puedo tocarme?

—No.

Mi cerebro tardó un segundo en procesar la palabra, pero mi mano se congeló


automáticamente. —¿Qué?

¿Cuándo me había dicho que no? Oh, duh-me había olvidado de mis modales.

—Lo siento, ¿puedo tocar mi pene, por favor, Daddy?


—No, mi dulce niño.

Me estampé mentalmente y luego lloriqueé y él emitió un sonido como de miel


caliente que no sirvió para calmarme.

—Pero he dicho por favor —dije, mitad resoplido molesto, mitad gemido.

—Lo sé, eres el pequeño niño educado de papá.

Me pavoneé ante el elogio y desabroché el botón de mis jeans, metiendo los


dedos bajo la cintura de mis bóxers, esperando las palabras mágicas de permiso.

—Entonces, ¿puedo?

—No, cielo, no puedes sacarte el pene en público. —Las palabras severas de


Daddy coincidían con su tono, lo que naturalmente interpreté como una señal para
seguir suplicando.

—Por favor, Daddy. —Mi voz sonaba aguda a mis propios oídos, cada vez más
frenética—. Por favor. Nadie me verá. —Mis dedos bailaron ligeramente sobre el vello
de la base de mi pene—. Por favor, deja que me corra.

Papá se rió. —No he dicho que no puedas correrte, bebé, sólo he dicho que no
puedes tocarte.

Mis ojos se abrieron de par en par y se me cortó la respiración en la garganta.


¿Quería decir...? Nunca me había corrido sin algún tipo de contacto físico, pero si
alguien podía convencerme de ello, sería Daddy.

—¿Quién hizo ese pene, bebé?

Tragué. —Tú lo hiciste, Daddy.

—¿Y a quién pertenece?

Estaba tan empalmado que me dolía y las palabras de Daddy no ayudaban, cada
una enviaba un pulso de placer a mi dolorida longitud.

—Te pertenece a ti —logré susurrar.

—Entonces, ¿quién establece las reglas?

Me iba a morir. —Daddy hace las reglas.

—Así es, mi amor —susurró—. Nunca me perdonaría si mi bebé se metiera en


problemas, así que manos fuera.
Jesús, la puta mierda que dijo. Me estremecí y lloriqueé mientras deslizaba a
regañadientes la mano fuera de mis jeans. —Okey.

—Muy bien, bebé. Tan bueno para papá.

¿Qué tenían esas palabras, sólo la idea de que yo era su buen chico, que ardían
como un ácido por mis venas, haciendo arder cada centímetro de mí? Me ardían todas
las partes, las mejillas, las manos, la espalda, que se convertían en pinceladas de sudor.

—¿Te portarías bien conmigo si estuviera ahí, bebé? ¿Me dejarías tocarte? ¿Usar
tu cuerpo para mi propio placer?

—Dios, sí. —Mi erección se agitó y se tensó contra mis pantalones. Quería ser
libre, ser tocada, pero en lugar de eso estaba aprisionada como un puto elfo
doméstico.

No era justo.

—Por supuesto que lo harías, mi dulce muchacho. Te subiría a mi regazo y te


acariciaría el pene a través de tus ajustados pantalones. —Gimió suavemente, y supe
él que estaba haciendo lo que a mí no me estaba permitido—. Son ajustados, ¿verdad,
bebé?

—Mhm. —Normalmente llevaba pantalones ajustados, pero con la monumental


erección que estaba luciendo, se veían positivamente indecentes, poniendo a la vista
cada centímetro de mi constreñida longitud.

Fui vagamente consciente de que los trailers habían terminado y el cine estaba
inquietantemente silencioso cuando empezó la película. Me quedé mirando los
nombres que se desplazaban por la pantalla, pero no tenía suficiente sangre en el
cerebro para encontrarle sentido a ninguno de ellos.

—Luego te desabrochaba los sexys jeans, pasaba mis dedos por la suave piel de
tus caderas mientras los bajaba por detrás. —Su aguda inhalación me cortó los oídos—
. ¿Quieres que te pase los dedos por el culo, bebé? ¿Presionar dentro de ti? ¿Hacerte
gemir delante de todos?

No pude responder. Cualquier sonido que hiciera al abrir la boca habría


desgarrado la sala de cine.

—¿Crees que todo el mundo lo sabe, bebé? ¿Sabe que estás sentado en un
charco de humedad, que tu pene está goteando para mí?

Escuché a alguien toser y mi cuerpo se tensó.

—¿Saben que el hombre que te pone tan duro es tu propio papá? ¿El hombre
que te dio la vida? ¿Saben que eres el niño perfecto de Daddy?
Estaba tan jodidamente excitado que pensé que iba a morir. Apreté mis muslos,
persiguiendo cualquier tipo de fricción mientras me retorcía en mi asiento. Gracias a
Dios, todas las preguntas de Daddy parecían ser retóricas, ya que estaba luchando por
mantenerme callado.

Su voz era baja y podía oír el sonido de piel sobre piel. Saber que se estaba
tocando a sí mismo y que yo no lo hacía de alguna manera lo hacía más caliente,
incluso más prohibido.

—¿Te mecerías en mi regazo, sintiendo lo duro que estoy para ti? ¿La aspereza
de mis jeans contra tu sensible agujero?

Se me escapó un gemido que rogué que nadie hubiera escuchado.

—Lo saben, bebé. Saben que eres el juguete de papá. Van a ver cómo tomas mi
pene, cada centímetro, aquí mismo.

—Hmmmmm. —Me tapé la boca con una mano, pero no sirvió para reprimir los
sonidos que salían de lo más profundo de mi garganta. Me congelé en mi asiento
cuando un espectador se giró para evaluar la situación, pero Daddy siguió hablando.

—Vas a dejar que Daddy te folle, ¿verdad, bebé? Vas a gemir y a morder tu linda
lengüita mientras me deslizo dentro de ti.

Pensé que el tipo curioso se había vuelto de nuevo hacia la pantalla, pero no
podría haberme importado de ninguna manera por todo el dinero del mundo. Si no me
corría en los próximos cinco segundos, iba a explotar literalmente.

—¿Sientes mis manos en tus caderas? Guiándote mientras te coges en la verga


de tu Daddy?

—Daddy. —Fue una súplica susurrada.

Su gemido bajo fue directo a mis bolas. —Estás siendo tan bueno para mí, bebé.
Dile a Daddy lo que quieres.

Quería tantas cosas que se agolpaban en mi mente. Me moría de ganas de oír


más elogios murmurados de Daddy, de ser su buen chico. Quería sentir su pene dentro
de mí donde él decía que estaba. Pero más que nada, quería a mi papá.

En lugar de eso, me conformé con lo único que podría conseguir. —Daddy,


quiero correrme. Por favor. —Mi voz silenciosa se hizo—. Por favor, déjame.

—Jesús, Jules. Eres tan perfecto, bebé. —La aspereza de su voz casi me llevó al
límite—. Hazlo. Córrete por mí, bebé. —Me di cuenta que Daddy también estaba
cerca—. Acaricia tu bonito pene a través de tus jeans para mí. Haz lo que daría
cualquier cosa por poder hacer por ti ahora mismo. Haz que mi bebé se corra.

Puse el talón de mi mano contra mi palpitante longitud y eso fue todo lo que
necesité para derramarme dentro de mis pantalones. Había comenzado una escena de
lucha, por lo que mi grito probablemente no se escuchó a través de los choques en
pantalla, pero nada de ese tiroteo se comparaba con las explosiones detrás de mis
párpados.

—Daddy —gemí, moviendo las caderas, presionando mi eje contra mi mano y


exprimiendo hasta la última gota de placer de mi orgasmo.

Jadeé y esperé mi siguiente instrucción, alguna palabra de Daddy, pero no


escuché nada—. ¿Daddy?

La voz a la que me había acostumbrado tanto a bailar en mis oídos había


desaparecido. Saqué mi teléfono del bolsillo y casi lloré cuando vi la duración de la
batería de mis auriculares: un puto cero por ciento.

Más tarde tendría que sentirme culpable por ser un jodido desastre, porque en
ese momento lo único que podía hacer era suspirar, contento y lleno de felicidad,
esperando que Daddy se haya corrido tan fuerte como yo. Me había perdido lo
suficiente de la película como para no tener ni idea de lo que estaba pasando, pero me
acomodé de nuevo en mi asiento, ignorando el desastre que se enfriaba rápidamente
en mis jeans, y me reí al darme cuenta de que nunca sería capaz de ver otra película de
Hero Dude sin empalmarme.

Merecía totalmente la pena.


Subí los escalones de la casa de dos en dos, silbando mientras abría la puerta
principal. Me había costado concentrarme durante todo el día y al final salí temprano
de la oficina, con los pensamientos de Julian arremolinándose en cada rincón de mi
mente.

Era viernes.

Últimamente, la voz en mi cabeza se había calmado temporalmente después de


que la ignorara descaradamente en favor del cuidado de mi hijo enfermo, pero había
vuelto y estaba furiosa, y era casi imposible ignorar sus fuertes advertencias de que me
estaba aventurando en un territorio peligroso. Casi imposible, pero lo intenté de todos
modos. Lo bloqueé como un niño petulante mientras me reprendía, insistiendo en que
estaba confundiendo al encantador hombre al otro lado del teléfono con mi hijo. Las
líneas se desdibujaban y las alarmas sonaban y yo las ignoraba todas, porque durante
un rato, los viernes por la noche, tenía todo lo que siempre había deseado.

Hace dos semanas, me había sorprendido cuando Ace me conectó con el


teléfono a Julian. Sabía que era un amigo de Ace y que era nuevo en el trabajo, así que
sospeché que Ace sólo quería ayudarlo a crear una base de clientes, pero cuando me
preguntó si me interesaría volver a hablar con Julian, aproveché la oportunidad. No
creo que esperara la llamada, ya que estaba en público, pero era el mismo chico dulce
que había sido la última vez que hablamos, y yo estaba más que emocionado de poder
interactuar con él de alguna manera.

En un momento dado dijo que parecía que estábamos en una cita y mi


imaginación se desbordó. En mi mente parpadeaban imágenes de cómo sería llevar a
mi Julian a una cita. Pasábamos tiempo juntos, pero él tenía amigos, coche y dinero -
bueno, mi dinero-, así que no me necesitaba para ir de compras con él. Soñaba con lo
que sería juntar nuestras cabezas y susurrar mientras mirábamos a la gente, mirar los
escaparates tomados de la mano, arrastrarlo a un rincón oscuro y robarle besos a mi
precioso niño.

A la semana siguiente rezaba en silencio para poder volver a hablar con Julian, y
cuando su voz suave y alegre apareció en la línea, solté un suspiro que no sabía que
había estado conteniendo. Siempre había esperado con ansias mis llamadas, pero
desde que había experimentado a Julian, no podía concentrarme en otra cosa.

Entré en la casa, dejando el maletín en el vestíbulo y aflojándome la corbata.


Normalmente, a esa hora intentaría descomprimirme y olvidarme del trabajo antes de
mi llamada, pero eso no sería un problema hoy, ya que últimamente no podía
mantener en mi cabeza nada relacionado con el trabajo durante más de unos minutos,
otra cosa que la voz me había estado gritando. Había estado sentado en las reuniones,
soñando despierto, fantaseando con mi hijo, en lugar de centrarme en las cosas por las
que me pagaban un montón de dinero, y no pasaría mucho tiempo antes de que
alguien se diera cuenta.

Las llamadas eran mucho mejores ahora, pero tristemente también mucho
peores.

Mantén tu mierda junta.

Si tuviera algo de sentido común, terminaría con esto, con todo. No más
llamadas, no más sueños, no más fantasías, pero no podía parar. Sabía que mi adicción
podía acabar conmigo, quitarme lo único que me importaba, pero estaba empezando a
vivir por el subidón de mis llamadas de los viernes por la noche, ignorando el hecho de
que un desliz podía exponerme y arruinarlo todo.

Me dirigí a la cocina, donde me encontré con mi imagen favorita: mi pequeño


bebé. Julian estaba apoyado en la encimera, con sus pantalones cortos de baloncesto
azules que le llegaban hasta las estrechas caderas, dejando al descubierto kilómetros
de piel pálida y perfecta que ansiaba sentir bajo mi mano. Estaba comiendo un Hot
Pocket y dejando caer migas por todas partes, y yo no podía apartar los ojos de la
pequeña mancha roja que tenía en la comisura del labio superior. Se me hizo la boca
agua y la desesperación por lamerla me desgarró.

Pero, por supuesto, conocía Las Reglas.

—Hola, chico. —Mantuve mi voz informal mientras me adentraba en la cocina.

—Hola —dijo entre un bocado de comida—. Has llegado temprano a casa.

Porque no podía concentrarme en nada que no fueras tú, o la copia con sabor a
Julian al que me aferro como si fuera mi último aliento.

—Iba a ver si querías cenar conmigo un poco más tarde, pero veo que ya estás
comiendo.

Julian tragó saliva. —La cena suena muy bien. Probablemente tendré hambre de
nuevo en una hora.

No tenía ni idea de dónde almacenaba mi hijo toda la comida que consumía casi
constantemente.

—Excelente. —Podía decir que mi sonrisa era brillante; todas mis sonrisas para
Julian reflejaban mis sentimientos por él.

—Oh, espera. —Frunció los labios—. Le dije a Andy que le ayudaría con un
asunto esta noche.
Traté de no dejar caer mi sonrisa. —De acuerdo, lo dejamos para otro día.

—No, no... quiero hacerlo. Sólo me debería llevar una o dos horas. ¿Cena a las
ocho?

Sonreí. —Por supuesto. —Eso permitiría mi llamada semanal, mala idea o no, y
aprovecharía con avidez cada momento que Julian me diera. Me acerqué a la nevera y
saqué la pequeña libreta y el bolígrafo que guardábamos ahí. Mi sonrisa se amplió al
ver los añadidos de Julian a la lista de la compra:

- mantequilla de maní
- queso en tiras, del tipo BUENO, no ese bajo en grasa que no se deshace
- esos pequeños pepinillos
- no importa, encontré la mantequilla de maní

Dios, amaba a ese niño.

—¿Qué estás haciendo, papá?

Desprendí la lista de la compra y la pegué a la nevera con un imán que tenía una
foto de los dos que Julian me había hecho en la escuela primaria. —Voy a dejar una
nota para el cartero para mañana. Llevamos casi una semana sin recibir correo y eso
parece inusual.

Julian se metió el último bocado en la boca y se rozó las manos, cayendo más
migas al suelo. —Oh, en realidad, yo he estado recibiendo el correo.

Bueno, esa era la primera vez. —¿Alguna razón en particular?

—Estoy esperando algo que pedí por Internet. —Las mejillas de Julian se
pusieron de un precioso tono rojo, y me moría de ganas de preguntarle qué era lo que
había comprado que le hacía evitar mi mirada, pero nunca invadiría su intimidad de
esa manera. En su lugar, volví al tema original.

—¿Y dónde está el resto del correo, Jules?

—Sé que no te gusta que deje el correo sobre la mesa. —Era cierto, pero eso
nunca parecía detenerlo. Señaló el cajón de los trastos de la cocina—. Así que lo puse
ahí.

Yo hubiera preferido que el correo estuviera clasificado y guardado, pero eso me


parecía pedir la luna cuando se trataba de Julian. No me habría importado que pusiera
el correo en el cajón si me hubiera dicho que estaba allí.

Crucé la cocina, rezando para no encontrar nada urgente escondido. Abrí el cajón
y saqué una serie de sobres, catálogos y otras cosas, doblados y rotos en las esquinas
por haberlos metido en el cajón. Los hojeé y saqué varias cosas de las que me ocuparía
lo antes posible.

Ya casi había terminado la pila cuando el logotipo azul y naranja altamente


reconocible de CyberStar Electronics me llamó la atención. No esperaba nada, pero
casi lo abrí antes de darme cuenta de que iba dirigido a Julian.

—¿Qué es esto? —pregunté, colocando el resto del correo sobre el mostrador y


observándolo detenidamente.

—¿Qué? —Julian se colocó a mi lado, mirando por encima de mi hombro para


ver mejor, y traté de no concentrarme en el calor de su cuerpo ardiendo contra el
mío—. Oh, eh. Pensé que se refería a que me iba a enviar un correo electrónico.

Intenté no pensar que era absolutamente adorable que Julian pensara que el
único tipo de correo que podía recibir era un correo electrónico o un juguete sexual de
Amazon. Colocó su mano entre mi brazo y mi cuerpo para quitarme la carta y me costó
todo lo que había en mí no darme la vuelta y envolverlo en mis brazos.

Julian se apartó y me giré para ver cómo la abría.

—¿De quién es, Jules?

—De un tipo que conocí en el campus en primavera, en la cola de la cafetería.


Nos pusimos a hablar y me habló de su empresa. Mencionó algunos puestos vacantes
y dijo algo sobre programar una entrevista, pero yo pensé que solo estaba tratando de
meterse en mis pantalones.

Tenía sentido que otras personas encontraran atractivo a Julian -objetivamente,


era un sueño alto y de ojos ahumados con una sonrisa torcida-, pero me erizaba la idea
de que alguien se interesara en él sólo por el sexo, porque él tenía mucho más que
ofrecer.

—Bueno, sería afortunado de tenerte. —No sabía si me refería a un trabajo o a


algo más, pero en cualquier caso era cierto.

Julian escaneó la carta. —Oh, vaya. Dice que CyberStar va a abrir una nueva
oficina y cree que yo encajaría muy bien en el equipo.

Intenté no parecer sorprendido. Julian encajaría muy bien en cualquier equipo,


pero ésta era una información muy nueva. CyberStar sólo tenía unos diez años, pero ya
lideraba el mercado en la creación de tecnología móvil innovadora para el consumidor,
sólo superada por Apple, pero esa era una brecha que estaban cerrando rápidamente.

—Jules, eso es genial.


—Sí, dice que apenas están poniendo en marcha la nueva rama, pero que para
cuando me gradúe deberían estar listos para los asociados junior.

—Eso es increíble. ¿Pensaste que CyberStar podría ser una opción para ti?

Julian se encogió de hombros, sus hombros desnudos se levantaron con gracia y


luego cayeron rápidamente.

—El tipo era muy agradable. Empezamos a hablar cuando se fijó en mi camiseta
arco iris Love is Love. Dijo que había un grupo de recursos LGBTQIA en CS, así que me
parece seguro asumir que no tendría que preocuparme por ser gay.

Me sentí al mismo tiempo triste de que eso fuera algo en lo que Julian tuviera
que pensar y orgulloso de que lo hiciera. —Entonces, ¿quién era el tipo?

—Creo que dijo que era el vicepresidente de marketing.

Casi me atraganté y Julian no parecía impresionado, pero estaba seguro de que


no entendía lo que realmente significaba ese título en una empresa de mil millones de
dólares.

—¿Cuándo quiere que hagas la entrevista? ¿Te han dado algún detalle sobre el
puesto? ¿Salario inicial? ¿Beneficios?

Julian me miró, con los ojos muy abiertos, y supe que estaba haciendo lo de
papá. Ya sabes, esa cosa en la que miras la situación desde un punto de vista adulto,
sopesando los pros y los contras, tratando de tomar una decisión informada y
educada. Es decir, totalmente poco cool.

Pero no pude evitarlo: estaba muy emocionado por él. No se trataba sólo de la
posible oferta de trabajo, sino del hecho de que Julian pudiera entablar una
conversación en una cafetería y salir con una posible entrevista. No sé si podría estar
más orgulloso de mi chico.

Julian me ofreció la carta con la mano extendida y cuando la tomé se volvió hacia
la nevera, abriendo la puerta y cerrándola segundos después, con una taza de pudín en
la mano. Ni siquiera me molesté en comentar que acabábamos de acordar cenar en
unas horas mientras él iba por una cuchara. Leí la carta, hojeando en busca de palabras
y frases clave. Parecía legítima. Julian no había conseguido un puesto, pero estaban
"muy interesados en hablar con él". Julian aún no había tenido muchas entrevistas, a
no ser que se contara la vez que intentó conseguir un trabajo como rotulador para una
tienda de teléfonos móviles y se le cayó el cartel publicitario en forma de flecha
gigante, pero era un estudiante sólido con una gran base de conocimientos, un afán de
aprender y una propensión a encantar a cualquiera.

Seguí leyendo hasta que una palabra me robó el aliento. —Julian, la nueva
oficina que van a abrir está en Australia.
Se las arregló para apartar su atención de la taza de pudín, y yo no había estado
mirando en absoluto en mi visión periférica mientras él sacaba los últimos restos de
pudín y luego lo chupaba de su dedo.

—¿Qué? —Su voz era tranquila—. ¿De verdad?

—Sí, Sydney.

—Wow. —Extendió la mano, y una parte de mí, presa del pánico, no quería
renunciar a la carta, como si al aferrarme a ella estuviera reteniendo a Julian. Si no
tenía este papel, no podía dejarme. Pero, por supuesto, se lo pasé... También podría
acostumbrarme a dejar ir las cosas.

Lo vi morderse el labio inferior. —No podría hacer eso, ¿verdad? ¿Mudarme al


otro lado del mundo?

Me miró, con la misma mirada que me había dirigido toda su vida, la que me
rogaba que lo ayudara, que le dijera lo que debía hacer. Habría sido tan fácil para mí
quitarle importancia, decir algo como que Sydney no es tan buena, o que no he oído
cosas buenas sobre el trabajo en CyberStar o incluso que nunca hay que poner todos
los huevos en la misma cesta. Pero simplemente no podía. Llegaría un momento en
que Julian volaría con las alas que yo le había ayudado a cultivar, y por mucho que mi
vacío me paralizara inevitablemente, sabía que solo tenía una opción, desde siempre
solo existió una opción, la que era mejor para Julian.

Le dediqué una brillante sonrisa. —Chico, por supuesto que sí. Es una
oportunidad increíble.

Sus cejas se alzaron, siempre escéptico. —¿Tú crees?

—Por supuesto. ¿Un puesto junior en una empresa de la lista Fortune 500?
Serías un rockstar en eso.

Sus mejillas se sonrojaron. —Solo lo dices porque eres un gran padre.

Pero realmente no lo era. —Hey.

Mi hijo se encontró con mis ojos.

—Julian, me sorprendes cada día. Te has convertido en alguien tan inteligente,


fuerte y bueno. Puedes hacer esto, porque puedes hacer cualquier cosa.

El rubor de Julian llegó hasta sus orejas y quise cubrirlas de besos, envolverlo en
mis brazos y pasar toda una vida demostrándole lo especial que era.

—No te mentiría sobre eso.


—Sí, pero Australia...

—Sydney es una gran ciudad. Te encantaría. Tiene tanta cultura y vida


nocturna... y piensa en todos los chicos guapos con ese acento sexy.

Jules puso los ojos en blanco y yo sonreí. —Papáaaaaa —dijo en ese tono
especialmente reservado a los niños para recordar a sus padres que son una
vergüenza.

Me reí. —Julian, tienes un montón de tiempo para resolver esto. Aún te quedan
dos semestres más de escuela, y si decides que quieres mantener tus opciones abiertas
o que esto no es para ti, está totalmente bien. Pero no dejes pasar esta oportunidad
por miedo. Puedes hacerlo.

Julian me miró, con sus ojos brillantes llenos de algo que se parecía tanto al
amor, que tuve que apartar la vista y esperar que no pudiera ver cómo se me rompía el
corazón delante de él.

Horas más tarde, tenía el pecho apretado mientras escuchaba el teléfono sonar
contra mi oído, y me sorprendió darme cuenta de que estaba nervioso. Nunca me
había puesto nervioso al hacer estas llamadas, pero desde luego, últimamente, todo
había cambiado. Todas mis llamadas más recientes habían sido con Julian, en lugar de
Ace, pero no tenía ni idea de si ese sería el caso hoy. Nunca se había hablado de un
traspaso oficial y, sin embargo, ahí estaba yo, con el teléfono en la mano y el corazón
acelerado como un adolescente a punto de recibir su primer beso. Empujé mi
conversación con Julian hacia el fondo, junto con el dolor en mi corazón que no tenía
derecho a sentir, para poder ignorarlo como hice con todo lo demás que se infectaba
silenciosamente y se convertía en oscuridad dentro de mí. La llamada se conectó y el
aire era espeso mientras esperaba mi destino.

—Hola, Daddy.

El solo hecho de escuchar su voz me hizo olvidar que no pasaría mucho tiempo
hasta que mi propio hijo me dejara solo. Bueno, tenía el presentimiento de que no lo
olvidaría nunca, pero su dulce saludo me quitó el malestar, al menos por un rato. No
podía recordar la última vez que había sonreído tanto que me dolían las mejillas.

—Hola, Jules —dije suavemente—. ¿Cómo está mi niño?

—Estoy... bien.
Me reí. Había algo en su reticente honestidad que me dejaba sin aliento.
Ciertamente no era el más versado en los entresijos del sexo telefónico, pero nunca
había hablado con alguien tan transparente. Recordé nuestra primera conversación, la
que lo había cambiado todo, y sobre el intento de Julian de seducirme. Hasta ese
momento no me había dado cuenta de que yo no quería ser seducido. Quería algo
auténtico, todo lo auténtico que podía ser un juego de rol caro, y ahora lo tenía. Era
perfecto.

—Eso no suena muy convincente.

Casi podía oír su encogimiento de hombros. —Hoy he recibido una buena


noticia.

—Así que, naturalmente, estás muy molesto por eso.

Algo en la forma en que Julian se rió fue como aplicar un bálsamo mágico al
agujero abierto en mi pecho. Se me apretó el estómago cuando esa imagen me trajo a
la mente a mi Julian y su reciente enfermedad, y mi profundo deseo de jugar a los
médicos. Sacudí la cabeza, despejando la tela.

—Entonces, ¿qué te tiene tan triste por esta buena noticia?

Tuve cuidado de no entrometerme. Alguien que desempeñaba este tipo de


trabajo tenía que estar sometido a algunos asquerosos absolutos -lo sabía porque yo
era uno de ellos-, así que era importante que se sintiera seguro al hablar conmigo.

—No es la noticia lo que me tiene triste. —Tras una larga vacilación, añadió—: Es
mi papá.

Oh. Eso era... no sabía lo que era. Nunca habíamos tenido una conversación
sobre algo tan personal como la familia real y su comentario fue un poco
desconcertante. Pasé nuestras llamadas fingiendo que este Julian era mi Julian.
¿Escuchar hablar de su verdadero padre rompería ese hechizo para mí? Tal vez tener
este tipo de conversación no era una buena idea.

—Yo sólo... —La voz de Julian se quebró al pronunciar la palabra, y supe que
realmente no había opción. Aunque lo arruinara todo, aunque fuera la última vez que
habláramos, no había forma de que dejara pasar esto. Julian estaba sufriendo, y cada
fibra de mi ser se oponía a ello. Escuché sus suaves sollozos y se me rompió el corazón.

—Si te sirve de algo, dímelo, Julian.

Olfateó con fuerza. —Es que lo amo mucho, ¿sabes?

—Seguro que sí. —Intenté mantener mi voz uniforme y baja, lo que siempre
había calmado a mi Julian. Supongo que pensar que su padre tenía toda su mierda
junta era algo de consuelo para él, incluso cuando yo estaba cayendo a pedazos por
dentro—. Y es un hombre muy afortunado por tenerte como hijo.

Lo que esperaba que trajera una sonrisa temblorosa a la voz de Julian tuvo el
efecto contrario. Su llanto tranquilo se convirtió en un sollozo agudo con el que se
atragantó.

—¡No! —dijo enfáticamente, con la voz tensa—. Yo soy el que tiene suerte. Él es
tan perfecto. Es el hombre más fuerte que conozco, es infinitamente amable, generoso
hasta el extremo. Entrega tanto de sí mismo, sin importar el costo para él. Y cuenta
chistes estúpidos, y me hace panqueques, y me dice que soy bueno. —La voz de Julian
estaba llena de lágrimas y emoción—. Y estoy jodidamente enamorado de él.

No se me había ocurrido en ningún plano de la existencia que el hombre con el


que estaba hablando podría albergar algún tipo Daddy issues30 por sí mismo. Sentí más
empatía por él de la que él nunca sabría, pero también me sentí expuesto por primera
vez. No sabía qué decir, así que emití un sonido suave en el teléfono que esperaba que
lo reconfortara de alguna manera.

—Y cada vez que me dices que me tomas de la mano o me besas o me tocas, mi


corazón se rompe porque es todo lo que quiero... pero tú no eres él.

Dios, este chico me estaba rompiendo el puto corazón. Era como si estuviera
leyendo sus palabras desde mi alma. Pero, ¿qué carajo podía decir? No tenía ni idea de
cuánto tiempo llevaba Julian lidiando con sus sentimientos, y quería asegurarle que las
cosas mejorarían, que sus emociones pasarían, que sólo era una especie de amor
platónico... todo lo que un humano adulto racional le diría a alguien con este
problema. Pero no podía mentirle.

En esa misma línea, ¿cómo podía ser honesto sin aplastarlo? ¿Qué se supone que
debía decir? Lo siento, chico. ¿Quizás con el tiempo ya no tengas que verlo más? El mío
probablemente se esté mudando a la maldita Australia.

Sus sollozos se habían calmado, así que traté de pensar en algo que ofrecer, o en
alguna palabra, teniendo en cuenta que había estado sospechosamente callado todo el
tiempo que me había estado revelando su secreto. ¿Debería decirle que todo
mejoraría? Quizá para él sí. Para mí las cosas sólo empeoraron progresivamente.
¿Debía contarle que mi hijo había ocupado cada uno de mis pensamientos durante dos
años? ¿Explicarle Las Reglas y enseñarle a reprimir sus sentimientos, a fingir que no se
moría un poco cada segundo que se alejaba?

Algo dentro de mí gritaba por salir, palabras y pensamientos y sentimientos que


había mantenido enterrados dentro de mí durante tanto tiempo. Pero no. Esto no era
sobre mí.
30
En inglés, el término daddy issues se ha usado para hablar de las relaciones problemáticas entre padre
e hijo/a y su influencia en las relaciones amorosas, usualmente la elección equivocada de la pareja,
insinuando que están buscando figuras paternas o ese tipo de autoridad en sus relaciones.
—Todo va a estar bien, pequeño. —De nuevo, esto provocó la reacción contraria
que esperaba.

Dejó escapar un pequeño gemido. —Sólo quiero que esto sea real. Lo amo
demasiado.

La angustia en su voz era tan intensa que sentí que mis propios ojos comenzaban
a llenarse. Estaba desesperado por ofrecerle algo, cualquier cosa para consolarlo, pero
mis palabras sólo empeoraron todo.

—Sólo quiero que mi Boppa me ame de la misma forma en que yo lo amo a él.

¿Qué?

Mi sangre se convirtió en hielo y dejó de fluir por mis venas.

¿Qué? ¿Qué acaba de decir?

No... No era posible. Tenía que haberlo escuchado mal, pero algo dentro de mí
había cambiado, acababa de ocurrir algo que sabía que no podía deshacerse.

Cuando visualicé los muros que había construido en mi mente, mi barrera entre
mi monstruo y mi hijo, eran imponentes muros grises de castillo. Con el tiempo, a
medida que crecía mi deseo por Julian, los muros se hacían más altos, piedra sobre
piedra, rodeándome hasta que ya no podía ver la luz del día. Era una prisión que había
construido por necesidad y de la que no tenía intención de escapar.

Pero en ese momento, mis barreras ya no parecían imponentes muros de


prisión, sino que se transformaron en una estructura diferente, una presa, y en lugar
de proporcionar un lugar seguro para encerrar mi sentido de identidad, vi cómo se
formaba una pequeña grieta ante mis ojos.

Boppa.

Esto no significaba nada. No podía. No había manera. La voz había vuelto, pero
no podía distinguir sus palabras. No oía nada, aparte de los suaves sollozos de Julian y
los fuertes latidos de mi corazón en mis oídos. Extendí una mano hacia la pared,
colocándola firmemente sobre la grieta.

Está bien. Todo está bien.

Lo canté en mi mente como un hechizo, como si con algún tipo de magia


poderosa pudiera hacerse realidad.

Otro pensamiento apareció en mi mente. El Julian del teléfono dijo que había
estado enfermo recientemente. Al igual que... El recuerdo estaba allí antes de que
pudiera detenerlo, y sentí que la grieta en la presa crecía bajo mi mano, un hilo de
agua helada que corría por mi piel y dejaba un rastro oscuro por la pared.

¡No! ¡No es verdad!

Pero ni siquiera gritando las palabras en mi cabeza pude detener la destrucción.

"Lo sabes. Siempre lo has sabido". La voz era un susurro, pero atravesó mi cabeza
como una espada.

No lo sabía.

Mis pulmones no funcionaban, tratando en vano de encontrar oxígeno utilizable


en el aire espeso y polvoriento que me rodeaba mientras la torre de piedra se
desmoronaba.

Más destellos de memoria, cada uno de ellos un dolor agudo en mis entrañas.
Gominolas de malvavisco, terapia de compras, una experiencia increíble en el cine.
Cada uno de mis músculos se tensó, mis dedos sufrieron espasmos y mi teléfono cayó
suavemente sobre la cama.

No... Simplemente no. No puede ser.

Los bordes de mi visión se volvieron grises. Mi teléfono en la mano había sido lo


único que me conectaba a tierra, lo que impedía que desapareciera por completo.
Tenía que aguantar. Tenía que mantenerme fuerte por Julian.

"Te refieres a tu Julian".

Me apresuré a buscar el teléfono, sin saber qué iba a decir, ni siquiera estaba
seguro de poder formar alguna palabra, pero no podía abandonarlo. Pero cuando lo
encontré, la pantalla estaba oscura. Me acerqué frenéticamente a la oreja.

—¿Hola? ¿Jules? — Me las arreglé para gruñir, pero no importó. No sabía si


había sido el resultado de que se me cayera el teléfono, o una decisión consciente por
su parte, pero Jules había desaparecido. Me quedé mirando mi reflejo en la pantalla,
tan oscuro como la ansiedad y la culpa que se abría paso en mi corazón.

Esto no puede ser. Seguí repitiendo mi nuevo mantra favorito.

"Negar, negar, negar". La voz en mi cabeza se reía de mí.

Era imposible que esta persona, este hombre increíble, con el que había
desarrollado una conexión tan grande, pueda ser realmente...

Pensé en su risa, en su inseguridad y sentido del humor.


Pero ese podría ser cualquiera.

Luego pensé en su voz, su hermosa y familiar voz.

"Su maldito nombre es Julian", siseó la voz en mi cabeza.

No podía ser verdad. No era verdad. Porque si lo fuera... Dejé caer el teléfono
sobre la cama y apoyé la cabeza en mis manos. ¿Qué había hecho?
Mis párpados se sentían como si estuvieran pegados. Cuando por fin conseguí
abrirlos, estaban secos y pegajosos, sin duda producto de haber llorado hasta
quedarme dormido. Tomé mi teléfono de la mesita de noche y miré la hora. La una y
cuarto. Gemí y me di la vuelta, deseando ser un Jedi, porque entonces podría usar la
Fuerza para volver a dormir. Eso parecía ser lo único que podía calmar mi mente y
evitar que la vocecita en la parte posterior de mi cabeza me recordara lo mucho que lo
había jodido todo.

Me froté los ojos, sobresaltado por la rigidez de mis pestañas, pero supuse que
eso ocurría cuando alguien sollozaba como si hubiera una muerte. Y no estaba
orgulloso de eso, pero realmente lo estaba. Sinceramente, no sabía qué me había
inspirado a descargar todo de esa manera. Ciertamente, nunca tuve la intención de
vomitar mis sucios secretos sobre alguien que no conocía, pero por alguna razón, todo
salió a relucir. Estaba seguro de que todo tenía que ver con mi conversación con papá.

Cada día las noches se hacían más largas y estaba veinticuatro horas más cerca
de volver a irme. El semestre comenzaría pronto y yo volvería al campus y compartiría
casa con Andy, no con papá. Las clases comenzarían y yo pasaría las noches en la
biblioteca en lugar de en el sofá con papá. Estaría yendo al gimnasio en lugar de
desafiarlo a nuestras sesiones individuales en la entrada. Estaría comiendo Pop Tarts
en lugar de panqueques y mi tiempo especial con papá habría terminado.

Estaba un poco destrozado por toda la idea, pero había hecho un buen trabajo al
no pensar en eso.

Apártense, papá y Andy... ¿Mi nuevo mejor amigo? Negación.

Pero la carta de hoy me presentaba otro regalo de broma que no había


desenvuelto: esto era algo así, ¿no? Durante tres años había dejado la escuela después
del semestre de primavera y me dirigía a casa de papá con una montaña de ropa sucia
y la vista puesta en un verano perezoso, solo nosotros dos. Pero en unos meses,
dejaría la escuela y sería diferente. Aceptémoslo, seguiría teniendo una montaña de
ropa sucia, pero también me iría con un trozo de papel que dijera que había aprendido
algo y que estaba listo para enfrentarme al mundo.

Sin mi padre.

Mi conversación con papá sobre CyberStar me había dejado con la boca abierta.
Estaba muy nervioso por la idea de que pronto me iba a quedar solo, pero papá hizo lo
que siempre hacía. Lo hizo mejor.
Su confianza en mí era inspiradora, sus palabras me llenaban de algo que me
hacía levantar la cabeza un poco más. Él creía en mí, así que tal vez, sólo tal vez, valía la
pena creer en mí.

Sin embargo, incluso sus increíbles, solidarias y perfectas palabras me dejaron


con ganas, porque aparentemente yo era un maldito codicioso. ¿Por qué me empujaba
a seguir con esto? ¿Por qué estaba tan de acuerdo con que me fuera del puto país?
¿Por qué no me dijo "No, Julian, por favor, no te mudes a Sydney. Quédate aquí
conmigo, y además, ¿estás interesado en una mamada?"

Bueno, no dijo eso porque no es un pervertido de mierda como yo. Obviamente.

Y no me estaba presionando para que me fuera, sólo quería que explorara mis
opciones, que examinara todas las oportunidades para tener una vida buena y exitosa.
Pero no podía imaginarme ninguna de esas cosas si estaba a siete mil millas del
hombre del que me enamoraba más cada día. La sola idea me dejaba frío, me hacía
querer acurrucarme bajo una manta y esconderme del mundo, esconderme de todos
menos de él.

Esperaba con ansias mi llamada con Daddy, pero en lugar de sentirme


reconfortado por su habitual preocupación, porque por supuesto él se dio cuenta que
yo estaba molesto, me sentí expuesto, como un fraude. Hablar con Daddy era bueno,
pero en ese momento, cuando me aferraba a cada último segundo que tenía con mi
papá, no era suficiente.

Así que las compuertas se abrieron, mis emociones y pensamientos salieron de


mí más rápido de lo que podía detenerlos. Le dije a Daddy la verdad. Le dije que no era
lo suficientemente bueno, le dije lo que realmente quería, y le dije que mi corazón se
estaba rompiendo. No sabía qué esperaba que dijera, pero al final no me sorprendió
que me hubiera colgado. Probablemente yo habría hecho lo mismo. No estaba
pagando un buen dinero para escucharme lamentarme sobre mis propios problemas
personales. Sinceramente, me sentí aliviado de que lo hiciera. No había nada que
pudiera decir para reconfortarme y no creo que hubiera podido fingir interés en el
sexo por todas las gominolas de malvavisco tostadas del mundo.

Cuando me colgó, miré la hora en mi teléfono. Las seis y ocho. Todo aquello
había ocurrido en ocho putos minutos. Cristo, me había sentado en los semáforos
durante más tiempo que eso. Ocho minutos para arruinar todo. Era un récord, incluso
para mí.

Así que, en lugar de pasar la noche con la mano en los pantalones y la sonrisa
sexy de mi papá proyectada en la parte posterior de mis párpados, lloré. Lloré por
Daddy, por todo el tiempo y el dinero que había desperdiciado en mí; lloré por la
pérdida de mis llamadas, los momentos robados en los que fingía ser feliz, ya que
Daddy nunca me volvería a llamar; lloré por Andy, a quien había conseguido perder
otro puto cliente; pero sobre todo lloré por mí. Lloré porque no había forma de
conseguir lo que realmente quería y había ahuyentado lo más parecido a eso. Suponía
que podía llamar yo mismo a una línea de sexo telefónico, pero ¿cómo carajo iba a
explicar ese cargo en el extracto mensual? "Lo siento, papá, sólo estaba pagando a
alguien para que se hiciera pasar por ti mientras me metía los dedos en el culo e
imaginaba que eran tu pene". Sí, no iba a pasar.

Así que, durante siete horas, había llorado y dormido. No fue mi día más
productivo, pero al menos ahora estaba todo llorado. Tomé mi teléfono para leer el
mensaje que tenía de papá. Antes de que me consumiera por completo la histeria,
logré enviarle un mensaje a papá para hacerle saber que no me sentía bien para cenar.
Lo último que necesitaba era que bajara a mi calabozo de la vergüenza y me
encontrara sollozando incontroladamente. Estaba seguro de que me habría rodeado
con sus fuertes brazos, acariciándome suavemente la nuca, diciéndome que todo
estaría bien, y yo me habría muerto literalmente.

El mensaje de papá fue breve y dulce: Está bien, chico. Te amo.

Las lágrimas se me agolparon en los ojos. No podían estar más llorosos.

Pensé en devolverle el mensaje -aunque seguro que ya estaba durmiendo, podría


haberle contestado-, pero ¿qué había que decir?

Volví a dejar el teléfono y suspiré. Intenté encontrar una posición cómoda y, si


Dios quería, volver a dormirme, pero en lugar de eso di vueltas en la cama durante una
eternidad, con una oscuridad dolorosa que se filtraba en mis poros como la máscara
facial hidratante más deprimente del mundo. Olería a fruta y se llamaría Agua-
Melancolía. Intenté reírme de mi propia broma, pero no recordaba cómo. En la
oscuridad, vi la sonrisa de papá, llena de autosatisfacción y regocijo cuando me
impartía sus chistes de papá, y no pude evitar otro torrente de lágrimas.

Cuarenta y cinco minutos más tarde, se hizo evidente para todos que no iba a
volver a dormir hasta que no orinara. Eché las sábanas hacia atrás y me dirigí al baño,
pisando un tenedor rebelde en el camino, y definitivamente no pensando en cómo
papá había ordenado este lugar para mí mientras yo estaba enfermo. Estaba claro que
no había perdido el tiempo en volver a ensuciarlo. Había una metáfora en alguna parte
sobre mi corazón, pero no tenía la energía para encontrarla.

Por eso no podemos tener cosas bonitas.

Encendí la luz del baño y miré mi propio reflejo. Lo más notable era que mis ojos
estaban rojos... muy rojos. Tenía los párpados rosados e hinchados y el blanco de los
ojos inyectado en sangre. Debajo de ellos había unas ojeras moradas que destacaban
sobre mi tez cetrina.

Parecía alguien de luto. ¿Tal vez lo estaba? De luto por la pérdida de algo que
nunca volvería a tener, algo que, para empezar, nunca había tenido. Apagué la luz y
oriné en la oscuridad. No quería mirar al rostro con el corazón roto.
Terminé y e hice una mueca ante mi boca seca y pegajosa. Después de tanto
llorar, parecía que había tirado por el desagüe el último líquido que me quedaba en el
cuerpo. Subí las escaleras y me dirigí a la cocina, frotándome los ojos. Abrí el
frigorífico, agarré una botella de agua y me la bebí con la puerta abierta, mientras la
luz entraba en la cocina.

—Hola, chico.

Me atraganté con el agua y me giré para ver que papá estaba sentado en la mesa
de la cocina, con una botella de whisky y un vaso delante, ambos casi vacíos.

Conseguí tragar mi agua sin morir. —Jesús, papá. Me has dado un susto de
muerte.

—Lo siento. —Todavía llevaba puesto su traje, lo cual era extraño. Normalmente
no podía esperar a quitárselo. La corbata le colgaba floja pero aún la llevaba puesta, la
chaqueta tirada descuidadamente sobre el respaldo de la silla a su lado—. ¿No puedes
dormir?

Negué con la cabeza, mis ojos se adaptaron a la oscuridad, la única luz provenía
de la nevera abierta. Esperé una frase de papá, como "la electricidad no crece en los
árboles" o "¿estás intentando enfriar la cocina?". Pero no llegó ninguna.

Lo miré fijamente, queriendo preguntarle por qué estaba bebiendo en la


oscuridad, pero no pude apartar los ojos de su cara. Creo que nunca había visto esa
expresión antes, pero algo en ella me resultaba muy familiar. Me sostuvo la mirada,
sus ojos concentrados e intensos. Jugué con mi botella de agua, girando la tapa.

Papá suspiró suavemente y apartó la mirada, sus hombros se hundieron una


fracción de pulgada, y me di cuenta de dónde había visto esa expresión antes, en mi
propio reflejo unos cinco minutos antes.

Algo muy parecido a la pérdida se reflejaba en su hermoso rostro y me dolió el


pecho por alguien que no fuera yo por una vez en mi vida. Cuanto más miraba sus ojos,
más veía: dolor, confusión... ¿tal vez angustia? O tal vez solo estaba proyectando mi
mierda en él.

El silencio se volvió demasiado. —¿Papá? —Hice una pausa, sin estar seguro de
querer saber la respuesta a la pregunta que tenía en la punta de la lengua—. ¿Estás
bien?

Se rió, pero no era nada que hubiera escuchado antes: bajo y crudo, sin humor.

—La verdad es que no. —Jesús, sonaba destrozado—. ¿Tú estás bien?

Fue mi turno de reír, un fuerte resoplido surgido de la nada intentando cubrir un


sollozo. —No, la verdad es que no.
Papá me dio un único asentimiento antes de bajar la mirada a su vaso, volviendo
el silencio entre nosotros. Por una vez me alegré de que no me presionara para
obtener más detalles. Me mantenía unido con una cuerda de cometa y una barra de
pegamento; una gota de su habitual preocupación bastaría para disolver el adhesivo y
realmente no quería caer en pedazos delante de él. Le dirigí otra mirada antes de
aclararme la garganta.

—Bueno, voy a volver a bajar las escaleras.

Cerré la nevera, me giré y di dos pasos antes de que su palabra cortara el


silencio.

—Jules...

Había algo en su voz que me paró en seco. Dudo que alguien más pudiera
notarlo, pero capté una pequeña vacilación, una nota de incertidumbre donde nunca
antes la había escuchado.

—¿Eres feliz?

La pregunta me llegó como un niño que aprende a montar en monopatín.


Retrocedí mentalmente y traté de recuperar el aliento. Me di la vuelta lentamente,
encontrándome al instante con la mirada de papá. Me estabilicé mientras consideraba
la pregunta. ¿Era feliz? Sabía que debía serlo. Consideré mi vida, todo lo que tenía... y
todo lo que siempre estaría fuera de mi alcance.

Me encogí de hombros. —Vivo en una casa preciosa, estoy recibiendo una gran
educación, tengo a mis amigos y a mi familia. —Me atraganté con la última palabra, un
quiebre en mi propia voz al continuar—. ¿Qué más podría querer?

Papá me sostuvo la mirada durante un largo momento antes de dedicarme una


pequeña sonrisa.

Recé para que no hubiera una pregunta posterior, y no la hubo. Sólo estábamos
papá, yo y una extensión de oscuridad llena de cosas que nunca diría. El peso de todo
eso me envolvió, haciendo que mi cuerpo se volviera pesado y cansado, robándome el
aliento y la determinación. Esperé todo el tiempo que pude antes de escapar,
murmurando unas tranquilas buenas noches antes de huir, llegando hasta la sala de
estar antes de que volvieran las lágrimas.

Intenté mantenerme en silencio, obligarme a parar. Julian, hay bebés que no


lloran tanto. Pero las lágrimas seguían saliendo, ríos calientes y húmedos sobre mi piel,
mientras luchaba por mantenerme a flote, ahogándome en todas las cosas que nunca
serían.
Me incliné ligeramente por la cintura, preparado para doblarme mientras los
sollozos que llegaban se estrellaban contra mí, pero un calor detrás de mí me hizo
enderezarme. Papá.

Me rodeó con sus brazos y me atrajo hacia él, y fue tan perfecto que no pude
respirar. Me quedé paralizado, deseando mucho más, pero temiendo que un
movimiento en falso me despertara. Todo era un sueño, tenía que serlo, porque ya no
recibía este tipo de afecto, no así. Papá apretó sus brazos y mi determinación se
derrumbó, así que me fundí con él, mi cabeza encajando perfectamente en la curva de
su cuello. Sentí su calor mientras me daba un suave beso en el pelo; mi corazón se
detuvo, pero mis lágrimas no.

Sabía que esto no era real. Es decir, lo era, pero no lo era. Era papá haciendo lo
que hacía papá. Consolándome, estando ahí para mí, lo cual era una de las diez
millones de razones por las que lo amaba. Me dije a mí mismo que me quedara donde
estaba, que aceptara lo que estaba recibiendo, pero quería mucho más.

Me moví ligeramente y los brazos de papá se aflojaron a mi alrededor lo


suficiente como para que pudiera girarme hacia él. Tenía la vista nublada por las
lágrimas, pero me quedé mirando sus preciosos ojos verdes como el océano, tan cerca,
tratando de encontrar alguna manera de hacer que este momento durara para
siempre. Sus manos se movieron a mi alrededor y estuve seguro de que todo había
terminado. Esperé una palmadita paternal en la espalda mientras me separaba de él,
pero nunca llegó.

Sus brazos desaparecieron de mi alrededor, pero no se apartó. Lentamente, me


llevó las manos a la cara y sus pulgares me quitaron las lágrimas. Estaba tan cerca que
su olor me envolvió, con rastros de la fragancia de su colonia y un ligero toque de coco
de la crema hidratante facial que juraba no usar.

Sus palmas se posaron suavemente en mi cara y sus ojos se clavaron en los míos
con tal intensidad que no podía respirar, ni siquiera podía parpadear. Me dije a mí
mismo que no lo era, sabía que nunca podría serlo... pero esto se sentía como algo
más... algo más que un padre consolando a su hijo, secando sus lágrimas.

Se sentía como todo lo que siempre quise.

Papá me sostuvo la mirada durante una eternidad. Mis lágrimas disminuyeron -


probablemente estaban tan aturdidas como yo- pero no se detuvieron por completo.
Gotas errantes seguían cayendo de mis ojos, acumulándose en las manos de papá.

Los latidos de mi corazón eran erráticos mientras su aliento me recorría, sus ojos
escudriñaban los míos como si pudiera encontrar el sentido de la vida dentro de sus
pálidas profundidades grises, hasta que el rostro de papá se suavizó de repente, casi
imperceptiblemente. Llevaba la mirada de un hombre que no tiene nada que perder y
el mundo entero que ganar mientras cerraba los últimos centímetros de espacio entre
nosotros y rozaba su boca con la mía.
Mi pulso se disparó como un gato tras un conejo, golpeando salvajemente en mi
pecho, y mi cerebro era un televisor con un niño pequeño aburrido sosteniendo el
mando a distancia, pasando por los canales en mi mente, mostrando programas como
'¿Qué está pasando?' y 'Oh Dios mío, mi padre me está besando' y ese viejo clásico, 'En
serio, ¡¿qué carajo está pasando ahora mismo?!' Entonces papá acercó su boca a la
mía y todo se convirtió en estática, en ruido blanco, y lo único en lo que podía
concentrarme era en cómo sus labios eran exactamente tan suaves como había
imaginado que serían. No quería perderme ni un momento de lo mejor que me había
pasado en la vida, pero mis ojos se cerraron mientras me fundía en su suavidad. No
sabía cómo o por qué o qué acto desinteresado había hecho en una vida pasada para
merecer que los labios de mi padre se movieran tan perfectamente contra los míos,
pero eso parecía un problema a resolver en mi próxima vida.

Demasiado pronto, papá se apartó y yo no pude hacer otra cosa que mirarlo
atónito. Busqué en sus ojos una señal de que todo esto era una broma o una nueva y
extraña técnica de paternidad que había aprendido en YouTube, pero todo lo que vi
mientras miraba fijamente las increíbles profundidades de sus ojos verde mar fue
amor.

Se lamió los labios, sin apartar su mirada ni sus manos de mi cara.

—Dime lo que quieres, bebé.

Esa palabra, ese apodo.... Esos ojos, esa boca, esas grandes manos...

Tenía la lengua tan seca que apenas podía emitir un sonido, pero finalmente
logré un susurro. —A ti.

Y, de repente, estaba ahí mismo, esa sonrisa de la que estaba tan jodidamente
enamorado, la comisura de la boca que acababa de besar levantándose apenas una
pizca antes de volver a estrellarse contra la mía.

Nos estábamos besando de nuevo, pero esto era diferente. Era más caliente,
más hambriento. Las manos de papá pasaron de mi cara a mi pelo y gemí cuando sus
labios se separaron y su lengua buscó la entrada a mi boca. Me puse frenético cuando
lo dejé entrar, muriéndome cuando su lengua y el sabor del whisky se apoderaron de
todos mis sentidos. Fue el turno de papá de gemir mientras nuestras bocas se movían
juntas, su corta barba rozando mi cara. Yo era alto, pero papá era más alto, y me puse
de puntillas para acercarme, como si hubiera alguna forma de estar lo suficientemente
cerca. Mis manos se movieron por voluntad propia mientras nos besábamos,
recorriendo su pecho, apretando sus bíceps. Agarré su corbata y tiré de él para
acercarlo más, y fui recompensado con un pequeño gruñido.

Nuestras bocas estaban frenéticas, nuestros besos constantes, y decidí que no


necesitaba oxígeno. Si moría en ese preciso momento, no me arrepentiría. Las manos
de papá se dirigieron a mi cintura y nos apretó. Podía sentir su erección como un
hierro contra mi estómago. Bueno, tal vez un arrepentimiento.

Nos separamos cuando papá se apartó. Los dos estábamos sin aliento, jadeando,
mientras nos mirábamos fijamente, con las bocas magulladas y húmedas por el beso.
No estaba seguro de poder pensar en ninguna palabra para decir ni por un millón de
dólares, pero por suerte no tuve que hacerlo.

—¿Quieres subir?

Sus ojos brillaban en la tenue luz, pero pude ver algo más en ellos. Papá siempre
había sido una torre de fortaleza. Tan pocas veces lo vi vulnerable que casi me lo
pierdo, pero estaba ahí: otra pregunta más importante que la que acababa de hacer.
¿Esto está bien?

Me estiré hacia arriba, vertiendo mi respuesta en mi beso. Está mucho más que
bien. Agarré su mano y entrelacé nuestros dedos como había soñado hacer durante
tanto tiempo y separé nuestras bocas mientras corría hacia las escaleras, con papá y su
risa detrás. El sonido era música y magia y a mitad de las escaleras me detuve para
besarlo de nuevo porque estaba lleno de tanta alegría en ese momento que no podía
dejar de besarlo. Apreté mi sonrisa contra la suya, pasando mis manos por su pelo
hasta que se puso de punta. Volví a sonreír. Todo era salvaje y perfecto y él se tragó mi
risa antes de que lo arrastrara por el resto de las escaleras.

Estábamos a dos pasos de la habitación antes de que su boca volviera a estar en


la mía, caliente y deliciosa y todo lo que nunca pensé que tendría. Papá me hizo
retroceder y consiguió guiar mi cuerpo hacia la cama sin apartar sus labios de los míos.
Tuve que admirar su habilidad.

Adoró mi cuerpo con sus manos calientes y su boca aún más caliente,
arrastrando besos por el centro de mi pecho, arrastrando las yemas de sus dedos por
mis costados, haciendo las suficientes cosquillas como para ser una tortura. Frotó
suavemente el rastrojo de su mejilla contra mi pezón y salí volando de la cama, pero él
se limitó a reírse antes de llevárselo a la boca, el contraste de lo agudo y lo suave en mi
sensible pezón fue directo a mi goteante erección.

Sus dedos se hundieron en la cintura de mis pantalones mientras se deshacía en


atenciones hacia mis pezones, y ya no pude callarme. Ni siquiera quería intentarlo. Las
palabras caían de mi boca como gotas de lluvia en una repentina tormenta de verano.
Salieron rápidas y cálidas, por favor y sí y oh Dios mío y sí otra vez.

Pasó sus dedos por el vello de la base de mi pene, tan burlón y cariñoso y
perfecto. Si fuera cualquier otra persona, le diría que no perdiera el tiempo, que mi
pene no se iba a agarrar solo, pero parecía que no podía hacerme desear más que lo
que él quisiera darme. Continuó con su tortuosa caricia bajo mis pantalones pero
apartó su boca de mis pezones para poder mirarme a los ojos. Sentí su mirada en mi
alma, como si viera todo lo que era y todo lo que no era y me amara por completo.
Pero yo también lo vi a él. No sabía qué era esto, ni siquiera quería perder un
segundo de perfección tratando de averiguarlo, pero los oscuros charcos de verde
revelaban mucho. Estaba totalmente metido en esto. Tal vez era porque estaba
borracho o tenía un maldito ataque o algo así, pero conocía a mi padre y no podía
esconderse de mí. Él también quería esto. Me deseaba.

Mi eje goteaba, desesperado por su contacto. Abrí la boca para decirle algo
sucio, para hacerle saber lo caliente que estaba, lo mucho que me excitaba con sólo
una sonrisa, cómo su cuerpo era lo más sexy que jamás había visto, pero mi boca no
cooperó en el mejor de los casos. Lo que realmente dije fue: —Estoy tan jodidamente
enamorado de ti, papá.

Me encogí, realmente me encogí, mientras me reprendía. Julian, ¿qué tan


jodidamente estúpido eres? No sabía bajo qué hechizo perverso estaba papá para
darme exactamente lo que quería, pero una forma segura de acabar con todo era ser
sincero, asegurarme de que supiera que esto no era sólo sexo para mí. Lo era todo.

Sus cejas se levantaron una fracción de pulgada antes de entrecerrar los ojos, mi
sonrisa sexy favorita jugando en sus labios.

—Llámame Daddy.

... espera, ¿qué? No tuve la capacidad mental de considerar por qué esa frase
hizo que mi corazón se arrastrara a la garganta porque en ese momento, tres cosas
sucedieron en una sucesión muy rápida. Una: papá bajó su cabeza hasta mi cuello,
besando y lamiendo el punto bajo mi oreja, el que hacía que se me enroscaran los
dedos de los pies y me hirviera el cerebro en la cabeza. Dos: movió su mano hacia mi
pene, dándole una larga y lenta caricia con un firme agarre. Y tres: Perdí la puta
cabeza.

Mi gemido podría haberse escuchado desde el espacio mientras mis caderas


desafiaban cualquier tipo de instrucciones de mi cerebro para estar tranquilo. Me
agarré a su mano en el momento en que cerró su boca caliente sobre el lóbulo de mi
oreja y me mordió, y estaba jodidamente acabado. Mi cerebro se quedó en blanco
mientras destellos de luz explotaban detrás de mis párpados. Mi orgasmo parecía venir
de lo más profundo de mi ser, aumentando la tensión hasta que finalmente me golpeó
en una explosión de adormecimiento mental que habría avergonzado a un
experimento de Mentos y Coca-Cola Light.

—Dios mío, Daddy —canté sin aliento mientras papá me acariciaba, con su
aliento caliente en mi oído, hasta que me quedé sin huesos y jadeando, más saciado de
lo que jamás había estado en mi puta vida.

Y ahí me quedé, sobre las sábanas de mi padre que olían a su jabón corporal y a
detergente para la ropa, con los ojos cerrados y siniestramente feliz mientras bajaba
del mejor orgasmo que jamás había tenido. Estaba sonriendo, sabía que tenía que
estarlo, pero me sentía desconectado de mi cuerpo, como si estuviera flotando por
encima de él, hasta que papá habló y la realidad se convirtió en mi gravedad y me
estrellé de nuevo en el presente.

—Bueno —la voz de papá estaba llena de humor—, eso fue divertido.

Y me morí. Ahí mismo, en su cama, mi vida terminó.

Aquí yace Julian Roberts. Murió como vivió: con el corazón lleno de vergüenza y
los pantalones llenos de esperma.

De alguna manera había conseguido exactamente lo que quería, todavía no tenía


idea de cómo o por qué, pero en el fondo sabía que nunca volvería a suceder. Mi
momento de perfección fue exactamente eso, solo un momento, porque
aparentemente tenía la resistencia de un adolescente. Claro, me había hecho volar la
cabeza, pero no había conseguido tocar a papá, saborearlo, sentirlo dentro de mí...
hacer que él también se sintiera bien.

No me atrevía a abrir los ojos, pero sentí un escozor familiar que los pinchaba.
Vaya, ¿sabes qué me haría sentir menos avergonzado en este momento? Llorar.
Gracias, yo.

—¿Julian? —La voz de papá seguía siendo ligera, pero ahora tenía una nota de
algo parecido a la preocupación—. ¿Estás bien?

Sentí que una lágrima amenazaba con resbalar por mi mejilla, y la aparté con la
mano. —Sí. Totalmente bien.

—Chico, abre los ojos.

¿Y mirarte a la cara? No, gracias. Definitivamente no podría soportar ese tipo de


mortificación. Negué con la cabeza.

Hubo un largo silencio. —Jesús, lo siento mucho. —La voz de papá era
peligrosamente tensa—. Pensé que esto era lo que querías.

Mis ojos se abrieron a tiempo para ver el dolor agonizante que retorcía sus
hermosas facciones: el dolor que yo había puesto allí.

—¡No! —dije, lo suficientemente fuerte en la silenciosa habitación como para


que papá se sobresaltara, lo que claramente no hizo nada para reconfortarlo—. No. —
Repetí la palabra en voz baja—. Sí lo quería. Fue... —¿Impresionante? ¿Digno de una
película porno?—. Perfecto.

Claramente estaba más atento a mi lenguaje corporal que a mis palabras, porque
no parecía convencido, así que me tragué mi orgullo y confesé.
—Me he corrido —dije antes de enterrar mi cara en su pecho.

Se rió. —Creo que ese era el objetivo, bebé.

Gemí. —No en unos dos segundos —gemí, con la voz apagada—. No fue
suficiente.

La realidad se abatió sobre mí como una ola, haciéndome caer. Esto había sido
todo, mi única oportunidad de estar con mi padre, y ahora se había acabado. Otra
lágrima se deslizó en contra de mis instrucciones explícitas (¿por qué mi cuerpo no me
escuchaba en absoluto?) Y no pude contener un resoplido.

—Oye. —Papá se apartó para poder mirarme a los ojos—. ¿Qué pasa?

No pude contener las lágrimas ante la suave preocupación de su rostro. —Lo


siento. No sé por qué estoy tan sensible. —Forcé una pequeña risa—. Bueno, porque
soy yo, supongo, y nunca estuve en una situación ante la que no pudiera actuar de
forma exagerada.

Papá sonrió, pero no se encontró con sus ojos.

Suspiré. —Yo... sé que nunca olvidaré esta noche mientras viva. —Hice una
pausa, sin estar seguro de si debía decir el resto, pero ya estaba demasiado metido—.
Sólo deseo que haya más cosas que recordar.

Papá emitió un hmm, su característico sonido de pensamiento.

—Bueno, la noche aún no ha terminado.

Parpadeé.

Luego parpadeé de nuevo.

¿Qué?

—A menos que quieras que lo haga, Jules.

Lo miré fijamente a los ojos y vi cómo centelleaban antes de lanzarme a sus


brazos. Cubrí su boca con la mía, acosándolo con besos y alimentándolo con palabras
como por favor y más y Daddy.

Se rió, abriéndose a mi afecto frenético, y todo en el mundo desapareció. Nada


importaba, excepto papá y yo, y esto.

Finalmente se separó. —Entonces, ¿supongo que no quieres que esto termine?


—Me guiñó un ojo y un escalofrío recorrió mi cuerpo.
No pude detener mi boca; las palabras salieron antes de que mi cerebro pudiera
procesar lo ridículas que eran.

—¿Y si quiero que sea para siempre?

Pero papá se limitó a sonreír, la perfectamente sonrisa torcida que yo sabía que
era sólo para mí. Siempre había sido sólo para mí.

—Sabes que siempre le doy a mi bebé todo lo que quiere.


Miré fijamente a mi hermoso niño, suave y dulce debajo de mí, y su sonrisa era el
sol, una luz radiante tan brillante que me dejó sin aliento. No había nada que hubiera
hecho tan bien en esta vida como para merecer a este hombre, ni siquiera como hijo. Y
sin embargo, aquí estaba, mirándome con adoración bajo sus húmedas pestañas, con
sus magníficos labios hacia arriba, labios que había probado... labios que tenía que
volver a probar.

Me incliné para rozar mi boca con la suya, deleitándome con el pequeño suspiro
de satisfacción que se le escapó a Julian. Yo todavía estaba duro, dolorosamente, pero
le puse una mano suavemente en el pecho, dándole a Julian un momento de
tranquilidad para procesar lo que acababa de suceder.

Sabía que necesitaba uno.

No tenía ni idea de lo que había estado pensando cuando me acurruqué detrás


de mi hijo llorando. Había algo en el hecho de presenciar sus lágrimas, en el hecho de
escuchar la contracción de su garganta, que era un faro para mí. Cuando Julian estaba
afligido, todo lo demás carecía de sentido.

Me había dicho a mí mismo que sólo le estaba dando consuelo, que sólo estaba
allí para calmar sus lágrimas, pero cuando se volvió en mis brazos, escuché sus
palabras resonando en mis oídos.

Sólo quiero que mi Boppa me ame de la misma forma en que yo lo amo a él.

Y lo hacía.

Cristo, lo hacía. Amaba a Julian de una manera que nunca había amado a nadie
más, ni lo haría jamás. En otras palabras, él era mi todo.

Y después de escuchar su confesión, supe que todo entre nosotros cambiaría;


simplemente no podía permitirme creer que acabaríamos así, enredados, el sabor de
él es algo que nunca olvidaría, pero la perfección de este momento era imposible de
ignorar.

Lo miré, sus largas pestañas oscuras y húmedas, sus labios hinchados por mis
besos, y sólo pude pensar en lo afortunado que era, en lo mucho que lo amaba. Por
supuesto, nada dorado puede permanecer, y la voz zumbante en el fondo de mi mente
me lanzaba advertencias, ordenándome que dejara de hacer lo que estaba haciendo,
pero utilicé mi superpoder, mi capacidad de negar e ignorar y empujar las cosas en lo
más profundo de mi ser, para silenciarla. Ya estaba demasiado lejos para cambiar las
cosas ahora. Había tenido el pene de mi hijo en mi mano y su lengua en mi boca
mientras se corría, derramándose por todas partes, respirando mi nombre. No había
vuelta atrás de eso, no había vuelta a ser sólo amigos, un padre y un hijo. Siempre
seríamos algo más.

—¿Daddy? —Julian me llevó una mano a la cara, su pulgar recorrió la línea de mi


mandíbula mientras me miraba. Tenía los labios entreabiertos, las mejillas ligeramente
sonrojadas de un dulce color rosa, y sus ojos... Jesús, sus ojos lo eran todo, tan
brillantes y claros y mirando fijamente a los míos con tanta franqueza y amor, tan
puros y sin complicaciones, y por un segundo, realmente no pude respirar.

—¿Sí, bebé? —Mi voz se quebró con las palabras, pero estaba tan llena de
emoción que me sorprendió que pudiera sacarlas.

—¿Está bien? ¿Lo que dije? —Se mordió el labio inferior—. ¿Está bien que esté
enamorado de ti?

Era tan jodidamente hermoso que me robaba el aire y todos mis pensamientos...
y todo mi corazón. Pero no era un robo, ¿verdad? No, yo se lo había dado. Envuelto en
papel brillante y un lazo, con un recibo de regalo para que pudiera cambiarlo por algo
que fuera mejor, algo que realmente quisiera.

Pero él no quería devolverlo. Quería quedárselo, quedarse conmigo.

Respiré profundamente. —No estoy seguro... ¿está bien que yo esté enamorado
de ti?

Pareció que su cerebro tardaba un momento en procesar la pregunta, pero vi


cómo su rostro cambiaba lentamente. Soltó el labio de entre sus dientes, la pequeña
línea entre sus cejas desapareció, y sus ojos bailaron mientras lucía la sonrisa más
brillante que jamás había visto.

—Sí, creo que está muy bien.

Y no pude evitarlo. Me reí.

—Qué aprobación más sonora.

Julian también se rió, y le pasé un dedo por el costado expuesto, asegurándome


de tocar el punto que sabía que lo disolvería en un ataque de risas sin aliento.

Jadeó mientras le hacía cosquillas, con los ojos cerrados, retorciéndose bajo mis
caricias, y me enamoré un poco más del hombre que había en mi cama. El hombre que
recordaba llevaba unos pantalones llenos de semen.

Lo solté y me moví de la cama cuando su risa se apagó y se transformó


instantáneamente en preocupación.
—¿Adónde vas? —La arruga entre sus cejas había vuelto y no pude evitarlo. Me
incliné y presioné un suave beso directamente sobre ella, como si pudiera infundir
consuelo a través de mis labios. Se ablandó un poco bajo mi contacto.

—No te preocupes, bebé, no me voy lejos. —Me apresuré a agarrar una toalla
caliente del baño. No había terminado con Julian, tenía más planes para hacer que mi
bebé se sintiera bien, pero tenía que limpiarlo antes de volver a ensuciarlo.

Volví a la cama, me senté en el borde y me maravillé de cómo parecía que todos


los deseos que había pedido se habían hecho realidad.

—Vamos a limpiarte. —Me dispuse a bajarle los pantalones, pero él se agarró a


la cintura, con un delicioso rubor recorriendo su piel, y mi pene me recordó que seguía
sin tocarse. Pasé las yemas de los dedos por el tramo de piel entre su ombligo y los
pantalones y se estremeció.

—No puedes esconderte de mí, bebé.

Enganché un dedo bajo la tela y tiré lentamente. No me impidió exponerlo,


centímetro a centímetro, pero su rubor se hizo más intenso y no me miró a los ojos.
Cuando estuvo felizmente desnudo delante de mí, me tomé un momento para admirar
a mi precioso hijo, sus piernas fuertes y delgadas que desembocaban en unas caderas
estrechas, sus hombros anchos y fibrosos.

—Jesús, Julian, eres jodidamente impresionante —suspiré. Lo limpié


suavemente, y su pene se endureció bajo mi contacto. Dejó escapar un suave gemido y
se arqueó ligeramente. Sonreí y tiré el paño a un lado. Mi niño estaba listo para el
segundo asalto.

Lo acaricié perezosamente hasta que su perfecto pene estuvo lleno y caliente en


mi mano.

—Daddy —suspiró. Llevó sus manos hacia mi pecho antes de detenerse, con una
palma a cada lado de mi corbata colgante.

—¿Hmm?

No me contestó, no con palabras, pero sus dedos se dirigieron al nudo de mi


corbata, aflojándolo suavemente hasta que se desenredó, y luego tirando de un
extremo lentamente hasta que me liberé del lazo corporativo. La tiró al suelo sin
romper mi mirada, volviendo a centrar su atención en su misión de desnudarme
mientras tanteaba los botones de mi camisa con manos temblorosas.

Le quité las manos y las tomé entre las mías. —Bebé, ¿qué pasa?
—Es que... todavía no puedo creer que esto sea real. —Su voz era tan
temblorosa como sus dedos—. Sigo pensando que me voy a despertar y que todo será
un sueño.

Mi pecho se apretó, con una sensación similar de temor, como si en cualquier


momento la voz fuera a volver, arrebatándome el deseo de mi corazón. Pero por el
momento, estaba despierto. Estaba aquí y vivo con mi hijo en mi cama. Mi dulce y
perfecto hijo.

Tomé una de sus manos y me la llevé a la boca, depositando un suave beso en la


yema de cada dedo, y Julian cerró los ojos, hundiéndose más en el colchón. Repetí los
movimientos con su otra mano, y luego pasé mi mejilla por su palma.

—Para mí, es un sueño.

Sus ojos se abrieron de golpe. —¿De verdad?

Dios, ¿realmente no lo sabía? ¿No podía ver lo jodidamente perdido que estaba
por él? En algún momento le contaría lo que había descubierto esta noche, que los
hombres al final de esas llamadas que cambiaron nuestra vida éramos nosotros dos,
pero compartir eso con él ahora, rompiendo este momento especial, no era lo que
necesitaba. Puse un dedo suave bajo su barbilla y apreté nuestras bocas, esperando
que mi beso le dijera lo que no podía expresar con palabras.

Eres tú, bebé, sólo tú para mí. He vivido tanto tiempo en la oscuridad que no sé
cómo estar en tu luz, pero lo haré. Lo descubriré y seré tuyo todo el tiempo que me
quieras.

Julian no se apartó, pero sus dedos volvieron a mis botones. Su boca respondió
maravillosamente, abriéndose para mí, dejándome entrar, mientras me empujaba la
camisa por los hombros y se unía a mi corbata en un rincón en el suelo. Agarró un
puñado de mi camiseta cerca de la parte baja de la espalda y la sacó de donde estaba
metida dentro del pantalón. Antes, cuando hablamos por teléfono, estaba
completamente vestido, pero eso me pareció una eternidad, y después estaba
demasiado conmocionado como para hacer otra cosa que no fuera beber hasta caer
en el olvido, y la verdad es que me alegré. Cuando Julian me encontró en la cocina,
estaba a punto de recuperar la sobriedad, pero había algo en él, desenvolviéndome
con reverencia como un regalo precioso, que me hacía alegrarme de seguir llevando
cosas que él pudiera quitarme.

Sus dedos rozaron la piel de mi espalda, su tacto ansioso, y gemí suavemente


cuando bajaron. Gimió cuando nos separamos, claramente no interesado en la física
de quitarse la ropa, pero en cuanto mi camiseta estuvo sobre mi cabeza, continué con
mis besos, esta vez volviendo al punto que lo convirtió en un malvavisco derretido.

Su aguda respiración me indicó que había alcanzado mi objetivo, y pasé mi


lengua en lentas líneas a lo largo de su cuello. Sus manos, que habían estado
explorando la piel recién expuesta de mi pecho, se dirigieron frenéticamente a la
hebilla de mi cinturón y me reí en voz baja.

Arrastré mis dientes por la parte exterior de la oreja de Julian y su gemido


tartamudo y agudo fue mi recompensa.

—Dios, los sonidos que haces, bebé —susurré, con mi aliento caliente en su
pelo—. Tan jodidamente hermoso.

Volvió a gemir y detuvo su esfuerzo por sacarme los pantalones, en su lugar


presionó su palma contra mi erección, frotándose contra su longitud.

Otra rápida inhalación. —¿Estás...? —Continuó su exploración—. Eres enorme.


Sabía que lo serías.

No sabía si era enorme, pero no iba a rechazar el cumplido. —¿Sí? ¿Cómo lo


sabías, bebé? —Le pregunté, lamiendo la piel de su cuello y disfrutando de su
escalofrío.

—Simplemente lo sabía —dijo, y sus manos volvieron a mi cinturón, trabajando


en él con un fervor renovado. No tardó en quitármelo, y mis pantalones y bóxers
desaparecieron unos segundos después. Julian intentó moverse, pero lo rodeé con mis
brazos.

Se retorció, haciendo un sólido esfuerzo por liberarse, antes de aflojarse debajo


de mí.

—Daddy —gimió suavemente.

—¿Sí, bebé? —Me acurruqué en su cuello.

—Déjame ir.

—Pero eres tan delicioso. —Volví a besar su piel, sabiendo que estaba dejando
marcas en mi chico, y mi pene se crispó al pensarlo.

No estaba cerca de su entrepierna, pero Julian gimió de nuevo. Dios, era tan
receptivo, y me encantaba.

—¿Por qué debería dejarte ir, bebé?

—Quiero chupártela, Daddy.

Fue mi turno de estremecerme. —Mierda —dije en voz baja mientras mi agarre


sobre Julian se aflojaba. Como si pudiera decir que no a eso.
Salió de debajo de mí y me dio un pequeño empujón en uno de los hombros, lo
suficiente para que supiera lo que quería -que me pusiera de espaldas- y fue como si
me hubiera leído la mente. Si por fin iba a tener la exquisita boca de mi hijo alrededor
de mi pene, quería verlo todo.

Julian se movió y se arrodilló entre mis piernas abiertas. Sus ojos estaban
congelados, mirando mi dureza, pero yo no podía apartar la vista de su cuello, de las
manchas rojas que ya estaban apareciendo, las que eran mi mensaje al mundo: manos
fuera, ésto es mío.

Julian tomó mi longitud con la mano y la acarició lentamente, con reverencia,


estudiándola como si fuera a haber un examen más tarde, y yo estaba celoso,
preguntándome cuándo me tocaría a mí examinar cada impresionante centímetro de
su cuerpo.

Más tarde. Ya habrá mucho tiempo, me dije, rezando para que ese sentimiento
fuera cierto.

Aparté mis ojos de su mano que trabajaba en mi pene y me quedé mirando su


cara, tan concentrado.

—Eso es gracias a ti —dije en voz baja, y él levantó los ojos para encontrarse con
los míos.

—¿Qué?

—Mira lo duro que me pones, bebé. —Su cabeza estaba lo suficientemente baja
como para que pudiera pasar mis manos por su pelo y cerró los ojos, apretando mi
tacto—. Eres tan jodidamente perfecto.

Dio un pequeño suspiro antes de agachar el cuello y llevarse la cabeza de mi


pene a la boca. No trató de tragarlo, sino que siguió acariciando mi pene mientras lo
amamantaba y chupaba, aparentemente contento de sólo saborearme, de tenerme
dentro de él... de adorar el pene que lo había hecho.

Dejé escapar un gemido bajo. El calor, la humedad, la mirada de pura felicidad en


su hermoso rostro, todo era un puto cielo. Sumergió su lengua en mi raja antes de
introducirme más profundamente en su boca, sus labios se estiraron a mi alrededor,
una cantidad perfecta de succión combinada con sus caricias que me acercaron al
orgasmo más de lo que quería. No me iba a correr, no hasta que él lo hiciera.

Lo agarré por los hombros y tiré de él hacia mí, su boca liberó mi eje con un
suave sonido de estallido.

—¡Oye! —Sonaba moderadamente indignado, como si le hubiera privado de su


merienda favorita. Jesús, me iba a matar, pero sería una buena manera de morir—. Yo
estaba...
Sus palabras fueron interrumpidas por su grito de sorpresa cuando en un
movimiento fluido nos hice rodar y bajé, enganchando sus piernas sobre mis hombros.

—Mi turno. —Le dediqué una sonrisa perversa y bajé la cabeza, con la boca
hecha agua. Si tuviera que adivinar por el aullido que se le escapó, asumiría que Jules
pensó que me dirigía a su pene, y en cambio se sorprendió un poco al sentir mi lengua
deslizarse por su raja.

—Jesucristo, jodida mierda —jadeó mientras lo mantenía abierto, con mis


pulgares rozando su dulce agujero.

Sonreí. —Puedes llamarme Daddy, bebé —dije antes de volver a sumergirme.


Llevaba años soñando, fantaseando, obsesionado con el melocotón perfecto de mi
hijo, tan delicioso, y no había forma de evitar probarlo.

Pasé la parte plana de mi lengua por el pliegue de mi hijo en amplios golpes


mientras las obscenidades caían de su boca, y me pregunté qué podría conseguir que
dijera si utilizaba un enfoque más específico. Me centré en su agujero con la punta de
la lengua, alternando entre el roce suave y el empuje hacia el interior, poco a poco.
Julian siguió emitiendo sonidos, pero no pude distinguir ninguna palabra coherente.
Cuando lo mojé lo suficiente, introduje un dedo en su interior, y la sensación de mi
empuje combinada con los continuos lametones en su borde hizo que Julian se
retorciera debajo de mí, hasta que finalmente escuché una palabra que entendí.

—Más.

Me incliné lo suficiente como para agarrar un frasco de lubricante de mi mesita


de noche antes de volver a estar exactamente donde quería estar. Le daría más, le
daría a Julian cualquier cosa, pero de ninguna manera iba a hacerle daño. Cubrí dos de
mis dedos y los presioné dentro de él. Observé cómo usaba mis hombros para hacer
palanca, follándose a sí mismo con mis dedos.

—¿Te sientes bien, bebé?

—Muy bien —balbuceó—. Por favor, por favor, por favor.

—¿Por favor qué? —Empecé a moverme ligeramente, empujando más adentro


de él mientras se movía, y su gemido fue gutural.

—Más, Daddy. Dame más.

—¿Estás seguro, bebé? —La erección sin tocar de Julian lloraba líquido
preseminal sobre su estómago, obviamente tan metido en el juego del culo como yo.
Sí, estaba seguro.

Jesús, era tan jodidamente perfecto para mí.


Deslicé otro dedo en su interior y sus gemidos esporádicos se convirtieron en un
sonido continuo, salpicado de breves jadeos cada vez que giraba la muñeca o rozaba el
punto mágico de Julian, y oírlo me producía una sacudida directa en la entrepierna.
Estaba tan necesitado, tan desesperado. Quería y era algo que sólo su Daddy podía
dárselo.

—Mi pequeño bebé —dije, tan excitado que ni siquiera estaba seguro de cómo
formaba las palabras—, deja que Daddy te folle.

No era una pregunta, pero lo era. Incluso después de todo lo que habíamos
hecho, en todos los lugares en los que nuestras bocas habían estado, la idea de follar
con él, enterrando mi pene en mi hijo hasta que ambos explotáramos, viendo el mismo
semen que le dio la vida a mi hermoso niño goteando de su agujero perfectamente
usado... Dios, lo quería, carajo, pero él también tenía que quererlo. Tenía que estar
seguro.

Lo miré, a su rostro sonrojado, su pecho agitado, sus ojos de cielo invernal casi
completamente negros, y tragó con fuerza antes de asentir.

Eso no era suficiente. Le pasé un dedo por el borde de su agujero y gimió. —Dilo,
bebé. —Introduje el dedo en el interior y él se apretó a mi alrededor, su culo
suplicando que lo llenara—. Dile a Daddy lo que quieres.

Cerró los ojos, moviéndose contra mi dedo, tratando de llevarlo más adentro.

—Por favor. —Era una súplica quejumbrosa—. Quiero tu pene dentro de mí.
Quiero sentirte dentro de mí. —Se le cortó la respiración, con la voz quebrada por la
necesidad—. Fóllate a tu pequeño bebé, Daddy.

En dos segundos tenía más lubricante en toda mi dura longitud y estaba


presionando dentro de él. Incluso con toda la preparación, estaba tan apretado que mi
visión casi se apagó. Me moví lentamente, dándole tiempo para que se adaptara, pero
cuando vi que se le escapaban las lágrimas de sus ojos cerrados, me quedé helado.

—Bebé, ¿qué pasa? ¿Te estoy haciendo daño?

Julian no contestó y empecé a retirarme, maldiciéndome por empujar demasiado


fuerte, cuando él irrumpió en mis pensamientos.

—No —dijo—. No te vayas. Es jodidamente perfecto. —Intentó bajar más,


consiguiendo más de mi pene dentro de él—. He querido esto durante tanto tiempo y
es... —Su voz se rompió de nuevo. Mi dulce y sensible niño—. Papá, necesito esto.

Un escalofrío me recorrió, y por un momento, mi garganta se cerró con lágrimas.


La fantasía de "Daddy" que había estado viviendo durante tanto tiempo con la ayuda
de chicos anónimos por teléfono era una cosa, pero esto era otra. Cada momento con
Julian era un milagro, pero hasta ahora, yo seguía siendo "Daddy" para él. Quería ser
siempre un Daddy para él, tanto en la interpretación más dulce como en la más sucia
de esa palabra. ¿Pero esto? ¿'Papá, necesito esto', mientras mi pene seguía dentro de
él y mi corazón se desbordaba? Esto no era una fantasía, y seguro que no era
temporal. Esto era real. Mi hijo. No sólo me lo estaba follando, estaba haciéndole el
amor.

Y no importaba lo que suplicara, iba a hacerlo bien.

Me deslicé dentro de él, ignorando sus protestas y sus peticiones de que fuera
más rápido. Esta vez, le daría a mi hijo lo que necesitaba, no lo que quería, por mucho
que sus ruegos me pusieran la verga dura. Cuando estuve seguro de que estaba listo,
aumenté la velocidad de mis empujones, deleitándome con la sensación de su
apretado calor rodeándome. Julian tenía razón, esto era perfecto. Sus mejillas rosadas,
sus dientes en el labio inferior ahogando sus gemidos, su dulce pene llorando mientras
lo hacía sentir bien, mejor de lo que nadie podría jamás... era jodidamente perfecto y
con la forma en que su culo ordeñaba mi pene, sabía que no iba a durar.

Sus gritos aumentaron a medida que aumentaba mi ritmo, y cuanto más fuerte
empujaba dentro de él, más gritaba, gimiendo una sola palabra una y otra vez: Daddy.
Cambié de ángulo al mismo tiempo que le agarraba el eje con un objetivo: hacer
estallar la mente de Julian antes de que yo estallara mi carga. No tardó mucho en
apretarse a mi alrededor y aproveché la oportunidad para machacar la próstata de mi
hijo con cada golpe, hasta que se corrió sobre mi mano y su pecho.

Su pecho se agitó mientras intentaba recuperar el aliento, con los ojos pesados y
satisfechos.

Estaba tan cerca, sintiendo la acumulación dentro de mí, persiguiendo mi propia


liberación cuando escuché a mi hijo murmurar en voz baja: —Te amo, papá, te amo...
—Sus palabras me llevaron al límite, y todo se ralentizó a mi alrededor mientras me
corría, mi mundo consistía sólo en él mientras llenaba a mi hijo con mi semilla.

Me tocó recuperar el aliento. No quería retirarme, no quería romper esta intensa


conexión que teníamos, pero no tenía ni idea de en qué momento esto sería incómodo
para él, y decidí que había más de una forma de estar dentro de mi chico.

Me desplomé a su lado, tirando de él hacia mí y besándolo, lenta y dulcemente,


con mi lengua sumergiéndose entre sus labios y rozando la suya. Estaba blando debajo
de mí, flexible y feliz, y lo llené con el tipo de besos que había soñado durante tanto
tiempo. Todo estaba tranquilo, contento y perfecto.

Hasta que sentí un dolor agudo en el costado.

Me separé y miré la cara de mi hijo. — Jules, ¿acabas de pellizcarme?

Me miró tímidamente. —Puede ser.


Le levanté una ceja.

—Todavía pensaba que tal vez estaba soñando. —Sus palabras salieron en un
revoltijo—. Quiero decir, sé que esto no es como una gran cosa para ti, pero esto es en
serio lo mejor que me ha pasado y no puedo creer que...

Puse fin a su vómito de palabras presionando nuestras bocas juntas de nuevo.

—Julian, ¿realmente crees que esto no es gran cosa para mí?

Me dio un encogimiento de hombros incómodo.

¿Cómo podía convencerle de que ésta había sido la mejor noche de mi vida?
Respiré profundamente. —Bebé, llevo años enamorado de ti.

Sus cejas se dispararon en la línea del cabello, pero supe que las sorpresas no
habían hecho más que empezar.

—Pero sabía que nunca podríamos estar juntos, o... —Miré su cuerpo desnudo—
, eso es lo que pensaba.

—¿De verdad? —Su voz era pequeña.

Asentí con la cabeza y luego obligué a mis pulmones a tomar aire. Esta siguiente
admisión podría destrozar todo lo que teníamos, pero había que decirla, aunque
tuviera el potencial de destruir todo lo que tenía entre mis brazos.

—Deseaba tanto estar contigo que empecé a llamar a líneas telefónicas de sexo y
a hablar con otros hombres, pidiéndoles que fingieran ser mi hijo... ser tú, Jules.

Julian se congeló, su cuerpo se puso rígido en mis brazos. —Oh, Dios mío. —Me
miró fijamente, con incredulidad en su rostro—. ¡Oh, Dios mío!

Me encogí. Independientemente de lo que hubiéramos pasado, escuchar las


profundidades de mi depravación seguramente abriría una brecha entre nosotros,
pero no podía no decírselo. Tenía que saber la verdad.

—No sabía que eras tú, bebé. —Mi voz se alzó sin mi consentimiento—. Lo juro.
No hasta esta noche.

Busqué algo en sus ojos -traición, odio, no soñaba con el perdón- pero Julian se
limitó a mirar al espacio durante un largo momento.

—Yo... —Hizo una pausa—. Jodidamente... —Otra pausa—. ¡Lo sabía!

Espera, ¿qué?
Se sentó en la cama, arrancándose de mis brazos. —¡Sabía que eras tú! Desde el
primer día. —Empezó a murmurar para sí mismo. No me hablaba a mí, así que no lo
interrumpí, sino que lo dejé elaborar los detalles en su cabeza.

—¡Debería haber confiado en mis instintos... azul claro... y en el lubricante! Lo


sabía. —Se llevó una mano a la frente—. Espera, entonces esto significa...

No tenía ni idea de lo que significaba para Julian, así que no dije nada.

—Esto significa que podríamos haber estado teniendo sexo durante semanas.
Oh, Dios. Me he masturbado tanto pensando en ti que creí que se me iba a caer el
pene.

Intentaba seguir su línea de pensamiento, pero no podía concentrarme más allá


del alivio abrumador que me invadía porque no estaba disgustado ni enfadado por mi
confesión. Era simplemente mi Julian feliz y parlanchín, el hombre al que amaba más
que a la vida misma.

Se volvió hacia mí bruscamente, sacándome de mis pensamientos. —Dios mío,


hora de las preguntas serias.

Me armé de valor, sabiendo que fuera lo que fuera, respondería con sinceridad.

—De acuerdo.

—¿Cómo te sientes...? —Entrecerró los ojos hacia mí—. ¿Sobre los piratas?

Mi mente se tambaleó. —Uh.

¿Cuál era la respuesta correcta a eso?

—Específicamente —aclaró—, ¿fantasías sobre rescatar a tu hijo de ellos y


saquear su finísimo botín? —Levantó las cejas de forma sugerente y no pude evitarlo.
Me reí.

—Si me estás preguntando si me gustan los juegos de rol, creo que puedes decir
con seguridad que la respuesta es sí, teniendo en cuenta que me he vuelto bastante
bueno en eso en el último año. Y sabes que siempre te rescataré, bebé.

Julian me sonrió. —Lo sé. —Pareció caer en la cuenta de otra cosa—. Entonces,
¿cuánto has gastado en sexo telefónico?

Gemí. Una pequeña fortuna. —Ni siquiera quieres saberlo.

Se rió. —Menos mal que tenemos un plan familiar... ¡ahora podemos tener sexo
telefónico cuando queramos gratis!
—Qué buena idea para ahorrar dinero. —Lo besé en la frente—. Gracias, bebé.

—De nada, Daddy.

—Además —no pude evitar añadir—, cuando crees que estás soñando, se
supone que te pellizcas a ti mismo, no a otra persona.

Julian me miró, con los ojos muy abiertos. —¿De verdad? Pero eso dolería.

No pude contener la risa. No estaba equivocado, ya que ese era básicamente el


punto. Pero de todos modos tenía una idea mejor. —¿Qué tal esto? Cada vez que
pienses que esto es un sueño, que lo que siento por ti no es real, me pellizcas y te
recuerdo que eres todo mi mundo.

Esto pareció satisfacerlo, al menos por esta noche, y tarareó feliz. Había más
cosas que discutir, concretamente si pensaba seguir trabajando para la línea de sexo
telefónico y si la respuesta era sí, cuánto tendría que pagarle para que renunciara,
pero eso era una conversación para mañana. Esta noche era sólo para besos dulces y
abrazos cálidos. Acorté la distancia que nos separaba y lo besé de nuevo, con una
abrumadora sensación de bienestar que me invadía. Julian sonrió contra mi boca,
acurrucándose más cerca de mí, y no hubo voz, ni reglas, ni muros. Sólo yo y mi
hermoso bebé, mi Jules.

Mi hijo.

Para siempre.
Diez meses después

—¿Sigues deprimido?

Me tiré en el sofá. De hecho, seguía deprimido, pero de ninguna manera iba a


admitirlo ante Andy.

—Noup —dije, haciendo saltar la P, que era mi forma favorita de decir no y joder
al mismo tiempo.

Andy sonrió. —Okey. —Puso los ojos en blanco y me hizo un pulgar hacia arriba
como si fuera un gif de Jennifer Lawrence.

—Cómete una bolsa colosal de vergas, cariño. —Le dediqué mi sonrisa más
dulce, pero él se limitó a reírse y se dirigió a la cocina.

Apoyé la cabeza en el respaldo del sofá y suspiré de una manera absolutamente


no melancólica, cuando sentí unas manos familiares sobre mis hombros. No me
molesté en abrir los ojos, simplemente me fundí en el tacto.

—Hola, papá.

Sus dedos subieron por mi cuello, sus pulgares presionando mi nuca, y sentí que
mis preocupaciones se desvanecían... bueno, al menos se desvanecían un poco.
Finalmente abrí los ojos y me encontré con mi imagen favorita del mundo: La sonrisa
de papá.

—Hola, chico.

Levanté la cabeza y la incliné hacia él, poniéndole mi mejor cara de tienes-que-


besuquearme. Se rió y se puso a mi altura, con su boca cálida, su lengua tocando
suavemente la mía, dejando un leve sabor a café mientras mis latidos se aceleraban.
Había pasado casi un año y besar a este hombre todavía me dejaba sin aliento. Cada
día me enamoraba más de él.

Pasé mi mano por su cabello, acercándolo más mientras profundizaba el beso,


aún sin acostumbrarme a la sensación que me recorría cada vez que tenía mis labios
sobre los suyos -la sensación de que todo esto era un sueño- cuando una garganta se
aclaró.
Papá y yo nos separamos para encontrar a Andy chupando un Rocket Pop, con
una ceja levantada.

Puse los ojos en blanco. —¿Podemos ayudarte?

Asintió rápidamente. —Sí, pueden hacerme el relleno cremoso de ese sándwich


sexy de padre e hijo.

Papá se rió y yo entrecerré los ojos. Esto estaba lejos de ser la primera vez que
Andy había sugerido un trío, pero incluso la sola idea me hizo afilar mis garras.

—Sigue soñando.

—Oh, lo haré. —Me guiñó un ojo—. Todas las noches.

Le eché una mirada y él soltó una risita, pasando a preguntarle a papá por su día.
Sabía que Andy nunca se interpondría entre papá y yo -bueno, probablemente
cambiaría un miembro por interponerse entre nosotros-, pero siempre había
disfrutado atormentándome con respecto a papá, y eso no cesó aquel fatídico día de
septiembre. Había perdido la noción del tiempo y había olvidado que Andy iba a venir
cuando nos encontró en mi posición favorita, con los labios de papá en mi cuello y su
mano alrededor de mi pene. Al descubrirlo, Andy gritó, yo empecé a farfullar que no
era lo que parecía y papá se puso de un color verde poco natural.

Andy estaba indignado, por decirlo suavemente. —¡Lo sabía! —Se dirigió hacia
mí—. Sabía que te estaban empalmando con regularidad. Has estado demasiado feliz
últimamente. —Hubiera esperado disgusto, pero no sabía cómo procesar el dolor en
su rostro—. ¿Cómo pudiste no decírmelo?

Papá me había mirado con cautela, pero negué con la cabeza, apartando a Andy
para una charla más privada. Y, después de que me había ajustado a la conmoción de
ser descubierto y que Andy jurara guardar el secreto, fue una especie de alivio que él
supiera. Él era infinitamente relajado al respecto, lo que no me sorprendió
exactamente en absoluto, ya que era el Sr. Sex Positive-LoveIsLove, y era agradable ser
capaz de tener una conversación sin vigilancia sobre mi relación. No cambiaría lo que
tenía con papá por nada del mundo, pero de vez en cuando, el secreto era abrumador.

Papá era mucho mejor en ignorar el coqueteo de Andy. Se limitó a sonreírle.

—¿Qué planes tienes para esta noche? ¿Deberíamos ir todos a cenar?

Amaba a Andy más que a los disfraces de Halloween de Heidi Klum, pero tenía
cero interés en su presencia en ese momento. Papá estaba en casa y yo quería subirme
a su regazo y cubrirlo de besos y apartar por completo de mi cabeza todos los
pensamientos sobre los trabajos y la graduación y el futuro.

Andy le dio a papá su sonrisa más brillante. —Bueno, me encantaría...


Zorra ofrecida. Fruncí el ceño. —Consigue tu propio papá —murmuré en voz
baja.

Papá se rió y Andy puso los ojos en blanco. —Como puedes ver, sigue deprimido
pero no me dice por qué.

—¡Jesucristo! —Solté—. No estoy deprimido, carajo.

Las cejas de papá se metieron en su línea de cabello -claramente no esperaba mi


mini-colapso- pero Andy no se inmutó. —Prueba A —dijo, haciendo un gesto
exagerado en mi dirección—. De todos modos, me encantaría cenar, pero tengo una
cita.

Se dirigió al sótano, o a "su habitación", como él la llamaba, ya que la había


reclamado prácticamente. Después de que papá y yo hubiéramos pasado el final del
verano más glorioso de mi vida enredados constantemente, había asumido que me
quedaría con papá y me convertiría en un estudiante viajero cuando comenzara la
escuela, pero él había insistido en que me mudara de nuevo a los dormitorios.
Argumentó que estaría más cerca de las clases, las bibliotecas y los grupos de estudio,
lo cual era cierto, ya que el campus estaba a unos cuarenta minutos en coche de la
casa de papá, pero eso no hacía que me doliera menos estar lejos de la persona que
más amaba. Volví a mi dormitorio con Andy, que era una buena distracción, pero
extrañaba mucho a mi padre. Supongo que no me había dado cuenta de lo solo que
había estado hasta que ya no lo estaba.

Seguía conduciendo a casa los fines de semana y al menos una noche entre
semana, y después de que Andy se quejara de cuánto tiempo pasaba con mi novio, le
había dado una invitación abierta para que se pasara por casa de papá cuando
quisiera. Al parecer, para Andy eso significaba "por favor, siéntete libre de usar mi
habitación como un armario gigante", pero a mí no me importaba. Pasaba todas las
noches que podía en la cama de papá.

Lamentablemente, eso no había sido muy a menudo últimamente. Me había


quedado en nuestro dormitorio incluso más de lo habitual mientras estudiaba para los
exámenes finales, pero esta mañana había terminado mi último examen, jódete,
francés, chúpate esa, y estaba deseando pasar todo el tiempo humanamente posible
envuelto en los brazos de papá. Sólo él y yo y nada más... desde luego, sin decisiones
que cambiaran la vida con plazos inminentes. Pero me estaba dando un poco de
hambre, así que tal vez unos Skittles estaría bien.

Sí. Sólo besos de Daddy y Skittles. Sin conversaciones, sin pensar, sin resolver mi
vida. Y definitivamente sin Andy.

—Adiós, Felicia —murmuré mientras él se alejaba, literalmente, haciendo un


movimiento de caderas y saltando hacia el sótano. Se volvió hacia mí y esperé verlo
todo furioso como la vez que derretí accidentalmente su Fleshlight... una larga historia,
no preguntes.

Pero la expresión de Andy era de suficiencia. —Oh, no te preocupes, me voy. —


Se volvió hacia papá—. No quiero estorbar. Estoy seguro de que tienen tanto que
hablar... —Dirigió una sonrisa de satisfacción en mi dirección exacta—. Con la oferta de
trabajo de Julian y todo eso.

Me abalancé sobre Andy pero papá me sujetó por los hombros. —¡Traidor! —
Grité, mientras la risa musical de Andy se apagaba y desaparecía por las escaleras.

Muerto para mí. Ese puto imbécil chismoso de mierda está muerto para mí.

Sentí que las manos de papá se movían, pero no me atreví a levantarle la vista;
sabía que no podría soportar ver su cara.

Por suerte para mí, se movió de detrás del sofá y se sentó a mi lado, así que tuve
un asiento en primera fila para ver a Papá Decepcionado Conmigo: El Musical.

Había girado la cabeza para evitar mirar directamente al vacío que era la tristeza
de papá, pero podía oír la abrumadora preocupación en su voz.

—Bebé, ¿qué pasa? —Tomó mi mano entre las suyas y la apretó suavemente—.
¿De verdad recibiste una oferta?

Suspiré. Demasiado para el sexo y los Skittles, pero yo mismo me lo había


buscado. Agarré mi teléfono y saqué el correo electrónico con mi carta de oferta y le di
mi teléfono a papá.

Lo hojeó durante exactamente cero punto cero cero un segundo antes de


lanzarme su primera flecha. —Julián, esto es para CyberStar —dijo emocionado.

Asentí miserablemente con la cabeza. Para mi sorpresa, me habían invitado a un


día de entrevista con la empresa durante las vacaciones de primavera. Estaba seguro
de que el vicepresidente se había olvidado de mí, pero habíamos entablado una
especie de amistad cuando descubrí su Instagram. Sus fotos con su marido y su perro
eran mis favoritas... había algo en ellas que me llenaba de anhelo de que algún día
fuéramos yo y mi amor con nuestro pequeño pug, Spaghetti, en un huerto de
calabazas o tomados de la mano en la nieve, o sonriendo como locos mientras nos
besábamos en el día del Orgullo delante de todos.

Por supuesto, siempre había una punzada que seguía rápidamente a ese anhelo,
la triste constatación de que esas cosas nunca serían, porque el nuestro era un amor
que la mayoría de la gente nunca entendería. Prefería tener un millón de momentos
secretos con papá que uno público que pudiera causarle problemas. Así que lo había
aceptado, feliz de haber encontrado por fin lo que anhelaba, aunque siempre sería mi
Daddy en las sábanas, pero sólo papá en las calles.
Pero resultó que estaban buscando asociados junior para una docena de sus
sucursales en todo el mundo, así que el guapo vicepresidente se puso en contacto
conmigo y me invitó al evento. Papá me ayudó a vestirme y me interrogó sobre las
preguntas de la entrevista durante semanas antes, así que me sentí súper preparado...
hasta que llegué y me di cuenta de que era una de las setecientas personas que
asistían. No había suficientes fotos de perros bonitos en el mundo que me gustaran
como para convertirme en un candidato viable para cualquiera de esos papeles.

—Pensé que habías dicho que ni siquiera tenías una oportunidad en esto, Jules.
Dijiste que te fue muy mal.

Asentí de nuevo. —Así fue, o eso creí. —Me encogí de hombros. Me había
esforzado tanto por ser el Super Profesh Julian que decía cosas como "sinergias" y
"esta comparación es de manzanas con manzanas"31 -que no es una frase que se
refiera a un juego de mesa, por cierto, lo aprendí por las malas-, pero estaba sentado
en una entrevista de panel, siendo interrogado por nueve personas con trajes de
poder. Estaba acalorado, empapado de sudor y medio delirante por la intimidación y la
deshidratación, cuando alguien me preguntó por qué quería trabajar en CyberStar. Y
cometí el error de responder con sinceridad.

Es decir, había hecho mis deberes, lo sabía todo sobre la empresa y tenía
preparada una respuesta súper impresionante, todo sobre ser parte de un equipo y
márgenes de beneficio y cosas de fondos de acciones, pero en lugar de eso abrí la boca
y divagué durante un millón de minutos sobre lo impresionado que estaba con su
iniciativa social y lo impactado que estaría trabajando en una empresa conocida por
ser diversa e inclusiva. Pensé que también había dicho algo sobre que el director
general estaba muy bueno y que estaría encantado de obtener un descuento en los
teléfonos móviles, pero estaba bastante seguro de que había entrado en un sueño
febril en ese momento.

Así que nadie se sorprendió más que yo al recibir un correo electrónico con una
oferta unos meses después.

Papá hojeó la carta -sabía que la estaba leyendo varias veces, era tan molesto y
minucioso- y cuando sus ojos finalmente se encontraron con los míos, brillaban.

—Es una oferta increíble. —Dejó caer mi teléfono y me envolvió en un aplastante


abrazo—. Jesús, bebé, estoy tan orgulloso de ti —dijo antes de apretarme el pelo con
besos.

Era una oferta increíble, casi todo lo que siempre había querido, y por eso la
siguiente parte me había pesado tanto. Pero una parte de mí sabía que había tomado
mi decisión hacía tiempo, en el momento en que había leído la carta.
31
Apples to apples: se utiliza con referencia a una comparación considerada válida porque se refiere a
dos cosas que son fundamentalmente iguales. Pero a su vez, también es el nombre de un popular juego
de mesa.
—No voy a aceptarlo.

—¿Qué? —Papá se apartó rápidamente—. ¿Por qué?

Sacudí la cabeza y miré hacia otro lado. —He decidido que la empresa no es una
buena opción para mí.

—Julian, has hablado de CyberStar durante semanas. —Se rió—. Creo que a estas
alturas sé más sobre sus esfuerzos filantrópicos que sus propios empleados. Bebé,
estabas inconsolable cuando volviste de la entrevista convencido de que no habías
conseguido el trabajo. —Puso un dedo bajo mi barbilla para levantar mi mirada hacia
la suya—. Vas a tener que inventar una mentira mejor que esa para engañarme.

Tan exasperantemente perceptivo. —Simplemente no es lo que quiero ahora.

Me estudió intensamente durante una larga pausa. —Bien, ¿tienes otra oferta?

Volví a negar con la cabeza. Sinceramente, había estado tan deprimido por el
desastroso día de la entrevista, que no había puesto mucho empeño en buscar otra
cosa.

—Bebé. —Jesús, ¿cómo es ponía tanta emoción en una sola palabra? Mi corazón
se rompió ante su sinceridad—. Háblame. Dime qué te pasa.

Si no lo sabía, obviamente no había leído el detalle más importante de la oferta,


la única palabra que lo arruinaba todo. Intenté tragar el nudo en la garganta antes de
hablar, deseando que mi voz se mantuviera uniforme.

—El trabajo es en Sydney, papá.

Ni siquiera hizo una pausa. —Lo sé, ¿qué tan increíble es eso?

Mi corazón literalmente dejó de latir. —¿Qué?

—Eso es aún mejor. Deberías salir a explorar el mundo, ¡qué fantástica


oportunidad de hacerlo!

No podía respirar. ¿A papá no le importaba que el trabajo de mis sueños fuera a


separarnos? La sola idea de que no estuviéramos en el mismo continente hacía que mi
visión se volviera borrosa, ¿y él me animaba a ir? ¿Siempre fue este su plan?

—Papá, no puedo mudarme a Sydney.

Me sonrió. —¿Por qué no?

Porque estar sin ti me mataría, literalmente. Volví a encogerme de hombros.


—Julian.

Uh-oh. Esa era su voz seria y se clavó en mi piel, abriendo una herida, el
comienzo de algo que temía que me partiera en dos.

—Eres tan joven y hay tanto que ver y hacer en el mundo. Sé que esto es algo
que te haría feliz. —Pasó una mano suavemente por mi pelo—. Quiero lo mejor para ti,
siempre lo he hecho, y esta oportunidad es lo mejor para ti ahora mismo.

Me atraganté con las siguientes palabras, palabras que decía una docena de
veces al día... ¿por qué la idea de decirlas ahora me robaba todo el aire del cuerpo? Tal
vez porque, por primera vez, no sabía si él me respondería.

—Te amo.

Me dedicó una pequeña sonrisa. —Y yo a ti. —Puso una palma de la mano en mi


mejilla, usando su pulgar para limpiar mis lágrimas—. Más que a la vida misma, por eso
no acepto un no por respuesta, bebé. Nos vamos.

Un sollozo ahogado se me escapó. —No puedo dejarte, simplemente no puedo...


—Algo dentro de mí hizo una pausa en el Netflix de mi mente—. Espera... creo que me
he desmayado por un segundo. —Me quedé mirando el rostro sonriente de papá—.
¿Dijiste 'nos vamos'?

Asintió con la cabeza. —Por supuesto que sí. No pensarías que te dejaría ir a la
tierra de los surfistas con acento sexy sin mí, ¿verdad? —Me lanzó un guiño.

Mi pecho estaba tan apretado que pensé que podría necesitar atención médica
de emergencia. —¿Tú... harías eso? ¿Mudarte al otro lado del mundo?

Me metió la mano en la suya. —Haría cualquier cosa por ti, Jules, lo sabes. —
Papá se aclaró la garganta—. Por supuesto, si quieres ir solo, también te apoyaría. —La
mirada en sus ojos me decía que esa no era su opción favorita, pero era tan papá de su
parte que incluso lo ofrecía. Toda mi vida había antepuesto mis necesidades a las
suyas—. Pero no puedes renunciar a tus sueños, bebé. Tú puedes hacer esto.

Cristo, estaba tan enamorado de él. Por primera vez en mi vida, no tenía
palabras. No había literalmente nada que pudiera decir para hacerle entender que él lo
era todo para mí, que lo amaba con cada molécula de mi ser, así que en su lugar lo
abordé y lo besé con todo lo que tenía, empujando las palabras gracias en cada
presión de mis labios contra él. Él sonrió y aceptó todo lo que le di, el lugar donde
nuestras bocas se encontraron tan caliente y perfecto. ¿Cómo es que era tan perfecto?

Finalmente me aparté, porque tenía que estar seguro. —¿Hablas en serio? —Lo
miré a los ojos brillantes, los que tenían las pequeñas líneas que me encantaba besar
por las mañanas.
Adoptó un ceño fruncido y asintió. —En serio. —Me dio otro beso y sonrió—.
Además, creo que un nuevo comienzo podría ser exactamente lo que necesitamos. No
sé tú, pero yo estoy cansado de esconderme.

Jesús, María y Joseph Gordon-Levitt, ¿por qué no lo había considerado? Una


nueva ciudad donde nadie nos conocía significaba que podíamos ser quienes
quisiéramos. Significaba tomarnos de la mano y robarnos besos y estar enamorados
donde todo el mundo pudiera vernos. Dudaba que pudiéramos ser completamente
sinceros con la gente, pero era algo. Era una forma de que papá y yo estuviéramos
juntos, realmente juntos. La emoción burbujeó en mi interior cuando otro
pensamiento cruzó mi mente.

Fruncí el ceño. —Oh, pero tenemos el mismo apellido.

Papá asintió. —Mhm. Los maridos suelen tenerlo.

¿Qué? Lo miré fijamente, con los ojos saltones. —Si estos desmayos se van a
convertir en algo habitual, voy a tener que ver a un médico o algo así, porque es
imposible que hayas dicho lo que creo que has dicho.

Papá se rió.

Se me cortó la respiración en la garganta y papá me dedicó su sonrisa torcida.

Mi sonrisa.

—Eres el hombre más fuerte, dulce e increíble que conozco. Te amo por lo que
eres y por lo que he llegado a ser conociéndote. Este último año ha sido el mejor de mi
vida y es gracias a ti. —Sacudió la cabeza—. Bebé, la verdad es que nunca será fácil
para nosotros, la vida siempre nos va a lanzar bolas curvas, pero sé que puedo
manejarlo, manejar cualquier cosa contigo a mi lado.

Me tomó de la mano y vi lo que se avecinaba, algo que no había soñado que


sucediera en toda mi vida porque era imposible. Era imposible que alguien tan
increíble como mi padre quisiera pasar el resto de su vida con un tipo como yo, pero
mirar los ojos brillantes de papá, con los ojos llenos de tanto amor, me hizo pensar que
tal vez, sólo tal vez era posible, que lo que teníamos era precioso y perfecto.

Así que, por supuesto, empecé a hiperventilar.

Los ojos de papá se abrieron de par en par. —Jules, ¿qué pasa?

A la mierda el aire. No necesitaba aire.

—Estoy... bien —jadeé—. ¿Estabas... diciendo?


Papá no terminó su monólogo. Dios mío, te odio pulmones, todo esto es tu culpa.
En cambio, me envolvió en sus brazos y me acarició la espalda.

—Sólo respira, bebé —susurró, pasando sus dedos por el pelo de mi nuca. Y
finalmente lo hice. Mi respiración se estabilizó y me hundí en el fuerte calor de su
abrazo—. Te tengo.

Cuando me recompuse, me puse de rodillas en el sofá para sobresalir por encima


de él. Papá inclinó su rostro para encontrarse con el mío y yo acorté la distancia entre
nosotros, deteniéndome cuando nuestras bocas estaban a centímetros de distancia.

—Hola.

Se rió. —Hola, cariño.

—Ya estoy mejor.

—Me alegro. —Me besó ligeramente.

—Siento que había algo que me ibas a preguntar.

Arrugó la frente. —¿Cuándo?

—Ahora mismo.

Actuó como si estuviera sumido en sus pensamientos y logré abstenerme de


poner los ojos en blanco.

—Ah, sí. Es verdad. —Me sonrió—. Cuando puedas, ¿puedes vaciar el


lavavajillas?

Entrecerré los ojos y traté de fingir una justa indignación, pero en lugar de eso
me reí.

—Eres todo un padre. —Apreté nuestras bocas—. Y también lo mejor que me ha


pasado nunca.

Los ojos de papá brillaron como el brillo del cuerpo. —Bebé, te amaba antes de
que pudieras decir ninguna palabra, y ahora te amo más de lo que las palabras pueden
decir. —Su mirada se clavó en mí y no pude apartar la vista—. ¿Quieres casarte
conmigo?

Acorté la distancia entre nosotros, rozando nuestros labios antes de murmurar


contra él. —Totalmente.
Papá sonrió contra mi boca y profundizó el beso, y no pude evitar maravillarme
de lo increíble que se había vuelto mi vida, de cómo mi mundo había dado un vuelco,
sólo porque este hombre perfecto me había pedido que lo llamara Daddy.
—Eres un niño travieso.

Sonreí a mi abuela mientras robaba otra galleta de azúcar de la bandeja que


sostenía.

Ella me hizo un gesto para que me fuera. —Arruinarás tu cena, Julian.

Estaba bastante seguro de que podía comer una docena de galletas y aun así
comerme un festín navideño, pero nunca era prudente discutir con Nana.

—Es tan bueno verte, cariño. —Dejó la bandeja y me golpeó el brazo con el
dorso de la mano.

—¡Ay! ¿Qué diablos, Nana?

—Eso es por no haber venido el año pasado.

Me froté el lugar del brazo en el que estaba seguro de que me iba a salir un
moretón. No había esperado tanta fuerza de alguien que medía como un metro y
medio, pero sabía que me merecía la bofetada.

La Navidad con la familia de mi madre había sido una tradición desde siempre,
pero el año anterior había sido el primer diciembre de papá y el mío juntos en Sidney y
no había hecho ningún esfuerzo por volver a Boston, algo que nadie iba a permitirme
olvidar durante el resto de mi existencia en el planeta Tierra. Sin embargo, eso estaba
bien para mí porque no habría cambiado esa primera Navidad juntos con papá por
nada. Había sido un poco extraño estar decorando un árbol en pleno verano, pero
despertar en los brazos del hombre que amaba, pasar todo el día en la cama
alternando entre siestas, regalos y besos, lo valía todo para mí.

—Oh, definitivamente es un niño travieso. —Papá pasó y robó una galleta, cosa
que no se le reprochó verbalmente, y me derretí al ver cómo su ancho pecho tiraba
contra la tela del feo jersey navideño que definitivamente le había hecho llevar.
Cuando mamá insistió en que volviera a Estados Unidos para las vacaciones de este
año, acepté con una condición: Papá tenía que poder celebrarlo también con la familia.
No fue tan incómodo como hubiera pensado, aunque algunos de los parientes de
mamá seguían guardando rencor al ex marido, pero de ninguna manera iba a pasar las
Navidades lejos de mi hombre.

Poco a poco me estaba dando cuenta de que estar aquí era más difícil de lo que
había pensado. No voy a mentir, nuestra vida en Sydney era jodidamente increíble. Me
había acostumbrado a poder mostrar abiertamente el afecto a papá cuando quería. No
podíamos casarnos legalmente, pero vivíamos juntos como esposos y nadie
cuestionaba nuestra relación. Miré mi dedo anular vacío y sentí una punzada de
tristeza. Era la primera vez que me quedaba sin él desde que estuvimos en el mar, con
la arena entre los dedos de los pies, y papá me lo puso, prometiéndome que
pasaríamos toda nuestra vida juntos. Se sintió como una traición saber que estaba
escondido en una cajita en nuestra habitación en casa.

También sentí como si hubiera perdido una parte de mí cada noche desde que
llegamos aquí, mientras daba vueltas en una cama vacía por primera vez en años.
Mamá había insistido en que me quedara en casa de Nana con el resto de la familia y,
aunque invitaron a papá a las festividades de mala gana, ella dejó en claro que no sería
bienvenido a quedarse a dormir. Nana tenía como un millón de habitaciones, así que
no habría sido un gran problema, pero no me opuse. Pensé que podría sobrevivir unas
cuantas noches sin mi amor, pero el jurado aún estaba deliberando sobre eso.

Cuando llegamos, nos registramos en el hotel de papá y me aferré a él como un


koala enamorado, sabiendo que era la última intimidad que tendríamos durante más
de una semana. Sugerí que nos quedáramos en Estados Unidos para el día de Navidad,
pero papá sólo se rió.

—No estoy seguro de que mi bebé ansioso pueda soportar dos vuelos de
veintiséis horas seguidos.

Tenía razón. Me había muerto literalmente de aburrimiento diez veces de


camino a Boston, a pesar de que papá y yo nos habíamos unido al club de la milla de
altura32... dos veces. Necesitaba un tiempo de recuperación en tierra, pero la idea de
mantenerme alejado de él me destrozaba el corazón en un fino brillo. Estar con papá,
besarlo, tocarlo siempre que quería, estaba tan arraigado en mí ahora. Mis ojos se
llenaron de lágrimas ante la perspectiva de varios días eternamente tortuosos.

—Hey, bebé. —Papá había presionado su frente contra la mía, sus ojos verdes
llenos de algo que sólo veía cuando me miraba—. Todo va a salir bien. —Me envolvió
en sus brazos, lo que no hizo nada para detener mis lágrimas.

—Pensé que podría hacerlo, pero no puedo. —Pronuncié todas mis palabras en
el pliegue de su cuello, para que sonaran como la maestra de Charlie Brown, pero por
supuesto papá sabía lo que quería decir. Dominaba todos los dialectos julianos, incluso
a través del acento de la autocompasión.

—Creo recordar que alguien dijo lo mismo cuando se planteó aceptar un trabajo
al otro lado del mundo, y mírate ahora, bebé.

32
El Mile High Club es un club no oficial en el que todos sus integrantes han mantenido, al menos en una
ocasión, relaciones sexuales mientras estaban a bordo de un avión.
Odiaba que tuviera razón. Yo era algo impresionante y podía hacer cualquier
cosa, pero mantenerlo a distancia era algo que realmente, realmente no quería hacer.

—Pero, Daddy, es por sieeeeeeeempre. ¿Y los abrazos? ¿Y los besos? Y... —No
intenté ocultar el gemido en mi voz—. ¿Y los regalos?

Papá recompensó mi malcriadez con una de sus profundas risas y me besó el


costado de la cabeza. —Sé que no será lo mismo, mi amor, pero si puedes ser el chico
bueno de Daddy durante unos días mientras estés en casa de tu abuela, prometo
compensarte.

Ahora, mientras me encontraba entre las docenas de personas dando vueltas,


me arrepentí de haber aceptado esta tortura. Era estupendo ver a Nana y a Papa, y por
supuesto, había echado mucho de menos a mi madre, pero en ese momento, sólo
había una persona a la que quería. Una persona que no podía tener. Creía que
habíamos acabado con toda esa mierda de adolescencia, de suspiros secretos y de
drama adolescente cuando nos habíamos mudado al otro lado del mundo, pero al
parecer no era así.

Miré la habitación, buscando al Joey de mi Dawson33, y lo vi charlando con la


hermana de mi madre, Brenda, y entrecerré los ojos. La tía Brenda siempre había
sentido algo por papá. Aunque estaba claro que él sólo tenía ojos para su hermana
menor, eso no le impedía coquetear descaradamente, o eso cuenta la historia, ya que
yo no había nacido en esa época. Las insinuaciones habían cesado después de que él y
mamá se casaran, pero al parecer la tía Brenda pensó que el divorcio significaba que
era temporada abierta para papá nuevamente.

Papá dijo algo y sonrió, y ella echó la cabeza hacia atrás y se rió, exponiendo su
cuello, antes de colocar sus dedos suavemente en el antebrazo de papá. Sabía lo que
estaba haciendo; Andy me había enseñado todo sobre el uso de mis artimañas y el
poder de la seducción. Pero tenía noticias para Brenda: No va a funcionar, querida.

Esperé a que papá se deshiciera de ella, que le dijera que no tenía ninguna
posibilidad, que estaba enamorado de alguien mucho más lindo que ella, pero se limitó
a sonreír. No debería haberme sorprendido, papá era muy educado, amable hasta el
extremo, pero algo en la forma en que ella lo miraba me hizo querer arrancarle los
ojos.

Soy el primero en admitir que tengo una vena celosa cuando se trata de papá. Él
recibía miradas sexys todo el tiempo de hombres, mujeres, peces de colores, hombres
de tubo que agitaban sus brazos inflables... básicamente cualquier cosa que se
moviera. Normalmente, cuando recibía un coqueteo sexy, podía mantener mis
pensamientos asesinos para mí imaginándolo cantando "You're the One That I Want"34
en una rueda de la fortuna. (Nota al margen: la fantasía de Danny y Sandy era una que,

33
En referencia a los personajes de la serie adolescente Dawson's Creek.
34
https://youtu.be/F122HUkSk6k
hasta el momento, no había conseguido que representara conmigo, pero era sólo
cuestión de tiempo. Me veía increíble con unos pantalones ajustados de cuero
negro).35

Pero la tía Brenda era la hermana de mi mamá. La primera lección que se enseña
en Cómo no ser un Imbécil 101 es que no hay que ir detrás del ex marido de tu
hermana. Estaba insultando simultáneamente a mi madre, a mi padre y al marido de
mi padre, que es superguapo, increíblemente talentoso, encantador y actualmente
invisible. Si hubiera sido cualquier otra persona, lo habría dejado pasar, pero mi tía
estaba subiendo rápidamente a la cima de mi lista de mierda.

Miré a mi alrededor buscando a mamá, esperando que se acercara y le diera un


puñetazo en la clavícula a la tía Brenda, pero estaba absorta en una conversación con
Papa. Nunca sabré qué podría ser más importante que amenazar con agredir
físicamente a la tía Roba-Hombres, pero estaba claro que estaba en una misión en
solitario: Operación: Rescatar a papá porque me pertenece pero sin ser, como, obvio al
respecto.

Brenda, la vagabunda, colocó su otra mano, la que no estaba acariciando el brazo


de mi papá, contra su pecho y trazó su dedo a lo largo del delicado collar que llevaba,
que era una especie de flecha de neón que apuntaba a su escote.

Oh. Demonios. No.

Alguien estaba a punto de ser asesinado.

Me abrí paso rápidamente a través de la abarrotada sala, evitando por poco que
me absorbieran en una conversación entre dos de mis aburridos primos sobre
matemáticas o béisbol o cualquier otra cosa que no me importaba en absoluto, y
canalicé el consolador lubricado que llevaba dentro mientras me deslizaba por el
estrecho y cálido espacio entre papá y la tía imbécil.

Ella me miró fijamente, claramente sorprendida por mi intrusión.

Conté rápidamente el número de jódete que le di. Spoiler: Era cero.

—Hola. —Pasé despreocupadamente un brazo alrededor de la cintura de papá


con la excusa de ser un hijo cariñoso más, lo cual era... un hijo muy cariñoso. El hecho
de que mi presencia hiciera que la tía Brenda diera unos pasos hacia atrás fue sólo un
extra.

Dios, olía tan jodidamente bien. Como a whisky y canela.

—Hola, chico —dijo papá con cariño, devolviéndome el abrazo con un solo brazo.

35
Personajes principales de la popular película musical Grease.
Luego me soltó.

Yo no lo hice.

La tía Brenda parecía dispuesta a apuñalarme por mi intromisión, así que le


dediqué mi sonrisa más dulce.

—¡Feliz Navidad, tía Brenda!

Ella no tuvo más remedio que devolverme la sonrisa. —Feliz Navidad, Julian.
¿Qué te parece Sydney?

—Oh, es genial.

Ni siquiera pronuncié las palabras antes de que ella volviera a prestar atención a
papá, cerrando de alguna manera la distancia que había puesto entre ellos. Papá
estaba ahora torpemente aplastado como el medio de un sándwich de queso a la
parrilla, el muy incómodo cheddar atrapado entre una rebanada de pan y una puta
sucia.

—Me dio mucha pena que te fueras de Boston —le dijo a papá con un mohín—.
¡Primero California y luego Australia! ¿Podrías irte más lejos?

—Podríamos intentarlo —sugerí.

Papá se rió y la tía Brenda entrecerró los ojos. ¿Acaso no vio el puto cartel
enorme que decía: "Hola, soy el dueño de este establecimiento. Por favor, desaloje las
instalaciones antes de que todas las tías vagabundas sean expulsadas por la fuerza"?

Papá se acercó lo suficiente como para susurrarme. Creo que podría haber dicho
"pórtate bien, bebé", pero, sinceramente, estaba tan absorto en intentar asesinar a la
Tía Perra con la mente, que lo ignoré.

—Me alegro mucho de que hayas podido venir —ronroneó, básicamente


apretando su cuerpo contra el de papá, y me puse rojo al abalanzarme sobre ella. Papá
se las arregló para deslizar casualmente sus manos alrededor de mi cintura y girarme
ligeramente, sacándola de mi rango de movimiento antes de que pudiera arañar su
maldita cara. Un carraspeo en la habitación atrajo la atención de todos antes de que
pudiera encontrar un arma de mango largo y volver a mi misión.

Papá aprovechó esa oportunidad para alejarme de la tía Brenda y nos abrimos
paso entre el mar de gente. Al final, me di cuenta de que Papa era el que se estaba
aclarando la garganta, atrayendo la atención hacia Nana, a la que nadie pudo ver hasta
que Papa la tomó de la mano y ella se subió con elegancia a una silla.

Toda la sala jadeó.


—Nana, te puedes caer —gritó alguien.

Ella apretó los labios. —Entre nosotros dos, Dieter, ¿quién tropezó con la acera y
se rompió un tobillo el año pasado?

No hubo respuesta del tío Dieter, ni de nadie más, aparte de una carcajada que
serpenteaba por la habitación.

—Por lo que tengo entendido —se dirigió Nana al grupo mientras entraban más
personas de otras habitaciones—, la cena estará lista en unos cuarenta y cinco
minutos. —Miró a Papa, que asintió. Gracias a Dios. Me moría de hambre—. ¡Lo que
nos da el tiempo justo para hacer una foto de familia!

Un gemido bajo llenó la habitación.

Nana arqueó una ceja. —¿Alguien tiene algún problema con eso?

Diablos, no. Bueno, estaría dispuesto a apostar que casi todo el mundo lo tenía,
pero nadie era tan estúpido como para expresar esa opinión. Cuando era más joven,
todos los años hacíamos una foto de grupo súper incómoda, y siempre salía fatal, con
bebés llorando, niños mirando mal, padres mirando sus copas de vino abandonadas
fuera del encuadre... pero, por alguna razón, a Nana siempre le habían encantado.
Había probablemente treinta de esas cosas enmarcadas y colgadas en su vestíbulo, los
fantasmas de las miserables Navidades pasadas, y no sabía por qué habíamos dejado
de hacerlas, pero nadie se había quejado.

Pero si la dulce Nana quería una foto de grupo este año, eso era exactamente lo
que iba a conseguir. Seguí a la multitud mientras todo el mundo se metía en otra sala
donde mamá, Brenda y Nana organizaban las sillas y la gente según sus
especificaciones exactas de alegría, a pesar de que no había forma de que el grupo
encajara en ningún sitio que no fuera el lugar del alunizaje.

Papá había sido acorralado en la sala con todos los demás, pero pude ver que
intentaba escapar, luchando contra la corriente.

—¿Adónde crees que vas? —Nana miró a papá con el ceño fruncido y lo vi
retroceder ligeramente.

—Bueno, es una foto familiar, Maude, y no me gustaría entrometerme en eso.

Una rápida mirada a mamá me dijo que estaba de acuerdo con la decisión de
papá de largarse.

Pero Nana no quería saber nada de eso. —Tonterías. —Nana tomó la mano de
papá y lo guió hasta un sillón con respaldo contra la pared derecha de la habitación—.
Eres el padre de Julian. Siempre serás de la familia.
Papá miró a mamá, que estaba usando sus ojos para decirle que ya no era de la
familia y que, por su propia seguridad, debería abandonar la habitación, posiblemente
el estado.

—Maude, me siento honrado, de verdad, pero no quiero quitarle el espacio a


otra persona.

Nana puso ambas manos en el pecho de papá y lo empujó suavemente en la silla.

—Haremos sitio.

De repente, una idea deliciosamente perversa se filtró en mi cerebro y me costó


toda la energía que tenía para suavizar mi expresión.

—Lástima que sea demasiado mayor para sentarme en el regazo de papá, como
solía hacer.

Di un suspiro melodramático, como si este terrible hecho se interpusiera en el


camino de la paz mundial o algo así. Papá arqueó una ceja en mi dirección.

—¡Julian! —Nana se llevó las manos a la boca, claramente complacida


conmigo—. Es una idea fantástica.

Mamá empezó a cruzar la habitación. —Madre, no estoy segura...

Nana la ignoró, empujándome al regazo de papá. —Ahorrará espacio y será


absolutamente adorable. —Nana me besó la cabeza—. Mi inteligente y dulce niño.

Mientras Nana se alejaba, sin duda para empujar a más personas a las sillas, y
mamá la seguía, me giré para estar sentado en el regazo de papá, en lugar de sobre él,
descansando cómodamente exactamente donde quería estar.

Volví a suspirar, pero esta vez era pura satisfacción.

Papá mantuvo la voz baja, pero pude oír la diversión. —Pensé que te había dicho
que te comportaras, bebé.

—Lo siento, debo haberme perdido eso. —Aparté la mirada—. No pude oír nada
por encima del sonido de la tía Brenda ovulando.

Papá resopló y yo sonreí, hasta que sentí un firme pero furtivo pellizco en mi
trasero.

—¡Ay! —¿ Qué pasaba con la gente agrediéndome hoy?

—Bebé, he dicho que te comportes.


Prácticamente nadie nos prestaba atención a ninguno de los dos -estábamos en
el exterior de la sala y el caos que suponía apretar a once millones de personas en una
foto parecía ser mucho más interesante que un padre y su hijo hablando en voz baja-,
pero aun así me incliné para poder hablar más suavemente.

—¿O qué? —La aguda inhalación de papá fue directa a mi pene—.


¿Comportarme o qué, Daddy? —Impregné mi voz con una inocencia que no poseía
desde antes de descubrir Pornhub y las ventanas de navegación privada.

Podía sentir el aliento de papá en mi oído mientras se acercaba. —Compórtate o


lo lamentarás, pequeño.

Eso sonó peligrosamente como un desafío.

Oh, esto iba a ser divertido.

—Bien, todos, miren aquí —llamó Nana desde algún lugar. Giré mi cuerpo muy
lentamente, arrastrando mi culo contra la entrepierna de papá, hasta que mis piernas
quedaron paralelas a las suyas.

Sólo me detuve un momento antes de avanzar sobre su regazo. —Lo siento,


papá —dije lo suficientemente alto como para que todos me oyeran—. Sólo intento
ponerme cómodo. —Moví el culo contra su toda su longitud cada vez más dura.

—Julian. —Su voz era baja, llena de advertencia, que ignoré alegremente.

Me empujé hacia atrás hasta que mi espalda quedó presionada contra su pecho,
deleitándome con la sensación de su calor, e hice otro meneo. Sentí que su pene crecía
debajo de mí, y me costó mucho no rogarle que me tocara. En lugar de eso, ensanché
las piernas y me doblé por la cintura, meciéndome contra su erección. Fingí que me
ataba el zapato, sabiendo que mi jersey se me subía por la espalda, dejando al
descubierto la franja de piel justo por encima de mis jeans de tiro bajo que a papá le
encantaba lamer.

Creí que estábamos listos para la foto, pero Nana estaba haciendo más ajustes,
así que me tomé mi tiempo, jugueteando con mis cordones, moviéndome
continuamente, aplastando mi culo y mis muslos en el regazo de papá.

Papá emitió un sonido peligrosamente cercano a un gemido y yo miré al tío


Frank, que estaba de pie junto a nosotros, pero parecía más absorto en su teléfono
que en el libertinaje que se estaba produciendo en una silla a su derecha.

Volví a sentarme, utilizando mi peso para ejercer más presión sobre el regazo de
papá, y éste movió su mano hacia mi cadera, dándome un apretón de advertencia. Me
estaba volviendo increíble ignorar las advertencias de papá.
Mierda, estaba muy duro para mí. Hacía días que no estábamos solos y me dolía
por sentirlo dentro de mí. Nana apareció de la nada y ralenticé mis movimientos, pero
no me detuve.

Ella golpeó con fuerza al tío Brad junto a nosotros antes de decirle al tío Frank
que "guardara ese maldito teléfono". Antes de volver a su tarea de clasificar a la gente,
le dio una mirada a papá. —¿Te sientes bien? Te ves sonrojado.

Pude oír a papá tragar saliva, su tono ligeramente jadeante era la única evidencia
de que estaba algo más que perfectamente bien. —Estoy bien, Maude. Hace calor
aquí.

Nana asintió. —¡Yo diría que sí! Tienes a un chico de sangre caliente en tu
regazo. —Se rió de su propia broma antes de salir corriendo.

—¿Has oído eso, papá? —Puse las dos palmas de las manos en mi regazo y los
pies apoyados en el suelo, utilizando los músculos de los muslos para levantar el culo
lo suficiente como para poder trabajar lentamente contra él—. ¿Qué vas a hacer con el
chico de sangre caliente en tu regazo?

—¡Bien, creo que estamos listos! —Gritó Nana. El estruendo de la habitación se


calmó, pero no mucho.

Volví a mirar a mi alrededor. En algún lugar de mi mente, probablemente


reconocía que lo que estaba haciendo era increíblemente estúpido, pero era el
Campeón de las Malas Decisiones. Además, mi pene estaba tan jodidamente duro que
estaba seguro de que moriría sin siquiera la pequeña fricción que estaba recibiendo, y
nadie quiere ir a un funeral en Navidad.

Papá dejó escapar un gemido que cubrió con una tos. —Julian. —Su voz era
tensa, un susurro que reconocí. Esa era su voz de "Me voy a correr, Julian", la que me
producía un escalofrío cada vez que la escuchaba.

No pretendía llegar tan lejos -sólo iba a burlarme un poco de él, a dejar que
brillara mi lado malcriado-, pero no podía parar. Pensé en mi dedo anular vacío, en la
maldita tía Brenda, en mí durmiendo solo, y necesitaba hacer algo para recordar que él
era mío. Podía hacer que papá se corriera por mí, recordarle que yo era su dulce niño
aunque no pudiera darle besos ni abrazos ni ninguna otra cosa que le demostrara lo
mucho que lo amaba.

Pero podía darle esto.

—¡Todos miren aquí! Sonrían.

La respiración de papá era entrecortada y jadeante, y volví la cara hacia donde


estaba Papa con la cámara. Podía sentir que el cuerpo de papá comenzaba a tensarse
debajo de mí.
—¡Digan "ponche de huevo"!

El coro de voces me sacó de mi estupor de falta de sexo. ¿Qué carajo estaba


haciendo? ¿Realmente iba a hacer que mi padre se corriera delante de Nana y de Dios
y de todo el mundo? En sus putos pantalones, y qué, ¿llevarlos durante una cena
festiva? Una parte de mí decía que sí, que era exactamente lo que debería hacer, pero
otra parte de mí decía que yo era un puto monstruo.

Detuve bruscamente mis movimientos, desplazando muy despreocupadamente


mi peso de su regazo, antes de girar la cabeza y hablar en voz baja. —Creo que estabas
a punto de hacer tu propio ponche de huevo, papá.

Papá no se rió. Ni siquiera me miró.

Tragué con fuerza.

Su cuerpo estaba congelado debajo de mí, hasta que Papa gritó: —¡lo tengo! y
Nana dijo—: ¡La cena está lista!

Papá se levantó bruscamente, depositándome inestablemente sobre mis pies en


el suelo. Se acercó lo suficiente como para gruñirme: —Espero que haya valido la pena,
chico. —antes de darse la vuelta y desaparecer entre una multitud de familiares
hambrientos.

Estaba seguro de que había valido la pena, sin importar la amenaza de papá de
"lo lamentarás", pero no tuve mucho tiempo para pensarlo. Me dejé caer de nuevo en
la silla, esperando a que la marea de gente se fuera, cuando apareció mi madre.

Me bajé el suéter, tratando de cubrir la erección permanente que tenía.

—Julian, ¿estás bien?

Um, ¿en realidad no? Porque necesitaba correrme como Whoa.

—Sí, ¿por qué?

—Estás todo rosa.

El gen de la cara sonrojada a dos segundos de correrse en los pantalones


probablemente se transmitió de padre a hijo durante generaciones.

—Sólo tengo calor, mamá. —¡Oh, idea! Me tiré de la parte delantera del jersey y
me limpié la frente—. En realidad, creo que voy a cambiarme. No me gustaría estar
acalorado en la cena.

O comer pavo con una erección, tampoco.


Mamá se inclinó para besar mi cabeza. —Bien, date prisa. Sabes que Papa no va
a esperar para empezar a cenar.

Asentí sombríamente, palmeando mi bolsillo mientras me escabullía para


asegurarme de tener mi teléfono. Con lo caliente que estaba, probablemente ni
siquiera necesitaría porno para acabar conmigo, pero era bueno tener la opción.

Encontré el camino hacia el piso de arriba y me deslicé en la habitación que


compartía con mi primo mayor. Apenas había dado dos pasos dentro antes de estar
desprendiendo mis jeans hasta la cintura y rodeando mi eje endurecido con los dedos,
cuando sentí unos fuertes brazos a mi alrededor y escuché una risita que hizo que mi
mano se congelara y mi sangre se convirtiera en fuego.

—Aquí está mi pequeño provocador—me gruñó papá al oído.

Se apretó contra mí, lo único que había entre su duro pene y mi agujero
expuesto eran unas cuantas capas de tela.

Gemí, el sonido provenía de algún lugar de mi interior mientras me empujaba


contra él. —¿Cómo sabías que estaría aquí?

—¿Cómo iba a saber que mi niño se iba a poner inquieto y luego se iba a
escabullir para masturbarse? ¿En la casa de su abuela? ¿En Navidad? —Se rió—. Me lo
imaginé.

Sí, todo eso sonaba a cosas muy mías.

Apoyó una de sus manos en mi pecho, justo en la base del cuello, y agarró mi
dolorosa erección con la otra.

Me acarició lentamente, besando mi cuello en los lugares que me hacían


convertirme en un charco de sustancias viscosas. —Jesús, bebé, ¿qué intentabas
hacerme?

Esa parecía una gran pregunta. ¿Qué había intentado hacer? Además, ¿qué eran
las palabras? —Uh.

—¿Intentabas ser la pequeña zorra traviesa de Daddy? ¿Intentando hacer que


Daddy sufra por ti?

No creía que ese fuera mi plan, pero tampoco podía mantener ningún tipo de
pensamiento cohesivo en mi cabeza excepto "sí, más caricias por favor, Daddy".

Redujo sus caricias a un ritmo tortuoso. —¿Intentabas irritarme? ¿Hacer que te


coja, aunque haya dicho que no?
Me pareció una pregunta capciosa, así que no respondí.

—O tal vez —susurró—, ¿intentabas decirme algo? ¿Querías que supiera que aún
le perteneces a Daddy?

Ganador, ganador, cena de Navidad.36

Asentí con la cabeza, pero no hacía falta. Papá me había descubierto. Lo que
pretendía ser una pequeña burla cariñosa se había convertido en que yo vertía mis
inseguridades y mi necesidad en una exhibición reivindicativa que podría habernos
metido en muchos problemas. Me temblaba el labio inferior.

Papá me acercó a la pared antes de girarme hacia él.

—Jesús, bebé, ¿cómo has podido olvidar que estoy tan perdidamente
enamorado de ti?

Me encogí de hombros y papá tomó mi labio inferior entre sus dientes,


mordiéndolo suavemente, antes de calmarlo con un beso.

—No importa si llevo mi anillo, si estamos en la misma cama, en la misma


habitación o en el mismo país... —Depositó un beso en la comisura de mi boca—. Eres
mío, bebé, y yo soy tuyo. —Besó el otro lado—. Sólo tuyo.

Mi corazón se hinchó cuando rozó nuestros labios y rodeé su cuello con los
brazos, abriéndome a él. Pensé que debería sentirme un poco tonto por haberme
dejado arrastrar por un ataque de celos, pero como me llevó a este momento
perfecto, no podía molestarme.

Papá me besó con todo lo que tenía, con sus cálidas manos a ambos lados de mi
cuello, con los dedos enredados en mi pelo mientras derramaba su amor en mí.
Cuando por fin se separó, no pude contener un gemido sin aliento por la pérdida. Lo
perseguí con la boca, pero él me sujetó firmemente contra la pared.

—Pero no estoy seguro de que podamos dejar sin un castigo ese pequeño truco,
bebé. —En sus ojos brillantes había algo que nunca había visto antes, algo perverso.

Tragué contra un nudo del tamaño de un planeta en mi garganta. —¿C-castigo?

—Creo que ambos estamos de acuerdo en que, en ningún mundo, la definición


de "comportarse" implica hacer que tu padre se ponga duro delante de toda tu familia.

Intenté elaborar un argumento basado en la semántica, pero me quedé corto


cuando las manos de papá pasaron por mi culo y mi cerebro dejó de funcionar.

36
Winner, winner Christmas dinner, es una frase que se exclama para celebrar una victoria. Derivado de
la frase original Winner, winner chicken dinner.
—Usaste esto contra mí, bebé. —Me palmeó el culo con una mano y con la otra
me pasó suavemente un dedo por el agujero—. Este melocotón es mi cosa favorita en
el mundo, y tú usaste su poder para el mal, bebé.

Gemí, apretando sus manos. —Lo siento. —Salió como un susurro.

—¿Lo sientes? ¿Lo sientes, bebé?

¿Cuál era la respuesta correcta? ¿La que me haría ganar el pene de papá en mi
culo como STAT37? —¿Sí?

Papá se rió. —Veamos si podemos hacer que esa disculpa suene más sincera.

Mis piernas seguían unidas a mis pantalones, pero en un solo movimiento, papá
me levantó y nos llevó a la cama antes de dejarme caer boca abajo. Aunque sabía que
papá nunca me haría daño, una persona inteligente podría haberse preocupado por el
trato poco suave, pero mi pene estaba muy interesado en ser maltratado.

Papá me puso las manos en las caderas y tiró de ellas hacia arriba para que me
pusiera de rodillas con los hombros sobre la cama, con el culo al descubierto que
meneaba en el aire. Aunque me encantaba que me besara el cuello, lo que más le
gustaba a papá era comerme el culo.

Yo era un chico muy afortunado.

Acomodé mi cara en las mantas, sonriendo, mientras esperaba lo que venía


después. Lo que no esperaba era la mano de papá golpeando mi culo. Con fuerza.

—¡Oye!

Papá se rió. —¿Pensabas que ibas a recibir la lengua de Daddy, bebé?

Um, bueno, duh.

Me azotó de nuevo. No me dolió, en realidad, no me ardió, fue más como un


agudo cosquilleo que se extendió por mi culo.

—¿Te mereces la boca de Daddy en tu agujero, Julian?

¿Probablemente no? Pero eso nunca lo había detenido antes.

37
STAT: Abreviatura médica común de urgente o urgente. De la palabra latina statim, que significa
"inmediatamente".
Otra bofetada. Esto debería haber sido incómodo, ¿verdad? ¿Debería haber
dolido? Los azotes eran un castigo, ¿no? En lugar de eso, me encontré empujando mi
culo más hacia el aire, esperando otra.

—¿O es que te mereces su mano? ¿Hacerte enrojecer el culo? ¿Enseñarte una


lección sobre las burlas a Daddy?

Jesús, sí. Eso. Enséñame todas las lecciones, Daddy.

Arrastró su dedo por la raja de mi culo, deteniéndose para trazar un círculo


alrededor de mi agujero, antes de que llegara el siguiente azote.

Gemí, y mi pene goteó líquido preseminal en la manta que había debajo de mí.

—¿Ahora te arrepientes, bebé?

Sí, siento no haberme ganado unos azotes hace dos años.

—Sí, Daddy. —Intenté sonar arrepentido, pero estaba seguro de que las palabras
me salieron como una puta—. Lo siento mucho. —Moví el culo, esperando que me
diera más motivos para arrepentirme.

Papá me azotó de nuevo, y el hormigueo de calor floreció en mi culo y se irradió


a mi doloroso falo, a las yemas de mis dedos, a mi cuero cabelludo, hasta que cada
centímetro de mí estuvo en llamas.

Papá me metió un dedo húmedo en el culo: ¿era saliva? ¿Lubricante? ¿Salsa? No


podría haberme importado menos, y gemí.

—¿Sientes haber vuelto loco a Daddy, bebé? ¿Que me hayas puesto tan duro por
mi precioso bebé que me haya costado todo mi esfuerzo no follarte allí mismo?

No. No lo siento en absoluto.

—Sí —respiré—. Lo siento mucho, Daddy.

Empujó otro dedo dentro de mí, el ardor en mi agujero coincidiendo con el calor
en mis mejillas. —¿Y volverás a hacer algo así?

Sí. Probablemente mañana y todos los días siguientes por el resto de mi vida,
porque esto era todo lo que podía desear.

—No, Daddy. No lo haré. —Me lamí los labios y me metió un tercer dedo—.
Daddy, lo siento. Seré tu ángel perfecto. —Ordeñé sus dedos con mi culo, deseando
que fueran su pene—. Seré tu niño bueno para siempre, papá.
Sus dedos desaparecieron y esperé ansiosamente su pene. En lugar de eso, casi
lloré cuando recibí otra nalgada en su lugar, directamente sobre mi agujero.

—Daddy, por favor —lloriqueé—. Seré tan bueno para ti, por favor.

La voz de papá estaba llena de risas. —¿Vas a recordar esto la próxima vez que
pienses que es divertido usar tu dulce culo para burlarte de papá?

¿Recordar? Iba a usarlo como manual de instrucciones.

—Sí, señor, por favor Daddy, señor, por favor —suspiré—. Por favor, fóllame
ahora.

Recibí una bofetada más, el dolor de la misma se irradió a través de mí mientras


papá empujaba su pene dentro de mí en un movimiento lento y suave. Gemí mientras
me estiraba y me llenaba, follando con avidez sobre él.

—Jesús, bebé, he echado de menos este culo. —Papá puso sus manos en mis
caderas, atrayéndome hacia él mientras me penetraba.

Me agarré a la manta mientras él aumentaba su ritmo, empujando


profundamente dentro de mí, con el pene golpeando mi estómago con cada empuje.

Mi cuerpo se puso rígido cuando un sonido me sacó de mi aturdimiento lleno de


lujuria.

¿Era eso... un golpe?

Papá ralentizó sus movimientos y me levantó el pecho de la cama, poniendo una


mano en mi garganta para que estuviéramos apretados. —¿Cerraste la puerta, bebé?
—susurró, con voz perversa.

—Um.

Mi corazón latía más fuerte que el bajo en un concierto de Kesha. Me esforcé por
pensar, pero era imposible concentrarme en nada que no fuera el pene de papá en mi
culo. En realidad, no necesitaba pensar. Sabía que no había cerrado la puerta. Mi
misión había sido masturbarme a la velocidad de la luz y volver a bajar por un poco de
puré de patatas; en ninguna parte del plan se me ocurrió cerrar la puerta.

Otro golpe. —¿Julian? —Era la maldita mamá.

La voz de papá era un gruñido en mi oído. —Será mejor que digas algo, bebé,
antes de que entre y te encuentre tomando el pene de papá como mi niño bueno. —
No hizo ningún esfuerzo por detenerse, ni una pausa en sus lentos y rítmicos empujes.

—¡No entres! —grité.


Hubo una pausa. —De acuerdo. —Sonaba insegura—. ¿Estás bien, cariño?

—¡Estoy bien! —Otro grito. No estaba haciendo un buen trabajo para sonar bien.

Los dientes de papá en mi oreja me hicieron temblar. —¿Crees que lo sabe,


bebé? ¿Sospecha que al otro lado de esa puerta, papá está usando tu perfecto
agujerito?

Apreté los dientes en un esfuerzo por controlar el gemido de zorra que se moría
por escapar.

Papá se balanceaba dentro de mí, variando sus movimientos para que su eje de
acero rozara mi próstata a intervalos aleatorios, y no saber cuándo iba a llegar esa
sensación espinosa me estaba volviendo loco.

—¿Crees que sabe que el pene de Daddy está profundamente dentro de su bebé
ahora mismo? ¿Que te estoy follando en la casa de tu Nana, llenando a mi propio hijo
con mi semen? ¿Que todos tus gemidos sexy son sólo para mí? —Me mordió la oreja—
. ¿Que nadie te ha follado nunca tan bien como tu padre?

No debería haber sido excitante, no tenía derecho a serlo. La idea de que mamá
pudiera abrir la puerta y exponernos, arruinarlo todo, hizo que mi pecho se apretara
de pánico, pero mi pene estaba bastante seguro de que esto era lo más caliente que
había visto.

Papá rodeó mi eje con su mano, moviéndose más rápido dentro de mí.

La voz de mamá volvió a irrumpir en mis pensamientos. —Cariño, suenas raro.


¿Te sientes bien?

Me sentía jodidamente bien, pero de alguna manera no parecía que eso fuera lo
correcto para decir. Sabía que tenía que decirle algo, pero mi cerebro se apagaba,
imposibilitando toda expresión.

Papá dio una orden, baja y profunda. —Dile que te estás ocupando de un
trabajo.

¡Sí! Papá viniendo en embrague38, ayudándome a parecer inteligente mientras


me jodía.

—M-mamá, estoy bien. Estoy... —Se me cortó la respiración cuando papá me


agarró las bolas, tirando de ellas suavemente de la forma que sabía que me gustaba, y
reprimí un gemido—. Sólo estoy respondiendo a unos correos electrónicos del trabajo.

38
En el original coming in clutch: se refiere a una situación muy importante o crítica, en la que es
conocido por su habilidad para salir delante de dichos conflictos.
—¿En Nochebuena? —No parecía convencida—. La cena ya ha empezado, Julian.

—Lo siento, mamá.

Cambiaría toda mi colección de cartas vintage de Pokémon por las palabras


adecuadas para que ella se marchara. El fuego se extendió a través de mí, convirtiendo
mis huesos en líquido mientras mis bolas se tensaban. Me mordí la lengua con tanta
fuerza que el sabor a cobre me inundó la boca. Me esforcé para que mi cuerpo me
escuchara, para que evitar aquello lo por lo que se estaba muriendo, sólo por unos
momentos, pero fue inútil.

—Julian, la gente quiere verte. —Sonaba molesta pero yo estaba a años luz de
que me importara.

Papá empujó dentro de mí más profundamente y los dedos de mis pies se


curvaron con tanta fuerza que sentí que un calambre comenzaba en mi pie.

—¡Dios mío, Y-ya casi… acabo! —grité. Los petardos estallaron en mis bolas y la
gravedad de la tierra se desplazó debajo de mí cuando mi pene entró en erupción,
dejando líneas de semen por toda la colcha rosa de Nana.

—Bien, pues date prisa, Julian —dijo la voz de mamá a través de la puerta
mientras papá me ordeñaba hasta la última gota.

Intenté recuperar el aliento mientras escuchaba sus pasos alejándose. Al


parecer, entre mi ataque de pánico y mi orgasmo, papá también se corrió. Salió
lentamente de mí antes de girar mi cabeza para darme un beso lento y dulce.

—Te amo, bebé.

Suspiré felizmente, con el cuerpo como un pudín de caramelo caliente. —Lo sé.

Quería quedarme en la cama para siempre, pero papá argumentó que ya


habíamos estado demasiado tiempo fuera. Me quejé un poco, pero luego me recordó
el puré de patatas y me apresuré a limpiarme y a subirme los pantalones.

Caminamos juntos hacia la puerta y me besó de nuevo, larga y profundamente, y


supe lo que era: un beso de despedida. Teníamos que volver a alejarnos el uno del
otro, pero yo ya contaba los días que faltaban para que papá pudiera volver a tenerme
en sus brazos.

Alcancé el pomo de la puerta, pero no giraba. Estaba cerrada con llave.

Por supuesto que la había cerrado. Papá supo todo el tiempo que no corríamos
ningún peligro real de ser descubiertos. Lo fulminé con la mirada.
Me guiñó un ojo y me pellizcó la nariz. —No eres el único que puede burlarse,
bebé.

Eso me pareció completamente apropiado y a la vez injusto. Estaba a punto de


quejarme cuando tuve otro pensamiento aleccionador.

—¿Daddy?

—Sí, bebé. —Me pasó los dedos por el pelo.

—Sé que no me he portado bien, pero ¿aún tengo mi regalo de Navidad?

—Creo que te has portado bien todo el año; Santa no lo olvida. —Sonrió y me
besó la cabeza—. Además, si lo cancelara ahora, creo que Andy se pondría muy triste.

Me aparté de él de un tirón. —¿Andy? —Mi mente dio vueltas. No había visto a


mi mejor amigo en más de un año. Nos comunicábamos por videochat casi todos los
días, pero lo extrañaba tanto que me dolía—. ¿Vamos a ver a Andy?

Papá sonrió y asintió.

Yo todavía no entendía lo que estaba pasando. —¡Pero si él está en California!

—Sí, está. —Papá tomó mi mano y la apretó—. ¿Qué dices, bebé? ¿Quieres
hacer por fin ese viaje por carretera del que siempre hemos hablado? —Sus ojos
brillaron y yo me quedé asombrado. Cada vez que creía que no podía albergar más
amor por él en mi corazón, mi papá encontraba la manera de meter más de su
perfecta y maravillosa personalidad.

Me abalancé sobre sus brazos, lo que fue mucho más difícil de lo que pensaba
con el ardiente calor de los azotes persistiendo en mi culo, y le cubrí la cara con besos.

—Gracias, Daddy. Sí. Es perfecto. Vámonos ya.

Papá se rió, abrazándome con fuerza contra él, con sus fuertes brazos seguros y
cálidos.

—Pronto, bebé. No hay prisa. Tenemos tiempo.

Lo besé de nuevo, con su sabor brillante y chispeante.

Sí, teníamos el resto de nuestras vidas.


Con un nombre como Honey London, siempre estuvo destinada a la grandeza.
Haber nacido con dos pies izquierdos y sin capacidad para fingir orgasmos eliminó a
stripper y a estrella del porno de la lista de aspiraciones profesionales, pero gracias a la
clase de escritura creativa de undécimo curso de la señora Hinkle y a la invención del
porno en Internet, Honey se ha dado cuenta de su verdadera vocación: escribir
pequeñas historias tabú deliciosamente retorcidas sobre hombres que no deberían
amarse... (¡pero que no pueden mantener sus sensuales manitas para sí mismos! ) Los
libros de Honey están llenos de calor, angustia y giros que no viste venir, pero no te
preocupes, cariño, tendrás tu HEA... porque todo es más dulce con Honey.

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