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GIMNASIO
MATT WINTER
© Todos los derechos reservados
Instagram: @mattwinter_author
Sarah sabe cómo ponerme a cien porque sale del dormitorio con unos
sucintos culottes y un top tan corto que apenas puede taparle la parte baja
del pecho. Se sienta sobre mi regazo, pasando una pierna por cada lado de
mi cuerpo y se muerde los labios.
—Estas para comerte —le digo mientras una de mis manos le
acaricia la espalda desnuda y la otra se cuela por debajo de la prenda hasta
abarcar uno de sus generosos pechos.
Ese tipo, Justin, ha acudido a mi mente varias veces a lo largo de la
tarde. Sigo preguntándome qué me ha sucedido, porque me he tomado la
tensión cuando se ha marchado y estaba perfecta. Posiblemente me haya
recordado a alguien, a un viejo conocido, y mi mente ha empezado a
confabular. Debe ser eso. Seguro que es eso.
—Pues si estoy para comerme, grandullón —dice Sarah, subiéndose
el top hasta que su pecho libre queda al descubierto—, estás tardando en
hacerlo.
No tiene que repetírmelo. Mi boca se tira hacia él e impacto con la
lengua sobre el pezón. Está duro y cuando lo empapo reacciona un poco
más, como a mí me gusta. Que le coma las tetas la deja a punto de caramelo
y a mí me provoca una erección que es capaz de romper la pana del
pantalón.
Quizá lo que me ha llamado la atención de Justin es su belleza. No
entiendo de tíos, eso está claro, pero sé reconocer a un tipo guapo. Eso no
implica nada, ¿verdad? Pocas veces me he cruzado con una mirada tan
penetrante ni con unos ojos de un color tan profundo como los suyos.
Su novia debe estar cañón. Con esa cara y ese cuerpo puede
acercarse a cualquier tía, que le va a responder con un rotundo sí. Si lo veo
otra vez hablaré con él sobre su tabla de entrenamiento porque tiene unos
glúteos perfectamente trabajados, redondos y firmes, potentes, como a mí
me gustan. Entiéndeme, quiero decir…
—¿Estás bien? —Es Sarah, y cuando la miro me doy cuenta de que
me he quedado quieto, con la cabeza perdida en otra parte.
Sonrío.
—Perfectamente —le digo—, y con ganas de hacer un puñado de
guarradas con tu cuerpo.
Sin que lo espere, la arrojo de espaldas sobre el sofá y empiezo a
trastear hasta quitarle los culottes, mientras ella se ríe a carcajadas e intenta
hacer como que se defiende de mí. Sé que le gusta, y sé que lo que haré a
continuación la vuelve loca.
Mientras mi novia se retuerce entre mis manos, yo me deslizo hasta
quedar de rodillas en el suelo y le separo las piernas, colocándolas sobre
cada uno de mis hombros. Ante mí se expone, depilado y caliente, la
intimidad húmeda de mi chica, y el festín con el que llevo pensando desde
esta mañana.
Me envuelve su olor, y cuando me acerco y abro ligeramente la
vulva con el índice y el corazón, todo su deseo se manifiesta en forma de
mucosidad rosada y exquisita, a la que alargo la boca para empezar a
comérmela.
También es posible que lo que me haya impactado de Justin sea su
actitud. Me ha parecido un tipo completamente seguro de sí mismo, de sus
capacidades y de lo que quiere y no quiere en esta vida. ¿Que cómo he
llegado a esa conclusión si solo hemos cruzado cuatro frases? Porque eso se
intuye, se sabe por la forma de moverse y por cómo se enfrenta a las cosas.
Sarah se retuerce entre mis brazos y alargo las manos para
pellizcarle los pezones mientras mi lengua juega con su excitado clítoris y
mi barbilla acaricia la delicada piel donde termina su sexo. Ahondo más en
mis caricias, chupo los labios y penetro con la lengua hasta donde puedo
mientras ella acelera su respiración y es incapaz de parar de retorcer sus
caderas.
Dejo libre uno de sus pechos y llevo mi mano hasta dentro de mis
calzonas. Tengo la polla dura como una columna, y cuando paso el pulgar
por la cabeza, me doy cuenta de que está húmeda de precum e hipersensible
al tacto.
La saco de nuevo y me escupo en la palma para lubricar, y a
continuación empiezo a masturbarme mientras sigo chupando, sorbiendo,
pellizcando el deliciosos sexo de mi chica.
Supongo que las mallas que llevaba Justin tienen un efecto
amplificador, porque es una de las primeras cosas en que me he fijado
cuando ha entrado en la consulta. Eso y el color de sus ojos. Pero cuando se
las ha quitado, las mallas, para quedarse en slips, me he dado cuenta de que
todo lo que abarcaban era real, e incluso mayor, porque juraría que ha
crecido ante mis ojos.
¿La manipulación que le estaba haciendo lo excitaba? No es la
primera vez que un tipo se me ha puesto duro en la consulta, pero en el caso
de Justin era algo más, como si cada vez que mi mano entraba bajo sus
testículos para rozar ligeramente la zona prohibida entre sus nalgas, él se
retorciera de placer sin querer inmutarse.
Acelero el movimiento de mi mano sobre mi verga, porque cada vez
siento más excitación.
¿Era eso lo que tocaban las yemas de mis dedos? ¿Su intimidad?
¿La oquedad entre las nalgas de Justin? Hasta ahora no he sido consciente y
se me escapa un gemido de placer cuando cierro los ojos e intento
rememorar el tacto de su piel, el calor que desprendía y el olor que llegaba
hasta mí.
Tampoco lo percibí en su momento, su olor, pero en este instante los
recuerdos me asaltan y casi soy capaz de percibir ese aroma salitre a
hombre, a sudor, a suavizante y a algo más profundo que no logro
identificar.
Me corro sin proponérmelo, dentro de las calzonas, que se empapan
de leche formando una mancha untuosa y blanca en la delantera.
A la vez que la lefa se va quedando atrapada dentro de la prenda, yo
lanzo un gemido profundo y gutural, me quedo muy quieto, con la boca
hundida en el coño de mi novia y una mano rígida sobre su pecho.
Con el último estertor de placer Sarah también deja de moverse,
como si quisiera acompañarme en este estremecimiento delicioso que hacía
mucho que no sentía con esta intensidad.
Mientras intento reponerme después del fabuloso lefazo, abro los
ojos y al levantar la cabeza veo que ella tiene la mirada clavada en mí.
—¿Te has corrido? —me pregunta, entre sorprendida e incrédula.
—Estaba demasiado excitado —logro decir.
Parpadea varias veces, como si no diera crédito.
—Nunca lo haces sin esperarme.
Intento sonreír, pero el orgasmo ha sido tal que me queda una mueca
rara.
—Ha venido sin más.
—Pero, ¿y yo?
Trago saliva y me paso una mano por el pelo, sin darme cuenta de
que… me queda pringoso de leche fresca.
Ella no deja de mirarme. Parece que está viendo a un desconocido.
Debemos estar formando una imagen extraña: Sarah desnuda y con las
piernas abiertas, yo empapado de semen y de rodillas ante ella…
Me doy cuenta de que esto no le está haciendo ni puta gracia.
—Dame un minuto que me reponga —consigo decirle—, que yo me
encargo de ti.
Y vuelvo con la lengua entre sus piernas, aunque la sorpresa no sale
de mi pecho, porque he descubierto que en el momento cumbre, cuando he
soltado toda la leche cuajada, la imagen que había en mi cabeza era el rostro
de Justin.
3
Tras dos días sin verlo sé que tengo que hablar con Justin.
La idea de cambiar de trabajo para evitarlo se me hace ahora
absurda porque, tras las revelaciones que me hizo Claire, tengo que
entender qué jodida mierda hay entre Justin y yo.
El sistema informático me permite ver su ficha médica pero no me
da acceso a sus datos personales, que solo puede consultar… Claire.
Aprovecho una pausa entre pacientes para ir al mostrador de
recepción, no sin antes pasar por la cocina de empleados y prepararle un
café bombón a mi compañera.
Cuando aparezco y se lo coloco delante, con una galleta de
chocolate espolvoreada de canela, sé que me la he ganado para el resto de
mis días.
—¿Y esto? —me dice asombrada y satisfecha.
—Porque me parece que eres una gran persona preocupándote por
gente como Justin. Esas cosas hay que recompensarlas.
Ella se derrite, me lanza un beso desde el otro lado del mostrador y
parpadea varias veces a modo de agradecimiento.
—Y tú por cuidar a desconocidos como él.
—La próxima vez que le vea le pediré el teléfono para quedar.
Ella no lo duda, como ya había supuesto.
—No tienes que esperar, te lo doy yo.
Vuelvo a mi consulta con el número de Justin anotado en un trozo
de papel y una sonrisa maléfica en mis labios que no me reconozco.
Me lo pienso antes de telefonear, porque estoy nervioso y porque no
estoy seguro de lo que voy a hacer. En cinco minutos llamará a la puerta el
próximo paciente y a partir de entonces no pararé hasta esta noche. Es ahora
o nunca.
Marco los dígitos y espero con el corazón desbocado, como si fuera
un adolescente que llama por primera vez a la chica que le gusta. Lo coge a
la tercera.
—¿Diga?
Es su voz, quizá un poco más ronca que otras veces, y la sensación
de deseo empieza a desencadenarse dentro de mí.
—Soy Scott.
Se hace el silencio. Al fin soy yo quien lo sorprende, porque hasta
ahora él ha marcado cada una de las reglas del juego. Cuando contesta su
voz suena preocupada.
—No recuerdo haberte dado mi teléfono.
Sé lo que tengo que decirle y voy a saco.
—¿Es cierto que tienes novia?
Escucho un bufido cínico a través del auricular.
—Las noticias vuelan.
—¿Lo es?
De nuevo se calla. Creo que para mí está siendo una victoria porque
le acabo de dejar claro que conmigo no se juega.
—Ya me he enterado de que tú también —dice, modulando con
calma.
Su forma de actuar me exaspera. No es claro desde el principio,
estoy convencido de que durante aquella primera conversación con Claire
se enteró de todo lo que necesitaba saber de mí, y eso incluye a Sarah.
Me apoyo contra la pared y me llevo una mano a la frente. Este tipo
me tiene completamente atrapado por los huevos, y creo que no tiene
intención de soltarme.
—¿Qué mierda estamos haciendo entonces? —atino a preguntarle.
De nuevo parece que se lo piensa, pero cuando habla, su voz a
adquirido cierta consistencia, como si saliera de su propio corazón.
—Dejándonos llevar.
Es una extraña manera de hacerlo: poner el ojo en un tío como yo y
excitarlo hasta que entra al trapo. Sí, una manera extraña de hacerlo.
—¿Haces esto a menudo? —le increpo, enfadado conmigo mismo.
Y con él—. Buscarte a un tipo y volverlo loco.
—No creo que debamos tener esta conversación por teléfono.
—No me fío de tenerte cerca.
—Pues deberías.
No respondo. Ni siquiera con Sarah he tenido nunca este tipo de
discusiones apasionadas. Soy un hombre pacífico, aunque mi aspecto pueda
dar la impresión contraria.
Cierro los ojos y cuento hasta diez. Cuando vuelvo a hablar mi voz
ha retomado la calma.
—No has contestado a mi pregunta.
—Ha pasado algunas veces —se sincera, lo que me sorprende—.
Menos de las que te estás imaginando. No puedo controlarlo.
¿Noto un deje de desesperación en su voz? Me ando con tiento.
—¿Qué no puedes controlar?
Lo oigo suspirar muy quedamente, y percibo por primera vez que
esta conversación le está costando tanto como a mí.
—Que alguien me guste tanto como tú —suelta.
Ese maldito cosquilleo hace otra vez acto de presencia y lo detesto.
Necesito saber cómo acabará esto. Si seguiremos viéndonos a hurtadillas
para follar como forajidos, o dejaremos de hablarnos cuando nos crucemos
por los pasillos o en clase de pintura, para escapar a esta pasión que nos une
y nos separa. Decido preguntarle.
—¿Y cómo has terminado con todos esos tíos?
Escucho que su boca, esa boca que me gusta comerme, chasca una
mueca.
—Con esos dos tíos —recalca el número para echar por tierra la
idea que haya podido hacerse en mi cabeza—, terminé bien. Somos amigos,
lo pasamos de miedo mientras duró, y tanto ellos como yo hemos vuelto a
hacer nuestras vidas.
—Lo que nos hace volver al principio, a que tienes novia y me
buscas para que te parta el culo —me arrepiento nada más decirlo, pero
continúo—. Lo veo un poco deshonesto, ¿no crees?
Mis palabras lo ofenden, pero no me importa.
—No recuerdo haberte puesto un cuchillo en la garganta para
comerte la polla —me responde con cinismo—. Es más, juraría que fuiste
tú quien se me tiró a la boca en aquel bar.
Se me escapa un suspiro, de esos que salen directamente del corazón
porque no sé cómo solucionar esto.
—¿Qué quieres de mí, Justin?
—Contigo es especial porque me tienes loco.
No es esa la respuesta que esperaba.
—¿Qué mierda dices?
—No sales de mi cabeza. ¿Te pasa a ti lo mismo?
—No —me apresuro a contestar, aunque sea mentira.
De nuevo el silencio, ese bálsamo que ayuda a que nos serenemos y
centremos aquello de lo que estemos hablando, y que aún no consigo
entender.
—Tenemos que hacer algo —me dice, con una voz que parece rota.
—Dejarnos de ver. —Contesto, porque no hay otra salida—. Parar
esto.
—O irnos juntos un fin de semana —pisa mi última palabra—, sin
límites, sin normas, dejándonos llevar.
La respiración se me detiene, como si me hubiera zambullido dentro
de un mar helado. ¿De qué está hablando?
—Ni de coña —articulo a medias.
—Es la manera de que tú y yo sepamos qué hay entre nosotros.
—Solo sexo y un calentón que no se va a volver a repetir.
—Si esa es la respuesta —hace una pausa que me atenaza el corazón
—, la aceptaré con gusto cuando regresemos.
No puede ser cierto lo que me está proponiendo. Que pasemos un
fin de semana como… ¿amantes, novios, follamigos? Es absurdo. Él debe
saber que es algo imposible.
—Estás de broma, ¿no? —tanteo.
Ahora es a Justin a quien se le escapa el gemido.
—Me gustas demasiado como para bromear con esto.
—Ni lo sueñes —respondo, tajante.
—Tienes mi teléfono, piénsatelo.
Y me cuelga, dejándome con el pulso tembloroso mientras miro el
teléfono y la puerta suena con los golpes del próximo paciente.
8
Matt
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adolescencia que es posible que haga saltar todo por los aires.
Con lo que no contaba era conque, a veces, pasarlo tan bien en la cama,
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