Está en la página 1de 74

NUEVO EN EL

GIMNASIO
MATT WINTER
© Todos los derechos reservados

Todos los derechos están reservados. Quedan prohibidos, dentro de los


límites establecidos por la ley y bajo los apercibimientos legales previstos,
la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o
procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el
alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización
previa y por escrito de los titulares del copyright.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones


son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y
cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de
negocios (comerciales) hechos o situaciones son pura coincidencia.

ADVERTENCIA: este libro contiene situaciones y lenguaje adulto,


además de escenas sexualmente explícitas, que podrían ser consideradas
ofensivas para algunos lectores. La venta de este libro es solo para adultos.
Por favor, asegúrese de que este libro está archivado en un lugar al que no
puedan acceder lectores menores de edad.

Título: Nuevo en el gimnasio


Copyright © 2023 – Matt Winter

Primera edición, junio 2023

Instagram: @mattwinter_author

Gracias por comprar esta novela.


Índice
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
OTRAS OBRAS DE MATT WINTER
1

Esta noche Sarah se quedará a dormir en casa, lo que significa que


tendremos sexo hasta que amanezca, pues es tan insaciable como yo.
Seis meses juntos, todo un récord porque lo máximo que me ha
durado una pareja han sido un puñado de semanas en las que yo ya estaba
aburrido hacía tiempo.
«Inconsistente», lo ha definido mi madre, pues dice que soy incapaz
de trazar relaciones firmes y que tengo miedo al compromiso. Sin
embargo…
—Ya está aquí el paciente.
La puerta se ha abierto a mis espaldas y quien ha asomado la cabeza
es la recepcionista del gimnasio, Claire. Echo una ojeada al libro de citas
porque juraría…
—No tengo a nadie más apuntado para hoy —se lo muestro.
Ella pone un mohín de súplica, apretando los morros.
—Es un nuevo abonado. Tiene una lesión y necesita a un
fisioterapeuta. Le he prometido que lo verías hoy sin falta. ¡Es tan mono!
Sabe que no le voy a decir que no. Cuando tengo que anular alguna
cita ella jamás me pone pegas y es capaz de defenderme delante del jefe sin
dudarlo. Le sonrío. Tenía pensado entrenar ahora, pero lo dejaré para esta
noche.
—Dile que pase.
Parece que le he dicho que le ha tocado la lotería, porque me da un
abrazo antes de salir, mientras yo me entretengo en cambiar la sábana de
papel de la camilla.
—Gracias por atenderme sin cita —escucho a mis espaldas.
Cuando me vuelvo siento algo extraño que me recorre la espalda,
como si una corriente de aire hubiera seguido al tipo que tengo delante.
Es de mi misma edad, aunque un poco más bajo que yo. Fuerte, sin
duda, y conociendo bien qué partes de su cuerpo debe entrenar, porque está
perfectamente equilibrado. Lleva ropa de deporte, una camiseta de tirantas
y unas mallas que se ajustan a sus piernas bien torneadas. Con disimulo, me
fijo en su rostro. Sarah diría que es un tipo guapo, mucho, con el cabello
muy corto, rubio, y oscuras cejas que guardan una mirada verdosa que en
este momento recorre mi consulta. Barba de un par de días y rostro muy
viril, de mandíbula cuadrada y nariz recta.
—No hay problema —logro articular—. Scott.
Le tiendo la mano y él me la estrecha.
—Justin.
Sus dedos son largos y gruesos, y su puño firme. Me mantiene la
mirada mientras lo hace, y de nuevo me recorre esta extraña sensación,
hasta que soy yo quien aparta la vista.
—Bueno —me froto las manos. Por algún motivo me he puesto
nervioso—. Cuéntame qué te pasa.
Él se lleva una mano a la parte alta del muslo, a la zona donde el
vasto intermedio se une con el tendón. Al hacerlo, mi vista va directamente
allí, y solo entonces me percato del bulto que acogen sus mallas y que casi
marca la forma de lo que encierra. Tengo que tragar saliva y aparto la vista
de inmediato.
—Creo que me he pasado con algún ejercicio porque me molesta
desde ayer —me explica—. No me gustaría que fuera a más.
Asiento.
—Seguro que lo solucionamos. Quítate las mallas y túmbate boca
arriba en la camilla.
Esto lo digo a diario, sin embargo, noto cómo se me encienden las
mejillas cuando él introduce los dedos pulgares dentro de la prenda y tira
con fuerza hacia abajo. Aparto la vista de inmediato y hago como que
ordeno la sábana de papel. ¿Qué diablos me está pasando? Porque nunca
antes he sentido algo así.
Él hace lo que le he dicho, y su espectacular anatomía se tumba a
todo lo largo delante de mí. Tomo un poco de gel y lo caliento con las
manos. Estoy nervioso y no sé por qué. Al fin me siento y le sonrío.
—Vamos a ver qué hay aquí.
Al decirlo noto otro ramalazo de calor en la cara, porque lo que
tengo delante son sus fuertes piernas y el paquete que abulta bajo un sucinto
slip blanco, donde la forma de su verga se vislumbra sin dificultad.
Evito mirarla y, con cuidado, empiezo a masajearle el muslo. Su piel
está caliente y los vellos rubios le confieren un tacto delicioso. Tengo que
humedecerme los labios porque tengo la boca seca.
Avanzo hasta llegar a la parte alta de la pierna, justo donde se inserta
en la cadera. En esta zona el calor es aún mayor y la textura se afina,
haciéndola más agradable si cabe.
La lesión está justo en la ingle, donde parece que se han roto
algunas fibras. No tiene la mayor importancia, pero si no la trabajo le va a
molestar unos cuantos días.
—Te va a doler un poco.
Él sonríe.
—Haz lo que quieras —¿Noto cierto tono en su voz? —. Seguro que
me gusta.
De nuevo tengo que apartar la mirada de sus penetrantes ojos verdes
porque tengo la sensación de que me atraviesan.
Me centro en la lesión, y cuando avanzo hasta encontrarla, mis
dedos rozan el envoltorio de sus testículos, que se acomodan, pesados,
sobre ellos. De nuevo este calambre en mi columna vertebral, que se
acentúa cada vez que mis dedos entran y salen, y son acariciados por el
peso de sus huevos, que se mueven al vaivén de mis manos.
Completamente confundido, amplío el área y abarco todo el muslo.
Tiene unas piernas fuertes y muy musculadas, y al tomarla entre mis manos
las abre, exponiendo aún más su entrepierna.
¿Es posible que lo que ya era grande lo sea aún más? Porque juraría
que ahora avanza hacia la cintura, dejando claramente dibujada su forma
bajo la tela de algodón. Incluso me parece detectar la forma de una vena
gruesa y nudosa que la atraviesa, como un río cuando se expande en un
estuario.
Termino la sesión antes de tiempo. Estoy tan perturbado que
necesito dar una vuelta. No tengo ni idea de qué me ha pasado, pero este
tipo provoca cosas extrañas en mí. Cosas que no recuerdo haber sentido
antes.
Me aparto y limpio su piel con un trozo de papel, evitando mirar y
tocar más de lo estrictamente necesario.
—Listo —intento mostrar una sonrisa profesional—. Es mejor que
no le demos más. Si puedes llevarte una semana de reposo o haciendo
ejercicio moderado, facilitarás que se cure.
—¿Ya? —dice él—. Me lo estaba pasando muy bien.
Sus palabras no han encerrado ninguna sugerencia. Hay pacientes
que disfrutan de una sesión, igual que otros lo pasan bastante mal. Pero la
forma de mirarme a los ojos cuando lo ha dicho…
—Ahora tiene que cicatrizar por ella misma.
Se sienta en la camilla, y queda a la misma altura que yo, y tan cerca
que nuestras rodillas se rozan.
—¿Y cuándo nos veremos de nuevo tú y yo?
Otra vez tengo que tragar saliva. Por un momento me da la
impresión de que está proponiendo… hasta que lo comprendo.
—No es necesario una nueva sesión —sonrío, pero me sale algo
extraño—. La hemos cogido muy a tiempo y no te va a dar problemas.
Él asiente y baja de un salto. Parece un poco decepcionado, pero
empieza a ponerse las ajustadas mallas.
—¿Entrenas aquí? —Dice, como por casualidad, mientras me mira
de arriba abajo muy despacio—. Estás en muy buena forma.
Otra vez las jodidas mejillas.
—Suelo hacerlo al final de la jornada.
—¿Crees que debo preocuparme por esto?
Lo miro. Las mallas ya están en su sitio, pero su mano derecha se ha
colado dentro y está distribuyendo el paquete adecuadamente. Cuando la
extrae llego a ver el borde rizado de vello oscuro de su pubis y juraría que
el nacimiento de su…
Aparto la vista de inmediato y vuelvo a mi mesa, donde ordeno un
bolígrafo y unas fichas desperdigadas.
—¿A qué te dedicas? —Le pregunto sin mirarlo.
—Mientras apruebo el trabajo final de máster, a lo que sale.
Asiento. Tengo la absoluta necesidad de controlarme. Quizá sea una
subida de tensión arterial y este tipo no tiene nada que ver. Seguro que es
eso.
—Evita correr y las cargas pesadas —consigo indicarle—. Pero solo
unos días.
Él asiente. Ambos permanecemos unos instantes allí, muy quietos,
con la mirada clavada el uno en el otro, sin respirar siquiera, hasta que él
habla en voz baja y más grave de lo que le he escuchado hasta ahora.
—Nos veremos por aquí.
El aire sale de mis pulmones en forma de bocanada contenida.
—Seguro.
Sonríe. Creo que se ha percatado de lo nervioso que me pone su
presencia… ¿o era la tensión arterial?
Se dirige hacia la puerta, y cuando pasa por mi lado se detiene de
nuevo, y vuelve a clavar sus ojos verdosos en los míos.
—¿Quieres un café? —Se humedece los labios—. Me gustaría
agradecerte que me hayas colado.
Disimulo el hecho de sonrojarme una vez más pasándome la mano
por el cabello.
—No ha sido nada, de verdad —intento excusarme—. Y voy mal de
tiempo. Por ser la primera vez Claire no debe cobrarte.
Él asiente, me lanza una última mirada y se dirige a la salida.
—Hasta pronto —me dice desde la puerta, y cuando cierra,
permanezco un rato enajenado, sin comprender qué acaba de pasar entre ese
tipo y yo.
2

Sarah sabe cómo ponerme a cien porque sale del dormitorio con unos
sucintos culottes y un top tan corto que apenas puede taparle la parte baja
del pecho. Se sienta sobre mi regazo, pasando una pierna por cada lado de
mi cuerpo y se muerde los labios.
—Estas para comerte —le digo mientras una de mis manos le
acaricia la espalda desnuda y la otra se cuela por debajo de la prenda hasta
abarcar uno de sus generosos pechos.
Ese tipo, Justin, ha acudido a mi mente varias veces a lo largo de la
tarde. Sigo preguntándome qué me ha sucedido, porque me he tomado la
tensión cuando se ha marchado y estaba perfecta. Posiblemente me haya
recordado a alguien, a un viejo conocido, y mi mente ha empezado a
confabular. Debe ser eso. Seguro que es eso.
—Pues si estoy para comerme, grandullón —dice Sarah, subiéndose
el top hasta que su pecho libre queda al descubierto—, estás tardando en
hacerlo.
No tiene que repetírmelo. Mi boca se tira hacia él e impacto con la
lengua sobre el pezón. Está duro y cuando lo empapo reacciona un poco
más, como a mí me gusta. Que le coma las tetas la deja a punto de caramelo
y a mí me provoca una erección que es capaz de romper la pana del
pantalón.
Quizá lo que me ha llamado la atención de Justin es su belleza. No
entiendo de tíos, eso está claro, pero sé reconocer a un tipo guapo. Eso no
implica nada, ¿verdad? Pocas veces me he cruzado con una mirada tan
penetrante ni con unos ojos de un color tan profundo como los suyos.
Su novia debe estar cañón. Con esa cara y ese cuerpo puede
acercarse a cualquier tía, que le va a responder con un rotundo sí. Si lo veo
otra vez hablaré con él sobre su tabla de entrenamiento porque tiene unos
glúteos perfectamente trabajados, redondos y firmes, potentes, como a mí
me gustan. Entiéndeme, quiero decir…
—¿Estás bien? —Es Sarah, y cuando la miro me doy cuenta de que
me he quedado quieto, con la cabeza perdida en otra parte.
Sonrío.
—Perfectamente —le digo—, y con ganas de hacer un puñado de
guarradas con tu cuerpo.
Sin que lo espere, la arrojo de espaldas sobre el sofá y empiezo a
trastear hasta quitarle los culottes, mientras ella se ríe a carcajadas e intenta
hacer como que se defiende de mí. Sé que le gusta, y sé que lo que haré a
continuación la vuelve loca.
Mientras mi novia se retuerce entre mis manos, yo me deslizo hasta
quedar de rodillas en el suelo y le separo las piernas, colocándolas sobre
cada uno de mis hombros. Ante mí se expone, depilado y caliente, la
intimidad húmeda de mi chica, y el festín con el que llevo pensando desde
esta mañana.
Me envuelve su olor, y cuando me acerco y abro ligeramente la
vulva con el índice y el corazón, todo su deseo se manifiesta en forma de
mucosidad rosada y exquisita, a la que alargo la boca para empezar a
comérmela.
También es posible que lo que me haya impactado de Justin sea su
actitud. Me ha parecido un tipo completamente seguro de sí mismo, de sus
capacidades y de lo que quiere y no quiere en esta vida. ¿Que cómo he
llegado a esa conclusión si solo hemos cruzado cuatro frases? Porque eso se
intuye, se sabe por la forma de moverse y por cómo se enfrenta a las cosas.
Sarah se retuerce entre mis brazos y alargo las manos para
pellizcarle los pezones mientras mi lengua juega con su excitado clítoris y
mi barbilla acaricia la delicada piel donde termina su sexo. Ahondo más en
mis caricias, chupo los labios y penetro con la lengua hasta donde puedo
mientras ella acelera su respiración y es incapaz de parar de retorcer sus
caderas.
Dejo libre uno de sus pechos y llevo mi mano hasta dentro de mis
calzonas. Tengo la polla dura como una columna, y cuando paso el pulgar
por la cabeza, me doy cuenta de que está húmeda de precum e hipersensible
al tacto.
La saco de nuevo y me escupo en la palma para lubricar, y a
continuación empiezo a masturbarme mientras sigo chupando, sorbiendo,
pellizcando el deliciosos sexo de mi chica.
Supongo que las mallas que llevaba Justin tienen un efecto
amplificador, porque es una de las primeras cosas en que me he fijado
cuando ha entrado en la consulta. Eso y el color de sus ojos. Pero cuando se
las ha quitado, las mallas, para quedarse en slips, me he dado cuenta de que
todo lo que abarcaban era real, e incluso mayor, porque juraría que ha
crecido ante mis ojos.
¿La manipulación que le estaba haciendo lo excitaba? No es la
primera vez que un tipo se me ha puesto duro en la consulta, pero en el caso
de Justin era algo más, como si cada vez que mi mano entraba bajo sus
testículos para rozar ligeramente la zona prohibida entre sus nalgas, él se
retorciera de placer sin querer inmutarse.
Acelero el movimiento de mi mano sobre mi verga, porque cada vez
siento más excitación.
¿Era eso lo que tocaban las yemas de mis dedos? ¿Su intimidad?
¿La oquedad entre las nalgas de Justin? Hasta ahora no he sido consciente y
se me escapa un gemido de placer cuando cierro los ojos e intento
rememorar el tacto de su piel, el calor que desprendía y el olor que llegaba
hasta mí.
Tampoco lo percibí en su momento, su olor, pero en este instante los
recuerdos me asaltan y casi soy capaz de percibir ese aroma salitre a
hombre, a sudor, a suavizante y a algo más profundo que no logro
identificar.
Me corro sin proponérmelo, dentro de las calzonas, que se empapan
de leche formando una mancha untuosa y blanca en la delantera.
A la vez que la lefa se va quedando atrapada dentro de la prenda, yo
lanzo un gemido profundo y gutural, me quedo muy quieto, con la boca
hundida en el coño de mi novia y una mano rígida sobre su pecho.
Con el último estertor de placer Sarah también deja de moverse,
como si quisiera acompañarme en este estremecimiento delicioso que hacía
mucho que no sentía con esta intensidad.
Mientras intento reponerme después del fabuloso lefazo, abro los
ojos y al levantar la cabeza veo que ella tiene la mirada clavada en mí.
—¿Te has corrido? —me pregunta, entre sorprendida e incrédula.
—Estaba demasiado excitado —logro decir.
Parpadea varias veces, como si no diera crédito.
—Nunca lo haces sin esperarme.
Intento sonreír, pero el orgasmo ha sido tal que me queda una mueca
rara.
—Ha venido sin más.
—Pero, ¿y yo?
Trago saliva y me paso una mano por el pelo, sin darme cuenta de
que… me queda pringoso de leche fresca.
Ella no deja de mirarme. Parece que está viendo a un desconocido.
Debemos estar formando una imagen extraña: Sarah desnuda y con las
piernas abiertas, yo empapado de semen y de rodillas ante ella…
Me doy cuenta de que esto no le está haciendo ni puta gracia.
—Dame un minuto que me reponga —consigo decirle—, que yo me
encargo de ti.
Y vuelvo con la lengua entre sus piernas, aunque la sorpresa no sale
de mi pecho, porque he descubierto que en el momento cumbre, cuando he
soltado toda la leche cuajada, la imagen que había en mi cabeza era el rostro
de Justin.
3

Uno de mis profesores de universidad decía que para poder entender el


cuerpo de otros debemos ser capaces de salir de nosotros mismos. Él lo
consiguió con la meditación. Muchos de mis compañeros con el yoga. Yo lo
he logrado con la pintura, que me lleva a lugares donde ni siquiera he
soñado.
Voy a clase de pintura dos veces por semana, a un viejo centro
artístico de estilo parisino donde mi profesora intenta sacar todo lo
expresivo que hay en mí.
Hoy llego tarde. Ayer tuve tarea doble con Sarah, ya me entiendes, y
el día de trabajo ha sido intenso. Cuando aparezco ya están ocupados los
mejores caballetes y el disponible está demasiado cerca del modelo, por eso
todos lo rehúyen.
—Estábamos a punto de empezar —me dice madame Margot, que
es como se llama mi profesora, indicándome gentilmente que me dé prisa.
Los jueves pintamos del natural, ya sea un bodegón, una planta o
una modelo, como es el caso de hoy.
Mientras preparo mis pinturas y dispongo mi lienzo, la modelo sale
del vestuario vestida solo con un albornoz. Apenas reparo en ella cuando
pasa por mi lado, se quita la prenda y madame le da las indicaciones de
cómo debe sentarse en la otomana para la clase de hoy.
Solo cuando lo tengo todo listo levanto la vista para ver qué nos
tiene preparado, cuando la boca se me descuelga sola.
No es una modelo, sino un modelo. Y no es uno cualquiera, sino
Justin.
Mi expresión de sorpresa es demasiado evidente, y él mueve un
instante la cabeza para mirarme y sonreírme, el tiempo justo para que la
profesora lo amoneste con firme amabilidad para que vuelva a la pose
indicada.
Miro alrededor. Todos han tomado ya el carboncillo y están
empezando a abocetar. Trago saliva. Siento el sudor húmedo en la frente,
porque a menos de un metro de distancia de mí está Justin, completamente
desnudo, con las piernas abiertas, y recostado contra el respaldo de una
cama turca. Su bello rostro lo veo de perfil, pero todo lo demás está de
frente y tan cerca que solo tengo que alargar la mano para…
—¿Cómo vas a acometer este proyecto?
Levanto la cabeza. Madame está a mi lado, observando el lienzo en
blanco.
Me paso la mano por la frente e intento aclararme la mente.
—El escorzo desde tan cerca va a parecer forzado.
Ella asiente.
—Tienes razón. Céntrate en los genitales. Los tienes a la distancia y
en la orientación correctas. Concéntrate en el detalle —me dice—, intenta
transmitir su esencia.
Parpadeo varias veces, lo reconozco, antes de centrar la vista en una
parte de la anatomía de Justin que he intentado evitar mirar desde que lo he
visto, y de empezar a trazar líneas sobre el lienzo.
—Eso haré —le digo.
Ella sonríe para irse a dar indicaciones a otro compañero.
Me humedezco los labios y clavo la mirada en la pieza pesada que
descansa sobre la sábana.
El vientre plano de Justin está perfectamente horadado por sus
abdominales. Marcan su forma para estrecharse en la cintura y dar paso a su
rubio vello púbico. No es abundante, pero sí denso. Veo cómo la luz se
refleja y siento una punzada entre las piernas. Bajo la mirada y me centro en
lo demás.
Su polla es tan gruesa como ya había percibido, recorrida por una
vena retorcida y nudosa. Está sin circuncidar, pero la piel deja ver la boca
del glande, proporcionado a lo demás, por lo que es mayor de lo habitual.
Miro el lienzo y trazo las primeras líneas, intentando empaparme de
lo que veo. Dibujo su vientre, trazo un borrón en la zona del vello, y mis
dedos recorre la forma de su polla, deteniéndose en la vena gruesa para
darle ese matiz prominente. Con un dedo lo difumino, y me doy cuenta de
que me excito al hacerlo, porque es como si estuviera tocando sus genitales.
Vuelvo a limpiarme el sudor de la frente con el envés de la mano, y
clavo otra vez la mirada en Justin. Está guapo a rabiar, y tiene un cuerpo
espectacular. Nunca he visto uno tan perfecto, y trabajo colocando las
manos sobre los cuerpos desnudos de deportistas.
Cada músculo parece cincelado y del tamaño correcto, cada fibra,
cada tendón, construyendo un armazón cálido y reconfortante que debe ser
una delicia tocar.
Sacudo la cabeza para apartar aquellas ideas y me centro en lo que
tengo entre manos, la polla de Justin.
Juraría que ha crecido un poco. Miro alrededor, pero nadie parece
estar dándose cuenta, así que han debido ser cosas mías.
Me concentro ahora en sus huevos, las dos bolas pesadas que recoge
un prepucio dilatado. Reposan sobre la sábana, por la que han resbalado
quedando uno más cerca de mí que el otro. Todo da a entender que, cuando
Justin lo hace con su novia por detrás, sus huevos deben golpearla a cada
arremetida, lo que seguro provoca ese sonido que tanto me excita.
Aparto la vista e intento plasmarlo en el lienzo con trazos ligeros y
mucho carbón.
Con la impronta sobre la tela solo necesito ir ultimando los detalles
por lo que lo miro para volver al lienzo, así una y otra vez.
En un par de ocasiones él sonríe y, aunque está de perfil, algo en mí
me dice que esa sonrisa está dedicada a mí.
—Me gusta.
Alzo la vista, y madame está de nuevo a mi lado.
—Hacía tiempo que no te veía tan buen trabajo.
Me sonrojo de inmediato. Todo el lienzo de uno por uno está
ocupado por la genitalidad de Justin que, a aquel tamaño, es claramente
llamativa. No soy un pintor realista, pero con él creo que he captado la
esencia de su sexo con tanto detalle que hasta se podría llevar a la boca.
Cuando la profesora da su palmada al aire que quiere decir que la
clase ha terminado, me dispongo a recoger de inmediato, mientras Justin se
baja de la tarima, se pone el albornoz y entra en el vestuario.
Me doy toda la prisa que puedo. Ha pasado por mi lado y, aunque yo
tenía la cabeza baja y no nos hemos saludado, es muy posible que haya
visto mi dibujo, lo que me avergüenza. ¿Y si no entiende que solo es un
trabajo de clase? ¿Tengo que explicarle que ha sido una indicación de la
profesora?
Recojo las pinturas, enjuago la paleta a toda prisa y dejo los pinceles
en aguarrás, tan veloz que salpico la bata de una compañera y tengo que
pedirle disculpas.
Guardo el lienzo junto a otros más porque no pienso llevármelo a mi
casa, y salgo del estudio a tal velocidad que ni yo mismo me reconozco.
No sé qué me ha sucedido de nuevo, pero tener a Justin tan cerca de
mí, desnudo, y con la absoluta libertad de contemplar su cuerpo…
—¡Scott!
Miro hacia atrás, en dirección a la voz que me llama, y es él, que
viene hacia mí con aquella mirada acerada, de frente ligeramente fruncida,
con la que lo vi la primera vez en el gimnasio.
¿Querrá decirme que se ha dado cuenta de todo? ¿Qué se ha
percatado de la forma hambrienta en que le he estado mirando la polla?
Los nervios me atrapan, es como si mis manos se volvieran anguilas
y no sé qué hacer con ellas.
—No sabía que… —no sé cómo terminar la frase.
—Ya te dije que hago algunas cosas para poder pagar mis gastos
hasta terminar los estudios —me contesta cuando llega a mi lado y se queda
allí, muy cerca, tanto que huelo su colonia y descubro que me gusta.
—Es cierto —mi mano nerviosa se va a mi cabello—. Nos veremos
entonces, o por aquí o en el gimnasio —intento marcharme.
—¿Te tomas algo conmigo?
No. Necesito alejarme de él, dejar de mirarlo porque no sé qué me
pasa y no quiero arrepentirme de una mala decisión.
—Es tarde —respondo.
Justin se encoge de hombros.
—Una cerveza y nos vamos a la cama.
De nuevo el escozor entre mis piernas, en el punto justo donde
acaban mis huevos. Lo que ha dicho es solo una forma de hablar. Eso es.
No puede ser de otro modo.
Miro alrededor, como si estuviera haciendo algo reprobable. Es solo
una cerveza. A veces desmitificar a alguien sirve para dejar de verlo como
un… ¿Cómo un qué?
Confundido, acepto.
—Solo una.
Él esboza una sonrisa. Es bonita y fresca, de esas que da gusto besar.
—Me apetece mucho.
Y caminamos hacia un bar cercano, a pesar de que mis manos no
dejan de sudar.
4

Me empiezo a relajar con la cuarta cerveza, porque hasta ese instante mi


cabeza está llena de ideas raras y lo malinterpreto todo.
—Fue entonces cuando decidí cambiarme de gimnasio.
Justin me ha estado contando que un cambio en los horarios en su
antiguo lugar de entrenamiento es lo que ha provocado que se haya venido
con nosotros, ya que sus jornadas dependen de los trabajos que le vayan
saliendo.
Durante toda esta hora he mantenido una distancia higiénica con él,
donde mi codo sobre la barra no ha traspasado su espacio ni mis rodillas
sobre la banqueta han rozado las suyas. Lo considero todo un logro, porque
el resto ha sido una especie de persecución entre seguir sus pupilas y
esquivarlas, entre indagar por el hueco de su camisa y mirar hacia ninguna
parte, entre preguntarme por qué este tipo me levanta estas sensaciones y
alejarlas de mi cabeza como imaginaciones mías, nada más.
Dos tragos más y me doy cuenta de que tengo unas ganas locas de
mear, y que hasta este instante parece que me han pasado desapercibidas.
—Dame cinco minutos —le ruego con la lengua trabada—, y no
pagues, ¿he? Yo invito.
Sin más, me dirijo a los servicios que están al fondo a la derecha,
caminando en línea zigzagueante.
Es un espacio muy corriente, con una hilera de pilas y cabinas más
discretas justo enfrente.
Me la saco antes de llegar al urinario porque me revientan los
riñones. La media borrachera me dificulta enfocar, pero el sonido del caño
sobre la porcelana blanca me dice que estoy apuntando bien.
Trastabillo, me enderezo y apunto de nuevo.
Me miro la polla. Sarah dice que es la más grande que se ha metido
entre las piernas y lo achaca a que soy un tipo de talla. Aquí y ahora,
relajado tras un día largo, también me lo parece a mí, que es grande y
gruesa, más que otras que haya visto, y un tipo que se dedica a masajear
cuerpos desnudos, ha visto muchas.
La sacudo y el caño de pis recorre las paredes de la pila.
—Vas a ponerlo todo perdido.
Miro hacia el lado y veo a Justin, sonriente, que se la acaba de sacar
de los pantalones justo en el urinario vecino.
Me sonrojo de inmediato e intento acercarme tanto al mío para
cubrirme que me mancho el pantalón y necesito retroceder de nuevo.
Él permanece un poco alejado de la pared, y apunta más
directamente de lo que yo he sido capaz. ¿Cómo es que no está borracho si
ha bebido lo mismo que yo?
Bajo la mirada vidriosa. Allí está lo que andaba buscando. Me
avergüenzo de inmediato por lo que estoy haciendo y vuelvo a la mía,
aunque este ajetreo provoca que el caño salpique los azulejos de la pared.
—Es normal que tengas poco control de ella —escucho su voz
burlona.
—No te entiendo.
Él sonríe, mira hacia la puerta y de nuevo a mis ojos.
—El tamaño.
Un escozor se me encaja en el coxis. Este tío hace que tenga
sensaciones extrañas, y en este instante lo que me apetece es…
—La tuya tampoco está mal —le digo, señalando con la barbilla
mientras estoy seguro de que mis mejillas están tan rojas como el infierno.
Él da un paso hacia atrás, muy despacio, y la deja completamente
expuesta para mí. Con el índice y el pulgar arrastra la piel hacia detrás y
deja ver el glande, húmedo y abierto para que el grueso caño impacte sobre
la loza. Lo repite varias veces, y yo noto cómo se me acelera la respiración.
Me quedo mirando, con ojos vidriosos y mente confusa, mientras él
sigue con aquel masaje suave que va provocando una dilatación en su
miembro hasta que casi duplica su tamaño.
El ruido de la puerta hace que ambos reaccionemos y nos peguemos
al urinario como buenos e inocentes chicos. Me centro en mí y miro hacia
abajo para disimular, mientas un tipo entra y se coloca al otro lado.
Solo entonces, al verme la polla de nuevo, me doy cuenta de que se
me ha puesto dura y palpita, nudosa, entre mis dedos.
Esto me desconcierta, y voy a metérmela en los pantalones para
marcharme de una jodida vez a mi casa, cuando Justin me hace una señal
que entiendo como que me quede allí, que esperemos a que ese intruso se
marche.
Sé que no debo hacerle caso, pero se lo hago, y aguanto la dureza
entre mis dedos hasta que el colega descarga, se lava las manos, y sale sin
sospechar que aquellos dos que deja atrás llevan ahí más de lo necesario.
Cuando nos quedamos solos, Justin se asegura de que nadie se
acerca y, sujetándose los pantalones, va hasta una de las cabinas, mira
dentro y después a mí.
—Ven.
El corazón se me va a salir del pecho.
—¿Para qué?
Él pasa al interior y se pega contra la pared del fondo. Allí se suelta
los pantalones que caen hasta sus tobillos y, sin apartar los ojos de los míos,
empieza a masturbarse muy despacio.
Ver aquella imagen, al tipo que no logro sacar de mi cabeza de
ninguna manera con aquel masaje lento y cadencioso, provoca en mí tal
estado de excitación que, aun sabiendo que me voy a arrepentir, voy tras él,
entro en la cabina y aseguro la puerta tras de mí.
Permanezco allí parado, sosteniéndome el pantalón con una mano,
aunque mi polla, libre de toda atadura, me golpea el vientre de manera
insistente.
Nos mantenemos así un par de minutos que se me hacen eternos. Yo
de pie, separado medio metro de Justin, que continúa pajeándose muy
lentamente.
Soy yo quien se tira a su boca con un hambre que me asusta,
mientras me encargo de que mi polla roce exactamente la suya, y me
electrizo cuando el calor de su sexo inflama el mío y esa corriente sensual
se expande por todo mi cuerpo.
Me lo como tan despacio como hambriento, tomándole la barbilla
con una mano, mientras mi lengua horada cada rincón de su boca.
Me gusta cómo sabe y me excita que se esté retorciendo entre mis
brazos, porque provoca un delicioso masaje en mis genitales.
Es la primera vez que estoy con un tío.
De adolescente tuve algunos sueños húmedos, que desaparecieron
cuando conocía a la primera mujer, una amiga de mi madre. Desde entonces
solo Justin ha conseguido despertarme esta hambre, estas ganas y este
deseo, que ni con Sarah ha alcanzado la dimensión que tiene en este
momento.
Me siento torpe, y cuando él me aparta con delicadeza, pienso que
me va a amonestar por hacerlo tan mal. Pero no es así. Se pone de rodillas y
me mira desde abajo.
Es guapo a rabiar. Su rubio cabello retirado de la cara y sus ojos
increíbles clavados en los míos.
Solo aparta la vista para centrarla en mi polla. La tiene delante y
está tan caliente que le puede quemar.
La coge por la base y me provoca una corriente eléctrica. Se golpea
con ella las mejillas, como si necesitara dimensionar su consistencia. Creo
que queda satisfecho porque se la lleva a la nariz y la huele, desde la base,
husmeando entre mis huevos, hasta llegar a la punta, donde una gota de
semen ya ha aparecido para lubricar.
Parece que cumple sus expectativas porque de inmediato se la mete
en la boca, hasta la garganta. Sentir la estrechez de esa parte hace que se me
escape un gemido. Pero él la coloca allí dentro y la mantiene, como si
necesitara habituarse a su tamaño.
Creo que voy a correrme, y así lo murmuro, cuando él empieza a
mamar.
Se la mete y se la saca al completo, pasando la lengua por todo lo
largo para hacerla de nuevo desaparecer entre sus labios.
Su otra mano está enfrascada en mis testículos, que sopesa y
masajea muy despacio, sabiendo exactamente dónde debe tocar o presionar
para provocar una sacudida de placer.
Yo lo miro desde arriba, con ambas manos apoyadas en la pared, la
boca abierta ante el asombro del placer que una simple mamada puede
llegar a provocarme, y sorprendido de su habilidad para comerse un carajo.
A él se le ve disfrutar. Lo chupa, lo relame, mordisquea ligeramente
y escupe para después tragárselo de nuevo. Es excitante, lujurioso y muy
guarro. Tanto que separo las piernas para darle a entender que no puedo
más.
Él no me hace caso y viene a por mí para continuar mamando.
Me doy cuenta entonces de que, mientras me hace esta felación, se
está masturbando en cuclillas, y es posible que esté tan a punto como yo
de…
No me da tiempo a pensarlo cuando el orgasmo me atraviesa. Es
casi un dolor físico, porque tiene tal potencia que me separa la carne de los
huesos, igual que si todo mi ser se partiera en deliciosos pedazos que en vez
de dolor provocan una sensación de goce inenarrable.
Los caños de semen le inundan la boca. Veo cómo se atora,
sorprendido por la cantidad, cómo se le escapa de entre los labios y cae al
suelo, y cómo intenta tragar cada venida, sin conseguirlo.
También él se detiene un instante porque un chorro de lefa sale
disparado de entre sus piernas e impacta en la taza. Y dos. Y tres.
Con mi última descarga le aprieto la cabeza contra la pared con mi
cadera, para que mi polla termine de descargar allí dentro, en su garganta.
Él tose, su rostro se pone rojizo, pero hasta que no siento el último
chorro fuera de mí, no suavizo la fuerza.
Eso hace que tenga que toser para sacarse la lefa que le ha llegado a
los pulmones, mientras yo caigo contra la pared de enfrente, exhausto de un
orgasmo tan potente, y con la mente en blanco.
Agotado, lo miro, él sentado en el suelo, mientras también intenta
recuperarse.
—Ten-tengo que marcharme —logro decirle.
Él asiente y sonríe, y me tiende la mano para que le ayude a
incorporarse.
5

«Mierda, mierda, mierda». Esas palabras no salen de mi cabeza desde


ayer, desde que llegué a mi casa tras haber practicado sexo con Justin y
permanecí de pie en el salón más de una hora, sin saber qué hacer,
bloqueado, con una mano en la frente y la otra posada en el estómago, y tan
confuso que las ideas se me amontonaban como agitadas por un temporal.
He dormido mal. Una serie de sueños recurrentes donde Justin ha
sido el centro de todo. Unas veces me he despertado sobresaltado, otras
ansioso, pero todas ellas… excitado.
El amanecer y un duro día de trabajo me han permitido despejar la
mente, aunque ha sido una jornada salpicada de destellos de lo que sucedió
anoche en el cubículo del aseo de un bar.
A veces me ha costado trabajo concentrarme en la contractura de un
paciente cuando acudía a mi mente la imagen de Justin, con la boca atorada
y los ojos clavados en los míos.
Sarah me ha llamado para que hoy cenemos juntos, pero le he dicho
que saldría demasiado tarde. No es así, pero quiero entrenar cuando termine
con el último paciente, con el gimnasio ya cerrado y todo para mí, pues
Claire, la recepcionista y responsable de todo esto, me deja que me quede si
no sobrepaso la media noche.
Me quito la ropa de trabajo y me pongo unas calzonas. Cuando
estoy solo en el edificio no uso camiseta. Me gusta la libertad de
movimientos que me ofrece tener el cuerpo libre de ataduras, y uso la parte
de abajo por simple pudor.
Ya no hay nadie. Cerramos hace quince minutos, y la sala de
musculación es un delicioso desierto donde podré machacarme el cuerpo y
conjurar los demonios que me asaltan desde ayer.
Empiezo con press de pecho, treinta kilos en cada lado de la barra,
lo suficiente como para ser exigente y no quemarme.
¿Por qué lo haría? ¿Por qué accedería a entrar en aquel cubículo con
Justin? Una razón es que estaba borracho, eso es evidente, pero me mentiría
si no lo hubiera deseado desde el instante mismo en el que lo vi en el
estudio de pintura.
Uno de mis profesores de dibujo decía que todos somos bisexuales.
Que solo necesitamos que aparezca el resorte para fluir de un lado a otro, o
para quedarnos en uno de los dos. Siempre he pensado que eso es una
chorrada, pero… ¿Es eso lo que me ha pasado? ¿Qué Justin ha hecho saltar
en mí algo que ni yo mismo conocía?
Del banco paso a las poleas y de allí a las mancuernas, empezando a
sudar con el press declinado.
—Pensaba que estaría solo.
Al oír la voz una de las pesas se me escapa de la mano, pero consigo
apartarme antes de que impacte sobre mi rostro.
La reconozco sin necesidad de mirar, su voz.
Es Justin, y está parado a un par de metros de mí, con unas calzonas
similares a las mías y también sin camiseta, lo que deja ver su cuerpo
esculpido y perfecto, tanto que me arranca un escozor entre los huevos.
—¿Cómo es que te han dejado entrar? —me sale más rudo de lo que
he pretendido.
Él se encoge de hombros y avanza hasta colocarse muy cerca de mí.
—Claire sabe que mis horarios son difíciles y me ha dado una copia
de las llaves.
Me las muestra, aunque yo dudo que a nuestra eficiente
recepcionista se le haya pasado comentarle que tendría compañía.
Me siento tremendamente incómodo, y no sé qué decir.
—Yo ya he terminado —cojo mi toalla y me limpio el sudor del
rostro—. Te dejo solo. Todo para ti.
Voy a dirigirme a la salida cuando él me corta el paso.
—Te he buscado esta mañana, pero Claire me ha dicho que tenías la
agenda hasta arriba.
Tenerlo tan cerca provoca que mi piel palpite. Trago saliva y soy
consciente de que debo marcharme antes de que…
—Hay mucho trabajo —casi muerdo las palabras.
Él me mantiene la mirada. Hay algo magnético en sus ojos, y en su
cuerpo, y en la forma en que se ha plantado ante mí, a un par de pulgadas de
distancia, mientras sus pupilas van de mi boca a mis ojos para volver a los
labios.
—Quería saber cómo te encuentras después de lo de ayer —dice al
cabo de demasiado tiempo.
Esta era la única conversación que no quería tener hoy.
Me froto el cabello con la mano, y al hacerlo mi olor a sudor nos
envuelve, y noto cómo él lo capta, lo paladea hasta que tiene que
humedecerse los labios.
—Estaba borracho —logro articular—, apenas recuerdo nada.
Él sonríe.
—Hicimos un par de cosas.
Lo deseo. Lo deseo tanto que me duele.
—Tengo que marcharme —intento esquivarlo.
—Y me gustó —suelta él.
Una corriente eléctrica me atraviesa. Quiero tirarlo sobre uno de
esos bancos, comerle la boca y colarme entre sus nalgas hasta que él
suplique que pare, por lo que solo tengo una solución: marcharme cuanto
antes.
—Verás —miro hacia la puerta, y después a sus ojos—, yo no…
Pero no puedo contenerme. Le coloco una mano tras la nuca y lo
atraigo hacia mí con fuerza, hasta que nuestros pechos impactan y nuestras
caderas se unen, y solo entonces beso los labios y me abro paso como un
salvaje hasta encontrar su lengua y enredarla con la mía.
Creo que hasta él se sorprende de mi forma de actuar, porque tarda
en reaccionar y mientras, con la otra mano, le acaricio la espalda desnuda y
me meto dentro de sus calzonas, en busca de sus nalgas.
Aquello sí lo activa, porque gime de placer, se aprieta contra mí y
solo se separa para encajar una mano dentro de mi escasa ropa y abarcar
con ella mi polla, que empieza a reaccionar ante los envites del deseo.
En la enorme nave del gimnasio nos besamos, acariciamos nuestros
cuerpos sin pudor, hasta que él cae otra vez de rodillas, como anoche, me
baja las calzonas y vuelve a tragarse todo esto, salivando, encajando tan
adentro como es capaz, aunque le produzca arcadas.
Pero yo tengo otros planes, porque mi cabeza no ha dejado de
pensar en él en todo el día.
Me aparto para poder moverme mientras él me mira con hambre.
Extiendo uno de los bancos de ejercicios hasta ponerlo completamente
horizontal, y tiro de Justin para colocarlo boca abajo sobre él.
—¿Qué quieres hacer? —me dice.
Es una pregunta retórica porque leo en sus ojos que lo sabe.
También que lo desea.
Así, con las nalgas expuestas, le bajo las calzonas y se las saco por
los pies, y le abro las piernas lo suficiente como para que me deje una
buena visión hacia el interior de sus posaderas.
Están salpicadas de vellos muy rubios, que se van oscureciendo
según se adentran. Al fondo descubro la oquedad apretada y deliciosa que
pretendo trabajar en un instante.
Me quito la ropa, quedándome solo en zapatillas y calcetines, como
él. Me pongo de rodillas, separo las nalgas con ambas manos y él gime
antes de que yo hunda mi boca allí dentro, con la lengua empapada por
delante y el deseo atravesándome de la cabeza a los pies.
Me lo como despacio, intentando salivar todo lo que puedo para que
quede bien lubricado. Escupo un par de veces y paso el dedo índice para ver
qué tal va. Cuando noto que cede lo trabajo un poco más mientras él se
retuerce de placer y sus labios no dejan de proferir gemidos y palabras
excitantes sobre lo que quiere que le haga.
Solo tengo que incorporarme para que mi polla encuentre acomodo
entre sus nalgas. Él me mira, girando la cabeza, como pidiéndome que entre
suave. Pero no son esos mis planes. Siento tanto deseo como furia, tanta
necesidad como repulsa, y eso se traduce en un movimiento brusco hacia
delante, con todas mis fuerzas, para entrar en él sin compasión, hasta lo más
profundo, y quedarme allí encajado mientras nuestros huevos se rozan.
Por un instante abre la boca. Ha debido dolerle, aunque no lo
aparenta. Yo comienzo a moverme, de dentro hacia fuera para volver a
clavarme, sin apartar mis ojos de los suyos. Poco a poco voy viendo cómo
la sorpresa va dando paso a la pasión, y cómo el dolor se convierte en
placer. Y debe ser mucho, porque su boca rezuma gemidos y sus ojos se
entrecierran para concentrarse en lo que está sintiendo.
A mí, aquel vaivén dentro de él me parece tan delicioso y apretado.
Tan ajustado a mi envergadura, que siento cómo se contrae para abrazar mi
polla, y cómo a cada acometida es más delicioso lo que me recorre la piel.
Me lo follo durante mucho tiempo. Se me pasa por la cabeza cómo
sería atarlo con las poleas y dejarlo inmóvil para mí. O sujetarlo en
cualquiera de estas máquinas con todo expuesto para hacerle lo que me
apetezca.
Pero el orgasmo llega sin avisar. Intento contenerlo. Me detengo.
Contengo la respiración. Pero es demasiada excitación la que siento como
para pararlo, y un chorro de lefa se derrama dentro de él, en diferentes
oleadas densas y abundantes, la última de ellas cuando se la saco y termino
de masturbarme sobre sus nalgas.
Abatido de placer suelto un gemido ronco, profundo, mientras cierro
los ojos y disfruto de los últimos estertores que recorren mi cuerpo y que se
extienden como nunca antes he sentido.
Cuando consigo calmarme, abro los ojos. Él está intentando
recomponer su respiración, y me mira con una sonrisa encantada en los
labios.
Me doy cuenta de que he sido un animal. Trago saliva y me llevo la
mano a la cabeza.
—Me he ido sin avisarte. Lo siento.
Él amplía su sonrisa.
—Me corrí hace diez minutos, pero te lo estabas pasando tan bien
que no quise decírtelo.
6

Después de la salvaje sesión de sexo en la sala de musculación, Justin


ha querido que charlemos, pero yo me he negado. Le he dicho que tenía que
marcharme cuanto antes, y me he largado del gimnasio sudoroso y oliendo
a semen mientras él entraba en las duchas.
Mi cabeza es un lío. Por una parte, soy muy consciente de cómo lo
deseo y de qué manera destila mi mente mil formas de hacerle el amor a un
tipo que he conocido hace un puñado de días, cuando los hombres no me
han interesado jamás. Por otra, está este sentimiento amargo de que hago
algo incorrecto, de que tengo una novia y una vida corriente que adoro y
que ahora mismo está patas arriba.
Cuando me descubro mirando la sección de ofertas laborales de un
periódico olvidado en la cafetería a la mañana siguiente, entiendo que mi
mente está buscando fórmulas para escapar de él, y que una de ellas es no
volver a verlo.
Tomo dos determinaciones: por un lado, entrenar a mediodía,
cuando las salas están llenas y es imposible que se repita lo de ayer. Por
otro, pasar cada noche en la cama con Sarah, porque así acabaré agotado de
sexo y no pensaré en las delicias del cuerpo de Justin.
Avanza el día y no sé nada de él, lo que me tranquiliza. Intento que
mi cabeza no me lance imágenes de lo que hicimos en el banco de
entrenamiento, pero apenas lo consigo. Antes del almuerzo me pongo unas
calzonas limpias y una camiseta y subo a la sala de pesas. A esta hora está a
rebosar, con todos los socios y socias que aprovechan este intermezzo para
ponerse en forma.
Nada más entrar me fijo en el banco donde hace un puñado de horas
me he comido a Justin, me lo he follado, y he tenido una de las corridas más
espectaculares de mi vida.
Aparto la mirada y busco la prensa. Hoy tocan piernas, lo más duro,
así que dejaré de pensar en él por un rato.
A mitad del entrenamiento alguien coloca una mano sorbe mi
hombro. Me sobresalto porque pienso que de nuevo es… pero no, se trata
de Claire, que también aprovecha su hora del almuerzo para hacer sus
ejercicios.
—Estás muy callado.
La saludo con la mano. No tengo ganas de hablar, pero sé que con
ella será imposible un rato de paz.
—Intento concentrarme.
Ella continúa haciendo sus repeticiones para activar los cuádriceps,
justo en la máquina vecina, pero se detiene a mitad de serie porque parece
haber recordado algo.
—Ayer se me olvidó decirte que le di las llaves al nuevo, a Justin.
Si me lo hubiera advertido yo no habría entrenado, no habría pasado
nada entre los dos, y mi cabeza no sería el lío que es ahora mismo.
—Ya —respondo, escueto.
Ella continúa la serie donde la ha dejado. No es que entrenar así
tenga algún efecto anatómico, pero sé que Claire antepone la vida social al
entrenamiento físico.
Rezo porque con esta serie haya acabado y me deje en paz, pero no
tengo esa suerte.
—Esta mañana me ha dicho que estuvisteis juntos.
Se me frunce la frente sin pretender. ¿Justin se ha atrevido a
contarle…?, pero al ver que su mirada no tiene el aspecto de estar
escandalizada, me doy cuenta de que ha sido medianamente cauto.
—En la misma sala, sí —le aclaro, por si hubiera alguna sospecha.
—Y que le enseñaste un par de cosas que le fliparon.
Solo de recordar las cosas que le enseñé provoca que otro ramalazo
de deseo me recorra la espalda. ¡Maldito Justin! ¿Es que no vas a salir de
mi cabeza?
—¿Eso te dijo?
—Está loco contigo —sonríe y me da un manotazo en el antebrazo
—. Dice que eres el mejor fisio que le ha tocado.
Me doy cuenta de que el cabrón le ha narrado lo que hicimos sin
decirle nada. Y sospecho que lo ha hecho porque la conoce y sabe que me
lo va a contar antes o después.
Me pongo de pie. Por hoy ya está bien de piernas.
—Creo que exagera —le digo para dar por terminada la
conversación, y la saludo con la mano, dándole a entender que me marcho.
Pero ella también se levanta y se coloca a mi lado, como si
pretendiera seguirme.
—Deberías presentárselo a Sarah y salir juntos los cuatro —otro
manotazo, esta vez en la mano—. No conoce a nadie en esta zona de la
ciudad.
Aquello me raya. ¿De qué está hablando mi compañera?
—¿Los cuatro?
Ella mira alrededor, como si guardara un secreto por el que le fuera
la vida, y baja la voz para acercarse tanto que casi se me echa encima.
—Mi amiga dice que tiene novia. Un bombón de chica, claro, lo que
es él.
La mirada de desconcierto se me encaja en los ojos. ¿Una novia?
Todo este tiempo he pensado que Justin era… era gay, y que por eso…
Me descoloco totalmente. Si tiene novia es que… si tiene novia…
—¿Seguro que tiene novia? —pregunto, y nada más soltarlo me doy
cuenta de que se me ha notado todo.
Pero Claire no se da cuenta porque está encantada de tener un
confidente a quien le interese la vida de un asociado. Se cuelga de mi brazo
y me lleva hasta la zona de estiramientos.
—Mi amiga trabaja con ella y lo ha visto ir a recogerla —otra vez
mira a ambos lados—, y besarse, y todo eso. Ya sabes.
Así que es cierto. Justin tiene una chica como yo tengo a Sarah.
Entonces… ¿por qué me ha buscado? ¿Por qué me ha excitado? ¿Por qué ha
provocado que él y yo hagamos un par de cosas que no debiéramos?
Me humedezco los labios porque tengo la boca seca. Ahora sí que
no entiendo nada. Mi teoría había sido bien distinta. Pero si él también… no
tengo ni idea de qué pensar.
Miro a Clare. Parece encantada de poder hablar estas cosas conmigo
porque sabe que soy poco de interesarme por la vida de los demás. Doy un
paso más allá en nuestra nueva complicidad.
—¿Qué sabes tú de Justin?
Ella pone un mohín simpático en la boca y mira al cielo mientras
empieza a contar con los dedos de una mano.
—Que es de la Costa Este. Que ha estudiado Dirección Escénica y
ahora pretende terminar su máster. Que es un apasionado del deporte. Que
tiene novia… y poco más —se encoge de hombros, pero de pronto parece
recordar algo—. Bueno, se me olvidaba: que tú le gustas.
—¿Cómo? —me alarmo.
Ella me lanza una mirada significativa y me da un nuevo manotazo
en el bíceps.
—Dice que le has curado una lesión que llevaba molestándole toda
la vida y que estando contigo un par de veces se siente como nuevo.
Otra oleada de deseo me asciende desde los huevos hinchados de
semen. El cabrón tiene la capacidad de excitarme incluso a distancia,
sembrando las palabras justas que llegarán a mis oídos. ¿Es esto una locura?
¿Estoy volviéndome loco desde que lo besé por primera vez?
Vuelvo a tragar saliva.
—Eso te ha dicho —se me escapa con voz ronca.
Ella suspira. Parece la mujer más encantada del mundo porque ha
sido la responsable de una respetable amistad entre dos muchachos con
novias.
—No sé qué le has hecho —una nueva palmada, esta vez en el
hombro—, pero te va a recomendar, y eso te vendrá bien.
Lo que le he hecho tiene un nombre: follármelo como un salvaje, y
un efecto en mí, que de nuevo lo deseo como no me ha pasado antes con
nadie.
—Me voy o llegaré tarde a la consulta.
Le digo, apartándome para escapar de sus garras.
—Scott —me llama desde lejos. Yo me vuelvo, pero no me detengo
—, sacadlo por ahí a dar una vuelta, tú y Sarah. Ese chico necesita gente
como vosotros a su alrededor.
Y yo asiento mientras desaparezco, porque tengo que irme a las
duchas y hacerme una paja pensando en él.
7

Tras dos días sin verlo sé que tengo que hablar con Justin.
La idea de cambiar de trabajo para evitarlo se me hace ahora
absurda porque, tras las revelaciones que me hizo Claire, tengo que
entender qué jodida mierda hay entre Justin y yo.
El sistema informático me permite ver su ficha médica pero no me
da acceso a sus datos personales, que solo puede consultar… Claire.
Aprovecho una pausa entre pacientes para ir al mostrador de
recepción, no sin antes pasar por la cocina de empleados y prepararle un
café bombón a mi compañera.
Cuando aparezco y se lo coloco delante, con una galleta de
chocolate espolvoreada de canela, sé que me la he ganado para el resto de
mis días.
—¿Y esto? —me dice asombrada y satisfecha.
—Porque me parece que eres una gran persona preocupándote por
gente como Justin. Esas cosas hay que recompensarlas.
Ella se derrite, me lanza un beso desde el otro lado del mostrador y
parpadea varias veces a modo de agradecimiento.
—Y tú por cuidar a desconocidos como él.
—La próxima vez que le vea le pediré el teléfono para quedar.
Ella no lo duda, como ya había supuesto.
—No tienes que esperar, te lo doy yo.
Vuelvo a mi consulta con el número de Justin anotado en un trozo
de papel y una sonrisa maléfica en mis labios que no me reconozco.
Me lo pienso antes de telefonear, porque estoy nervioso y porque no
estoy seguro de lo que voy a hacer. En cinco minutos llamará a la puerta el
próximo paciente y a partir de entonces no pararé hasta esta noche. Es ahora
o nunca.
Marco los dígitos y espero con el corazón desbocado, como si fuera
un adolescente que llama por primera vez a la chica que le gusta. Lo coge a
la tercera.
—¿Diga?
Es su voz, quizá un poco más ronca que otras veces, y la sensación
de deseo empieza a desencadenarse dentro de mí.
—Soy Scott.
Se hace el silencio. Al fin soy yo quien lo sorprende, porque hasta
ahora él ha marcado cada una de las reglas del juego. Cuando contesta su
voz suena preocupada.
—No recuerdo haberte dado mi teléfono.
Sé lo que tengo que decirle y voy a saco.
—¿Es cierto que tienes novia?
Escucho un bufido cínico a través del auricular.
—Las noticias vuelan.
—¿Lo es?
De nuevo se calla. Creo que para mí está siendo una victoria porque
le acabo de dejar claro que conmigo no se juega.
—Ya me he enterado de que tú también —dice, modulando con
calma.
Su forma de actuar me exaspera. No es claro desde el principio,
estoy convencido de que durante aquella primera conversación con Claire
se enteró de todo lo que necesitaba saber de mí, y eso incluye a Sarah.
Me apoyo contra la pared y me llevo una mano a la frente. Este tipo
me tiene completamente atrapado por los huevos, y creo que no tiene
intención de soltarme.
—¿Qué mierda estamos haciendo entonces? —atino a preguntarle.
De nuevo parece que se lo piensa, pero cuando habla, su voz a
adquirido cierta consistencia, como si saliera de su propio corazón.
—Dejándonos llevar.
Es una extraña manera de hacerlo: poner el ojo en un tío como yo y
excitarlo hasta que entra al trapo. Sí, una manera extraña de hacerlo.
—¿Haces esto a menudo? —le increpo, enfadado conmigo mismo.
Y con él—. Buscarte a un tipo y volverlo loco.
—No creo que debamos tener esta conversación por teléfono.
—No me fío de tenerte cerca.
—Pues deberías.
No respondo. Ni siquiera con Sarah he tenido nunca este tipo de
discusiones apasionadas. Soy un hombre pacífico, aunque mi aspecto pueda
dar la impresión contraria.
Cierro los ojos y cuento hasta diez. Cuando vuelvo a hablar mi voz
ha retomado la calma.
—No has contestado a mi pregunta.
—Ha pasado algunas veces —se sincera, lo que me sorprende—.
Menos de las que te estás imaginando. No puedo controlarlo.
¿Noto un deje de desesperación en su voz? Me ando con tiento.
—¿Qué no puedes controlar?
Lo oigo suspirar muy quedamente, y percibo por primera vez que
esta conversación le está costando tanto como a mí.
—Que alguien me guste tanto como tú —suelta.
Ese maldito cosquilleo hace otra vez acto de presencia y lo detesto.
Necesito saber cómo acabará esto. Si seguiremos viéndonos a hurtadillas
para follar como forajidos, o dejaremos de hablarnos cuando nos crucemos
por los pasillos o en clase de pintura, para escapar a esta pasión que nos une
y nos separa. Decido preguntarle.
—¿Y cómo has terminado con todos esos tíos?
Escucho que su boca, esa boca que me gusta comerme, chasca una
mueca.
—Con esos dos tíos —recalca el número para echar por tierra la
idea que haya podido hacerse en mi cabeza—, terminé bien. Somos amigos,
lo pasamos de miedo mientras duró, y tanto ellos como yo hemos vuelto a
hacer nuestras vidas.
—Lo que nos hace volver al principio, a que tienes novia y me
buscas para que te parta el culo —me arrepiento nada más decirlo, pero
continúo—. Lo veo un poco deshonesto, ¿no crees?
Mis palabras lo ofenden, pero no me importa.
—No recuerdo haberte puesto un cuchillo en la garganta para
comerte la polla —me responde con cinismo—. Es más, juraría que fuiste
tú quien se me tiró a la boca en aquel bar.
Se me escapa un suspiro, de esos que salen directamente del corazón
porque no sé cómo solucionar esto.
—¿Qué quieres de mí, Justin?
—Contigo es especial porque me tienes loco.
No es esa la respuesta que esperaba.
—¿Qué mierda dices?
—No sales de mi cabeza. ¿Te pasa a ti lo mismo?
—No —me apresuro a contestar, aunque sea mentira.
De nuevo el silencio, ese bálsamo que ayuda a que nos serenemos y
centremos aquello de lo que estemos hablando, y que aún no consigo
entender.
—Tenemos que hacer algo —me dice, con una voz que parece rota.
—Dejarnos de ver. —Contesto, porque no hay otra salida—. Parar
esto.
—O irnos juntos un fin de semana —pisa mi última palabra—, sin
límites, sin normas, dejándonos llevar.
La respiración se me detiene, como si me hubiera zambullido dentro
de un mar helado. ¿De qué está hablando?
—Ni de coña —articulo a medias.
—Es la manera de que tú y yo sepamos qué hay entre nosotros.
—Solo sexo y un calentón que no se va a volver a repetir.
—Si esa es la respuesta —hace una pausa que me atenaza el corazón
—, la aceptaré con gusto cuando regresemos.
No puede ser cierto lo que me está proponiendo. Que pasemos un
fin de semana como… ¿amantes, novios, follamigos? Es absurdo. Él debe
saber que es algo imposible.
—Estás de broma, ¿no? —tanteo.
Ahora es a Justin a quien se le escapa el gemido.
—Me gustas demasiado como para bromear con esto.
—Ni lo sueñes —respondo, tajante.
—Tienes mi teléfono, piénsatelo.
Y me cuelga, dejándome con el pulso tembloroso mientras miro el
teléfono y la puerta suena con los golpes del próximo paciente.
8

Dos días después voy en mi coche camino de la costa, con la frente


fruncida por la incertidumbre y un sentimiento de culpa por haberle
mentido a Sarah conque hay un congreso de Fisioterapia que durará de
viernes a domingo.
Conduzco como si llevara puesto el piloto automático.
A la mañana siguiente de aquella llamada telefónica le envié un
mensaje a Justin, sucinto e inequívoco: De acuerdo. Solo un fin de semana.
¿Dónde?
Él me mandó las coordenadas de un apartamento en la playa. Me
dijo de ir juntos, pero si esto va demasiado mal prefiero poder coger mi
coche y largarme sin más. Él ya ha llegado, me ha enviado una foto de la
habitación que no he querido ver más allá de darme cuenta de que tiene una
única cama de matrimonio king size.
Me vuelven a sudar las jodidas manos cuando aparco y, con el
macuto en la mano, subo las escaleras del motel hasta la habitación rotulada
con el número 134. Antes de llamar Justin abre la puerta, se apoya en el
quicio y me tiende una cerveza.
—Fría y con unas gotas de tequila.
Tengo que sonreír, y con el primer trago se me pasa el mal rollo, no
así la desconfianza.
La habitación está bien, aunque apenas me atrevo a mirar la gran
cama. Él me lo pone fácil y no hay insinuaciones ni nada que pueda resultar
incómodo. Solo dos viejos amigos que han decidido pasar un par de días
juntos.
Estamos justo en la costa, asomados a una larga lengua de arena y
mar a la que se asoman varios chiringuitos y una escuela de surf.
—Vamos a divertirnos —su codazo en el costado me arranca un
cosquilleo agradable, y lo sigo con la esperanza de que estos dos, tres días,
sean solo eso, risas y sol, y algunos chapuzones salados.
La jornada transcurre dentro de mis expectativas, lo que consigue
que al fin me relaje y pueda disfrutar. Hemos surfeado un buen rato, tomado
unas copas al ritmo de salsa, y he ligado con un grupo de chicas que
celebraban una despedida de soltera y tenían ganas de pasarlo bien.
El momento incómodo ha sido cuando nos hemos cambiado para
ponernos el bañador. Justin lo ha hecho sin pudor, quedándose desnudo
delante de mí, pero no me ha mirado ni se ha insinuado, ni siquiera ha
hecho por verme cuando también me he quedado desnudo a su lado.
Pero yo sí lo he mirado a él, su cuerpo perfecto donde cada músculo
está marcado y salpicado de vello rubio, sus caderas deliciosas, sus glúteos
golosos… hasta que he tenido que apartar la vista para no hacer aquello que
tengo la absoluta intención de contener estos tres días.
Con la caída de la noche Justin ha comprado algunas latas, un par de
mazorcas asadas, y hemos caminado por la arena hasta alejarnos de la luz
incómoda de los bares para buscar una zona tranquila, donde solo se
escucha el mar y la única iluminación son los rayos de la luna.
Ha extendido una manta y nos hemos sentado a contemplar la
espuma que parece brillar con cada sacudida.
—¿Te gusta? —me ha preguntado.
Por un momento he pensado que se refería a él.
—Mucho.
—¿Y se te ha pasado el miedo?
Su rostro burlón, con las mejillas ligeramente quemadas por el sol y
el cabello alborotado, me resulta aún más atractivo que otras veces. Tiene
los labios salados. Me apetece probarlos, pero en vez de ello le lanzo una
lata vacía.
—Yo no tengo miedo.
—Mientes —se ríe y se retuerce sobre sí mismo, y a mí me entran
ganas de abrazarlo—. Seguro que pensabas que, en cuanto entraras en el
apartamento, me abalanzaría sobre ti.
—No —busco una concha en la arena y también se la arrojo.
—Sí —la caza al vuelo.
Está tumbado a mi lado. El bañador ya seco y la camisa
desabrochada que deja ver su imponente pecho y el rubio cordón de vellos
rubios que desaparece por la cinturilla. Tengo que tragar saliva.
—Bueno —confieso—, un poco.
Suelta un largo suspiro y se relaja, con un brazo extendido a lo largo
y el otro bajo su cabeza. Me lanza una mirada cargada de intenciones que
coincide con las mismas que están brotando dentro de mí.
—Ya te dije que no pasaría nada que tú no quisieras.
—¿Y si quiero? —Le pregunto.
Seguimos mirándonos hasta que yo, muy lentamente, me tumbo
encima de él y busco sus labios. Sí, están deliciosamente salados y jugosos,
y me acogen con mis mismas ganas.
Nos amamos sin prisa, desnudándonos despacio con la certeza de
que esta zona de la playa es solo para nosotros. Cuando mi vientre entra en
contacto con el suyo, ambos con el bañador aún puesto, ese cosquilleo
delicioso que solo me sucede con él vuelve a aparecer y me induce a
moverme, a serpentear sobre su cuerpo, buscando esos resortes que
estimulan el placer con el mero contacto.
Mis manos van hacia sus axilas y acarician el vello recio, enredando
los dedos. Me asalta la curiosidad y llevo hasta allí la nariz. Huele a hombre
y a sal, lo que me provoca un espasmo que termina con un gemido de
deseo. De allí suben mis dedos por sus brazos, extendiendo sus manos sobre
la cabeza hasta inmovilizarlas mientras vuelvo a su boca y termino de
comérmela con tanta lentitud que me derrite.
—¿Qué piensas hacer conmigo? —gime a mi oído.
Lo mando callar, porque solo quiero disfrutar del sabor y el olor de
su piel, de este tacto maravilloso y excitante, y de las ganas que me nacen
de los riñones y me inflaman la polla hasta alcanzar el tamaño que sé que
tiene en este momento.
Me coge desprevenido cuando hace un movimiento con las caderas
y cambiamos de posición. Ahora estoy yo abajo, boca arriba, y él a
horcajadas encima de mí. Sonrío.
—Eso ha estado muy bien.
—Hay que coger al contrincante desprevenido.
Vuelve a mi boca y continuamos besándonos. El mar rompe muy
cerca y la luna ha quedado cubierta por una nube.
En algún momento él introduce la mano dentro de mi bañador y me
abarca la polla, que ya ha lubricado lo suficiente.
—¿Cómo puedes gustarme tanto? —Me dice.
Por respuesta, busco esa mano, la tomo, y la llevo hasta mis huevos
para que los acaricie, guiándola, tomando un poco de precum untoso y
emulsionando con él su palma tan caliente.
Él entiende lo que le pido y empieza a masturbarme. Lo hace de
maravilla, con la presión justa y los movimientos precisos. Mi boca, bajo la
suya, no puede dejar de gemir. Es entonces cuando se aparta y me desliza el
bañador por las piernas hasta arrojarlo lejos. Se pone de pie y hace lo
mismo con el suyo para volver a sentarse sobre mi regazo.
—¿Qué plan tienes? —le digo tras chuparle la oreja.
Escupe en la palma de su mano y me indica que haga otro tanto. Le
obedezco. Con aquella cantidad me empapa la polla con la misma lentitud
de antes, hasta que queda bien lubricada. Solo entonces se contorsiona, la
sujeta por la base, contiene la respiración, y se empala lentamente, tan
despacio como todo lo que estamos haciendo, hasta que mi polla está tan
dentro de él que lo atraviesa.
Su interior empieza a contraerse, lo que me proporciona un masaje
delicioso. Cierro los ojos para disfrutarlo mientras Justin comienza a
moverse. La forma en que lo hace es tan precisa, que la libera de su
intimidad hasta quedar prácticamente fuera para ensartarse de nuevo hasta
el fondo, cada vez más deprisa, y más, hasta que el placer es tan intenso que
incluso duele, y mis gemidos se suceden tan rápidos que se convierten en
uno solo.
Empieza a masturbarse, pero dura poco.
Tres o cuatro meneos y se corre sobre mí, salpicándome el rostro y
la barba mientras noto cómo se contrae su cuerpo alrededor de mi miembro
con cada corrida, y me pregunto cómo puede ser esto tan delicioso.
Cuando termina intento salir de él, pero me lo impide.
Con una sonrisa pícara vuelve a empezar a cabalgarme, como si
hasta ahora no hubiera sucedido nada, y el disfrute comienza de nuevo,
aunque esta vez estoy al borde del orgasmo.
Uno de sus dedos va a mi barba y recoge una buena cantidad de lefa.
Después se dirige a mi boca y hace que lo chupe.
Es la primera vez que la pruebo. Tiene un sabor particular y, no sé si
es por la forma que me está mirando, por su manera de follarme, o porque
el semen de Justin hace maravillas, pero me corro dentro de él, a fondo,
salvaje, sabiendo que lo voy a inundar, mientras lanzo un grito ronco y la
leche caliente y espesa empieza a chorrear entre sus nalgas.
Cuando termino, él se tumba a mi lado y pone un brazo sobre mi
pecho.
—Solo será un fin de semana —me dice.
Y yo no contesto, porque sé que no voy a poder parar de follármelo.
9

Repetimos en cuanto llegamos al apartamento, alcanzando el orgasmo


bajo el agua caliente mientras nos duchamos. El líquido tibio arrastra los
desechos del deseo, pero no las ganas, porque mientras nos vestimos lo
miro de soslayo y me doy cuenta de que sigo queriendo acariciarlo, y
besarlo, y estar dentro de él.
—Ponte guapo —me dice—. Salimos de fiesta.
No me gusta la idea, porque lo que necesito es quedarme en la cama
y seguir hasta que amanezca, pero él ya se ha colocado unos pantalones
sueltos de lino y busca una camisa floreada en el armario.
Un poco contrariado le hago caso y me pongo unas bermudas y una
camisa blanca para no desentonar.
Nos besamos en la puerta, cuando nos subimos a su coche y cuando
lo estacionamos a un par de kilómetros del apartamento, en un polígono
industrial donde hay un local clandestino, según me dice. Nunca he estado
en ninguno, y cuando el portero nos cachea a la entrada tengo la sensación
de que va a ser excitante.
Dentro la música tecno destroza los oídos, y las luces arrasan unas
paredes pintadas de rojo intenso.
Reconozco que una vida centrada en los estudios y en entrenar duro
no me ha permitido sobrepasarme por las noches. Ni siquiera en la época
universitaria, donde alternaba las clases con un trabajo nocturno como
vigilante en la zona del puerto.
Mientras me habitúo, Justin va a la barra y me trae una copa. Se lo
agradezco y solo entonces me dedico de veras a mirar alrededor.
Hay muy pocas chicas. La mayoría son hombres jóvenes, de nuestra
edad, que disfrutan con la música… y con los besos.
Lo miro. Justin sonríe al percatarse de que hasta este mismo instante
no he comprendido que estamos en un local gay. Es mi primera vez y de
inmediato siento que se me encienden las mejillas.
Es curioso cómo hasta ahora no me he percatado de cómo me miran
un par de tipos, comiéndome con los ojos y sin apartar la mirada cuando la
mía se cruza en su camino.
—Le gustas a muchos —me dice Justin, acercándose a mi oído para
que pueda escucharlo—. Pero eso ya lo había imaginado.
No le contesto. Estamos en el centro de la pista y mis torpes
movimientos intentan parecerse a un baile.
Él se acerca de nuevo.
—¿Cuál de ellos te gusta?
No sé qué contestar.
Miro alrededor. Hay muchos tipos guapos, pero lo cierto es que
nunca me ha atraído ningún hombre hasta que no conocí al que baila a mi
lado. Me entran ganas de besarlo, allí, en público, pero no me atrevo.
Señalo con la barbilla a un chico que está apoyado en la barra. Se
parece a Justin, aunque tiene el cabello moreno y es menos fornido.
Él lo observa, y antes de que pueda detenerlo, va a su encuentro.
Quiero decirle que no haga ninguna locura, pero soy incapaz de moverme.
Observo cómo intercambian algunas palabras, algunas risas, y cómo miran
hacia donde yo me encuentro.
Todo esto dura muy poco, y Justin vuelve otra vez a mi lado.
—Nos vamos.
—Acabamos de llegar.
—Ha salido un plan mejor.
Me dejo guiar. La idea de salir ha sido suya. Si por mí fuera ahora le
estaría partiendo el culo como un salvaje.
Cuando abandonamos el local me sorprende que el chico guapo y el
tipo que estaba a su lado estén aquí fuera, esperando.
—Randy —me presenta—. Y Jonathan. Él es Scott.
Los miro sin saber qué es todo aquello, pero al final les tiendo la
mano, y me doy cuenta de que el chico guapo la mantiene más de la cuenta,
sin apartar sus ojos de mí.
—Vamos —dice Justin.
Los demás lo seguimos hacia el interior del polígono industrial que
está tan oscuro como una garganta. Miro hacia atrás antes de que me
traguen las sombras, hacia el conche de Justin y el leve sonido que escapa
del interior de la nave.
Yo soy el último. Mi compañero charla con el chico que le he
señalado, y el desconocido va un paso por delante de mí. Es fuerte, y la
camiseta de tirantes deja sus músculos a la vista. No es guapo, pero sí viril,
como un boxeador.
Me siento inquieto y también excitado, porque sé que Justin se
guarda una carta bajo la manga.
Llegamos a la parte trasera de otra de las naves, poco más que un
callejón oscuro. Avanzamos en grupo hasta la mitad, hasta un punto donde
ambos extremos de la calle están equidistantes.
Sucede de manera natural. Justin se tira a la boca del boxeador y
empieza a comérsela.
Por un momento estoy a punto de separarlos, de decirle a aquel tipo
que el hombre al que besa es mío, pero el chico guapo viene hacia mí, me
coloca una mano en el paquete y también se tira a mis labios.
Le dejo que haga mientras me siento incapaz de apartar la vista de
Justin, y solo cuando los dedos expertos del muchacho se cuelan dentro de
mis pantalones y a él se le escapa una exclamación al comprobar el tamaño,
me concentro en su boca, lo tomo por la nuca, y convierto la furia en un
beso que lo deja sin aliento.
Justin ha caído de rodillas y le está comiendo el rabo al otro tipo.
Mientras lo hace me mira fijamente, lo que me pone a cien.
Mi muchacho parece compenetrarse con él, porque después de la
sorpresa quiere saborear lo que ha palpado.
Me desabrocha el pantalón, me baja los slips, y cuando mi polla
palpita libre, se le escapa un gemido de ganas que me obliga a mirarlo, para
comprobar el hambre que tiene.
Me hace una buena mamada, aunque yo estoy hipnotizada por la
que Justin le está haciendo al otro tipo.
Cuando el boxeador me mira, y alarga un brazo para atraerme hacia
él y comerme la boca, comprendo que esto no es cosa de dos parejas, sino
de cuatro.
Los otros dos se incorporan y empezamos a besarnos. Los
pantalones caen, las manos buscan dónde agarrase. Y llega un momento que
no sé quién me está masturbando, mientras alguien me mordisquea los
pezones y otra boca se enreda en mi lengua.
Tampoco sé cuánto dura todo esto. Mientras tanto yo intento
encontrar los labios de Justin, su piel su cabello, pero la oscuridad y el
deseo no lo ponen fácil, y cuando el chico guapo se inclina delante de mí, y
dirige mi polla entre sus nalgas, a mí ya me da igual dónde meterla si con
ello consigo satisfacer todo lo que siento correr por mis venas.
Es una experiencia nueva, porque mientras lo cabalgo, el boxeador
me come la boca y me masajea los huevos, proporcionándome tanto placer
que se me escapan los gemidos.
Justin aparece por detrás y se frota conmigo. Siento su verga pegada
a mi muslo, Húmeda, mientras él me devora el lóbulo de la oreja y se
masturba con mi piel.
En un momento dado nos quedamos solos el muchacho y yo. Tiene
un culo delicioso, apretado, que se contrae según entro y salgo, y una
manera de gemir que provoca escalofríos de placer.
Los busco, hasta que los encuentro a mi espalda. El boxeador se ha
tumbado en el sucio suelo, y Justin está encima, dejándose ensartar,
mientras se masturba y me ronda con la mirada.
Nos la clavamos el uno en el otro mientras yo atiendo al guapo
muchacho y el boxeador se lo folla a él como puede. Así avanzamos, nos
deshacemos de placer, y disfrutamos de otros cuerpos.
Mi orgasmo es portentoso. Tengo que detenerme un instante porque
la oleada de placer es demasiado intensa. Veo cómo Justin lo disfruta y
cómo eso provoca que él también se corra, a la vez.
Nos descargamos juntos. Él sobre el pecho del boxeador y yo en las
entrañas del muchacho guapo, que no para de gemir, tan alto, que deben
estar escuchándonos en la discoteca.
Cuando terminamos, a los otros aún les queda y hacemos un
intercambio de parejas. El chico ocupa el lugar de Justin, y él se acurruca
entre mis brazos.
—Has soltado mucha leche —me dice, refiriéndose al reguero que
escapa entre los muslos de mi amante.
No contesto. Me lo he pasado bien, pero ahora que hemos
terminado, tengo la sensación de que lo he perdido un poco.
10

Nuestros amantes ocasionales desaparecen una vez satisfechos y


nosotros volvemos al local, donde la luz del amanecer quema mis ojos
cuando salimos, como si me hubiera convertido en un vampiro.
En verdad lo soy, porque anhelo todo lo que tiene que ver con Justin
y con su cuerpo.
Durante no sé cuántas horas hemos bailado, bebido y nos hemos
besado con extraños, que a veces se ha convertido en algo más en los
cuartos de baños, donde un tipo se ha empeñado en hacerme una mamada y
no he tenido más remedio que dejarme.
Cuando llegamos al apartamento Justin cae rendido, y me deja con
las ganas de hacerle de nuevo el amor. Aunque lo intento él no reacciona, y
en poco tiempo está inmerso en un sueño profundo.
Intento imitarlo, pero me remuevo inquieto en la cama.
Decido darme una ducha para relajarme, pero tiene el efecto
contrario.
Me pongo unas calzonas, una camiseta y una gorra, y decido echar
una carrera. Esto debe agotarme y cuando regrese no tendré más remedio
que quedarme dormido.
Enfilo en la dirección opuesta a la playa, hacia los pinares que se
alzan formando un monte, donde hay un sendero de tierra prensada, bien
escarpado, que me va a dejar destrozado, justo lo que necesito.
Mientras avanzo a grandes zancadas, esquivando piedras y ramas,
por la cabeza me pasan las imágenes de lo que hemos hecho esta noche.
No solo el muchacho guapo al que me he follado mientras su amigo
se lo montaba con Justin, también el tipo del baño, que se ha atragantado
con mi polla y ha conseguido tragarse hasta la última gota de leche caliente,
relamiéndose cuando ha acabado.
Noto que se me empieza a poner dura de nuevo, y aparto todas esas
imágenes de mi mente, porque correr con la polla dando bandazos entre las
piernas puede ser complicado.
Me doy cuenta de que algo pasa cuando me cruzo con el primer
tipo.
Está simplemente apoyado en un árbol mirando hacia el camino, y
cuando me ve pasar me sigue con la mirada. Es raro, lo reconozco, porque
venir hasta aquí supone un esfuerzo.
Me doy cuenta de lo que pasa cuando veo a los otros dos. Están
parapetados detrás de un matorral. Llevan gafas de sol y ropa de playa. Solo
los veo de cintura para arriba, pero por la manera en que se mueven sus
brazos solo pueden estar haciendo una cosa: masturbándose el uno al otro.
Noto que se me seca la boca y me entran ganas de pararme, pero no
me atrevo.
Justin me habló anoche de esto, de las zonas de cruising que hay en
todas las ciudades, y donde hombres solitarios y de todo tipo, muchos de
ellos con respetables familias, acuden en busca de un rato de esparcimiento.
Miro hacia atrás a tiempo de ver cómo uno de los dos alza la cabeza
y lanza un gemido, lo que me hace comprender que acaba de correrse.
Me atenaza la duda de si salir de aquí o atreverme a continuar
adelante. Es el calentón que tengo el que responde por mí, y dejo a un lado
la calzada para introducirme entre el boscaje e indagar a ver qué encuentro.
No tengo que andar mucho cuando veo a un tipo que me gusta. Es
alto, fuerte, y lleva el pelo rapado. Las gafas de aviador me impiden ver sus
ojos, pero sé que me mira. La ausencia de camiseta dibuja un pecho bien
torneado y un vientre plano. Es un poco mayor que yo, y por el bulto que se
ajusta a la licra, casi tan dotado.
Está solo, apoyado en un árbol, a la espera.
Cuando salgo al mismo claro donde está él capto toda su atención.
Lo miro, y supongo que él me mira. La carrera ha agitado mi respiración. El
deseo también. Estamos a un par de metros de distancia, y desde aquí casi
puedo oler su deseo.
El tipo no se lo piensa. Se mete la mano dentro del sucinto bañador
y saca un enorme pollón circuncidado, casi erecto, que palpita un instante
en el aire antes de que él lo tome con la otra mano y empiece a masturbarse.
Se me seca la boca y me entra un cosquilleo justo entre los huevos.
Él está de frente, sin pudor alguno, mientras su mano izquierda se
desliza por el grueso fuste, despacio, dejando ver aquel buen trozo de carne
entre sus dedos.
Cuando se escupe la mano para lubricarse, no puedo aguantarme y,
sin moverme de donde estoy, hago lo mismo. Me la saco despacio,
pendiente en todo momento de cómo me mira y de la manera como lo
desfruta. La dejo allí, expuesta, con sus gruesas venas surcándola y la
humedad que tan pronto me aparece haciendo brillar la parte más gruesa.
Él gime y acelera el masaje de su polla, lo que me convence de que
ha llegado el momento de que me masturbe.
Ahora soy yo el que se escupe en la mano, una buena cantidad de
saliva y, sin apartar los ojos de sus gafas, la impregno toda, a lo largo,
humedeciendo cada recodo. No contento, bajo la cabeza y dejo caer de
entre mis labios una densa cantidad de saliva, que cae sobre el fuste y se
derrama alrededor.
Sé que esto le excita, lo que provoca aún más deseo en mí.
Solo entonces comienzo a masturbarme con la derecha, mientras
con la izquierda libero mis gruesos testículos y los masajeo con cuidado.
Debemos formar una imagen muy sensual. Dos desconocidos
dándose placer mientras se miran.
Escucho unos pasos, pero no me detengo. Él tampoco. Un tipo
aparece en el claro. Lleva la polla fuera y se está haciendo una paja, como
nosotros mismos. No es joven, pero está bueno. Se coloca equidistante a
nosotros dos, y continuamos dándonos placer, como un trío, con el aliciente
de que podemos disfrutar de la vista de los otros.
El nuevo es el primero que se corre. Se aprieta la polla, gime, se
retuerce, y un chorreón de lefa caliente se le escurre entre los dedos.
Aquello provoca que mi compañero se vaya también. Él gesticula,
adelanta la pelvis y acelera el movimiento mientras un gemido profundo
sale de su garganta. Eyacula con un par de caños espesos y blancos que
caen sobre la hojarasca, mientras abre la boca y exhala un último suspiro.
Soy el último en correrse mientras los otros dos terminan.
En mi caso el caño sale lanzado hacia delante. Soy lechero, lo que
provoca mucho flujo. Dos, tres, cuatro corridas seguidas me parten de
placer, mientras soy incapaz de controlar lo que siento. Es tanto el gozo,
tanta la excitación ante estos encuentros que para mí eran prohibidos, que la
desinhibición me provoca orgasmos de una potencia que no había conocido.
Cuando al fin abro los ojos, el nuevo ya no está, y el del bañador se
está recolocando la parte delantera para albergar todo aquello. Antes de
largarse me saluda con un movimiento de cabeza muy viril, como el que se
harían dos empleados de la construcción en una obra.
Me quedo solo, agotando los últimos estremecimientos de placer.
¿De verdad lo he hecho? ¿En serio me he masturbado delante de dos
desconocidos?
Me la guardo con cuidado, aunque dentro de las calzonas apenas
cabe, y salgo de allí.
Ya puedo volver al apartamento y estoy seguro de que voy a dormir
como un lirón.
11

Me despierta un beso de Justin en los labios.


Cuando abro los ojos su rostro está a escasos centímetros del mío, y
me estremezco, como otras tantas veces cuando lo siento a mi lado.
—¿Dónde estuviste anoche? —me besa la punta de la nariz.
Puedo decirle lo que hice, que me masturbé delante de dos
desconocidos, que me corrí a caños mientras veía cómo lo hacían los otros
dos, y que disfruté haciéndolo. Pero simplemente sonrío.
—Salí a correr. No podía quedarme dormido.
Él se muerde el labio inferior y una de sus manos desciende por mi
pecho, acariciando muy lentamente, hasta colarse por debajo de las sábanas.
—Habérmelo dicho —me guiña un ojo—. Te hubiera echado una
mano.
—No me dio tiempo. Caíste en la cama en cuanto llegamos.
Noto como sus dedos calientes bordean mi ombligo, cómo se
enredan y disfrutan entre la rizada pelambrera de mi pubis, y cómo se
cierran alrededor de mi polla cansada, buscando la abertura del glande con
la yema del pulgar.
Sus cejas se fruncen.
—Qué raro.
Sé a qué se refiere. No estoy duro, y posiblemente tarde en estarlo.
¿Cuántas veces me corría ayer? ¿Cuatro? ¿Cinco? Y la última hace un par
de horas.
Me planteo si contárselo. Si explicarle dónde me metí cuando salí a
correr. Contarle aquella aventura al amanecer. Su rostro lleno de dudas me
anima a hacerlo.
—He estado en la zona de cruising.
Apenas dura un instante, pero noto que le afecta. Sus cejas se han
fruncido un poco más, y la sonrisa se ha congelado en sus labios, pero ha
sido eso, menos de un segundo. Sonríe de nuevo, solo con los labios.
—Ya veo —me suelta la polla y saca la mano de entre las sábanas
—. Te han hecho un trabajo.
—¿Te importa? —Me siento, y él también lo hace a mi lado—. Ayer
no te vi quejarte mientras ese tío te follaba.
—¿Estás celoso?
—Claro que no —le miento.
Me mira fijamente. Creo que está evaluando hasta dónde digo la
verdad, y es muy posible que lo descubra.
—Porque tú hiciste lo mismo con ese chico que te gustaba —me
ataca.
Estoy enfadado y no sé por qué. Me paso la mano por el cabello.
¿Qué diantres hago aquí? Antes de conocer a Justin mis únicas
preocupaciones eran si comer comida china o coreana. Y mi relación con el
sexo un polvo con mi novia la noche que se quedaba a dormir. ¿Cómo es
posible que en tan poco tiempo esté metido en esto?
Me cruzo de brazos. Sí. Estoy enfadado.
—Podías haberme consultado lo que íbamos a hacer anoche.
No tengo que explicárselo de nuevo. Él sabe a qué me refiero: a
cazar a dos tipos y llevarlos a una zona oscura para practicar sexo.
—¿Lo hubieras hecho de haberlo sabido de antemano?
—¿Follar con desconocidos? —lo miro, descarado—. Lo hice
contigo, ¿ya no te acuerdas?
Su boca se tuerce en una mueca.
—Y con el que te llevaste al servicio en la discoteca, no se te olvide.
—Así que eres tú el que está celoso.
—Nada de eso. Entre tú y yo solo…
—Solo hay sexo. —Lo corto y salto de la cama—. Para eso
estábamos aquí. Para descubrirlo.
Paseo como un lobo por la habitación, desnudo y alterado, buscando
mi ropa.
Él no entiende nada. Solo me ha deseado los buenos días y yo me he
lanzado a su cuello dando dentelladas, pero estoy furibundo y no logro
adivinar por qué.
—Solo llevamos un día aquí —me dice, confundido—. No puedes
haber sacado una conclusión.
He colocado mi macuto al pie de la cama y estoy arrojando la ropa
del armario dentro de él. Pero ante su comentario me planto en jarra y lo
miro con la frente fruncida.
—Y hoy qué haremos. ¿Nos tiraremos a los surfistas que arrojen las
olas? ¿A los camareros que se queden tras la barra hasta el final? ¿O quieres
que demos un paseo entre los pinos? Allí puedo guiarte. Me he pajeado con
otros dos tipos hace unas horas y lo hemos pasado muy bien.
Justin también sale de la cama. Está tan desnudo como yo. Tan
excitantemente desnudo que tengo que apartar la vista porque me entran
ganas de hacer las paces y hacerle el amor como un salvaje.
Se planta a mi lado, pero no me toca.
—¿Qué mierda te pasa?
Arrojo las camisas, que acaban hechas un gurruño.
—Que no me gusta esto.
—Estás sacando las cosas de quicio.
—He venido hasta aquí para estar contigo, no para follar con otros.
Eso no me gusta.
Se abre de brazos y me muestra las palmas de las manos.
—Solo estábamos probando si lo que sentíamos…
—Yo no siento nada por ti —alzo la voz más de lo conveniente y lo
señalo con el dedo, amenazador—. Ha sido solo sexo. ¿Aún no te has dado
cuenta?
Creo que sigue sin entender qué está sucediendo. Me observa, muy
serio, pero no se atreve a tocarme.
—Sigues mintiéndote —dice con una voz muy clara.
Su persistencia me enfada aún más.
Recojo del suelo las calzonas manchadas de semen que he arrojado
hace unas horas, me encasqueto la misma camiseta con la que he corrido, y
cazo las chanclas. Sin mirar si me dejo algo o no, me cuelgo el macuto en el
hombro.
—Me voy —le digo—. Nunca debí haberte acompañado.
—No te puse una navaja en el pecho.
Abro la puerta. Tengo las mismas ganas de marcharme que de
abrazarlo. Ganan las primeras, pero me vuelvo antes de salir.
—Quiero a Sarah —le dejo muy claro—. Tú eres solo una pasión
pasajera. Algo desconocido que mi cabeza ha malinterpretado. Nada más.
Él asiente. Tiene las manos en las caderas y está increíblemente
guapo con el rubio cabello alborotado y cierto aire de tristeza en los ojos
que le sienta muy bien. Observo cómo traga saliva y la manera que tiene de
intentar calmarse.
—Si lo tienes tan claro —señala la puerta con el mentón—,
entonces sí, vete.
Si me hubiera dicho que lo abrazara… si hubiera venido a mi
encuentro para comerme la boca… si se hubiera puesto de rodillas para
comerse… pero no lo ha hecho y eso me pone aún más furioso.
—Lamento que te hayas cruzado en mi vida —intento herirlo.
Él está muy serio, con la cabeza ligeramente ladeada, como si no
creyera lo que está pasando.
—Mas lo lamento yo.
Y me largo dando un portazo, como si él tuviera culpa de algo.
12

Durante estas dos semanas no he vuelto a cruzarme con Justin. En las


clases de dibujo tenemos un nuevo modelo, una chica, y no he querido
preguntarle a madame por él. Tampoco lo he visto en el gimnasio, a pesar
de que en un par de ocasiones he husmeado como un gato en celo por todas
las plantas, a diferentes horas, con el único interés de encontrármelo.
Hoy no he aguantado más y, aprovechando la hora de descanso, le
he llevado otro café a Claire.
—Eres el único que te acuerdas de mí —me dice, encantada,
mientras se da la última capa de esmalte en las uñas.
—¿A qué hora entrena Justin? Quiero ver qué tal va con esa pierna
—entro a saco, sin ningún cuidado.
Ella mira por encima de las gafas.
—¿No te ha dicho que se ha dado de baja del gimnasio? —Se
extraña—. Hace un par de semanas. Por algo del cambio de turnos. Una
pena porque era un encanto. Y muy guapo también.
Creo que se me nota en el rostro la sorpresa, porque coincide con la
fecha en que volvimos del viaje cada uno por su lado. Consigo
recomponerme, le hablo un poco de esto y de aquello para disimular, y me
largo a mi gabinete tan perplejo que cuando entro cierro la puerta tras de mí
y me quedo allí, apoyado, como si no supiera qué hacer.
Tengo su teléfono y puedo mandarle un mensaje, como hice antes,
pero… ¿con qué objeto? Entre los dos ya ha quedado claro que solo hay
sexo, y que no es mi intención seguir por ese camino.
Una bendita llamada a la puerta me permite olvidarme de todo eso, a
la vez que abro para que pase el nuevo paciente.
Nada más verlo lo reconozco.
Es el tipo rapado de aquella zona de cruising, en la playa. Sin las
gafas de sol tiene unos preciosos ojos muy claros, y vestido con ropa de
deporte un aspecto muy respetable.
Me sonrojo de inmediato porque, si yo lo he reconocido, a él ha
debido pasarle lo mismo conmigo, y yo iba a cara descubierta. Sin embargo,
nada en su actitud me lo hace ver. Le tiendo la mano.
—¿Es tu primera vez?
Asiente. Me doy cuenta de que lleva un anillo de casado y el aspecto
de un buen padre de familia.
—He oído hablar de ti y aquí me tienes.
El cuestionario inicial se desarrolla con total normalidad, como dos
desconocidos, como fisioterapeuta y paciente. De vez en cuando intento
indagar en sus ojos claros alguna señal que me diga que se acuerda de
aquello, pero no veo nada. Se centra en contarme su dolor de rodilla de la
manera más aséptica posible.
—Quítate la ropa y túmbate boca arriba en la camilla.
Obedece mientras yo termino de anotar los últimos datos en el
ordenador, y cuando al fin me reúno con él se ha quedado solo en slips, y
tengo ante mi la misma deslumbrante anatomía que tan bien recuerdo.
Tengo que tragar saliva, lo reconozco, y mientras me froto las
manos para calentarlas y me pongo un poco de aceite, no puedo evitar una
mirada de soslayo al paquete abultado que encierra el algodón blanco.
Carraspeo y empiezo. La piel se calienta bajo mis dedos y le hago
un trabajo profesional durante cuarenta minutos, en silencio, percutiendo la
zona donde el músculo se une con el tendón y este con la rótula. Cuando ya
está todo lo miro a los ojos.
—Pues hemos acabado —le sonrío.
Él tiene los ojos clavados en mí y la lengua encajada en la comisura
de los labios. la forma en que me mira se parece mucho a la de un
hambriento ante un plato de comida.
—Creo que aún no hemos terminado —me dice, y toma entre sus
gruesos dedos mi mano para colocarla encima de su generoso bulto, y la
mantiene allí.
Seguimos en silencio.
Yo soy incapaz de apartar la vista de sus ojos. Lo correcto es que le
diga que se ha equivocado conmigo. Estoy en mi puesto de trabajo, y
aquello que sucedió… fue solo un experimento.
Pero no lo hago.
Mi mano permanece allí, caliente, mientras bajo ella nota cómo
aquello va cobrando vida, palpitando y volviéndose más recio.
Me humedezco los labios y miro hacia allí.
La polla se le distingue perfectamente. Ha crecido hacia la derecha y
levanta ya el borde del slip, por donde asoma un trozo de carne cálida y
húmeda.
Lo dudo solo un momento antes de meter los dedos bajo la prenda y
tiro de ella hacia abajo.
El carajo de mi paciente queda expuesto. Es más grande de lo que
recordaba y más grueso. Mi respiración se acelera. Lo tomo entre los dedos
y empiezo a masturbarlo, mientras con la otra mano me abro la bata, aflojo
el cinturón y desato el botón para dejar que los pantalones caigan hasta los
tobillos.
El resto lo hace él. Indaga desde su posición reclinada dentro de mis
pantalones y me saca la polla.
Sentir el tacto y su manipulación es una delicia.
Él hace lo mismo que yo, me masturba a la vez, mientras su otra
mano manipula mis huevos y se mete entre mis piernas buscando mis
nalgas.
Me atrae hacia sí y yo le dejo hacer.
Así se inclina para poder llevarla a la boca. Su posición recostada se
lo pone fácil, y empieza a comérmela despacio al principio, pero según yo
acelero el masaje sobre su polla, que apenas la abarcan mis dedos, él me la
come con más ganas. Chupando, golpeándose la mejilla. Escupiendo para
después encajársela hasta la garganta.
Me corro primero en esta ocasión.
El bebe la leche que sale despedida de mi polla, sin desperdiciar
ninguna gota. Son varias sacudidas y varios lefazos espesos y calientes los
que entran en su garganta y se escapan por entre sus labios.
Cuando estoy acabando es cuando él eyacula.
Echa bastante, que cae sobre su vientre y sobre la camilla.
Deja de comérmela mientras se corre, porque debe estar pasándolo
muy bien.
También expele el semen en varias arcadas untosas que se le
enredan entre los vellos púbicos y manchan de blanco su pecho fuerte.
Cuando terminamos nos quedamos unos instantes relajados, sin
movernos. Pero como si lo hubiéramos programado, los dos nos separamos
a la vez, y él utiliza la sábana de papel de la camilla para limpiarse la boca y
el cuerpo.
En mí no quedan rastros de semen. Mi paciente ha tenido cuidado de
comérselo todo.
Me subo los slips y los pantalones. Toso y me coloco detrás de mi
mesa mientras él se viste.
—¿Entonces crees que la rodilla mejorará? —me pregunta como si
su estómago no estuviera ahora repleto de mi semen.
Yo asiento.
—Un par de sesiones más y listo.
—Cogeré cita en recepción. ¿La semana que viene está bien?
—Perfecto —le digo.
Y se despide sin más, posiblemente a recoger a sus hijos del colegio
o a comprar el pan antes de llegar a casa.
Me quedo pensativo.
¿Es esto lo que quiero?
Porque me acabo de dar cuenta de que el paso que he dado con
Justin no tiene marcha atrás.
13

Respiro hondo antes de abrir la puerta. Cuando lo hago, Sarah está al


otro lado, preciosa y sexy como siempre.
—Traigo la cena —me dice y se me tira a la boca.
Me gusta cómo besa, porque suele terminar con un ligero mordisco
en los labios que acaba poniéndome cafre… siempre menos hoy.
—Tenemos que hablar —le digo.
Comprende que no es nada bueno, no solo por la forma de decirlo,
también porque no he reaccionado como suelo a sus besos, tomándola por
la cintura y llevándola a mi cama.
—¿Ha pasado algo?
Me mira, expectante, con la bolsa de papel repleta de comida china
aún en la mano. Señalo al pequeño salón y al sofá donde tantas veces nos
hemos revolcado.
—Será mejor que te sientes.
No dice nada. Pasa por mi lado guardando cierta distancia de
seguridad, y lo hace, sentarse justo en el borde, tan al filo que temo que se
caiga.
—Hay otra mujer —suelta de inmediato.
—¿Por qué dices eso?
Se cruza de brazos, con la comida aún sujeta, como si necesitara
asirse a algo para seguir adelante.
—Si ahora me cuentas que no te mereces a alguien como yo y toda
esa mierda —me mira con ojos encendidos—, te juro que te abofeteo.
He ensayado mil maneras de contárselo desde que esta mañana
decidí que lo nuestro no podía seguir adelante. Soy un tipo fiel, aunque en
las últimas semanas haya tenido más sexo que en los últimos años, y me
tortura el hecho de engañarla.
La miro fijamente. Está endiabladamente guapa, aunque por algún
motivo la veo de manera distinta a como lo hacía antes de conocer a Justin.
—Soy gay.
Ella parpadea y tiene que dejar la bolsa en el suelo. Vuelve a
parpadear un par de veces antes de poder hablar.
—Y una mierda —me suelta, enfadada.
—Quizá bisexual. No lo sé.
Temo que en cualquier momento pierda los papeles y me monte un
cirio, pero se queda allí, muy quieta y con los brazos cruzados.
—¿Esta es una manera de dejarme sin que te la monte?
—Es la verdad.
Me mira de arriba abajo.
—Nunca te he visto mirar a un tío, y he espiado tu historial de
navegación en el ordenador y solo hay porno hetero.
Mi barbilla se retrotrae. Creía que éramos un modelo de confianza, a
pesar de mis andanzas.
—¿Has hecho eso?
—Ahora no viene a cuento —le quita importancia al delito—. ¿Por
qué me estás contando esto?
No me siento nada cómodo contándoselo. La mujer que tengo
delante era parte de mi proyecto de vida, y hasta hace muy poco estaba
seguro de que envejeceríamos juntos. Son sorprendentes los vuelcos que
puede dar el corazón.
Cuando contesto no me atrevo a mirarla a los ojos.
—He tenido algunas experiencias con un compañero del gimnasio.
—¿Te has follado a un tío?
Siento cómo sus ojos me taladran, no sé si acusadores o
sorprendidos. Me humedezco los labios.
—Sí.
—¿Tú a él o él a ti?
—¿Qué más da?
Sus hombros se relajan, y sus brazos. Nos miramos, pero no logro
identificar las emociones que la embargan. ¿Decepción, miedo, cuidado?
—¿Te gusto?
La autoestima demolida, me temo.
—Me gustas mucho. —Y eso es una verdad absoluta—. Pero ese no
es el asunto. También me he liado con un paciente. —Tiene derecho a
saberlo todo—. Y con dos tipos cuando fui a ese congreso, que por cierto
no existía. Y he besado a otros tantos.
—¿Y a chicas?
Le acabo de contar que me he tirado a cuanto machote se me ha
puesto por delante y me pregunta esto. Intento no parecer desconcertado.
—Contigo he tenido suficiente en cuanto a mujeres.
Es ahora ella la que suspira. Sus ojos se han apaciguado. Creo que el
hecho de no haberle sido infiel con otra la ha dejado tranquila. O quizá sea
porque no me amaba como yo a ella. No sé. No me corresponde a mí
contestar a esa pregunta.
—¿Cómo ha empezado todo esto? —Apoya los codos en sus
rodillas, lo que hace que esté más cerca de mí—. No entiendo nada.
Me humedezco los labios. No pensaba que tuviera que dar detalles,
pero si me los exige, es mi obligación hacerlo.
—¿Te acuerdas de Justin? Te hablé de él algunas veces —ella
asiente—. No sé cómo, pero empezó con él. No quiero mentirte y tampoco
puedo seguir contigo. Lo que tengas que decirme lo merezco.
Ella me mantiene la mirada. Unos ojos que soy incapaz de descifrar.
—¿Estás bien?
Siento que las lágrimas me desbordan, pero consigo mantenerlas a
raya.
—No.
—¿Porque no encajas este nuevo rumbo en tu vida?
—Porque no sé qué quiero ni a quien.
Asiente. Tengo la impresión de que quiere consolarme, pero algo
muy dentro de ella, quizá la decepción, no se lo permite.
—¿Puedo darte un consejo?
Trago saliva. Apenas me salen las palabras.
—Lo necesito.
—Déjate llevar por lo que sientes —se pone de pie—. La mente crea
monstruos.
Y sin más, se larga, dejando en el suelo la comida para dos, y en mi
corazón un vació aún más grande que el que sentía cuando llegó.
14

Hoy he tenido un día duro de trabajo. Claire ha tenido un pequeño


despiste y casi me ha duplicado la agenda por error, por lo que a las ocho
solo quiero irme a casa, darme un baño y tomarme una copa de vino para
relajarme.
Estoy retirando la sábana de papel de la camilla cuando escucho un
par de golpes en la puerta. Miro el reloj otra vez. Las ocho y cinco, debería
haberme marchado hace media hora. Ruego porque solo sea mi
recepcionista favorita trayéndome un helado de chocolate.
Cuando abro ahí está Justin.
Sí, el mismo.
Está más guapo que nunca, con el cabello alborotado por el sudor y
esa mirada que, cuando se clava en mis ojos, solo me habla de sexo.
—¿Te marchabas? —me dice, apoyado sobre el marco de la puerta
con una actitud tan relajada como insinuante.
Suelto el aire contenido en mis pulmones, pero no me aparto para
dejarlo pasar.
—Era mi intención, sí.
—Verás, es algo importante. —Se cruza de brazos, parece muy serio
—. No te molestaría si no fuera así.
Le mantengo la mirada. El vello de la nuca se me eriza solo con su
presencia, como siempre que lo tengo delante, tan cerca y tan apetecible.
Al fin me aparto y lo dejo pasar. Él arroja el macuto sobre una silla
y se vuelve hacia mí.
—¿En qué puedo ayudarte?
Me mira de arriba abajo. Si sigue así se va a dar cuenta de lo que
empieza a provocar en mi entrepierna su mera presencia.
—Tengo una inflamación —se encoge de hombros—, y quería ver
qué puedes hacer con ella.
Lo observo con las cejas fruncidas. Nada en su forma de andar ni en
cómo mueve los brazos me indica que esté lesionado. Sé que ha estado
haciendo ejercicio porque hay una mancha de sudor en su pecho y su
deliciosa piel está brillante.
—¿Dónde? —Inquiero.
Él sonríe y baja la mirada para señalar una parte de su anatomía.
—¿No es evidente?
Le sigo la vista hasta enfocarla en el paquete tremendo que se ajusta
a sus mallas negras. Casi puedo adivinarle la forma de la polla y cómo ha
crecido hacia la derecha. Tengo que tragar saliva y reprimir el hambre.
—Tengo prisa. —Me deshago de la bata, que cuelgo del perchero—.
Quiero irme a casa cuanto antes.
Él se mueve con agilidad y me corta la salida.
—No sin que antes me soluciones este problema.
Y se baja la parte delantera de las mallas deportivas, para dejar al
descubierto su jugosa polla, casi erecta, paralela al suelo, gruesa y surcada
por esas venas que tanto he besado.
Llamé a Justin al día siguiente de dejarlo con Sarah.
Quedé con él, pese a su reticencia, y le dije exactamente lo que
sentía: algo extraño que podía llamarse amor, pero que quizá solo fuera
deseo.
No fue fácil, pero él tuvo paciencia conmigo.
La semana próxima cumpliremos dos años juntos y casi uno desde
que compartimos casa. Aún así, aun sabiendo que lo primero que haré
cuando me tome mi merecida ducha será buscarlo en la cocina para hacerle
el amor como un salvaje, sigue jugando a esto del paciente desconocido que
quiere que su fisioterapeuta se lo folle.
¿Y quién soy yo para no complacerlo?
Le sonrío y me remango la camisa, lentamente.
—En ese caso —le digo de manera muy profesional—, túmbate de
bruces en la camilla y bájate las mallas.
Él se muerde el labio inferior porque sabe lo que le espera, y
obedece al instante.
—A sus órdenes.
Y mientras me desabrocho el pantalón y me la saco, tengo que
reconocer que buscarlo de nuevo es la mejor decisión que he tomado en mi
vida.
Si te ha gustado, me ayudarás a difundirla dejando un comentario y una
valoración en Amazon. Solo tienes que seguir este código QR para hacerlo.
Gracias por leerme.

Matt
OTRAS OBRAS DE MATT WINTER
El marido de mi hermana

https://amzn.to/3NaMFUu

«El marido de mi hermana era el único hombre al que no podía tener, y


al único que deseaba dentro de mi cama»

«Conocí una historia parecida en la vida real. Muy fuerte». Rebecca

«Otra novela absolutamente sensual. Gracias, Matt». RafaCano

Alfred regresa a casa tras dos años de ausencia para encontrarse otra vez
con su cuñado, un perfecto ejemplar de macho alfa que está casado con su
hermana, y por quien ha bebido los vientos desde adolescente.

Sam siento un especial afecto por el hermano de su esposa, ese chico rubio
y guapo con el que se siente muy unido.

Cuando ambos intiman más de lo que esperaban, las cosas empiezan a


complicarse, sobre todo porque una vez se ha probado es muy difícil parar.

Puedes empezar a leerlo GRATIS siguiendo este código QR


Mi compañero de piso

https://amzn.to/3LYqwqs
«Todo marchaba con Pamela, hasta que encontré a ese nuevo
compañero de piso y empecé a sentir cosas por él que no comprendía»

«Creo que es la obra más sensual de Matt Winter». Javilon

«¡Un final sorprendente que me ha dejado KO!». RoRodilla

Frank tiene que pasar por el calvario de encontrar un nuevo compañero


de piso para poder pagar el alquiler de su apartamento en el centro,
desoyendo los consejos de su novia, Pamela, de irse a vivir al extrarradio.

Ray busca piso, y cuando ve al guapo y machote casero que ofrece una
habitación, no tiene dudas de que aquello era lo que estaba buscando.

Lo que empieza siendo una compañía perfecta, se transforma en algo


cálido y sensual, cuando Frank empieza a pensar en su compañero de piso a
cada instante y en la de cosas que podrían hacer juntos.

Puedes empezar a leerlo GRATIS siguiendo este código QR


Chapero

https://amzn.to/3LcKGxXb
Al principio era una forma como otra de ganar unos pavos si tienes
un gran material que ofrecer. Después, empezó a complicarse.

«Nunca he pagado, pero si me aparece un tío como Daniel, quizá me


lo piense.» CarlOrt

Daniel, un marcho alfa de manual, está en la ruina y necesita dinero


urgentemente. Cuando aquel tipo del auto le ofrece unos billetes por pasarlo
bien un rato juntos, descubre que tiene un enorme don para sacar pasta

Vin lleva toda la vida enamorado del capitán del equipo de rugby de
cuando estaba en el instituto, así que cuando lo ve en aquel bar de ambiente,
quince años después, no da crédito, porque siempre fue el machito
dispuesto a burlarse de los diferentes

Las circunstancias hacen que ambos tengan que encontrarse, ayudarse, y


quizá dar un paso en una dirección que nunca hubieran imaginado, y que
tiene que ver con su… enorme don.

Chapero es otra de las ardientes novelas de Matt Winter, solo para


adultos fogosos.

Puedes empezar a leerlo GRATIS siguiendo este código QR


¿Hacemos una porno gay?

https://amzn.to/3j5HBUK
Cinco amigos de toda la vida que necesitan hacer un viaje y ganar
dinero. ¿La mejor manera? Hacer una porno… gay.

«La mezcla entre humor y escenas muy, muy hot es lo que más me
gusta.» Richard Gomez

Ir a Europa a ver la final de la Champions ayudaría a unir más al grupo


y a escapar de la rutina de familia, pero ¿cómo financiarlo?

Cuando Brad propone lo de hacer una peli porno les parece una locura,
y cuando alguien bromea con que para no engañar a sus esposas con otras
mujeres lo ideal sería hacer una porno gay, todos sienten curiosidad

Buscar un argumento, organizar parejas y ver los grandes clásicos del


cine porno gay es el principio de una aventura muy explicita.

Y para más inri, entre dos de ellos hay cierta curiosidad desde la
adolescencia que es posible que haga saltar todo por los aires.

LEE LAS PRIMERAS PÁGINAS SIGUIENDO EL CÓDIGO QR


ENTRE AMIGOS
https://amzn.to/3Xc2g9h

Adam tiene algo muy Claro: no es GAY, aunque aquel desliz de su


adolescencia pueda hacer pensar lo contrario.
Cuando, junto con su mujer y sus hijos, se muda a una nueva ciudad
para desempeñar el cargo de jefe de proyectos en un gran estudio de
arquitectura, pese a su juventud, todo indica que su futuro va a ser un jardín
de rosas.

Hasta que conoce a Ben, el rudo y guapo padre de uno de los


compañeros de colegio de su hijo, por el que siente de inmediato una
atracción desconocida y que parece ser recíproca.

Así que todo se vuelve desconcierto cuando empieza a perderse entre


sus sábanas, entre sus brazos, y a darse cuenta de que lo que Ben le hace
sentir en la cama, no lo ha experimentado antes.

LEE LAS PRIMERAS PÁGINAS


SIGUIENDO EL CÓDIGO QR
HETEROCURIOSO
https://amzn.to/3EJHAOD

Cuando Jorel conoce a Dom, el masculino compañero de su mejor


amiga, piensa que es guapo y que está tremendo, pero también sabe que es
heterosexual hasta la médula y que está fuera de sus posibilidades.
Pero Dom parece tener cierta curiosidad hacia él. ¿Será que le fascina la
naturalidad con la que vive su sensualidad, o hay algo más?

Cuando los encuentros con Dom parecen no ser casuales y este da un


paso en una dirección inesperada, Jorel decide aprovecharlo. ¿Cuándo se
llevará otra vez a la boca a un macho así?

Con lo que no contaba era conque, a veces, pasarlo tan bien en la cama,
puede hacer que nos enganchemos de la persona menos indicada.

LEE LAS PRIMERAS PÁGINAS


SIGUIENDO EL CÓDIGO QR

También podría gustarte