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Editorial El Comercio

El plan “V” de Cerrón

La vía “no pacífica” por la que el líder de Perú Libre sugiere cambiar la
Constitución no es otra que la violencia.
12/5/2022 05H35 - ACTUALIZADO A 12/5/2022 05H35

Una sentencia lanzada por el secretario general de Perú Libre durante una escuela de
formación política de su partido ha vuelto a poner sobre el tapete el nulo compromiso que
existe de su parte con el sistema institucional que sostiene la democracia. El martes de la
semana pasada, en efecto, Vladimir Cerrón dijo ante los concurrentes al mencionado
evento: “Nosotros reafirmamos desde que se fundó el partido que en el Perú no va a haber
cambios si es que no se cambia la Constitución Política, ya sea por una vía pacífica o
sea por una vía no pacífica, lamentablemente”.
La intervención del ex gobernador regional de Junín se produjo días antes de que la Comisión
de Constitución del Congreso mandara al archivo el proyecto de reforma constitucional
presentado por el presidente Pedro Castillo que buscaba abrir la posibilidad de que se
consultara, a través de un referéndum, la convocación de una asamblea constituyente. Pero los
pronunciamientos de los voceros de las distintas bancadas presentes en la referida comisión
hacían previsible el desenlace que la discusión luego en efecto tuvo, así que Cerrón era
consciente a esas alturas de que, amén de inconstitucional, la opción de la “vía pacífica”
impulsada en ese momento por el Gobierno era inexistente.
Así las cosas, en la práctica, estaba dejando abierta –y como única salida posible– la “vía no
pacífica”, es decir, violenta. Un camino que, como se sabe, es consistente con la prédica de
muchas de las organizaciones políticas marxistas-leninistas que han existido y existen alrededor
del mundo y que en el pasado reciente dejaron un saldo de destrucción y muerte también en
nuestro país.

Si a esa afirmación agregamos la observación –suya también– de que el presidente Castillo está


actualmente “encorsetado” por distintas leyes que fueron hechas para que “no pueda cambiar las
cosas”, lo que tenemos es una clara sugerencia de romper el ordenamiento legal valiéndose de la
violencia. Máxime si en entrevistas concedidas poco tiempo antes, el mismo Cerrón había
hablado de un supuesto “plan B” que sería puesto en marcha si el Congreso archivaba el
proyecto en cuestión.
El mecanismo es un viejo conocido de los sectores totalitarios: si la democracia no les permite
alcanzar sus objetivos, el problema es la democracia y hay que echársela abajo apelando a
cualquier recurso.

Apelar o incitar a la violencia es, por supuesto, un delito. Pero, además, hay que denunciar el
argumento tramposo que subyace al razonamiento, insinuado por varios voceros del oficialismo,
de que esta se justificaría por el hecho de que en este caso no se estaría dejando a las mayorías o
al “pueblo” expresar su voluntad. La verdad es que las mayorías y minorías se expresaron ya al
elegir a los congresistas que componen hoy la representación nacional. Y los eligieron para que
hiciesen aquello que la ley les señala: entre otras cosas, evaluar la calidad y constitucionalidad
de los proyectos que son sometidos a su consideración y aprobarlos o archivarlos según sea el
caso.

En el asunto que nos ocupa, pues, las mayorías han hablado a través de sus representantes. En
eso consiste la democracia representativa. En buena cuenta, lo que se pretende en este trance es
acusar a la mayoría de ser mayoría y hacerlo patente por las vías –pacíficas, por cierto– que el
ordenamiento legal vigente estipula.

El “plan A” de quienes quieren cambiar la Constitución que nos rige para eliminar los estorbos
que hoy les impiden ejercer el poder a sus anchas ha fracasado porque era inconstitucional y
estaba pobremente formulado. Pero resulta que ahora esos mismos actores políticos intentan
poner en práctica un “plan B” (o más bien “V”) con el que quieren procurarse a las peores lo
que no pudieron conseguir a las malas.

Ante eso, lo que nos corresponde a los medios independientes es denunciarlo, y a la ciudadanía,
impedirlo. Y una primera forma de hacerlo es exigiéndole al Gobierno y al propio presidente un
deslinde con los devaneos violentistas del señor Cerrón.
Editorial de EL COMERCIO

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