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APÉNDICE:

EL P R O B L E M A DEL
DELATOR R E N C O R O S O

Por u n p e q u e ñ o m a r g e n d e v o t o s tú has sido elegido Ministro


de Justicia de tu país, una nación de unos veinte millones de
habitantes. Al principio de tu periodo tienes que hacer fren­
te a un grave problema que será descrito en seguida. Pero
primero hay que exponer los antecedentes de este problema.
Durante muchas décadas tu país disfrutó de un gobierno
pacífico, constitucional y democrático. Sin embargo, hace al­
gún tiempo las cosas empezaron a andar mal. Las relaciones
normales se desorganizaron por una creciente depresión eco­
nómica y por un antagonismo cada vez mayor entre varias
facciones, formadas por grupos económicos, políticos y reli­
giosos. El proverbial "hombre a caballo" apareció en forma
de cabecilla de un partido político o bandería que se denominó
a sí mismo los "camisas moradas".
En una elección nacional acompañada de gran desorden, el
cabecilla fue electo Presidente de la República y su partido
obtuvo la mayoría de los asientos en la asamblea general. El
éxito del partido en las urnas se debió en parte a una cam­
paña de promesas imprudentes e ingeniosas falsificaciones, y
en parte a la intimidación física de las incursiones nocturnas
de los "cam isas moradas” que alejaban de las urnas por pánico
a mucha gente que hubiera votado contra el partido.
Cuando los "camisas moradas" subieron al poder no toma­
ron medidas para revocar la antigua Constitución ni siquiera
algunos de sus preceptos. Conservaron asimismo intactos los
códigos civil y penal y las leyes procesales. No se ejerció
acción oficial alguna para destituir a ningún funcionario del
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gobierno ni para eliminar a un solo juez del tribunal. Se


continuaron celebrando elecciones periódicamente y los votos
eran contados con aparente honradez. No obstante, el país
vivía bajo el reinado del terror.
Los jueces que dictaban sentencias contrarias a los deseos
del partido eran golpeados o asesinados. E l sentido acepta­
do del código penal era pervertido para enviar a los adver­
sarios políticos a la cárcel. Se aprobaban leyes secretas, cuyo
contenido era conocido únicamente en las altas esferas de la
jerarquía del partido. Se ponían en vigor leyes retroactivas
que convertían en delictuosos actos que cuando se cometieron
eran legalmente inocentes. El gobierno hacía caso omiso de
las restricciones de la Constitución, de leyes anteriores, o has­
ta de su propias leyes. Todos los partidos políticos contrarios
fueron disueltos. Miles de adversarios políticos encontraron
la m uerte, o metódicamente en prisiones o en esporádicas
redadas nocturnas de terror. Se decretó una amnistía general
en favor de personas sentenciadas por actos "com etidos para
defender a la patria de la subversión” . Con arreglo a esta am­
nistía se concedió la libertad general a todos los prisioneros
que eran miembros del partido de los "cam isas m oradas”. Na­
die que no fuera miembro del partido fue liberado conforme
a la amnistía.
Los "cam isas moradas" como una cuestión de política deli­
berada conservaban un elemento de flexibilidad en sus ma­
niobras obrando a veces por medio del partido "en las calles",
y otras veces por medio del mecanismo del Estado que ellos
controlaban. La elección entre los dos métodos de proceder era
únicam ente cuestión de conveniencia. Por ejemplo, cuando
el círculo íntimo del partido decidió arruinar a todos los
anteriores republicanos-socialistas (cuyo partido construyó
la últim a trinchera de resistencia al nuevo régimen), surgió
una disputa acerca de la m ejor form a de confiscar sus pro­
piedades. Una facción, tal vez influenciada aún por conceptos
prerrevolucionarios, quería lograrlo por medio de una ley que
declarara confiscados sus bienes por actos criminales. Otra
quería que se obligara a los dueños a ceder sus propiedades
a punta de bayoneta. Este grupo se opuso a la ley sobre la
base de que podría suscitar comentarios desfavorables en el
extranjero. E l cabecilla decidió a favor de la,acción directa
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por medio del partido, a la que seguiría una ley secreta que
ratificaría la acción del partido, y confirmaría los títulos
obtenidos por medio de la amenaza la violencia física.
Los "cam isas moradas" han sido ahora derrocados y resta­
blecido un gobierno democrático y constitucional. Sin em­
bargo, el régimen depuesto ha dejado algunos problemas di­
fíciles. A estos problemas tú y tus colegas del nuevo gobierno
deben encontrar solución. Uno de estos problemas es el del
"delator rencoroso”.
Durante el régimen de los "camisas moradas” muchísima
gente desahogó sus rencores delatando a sus enemigos al par­
tido o a las autoridades del gobierno. Las actividades delatadas
eran cosas tales como críticas privadas al gobierno, oír tras­
misiones radiadas del extranjero, asociarse con sabotea­
dores y rufianes conocidos, almacenar más de la cantidad per­
mitida de huevo en polvo, dejar de reportar en el término
de cinco días la pérdida de papeles de identificación, etcé­
tera. Conforme estaban entonces las cosas con la administra­
ción de justicia, cualquiera de estos actos, si se comprobaba,
podía acarrear una sentencia de muerte. En algunos casos
esta sentencia era autorizada por leyes "de urgencia”; en
otros, se imponía sin mandamiento emitido conforme a ley,
aunque por jueces debidamente nombrados.
Después del derrocamiento de los "camisas moradas", tomó
cuerpo y fue creciendo una vigorosa demanda pública para
que estos delatores rencorosos fueran castigados. El gobierno
interino que precedió al actual del que tú formas parte, con­
temporizó sobre este asunto. Mientras tanto se ha convertido
en un tema candente y no puede aplazarse por más tiempo
una decisión sobre este asunto. Por consiguiente, tu primer
acto como Ministro de Justicia ha sido dedicarte a su estudio.
Has pedido a tus cinco principales colaboradores que le pres­
ten toda su atención y que presenten sus recomendaciones en
conferencia ministerial. En la conferencia los cinco comisio­
nados dijeron por turno lo siguiente:

P r i m e r c o m i s i o n a d o . "Para mí es perfectamente claro que


nada podemos hacer con respecto a los llamados delatores
rencorosos. Los hechos que ellos denunciaron eran ilegales
conforme a las leyes del gobierno que controlaba entonces
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los asuntos de la nación. Las sentencias impuestas a sus víc­


timas fueron dictadas de acuerdo con los principios de dere­
cho entonces vigentes. Estos principios diferían de los que
nos son familiares en condiciones que consideramos detesta­
bles. No obstante eran en aquella época el derecho del país.
Una de las diferencias principales entre ese derecho y el nues­
tro radica en las facultades discrecionables más amplias que
aquél otorgaba a los jueces en asuntos penales. Ésta norma
y sus consecuencias requieren de nosotros el mismo respeto
que la reforma que introdujeron los "cam isas moradas" a la
ley testamentaria, por la cual sólo se necesitaban dos testigos
en vez de tres. Es indiferente que la ley que otorgaba al juez
una facultad discrecional más o menos sin control en causas
criminales no fuera nunca promulgada formalmente sino que
fuera materia de aceptación tácitica. Exactamente lo mismo
puede decirse de la norma opuesta que nosotros aceptamos
que restringe a estrechos límites las facultades discrecionales
del juez. La diferencia entre nosotros y los "cam isas moradas"
no es que su gobierno fuera ilegal — una contradicción en
sus propios términos— sino que radica más bien en el campo
de la ideología. Nadie siente un mayor aborrecimiento que yo
por los "cam isas moradas". Sin embargo, la diferencia funda­
mental entre nuestra filosofía y la suya es que nosotros per­
mitimos y toleramos diferencias de opinión, mientras que ellos
trataban de imponer a todo su código monolítico. Todo nues­
tro sistema de gobierno supone que el derecho es una cosa
flexible, capaz de expresar y lograr muchos objetivos diferen­
tes. El punto cardinal de nuestro credo es que cuando un
objetivo ha sido debidamente incorporado en una ley o fallo
judicial éste debe ser provisionalmente aceptado aun por aque­
llos que lo detestan, quienes deben esperar su oportunidad
en las urnas, o en otro litigio, para lograr que se reconozcan
sus propios fines. En cambio, los "cam isas m oradas”, simple­
mente hacían caso omiso de las leyes que tenían objetivos
que ellos no aprobaban, sin considerarlas siquiera dignas del
esfuerzo de derogarlas. Si ahora tratamos de desembrollar
los actos del régimen de los "cam isas m oradas”, declarando este
juicio inválido, esa ley nula, esta sentencia excesiva, estaremos
haciendo exactamente aquello que más condenamos en ellos.
Reconozco que se necesitará valentía para llevar al cabo el
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plan que recomiendo y que tendremos que resistir la fuerte


presión de la opinión pública. También hemos de estar pre­
parados a evitar que la gente tome la ley en su propias manos.
Sin embargo, creo que el proceder que recomiendo será a la
larga el único que asegurará el triunfo de los conceptos de
derecho y gobierno en que nosotros creemos."

S e g u n d o c o m i s i o n a d o . "E s curioso, he llegado, por un ca­


mino exactamente opuesto, a la misma conclusión que mi
colega. Me parece absurdo llamar al régimen de los "camisas
moradas” un gobierno legal. Un sistema legal no existe sen­
cillamente porque los policías continúen patrullando las calles
y usando uniforme o porque una constitución y un código se
dejen en el estante sin derogar. Un sistema legal presupone
leyes que sean conocidas, o puedan ser conocidas, por quienes
estén sujetos a ellas. Presupone cierta uniformidad de acción
y que casos iguales sean tratados en la misma forma. Presu­
pone que no exista un poder ilegal, como el de los "camisas
moradas", que domine al gobierno y que pueda inmiscuirse en
cualquier momento en la administración de justicia siempre
que ésta no se pliegue a sus caprichos. Todas estas presupo­
siciones participan en la verdadera concepción de un orden
legal y nada tienen que ver con ideologías económicas y po­
líticas. En mi opinión, en cualquier sentido ordinario de la
palabra, el derecho dejó de existir cuando llegaron al poder
los "camisas moradas. Durante su régimen tuvimos, en efecto,
un interregno en el gobierno de derecho. En vez de un go­
bierno de leyes tuvimos una guerra de todos contra todos
dirigida a puertas cerradas, en callejones oscuros, en intrigas
palaciegas, y en conspiraciones de patio de prisión. Los actos
de los llamados delatores rencorosos fueron una fase de esa
guerra. El que nosotros condenemos esos actos como crimi­
nales sería tan incongruente como si tratáramos de aplicar
los conceptos jurídicos a la lucha por la existencia que se lleva
al cabo en la selva o bajo la superficie del mar. Debemos ol­
vidar todo este capítulo oscuro, sin ley, de nuestra historia
como si fuera un mal sueño. Si removemos sus odios, podemos
atraer sobre nosotros algo de su mal espíritu y correr el riesgo
de infectarnos con sus miasmas. Por lo tanto, digo como mi
colega, olvidemos lo pasado. No hagamos nada con respecto
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a los delatores rencorosos. Lo que ellos hicieron no fue ni


legal ni contrario a la ley, pues ellos no vivían bajo un régi­
men legal, sino bajo la anarquía y el terror.”

T e r c e r c o m i s i o n a d o . "Me parece sumamente sospechosa


cualquier clase de razonamiento que proceda por medio de la
alternativa "de uno u otro". No creo que necesitemos supo­
ner, por una parte, que en cierta forma todo el régimen de
los "camisas moradas" estaba fuera del ámbito del derecho o,
por otra, que todos sus actos merecen considerarse como los
de un gobierno legal. Mis dos colegas, sin proponérselo, han
expuesto poderosos argumentos contra estas suposiciones ex­
tremas al demostrar que ambas llevan a la misma conclusión
absurda, una conclusión que ética y políticamente es imposi­
ble. Si uno reflexiona acerca del asunto sin apasionamiento,
se ve claro que durante el régimen de los "camisas moradas” no
tuvimos una "guerra de todos contra todos". Bajo la super­
ficie siguió adelante mucho de lo que llamamos vida humana
normal: se celebraban matrimonios, se vendían mercancías,
se dictaban y cumplían testamentos. Esta clase de vida iba
acompañada de los trastornos ordinarios: accidentes auto­
movilísticos, quiebras, testamentos sin testigos, errores difa­
matorios en los diarios. Mucha de esta vida normal y la ma­
yoría de estos trastornos, igualmente normales de la misma
no fueron afectados por la ideología de los "camisas moradas”.
Las cuestiones legales que se plantearon en este campo fue­
ron tramitadas por los tribunales en gran parte tal como lo
habían sido antes y como lo están siendo ahora. Sería provo­
car un caos intolerable si fuéramos a declarar que no tenía
fundamento legal todo lo que sucedió bajo el régimen de los
"camisas moradas". Por otra parte, realmente no podemos de­
cir que los asesinatos cometidos en las calles por miembros del
partido que obraban por órdenes del cabecilla, fueran legales
sólo porque el partido había logrado el control del gobierno y
su jefe se había convertido en Presidente de la República. Si
hemos de condenar los actos criminales del partido y de sus
miembros, parecería absurdo defender todo acto que era
trasmitido por medio de la maquinaria de un gobierno que
se había convertido, en efecto, en el alter ego del partido de
los "camisas moradas". Por lo tanto, en esta situación, como
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en la mayoría de los asuntos humanos, debemos distinguir. De­


bemos inmiscuirnos en los casos en que la filosofía de los
"caipisas moradas” se inmiscuyó y pervirtió la administración
de justicia en sus fines y usos normales. Entre estas perver­
siones de la justicia yo incluiría, por ejemplo, el caso de un
hombre que estaba enamorado de la esposa de otro hombre
y provocó la muerte del marido delatándolo por una falta
completamente trivial, es decir, por no inform ar la pérdida
de sus documentos de identificación en un término de cinco
días. Este delator era un asesino conforme al código penal
que estaba vigente cuando ejecutó el acto y que los "camisas
moradas” no habían derogado. El provocó la muerte de alguien
que se interponía en el camino de sus pasiones ilícitas y uti­
lizó a los tribunales para lograr su intento criminal. El sabía
que los tribunales eran el dócil instrumento de cualquier nor­
ma que los "cam isas moradas” pudieran considerar convenien­
te por el momento. Hay otros casos que son igualmente claros.
Admito que existen otros que son más confusos. Por ejem­
plo, deben dejarnos perplejos aquellos casos en que verdaderos
entrometidos informaban a las autoridades todo lo que les
parecía sospechoso. Algunas de estas personas obraban no
por el deseo de deshacerse de aquellos a quienes acusaban,
sino para adular y congraciarse en form a abyecta con el parti­
do, para alejar sospechas (quizá mal fundadas) surgidas con­
tra ellos mismos, o por pura oficiosidad. No sé como deberían
tratarse estos casos, y no hago recomendaciones al respecto.
Pero el hecho de que existan estos casos difíciles no debe im­
pedir que obremos de inmediato en los casos que son eviden­
tes, los cuales son demasiados para que hagamos caso omiso
de ellos."

C u a r t o c o m i s i o n a d o . "Com o mi colega, yo también descon­


fío del razonamiento de "uno u otro” , pero creo que debemos
reflexionar más de lo que él ha hecho acerca de lo que nos
espera. La proposición de señalar y escoger entre los actos
del régimen depuesto es completamente objetable. De hecho, en
sí misma es pura y sencillamente lo que hicieron los "cam i­
sas moradas". Nos gusta esta ley, entonces obliguemos a cum­
plirla. Nos gusta esta manera de juzgar, conservémosla. Esta
ley no nos gusta, por lo tanto nunca existió. No aproba­
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mos este acto gubernamental, considerémoslo nulo. Si pro­


cedemos en esta forma, tomamos respecto a las leyes y actos
de gobierno de los "cam isas m oradas” precisamente la actitud
sin principios que ellos tomaron con respecto a las leyes y
actos del gobierno que suplantaron. Tendremos un caos, en
el que cada juez y cada fiscal serían el derecho mismo. En
vez de terminar con los abusos del régimen de los "camisas
moradas", la proposición de mi colega los perpetuaría. No
hay más que una form a de proceder con este problema que
sea compatible con nuestra filosofía del derecho y de gobier­
no y es la de aplicarle el derecho debidamente promulgado.
Quiero decir, por medio de una ley especial dirigida a resol­
verlo. Estudiemos todo el problem a del delator rencoroso,
reunamos todos los hechos pertinentes y redactemos una ley
de amplio alcance para enfrentarnos a él. No torzamos anti­
guas leyes para acomodarlas a fines a los que nunca estuvieron
destinadas. Por otra parte, daremos castigos apropiados al
delito y no tratarem os a cada delator como un asesino porque
aquel a quien delató fue en últim o término ejecutado. Admito
que encontraremos problem as de redacción difíciles. Entre
otras cosas, tendremos que asignar un significado legal defi­
nido a la palabra "rencoroso" y eso no será fácil. Sin embar­
go, estas dificultades no deben desanimarnos a adoptar el
único procedimiento que nos apartará de la situación de una
norma ilegal y personal.”
0

Q u in t o "Encuentro bastante irónica la últi­


c o m is io n a d o .
ma proposición. Habla de poner fin definitivamente a los
abusos de los "cam isas m oradas” ; sin embargo, propone hacer­
lo recurriendo a una de las artimañas más odiadas del régimen
de los "cam isas m oradas”, la ley penal ex post jacto. Mi colega
teme la confusión que resultaría si intentamos deshacer y
reparar sin una ley los actos "inicuos" del gobierno anterior,
mientras que sostenemos y hacemos cumplir sus actos "bue­
nos". Sin embargo, parece no darse cuenta de que su pro­
puesta ley es un remedio completamente engañoso para esta
incertidumbre. Es fácil idear un argumento plausible para una
ley aún no redactada; todos estamos de acuerdo en que sería
muy agradable que las cosas pudieran precisarse por escrito.
Pero ¿qué sería exactamente lo que proporcionaría esa ley?
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Uno de mis colegas habla de alguien que no informó en cinco


días la pérdida de sus documentos de identificación. Mi colega
da a entender que la sentencia judicial impuesta por esa
ofensa, a saber, la pena de muerte, era tan absolutamente des­
proporcionada que la hacía evidentemente injusta. Pero de­
bemos recordar que en ese tiempo el movimiento de resis­
tencia contra los "camisas moradas" estaba aumentando en
intensidad y que los "camisas moradas” estaban siendo cons­
tantemente hostigados por gente que tenían falsos documentos
de identidad. Desde su punto de vista tenían un verdadero
problema, y la única objeción que podemos poner a la solu­
ción de éste (además del hecho de que no queríamos que lo
resolvieran) era que obraban con más rigor de lo que la oca­
sión parecía requerir. ¿Cómo resolvería mi colega este caso
en su propuesta ley, así como todos los otros casos parecidos?
¿Negará la existencia de una necesidad de ley y orden bajo
el régimen de los "camisas moradas"? No continuaré enume­
rando las dificultades que encierra el redactar esta propuesta
ley, pues son suficientemente evidentes para cualquiera que
piense en ello. En su lugar propondré mi propia solución. Se
ha dicho, basándose en autoridad muy respetable, que el pro­
pósito principal del derecho penal es proporcionar una salida
al instinto de venganza humano. Hay veces, y yo creo que
ésta es una de ellas, en que deberíamos perm itir que el instin­
to se expresara por sí mismo directamente sin la intervención
de formas legales. Este asunto de los delatores rencorosos está
ya en proceso de resolverse por sí mismo. Casi todos los
días leemos que un antiguo lacayo del régimen de los "ca­
misas moradas” ha encontrado su justa recompensa en algún
lugar apartado. La gente está solucionando este asunto a su
manera y si se les deja solos, y se dan instrucciones a nues­
tros fiscales públicos de hacer lo mismo, pronto no habrá
para nosotros problemas qué resolver. Por supuesto, habrá al­
gunos desórdenes, y se romperán algunas cabezas inocentes,
pero nuestro gobierno y nuestro sistema legal no se verán
hundidos irremisiblemente tratando de desembrollar todos los
actos y fechorías de los "camisas moradas”.

Como Ministro de Justicia, ¿cuál de estas recomendaciones


adoptarías?

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