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Introducción
Hobbes y Locke son dos de los precursores de las teorías contractualistas. Si bien en ambos se
recurre al contrato como elemento edificador del orden social, el depositario del poder
delegado varía enormemente entre ambos autores. Thomas Hobbes, a través de su conocida
cita el hombre es un lobo para el hombre, ya nos anticipa que la absoluta libertad con que
goza el hombre en estado de naturaleza conduce a un estado de guerra permanente fruto de
la manifestación del conatus.
Desarrollo
Pese a que existe una ley natural que dicta aquello que se debe hacer, para los hombres, al no
comprender las consecuencias de sus acciones, no cabe someterse a ella, es por este
planteamiento que se antoja necesario el estado. La voluntad aparece como elemento
represor de este conatus, sin embargo, Hobbes considera que como es imposible que las
voluntades de muchos hombres sean coordinables, la voluntad del estado debe ser
literalmente una, a la que el resto se someten. El origen del estado se sitúa en ese pacto de
sometimiento. Este estado, institución creada por el hombre, se forma cuando se constituye
una asamblea deliberante que tiene como fin designar una persona que será destinataria de
dicho sometimiento. Así, el estado, mediante ese pacto, se muestra como un mecanismo de
acción colectiva. De esta forma, a través del sometimiento a un poder público e indivisible, el
hombre renuncia a su libertad en sentido aristotélico, obteniendo como beneficio la existencia
de un poder suficiente que garantice su protección.
John Locke considera, al contrario que Thomas, que gozando el hombre en estado de
naturaleza de una perfecta libertad, razón y derecho serán las normas que rija su conducta. Sin
embargo, Locke considera que tal situación no se ha dado nunca, pues es necesario un
elemento que vigile su cumplimiento. Puesto que Locke considera que esta vigilancia es tarea
de todos, y que, por tanto, no existe nadie destinado a ejercer la autoridad, todo hombre en
sociedad suscribe un pacto por el cual se somete a unas normas elementales, pacto que no es
posterior al estado de naturaleza, sino compatible con él. Locke afirma que la relación natural
entre hijo y padre facilita esta labor, en tanto que crea un hábito de sometimiento.
Aunque fascismo y nacionalsocialismo parten de una situación diferente una vez finalizada la I
Guerra Mundial (Italia entre los vencedores y Alemania entre los derrotados), en los dos
podemos encontrar un clima de crispación finalizado el conflicto: la marginación de las
pretensiones territoriales de Italia será duramente criticada (por ejemplo, mediante la Carta
del Carnaro), mientras que en Alemania, debido a su derrota y supeditación al Tratado de
Versalles, se experimentará un auge del extremismo político.
También en ambos regímenes este descontento será canalizado a través de una figura política
colmada de liderazgo: Hitler en Alemania y Mussolini en Italia; líderes que contarán, a su vez,
con sendos teóricos que asumirán la labor de dotar de contenido a cada uno de los
movimientos: Rosenberg en el caso alemán y Gentile en el italiano. Así, el estado fascista
italiano que Gentile define en sus obras se considera totalitario (término asumido por el propio
Mussolini) y su papel será eminentemente más relevante que el que cumpla el partido, pues se
le encomienda la clásica misión ética hegeliana. Por el contrario, el estado alemán,
subordinado a la hegemonía del partido, cumplía una función biológica, etnicista y cultural.
Conclusión
Por otro lado, y pese a al amplio respaldo social con que contaron ambos, los alemanes
tampoco consiguieron el apoyo de las capas intelectuales, apoyo que sí logró el régimen
italiano gracias la intermediación de Gentile. Una de las semejanzas clave es el recurso al mito
en el sentido de Sorel: un mito racial en el caso alemán y nacional en el italiano. De la
concepción alemana del mito se desprende, a su vez, una diferencia fundamental: al contrario
que el nacionalsocialismo, el fascismo no asume cuestiones raciales y mucho menos
antisemitas, al menos hasta la colaboración Hitler- Mussolini.
Por último, sí presentan semejanzas en la conflictiva relación con la Iglesia que, pese a ciertos
acuerdos en Italia, conllevaría una hegemonía de las posiciones antireligiosas. Con todo,
podemos encontrarnos, también en ambos sistemas, con gran parte del ritualismo y liturgia
propia de contextos religiosos, ritualismo que se verá reflejado en sus congresos y demás
intervenciones.