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E 16476 RAZONAMIENTO VERBAL 3ERO SECUNDARIA

TEXTO Nº 1

Lee detenidamente la siguiente lectura:

“EL NIÑO JUNTO AL CIELO”


Enrique Congrains

Por alguna desconocida razón. Esteban había llegado al lugar exacto, precisamente al único
lugar…Pero, ¿no sería, más bien, que “aquello” había venido hacia él? Bajó la vista y volvió a mirar.
Sí, ahí seguía el billete anaranjado, junto a sus pies, junto a su vida.
¿Por qué, por qué, él?
Su madre se había encogido de hombros al pedirle, él, autorización para conocer la ciudad, pero
después le advirtió que tuviera cuidado con los carros y con las gentes. Había descendido desde el cerro
hasta la carretera y los pocos pasos, divisó “aquello” junto al sendero que corría paralelamente a la
pista.
Vacilante, incrédulo, se agachó y lo tomó entre sus manos. Diez, diez, diez, era un billete de
diez soles, un billete que contenía muchísimas pesetas, innumerables reales. ¿Cuántos reales, cuántos
medios, exactamente? Los conocimientos de Esteban no abarcaban tales complejidades y, por otra parte,
le bastaba con saber que se trataba de un papel anaranjado que decía “diez” por sus dos lados. _siguió
por el sendero, rumbo a los edificios que se veían más allá de ese otro cerro cubierto de casas.
Esteban caminaba unos metros, se detenía y sacaba el billete de su bolsillo para comprobar su
indispensable presencia. ¿Había venido el billete hacia él se preguntaba o era él, el que había ido
hacia el billete?
Cruzó la pista y se internó en un terreno salpicado de basuras, desperdicios de albañilería y
excrementos; llegó a una calle y desde allí al famoso mercado, el Mayorista, del que tanto había oído
hablar. ¿Eso era Lima, Lima, Lima….? La palabra le sonaba a hueco. Recordó: su tío le había dicho que
Lima era una ciudad grande, tan grande que en ella vivían un millón de personas.
¿La bestia con un millón de cabezas? Esteban había soñado hacia unos días, antes del viaje, en
eso: una bestia con un millón de cabezas. Y ahora él, con cada paso que daba, iba internándose dentro
de la bestia…
Se detuvo, miró y meditó: la ciudad, el Mercado Mayorista, los edificios de tres y cuatro pisos,
los autos, la infinidad de gentes algunas como él, otras como él y el billete anaranjado, quieto, dócil,
en el bolsillo de su pantalán el billete llevaba el “diez” en su rostro y en su conciencia. El “diez años” lo
hacia sentirse seguro y confiado, pero sólo hasta cierto punto. Antes, cuando comenzaba a tener noción
de las cosas y de los hechos, la meta, el horizonte, había sido fijado en los diez años. ¿Y ahora? No,
desgraciadamente no. Diez años no era todo. Esteban se sentía incompleto, aún. Quizá si cuando
tuviera doce, quizá si cuando llegara a los quince, quizá. Quizá ahora mismo, con la ayuda del billete
anaranjado.
Estuvo dando algunas vueltas, atisbando dentro de la bestia, hasta que legó a sentirse parte de
ella. Un millón de cabezas y, ahora, una más. La gente se movía, se agitaba, unos iban en una
dirección, otros en otra, y él, Esteban, con el billete anaranjado, quedaba siempre en el centro de todo,
en el ombligo mismo.
Unos muchachos de su edad jugaban en la vereda. Esteban se detuvo a unos metros de ellos y
quedó observando el ir y venir de las bolas; jugaban dos y el resto hacia rueda. Bueno, había andado
unas cuadras y por fin encontraba seres como él, gente que no se movía incesantemente de un lado
a otro. Parecía, por lo visto, que también en la ciudad habría seres humanos.
¿Cuánto tiempo estuvo contemplándolos? ¿Un cuarto de hora? ¿Media hora, una hora, acaso dos?
Todos los chicos se habían ido, todos menos uno. Esteban quedó mirándolo, mientras su mano dentro
del bolsillo, acariciaba el billete.
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-¡Hola, Hombre!
-Hola ... respondió Esteban susurrando, casi.
El chico era más o menos de su misma edad y vestía pantalón y camisa de un mismo tono,
algo que debió ser kaki en otros tiempos, pero que ahora pertenecía a esa categoría de colores vagos
e indefinibles.
-¿Eres de por acá? Le preguntó a Esteban.
-Si, este….se aturdió y no supo cómo explicar que vivía en el cerro y que estaba en viaje de
exploración a través de la bestia de un millón de cabezas.
¿De dónde, ah? Se había acercado y estaba frente a Esteban. Era más alto y sus ojos inquietos
le corrían de arriba abajo. ¿De dónde, ah? Volvió a preguntar.
De allá, del cerro y Esteban señaló en la dirección en que había venido.
¿San Cosme?
Esteban meneó la cabeza, negativamente.
¿Del Agustino?
-Si, de ahí exclamó sonriendo. Ese era el nombre y ahora lo recordaba. Desde hacia meses,
cuando se enteró de la decisión de su tío de venir a radicarse a Lima, venia averiguando cosas de la
ciudad. Fue así como supo que Lima era muy grande, demasiado grande, tal vez; que había un sito que
se llamaba Callao y que ahí llegaban buques de otros países; que había lugares muy bonitos, tiendas
enormes, calles muy bonitas, tiendas enormes, calles larguísimas…. ¡Lima…! Su tío había salido dos
meses antes que ellos con el propósito de conseguir casa. Una casa. ¿En qué sitio será?, le había
preguntado a su madre. Ella tampoco sabía. Los días corrieron y después de muchas semanas llegó la
carta que ordenaba partir. ¡Lima…! ¿El cerro del Agustino, Esteban? Pero él no lo llamaba así. Ese lugar
tenía otro nombre. La choza que su tío había levantado quedaba en el barrio de Junto al Cielo. Y
Esteban era el único que lo sabía.
Yo no tengo casa….dijo el chico después de un rato. Tiró una bola contra la tierra y exclamó:
¡Caray, no tengo!
¿Dónde vives, entonces? Se animó a inquirir Esteban.
El chico recogió la bola, la frotó en su mano y luego respondió:
En el mercado, cuido la fruta, duermo a ratos….Amistoso y sonriente, puso una mano sobre el
hombro de Esteban y le preguntó: ¿Cómo te llamas tú?
Esteban ….
Yo me llamo Pedro tiró la bola al aire y la recibió en la palma de su mano. Te juego, ¿ya Esteban?
Las bolas rodaron sobre la tierra, persiguiéndose mutuamente. Pasaron minutos, pasaron hombres
y mujeres junto a ellos, pasaron autos por la calle, siguieron pasando los minutos. El juego había
terminado, Esteban no tenía nada que hacer junto a la habilidad de Pedro. Las bolas al bolsillo y los
pies sobre el cemento gris de la acera. ¿Adónde, ahora? Empezaran a caminar juntos. Esteban se sentía
más a gusto en compañía de Pedro, que estando solo.
Dieron algunas vueltas. Más y más edificios. Más y más gente. Más y más autos en las calles.
Y el billete anaranjado seguía en el bolsillo. Esteban lo recordó.
¡Mirá lo que me encontré! Lo tenía entre sus dedos y el viento lo hacia oscilar levemente.
¡Caray! Exclamó Pedro y lo tomó, examinándolo al detalle. ¡Diez soles, caray! ¿Dónde lo
encontrástes?
Junto a la pista, cerca del cerro explicó Esteban.
Pedro le devolvió el billete y se concentró un rato. Luego preguntó:
¿Qué piensas hacer, Esteban?
No sé, guárdalo seguro….y sonrió tímidamente.
¡Caray, yo con una libra haría negocios, palabra que sí!
¿Cómo?
Pedro hizo un gesto impreciso que podía revelar, a un mismo tiempo, muchísimas cosas. Su gesto
podía interpretarse como una total despreocupación por el asunto los negocios o como una gran
abundancia de posibilidades y perspectivas. Esteban no comprendió.
¿Qué clase de negocios, ah?
¡Cualquier clase, hombre! Pateó una cáscara de naranja que rodó desde la vereda hasta la pista;
casi inmediatamente pasó un ómnibus que la aplanó contra el pavimento. Negocios hay de sobra, palabra
que sí. Y en unos dos días cada uno de nosotros podría tener otra libra en el bolsillo.

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¿Una libra más? Preguntó Esteban, asombrándose.


¡Pero claro, claro que sí..! volvió a examinar a Esteban y le preguntó: ¿Tú eres de Lima?
Esteban se ruborizó. No, él no había crecido al pie de las paredes grises, ni jugando sobre el
cemento áspero e indiferente. Nada de eso en sus diez años, salvo lo de ese día.
No, no soy de acá, soy de Tarma; llegué ayer…
¡Ah! Exclamó Pedro, observándolo fugazmente ¿De Tarma, no?
Sí, de Tarma….
Habían dejado atrás el mercado y estaban junto a la carretera. A medio kilómetro de distancia, el
barrio de Junto al Cielo, según Esteban. Antes del viaje, en Tarma, se había preguntado: ¿Iremos a vivir
a Miraflores, al Callao, a San Isidro, a Chorrillos, en cuál de esos barrios quedará la casa de mi tío? Habían
tomado el ómnibus y después de varias horas de pesado y fatigante viaje, arribaban a Lima.
¿Miraflores? ¿La Victoria? ¿San Isidro? ¿Callao? ¿Adonde, Esteban adónde? Su tío había mencionado el
lugar y era la primera vez que Esteban lo oía nombrar. Debe ser algún barrio nuevo, pensó. Tomaron
un auto y cruzaron calles y más calles. Todas diferentes, pero, cosa curiosa, todas parecidas, también. El
auto los dejó al pie de un cerro. Casas junto al cerro, casa en mitad del cerro, casas en la cumbre del
cerro. Habían subido y una vez arriba, junto a la choza que había levantado su tío, Esteban contempló
a la bestia con un millón de cabezas. La “cosa” se extendía y desparramaba, cubriendo la tierra de casas,
calles, techos, edificios, más allá de lo que su vista podía alcanzar. Entonces Esteban levantado los ojos,
y se había sentido tan encima de todo o tan abajo, quizá que había pensado que estaba en el barrio
de Junto al Cielo.
Oye, ¿Quisieras entrar en algún negocio conmigo?
Pedro se había detenido y lo contemplaba, esperando respuesta.
¿Yo…? titubeando preguntó: ¿Qué clase de negocio? ¿Tendría otro billete mañana?
¡Claro que sí, por supuesto! Afirmó resueltamente.
La mano de Esteban acarició el billete y pensó que podría tener otro billete más, y otro más, y muchos
más. Muchísimos billetes más, seguramente. Entonces el “diez años” seria esa meta que siempre había
soñado.
¿Qué clase de negocios se puede, ah? Preguntó Esteban.
Pedro sonrió y explicó:
Negocios hay muchos…Podríamos comprar periódicos comprar revistas, chistes…hizo una pausa y
escupió con vehemencia. Luego dijo, entusiasmándose: Mira, compramos diez soles de revistas y las
vendemos ahora mismo, en la tarde, y tenemos quince soles, palabra.
¿Quince soles?
¡Claro, quince soles! ¡Dos cincuenta para ti y dos cincuenta para mi! ¿Qué te parece, ah?
Convinieron en reunirse al pie del cerro dentro de una hora; convinieron en que Esteban no diria nada,
ni a su madre ni a su tío; convinieron en que venderían revistas y que de la libra de Esteban, saldría
muchísimas otras.
Esteban había almorzado apresuradamente y le había vuelto a pedir permiso a su madre para bajar
a la ciudad. Su tío no almorzaba con ellos, pues en su trabajo le daban de comer gratis, completamente
gratis, como había recalcado al explicar su situación. Esteban bajó por el sendero ondulante, saltó la
acequia y se detuvo en el borde de la carretera, justamente en el mismo lugar en que había encontrado,
en la mañana, el billete de diez soles. Al poco rato apareció Pedro y empezaron a caminar juntos,
internándose dentro de la bestia de un millón de cabezas.
Vas a ver qué fácil es vender revistas, Esteban. Las ponemos en cualquier sitio, la gente las ve y, listo,
las compra para sus hijos. Y si queremos nos ponemos a gritar en la calle el nombre de las revistas, y
así vienen más rápido… ¡Ya vas a ver qué bueno es hacer negocios…!
¿Queda muy lejos el sitio? Preguntó Esteban, al ver que las calles seguían alargándose casi hasta el
infinito. Qué lejos había quedado Tarma, qué lejos había quedado todo lo que hasta hacia unos días
había sido habitual para él. No, ya no. Ahora estamos cerca del tranvía y nos vamos gorreando hasta el
centro. ¿Cuánto cuesta el tranvía? ¡Nada, hombre! Y se rió de buena gana. Lo tomamos no más y le
decimos al conductor que nos deje ir hasta la Plaza San Martín.
Más y más cuadras. Y los autos, algunos viejos, otros increíblemente nuevos y flamantes, pasaban
veloces, rumbo sabe Dios dónde.
¿Adónde va toda esta gente en auto?

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Pedro sonrió y observó a Esteban. Pero, ¿Adónde iban realmente? Pedro no halló ninguna respuesta
satisfactoria y se limitó a mover la cabeza de un lado a otro. Más y más cuadras. Al fin término la calle
y llegaron aun especie de parque.
¡Corre! Le gritó Pedro, de pronto. El tranvía comenzaba a ponerse en marcha. Corrieron, cruzaron en dos
saltos la pista y se encaramaron al estribo.
Una vez arriba se miraron, sonrientes….Esteban empezó a perder el temor y llegó a la conclusión de
que seguía siendo el centro de todo. La bestia de un millón de cabezas no era tan espantosa como había
soñado, y ya no le importaba estar siempre, aquí o allá, en el centro mismo, en el ombligo mismo de la
bestia.
Parecía que el tranvía se había detenido definitivamente, esta vez, después de una seria de paradas.
Todo el mundo se había levantado de sus asientos y Pedro lo estaba empujando.
-Vamos, ¿Qué esperas? -¿Aquí es?
-Claro, baja. Descendieron y otra vez a rodar sobre la piel de cemento de la bestia. Esteban veía más
gente y las veía marchar sabe Dios dónde con más prisa que antes. ¿Por qué no caminaban tranquilos,
suaves, con gusto, como la gente de Tarma?
Después volvemos y por estos mismos sitios vamos a vender las revistas.
-Bueno asintió Esteban. El sitio era lo de menos, se dijo, lo importante era vender las revistas, y que la
libra se convirtiera en varias más. Eso era lo importante.
-¿Tú tampoco tienes papá? Le preguntó Pedro, mientras doblaban hacia una calle por la que pasaban
los rieles del tranvía.
-No, no tengo…. Y bajó el cabeza, entristecido. Luego de un momento, Esteban preguntó: - ¿Y tú?
-Tampoco, ni papá ni mamá. Pedro se encogió de hombros y apresuró el paso. Después inquirió
descuidadamente:
¿Y al que le dices “tío”?
-Ah…él vive con mi mamá, ha venido a Lima de chofer…calló, pero en seguida dijo: -Mi papá murió
cuando yo era chico….
-¡Ah caray…! ¿Y tu “tío”, qué tal te trata?
-Bien; no se mete conmigo para nada.
-¡Ah! Habían llegado al lugar. Tras un portón se veía un patio más o menos grande, puertas, ventanas,
y dos letreros que anunciaban revistas al por mayor.
-Ven, entra –le ordenó Pedro.
Esteban adentro. Desde el piso hasta el techo había revistas, y algunos chico como ellos, dos mujeres y
un hombre, estaban seleccionando lo que deseaban comprar. Pedro se dirigió a uno de los estantes y
fue acumulando revistas bajo el brazo. Las contó y volvió a revisarlas.
-Paga.
Esteban vaciló un momento. Desprenderse del billete anaranjado era más desagradable de lo que había
supuesto. Se estaba bien teniéndolo en el bolsillo y pudiendo acariciarlo cuantas veces fuera necesario.
-Paga –repitió Pedro, mostrándole las revistas a un hombre gordo que controlaba la venta
-¿Es justo una libra?
-Sí, justo. Diez revistas a un sol cada una.
Oprimió el billete con desesperación, pero al fin terminó por extraerlo del bolsillo. Pedro se lo quitó
rápidamente de la mano y lo entregó al hombre.
-Vamos –dijo jalándolo.
Se instalaban en la Plaza San Martín, y alinearon las diez revistas en uno de los muros que
circundan el jardín.
-Revistas, revistas, revistas señor, revistas señora, revistas, revistas. Cada vez que una de las
revistas desaparecía con el comprador, Esteban suspiraba aliviado. Quedaban seis revistas y pronto, de
seguir así las cosas, no habría de quedar ninguna.
¿Qué te parece, ah? Preguntó Pedro, sonriendo con orgullo.
-Está bueno, está bueno….y se sintió enormemente agradecido a su amigo y socio.
-Revistas, revistas, ¿no quiere un chiste, señor? –El hombre se detuvo y examinó las carátulas.
¿Cuánto? –Un sol cincuenta no más….La mano del hombre quedó indecisa sobre dos revistas. ¿Cuál,
cual llevará? Al fin se decidió. Cobrese. Y las monedas cayeron, tintineantes, al bolsillo de Pedro.
Esteban se limitaba a observar; meditaba y sacaba sus conclusiones: una cosa era soñar, allá en Tarma,

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con una bestia de un millón de cabezas, y otra cosa era estar en lima, en el centro mismo del universo,
absorbiendo y paladeando con fruición la vida.
El era el socio capitalista y el negocio marchaba estupendamente bien. “Revistas, revistas”
gritaba el socio industrial, y otra revista más que desaparecía en manos impacientes. “¡Apúrate con el
vuelto!”, exclamaba el comprador. Y todo el mundo caminaba a prisa, rápidamente. ¿Adónde van que
se apuran tanto?, pensaba Esteban.
Bueno, bueno, la bestia era una bestia bondadosa, amigable, aunque algo difícil de comprender.
Eso no importaba; seguramente, con el tiempo, se acostumbraría. Era una magnifica bestia que estaba
permitiendo que el billete de diez soles se multiplicara. Ahora ya no quedaban más que dos revistas
sobre el muro. Dos nada más y ocho desparramándose por desconocidos e ignorados rincones de la
bestia. Revistas, revista, chistes a sol cincuenta, chistes….Listo, ya no quedaba más que una revista y
Pedro anunció que eran las cuatro y media.
“¡Caray, me muero de hambre, no he almorzado…! Prorrumpió luego.
-No, no he almorzado….observó a posibles compradores, entre las personas que pasaban, y
después sugirió:
¿Me podrías ir a comprar un pan o un bizcocho?
-Bueno –aceptó Esteban, inmediatamente.
Pedro sacó un sol de su bolsillo y explicó:
-Esto es de los dos cincuenta de mi ganancia, ¿ya?
-Sí, ya sé.
-¿Ves ese cine? Preguntó Pedro señalando a uno que quedaba en la esquina. Esteban asintió.
–Bueno, sigues por esa calle y a mitad de cuadra hay una tiendecita de japoneses. Anda y cómprame
un pan con jamón o tráeme un plátano y galletas, cualquier cosa. ¿ya Esteban?
-Ya.
Recibió el sol, cruzó la pista, pasó por entre dos autos estacionados y tomó la calle que le había
indicado Pedro. Sí, ahí estaba la tienda. Entró.
-Déme un pan con jamón –pidió a la muchacha que atendía.
Sacó un pan de la vitrina, lo envolvió en un papel y se lo entregó. Esteban puso la moneda
sobre el mostrador.
Vale un sol veinte –advirtió la muchacha.
-¡Un sol veinte! -devolvió el pan y quedó indeciso un instante. Luego se decidió: -Déme un sol de
galletas entonces.
Tenía el paquete de galletas en la mano y andaba lentamente. Pasó junto al cine y se detuvo a
contemplar los atrayentes avisos. Miró a su gusto y, luego, prosiguió caminando. ¿Habría vendido Pedro
la revista que le quedaba?
Más tarde, cuando regresara a Junto al Cielo, lo haría feliz, absolutamente feliz. Pensó en ello,
apresuró el paso, atravesó la calle, esperó a que pasaran unos automóviles y llegó a la vereda. Veinte
o treinta metros más allá había quedado Pedro. ¿O se había confundido? Porque ya Pedro no estaba
en el lugar, ni en ningún otro. Llegó al sitio preciso y nada, ni Pedro, ni revista, ni quince soles, ni….
¿Cómo? Había podido perderse o desorientarse? Pero, ¿no era ahí, donde habían estado vendiendo las
revistas? ¿Era o no era? Miró a su alrededor. Sí, en el jardín de atrás seguía la envoltura de un
chocolate. El papel era amarillo con letras rojas y negras, y él lo había notado cuando se instalaron,
hacia más de dos horas. Entonces, ¿no se había confundido? ¿Pedro, y los quince soles, y la revista?
Bueno, no era necesario asustarse, pensó. Seguramente se había demorado y Pedro lo estaba
buscando. Eso tenía que haber sucedido, obligadamente. Pasaron los minutos. No, Pedro no había ido
a buscarlo: ya estaría de regreso de ser así. Tal vez había ido con un comprador a conseguir cambio.
Más y más minutos fueron quedando a sus espaldas. No, Pedro no había ido a buscar sencillo: ya
estaría de regreso, de ser así, ¿Entonces?...
-Señor, ¿tiene hora? -le preguntó a un joven que pasaba.
-Sí, las cinco en punto.
Esteban bajó la vista, hundiéndola en la piel de la bestia y prefirió no pensar. Comprendió que,
de hacerlo, terminaría llorando y eso no podía ser.
El ya tenía diez años, y diez años no eran ni ocho, ni nueve. ¡Eran diez años!
-¿Tiene hora, señorita?
-Sí –sonrió y dijo con una voz linda: Las seis y diez -y se alejó presurosa.

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¿Y Pedro, y los quince soles, y la revista?.... ¿Dónde estaban, en qué lugar de la bestia con un
millón de cabezas estaban?....Desgraciadamente no lo sabía y sólo quedaba la posibilidad de esperar
y seguir esperando…
-¿Tiene hora, señor?
-Un cuarto para las siete.
-Gracias…
¿Entonces? ….Entonces, ¿ya Pedro no iba a regresar?.... ¿Ni Pedro, ni los quince soles, ni la
revista iban a regresar entonces?... Decenas de letreros luminosos se habían encendido. Letreros
luminosos que se apagaban y se volvían a encender; y más y más gente sobre la piel de la bestia. Y
la gente caminaba con más prisa ahora. Rápido, rápido, apúrense, más rápido aún, más, más, hay que
apurarse muchísimo más, apúrense más….Y Esteban permanecía inmóvil, recostado en el muro, con
el paquete de galletas en la mano y con las esperanzas en el bolsillo de Pedro…Inmóvil, dominándose
para no terminar en pleno llanto.
Entonces, ¿Pedro lo había engañado?... ¿Pedro, su amigo, le había robado el billete anaranjado?...
¿O no seria, más bien, la bestia con un millón de cabezas la causa de todo? … Y, ¿acaso no era Pedro
parte integrante de la bestia?....
Sí y no. Pero ya nada importaba. Dejó el muro, mordisqueó una galleta y, desconsolado, se dirigió
a tomar el tranvía.

COMPRENSIÓN DE LECTURA
Con ayuda del diccionario anota el significado de las siguientes palabras:
Vocabulario:

a) Incrédulo: …………………………………………………………………………………

b) Atisbar: …………………………………………………………………………………

c) Titubear: …………………………………………………………………………………

d) Dócil: …………………………………………………………………………………

e) Oscilar: …………………………………………………………………………………

f) Asentir: …………………………………………………………………………………

Preguntas de Comprensión: Responde a las siguientes preguntas:

1. ¿En qué ciudad del Perú se desarrolla la acción? ¿Y en qué sitios específicamente
se centra ésta?
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2. ¿Es ésta una historia actual, de nuestro siglo? ¿Cómo podrías demostrarlo?
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3. ¿Qué fue “aquello” que Esteban encontró junto al sendero que corría paralelamente a
la pista? ¿Qué reflexiones se hizo en torno a este hallazgo?
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4. ¿Cómo aparece Lima a los ojos de Esteban? ¿Por qué la llama “La bestia con millón de
cabezas”?

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5. ¿Con quiénes se encuentra Esteban? ¿Qué hacían en la vereda estas personas?


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6. ¿Quién se queda de aquel grupo? ¿Qué diálogo se entabla de inmediato entre los dos
niños?
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7. ¿Cuánto tiempo jugaron Pedro y Esteban? ¿Cómo se sentía Esteban en compañía


de su amigo?
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8. ¿Cómo reacciona Pedro cuando Esteban le muestra el billete que se encontró? ¿Qué
negocio acuerdan emprender?
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9. ¿Adónde se dirigen luego? ¿Qué hacen cuando ya tienen las revistas?


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10. ¿Se vendían fácilmente las revistas? ¿Cómo lo sabes?


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11. ¿Qué le ordenó Pedro a Esteban cuando ya sólo quedaba una revista? ¿Cumplió
Esteban con el encargo?
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12. ¿Que comprueba Esteban cuando regresa al lugar donde había estado con su amigo
vendiendo las revistas?

13. ¿Cómo se siente? ¿Qué piensa? ¿Qué dolorosas reflexiones se hace cuando está
convencido que su amigo lo había engañado?
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Escribe el Sinónimo y Antónimo de las siguientes palabras:

Razonamiento Verbal:

Sinónimo Antónimo
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a) Divisar …………………………………. ………………………………….

b) Abracar …………………………………. ………………………………….

c) Agitar …………………………………. ………………………………….

d) Inquieto …………………………………. ………………………………….

e) Extraer …………………………………. ………………………………….

TEXTO Nº 2

Lee detenidamente la siguiente lectura:

“LOS OJOS DE LINA”


Clemente Palma

El teniente Jym de la Armada Inglesa era nuestro amigo. Cuando entró en la Compañía Inglesa de
Vapores le veíamos cada mes y pasábamos una o dos noches con él en alegre francachela. Jym
había pasado gran parte de su juventud en Noruega, y era un insigne bebedor de güisqui y de ajenjo;
bajo la acción de estos licores le daba por cantar con voz estentóreo lindas baladas escandinavas, que
después nos traducía. Una tarde fuimos a despedirnos de él a su camarote, pues al día siguiente
zarpaba el vapor para San Francisco. Jym no podía cantar en su cama a voz en cuello, como tenía
costumbre, por razones de disciplina naval, y resolvimos pasar por la velada refiriéndonos historias y
aventuras de nuestra vida, sazonando las relaciones con sendos sorbos de licor. Serian las dos de la
mañana cuando terminamos los visitantes de Jym se arrellanó en un sofá; puso en una mesita próxima
una pequeña botella de ajenjo y un aparato para destilar agua; encendió un puro y comenzó a hablar
del modo siguiente:
No voy a referiros una balada ni una leyenda del Norte, como en otras ocasiones; hoy se trata
de una historia verídica, de un episodio de mi vida de novio. Ya sabéis que, hasta hace dos años, he
vivido en Noruega; por mi madre soy noruego, pero mi padre me hizo súbdito inglés. En Noruega me
casé. Mi esposa se llama Axelina o Lina, como yo la llamo, y cuando tengáis la ventolera de dar un paseo
por Cristiana, id a mi casa, que mi esposa os hará con mucho gusto los honores.
Empezaré por deciros que Lina tenía los ojos más extrañamente endiablados del mundo. Ella
tenía diez y seis años y yo estaba loco de amor por ella, pero profesaba a sus ojos el odio más
rabioso que puede caber en corazón de hombre. Cuando Lina fijaba sus ojos en los míos me
desesperaba, me sentía inquieto y con los nervios crispados; me parecía que alguien me vaciaba una
caja de alfileres en el cerebro y que se esparcían a lo largo de mi espina dorsal; un frío doloroso
galopaba por mis arterias, y la epidermis se me erizaba, como sucede a la generalidad de las personas
al salir de un baño helado, y a muchas al tocar una fruta peluda, o al ver el filo de una navaja, o al
rozar con las uñas el terciopelo, o al escuchar el frufrú de la seda o al mirar una gran profundidad. Esa
misma sensación experimentaba al mirar los ojos de Lina. He consultado a varios médicos de mi
confianza sobre este fenómeno y ninguno me ha dado la explicación; se limitaban a sonreír y a decirme
que no me preocupara del asunto, que yo era un histérico, y no sé qué otras majaderías. Y lo peor es
que yo adoraba a Lina con exasperación, con locura, a pesar del efecto desastroso que me hacían sus
ojos. Y no se limitaban estos efectos a la tensión álgida de mi sistema nervioso; había algo más
maravilloso aún, y es que cuando Lina tenía alguna preocupación o pasaba por ciertos estados psíquicos
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y fisiológicos, veía yo pasar por sus pupilas, al mirarme, en la forma vaga de pequeña sombras fugitivas
coronadas por puntitos de luz, las ideas; sí, señores, las ideas. Esas entidades inmateriales e invisibles
que tenemos todos o casi todos, pues hay muchos que no tienen ideas en la cabeza, pasaban por
las pupilas de Lina con formas inexpresables. He dicho sombras porque es la palabra que más se
acerca. Salían por detrás de la esclerótica, cruzaban la pupila y al llegar a la retina destellaban, y entonces
sentía yo que en el fondo de mi cerebro respondía una dolorosa vibración de las células, surgiendo a
su vez una idea dentro de mi.
Se me ocurría comparar los ojos de Lina al cristal de la claraboya de mi camarote, por el que
veía pasar, al anochecer, a los peces azorados con la luz de mi lámpara, chocando sus estrafalarias
cabezas contra el macizo cristal, que, por su espesor y convexidad, hacia borrosas y deformes sus
siluetas, cada vez que veía esa parranda de ideas en los ojos de Lina, me decía yo; ¡Vaya! ¡Ya están
pasando los peces! Sólo que éstos atravesaban de un modo misterioso la pupila de mi amada y
formaban su madriguera en las cavernas oscuras de mi encéfalo.
Pero ¡bah! , soy un desordenado. Os hablo del fenómeno sin haberos descrito los ojos y las
bellezas de mi Lina. Lina es morena y pálida: sus cabellos undosos se rizaban en la nuca con tan
adorable encanto, que jamás belleza de mujer alguna me sedujo tanto como el dorso del cuello de
Lina, al sumergirse en sedosa negrura de sus cabellos. Los labios de Lina, casi tirantez infantil del labio
superior, eran tan rojos que parecían acostumbrados a comer fresas, a beber sangre o a depositar la de
los intensos rubores; probablemente esto último, pues, cuando las mejillas de Lina se encendían,
palidecían aquellos. Bajo esos labios había unos dientes diminutos tan blancos, que luminaban la faz
de Lina, cuando un rayo de luz jugaba sobre ellos. Era para mí una delicia ver a Lina morder cerezas;
de buena gana me hubiera dejado morder por esa deliciosa boquita, a no ser por esos ojos
endemoniados que habitaban más arriba. ¡Esos ojos! Lina, repito, es morena, de cabellos, cejas y pestañas
negras. Si la hubierais visto dormida alguna vez, yo os hubiera preguntado: ¿De qué color creéis que
tiene Lina los ojos? A buen seguro que, guiados por el color de su cabellera, de sus cejas y pestañas
me habríais respondido: negros. ¡Qué chasco! Pues, no, señor; los ojos de Lina tenían color, es claro,
pero ni todos los oculistas del mundo, ni todos los pintores habrían acertado a determinarlo ni a
reproducirlo. Los ojos de Lina eran de un corte perfecto, rasgados y grandes; debajo de ellos una línea
azulada formaba la ojera y aprecia como la tenue sombra de sus largas pestañas. Hasta aquí, como
veis, nada hay de raro; éstos eran los ojos de Lina cerrado o entornados; pero una vez abiertos y
lucientes las pupilas, allí de mis angustias. Nadie me quitará de la cabeza que Mefistófeles tenía su
gabinete de trabajo detrás de esas pupilas. Eran ellas de un color de fluctuaba entre todos los de la
gama, y sus más complicadas combinaciones. A veces me parecían dos grandes esmeraldas,
alumbradas por detrás por luminosos carbunclos. Las fulguraciones verdosas y rojizas que despedían se
irisaban poco a poco y pasaban por mil cambiantes, como las burbujas de jabón, luego venia un color
indefinible, pero uniforme, a cubrirlos todos, y en medio palpitaba un puntito de luz, de lo más
mortificante por los tonos felinos y diabólicos que tomaba. Los hervores de la sangre de Lina, sus
tensiones nerviosas, sus irritaciones, sus placeres, los alambicamientos y juegos de su espíritu, se
denunciaban por el color que adquiría ese punto de luz misteriosa.
Con la continuidad de tratar a Lina llegué a traducir algo los brillores múltiples de sus ojos. Sus
sentimentalismos de muchacha romántica eran verdes, sus alegrías, violadas, sus celos amarillos, y rojos
sus ardores de mujer apasionada. El efecto de estos ojos en mí era desastroso. Tenían sobre mí un
imperio horrible, y en verdad yo sentía mi dignidad de varón humillada con esa especie de esclavitud
misteriosa, ejercida sobre mi alma por esos ojos que odiaba como a personas. En vano era que tratara
de resistir; los ojos de Lina me subyugaban, y sentía que me arrancaban el alma para triturarla y
carbonizarla entre dos chispazos de esas miradas de Luzbel. Por último, tenía yo que bajar la mirada,
porque sentía que mi mecanismo nervioso llegaba a torsiones desgarradora, y que mi cerebro saltaba
dentro de mi cabeza, como0 un abejorro encerrado dentro de un horno. Lina no se daba cuenta del
efecto desastroso que me hacían sus ojos. Todo Christhianía se los elogiaba por hermosos y a nadie
causaban la impresión terrible que a mí: sólo yo estaba constituido para ser la victima de ellos. Yo tenía
reacciones de orgullo; a veces pensaba que Lina abusaba del poder que tenía sobre mí, y que se
complacía en humillarme; entonces mi dignidad de varón se sublevaba vengativa reclamando
imaginarios fueros, y a mi vez me entretenía en tiranizar a mi novia, exigiéndole sacrificios y
mortificándola hasta hacerla llorar. En el fondo había una intención que yo trataba de realizar
disimuladamente; si, en esa valiente sublevación contra la tiranía de esas pupilas embozada mi cobardía:

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haciendo llorar a Lina la hacia cerrar los ojos, y cerrados los ojos me sentía libre de mi cadena. Pero la
pobrecilla ignoraba el arma terrible que tenía contra mí; sencilla y candorosa, la buena muchacha tenía
un corazón de oro y me adoraba y me obedecía. Lo más curioso es que yo, que odiaba sus hermosos
ojos, era por ellos que la quería. Aun cuando siempre salía vencido, volvía siempre a luchar contra esas
terribles pupilas, con la esperanza de vencer. ¡Cuántas veces las rojas fulguraciones del amor me hicieron
el efecto de cien cañonazos disparados contra mis nervios! Por amor propio no quise revelar a Lina mi
esclavitud.
Nuestros amores debían tener una solución como la tienen todos: o me casaba con Lina o
rompía con ella. Esto último era imposible, luego tenía que casarme con Lina. Lo que me aterraba, de
la vida de casado, era la perduración de esos ojos que tenían que alumbrar terriblemente mi vejez.
Cuando se acercaba la época en que debía pedir la mano de Lina a su padre, un rico armador, la obsesión
de los ojos de ella me era insoportable. De noche los veía fulgurar como ascuas en la oscuridad de mi
alcoba; veía al techo y allí estaba terribles y porfiados; miraba la pared y estaban incrustados allí;
cerraba los ojos y los veía adheridos sobre mis parpados con una tenacidad luminosa tal, que su fulgor
iluminaba el tejido de arterias y venillas de la membrana. Al fin, rendido, dormía, y las miradas de Lina
llenaban mi sueño de redes que se apretaban y me estrangulaban el alma. ¿Qué hacer? Formé mis
planes; pero no sé si por orgullo, amor, o por una noción del deber muy grabada en mi espíritu, jamás
pensé en renunciar a Lina.
El día en que la pedí, Lina estuvo contentísima y qué endiabladamente! La estreché en mis brazos
delirantes de amor, y al besar sus labios sangrientos y tibios tuve que cerrar los ojos casi desvanecidos.
¡Cierra los ojos, Lina mía, te lo ruego!
Lina, sorprendida, los abrió más, y al verme pálido y descompuesto me preguntó asustada,
cogiéndome las manos:
-¿Qué tienes, Jym?...Habla. ¡Dios Santo!... ¿Estás enfermo? Habla.
-No….perdóname; nada tengo nada….-la respondí sin mirarla.
-Mientes, algo te pasa…
-Fue un vahído, Lina….Ya pasará….
-¿Y pro qué querías que cerrara los ojos? No quieres que te mire, bien mío.
No respondí y la miré medroso, ¡oh!, allí estaban esos ojos terribles, con todos sus insoportables
chisporroteos de sorpresa, de amor y de inquietud. Lina, al notar mi turbado silencio, se alarmó más.
Se sentó sobre mis rodillas, cogió mi cabeza entre sus manos y me dijo con violencia:
-No, Jym, tú me engañas, algo extraño pasa en ti desde hace algún tiempo: tú has hecho algo
malo, pues sólo los que tienen un peso en la conciencia no se atreven a mirar de frente. Yo te conoceré
en los ojos, mírame, mírame.
Cerré los ojos y la besé en la frente.
-No me beses; mírame, mírame.
-¡Oh, por Dios, Lina, déjame!....
-¿Y por qué no me miras? -insistió casi llorando.
Yo sentía onda pena de mortificarla y a la vez mucha vergüenza de confesarle mi necedad: No
te miro, porque tus ojos me asesinan; porque les tengo un miedo cerval, que no me explico, ni puedo
reprimir. Callé, pues , y me fui a mi casa, después que Lina dejó la habitación llorando.
Al día siguiente, cuando volví a verla, me hicieron pasar a su alcoba: Lina había amanecido
enferma con angina. Mi novia estaba en cama y la habitación casi a oscuras. ¡Cuánto me alegré de
esto último! Me senté junto al lecho y la hablé apasionadamente de mis proyectos para el futuro. En la
noche había pensado que lo mejor para que fuéramos felices, era confesarle mis ridículos sufrimientos.
Quizá podríamos ponernos de acuerdo…Usando anteojos negros…quizá. Después que la referí mis
dolores, Lina se quedó un momento en silencio.
-¡Bah, qué tontería! –fue todo lo que contestó.
Durante veinte días no salió Lina de la cama y había orden del médico de que no me dejaran
entrar. El día en que Lina se levantó me mandó llamar. Faltaban pocos días para nuestra boda, y ya
había recibido infinidad de regalos de sus amigos y parientes. Me llamó Lina para mostrarme el vestido
de azahares, que le habían traído durante su enfermedad, así como los obsequios. La habitación estaba
envuelta en una oscura penumbra en la que apneas podía yo ver a Lina; se sentó en un sofá de
espaldas a la entornada ventana, y comenzó a mostrarme brazaletes, sortijas, collares, vestidos, unas
palomas de alabastro, dijes, zarcillos y no sé cuánta preciosidad. Allí estaba el regalo de su padre, el

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viejo armador: consistía en un pequeño yate de paseo, es decir, no estaba el yate, sino el documento de
propiedad; mis regalos también estaban y también el que Lina me hacia, consistente en una cajita de
cristal de roca, forrada con terciopelo rojo.
Lina me alcanzaba sonriente los regalos, y yo, con galantería de enamorado, le besaba la mano.
Por fin, trémula, me alcanzó la cajita.
-Mírala a la luz me dijo, son piedras preciosas, cuyo brillo conviene apreciar debidamente.
Y tiró de una hoja de la ventana. Abrí la caja y se me erizaron los cabellos de espanto; debí
ponerme monstruosamente pálido. Levanté la cabeza horrorizado y vi a Lina que me miraba fijamente
con unos ojos negros, vidriosos e inmóviles. Una sonrisa, entre amorosa e irónica, plegaba los labios de
mi novia, hechos con zumos de fresas silvestres. Salté desesperado y cogí violentamente a Lina de la
mano.
-¿Qué has hecho, desdichada?
-¡Es mi regalo de boda! Respondió tranquilamente.
Lina estaba ciega. Como huéspedes azorados estaban en las cuencas unos ojos de cristal, y los
suyos, los de mi Lina, esos ojos extraños me miraban amenazadores y burlones desde el fondo de la
caja roja, con la misma mirada endiablada de siempre…
Cuando terminó Jym, quedamos todos en silencio, profundamente emocionados. En verdad que la
historia era terrible. Jym tomó un vaso de ajenjo y se lo bebió de un trago. Luego nos miró con aire
melancólico. Mis amigos miraban, pensativos, el uno la claraboya del camarote y el otro la lámpara que
se bamboleaba a los balances del buque. De pronto, Jym soltó como un enorme cascabel en medio de
nuestras meditaciones.
-¡Hombres de Dios! ¿Creéis que hay mujer alguna capaz de sacrificio que os he referido? Si los
ojos de una mujer os hacen daño, ¿sabéis cómo lo remediará ella? Pues arrancándolos los vuestros
para que no veáis los suyos. No; amigos míos, os he referido una historia inverosímil cuyo autor tengo el
honor de presentaros.
Y nos mostró, levantando en alto su botellita de ajenjo, que parecía una solución concentrada
de esmeraldas.

COMPRENSIÓN DE LECTURA

Vocabulario: Con ayuda del diccionario anota el significado de las siguientes palabras:

a) Arrellanarse: …………………………………………………………………………………

b) Ventolera: …………………………………………………………………………………

c) Azorado: …………………………………………………………………………………

d) Carbunclo: …………………………………………………………………………………

e) Subyugar: …………………………………………………………………………………

f) Embozado: …………………………………………………………………………………

Preguntas de Comprensión: Responde a las siguientes preguntas:

1. ¿En qué lugar ocurren los hechos? ¿Cómo es ese lugar?


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2. Al empezar la acción, ¿es de día o es de noche??como lo sabes?


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3. ¿Quién era Jym? ¿Qué datos sobre su vida nos ofrece el autor?
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4. ¿Por qué se reunieron Jym y sus amigos ese día en el camarote?


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5. ¿Qué es lo que Jym siente por Lina? Sin embargo, ¿Qué cosa le preocupa?
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6. ¿Cómo eran los ojos de Lina? ¿Qué efecto el causaban al teniente la mirada de esos
ojos?
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7. ¿Qué opinaban los medios cuando el joven les consultaba sobre su problema?
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8. ¿Qué rasgos físicos y espirituales destaca Jym al hablar de la belleza de su amada?


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9. ¿Qué ocurrió el día que Jym pidió la mano de Lina?


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10. ¿Por qué razón la bella joven tuvo que guardar cama durante 20 días?
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11. ¿Qué sucedió el día que Lina se levantó y mandó llamar a Jym?
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12. ¿Cómo concluye su relato del teniente?


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Razonamiento Verbal: Escribe el Sinónimo y Antónimo de las siguientes palabras:

Sinónimo Antónimo

a) Ciega …………………………………. ………………………………….

b) Horrorizado …………………………………. ………………………………….

c) Sorpresa …………………………………. ………………………………….

d) Sencilla …………………………………. ………………………………….

e) Desastroso …………………………………. ………………………………….

TEXTO 03

Lee detenidamente la siguiente lectura:

FUE EL EN PERÚ
Ventura García Calderón

“Aquí nació, niñito”, murmuraba la anciana masticando un cigarro apagado. Ella me hizo jurar
discreción eterna; mas ¿Cómo ocultar al mundo la alta y sublime verdad que todos los historiadores
falsificaban? “Se aconchabaron para que no lo supieran náidenes, porque es tierra pobre”, me explicaba
la vieja. Extendió la mano, resquebrajada como el nogal, para indicarme de qué manera se llevaron al
niño lejos y nadie supo si nació en tierra peruana. Pero día ha de venir en que todo se cuente. Su
tatarabuela, que Dios haya en su santa gloria, vio y palpó los piecesitos helados por el frío de la puna;
y fue una llama de lindo porte la primera que se arrodilló, como ellas saben hacerlo, con elegancia
lenta, frotando la cabeza inteligente en los pies machados de la primera sangre. Después vinieron las
autoridades.
La explicación comenzaba a ser confusa; pedí nuevos informes, y minuciosamente lo supe todo:
la huida, la llegada nocturna , el brusco nacimiento, la escandalosa denegación de justicia, en fin, que
es el más torpe crimen de la historia. “Le contaré –decía la vieja, chupando el pucho como un biberón.
Perdóname, niñito: pero fue cosa de los blancos.

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No podía sorprenderme esta nueva culpa de mi raza. Los blancos somos en el Perú, para la
gente de color, responsables de tres siglos injustos. Vinimos de la tierra española hace mucho tiempo,
y el indio cayó aterrado bajo el relámpago de nuestras espingardas. Después trajimos en naos de
tres puentes, del Senegal o de allende, con cadenas en los pies y mordaza en la boca, las “piezas
de ébano”, como se dijo entonces, que, bajo el látigo del mayoral, gimieron y murieron por los
caminos.
También debía de ser aquella, atrocidad, cosa de los blancos, pues la pobre india doncella –
aseguraba la vieja tuvo que fugarse a lomo de mula muy líos, del lado de Bolivia, con su esposo,
que era carpintero. “¡Si supiera, niñito, las lindas maderas que trujo de por allí mi compadre
Feliciano!”.
El relato de la negra Simona comienza a ser tan confuso que es menester resumirlo con sus
propias palabras: “Gobernaba entonces el departamento un canalla judío, como los hay aquí tantos hoy
día, niñito, uno de aquéllos que hacen trabajar a los hijos del país pagando coca y aguardiente no
más. Si se niegan, se les recluta para el Ejército. Es la leva, que llaman. Fue así como obtuvieron
aquellos indios que le horadaron el pecho al Santo Cristo; pero esto fue más tarde y todavía no había
nacido aquí. Agarró y mandó el prefecto que los indios no salieran de cada departamento, mientras
en la tierra vecina otro que tal, hereje y perdido como él, no quería que tuvieran hijos, porque se
estaba acabando el maíz en la comarca. Entonces se huyeron, a lomo de mula, la Virgen , que era
indiecita, y San José, que era mulato. Fue en este tambo, mi amito, en que pasaron la divina noche.
Las gentes que no saben no tienen más que ver cómo está vestida la Virgen, con el mismo manto
de las serranas clavado en el pecho con el topo de oro, y las sandalias, ojotas que llaman, en los
pies polvorientos, sangrados en las piedras de los Andes. San José vino hasta el tambo al pie de la
mula, y en quechua pidió al tambero que les permitiera dormir en el pesebre. Todita la noche las
quenas de los ángeles estuvieron tocando para calmar los dolores de Nuestra Señora, que no quería
llamar a náidenes. Cuando salió el sol sobre la puna, ya estaba llorando de gozo porque en la paja
sonreía su preciosura, su corazoncito, su palomita. Era una guagua linda, ¡caray!, que la Virgen, como
todas las indias, quería colgar ya el poncho en la espalda. Entonces lo que pasó nadie creerlo, niñito.
Le juro por estas santas cruces que las llamas del camino se pusieron de rodillas, y bajó la nieve de
las cintas como si se hubieran derretido con el calor los hielos del mundo. Hasta el prefeto comprendió
lo que pasaba y vino volando. Cuando ¡quién te dice que a la hora del hora se viene derechito, seguido
por un indio cacique y el rey de los mandingas, que era esclavo del mismo amo que mi tatarabuela!
Esos son los Reyes Magos que llaman. El blanco, el indio y el negro venían por el camino, entre las
llamas arrodilladas, que bajaban de las minas con su barrote de oro en el lomo. Hasta los cóndores de
las altas peñas no atacaban ya a los corderos. Entonces, como iba diciendo, llegaron los tres hombres
al tambo, y nunca más se ha visto que un prefeto blanco se ponga de rodillas, junto a la cuna de un
hijo del país. Nunca en jamás, los indios han vuelto a estar tan alegres como lo estuvieron en la
puerta del tambo, bailando el cacharpari y mascando jora para la chicha que había de beber el santo

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niño. Ya los mozos de los alrededores llegaban trayendo los pañales de lana roja y los ponchitos de
colores y esos cascabeles con que adornan a las llamas en las ferias. Y cuando llegó el prefecto con
el cacique y el rey de los mandigas, todos callaron, temerosos. Y cuando el blanco dejó en brazos del
niño santo la barra de oro puro, nuestro amito sonrió con desprecio. Y cuando los otros avanzaron
gimoteando que no tenían para su amito y señor sino collares de guayruros y esos mates de colores
en que sirven la chicha de jora y las mazorcas de maíz más doradas que el oro, Su Majestad, como
le estaba diciendo, abrió los bracitos y jabló… La mala gente dirán que no podía jablar entuvia; pero
el Niño Dios lo puede todo, y el rey de los mandingas le oyó clarito estas razones: “El color no ofende,
hermano”. Entonces un grito de contento resonó hasta en los Andes, y todos comprendieron que ya no
habría que todos iba a ser hijos parejos del Amor divino, como habían prometido los curas en los
sermones. La vara de San José estaba abierta lo mismito que los floripondios, y los arrieros que
llegaban dijeron que los blancos gritaban en la casa del cura, con el látigo en la mano. Sin que nadie
supiera cómo ni de qué manera, en menos tiempo que dura una salve, se llevaron al Niño en unos
serones, poniendo al otro lado chirimoyas para que hicieran contrapeso. La Virgen y santo Esposo iban
detrás, cojeando con el cepo en los pies”.
“Y desde aquel tiempo, niñito, nadie puede hablar del estropicio en la provincia sin que lo
manden mudar a la chirona. Pero todos sabemos que su Majestad murió y resucitó después y se
vendrá un día por acá para que la mala gente vean que es de color capulí, como los hijos del país.
Y entonces mandarán fusilar a los blancos, y los negros serán los amos, y no habrá tuyo ni mío, ni
levas, ni prefetos, ni tendrá que trabajar el pobre para que engorde el rico….
La negra Simona tiró el pucho, se limpió una lágrima con el dorso de la mano, cruzó los
dedos índice y pulgar para decirme:
“Un Padrenuestro por las almas del Purgarotorio, y júreme, niño, por estas cruces, que no le dirá
a náidenes cómo nació en este tambo el Divino Hijo de Su Majestad que está en el Cielo, amén”.

COMPRENSIÓN DE LECTURA

Vocabulario: Con ayuda del diccionario anota el significado de las siguientes palabras:

a) Allende: …………………………………………………………………………………

b) Nao: …………………………………………………………………………………

c) Cepo: …………………………………………………………………………………

d) Aterrado: …………………………………………………………………………………

e) Mayoral: …………………………………………………………………………………

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f) Espingarda: …………………………………………………………………………………

Preguntas de Comprensión: Responde a las siguientes preguntas:

1. Por las referencias que se ofrecen, ¿Cuándo ocurren estos hechos?


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2. ¿Dónde se refugian la Virgen y San José?
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________________________________________________________________

3. ¿Cómo era el niño que acababa de nacer?


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4. ¿Qué cosas extrañas ocurren apenas nace el Niño?


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5. ¿Qué regalos traen los mozos de los alrededores? ¿Qué regalos traen los blancos?
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6. ¿Qué dijo el Niño-Dios sobre los regalos que le hicieron unos y otros?
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7. ¿Qué mensaje portaban estas palabras?
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Razonamiento Verbal: Escribe el Sinónimo y Antónimo de las siguientes palabras:

Sinónimo Antónimo

a) Falsifican …………………………………. ………………………………….

b) Denegación …………………………………. ………………………………….

c) Mascando …………………………………. ………………………………….

d) Sermón …………………………………. ………………………………….

e) Precioso …………………………………. ………………………………….

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