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JACQUES DUPONT

INTRODUCCIÓN A LAS BIENAVENTURANZAS


"Con razón o sin ella, lo cierto es que se habla a menudo de las Bienaventuranzas como
una condensación del mensaje evangélico, o como un criterio de la autenticidad
cristiana". Con estas palabras introduce el autor, sobradamente conocido por su obra
exhaustiva precisamente sobre el tema, este artículo que nació como conferencia y que
pretende solamente aportar algunos matices de interpretación. Para ello parte de las
notables diferencias entre Mateo y Lucas y pasa a continuación a analizar con cierto
detalle la versión mateana.

Introduction aux Beatitudes, Nouvelle Revue Théologique, 98 (1976) 97-108

LAS DOS VERSIONES

Los datos divergentes

Tanto en Mateo como en Lucas las Bienaventuranzas constituyen el exordio de lo que


podríamos llamar un discurso-programa: al comienzo de su ministerio en Galilea, Jesús
expone cómo concibe él las exigencias de Dios. Mateo, sin embargo, recoge en este
discurso muchas palabras que no se encuentran en Lucas o que éste sitúa en otro lugar.
Por lo demás, mientras Lucas subraya sobre todo el deber de amar al prójimo, incluso a
los enemigos, Mateo pone el acento en la superación de la Ley judía por las exigencias
del Evangelio.

En lo que concierne ya a las Bienaventuranzas sorprende, en primer lugar, que Mateo


refiera nueve y Lucas sólo cuatro, seguidas de la contrapartida (¡Ay de vosotros...!).
Pero lo llamativo es la diferencia de contenido: la primera de Lucas se dirige a los
hombres que son pobres. Mateo en cambio habla de los pobres "de espíritu"; en la
siguiente, Lucas se dirige a los que tienen hambre ahora, Mateo lo hace a los que tienen
"hambre y sed de justicia". La diferencia es manifiesta: Lucas tiene presentes
situaciones concretas que son causa de sufrimiento; Mateo, por su parte, evoca
disposiciones espirituales, actitudes de alma.

El problema planteado

¿Cuál es el origen de estas fuertes divergencias? ¿Es posible remontarnos más allá de
las dos versiones para hacernos una idea de lo que Jesús ha dicho y ha querido decir en
realidad? Por lo demás, todos sabemos que el discurso de una personalidad política o
religiosa no es resumido de la misma manera por un periódico de derechas que por otro
de izquierdas; cada uno subrayará lo que le interesa y responde a sus preocupaciones.

El propósito de los evangelistas no fue elaborar un reportaje neutro y estrictamente


"objetivo", ni reproducir literalmente las palabras de Jesús, sino más bien hacer
comprender a sus lectores cristianos el alcance concreto para su vida concreta, distinta a
la que Jesús vivió. Esta actualización es sin duda más respetuosa de la intención de
Jesús que no el respeto supersticioso a sus palabras literales.
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El oráculo de Isaías

Volviendo sobre el ejemplo aducido, para aclararnos sobre las verdadera interpretación
de un discurso resumido por periódicos de tendencia diferente, nos ayudará encontrar un
tercer testimonio que esté menos directamente comprometido; podremos así discernir
entre lo realmente dicho y sus interpretaciones.

Este tercer testigo podría ser, en el caso de las Bienaventuranzas, el oráculo de Is 61, 1-
2 que jugó un papel importante en la manera como Jesús presentó su misión a sus
contemporáneos. Hay razones de peso `para suponer que Jesús quiso hacerse eco de este
oráculo: "El Espíritu del Señor ... me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres,
etc". A partir de aquí parece posible arriesgarse a reconstruir una forma que haga más
comprensible las dos interpretaciones de Mateo y Lucas. Esta base común contendría
aproximadamente esto:

"Felices los pobres, porque el Reino de Dios es de ellos.

Felices los que tienen hambre, porque serán saciados.

Felices los afligidos, porque serán consolados".

Tratemos, pues, de encontrar el lugar propio de estas tres Bienaventuranzas en el


ministerio de Jesús.

LA BUENA NUEVA ANUNCIADA A LOS POBRES

No es necesario insistir en que estas tres Bienaventuranzas pueden tomarse como un


todo. Los pobres, los que tienen hambre y los afligidos son como tres aspectos de una
misma situación de angustia, causa de sufrimiento y degradación para los que se hallan
sumidos en ella.

La primera da el tono. Es la que recuerda mejor el oráculo de Isaías 61: al declarar que
los pobres son felices, Jesús da un giro concreto a la Buena Nueva de la que él se sabe
mensajero para los pobres. Las dos siguientes precisan y amplían el contenido de la
primera.

Los "pobres"

Para nosotros, la palabra "pobres" (del latín pauper) designa a los que tienen "poco",
pocos bienes, sin llegar a ser necesariamente indigentes. Pero en el evangelio, los pobres
(ptõchoi) son propiamente los indigentes, los desgraciados a los que hay que socorrer
con limosna; no es casual que las Bienaventuranzas los asocien a los que tienen hambre.
Añadamos que el trasfondo semítico (hebreo o arameo) confiere aún otro matiz al
término: los anawim son etimológicamente las gentes "doblegadas", rebajadas,
humilladas. Su miseria les pone bajo la inexorable dependencia de otros; ellos están
obligados a doblegarse; carecen totalmente de medios para resistir o defenderse.
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Para estos desgraciados, es para los que el anuncio del Reino de Dios constituye
verdaderamente la Buena Nueva. Los cambios producidos por el Reino les reportarían
el fin de sus sufrimientos: los que tienen hambre nadarán en la abundancia... Podríamos
continuar con el oráculo de Isaías: el Reino de Dios significará también la liberación de
los oprimidos, etc.

El "mérito" de la pobreza

Pero ¿por qué estos desgraciados han de ser los privilegiados del Reino de Dios?
Muchos cristianos se asombran. Según una cierta manera de entender el Evangelio
como un código de moral individual, se preguntan en qué son mejores los pobres para
merecer la dicha que les es anunciada. ¿Qué mérito tiene ser pobre, tener hambre?

La cuestión está mal planteada, pues no se trata del mérito de la miseria sino de la
manera como Dios entiende ejercer su realeza. Lo que se espera de un buen rey -y así
pensaba Israel que haría Dios- es que asegure la justicia a sus súbditos: que los libere,
en su caso, de los opresores extranjeros, pero también que asegure a cada uno de sus
súbditos el pleno disfrute de sus derechos. Los poderosos y los ricos tenderán siempre a
abusar de los pobres y de los débiles. Aquí es precisamente donde interviene el poder
real: el rey es el protector y defensor de los que no pueden defenderse por sí mismos, el
que hace justicia a la viuda y al huérfano, al oprimido y al emigrante. La justicia real
juega a favor de los débiles y pobres en contra de los poderosos y ricos. Estas son las
esperanzas que evoca y alienta el Reino de Dios, expresadas por Is 11, 6-9 con las
imágenes del lobo que se echa con el cordero, el león que come paja como los bueyes,
etc. Es decir, en el Reino de Dios el criterio no es el apetito de cada uno, sino la garantía
de una justicia gracias a la cual los débiles no han de temer más a los fuertes.

He aquí, según nos parece, el presupuesto a partir del cual las Bienaventuranzas
adquieren su sentido auténtico. Al proclamar felices a los pobres, Jesús expresa su
seguridad de que el Reino de Dios, el Reino de la justicia, está cerca. Y esto nos invita a
los cristianos a preguntarnos si damos testimonio de este Reino y de esta esperanza. Si a
Jesús le parece evidente que Dios está de parte de los pobres, ¿de parte de quién
estamos nosotros?

Los que sufren persecución por Cristo

Esta bienaventuranza es, por un lado, parecida a las tres anteriores, pues habla también
de las gentes que sufren y cuya situación constituye una ofensa para la justicia de Dios.
Pero, por otra parte, es diferente en cuanto el motivo del sufrimiento es la causa de
Cristo. Así pues, la bienaventuranza se dirige a los cristianos que sufren malos tratos
por su fidelidad a Jesús. De alguna manera se explicita lo que estaba implícito en las
otras tres. Jesús se presenta como el mensajero del que habla Is 61, 1ss, cuyo eco son las
Bienaventuranzas. Si los pobres son felices es porque Jesús es el mensajero cuya misión
inaugura los tiempos mesiánicos, los tiempos nuevos.
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"Por mi causa..."

La explicitación de la última bienaventuranza se comprend e mejor si se tiene en cuenta


una sentencia recogida cuatro veces en los sinópticos (Mt 10, 32-33; Mc 8, 38; Lc 9, 26;
12, 8-9): "Todo aquel que se declare por mí ante los hombres... ". La llegada del Reino
de Dios comienza con el ministerio de Jesús, de tal manera que el destino de cada uno
depende de su actitud ante la misión y la persona de Jesús. Los discípulos no escaparán
a la oposición que sufrió Jesús, pero esto les situará en una posición privilegiada.

Todo esto no llega a ser plenamente inteligible más que a la luz de la Pascua. Según
dice Pablo, es preciso compartir los sufrimientos de Cristo para tener parte en su
resurrección. Pero esta solidaridad no ha de ser sólo con el Cristo del juicio, sino con
aquel que sufrió y murió sobre la cruz.

La última bienaventuranza no podía escapar al anacronismo para expresar lo que


pretendía. Sin embargo, lo cierto es que la luz pascual le confiere toda su profundidad
cristiana: la bienaventuranza se dirige no sólo a los que sufren por causa de Cristo, sino
que les concierne también en cuanto sufren con Cristo.

LAS BIENAVENTURANZAS SEGÚN MATEO

Después de habernos detenido en las Bienaventuranzas comunes a Mateo y Lucas,


vayamos ahora a las que son propias de aquél: los misericordiosos, los sinceros de
corazón, y los que trabajan por la paz. Las otras dos, hasta completar las nueve, no son
sino desdoblamiento de la primera y de la última. En efecto, es fácil e importante ver
que ésta explicita a la penúltima al concretar los motivos de la persecución.

El desdobla miento de la segunda respecto a la primera es menos evidente aunque


igualmente cierto. Para descubrirlo hay que caer en la cuenta de que se está citando al
salmo 37, 11 ("los mansos heredarán la tierra"). La palabra "manso" corresponde al
hebreo, anawin, es decir el mismo término que en el oráculo de Is 61 sirve de apoyo a la
bienaventuranza de los "pobres". Al hablar primero de "pobres de espíritu" y después de
"mansos", la versión de Mateo pone de relieve dos matices religiosos del término
anawin. Veamos esto con más detalle.

Los pobres de espíritu y los mansos

La Biblia contiene numerosas expresiones de este género: una palabra principal


determinada por un complemento del tipo de "en espíritu", "de corazón", "de alma". Se
indica así que la significación natural del término principal se traspone para aplicarse a
una disposición íntima (asimismo las expresiones "limpios de corazón", etc).

La expresión "pobres de espíritu" dice, pues, una trasposición interior de la idea de


pobreza. Pero la manera como hay que hacer esta trasposición no es evidente. En las
lenguas modernas, el "pobre de espíritu" es un hombre despegado espiritualmente de los
bienes de este mundo y la expresión alude más bien a las personas que disponen de
bienes (dinero, fortuna, etc). De esta manera, la trasposición se hace a partir del sentido
que atribuimos espontáneamente a la palabra "pobres"; pero las resonancias que se dan
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en nuestro vocabulario no son iguales a las de los términos bíblicos correspondientes. Y


es un hecho que los Padres de la Iglesia interpretan frecuentemente "pobres de espíritu"
en el sentido de humildes, modestos; pero no explican cómo pasan de la idea de pobreza
a la de humildad.

La exégesis moderna, perpleja antes de los hallazgos de Qumran, ha tenido que dar la
razón a los Padres de la Iglesia: los "pobres de espíritu" son las gentes humildes
(anawin), los "doblegados" por la indigencia, etc; la actitud de alma a la que remite la
precisión "de espíritu" es la de una humildad interior.

La segunda bienaventuranza confirma esta interpretación. En la Biblia griega, en efecto,


el adjetivo "manso" (prays) es también una traducción habitual del término anaw (cfr
Sal 37, 11) . Y los textos de Qumran muestran que la mansedumbre (o la no-violencia)
constituye, con la humildad y la paciencia, uno de los componentes de esta actitud
fundamental de anawah, que nosotros podríamos llamar la "pobreza espiritual".

Estas precisiones nos permiten comprender mejor la interpretación de Mateo en este


punto. Jesús, al realizar la misión de Is 61, anuncia la felicidad a los pobres, apuntando
con ello a los desgraciados, designados enseguida como los que tienen hambre. Ante la
mención de estos anawim, el evangelista piensa en una actitud interior: este anawah tan
querido para la espiritualidad de los monjes judíos de Qumran. Desde esta perspectiva,
Mateo aplica la Bienaventuranza a los "pobres de espíritu", que son también los
"mansos". Así pues, la bienaventuranza no se dirige a los hombres que carecen de lo
necesario para vivir, sino a los que se caracterizan por su mansedumbre, paciencia,
humildad: personas no-violentas, que no se oponen al mal con el mal.

Para captar todo el alcance de esta trasposición tenemos un pasaje en el mismo


evangelista que muestra gran afinidad con la doble bienavent uranza. En Mt 11, 28-30
Jesús se define a sí mismo como "manso y humilde de corazón". Aunque los términos
no sean totalmente idénticos, no es difícil reconocer la afinidad. Otros pasajes propios
de Mateo subrayan estos aspectos del retrato de Jesús (cfr 12, 17-21; 21, 5). Es decir, la
formulación de la primera bienaventuranza de Mateo se refuerza con la vinculación a la
persona de Jesús; y las dos primeras, en su conjunto, son una llamada a conformar los
sentimientos con los de Jesús. Si esta referencia sub yacente al ejemplo de Jesús es
fundada, ello constituye evidentemente una clave esencial para la interpretación de las
bienaventuranzas mateanas.

La "justicia" en la versión de Mateo

Detengámonos ahora brevemente en las Bienaventuranzas propias de Mateo. Y en


primer lugar examinemos la palabra "justicia" que aparece en la cuarta y octava. Para
nosotros, este término está hoy cargado de resonancias sociales. Estas resonancias no
están ausentes en el uso de la palabra en la Biblia, pero allí están integradas en un
conjunto más amplio: como una tercera dimensión que da al término una profundidad
esencialmente religiosa. Si la "justicia" implica todos los deberes hacia el prójimo, no
está menos definida en relación con la voluntad y los derechos del Dios de la alianza.

Mateo introduce el término siete veces en su evangelio (3, 15; 5, 6. 10.20; 6, 1.33; 21,
32), totalmente consciente de que lejos de renegar del ideal de justicia que perseguía el
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judaísmo, el cristianismo lo amplía y profundiza: "Si vuestra justic ia no es mayor que la


de los escribas y fariseos... " (5, 20) ; Jesús mismo de cumplir toda justicia (3, 15) ; la
vida cristiana será una "búsqueda" de la justicia (6, 33), etc. El mensaje evangélico se
encarna en la vida del creyente y se hace así "justic ia".

Los "limpios de corazón"

¡Felices ellos porque verán a Dios! Una de las tres verdaderamente nuevas en Mateo.
Sacada del Sal 24, 4 recuerda primeramente la pureza ritual; pero lo que realmente está
exigiendo es una pureza interiorizada. La promesa de "ver a Dios" no es sino otra
manera de designar la entrada en el Reino de Dios. No se trata de una pureza de
intención que disocie lo interior de lo exterior y dé pie a la hipocresía tan atacada por
Mateo; para él, la pureza de corazón se definiría por una perfecta correspondencia entre
la intención y la acción, entre los actos y la fuente de donde nacen.

Los "misericordiosos" y los que "trabajan por la paz"

Es importante caer en la cuenta del parentesco que las une. Ambas se sitúan en el
terreno de la conducta del cristiano respecto al prójimo que necesita ayuda. El deber de
mostrarse misericordioso tiene su mejor ilustración en la descripción del juicio final (Mt
25, 35-40) con la cual concluye Mateo el ministerio público de Jesús: "Tuve hambre,
tuve sed, etc. Cada vez que lo hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a
mí me lo hicisteis".

La mención de los que "trabajan por la paz" evoca una buena obra que para el judaísmo
tenía una estima excepcional. Se tenía conciencia de que, entre las personas que
necesitan ayuda se encuentran también los esposos o los amigos que discuten o rompen
sus relaciones. Trabajar para reconciliarlos, tratar de devolverles la paz, éste es uno de
los más bellos servicios que se puede hacer al prójimo.

Tomadas en su conjunto, estas dos bienaventuranzas recomiendan, por tanto, formas


concretas del amor al prójimo. Y no es casual que se encuentren en Mateo, el
evangelista sinóptico que insiste más sobre el deber fundamental del amor. Esta
preocupación le haría ver que la lista de las Bienaventuranzas quedaría incompleta si no
mencionara la práctica de la caridad fraterna, verdadero distintivo del discípulo de
Jesús.

CONCLUSIÓN

1. En primer lugar, si nos preguntamos a quiénes van dirigidas las Bienaventuranzas,


podemos concluir lo siguiente:

a) A nivel de la predicación de Jesús, se dirigen a los pobres y desgraciados, de una


manera general y considerando la situación de sufrimiento que padecen.
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b) A nivel de la Iglesia primitiva, hemos visto que los cristianos se aplicaban estas
Bienaventuranzas a sí mismos, por razón de los sufrimientos que tienen que soportar
por su fe en Cristo.

c) La versión de Mateo, en fin, hace una distinción: la felicidad de las Bienaventuranzas


se reserva a aquellos cristianos que vivan verdaderamente el ideal que el Evangelio les
propone.

2. El mensaje proclamado en ellas toma un color diferente según las personas a las que
se destina:

a) En el primer nivel son como una expresión de la Buena Nueva y al mismo tiempo
dicen cómo Dios quiere que sea su Reino. Las Bienaventuranzas de Jesús revelan, pues,
un Dios que toma partido por los débiles en contra de los fuertes, por los pobres en
contra de los ricos, por los oprimidos en contra de los opresores. Dios quiere reinar
haciendo felices a los que son ahora desgraciados.

b) Al repetir las Bienaventuranzas, la Iglesia primitiva (y Lucas) fija más su atención


sobre lo que implican: ellas iluminan la misión de Jesús, su función en favor de los que
creen en él, especialmente de los que han de sufrir por su causa.

c) Mateo, en fin, relee las Bienaventuranzas en función de sus preocupaciones


pastorales. Desea recordar a los cristianos que las promesas de salvación son
condicionales: "Si vuestra justicia no es mayor..." (5, 20). No podremos entrar en el
Reino si no somos mansos y humildes, a ejemplo del Maestro; si no damos prueba de
rectitud y lealtad; si no cumplimos la voluntad de Dios y, en particular, si no nos
ponemos al servicio de nuestros hermanos que necesitan ayuda.

3. Queda por subrayar el rasgo que asegura la continuidad entre estas relecturas
sucesivas. En cada etapa, las Bienaventuranzas son una proclamación de felicidad:
contienen una promesa y también una felicitación. Orientadas hacia el futuro del Reino,
hablan de una dicha presente. No se trata de evadirse del presente para refugiarse en un
futuro más o menos utópico, sino de tomar conciencia de la relación entre el momento
presente y el futuro de Dios. Los apremios dolorosos que pesan actualmente sobre los
hombres, las exigencias a las que los cristianos han de responder ahora, constituyen
precisamente el terreno sobre el cual se desarrolla la gozosa esperanza que transfigura la
existencia del creyente.

Las Bienaventuranzas resuenan como un mensaje de esperanza, no a pesar de las


realidades de la vida, sino precisamente enraizada en esas realidades. La esperanza del
cristiano está vinculada a la cruz de Jesucristo; y es vivida al tomar parte en los
sufrimientos de aquel cuya resurrección nos abre nuestro propio futuro.

Tradujo y condensó: CARLOS CASCALES

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