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Introducción A Las Bienaventuranzas: Jacques Dupont
Introducción A Las Bienaventuranzas: Jacques Dupont
El problema planteado
¿Cuál es el origen de estas fuertes divergencias? ¿Es posible remontarnos más allá de
las dos versiones para hacernos una idea de lo que Jesús ha dicho y ha querido decir en
realidad? Por lo demás, todos sabemos que el discurso de una personalidad política o
religiosa no es resumido de la misma manera por un periódico de derechas que por otro
de izquierdas; cada uno subrayará lo que le interesa y responde a sus preocupaciones.
El oráculo de Isaías
Volviendo sobre el ejemplo aducido, para aclararnos sobre las verdadera interpretación
de un discurso resumido por periódicos de tendencia diferente, nos ayudará encontrar un
tercer testimonio que esté menos directamente comprometido; podremos así discernir
entre lo realmente dicho y sus interpretaciones.
Este tercer testigo podría ser, en el caso de las Bienaventuranzas, el oráculo de Is 61, 1-
2 que jugó un papel importante en la manera como Jesús presentó su misión a sus
contemporáneos. Hay razones de peso `para suponer que Jesús quiso hacerse eco de este
oráculo: "El Espíritu del Señor ... me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres,
etc". A partir de aquí parece posible arriesgarse a reconstruir una forma que haga más
comprensible las dos interpretaciones de Mateo y Lucas. Esta base común contendría
aproximadamente esto:
La primera da el tono. Es la que recuerda mejor el oráculo de Isaías 61: al declarar que
los pobres son felices, Jesús da un giro concreto a la Buena Nueva de la que él se sabe
mensajero para los pobres. Las dos siguientes precisan y amplían el contenido de la
primera.
Los "pobres"
Para nosotros, la palabra "pobres" (del latín pauper) designa a los que tienen "poco",
pocos bienes, sin llegar a ser necesariamente indigentes. Pero en el evangelio, los pobres
(ptõchoi) son propiamente los indigentes, los desgraciados a los que hay que socorrer
con limosna; no es casual que las Bienaventuranzas los asocien a los que tienen hambre.
Añadamos que el trasfondo semítico (hebreo o arameo) confiere aún otro matiz al
término: los anawim son etimológicamente las gentes "doblegadas", rebajadas,
humilladas. Su miseria les pone bajo la inexorable dependencia de otros; ellos están
obligados a doblegarse; carecen totalmente de medios para resistir o defenderse.
JACQUES DUPONT
Para estos desgraciados, es para los que el anuncio del Reino de Dios constituye
verdaderamente la Buena Nueva. Los cambios producidos por el Reino les reportarían
el fin de sus sufrimientos: los que tienen hambre nadarán en la abundancia... Podríamos
continuar con el oráculo de Isaías: el Reino de Dios significará también la liberación de
los oprimidos, etc.
El "mérito" de la pobreza
Pero ¿por qué estos desgraciados han de ser los privilegiados del Reino de Dios?
Muchos cristianos se asombran. Según una cierta manera de entender el Evangelio
como un código de moral individual, se preguntan en qué son mejores los pobres para
merecer la dicha que les es anunciada. ¿Qué mérito tiene ser pobre, tener hambre?
La cuestión está mal planteada, pues no se trata del mérito de la miseria sino de la
manera como Dios entiende ejercer su realeza. Lo que se espera de un buen rey -y así
pensaba Israel que haría Dios- es que asegure la justicia a sus súbditos: que los libere,
en su caso, de los opresores extranjeros, pero también que asegure a cada uno de sus
súbditos el pleno disfrute de sus derechos. Los poderosos y los ricos tenderán siempre a
abusar de los pobres y de los débiles. Aquí es precisamente donde interviene el poder
real: el rey es el protector y defensor de los que no pueden defenderse por sí mismos, el
que hace justicia a la viuda y al huérfano, al oprimido y al emigrante. La justicia real
juega a favor de los débiles y pobres en contra de los poderosos y ricos. Estas son las
esperanzas que evoca y alienta el Reino de Dios, expresadas por Is 11, 6-9 con las
imágenes del lobo que se echa con el cordero, el león que come paja como los bueyes,
etc. Es decir, en el Reino de Dios el criterio no es el apetito de cada uno, sino la garantía
de una justicia gracias a la cual los débiles no han de temer más a los fuertes.
He aquí, según nos parece, el presupuesto a partir del cual las Bienaventuranzas
adquieren su sentido auténtico. Al proclamar felices a los pobres, Jesús expresa su
seguridad de que el Reino de Dios, el Reino de la justicia, está cerca. Y esto nos invita a
los cristianos a preguntarnos si damos testimonio de este Reino y de esta esperanza. Si a
Jesús le parece evidente que Dios está de parte de los pobres, ¿de parte de quién
estamos nosotros?
Esta bienaventuranza es, por un lado, parecida a las tres anteriores, pues habla también
de las gentes que sufren y cuya situación constituye una ofensa para la justicia de Dios.
Pero, por otra parte, es diferente en cuanto el motivo del sufrimiento es la causa de
Cristo. Así pues, la bienaventuranza se dirige a los cristianos que sufren malos tratos
por su fidelidad a Jesús. De alguna manera se explicita lo que estaba implícito en las
otras tres. Jesús se presenta como el mensajero del que habla Is 61, 1ss, cuyo eco son las
Bienaventuranzas. Si los pobres son felices es porque Jesús es el mensajero cuya misión
inaugura los tiempos mesiánicos, los tiempos nuevos.
JACQUES DUPONT
"Por mi causa..."
Todo esto no llega a ser plenamente inteligible más que a la luz de la Pascua. Según
dice Pablo, es preciso compartir los sufrimientos de Cristo para tener parte en su
resurrección. Pero esta solidaridad no ha de ser sólo con el Cristo del juicio, sino con
aquel que sufrió y murió sobre la cruz.
La exégesis moderna, perpleja antes de los hallazgos de Qumran, ha tenido que dar la
razón a los Padres de la Iglesia: los "pobres de espíritu" son las gentes humildes
(anawin), los "doblegados" por la indigencia, etc; la actitud de alma a la que remite la
precisión "de espíritu" es la de una humildad interior.
Mateo introduce el término siete veces en su evangelio (3, 15; 5, 6. 10.20; 6, 1.33; 21,
32), totalmente consciente de que lejos de renegar del ideal de justicia que perseguía el
JACQUES DUPONT
¡Felices ellos porque verán a Dios! Una de las tres verdaderamente nuevas en Mateo.
Sacada del Sal 24, 4 recuerda primeramente la pureza ritual; pero lo que realmente está
exigiendo es una pureza interiorizada. La promesa de "ver a Dios" no es sino otra
manera de designar la entrada en el Reino de Dios. No se trata de una pureza de
intención que disocie lo interior de lo exterior y dé pie a la hipocresía tan atacada por
Mateo; para él, la pureza de corazón se definiría por una perfecta correspondencia entre
la intención y la acción, entre los actos y la fuente de donde nacen.
Es importante caer en la cuenta del parentesco que las une. Ambas se sitúan en el
terreno de la conducta del cristiano respecto al prójimo que necesita ayuda. El deber de
mostrarse misericordioso tiene su mejor ilustración en la descripción del juicio final (Mt
25, 35-40) con la cual concluye Mateo el ministerio público de Jesús: "Tuve hambre,
tuve sed, etc. Cada vez que lo hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a
mí me lo hicisteis".
La mención de los que "trabajan por la paz" evoca una buena obra que para el judaísmo
tenía una estima excepcional. Se tenía conciencia de que, entre las personas que
necesitan ayuda se encuentran también los esposos o los amigos que discuten o rompen
sus relaciones. Trabajar para reconciliarlos, tratar de devolverles la paz, éste es uno de
los más bellos servicios que se puede hacer al prójimo.
CONCLUSIÓN
b) A nivel de la Iglesia primitiva, hemos visto que los cristianos se aplicaban estas
Bienaventuranzas a sí mismos, por razón de los sufrimientos que tienen que soportar
por su fe en Cristo.
2. El mensaje proclamado en ellas toma un color diferente según las personas a las que
se destina:
a) En el primer nivel son como una expresión de la Buena Nueva y al mismo tiempo
dicen cómo Dios quiere que sea su Reino. Las Bienaventuranzas de Jesús revelan, pues,
un Dios que toma partido por los débiles en contra de los fuertes, por los pobres en
contra de los ricos, por los oprimidos en contra de los opresores. Dios quiere reinar
haciendo felices a los que son ahora desgraciados.
3. Queda por subrayar el rasgo que asegura la continuidad entre estas relecturas
sucesivas. En cada etapa, las Bienaventuranzas son una proclamación de felicidad:
contienen una promesa y también una felicitación. Orientadas hacia el futuro del Reino,
hablan de una dicha presente. No se trata de evadirse del presente para refugiarse en un
futuro más o menos utópico, sino de tomar conciencia de la relación entre el momento
presente y el futuro de Dios. Los apremios dolorosos que pesan actualmente sobre los
hombres, las exigencias a las que los cristianos han de responder ahora, constituyen
precisamente el terreno sobre el cual se desarrolla la gozosa esperanza que transfigura la
existencia del creyente.