El Papa Benedicto XVI hace un estudio de Doctrina Social sobre «los grandes problemas del desarrollo de los pueblos», y recuerda que ya el Papa Pablo VI en su «Octogesima adveniens» era «consciente del gran riesgo de confiar todo el proceso del desarrollo sólo a la técnica», aunque también afirma que «es un grave error despreciar las capacidades humanas de controlar las desviaciones del desarrollo». En los movimientos ecologistas también se afirma esa capacidad. El Papa reconoce «los problemas relacionados con el crecimiento demográfico», no coincide con aquellos científicos que ven un grave problema en la superpoblación (como Nebel y Wrigth, Georgescu-Roegen y Daly, Ehrlich, o Galindo entre otros muchos). El Papa afirma que algunas naciones están en «decadencia» por su bajo índice de natalidad. Es evidente que el crecimiento demográfico no puede mantenerse indefinidamente, por lo que si el envejecimiento es un problema es preferible afrontarlo cuanto antes. También se apunta el problema de la baja cualificación de los trabajadores, pero entonces lo que hay que mejorar es el sistema educativo, pues aumentar la población no mejora su cualificación. Por otra parte, el Papa Benedicto XVI se muestra en contra de las «políticas de planificación forzada de la natalidad», también sugiere otras condiciones para un buen desarrollo humano. Se critica la «explotación sin reglas de los recursos de la tierra» es lo que permite que la riqueza crezca. Por otra parte, alerta que la «acumulación de recursos naturales» en muchos casos «causa explotación y conflictos», y recuerda que ya en el Génesis de la Biblia se afirma una obligación del hombre respecto de la Tierra: «Guardarla y cultivarla» (Gn 2,15). «Las sociedades tecnológicamente avanzadas pueden y deben disminuir el propio gasto energético, (…) mejorar la eficacia energética y al mismo tiempo progresar en la búsqueda de energías alternativas». «Una de las mayores tareas de la economía es precisamente el uso más eficaz de los recursos, no el abuso, teniendo siempre presente que el concepto de eficiencia no es axiológicamente neutral». El Papa Benedicto XVI constata que también crecen las desigualdades y que existe un «superdesarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora». Se resalta la «relación entre la
Sergio Enrique Zarabia Romualdo
SEMINARIO MAYOR “DEL BUEN PASTOR” Centro de Estudios Teológicos
reivindicación del derecho a lo superfluo» en países ricos, «y la carencia de comida, agua
potable, instrucción básica o cuidados sanitarios elementales en ciertas regiones del mundo». Por ello, afirma que «el hambre no depende tanto de la escasez material, cuanto de la insuficiencia de recursos sociales». Ya en el Catecismo de la Iglesia Católica, se afirma que «el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal». El Papa critica cómo, a veces, «los pobres sirven para mantener costosos organismos burocráticos» que diluyen unas ayudas que no llegan plenamente a su destino. El Papa pide que los recursos utilizados «se puedan obtener preferiblemente en el propio lugar, para asegurar así también su sostenibilidad a largo plazo». Aboga por un «comercio internacional justo y equilibrado», teniendo en cuenta que «toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral», incluyendo aquí inversiones empresariales, pero también nuestras compras cotidianas: «Es bueno que las personas se den cuenta de que comprar es siempre un acto moral, y no sólo económico. El consumidor tiene una responsabilidad social específica. Se debe «garantizar una retribución decente a los productores». Alertando que el «turismo internacional (…) puede transformarse en una forma de explotación y degradación moral». Aunque se exalta los derechos del hombre, también urge «una nueva reflexión sobre los deberes que los derechos presuponen, y sin los cuales éstos se convierten en algo arbitrario «La exacerbación de los derechos conduce al olvido de los deberes», mientras que «los deberes refuerzan los derechos». El Papa reclama sabiamente una reforma de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) y de la «arquitectura económica y financiera internacional. No obstante, deja claro que «las instituciones por sí solas no bastan», que hace falta asumir «responsabilidades por parte de todos», y que «es de desear que haya mayor atención y participación en la res publica por parte de los ciudadanos». Poniendo a colación temas de gran profundidad como la globalización, la bioética, el hedonismo y el consumismo, la desertización creciente, la paz, la soledad, la necesidad de una «formación para un uso ético y responsable de la técnica», los bancos y fondos de inversión «éticos», la responsabilidad social de las empresas, y, sobre todo, del amor: «en el amor que recibimos hay siempre algo que nos sorprende». El objetivo del progreso es un «humanismo abierto al Absoluto», no debe ser para tener más, sino para «ser más»: «El desarrollo debe abarcar, además de un progreso material, uno espiritual». Y en ello es fundamental la sostenibilidad: «El modo en que el hombre trata el ambiente influye en la manera en que se trata a sí mismo, y viceversa».