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Documento de Aparecida
“En el mundo de hoy se da el fenómeno de la globalización como un entramado de relaciones a
nivel planetario. Aunque en ciertos aspectos es un logro de la gran familia humana y una señal de
su profunda aspiración a la unidad, sin embargo, comporta también el riesgo de los grandes
monopolios y de convertir el lucro en valor supremo”
La fe en Dios anima y reconforta la vida de toda persona y cultura. Por esto, Aparecida parte del
encuentro entre culturas, dejando visualizar algo más enriquecedor y frutífero que un simple
choque o controversia entre ambas. La fe nos abre la puerta y enseña el camino a seguir de modo
que, nuestra vida se vea enriquecida por los diferentes elementos contextuales, sociales o
culturales. Adhiriéndose a ello la alegría y coherencia de vivir con plena conciencia el discipulado
de Cristo. Es decir, ser misioneros valientes y capaces de anunciar y, dar testimonio de la fe con
entera y firme convicción y amor.
El encuentro entre las dos culturas de América y España enriquece y expande aspectos o
elementos particulares a la vivencia propia de la fe. Ante este impacto cultural, se nos conduce a la
inculturación la cual conlleva sembrar el Evangelio y que este mismo genere los frutos que el
mismo Dios y Señor desea para sus fieles. A ello, corresponde y es responsabilidad de la misma
Iglesia salvaguardar y cuidar de los frutos generados, porque la Palabra de Dios es viva y eficaz y
sobrepasa todo tiempo, situación y circunstancia terrena. Reflejo de esta preocupación es
expresada en el mismo documento, que deja entrever la necesidad y concientización de asumir y
vivir de manera autentica y armoniosa el Evangelio de Cristo.
Es la persona humana quien es libre de ceder el paso para su salvación. Aunque es invitada a
aprender a dialogar y comprometerse con Jesús, consigo mismo y con el otro. Aparecida nos
recuerda que es el pacto de dos personas libres: la divina y la humana que unifica a la misma
persona y a su entorno social, religioso y cultural, dándose como prueba amorosa y misericordiosa
del logos encarnado. Alimentar nuestra fe requiere de vivir íntimamente con Cristo, imitarlo y dar
testimonio vivencial. Al ser bautizados somos incorporados como miembros de la Iglesia, en quien
comprendemos que nuestra esencia del actuar cristiano es ser discípulos, misioneros y pregoneros
del mismo mensaje de Salvación: La buena Nueva que es Cristo quien Padeció, Murió y Resucito,
para darnos vida en abundancia.
El mandato misionero dado por Cristo es primordial para el cristiano, pues provoca o estimula para
sí mismo el valor sustancial y vital de su ser bautizado. Ante lo ya mencionado, caben las siguientes
preguntas ¿Por qué el cristiano no es capaz de crear una convicción firme y determinante en su ser
de bautizado? ¿Hay algo que el cristiano perdió y debe recuperar? ¿Acaso puede haber algo más
grande o vital en la vida del cristiano, que la persona de Cristo?
La Iglesia como madre y maestra nos favorecerá de los diversos elementos y néctares sustanciosos
que harán del cristiano un árbol grande, fuerte y frondoso, idóneo para dar cobijo, descanso y
asilo a otros hermanos errantes, perdidos o heridos por la culpa del pecado. Nutriéndose y
nutriendo a sus hermanos del Gran Banquete: La Eucaristía, alimento indispensable y esencial para
la vida de un verdadero discípulo y misionero de Cristo.
Por lo tanto, estamos todos llamados a ser consientes y a formar nuestra conciencia como el
recinto sagrado donde Dios, recuerda, refresca y actualiza el fin para el que ha sido creado: Ser
amado y Amar como Cristo nos ha amado. La conciencia será la abogada justa y verdadera, la cual
nos conduce a la virtud objetiva, universal y personal. Quedando de manifiesto y rectificada
nuestro llamamiento a la vocación de ser santos como nuestro Padre Celestial es Santo (I Pedro
1,16).