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AMBITO DE CATEQUESIS
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UNIDAD 3
PRINCIPIOS FUNDAMENTALES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
Los expertos de la Unión Social de Empresarios Cristianos nos ofrecen una rápida mirada por
los principios de la Doctrina Social de la Iglesia
La doctrina social católica se fundamenta en el amor de Dios para cada uno de sus hijos. Este
amor ha sido revelado por Jesucristo quien con su muerte y resurrección, nos abrió la puerta
de la salvación y de la vida eterna; y que con su vida y ejemplo nos señaló el camino a seguir
para llegar al umbral de esa puerta. Todas las enseñanzas sociales de la Iglesia se fundamentan
por lo tanto en el Evangelio y en una concepción del hombre que lo sitúa en este mundo como
un constructor de la sociedad, pero siempre mirando a su destino final trascendente. Así visto,
el hombre, creado por Dios y que volverá a Él, sólo puede manifestar su amor al Creador,
amando a su prójimo y realizando su particular y único aporte a la construcción de una
sociedad más próspera, justa, solidaria y plenamente humana. Es por esto, que si el ser
humano no experimenta primero un encuentro personal con Jesucristo, transformando su vida,
iluminando su mente y llenando de amor su corazón, difícilmente podrá perseverar en su
propósito de seguir los principios e imperativos morales contenidos en la Doctrina Social. La
Caridad de Cristo nos apremia.( 2Cor 5,14)
La vocación cristiana tiene implicaciones sociales ya que Jesús nos ordenó a continuar su
misión de propagar el Reino de amor, justicia y paz.
“La Doctrina Social, además de dirigirse de forma primaria y específica a los hijos de la
Iglesia, tiene un destino universal. La luz del Evangelio, que la doctrina social refleja sobre la
sociedad, ilumina a todos los hombres: todas las conciencias e inteligencias son capaces de
captar la profundidad humana de los significados y de los valores expresados en esta doctrina,
así como la carga de humanidad y humanización
2. Bien Común. Es el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las
asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia
perfección. El bien común comprende la existencia de los bienes necesarios para el desarrollo
de los hombres, y la posibilidad real de todos los hombres de acceder a ellos; exige el
bienestar social y el desarrollo del grupo mismo; implica la paz, la estabilidad y la seguridad
de un orden justo.
El principio o el criterio del bien común es un principio fundamental en lo que es la vida
humana y en lo que son las relaciones de los seres humanos. Para la doctrina social de la
Iglesia el principio del bien común es el primero de todos los principios: todos los bienes que
existen son bienes para todos los seres humanos.
La concepción es clara: Dios creó todo lo que existe para todos los seres humanos, no para una
sola persona. De ahí que el principio del bien común quiere mirar no solamente a un individuo
sino a todos los individuos, no a una persona sino a todas las personas.
Por eso, este principio del bien común es una tarea que nos compete a todos, y de ahí que los
bienes que existen sobre la tierra han de llegar a todos los seres humanos. Para nosotros, es un
criterio que tiene que estar siempre claro y es el criterio que se exige en la conducción de la
vida política; por eso, un político es aquel que debe trabajar el bien común y colige con ese
principio cuando busca sus propios intereses, sus propios bienes o el bien particular; y los
bienes que hay en una nación, si los miramos bien, son para todos y por eso se busca que haya
una igualdad en la repartición de los bienes.
Reflexionar una y otra vez sobre el bien común nos coloca y nos sitúa en un principio clave en
el desarrollo y en el progreso de todo ser humano y de todos los seres humanos.
Según la Doctrina Social de la Iglesia (DSI): “La empresa debe caracterizarse por la capacidad
de servir al bien común de la sociedad mediante la producción de bienes y servicios útiles.
(…) Además de una función económica, la empresa debe desempeñar una función social,
creando oportunidades de encuentro, de colaboración y de valoración de las capacidades de las
personas implicadas”.
Destino Universal de los Bienes. Los bienes están destinados para uso de todos los hombres,
son la herencia común de todos los habitantes pasados, presentes y futuros. Los bienes
incluyen tanto los materiales (propiedades, económicos, etc), como los intelectuales
(conocimientos, tecnologías, propiedad industrial, etc) y espirituales. La propiedad privada es
un derecho y una responsabilidad que por su misma naturaleza tiene una hipoteca social ya su
función es contribuir al sostenimiento y desarrollo del propietario y de sus prójimos. De igual
manera, cada persona tiene la obligación de velar por la sustentabilidad y expansión de los
bienes que tiene a su cuidado.
El principio del bien común que guía la doctrina social de la Iglesia va muy unido al principio
del destino universal de los bienes. Este principio nos recuerda a nosotros que todo cuanto
existe tiene una dimensión universal. Nosotros hablamos del derecho de propiedad.
El derecho de propiedad privada también tiene su sentido. La propiedad privada ayuda a que
las personas puedan tener un mínimo de espacio para vivir, para que se respete su libertad; sin
embargo, cuando la propiedad privada se excede y viola el principio universal de los bienes,
entonces, la propiedad privada ha de estar sujeta a lo que es este principio universal de los
bienes. El Papa Juan Pablo II repetía que: “Sobre toda propiedad privada, hay una hipoteca de
los bienes que han de llegar a todos”.
Y ese llegar a todos es llegar a todo ser humano y a todos los seres humanos y nosotros hemos
de repetirlo continuamente: Dios creó todas las cosas, no para un grupo, sino para todos. De
tal manera es así, que hay que buscar caminos para una justa distribución de los bienes y de las
riquezas, sean éstas las que sean.
3. Subsidiaridad. Conforme a este principio, todas las sociedades de orden superior deben
ponerse en una actitud de ayuda (« subsidium ») —por tanto de apoyo, promoción,
desarrollo— respecto a las menores. Las entidades menores, por su parte, deben actuar por sí
mismas en lo suyo al máximo, aceptar y aprovechar debidamente las ayudas de las entidades
mayores y admitir la suplencia temporal de las mismas aun cuando no puedan o no quieran
hacer lo que les compete y que fuera requerido para el bien común.
En la búsqueda del progreso y el desarrollo de toda persona humana, de todo ser humano, de
su dignidad, hay un principio que no se tiene muchas veces en cuenta y que hay que recordarlo
también con frecuencia y volver el pensamiento y la mirada hacia él. Es el principio de la
subsidiaridad, palabra que no es fácil de pronunciar, pero que es sumamente importante.
Nosotros los seres humanos debemos producir lo que nosotros debemos producir. Cada ser
humano tiene una responsabilidad, ante sí mismo y ante los demás, como cada grupo, como
cada sociedad, pero hay limitaciones que nosotros tenemos, y es ahí donde se necesita el
apoyo subsidiario.
Venir en apoyo de las familias que no pueden alcanzar las metas que deben alcanzar, de los
individuos, de las personas, de los grupos, sean estos los que sean. Por eso, el Estado tiene la
responsabilidad de cuidar, de velar para que cada uno de nosotros haga lo que tenga que hacer,
pero que podamos recibir también el apoyo en aquello que nosotros no podamos hacer. Ese
principio de subsidiaridad ayuda a que los pueblos puedan progresar y los grupos puedan
avanzar. Y esto hay que decirlo no solamente a nivel nacional, hay que decirlo, también, a
nivel universal: nos hemos de acompañar mutuamente los pueblos, y aunque esto no lo pidiera
Dios, ni lo pidiera la doctrina social de la Iglesia, lo pide el sentido común y lo pide la razón.
Se ha de apoyar a todo aquel que no puede dar todo lo que él quisiera o pudiera dar.
Por eso, una persona que no participa en los gastos de un pueblo, es una persona que no está
cumpliendo con su deber. Una persona que no participa en las elecciones, por ejemplo, es una
persona que se siente limitada en lo que es su derecho de participar en la elección de aquellos
que lo dirigen. Esta dimensión de la participación muestra un derecho, pero también muestra
un deber. Derecho y deber, el derecho de participar y el deber de participar. Por eso, cuando
las personas no pueden participar todo lo que pueden en la vida nacional, se sienten limitadas.
Las dictaduras limitan la participación, pero también la participación se vuelve un desorden
cuando no es regulada.
Volvamos una y otra vez la mente sobre la participación, sobre nuestro deber de participar en
la vida familiar, en la vida social, en la vida del barrio, en la vida nacional, en la vida
internacional. Pensemos en la participación, como un derecho y un deber.
La solidaridad es uno de los grandes principios, o si se quiere, uno de los grandes valores que
más se trata en el mundo de hoy. Hemos venido muchas veces sobre esta temática y hay que
volver continuamente sobre ella. La solidaridad nos está mostrando a nosotros como la
humanidad es una y cómo tiene que apoyarse mutuamente. La solidaridad que nos mueve a
nosotros a vernos como sólidos en uno nos indica que los pueblos no pueden existir si no son
solidarios entre sí y que la humanidad también es así, y esto se ve de una manera muy clara en
las crisis y en los problemas. Somos solidarios, hemos de ser solidarios, queramos o no
queramos, pero hemos de hacerlo de manera consciente.
Los países más ricos tienen necesidad de ser solidarios con los demás y los Países pobres
también han de tomar conciencia sobre esto. El Amazonas no pertenece ya a Brasil o a los
países del Cono Sur, es un bien de toda la humanidad, porque lo que pasa allí afecta a la
humanidad. Somos solidarios, y los seres humanos somos como un racimo de guineos: o
caminamos juntos o nosotros perecemos, pero hemos de estar juntos. El principio, el criterio,
el valor de la solidaridad es temática sobre la que hay que pensar y volver una y otra vez
porque no solamente se ha de esperar solidaridad de los demás, sino que cada uno de nosotros
ha de poner su granito de arena en el camino y en la construcción de un mundo solidario.
MISION DE LA IGLESIA
Ya decíamos que la DSI, no se puede leer sin entender la realidad de la problemática humana,
la misma como tal implica un conocimiento sólido y solvente en el cual los estudios que la
abarcan no se vean huérfanos del acompañamiento eclesial. Es por eso que desde la voz
misma de la Iglesia, nace el compromiso de acompañar al desarrollo de la sociedad, pero sin
La DSI, no es tan solo un mero compromiso a nivel social orientado a “medio calmar” nuestro
cargo de conciencia ante la desigualdad social. Sentirse comprometido con el quehacer social,
involucra poner todas nuestras capacidades al servicio y causa del Evangelio, a fin de que los
niños, adolescentes, los ancianos, negros, blancos, se sientan acogidos por la comunidad que
los ha recibido como hermanos en la fe.
El 7 de Julio de 2009, el Vaticano hizo pública la tercera carta encíclica de Benedicto XVI,
titulada Caritas in veritate (La Caridad en la verdad, según las primeras palabras en Latín de la
encíclica), refiriéndose sobre «el desarrollo humano integral en la caridad y la verdad» y
publicada con ocasión del 40o aniversario de la encíclica Populorum progressio del papa
Pablo VI, sobre el desarrollo de los pueblos. Esta encíclica de Benedicto XVI fue esperada
desde el año 2007 (ya que la encíclica de Pablo VI data de 1967), pero como lo dijo el Santo-
padre, debió retrasar su salida para allí hacer algunas añadiduras que tienen en cuenta la crisis
financiera actual.
El día siguiente, el 8 de julio de 2009, en la audiencia del miércoles en la Plaza de San Pedro,
Benedicto XVI ofrecía un resumen de su nueva encíclica, recordando que la Iglesia no ofrecía
soluciones técnicas, sino principios en los cuales todo sistema económico y financiero debe
estar basado para estar verdaderamente al servicio de la persona humana:
«El Papa aseguró que "un futuro mejor para todos es posible, si se funda en el descubrimiento
de los valores éticos fundamentales. Es necesario por tanto un nuevo programa económico,
basándose en el fundamento ético de la responsabilidad ante Dios y ante el ser humano como
criatura de Dios".»
«La encíclica ciertamente no mira a ofrecer soluciones técnicas a las grandes problemáticas
sociales del mundo actual --no es la competencia del magisterio de la Iglesia (Cf. n. 9)--. Ésta
recuerda sin embargo los grandes principios que se revelan indispensables para construir el
desarrollo humano en los próximos años. Entre éstos, en primer lugar, la atención a la vida del
hombre, considerada como centro de todo verdadero progreso.»
La nueva encíclica de Benedicto XVI no es una excepción, esta también contiene varios
principios que, a nuestro conocimiento, pueden ser aplicados sólo por el Crédito Social, como
podremos verlo en los párrafos siguientes.
El objetivo, el fin de la economía, es garantizar que los productos lleguen a los que los
necesitan, es decir, no sólo para producir lo necesario de la vida, sino también para asegurar
que estas cosas realmente lleguen a las personas que lo necesitan, y que los productos no estén
sólo en las vitrinas, y la gente se muera de hambre. Por lo tanto, el fin de la economía, no es
Juan Pablo II hablaba de sistemas erigidos en «estructuras de pecado» («el deseo exclusivo de
ganancias y la sed de poder con el fin de imponerles a otros su propia voluntad», Cf. encíclica
Sollicitudo rei socialis, n.37), pero estos sistemas son administrados por seres humanos, que
tienen también sus responsabilidades. Benedicto XVI añade, en Caritas in veritate, que « El
desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y agentes políticos que
sientan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común. Cuando predomina la
absolutización de la técnica se produce una confusión entre los fines y los medios: el
empresario considera como único criterio de acción el máximo beneficio en la producción; el
político, la consolidación del poder; el científico, el resultado de sus descubrimientos. » (n.
71.)
Justicia distributiva
Así como ha señalado el Papa, no es la producción la que falta («no hay carencia de recursos
materiales») sino que lo que falla es la distribución, hay pues que recurrir a la « justicia
distributiva », a la distribución por un dividendo:
« La doctrina social de la Iglesia nunca dejó de poner en evidencia la importancia de la justicia
distributiva y de la justicia social para la economía de mercado… (n. 35.) La vida económica
tiene sin duda alguna necesidad del contrato (los salarios a cambio del trabajo proporcionado)
para reglamentar las relaciones de intercambio entre valores equivalentes. Pero necesita
igualmente leyes justas y formas de redistribución guiadas por la política, además de obras
caracterizadas por el espíritu del don.» (n. 37.)
En Caritas in veritate, Benedicto XVI insiste mucho en la economía del don, la economía de
gratuidad, tanto a nivel de las personas como instituciones. Todo no puede ser calculado en
salarios, mucho se puede hacer a través del voluntariado.
Karl Marx argumento que el trabajo creaba toda la riqueza. Adam Smith decía que el capital
(el que invierte dinero en una empresa) tenía también su parte. Pero ambos ignoran lo que
Douglas llama "la herencia cultural", esta herencia famosa de los recursos naturales y de las
invenciones, responsable de más del 90 % de la producción del país. Juan Pablo II escribía en
1981 en su encíclica Laborem exercens, sobre el trabajo humano lo siguiente (n. 13):
« El hombre, trabajando en cualquier puesto de trabajo, ya sea éste relativamente primitivo o
bien ultramoderno, puede darse cuenta fácilmente de que con su trabajo entra en un doble
patrimonio: es decir, en el patrimonio de lo que ha sido dado a todos los hombres con los
recursos de la naturaleza y de lo que los demás ya han elaborado anteriormente sobre la base
de estos recursos, ante todo desarrollando la técnica, es decir, formando un conjunto de
instrumentos de trabajo, cada vez más perfectos: el hombre, trabajando, al mismo tiempo
«reemplaza en el trabajo a los demás»
Benedicto XVI habla así de la técnica en su nueva encíclica (n. 69): «La técnica permite
dominar la materia, reducir los riesgos, ahorrar esfuerzos y mejorar las condiciones de vida...
La técnica, por lo tanto, se inserta en el mandato de cultivar y custodiar la tierra (Cf. Gn 2, 15)
a que el Dios le confió al hombre, y se orienta a reforzar esa alianza entre ser humano y
medio ambiente que debe reflejar el amor creador de Dios.»
El Sumo pontífice añade que, como toda actividad humana, la técnica debe estar sometida a la
moral, sobre todo en el dominio de la biotecnología (la fecundación in vitro, la investigación
con embriones, la posibilidad de la clonación humana) donde el peligro de manipulación de la
vida humana es omnipresente, «donde se plantea con una fuerza dramática la cuestión
fundamental de saber si el hombre es un producto de sí mismo o si depende de Dios» (n. 74).
El medio ambiente
Otra preocupación cada vez más actual, es el medio ambiente, el equilibrio ecológico del
planeta que es amenazado por la polución y el despilfarro de los recursos — problemas que,
como lo saben los estudiantes asiduos del Crédito Social, son directamente causados por el
actual sistema financiero que, conduce entre otras cosas, a la creación de necesidades inútiles,
para crear empleos que no son necesarios verdaderamente. Douglas señalo correctamente que
una vez que las necesidades básicas de la gente estén aseguradas, la mayoría se contentarían
con un estilo de vida mucho más simple, lo que reduciría en mucho la destrucción del medio
ambiente. Desde luego, el Papa Benedicto XVI no se olvida de la cuestión del medio ambiente
en su nueva encíclica (n. 48) :
«El tema del desarrollo está también muy unido hoy a los deberes que nacen de la relación del
hombre con el ambiente natural. Éste es un don de Dios para todos, y su uso representa para
nosotros una responsabilidad para con los pobres, las generaciones futuras y toda la
humanidad. Cuando se considera la naturaleza, y en primer lugar al ser humano, fruto del azar
o del determinismo evolutivo, disminuye el sentido de la responsabilidad en las conciencias.
El creyente reconoce en la naturaleza el maravilloso resultado de la intervención creadora de
Dios, que el hombre puede utilizar responsablemente para satisfacer sus legítimas necesidades
—materiales e inmateriales— respetando el equilibrio inherente a la creación misma. Si se
desvanece esta visión, se acaba por considerar la naturaleza como un tabú intocable o, al
contrario, por abusar de ella. Ambas posturas no son conformes con la visión cristiana de la
naturaleza, fruto de la creación de Dios… La naturaleza está a nuestra disposición no como un
«montón de desechos esparcidos al azar»,[116] sino como un don del Creador que ha diseñado
sus estructuras intrínsecas para que el hombre descubra las orientaciones que se deben seguir
para «guardarla y cultivarla» (Cf. Gn 2,15).
«En nuestra tierra hay lugar para todos: en ella toda la familia humana debe encontrar los
recursos necesarios para vivir dignamente, gracias a la naturaleza misma, don de Dios a sus
hijos, por el esfuerzo de su trabajo y de su creatividad. Debemos sin embargo ser conscientes
del deber grave que tenemos de dejar la tierra a las nuevas generaciones en un estado en el
que ellas también puedan habitarla dignamente y seguir cultivándola.» (n.50)
De este sujeto, Jean-Paúl II escribía en su encíclica Centesimus annus (n. 38): «Además de la
destrucción irracional del ambiente natural hay que recordar aquí la más grave aún del
ambiente humano, al que, sin embargo, se está lejos de prestar la necesaria atención. Mientras
nos preocupamos justamente, aunque mucho menos de lo necesario, de preservar los «hábitat»
naturales de las diversas especies animales amenazadas de extinción, porque nos damos cuenta
de que cada una de ellas aporta su propia contribución al equilibrio general de la tierra, nos
esforzamos muy poco por salvaguardar las condiciones morales de una auténtica «ecología
humana»."
En su primera encíclica, Deus caritas es (Dios es amor, n. 25-26), Benedicto XVI escribía: «La
Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe haber nadie que sufra por
falta de lo necesario. el objetivo de un orden social justo es garantizar a cada uno, respetando
el principio de subsidiaridad, su parte del bien común.»
Benedicto XVI concluye que para poder cambiar el mundo y hacerlo conforme con la
voluntad de Dios, para poner fin al escándalo de la pobreza y del hambre en el mundo,
debemos darnos cuenta que somos todos hijos de Dios, hijos del mismo Padre, que el amor de
Dios debe estar acompañado necesariamente del amor al prójimo (n. 78) :
«Sin Dios el hombre no sabe a dónde ir ni tampoco logra entender quién es. Ante los grandes
problemas del desarrollo de los pueblos, que nos impulsan casi al desasosiego y al
abatimiento, viene en nuestro auxilio la palabra de Jesucristo, que nos hace saber: «Sin mí no
podéis hacer nada» (Jn 15,5). Y nos anima: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el
final del mundo» (Mt 28,20). La conciencia del amor indestructible de Dios es la que nos
sostiene en el duro y apasionante compromiso por la justicia, por el desarrollo de los pueblos,
entre éxitos y fracasos, y en la tarea constante de dar un recto ordenamiento a las realidades
humanas.»
Concluyamos este artículo con las siguientes palabras de Pablo VI, tomadas de su encíclica
Populorum progressio (ni. 75 y 86):
«Más que nadie, el que está animado de una verdadera caridad es ingenioso para descubrir las
causas de la miseria, para encontrar los medios de combatirla, para vencerla con intrepidez. El
amigo de la paz, «proseguirá su camino irradiando alegría y derramando luz y gracia en el
corazón de los hombres en toda la faz de la tierra, haciéndoles descubrir, por encima de todas
las fronteras, el rostro de los hermanos, el rostro de los amigos… Vosotros todos los que
habéis oído la llamada de los pueblos que sufren, vosotros los que trabajáis para darles una
respuesta, vosotros sois los apóstoles del desarrollo auténtico y verdadero que no consiste en
la riqueza egoísta y deseada por sí misma, sino en la economía al servicio del hombre, el pan
de cada día distribuido a todos, como fuente de fraternidad y signo de la Providencia.»
BENEDICTO XVI:
Carta encíclica “Deus Caritas est”
Como fue su costumbre desde siempre, el actual papa Benedicto XVI no se limita a hacer citas
bíblicas en sus escritos -tal vez “de relleno”, como hacen algunos-, sino que él razona a la luz
de la Sagrada Escritura y de la tradición patrística. Su pensamiento, sus conclusiones y sus
directrices van surgiendo, como agua de manantial, de la Palabra de Dios revelada.
«Frente al abuso de la religión hasta llegar a la «apoteosis del odio», la primera encíclica de
Benedicto XVI («Deus caritas est») contrapone un Dios que crea por amor al ser humano y se
inclina hacia él.
Esto explica que, Benedicto XVI planteara como primer desafío de la humanidad la
solidaridad entre las generaciones, la solidaridad entre los países y entre los continentes, «para
una distribución cada vez más equitativa de las riquezas del planeta entre todos los hombres».
Lo cual no es simple filantropía, sino un «impulso divino» que empuja a aliviar la miseria.
Esta es la clave de la encíclica «Deus caritas est». Pocos comentarios han destacado que esta
encíclica es claramente una encíclica «social». Un documento que se mueve en la estela de las
grandes encíclicas sociales, iniciadas por la «Rerum Novarum» de León XIII.
En el siglo XX, el Papa que más encíclicas publicó fue Pío XI (41) y el que menos, Juan
XXIII. Catorce publicó Juan Pablo II. No parece que Benedicto XVI vaya a ser de los más
prolíficos. Y no sólo por su edad. Piensa que los problemas de la Iglesia no se arreglan desde
un escritorio. Insiste en que la Iglesia «habla demasiado de sí misma. No tenemos necesidad
de una Iglesia más humana, sino de una Iglesia más divina». La primera encíclica de los papas
del siglo XX tiende a ser programática. Marca el rumbo de fondo por el que desean conducir a
la Iglesia. Así, Juan XXIII unió su primera encíclica («Ad Petri cathedram») a la finalidad que
se había propuesto al anunciar la celebración del Concilio Vaticano II: promover el
conocimiento de la verdad como camino para las restauración de la unidad y de la paz. Pablo
los pasajes más entrañables de la encíclica. No se crea, sin embargo, que el mensaje de
Benedicto XVI es una simple exhortación «al activismo social». Es mucho más que eso, pues
al fijarse en Teresa de Calcuta (probablemente la activista social más destacada de todo el
siglo XX) hace notar que su fecundidad fue debida a su vida interior, a su unión con Dios en la
atención a los más abandonados de todos. De ahí que el Papa Ratzinger siente como
conclusión: «Ha llegado el momento de reafirmar la importancia de la oración ante el
activismo y el secularismo de muchos cristianos comprometidos en el servicio caritativo».
Siguiendo el llamado de Juan Pablo II, el papa Benedicto XVI continúa interpelando sin cesar
la responsabilidad de los seres humanos, en particular la de los dirigentes y jefes de estado:
«Se puede afirmar, sobre la base de datos estadísticos disponibles, que menos de la mitad de
las ingentes sumas destinadas globalmente a armamento sería más que suficiente para sacar de
manera estable de la indigencia al inmenso ejército de los pobres. Esto interpela a la
conciencia humana. Nuestro común compromiso por la verdad puede y tiene que dar nueva
esperanza a estas poblaciones que viven bajo el umbral de la pobreza, mucho más a causa de
situaciones que dependen de las relaciones internacionales políticas, comerciales y culturales,
que por circunstancias incontroladas».
«Sin embargo, sabemos que el mal no tiene la última palabra, porque quien vence es Cristo
crucificado y resucitado, y su triunfo se manifiesta con la fuerza del amor misericordioso. Su
resurrección nos da esta certeza: a pesar de toda la oscuridad que existe en el mundo, el mal no
tiene la última palabra.
Sostenidos por esta certeza, podremos comprometernos con más valentía y entusiasmo para
que nazca un mundo más justo».
Testigos de la Eucaristía en el corazón del mundo
es bebiendo de esta fuente de amor como la familia protegerá su propia estabilidad. Aún más,
fortaleciendo así su conciencia de ser Iglesia doméstica, participará más activamente en el
testimonio de fe y de amor que la Iglesia encarna dentro de la sociedad.
Este testimonio de Iglesia doméstica está marcado en nuestro tiempo por el signo de la cruz,
por ejemplo cuando uno de los esposos es infiel a su compromiso o cuando uno o varios de los
hijos abandonan la fe y los valores cristianos que los padres se esforzaron por trasmitirles, o
bien cuando las familias se dividen y se reconstruyen después de un divorcio y de un nuevo
matrimonio. Por medio de estas experiencias dolorosas, Cristo llama al esposo abandonado, a
los hijos heridos, a los padres lastimados a participar de una forma especial en su propia
experiencia de muerte y resurrección. Las situaciones difíciles y complejas de las familias de
hoy en día, invitan a los pastores a tener mucha «caridad pastoral» para poder acogerlas a
todas y a animar a aquellas que viven en situaciones irregulares a participar en la Eucaristía y
en la vida de la comunidad, incluso si no pueden recibir la Sagrada Comunión.
Al mirar hacia el futuro el Papa insiste en el papel insustituible de los laicos católicos en las
tareas de transformación de las realidades terrenas, y dentro de las estrategias que se pueden
diseñar para esta acción pastoral está el papel de la Doctrina Social de la Iglesia: «Es notorio
el esfuerzo que el Magisterio eclesial ha realizado, sobre todo en el siglo XX, para interpretar
la realidad social a la luz del Evangelio y ofrecer de modo cada vez más puntual y orgánico su
propia contribución de la cuestión social, que ha llegado a ser ya una cuestión planetaria» .
Es de esperar que los agentes de pastoral y laicos comprometidos, conscientes del compromiso
contraído en el bautismo y urgidos por los desafíos actuales sepan "encontrar en la Doctrina
Social de la Iglesia la respuesta de la cual partir para buscar soluciones concretas. Difundir
esta doctrina constituye, pues, una verdadera prioridad pastoral”.
Benedicto XVI al igual que Juan Pablo II nos continúa invitando a "bogar mar adentro": "Duc
in altum" (cf. Lc 5, 4). "¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre a la Iglesia
como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo”.