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CONFERENCIA EPISCOPAL ECUATORIANA

AMBITO DE CATEQUESIS
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UNIDAD 3
PRINCIPIOS FUNDAMENTALES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

Los expertos de la Unión Social de Empresarios Cristianos nos ofrecen una rápida mirada por
los principios de la Doctrina Social de la Iglesia

La doctrina social católica se fundamenta en el amor de Dios para cada uno de sus hijos. Este
amor ha sido revelado por Jesucristo quien con su muerte y resurrección, nos abrió la puerta
de la salvación y de la vida eterna; y que con su vida y ejemplo nos señaló el camino a seguir
para llegar al umbral de esa puerta. Todas las enseñanzas sociales de la Iglesia se fundamentan
por lo tanto en el Evangelio y en una concepción del hombre que lo sitúa en este mundo como
un constructor de la sociedad, pero siempre mirando a su destino final trascendente. Así visto,
el hombre, creado por Dios y que volverá a Él, sólo puede manifestar su amor al Creador,
amando a su prójimo y realizando su particular y único aporte a la construcción de una
sociedad más próspera, justa, solidaria y plenamente humana. Es por esto, que si el ser
humano no experimenta primero un encuentro personal con Jesucristo, transformando su vida,
iluminando su mente y llenando de amor su corazón, difícilmente podrá perseverar en su
propósito de seguir los principios e imperativos morales contenidos en la Doctrina Social. La
Caridad de Cristo nos apremia.( 2Cor 5,14)
La vocación cristiana tiene implicaciones sociales ya que Jesús nos ordenó a continuar su
misión de propagar el Reino de amor, justicia y paz.

PRINCIPIOS DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

La Unión Social de Empresarios Cristianos basa su quehacer en los conceptos contenidos en la


Doctrina Social de la Iglesia Católica. Por su permanencia en el tiempo y universalidad de
significado, los consideramos como el primer y fundamental parámetro de referencia para la
interpretación y la valoración de los fenómenos sociales. De ellos se pueden deducir los
criterios de discernimiento y de guía para la acción social en todos los ámbitos:

“La Doctrina Social, además de dirigirse de forma primaria y específica a los hijos de la
Iglesia, tiene un destino universal. La luz del Evangelio, que la doctrina social refleja sobre la
sociedad, ilumina a todos los hombres: todas las conciencias e inteligencias son capaces de
captar la profundidad humana de los significados y de los valores expresados en esta doctrina,
así como la carga de humanidad y humanización

1. Respeto a la dignidad de la persona y fomento de su desarrollo integral. Partimos del


hecho de que todo ser humano es un ser único, irrepetible e inteligente, con voluntad libre,
sujeto de derechos y deberes, con destino trascendente y, por lo tanto, dignidad eminente. Es
el origen, centro y fin de toda la vida social y económica. La realización y plenitud de la
persona se da en su relación y crecimiento junto con sus semejantes; en el avance a la
perfección en la comunión universal humano-divina que es su verdadera felicidad.

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2. Bien Común. Es el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las
asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia
perfección. El bien común comprende la existencia de los bienes necesarios para el desarrollo
de los hombres, y la posibilidad real de todos los hombres de acceder a ellos; exige el
bienestar social y el desarrollo del grupo mismo; implica la paz, la estabilidad y la seguridad
de un orden justo.
El principio o el criterio del bien común es un principio fundamental en lo que es la vida
humana y en lo que son las relaciones de los seres humanos. Para la doctrina social de la
Iglesia el principio del bien común es el primero de todos los principios: todos los bienes que
existen son bienes para todos los seres humanos.

La concepción es clara: Dios creó todo lo que existe para todos los seres humanos, no para una
sola persona. De ahí que el principio del bien común quiere mirar no solamente a un individuo
sino a todos los individuos, no a una persona sino a todas las personas.
Por eso, este principio del bien común es una tarea que nos compete a todos, y de ahí que los
bienes que existen sobre la tierra han de llegar a todos los seres humanos. Para nosotros, es un
criterio que tiene que estar siempre claro y es el criterio que se exige en la conducción de la
vida política; por eso, un político es aquel que debe trabajar el bien común y colige con ese
principio cuando busca sus propios intereses, sus propios bienes o el bien particular; y los
bienes que hay en una nación, si los miramos bien, son para todos y por eso se busca que haya
una igualdad en la repartición de los bienes.

Reflexionar una y otra vez sobre el bien común nos coloca y nos sitúa en un principio clave en
el desarrollo y en el progreso de todo ser humano y de todos los seres humanos.

Según la Doctrina Social de la Iglesia (DSI): “La empresa debe caracterizarse por la capacidad
de servir al bien común de la sociedad mediante la producción de bienes y servicios útiles.
(…) Además de una función económica, la empresa debe desempeñar una función social,
creando oportunidades de encuentro, de colaboración y de valoración de las capacidades de las
personas implicadas”.

Destino Universal de los Bienes. Los bienes están destinados para uso de todos los hombres,
son la herencia común de todos los habitantes pasados, presentes y futuros. Los bienes
incluyen tanto los materiales (propiedades, económicos, etc), como los intelectuales
(conocimientos, tecnologías, propiedad industrial, etc) y espirituales. La propiedad privada es
un derecho y una responsabilidad que por su misma naturaleza tiene una hipoteca social ya su
función es contribuir al sostenimiento y desarrollo del propietario y de sus prójimos. De igual
manera, cada persona tiene la obligación de velar por la sustentabilidad y expansión de los
bienes que tiene a su cuidado.

El principio del bien común que guía la doctrina social de la Iglesia va muy unido al principio
del destino universal de los bienes. Este principio nos recuerda a nosotros que todo cuanto
existe tiene una dimensión universal. Nosotros hablamos del derecho de propiedad.
El derecho de propiedad privada también tiene su sentido. La propiedad privada ayuda a que
las personas puedan tener un mínimo de espacio para vivir, para que se respete su libertad; sin
embargo, cuando la propiedad privada se excede y viola el principio universal de los bienes,

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entonces, la propiedad privada ha de estar sujeta a lo que es este principio universal de los
bienes. El Papa Juan Pablo II repetía que: “Sobre toda propiedad privada, hay una hipoteca de
los bienes que han de llegar a todos”.

Y ese llegar a todos es llegar a todo ser humano y a todos los seres humanos y nosotros hemos
de repetirlo continuamente: Dios creó todas las cosas, no para un grupo, sino para todos. De
tal manera es así, que hay que buscar caminos para una justa distribución de los bienes y de las
riquezas, sean éstas las que sean.

3. Subsidiaridad. Conforme a este principio, todas las sociedades de orden superior deben
ponerse en una actitud de ayuda (« subsidium ») —por tanto de apoyo, promoción,
desarrollo— respecto a las menores. Las entidades menores, por su parte, deben actuar por sí
mismas en lo suyo al máximo, aceptar y aprovechar debidamente las ayudas de las entidades
mayores y admitir la suplencia temporal de las mismas aun cuando no puedan o no quieran
hacer lo que les compete y que fuera requerido para el bien común.
En la búsqueda del progreso y el desarrollo de toda persona humana, de todo ser humano, de
su dignidad, hay un principio que no se tiene muchas veces en cuenta y que hay que recordarlo
también con frecuencia y volver el pensamiento y la mirada hacia él. Es el principio de la
subsidiaridad, palabra que no es fácil de pronunciar, pero que es sumamente importante.
Nosotros los seres humanos debemos producir lo que nosotros debemos producir. Cada ser
humano tiene una responsabilidad, ante sí mismo y ante los demás, como cada grupo, como
cada sociedad, pero hay limitaciones que nosotros tenemos, y es ahí donde se necesita el
apoyo subsidiario.

Venir en apoyo de las familias que no pueden alcanzar las metas que deben alcanzar, de los
individuos, de las personas, de los grupos, sean estos los que sean. Por eso, el Estado tiene la
responsabilidad de cuidar, de velar para que cada uno de nosotros haga lo que tenga que hacer,
pero que podamos recibir también el apoyo en aquello que nosotros no podamos hacer. Ese
principio de subsidiaridad ayuda a que los pueblos puedan progresar y los grupos puedan
avanzar. Y esto hay que decirlo no solamente a nivel nacional, hay que decirlo, también, a
nivel universal: nos hemos de acompañar mutuamente los pueblos, y aunque esto no lo pidiera
Dios, ni lo pidiera la doctrina social de la Iglesia, lo pide el sentido común y lo pide la razón.
Se ha de apoyar a todo aquel que no puede dar todo lo que él quisiera o pudiera dar.

4. La Participación. Es la consecuencia característica de la subsidiaridad que se expresa,


esencialmente, en una serie de actividades mediante las cuales el ciudadano, como individuo o
asociado a otros, directamente o por medio de los propios representantes, contribuye a la vida
cultural, económica, política y social de la comunidad civil a la que pertenece. La
participación es un deber que todos han de cumplir conscientemente, en modo responsable y
con vistas al bien común. La nueva organización del trabajo, en la que el saber cuenta más que
la sola propiedad de los medios de producción, confirma de forma concreta que el trabajo, por
su carácter subjetivo, es título de participación.
La participación, como algo inherente al ser humano, hace parte de nuestra existencia.
Nosotros queremos participar y esa participación nos hace mostrar a nosotros un deber, el
deber que tenemos todos los seres humanos de participar en la vida, en el desarrollo, en el
progreso de los pueblos.

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Por eso, una persona que no participa en los gastos de un pueblo, es una persona que no está
cumpliendo con su deber. Una persona que no participa en las elecciones, por ejemplo, es una
persona que se siente limitada en lo que es su derecho de participar en la elección de aquellos
que lo dirigen. Esta dimensión de la participación muestra un derecho, pero también muestra
un deber. Derecho y deber, el derecho de participar y el deber de participar. Por eso, cuando
las personas no pueden participar todo lo que pueden en la vida nacional, se sienten limitadas.
Las dictaduras limitan la participación, pero también la participación se vuelve un desorden
cuando no es regulada.
Volvamos una y otra vez la mente sobre la participación, sobre nuestro deber de participar en
la vida familiar, en la vida social, en la vida del barrio, en la vida nacional, en la vida
internacional. Pensemos en la participación, como un derecho y un deber.

5. Solidaridad: Entendemos la solidaridad como la vinculación e interdependencia recíproca


de las personas para la realización convergente del bien común. En el caso de la empresa, la
caridad y la solidaridad -al interiorizarse en las personas que toman decisiones y llevan a cabo
sus acciones cotidianas- deben procurar el bien de todas las personas que la integran y se
relacionan con ella. Una vez aplicadas en la empresa, la solidaridad y la caridad trascienden a
las relaciones con la comunidad buscando mejorar el entorno en el que se desarrolla nuestro
prójimo.
En este plano adherimos completamente a la ECONOMÍA DE LA SOLIDARIDAD, tema abordado por S.S. Juan Pablo II en su visita a Chile

La solidaridad es uno de los grandes principios, o si se quiere, uno de los grandes valores que
más se trata en el mundo de hoy. Hemos venido muchas veces sobre esta temática y hay que
volver continuamente sobre ella. La solidaridad nos está mostrando a nosotros como la
humanidad es una y cómo tiene que apoyarse mutuamente. La solidaridad que nos mueve a
nosotros a vernos como sólidos en uno nos indica que los pueblos no pueden existir si no son
solidarios entre sí y que la humanidad también es así, y esto se ve de una manera muy clara en
las crisis y en los problemas. Somos solidarios, hemos de ser solidarios, queramos o no
queramos, pero hemos de hacerlo de manera consciente.
Los países más ricos tienen necesidad de ser solidarios con los demás y los Países pobres
también han de tomar conciencia sobre esto. El Amazonas no pertenece ya a Brasil o a los
países del Cono Sur, es un bien de toda la humanidad, porque lo que pasa allí afecta a la
humanidad. Somos solidarios, y los seres humanos somos como un racimo de guineos: o
caminamos juntos o nosotros perecemos, pero hemos de estar juntos. El principio, el criterio,
el valor de la solidaridad es temática sobre la que hay que pensar y volver una y otra vez
porque no solamente se ha de esperar solidaridad de los demás, sino que cada uno de nosotros
ha de poner su granito de arena en el camino y en la construcción de un mundo solidario.

APLICACIÓN DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

MISION DE LA IGLESIA
Ya decíamos que la DSI, no se puede leer sin entender la realidad de la problemática humana,
la misma como tal implica un conocimiento sólido y solvente en el cual los estudios que la
abarcan no se vean huérfanos del acompañamiento eclesial. Es por eso que desde la voz
misma de la Iglesia, nace el compromiso de acompañar al desarrollo de la sociedad, pero sin

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abandonarla a su suerte. La Doctrina Social es partícipe y consciente del caminar de la familia,


de la niñez, juventud, ancianidad, de la cultura incluso de los pueblos, de las etnias y grupos
sociales, culturales y de las mismas comunidades, y su responsabilidad es mucho mayor al
fomentar y cuidar de que el Evangelio, se encarna en el desarrollo de los mismos pueblos. La
parábola del Buen Samaritano (cfr: Lc: 10; 29 – 37) es un llamado del amor que nos invita a
vivir en el Amor por excelencia, desentenderse del llamado del más pobre y necesitado es
negar la presencia de Cristo en nuestras vidas, al desentendernos o cerrar nuestros oídos a ese
llamado estamos negando nuestra realidad de Iglesia, y como consecuencia la fuerza del
Evangelio, disminuye y pierde credibilidad. El testimonio de Cristo el cual animó a las
primeras comunidades e incluso a sus discípulos a escribir sobre Él no se basó tan solo en el
hecho mismo de la Resurrección, sino también y más que todo en el testimonio, obra y amor
de Jesús por su comunidad y por su pueblo. El Apóstol Pablo manifiesta que: “Jesús pasó
haciendo el bien” y ese fue el motor impulsor que encendió la vida eclesial, es decir que sin
amor, la obra del Reino no podía, ni podría surgir.
Respetando su realidad como tal, la Iglesia ha entendido y enseña a sus hijos, que solo desde
su realidad el hombre puede aprender a ser amado y enseñar a otros a amar. El hombre como
hijo de Dios entiende entonces que para él, no pueden existir hombres de primer ni de segundo
orden, para el todo ser humano vive y experimenta la realidad de saberse hijo de Dios y ese
vivir lo reviste de dignidad humana y divina.

La DSI, no es tan solo un mero compromiso a nivel social orientado a “medio calmar” nuestro
cargo de conciencia ante la desigualdad social. Sentirse comprometido con el quehacer social,
involucra poner todas nuestras capacidades al servicio y causa del Evangelio, a fin de que los
niños, adolescentes, los ancianos, negros, blancos, se sientan acogidos por la comunidad que
los ha recibido como hermanos en la fe.

La DSI, es partícipe y consciente del caminar de la familia, de la niñez, de los grupos


humanos, culturales y su responsabilidad es mayor al fomentar y cuidar de que La Palabra de
Dios se encarne en el desarrollo de los mismos pueblos. No estudiamos Doctrina Social para
tan solo entender que la Palabra hace libre al hombre, sino para comprender además que con la
fe y las obras estamos adelantando el Reino de Dios en medio de la humanidad. El catequista,
la comunidad de catequistas, debe aprender que al trabajar en unidad y en bien del más pobre
y necesitado, se vuelve uno con el hombre doliente. Ser las manos de Jesús, es vivir como
Jesús, actuar como Jesús, pensar como Jesús a fin de que construyamos juntos la comunidad
del amor.

LA ENCÍCLICA “CARITAS IN VERITATE” DE S.S. BENEDICTO XVI SOBRE EL DESARROLLO


HUMANO INTEGRAL

El 7 de Julio de 2009, el Vaticano hizo pública la tercera carta encíclica de Benedicto XVI,
titulada Caritas in veritate (La Caridad en la verdad, según las primeras palabras en Latín de la
encíclica), refiriéndose sobre «el desarrollo humano integral en la caridad y la verdad» y
publicada con ocasión del 40o aniversario de la encíclica Populorum progressio del papa
Pablo VI, sobre el desarrollo de los pueblos. Esta encíclica de Benedicto XVI fue esperada
desde el año 2007 (ya que la encíclica de Pablo VI data de 1967), pero como lo dijo el Santo-

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padre, debió retrasar su salida para allí hacer algunas añadiduras que tienen en cuenta la crisis
financiera actual.

El día siguiente, el 8 de julio de 2009, en la audiencia del miércoles en la Plaza de San Pedro,
Benedicto XVI ofrecía un resumen de su nueva encíclica, recordando que la Iglesia no ofrecía
soluciones técnicas, sino principios en los cuales todo sistema económico y financiero debe
estar basado para estar verdaderamente al servicio de la persona humana:
«El Papa aseguró que "un futuro mejor para todos es posible, si se funda en el descubrimiento
de los valores éticos fundamentales. Es necesario por tanto un nuevo programa económico,
basándose en el fundamento ético de la responsabilidad ante Dios y ante el ser humano como
criatura de Dios".»
«La encíclica ciertamente no mira a ofrecer soluciones técnicas a las grandes problemáticas
sociales del mundo actual --no es la competencia del magisterio de la Iglesia (Cf. n. 9)--. Ésta
recuerda sin embargo los grandes principios que se revelan indispensables para construir el
desarrollo humano en los próximos años. Entre éstos, en primer lugar, la atención a la vida del
hombre, considerada como centro de todo verdadero progreso.»

En Caritas en Veritate, Benedicto XVI recuerda el mensaje central de la encíclica Populorum


Progressio de Pablo VI, es decir, que para ser autentico, el desarrollo «debe ser integral, es
decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre». «El Evangelio», Benedicto XVI dijo
en su audiencia del Miércoles, «nos recuerda que no sólo de pan vive el hombre: no sólo con
bienes materiales se puede satisfacer la profunda sed de su corazón. El horizonte del hombre
es indudablemente más alto y más vasto; por esto todo programa de desarrollo debe tener
presente, junto a lo material, el crecimiento espiritual de la persona humana, que está dotada
de alma y cuerpo. Este es el desarrollo integral, al que constantemente se refiere la doctrina
social de la Iglesia.»
Para ser verdadero, el progreso no debe ser sólo económico y tecnológico, sino también moral.
El hombre, ya que tiene un cuerpo y un alma, tiene necesidades materiales y espirituales.

La nueva encíclica de Benedicto XVI no es una excepción, esta también contiene varios
principios que, a nuestro conocimiento, pueden ser aplicados sólo por el Crédito Social, como
podremos verlo en los párrafos siguientes.

Redefinir el fin de la economía


En el párrafo 32 de la nueva encíclica podemos leer: «el aumento masivo de la pobreza
relativa, no sólo tiende a erosionar la cohesión social y, de este modo, poner en peligro la
democracia, sino que tiene también un impacto negativo en el plano económico por el
progresivo desgaste del «capital social», es decir, del conjunto de relaciones de confianza,
fiabilidad y respeto de las normas, que son indispensables en toda convivencia civil… Esto
exige «una nueva y más profunda reflexión sobre el sentido de la economía y de sus fines»

El objetivo, el fin de la economía, es garantizar que los productos lleguen a los que los
necesitan, es decir, no sólo para producir lo necesario de la vida, sino también para asegurar
que estas cosas realmente lleguen a las personas que lo necesitan, y que los productos no estén
sólo en las vitrinas, y la gente se muera de hambre. Por lo tanto, el fin de la economía, no es

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acerca de la producción ni de la distribución. Hoy en día, lo que abunda es la producción, es


la distribución de la que se carece.
El fin de la economía, no es proporcionar empleos, ni obtener ganancias, o el crecimiento a
toda costa (así como ha dicho Benedicto XVI en el párrafo 68: «el desarrollo económico se
manifiesta ficticio y dañino, cuando se apoya en los "prodigios" de las finanzas para sostener
un crecimiento artificial atado a un consumo excesivo»; todo esto son sólo unos medios: el fin,
es la satisfacción de las necesidades humanas, respetando la dignidad y la libertad de la
persona humana. Si los productos pueden ser producidos con menos trabajo humano, por las
máquinas, esto es una buena cosa, porque esto les da más tiempo libre a los seres humanos
para dedicarse a otras actividades (como ocuparse de su familia), actividades de su elección.
La ganancia no es el fin último, es un medio. El fin, el objetivo, es la satisfacción de las
necesidades humanas. Benedicto XVI lo afirma en el numeral 21: «La ganancia es útil si,
como medio, se orienta a un fin que le dé un sentido, tanto en el modo de adquirirla como de
utilizarla. El objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el bien común
como fin último, corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza.»
Las finanzas también son un medio, un instrumento, y no un fin  : su fin es financiar la
producción y la distribución. Las finanzas también deben estar sometidas a las reglas morales:
«se requiere que las finanzas mismas, que han de renovar necesariamente sus estructuras y
modos de funcionamiento tras su mala utilización y que tuvo consecuencias nefastas sobre la
economía real, vuelva a ser un instrumento encaminado a la mejor producción de riquezas y
desarrollo. Toda la economía y todas las finanzas, y no solo algunos de sus sectores, en cuanto
instrumentos, deben ser utilizados de manera ética con el fin de crear las condiciones
favorables para el desarrollo del hombre y de los pueblos. » (Caritas in veritate, n. 65.)

Juan Pablo II hablaba de sistemas erigidos en «estructuras de pecado» («el deseo exclusivo de
ganancias y la sed de poder con el fin de imponerles a otros su propia voluntad», Cf. encíclica
Sollicitudo rei socialis, n.37), pero estos sistemas son administrados por seres humanos, que
tienen también sus responsabilidades. Benedicto XVI añade, en Caritas in veritate, que « El
desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y agentes políticos que
sientan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común. Cuando predomina la
absolutización de la técnica se produce una confusión entre los fines y los medios: el
empresario considera como único criterio de acción el máximo beneficio en la producción; el
político, la consolidación del poder; el científico, el resultado de sus descubrimientos. » (n.
71.)

Los problemas actuales


El Papa continúa, describiendo los problemas actuales de la economía y de la sociedad: « Las
fuerzas técnicas empleadas, los intercambios planetarios, los efectos perniciosos sobre la
economía real de una actividad financiera mal utilizada y, lo que es más, especulativa, los
imponentes flujos migratorios frecuentemente provocados y después administrados de modo
inapropiado, o la explotación anárquica de los recursos de la tierra, nos conducen hoy a
reflexionar sobre las medidas necesarias para solucionar problemas que no sólo son nuevos
respecto a los afrontados por el Papa Pablo VI, sino también, y sobre todo, que tienen un
impacto decisivo para el bien presente y futuro de la humanidad. (…) La crisis nos obliga a
revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso, a
apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las negativas. (n.21)

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«Se sigue produciendo el escándalo de las disparidades hirientes. Lamentablemente, hay


corrupción e ilegalidad tanto en el comportamiento de sujetos económicos y políticos de los
países ricos, nuevos y antiguos, como en los países pobres. (…)(n. 22.) El mercado, al hacerse
global, ha estimulado, sobre todo en países ricos, la búsqueda de áreas en las que emplazar la
producción a bajo coste con el fin de reducir los precios de muchos bienes…
Consiguientemente, el mercado ha estimulado nuevas formas de competencia entre los estados
con el fin de atraer centros productivos de empresas extranjeras, adoptando diversas
medidas… las políticas de equilibrio presupuestario, con los recortes al gasto social, con
frecuencia promovidos por las instituciones financieras internacionales, pueden dejar a los
ciudadanos impotentes ante riesgos antiguos y nuevos.» (n. 25.)

Dar de comer al hambriento


«En muchos países pobres persiste, y amenaza con acentuarse, la extrema inseguridad de vida
a causa de la falta de alimentación: el hambre causa todavía muchas víctimas entre tantos
Lazaros a los que no se les consiente sentarse a la mesa del rico epulón, como en cambio
Pablo VI deseaba. Dar de comer a los hambrientos (Cf. Mt 25,35.37.42) es un imperativo ético
para la Iglesia universal, que responde a las enseñanzas de su Fundador, el Señor Jesús…
Eliminar el hambre en el mundo se ha convertido también en una meta que se ha de lograr
para salvaguardar la paz y la estabilidad del planeta. El hambre no depende tanto de la escasez
material, cuanto de la insuficiencia de recursos sociales, el más importante de los cuales es de
tipo institucional. Es decir, falta un sistema de instituciones económicas capaces, tanto de
asegurar que se tenga acceso al agua y a la comida de manera regular y adecuada desde el
punto de vista nutricional, como de afrontar las exigencias relacionadas con las necesidades
primarias y con las emergencias de crisis alimentarias reales, provocadas por causas naturales
o por la irresponsabilidad política nacional e internacional.
«El problema de la inseguridad alimentaria debe ser afrontado en una perspectiva a largo
plazo, eliminando las causas estructurales que lo provocan y promoviendo el desarrollo
agrícola de los países más pobres mediante inversiones en infraestructuras rurales, sistemas de
riego, transportes, organización de los mercados, formación y difusión de técnicas agrícolas
apropiadas, capaces de utilizar del mejor modo los recursos humanos, naturales y socio-
económicos, que se puedan obtener preferiblemente en el propio lugar, para asegurar así
también su sostenibilidad a largo plazo.» (n. 27.)

Justicia distributiva
Así como ha señalado el Papa, no es la producción la que falta («no hay carencia de recursos
materiales») sino que lo que falla es la distribución, hay pues que recurrir a la « justicia
distributiva », a la distribución por un dividendo:
« La doctrina social de la Iglesia nunca dejó de poner en evidencia la importancia de la justicia
distributiva y de la justicia social para la economía de mercado… (n. 35.) La vida económica
tiene sin duda alguna necesidad del contrato (los salarios a cambio del trabajo proporcionado)
para reglamentar las relaciones de intercambio entre valores equivalentes. Pero necesita
igualmente leyes justas y formas de redistribución guiadas por la política, además de obras
caracterizadas por el espíritu del don.» (n. 37.)
En Caritas in veritate, Benedicto XVI insiste mucho en la economía del don, la economía de
gratuidad, tanto a nivel de las personas como instituciones. Todo no puede ser calculado en
salarios, mucho se puede hacer a través del voluntariado.

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Karl Marx argumento que el trabajo creaba toda la riqueza. Adam Smith decía que el capital
(el que invierte dinero en una empresa) tenía también su parte. Pero ambos ignoran lo que
Douglas llama "la herencia cultural", esta herencia famosa de los recursos naturales y de las
invenciones, responsable de más del 90 % de la producción del país. Juan Pablo II escribía en
1981 en su encíclica Laborem exercens, sobre el trabajo humano lo siguiente (n. 13):
« El hombre, trabajando en cualquier puesto de trabajo, ya sea éste relativamente primitivo o
bien ultramoderno, puede darse cuenta fácilmente de que con su trabajo entra en un doble
patrimonio: es decir, en el patrimonio de lo que ha sido dado a todos los hombres con los
recursos de la naturaleza y de lo que los demás ya han elaborado anteriormente sobre la base
de estos recursos, ante todo desarrollando la técnica, es decir, formando un conjunto de
instrumentos de trabajo, cada vez más perfectos: el hombre, trabajando, al mismo tiempo
«reemplaza en el trabajo a los demás»
Benedicto XVI habla así de la técnica en su nueva encíclica (n. 69): «La técnica permite
dominar la materia, reducir los riesgos, ahorrar esfuerzos y mejorar las condiciones de vida...
La técnica, por lo tanto, se inserta en el mandato de cultivar y custodiar la tierra (Cf. Gn 2, 15)
a que el Dios le confió al hombre, y se orienta a reforzar esa alianza entre ser humano y
medio ambiente que debe reflejar el amor creador de Dios.»
El Sumo pontífice añade que, como toda actividad humana, la técnica debe estar sometida a la
moral, sobre todo en el dominio de la biotecnología (la fecundación in vitro, la investigación
con embriones, la posibilidad de la clonación humana) donde el peligro de manipulación de la
vida humana es omnipresente, «donde se plantea con una fuerza dramática la cuestión
fundamental de saber si el hombre es un producto de sí mismo o si depende de Dios» (n. 74).

El saqueo de los recursos


En el párrafo 49 de Caritas in veritate, Benedicto XVI habla de «el acaparamiento por parte de
algunos estados, grupos de poder y empresas de recursos energéticos no renovables, es un
grave obstáculo para el desarrollo de los países pobres. Éstos no tienen medios económicos ni
para acceder a las fuentes energéticas no renovables ya existentes ni para financiar la búsqueda
de fuentes nuevas y alternativas. El acaparamiento de los recursos naturales que, en muchos
casos, se encuentran precisamente en los países pobres, causa explotación y conflictos
frecuentes entre las naciones y en su interior. Dichos conflictos se producen con frecuencia
precisamente en el territorio de esos países, con graves consecuencias de muertes, destrucción
y mayor degradación aún. La comunidad internacional tiene el deber imprescindible de
encontrar los modos institucionales para ordenar el aprovechamiento de los recursos no
renovables, con la participación también de los países pobres, y planificar así conjuntamente el
futuro.»

El medio ambiente
Otra preocupación cada vez más actual, es el medio ambiente, el equilibrio ecológico del
planeta que es amenazado por la polución y el despilfarro de los recursos — problemas que,
como lo saben los estudiantes asiduos del Crédito Social, son directamente causados por el
actual sistema financiero que, conduce entre otras cosas, a la creación de necesidades inútiles,
para crear empleos que no son necesarios verdaderamente. Douglas señalo correctamente que
una vez que las necesidades básicas de la gente estén aseguradas, la mayoría se contentarían
con un estilo de vida mucho más simple, lo que reduciría en mucho la destrucción del medio

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ambiente. Desde luego, el Papa Benedicto XVI no se olvida de la cuestión del medio ambiente
en su nueva encíclica (n. 48)  :
«El tema del desarrollo está también muy unido hoy a los deberes que nacen de la relación del
hombre con el ambiente natural. Éste es un don de Dios para todos, y su uso representa para
nosotros una responsabilidad para con los pobres, las generaciones futuras y toda la
humanidad. Cuando se considera la naturaleza, y en primer lugar al ser humano, fruto del azar
o del determinismo evolutivo, disminuye el sentido de la responsabilidad en las conciencias.
El creyente reconoce en la naturaleza el maravilloso resultado de la intervención creadora de
Dios, que el hombre puede utilizar responsablemente para satisfacer sus legítimas necesidades
—materiales e inmateriales— respetando el equilibrio inherente a la creación misma. Si se
desvanece esta visión, se acaba por considerar la naturaleza como un tabú intocable o, al
contrario, por abusar de ella. Ambas posturas no son conformes con la visión cristiana de la
naturaleza, fruto de la creación de Dios… La naturaleza está a nuestra disposición no como un
«montón de desechos esparcidos al azar»,[116] sino como un don del Creador que ha diseñado
sus estructuras intrínsecas para que el hombre descubra las orientaciones que se deben seguir
para «guardarla y cultivarla» (Cf. Gn 2,15).
«En nuestra tierra hay lugar para todos: en ella toda la familia humana debe encontrar los
recursos necesarios para vivir dignamente, gracias a la naturaleza misma, don de Dios a sus
hijos, por el esfuerzo de su trabajo y de su creatividad. Debemos sin embargo ser conscientes
del deber grave que tenemos de dejar la tierra a las nuevas generaciones en un estado en el
que ellas también puedan habitarla dignamente y seguir cultivándola.» (n.50)
De este sujeto, Jean-Paúl II escribía en su encíclica Centesimus annus (n. 38): «Además de la
destrucción irracional del ambiente natural hay que recordar aquí la más grave aún del
ambiente humano, al que, sin embargo, se está lejos de prestar la necesaria atención. Mientras
nos preocupamos justamente, aunque mucho menos de lo necesario, de preservar los «hábitat»
naturales de las diversas especies animales amenazadas de extinción, porque nos damos cuenta
de que cada una de ellas aporta su propia contribución al equilibrio general de la tierra, nos
esforzamos muy poco por salvaguardar las condiciones morales de una auténtica «ecología
humana»."

La familia fundada en el matrimonio


Si existen unas leyes que hay que respetar para conservar el equilibrio de la naturaleza, existen
también leyes que hay que respetar (que también han sido dadas por Dios) para conservar el
equilibrio del medio ambiente humano, comenzando con el respeto por la familia, fundada
sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer. Benedicto XVI desarrolla sobre este punto
en su encíclica (n. 51):
«Si no se respeta el derecho a la vida y a la muerte natural, si se hace artificial la concepción,
la gestación y el nacimiento del hombre, si se sacrifican embriones humanos a la
investigación, la conciencia común acaba perdiendo el concepto de ecología humana y con
ello de la ecología ambiental. Es una contradicción pedir a las nuevas generaciones el respeto
al ambiente natural, cuando la educación y las leyes no las ayudan a respetarse a sí mismas. El
libro de la naturaleza es uno e indivisible, tanto en lo que concierne a la vida, la sexualidad, el
matrimonio, la familia, las relaciones sociales, en una palabra, el desarrollo humano integral.
Los deberes que tenemos con el ambiente están relacionados con los que tenemos para con la
persona considerada en sí misma y en su relación con los otros.»

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En su primera encíclica, Deus caritas es (Dios es amor, n. 25-26), Benedicto XVI escribía: «La
Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe haber nadie que sufra por
falta de lo necesario. el objetivo de un orden social justo es garantizar a cada uno, respetando
el principio de subsidiaridad, su parte del bien común.»
Benedicto XVI concluye que para poder cambiar el mundo y hacerlo conforme con la
voluntad de Dios, para poner fin al escándalo de la pobreza y del hambre en el mundo,
debemos darnos cuenta que somos todos hijos de Dios, hijos del mismo Padre, que el amor de
Dios debe estar acompañado necesariamente del amor al prójimo (n. 78) :
«Sin Dios el hombre no sabe a dónde ir ni tampoco logra entender quién es. Ante los grandes
problemas del desarrollo de los pueblos, que nos impulsan casi al desasosiego y al
abatimiento, viene en nuestro auxilio la palabra de Jesucristo, que nos hace saber: «Sin mí no
podéis hacer nada» (Jn 15,5). Y nos anima: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el
final del mundo» (Mt 28,20). La conciencia del amor indestructible de Dios es la que nos
sostiene en el duro y apasionante compromiso por la justicia, por el desarrollo de los pueblos,
entre éxitos y fracasos, y en la tarea constante de dar un recto ordenamiento a las realidades
humanas.»

El Papa no apoya la creación de un Gobierno Mundial


La mayoría de los periódicos y otros medios de información emplearon una sola frase de la
nueva encíclica de Benedicto XVI, y titulan en grandes encabezados: El Papa aboga por «una
autoridad política mundial», o también un « gobierno mundial ». Estas ideas no están basadas
ni en la realidad ni en una clara lectura de la encíclica Papal. El Papa habla directamente
contra un gobierno mundial que aboliría todos los Estados nacionales. Y, como sería esperado
de aquellos que han leído sus escritos anteriores, pide la reforma masiva de las Naciones
Unidas. La confusión parece haber venido del párrafo 67 de la encíclica, que tiene algunas
citas sacadas de contexto, que han condimentado las páginas de noticias del mundo, desde el
New York Times hasta aquellos sitios de Internet que ven al Papa como el Anticristo.
El párrafo de la encíclica que se cita fuera de contexto, puede dejar una cierta duda; se lee
como sigue (n. 67): «Para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas
por la crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para
lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la
salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera
Autoridad política mundial, como fue ya esbozada por mi Predecesor, el Beato Juan XXIII.»
Sin embargo, en el párrafo 41, el Santo padre explica este concepto de "autoridad política
mundial" que, lejos de abolir el Estado-nación, reforzaría más bien el papel de los Estados:
«Al igual que se pretende cultivar una iniciativa empresarial diferenciada en el ámbito
mundial, también se debe promover una autoridad política repartida y que ha de actuar en
diversos planos. El mercado único de nuestros días no elimina el papel de los estados, más
bien obliga a los gobiernos a una colaboración recíproca más estrecha. La sabiduría y la
prudencia aconsejan no proclamar apresuradamente la desaparición del Estado. Con relación a
la solución de la crisis actual, su papel parece destinado a crecer, recuperando muchas
competencias. Hay naciones donde la construcción o reconstrucción del Estado sigue siendo
un elemento clave para su desarrollo.»

Concluyamos este artículo con las siguientes palabras de Pablo VI, tomadas de su encíclica
Populorum progressio (ni. 75 y 86):

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«Más que nadie, el que está animado de una verdadera caridad es ingenioso para descubrir las
causas de la miseria, para encontrar los medios de combatirla, para vencerla con intrepidez. El
amigo de la paz, «proseguirá su camino irradiando alegría y derramando luz y gracia en el
corazón de los hombres en toda la faz de la tierra, haciéndoles descubrir, por encima de todas
las fronteras, el rostro de los hermanos, el rostro de los amigos… Vosotros todos los que
habéis oído la llamada de los pueblos que sufren, vosotros los que trabajáis para darles una
respuesta, vosotros sois los apóstoles del desarrollo auténtico y verdadero que no consiste en
la riqueza egoísta y deseada por sí misma, sino en la economía al servicio del hombre, el pan
de cada día distribuido a todos, como fuente de fraternidad y signo de la Providencia.»

BENEDICTO XVI:
Carta encíclica “Deus Caritas est”

“Deus cáritas est” (Dios es amor), publicada el miércoles 25 de enero de 2006.


«¿Es posible amar a Dios?», «¿Podemos de verdad amar al “prójimo”, cuando nos resulta
extraño o incluso antipático?».
“La palabra amor hoy está tan usada que casi se teme pronunciarla. Sin embargo, es una
expresión de la realidad primordial de la que debemos reapropiarnos para que pueda iluminar
nuestra vida”.
Era lógico que en su primera encíclica nos ofrezca un chispazo de su pensamiento y un
programa de acción. Y eso es exactamente lo que ocurre con “Deus cáritas es” (así se lee en
latín, cáritas, con acento en la primera a). ¡Son las dos partes de su carta!

Como fue su costumbre desde siempre, el actual papa Benedicto XVI no se limita a hacer citas
bíblicas en sus escritos -tal vez “de relleno”, como hacen algunos-, sino que él razona a la luz
de la Sagrada Escritura y de la tradición patrística. Su pensamiento, sus conclusiones y sus
directrices van surgiendo, como agua de manantial, de la Palabra de Dios revelada.
«Frente al abuso de la religión hasta llegar a la «apoteosis del odio», la primera encíclica de
Benedicto XVI («Deus caritas est») contrapone un Dios que crea por amor al ser humano y se
inclina hacia él.
Esto explica que, Benedicto XVI planteara como primer desafío de la humanidad la
solidaridad entre las generaciones, la solidaridad entre los países y entre los continentes, «para
una distribución cada vez más equitativa de las riquezas del planeta entre todos los hombres».
Lo cual no es simple filantropía, sino un «impulso divino» que empuja a aliviar la miseria.
Esta es la clave de la encíclica «Deus caritas est». Pocos comentarios han destacado que esta
encíclica es claramente una encíclica «social». Un documento que se mueve en la estela de las
grandes encíclicas sociales, iniciadas por la «Rerum Novarum» de León XIII.
En el siglo XX, el Papa que más encíclicas publicó fue Pío XI (41) y el que menos, Juan
XXIII. Catorce publicó Juan Pablo II. No parece que Benedicto XVI vaya a ser de los más
prolíficos. Y no sólo por su edad. Piensa que los problemas de la Iglesia no se arreglan desde
un escritorio. Insiste en que la Iglesia «habla demasiado de sí misma. No tenemos necesidad
de una Iglesia más humana, sino de una Iglesia más divina». La primera encíclica de los papas
del siglo XX tiende a ser programática. Marca el rumbo de fondo por el que desean conducir a
la Iglesia. Así, Juan XXIII unió su primera encíclica («Ad Petri cathedram») a la finalidad que
se había propuesto al anunciar la celebración del Concilio Vaticano II: promover el
conocimiento de la verdad como camino para las restauración de la unidad y de la paz. Pablo

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VI igualmente conectó su primera encíclica («Ecclesiam suam») con el mismo Concilio, ya


que su publicación coincidió con el final de su segunda sesión. En ella planteaba los tres
caminos por los que se proponía conducir la Iglesia: conciencia, renovación y diálogo. En fin,
Juan Pablo II en la «Redemptor hominis», también su primera encíclica, entiende que la
cuestión del hombre no se puede separar de la cuestión de Dios. Por eso su objetivo -evidente
en todo su largo pontificado- fue unir antropocentrismo con cristocentrismo. Es decir, resaltar
que sólo es posible la comprensión del hombre mirando aquel de quien es imagen: Dios.

En sintonía con el programa de su antecesor, esta primera encíclica de Benedicto XVI


comienza apuntando a la esencia de Dios: la caridad, el amor. Y, contra lo que venía
afirmándose en los primeros comentarios, es también programática. Tan programática que,
contra toda praxis, el propio Papa quiso explicar, dos días antes de su publicación, la finalidad
que con ella se proponía. Y lo hizo tomando como punto de partida la «Divina Comedia». Al
igual que Dante en su gira cósmica lleva al lector ante el rostro de Dios, que es «el amor que
mueve a las estrellas», Benedicto XVI quiere enfrentar al hombre con un Dios que «asumió un
rostro y un corazón humanos».
Cuando inició su pontificado, Benedicto XVI insistió en que su verdadero programa de
gobierno no se centraría en seguir sus propias ideas, «sino en dejarme conducir por el Señor,
de modo que sea él mismo quien guíe a la Iglesia en esta hora de nuestra historia». Leyendo su
primera encíclica se confirma ese propósito. No es una exposición de alguno de los temas
favoritos del cardenal Ratzinger, por ejemplo el relativismo. Es, más bien, un texto en que el
autor pasa a segundo plano concentrando su atención en la primera palabra con la que empieza
la encíclica: «Dios». Su programa parece como si viniera impuesto por una fuerza externa al
propio Benedicto XVI, una fuerza que le impulsa a gravitar sobre los grandes temas de la
justicia y la caridad.

Resumiendo, yo diría que su encíclica pretender «globalizar la justicia y el amor». De modo


que en la gran familia humana -y también en esa familia que es la Iglesia- no haya ningún
miembro «que sufra por falta de lo necesario». Naturalmente, antes de hablar de amor hay que
reivindicar la justicia en las relaciones humanas. Por eso Benedicto XVI utiliza una dura frase
de San Agustín para calificar «de gran banda de ladrones» a un Estado que no se rigiera por la
justicia. Con ello está diciendo que la justicia es el objeto y la medida de toda política. La
política no es simplemente «una técnica» es, antes, una forma de ética. Naturalmente, eso es
misión del Estado, pero no sólo de él. Es, ante todo, una gran tarea humana. Por eso Benedicto
XVI reivindica para la Iglesia el deber de ofrecer, «mediante la purificación de la razón y de la
ética», una contribución específica que haga a la justicia comprensible y políticamente
realizable. De ahí, por ejemplo, la absoluta necesidad de la libertad religiosa.
Pero si la justicia es imprescindible, Benedicto XVI reivindica para la caridad (el amor) un
puesto importante. El sufrimiento no sólo reclama justicia. Reclama, además, la amorosa
atención personal. Y aquí, las fuerzas sociales -incluida la Iglesia- son insustituibles en su
cercanía a la indigencia, material o espiritual. Sorprende el vigoroso aliento que de toda la
encíclica se desprende hacia las nuevas formas de voluntariado social, que unen la
espontaneidad con la cercanía a los hombres y mujeres necesitados de auxilio. La
contraposición que el Papa hace del deterioro que entre los jóvenes produce la «anticultura de
la muerte» (por ejemplo la droga) y, por contraste, la dignidad que en ellos mismos se trasluce
en la «cultura de la vida», que se entrega a los demás en el voluntariado, es ciertamente uno de

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los pasajes más entrañables de la encíclica. No se crea, sin embargo, que el mensaje de
Benedicto XVI es una simple exhortación «al activismo social». Es mucho más que eso, pues
al fijarse en Teresa de Calcuta (probablemente la activista social más destacada de todo el
siglo XX) hace notar que su fecundidad fue debida a su vida interior, a su unión con Dios en la
atención a los más abandonados de todos. De ahí que el Papa Ratzinger siente como
conclusión: «Ha llegado el momento de reafirmar la importancia de la oración ante el
activismo y el secularismo de muchos cristianos comprometidos en el servicio caritativo».

Lectura para la reflexión personal


XLIX CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL
La Eucaristía y la misión
«Los dos discípulos de Emaús, tras haber reconocido al Señor, «se levantaron al momento»
(Lc 24,33) para ir a comunicar lo que habían visto y oído.
Cuando se ha tenido verdadera experiencia del Resucitado, alimentándose de su Cuerpo y de
su Sangre, no se puede guardar la alegría sólo para uno mismo. El encuentro con Cristo,
profundizado continuamente en la intimidad eucarística, suscita en la Iglesia y en cada
cristiano la exigencia de evangelizar y dar testimonio».
La evangelización y la transformación del mundo
«Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo,
sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y
angustias de los discípulos de Cristo». Cuando la Iglesia celebra el memorial de la muerte y
resurrección de Cristo, no deja de pedir a Dios: «Acuérdate Señor» de todos aquellos a los que
Cristo ha traído la Vida. Esta súplica constante expresa la identidad y misión de la Iglesia, ya
que se sabe solidaria y responsable de la salvación de toda la humanidad. Viviendo de la
Eucaristía, participa a la intercesión universal de Cristo y lleva a toda la humanidad la
esperanza de la vida eterna.
La Iglesia realiza su misión por la evangelización que trasmite la fe en Cristo y por la
búsqueda de la justicia y la paz, que realizan la transformación del mundo. Precisamente, la
Eucaristía es la fuente y cumbre de la evangelización y de la transformación del mundo. Tiene
el poder de despertar la esperanza de la vida eterna en aquellos que son tentados por la
desesperación.
La Eucaristía abre al compartir a quienes están tentados a cerrar sus manos. Antepone la
reconciliación en lugar de la división. En una sociedad que frecuentemente esta dominada por
una «cultura de la muerte», exacerbada por la búsqueda del confort individual, del poder y del
dinero, la Eucaristía recuerda el derecho de los pobres y el deber de la justicia y la solidaridad.
Despierta a la comunidad al don inmenso de la Nueva Alianza, que llama a la humanidad
entera a transformarse en algo más grande que ella misma. «Evangelizar significa para la
Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo,
transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad: “Mira que hago nuevas todas las
cosas” (Ap 21,5). Pero la verdad es que no hay humanidad nueva si no hay en primer lugar
hombres nuevos con la novedad del bautismo y de la vida según el Evangelio. La finalidad de
la evangelización es por consiguiente este cambio interior y, si hubiera que resumirlo en una
palabra, lo mejor sería decir que la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del
Mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva
de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente
concretos».

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Desde el centro eucarístico de su vida, la Iglesia de Cristo frecuentemente ha contribuido a


construir comunidades humanas, reforzando los lazos de la unidad entre las personas y los
grupos humanos. De esta forma, las comunidades cristianas, incluso pequeñas y pobres, han
crecido en medio de los pueblos en donde se enraizaban. En muchas naciones, como fue el
caso en tierras de América para las naciones indígenas y europeas, la Iglesia de Cristo ha
inscrito la fe en el espacio de las nuevas culturas.
En este espacio, el cristianismo continúa buscando, por medio de los creyentes, soluciones
nuevas a los problemas inéditos que enfrentan las comunidades humanas allí implantadas.
Frecuentemente ha acompañado el nacimiento, evolución y sobre vivencia de los pueblos,
como lo ha hecho en el «Nuevo Mundo», mientras que el memorial del Señor marcaba el
desarrollo religioso y social. Gracias a su alto valor social y espiritual, el cristianismo ha
ayudado a construir un auténtico «estar unidos», en el que el compartir de la Palabra y del Pan
se prolongaba en el compartir de otras realidades humanas. El don de Dios se inscribió en la
vida del mundo.

Construir la paz por la justicia y la caridad


La Iglesia es testigo para la humanidad del don realizado «para que el mundo tenga vida». Por
lo mismo, la Eucaristía es un desafío constante a la calidad de vida y amor de los discípulos de
Cristo. ¿Qué he hecho de mi hermano? ¿Qué han hecho de mí?
Tuve hambre, sed, fui un extranjero, estaba desnudo, enfermo, en prisión (cf. Mt 25,31-46).
¿Lo que celebran es coherente y consecuente con sus relaciones sociales, familiares,
interraciales, interétnicas o con la vida política y económica en la que participan? El memorial
de lo que consideran como el acontecimiento central de la historia de la humanidad quita el
velo a sus inconsecuencias cada vez que toleran cualquier forma de miseria, injusticia,
violencia, explotación, racismo y privación de libertad. La Eucaristía convoca a los cristianos
a participar en la restauración continua de la condición humana y de la situación del mundo y,
si esto no se vive, son llamados seriamente a la conversión para vivir el llamado del
Evangelio: «Deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu
hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda» (Mt 5,24).
La situación actual del mundo interpela de forma particular la conciencia de los cristianos
frente al grave problema del respeto a la vida desde el momento de la concepción hasta su
término, al igual que el hambre y la miseria de las mazas. Es una invitación a una
globalización de la solidaridad en nombre de la dignidad inalienable de la persona humana,
sobre todo cuando seres sin recursos son golpeados por catástrofes naturales, triturados por las
maquinas ciegas de la guerra y la explotación económica y confinados en campos de
refugiados. Todas esas personas que la miseria, en cierto modo, ha destituido de su condición
de seres humanos son el «prójimo» por quien Cristo entregó su vida. Su Corazón «eucarístico»
asumió anticipadamente, sobre la cruz, todas las miserias del mundo, y su Espíritu nos urge a
tomar partido como Él, pacífica y eficazmente, por los pobres y por las víctimas inocentes.

Siguiendo el llamado de Juan Pablo II, el papa Benedicto XVI continúa interpelando sin cesar
la responsabilidad de los seres humanos, en particular la de los dirigentes y jefes de estado:
«Se puede afirmar, sobre la base de datos estadísticos disponibles, que menos de la mitad de
las ingentes sumas destinadas globalmente a armamento sería más que suficiente para sacar de
manera estable de la indigencia al inmenso ejército de los pobres. Esto interpela a la
conciencia humana. Nuestro común compromiso por la verdad puede y tiene que dar nueva

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esperanza a estas poblaciones que viven bajo el umbral de la pobreza, mucho más a causa de
situaciones que dependen de las relaciones internacionales políticas, comerciales y culturales,
que por circunstancias incontroladas».
«Sin embargo, sabemos que el mal no tiene la última palabra, porque quien vence es Cristo
crucificado y resucitado, y su triunfo se manifiesta con la fuerza del amor misericordioso. Su
resurrección nos da esta certeza: a pesar de toda la oscuridad que existe en el mundo, el mal no
tiene la última palabra.
Sostenidos por esta certeza, podremos comprometernos con más valentía y entusiasmo para
que nazca un mundo más justo».
Testigos de la Eucaristía en el corazón del mundo

Llamado universal a la santidad


«Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y
simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva» . Las
vocaciones al amor son tan diversas como hay personas. La gracia bautismal les confiere la
forma de amor de Jesucristo que es nutrido por el misterio eucarístico y perfeccionado hasta el
testimonio de la santidad. Cualquiera que sea el estado de vida, célibe, casado o consagrado,
en el que las mujeres y los hombres se encuentren comprometidos, todos están llamados a la
perfección del amor que Cristo hace posible por la gracia de la redención.
En la unidad de la vida cristiana, las diferentes vocaciones son como los rayos de la única luz
que es Cristo «resplandeciente en el rostro de la Iglesia». Los laicos en virtud del carácter
secular de su vocación, reflejan el misterio de la encarnación del Verbo, sobre todo en lo que
Él es como Alfa y Omega del mundo, fundamento y medida de todas las realidades creadas.
Los ministros sagrados, por su parte, son imagen viviente de Cristo, jefe y pastor, que guía a
su pueblo en el tiempo «del ya pero aún no», en espera de su venida en la gloria. La vida
consagrada tiene el deber de mostrar al Hijo de Dios hecho hombre como el término
escatológico hacia quien todo tiende, el esplendor que hace palidecer cualquier otra luz, la
belleza infinita, única que puede llenar el corazón humano.

La familia, Iglesia doméstica, para una civilización del amor


«La Eucaristía es la fuente misma del matrimonio cristiano. En efecto, el sacrificio eucarístico
representa la alianza de amor de Cristo con la Iglesia, en cuanto sellada con la Sangre de la
cruz. Y en este sacrificio de la Nueva y Eterna Alianza los cónyuges cristianos encuentran la
raíz de la que brota, que configura interiormente y vivifica desde dentro, su alianza conyugal.
En cuanto representación del sacrificio de amor de Cristo por su Iglesia, la Eucaristía es
manantial de caridad. Y en el don eucarístico de la caridad, la familia cristiana halla el
fundamento y el alma de su “comunión” y de su “misión”, ya que el Pan eucarístico hace de
los diversos miembros de la comunidad familiar un único cuerpo, revelación y participación
de la más amplia unidad de la Iglesia; además, la participación en el Cuerpo “entregado” y en
la Sangre “derramada” de Cristo se hace fuente inagotable del dinamismo misionero y
apostólico de la familia cristiana» .
La misión específica de la familia es encarnar el amor y ponerlo al servicio de la sociedad.
Amor conyugal, amor maternal y paternal, amor fraterno, amor de una comunidad de personas
y de generaciones, amor vivido en el signo de la fidelidad y de la fecundidad de la pareja para
una civilización del amor y de la vida. Para que este testimonio alcance concretamente la vida
de la sociedad, la Iglesia llama a la familia a frecuentar asiduamente la misa dominical. Ya que

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es bebiendo de esta fuente de amor como la familia protegerá su propia estabilidad. Aún más,
fortaleciendo así su conciencia de ser Iglesia doméstica, participará más activamente en el
testimonio de fe y de amor que la Iglesia encarna dentro de la sociedad.
Este testimonio de Iglesia doméstica está marcado en nuestro tiempo por el signo de la cruz,
por ejemplo cuando uno de los esposos es infiel a su compromiso o cuando uno o varios de los
hijos abandonan la fe y los valores cristianos que los padres se esforzaron por trasmitirles, o
bien cuando las familias se dividen y se reconstruyen después de un divorcio y de un nuevo
matrimonio. Por medio de estas experiencias dolorosas, Cristo llama al esposo abandonado, a
los hijos heridos, a los padres lastimados a participar de una forma especial en su propia
experiencia de muerte y resurrección. Las situaciones difíciles y complejas de las familias de
hoy en día, invitan a los pastores a tener mucha «caridad pastoral» para poder acogerlas a
todas y a animar a aquellas que viven en situaciones irregulares a participar en la Eucaristía y
en la vida de la comunidad, incluso si no pueden recibir la Sagrada Comunión.
Al mirar hacia el futuro el Papa insiste en el papel insustituible de los laicos católicos en las
tareas de transformación de las realidades terrenas, y dentro de las estrategias que se pueden
diseñar para esta acción pastoral está el papel de la Doctrina Social de la Iglesia: «Es notorio
el esfuerzo que el Magisterio eclesial ha realizado, sobre todo en el siglo XX, para interpretar
la realidad social a la luz del Evangelio y ofrecer de modo cada vez más puntual y orgánico su
propia contribución de la cuestión social, que ha llegado a ser ya una cuestión planetaria» .
Es de esperar que los agentes de pastoral y laicos comprometidos, conscientes del compromiso
contraído en el bautismo y urgidos por los desafíos actuales sepan "encontrar en la Doctrina
Social de la Iglesia la respuesta de la cual partir para buscar soluciones concretas. Difundir
esta doctrina constituye, pues, una verdadera prioridad pastoral”.
Benedicto XVI al igual que Juan Pablo II nos continúa invitando a "bogar mar adentro": "Duc
in altum" (cf. Lc 5, 4). "¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre a la Iglesia
como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo”.

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