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Créditos

Moderadora de Traducción

Yiany

Traducción

3lik@ Maridrewfer
AnamiletG Mary Rhysand
Candy27 Mer
Ezven NaomiiMora
Grisy Taty Rimed
Krispipe Rose_Poison1324
Liliana Sofiushca
Mais Vanemm08
Manati5b Wan_TT18
Marbelysz YoshiB

Recopilación y Revisión

Mais

Diseño

orwzayn
Índice
Sinopsis Capítulo 18 Capítulo 37

Prólogo Capítulo 19 Capítulo 38

Capítulo 1 Capítulo 20 Capítulo 39

Capítulo 2 Capítulo 21 Capítulo 40

Capítulo 3 Capítulo 22 Capítulo 41

Capítulo 4 Capítulo 23 Capítulo 42

Capítulo 5 Capítulo 24 Capítulo 43

Capítulo 6 Capítulo 25 Capítulo 44

Capítulo 7 Capítulo 26 Capítulo 45

Capítulo 8 Capítulo 27 Capítulo 46

Capítulo 9 Capítulo 28 Capítulo 47

Capítulo 10 Capítulo 29 Capítulo 48

Capítulo 11 Capítulo 30 Capítulo 49

Capítulo 12 Capítulo 31 Capítulo 50

Capítulo 13 Capítulo 32 Epílogo

Capítulo 14 Capítulo 33 Próximamente

Capítulo 15 Capítulo 34 Listado de Libros

Capítulo 16 Capítulo 35

Capítulo 17 Capítulo 36
Sinopsis
Veinticuatro horas antes de casarnos, le ofrecí dispararle.

Diez horas antes de nuestra boda, me burlé de su último deseo.

Cinco horas antes de que dijéramos nuestros votos. Prometí que


nunca la amaría.

Una hora antes de decir que sí, juré que nunca derramaría una
lágrima por su muerte.

Pero en el momento en que fuimos declarados esposos, lo supe.

Solo usaría mi arma para protegerla.

Daría mi vida por la de ella.

Lloraría

Y definitivamente, me perdería, por una chica moribunda, una chica


que en todos los sentidos nunca debería haber sido mía en primer
lugar.

Siempre creí que la mafia sería mi juego final, envenenando mi


corazón, mientras reclamaba mi alma. Nunca podría haberlo
imaginado. Sería mi redención.

O el comienzo de algo hermoso.

El comienzo de ella.

El fin de nosotros.

Elude (Eagle Elite #6)


Elude: Evadir, huir. Despistar. El proceso de escurrirse entre
los dedos de alguien. Ejemplo: «nunca creí que al eludir mi
muerte, me enfrentaría con la de ella».
Prólogo
Traducido por Ezven

Sergio

La luz fluorescente hacía que me ardieran los ojos. Pestañeé


rápidamente, creyendo que así dejarían de doler, pero solamente logré
empeorarlo. Era un dolor imposible de describir, como si alguien me
hubiera partido por la mitad, y luego reparado mi cuerpo solo para
volver a repetir el proceso.

—No va a sobrevivir. —Reconocí la voz. Era la de Nixon. ¿Qué


diablos hacía Nixon aquí? ¿No estaba muerto? No, espera, ese era yo. La
bala me había dado a mí.

Los recuerdos de los últimos días comenzaron a proyectarse, uno


tras otro, frente a mis ojos, provocando que un dolor de cabeza
abrasador comenzara a formarse en mis sienes.

La pelea.

Los disparos.

El acuerdo.

Mi esposa.

Sentí las lágrimas ardiendo tras mis ojos.

Mi esposa…

—Lo haré yo. Soy compatible. —Sostuve su mano con firmeza entre
las mías.

—Morirás —susurró Tex—. Tu cuerpo… está demasiado débil por


todo lo demás.

—¡Nos estamos quedando sin tiempo! —grité, con la voz ronca y los
ojos frenéticos—. ¡Hazlo ahora!
—No. —Me rodeó el cuello con sus delgados brazos—. No.

—Sí. —La alejé de mi cuerpo—. Si no lo hago… podrías morir. El


doctor dice que tiene que ser ahora, así que vamos a operar. —Sus ojos
se veían tristes.

Tanto Tex como Phoenix bajaron la vista hacia el suelo de azulejo


blanco y azul, pálidos. Sabía lo que estaban pensando. Ya había perdido
demasiada sangre, y mis riñones apenas estaban funcionando, y quería
entregarle a ella una parte de mi vida.

Sabía, cuando lo hice, que lo más probable era que muriera.

Pero haría lo que fuera por salvarla.

Es extraño; cuando tienes que encarar a la muerte todos los días,


cuando la eludes, cuando finalmente aceptas que no estarás en esta
tierra por siempre… es entonces que crees que has encontrado la paz.

Creí que estaba bien con la idea de morir.

Hasta que la conocí.

Y comencé a tener que encarar también la muerte de alguien más; y


eso es lo más difícil. Nadie te dice eso. Es una cosa asumir tu propia
mortalidad; pero es una totalmente distinta tener que soportar la
muerte de alguien que amas, sabiendo que no hay nada en el mundo
que puedas hacer para evitarlo.

Mi visión volvió a nublarse.

—Lo estamos perdiendo —dijo una voz en la distancia.

Intenté mantener los ojos abiertos. Vi cabello rubio, grandes ojos


marrones, y esa sonrisa dulce. Me acerqué hasta alcanzarla y me
sostuve a ella, a su recuerdo. La chica que había cambiado mi mundo,
transformando oscuridad en luz.

La chica que nunca había querido.

Pero que necesitaba desesperadamente.

—Dile que la amo… —No reconocí la aspereza en mi propia voz—,


para siempre.

Con un jadeo, sentí a mi corazón detenerse.


Y acogí la noche que se apoderó de mí.
Capítulo 1
Traducido por NaomiiMora

Sergio

Seis semanas antes

La soledad sabía como el infierno. También, por suerte para mí,


sabía a una quinta parte de whisky y lo que probablemente sería un
dolor de cabeza punzante viniendo mañana por la mañana.

Llevé la botella a mis labios y la incliné hacia atrás, mis ojos se


enfocaron en el fuego frente a mí, las llamas ardían más y más,
recordándome que no estaba exactamente en ninguna posición para
pedirle a Dios ningún favor... también podría haber sido el infierno
saludándome y confirmando mis sospechas.

Había matado demasiado.

Había mentido aún más.

Y oficialmente había caído en desgracia dentro de mi familia, dentro


de mi mundo.

Siseé cuando una gota de whisky cayó sobre mis nudillos cubiertos
de sangre. Golpear la mierda de la pared ni siquiera había detenido la
ira.

Ah, ira, era algo de lo que podía hablar, algo que podía sentir
tangiblemente mientras latía por mi cuerpo. Había sido mi amante
durante tanto tiempo que sabía que si realmente la dejaba ir, estaría
aún más solo de lo que ya estaba.

Traté de respirar profundamente, de calmarme, pero el aire no


entraba en mis pulmones, me sentía paralizado y con la adrenalina al
tope de repente.

Tal vez esa era otra parte de mi castigo. Tenía exactamente


veinticuatro horas antes de casarme con una rusa.
Y no cualquier rusa.

Una enemiga, una doble agente que había trabajado tanto para el
FBI como, aparentemente, para la familia Nicolasi. Había vendido a su
propia familia criminal, los Petrov, y ahora... estaba bajo la protección
de los italianos.

¿Qué tan malo era eso?

Tomé otro trago de whisky y miré el reloj. Ahora eran veintitrés


horas y cincuenta y ocho minutos.

No estaba lo suficientemente borracho.

Ni siquiera estaba cerca.

Casarme con alguien por protección lo podría hacer. ¿Casarme con


alguien e incluso matarlo después? Facilísimo. Después de todo, ese era
mi modo de actuar. Era un asesino, un fantasma, lo que la familia
quisiera que fuera.

¿Pero casarme con alguien, mantenerlo a salvo, solo para verlo


morir en seis meses?

No. Diablos no.

Ella tenía leucemia.

Entonces, ¿por qué mantenerla viva tanto tiempo?

Resoplé y tomé otro sorbo de whisky.

—Le estaría haciendo un favor al matarla.

—Auch —dijo una voz diáfana desde algún lugar de la habitación,


haciendo que todos mis vellos se pusieran de punta—. Por lo que
respecta a las conversaciones de ánimo, la tuya oficialmente necesita
trabajo.

Cuidadosamente dejé el whisky, sin confiar en mí mismo para no


tirarlo en su dirección en una cólera impulsada por la ira.

—Estaba hablando conmigo mismo.

—Otra señal de que necesitas tener sexo —rió.

No lo había hecho.

—Vete, Arabella.
—Mi nombre es Andi.

—Su nombre legal es Arabella Anderson Petrov. ¿Te gustaría saber


también tu número de seguro social y tu cuenta de crédito?

—El romance está perdido para ti.

La sentí moverse por la habitación. El aire se apoderó de la


electricidad; siempre había estado presente en ella, y ahora estaba a
cinco segundos de perder los estribos y golpear mi cabeza contra la
chimenea para poder escapar de todo.

—No lo sé —resoplé y tomé la botella de nuevo.

Pequeñas manos cálidas se apretaron alrededor de las mías antes


de que pudiera llegar a la botella. Me aparté, haciendo que ella
tropezara frente a mí.

El pelo rubio blanco cubría sus rasgos suaves. Grandes ojos


marrones parpadearon hacia mí. Siseé en un suspiro y maldije.

—Deberías irte.

—Necesitamos hablar.

—Oh, por Dios. ¿Es esta la parte en la que me dices… tengo que
renunciar a mi virginidad en mi noche de bodas?

—¿Qué? —Parpadeó como un ciervo sobresaltado, luego una débil


sonrisa levantó los labios.

Ignoré la forma en que reaccionó mi cuerpo y puse los ojos en


blanco con irritación.

—Aw, ahora cuentas chistes. Al menos, espero que sea una broma.
No lo eres, ¿verdad? Un virgen, quiero decir.

Resoplé y miré la botella, calculando mis probabilidades de


alcanzarla antes de que me detuviera, luego me di por vencido.

—Bien. —Resoplé—. Date prisa y habla para poder emborracharme.

Andi se sentó frente a mí en la silla de cuero y metió los pies debajo


de su cuerpo. Era pequeña, alrededor de uno cincuenta y cinco
centímetros, pero tenía un buen derechazo, sabía cómo usar todas las
armas automáticas en el mercado, y estaba bastante seguro de que una
vez había oído que estaba bien versada en la tortura. Mirándola,
pensarías que se acababa de graduar de la escuela secundaria y se
preparaba para ir a comprar su par de zapatos favoritos con la tarjeta
de crédito de papá.

—Estás molesto —dijo finalmente.

—No. —Me lamí los labios y me incliné hacia delante—. Estoy


furioso. Hay una diferencia.

Sus ojos se entrecerraron.

—Sabes que puedes hablar conmigo, ya que estás atrapado conmigo


durante el próximo... tiempo. Es decir, a menos que me mates
primero... como hiciste con ese agente del FBI.

Se me heló la sangre. Nadie sabía lo que había hecho la semana


pasada. Cuando obtuve información de otro agente.

—Su tapadera fue descubierta. Le hice un favor.

—¿Lo hiciste? —Sus cejas se arquearon.

—¿Alguna vez te han disparado, Andi?

Suspiró y apoyó la cabeza hacia atrás contra el exuberante cojín.

—No, ¿por qué? ¿Me vas a educar sobre cómo se siente?

Exhalé y me troné los nudillos; el sonido reverberó por la habitación


vacía.

—Sucede en tres etapas.

—¿Qué cosa?

—Recibir un disparo.

—¿Quieres decir que no solo aprietas el gatillo? —bromeó.

Ignorándola, continué:

—Conmoción. Siempre es la primera emoción porque el cerebro


humano aún no se ha percatado del hecho de que has sido herido.
Entonces tu cuerpo comienza a entrar en estado de shock, y luego
ocurre el dolor, pero no es el tipo de dolor que imaginarías. Quema,
pero es más un dolor vacío y hueco que comienza a extenderse desde la
herida por el resto del cuerpo hasta que comienza a descender en un
escalofrío lento. Cuando el frío desciende, la conmoción desaparece y la
confusión comienza. ¿Por qué me dispararon? ¿Por qué yo? ¿Qué he
hecho? Como humanos, nuestros cerebros no están destinados a
comprender la violencia, por lo que tenemos que explicarlo lógicamente.
Tenía que haber hecho algo mal para recibir un disparo. O tal vez
estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. En el
momento en que tu cerebro encuentra algo que tiene sentido, pasas a la
última etapa.

Andi apenas movió un músculo.

—¿Muerte?

—Peor. —Tomé la botella y tomé un largo trago—. Negación.

—¿Por qué es peor la negación?

—Dímelo tú.

Sus ojos se cerraron brevemente antes de que se encogiera de


hombros.

—Porque significa que no estás listo.

—Mira quién acaba de obtener una A en clase —me burlé—. Y


tienes razón. La negación ocurre cuando te das cuenta de que no
deberías ser tú, que incluso si tu cerebro conecta los puntos, aún no es
tu momento. Los pequeños y encantadores recuerdos de tu vida
comienzan a repetirse en tu cabeza: los momentos en que deberías
haber hecho algo pero no lo hiciste, las cosas que nunca dirás, las
cosas que nunca harás. Y luego... o tienes suerte o, si soy yo quien
apretó el gatillo, tus recuerdos desaparecerán después de
aproximadamente un minuto y ya no estarás más.

El fuego crepitó.

Andi se negó a mirarme.

—Lo haría rápido, Andi.

—¿En serio estamos haciendo esto?

—¿Qué? —Me encogí de hombros.

—¿Tener una conversación en lo que debería ser una habitación


agradable y acogedora, sobre tú matándome?

—Sería una amabilidad.

—¡Vete al infierno!
—Ya estoy ahí, Andi. Ya estoy ahí. ¿No lo sabes? No pertenezco a
ninguna parte. Mi familia me está castigando, el FBI me está
investigando por el asesinato de mi superior, y ahora tengo que casarme
con una puta rusa.

—Entonces... —Se puso de pie—, ¿prefieres matarme que casarte


conmigo?

—¿No fui claro? Pensé que estaba... Permíteme decirlo más


despacio, ¿tal vez en ruso? Si eso es todo lo que ustedes entienden. —
Me puse de pie, empujando su pecho contra el mío—. Prefiero matarte a
verte sufrir... Ofrecería a un perro la misma amabilidad.

—No soy un perro.

—Eres rusa.

—Deja de decir eso.

—¿Qué? —me burlé—. ¿La verdad? Bueno, cariño, no hay nada más
cierto que tu realidad. Permíteme matarte antes que tu familia o el
cáncer, y al menos puedas ser dueña de tu propia muerte en lugar de
temerla.

Me alcanzó, me tocó los hombros y luego ahuecó mi cara. Lo odiaba


porque me gustaba; mi cuerpo se inclinó sin que yo se lo dijera. Era
muy cálida.

—¿Y qué te hace pensar que temo mi propia muerte?

—Todos tienen miedo de morir. La parte más difícil es nunca


admitir que somos mortales, sino aceptar el hecho de que no tenemos
control sobre cuánto tiempo nos dan. Tú lo tienes.

—No... yo no... tú estás tratando de tomar ese control.

—Di la palabra. —Mi mano se movió hacia la pistola atada a mi


muslo.

—No estoy asustada. —Sus labios temblaron—. Al menos no a la


muerte... pero tengo miedo de algo.

—¿Oh si? —siseé—. ¿Y a qué?

—La tuya.

Confundido, di un paso atrás, inmediatamente buscando un arma.

—No entiendo.
—No lo harías. —Se encogió de hombros—. Porque tú, Sergio
Abandonato, ya estás muerto. —Se movió con gracia por la habitación—
. Estás muerto por dentro... y ni siquiera lo sabes. Olvídate del cáncer, y
mírate bien en el espejo, así es como se ve la muerte.
Capítulo 2
Traducido por AnamiletG

Andi

Mi reloj despertador se apagó a las siete a.m.

No es que lo necesitara. Me había despertado temprano toda mi


vida. Llámame paranoica, pero parecía que dormir era el único
momento en que alguien podía en realidad lastimarme. Si estaba
durmiendo, entonces era vulnerable, incluso si tenía una
semiautomática debajo de mi cama, una pistola en mi mesita de noche,
más dos estrellas ninja debajo de la almohada por si acaso.

Gruñí, colocando mi mano contra mi piel húmeda. Pensarías que


después de años de tener leucemia crónica, estaría acostumbrada a los
síntomas, pero ¿quién en su sano juicio se acostumbraría a despertarse
en un charco de sudor húmedo?

Soplé aire entre mis dientes y me paré sobre piernas temblorosas.


Necesitaba una ducha y mi habitación —la habitación que había elegido
en la casa de Sergio anoche después de que se ofreció a matarme— no
tenía un baño adjunto, lo que significaba que tenía que ir a buscar uno.

Estúpida, estúpida, Andi.

Había escuchado a Frank, el jefe Alfero, cuando me dejó la última


vez, la noche pasada. Sus palabras habían sido: «Él estará bien, solo
dale tiempo».

Me había sentido como una niña abandonada en su primer día de


escuela. La casa era impresionante, incluso desalentadora, pero había
estado rodeada del miedo toda mi vida, así que no pensé nada de eso.
No cuando las luces estaban encendidas abajo, no cuando escuché que
podría haber jurado que era un fantasma flotando a través de los
pasillos, y no cuando escuché por casualidad a mi futuro marido decir
en voz alta que matarme sería una amabilidad.
Me había tentado a decir, No si te mato primero. Pero eso solo habría
sido por ira.

Al final, él me estaría haciendo un favor, a pesar de que no lo


admitiera. ¿Momento honesto? Me sentía mal por él. Podría estar
marchando hacia mi muerte, pero ese tipo estaba en peor forma que yo.
¿Apreciaba la vida? Lo dudaba mucho.

Logré ponerme la sudadera más pequeña que tenía y apreté mi


pijama negro. Estaba perdiendo más peso.

Me negué a mirarme al espejo porque solo confirmaría mis


sospechas... los síntomas empeoraron... necesitaría un trasplante de
médula ósea, o moriría.

Y todo el dinero del mundo no me pondría en lo alto de esa lista.

Especialmente considerando mis conexiones, mi padre biológico, mi


reputación. Sacudí la negatividad de mi cabeza y abrí la puerta de la
habitación. El pasillo estaba en silencio.

Lo cual era realmente desafortunado, considerando que mi nuevo


compañero de cuarto decidió tomar todo el alcohol en toda la casa.

Con una sonrisa, corrí de regreso a mi habitación, agarré el bate de


béisbol desde la esquina —otra arma que guardaba por si acaso— y
corrí hacia la cocina.

Donde encontré una olla lo suficientemente grande.

Empecé a caminar por el largo pasillo de arriba.

Y golpeé la olla hasta el infierno.

Golpe. Golpe. Golpe.

—¿Sergio?

Golpe. Golpe. Golpe.

Un gemido que se parecía mucho a un animal que moría o intentaba


dar a luz estalló desde el dormitorio más alejado del pasillo.

Golpeé la olla más fuerte.

—¡Hijo de puta!
Los gemidos se convirtieron en gritos y, claro, la puerta se abrió de
golpe y un asqueroso Sergio se volvió con ojos asesinos de chocolate en
mi dirección.

¿Dije chocolate?

Quise decir poseído.

De ninguna manera se me permitiría encontrarlo atractivo. Sería


raro que sea sexy el que podría ser mi asesino.

¿No había un término para eso? ¿Síndrome de Estocolmo o algo así?

—Qué. —Su voz era profunda y grave. Oh, qué diablos, él era sexy—
. Qué. Demonios. —Se limpió la cara con las manos y presionó sus
dedos contra sus sienes—. Es. Eso.

Levanté el bate.

—¿No eres fanático de los deportes?

Me fulminó con la mirada y luego pisoteó hacia mí, sacudió el bate


de metal de mis manos, y lo tiró por las escaleras.

—No puedo decir que lo soy.

Golpeé mis uñas contra la olla de acero inoxidable y sonreí.

—Tienes un deseo de muerte.

—Creo que establecimos eso anoche.

Sus labios se apretaron en una línea fina y de aspecto enojado


mientras que con sus manos cogió la olla y tiró.

No la dejé ir.

Él tiró más fuerte.

Sonreí.

—Déjalo ir.

Apreté los dientes.

—Tú primero.

Su sonrisa era pura maldad mientras golpeaba mis antebrazos. La


olla hizo un fuerte sonido metálico cuando se estrelló contra el suelo de
baldosas españolas.
Sergio ladeó la cabeza y se inclinó, sus labios rozaron mi oreja.

—Podría romperte por la mitad estornudando, Rusia. No lo hagas.

Abrí la boca, pero él la golpeó con la mano y sacudió su cabeza.

—Dije. No lo hagas. —Quitó la mano—. No hables, no grites, no


tararees. Silencio. Me duele mucho la cabeza, no he tomado café, y
estoy bastante seguro de que un tren pasó por mi cara anoche. Lo
menos que puedes hacer es salir de mi camino antes de que cumpla mi
promesa.

—¿Promesa?

—Para domarte.

Puse los ojos en blanco.

—No soy un animal.

Sus cejas se alzaron.

—¿Golpear una olla con un bate de béisbol a las siete de la maldita


mañana? Lo creeré cuando lo vea. Ahora hazte a un lado antes de que
te elimine físicamente.

—Me gustaría verte intentarlo. —Lo empujé en el pecho—. Bien. —


Sonrió.

No estaba segura si me gustaba esa sonrisa; me sacó de quicio, hizo


que mi estómago se llenara de pequeñas mariposas, y al mismo tiempo
me dijo que era peligroso.

Al minuto siguiente estaba en sus brazos, siendo arrastrada por las


escaleras hacia la cocina.

Fui salvada por el timbre de la puerta, pero en lugar de bajarme, él


simplemente me levantó por encima del hombro y abrió la puerta.

Su hermano Axe estaba del otro lado. Su sonrisa divertida me hizo


querer volver y buscar el bate.

—Llevando a tu esposa sobre el umbral ya, ¿eh, hermano?

—Come mierda.

Saludé a Axe ondeando la mano.

—¿Siempre está tan alegre por la mañana? —Tex, el Cappo apareció


de repente detrás de Axe y sonrió—. Como nunca he sido una de las
aventuras de una noche de Serg, no puedo decir sí o no, pero si fuera
un apostador, diría que muchas mujeres se van insatisfechas.

Sergio gruñó.

Solté una risita ante el guiño de Tex. Me gustó desde el momento en


que lo conocí.

Diablos, me gustaban todos los jefes de la mafia. Las cinco familias


eran como la realeza en el mundo de la mafia y desde que fueron
tomados por los hijos más jóvenes y más guapos, básicamente habían
arrojado el crimen organizado en picada.

Mi propio padre biológico incluso estaba cantando sus alabanzas, lo


que básicamente significaba que solo quería ser el que tomara el crédito
por matarlos a todos.

El mundo de la mafia era extraño.

Lamentablemente, era lo único que tenía sentido para mí. Entonces


tal vez estaba igual de loca.

—Bájala, Sergio... —Axe pasó más allá de nosotros—. Antes de que


le hagas daño.

—Lo escuchaste. —Le di una palmada a Sergio en el culo—. Bájame.


No querría lastimarme.

Sergio lentamente, metódicamente, me levantó y deslizó mi cuerpo


debajo del suyo. Sentí cada plano muscular duro y noté la necesidad
ardiendo en sus ojos… para estrangular mi trasero.

—Gracias... —Me lamí los labios y luego me puse de puntillas,


agarrando su rostro al mismo tiempo y besando su mejilla—. Serás un
buen marido.

Él palideció.

Tex se echó a reír.

En general, fue una mañana típica de la mafia... un poco de


violencia, algo de tensión sexual, algunas risas y una fuerte llamada de
atención.

—Andi... —Tex se aclaró la garganta—, antes de que todos lleguen


aquí yo...

—¿Todos? —repitió Sergio, su voz mezclada con temor—. ¿A qué te


refieres con todos?
—Es una boda —respondió Axe por Tex y golpeó a Sergio en la
espalda—. Vamos. Haré café.

Seguí a los chicos a la cocina. Tex me lanzó miradas curiosas


mientras Sergio evitaba todo contacto visual, asegurándose de que
estuviéramos muy conscientes que estaba acosando el mostrador de la
cocina con los ojos. Bueno, cada uno a lo suyo.

—Todos —dijo Sergio de nuevo, mientras Axe suspiró en voz alta y


me pasó una taza de café caliente.

—Las chicas. —Tex tomó una taza mientras Axe vertía el líquido
oscuro en ella—. Las mujeres, debería decir.

—¿Y por qué vienen? —Sergio golpeó sus dedos contra el mostrador,
el sonido haciendo que mis nervios saltaran a la acción.

A la mayoría de los hombres los podía entender; Sergio, por otro


lado, era genial, calculador. Raramente mostraba sus emociones, y
cuando lo hacía, te dabas cuenta de que estabas equivocado acerca de
querer verlos en primer lugar. Era aterrador, demasiado controlado,
demasiado todo, y en el momento en que te dejaba ver eso, querías
clavar la caja de Pandora en el fondo del océano y poner una ballena
gigante a cargo de protegerla.

Tex me miró con cuidado. Ah, conocía esa mirada. Con un suspiro,
traje el café a mis labios y soplé.

—Solo dilo, jefe.

—Soy un asco en esto —maldijo.

—Creo que apestas en muchas cosas. —Le guiñé un ojo—. Rusos. —


Su sonrisa fue burlona, amable—. Serg, ella se está muriendo.

—¡Elefante! —Tosí y luego levanté la mano para chocar los cinco.

Tex lo recibió con una débil palmada de su mano de gran tamaño.

—Oye, si no puedes bromear sobre eso...

—No lo hagas. —La voz de Sergio era escalofriante—. Nunca


bromees sobre la muerte.

—Dice el hombre que se ofreció a darme de baja esta mañana. —Le


guiñé un ojo.

Las fosas nasales de Tex se dilataron.


—¿Qué? ¿TÚ QUÉ?

—Entonces, de vuelta a la boda... —dijo Axe con una voz


estratégicamente tranquila—. Andi solo se va a casar una vez. Debería
ser especial, así que las chicas...

El pecho de Tex tomaba más y más aire mientras miraba a Sergio.

—Maldición, haz que la chica enferma interfiera.

Dejé mi café y sostuve mis manos entre los dos.

—Relájense, ambos son bonitos, ahora ajusten sus bolas, rasquen


su trasero y eructen para que podamos volver a la etiqueta y el
champán.

—No beberás —espetó Sergio.

—¿Quién murió y lo convirtió en mi papá? Porque me niego a


casarme con mi padre. Es raro.

—¡Ella no puede beber! —Sergio claramente no me estaba


escuchando a mí ni a nadie más en la habitación—. ¡Ella está enferma!
Lo hará...

—¿Qué? —lo interrumpí—. ¿Peor? Créeme. No hay algo peor que yo


sepa.

Axe silbó desde la esquina.

—Fuera de tema.

—Axe... —Levanté mis manos—. Por favor, deja de interferir. Si


somos afortunados, entrarán en una pelea de gatos, se quitarán las
camisas y luego darán vueltas en el barro...

Tex sonrió mientras Sergio maldijo por lo bajo.

—Oh, lo siento. ¿Dije ese sueño en voz alta? —Me reí en mi café—.
No, pero en serio, sigue hablando de mi inminente muerte conmigo
parada aquí, Sergio. Es una buena charla previa a la boda.

—La chica tiene un punto. —Axe asintió alentadoramente.

—Bien. —Sergio golpeó sus manos contra la encimera de granito—.


Haz lo que quieras. Simplemente no sabía que la fundación Pide Un
Deseo casi había vomitado en nuestro patio esta mañana.
La mandíbula de Tex se apretó. Lo escuché. Como un trueno
cayendo a la cocina y rebotando en las paredes.

—Eres un imbécil.

—Lo secundo —agregó Axe.

Todos me miraron, todos menos el de Sergio; todavía estaba


comprometido en su extraña historia de amor con la encimera.

—Oh, tengo que ponerme del lado de mi esposo. —Me encogí de


hombros—. Es bíblico.

—¿Los rusos poseen Biblias? —preguntó Axe en voz alta.

—Hmm... —Me toqué la barbilla—. No lo sé. ¿Los Sicilianos incluso


saben cómo leer?

Axe me guiñó un ojo y luego me dio un aplauso solitario.

—Andi uno, Axton cero.

—¡Entonces te casas con ella! —gritó Sergio, golpeando su puño


contra el granito de nuevo—. ¿Por qué no me matan? ¿No sería eso más
fácil para todos?

—Ignóralo. —Agité mi mano en el aire—. Anoche se ofreció a


matarme a mí también y mira. Sigo en pie. Es todo humo y espejos.
Sólo dale un biberón lleno de whisky y pon al bebé en la esquina donde
puede hacer pucheros.

—Nadie pone al bebé en la esquina. —Axe se encontró con mi


mirada.

—Tú... tú y yo somos oficialmente amigos.

—Él no necesita más amigos. —La cara de Sergio se puso morada


mientras apretó los dientes y se inclinó hacia mí—. ¿Podemos hablar?
¿A solas?

—¿Estás armado? —Miré alrededor de su cuerpo—. Porque cuando


estaba aprendiendo sobre la seguridad de las armas en la escuela,
específicamente me advirtieron que no estuviera sola con delincuentes.

—Golpe bajo. —Tex se echó a reír—. Saca tu placa, Sergio.

—Sujeto adolorido. —Axe tosió.

Sergio miró hacia el techo y gimió.


—Andi... ahora.

—Más tarde, muchachos. —Saludé a los chicos—. Solo deja entrar a


las chicas cuando lleguen aquí. Entonces podemos tomar champán y
pelear con una almohada. ¡Siempre quise una despedida de soltera!

Sergio me agitó del brazo y me empujó hacia el frío aire invernal.


Era finales de enero, no era exactamente mi época favorita del año para
Chicago. Por otra parte, los rusos aparentemente tienen hielo en sus
venas, así que lo que sea.

—Andi... —Los ojos de Sergio eran duros y negros—. No me hagas


hacer esto.

—¿Qué? Pararte afuera en el frío.

—Casarme contigo.

—No es para siempre, Sergio.

—Ese es el problema.

—¿Disculpa qué? Quieres estar conmigo para siempre.

—No... yo... —Él pasó los dedos por su cabello oscuro ondulado.

—Maldita sea, yo solo... quiero casarme con alguien una vez...


alguien que amo. No quiero tener algo arreglado. Es solo otra cosa que
la mafia me ha quitado. ¿No puedes ver eso?

—Hazme verlo —dije suavemente—. Hazme entender. —Sus ojos


estaban huecos, su mirada distante.

—No... no puedo ... yo solo...

—¡Las CHICAS están aquí! —escuché una voz femenina gritar.


Voces masculinas se unieron, y entonces comenzó la música.

—Luego. —Sergio se apartó, sus pasos ya retrocedían—.


Hablaremos más tarde, pero hablaremos. Antes de decir los votos,
hablaremos, Andi.

—¿A dónde vas?

Sacudió la cabeza y siguió caminando.

—Un minuto, Andi. Solo necesito un maldito minuto para mí. Ve


adentro.
Capítulo 3
Traducido por Manati5b

Sergio

Fue una experiencia extra corporal… observar a alguien hablar tan


casualmente sobre su propia muerte y sonreír al mismo tiempo. En
cada momento que estaba con ella, quería vomitar. No porque no fuera
bonita.

Era hermosa.

De hecho, preciosa.

Lo cual lo hacía tan mal.

¿Cómo podía alguien tan lleno de vida estar muriendo? Y, ¿cómo


podía estar ella tan bien con eso? El whisky me había apagado,
dejándome con muchas preguntas confusas y sin suficientes respuestas
satisfactorias.

La risa burbujeaba fuera de la casa. Lo podía escuchar a todo lo


largo en el campo, lo que significaba que las chicas trajeron champán y
estaban mayormente poniéndose borrachas.

No quería ser un imbécil.

Justo como nunca planeé ser un asesino.

No es como si hubiera despertado un día y pensara, voy a trabajar


para el FBI y la mafia como un doble agente, luego amenazar con matar
a todos los que amo y aprecio, y luego, por diversión, voy a casarme con
una chica que está muriendo… e infiernos, ¿por qué no agregar sal a la
herida y ahogar una camada de gatitos?

—Mierda. —Pateé el suelo con mi bota y me limpié el rostro con mis


manos.

Necesitaba regresar a la casa.

Sabía que no había forma de salir de mi predicamento. Solo deseaba


no estar tan atascado, deseaba que la mafia no me controlara, deseaba
que mi familia pudiera escucharme, y por primera vez desde que di ese
primer paso dentro de la agencia… deseé una segunda oportunidad.
Otra oportunidad.

Nunca hubiera ingresado.

Nunca en un millón de años hubiera pensado en haber cruzado mi


familia para salvarlos…

La gente habría muerto.

Pero mi conciencia habría estado limpia.

La sensación de cansancio que me ahogaba cada hora del día se


habría ido, y sería libre.

En lugar de eso, me iba a casar, no con alguien a quien amara,


incluso si fuera capaz de amar, sino con un familiar enemigo quien
probablemente merecía la vida más que yo.

—Infiernos —susurré por lo bajo de mi aliento y me dirigí hacia la


casa.

Mientras no la dejara entrar… estaría bien. Mientras la mirara como


una víctima, como una de mis víctimas, ella no entraría.

La verdad me aterrorizaba.

Porque la verdad era… ella me gustaba lo suficiente para


lamentarla, y cuando te gustaba alguien lo suficiente como para
lamentarla, estabas en peligro de amarla.

Y sabía que si la amaba, si me dejaba a mí mismo sentir… me


destruiría.

Así que tomé cada fragmento de odio y resentimiento que pude


encontrar en mi cuerpo y me blindé con eso.

No la dejaría entrar.

Nunca.

—Hablemos de la noche de bodas —anunció Bee, la esposa de


Phoenix, desde el dormitorio, lo suficientemente fuerte para que toda la
casa lo escuchara y posiblemente las afueras de Chicago.

—Noche de bodas, noche de bodas —cantaron las chicas al unísono


mientras yo buscaba el alcohol como un hombre enloquecido.
—Aquí mismo. —Nixon pareció aparecer de la nada y me entregó un
vaso de vodka cargado.

—¿Qué? —resoplé—. ¿No hay vino? ¿Ya no somos Sicilianos, o


estamos dejando que la tradición rusa ensucie todos lados?

—¿Recuerdas cuando solías ser el más tranquilo con quien convivir?


—preguntó Nixon, ignorando mi arrebato—. Yo lo hago. Solías ser todo
calmado, tranquilo, medio feliz. ¿Qué le pasó a esa persona?

—Aparentemente, de acuerdo con Andi, eso es, murió… y ahora mi


cuerpo me está mirando por el espejo. Me imagino que me voy a
convertir en un muerto viviente cualquier día de estos.

Nixon se rio entre dientes; sus ojos azules coincidían con los míos
casi a la perfección. Éramos, después de todo, primos, aunque era un
cuarto o quinta distante línea. Por alguna razón, éramos más parecidos
que Ax y yo, probablemente porque Ax se dejó crecer el cabello más de
una pulgada ahora, y le habían roto la nariz más veces de las que podía
recordar.

—Ella está muriendo —dijo Nixon, interrumpiendo mis


pensamientos.

—¿Por qué diablos la gente sigue recordándome eso? —Me tomé de


un golpe el vaso entero y lo sostuve por más—. ¿Tengo un letrero en mi
cara que dice estúpido?

—No te dejes abierto a eso Serg. —Phoenix caminó hacia nosotros,


con una botella de agua en mano—. Eso es solo rogarle a Tex que se
aproveche.

Phoenix era el más nuevo líder de la familia Nicolasi, y lo mostraba


en la forma en que se desenvolvía a sí mismo. Una vez violador y lo peor
de lo peor. No lo sabrías si lo vieras ahora. No más círculos bajo sus
ojos, y estaba usando unos jeans oscuros con una camisa con chaqueta
a medida; el tipo parecía que acababa de salir de una revista. Su esposa
probablemente tuvo más que ver con eso que él, pero aun así, fue una
mejora en su aspecto fantasmal de hace unas semanas.

Al menos entonces, mi miseria había disfrutado de su compañía,


incluso si apenas nos habíamos tolerado el uno al otro.

Chase se nos acercó, con las cejas arqueadas.

—¿Estamos en una boda o en un funeral Serg?


—Ambos. —Me incliné por más vodka mientras las expresiones de
los chicos se inmovilizaban en sus rostros.

Lentamente, me di la vuelta y maldije por lo bajo. Andi estaba


parada en la puerta de la sala de estar, con el rostro pálido y la sonrisa
débil.

—Hola chicos —saludó—. Solo quería preguntarle su opinión a


Sergio sobre los zapatos.

Chase se atragantó con su bebida mientras luchaba por recuperar


la compostura. ¿Lo había escuchado? Y, ¿por qué demonios me
importaba si estaba molesta? Ese era el plan: molestarla, no dejarla
entrar.

—Úsalos. —Me encogí de hombros—. O ve descalza. ¿Por qué


demonios debería importarme?

—Imbécil —susurró Phoenix, mientras Nixon me empujó por detrás.

—Entonces… —Andi sacó sus pies de la larga falda blanca—, ¿te


gustan los plateados o los marrones?

Me lamí los labios y mire los zapatos. Por supuesto que tenía una
opinión. Antes de mi caída a lo profundo del infierno, probablemente
había sido el más bien vestido de todos. Siempre me encantó la ropa:
cómo se sentía, cómo se veía, cómo ordenaban una habitación.

—Andi, escúchame atentamente. —Dejé mi vaso sobre la mesa y


crucé mis brazos—. No podría importarme menos que un culo de rata
los zapatos que uses.

Pude sentir a los chicos disparando dagas a mi espalda. Los ignoré.


Tal vez perderían los estribos y me matarían, ¿no sería eso una
amabilidad?

—Descalza entonces. —Sonrió brillantemente y comenzó a salir de


la habitación, luego rápidamente se dio la vuelta y salto hacia mí—.
También, si estamos planeando un doble, funeral y boda, ¿me puedes
dar mi obituario? Es justo ya que serás mi esposo y todo eso. Incluso
podría escribirte tu discurso. Debería incluir cuán sexy era, cuánto
vodka podía tomar y el hecho de que tenía la capacidad de patearte el
trasero si así lo quisiera.

Puse mis ojos en blanco.


Y luego, de pronto, estaba de espaldas. Sin recordar cómo llegué
ahí, solo una vista del techo mirándome con diversión, y mi espalda
sintiéndose como si acabara de ser golpeada por un dos por cuatro.

—Santa mierda. —Chase se echó a reír—. Escojo a Andi para el


capitán de grupo cuando vayamos a la guerra contra los rusos.

—¿Qué…? —Mis pulmones se apretaron cuando jadeé—, ¿fue eso?

Mientras Andi me miraba, su indiferencia era alarmante.

—Estabas siendo un imbécil, así que te hice un favor no solo


manejando tu imbecilidad por ti, sino asegurándome de que aterrices
en ello, solo en caso de que hubiera alguna pregunta. —Miró alrededor
de la habitación—. Esto es lo que pasa cuando soy tratada como menos
de lo que merezco en mi único día de boda… ¿alguna pregunta?

—Nop. —Nixon se rio por lo bajo.

—Infiernos no… —dijeron Ted y Phoenix al unísono—. Solo una.

La sonrisa fácil de Chase me puso al borde. Los chicos gruñeron.

—¿Qué?

Se encogió de hombros.

—Solo quiero saber cómo hizo eso tan rápido.

—Si tienes suerte te enseño. —Ella le guiñó un ojo y bailó de regreso


hacia la puerta, mientras yo permanecía en el piso, mi orgullo herido,
mi ira hirviendo.

Los chicos, lentamente, uno por uno, se movieron para pararse


sobre mí. Ninguna mano fue ofrecida. Simplemente miraban, y por sus
expresiones, querían que tratara de levantarme para que me volvieran a
poner sobre mi trasero de nuevo.

Finalmente, Ax dio un paso y ofreció su mano. Cuando la tomé, la


soltó y luego me dio una fuerte patada en las costillas.

—No me hagas patearte el trasero también. Ve a buscar unos


malditos zapatos.

—Ella va descalza —argumenté.

Otro pie me pateó las costillas, no fuerte, pero era lo


suficientemente firme para causarme un fuerte dolor en mi costado.
—Ve antes de que saque mi pistola —gruñó Nixon.

—Él lo haría también. —Chase asintió sombríamente—. Todos


hemos visto suficientes heridas de bala entre nosotros para
demostrarlo. No hagas que Tex o Phoenix se levanten sus camisas. Solo
ve a arreglarlo.

Con un gruñido, me puse de rodillas primero, y luego me puse de


pie, frotándome la espalda mientras lentamente hacia mi camino hacia
el salón. Toqué dos veces.

Trace respondió, su mirada asesina.

Suspiré y me apoyé contra el marco de la puerta.

—¿Está disponible Jackie Chan?

—Depende. —Cruzó los brazos—. ¿Todavía eres un imbécil?

Me moví en mi lugar.

—Probablemente.

—Al menos es honesto —dijo Andi desde algún lugar de la


habitación.

—Trace… —Mi voz se quebró—, solo déjame pasar para que pueda
disculparme.

—Increíble que conozcas esa palabra —dijo Mo, uniéndose


inmediatamente al lado de Trace.

—Déjalo entrar —dijo Andi con su voz de canto—, quiero su opinión


sobre el vestido.

—Es mala suerte —dijo Mil desde la cama—. Pero entonces, te estás
casando con Sergio, así que…

—Hilarante.

Le di la vuelta y caminé dentro de la habitación. Parecía que una


tienda de ropa había vomitado por todo el lugar. Encaje, cintas y velos
estaban esparcidos por toda la cama, el piso y el escritorio. Maquillaje
instalado en un mostrador, mientras que el otro, estaba forrado de
zapatos de todos los colores del arco iris y algo más.

Fue suficiente para enviarme a una convulsión.


Me di la vuelta, tratando de recordar por qué estaba en ese infierno
específicamente en primer lugar, cuando Andi salió del armario y estiró
sus manos.

—¿Te gusta?

Mi boca se abrió antes de que pudiera detenerla.

Su vestido era todo de encaje. Sin tirantes, solo encaje alrededor de


sus pechos, cubriendo lo que necesitaba ser cubierto, dejando poco a la
imaginación y un festín para mis ojos. El encaje se encontraba con una
tela de aspecto sedoso pesado que besaba sus caderas y luego caía en
volantes hasta los tobillos.

No estaba seguro de cuánto tiempo me quedé mirando.

Probablemente fueron cinco minutos embarazosos antes de que


pudiera en realidad formar palabras.

—Es… agradable… —tosí en mi mano—, para un vestido.

—Guau, escríbeme algo de poesía, ¿de acuerdo? —Andi guiñó un ojo


y luego giró frente a mí.

Estaba a punto de decir algo mezquino cuando noté sus pasos


vacilar. Su rostro palideció, y colapsó directamente a mis pies.

—¡Andi!

Agarré su liviano cuerpo y la alcé en mis brazos y luego caminé


hacia la cama y la dejé en medio de los vestidos esponjosos.

—Andi, ¿puedes oírme?

Sus ojos se abrieron de golpe.

—Oh… lo siento. —Su rostro se enrojeció—. Solo un poco mareada.

—Entonces no gires —dije con los dientes apretados.

—Pero es uno de esos vestidos —argumentó ella, levantando sus


brazos en el aire—. Un vestido giratorio. Tienes que girar o bien puedes
no usarlo.

—No gires si vas a marearte y desmayarte.

—Pero debo.

—Un giro.
—¡Dos! —argumentó ella, apoyándose sobre sus codos para que
nuestros rostros casi se tocaran—. ¿Por favor?

Estábamos tan cerca que podía ver las motas de oro en sus ojos.
Traté de ignorar el tirón hipnótico que sentí con solo mirar y parpadeé.

—Bien. —Lamí mis labios, mi mirada estaba demasiado


concentrada en su boca, considerando que estaba tratando de no
mirarla a los ojos—. Dos giros, pero ve lento, sin desmayarte.

—Cuidado, Sicilia, tus verdaderos colores se muestran. —Se inclinó


y susurró en mi oído—: No quiero que la gente piense que realmente te
importa.

—No lo hago. —Incluso yo no estaba tan convencido con la falta de


pasión detrás de mis palabras.

—Seguro. —Asintió y me palmeó el hombro—. Y gracias… creo que


escogeré este vestido. Tu reacción fue perfecta.

—Pero no reaccioné.

—Exactamente mi punto.

Seguí mirándola, intentando descifrarla, al mismo tiempo irritado


porque parecía ver a través de todo lo que le arrojé. Grandes ojos
marrones me devolvieron la mirada, conociéndome, viéndome.

Retrocedí.

Habiendo olvidado que había otras mujeres en la habitación, casi


colisioné con Mo y Mil mientras escapaba.

Azoté la puerta detrás de mí y luego me recosté contra ella, mis


manos cerradas en puños apretados mientras cerraba los ojos y
murmuraba una maldición.

—Guau, el vestido estaba así de bonito ¿no? —Nixon estaba


apoyado contra la pared, sus ojos no perdían nada. Maldito sea.

—Para un vestido —dije en una voz débil y completamente poco


convincente.

Nixon sonrió, su anillo plateado del labio captó la luz que se filtraba
desde las ventanas altas.

—Sabes que no tiene que ser un castigo.


—Ja. —Me empujé lejos de la pared—. Pero lo es. Estás forzando mi
mano, y, ¿por qué? Eso es lo que quiero saber. ¿Qué hace que esa
chica…? —Señalé la puerta cerrada—, ¿en ese cuarto, tan
malditamente importante? Supongamos que su padre la encuentra…
¿entonces qué? La protejo con mi vida.

Nixon suspiró.

—Estoy decepcionado de que incluso necesites hacer esa pregunta.


Un esposo siempre protege a su esposa, independientemente de sus
sentimientos. Una vez que te casas, eres sangre. Compartes algo
precioso, algo eterno. ¿Protegerla con tu vida? Malditamente cierto,
más te vale. Porque si no, si dudas, si nos fallas una vez más… —Su
expresión no vaciló. El hombre ni siquiera se estremeció cuando sus
palabras le dieron golpes físicos a mi cuerpo—, te mataré yo mismo.

—Así que muerto o casado. —Exhalé y puse mis manos en mis


caderas, deseando que mi boca se callara.

—Podrías intentar divertirte. Ella es hermosa. —Nixon giró sobre


sus talones y empezó a caminar de regreso por el pasillo—. O puedes
solo continuar siendo un imbécil y dejarme dispararte.

—Buena charla primo —murmuré bajo mi aliento.

—Sí, bueno —dijo Nixon por encima del hombro—. Tienes suerte de
que no lo haga peor. Mereces algo peor y lo sabes.

Sí, lo hacía.

La culpa me carcomió de adentro hacia afuera. Merecía algo peor de


lo que me estaban entregando. Por otro lado, no podía comprender qué
era peor que ser forzado a casarme con una rusa sedienta de sangre
solo para que me dijeran que la mantuviera viva mientras su padre,
igualmente sediento de sangre, la casaba como un perro, solo para que
ese mismo ruso muriera unos pocos meses después.

La muerte siempre me había rodeado, siempre.

Pensé después de que confesara mi participación con el FBI, en las


familias que al menos me matarían, silenciar los susurros y gritos de
todas las personas que había matado, y sacarme de mi miseria.

En lugar de eso, las voces eran más fuertes que nunca. Y sabía que
solo era una cuestión de tiempo antes de que empeorara, antes de que
todo lo que viera fuera muerte, y sería impotente para detenerlo.
De eso se trata matar, de morir. Cuando tú eres el indicado al
tratarlo, piensas cada vez menos en ello hasta que es tan normal como
leer el periódico de la mañana.

Pero cuando pierdes el control sobre ello, cuando por un segundo,


pierdes el control… se convierte en un monstruo de nuevo.

Y te persigue en todas tus pesadillas.

Andi era muerte, pero también era vida, y no sabía cómo fusionar
las dos. Ni siquiera estaba seguro de querer hacerlo.
Capítulo 4
Traducido por Sofiushca

Andi

El vestido era perfecto. Nunca había sido una de esas chicas que se
ponía demasiado emocional por cualquier cosa. Mi ave murió cuando yo
tenía seis años. En lugar de llorar, simplemente le hice una lápida,
escribí un elogio y luego le pedí a mi padre uno nuevo.

Él había dicho que sí. Y así continuó el círculo de la vida. Mi padre


adoptivo, con el que había vivido toda mi vida, se aseguró de darme
todo lo que podía desear, sin mentirme nunca sobre de dónde venía o
por qué me habían entregado a él.

Yo era dinero de sangre, simple y claro.

Mi verdadero padre, Petrov, como tan amorosamente lo llamaba, me


había entregado al jefe de la unidad del crimen organizado del FBI como
soborno cuando descubrió que Smith no podía tener hijos.

Smith, contento de no tener que adoptar —considerando que era


caro y su salario era una mierda— había dicho que sí.

Pero Petrov tenía una condición.

Entrenarme en todos los sentidos como rusa.

Fui a un internado ruso.

Sólo hablaba ruso en casa.

Solo me permitieron comer comida rusa hasta que lancé un cuchillo


contra la pared en mi decimosexto cumpleaños.

Sabía que mi padre adoptivo me amaba lo mejor que podía, pero


cuanto más tiempo me quedaba en su casa, más me alejaba.
Probablemente porque lentamente comenzó a darse cuenta del peligro
en quedarse conmigo, el peligro de saber que la mafia rusa siempre
cumplía con sus promesas, y que mi padre algún día pediría un favor a
cambio.

Me di vuelta frente al espejo, perdida en mis pensamientos.

Luca Nicolasi —ahora muerto— el antiguo jefe de la familia Nicolasi,


me había rescatado. Naturalmente, sucedió después de que me
enviaran a matarlo.

Tenía dieciocho años.

Él se había reído en mi cara, luego me ofreció un trabajo diferente,


uno al que yo realmente podría aferrarme.

Espiar a mis padres. Ambos.

Vengarme.

Y olvidarme del hecho de que tenía leucemia crónica.

—Tú… —Luca sacó el cuchillo de su muslo—. Claramente tienes un


deseo de muerte.

—¿Por qué tenerle miedo a la muerte cuando ya te estás muriendo?


—Me encogí de hombros y saqué otro cuchillo.

—Ah… —Levantó la mano—. ¿Por qué?

Mis cejas se alzaron.

—¿Por qué no estás tratando de atacarme?

—Porque… —Se sentó en la mesa de la cocina. La casa estaba oscura


a excepción de nosotros dos; sus hombres no tenían idea de que me
había infiltrado. Luca bebió una copa de vino y se aclaró la garganta—.
Solo vienes a matar para que puedas sentir.

—Tonterías. —Levanté mi arma de nuevo.

—Quieres sentirte viva... porque tu cuerpo está muriendo... lo sientes


todos los días cuando te despiertas y estás un poco más débil, lo ves en
los ojos de tu padre y sabes que es solo cuestión de tiempo antes de que
se pierda tu uso con tu verdadero padre.

Ahí me tenía.

—Control… —Luca dio unas palmaditas en la silla junto a él—. Lo


que quieres es más control sobre cómo vives, ¿sí?
¿Cómo podía ver a través de mí? Mi padre no lo había hecho; nadie lo
hizo. Tal vez porque mantuve paredes tan altas que ni siquiera yo podía
ver sobre ellas.

—Puedo ayudarte.

—No necesito ayuda.

—Apestas al deseo de pertenecer... al deseo de controlar tu propio


destino… —Se rió entre dientes—. Déjame ayudarte, y te haré una
promesa que no puedes rechazar.

—¿Oh si? —Resoplé—. ¿Qué es?

—Te salvaré la vida.

Los latidos de mi corazón se aceleraron.

—No hay cura para el cáncer.

—No —dijo Luca con tristeza en su voz—. Pero cuando llegue el


momento, cuando necesites alejarte del FBI, cuando quieras alejarte de
tu padre ruso, te ofreceré protección de la única manera que sé cómo.

Bajé mi arma.

—¿Cómo?

—Mi apellido.

Me eché a reír.

—Si crees que me voy a casar contigo, tienes otra cosa por venir.

—Yo no. —Se lamió los labios—. Mi hijo.

—¡Andi! —gritó Trace desde el otro lado de la puerta—. ¡Es hora de


comenzar! Te necesitamos abajo… oh, y ¿quién quieres que te
acompañe al altar? Tex discute que debería ser él. Frank dice que es
mayor y más sabio. Nixon acaba de golpear a Chase, y no creo que…

—¡Voy! —la interrumpí y sacudí la cabeza.

Me di una última mirada en el espejo y susurré: Gracias, Luca.


Quizás no me casara con su hijo, pero me estaba casando con la familia
criminal Abandonato. Ni siquiera mi padre podía tocarme ahora.
Porque junto a los Campisi, me estaba casando oficialmente con la
realeza de la mafia.

Solo deseaba que Luca hubiera vivido lo suficiente como para verlo.
Para acompañarme al altar y palmearme la mano.

Siempre me dijo que todo saldría bien.

Lo había hecho.

Lo hacía.

Pero lo extrañaba, desesperadamente.

Y todavía no sabía dónde estaba su hijo, o por qué yo era la única


que sabía de su existencia.

—Llévalo a la tumba —había susurrado una noche—. Si algo sucede,


lo llevas a tu tumba.

Bueno, algo había sucedido.

—Te amo, viejo —le dije a mi reflejo en el espejo—. Gracias.


Capítulo 5
Traducido por Liliana

Sergio

—¿Un esmoquin? —lo dije como una mala palabra porque, bueno...
era blanco y parecía sacado de Fiebre de Sábado por la Noche.

Tex me rodeó con un brazo musculoso.

—Es lo que la novia quiere.

Me alejé de él y examiné la gigante y fea pieza blanca.

—¿Esto? ¿Esto es lo que ella quiere? ¿Todos llevamos disfraces?

—Solo tú. —Tex sonrió.

Le lancé una mirada fulminante a Tex por el rabillo del ojo.

—Estás disfrutando demasiado esto.

—Iba a traer palomitas de maíz, pero Mo dijo que no.

Podría haber jurado que la monstruosidad de un esmoquin


comenzaba a brillar.

—Gracias a Dios por Mo.

—No puedes agradecerle a Dios por mi esposa —siseó Tex, sus cejas
volvieron a hacer eso que les hacía parecer que iban a salir disparadas
por la frente y sumergirse en su cabello castaño rojizo.

Levanté mis manos en señal de rendición.

—Lo que sea. ¿Me vas a ver desvestirme o puedo tener un poco de
privacidad?

Se cruzó de brazos.

—Debes estar jodiéndome. —Me quité la camisa y se la tiré a la


cara—. ¿De verdad crees que voy a escapar de la boda?
—Sí —dijo Tex con voz divertida—. Porque eres un cobarde. Eso es
lo que tú haces. Te marchas.

—Suficiente.

La puerta de mi habitación se abrió justo cuando estaba


contemplando empujarlo y golpearlo en la yugular.

—Tex. —Chase tenía una expresión perpleja mientras se rascaba la


cabeza—. Un Nicolai Blazi…

—…En eso. —Tex me miró por última vez—. Te marchas, yo te


persigo y ambos sabemos cuánto disfruto cazando.

—Oh, vete al infierno, Tex.

Seguí desnudándome, sin importarme que la puerta estuviera


abierta de par en par, y comencé el doloroso proceso de ponerme lo que
parecía poliéster y lana baratos.

Era oficial. Andi se estaba muriendo, y quería llevarme con ella,


sudando hasta la muerte. Como si ya no me estuviera volviendo loco
por decir mis votos en menos de un par de horas.

Me abroché los pantalones, irritado porque me quedaban y no podía


usar eso como una excusa para ponerme algo italiano.

Al menos sabíamos cómo hacer ropa.

—Oooo, sexy —dijo la voz alegre de Andi desde la puerta justo


cuando estaba empezando a abotonar la dolorosa e incómoda camisa
blanca.

La miré por el espejo.

—Tu idea, ¿supongo?

Sus cejas se torcieron mientras se mordía el labio para reprimir una


sonrisa.

—¿Qué? ¿No te gusta?

—No.

—¿No eres fanático de las artes? Quiero decir, ¡vamos, la película es


un clásico!

Suspiré y continué abrochándome la camisa.

—Lo entiendo. Este es mi castigo por lo de anoche.


—¿Y qué pasó exactamente anoche? —Se llevó las manos a la
espalda y se adentró más en la habitación, su vestido sacudiéndose con
cada movimiento.

—Amenacé con tratarte... —Sonreí en el espejo—, como una


mascota de la familia.

Ella aplaudió.

—Bravo, él puede ser entrenado.

—Entonces... ¿me vas a torturar o patear el trasero todo el tiempo


que estemos casados? ¿Esto es lo que tengo que esperar? ¿Ropa
horrible y ataques furtivos donde aterrizo sobre mi trasero?

—El ataque no fue furtivo. —Puso los ojos en blanco—. Estás


enojado porque te puse sobre tu culo.

—¿Había algo que necesitabas?

Tiré de la corbata y casi me ahorco en el proceso.

Puso los ojos en blanco.

—Aquí, déjame.

—No necesito tu ayuda —dije con los dientes apretados.

—Casi te suicidas accidentalmente. —Agarró la corbata y acercó mi


cuerpo al de ella—. Lo menos que puedo hacer es ayudar.

—Ja.

Estábamos casi pecho contra pecho. Podía oler su perfume; era


florido pero no dominante. Si no estuviera tan enojado, estaría tentado
a inclinarme más lejos, pero ella era el enemigo, era la razón de que
todo saliera tan terriblemente mal.

Sus suaves manos se deslizaron contra la tela de la corbata; mi


cuerpo saltó en respuesta. Tenía que decirme a mí mismo que era solo
porque no había estado con una chica en mucho tiempo.

Los días se habían convertido en meses.

Los meses se habían convertido en un maldito año.

Era una maldita sequía.


Al principio, culpé a Mo Abandonato... la chica que quería pero
perdí ante Tex... y luego ya no pude usar esa excusa; progresó hasta no
sentir nada por nadie en ningún momento.

Era como si hubiera perdido la capacidad de que me importe.

La capacidad de lujuria incluso.

Entonces, ¿el hecho de que mi cuerpo respondió a ella?


Simplemente me molestó aún más.

Me aparté una vez que terminó y resoplé mientras miraba mi


ridículo reflejo en el espejo.

—¿Cómo es justo que te veas como una princesa y yo parezca un


hazme reír?

La sonrisa de Andi vaciló. Bajó la cabeza.

—¿De verdad crees que me veo como una princesa?

—Sí —dijo una voz que sonaba extranjera desde la puerta—. Yo


diría que sí.

Rápidamente me di la vuelta, listo para defenderla, listo para pelear


porque sabía que no habíamos invitado a nadie fuera de la familia, pero
Andi ya estaba caminando hacia él, y luego estaba corriendo, y luego
estaba en sus malditos brazos.

—Absolutamente impresionante. —Él la besó en la mejilla.

Casi me muerdo la lengua.

—¿Quién diablos eres tú?

El hombre bajó a Andi y me miró. Emparejábamos en fuerza y


altura. Él medía alrededor de un metro noventa y tenía rasgos oscuros.
Sus ojos casi parecían negros, su cabello igual de oscuro, pero sus
dientes eran tan blancos que era casi cegador, y tenía hoyuelos.

Oficialmente quería terminar con su vida.

Y cortar los hoyuelos de sus mejillas.

Andi lo rescató de una muerte segura cuando se movió frente a él,


todavía sosteniendo su mano.

—Este es Nicolai Blazik.

—Mierda. —Me froté la parte de atrás de mi cabeza—. ¿El médico?


—El famoso médico —dijo ella, haciendo hincapié en famoso un
poco demasiado para mi gusto.

El tipo era una maldita celebridad. Las mujeres lo querían, los


hombres querían ser él, y estaba bastante seguro de que era dueño de
la mitad de los Estados Unidos, o al menos ese era el rumor.

—Un honor —canturreó él detrás de ella.

—Del mismo modo —siseé.

—Este… —Andi se movió a mi lado y me agarró del brazo—, es mi


prometido, Sergio.

—Lindo nombre. —Nicolai se rio entre dientes.

Mierda, solo estaba pidiendo que le disparara. ¿Tenía alguna idea de


a qué me dedicaba? ¿Qué le haría si me empujaba demasiado?

Agarré a Andi con más fuerza y luego la rodeé con mi brazo.

—Diría que gracias, pero estoy bastante seguro de que no lo dijiste


como un cumplido.

—No lo hice.

—Si no te importa Nicolai... —Me volví hacia Andi y besé la parte


superior de su cabeza—. Mi futura esposa y yo estábamos en medio de
algo.

Sus ojos brillaron.

—Bien. Andi, te veré abajo. ¿Y Sergio?

Ladeé la cabeza.

—La lastimas, te corto el corazón.

Me eché a reír.

—Oh, doc, me encantaría verte intentarlo.

Él contuvo una maldición antes de salir de la habitación.

—Competencias de meadas, fiesta para dos —dijo Andi en voz baja.

No me había dado cuenta de que todavía la estaba sosteniendo, y no


estaba seguro de si quería dejarla ir.

Lentamente, ella levantó su mirada hacia la mía.


—Entonces... estabas diciendo que parecía una princesa.

—¿Cómo sabes que eso es lo que iba a decir?

—Ya lo dijiste. Solo estaba esperando que lo confirmaras.

Suspiré.

—Confírmalo y te dejaré cambiarte el traje.

—¿De verdad? —espeté.

—¡Ja! —Me empujó en el pecho—. Sabía que tenías debilidad por la


ropa y los zapatos... Imagina mi decepción cuando mi futuro esposo ni
siquiera podía tomarse el tiempo para decirme si me veía bien. Tu traje
real está en el armario. Esto quedó de Halloween. Aparentemente, Trace
hizo que Nixon se disfrazara el año pasado después de perder una
apuesta.

—Gracias a Dios. —Miré hacia el cielo.

—Ejem. —Me dio un codazo—. Las palabras. Por favor.

Suspiré y luego forcé las palabras.

—Te ves bonita... —Andi inclinó la cabeza—, como una princesa —


terminé.

La sonrisa de megavatio de Andi casi me derriba. No tuve la


oportunidad de combatirla ni de levantar ningún muro para que no se
lanzara directamente al corazón. En cambio, estaba indefenso ya que la
sonrisa causó estragos en mi ritmo cardíaco así como el resto de mi
cuerpo; no tener una reacción física a la chica significaría que estaba
básicamente muerto. Por otra parte, ella me había dicho lo mismo, así
que eso fue todo.

Su sonrisa era como ver algo hermoso por primera vez, solo para no
creer que existía por el placer de mirarlo en primer lugar.

—Sergio... —Andi levantó la mano y la acercó a la suya, luego me


dio un suave beso en los labios—. Gracias.

Me quedé quieto… sin darme cuenta de que me había quedado


inerte... hasta que ella se echó hacia atrás, rompiendo el momento, y
luego saltó fuera de la habitación.

La miré por unos minutos, inseguro de cómo proceder. Había estado


en su presencia menos de veinticuatro horas y ella ya estaba ganando.
En todo.

Eh, y hasta ahora no me había dado cuenta de que estaba en un


juego.

Andi uno, Sergio cero.


Capítulo 6
Traducido por Vanemm08

Andi

Todavía me temblaban las manos después de mi encuentro con


Sergio. No estaba segura si era el cáncer o mis nervios por estar tan
cerca de él.

Independientemente de lo horrible que había sido conmigo...

Una cosa era completamente cierta sobre el hombre: era


absolutamente maravilloso.

Como un caballero mítico en una novela romántica, sus rasgos


estaban cincelados tan perfectamente que casi querías verlo de cerca
para ver si podías encontrar un defecto. Su fuerte mandíbula acentuaba
su casi perfecta boca con labios carnosos y dientes blancos y rectos
que, cuando no le estaban siseando a su presa, enmarcaban una
sonrisa impresionante.

Su cabello había sido cortado recientemente, pero estaba


empezando a crecer más allá de sus orejas, dándole un aspecto
ondulado y delicioso que gritaba estrella de rock con malos hábitos
masculinos y un apetito sexual similar. Tenía que volver locas a las
mujeres. De hecho, era impactante que incluso estuviera soltero.

Por otra parte, tenía un alto recuento de cuerpos unido a su


nombre. Matar no gritaba exactamente compromiso, y ya sabía que
mantenía sus secretos cerca de él.

No estaba segura si solo estaba desempeñando el papel del


torturado y perjudicado héroe, o si realmente estaba en un lugar
oscuro.

De cualquier manera.

Estaba atrapado conmigo.


Entonces necesitaba ser un hombre y hacer algo al respecto en
lugar de poner mala cara y gritar amenazas vacías en mi dirección.

La gente así me molestaba: aquellos que no podían ver más allá de


su propia miseria para ver realmente que fueron dotados con otro día.

Luca me había enseñado eso.

Me había enseñado que cada amanecer era una nueva promesa, un


nuevo comienzo, una nueva oportunidad de hacer algo extraordinario.

Reuní mis pensamientos y bajé las escaleras. Era una ráfaga de


emoción. Las chicas les gritaban a los chicos que se apuraran con la
comida mientras los chicos sudaban balas —juego de palabras—
mientras trataban de atar sus corbatas y mover mesas al mismo
tiempo.

—¡De prisa! —Mo silbó y luego comenzó a aplaudir con una


cadencia que me recordó a mi viejo profesor de piano.

Trace soltó una carcajada cuando Chase tropezó con sus pies y
luego le gritó a Tex que moviera las servilletas. Muchas maldiciones
estaban cayendo en mi día de bodas. Eso era seguro.

—¿Estás segura de que quieres casarte con esto? —dijo Nicolai


desde su lugar en la esquina.

Ah, por supuesto que estaba en la esquina. El hombre meditaba


bien. Él hasta tenía una forma de arte. Brazos cruzados, hombros hacia
atrás, una sonrisa divertida firmemente en su lugar mientras los
cabellos oscuros caían sobre su frente. Si Sergio era moreno, Nicolai era
más oscuro, y eso decía mucho. Yo no le confiaría exactamente mi
primogénito... o un pez dorado para el caso.

—Dos rusos en mi casa, Dios nos salve a todos. —Phoenix sonrió


mientras se dirigió hacia nosotros desde el otro lado de la habitación.
Extendió su mano—. Nicolai, siempre es un placer.

Nicolai le estrechó la mano y asintió.

—El negocio está bien. —Conocía esa pregunta. Era una típica
pregunta de la mafia.

El negocio está bien, siempre se decía como una declaración, nunca


como una pregunta, porque si no fuera así, normalmente significaba
que eras la razón por la que no estaba bien. Esto generalmente iba
seguido por un disparo o un desorden.
La cara de Phoenix no dio paso a ninguna emoción. Simplemente se
encogió de hombros y dijo:

—Como siempre.

—¿Podemos confiar en él?

Nicolai hizo la pregunta que ni siquiera quería reconocer que


necesitaba respuesta. Quería acercarme un poco pero sabía que me
delataría. En cambio, agudicé mis oídos y fingí estar interesada en la
conmoción a mí alrededor.

Phoenix me miró por el rabillo del ojo antes de responder.

—Sí. Y si algo sale mal, simplemente tiraré del gatillo para que no
tengan que subirse a un avión.

—Generoso de tu parte. —Nicolai se rió y le dio unas palmaditas a


Phoenix en el hombro—. Me iré poco después de esto, ¿pero me
preguntaba sobre ese favor?

Ambos hombres se miraron el uno al otro antes de volverse hacia


mí. Esa fue mi señal.

—Fuerte y claro chicos. —Señalé detrás de mí—. Me esfumaré.

Me alejé de ellos pero no antes de escuchar la palabra hermana. Sí,


estaban hablando de mi familia. Solo esperaba que eso significara que
Phoenix iba a trabajar duro para mantenerme a salvo de ellos.

Lo último que necesitaba era ser capturada y utilizada como


garantía contra los Abandonato. Por otra parte, Sergio me odiaba tanto
que altamente dudaba que realmente fuera a la guerra solo para
traerme de vuelta. Probablemente estaría aliviado de no tener que
matarme él mismo.

O verme morir.

Muerte.

Muerte.

Muerte.

Vaya, necesitaba dejar de pensar tanto en eso en mi boda. Se


suponía que era feliz. Me merecía ser feliz. Nunca había sido una de
esas personas que se sentaban deprimidas, preguntándose por qué el
mundo no estaba haciéndome algún favor. Teníamos libre albedrío; por
lo tanto, me imaginé que tenía el poder para cambiar cualquier cosa
sobre mis circunstancias. Todo lo que tomaba era un paso, una opción,
y el universo cambiaba. Era una ecuación simple de causa y efecto.
Nada cambiaba en tu mundo si no querías que ocurriera.

Yo quería ser feliz.

E iba a conseguir ser feliz.

Incluso si eso significara que mi final iba a ser un poco más trágico
y dramático que la mayoría. Por otra parte, venía de una familia
criminal, entonces, ¿quién iba a decir que no iba a morir joven de todos
modos? Las probabilidades no estaban exactamente en el favor de un
Petrov que vive hasta los cincuenta, solo digo.

El sonido de un plato cayendo al suelo casi me hizo chocar con la


pared. Una mano me agarró del hombro y me estabilizó sobre mis pies.

—¿Ya estás borracha? — bromeó Sergio, o al menos pensé que


estaba burlándose de mí; su boca no estaba formando exactamente un
ceño, y pude ver un poco de luz en sus ojos. Por otra parte, podría estar
alucinando todo, considerando que el hombre no tenía alma y comía
niños pequeños para el desayuno.

—No. —Me aparté de un tirón—. Lo siento, solo... estaba


ensimismada.

—¿Ensimis… qué?

Sus ojos azules se entrecerraron.

—Es inglés.

—Seguro como el infierno no es ruso —dije con voz dulce.

—Puedo arrepentirme de esto más tarde... —Se cruzó de brazos—,


pero voy a morder el anzuelo. ¿Qué es estar ensimismado?

—Lectura, Italia. Deberías probarlo. —Me toqué la cabeza con el


dedo y guiñé un ojo.

—Yo leo.

—Romance —lo dije despacio. Diablos, también lo habría


deletreado, pero por la expresión de su rostro, imaginé que no me daría
ningún punto para ser la esposa del año.

—¡Ja! —Esta vez sí esbozó una sonrisa—. Ficción ridícula en su


máxima expresión. El romance, del tipo que estoy seguro que estás
leyendo, no existe en el mundo real. Incluso tienen que inventar
palabras.

—Es una palabra real, amigo. —Chase apareció detrás de él—. Mil
lo leyó en alguna historia de los Duques calientes de Londres hace unas
semanas.

—Ahora ese es un título falso —señalé—. Aunque puedo ver por qué
se vendería realmente bien.

—Ensimismado. —Chase se aclaró la garganta—. Perderse en unos


pensamientos.

—No digas unos. —Sergio sacudió la cabeza—. Jamás.

—Buen acento británico. —Levanté la mano para chocar los cinco.

Chase guiñó y chocó los cinco.

—Tengo mis usos.

Sergio sonrió.

—Sí, puedes cocinar mejor que tu esposa, lees romance histórico y,


oh, espera, lo siento. ¿Te acuerdas dónde dejaste tus bolas? ¿O incluso
las tenías en primer lugar?

—Está nervioso por la noche de bodas —me dijo Chase haciendo


caso omiso de Sergio por completo. Se inclinó y susurró—: Los vírgenes
siempre lo están.

—¡No soy virgen! — gritó Sergio, su cara roja con lo que esperaba
fuera más rabia que vergüenza de que Chase dijera la verdad. Entonces
de nuevo, Sergio realmente no había respondido cuando lo había
molestado la noche anterior.

Toda actividad en la cocina se detuvo.

Y silencio.

Chase se mordió el labio, sonriendo tan fuerte que temí que se le


fuera a quebrar la cara o algo así.

—Uh, Sergio... —Tex se rascó la parte posterior de la cabeza—,


¿alguna cosa que tengas que decirnos, hombre?

—No te juzgamos. —Chase levantó las manos con fingida


inocencia—. Quiero decir, tienes que subirte a ese caballo alguna vez.
Levanté la mano.

—¿No puedo ser yo el caballo?

—Maldición, creo que acabas de perder tu oportunidad. —Tex se


echó a reír.

Sergio reprimió una maldición.

—¿Podrías parar? ¿Por una vez?

—¿Qué? —me reí—. ¿Parar qué?

—¡Esto! —dijo con desprecio—. El acto feliz. ¡Crece! —Estábamos


pegados pecho con pecho; su respiración era irregular—. Noticia de
última hora, Andi. ¡Te estás muriendo! ¿Sobre qué demonios tienes que
estar tan feliz?

Mantuve mi sonrisa en su lugar, aunque sentí temblar los bordes.

—La vida, Sergio. Puedo sonreír sobre la vida.

—Sí, bueno. —Mostró sus dientes—. Supongo que eso es lo que


sucede cuando solo te queda poco, ¿eh? ¿Tomas lo que puedas cargar?
¿Usas a quién puedas usar? ¿Incluyéndome? Toda mi maldita familia
se está poniendo en línea para protegerte. Demonios... —Se frotó la cara
con las manos—. Tu vida ni siquiera vale la pena. ¿Por qué arriesgaría
la mía? ¿Para salvarte? Ya estás muerta.

Mi sonrisa se había ido oficialmente, reemplazada por lo que


parecía una cara que iba a derrumbarse en un sollozo en un instante.
No solo no tenía alma. Él le quitaba la vida a todo, incluso a mí, y tuve
que admitir que era algo difícil de hacer. Era optimista por naturaleza.
No podía evitarlo.

Su oscuridad era asfixiante.

Tenía que alejarme.

Sin pensarlo, empujé su pecho, dándome suficiente espacio para


alejarme.

—¡Andi! —me llamó Chase. Claro, Chase, no mi futuro a ser marido.

—Bien podría dispararle ahora —dijo Nicolai con voz ronca—. Sacar
al bastardo de su miseria.

Las voces se detuvieron.


Porque de repente estaba afuera... corriendo, corriendo tan rápido
como mis piernas podrían llevarme. Corriendo por un gigante campo
fangoso con mi vestido de novia.

Pedazos de hierba pegados a mis piernas.

El viento era frío.

Congelado en realidad.

Envolví mis brazos alrededor de mi pecho y solté un pequeño sollozo


—no por lo que Sergio había dicho, pero por lo que representaba— por
quien era él.

Me compadecí de él.

Y tal vez una pequeña parte de mí me compadeció un poco también.


Me permití unos segundos egoístas donde sentí pena por mi corta vida.

Cerré los ojos y me imaginé caminando por el pasillo de una gran


Iglesia. Tendría un gran ramo de rosas blancas, siempre habían sido
mis favoritas. Mi velo se arrastraría unos metros detrás de mi estilo del
sonido de la música, y el novio sería el amor de mi vida. Su sonrisa
estaría tan llena de vida que los efectos me curarían de adentro hacia
afuera.

No más cáncer.

Solo su sonrisa.

Y sería suficiente para arreglarlo todo.

Abriría los brazos, entraría en ellos y me diría que era la mujer más
hermosa del mundo.

Prometería quedarme con él para siempre.

Y él prometería amarme por más tiempo.

Me reí ante la idea y di un pequeño giro en el campo. Entonces,


porque Sergio había dicho que solo podía dar un giro con un vestido de
dos giros, di otro giro y otro.

—Pensé que había dicho un solo giro. —La voz era áspera y
totalmente arruinó mi momento especial en el campo.

—No estabas aquí... —No abrí los ojos—, así que decidí vivir en el
lado salvaje.
—Hmm.

Podía sentirlo detrás de mí. Lentamente, abrí un ojo, luego el otro.


Sergio estaba parado a mi lado, con las manos metidas en los bolsillos
de su pantalón negro. Abrió la boca.

Levanté la mano.

—No te disculpes.

—No iba a hacerlo.

—Oh, esto es nuevo. —Asentí—. ¿Entonces perseguiste a la novia


para qué? ¿Gritar un poco más? ¿A ver si puedes hacerme menos
entusiasta sobre el único día de mi boda?

El viento se levantó, haciendo que el cabello de Sergio soplara sobre


su frente. Maldición, incluso su frente era agradable. Brevemente
contemplé dejarle un ojo morado solo para poder mirar al menos un
defecto en su cara perfectamente formada.

Tal vez solo lo mordería cuando dijeran, besa a la novia, al menos


entonces, al extraerle sangre, sentiría que estábamos en terreno parejo.
No me había golpeado, al menos no físicamente, sino emocionalmente.
Bueno me sentía bonita magullada.

—¿Podemos no hacer esto? —Me miró, sus ojos azules brillaban—.


No puedo ser lo que necesitas que sea. No está en mi composición.
Cumpliré con mi deber, que es casarme contigo. No habrá besos. No
habrá sexo. No habrá noches de cita. Nada. Te protegeré con mi vida
pero no esperes nada más.

—¿Qué tal la decencia humana? ¿Puedo esperar eso?

Sergio bajó su cabeza, levantando su mano para pellizcar el puente


de su nariz.

—Te lo mereces... pero no puedo prometer que no lo arruinaré. No


soy perfecto.

—Caramba, podrías haberme engañado, y aquí estaba


preparándome para construir un altar con un yo amo a Sergio en mi
armario y encender un poco de incienso. Maldición, gracias por matar
ese sueño.

—Te tomo más por un tipo de chica vudú.

—¡Y el sueño renace! —Sonreí—. Mira eso. Eres bueno para algo.
—No lo soy —susurró—. Ya no soy bueno para nada.

Momento de incómodo silencio.

—¿Quieres hablar de eso?

—Hablaré sobre eso el día que me crezcan tetas.

Fruncí el ceño.

—Para ser justos, ya tienes tetas.

Sergio suspiró.

—Todos los animales lo hacen.

—El tiempo de corazón a corazón ya está hecho. —Sergio empujó


sus manos hacia atrás en sus bolsillos.

—¿Oh vaya, eso fue tiempo de corazón a corazón? ¡Ni siquiera


lloraste!

—He llorado dos veces en mi vida. Créeme, no lloraré por ti. Jamás.

Podría trabajar con eso. De hecho, no tenía forma de saberlo,


pero esa era una promesa que necesitaba que cumpliera. No quería ser
la causa de más dolor en su vida, independientemente de cómo me
trataba. No estaba segura de poder vivir con eso.

—Lo prometes. —Las palabras salieron de mi boca antes de que


pudiera detenerlas.

—¿Qué? —Sus perfectas cejas se unieron en confusión—.


¿Prometerte qué?

Lamí mis labios repentinamente secos.

—Prométeme que no llorarás por mí.

—Esa es una petición realmente extraña.

—Piensa en ello cómo un regalo de bodas.

Él exhaló.

—Bien. Prometo que no lloraré por ti.

Se sentía como si me hubieran quitado un peso de mil libras de mi


pecho.

—Sensacional. —Le tendí la mano—. Ahora vamos a engancharnos.


—¿Eso es todo?

—¿Eh? —Me mordí el labio inferior, reflexionando sobre cómo iba a


conseguir sacar algo de la suciedad de mi perfecto vestido.

Sergio, para su crédito, me agarró del brazo y me ayudó a cruzar


el campo.

—¿Simplemente me perdonas así?

Me encogí de hombros.

—El perdón nunca se da para hacer las paces con el ofensor. Se da


para hacer las paces contigo mismo. Además, no puedo odiarte por ser
honesto.

—Sí, en realidad si puedes.

—Pero no lo hago. —Pasé por encima de una gran roca y me incliné


más sobre él—. Pero tengo curiosidad...

—Sabía que no podía ser tan fácil.

—¿Recibieron pastel de chocolate o blanco para la recepción?

—¿Eh?

—Bueno, me gustan los dos, pero si tuviera que elegir, sería un tipo
de mezcla... oh... con amaretto. Sabes, totalmente podría haber
sido una panadera en otra vida.

—¿Quién eres tú?

—Andi, tu futura esposa y futura panadera.

Sergio dejó de caminar y me miró, sus ojos azules ardían dejando


un rastro de fuego todo el camino arriba y abajo de mi cuerpo.

—Nunca me quedo sin palabras.

—Impresionante. —Le guiñé un ojo—. Ahora date prisa. Quiero


pastel.

Caminamos en silencio el resto del camino a la casa. Pero a veces no


necesitas palabras. Y con Sergio, estaba empezando a darme cuenta de
que podría decir una cosa... pero su lenguaje corporal decía otra.

¿Mi punto?
Su mano nunca dejó mi espalda en todo el camino a la casa, y
cuando subí las escaleras, me agarró la mano, con fuerza.

Sus palabras decían que me odiaba.

Su cuerpo decía que quería mantenerme a salvo.

Me pregunté... en ese momento... si iba a poder mantener su


promesa después de todo.

Porque me estaba muriendo.

Y lo último que quería era llevarme las piezas restantes de su


humanidad a la tumba.
Capítulo 7
Traducido por YoshiB

Sergio

Números.

Los números tenían sentido.

Códigos.

Computadoras.

Había un cierto tipo de belleza sobre los números, sobre su certeza y


significado. Escribir códigos no era diferente. Era solo números, letras,
mezclándose, creando, evolucionando. Tenía sentido. Era mi consuelo.
Era mi vida.

Las mujeres, sin embargo, no tenían ningún sentido.

Esperaba que Andi se enojara. Demonios, después de ver cómo


todas las esposas trataban a sus esposos, esperaba que sacara un
semiautomático de debajo de su vestido y me lo apuntara a la cara.

Y honestamente no me hubiera enojado si hubiera apretado el


gatillo.

Me lo merecía.

Mira, eso era lo que pasa con la ira. Te permite actuar: para
reaccionar, a pesar de que sabes que está mal. Es como saltar de un
acantilado sin paracaídas; pensaste que el aire de alguna manera te
ralentizaría, pero no fue así, y finalmente fuiste más y más rápido hasta
que golpeaste el suelo con tanta fuerza que casi te rompiste.

¿Pero el dolor?

¿El dolor del golpear?

Por un breve segundo, hace que todo lo demás desaparezca.


Hace que el salto valga la pena.

Entonces subes al acantilado.

Y repites el proceso.

Sí, fui un idiota.

Apoyé mis manos contra el lavabo del baño, mis nudillos se


volvieron completamente blancos mientras apretaba cada vez más
fuerte, deseando que las visiones de la cara de Andi dejaran de
torturarme.

Entonces tal vez sí tenía corazón, porque me sentía como una


mierda por lo que le había dicho.

Dos fuertes golpes sonaron en la puerta.

—¡Imbécil, es hora de decir tus votos!

Deja que Tex arruine por completo cualquier tipo de crisis


emocional que estaba teniendo en ese pequeño baño.

Me miré en el espejo.

—Dame un minuto.

—Un minuto —gritó—. No me importa si estás cagando, romperé la


puerta y te forzaré a punta de pistola por ese pasillo si tengo que
hacerlo.

—Bien —espeté.

—¡Bien! —Golpeó la puerta otra vez.

A este ritmo, iba a tener que reemplazarlo. Malditos Sicilianos con


sus temperamentos incontrolables.

El espejo reveló demasiado. Los círculos oscuros enmarcados bajo


mis ojos revelaban cuán cansado estaba realmente.

En realidad no había dormido desde que la familia me había


confrontado. Desde que me habían dicho que no tenía más remedio que
casarme con Andi y resolver mis problemas.

El sueño solo llegaba si era inducido por el alcohol. Lo cual


apestaba porque realmente odiaba las resacas, y nunca había sido
alguien de beber tanto.

¡Gran comienzo para un matrimonio!


Mi desordenado cabello castaño oscuro lucía como si acabara de
asomar la cabeza por la ventana mientras conducía a toda velocidad por
un campo.

Metí las piezas detrás de mis orejas en vano, sabiendo que en


segundos el cabello se caería hacia adelante, cubriendo parte de mi
cara.

Lo había cortado así que busqué la parte del profesor de mi breve


período en Eagle Elite, y ahora que estaba creciendo de nuevo, sentí que
me parecía más a un pirata borracho que a un maestro.

Afortunadamente, en el momento en que mi tiempo en el FBI había


terminado, mi tiempo en la escuela también.

Dejándome sin… trabajo.

Porque, si fuera realmente honesto conmigo mismo, el FBI no


querría cabos sueltos. No querrían a alguien en quien no pudieran
confiar y, al final, tendrían que encontrarme para interrogarme en
primer lugar.

Y era extremadamente bueno en no ser encontrado.

Había pasado años como fantasma.

Podría hacerlo de nuevo.

Excepto... Andi.

Tenía que preguntarme si al mantenerla viva, estaba firmando mi


propia sentencia de muerte. ¿Qué iba a retener al FBI de silenciarme
por completo?

Si no pudiera desaparecer... gemí en mis manos.

—Concéntrate, Sergio. Cásate con la chica, di que sí, y aplícate. —


Lo recité en el espejo—. Seis meses. Solo seis meses.

Maldición, era un bastardo insensible.

Pero tenía que serlo, especialmente cuando se trataba de ella.

Tomé algunas respiraciones profundas y abrí la puerta del baño con


fuerza justo cuando Tex comenzaba a tocar. No estaba mirando, por lo
que su mano chocó con mi frente antes de que yo retrocediera y
golpeara esa misma mano contra la puerta, aplastando sus dedos
contra la pared.
Soltó un aullido y luego frunció el ceño.

—¿Era eso necesario?

—Completamente —dije con voz fría—. Vámonos.

—Oh, así que ahora tienes prisa —se quejó detrás de mí—. Maldita
sea, eso duele. ¿Qué infernal tipo de karate has estado practicando,
Serg?

Puse los ojos en blanco.

—Eh, ¿recuerdas los días en que solías amenazarme? ¿Tienes la


impresión de que han terminado o algo así?

—Estás más callado de lo que solías ser.

Suspiré.

—Ahora soy muchas cosas que nunca solía ser.

—Supongo que eso es lo que pasa... cuando vendes tu alma al


gobierno, ¿eh?

Dejé de caminar.

Tex sonrió amenazadoramente.

—El resto de los chicos pueden estar de tu lado... pero recuerda


esto. No somos sangre. Nunca hemos sido sangre. Si das un paso en
falso... me adelantaré a Phoenix disparándote yo mismo.

—¿Entonces ahora hay una línea? —Asentí—. Bueno saber.

—Lo mataría para poder recibir el primer disparo. —Tex hizo


estallar sus nudillos.

—Guarda tu agresión para el dormitorio, Cappo. —Pasé dándole un


empujón—. Estoy limpio... no más FBI, a menos que me maten, es
decir, y ya no trabajo para la familia. Ahora solo existo.

No me quedé atrás para escuchar la mierda que me iba a tirar; en


cambio, entré en la gran sala de banquetes. Tenía al menos dos mil pies
cuadrados con enormes ventanas que cubrían toda la parte trasera con
vistas a los jardines de rosas.

Hubo un tiempo en que mi familia solía organizar fiestas


allí. Habían sido enormes, épicas, algo que mi familia había hecho para
mostrarle al mundo cuánto dinero tenían y cuántos funcionarios
gubernamentales tenían en sus bolsillos. Eso fue todo antes de que
arrestaran a mi padre junto con algunos otros miembros de la familia,
quienes, por suerte para mí, también eran criminales. Habían sido
puestos en libertad condicional el año pasado. Ninguno de nosotros
había tenido noticias de ellos desde entonces. Pero lo sabía, él siempre
estaba al acecho, especialmente porque el FBI me había obligado a
cortar los lazos con ellos, congelando sus cuentas.

Hice mi primer baile con mi madre en ese salón.

También había experimentado mi primer beso allí.

Por otra parte, la primera vez que vi que le disparaban a alguien


había sido frente a la ventana del medio. La bala lo había destrozado.
Recordé que mi madre estaba enojada porque había sido innecesario.
¿La respuesta de mi padre? La guerra era innecesaria, pero existía,
¿no?

Sacudí el recuerdo. Y ahora... ahora estaba diciendo mis votos.

Sin mi padre... gracias a que es un criminal.

Sin mi madre... por estar muerta.

Y con mi hermano que me miraba como un extraño, y mi primo que


me había despreciado hace unos días, junto con el resto de las cuatro
familias del crimen.

—Diablos —murmuré, avanzando lentamente por el pasillo


improvisado y de pie al final junto a Axe.

Todos estaban sentados.

Tex entró en la habitación y sacó una silla. Hizo un sonido


chirriante sobre el piso de mármol antes de que se dejara caer, tirando
de Mo casi sobre su regazo y luego besándola en la frente.

Lo entiendo. Ella era suya.

Maldición, ese hombre me irritaba.

La música clásica llegó a la sala.

Cerré los ojos, preparándome para lo peor. Por el momento en que


vería a Andi y realmente la vería a ella.

Cuando su alegría nublaría mi mejor juicio y me haría querer llegar


a ella.
Cuando su sonrisa sería tan hermosa e invitante que le rogaría que
sea mi esposa y vivir.

Solo vivir.

Fue como luchar contra dos partes de mí.

No quería ser el tipo bueno, ni ahora ni nunca más.

El tipo bueno rara vez ganaba.

El tipo bueno rara vez tiene oportunidad de pelear.

Al tipo bueno acaba con el corazón masacrado.

El tipo bueno... sacrificaba todo por la familia y aun así recibía


mierda.

Ya no era bueno.

Tampoco era malo.

Solo estaba... existiendo. Como le había dicho a Tex.

La música se hizo más y más fuerte. Mis manos comenzaron a


ponerse húmedas cuando la anticipación se volvió más insoportable a
medida que la música continuaba.

Y finalmente... la puerta se abrió, y Andi entró.

Me había preparado para su sonrisa. Mi cuerpo se puso rígido


mientras caminaba feliz por el pasillo con Nicolai escoltándola.

Incluso arrojó sus propios pétalos de rosa.

Las chicas se unieron a la suave risa mientras continuaban


arrojándolas de una pequeña canasta.

Cuando estaba al final del pasillo, Nicolai la besó en la parte


superior de su cabeza y tomó su asiento al frente.

Ella giró.

Eché un vistazo a su boca sonriente. No me permití sentir nada.


Simplemente la miré y pensé para mí mismo: Vaya, bonita sonrisa, llena
de vida, casamiento, contrato, trato hecho.

—Pssst. —Agarró mi mano—. Estás olvidando algo.

—Um... —¿Era normal hablar durante la ceremonia? Me incliné


hacia delante y susurré—: ¿Qué?
—Mi velo —murmuró.

—Oh. —Sintiéndome estúpido, aparté rápidamente el velo de su


rostro y me quedé inmóvil.

Pura alegría se encontró con mi mirada.

Aturdido, seguí mirando, mis manos temblaban.

—Tú... eh, puedes bajarlo ahora. —Guiñó un ojo.

Me había preparado para su sonrisa.

Pero no me había preparado para sus ojos, para su calidez


acogedora, para la adoración que no merecía.

Me miró como si fuera su héroe.

Y por un breve momento quise más que nada asaltar el castillo,


rescatar a la chica y cabalgar hacia el atardecer.

—Mierda —murmuré, soltando el velo y volviéndome hacia el


ministro.

—Romántico. —Me dio un codazo en las costillas.

No sonreiría.

No caería.

No lo permitiría, no podría permitirlo... simplemente no podría.

Le dije a mi cuerpo que se mantuviera derecho; le dije a mi cabeza


que no se volviera a un lado; me dije que no me inclinara y la oliera.

Pero no importaba lo que me dije... no escuché.

Olía a lilas; su piel era perfecta; su risa era cálida.

Y estaba jodido.
Capítulo 8
Traducido por Mary Rhysand

Andi

La ceremonia no fue mi sueño hecho realidad. Mentiría si dijera lo


contrario. Pero sí era… interesante. Especialmente durante ese breve
segundo cuando Sergio me miró como si fuera bonita —como si fuera
deseable— como si él quisiera estar aquí.

El momento se disipó rápidamente.

Reemplazado por la palabra mierda y por el sentimiento abrumador


al que él se refería por estar a punto de comprometer su vida a mí.

Traté de mantener la sonrisa en mi cara durante la recepción. Y


para mi amargo deleite, tuve dos pasteles de sabores distintos; lo que
significaba que besaría a Mo en la boca la próxima vez que la viera.

Pero ahora… todo el mundo se había ido.

Y estaba exhausta.

Mi cuerpo no era lo que una vez fue, y odiaba aceptar el hecho de


que no podía aguantar festejar toda la noche con mi nueva familia.

Ni siquiera podía mantener mis ojos abiertos.

En un minuto bebía champán y me inclinaba pesadamente en la


mesa. Al siguiente sentí brazos fuertes cargarme y llevarme a la cama.

Pensé que había sido Tex o uno de los chicos. Es decir, todos ellos
eran musculosos a su manera, por lo que sería fácil para mí confundir
qué pecho era.

Pero el olor.

El olor a colonia cara me atrapó.

Sergio, con todos sus problemas de ira, siempre tenía un dicho.


Usaba Versace y tenía una debilidad por lo caro.
Nunca había sido la clase de chica que le gustara la colonia. Parecía
egocentrista y falso. Me recordaba a hombres con sobrepeso en traje,
fumando cigarrillos y hablando de crimen.

¿Pero en Sergio?

Bueno, digamos que tuve una breve fantasía donde


protagonizábamos nuestro propio comercial de colonia, viajando en
autos veloces y yates.

Oh, y mi traje de baño era negro y asombroso.

Y no estaba enferma.

Estaba saludable y nadaba en el océano.

Maldición. Extrañaba el océano.

Pestañeé contra la oscuridad abrumadora del cuarto y me apreté


fuertemente a Sergio mientras lentamente me bajaba en el colchón.

Me castañeaban los dientes pero no por el frío, sino porque no


estaba segura qué esperar. ¿Intentaría algo conmigo? ¿O la idea le sería
repulsiva?

Impulsé rodillas hacia arriba o al menos eso intenté, pero Sergio las
bajó.

—¿Qué? —Traté de incorporarme pero estaba demasiado débil.

—Recuéstate, Andi. Duerme.

—Pero tú…

—Duerme —dijo con una voz ronca mientras me quitaba los zapatos
y luego lentamente me ponía de lado y bajaba el cierre de mi vestido.

—¿Estás…?

—¿Tomando ventaja de una chica enferma? —finalizó—. No, Andi.


No soy esa clase de chico.

—Qué decepción —bromeé.

Pude haber jurado que lo escuché reír; pero de nuevo, me


encontraba al borde de desmayarme del cansancio. Así que, en mi
estado más débil, probablemente pensaba que era Ryan Gosling
haciéndose cargo.
El aire frio picaba en mi piel mientras me quitaba el vestido. Me
estremecí y me estiré por la sábana, pero una vez más me levantó en el
aire.

—Una advertencia, la próxima vez una advertencia —jadeó mientras


mi fría piel entraba en contacto con la suya.

Por un segundo sus ojos encontraron los míos. Se sintió importante,


ese momento, como si quería decir algo pero no sabía cómo.

Parpadeé. Tenía qué. Es decir, las personas parpadeaban en la vida


real. Pero debido a eso, rompimos contacto visual. Y el momento
desapareció como si no hubiera pasado en mi primer lugar.

Con cuidado me colocó entre las sábanas de seda y puso el cobertor


sobre mí.

—Gracias —susurré.

—Aquí. —Colocó un teléfono nuevo en la mesita de noche—.


Escríbeme si necesitas algo…

—¿Te vas?

—Voy abajo —dijo con voz dura—. No me escribas a menos que


estés muriendo.

—Jaja. —Bostecé—. No aun, Sergio. No eres así de suertudo.

—No… —dijo en voz baja—. En realidad no lo soy. —Algo me dijo


que no estábamos hablando sobre mi muerte, pero no podía
permanecer despierta mucho tiempo. Sucumbí ante el sueño y soñé con
mi caballero sin rostro de cabello escuro.

Al menos en mis sueños, él era real.


Capítulo 9
Traducido por Vanemm08

Sergio

Me senté en la mesa de la cocina, golpeé mis dedos contra el vaso


lleno de whisky, irritado porque mis pensamientos seguían desviándose
a la chica de arriba acostada en mi cama.

Su cabello rubio casi blanco parecía plateado a la luz de la luna, y


quería enredar mis manos en él solo para ver si se sentía tan suave
como se veía, pero en el momento en que me incliné, fue como si mi
mente entrara en modo de apagado, diciéndome, una vez más, que sería
una mala idea.

Así que me eché hacia atrás y casi la tiro de la cama en mi intento


por quitarle el vestido.

No es como me imaginaba una noche de bodas.

No estaba cansado, estaba exhausto. Pero mis ojos se negaron a


dormir; en cambio, incliné el vaso hacia atrás y bebí profundamente.

—¿Así es como celebran todos los Sicilianos? —una voz oscura


resonó en la cocina.

Reprimí un gruñido.

—Nicolai... no creo que nos hayamos conocido formalmente.

—No. —Sacó un taburete a mi lado y luego tomó un vaso y se sirvió


un trago doble—. No creo que el honor de mi apretón de manos te haya
sido otorgado.

Puse los ojos en blanco.

—Vi eso.

—No estaba tratando de ocultar mi desdén.

Por el rabillo del ojo, noté un pequeño tatuaje de hoz en su muñeca


izquierda. El asco rodó por todo mi cuerpo. Sabía lo que significaba.
Sabía lo que representaba. La mafia rusa marcaba a sus hombres a
plena vista, a diferencia de mi familia; nosotros nos marcábamos donde
solo nosotros podíamos ver. Era una cosa de humildad.

No había nada humilde en los rusos.

Era ridículo incluso pensarlo. Por otra parte, estar sentado en la


mesa con un ruso era igual de hilarante. Demonios, me había casado
con una. Maldita sea.

—La protegerás... —Se lamió los labios y volteó sus oscuros ojos
amenazantes hacia mí—, o te cortaré desde el vientre hasta la barbilla.

—Los doctores y sus juguetes —murmuré.

—Soy excelente para ocultar cuerpos, incluso mejor para causar


dolor, pero no en permitirte gritar. Me gusta que mis víctimas sufran en
silencio.

—Qué tan... —Arqueé una ceja—, completamente poético.

—A veces escucho música clásica mientras lo hago. —Sonrió


burlonamente.

—Eso es muy Hollywood de tu parte.

—Hace que se sienta menos horrible.

Nos sentamos en silencio por unos minutos más, ambos bebiendo


nuestras bebidas, negándonos a hacer contacto visual.

Finalmente, cuando no pude aguantar más, hice la pregunta que


había estado temiendo toda la noche.

—¿Por qué estás realmente aquí? Claramente, su padre no sabe que


nos estás ayudando, y te vi hablando con Phoenix más temprano.

—No estaba tratando de ocultar el hecho de que necesito un favor.

—Ya hemos hecho lo suficiente por ti —escupí.

—No. —Se encogió de hombros—. Esto es más... personal.

Mis ojos se entrecerraron.

—¿Cómo es eso?

—Andi está a salvo. —Frunció el ceño—. Al menos tan segura como


va a estar con tus gustos. ¿Pero los otros en su familia? Todavía están
en peligro. Solo necesito el tipo correcto de información para poder
salvarlos.

—¿A qué te refieres con ellos?

—Me refiero a ella.

—¿Quién es ella?

—Mantengo bien mis secretos. —Sonrió—. ¿Tengo tu palabra?

—No me has dicho nada.

—Acerca de Andi —dijo más despacio esta vez, metódico, como si yo


fuera un aprendiz lento.

Por otra parte, el alcohol estaba empezando a hacer el truco. Mis


manos ya se sentían pesadas, mis ojos ardían con la necesidad de
cerrarse del mundo y sucumbir a la oscuridad del sueño.

—La protegeré.

—Bien. —Nicolai dejó escapar un suspiro—. Porque su padre no


estará feliz que ella haya desaparecido. Ya no es útil para él ahora que
el Director Smith está muerto, ahora que su hermano está muerto. Ella
es... —Suspiró.

—Un cabo suelto —terminé.

—Estaría muerta si cae en las manos equivocadas.

Luché contra el impulso de golpearme la cabeza contra el granito.

—Ya está muriendo.

—Un hecho que siempre le recuerdas. —Inclinó la cabeza—. Me


pregunto ¿por qué?

—Porque sí. —Eso era todo lo que tenía. Porque sí. Hace semanas,
podría haberle hablado al hombre en la mesa y convencerlo de que era
un avestruz que había escapado del zoológico. ¿Ahora? Todo lo que
tenía era porque sí. Maldición, estaba roto.

Nicolai se levantó, una sonrisa formándose en sus labios.

—No estás tratando de convencerla a ella. —Inclinó la cabeza—.


Estás tratando de convencerte a ti.

—¿Qué? —espeté.
—Sigue diciéndotelo, entonces tal vez algún día lo creas lo suficiente
como para mantener tu distancia, para mantener tus manos lejos de
ella. ¿Pero mi suposición? —Se rio oscuramente—. Ya has seguido al
conejo. Cuidado cuando saltes. No habrá nadie más que Andi para
detener tu caída, y algo me dice que eso es exactamente lo que no
quieres.

—Vete al infierno. —Mi voz era ronca, inestable, básicamente


diciéndole exactamente lo que afirmó que ya sabía.

Ella podría ser una potencial debilidad para mí.

Y odiaba la debilidad.

Lo odiaba en los demás, pero especialmente lo odiaba en mí mismo.

—Buena charla. —Nicolai se puso de pie y sacó una tarjeta de


negocios—. Si alguna vez te encuentras en Seattle, o si necesitas un
buen cirujano.

Eché un vistazo a la tarjeta blanca con las letras rojas en relieve.

—JR? ¿Qué significa eso?

Se encogió de hombros.

—La cresta de la familia. —Sin otra palabra, sus ligeros pasos


resonaron por el suelo. Llegó al pasillo y luego se volvió con una
expresión de lástima—. Sabes... cuando todo esto termine... puedo
hacer que olvides que incluso sucedió.

Mis ojos se entrecerraron cuando el miedo goteó por mi columna


vertebral.

—Tendrás que ser más directo conmigo. No hablo idioma médico.

—Cuando ella muera... —lo dijo suavemente—, lo que hará... no


tengas dudas al respecto... llámame si... encuentras que ese corazón de
piedra tuyo en realidad se preocupa por esa chica de arriba. Lo menos
que puedo hacer es ayudarte a olvidar el dolor, ayudarte a olvidarlo
todo.

Mi mano temblaba contra el cristal.

—¿Es eso lo que realmente haces? ¿Lavarle el cerebro a la gente?


¿Romperlos? ¿Hacerlos olvidar?

Él inclinó su oscura cabeza.


—Que tengas buenas noches, Sergio. Y recuerda mi promesa. A
veces el dolor, especialmente el de un corazón roto, es mejor olvidarlo.

—Gracias, pero mi corazón está bien.

Sus ojos decían que sabía lo contrario.

Mi maldito latido errático coincidió.

Quería golpearle la cara con la mano.

En cambio, lo saludé con el dedo medio y rasgué su tarjeta por la


mitad.

Con una última risa oscura, avanzó por el pasillo. Finalmente, el


sonido de la puerta principal cerrándose dio paso a dichoso y absoluto
silencio.

El agotamiento que antes se había estado arrastrando desapareció.


Y en su lugar, paranoia extrema de que Nicolai me viera mejor de lo que
me veía a mí mismo… que conociera mis secretos, conociera mis miedos
y, al final, sabía que lo llamaría. Porque lo último que quería...

Era romperme.

Ya había perdido mucho.

Parecía injusto que ella fuera el catalizador final de mi caída.

Frotando mis ojos con el dorso de mis manos, me alejé del bar y
bajé a mi oficina.

Hice clic en la lámpara de mi escritorio y me puse a trabajar.

Me acababa de casar con alguien a quien necesitaba hacer


desaparecer. Con un suspiro, traqueé mi cuello y puse mis manos sobre
el teclado.

El pasaporte primero.

La Licencia de segundo.

La Licencia de matrimonio de tercero.

Era mi lugar. Esto, los números, lo podía hacer. Me podía perder en


ellos. Probablemente podía hackear con los ojos cerrados. Lo arreglé y lo
arreglé y lo arreglé.

Cuando terminé, debería haberme sentido mejor. En cambio, me


sentí peor, porque todo el tiempo que había estado creando una nueva
identidad para ella, sentí que en algún lugar en la parte posterior de mi
cerebro exhausto, estaba simultáneamente perdiendo la mía.

¿Quién era yo?

¿Cuál era mi propósito fuera de pagarle a mi familia por todos mis


secretos? ¿Mis mentiras?

Eché un vistazo a la carpeta negra que Phoenix había colocado en


mi escritorio hace unos días...

—Léelo —ordenó golpeándolo contra mi escritorio.

—Paso. —Lo aparté con uno de mis bolígrafos, y por un minuto


contemplé tirarlo al fuego—. No hay nada allí que ya no sepa sobre mí.

—¡Ja! —Phoenix se rió entre dientes—. No tienes ni una maldita idea,


Sergio. Ni idea.

—Tal vez me gusta de esa manera. —La carpeta negra parecía


elevarse hacia mí, tentándome, burlándose de mí—. Estar en la
oscuridad.

—Confía en mí, no lo harás. No lo haces. —Asintió con la cabeza


hacia la carpeta—. Todo el mundo tiene secretos... ¿cómo sabes que no se
trata tanto de los tuyos... si no completamente de alguien más?

Eso despertó mi interés.

—¿Pensé que era mi carpeta? La que Luca mantuvo para mantener


mis bolas a su alcance.

—No dije que no lo fuera.

—Phoenix —dije su nombre como una maldición—. ¿Qué tal si me


dices lo que contiene para que no lo tenga que leer?

—Es mejor que venga de él.

—¡Él está muerto! —grité.

Phoenix bajó la cabeza.

—Soy muy consciente de que Luca, uno de los mejores hombres que
he conocido, ya no respira, pero eso no significa que todavía no pueda
sacar su mano espeluznante de la tumba y darnos un poco de...
sorpresas.
—Odio las sorpresas —murmuré.

Phoenix se rio.

—Bueno, ponte el sombrero de fiesta, amigo, porque está a punto de


volverse real.

—¿Y qué ha sido? —Me recosté en mi silla—. ¿Pan comido hasta


ahora? ¿Te das cuenta de cuántas veces casi hemos ido a guerra con
otras familias en los últimos dos años? ¿Cuántas vidas se han perdido?
¿Cuántas mentiras he contado? —Mi voz se estaba volviendo más y más
fuerte. No pude evitarlo, estaba enojado. No era culpa de Phoenix.
Demonios, el tipo tenía más razones para estar enojado que yo, y allí
estaba, repartiendo carpetas ultra secretas y sonriendo.

Gilipollas.

Su esposa probablemente tuvo algo que ver con eso; bueno eso, y que
tenían un bebé en camino. Bastardo suertudo.

—Lee la carpeta —dijo de nuevo, luego golpeó sus nudillos contra mi


escritorio—. Y trata de dormir un poco. Te ves como el infierno.

—Te das cuenta de que no hace mucho solía decirte lo mismo.

—El karma es una perra —respondió sarcásticamente mientras


cerraba la puerta de mi oficina, dejándome solo con la carpeta.

La alcancé, pero algo me detuvo, algo que se sintió mucho como el


miedo.

Temor de que Luca hubiera sabido cosas que yo había hecho, cosas
que todavía no había confesado.

Los cuerpos que había escondido para el FBI. Los que les había
escondido incluso a ellos.

La gente que había matado, todo porque había sido mi maldito


trabajo.

Y las familias que había destruido todo para salvar mi propio


trasero.

Sabía que era un bastardo egoísta; simplemente no quería que otros


supieran qué tan profundo era ese egoísmo.
Decidiéndome, me aparté de mi escritorio y salí de mi oficina antes
de hacer algo estúpido.

Subiendo las escaleras de dos en dos, me apresuré a mi habitación


y luego me quedé inmóvil. Mierda. Andi estaba durmiendo en mi cama.

Tenía al menos otras veintidós habitaciones en las que podía


dormir, vivía en una mansión, por el amor de Dios.

Pero mi cama.

Ella estaba en mi cama.

Joder, en serio.

Tenía dos opciones. Podría sacar mi cabeza de mi trasero y caminar


hacia atrás, lentamente fuera de la habitación, y colapsar en otro
lugar.

O podría verla dormir como el espeluznante hijo de puta que era...


No había forma en que realmente pudiera sucumbir al sueño si
estuviera a su lado.

Ella era muy...

Todo.

La decisión fue tomada cuando hizo un pequeño gemido, no uno de


placer, pero algo que sonaba aterrador, como si tuviera miedo de la
oscuridad y necesitara un oso de peluche.

Mierda, ¿realmente había pensado en un oso de peluche?

Y desafortunadamente mi cuerpo reaccionó —respondió, un pie


después del otro— y de repente me estaba quitando la camisa y
acostándome en el blando colchón.

Como un adolescente, me quedé en mi lado de la cama, cuidando de


no tocar ningún área en la que ella haya estado.

Funcionó durante unos diez minutos.

Y luego, un brazo cayó sobre mi pecho, seguido de una pierna que


cubría mi pierna, y luego, me estaba usando como una almohada
gigante.

Mis dientes se apretaron. Mi cuerpo se tensó con conciencia, y justo


cuando me estaba preparando para salir de allí, Andi susurró:
—A salvo.

Estaba de todo menos a salvo. Pero, en ese momento, juré que


nunca la dejaría sentir miedo de nuevo, incluso si eso significaba que
tenía que matar a cada hijo de puta en el camino.

Podía darle seguridad.

Podía prometerle seguridad.


Capítulo 10
Traducido por Wan_TT18

Andi

Sabía, antes de abrir mis ojos, que había molestado al pobre Sergio
mientras dormía.

Solo sentía pena por él porque conocía mis hábitos de sueño. No era
una de esas chicas que dormía tranquilamente con los brazos cruzados
sobre el pecho, el cabello suavemente sobre la almohada, los labios
brillantes y con maquillaje.

Mmm, no. Dormir para mí era un deporte de contacto completo, uno


en el que me embarcaba con mi colchón todas las noches.

No era raro encontrarme de espaldas en el suelo, porque de alguna


manera durante la noche había decidido que mis sábanas intentaban
estrangularme, y para protegerme, tuve que sacarlas de mi cama y
crear un fuerte improvisado en el piso.

Mi posición favorita generalmente consistía en que mis pies


estuvieran donde debería estar mi cabeza y mi cabeza casi se
tambaleara de la cama, con las manos colgando frente a mí,
simplemente lista para que alguien me tire el resto del camino hacia el
suelo.

No hace falta decir que fui un poco cautelosa cuando abrí los ojos.

En primer lugar, me sentiría horrible si lo golpeara accidentalmente


en el ojo o algo así. Demonios, no lo dejaría pasar por encima de él para
darle un rodillazo en las bolas solo porque no estaba acostumbrada a
que los hombres durmieran conmigo.

Nunca fueron bienvenidos.

Las pocas veces que había tenido una noche, había sido para
obtener información para mi querido y viejo papá. El amor no había
tenido nada que ver con eso.
Supervivencia… fue la razón.

El pecho de Sergio subía y bajaba a un ritmo lento. Todavía estaba


durmiendo, o eso supuse, así que lo miré como una loca furiosa.

Hice un inventario de sus abdominales, notando que, de hecho,


estaban tan marcados como sospechaba; me picaban los dedos por
trazar los bordes duros, y cuando mis ojos se movieron más abajo,
luché contra esta tentación loca para ver si el resto de él era tan
impresionante.

Desafortunadamente, se había puesto los pantalones desde la noche


anterior; es decir, si quisiera explorar, tendría que desabrochar los
pantalones y eso me llevaría al riesgo de exposición.

¡Ja! Exposición.

Me reí de mi propia broma.

Sergio soltó un pequeño gemido y se acercó a mí.

Y como una completa idiota, lo dejé. ¿Porque era cálido y sexy, y ya


había mencionado sexy?

Al menos con la boca cerrada, finalmente pude ver por qué tanto
alboroto. Era difícil mirar más allá de su naturaleza cruel cuando
hablaba constantemente o, ya sabes, respiraba.

Su mandíbula cincelada estaba apretada. Sus cejas se fruncieron


un poco como si se estuviera concentrando extremadamente en
cualquier tipo de sueño que invadiera esa cabeza suya. Me imaginé que
probablemente soñaba con la muerte.

Montones y montones de muertes.

Extendí la mano y toqué brevemente su sedoso cabello oscuro.


Debería ser pecado tener un cabello tan suave y ser un hombre.

Ya tenía las pestañas lo suficientemente largas como para ponerme


verde de envidia.

Suspiré y metí un hilo detrás de su oído. Mi mano se cernía cerca de


su sien.

Santo cielo.

Tenía una cicatriz.


Quería gritarlo al mundo. El hombre no era perfecto. Gracias a Dios.
Necesitaba ver una falla porque las cosas se veían bastante desiguales
en ese punto. No roncaba, olía a cielo, e incluso sus cejas tenían un
arco perfecto.

Pero, ¿esa cicatriz? Sí, podría trabajar con eso.

Era pequeña, apenas perceptible. Una línea blanca rosada se


arrastraba desde su oreja derecha hasta la parte posterior de su cuello,
su cabello estaba cubriéndola perfectamente. Mmm, luché contra el
impulso de rastrearlo con mi dedo.

O mi lengua.

Pero, eso era inapropiado, casi tan inapropiado como violarlo con
mis ojos, pero bueno, al menos me merecía un poco de atención visual
después de la forma en que me había tratado en el campo.

Fue una especie de venganza.

Mis ojos reciben un regalo después de que mis oídos reciben un


regaño. Además, realmente no estaba en posición de enojarse conmigo.

Soltó otro gemido y luego se volvió hacia mí. Oh-oh. Traté de


alejarme, pero su brazo izquierdo se deslizó hacia afuera y me acercó
mientras su mano derecha encontraba… mi pecho.

Ignoré mis hormonas, o al menos lo intenté, y me alejé. Entonces el


hombre apretó.

Cerré los ojos y murmuré una maldición.

Él comenzó a masajear.

Bien, tal vez no estaba soñando con la muerte.

Lo supe en cuanto se despertó...

Porque su mano se quedó inmóvil.

No estaba segura de si debía fingir que estaba durmiendo, gritarle o


simplemente mirarlo.

Elegí el último.

Esperando que mi expresión no fuera de lujuria, sino de leve


curiosidad, como ¿por qué diablos me agarraste la teta? y no, ¿podrías
tocar la otra también?
—Mieeerda —dejó salir la palabra, sus ojos se centraron en la mano
que actualmente sostenía cautiva mi pecho—. Yo, umm...

—¿Por qué no tienes aliento matutino? —pregunté, realmente


curiosa de por qué no olía. Hubiera sido una misericordia si hubiera
sido remotamente humano. Pero no, aparentemente era una especie de
dios Siciliano.

—¿Eh? —Sacudió la cabeza, sus largas pestañas revolotearon


contra sus mejillas—. ¿Cómo se supone que debo responder eso?

—Bueno... —Me lamí los labios—, podrías comenzar quitando tu


mano de mi pecho.

Bajó la vista otra vez.

—O podrías mantenerla ahí si así es como comienzas todas tus


mañanas, pero luego surge la pregunta... ¿tomas las tuyas o
simplemente imaginas las de alguien más?

Él apartó su mano.

—Lo siento. No quise... —Suspiró—. Simplemente, lo siento.

—Está bien. Me gustó. —Le guiñé un ojo.

¿Acaba de gruñir?

—Entonces, aliento mañanero... —Me empujé sobre mis codos—,


no es algo con lo que estés plagado, ¿eh?

—Demasiado temprano —se quejó, alcanzando su teléfono.

—¿Verrugas?

—¿Qué? —Soltó el teléfono y volvió su mirada nebulosa hacia mí—.


¿Tienes verrugas?

—No. —Hice una mueca—. ¿Tú?

—No. —De nuevo con su lenta respuesta de una palabra.

—¿Granos? Dime que tenías granos cuando eras adolescente, y tus


padres intentaron todo, y nadie sería tu amigo, así que inventaste un
amigo invisible y lo nombraste, luego tuviste que ver a un psiquiatra
durante tres años porque se creía que eras mentalmente inestable.

Sergio me miró por unos minutos y luego preguntó:

—¿Siempre eres así de rara por las mañanas?


Lancé mis manos al aire.

—Defectos, Sergio, estoy tratando de encontrar defectos. —Me


encogí de hombros—. Ya sabes, aparte del hecho de que sueles ser un
gilipollas gigante la mayor parte del tiempo.

—Eso es un defecto.

—Un defecto épico. Pobre de mí. —Sonreí—. Estoy atrapada con tu


estupidez.

—Ni una palabra.

—Es ahora.

—¿Podemos al menos tomar un café antes de que sigas atacando


mis oídos con tu voz?

Me levanté de la cama.

—Bien, bien. Tú ganas.

La boca de Sergio se abrió, sus ojos brillaron con algo que realmente
no pude descifrar.

—¿Qué? —Puse mis manos en mis caderas y entré en pánico.


Estaba en la lencería de mi boda. Un lindo corsé blanco que había
quedado perfecto con mi vestido de novia y mis pantalones cortos
blancos de encaje.

Él abrió la boca y luego la cerró. Pero no miró hacia otro lado. No,
ese no era el estilo de Sergio; no lo hizo avergonzado o culpable. Él no
era ese tipo, el tipo bueno que incluso se da la vuelta cuando te vistes.

Él miró fijamente.

Y me gustó.

Porque me hacía sentir deseada, deseable, así que hice lo que


cualquier mujer en su sano juicio haría cuando tuviera un hombre
atractivo que resultara ser su marido en la cama.

Me quité el sujetador.

—Dijiste que mis palabras te asaltaron. Supuse que también podría


atacar tus ojos.

Tragó saliva, su manzana de Adán se balanceó lentamente antes de


hablar.
—Probablemente deberías ponerte ropa.

—No, creo que iré desnuda todo el día. Nunca he hecho eso antes, y
solo vives una vez. —Le guiñé un ojo.

—Ropa —gruñó.

—Desnuda.

—Andi... —Su voz tenía un tono de advertencia—, ponte algo de


ropa antes de que lo haga por ti.

—Ahora, eso me gustaría ver... ¿realmente me vestirías? Me


recuerda a la canción Barbie Girl. ¿La has oído?

—Si comienzas a cantarla, te voy a pegar, y no va a ser el tipo de


azote sexy que esperas.

—Inténtalo —sonreí de lado—. Solo te patearé el trasero otra vez.

—Mierda, eres molesta.

—Soy una chica Barbie… —comencé a cantar—, en un mundo


Barbie…

Sergio se lanzó de la cama y me tiró por encima del hombro, luego,


muy enojado, salió de la habitación y entró a la mía, que estaba más
abajo en el pasillo. Me puso de pie y luego comenzó a hurgar en mis
cajones. Una camiseta pasó por mi cara y luego un par de jeans
ajustados.

Me agaché cuando mi par de botas de montar favoritas casi


chocaron con mi nariz.

Los calcetines en realidad los pillé con una sola mano.


Cuando terminó, no se dio la vuelta, no me dijo una palabra, solo cerró
la puerta detrás de él. Seguí cantando la canción de Barbie, mientras
los ecos de sus maldiciones se unieron a mi voz en armonía.

¿Considerándolo todo? No era un mal comienzo para mi primer día


de matrimonio.

Porque por primera vez en mucho tiempo, me sentí realmente viva.


Y todo fue porque él era un imbécil. ¿Quién sabía?
Capítulo 11
Traducido por Sofiushca

Sergio

No me sentí culpable. No cuando fue su maldita culpa que incluso


la hubiera visto sin camisa. Yo no era uno de esos tipos, del tipo que
apartaba la vista.

Creo que ella también lo sabía.

Es por eso que me sentí como un mirón degenerado.

Ella quería que mirara, pero también quería que me avergonzara. No


me iba la vergüenza.

Así que ella iba a tener que hacerlo un infierno mejor que tratar de
mostrarme nada más que una sonrisa.

Con manos temblorosas, me apoyé en la cómoda e intenté borrar mi


memoria de su cuerpo desnudo.

Y cuando eso no funcionó…

Me concentré en cada curva deliciosa que me había tentado y


burlado. Era hermosa. Una pequeña cosa con curvas en todos los
lugares correctos.

Apreté el tocador un poco más de lo necesario, casi rompiendo la


maldita cosa por la mitad, luego saqué la ropa y me la puse
temblorosamente.

Sería un día largo, y algo me dijo que iba a empeorar si ella estaba
en uno de sus pequeños estados de ánimo burlones.

Con un suspiro, miré por última vez en el espejo y luego alcancé la


puerta. Mi celular se encendió.

No mi celular habitual, el que usaban los chicos, sino el que me dio


la agencia.
Maldiciendo, me acerqué a mi mesita de noche y deslicé el dedo por
la pantalla.

—¿Si?

—Agente… —La voz era baja, mecánica—, hemos llegado a una


decisión.

—Bueno.

—El informe indica que no tuvo participación directa en la muerte


del Director Smith.

—No me digas. —Puse los ojos en blanco y miré al techo—. ¿Qué?


¿Ustedes pensaron que yo era un agente doble? ¿Trabajando para la
mafia mientras trabajo para ustedes?

Agregué una carcajada porque, demonios, eso es exactamente lo que


había estado haciendo, pero había aprendido por las malas. Siempre
ganarles con el golpe. Di la verdad en sus caras, y la tomarían como
verdad; no tenían otra opción. Las personas culpables tendían a
encubrirse con una mentira. En cambio, yo les declaré exactamente lo
que estaban pensando y los hice sentir estúpidos por haber pensado en
eso en primer lugar.

—No. Por supuesto no. —Se aclaró la garganta—. Pero no cambia


nuestra decisión.

Lo supe antes de que él dijera las palabras. Preparándome para el


impacto, simplemente esperé mientras la línea crujía.

—Sus servicios ya no son necesarios, Agente.

—Mis servicios ya no son necesarios —repetí—. ¿Debería esperar


una visita de otro agente, o simplemente me están despidiendo sin
tratar de matarme esta vez?

Ninguna respuesta.

Suspiré.

—Bien. Entiendo.

—No es necesario que recoja su escritorio. Ya ha sido hecho por


usted. Alguien vendrá a recoger su insignia y autorización de seguridad.

—Y por alguien, ¿te refieres a alguien con una pistola?

—Adiós, agente.
La línea murió.

¿Qué más había esperado? Me pasé las manos por el cabello y


rápidamente alcancé mi insignia, arma y autorización. No quería correr
el riesgo de que enviaran a alguien para eliminarme.

Entonces llamé a la única persona que pensé que no me querría


muerto, al menos no todavía.

—¿Nixon? —siseé al teléfono.

—¿Qué? —ladró de vuelta, sonando menos que satisfecho de que


estuviera llamándolo a las siete de la mañana.

—La agencia está enviando a un tipo a recoger mis cosas.

—Ja. —Nixon dejó escapar un resoplido—. ¿Entonces van a tratar


de matarte?

—Es el FBI, no la CIA. —Suspiré—. Pero no quiero arriesgarme, no


con Andi aquí.

Él guardó silencio y luego dijo:

—¿Estás pidiendo un favor?

—Malditamente correcto, estoy pidiendo un favor. Necesito


hombres. Lo antes posible.

—De acuerdo. —Suspiró profundamente en el teléfono—. Estaré allí


en unos minutos.

—Espera… —Levanté la mano a pesar de que no podía verme—.


Necesito hombres. No tienes que hacerlo personal.

—Lo hiciste jodidamente personal en el momento en que firmaste


con una agencia gubernamental, primo. Por lo tanto, como tu jefe, voy a
conducir mi trasero a tu casa con suficientes hombres para cubrir, y
esperaré hasta que veamos las luces traseras del auto del bastardo.
¿Entendido?

—Sí. —Quería agregar un agradecimiento, pero pensé que solo me


insultaría y, considerando que ya estaba en mi límite de estrés
emocional para el día, mantuve la boca cerrada.

El teléfono se cortó.

¿Qué demonios pasaba con la gente que me colgaba últimamente?


—Mierda —murmuré y estrellé el teléfono contra el suelo.

Se extendió en tres pedazos. Las rodillas se me quebraron cuando


me agaché para recuperar la batería y la SIM. Había sido un teléfono
barato. La mayoría de los teléfonos de las agencias lo eran, porque —
noticias de última hora— no son tan fáciles de hackear como un iPhone
o cualquier otro teléfono que sea básicamente como un computador.

Dispositivos de escucha, mi trasero.

No podían hacer una mierda con los teléfonos de rastreo basura.

Para estar seguro, separé las piezas y luego las puse en mi pila para
quemar por si acaso.

Mi vida, o la vida que había llevado durante tantos años, había


terminado. Tenía que haber algo de justicia poética en eso. Estaba
casado y ahora estaba pasando una nueva página, una que incluía
cuidar a una lunática rusa.

Como si fuera una señal, escuché a Andi cantando Barbie Girl a


todo pulmón. Maldición, ya extrañaba la agencia.

Lentamente, salí de la habitación y bajé a la cocina.

Andi llevaba el atuendo que le había arrojado. En mi apuro,


realmente no había prestado atención a la ropa que había elegido.

Realmente debería haber prestado atención.

La camiseta blanca se alzaba justo por encima de sus caderas.

Los jeans tenían agujeros justo debajo de su trasero y en sus


muslos.

Y las botas de combate la hacían lucir, mierda. La hacían lucir


brutal y completamente follable.

—Sol de mi vida —dijo Andi con voz cantarina—. ¿Cuál es el plan


para hoy?

—¿El plan? —Agarré un poco de zumo de naranja de la nevera—. Lo


siento, ¿estabas bajo la impresión de que era tu director de crucero? No
hago un itinerario diario para ti, Andi. Eres adulta. Estoy bastante
seguro de que no me necesitas para escribir una mierda.

Se puso las manos en las caderas.


Ignoré la sacudida de electricidad que atravesó mi cuerpo mientras
miraba descaradamente su cintura delgada y su cuerpo curvilíneo.

—¿Qué? ¿Ningún viaje de luna de miel? —Su labio inferior se dobló


en un puchero—. Y aquí estaba tan emocionada por usar un traje de
baño.

—Aquí va una idea. —Puse el zumo de nuevo y cerré la puerta del


refrigerador—. ¿Qué tal si enciendo un aspersor afuera y tú corres a
través?

Ella sonrió.

—Pero hace frío afuera. ¿Qué hay de divertido en eso?

—Voy a poner un calentador al lado del aspersor. Piénsalo de esta


manera. Puedes correr de un lado a otro hasta que tu corazón esté
contento. ¿No es eso lo que hacen los perros de todos modos? ¿Hasta
que se acurrucan y toman una siesta perezosa por la tarde?

—No lo sé. Eres la perra aquí. Dímelo tú —lo dijo con una voz tan
dulce que casi me atraganto con la lengua. Nada dulce sobre las
palabras que salen de esa boca.

—Buena. —Puse los ojos en blanco.

—Marido. —Dio saltitos hacia mí y luego se estabilizó poniendo sus


manos sobre mis hombros—. Guau, lo siento, ando un poco mareada.

Di un tirón hacia atrás. No porque quisiera que se cayera de culo,


sino porque me hizo sentir como un completo imbécil que ni siquiera
podía saltar sin marearse, y odié que me hiciera sentir peor de lo que ya
me sentía a diario.

—¡Vaya! —Respiró hondo—. Está bien, aquí va lo que pienso.

—Vaya, no recuerdo pedir ninguno de esos pensamientos profundos


sobre zapatos y pintalabios.

Andi obtuvo una mirada estrellada en sus ojos.

—Me encantan los zapatos. Y antes de volver a ser un imbécil, no


creas que no vi esos mocasines Prada en tu armario.

—¿Por qué demonios estabas en mi armario? —grité.

Sacudió su mano.

—Además, te gusta la ropa tanto como a mi gusta el chocolate.


Resoplé.

—¿Cómo lo sabes?

Con una sonrisa descarada, arrastró sus dedos por mi pecho.

—Te encanta cómo se sienten contra tu piel, al igual que a mí me


encanta cómo se siente el chocolate contra mi lengua. Todo exuberante,
dulce, profundo.

Mi cuerpo se movió en señal.

—Como decía…

¿Qué? ¿De qué estábamos hablando?

—Creo que deberíamos tener una luna de miel. Después de todo,


solo consigo una, y creo que me debes a mí que sea increíble.

—¿Te debo? —Mis pensamientos estaban demasiado confusos al


hablar de chocolate y lamerlo de su cuerpo para formar una oración o
una respuesta mejor que esa.

—Sip. —Metió las manos en los bolsillos, atrayendo mi atención


hacia la piel que se asomaba a través de sus jeans. Mi boca. Justo. Ahí.
Casi podía saborearla—. ¡Incluso he compilado una lista!

—¿Por qué no me sorprende?

Levantó su dedo y luego buscó en su bolsillo trasero. Eché un


vistazo alrededor de su cuerpo y recibí un golpe en el pecho cuando
revisé su trasero un poco más de lo necesario.

—No mires si no tienes intención de probar. —Guiñó un ojo.

—Espera ¿Qué? —¿Acababa de decir probar?

—Puedes mirar… —Asintió lentamente—, pero solo si tienes la


intención de seguir adelante. De lo contrario, fuera de los límites.

—¿No tienes eso al revés?

—No. —Sacudió la cabeza, una mirada perpleja cruzó sus lindas


facciones—. No lo creo.

—¿Entonces puedo mirar, pero tengo que tocar?

Andi respondió mi estúpida pregunta cogiendo rápidamente mi


mano y colocándola en su trasero.
—¿Alguna pregunta?

No era fácil de impresionar. Demonios, era casi imposible. Así que el


hecho de que ella hubiera logrado hacer eso en menos de veinticuatro
horas era bastante impresionante.

Claramente, mi cuerpo estuvo de acuerdo conmigo, considerando


que mi mano estaba pegada a su trasero y luego la apretó. La sangre
corrió rápidamente a todos los lugares equivocados.

Andi soltó un pequeño resoplido cuando sus mejillas se tiñeron de


rojo. La ira reemplazó a la lujuria. Odiaba que ella me quisiera casi
tanto como odiaba cuánto la quería.

La tiré contra mi cuerpo.

—No te emociones demasiado, Rusia. No follo cadáveres.

—Oh, gracias a Dios, todavía estoy viva. —Se abanicó—. Sin


embargo, probablemente deberías trabajar en tu juego, porque no te lo
voy a poner fácil cuando finalmente quieras participar.

—¿Participar? ¿Qué es esto? ¿Una de tus novelas románticas


históricas?

—Serías un duque sexy. —Guiñó un ojo y dejó escapar una ligera


risa—. Ahora, la lista. —Un trozo de papel arrugado se estrelló contra
mi mano libre—. Ya puedes quitarme la mano del culo. —Sonrió.

Lo pellizqué, solo porque podía.

Soltó un pequeño grito y luego entrecerró los ojos.

—Juega limpio.

—Nunca. —Me reí entre dientes y luego comencé a leer la lista.

Mi estómago se apretó más y más mientras revisaba mentalmente


todas las cosas que quería hacer para nuestra luna de miel.

—Hay como cien cosas aquí —señalé.

—Noventa y nueve, pero oye, está bien que las matemáticas no sean
tu fuerte.

—¡Y una mierda que no lo son!

—Ah, a él no le gusta ser el menos inteligente en la sala. Te tengo.


—Golpeó mi mejilla—. Eres súper inteligente, Italia. Jura.
Murmuré una maldición y metí la lista en mi bolsillo.

—Bien, haremos algunas de estas cosas, pero eso es solo porque es


una mejor alternativa que saltar de mi ventana, algo que realmente
estaba reflexionando después de que el FBI decidió…

¿Qué demonios estaba haciendo?

¿Confesando?

El cuerpo de Andi se quedó inmóvil, y luego se desplomó un poco,


como si la energía de antes se hubiera drenado por completo.

—¿Es por mi culpa? ¿Que te despidieran?

—Despedido habría sido una mejor palabra para usar. —Me senté
en el taburete y miré los huevos que ella había estado ocupada rociando
con queso—. Y no, no es por ti. Es por mi culpa.

—¿Intentarán matarte ahora? —preguntó, con cara seria.

—Ja, ahora no sería tan conveniente para ti. —Estaba


arremetiendo, tratando de hacerla sentir mal porque yo me sentía mal y
porque odiaba que pareciera que me tenía lastima.

—En realidad no. —Andi agarró dos platos y comenzó a apilar


comida en ambos—. Es conveniente que tenga mi propio
guardaespaldas sexy que se disfrazará de duque más tarde. Quiero
decir, si no te tuviera a ti, tendría que ir a contratar a alguien.

—Nunca dije que me disfrazaría.

—Y ya compré el disfraz, así que…

—¿Disfraz? —repetí.

Su respuesta fue darme un tenedor y un plato.

—Además… —Se metió la comida en la boca—. Me gustan tus


músculos.

—¿Qué? —Escupí un poco de huevo; cayó sobre mi plato.


Vergonzoso. Huh, y yo no me avergonzaba. Siempre había una primera
vez para todo.

Andi sonrió, con la boca llena de huevos, las mejillas rellenas hasta
el borde. Para cualquier otra persona, se vería desastroso, como
perezoso. ¿En ella? Puede o no haber sido un poco entrañable.
Miré hacia abajo, rompiendo el contacto visual.

—Músculos. Para cuando ya no pueda caminar —lo dijo con voz


alegre, pero me di cuenta de que había un poco de tristeza allí. ¿Cómo
podría no estar triste?

—Así que, ¿no solo soy tu esposo convertido en protector, convertido


en duque, sino que ahora también soy tu maldita enfermera?

—Pregúntame si también tengo un disfraz para eso.

—Casi estoy asustado de hacerlo —suspiré.

Sonó el timbre y luego la puerta se cerró de golpe.

—¿Esperamos compañía en nuestro primer día de felicidad


conyugal? —la voz de Andi sonaba herida.

La miré a los ojos y maldije.

Estaban llenos de lágrimas.

¿Qué demonios?

—Rusia… —No estaba seguro de por qué sentía la necesidad de


explicarme—. Nixon está pasando para agregar algo de respaldo, en
caso de que el FBI decida atar un cabo suelto.

—¿Yo?

Sacudí mi cabeza.

—Yo.

—No te preocupes. —Puso su mano sobre la mía—. Te protegeré,


Italia.

Reprimí una sonrisa.

—No desearía a nadie en tu contra.

—Aw. —Tomó esa misma mano y se la puso en el corazón—. Tú y


tus cumplidos. No me hagas sonrojar.

Estaba a punto de decir algo en respuesta cuando Nixon entró.

—¿Cómo está la felicidad conyugal, Andi?

—Genial. —Andi se metió más huevos en la boca y se encogió de


hombros—. Vamos a jugar a los disfraces más tarde.
Nixon se mordió el labio, probablemente para no reírse.

—¿Oh, en serio?

—Sip. —Andi sonrió—. ¿Quieres que grabe y suba a YouTube?

—Demonios, sí —dijo Nixon al mismo tiempo que yo dije—.


Demonios, no.

—Andi… —Ya estaba agotado. Corrió conversaciones alrededor de


mis mañanas típicas donde ni siquiera hablaba hasta dos horas
después de despertarme—, por qué no limpias mientras Nixon y yo
revisamos el perímetro.

—Iré con ustedes —dijo alegremente.

—No. —Me reí—. Lo siento, Andi, pero esto es asunto de hombres.

Sus ojos se entrecerraron. En un instante, abrió uno de los cajones


de la cocina, sacó una pistola que nunca había visto en mi casa, la
cargó y luego apuntó en mi dirección.

—Amigo, te cubro la espalda. Te dije esto. ¿Por qué no escuchas? —


Se giró hacia Nixon—. ¿Siempre es así de denso?

Esta vez Nixon se rio.

—Entonces, la vida matrimonial parece ir bien.

—Muérdeme —murmuré.

—Andi… —Nixon asintió hacia la puerta—, no dudes en ayudarnos.


Siempre podríamos usar un par de ojos extra.

—Genial.

Puse los ojos en blanco.

—No te olvides de ponerle cinta adhesiva en la boca, es un regalo


muerto para los chicos malos.

—Ooo, di chicos malos otra vez, solo que esta vez baja la voz y
susurra en mi oído —dijo Andi con voz emocionada.

—Rusos. —Miré hacia el cielo.

—Pensé que no sonreían —dijo Nixon más para sí mismo que para
mí—. Y ella no ha parado desde que llegué aquí.
—Y probablemente no lo hará —dijo Andi triunfante—. Tengo
mucho de qué emocionarme.

Estaba bromeando, ¿verdad? Y es por eso que seguía recordándole


la muerte, ¡porque parecía olvidar cada maldito segundo! ¿Por qué
demonios era yo el lógico en esta situación? Noticia de última hora.
Muriendo. Muerte. El fin. Sin pase para continuar. Tenía que darse
cuenta de eso.

Sin embargo, ella sonrió.

Sin embargo ella vivió.

Maldición, ella me molestaba.

Debido a que era un acertijo que honestamente no podía resolver.


Los números no coincidían. Ciertamente no computaban.
Capítulo 12
Traducido por Vanemm08

Andi

Me encantaba dispararle a las cosas.

Era una extraña obsesión que nunca pude entender. Me encantaba


sentir el peso del arma en mi mano. La forma en que mi dedo se cernía
sobre el gatillo y lo apretaba cuando encontraba mi objetivo. Realmente
nunca había estado asustada de las armas, tal vez porque había crecido
a su alrededor y sabía que servían a un propósito. El momento en que
comenzabas a temerle a algo, era el momento en que le dabas el poder.

Al igual que el cáncer.

Si lo temía, de repente sería más grande que yo, algo que no podía
conquistar, algo que podría ahogarme.

Sin el miedo, era solo una palabra.

Y el poder detrás de la palabra no tenía sentido a menos que


decidiera darle poder, lo cual no hice.

Nunca pude entender por qué la gente se permitía ser dominado por
cosas sobre las que no tenían control.

El control era una fachada. Una palabra que la gente usaba para
sentirse mejor acerca de la vida. Cuando realmente, la palabra en sí
misma era una fabricación.

La gente pensaba que podían controlar los automóviles, pero ¿en


serio? Los autos los controlaban a ellos; eran mecánicos; los
neumáticos podían desinflarse; los frenos podían dejar de trabajar.

Incluso los controles remotos eran falibles: todo en nuestra vida


tenía el potencial de fallar.

Lo que significaba que nunca habría una situación o cosa sobre la


que tuvieras el verdadero control.
Tal vez era porque había vivido una vida fuera de mi control durante
tanto tiempo… que era más fácil para mí dejarlo pasar.

Le di una mirada de reojo a Sergio. Estaba en modo mafia, sus


fuertes ojos observando cada detalle alrededor del perímetro de su casa
mientras ladraba órdenes a los hombres.

Sorprendentemente, Nixon lo dejó.

¿Más sorprendente? Si hubiera estado en la posición de Nixon, lo


habría hecho también. Había una percepción aterradora sobre Sergio.
Como si lo viera todo, incluso las partículas de polvo en el aire, y
pudiera medir qué tan rápido iría la bala si fuera disparada contra el
viento.

El hombre tenía habilidades.

Lo sabía.

Simplemente no quería que él supiera que yo lo sabía, para que no


se hiciera más arrogante. Ya sentía la necesidad de derribarlo una vez,
o diez. Era arrogante como el pecado; por otra parte, tenía la apariencia,
el cuerpo y la inteligencia para básicamente hacer comprensible su
actitud presumida.

Me lamí los labios y miré alrededor de la casa. Nixon había traído


diez hombres con él.

Todos armados hasta la empuñadura.

Estuve cerca del crimen organizado toda mi vida, pero me


sorprendió lo leales que parecían los hombres a Nixon.

¿En la mafia rusa? A veces parecía que cada hombre solo estaba
para sí mismo. ¿Con los italianos? Bueno, una parte de mí se
preguntaba si era más que solo un trabajo para ellos, más que incluso
un estilo de vida, sino un sistema de creencias.

Casi una religión.

Proteger a su propia sangre.

Luca lo había dicho un puñado de veces, y estaba empezando a


verlo ante mis propios ojos.

Independientemente de lo que Sergio le había hecho a la familia,


todavía era sangre, Nixon moriría por él.

Y Sergio le devolvería el favor.


Ninguno de ellos dudaría.

Mi pecho se apretó un poco. ¿Cómo se sentiría tener ese tipo de


verdadera lealtad? ¿O incluso ese tipo de amor?

Yo era el castigo de Sergio.

No era sangre. Ni siquiera una verdadera esposa más allá de un


pedazo de papel.

Lo que sea. No iba a ir allí porque sabía que si bajaba por ese
camino, solo me conduciría al egoísmo y a una estúpida fiesta de
lástima que solo me dejaría deprimida de la vida.

Mi visión se nubló un poco.

Suspiré, irritada porque el mareo empeoraba. ¿Cómo diablos se


suponía que debía disparar cosas si estaba mareada?

Dejé de caminar, esperando que el momento pasara. Sergio se


volteó. Su expresión mostró preocupación durante aproximadamente
un segundo antes de que se convirtiera en irritación, su boca formando
una delgada línea irritada

—¿Ya estás cansada?

Me tragué una respuesta rápida y le lancé un beso.

Su expresión desconcertada me dijo que era lo correcto.


Manteniéndolo alerta; me considero una especie de entretenimiento
para él. Claramente, necesitaba más felicidad en su vida si era yo quien
lo animaba.

Tal vez me haría santa cuando fuese al cielo por aguantar su actitud
malhumorada y su perspectiva sombría de la vida.

¿El sol estaba brillando? Sí.

¿Estaba vivo? Sí.

Entonces, ¿por qué era tan gruñón?

El hombre vivía en una mansión, y ¿qué si me escabullí en su


habitación la noche que me mudé mientras estaba desmayado en el
sofá por tomar en exceso?

Su armario era ridículo.

Como algo salido de una película.


Todavía había etiquetas en algunos de los trajes. Y los trajes no eran
solo caros: gritaban dinero. Probablemente durmiera mejor en una de
sus pilas de trajes que en su cama.

La tela era tan rica.

Sus zapatos eran una historia completamente diferente. Incluso


estaba celosa, y me han consentido toda mi vida. Prada, Valentino,
Versace: había mucho cuero italiano en el armario de ese chico que casi
esperaba que tuviera vacas atrás o algo así.

—¡Andi! —ladró Sergio—. ¿Me has oído?

—Er... —Me rasqué la parte posterior de la cabeza con la punta del


arma. La camisa se alzaba sobre mis caderas.

Los ojos de Sergio se clavaron en la piel expuesta.

Cuando todo lo demás falla, distráelo.

—¿Sí?

Sergio levantó lentamente su mirada hacia mi cara.

—Dije, las puertas se abrieron. Márchate.

Hice un puchero.

—Andi... —Pisoteó hacia mí—, no saben que estás aquí. Según la


agencia, todavía asistes a Eagle Elite y sales con el mariscal de campo
estrella.

¿Espera, qué?

Sergio maldijo.

—Te lo explicaré más tarde, por ahora. Escóndete en los arbustos.

—¿Hablas en serio?

—No hay tiempo para que vuelvas a la casa, así que sí, lo digo en
serio. Vete.

Miré por encima del hombro. El sedán negro se metió en la entrada


circular.

—Está bien. —Salté hacia los arbustos y me agaché mientras Sergio


hacía su camino al frente de la casa.
La gran fuente de agua hacía difícil escuchar cualquier tipo de
conversación, pero podía decir que no fue divertido.

Las manos de Sergio estaban en el aire haciendo gestos, mientras


que las manos del agente estaban en modo defensivo.

Finalmente, Sergio arrojó una insignia y algunas otras cosas sobre


el suelo, luego vació su arma y se la entregó.

Estaba indefenso. ¿Por qué haría eso?

El agente tomó el arma y se inclinó para recoger el resto de las cosas


que Sergio había arrojado. Agachó la cabeza, casi como si estuviera
triste, y entonces la cosa más extraña sucedió.

El agente envolvió sus brazos alrededor del cuerpo rígido de Sergio y


lo abrazó.

—Su antiguo compañero —dijo Nixon detrás de mí, asustando la


mierda fuera de mí.

Casi me caigo.

—Lo siento.

—Está bien. —Presioné una mano contra mi pecho, mis latidos eran
erráticos—. No sabía que tenía un compañero.

—Aparentemente eran cercanos, aunque él nunca supo la


verdadera participación de Sergio con nosotros.

Fruncí el ceño y seguí mirando el intercambio.

—¿Lo lastimará?

—¿Quién? —preguntó Nixon con voz tranquila.

—¿El compañero de Sergio le hará daño?

—Lo dudo —susurró Nixon—. Independientemente de la


información que los federales tienen sobre nosotros, todavía saben que
Sergio es parte de nuestra familia. Esperarían represalias. Si muerden,
nosotros mordemos con más fuerza. Matan a uno de nosotros, matamos
a diez de ellos. Es como funcionan estas cosas. Al final, no vale la pena
el esfuerzo de su parte.

—Entonces, ¿por qué la precaución?


Nixon se puso de pie cuando el agente del FBI caminó alrededor de
su auto y entró, cerrando la puerta detrás de él.

—Nunca dije que los federales fueran inteligentes. —Nixon se


encogió de hombros—. A veces sus bolas se hacen demasiado grandes y
tenemos que cortarlas a la medida.

—Suena doloroso.

—Matar siempre lo es. —La mirada helada de Nixon se encontró con


la mía—. Entonces otra vez, tú lo sabes muy bien, ¿no?

Me lamí los labios y me encogí de hombros.

—No lo lastimes.

Sacudí mi cabeza hacia arriba.

—¿A quién?

—Sabes a quién —dijo Nixon con una voz fría y mortal—. Sé qué tan
malo es en realidad. Puede que Sergio no lo sepa, pero yo sí. No lo
lastimes, Andi.

—Sergio debería saberlo. —Suspiré—. Sigo diciéndole que me estoy


muriendo.

—No lo dejes pasar por eso para intentar salvarte. —Los ojos de
Nixon estaban tristes.

Reprimí una carcajada.

—Créeme, eso es lo último que quiere.

Con los ojos entrecerrados, Nixon abrió la boca pero fue


interrumpido por Sergio doblando la esquina.

—Odio el día de hoy.

Nixon suspiró, compartiendo una mirada conmigo antes de volver a


poner su arma en su funda.

—¿Tal vez deberías irte de luna de miel con tu esposa? Podría


animarte.

—¡Oye! —Me puse de pie de un salto—. Eso es lo que yo dije.

—No alientes a los comunistas. —Sergio me señaló.


—¡Oye! —Puse mi mano en mis caderas—. ¡Soy ciudadana
estadounidense, idiota!

Sergio sonrió; en realidad era una sonrisa muy bonita, del tipo que
me hizo sentir cálida por dentro.

—Lo que tú digas, Rusia.

—Bien entonces. —Nixon le dio unas palmaditas en la espalda a


Sergio—. Ustedes niños diviértanse. No se maten entre ustedes.

—Sin promesas. —Le guiñé un ojo a Sergio.

Él sonrió burlonamente.

—Me gustaría verte intentarlo.

—Podría intentar eso. —Asentí—. ¿El primero con una herida


pierde?

Nixon maldijo.

—No me hagan volver y arbitrarlos a los dos. Lo digo en serio.


Jueguen bien.

Se despidió con la mano y dio la vuelta a la esquina dejándonos a


Sergio y a mí solos.

—Parece que podrías tomar una bebida. —Noté su apariencia pálida


y comportamiento oscuro.

—Son las ocho de la mañana —dijo Sergio atontado.

—¿Y qué? ¡Son las cinco en alguna parte!

Cerró los ojos, probablemente irritado, o tal vez solo para poder
tomar un descanso.

—Andi.

—Vamos. —Agarré su mano antes de que pudiera alejarla—.


Prepararé tu café y luego podemos eliminar algunas cosas de esa lista.

—Esa maldita lista tenía sexo escrito como quince veces —refunfuñó
Sergio.

—Lo siento, ¿te estás quejando? ¿Y qué? No tienes que tachar esos
elementos, aunque sería bueno sacar algo de agresión. Apuesto a que te
sentirías mejor.
—¿Si te follara?

Asentí.

—Estás realmente tenso.

—Ja. —Hizo crujir sus nudillos—. No tienes idea.

—Claramente lo hago, ya que lo mencioné quince veces.

—¿Alguien te dijo que no eres normal? —Mantuvo abierta la puerta


trasera para mí y colocó su mano en la parte baja de mi espalda,
acompañándome adentro.

—Todo el tiempo. —Mi cara se rompió en una sonrisa


incontrolable—. ¿Te estás quejando? —Metí la mano en su bolsillo
delantero y lentamente saqué el trozo de papel, las puntas de mis dedos
persistieron en la parte superior de sus jeans mientras lo acercaba a mí
hasta que estábamos cadera a cadera.

—Andi —su voz vaciló—. ¿Qué estás haciendo?

Me encogí de hombros.

—Agarrando mi lista.

Estaba medio enojada porque su expresión fue de alivio. Entonces,


para mantenerlo alerta, agarré su cabeza y la tiré hacia abajo para que
nuestras bocas se tocaran.

No me devolvió el beso por unos segundos.

Y de alguna manera terminé en el mostrador, con las piernas


envueltas alrededor de su cuerpo mientras tiraba de mi labio inferior
entre sus dientes y chocaba su boca contra la mía en un beso casi
doloroso.

Metí mis dedos en su cabello cuando él me levantó del mostrador y


me golpeó contra la pared, nuestras bocas seguían fusionadas juntas.

Sus besos no dieron, tomaron, me robaron pequeñas partes de mí


que ni siquiera sabía que tenía hasta que se fueron. No pude controlar
mi respiración mientras su lengua saboreaba la mía. Sergio no estaba
pidiendo permiso para nada, al igual que dudaba mucho que se
disculpara después de este beso, una vez que recuperara el sentido.

Sus manos se movieron hacia mis jeans.

Pensé que se detendría.


En cambio, comenzó a sacarlos de mi cuerpo. A las ocho de la
mañana. En medio de la cocina, contra una pared.

Cerca del extraño imán de vaca que decía Wyoming.

Gemí cuando él se retiró, solo para recibir el beso desde otro ángulo.
Sus labios eran suaves; no me engatusaron. Era como si su boca me
estuviera haciendo el amor. Nunca me habían besado como él me
estaba besando.

—Ejem. —Alguien se aclaró la garganta.

Sergio se echó hacia atrás pero me mantuvo clavada contra la


pared. Lentamente ambos volteamos nuestras cabezas para ver a Nixon
parado en la puerta. Su sonrisa era enorme.

—Casi lo olvido. Trace quería que dejara tu regalo de bodas, pero


estoy bastante seguro de que vas a abrir uno diferente, primo... así que
te dejaré con eso. —Puso una caja grande sobre el mostrador y se rió
mientras salía de la habitación.

Esperaba que Sergio me dejara caer sobre mi trasero.

En cambio, miró el presente, su agarre en mi cuerpo se apretó.

Tragando, esperé a que su lógica entrara en acción. Tenía que


hacerlo, ¿verdad? Es decir, me despreciaba.

Pero nada entró en acción.

En cambio, Sergio me besó de nuevo.

Y otra vez.

Y otra vez.

Estaba perdida en sus besos, perdida en la sensación de su boca


presionada contra la mía; su sabor podría convertirse fácilmente en mi
adicción favorita.

No tenía que gustarme el chico para apreciar el hecho de que su


beso era pecaminoso, sus manos armas por derecho propio.

—Esto no significa nada —susurró contra mi boca—. No caigas


enamorada de mí solo porque soy bueno en la cama, Andi.

Me reí contra su boca.

—Sí, seré la juez de eso, Italia.


Me besó salvajemente. Sus labios se arquearon en una sonrisa
juguetona.

—Oh, ¿de verdad?

¿Quién era este chico? ¿Esto era todo lo que necesitaba hacer?
¿Seducirlo y de repente iba a jugar bien?

Sus dedos se clavaron en mi piel.

Duro.

Solté un pequeño grito mientras arrastraba besos calientes con la


boca abierta por el lado de mi cuello

—No lo haré —respondí finalmente.

—¿No qué? —dijo entre besos.

—Enamorarme de ti.

—Mmm, de acuerdo. —Arrastró sus labios sobre mi clavícula, sus


dientes pellizcando mi piel.

—Pero tal vez no deberías seguir besándome así si quieres que


cumpla mi promesa.

Una risa oscura fue su única respuesta.

Me gustaba este lado de él.

Pero una parte de mí se sentía... un poco usada.

Casi como si quisiera poder tener una conversación normal con el


chico antes de verme desnuda.

Por otra parte, ya había visto mis bienes, pero... me quedé inmóvil.
Y a cambio, él también.

Es decir, oficialmente había matado el momento.

Lentamente, Sergio me soltó, mi cuerpo se deslizó por el suyo hasta


que mis pies tocaron el suelo. Sus labios estaban un poco hinchados,
sus ojos azules penetrantes.

—¿Pensándolo mejor?

—No —mentí.

Su sonrisa era casi cruel mientras se inclinaba hacia adelante,


presionando sus manos contra la pared a cada lado de mi cabeza.
—Mentirosa.

Encontré su mirada, lamiéndome los labios, probándolo en todas


partes.

—Yo solo... no quería que me dejaras caer, y entré en pánico.

Sus cejas se alzaron.

—¿En serio?

Asentí.

—Hmm... —Retrocedió—. La próxima vez que ofrezcas tu cuerpo,


asegúrate de poder seguir adelante.

—¡Yo puedo! —argumenté—. Quiero decir que quiero. —Alcancé su


cara, pero él se movió fuera del camino.

—No, tienes razón. —Continuó alejándose de mí—. Es mejor de esta


manera. Involucrarse físicamente contigo solo lo hará más difícil.

—¿Hacer qué más difícil?

—Dispararte más tarde cuando el dolor se vuelva demasiado


intenso... cuando los días se vuelvan más oscuros.

Aturdida, solo pude mirarlo.

—¿Qué? —Se encogió de hombros—. Me imagino que eso también es


parte de mi trabajo... como tu marido. Puede que no te mate, pero
felizmente apretaré el gatillo una vez que estés rogando por ello. No
sería la primera vez.

Y justo así, quería odiarlo de nuevo.

—Eres cruel, ¿lo sabes?

—Oh, lo sé. —Se rio entre dientes—. Lo sé.

Salió de la habitación.

Una puerta se cerró de golpe.

Y no lo vi el resto del día.

Demasiado para una luna de miel.


Capítulo 13
Traducido por AnamiletG

Sergio

Me detuve en mi oficina como si fuera culpable de algo.

Lo cual apestaba, teniendo en cuenta que la última vez que sentí


verdadera culpa fue cuando había robado galletas del tarro de galletas a
los ocho años.

Esperaba que Andi llamara a mi puerta o la rompiera, considerando


que romper cosas era más su estilo.

Pero me dejó en paz todo el día.

Trabajé durante horas asegurándome de que ella tuviera una


tapadera en la universidad y también vigilando a su padre.

Fue un trabajo ocupado. El tipo de trabajo que hacia una persona


para no pensar asuntos más apremiantes.

Como la forma en que su cuerpo se sentía contra el mío.

El sabor de su boca.

—Mierda. —Golpeé mis manos contra el escritorio y alcancé mi


teléfono. Los mensajes de texto no se habían detenido por horas.

Primero un mensaje de Tex diciendo que era un imbécil.

Nada nuevo en ese aspecto.

Luego varios emojis de Nixon… de regalos.

Divertidísimo.

Phoenix también había llamado algunas veces, pero también las


había ignorado.
Igual que había ignorado las siete invitaciones a la cena familiar.
Era una tradición, una de la que no quería que Andi fuera parte. Porque
sabía que vendría una noche en que su asiento estaría vacío.

Mi estómago dio un vuelco ante la idea.

Cogí mi teléfono y revisé mi correo de voz.

—Oye, hombre, es Phoenix.

Puse los ojos en blanco.

—Contesta tu maldito teléfono. No puedo localizar a tu esposa.

Eliminé el mensaje. Estúpido. Ella era mi esposa, no la suya.

El siguiente mensaje fue lo mismo.

Finalmente, alrededor del cuarto mensaje, comencé a preocuparme


un poco.

—¡Amigo, si no contestas voy a destrozar tu maldita puerta! Andi no


responde y se perdió la cita de su médico.

¿Espera, que?

¿Cita con el médico?

Saqué la lista que ella había hecho ese día. Bastante seguro, en la
esquina decía: ¡Y no olvides llevarme al médico como un buen esposo!

Había dibujado un corazón al lado.

La cita había sido hace tres horas.

Me dije que no me preocupara. Probablemente se había quedado


dormida o había dejado el teléfono en la casa o algo así.

Rápidamente salí corriendo de la oficina y comencé a llamarla por


su nombre.

—¿Andi?

Sin respuesta.

Fui a la cocina.

Nada.

El pánico se hinchó en mi pecho cuando subí las escaleras de dos


en dos. Irrumpí en su habitación. Estaba vacía.
¡Mierda!

Me moví por el pasillo.

—¿Andi?

Sonó un suave gemido. Llamé su nombre otra vez.

La puerta del baño más cercana a su habitación estaba cerrada.

Probé el mango.

Estaba bloqueado.

Con una maldición, golpeé mi cuerpo contra él. La puerta se abrió,


revelando a una Andi desmayada cerca del inodoro.

Estaba pálida.

Tenía los ojos cerrados.

Y una parte de mí murió por dentro.

¿Cuánto tiempo había estado allí?

—¿Andi?— Me puse de rodillas y la puse en mi regazo—. ¿Me


escuchas?

Levanté su cabeza, pero solo cayó hacia atrás, sin vida. Su piel
estaba tan pálida. Era casi translúcido.

—¿Andi?

Sus ojos se abrieron de golpe.

—Esa es chica —animé.

—No perro —susurró, la pelea tan completamente fuera de sus


palabras que el pánico empeoró hasta que sentí que me iba a enfermar.

—¿Necesitamos ir al hospital?

Ella frunció el ceño.

—¿No estamos en el hospital?

—No… —Frenético, toqué su frente—. Mierda, estás quemando.


Necesitamos ir a la sala de emergencias.
—Odio a los médicos. El olor de hospital. —Ella arrugó la nariz y
luego presionó su rostro contra mi pecho—. Aunque tú no lo haces.
Hueles a sexo sucio.

Mi voz se sintió temblorosa:

—¿Oh si? —Me puse de pie y la levanté en mis brazos—. Estoy


bastante seguro de que te arrepentirás de ese cumplido cuando estés
lúcida.

—¿Lúcida? —repitió—. ¿Como helado? Creo que quiero vainilla.


¿Qué vas a tener, Sergio?

Eché un vistazo a su cara bonita y respondí honestamente, tal vez la


respuesta más honesta que tuve desde que estuve con ella.

—Chocolate.

Su sonrisa era débil.

—Amo el chocolate.

—Yo también, Andi.

—Fuiste malo.

La llevé escaleras abajo.

—Lo siento.

—Estoy enferma. —Andi metió la cabeza debajo de mi barbilla—.


Creo que... fiebre.

—Te mejoraremos.

Lo decía por los dos, porque no estaba claro que podría manejarla
enfermarse. Me hizo algo. Me sentía impotente, odiaba ese sentimiento.
Abrí la puerta de mi auto Escalade con una mano y la bajé suavemente,
apreté el cinturón de seguridad y lo abroché.

—No me hagas ir. —Una gran lágrima gorda se deslizó por su


mejilla—. Por favor.

Me tragué la opresión en mi garganta.

—Te diré qué... después de que visitemos el hospital, ¿qué tal si te


llevo a tomar un helado de chocolate?

Ella cerró los ojos; otra lágrima se deslizó, luego otra.


—¿Lo prometes?

—Sí, Andi. —Le limpié las lágrimas—. Lo prometo, pero en este


momento necesito llevarte al hospital, ¿de acuerdo?

Ella asintió débilmente.

En el momento en que me subí a la camioneta, agarré el volante y


maldije. Estaba demasiado cerca de casa.

Ella no lo sabía.

Ni siquiera estaba seguro de que alguien más lo supiera, aparte de


Axe y Nixon.

No la aparté porque la odiaba.

Estaba aterrorizado de ella.

El miedo me ahogó todo el camino al hospital. No necesitaba


ninguna aplicación de ubicación, ni siquiera necesité revisar mi teléfono
para encontrar el más cercano.

Conocía este hospital de memoria.

Al igual que conocía el ala del cáncer de memoria.

Porque mi madre había muerto por lo mismo.

Lo había vivido una vez.

No estaba seguro de sobrevivir dos veces.

Cada movimiento fue mecánico. Traté de desapegarme


emocionalmente cuando saqué a Andi del auto y entré en la sala de
emergencias.

Pero los recuerdos me asaltaron.

El olor era el mismo.

—Déjala ir, ella se quiere ir —dijo la enfermera—. Despídete.

—¡No! —grité—. ¡Si me despido, ella se irá!

—Hijo —dijo mi padre con voz ronca—. No hagas una escena.

Mi madre me alcanzó con la mano extendida. Probé sangre en mi


boca. Quizás me había mordido la lengua. Tal vez mi corazón se había
roto y eso era lo que sucedía cuando los corazones se rompían dentro del
cuerpo. Sangrabas de adentro hacia afuera.

Las puntas de nuestros dedos se tocaron, justo antes de que mi


padre me sacara de la habitación y me dijera que dejara de llorar.

Axe estaba en la esquina, su rostro atormentado.

Y fue Nixon quien finalmente me abrazó antes de que cayera al suelo.

—Se ha ido, se ha ido, Nixon se ha...

—Ella está en el cielo —dijo Nixon simplemente.

—No —dijo mi padre detrás de mí—. La gente como nosotros no va al


cielo... vamos al infierno.

Me aparté de Nixon y me abalancé sobre mi padre. Saqué el arma de


su propia funda y apunté a su cara.

Él rió. El bastardo se echó a reír.

—¿Qué? ¿Me vas a disparar en el hospital? ¿Cuándo eres el


culpable?

El arma tembló en mi mano.

—¿Culpable?

—Recuerda esto —se burló mi padre—. La mataste. Mataste a tu


madre, no el cáncer. Tú hiciste esto. Y sabes por qué. Tal decepción.

—No lo escuches, Sergio —dijo Nixon detrás de mí—. Es un bastardo.

—Puede ser un bastardo, pero tiene razón. —Tenía quince años pero
no era estúpido. Sabía la verdad.

Fue mi culpa que mi madre hubiera muerto. No tenía a nadie a quien


culpar sino a mí mismo.
Capítulo 14
Traducido por YoshiB

Andi

Mi boca estaba tan seca como un desierto. Siempre había odiado


esa expresión, ¿qué era peor? En realidad, poder usarlo y saber que en
serio no le hacía justicia a mi situación.

Agua.

Abrí la boca para pedirlo.

Y de repente, como por arte de magia, apareció una taza y el líquido


frío goteó por mi garganta.

Abrí mis ojos.

Sergio estaba sentado en mi cama.

No al lado, sino en ella.

Parpadeé.

—¿Qué estás haciendo?

Su expresión no era legible. Maldito sea. Realmente mantuvo sus


emociones bajo llave.

—Dándote agua.

—No, quiero decir en mi cama.

Me acercó el agua a los labios.

Tomé un sorbo profundo y empujé la taza hacia atrás.

—Gr-gracias.

—Fui a la escuela de medicina. —La información se ofreció


libremente.
Y como él no solía compartir nada sobre sí mismo, decidí no hablar,
esperando que mi silencio ayudara el momento.

La mandíbula de Sergio se flexionó mientras apretaba los dientes.

—Nunca lo terminé. Mi participación con los federales y la familia...


bueno, hizo las cosas difíciles. Pero ese no es el punto. El punto es este.

Tomó algo en la silla. Cuando se apartó, sentí que se me enfermaba


el estómago. Tenía mi tabla en sus manos. Traté de alcanzarlo para
poder tirarlo y lanzarlo por la habitación, pero él lo mantuvo fuera de mi
alcance.

—Entonces... —Me lamí los labios y miré la manta arrugada del


hospital—, realmente puedes leer. Bien por ti.

—Puedo leer. —Su voz era tranquila—. ¿Por qué no me lo dijiste?

Puse los ojos en blanco.

—Mira, te dije que estaba enferma. Te dije que tenía cáncer. Te dije
que me moriría en seis meses. ¿Qué más había para contar?

—Eres una cobarde.

Jadeé.

—Y no, no me disculparé por decirte la maldita verdad. Eres una


cobarde y lo sabes.

—¡Sal! —grité.

—No. —Mostró sus dientes—. ¿Por qué demonios no me dijiste que


podías hacerte un trasplante de médula ósea?

Suspiré y me recosté contra las almohadas.

—Porque no puedo.

—Has probado todo menos el trasplante.

—Lo sé.

—¿Por qué?

—El hecho de que seas mi esposo no significa que tengas derecho a


exigir respuestas de mí.

—¡Al diablo contigo! —Golpeó la tabla sobre la silla y me miró, sus


manos se apoyaban al costado de mi cama—. Dime por qué.
Sentí que mi cuerpo se encogía, casi como si estuviera tratando de
arrastrarme dentro de mí. Odiaba sentirme pequeña, y en ese momento
con ese gran hombre italiano revoloteando sobre mí, con su rostro
amenazador, me sentí pequeña, no asustada, sino pequeña. Como si tal
vez mereciera su ira.

—Porque no funcionará —susurré.

—¿Y cómo lo sabes?

—¡Porque nada más lo ha hecho! —grité—. ¿Bien? Nada ha


ayudado. ¡He tenido leucemia durante años, Sergio, años! Citas
médicas, quimioterapia, radiación, píldoras, píldoras y más píldoras.
Nada ha funcionado. Nada. Además, estoy demasiado débil, ¿las
probabilidades de un trasplante de médula ósea, las probabilidades de
que la sangre de otra persona trabaje en mi cuerpo? Casi nulas.

—Pero todavía hay una posibilidad.

—Siempre hay una posibilidad.

—Entonces tómala.

—No lo entiendes.

—Pruébame —gruñó—. Esta no eres tú, esta niña asustada. No eres


tú.

—Oh, y me conoces muy bien. —Puse los ojos en blanco—. Además,


este no es tu estilo, Sergio, no te preocupas por las personas en los
hospitales. ¡Tú los pones allí!

—¡No sabes una mierda! —Su voz se elevó.

—¡Sé que no te importa! —contraataqué—. Entonces, ¿por qué


empezar ahora?

Sus ojos se llenaron de lágrimas. ¿Qué demonios le pasaba?

—Es estúpido no arriesgarse, independientemente de cuán pequeña


sea esa oportunidad en la vida.

—¿Qué? Entonces, ¿ahora me estás predicando acerca de vivir


cuando hace unos días querías ponerme una bala en la cabeza?

Sus ojos se cerraron de nuevo, sin mostrar emoción.

—No todos tienen la oportunidad que tú tienes.


—¿Por qué no me dejas morir feliz?

—¿Eso es todo? ¿Te dejarás morir egoístamente cuando puedas


vivir, porque tienes miedo de que algo no funcione? ¿Y qué? No
funcionan, entonces aún mueres, Andi. Al menos lo intentaste. No todo
el mundo que tiene cáncer tiene opciones. Tú lo haces.

—He hecho mi elección.

—Como dije... —Se levantó de la cama—. Cobarde.

—¡Sal! —grité, mi voz ronca.

—¡Como si me quedara! —Básicamente salió de mi habitación.

No pasaron más de tres segundos antes de que Nixon estuviera en


mi puerta. Lo miré culpable.

—¿Escuchaste?

—Estoy bastante seguro de que todo el piso escuchó. —Hizo una


mueca—. Un poco duro, Andi.

—¿Tú también? —Estaba demasiado débil para discutir más de lo


que ya lo había hecho—. No lo entiende.

—Creo que te sorprendería lo que entiende y lo que no,


especialmente cuando se trata de cáncer.

Mis ojos se entrecerraron.

—¿Qué quieres decir?

—Mira... —Nixon se sentó en el borde de mi cama—, solo te digo


esto para que no lo odies más de lo que ya lo haces, o más de lo que ya
se odia a sí mismo. Su madre murió de cáncer. En este hospital. En
este piso.

Se me hundió el estómago.

—Fue agresivo, tan agresivo que literalmente no tenía opciones. Era


como si un día estuviera bien y al siguiente los médicos le decían a la
familia que tenía semanas para vivir.

Las lágrimas brotaron de mis ojos.

—Entonces... —Nixon se puso de pie, sus movimientos


entrecortados. Me di cuenta de que no estaba acostumbrado a hablar
de sí mismo ni de nada personal. Nixon se parecía mucho a Sergio de
esa manera; mantenía piezas de sí mismo ocultas—. Sergio estuvo aquí
cada maldito día. Y al final, cuando su madre murió, él tomó la culpa.

—Pero... —Me estremecí y levanté las mantas—, no es su culpa que


ella haya tenido cáncer.

Nixon dejó escapar una risa amarga.

—Su padre pensó lo contrario... si Sergio hubiera sido un mejor


hijo, su madre no hubiera estado estresada y el cáncer no hubiera
podido propagarse tan rápido. Si Sergio hubiera observado a su madre
con más atención mientras su padre estaba fuera haciendo negocios, lo
habrían captado a tiempo. Realmente, elige tu opción. Todo fue culpa de
Sergio. ¿Qué es peor? Creo que una parte de Sergio le creyó. Demonios,
creo que todavía le cree. Su papá era un verdadero trabajo. Mi padre lo
despreciaba, y eso es realmente decir algo, ya que mi padre consideraba
torturarme como una actividad extracurricular.

—Nixon... —Parpadeé para contener las lágrimas—. Consigue a mi


esposo y envíalo de vuelta aquí.

—No. —Nixon sacudió la cabeza—. No merece tu piedad, como tú no


mereces la suya. Lo odia. Él sabrá que te lo dije. Y no te lo dije para que
sintieras lástima por él. Te lo dije para que entendieras por qué está tan
enojado contigo.

—Es mi elección.

—Cierto. —Nixon asintió con la cabeza—. Y entiendo eso, créeme,


pero a veces nuestras elecciones no son solo acerca de nosotros, sino de
las personas que nos aman, las personas que tienen que esperar y
vernos sufrir.

—Él no me quiere.

Nixon no dijo nada.

Entrecerré los ojos, esperando que estuviera de acuerdo conmigo.

En cambio, se encogió de hombros y salió.

Bueno, eso fue útil.

Pasaron dos horas.

Y luego tres.
Alrededor de las ocho de la noche, Sergio finalmente regresó. Tenía
dos tazas pequeñas en la mano.

No se intercambiaron palabras. En cambio, puso ambas tazas en la


bandeja y la movió a donde yo podía alcanzar, luego se sentó en la silla.

Me entregó una cuchara.

Y hurgó en su propia taza.

Helado.

Lo recordaba vagamente prometiéndome un helado. La culpa se


estrelló contra mí cuando agarré mi cuchara y luego mi taza y comencé
a comer.

El zumbido de la televisión y el monitor cardíaco sonando eran los


únicos sonidos que se emitía desde la habitación. También podría haber
sido clavos en una pizarra.

—Entonces —dije terminando mi helado—. Te fuiste hace un


tiempo.

—Sip. —Miró la televisión.

—Gracias por el helado.

—Mantengo mis promesas. —Su mirada todavía no dejaba la


televisión.

—Mira. —Tomé una respiración profunda.

Sergio levantó la mano y finalmente se volvió hacia mí.

—No hagamos esto.

—Pero…

—No. —La tristeza llenó sus ojos—. Sé lo que vas a decir.

—¿Oh si?

—Sí... tienes esa mirada. Bien podría pintarte culpable en la cara.


Es la misma mirada que vi en Nixon antes. Te lo dijo. Ahora ya lo sabes.
Lo que sea.

—Eso no es lo que estaba pensando. —Alcé la barbilla desafiante.

La boca de Sergio se inclinó en una pequeña sonrisa.

—¿Oh? Ilumíname.
—Estaba pensando en el beso —espeté.

La sonrisa de Sergio se convirtió rápidamente en una sonrisa


arrogante.

—¿Lo estabas ahora?

—Probablemente es por eso que me mareé y me desmayé —señalé—


. Tú culpa.

—Entonces... —La sonrisa se fue—, ¿mi beso te enferma?

—Eso salió mal —me quejé.

Soltó una risita sin humor.

—Andi, ¿qué quieres? —Una pregunta cargada.

Quería tantas cosas.

Yo quería vivir. Quería esperar que un trasplante funcionara. Quería


ver qué era esta cosa entre nosotros. Esta atracción que ninguno de
nosotros admitía realmente.

Quería besarlo de nuevo.

Quería que quisiera besarme.

—No es ciencia espacial, Andi. Solo dime ahora, en este momento.


¿Qué deseas? Más que nada.

—¿Sabes cuánto tiempo ha pasado desde que alguien realmente me


ha preguntado eso?

Sergio se movió hasta que estuvo sentado a mi lado en la cama.


Actué por instinto y lo alcancé.

—Quiero tomar tu mano. —Las palabras aterradoras salieron antes


de que pudiera detenerlas. Siempre esperé una reacción irritada de
Sergio.

Pero esta vez, él tomó mi mano y entrelazó sus dedos, luego llevó mi
mano a sus labios, besándola suavemente.

—Eso puedo hacerlo, Andi.


Capítulo 15
Traducido por NaomiiMora

Sergio

El sexo me recordaba a los números. Era mecánico; no se


necesitaba amor para estar presente. Simplemente existía para brindar
placer, y una vez que el placer se tenía, te ibas por tu camino.

Era fácil.

No difícil.

Tenía sentido para mí, una simple causa y efecto; tu cuerpo


reaccionaba físicamente; por lo tanto, tus hormonas te exigían que
respondieras.

Todo este tiempo, por pura paranoia, había estado evitando el sexo
con ella, evitando algo que nos uniera físicamente, algo que nos uniera
aún más de lo que ya estábamos atados.

De lo que no me había dado cuenta...

Lo que no había tenido en cuenta...

Era el simple gesto de tomar su mano.

En el momento en que nuestras palmas se presionaron, nuestros


dedos se unieron, algo se rompió dentro de mí.

Más tarde me di cuenta de que era ese momento.

No solo cualquier momento.

Fue el momento en que me enamoré de Andi.

Y cuando nuestras manos se apretaron, algo dentro de mí cambió,


mi corazón latió un poco más rápido, mi respiración fue un poco más
rápida, y me di cuenta que Nicolai había estado en lo cierto.

Porque mi corazón estaba invertido.


Y sabía que era solo cuestión de tiempo antes de que esa inversión
se volviera contra mí.

Antes de que el simple acto de sostener su mano provocara una


destrucción caótica de la que no podría protegerme.

Él había estado en lo cierto.

El bastardo ruso tenía razón.

Porque sabía, sin lugar a dudas, que al final de nuestro tiempo, iba
a pedirle —no, iba a suplicar, con manos y rodillas si era necesario—
que me quitara el dolor.

Tomar la pérdida abrasadora que sentiría.

Cuando ella dejara esta vida.

Cuando ella me dejara.

Cuando estuviera sin el sol, sin ella.

Eché un vistazo a su forma dormida. Tuvimos que pasar la noche en


el hospital. Sabía que los médicos querían vigilarla. También sabía de
primera mano lo que significaban sus expresiones. Eran sombrías, sin
esperanza, la misma mirada que había tenido el médico de mi madre.

Incapaz de dormir, tomé su tabla y la leí de nuevo. Ella estaba en


una lista, pero sabía que a menos que ocurriera un milagro, no iba a
recibir ningún trasplante pronto.

Una combinación perfecta.

Eso es lo que ella necesitaba.

Las probabilidades de que eso ocurriera eran escasas.

Pero quería que lo intentara. Era estúpido. Quiero decir, apenas la


conocía, pero la idea de que solo... ¿se rindiera? Me destruía.

Rápidamente hice una llamada, una de la que no estaba seguro de


que me arrepentiría cuando llegara la mañana.

Andi nunca podría averiguarlo.

Si lo hiciera, yo sería el único muerto.

Pero tal vez, incluso si eso significara que moría, valdría la pena.
Ella había estado en lo cierto antes, cuando dijo que era un vestido de
dos giros. Había estado hermosa el día de su boda y merecía más de un
giro.

Merecía cien.

Mil.

Lo menos que podía hacer era tratar de llevarla a ese lugar donde
pudiera correr sin marearse. Donde pudiera girar y experimentar
verdaderamente la vida.

Mis dedos se deslizaron por los números en la pantalla.

—¿Si? —ladró Tex al teléfono—. ¿Cómo está nuestra chica?

—Mi chica está bien. —Suspiré—. Mira, necesito un favor.

—No voy a matar a los médicos. Son lo mejor que el dinero que
puede comprar y...

—No es ese tipo de favor.

Tex hizo una pausa.

—Esto me sorprende. Está bien, tienes mi atención.

Cuando terminé de explicar, me encontré con completo silencio.


Empecé a sudar frío.

—No hay promesas —gruñó finalmente.

Se cortó la comunicación.

Andi fue dada de alta dos días después. Los médicos querían
asegurarse de que no tuviera una infección. Resultó que acababa de
tener un caso menor de neumonía atípica. Aunque cualquier
enfermedad podría potencialmente matarla, nos habían dado luz verde.

Y estaba de vuelta a sus formas alegres.

Lo que incluía despertarme al amanecer con su bate y sartén.

Y luego cantando a plena voz mientras hacía huevos con kétchup


adicional... el kétchup que dijo representaba sangre, y, como había
matado a tanta gente, quería recordarme mis pecados todos los días.

Sus palabras. No las mías.


Continué sosteniendo su mano cada vez que me lo pedía, y
honestamente, cada vez que nuestros dedos se tocaban, se sentía cada
vez más como si estuviera perdiendo una parte de mí mismo.

Sabía que se estaba aburriendo; no podías simplemente mantener a


una chica como Andi encerrada en una casa, pero me aterrorizaba que
se enfermara si íbamos a algún lado, y por mucho que odiara admitir
mi propio terror, bueno, ahí estaba.

Finalmente después de cinco días en casa, algo cedió.

Sucedió cuando yo estaba en la ducha, porque naturalmente Andi


no hacía nada como un ser humano normal; su tiempo siempre estaba
equivocado, sus ideas descabelladas.

Me estaba poniendo champú en el pelo cuando se abrió la puerta


del baño.

—Hola, marinero —llamó Andi.

—Qué... —Dejé caer el champú sobre mi pie y me di la vuelta. No


estaba en una de esas duchas, ya sabes, los tipos que ocultaban cada
parte de ti.

Vivía en una maldita mansión. Mi ducha era de cristal por todos


lados y daba la impresión de que estaba en un diluvio en lugar de un
baño.

—¿Andi? —Me lamí los labios, sin molestarme en cubrirme—.


¿Puede esto esperar hasta que salga de la ducha?

—Nop. —Se levantó sobre la encimera y sonrió—. Eres más


vulnerable de esta manera.

—No me digas —murmuré, agarré un poco de gel de baño y seguí


intentando ducharme mientras sus ojos me absorbían.

—Entonces... —bostezó.

Me ofendió un poco su reacción. ¿Podría al menos mirarme con los


ojos abiertos y maravillada?

La mujer le hacía cosas increíbles a mi ego.

—Estaba pensando.

—Eso es desafortunado para mí. —La enfrenté de nuevo—.


¿Entonces? ¿En qué estabas pensando, Andi?
—Te gusta tomar mi mano.

Rápidamente me di la vuelta para que no viera el efecto sobre mi


cuerpo que tenía solo pensar en sostener su mano.

—¿Sí? —gruñí—. ¿Entonces?

—Entonces, te gusta pasar tiempo conmigo incluso si no lo admites.

—Ve más rápido, Andi.

—La lista —gritó Andi—. Creo que deberíamos hacer listas con
algunas actividades. Escribí todas las cosas de luna de miel que me
gustaría hacer si pudiéramos salir del país sin ir a prisión.

Suspiré.

—Andi, no iríamos a la cárcel.

—Moriría en la cárcel. Soy demasiado bonita.

—¿Y yo soy qué? ¿El Jorobado de Notre Dame? —Encontré su


mirada de nuevo.

Inclinó la cabeza. Una pequeña sonrisa se formó en sus labios.

—Tienes una postura horrible.

—No lo hagas —discutí, enderezando la espalda.

—Eso también. —Su sonrisa se ensanchó—. Probablemente serás


uno de esos viejos que no pueden mirar más allá de los senos de una
mujer porque no puede levantar la cabeza. Puedo verlo ahora. ¡Tráeme
más pasta!

—Espera, ¿qué? —Cerré la ducha—. ¿Por qué estoy gritando por


pasta?

Se encogió de hombros.

—Simplemente parece algo que diría tu gruñón trasero.

—Tu opinión sobre mí necesita trabajo.

—Tal vez deberías ser más amable, y mi opinión sería más alta.

—Te compré helado.

—Después de gritarme. —Me arrojó una toalla blanca esponjosa y


luego señaló mi tatuaje en mis costillas—. ¿Oye, qué es eso?
Alejé su mano y me giré para que no pudiera ver las marcas y luego
envolvió la toalla alrededor de mi cintura.

—Bien, entonces quieres... ¿qué? ¿Tener sexo quince veces?

Todavía estaba tratando de mirar a mí alrededor.

—Escribí quince veces porque pensé que estaríamos en una luna de


miel durante siete días, eso es sexo dos veces al día más una ronda de
adicionales.

Pasé junto a ella, vapor saliendo de mi cuerpo.

—Cariño, no planeas sexo.

—Bueno... —Se cruzó de brazos—, yo sí.

Me apoyé contra la encimera.

—¿Eso es todo? ¿Me lo estás proponiendo?

—Nop, elegí algunas otras cosas en la lista. —La deslizó sobre la


encimera de granito y apoyó su cadera junto a mi cuerpo—. Lee.

—Tan demandante.

—Voy a buscar mi olla y palo de madera.

—Leyendo —gruñí.

—¿Acariciar una jirafa? —dije en voz alta—. ¿Qué demonios?

Andi se encogió de hombros y examinó sus dedos.

—Sergio, si estuviéramos en un safari africano, vería una maldita


jirafa.

—¿Y quieres ver una jirafa porque…?

—Son altas.

Luché por controlar mi temperamento.

—¿Eso es todo? ¿Porque son altas?

Asintió.

—Bien, ¿podemos solamente pintar a Tex para que parezca una


jirafa y darte una pistola de balas de pintura para que sea como un
verdadero safari?
Andi se tocó la barbilla.

—Eso puede funcionar. ¡Oye, eres útil después de todo!

Seguí leyendo.

—Odio los hipopótamos.

—Bueno, eso es injusto. —Andi comenzó a limpiar el espejo con una


toalla limpia y luego me arrojó mi desodorante—. ¿Alguna vez has
conocido a un hipopótamo?

—Si lo hubiera hecho, no estaría parado aquí.

—Oh, por favor. —Me hizo una seña con la mano—. Estarías bien,
herida superficial, nada más.

—¡Ahogan a la gente! —Mi voz se elevó una octava—. ¡Porque


pueden!

—Detalles.

Resoplé mientras aplicaba el desodorante, luego se lo arrojé y


caminé hacia mi gran armario.

—¡El siguiente! —Aplaudió y me empujó hacia el armario y comenzó


a mirar frenéticamente a través de mis jeans de diseñador.

Me detuve y miré la lista de deseos de luna de miel.

—¿Tiburones? ¿Quieres nadar con tiburones?

Asintió pero no se dio la vuelta; en cambio, un par de jeans salieron


volando por el aire, casi golpeándome en la cara.

Los atrapé justo a tiempo.

—¿Qué tal si te llevo a pescar, y podemos fingir que hay tiburones, o


mejor aún, consigo un de tiburón inflable de juguete y lo pongo en la
piscina?

—Mmm... —Un suéter pasó sobre mi cabeza—. Puedo aceptar esos


términos siempre y cuando pongas el tema musical de Tiburón.

—La tararearé.

Se puso de pie en toda su altura y se echó a reír.

—Qué buen deporte.


—Bien. Eso es lo que estoy siendo: un buen deporte. Me imagino
que si al menos no trato de hacerte feliz, vas a hacer que mi vida sea un
infierno y luego me dispararás mientras duermo.

—La idea tiene mérito.

—¿Ves?

—Ponte esos. —Señaló la ropa que había arrojado al suelo—. Y


realmente me gustan las botas nuevas que compraste en línea hace
unos días.

—Leíste mi correo, ¿no?

—¿Puedo tener una tarjeta de crédito sin límite? —preguntó,


ignorando mi pregunta, pero respondiéndola, considerando que
probablemente había visto el extracto de mi tarjeta de crédito.

—Claro... ¿puedes dejar de despertarme con tu truco de golpes de


cacerolas?

—Oh... el chico sabe negociar.

—Te la daré si lo haces. —Recogí la ropa del suelo y me acerqué a


ella—. ¿Qué dices?

—Digo... —Miró la lista en mi mano—, dame una cosa en la lista


hoy, y tienes un trato.

Volví a mirar la lista. Quería ir a cazar zorros, fuera lo que fuera eso.
Una idea apareció en mi cabeza.

—Bien, ve a cambiarte a algo en lo que puedas moverte.

—¿De verdad? —chilló.

Su emoción era esta cosa real tangible, casi como si pudiera


saborearla en el aire. Luché para evitar captar su entusiasmo.

—De verdad.

—¡Eres el mejor esposo de todos!

Su mano alcanzó mi toalla. Tiró. La toalla se cayó.

Fruncí el ceño pero no tenía nada que ocultar.

Su mano se movió hacia mi cadera, y luego sus dedos rozaron mis


abdominales.
—¿Estás seguro de que no quieres trabajar en esas otras quince
opciones?

Mi cuerpo decía que sí.

Sus cejas se arquearon... ah, ahí estaba, no necesariamente


asombro, pero me di cuenta de que al menos estaba medio
impresionada por la forma en que se lamía los labios.

Mi cuerpo estaba encendido, pero todas las demás partes de mí


decían que no, que sería la gota que colmaría el vaso, que me caería y
no tendría la esperanza de volver a ser el mismo. Di un paso atrás.

Andi hizo un puchero, pero sus ojos bebieron.

—Bien, pero un día voy a dejar de preguntar, ¿y dónde te va a dejar


eso?

—¿Pregunta retórica?

—Comida para el pensamiento. —Guiñó un ojo—. Me voy a


preparar. ¡Date prisa! No quiero llegar tarde a nuestra primera
aventura.

Salió de la habitación.

Dejándome en silencio, en mi armario gigante.

Su presencia era como el sol, haciendo que todo pareciera más


brillante, más feliz. Hasta ese día no me había dado cuenta de lo
aburrida y oscura que se había vuelto mi vida.

Pero eso era lo que sucedía cuando realmente experimentabas la


vida a través de otra persona; te dabas cuenta de que lo que estabas
haciendo no era vivir, sino existir.

Y tuve la sensación de que mi existencia echaría de menos la suya


incluso ahora... después de solo conocerla durante una semana.

Fue un pensamiento aterrador.

Aterrador en realidad, imaginar un mundo donde la gente como


Andi —donde Andi misma— no existía.
Capítulo 16
Traducido por Wan_TT18

Andi

Miré al enorme edificio y sonreí.

—Tú, mi querido esposo, eres un hombre brillante y aterrador.

Sergio agarró mi mano con más fuerza. Dejé escapar un suspiro


entrecortado porque, bueno, él estaba usando los jeans ajustados que le
había elegido y el suéter negro de manga larga que abrazaba cada
músculo que poseía.

Ayudó que hubiera terminado el look con un par de lentes de


aviador de D&G.

Deberían ser ilegales para un chico tan sexy.

Parecía un comercial de hombre sexy andante. Ya sabes, si


existieran.

—¿Estás lista para hacer esto? —Soltó mi mano y movió las yemas
de sus dedos a la parte baja de mi espalda—. Quiero decir, si tienes
miedo, podemos volver.

Tomé una respiración profunda.

—Pero, ya estamos aquí.

—Cierto.

—Y es importante que enfrente mis miedos.

—También es cierto. —Se rió entre dientes—. Entonces, ¿qué será,


pequeña Rusia? ¿Vas a correr a casa con la cola entre las piernas? ¿O
vas a jugar?

—Podría lastimarme.

—Sip.
—Podrías lastimarte.

—Sip.

—Podríamos morir en el intento.

—Sip.

—¿Vas a seguir diciendo sip? —Hizo una pausa y luego se encogió


de hombros.

—Sip.

Puse los ojos en blanco.

—Está bien, estamos haciendo esto.

Miró su reloj.

—Tenemos dos horas para quemar antes de la cena familiar.

—¿Y si nos mostramos todos sangrientos y sudorosos?

Sergio se quitó los lentes de sol y guiñó un ojo.

—Es la cena familiar. ¿De qué otra forma crees que nos
presentamos? ¿Tomados de la mano y cantando “Kumbaya”?

—Punto válido.

—Tú primero. —Me empujó suavemente hacia adelante.

—Pero...

—Vamos, Andi. —Tiró de mi cuerpo contra su estómago apretado—.


¿Dónde está tu sentido de la aventura, oh entrenadora de hipopótamos?

—Dije que quería conocer a un hipopótamo, no entrenar a uno.

—¿Asustada?

—No. —Seguí mirando la entrada del edificio—. Bien, de acuerdo.


¿Pero, cómo es esto posible si nunca he sido entrenada?

Sergio agarró mi mano otra vez.

—No has sido entrenada. Yo sí.

Con eso, me tiró hacia la puerta.


Traté de clavar los talones en el cemento. No funcionó. Quince
minutos después, estaba firmando un formulario de consentimiento que
básicamente decía que si moría, no podía demandar a la empresa.

Sentí la necesidad de señalar que si estuviera muerta, no podría


demandar en primer lugar.

Sergio soltó una carcajada y luego deslizó nuestros papeles hacia el


viejo, que puede haber sido ciego o no. No podía decir a causa de qué se
negaba a quitarse los lentes de sol y no me había dicho una palabra que
no fuera “Nombre, fecha, firma”.

—¿Te la llevas? —El viejo olisqueó ruidosamente—. ¿O quieres que


consiga uno de los chicos?

No me sentía cómoda con la forma en que Sergio sonrió en mi


dirección.

—Creo que la llevaré.

—¿Crees? —repetí débilmente.

—Vamos. —Me tiró de vuelta afuera.

Un chico que parecía de mi edad se dirigió hacia nosotros.

—Ha pasado mucho tiempo, Sergio.

—Oh, Dios mío. —Iba a vomitar—. ¿Me llevas y ha pasado mucho


tiempo?

—Tranquila. —El chico se rio—. No es que te olvides de saltar de un


avión. Solo asegúrate de revisar tu equipo para que no te salpiques.
Limpiar es una perra.

Sentí toda la sangre drenarse de mi cara.

—Estamos en nuestra luna de miel. —Sergio me rodeó con el brazo


y lo apretó con fuerza—. ¿No, dulcecito?

¿La pequeña Italia quería jugar? Podría con eso.

—Claro que sí... —Le pellizqué el culo—. Sr. Grande.

Sergio dejó escapar una tos estrangulada mientras colocaba mi


mano sobre su pecho.

—Es un gran fan de Sexo en la Ciudad. Se niega a dejar que lo llame


de otra forma que no sea... por... —Miré sus jeans ajustados y luego lo
ahuequé con la mano—, razones obvias, aunque parece que casi
cualquier cosa lo excita en estos días, ¿eh, bebé?

Sergio apretó los dientes.

—Lo que tú digas, bebé. —Contuve la risa, quitando mi mano.


Apretó mi trasero, casi me lastima en el proceso—. Guau, ¿ustedes
tienen una de esas... relaciones de cincuenta sombras? —El chico dio
un paso atrás y asintió con admiración.

—¿Qué puedo decir? —Me encogí de hombros—. A mi hombre le


gustan los látigos.

—Bueno. —Sergio me agarró por los hombros y me condujo hacia el


avión—. Prepara todo, Tom. Voy a repasar lo básico con ella antes de
que despeguemos.

—Genial. —Él se fue.

Lo miré, mi ceño fruncido cuanto más miraba.

—Tiene como diez años.

—Veintitrés.

—Está volando un avión.

—Eso es típicamente lo que hacen los pilotos.

Lo señalé a él.

—Ni siquiera le puede crecer vello facial. —Sergio puso los ojos en
blanco—. ¿Y cómo lo sabes?

—Apuesto a que todavía bebe leche antes de acostarse.

—Andi, deja de detenerte y sígueme. Tenemos que empacar las


rampas.

Necesitaba una bolsa de papel o algo para respirar.

—Sabes...

Mis rodillas se sintieron débiles, y esta vez no fue porque tenía


mareos o mi cáncer estaba siendo una perra; fue porque el miedo real
estaba empezando a hervir en mi pecho.

—... no tenemos que hacer esto. Cuando escribí que quería saltar de
algo aterrador, quise decir como... un auto.
—¿Un auto? —Sergio se volvió, su sonrisa burlona—. ¿De verdad?

—Sí, como un auto realmente viejo, uno que tal vez le faltaba un
motor y un volante, por lo que tuvimos que rodarlo cuesta abajo y
simplemente arriesgarnos saltando.

—Realmente lo harás. —Sergio agarró una mochila grande y negra y


sacó una tolva—. Siempre doblo mi propia rampa. Nunca confíes en
alguien más para mantenerte a salvo.

—Buena lección de vida.

—Empacas tu propia tolva incluso si la persona jura que lo hizo


bien porque te conoces mejor. ¿Entendido?

Asentí con la cabeza aturdida, observando que tenía especial


cuidado en asegurarse de que el conducto no estuviera roto. Sus dedos
recorrieron cada parte del material. Me estremecí.

Tenía buenas manos.

Eran suaves, fuertes, no demasiado ásperas, pero realmente


masculinas al mismo tiempo.

—¿Tienes frío? —Sergio preguntó sin levantar la vista.

—Mmm, no.

—Mmm, bien. —Mis ojos siguieron sus manos mientras movían el


paracaídas, lo doblaban y luego lo metían en la mochila—. Estamos
listos para irnos.

—Pero no he aprendido nada.

Sergio me miró con los ojos claros, tan brillantes y azules que solté
un jadeo.

—¿Confías en mí?

Sí. Realmente lo hice. Puede que no le guste particularmente, pero


me protegería, había dicho eso. Nunca dejaría que me pasara nada. Así
que agarré su mano extendida y logré un débil

—Sí.

—Excelente. —Su sonrisa era tranquila, no oscura ni irritada—.


Entonces, todo el entrenamiento que necesitas es confiar en mí y
abrazarme mientras me cuido y te doy uno de tus deseos de luna de
miel.
Se sintió como unos minutos antes de que estuviéramos en el aire, y
yo estaba en una especie de traje extraño, amarrada a Sergio.

Estaba temblando tanto que pensé que iba a vomitar.

—Eres rusa —susurró Sergio acaloradamente en mi oído—. No


avergüences a tu país.

—Fácil para ti decir. —Me castañetearon los dientes—. Realmente


has hecho esto antes.

—No, no lo he hecho —respondió el piloto.

Mis ojos se abrieron.

Sergio se echó a reír. No había escuchado su risa a menudo, pero


era profunda, sensual. Me incliné más cerca de su cuerpo.

—Estás bromeando.

—Divertidísimo. —Le hice un gesto obsceno detrás de mi espalda.


Probablemente no me vio, pero me sentí mucho mejor sabiendo que
había mostrado mi irritación.

—En altitud —llamó el piloto.

Sergio me puso los lentes sobre la cara.

Mi espalda estaba presionada contra su frente. Todo estaba


ajustado. Podía sentir el calor de su cuerpo. Me preguntaba si podía
sentir mi ritmo cardíaco saliendo de las listas.

—¿Estás lista? —gritó Sergio por encima del ruido cuando se abrió
la puerta del avión.

—No. —Me castañetearon los dientes.

—Confía en mí —gritó Sergio—. ¿Bien?

No tuve más remedio que asentir con la cabeza hacia atrás.

—Salta cuando estés lista, Andi.

—Pero... —No pude dar la vuelta—, ¿no deberías saltar tú?

—Estoy atado a ti. Salta, Andi.

—Pero...

—Es tu elección... salta. Tiene que ser tu elección, Andi.


Fui empoderada en ese momento. Nunca había tenido el control de
nada en mi vida, y él me estaba ofreciendo una pequeña parte.

Una pequeña parte.

Pero, estaba ahí.

Todo lo que tenía que hacer era saltar.

Así que lo hice.

Se me cortó la respiración cuando el aire me golpeó la cara, lo que


me dificultó respirar y pensar de una vez.

Fue ruidoso.

Tan fuerte que sabía que incluso si Sergio me decía algo,


probablemente no podría escucharlo.

Traté de disfrutar el paisaje de Chicago.

Cerré los ojos y luego abrí los brazos como si estuviera volando. Mi
rostro estalló en una sonrisa cuando abrí los ojos y me sentí, tal vez por
primera vez en mi vida, completamente libre.

Caímos.

Mi sonrisa se convirtió en risa.

Y luego sentí movimiento detrás de mí. El conducto fue tirado; tiró


de nuestros cuerpos con fuerza, casi colgándome en el proceso.

El resto del viaje fue tranquilo. Sergio no dijo nada mientras


continuaba agitando los brazos como loca. La risa salió de mí una vez
que tocamos el suelo.

Y fue como si, en ese momento, la realidad se viniera abajo.

No era libre.

No sería libre hasta que estuviera muerta.

En esos breves momentos, Sergio me había dado todo lo que


siempre quise, pero nunca había sido lo suficientemente valiente como
para admitirlo.

Libertad de los pensamientos de enfermedad.

Libertad de los pensamientos de la muerte.

Libertad de mi cuerpo físico recordándome que era pronto.


Mis risas rápidamente se convirtieron en sollozos cuando Sergio nos
desenganchó. Caí de rodillas, las lágrimas caían al suelo, mezclándose
con la tierra y la hierba.

Sergio no me gritó.

No me dijo que me levantara.

No, mi esposo —el hombre que ni siquiera estaba seguro de que me


gustara la mayor parte del tiempo— se sentó conmigo en la tierra, tiró
de mi cuerpo contra la protección de su pecho y me dejó llorar.

Nos quedamos así durante al menos quince minutos.

No dijo nada, por otra parte, no necesitaba hacerlo. Me abrazó, me


dejó llorar, y cuando no pensé que me quedaran lágrimas, Sergio inclinó
la barbilla hacia su rostro y susurró:

—Eres la persona más valiente que conozco.

Nadie me había llamado valiente antes.

También podría haber dicho que me amaba por el impacto que sus
palabras tuvieron en mi vida, en mi alma. Traté de evitar mis ojos.

No me dejó.

Sergio acercó su boca a la mía. Y me besó.

No porque estuviera enojado.

O porque estuviera en mi estúpida lista de luna de miel.

Pero... creía... porque él quería.

Y lo dejé, porque en ese momento me di cuenta de una cosa. Me


gustó más que a él. Estaba en camino de amarlo: la forma en que
peleaba conmigo, la forma en que bromeaba, la forma en que me dejaba
ser yo sin ningún juicio.

La forma en que vivíamos, en un campo de batalla constante.

—Lo hiciste bien, Rusia —dijo cuando se retiró.

—¿El beso? —bromeé.

—El salto... —Puso los ojos en blanco y luego me besó de nuevo—.


Pero para el registro... esto también fue bueno. —Su lengua lamió la
costura de mis labios antes de retroceder—. ¿Cena familiar?
Asentí, mi cara se sentía pegajosa por el llanto.

Nos tomamos de la mano todo el camino de regreso al edificio.


Capítulo 17
Traducido por Maridrewfer

Sergio

Sus lágrimas me asustan.

Porque representan lo que ya sabía. Andi no se había afligido por


completo ni había aceptado lo que le estaba pasando, lo que iba a
pasar.

Respetaba su positivismo.

Diablos, la respetaba en general.

Pero sabía, a medida que pasaban los días, que probablemente vería
más lágrimas mientras la vida continuaba saliéndose de control para
ambos.

Estaba en el mismo viaje que ella. Egoístamente, se sintió más


doloroso porque no tenía poder para detener nada.

Podía sostener su mano.

Besar sus lágrimas.

Pero al final eso es todo lo que tenía, y apestaba.

Mi mente volvió a la llamada telefónica en el hospital. Tex aún no


me había respondido, pero eso no significaba necesariamente algo
bueno o malo.

La cena familiar al menos me distraería del día emocional.


Cuando llegamos a lo de Nixon, Andi había vuelto a su estado habitual.
Incluso tenía un marcador y estaba revisando la lista que de alguna
manera había confiscado de su escondite en mi oficina.

Sólo pensar en mi oficina hizo que mi visión destellara en la carpeta


negra. ¿Y si lo leyó? ¿Y si descubrió secretos sobre mí que incluso yo no
quería saber? ¿Y por qué demonios me importaba?
—Origami —anunció ella—. Eso es lo siguiente.

—¡El infierno que lo es! —grité—. ¿Cómo está eso incluso


relacionado con la luna de miel?

—Eres rico —dijo—. Por lo tanto, nuestra luna de miel no pararía en


el safari Africano.

—¿Oh? —Su razonamiento era agotador. Me estacioné en el camino


de entrada y apagué el auto.

—Japón. —Ella asintió con confianza—. Me habrías llevado a Japón,


¿y cómo puedes ir a Japón y no aprender el arte del Origami?

—No doblaré papel.

—Si lo harás.

—No.

—Eres...

Andi se desabrochó el cinturón de seguridad y se inclinó sobre la


consola. Desabrochó el mío y arrastró sus dedos lentamente por mi
estómago.

—¿Seducción? —Mis cejas se arquearon—. ¿No está un poco por


encima de tus tácticas habituales?

—Me besaste, por lo tanto pensé que probablemente funcionaría


esto…

Maldita sea.

—Puede que tengas razón.

—Después del Origami, podemos hornear.

—Odio preguntar… —Gruñí—. Pero, ¿por qué demonios tenemos


que hornear un pastel?

—Porque cuando hice mi búsqueda por internet, casi todas las


parejas de luna de miel van a esos resorts con todo incluido donde te
enseñaban cómo hornear, pero aprender a asar pescado es estúpido.
¿Quién no sabe hacer salmón?

Quería señalar que probablemente tendría que buscarlo en línea,


pero mantuve la boca cerrada, sabiendo que Andi simplemente lo
agregaría a la lista de actividades de luna de miel.
—¿Pero pasteles? ¿Magdalenas? ¿Chocolate? Vamos, eso es mucho
más divertido. Además, siempre he querido ser un jefe de pastelería.

—¿Qué tal si solo eliges uno u otro?

Sus dedos agarraron la parte delantera de mi camisa; dio un


pequeño tirón. Nuestras bocas casi tropezaron.

—Bueno, tenemos otras quince actividades que me vienen a la


mente.

Mis ojos se centraron en su boca.

—Cierto.

Un fuerte claxon interrumpió nuestra pequeña discusión y luego un


golpe en mi lado de la ventana me sobresaltó.

Lentamente, miré sobre mi hombro.

Tex agitaba un arma y sonreía como un idiota. Iba a dispararle.

No teníamos las mejores de las relaciones, no es que nosotros


intentáramos ser amables uno con los otros.

—¡Cena familiar! —gritó contra la ventana.

—¿Por qué su arma está fuera? —preguntó Andi.

—Las armas para Tex son como el agua para los peces.

—¿Necesita ambas para poder sobrevivir?

—No me sorprendería en absoluto si su piel comenzara a crecer


alrededor del gatillo.

Andi salió del auto y me encontró al otro lado. Echó un vistazo a Tex
y luego, en segundos, le quitó la pistola de la mano.

Un minuto estaba en su mano...

La siguiente estaba en la de ella.

Me quedé sin habla.

La boca de Tex se abrió.

—¿Qué demonios, Andi?

Creo que me enamoré un poco de ella en ese momento. Le di unas


palmaditas a Tex en la espalda y le susurré:
—Recuerda, ella está en mi equipo.

—Maldita sea que lo estoy, compañero —dijo Andi con acento


sureño y luego le entregó a Tex su arma—. Avísame si necesitas
consejos más tarde.

El ojo de Tex se entrecerró.

—No estaba preparado.

—Bueno, tal vez deberías estarlo...la próxima vez. —Andi agarró mi


mano entre las suyas—. Después de todo, el terror viene en todos los
tamaños.

—Dímelo a mí —me quejé por lo bajo.

Tex se rió suavemente y nos siguió al interior.

—Estás en lo correcto, Andi.

—Estoy más que en lo correcto. Soy increíble —anunció.

Nixon estaba en la cabecera de la mesa sirviendo vino. Sus ojos se


encontraron con los míos brevemente antes de volver a mirar a Andi.
Sus labios se curvaron en una sonrisa burlona.

Lo que sea, cara de mierda. Sí, nos estábamos llevando bien. No hay
necesidad de ir a celebrar ni nada.

Él parecía estar a unos cinco segundos de darse unas palmaditas en


la espalda como si fuera el responsable de arreglar las cosas, cuando
realmente era...

Bueno, no lo sé. Quizás locura... o solo tiempo.

Ella estaba creciendo en mí, como una maldita hierba de la que no


podía deshacerme, solo que era más bonita y divertida. ¡Maldición!

—Sergio está haciendo actividades de luna de miel conmigo porque


no podemos viajar fuera del país sin que el FBI o mi padre nos disparen
—dijo Andi a todo el grupo. Todas las conversaciones cesaron.

Contemplé brevemente gatear debajo de la mesa y mecerme de un


lado a otro; tal vez entonces pensarían que me había vuelto loco y
dejarían de mirarme como si fuera el maldito Grinch que finalmente
había logrado hacer crecer un corazón.

—¡Eso es tan dulce! —Trace fue la primera en hablar—. ¿Qué


hicieron ustedes hoy?
—Sé lo que hicieron hace unos días —dijo Nixon en su copa de vino.

Lo pateé debajo de la mesa.

Ni siquiera hizo una mueca, el bastardo.

—Oh, ¿te gustó mi regalo? —preguntó Trace, sus ojos iluminados


por la emoción. Siempre me ha gustado Trace, pero sí, no era la mejor
pregunta para hacer en ese momento.

—Sí. —Nixon se inclinó hacia delante—. ¿Tuviste algún problema


para desenvolverlo?

Lo pateé de nuevo.

Pero esta vez Chase gritó.

—¿Qué demonios, Sergio? ¿Por qué me pateaste?

—El regalo fue... inesperado.

Mis ojos se entrecerraron. No es exactamente una reseña brillante


de mis habilidades de seducción.

—Quiero decir, al principio estaba... —La mirada de Andi se


encontró con la mía—, sorprendida.

—Sabía que lo estarías. —Trace asintió alentadoramente. ¿Qué


demonios nos había dado? ¿Un perro? Mierda, esperaba que no, porque
ya sería un perro muerto.

—Y luego, no sé, simplemente se sintió natural —continuó Andi—. Y


perfecto.

Se estaba haciendo difícil respirar. El aire se estaba apretando cada


segundo.

—Oh, um… —Trace compartió una mirada confusa con Nixon—.


¿Me alegro?

—Yo también. —Andi se sonrojó intensamente antes de mirar hacia


otro lado y encogerse de hombros—. Las toallas con iniciales fueron
realmente muy considerables. Me gustó especialmente que Sergio
tuviera pequeños bigotes.

—¡Ah-ha! —Golpeé mi mano sobre la mesa. No tenía la intención de


hacerlo en voz alta. ¡Toallas! Por supuesto. Ya había usado una.
Todos los ojos se volvieron hacia mí.
—Perdónalo, a él realmente le gustan las toallas. —Andi asintió con
la cabeza—. Lo excita todo en la ducha. Lo sé bien.

Me atraganté con el vino mientras recibía miradas curiosas de cada


uno de los miembros de mi familia.

—Estoy feliz por ustedes... muchachos —intervino Bee, frotando su


estómago aún plano. Ella solo estaba en su primer trimestre—. Ambos
se ven tan felices.

¿Podríamos no ser el centro de atención?

Sonó un golpe, y luego Frank entró. Gracias a Dios. Siempre llegaba


tarde a la cena familiar. Finalmente sentí que estaba fuera del centro de
atención.

—Abuelo. —Trace se levantó de su silla y lo besó en la nariz.

Se sonrojó y se sentó en la cabecera de la mesa.

—Perdón por llegar tarde. Tenía algunas cosas que recoger.

—¿Los encontraste? —preguntó Nixon, su mirada fría e indiferente.

Los ojos de Frank recorrieron la mesa y finalmente se posaron en


mí.

—Lo hice.

—No hay mejor momento que el presente.

—¿Qué? —Trace tocó el brazo de Frank—. ¿De qué está hablando


Nixon?

Frank sirvió una copa de vino temblorosa.

—Supongo que es mejor sacar las cosas antes de la cena. Ya es


bastante difícil.

El miedo llenó mi estómago. Esto no puede ser bueno, sea lo que


sea. Frank rara vez anunciaba cosas en la cena familiar.

—Trace... —Su mirada era amorosa, adorando incluso mientras


inclinaba la barbilla hacia él y movía la nariz con una sonrisa—. Soy
viejo.

—No me digas —dijo Tex en voz baja.

Contuve mi risa.
—Y el resto de ustedes… son tan jóvenes. Así que... vivo con ideas
para sus propias familias. Luca dejó a la familia Nicolasi a Phoenix. Él
tiene un niño pequeño en camino. Trace, tú y Nixon tienen que lidiar
con los Abandonato. Mil y Chase, lo problemáticos que son los De
Lange.

—Ya, ya. —Chase levantó su copa de vino en el aire. Sabía que


todavía le estaban dando un infierno a Mil, ya que ella era una de las
únicas jefas en existencia; por otra parte, Chase era un asesino
entrenado, por lo que no lucharon mucho.

—Los Campisi... —Frank hizo un gesto a Tex—, la familia más


estricta que nunca he visto.

Tex hizo una pequeña reverencia.

Frank dejó escapar un suspiro.

—Y mi familia... Los Alfero, aunque confío en mis hombres, quiero


dejar a mi familia a sangre. —Sus ojos se posaron en Trace—. No
necesita el estrés adicional de liderar a dos familias. Quiero que tú y
Nixon tengan hermosos nietos, quiero que te rías, que disfrutes de la
vida tanto como sea posible, por eso necesito hacer esto.

Su discurso me estaba poniendo cada vez más incómodo. Andi se


movió en su asiento, con los ojos bajos como si supiera algo. ¿Pero
cómo?

Frank sacó una carpeta negra.

—Es de Luca.

Guau, no es lo que esperaba.

La mirada de Andi se encontró con la mía; estaba tan pálida que


parecía que iba a estar enferma. ¿Qué estaba pasando?

Frank dejó la carpeta sobre la mesa y abrió la primera página. Una


foto de un chico y una chica de mi edad me devolvió la mirada.

Trace frunció el ceño.

—No entiendo.

—Más secretos... —Frank suspiró—. Trace, tu abuela y yo no fuimos


completamente honestos contigo.

Nixon acercó a Trace. Bastardo sabía lo que se avecinaba; lo pude


ver en sus ojos.
—Antes de que nos escondiéramos, tres años antes para ser
exactos, tu abuela tuvo una aventura.

La mesa estaba completamente en silencio.

—Con Luca —susurró—, ella era diez años más joven que yo, aun
en sus cuarenta y poco años.

Mi mente trató de hacer los cálculos, trató de armar el


rompecabezas.

Andi parecía cada vez más enferma, y Trace estaba en camino de


unirse a ella.

—Tuvieron gemelos —continuó Frank—. Un niño y una niña. Ambos


se fueron a vivir con Luca, aunque su estilo de vida en ese momento no
era exactamente adecuado para los niños. Los colocó en las mejores
escuelas, pero cuando descubrió que manteniéndolos cerca estaba
poniendo objetivos a sus espaldas, los dejó ir. Quería que llevaran una
vida normal antes de dejarse atrapar por el estilo de vida que vivía.

—¿Por qué ahora? —susurró Trace—. ¿Por qué nos estás diciendo
esto ahora?

—Porque el plan cambió —dijo Andi.

—¿Qué plan? —repitió Trace.

Los ojos de Andi se encontraron con los míos. ¿De qué demonios
estaba hablando? Volvió a mirar a Frank.

—El plan era simple... tomar el control de la familia del crimen ruso
en Chicago, protegerme en el proceso, casarme con la familia Nicolasi
por medio de Dante Nicolasi, el hijo de Luca.

Algo se estrelló contra mi pecho, tal vez fue mi corazón, o tal vez fue
solo la sensación de absoluta incredulidad.

—¿Qué? —susurró Trace.

Frank suspiró y volvió a sentarse en su silla.

—Andi nunca fue para Sergio. Ella estaba destinada a Dante. Y


Dante estaba destinado a hacerse cargo de los Alfero cuando fuera el
momento adecuado.

Ella no era mía.

Ella no era mía.


Ella no era mía.

¿Por qué demonios era esa la única información que recibí durante
la conversación?

—Entonces, ¿por qué cambiar el plan? —siseé finalmente, mi voz


sonaba muchísimo como si acabara de tragarme cuchillos.

Frank se encontró con mi mirada.

—Porque hice una llamada de juicio. Dante no conocía a Andi, ni


siquiera sabe que este plan existe.
Y Andi no necesita un jefe como esposo antes de morir.
Ella necesita un amigo.

Estupefacto, solo podía mirar y esperar que mis emociones no


estuvieran escritas en mi rostro. Fue en parte rechazo, en parte
conmoción, en parte alivio.

—Yo, um... —Me puse de pie, mi silla deslizándose contra el piso de


madera—. Necesito un minuto.

Caminé hacia la puerta de atrás y no miré por encima del hombro.


Ni siquiera cuando Andi gritó mi nombre.
Capítulo 18
Traducido por Rose_Poison1324

Andi

Sergio no dejó de caminar. Miré a la mesa y dejé escapar un suspiro


exhausto y medio culpable. Él no sabía toda la historia.

O su papel en ella.

Por otra parte, no era mi historia para contarla. Ni por asomo.

Frank se aclaró la garganta.

—¿Eso es todo? —dijo Tex con voz escalofriante—. ¿Simplemente


entregamos una de las familias más poderosas a dos niños que ni
siquiera saben qué demonios están haciendo?

Frank guardó silencio por un minuto y luego se encogió de


hombros.

—Tienen casi la misma edad que tú.

Chase y Nixon compartieron una mirada.

Las chicas en la mesa estaban extrañamente calladas; cada una de


ellas mirando a sus hombres como si una pelea fuera a estallar en
cualquier momento.

Amy agarró la mano de Ax.

Trace todavía estaba apoyada contra Nixon, mirando a su abuelo


con dureza. Las lágrimas se acumularon en sus ojos.

Mil tamborileaba con los dedos sobre la mesa, su mirada cansada.

Y Mo parecía lista para saltar sobre la mesa en cualquier momento,


en caso de que necesitara frenar físicamente a Tex, su hermana
hormonal se veía lista para ayudar.

Phoenix se recostó en su silla; hizo un crujido, cortando el tenso


silencio.
—No es como si fuéramos a entregar a la familia en una bandeja,
Tex. Le daremos meses, años. Además, ¿quién sabe que Dante incluso
dirá que sí?

—¿Por qué no lo haría? —rugió Tex, levantando las manos en el


aire—. Los Alfero valen cerca de cuatrocientos millones de dólares.

Casi me ahogo con mi lengua.

—Sería un estúpido al decir que no.

—No todos quieren esta vida —dijo Frank en voz baja—. Y quiero
darle algo que ninguno de ustedes recibió.

—¿Ah sí, viejo? —La frustración de Tex fue evidente en la forma en


que su rostro comenzó a ponerse rojo—. ¿Y qué es eso?

Frank encontró su mirada de frente.

—Una maldita elección.

Rápidamente miré mi plato vacío. La comida en la mesa se estaba


enfriando, y a nadie parecía importarle que Sergio aún estuviera afuera,
probablemente maldiciéndome en el cielo nocturno.

—¿Y la chica? —preguntó Nixon—. ¿Qué hay de ella?

Frank se encogió de hombros.

—Me imagino que, si Dante decide unirse a nosotros, ella hará lo


mismo. De lo contrario, no sería seguro para ella.

Ax había estado inusualmente callado. Generalmente no hablaba a


menos que le hablaran, e incluso entonces me di cuenta de que se
parecía mucho a Sergio; observó, escuchó, y luego usó la información
reunida para formar un pensamiento. Él nunca hablaba fuera de turno,
aunque estaba empezando a notar que Sergio estaba adquiriendo malos
hábitos en lo que a mí respecta, hablando fuera de turno, gritando y
¡sonriendo!, Dios no lo quiera.

—Él tiene un punto.

Tex volvió su mirada furiosa hacia Ax. Estaba medio tentada a


retroceder, así no estaba en la línea de visión.

—¿Oh? —La voz de Tex era un ronco susurro—. ¿Por qué lo crees?

Ax suspiró.
—¿Quién más va a liderar a los Alfero? ¿Tú? Necesitamos que te
concentres en nuestro propio drama. Phoenix está metido en la mierda
de cosas Nicolasi. Los De Lange todavía no son completamente
confiables, sin ofender, Mil... —Ella le restó importancia con la mano—.
¡Y mi familia ha sido el objetivo de todos durante los últimos diez años!
Necesitamos sangre nueva. Simple y sencillo, y te olvidas Tex... sin
importar de dónde vienen o cómo llegaron allí. Son sangre.

—Malditos Abandonato cuando tienen razón —murmuró Tex en voz


baja.

Mo apretó su mano tranquilizadoramente.

—Eso es todo. —Nixon colocó a Trace más cerca de su cuerpo—.


Algo así.

La mirada de Frank se encontró con la mía.

—¿Por qué no vas a buscar a tu marido, Andi? Podemos discutir


detalles más tarde.

No necesitaba que me lo dijeran dos veces. Rápidamente me


disculpé y corrí fuera.

Sergio no había llegado lejos.

Estaba sentado en la rama más baja de un árbol gigante, con las


piernas colgando en el aire; lo hacía lucir juguetón, accesible.

—Entonces… —Apoyé mis manos detrás de mi espalda y avancé—,


¿estás enojado?

—¿Qué si estoy enojado? —repitió en un tono aburrido—. Sí y no.

—Ooh, un acertijo. —Traté de subir a la primera rama, pero no era


lo suficientemente alta o fuerte como para levantarme.

Él me vio luchar.

Pateé el tronco.

Después de unos minutos más donde me vio intentar levitar en el


árbol, me levantó en el aire y me colocó a su lado.

—¿Mejor?

—Sí —jadeé, mi respiración pesada—. Entonces, ¿estás enojado


porque te oculté algo?
—Es estúpido.

—¿Qué lo es?

Sergio se mordió el labio inferior.

—Mi razón para estar enojado.

—Pruébame.

Se giró para mirarme, con las piernas a horcajadas sobre el árbol.

—Está bien... —Sus ojos azules brillaron con algo, no con ira, sino
algo igual de intenso—. Estoy enojado porque no fui la primera opción.

—El orgullo viene antes de la caída —canté.

Resopló y dejó escapar un suspiro.

—Te dije que era estúpido.

—Y lo es. —Alcancé su mano y no la solté—. Porque si me hubieran


dado una opción, habrías sido tú.

—Antes o después de la idiotez.

—Antes. —Asentí—. Definitivamente antes. Los rusos aman un


buen desafío. Demonios, eres como mi hierba gatera. Raramente
sonríes, te emborrachas sin ninguna razón, y te gusta dispararles a las
cosas. Mi héroe. —Batí mis pestañas.

—Lástima que odio el vodka.

—No se lo diré a papá.

—Oh Dios. Tal vez no nos dispare la próxima vez que nos vea.

Reprimí una sonrisa.

—No te lo dije, no porque estuviera tratando de esconderte cualquier


cosa... —Me lamí los labios—. ¿Has leído tu carpeta?

—Mierda, no tú también. ¿Cómo diablos siquiera...? —Hizo una


pausa—. Cierto, estabas en mi oficina.

—Culpable. —Hice una mueca—. Pero probablemente deberías leer


tu carpeta antes de que te enojes con todos.

—¿Qué pasa si no quiero? —Entrecerró los ojos—. ¿Qué pasa si lo


que hay dentro de esa carpeta me hace sentir peor de lo que ya me
siento?
—¿Podrías?

—¿Podría qué?

—¿Sentirte peor?

—Siempre hay una posibilidad. —Me apretó la mano—. ¿Estamos


teniendo un de corazón a corazón en este momento?

—Sip.

—Mierda.

—Te encanta. —Tiré de su mano lo suficientemente fuerte como


para que se inclinara adelante—. Incluso te dejaré besarme.

—Oh, me dejarás, ¿eh? —Su sonrisa era amplia, sin disculpas. Amé
la forma en que sus ojos casi parecían oscurecerse cuando me miró.
Tenía esta mirada perezosa y seductora en su cara que me hizo sentir
débil en las rodillas.

—Uh-huh —exhalé, mi voz era alegre.

—Mmm... creo que me gusta este lado tuyo Andi, cayendo por tu
propia mano y todo eso... solo para hacerme sentir mejor.

—Bueno, hoy saltaste de un avión conmigo, así que básicamente


estamos pegados uno con otro.

—Sí, el paracaidismo significa para siempre —dijo Sergio con un


gesto serio—. Lo bueno es que ya estamos casados.

—¿Cierto? —Me reí.

Me llevó a su regazo. Mis piernas se envolvieron alrededor de su


cintura mientras nuestras bocas se tocaron brevemente, durante unos
dos segundos, antes de que se retirara.

—Eres muy bonita.

—¿Q-qué? —Todas las bromas abandonaron mi sistema—. ¿Desde


cuándo das cumplidos?

—Desde ahora. —Su voz era ronca. Metió un pedazo de mi rubio


cabello detrás de la oreja y ahuecó mi cara—. Eres muy, muy bonita. Lo
siento por no decirlo antes.

—Lo estás diciendo ahora.

—Y lo diré todos los días.


Hasta que muera, quería agregar, pero parecía demasiado lúgubre y
deprimente, así que en su lugar agregué:

—¿Hasta la eternidad?

—Hasta la eternidad —repitió, sus labios se encontraron con los


míos brevemente antes de que besara mi mandíbula y luego me dio un
caliente beso a boca abierta en el cuello.

—Consigan una habitación —gritó una voz masculina.

—Bastardo —gruñó Sergio en voz baja mientras rompía nuestro


beso.

Phoenix estaba de pie junto a la puerta trasera.

—Perdón por interrumpir el momento especial, pero la comida se


está enfriando.

—¡Entonces cómela! —gritó Sergio de vuelta.

—Las familias comen juntas. —Phoenix sonrió de lado—. Vamos,


Sergio, baja del árbol. Andi no te dejará caer.

—¡No eres divertido!

—Sí es gracioso —añadí.

Sergio disparó dagas en mi dirección.

—La gente solía correr en su presencia. Créeme cuando digo que


esto es nuevo.

—Lo sé —dije antes de que lo supiera.

Sergio hizo una pausa.

—¿Cuánto tiempo hace que conoces a Phoenix, Andi?

Tragué saliva y miré hacia abajo.

—¿La verdad?

—Si no te importa.

—Lo conozco desde hace años. En realidad, no lo conocí hasta que


estuvimos en Eagle Elite, pero memoricé sus antecedentes.
Capítulo 19
Traducido por Maridrewfer

Sergio

Pensé en lo que Andi había dicho. ¿Cuánto tiempo nos había estado
observando? ¿Y qué más sabía ella de nuestra familia? Demonios, ¿qué
más sabía de mí?

La cena familiar no terminó en derramamiento de sangre, pero todos


estuvieron bastante tranquilos durante el resto de la comida, lo que no
fue normal para ninguno de nosotros.

Demonios, lo normal habría sido que Tex intentara dispararme con


una mano mientras me ofrecía pasta con la otra.

En cambio, guardó silencio.

Nixon parecía enojado.

Chase estaba listo para unirse a él en lo que supuse que sería una
discusión realmente acalorada con Frank, una vez que Trace se fuera a
la cama.

Y eso nos dejó a mí y a Ax.

Mi hermano había sido invitado a la cena familiar porque había sido


recibido en el grupo de Elite, no porque realmente tuviera ningún poder
u opinión sobre lo que sucedió. No era como si yo tuviera ningún poder
tampoco.

Por otra parte, a veces me preguntaba si solo me invitaban para que


pudieran vigilar mi actividad: mantén a tus amigos cerca, y a tus
enemigos más cerca y todo eso.

Miré la botella de vodka e hice una mueca. Había admitido por error
a Andi que nunca había probado las cosas buenas.

Lo bueno, según ella, siendo Stoli.

No estaba convencido.
Debería haber mantenido la boca cerrada, porque para cuando
llegamos a la casa, ella estaba lista para agregar emborracharse
conmigo a la parte superior de su lista de luna de miel.

—No es eso… —Odiaba ser un imbécil, pero era necesario decirlo—,


¿realmente poco saludable si ya estás enferma?

—Adivina esto, Italia. —Andi agarró mi mano y luego la levantó en el


aire, girando bajo mi brazo mientras entramos en la casa—. Si solo
tuviera un día de vida, ¿bebería agua todo el día, con la esperanza de
que prolongaría esas veinticuatro horas en veinticinco?

—Tienes más de un día para vivir.

—Responde la pregunta.

Solté un profundo suspiro.

—No, probablemente no.

—Mi punto exactamente, amigo. Se trata de la calidad de vida.

—¿Entonces soy Mexicano ahora? —Hice una mueca.

Andi me guiñó un ojo y me llevó a la pequeña de las dos salas de


estar. Los sofás de cuero marrón estaban orientados alrededor de una
pequeña chimenea, mientras que la parte trasera de la habitación
estaba llena de estanterías de piso a techo. Parecía más una oficina que
una sala de estar, pero tenía una cierta comodidad al respecto que la
otra habitación más grande no.

—Tú… —Ella tocó mi pecho—, agarra el vodka y voy a cambiarme


por algo más cómodo.

Mi mente dio vueltas ante esa declaración, ¿cómoda era una palabra
clave para lencería? ¿O en serio iba a ponerse un suéter? ¿Y por qué
demonios seguía mirando la maldita botella de vodka, preguntándome
qué estaba haciendo arriba?

Pasaron diez minutos.

Luego veinte.

Estaba empezando a preocuparme cuando, en una oleada de


actividad, Andi entró corriendo en la habitación, solo se detuvo el
tiempo suficiente para agarrarme de los hombros y luego se subió a mi
regazo.

Me encantaba lo pequeña que era.


De tamaño miniatura.

Mis ojos bebieron en su camiseta blanca casi transparente y


pantalones cortos de tela expandible negros.

Ahuequé los costados de sus caderas; me hizo sentir enorme, y


como si realmente pudiera protegerla. Aunque el pensamiento fue de
corta duración. Podría protegerla de las cosas ambientales, pero no de
las internas. Esa era mi horrible realidad.

—Está bien, mi amante italiano.

Agarró la botella de vidrio y desenroscó la tapa, echó la cabeza hacia


atrás y tomó un largo trago. Esperaba que jadeara, tosiera o al menos
tartamudeara un poco. En cambio, bien podría haber sido agua con la
reacción que tuvo.

Maldición, sus ojos ni siquiera lagrimearon.

—Tu turno... —Me tendió la botella y luego detuvo una sonrisa.

De mala gana, agarré la botella de ella y la miré con cautela antes


de tomar un largo sorbo, uno que coincidía con el de ella.

En el momento en que el alcohol tocó mis labios, lamenté haber


aceptado su plan. Sabía a mierda, nada suave sobre el vodka mientras
se derramaba por tu garganta.

Apenas contuve la tos mientras le devolvía la botella y me limpiaba


la boca.

—¿Bueno? —Ella inclinó la cabeza.

—Genial —mentí, mientras el vodka alegremente quemaba un


agujero a través de mi esófago—. Es como un líquido más liviano, Andi.

—Tengo una idea. ¿Qué pasa si bebo, entonces enciendes un


fósforo, y…?

Cubrí su boca con mi mano.

—Sin pirotecnia.

Su lengua se extendió y lamió mi mano.

La sacudí hacia atrás.

—¿Eso es todo? Solo te vas a rendir, ¿eh Italia? Ya sabes que el vino
es una bebida para chicas, ¿verdad?
Agarré sus caderas entre mis manos y las apreté.

—¡También puedes rasgar la bandera italiana y quemarla! ¿Quién


dice eso?

Tomó otro trago largo de vodka y susurró:

—Rusos.

—Bebo más whisky que vino. —¿Por qué demonios me estaba


defendiendo?—. No es que importe.

—¿Eso te hace sentir más hombre?

—¿Parece que necesito sentirme más como un hombre, Andi? —


Frustrado, le mordí el labio inferior.

Andi se inclinó hacia atrás.

—¿Estás seguro de que quieres besar líquido más ligero?

Mis ojos se estrecharon cuando tomé la botella de su mano


extendida.

—Una bebida más.

Últimas famosas palabras.

Porque terminamos la botella.

Porque no podía permitir que la chica bebiera más que yo. Era una
cuestión de hombres, ni siquiera una cuestión de orgullo, sino una
necesidad puramente masculina de asegurarse de que el duendecillo no
me destruyera en algo en lo que debería poder vencerla.

—Dime.

Maldita Rusa ni siquiera estaba arrastrando sus palabras, mientras


yo estaba tratando de averiguar cuántos troncos necesitaba volver a
encender el fuego. Todo era doble. Parpadeé un par de veces hacia ella,
esperando aclarar mi cabeza.

—¿Decirte qué?

Ahí. Eso sonó bien, sin problemas, sin vacilación. Nos habíamos
movido de la silla al suelo. Ella todavía estaba a horcadas sobre mí, su
pierna izquierda detrás de mí, mientras que su derecha estaba en mi
regazo.
Me gustó demasiado quejarme del hecho de que ya no podía sentir
mi trasero.

—¿Qué es lo peor que has hecho?

—Andi…

—Bien, yo iré primero. —Se acercó más a mí, apoyó la cabeza en mi


hombro y envolvió sus manos alrededor de mi brazo—. Disparé a un
esposo y una esposa uno frente al otro.

Horrible que en ese momento quisiera encogerme de hombros y


decir: Gran mierda. ¿Eso es todo lo que tienes? En cambio, asentí
lentamente, mi cerebro todavía zumbaba por el alcohol, mi lengua
pesada.

—Eso no es tan malo, Andi.

—La historia no ha terminado. —Me palmeó la rodilla—. Disparé al


esposo y a la esposa frente a sus hijos. De acuerdo, sus hijos estaban
en la secundaria y estaban en camino de ser espías, pero bueno... —Se
estremeció—. Los dejé vivir...intenté alejarme, luego recibí un mensaje
de texto...sin cabos sueltos.

—Así que volviste —completé el espacio en blanco.

—Siempre volvemos, ¿no, Sergio? Gente como tú y yo. Hacemos el


trabajo, lo llevamos a cabo, tratamos de mantener nuestras emociones
fuera de él, ¿y la parte aterradora? Somos buenos en ello, ¿no? Hasta
que un día, te despiertas…

—Y de repente sientes —terminé—, todo.

—Tal vez ese sea nuestro castigo por ser tan condenadamente
buenos, Sergio. ¿No crees? Este sentimiento de invencibilidad
desaparece, y la humanidad entra en acción.

—La humanidad apesta —me quejé, tratando de mantener la


emoción de mi voz.

—A veces... —Andi presionó su mejilla contra mi hombro—, a veces


creo que me dieron cáncer como castigo.

Me aparté de ella como si acabara de dispararme en el estómago.

—Andi, no, no puedes creer eso. Dime que realmente no piensas


eso.

Ella se encogió de hombros.


—Si ese fuera el caso, ya debería estar muerto, y esa es la verdad.

Me di vuelta y tomé su rostro entre mis manos. Las lágrimas


brotaban de sus bonitos ojos marrones.

—Los cuento.

Ella parpadeó confundida.

—¿Qué quieres decir?

—Cuento a cada persona que mato. —Me lamí los labios. Tal vez si
los mordiera, dejaría de hablar; en cambio, todo salió tan rápido que
pensarías que estaba confesando mis pecados en la iglesia—. Comenzó
como una forma de mantener el control sobre lo que hice. Si contaba,
eran solo un número, ¿verdad? En realidad no eran una persona. Así
que comencé con uno, luego dos, luego tres... después de un tiempo se
convirtió en esta extraña obsesión.

Andi arrastró las yemas de sus dedos por mi mandíbula.

—¿Qué quieres decir?

Me tensé, pero el alcohol no me permitió quedarme así. Me aparté


de ella lo suficiente como para levantarme la camisa y darme la vuelta.
Siempre mantuve el tatuaje medio oculto. No lo había visto cuando
estaba en la ducha porque mi brazo hizo un buen trabajo al cubrir las
marcas de conteo.

Tenía exactamente treinta y siete.

Por cada vida que había tomado.

Y espacio para continuar, porque no era lo suficientemente ingenuo


como para creer que ese sería mi número final, ni mucho menos.

—¿Los tatúas? —Ella pasó los dedos sobre las pequeñas marcas
negras—. ¿Por qué?

—Para recordar. —Me encogí de hombros y me puse la camisa—. O


para recordarme a mí mismo. No lo sé…

—Uno de ellos parece nuevo. —Sus ojos se encontraron con los


míos—. ¿El agente del FBI?

—¿Cómo sabes eso?

Ella se encogió de hombros.


—Sé muchas cosas que no debería saber. Sé que la iban a matar en
el momento en que retrocediera un pie en el edificio. También sé que le
hiciste algo amable, aunque probablemente te arrepientas de haber sido
tú quien lo hizo.

—Pero esa es la cosa... —Solté una risa amarga—. No me arrepiento


ni un poco. Le di el control sobre lo que le sucedió. Pude verlo en sus
ojos. Me estaba rogando, Andi. Rogándome que terminara con ella, así
que lo hice.

—Ella ya estaba muerta.

—¿Eso hace que quitarle la vida sea correcto? ¿O mi derecho? —Me


pellizqué el puente de la nariz—. Ya es tarde. Probablemente
deberíamos ir a la cama.

Andi me agarró las manos y luego se sentó en mi regazo, a


horcajadas sobre mí por segunda vez esa noche.

—¿De qué estás asustado?

—Seguro que te vuelves profunda cuando bebes vodka. —Traté de


ignorar su pregunta; el tiempo de confesión había terminado.

—Italia... —advirtió, besando ambas mejillas—, dime.

Suspiré y bajé la cabeza.

—¿Entonces cama?

—Muéstrame lo tuyo, y te mostraré lo mío...

Soplé aire entre mis mejillas.

—Me temo que algún día dejaré de estar asustado. Y esa es la


verdad.

—El miedo lo hace real.

—El miedo me hace real. —Encogiéndome de hombros, traté de


explicar—. Significa que todavía soy humano. En el momento en que
dejas de sentir miedo...

—Te conviertes en un sociópata. —Ella guiñó un ojo. Deja que Andi


agregue algo de humor a mis pensamientos taciturnos.

—Cierto. —Me reí.

—¿Cama? —Ella inclinó la cabeza.


—No tan rápido. —Agarré sus caderas—. ¿Cuál es tu miedo?

—¿Quieres decir que no sea la oscuridad? —susurró, el calor de su


lengua chocó con mi cuello, haciéndome querer golpearla contra el
suelo.

—Sí. —Mi respiración disminuyó en anticipación de lo que ella diría.

—Dejar atrás a mi nuevo mejor amigo, antes de que tenga tiempo de


darse cuenta de cuánto tiene para ofrecer al mundo.

—¿Mejor amigo?

—Tú, tonto. ¿A quién más honro con mi presencia?

—Apenas nos conocemos.

—Los espíritus afines se reconocen mutuamente. Niega todo lo que


quieras, pero soy un gran problema para ti... y seguiré siendo como tu
langosta, es decir, hasta que esta historia de amor termine como una
obra trágica, y tengas que enterrarme. Ah, y por cierto, cuando
hablamos de entierros, no en un día como hoy porque ya estás
deprimido, ¿puedes enterrarme de blanco?

—¿Qué demonios, Andi? —Traté de alejarla de mí, pero sus malditos


muslos se apretaron alrededor de mi cuerpo tan fuerte que podría
haberme puesto de pie y ella todavía me estaría agarrando como un
maldito koala—. Eso no es divertido.

—¿Me estoy riendo? —Se encogió de hombros—. Es justo que tenga


algo que decir sobre mi entierro. No te preocupes, escribiré las cosas.

Dejé escapar un gemido lamentable.

—Está bien, mejor amigo. —Se levantó y me ofreció su mano—.


Llévame a la cama y deslúmbrame.

—¿Qué? —croé.

Ella puso los ojos en blanco.

—Por favor. Lo hemos anotado al menos quince veces. Será mejor


que al menos me tomes una vez.

—¿Y si no lo hago?

Se inclinó y se lamió los labios apetitosamente.

—Entonces dudaré de tu sexualidad.


—¡Al infierno lo harás! —rugí, saltando sobre mis pies y tirando de
ella contra mi cuerpo, casi enviándonos a navegar hacia atrás en la
silla.

Mi beso fue agresivo, posiblemente furioso, y no solo por su burla,


sino porque me había asustado mucho. Casi había perdido la capacidad
de respirar cuando comenzó a hablar de ser enterrada. ¿Cómo podía
estar tan tranquila?

¿Y cómo era posible que estuviera cambiando mi vida


completamente al revés, todo en una corta semana? Estaba arruinando
cada pared que había erigido, haciéndome querer correr en la dirección
opuesta por temor a que si me detuviera, me alcanzaría, me atraparía y
me dejarían llorar lo más precioso que me han dado.

—Bésame —articuló contra mis labios.

Así que lo hice.

—Tócame —instó, balanceando su cuerpo contra el mío.

Así que lo hice.

—Tómame…

—Andi…

—Tómame... —suplicó, sus manos se movieron hacia mi cabeza,


tirando de mi cabello con ferocidad.

Me eché hacia atrás y la miré a los ojos suplicantes.

Y supe en ese momento...

Lo haría.
Capítulo 20
Traducido por Liliana

Andi

Me estaba marcando, sus dedos quemaban mis muñecas mientras


presionaba un beso caliente en mi cuello, luego soltó mis brazos y dio
un paso atrás. Estaba lo suficientemente borracha como para saber que
probablemente era una mala idea empujar a un tipo como Sergio.

El término miedo saludable era verdad en mi cerebro. Él era


peligroso y lo sabía. Yo lo sabía por la mirada muerta en sus ojos.

Él había visto demasiado.

Hecho aún más.

Y no estaba tan seguro de querer vivir para contarlo. Podía sentirlo


en el aire a su alrededor: él no era el tipo de persona que empujabas.
Claro, le hacia bromas, y, sí, mi cuerpo respondía a él como si hubiera
sido hecho para mí.

Le dejé tener su tiempo fuera.

Los segundos pensamientos fueron evidentes en la forma en que me


miraba y luego volvió a bajar a tierra, como si no estuviera seguro de
qué hacer conmigo. Como si yo fuera un rompecabezas que no podía
entender. Por otra parte, no creo que mis piezas del rompecabezas
hayan sido diseñadas para encajar perfectamente.

—Sergio… —Le tendí la mano—…vamos arriba.

Maldijo y se pasó las manos por el cabello, se dio la vuelta y luego


me miró de nuevo.

—¿Me creerías si dijera que he desarrollado una conciencia?

—¿Después de mostrarme tus tatuajes? —Mis cejas se alzaron—.


Probablemente no.
—No soy ese chico.

—¿Qué chico?

—Ese... —Sus ojos se enfurecieron, el azul me congeló en el acto—.


No hago el amor con las chicas. No lo hago lento. Mo me importa
mientras yo termine. No. Me. Importa.

—Claro respaldo de tu destreza sexual. —Sonreí y me apoyé contra


la pared, repentinamente exhausta—. ¿Me estás advirtiendo que me
aleje?

—Tal vez eso es lo que te mereces, Andi. ¿Has pensado en eso?

—Seguro sabes mucho sobre lo que necesito, lo que merezco, lo que


quiero... —Solté un suspiro—. Me parece que estás tratando de
encontrar razones para no seguirme arriba.

—No te casaste con el príncipe.

—Está bien... —dije lentamente.

—O el villano.

—Gracias a Dios.

—Te casaste con el final infeliz.

Me moví sobre mis pies, incómoda porque tenía razón, irritada


porque tenía la capacidad de tomarse momentos importantes y
arruinarlos con su deprimente lógica.

Esperé a que dijera más. En cambio, dio un paso atrás y se cruzó de


brazos.

»Ve a la cama, Andi.

Asentí.

—¿Estas seguro?

—No —susurró—, no en absoluto.

—Deberías. —Di un paso cauteloso hacia él, presionando mi palma


contra su pecho—. Y un día... muy pronto, lo estarás.

—¿Por qué estas tan segura?

Sus ojos buscaron los míos. Lo besé suavemente en la boca-

—No serás capaz de resistir.


—Y si te uso para sexo... sexo sin sentido, sexo, sabes que mi
corazón no se involucra, y luego mueres... ¿en qué me convierte eso?

—Un chico. —Me encogí de hombros—. Aunque en este momento


suenas como un gallina.

Él sonrió.

Me mordí el labio mientras él soltaba un pequeño gemido. Sus ojos


se centraron en mi labio inferior como si quisiera probarlo de nuevo.

—Nos vemos en la mañana, maridito.

Rápidamente me di la vuelta y subí las escaleras, un poco


tambaleante sobre mis pies. Probablemente no por lo que había bebido,
sino porque siempre me mareaba por la noche.

Prepararme para la cama bien podría haber sido el maratón de


Boston por lo mucho que estaba jadeando y resoplando.

Maldito Sergio. Probablemente tenía razón sobre la bebida, ¡pero era


mi luna de miel! Me negué a dejar que el cáncer ganara en todo.

Aunque en este momento sentía que yo estaba perdiendo.

Tropecé hacia la cama, sin hacer mi revisión habitual de la noche en


donde iba al armario por asesinos, mi ventana para asegurarme de que
estaba cerrada, y debajo de la cama para cualquier horror que pudiera
acechar debajo.

Probablemente por eso, cuando alguien me agarró por detrás, quería


maldecirme a mí misma en lugar de a ellos.

—No lo hagas.

Su acento era espeso.

Encantador. Mi padre biológico había logrado infiltrarse de alguna


manera en la casa y enviar a uno de sus matones tras de mí.

»Gritas, te corto la garganta antes de que tu padre tenga el placer.

Estaba demasiado lejos para alcanzar el cuchillo debajo de la


almohada, y mi arma estaba escondida en la mesita de noche. Podría
superarlo fácilmente, si no estuviera media zumbida y sufriera vértigo.

Terminaría siendo asesinada y, por alguna razón, parecía injusto


morir antes de que se me acabara el tiempo. Estaba esperando disfrutar
mis últimos momentos con cierto hombre italiano.
»Suave.

Se rio oscuramente, sus labios saboreando mi mejilla.

Quería cortarle la garganta.

Otra risa invadió la habitación.

¿Dos hombres?

—¿La tienes?

Tres. Tres voces distintas. El hombre que me sostenía se dio la


vuelta, su agarre sobre mí todavía extrañamente apretado.

Cuatro hombres, incluido el que me sostiene. No había forma de que


saliera de eso.

¡Sergio! Seguía abajo. Si gritaba, me matarían e irían a buscarlo; es


decir, si aún estaba vivo.

Un golpe sonó en la puerta.

—Dile que estás durmiendo —El hombre ladró en mi oído,


apretándome la cintura con fuerza—. Ahora.

—¿Andi? —llamó Sergio—. ¿Puedo entrar?

—No —dije con voz clara—. Estoy ocupada pintando mis uñas,
Sergio. Ve a molestar a alguien más.

—¿Qué color? —preguntó, mordiendo el anzuelo como sabía que lo


haría, porque nunca lo llamaba Sergio, y mis uñas habían estado sin
color desde que me conocía. Además, yo era rusa. ¿Parecía una
princesa malcriada?

—Verde —respondí—. Como tus ojos —Por favor, capta la pista. Por
favor, por favor. Sabía que prestaba atención a los detalles. Solo
esperaba, en ese momento, que lo entendiera, bueno, eso y que él no
estaba tan borracho como asumí al principio; de lo contrario, estaría
caminando hacia una trampa.

—Está bien, buenas noches, Andi.

Me tensé; Unos pasos sonaron contra el piso de madera.

Solo.

No había entendido la pista. No estaba segura si estaba aliviada o


solo triste porque mi tiempo con él sería tan efímero.
Uno de los hombres se dirigió hacia la puerta y la abrió lentamente,
con el arma levantada. Miró a ambos lados del pasillo y luego nos indicó
que todos lo siguiéramos. Una vez que nos alejamos del pasillo, bajamos
las escaleras y doblamos la esquina.

Pude ver la puerta.

Maldición. Necesitaba hacer algo.

Estaba a punto de hacer mi movimiento cuando sonó un disparo. El


hombre que me sostenía sacudió mi cuerpo contra el suyo mientras nos
movíamos hacia la puerta.

Dos disparos más.

Esta era mi oportunidad. Usé mi talón contra su pie y luego llevé el


otro pie contra su ingle.

Tropezó lo suficiente como para que me liberara.

Sergio dobló la esquina, pistola en mano, oscura sonrisa en su


lugar. Él inclinó la cabeza.

—¿Vas a alguna parte, rayito de sol? —El hombre levantó su arma.


Sergio le disparó en la mano. Una expresión aburrida cruzó sus rasgos
antes de sonreír y luego arrojó su arma al suelo. Levantó los puños—.
Te digo qué, me ganaste, puedes llevártela.

El hombre me miró y luego volvió a mirar a Sergio; su risa me hizo


estremecerme por completo. Me alejé de ellos y observé.

Sergio caminó hacia él y lanzó un golpe lento. El tipo se agachó y


luego voló hacia la sección media de Sergio, pero Sergio, claramente no
tan borracho como yo creía, se apartó y pateó al tipo en el culo,
enviándolo a las escaleras.

Él gruñó algunas maldiciones y luego se dio la vuelta, sangre


goteando de su nariz.

»Dime. —Sergio crujió el cuello—. ¿Cómo entraste?

El hombre gritó y cargo contra él nuevamente.

Sergio suspiró y conectó dos golpes fuertes en la nariz del hombre.


Tropezó hacia atrás y chocó con una gran urna. Que se hizo añicos al
contacto.

—Espero que no haya sido una reliquia familiar —dije.


—Lo era. —Sergio tiró al chico por la camisa y lo golpeó contra la
pared; algunas fotos cayeron al suelo destrozándose al contacto—.
Entonces, ¿vas a hablar, o tendré el placer de hacerte hablar?

El hombre sonrió y escupió en la cara de Sergio.

Hice una mueca.

Sabiendo lo que probablemente estaba viniendo.

Sergio dejó escapar una risa oscura y sacó un cuchillo. No hubo


advertencia; él simplemente hizo un corte duro en la mejilla del hombre.

El intruso gritó.

Sergio hizo un corte en la otra mejilla.

La sangre goteaba de la cara del hombre, pero mantuvo los labios


firmemente cerrados.

Sergio lo golpeo de nuevo con la cabeza y luego lo derribó al suelo;


con el cuchillo todavía en la mano, se sentó a horcajadas sobre el
hombre y limpió el cuchillo con su camisa.

—Así que aquí está la cosa. Fui a la escuela de medicina con un


propósito... —Suspiró—. No creo que te dije porque, Andi.

Me moví lentamente hacia ellos. Los ojos del hombre se


desorbitaron; estaba aterrorizado y sabía por qué.

El aire en la habitación estaba helado.

Se había convertido en algo de la propia creación de Sergio. Él no


era solo un asesino porque era necesario. No, en realidad había cobrado
vida en ese momento... como si hubiera estado esperando toda la
semana a que alguien lo atacara, solo para poder salir y jugar.

—No —dije con calma—, no me dijiste.

—No quería salvar vidas —continuó Sergio—. Quería tomarlas, pero


aquí está la cosa. El conocimiento es poder, ¿no te parece?

El chico se retorció debajo de él.

Sergio golpeó el estómago del hombre con su mano libre y levantó el


cuchillo en el aire.

»La muerte puede ser tan... creativa.

—¿Oh?
Maldición, el hombre era hermoso cuando estaba enojado. Sus
dientes brillaron a la luz de la luna.

—Quería aprender cómo infligir el mayor dolor, sin matar a alguien.


—Sergio sostuvo el cuchillo sobre el abdomen del hombre—. Corta
demasiado bajo y te desangras, ¿y dónde está la diversión en eso?

El hombre luchó como el infierno.

Sergio lo mantuvo firme.

—Pero un poco más arriba... —Sergio se encogió de hombros—... y a


la derecha, así no pincho un pulmón, y puedo conducir este cuchillo al
menos unos centímetros y girar. La torsión es la mejor parte. ¿Te
importa saber por qué?

Mientras hablaba, su acento se hizo más y más grueso. Estaba


congelada. ¿Quién era este hombre?

—No me importa —dijo la víctima—. Haz lo peor.

—Lo pretendo.

Sergio apuñaló al hombre en el estómago.

Él gimió de dolor.

El cuchillo se retorció. No podía apartar la mirada.

»¿Quién te envió?

—¡Petrov! —gritó el hombre.

—¿Por qué?

Sergio retorció más; la sangre comenzó a empapar la camisa del


hombre.

—¡Dijo que la tomara! —El hombre estaba lleno de sollozos—. No me


mates. Tengo una familia. ¡Dijo que él pagaría! "

—¿Una familia, dices? —Sergio sacó el cuchillo—. Entonces, por


supuesto, debería dejarte ir. No es como si hubieras intentado quitarme
a mi familia, mi razón de vivir.

Solté un pequeño jadeo. ¿Realmente había querido decir eso?

»Oh espera. —Sergio chasqueó los dedos—. Lo hiciste. Entonces


mueres.
—¡No! —Los ojos del hombre se encontraron con los míos—. ¡Tengo
hijos! ¡Por favor!

Sergio abofeteó al hombre en la cara.

—No la mires, y no ruegas como una pequeña perra solo porque no


pudiste hacer el trabajo.

—Pero…

Otro golpe en la mandíbula.

—Sabes donde vivo. Sabes dónde está Andi. No hay ninguna


posibilidad de que salgas vivo de aquí. —Sergio no se dio la vuelta—.
Andi, tráeme el cuchillo más grande que puedas encontrar en la cocina.

No me moví

»Ahora —dijo con voz tranquila.

Me apresuré a la cocina. El cuchillo más grande que pude encontrar


se parecía más a un machete, lo que realmente me hizo preguntarme si
eso era lo que era. No era como si viviéramos en el monte y
necesitáramos abrirnos camino mientras cazamos antílopes.

Regresé con el machete y se lo entregué a Sergio.

»Dije... —Sergio se inclinó—… no la mires.

El hombre siguió sollozando y llorando.

La luz de la luna se reflejaba bruscamente en el machete cuando


Sergio lo trajo sobre su cabeza y de un solo golpe.

Cortó la mano derecha del tipo.

Nunca había visto algo tan horrible. A pesar de que había estado
cerca, nunca lo había visto de primera mano.

Tuve que luchar para evitar vomitar. La sangre estaba en todas


partes.

El cuerpo del hombre estaba convulsionando.

Y luego Sergio se inclinó y susurró—: Tienes suerte de que no te


haya cortado el corazón, bastardo. —Lentamente se puso de pie cuando
el hombre agarró su mano e intentó escabullirse.
Sergio le permitió llegar hasta la puerta antes de agacharse y
recoger su arma desechada, disparando un tiro, directamente a la parte
posterior de la cabeza del hombre.

La sala quedó en silencio otra vez.

—¿Por qué? —pregunté.

—¿Por qué, qué?

Sergio dejó caer el arma y limpió el machete.

—¿Por qué darle esperanza? ¿Por qué dejarlo pensar que lo estabas
dejando ir?

Sergio se volvió hacia mí, sus ojos oscuros.

—Los delincuentes siguen siendo humanos... y sería inhumano no


darles un último destello de esperanza.

—O tal vez —argumenté—, es peor... ¿dejarlos ver la libertad y, sin


embargo, quitársela?

—Tal vez. —Sergio colocó tranquilamente el cuchillo sobre la mesa y


caminó hacia mí—. ¿Estás bien?

Di un paso atrás, levantando mis manos. Él frunció el ceño.

»Andi, nunca te haría daño.

La habitación estaba inclinada, mi respiración era irregular. Lo


sabía, sabía que no me lastimaría, pero acababa de cortarle la mano a
un hombre.

—Solo necesito un minuto.

Sergio hizo una mueca.

—¿Eso es todo? ¿Ves de lo que soy capaz y de repente volvemos al


punto de partida?

—No. —Negué con la cabeza—. Estoy en estado de shock.

—Así que siéntate.

—No. —Apoyé mis manos contra mis piernas—. ¿Por qué le cortaste
la mano?

—Para enviárselo a tu padre.


—¿Vas a ponerle un lazo y envolverlo en papel de regalo de Frozen
también?

—Sí, y recuérdame incluir un jamón de Navidad. —Sacó su celular y


ladró—. Necesito limpiar mi casa, Nixon.

Podía escuchar gritos en el fondo. Sergio suspiro

—No. No hay sobrevivientes. —Silencio.

Tiró el teléfono sobre una de las mesas y extendió su mano hacia


mí.

—Ven. Vamos a limpiarte.

—¿Qué? —Me miré las manos—. No soy la que está cubierta de


sangre.

Sergio suspiró.

—Tu ropa... tienes salpicaduras de sangre por todas partes.

—Bueno, tal vez no deberías ser tan desordenado la próxima vez.

—¿Acabas de hacer una broma? —Sergio estaba incrédulo—.


¿Después de que maté a cuatro personas y torturé a una de ellas?

—¿Qué? —Me encogí de hombros—. ¿Esperabas un desmayo?

—Sí.

Ignorándolo, me crucé de brazos.

—Esto no estaba en mi lista de luna de miel.

—No jodas. —Soltó una carcajada—. Realmente, ¿estás bien?

Una sonrisa se formó en mis labios.

—Lo estaré.

—Bien.

—Si haces una cosa por mí...

Frunció el ceño.

—Cómprame un arma así... mejor aún, ¿puedo tener la tuya?

—¡Diablos, no! —Agarró su arma como si fuera un niño pequeño—.


Nadie toca mi arma.
—¿Cúal? —Le guiñé un ojo—. Juego para ambas partes.

—Increíble. —Maldijo—. ¿Cómo estás bromeando en este momento?

Alcancé su mano y luego lo tiré contra mi cuerpo. El arma cayó al


suelo.

—Besame.

—Andi.

—Sabes que quieres.

Sus ojos quemaban agujeros a través de mí.

»Y tus habilidades de lucha, muy exitantes, menos la parte de


tortura.

Lo besé en la boca.

Con un gemido, me levantó en el aire y me estrelló contra la pared


sin cuadros, sus botas crujieron por el vidrio debajo de ellas.

Lo empujé; tropezó, sus piernas chocaron con una de las mesas de


café. Un jarrón cayó al suelo.

Sonreí mientras empujaba el resto del contenido de la mesa y me


levantaba sobre ella. Mis piernas se envolvieron alrededor de su cintura.
Sus manos ya me estaban arrancando la camisa mientras yo
comenzaba a desabrocharle los pantalones y a deslizarlos por sus
estrechas caderas.

El hombre estaba construido.

Los cincelados y apretados músculos se encontraron con la punta


de mis dedos cuando le puse la camisa sobre la cabeza.

Realmente podría comenzar a gustarme los calzoncillos negros.

Su boca estaba frenética cuando mordió mi mandíbula y luego tomó


mis labios cautivos. Su lengua bromeó malvadamente. No podía tener
suficiente. Necesitaba que me besara más fuerte. Con un gemido, traté
de atraerlo hacia mí, pero no me dejó. En cambio, se echó hacia atrás y
luego buscó algo a mi lado en la mesa.

El cuchillo.
—Confía en mí —susurró, antes de presionarlo contra mi pecho y
deslizarlo por el frente, cortando mi sostén. Se deslizó más abajo,
bajando por mi cadera.

Me estremecí en respuesta cuando se me puso la piel de gallina.

El cuchillo se clavó en mi cadera y luego se deslizó contra mi ropa


interior. Usó el cuchillo para colgarlos delante de mí. Cayeron al suelo.

—Lindo truco —Inhalé.

—Tengo muchos trucos.

Con el cuchillo todavía en la mano, me agarró por los brazos y me


deslizó hacia atrás sobre la mesa, luego se arrastró hacia arriba. Era
como una bestia acechando a su presa. Nunca había estado tan
excitada en mi vida.

Arrojó el cuchillo al suelo y me inmovilizó contra la mesa usando su


cuerpo.

»Quince. —Me mordió el labio.

¿Qué pasaba con él y morder? ¿Y por qué me gustaba eso tanto? Mi


cuerpo no pudo evitar responder, arqueándose hacia él, rogando por su
liberación.

—Aw, ¿contarás para mí, Drácula?

—Vi lo que hiciste allí. —Me lamió el labio inferior—. Creo que me
gusta ese sobrenombre mejor que Italia.

—Muerdes —dije un poco sin aliento mientras su boca se cernía


sobre la mía, su cuerpo presionándome contra la mesa de madera.
Podía sentir cada centímetro de él—. Me gusta eso.

Pasó sus dientes por mi estómago. Sus manos se extendieron sobre


mi vientre mientras se deslizaba y luego pateaba sus calzoncillos.

Sergio tenía razón al advertirme. No se trataba de hacer el amor,


pero él estaba haciéndome quererlo más que a nada en mi vida. Todo en
él era duro: bordes ásperos, nada suave, nada liso. Nada de tomarse su
tiempo o lamer cada centímetro de mí. Había posesión, simple y
llanamente. No había lugar para la adoración en su mente. Solo sexo.

No debería haber estado de acuerdo con eso.


Pero por alguna razón, me emocionaba saber que este hombre, el
que estaba tan atormentado por la vida -y tan controlado y sin esfuerzo
en sus asesinatos- no podía controlarse a mi alrededor.

—Te lo advertí.

Su boca se encontró con la mía en un beso feroz, haciéndome


olvidar todas las razones que tenía en mi cerebro para detenerlo.

—Más —susurré.

—Ruega.

—¡Más! —grité.

Levantó mis piernas y las enganchó sobre sus hombros. No pude


evitarlo: mis ojos se abrieron.

Y entonces un fuerte golpe sonó en la puerta.

Y otro.

Sergio se congeló.

Parpadeé, mis ojos probablemente reflejaban el horror en los suyos.


Él saltó por encima y arrojó una de las mantas del sofá en mi dirección,
justo cuando la puerta se abrió.

Él no se molestó en cubrirse.

Yo, sin embargo, me envolví si estuviera a cero grados.

—¡Mierda! —Chase se echó a reír—. ¿En serio, amigo? ¿Te das


cuenta de que hay cuatro cadáveres rodeando tu pequeño nido de
amor?

Sergio comenzó a acechar hacia él. Agarré su brazo y lo tiré hacia


atrás. ¿No se dio cuenta de que todavía estaba desnudo?

Nixon lo siguió, sus ojos observando el desorden de sangre y


cuerpos antes de volverse hacia nosotros.

—Buen trabajo…

—Increíble —murmuró Chase—. Dejar que Nixon comente sobre los


cadáveres en lugar de los desnudos.

Nixon sonrió, pero aparte de eso, no hizo ningún comentario.


—Serg... —Chase sacudió la cabeza y se inclinó para examina la
solitaria y ensangrentada mano—… no es tu mejor trabajo. El corte está
lejos unos centímetros.

—Sí, bueno —Sergio comenzó a ponerse los vaqueros—. Rusia aquí


solo logró encontrar el más pequeño de los dos machetes.

—¡Lo sabía! —grité

—Rusia... —Chase chasqueó la lengua—…estoy decepcionado.


Siempre agarra el machete más grande. Siempre.

—Lección de vida número uno —dijo Sergio en voz baja.

—¿Acabas de hacer una broma? —Chase inclinó la cabeza—.


Hmmm, me sorprende que estés de tan buen humor, considerando lo
que acabo de ver…

—De ahí el buen humor —terminé, defendiendo a Sergio—. Ah, el


buen humor aún no había comenzado... o... debería decir...
¿terminado?

Chase se rio entre dientes.

Nixon se unió a Chase cerca del piso y suspiró.

—¿Vas a enviarlo por correo o debería hacerlo yo?

—Quisiera. —La mandíbula de Sergio se apretó—. Sabes lo que esto


significa, ¿verdad?

—Sí. —Nixon se frotó la cara con las manos—. Lo sé. Significa que
necesitas seguridad.

—¿Por mí? —dije lamentándome.

Sergio me pasó el brazo por los hombros. Fue completamente


inesperado pero bienvenido. Me acurruqué contra él, descansando mi
cabeza sobre su fuerte pecho.

Nixon levantó la vista, sus ojos penetraron en la oscuridad de la


habitación.

—Lo siento, Andi. Es lo mejor por ahora. No solo sería horrible si


algo te sucediera a ti, sino que también le sucediera algo a Sergio...
sería demasiado grande para nosotros como familia como para
ignorarlo, significa, una guerra que no queremos comenzar.
—Demonios, ya estamos en eso. —Chase asintió en mi dirección—.
En el momento en que le ofrecimos protección.

—Me querían con vida —ofrecí—. Todavía no me iban a matar.

Nixon se puso de pie.

—Bueno, eso es interesante.

—Mierda… —Sergio me agarró más fuerte—... solo la mantendrían


viva por una razón, Nixon. Lo sabes.

Los ojos de Nixon se oscurecieron.

—Demonios.

Chase me dio una mirada comprensiva antes de agacharse y buscar


en cada uno de los bolsillos de los hombres. Supuse por identificación.

—¿Qué? —Entrecerré los ojos hacia Nixon—. ¿Qué significa?

—Información... —Nixon suspiró, luego se frotó la parte posterior de


la cabeza con su mano—. Te mantendrían viva solo mientras fueras
valiosa. Estarían confiando en el hecho de que Sergio iría a por ti,
dándoles permiso para comenzar algo, o si no lo hiciera, simplemente te
torturarían para obtener la mayor cantidad de información posible
antes de matarte.

—No lo hagas. —Me aparté de Sergio—. Nunca vayas tras de mí.

—Esperar ¿Qué? —Sergio parpadeó confundido—. Te casaste con


esto, Andi. No hay salida. Te protejo. Te mantengo a salvo. Ese es el
trato.

—Y estoy diciendo que no. —Negué con la cabeza—. Protégeme lo


mejor que puedas, pero si pasa algo, si me llevan, no me sigas.

Sergio puso los ojos en blanco.

—No seas dramática. No tendría otra opción.

Le sostuve la mirada.

—Si incluso piensas ir en modo Robin Hood: hombre con mallas, juro
que encontraré la manera de suicidarme.

Chase murmuró una maldición en voz baja mientras Nixon


levantaba las manos y hacía un trabajo rápido moviendo los cuerpos.

Sergio se quedó quieto como una estatua.


—Esa no es tu decisión.

—¡Demonios sí! —siseé, empujando su pecho desnudo—. No estás


poniendo en peligro a tu familia. No estás empezando a pelear con mi
padre por mí. Eso no vale la pena. No valgo la pena, ¿recuerdas? ¿No
estabas diciendo eso hace solo unos días? ¿Qué ha cambiado, eh?

Era injusto, molestarlo, hacerle ver su propia debilidad cuando se


trataba de mí. Sabía que las paredes se estaban derrumbando, y hace
unos minutos no podría haber estado más feliz, pero ahora sabía que
había una razón por la que necesitaban mantenerse de pie, no era solo
mi vida en juego, sino la suya.

Los ojos de Sergio brillaron.

—De acuerdo.

Se mordió el labio inferior y se alejó de mí. La puerta principal se


abrió, entraron unos cuantos hombres más y comenzaron a embolsar
los cuerpos.

La mano, sin embargo, quedó en el suelo.

Me miraba fijamente.

Representaba muchas cosas, todas las cosas que podrían evitarse si


Sergio simplemente sacara la cabeza del culo.

Nixon le indicó a uno de los hombres que agarrara el último cuerpo.

—Pon suficientes pesos en las bolsas para que se hundan rápido.


No quiero evidencia en ningún lado.

El hombre asintió, y luego Nixon levantó la mano y lo detuvo. Se


acercó al último cuerpo y tomó una foto de la cara destrozada.

—Momento Kodak. —Chase asintió con la cabeza—. ¿Vas a


imprimirla y enviarla a Pops?

—Con un poco de vodka adjunto. —Nixon sonrió—. Él esperará un


regalo... no dos. —Llevo su atención a Sergio, que estaba apoyado
contra la pared lo más lejos posible de mí—. ¿Crees que podrías meter
un micrófono de alguna manera?

Sergio se encogió de hombros.

—No se trata de no poder hacerlo, pero ocultarlo es un poco difícil.


Además, no es como si fueran a mantener la mano colgando de la mesa
de la cocina durante unos días para que podamos obtener información.
—El reloj. —Señalé—. Ponlo en el reloj.

—Shhh... —Chase me guiñó un ojo—. Los hombres están hablando


ahora.

Puse los ojos en blanco y pisoteé hacia la mano. Con una floritura,
recogí el desorden sangriento del piso y desabroché el reloj Rolex. Lo
voltee y lo sostuve.

—Pon el dispositivo dentro del reloj. Puede que no conozca a mi


padre, pero sé cómo opera. El Rolex siempre se da como buena fe de
que el dinero se repartirá una vez que complete su tarea. Tiene sentido,
¿verdad? Dale al tipo un Rolex, algo más caro que el auto que conduce,
y de repente todo lo que ve es dinero. Mi padre se lo quedará, créeme.
No dejará que la mano y el reloj vayan a la basura.

—¿Porque no puede pagar más?

—No. —Suspiré—. Porque es tacaño. La próxima vez usará el mismo


reloj. Lo garantizo. Sería un desperdicio no hacerlo, y Petrov odia
desperdiciar. —Le tiré el reloj a Nixon y golpeé a Chase en la espalda—.
Dejaré que los hombres hablen ahora.

Chase fulminó con la mirada mientras Nixon le entregaba el reloj a


Sergio.

—Haz que suceda.

—Sip.

Sergio ya estaba inspeccionando el reloj como un adicto al chocolate


inspecciona una barra de Hershey. Nunca entendí lo que era tan
fascinante de escuchar dispositivos y piratear, pero Sergio parecía estar
drogado solo pensando en las posibilidades tecnológicas.

—Duerme un poco.

La voz de Nixon interrumpió mi descarada mirada.

—Bien. —Asentí—. Me pondré en ello.

—¿No quieres decir debajo de eso? —susurró Chase.

Le di un codazo en las costillas.

—Olvidas que ella robó el arma de Tex y derribo a Sergio. —Nixon se


rio entre dientes—. Camina con cuidado, o Mil querrá saber cómo
obtuviste un ojo morado.
—O dos —Terminé dulcemente.

—Bien —Chase bostezó—. Voy a volver a la cama ahora.

Los chicos se fueron, la puerta se cerró suavemente. Rápidamente


me acerqué a la cerradura y la cerré con fuerza.

—Nixon dejará hombres, Andi. —Sergio estaba detrás de mí, su


mano colocada sobre mi mano temblorosa—. Estás a salvo esta noche".

—Por supuesto que sí. —Gire para mirarlo—. Tengo mi propio


asesino italiano en mi cama.

Sus ojos no se calentaron.

Estaban vacíos de nuevo.

Excelente. Lo había alejado con éxito. ¿A qué costo?

—Escucha... —Me apoyó contra la puerta—... me dices qué hacer


frente a los chicos nuevamente, y seguiré con las nalgadas que prometí
a principios de esta semana. Si quiero saltar de un acantilado para
salvar tu vida, no disuadirás. No te quejas ni lloriqueas. Dices gracias y
me animas. —Su boca estaba caliente. Casi podía saborearlo cuando se
inclinó y susurró—: Cuando dije que te protegería con mi vida, lo dije en
serio. Así que deja de ser una maldita mártir y por una vez en tu vida
deja que alguien te salve.

Él inclinó mi barbilla hacia arriba, sus ojos buscaron mi rostro por


unos segundos antes de retirarse y alejarse.
Capítulo 21
Traducido por NaomiiMora

Sergio

Lavé la sangre de mis manos, sin estar realmente seguro de por qué
estaba haciendo tanto esfuerzo cuando no iba a salir a menos que me
frotara como el infierno hasta que mi piel estuviera en carne viva.

¿Las buenas noticias?

Ya no trabajaba para los federales, así que no tenía nada que


ocultar. Podía entrar directamente a Starbucks con una camisa
manchada de sangre y decirle a la gente que acababa de caerme de mi
moto Harley, y la gente apenas parpadearía.

Me irritaba que ante algo tan aterrador —si no te hubieras criado en


él, asumirías que solo sucedía en las películas— Andi simplemente lo
contemplaba con fascinación.

Y luego tenía el descaro de decirme que no podía protegerla. ¿Qué


demonios?

Golpeé mis manos contra la encimera de mármol y luego las volví a


golpear.

—¡Maldición!

—Tranquilo vaquero —dijo Andi desde la puerta.

Miré su reflejo a través del espejo. Caminó vacilante hacia mí.

Sacudí la cabeza y me alejé antes de que pudiera tocarme. Era


demasiado duro, matarlos, casi perderla, recordar una vez más que esta
pequeña historia no iba a terminar de manera feliz. Al final, la perdería.

Dependía de mí decidir cómo.

Mierda.

Con el ceño fruncido, abrí la ducha.


—Ahora no, Andi, no estoy de humor.

—No es lo que dijiste hace una hora.

Empecé a quitarme la ropa. Si no iba a irse, no me importaría una


mierda; todavía me iba a duchar. Necesitaba sacarme el fango ruso de
mi cuerpo.

El vapor subió en el momento en que abrí la puerta de la ducha.

Después de unos minutos, supuse que Andi se había ido.

Me estaba preparando para girar la llave cuando una mano suave y


delicada se encontró con la mía. Con una maldición, cerré los ojos y me
incliné hacia delante, permitiendo que mi frente presionase contra el
cristal mientras el agua goteaba por mi cara.

Sus pechos se presionaron contra mi espalda; sus brazos se


envolvieron alrededor de mi cintura.

—Lo siento.

No podía confiar en mí mismo para hablar. Siempre fui bueno con


las palabras, incluso mejor con mi intelecto, pero en ese momento no
tenía nada. No sabía qué decir porque nunca había estado en una
situación tan fuera de mi control, tan completamente fuera de mi
elemento que todo lo que quería hacer era llevarlo a la parte más lejana
de mi cerebro para que no tuviera que pensarlo.

Entonces no sentiría.

—Lamento haberte dicho que no vinieras por mí —suspiró Andi,


presionando un beso contra mi espalda—. Y lamento haberlo hecho
frente a los muchachos... pero lo que más siento es que estés en esta
posición, en algún lugar en el que nunca quisiste estar.

Solté un profundo suspiro, mi pecho se apretó con fuerza.


Lentamente, aparté sus manos de mi cintura y me di vuelta. Sus ojos
marrones estaban grandes, concentrados, tristes. Me mató, porque Andi
no era una de esas personas. La tristeza parecía completamente extraña
en ella.

Lo odiaba.

Lo odiaba tanto que juré en ese momento hacer todo lo que


estuviera en mi poder para extinguir esa emoción para siempre.

No era una persona suave.


Un tierno amante.

Un pensador, cuando se trataba del sexo opuesto. Pero todo sobre


ella me hacía pensar. Mientras el agua caía en cascada por su suave
rostro, pensé. Pensé tanto que estaba convencida de que podía
escuchar mis pensamientos.

Era hermosa.

Asombrosa.

Valiente.

Y mía.

Mis labios encontraron los de ella. La besé suavemente, saboreando


el agua en su boca, succionándola entre los dientes.

—Estoy exactamente donde quiero estar. Nunca lo supe... hasta


ahora.

Nuestras bocas chocaron en un frenesí acalorado cuando la levanté


en el aire y luego la presioné contra la pared de la ducha. Mis manos se
deslizaron por sus muslos mientras ella se apretaba a mí alrededor con
fuerza.

Su cabello rubio se pegó a sus mejillas. Moví mis labios hacia su


oreja, lamiendo el goteo de agua por su cuello, siguiendo su rastro
hasta sus pequeños senos.

Mi boca chupó a lo largo de cada centímetro que recorrió el agua,


mis labios no pudieron hacer nada más que saborear. Moví mi lengua y
gané un jalón doloroso cuando ella tiró de mi cabello hacia atrás y dejó
escapar un gemido.

No era lo suficientemente caballero como para preguntarle si quería


más.

Porque no iba a ser lo suficientemente caballero como para parar si


decía que no.

Estaba desesperado de una manera que nunca había estado antes,


sentirla, sentirla por completo y, sobre todo, olvidar eso en unos pocos
meses...

No podría ser capaz de sentir ese latido del corazón.

No podría ser capaz de lamer su piel.


Su sabor olvidado hace mucho tiempo.

Una locura frenética se apoderó de mí cuando golpeé mi boca contra


la de ella, dispuesta a que viviera, dispuesta a luchar, haciendo
promesas con mis labios que sabía que nunca podría decir en voz alta,
porque si lo hacía, lo haría real. Haría que lo que fuéramos a pasar real.

Y no lo quería real.

Ya no.

La tensión se construyó entre nosotros. Sacudió mi labio inferior


entre sus dientes y luego me besó más profundo, más fuerte, más
rápido.

No pregunté si estaba lista. No necesitaba hacerlo.

Yo solo... lo sabía.

Como si hubiéramos sido amantes perdidos hace mucho tiempo...


como si hubiéramos sido creados para estar juntos.

Un empujón, y yo estaba dentro de ella, moviéndome con ella,


viviendo con ella. Sus uñas afiladas se arrastraron por mi espalda, y
luego sus manos encontraron mi cabello nuevamente. Con cada
movimiento de mis caderas, tiraba más fuerte.

El calor surgió entre nuestros cuerpos.

Cada músculo se tensó en su cuerpo. Solo me preocupaba por ella,


no por mí, y fue entonces cuando supe que ya me había ido. A la mierda
el momento en que le dije que sí.

Suavicé mi beso cuando su cuerpo se tensó lentamente y luego se


soltó. Sus grandes ojos marrones parpadearon lentamente. Estaba
completamente paralizado mientras mi mundo se inclinaba sobre su eje
y se convertía únicamente en algo diferente a mí… alguien.

Guiñando un ojo, enganchó sus tobillos con más fuerza alrededor


de mi cuerpo. Era incontrolable, la forma en que la me dejé ir, la forma
en que lo permitió.

Estaba en silencio, excepto por el sonido del agua golpeando contra


el cauce del río y nuestra propia respiración dificultosa.

—Catorce. —Se deslizó por mi cuerpo, sus dientes tiraron de mi


oreja mientras susurraba el número contra mi piel—. ¿Vas a llevar una
cuenta de esto en tu otro lado?
Solté una carcajada.

—Los momentos épicos merecen ser recordados.

—¿Me prometes algo?

—Cualquier cosa. —Alcancé su mano. ¿Quién era este hombre?


¿Esta persona hablando? No me reconocí a mí mismo, no estaba seguro
de querer hacerlo.

—Recuérdanos.

Me tomó un tiempo registrar a qué se refería. Mis tatuajes,


recordándonos. Traté de aligerar el estado de ánimo.

—No voy a ponerme tinta de vodka Stoli en mi cuerpo, Andi. No me


importa cuánto te gusten esas cosas.

Se echó a reír y luego se lanzó a mis brazos, envolviendo sus piernas


alrededor de mi cintura por segunda vez en la última media hora.
Nuestras frentes se tocaron. La atraje debajo de la mitad de la ducha y
besé su boca.

—Nuestro símbolo sería algo más genial... como... algo de nuestro


viaje de luna de miel.

—Oh, ¿como el número quince?

—¡Exactamente! —rió—. Sabía que elegí bien cuando te elegí a ti,


Italia.

Puse los ojos en blanco y la puse de pie. Un minuto ella estaba de


pie; al siguiente se derrumbó en mis brazos.

—¿Andi? —La atrapé antes de que se golpeara la cabeza—. Andi,


¿puedes oírme?

—¡Por supuesto! —rió—. Estás gritando en la ducha.

Puse los ojos en blanco.

—No es divertido. ¿Estás bien?

—Sí. —Se encogió de hombros—. Pero el tiempo en la ducha


probablemente me deshidrató. ¿Tienes Gatorade?

Suspiré, forzando una sonrisa que no sentía, considerando que mi


corazón casi se había detenido hace unos minutos.

—Sí, vamos a darte Gatorade antes de acostarte.


—Las palabras... eres tan bueno con ellas. Es una maravilla que me
desmayé.

—Tu desmayo necesita trabajo —señalé—. Fuiste en la dirección


equivocada.

—Rayos.

—¿Rayos? —repetí.

—Lee romance histórico, Sergio. ¡Cambiará seriamente tu


perspectiva sobre tantas palabras!

—Me gusta mi vocabulario.

—Mmmm... —Me palmeó el pecho y bostezó—. Lo siento. Estoy


realmente cansada.

—Por supuesto. —Con un corazón pesado, la levanté a mis brazos y


salí de la ducha. La puse en el banco de teca, agarré una de las toallas
con monograma y la envolví en ella antes de envolverme en una.

—¿Puedo lamer chocolate de tus abdominales? —preguntó con voz


cansada.

—Yo, eh...

—Prometo que iré lento.

—¿Eso está en la lista?

Se cruzó de brazos.

—Andi…

—¡Debería estarlo! —Hizo un puchero—. ¡Subestimé completamente


tu rutina de ejercicios!

—¿Entonces pensaste que sería un italiano gordo?

—Para ser justos, ustedes comen mucha pasta.

—¿Cuándo me has visto comer pasta?

Se mordió el labio inferior.

—Buen punto.

—Mira... —Me arrodillé frente a ella—, te dejaré lamer el chocolate…

Aplaudió.
Levanté mis manos para que se detuviera.

—Si te vas a dormir. Después de todo, tenemos actividades de luna


de miel que hacer, ¿no?

Envolvió sus brazos alrededor de mi cuello y colocó un suave beso


en mi mejilla.

—Sí, Italia. Las tenemos.


Capítulo 22
Traducido por Rimed

Andi

Supe que algo estaba mal en el minuto en que intenté abrir mis
ojos. Mi boca sabía a algodón y me dolía cada hueso de mi cuerpo como
si me hubiesen dado una paliza y dejado para morir.

Con un gruñido, intenté ponerme de lado para poder caer sin nada
de gracia de la cama. Mis piernas se sentían muy débiles. Necesitaba
más agua y comida, a pesar de que me había estado sintiendo más y
más llena, solo otro divertido efecto secundario.

Tomé unas respiraciones profundas manteniendo el aire en mis


mejillas y soltándolo lentamente, mientras finalmente lograba rodar en
mi costado y colocar mis pies en el duro piso de madera.

El cuarto daba vueltas, pero estaba acostumbrada a estar mareada.

Caminé lentamente hacia la puerta y la abrí, luego avancé por el


pasillo.

No le estaba prestando atención a nada más que a ir al baño para


poder tomar un trago de agua y tal vez una ducha.

—¿Andí? —La voz de Sergio sonó al final del pasillo. Mierda.


Necesitaba actuar más animada o iba a darse cuenta de que algo
pasaba. Lamí mis labios, forcé una gran sonrisa y lo saludé
alegremente.

Debí verme peor de lo que pensaba porque su expresión pasó de sus


ojos en el dormitorio por la mañana a horrible, todo en el lapso de unos
segundos.

En dos zancadas estaba frente a mí, agarrando mi rostro con ambas


manos.

—¿Qué demonios pasó contigo?


—¿Eh?

Giró mi rostro hacia un lado como si lo estuviera examinando.


Entonces sucedió la parte extraña. Intentó abrir mi boca con sus
manos.

Me aparté, pero él era demasiado fuerte.

Con una maldición, sacudió su cabeza y me levantó en sus brazos.


Caminó hacia el baño y me dejó en el mostrador.

—Puedo caminar —señalé, aunque era agradable no tener que


hacerlo.

—Lo sé. —Él tragó lentamente. Con el rostro pálido, llenó un vaso
de agua y me lo dio—. Enjuágate un poco.

—¿Eh? ¿Por qué no puedo simplemente tomarlo?

—Tus encías. —Levantó su mano y puso su dedo en mi boca y tiró


hacia atrás. La sangre mezclada con saliva se deslizó por su piel.

Cubrí mi boca en horror y luego me volteé a mirar el espejo. Mis


encías no estaban simplemente sangrando, se veían como si
repentinamente me hubiese convertido en un vampiro durante la noche
y hubiera bebido a un pueblo entero.

Está bien, quizás no era tan malo, pero mis dientes no estaban tan
blancos, considerando que el sangrado no se detenía.

—Aquí. —Sergio empujó el vaso en mi mano—. Agita el agua para


que puedas limpiar tus dientes. Luego usaremos un enjuague bucal. No
sugeriría cepillarlos hasta que el sangrado pare, lo que debería suceder
en lo que avance el día, y comiences a tirar de mis orejas nuevamente.

Él estaba siendo dulce.

Lo que naturalmente hizo que mis ojos se llenaran de lágrimas.

—¿Dónde aprendiste todo esto, eh? ¿Italia?

—Prepárate para sorprenderte. —Sonrió, su única ceja arqueándose


juguetonamente—. Leí un libro.

—¡De ninguna manera! —Golpeé su hombro—. ¡Pequeño nerd!

—Probablemente compraré un protector de bolsillo para el final de


la semana y comenzaré a planchar mis pantalones también.
—¡No! —Lo apunté con el dedo—. Esos jeans son de diseñador.

Agité el agua y la escupí en el lavamanos. Lo llené nuevamente y


bebí profundamente y luego se lo devolví a Sergio, solo para que él me
pusiera una botella de enjuague bucal en la mano.

—Gárgaras.

Puse mis ojos en blanco, pero hice lo que dijo. Cuando lo escupí en
el lavamanos, tuve que luchar contra las lágrimas. Todo seguía teñido
de sangre. Lentamente, me volteé y sonreí débilmente al espejo.

Mis encías seguían sangrando.

Hundí mi cabeza.

—Soy repugnante.

—No es cierto —discutió Sergio.

Asentí, sin confiar en mis palabras. Entonces cuando encontré mi


voz, señalé a mi boca y me estremecí.

—Repugnante.

Los ojos de Sergio tomaron ese oscuro tono que me dijo que o estaba
realmente excitado por mi boca de vampiro o simplemente enojado. Un
minuto me estaba mirando y al siguiente me estaba besando.

Traté de retroceder, pero no me dejó.

Su beso era invasivo, duro; no había nada suave en él.

Cuando se retiró, siguió sin soltar mi cabeza; en su lugar, me miró


directamente a los ojos y dijo:

—No quiero volver a escucharte decir eso sobre ti misma.

—Pero…

Su beso interrumpió mis palabras. Cuando se retiró, tuvo que


admitir que estaba un poco mareada.

—Nunca más —susurró él.

Asentí.

—Está bien.

—Ahora… —Me ayudó a bajar del mostrador—, duchémonos.


—Um… —Levanté mi mano—, puedo ducharme sola.

—Sé que puedes.

Levantó su camisa por sobre su cabeza. ¿Por qué estaba discutiendo


de nuevo?

—¿Pero quieres hacerlo?

—¿Alguna vez te he dicho lo inteligente que eres?

—No. —Él sonrió—. Y no comiences ahora, o me asustaré


muchísimo y posiblemente ganarás un viaje a la sala de urgencias.
Desnúdate.

Ladeé mi cabeza.

—¿No puedo simplemente mirar? Eso tiene que estar en algún lado
de la lista: la esposa ve a su esposo quitarse la ropa y toma fotos
mentales.

Ignorándome, Sergio agarró mi camiseta y susurró contra mi boca:

—Desnúdate o sacaré el cuchillo otra vez.

—Ooo, voto que sí al cuchillo.

Su cabeza tocó la mía.

—Eres imposible, ¿sabes eso?

—Toma el machete grande. ¡Podemos usarlo como apoyo! —grité


detrás de su figura retirándose.

No esperaba que volviera con el cuchillo. Lo hizo.

Y el machete, el que colocó muy lejos de mí, de tal modo que tendría
que aprender a volar sobre el mostrador para poder cogerlo.

—No juegas limpio.

—Estas mareada. Me voy a desnudar. No debes tener objetos


afilados.

—Él tiene un punto. —Levanté mis brazos en el aire—. Está bien,


córtala.

—Eres tan rara. —El rio. Su risa era rica y profunda.

Estaba medio tentada a simplemente mirarlo a la cara, pero no tuve


tiempo.
Pronto el cuchillo se metió en mi camisa. Pero él lo dejo.

Hice un puchero.

Entonces Sergio tomó la camisa y la rompió por la mitad. Con. Sus.


Manos.

Desnudas.

Mi sonrisa era tan grande que oficialmente era completamente una


vampira, pobre hombre. Aunque a él no parecía impostarle mientras
movía sus manos a mis pantalones cortos y hacía exactamente lo
mismo. A este ritmo, no necesitaba siquiera moverme.

—¿Te he dicho cuán ardiente eres con un cuchillo? —Me recosté, mi


desnudez completamente expuesta.

Sergio posó el cuchillo junto a mí en el mostrador y besó mi mejilla.

—¿Te he dicho cuan ardiere eres desnuda?

—¿Solo desnuda?

—Si tuviera que votar, diría que no a la ropa.

—¡Pero amas la ropa!

—Así que puedes ver cuánto amo que estés desnuda… —Sus ojos
brillaron con algo que pareció ser excitante—. Tengo una idea.

—Está bien.

—Ducha, luego la idea. Bueno, en realidad, primero debemos enviar


la mano grabadora.

—La mano grabadora —dije en voz baja y levanté mis manos en el


aire como si fuera un fantasma. ¿Por qué? Ni idea.

—¿Terminaste?

Asentí.

—Genial. —Me levantó y me dejó en la ducha, luego se desnudó y


me siguió.

Nos lavamos el uno al otro. Sería una mentirosa si dijera que no me


decepcionó cuando no intentó nada. Realmente esperaba más,
especialmente dado que mi mañana había tenido un horrible comienzo.
Estaba preparándome para cortar el agua cuando él me dio vuelta y
presionó mis manos contra la pared de la ducha. Sus dientes mordieron
mi oreja mientras susurraba roncamente:

—Catorce.
Capítulo 23
Traducido por Rose_Poison1324

Sergio

Sabes que las cosas son duras cuando estás agradecido de tener
una mano sin cuerpo tirada por la casa para distraerte de las cosas.

Específicamente, para dejar de pensar en la niña que está muriendo


y muy probablemente se está llevando mi corazón con ella a la tumba.
Todavía no había recibido respuesta de Tex, pero mi cita era en una
semana. De cualquier manera, al menos podría decir que lo intenté,
¿verdad?

Volví a armar el Rolex y me aseguré de sujetarlo a la mano sin que


pareciera que se lo habían quitado.

El chip era lo suficientemente pequeño como para no ser


descubierto, es decir, a menos que desmontaran el reloj. Porque era tan
pequeño, sería imposible escuchar conversaciones a más de veinte pies
de distancia. Pero era sinceramente, todo lo que teníamos, así que valía
la pena intentarlo.

Había pasado la primera parte de mi mañana rastreando a Petrov


mismo; no era una tarea fácil teniendo en cuenta que tenía varias casas
en todo el país, sin mencionar los negocios en lo que parecían todos los
estados del sur de los Estados Unidos. No quería contar con el hecho de
que estaría en su casa en Chicago, pero todos los senderos conducían a
ese lugar exacto.

El hombre no se escondía.

Ni siquiera estaba tratando de hacerlo, el engreído hijo de puta.

En cierto modo fue reconfortante, saber que no estaba bajo tierra. El


hombre era conocido por los federales, pero nunca se enfrentó a la
cárcel, nunca. Tenía algunos jueces de su lado, sin mencionar al menos
dos desagradables políticos en el estado de Washington; no era de
extrañar que conservara la mayor parte de sus negocios en Seattle.
Después de todo, tenía millones atados a una parte de los puertos
allá arriba.

Con un suspiro, comencé a grabar en la computadora y estaba a


punto de asegurarme de que todo funcionara cuando Andi entró.

Lamentablemente, no estaba desnuda, pero vestía jeans ajustados y


una sudadera que le colgaba tan suelta que temía que se cayera de uno
de sus hombros y colgara hasta sus caderas. Estaba perdiendo más
peso. Era curioso cómo a las chicas les encanta escuchar eso. ¿Pero con
Andi? Sabía que me quitaría esta sonrisa. Demonios, probablemente
saltaría al aire si le dijera que estaba engordando.

—Ooo. —Andi se acercó a la mesa. La mano estaba en la caja de


FedEx, lista para salir—. Así que utilizaremos el envío normal ¿eh?

Sonreí de lado.

—¿Hay alguna otra manera?

—No estoy segura. Nunca antes envié una parte del cuerpo a una
persona. —Palmeó la mano—. Probando uno, dos, tres.

Mi computadora se volvió loca.

—Bueno, funciona.

—Puedo quitarlo oficialmente de mi lista de deseos. Hablé con una


mano, una mano que graba conversaciones y se la envié por correo a un
padre biológico.

—Algo me dice que tu lista de deseos contiene más violencia que la


de un típico ser humano.

Se encogió de hombros; la sudadera cayó aún más lejos de su


hombro.

—¿Tendrás frío? —pregunté gentilmente. Ya tenía la mitad del


brazo expuesto.

—No. —Sonrió. Me di cuenta de que fue forzado—. Además, la


mayoría de mi ropa se volvió un poco holgada... probablemente por todo
ese sexo.

—¿Todo ese sexo? —repetí, cruzando los brazos—. ¿Te refieres a las
dos veces?

—En mi cabeza, ha sido el triple de eso. —Asintió enfáticamente—.


¿Te gustaría hacer realidad ese sueño?
—Auto. —Señalé la puerta—. ¿Acaso no te quejabas de mí hace
unos días por no haber participado en nuestra épica luna de miel? Ya
sabes, ¿dónde aparentemente te llevo a un safari africano solo para
volver a casa y de repente enviarte a China?

Ella mordió su labio inferior.

—Sí, ¿pero acostarse en la cama no suena genial también?

Ignoré los círculos oscuros debajo de sus ojos, al igual que ignoré el
apretón en mi estómago que estaba empezando a magullar más
alrededor de sus manos.

—Claro que sí. —La agarré por los hombros y la apunté hacia la
puerta—. Pero también lo hace un rollo de canela y la mejor mimosa de
tu vida.

Andi dejó escapar un ligero gemido.

—Háblame sucio, Italia.

—Canela —dije con voz profunda, tirando de ella contra mí.

—Ooo.

—Azúcar. —Lamí el costado de su cuello.

Andi se estremeció en mis brazos.

—¡No te detengas!

—Caliente... crujiente...

—Solo un poco más... —Cerró los ojos y apretó mis manos entre las
suyas.

—Masa —terminé, besando su cabeza—. Eres extraña, ¿lo sabes?

—Como sea. Tú eres el que hace de la masa una palabra sucia.

—La mujer tiene un punto. —Agarré mis llaves y golpeé su mano


cuando alcanzó su bolso.

—¿Qué? —Sus grandes ojos parpadearon hacia mí.

—Dijiste que querías una de esas divertidas tarjetas de crédito.


Bueno, por mucho que estoy seguro de que crees que puedo chasquear
los dedos y hacer que aparezcan, no puedo controlar a American
Express. Por lo tanto, puse tu nombre en la mía.
Sus ojos se abrieron aún más.

—¡No inventes!

—Sin límite. —Agarré su mano y la arrastré a través del amplio


garaje—. Elije un auto para tu día de compras.

—¡Día de compras! —Giró una vez, luego me guiñó un ojo y volvió a


girar, dirigiéndose hacia el auto más llamativo que poseía—. Escojo
este.

—Por supuesto que elegirías el Lambo rojo —maldije.

Tampoco era un Lambo rojo cualquiera. Era un Lamborghini


Veneno Roadster rojo. La cosa parecía una versión más feliz del
Batimóvil, excepto todos los juguetes.

—Es bonito. —Pasó las manos por el capó y luego se apoyó contra
él—. ¿Crees que ronroneará para mí?

Puse los ojos en blanco. Colgué las llaves del auto Mercedes y
rápidamente agarré las del Lamborghini.

—¿Qué puedo decir? Los italianos hacen autos sexys. ¿Qué fue lo
último que hiciste, Rusia?

—A ti.

Me lanzó un beso y abrió la puerta. Lentamente se elevó sobre su


cabeza. Con un chillido, básicamente voló al auto. Demasiado para
tratar de mantener un perfil bajo. Por otra parte, si Petrov la deseaba, él
podría ser mi invitado; sería mucho más fácil dispararle a plena luz del
día.

Me subí al auto y encendí el motor.

—Santo… —Andi agarró el asiento con las manos—. ¡Suena como


un maldito avión!

—Sip. —Subí el volumen de la música y saqué mis lentes de sol.

—Y vibra… —Agarró mi mano—, casi como una motocicleta.

—Guau, si hubiera sabido que esto era todo lo que se necesitaba


para ponerte caliente y molestarte, me habría saltado la ducha esta
mañana —bromeé.

Andi echó la cabeza hacia atrás y gritó:


—¡Trece!

No pude detener la carcajada.

—¿Quién estuvo mejor? ¿El auto o yo?

—Aw… —Golpeó ligeramente mi hombro—, no hagas preguntas


para las que no quieras saber la respuesta. —Comenzó a acariciar el
asiento. Casi esperé que comenzara a lamerlo y susurrar dulces
palabras al cuero.

—¿Debería darte privacidad?

—No. —Jodidamente le guiñó un ojo al asiento de cuero—. Nos


veremos más tarde. —Se abrochó el cinturón de seguridad—. ¿Por qué?
¿Celoso?

Sacudí mi cabeza.

—¿De un auto? Nunca.

—¿Estás seguro?

—Positivo. —Salí del garaje—. Además, has visto lo que hay debajo
de mi capucha. No creo que tenga nada de qué preocuparme.

—Así de seguro, ¿eh?

Solté una risa arrogante.

—Sí.

Sus ojos se entrecerraron.

—Bien, tú ganas. ¡Espera! —Alcanzó mi brazo—. ¡La mano! ¡Se


quedó en la casa!

Me aparté del camino de entrada.

—Uno de los hombres de Nixon hará los honores por nosotros.

—Y por curiosidad, ¿qué hacen? Simplemente lo dejan en la tienda


de FedEx, ¿o qué?

—¿Dónde más lo dejaríamos?

—Pero es una mano.

—Cierto.

—De una persona.


—Sí.

—¿Entonces no puedes enviar alcohol, pero puedes enviar partes del


cuerpo?

Solté una pequeña risa.

—No es como si realmente escribiéramos en la caja, Parte del cuerpo


humano.

—Parece razonable. —Ella asintió.

—Está bien, entonces, ¿a dónde?

—Al centro.

Asentí.

—Las tiendas caras, creo. Después de todo, tú eres la que no tiene


límite...

—¿Vas a ser mi comprador personal?

—No te confiaría a nadie más.

Su sonrisa cayó.

—¿Crees que es seguro para nosotros estar fuera?

—Por supuesto. —Palmeé mi chaqueta de cuero—. Tengo suficientes


armas en el auto para cuidarnos, y apenas dudo que tu padre vaya a
estar en el centro comercial. Si es así, solo asegúrate de que todos se
agachen para que tenga un buen tiro entre sus ojos.

—Mírate... hablando sucio todo el día.

El auto quedó en silencio por unos minutos. Era cómodo, como si


nos hubiéramos conocido por años en lugar de semanas.

—¿Italia?

—Rusia.

Andi alcanzó mi mano.

—Gracias. Sé que a la mayoría de las chicas les encanta la ropa,


pero yo realmente, de verdad, amo la ropa, y la mía no me ha quedado
bien y...

—De nada —interrumpí, intentando cortar la conversación, para


que no habláramos del elefante gigante en el cuarto.
Ya no era cáncer.

Si no el reloj.
Capítulo 24
Traducido por Mer

Andie

Le había hecho sentir incómodo.

Me di cuenta por la forma en que apretó la mandíbula y tamborileó


con las yemas de los dedos contra el volante, como si el auto no se
moviera lo suficientemente rápido, y quería darse prisa y llegar a donde
íbamos para poder huir del pequeño espacio y poder respirar.

Conocía bien la sensación.

A veces me dolía respirar, no porque estuviera enferma, sino porque


el conocimiento de estar enferma tenía una forma de asfixiarte
físicamente, incluso si era solo algo mental.

Hablamos un poco hasta que llegamos al centro. Había un gran


centro comercial a lo lejos. Siguió conduciendo.

Abrí la boca para preguntar por qué, pero él se encogió de hombros


y condujo unas cuantas manzanas más y se detuvo directamente frente
a Neimen Marcus.

—Mmm...—Me toqué la barbilla—, me gusta cómo piensas.

—Sabía que lo harías.

Me lanzó una sonrisa sexy que hizo que mi corazón saltara.


Aparcamos y de repente, cuando salía del auto, me sentí muy, muy mal
vestida.

Llevaba botas de combate, una sudadera Lacrosse que no me


quedaba bien y jeans holgados. Tímidamente, me subí la sudadera por
encima del hombro y me preparé para las miradas que sabía que
obtendría de los vendedores.
Sergio caminó alrededor del auto ridículamente llamativo y tomó mi
mano. Cuando nos tocamos, miró brevemente hacia abajo y frunció el
ceño.

Los moretones se dejaban ver alrededor de mi pulgar y en la parte


posterior de mi muñeca. Traté de liberar mi mano para que no tuviera
que verlos; en cambio, simplemente sostuvo mi mano un poco más
fuerte. Luego, en un movimiento que no hubiera esperado, acercó mis
dedos a sus labios y besó cada uno de ellos.

Me estremecí, no acostumbrada a la muestra de afecto,


especialmente de un chico sexy que era tan peligroso como adictivo.

—¿Vamos? —preguntó Sergio. Seguía frunciendo el ceño.

No estaba segura si era a mí o debido a mí; independientemente,


pensé que tenía mucho que ver e inmediatamente me sentí culpable.

Para ser justos, no lo había planeado.

Enamorarme de él.

Quiero decir, cualquier chica lo haría, pero él siempre había sido un


imbécil. Honestamente asumí que se cansaría de mi charla constante y
me encerraría en una habitación o en una caja realmente grande.

En cambio, lo rompió.

Y lo convirtió en una persona completamente diferente, una que


sabía que sería devastador decirle adiós.

—Sonríe. —Sergio me empujó ligeramente—. Estás en Neiman


Marcus.

—Oh, estoy feliz —dije—. Solo estoy pensando en... vestidos.

—¿Vestidos? —Sus cejas se arquearon cuando sostuvo la puerta


abierta y me hizo pasar—. ¿Qué tipo de vestidos?

—Del tipo corto.

—Deberíamos tener muchos de esos para que los uses en la casa...

—La casa es fría.

Estuvo pensativo por un minuto y luego dijo:

—Romperé el aire acondicionado.

—O simplemente podrías apagarlo.


—Cierto, pero romper parece mucho más agresivo, y te garantizo
que si comienzas a usar vestidos cortos en casa, seré agresivo,
posiblemente violento.

Solté una risita y lo seguí de cerca mientras me guiaba a través de


los cientos de perfumes y cosméticos en la planta baja. Una vez que
llegamos a la escalera mecánica, me rodeó con el brazo y me acercó.

Parecía natural para él.

No lo era para mí.

Nunca había tenido un novio real o alguien estable en mi vida, así


que hacer que alguien me abrazara en público, se sentía… extraño, pero
extremadamente agradable.

Un grupo de muchachas adolescentes estaban bajando; al pasar,


podría haber jurado que escuché a cada uno de sus corazones
detenerse. Así, cesaron todas las conversaciones, las bocas se abrieron,
una chica dejó escapar un pequeño gemido y, sí, un teléfono con
cámara rápidamente tomó una foto de Sergio.

—¿Sucede a menudo? —bromeé.

Sergio entrecerró los ojos.

—¿Qué?

—Chicas adolescentes.

Sacudí mi cabeza en su dirección; la mayoría de ellas todavía


miraban, así que cuando Sergio se dio la vuelta, todas se quedaron
inmóviles en su lugar y casi se caen del fondo de la escalera mecánica.

Sergio sacudió la cabeza con incredulidad y luego me lanzó una


sonrisa divertida.

—Probablemente están confundidas sobre por qué un gigante


estaría con un duendecillo tan pequeño.

—Soy baja, pero aún puedo darte una paliza —gruñí.

—Oh, lo sé. —Asintió escoltándome fuera—. Todavía tengo un


moretón en el trasero para probarlo.

—Aw, es como una marca de amor.

—Sí, eso es lo que pienso cada vez que me duele al sentarme. Una
marca de amor.
Le golpeé el culo con fuerza.

Soltó un pequeño gemido.

Una vendedora dejó de caminar y nos miró con recelo.

—Lo siento. —Me lamí los labios y codeé a Sergio—. Está realmente
frustrado sexualmente.

Se le salieron los ojos de la cara cuando pasó a nuestro lado y casi


chocó contra un maniquí.

—Eso salió bien. —Asentí y me volví hacia Sergio. Sus ojos estaban
oscuros y hambrientos mientras me miraba.

Tragué saliva.

—Si no hubieras elegido mi auto sobre mí, no estaría tan... —Se


inclinó hacia adelante y levantó mi barbilla hacia arriba—, frustrado.

—Tienen probadores por una razón.

—Con cámaras.

—Entonces da un buen espectáculo.

Suspiró y soltó mi barbilla.

—Vamos a comprar primero...

Rápidamente miró a su alrededor, luego me agarró del brazo y


básicamente me empujó hacia diseñadores que nunca antes había
usado. De hecho, estaba bastante segura de que no dejaban que
cualquiera se acercara a esas pequeñas secciones de la tienda que
tienen vidrio a su alrededor.

Dolce & Gabbana fue la primera.

Seguido por Versace.

Terminamos en Prada, y cuando Sergio todavía no estaba contento,


nos movimos a otra sección que realmente no podía pronunciar.

Una camiseta sin mangas costaba seiscientos noventa dólares.

Sergio era como un hombre poseído. Me imaginé que verlo comprar


era como ver a un animal finalmente regresar a su hábitat natural. Sí,
Sergio era el gran tiburón blanco que finalmente era liberado al océano.

Ya sabes, si la gente salvara tiburones.


Y luego los curara.

Para después devolverlos a su hábitat natural donde probablemente


matarían a todos los demás animales en peligro de extinción.

Mal ejemplo, pero no podría decir exactamente que era como una
tortuga que finalmente llega al océano.

Fue todo violento.

Sus ojos captaron cada hilo; era el Clark Kent de las compras,
usando la vista sobrehumana para leer cualquier tipo de tela barata.

—Este. —Me arrojó un vestido. No preguntó si me gustaba,


simplemente me ordenó que lo sostuviera. Y así fue. Decía esto y me lo
lanzaba; lo cogía e intentaba no tropezar.

En tres horas, había escogido conjuntos completos.

No solo camisas que podría usar en casa...

Sino prendas sedosas que colgaban de mi cuerpo como si no


estuviera enferma.

Pantalones que abrazaban mis piernas como si no perdieran


músculo.

Cada atuendo me quedaba bien.

Sergio era oficialmente mágico.

No se quejó cuando tardé mucho tiempo para ponerme y quitarme


la ropa; por otra parte, él estaba en el vestuario conmigo, considerando
que algunos de los atuendos no tenían ningún sentido.

Sabes que oficialmente no tienes estilo cuando un chico tiene que


decirte en qué dirección está la parte delantera de la camisa.

Sergio tenía esa mirada irritada en su rostro y me dijo que abriera la


puerta o ayúdame, voy a derribarla.

Otra vendedora huyó después de eso... Dejándonos solos en nuestra


propia área de probadores.

—¿Entonces, qué piensas? —Acababa de probarme un hermoso


vestido corto de encaje negro con mangas tres cuartos. Abrazaba cada
curva. Ya me imaginaba usando zapatos azules brillantes o algo
igualmente llamativo.
Tal vez me los pondría rojos y haría juego con su coche.

—Mmm. —Sergio se recostó contra la pared y cruzó los brazos—.


Gira para mí.

Giré una vez.

Frunció el ceño más fuerte.

Se me cambió la cara.

—¿Es feo?

—Gira de nuevo —instruyó—. Detente si te mareas.

Giré de nuevo, esta vez más despacio, así que no me caí.

Aún no había emoción. El tipo dijo que era italiano, pero en


momentos como estos me preguntaba si no tenía sangre rusa corriendo
por sus venas de hielo.

—Una vez más.

Poniendo los ojos en blanco, di vueltas una vez más; a mitad de


camino, sentí sus manos en mis caderas, ayudándome a terminar el
giro. Cuando lo enfrenté nuevamente, sus ojos estaban velados.

—Era un vestido de tres vueltas.

—Aw, ¿eso es bueno? —Envolví mis brazos alrededor de su cuello.

—No solo bueno... —Sus nudillos rozaron mis costillas, sus dedos se
extendieron por mis caderas y aterrizaron en mi trasero—. Maravilloso.

—Son más de dos mil setecientos dólares.

Se encogió de hombros.

—Eso es más que lo que pagan de alquiler la mayoría de las


personas —agregué.

—¿Cómo te sientes, Andi?

Lo pensé por un minuto.

—No es necesariamente como me siento. Quiero decir, me siento


genial, pero cuando veo la forma en que me miras... me siento
invencible.

—Exactamente. —Sergio acercó su boca a la mía, besándome


suavemente y luego alejándose—. Sé que no todos pueden darse el lujo
de comprar algo así. Yo puedo. Así que no pienses en el precio. Lo que
quiero que pienses es en cómo te sientes. Pasas todo el día y toda la
noche en ropa. Bueno, toda la noche que estamos trabajando. Pero
entiendes mi punto. Deberían mejorar tu día. Deben complementar tu
piel, desde el color hasta la sensación exuberante. La ropa te hace... tú.
Es importante para mí. —Se puso las manos en las caderas y bajó la
cabeza—. Es importante que te sientas como la mejor tú que puedas
ser.

—Cuidado, Italia. Tu romance se está mostrando.

Podría haber jurado que vi un sonrojo teñir sus mejillas antes de


que tosiera y mirara hacia otro lado.

—Sí, bueno. —Se echó a reír—. No tengo nada. Mierda. —Se frotó la
cara con las manos—. Lo siento, perdona mi ruptura psicótica, yo
solo... en cualquier otra situación, trataría de defenderme, o tal vez
ignore que me llamaste romántico.

—¿Entonces qué pasa?

Sus ojos se encontraron con los míos.

—Me haces querer serlo.

Me tragué la sequedad de mi garganta.

—¿Qué más te hago querer hacer?

—¿Quieres una lista?

Abrí la boca para gritar que sí cuando llamaron a la puerta.

—Uh, señor, tengo esos artículos que me pidió.

Alcé una ceja en dirección a Sergio. En dos zancadas, él estaba en la


puerta; la abrió, cogió los artículos de la mujer y dijo:

—Gracias. Eso sería todo.

Despachada.

Cualquier otro chico habría sonado como un completo imbécil, pero


viniendo de Sergio, casi parecía que realmente lo decía como un
cumplido: gracias por ayudar, pero sus servicios no son necesarios
porque probablemente pueda hacer su trabajo mejor que tú.

Su confianza era una de las cosas más sexys de él.


—Andi... —Sergio levantó dos piezas muy pequeñas de lencería—,
estos son para ti.

Mi boca se abrió.

—¿No se supone que la ropa interior debe cubrir?

Su sonrisa fue acalorada.

—Cubre... lo suficiente.

—Suficiente —repetí—. Bien, pero no puedes estar aquí mientras me


lo estoy probando.

—Lo siento. ¿Estamos negociando ahora?

—Fuera. —Lo empujé hacia la puerta—. Te lo describiré con pelos y


señales.

Tomé cada onza de fuerza que tuve para empujarlo hacia la puerta,
e incluso entonces, se quejó todo el camino. Pero bueno, técnicamente,
todavía estábamos en nuestra luna de miel, y quería que algunas cosas
siguieran siendo una sorpresa.

—¿Todavía no estás lista? —llamó Sergio.

—Tres segundos, Italia. Han pasado tres segundos.

Pasaron unos segundos más.

—Y ahora han pasado diez. ¿Ya estás lista?

Puse los ojos en blanco e hice un trabajo rápido para quitarme el


vestido para que mi conductor esclavo no comenzara a golpear la
puerta.

Pensándolo bien...

Sonreí cuando se me ocurrió un malvado plan...


Capítulo 25
Traducido por AnamiletG

Sergio

Esperé impaciente detrás de los vestidores. Mi teléfono no había


dejado de sonar desde que comenzamos a comprar, y por una vez no me
importó lo que necesitaban los chicos.

No quería que me interrumpieran. Podía escuchar a Andi


desvestirse; era dolorosamente excitante, tanto que finalmente saqué mi
teléfono, desesperado por una distracción que no me haría romper la
puerta y cruzar el número doce de esa maldita lista, lanzándonos a los
dos en prisión por exposición indecente.

Cinco mensajes eran de Phoenix con instrucciones estrictas para


verificar nuevamente la carpeta negra. De alguna manera había pasado
de un psicópata con tendencias suicidas a una molesta figura paterna
que no me dejaría jodidamente solo.

Le envié un emoji de una pistola de regreso.

Me envió una foto de su dedo medio a cambio.

Con un suspiro, hice clic en el resto de los mensajes y me detuve


cuando vi uno que necesitaba atención.

Nixon: Ayuda enviada, pero dos de mis hombres resultaron heridos


mientras alguien intentaba infiltrarse en la casa nuevamente.

Yo: ¿Se llevaron algo?

Nixon: No. Y esta vez se fueron una vez que supieron que nadie
estaba casa.

Yo: Bueno, eso es tranquilizador.

Nixon: ¿Por qué demonios estás en Neiman Marcus?


Yo: ¿Por qué demonios te importa? Y apaga el maldito Encuentra un
Amigo. Es molesto como el infierno.

Nixon: Phoenix me dijo que te dijera que leyeras la carpeta negra.

—¡Ay! —gritó Andi.

Yo: Phoenix puede besarme el culo.

Rápidamente metí mi teléfono en mi bolsillo y silbé.

—¿Estás bien allí?

—Sí.

Estaba seriamente sin aliento. ¿Se estaba probando lencería de


deporte olímpico o algo así? Tal vez no se sentía bien. Mis tripas se
apretaron.

—Es solo eso, oh, guau.

—¿Guau?

—Italia... —Dejó escapar una risa oscura—. Mis pechos se ven


increíbles en esto.

Suspiré y agarré la manija de la puerta.

—Apuesto.

—¿Y mi trasero? —agregó—, se ve... firme. ¿Crees que es firme?

Golpeé la cabeza contra la puerta y solté una maldición. ¿De quién


fue esta estúpida idea? Correcto. Mía.

—Tu trasero es... firme.

—¡Ooo! —Los aplausos llegaron desde el otro lado de la puerta—.


Creo que me gusta más este sujetador de encaje. Santa mierda, ¿crees
que tienen un látigo que combine con esto? Podría probar eso.

Solté una tos estrangulada cuando un vendedor volvió a entrar en el


área de los vestidores, se detuvo y luego se dio la vuelta.

A este ritmo, todos iban a dejar de fumar al final del día.


—Maldición. —Andi dejó escapar un silbido—. Deberías ver esto.

Agarré el mango con más fuerza.

—No puedo. Parece que mi esposa me ha encerrado.

—Entonces desbloquea la cerradura.

—No puedes elegir un candado que se deslice, Andi.

—Mmm, si fueras ruso, podrías encontrar una manera de entrar


aquí.

—¿Hablas en serio ahora?

—Los rusos conocen todos los trucos.

Tiré de la cerradura y luego golpeé mi mano contra la puerta


mientras Andi seguía hablando de su patria. Casi esperaba que
estallara en una canción.

Desesperado, levanté la vista. Probablemente podría subir por


encima. ¿Qué demonios estaba pensando?

Con un gruñido, miré al suelo. Al menos dos pies separaban la


puerta y el suelo.

Arrastrándome.

Iba a gatear.

En mis manos y rodillas.

Vaya, si los chicos pudieran verme ahora.

Sacudiendo mi cabeza, me puse boca abajo y me deslicé debajo del


vestidor. Mis ojos se encontraron con botas de combate. Lentamente,
mis ojos se acercaron a la forma ya vestida de Andi.

—¿En busca de algo?

—Bajo... —Negué con la cabeza—, incluso para ti.

Se arrodilló y me lanzó un beso.

—Te hice un favor. Ahora, por el resto del día, puedes imaginar
cómo me veía, y cómo me quitarás la lencería esta noche.

—Yo voto ahora.

—Mmm... tal vez más tarde. Dijiste que podía comprar.


—Lamento esas palabras. De verdad lo hago.

Ella sonrió.

—Puedo decirlo. Ahora agarra la ropa y desliza, desliza, desliza la


tarjeta.

Con un gemido, me puse de pie y agarré los ganchos de los


agarraderos. Mi teléfono volvió a sonar en mi bolsillo. Con una
maldición, puse la ropa en un brazo y respondí.

—Un poco ocupado, Nixon.

—De compras, lo sé.

Puse los ojos en blanco.

—¿Qué necesitas?

—Los hombres dijeron que la alarma estaba desactivada.

—¿La alarma de la casa? —Parpadeé—. Pero eso es imposible. Solo


unas pocas personas conocen el código: Jules, Andi, y yo. —No le había
dicho exactamente a Andi el código de alarma, pero supuse que lo sabía
porque me había visto conectándola.

—Y Jules fue uno de los tipos que fue noqueado —se quejó Nixon.

—Entonces, ¿cómo llegaron a la casa sin hacer sonar la alarma?

Estreché mis ojos hacia Andi; estaba ocupada acariciando la ropa


en mi brazo. De ninguna manera haría eso, y me odiaba a mí mismo
por haberlo pensado.

—Lo resolveré —resoplé—. ¿Eso es todo?

—Sí. ¿Y Sergio?

—¿Qué? —ladré.

—Es bueno verte mostrando interés...

—¿En Andi?

—En ropa.

—Jódete.

Colgué mientras él se echaba a reír.


—No estabas bromeando sobre esas mimosas.

Andi bostezó detrás de su mano mientras caminábamos por el


Parque Lincoln. Originalmente pensé llevarla al zoológico ya que tenía
esa extraña fascinación por los animales, pero después de ver lo
cansada que estaba, decidí guardarlo para otro día.

—Bueno... —Me contuve entre risas—. Cuando has tomado cinco de


ellos...

—Tomé tres. —Ella levantó cuatro dedos.

—Es bueno saber que estás bien. —Me reí—. ¿Debo llevarte?

—Probablemente. —Me dio una sonrisa tonta—. Pero creo que al


menos puedo llegar al auto.

—Está a una milla de distancia.

—Oh. —Se le cayó la cara.

—¿Qué tal un paseo en tándem? —ofrecí sin convicción, odiando


que una simple caminata hacia el auto la estaba poniendo triste porque
estaba muy agotada.

Dejó de caminar y se cruzó de brazos.

—Montar un vaquero estaba en la lista.

—No estoy siguiendo.

—Háblame con acento sureño e imaginaré un sombrero de vaquero


esa preciosa cabellera y boom... estoy montando un vaquero.

Me pellizqué el puente de la nariz.

—Andi, tengo tantos diferentes escenarios que encajarían


perfectamente con esa declaración. Ninguno de ellos, sin embargo,
incluye llevarte por el parque mientras cantas Achy Breaky Heart.

—Oh Dios. ¿Lo sabes entonces?

—Necesito aprender el arte del silencio.

—Probablemente cierto. —Ella asintió.

—Y te lo ensenaré —añadí.

—Aw, vamos vaquero...

Puse los ojos en blanco y me di la vuelta para que ella pudiera saltar
sobre mí espalda.

—¿Debería encontrar un banco del parque, o puedes realmente


saltar tan alto?

—Nunca le preguntes a un ninja si puede saltar, es degradante.

—Mi error. Pensé que eras una rusa baja disfrazada de panadero.
Adelante, ninja. Salta.

Ella lo hizo, probablemente usando el resto de la energía que le


quedaba. Sus brazos se envolvieron alrededor de mi cuello con fuerza.

—Compañero.

—Pensé que era un caballo.

—Cambié de opinión. Las chicas pueden hacer eso en ocasiones.

Maldición, la niña me hizo sonreír. El sol de la tarde comenzaba a


ponerse mientras caminábamos por el sendero. Andi me animaba a
usar un acento sureño en su acento más ruso.

Y estaba tratando de prestar atención a nuestro entorno, en caso de


que nos siguieran de alguna manera.

Pensé que estábamos limpios hasta que llegamos al borde del


parque. Pude ver la calle, e inmediatamente lamenté ese simple hecho
en el momento en que dos sedanes negros se detuvieron en la acera.

Salieron cinco hombres.

Dos del primer auto.

Tres del segundo.

Andi se tensó detrás de mí.

—Andi… —Mantuve mi sonrisa en su lugar como si no hubiera


nada malo—. ¿Te queda algo de energía?

—Suficiente. —Se estremeció detrás de mí.

—Mi arma —susurré—. Está en la parte trasera de mis pantalones.


Alcánzala entre tus piernas y deslízala hacia arriba para que nadie la
vea.

—Sabes en cualquier otra situación... —murmuró cuando sentí el


arma deslizarse por mi espalda.
—Bien —la alenté—. En el momento en que te baje quiero que
apuntes al tipo de la izquierda. No dispares a la cabeza. Golpea su
rótula para que caiga. Si alcanza su arma...

—Este no es mi primer rodeo, vaquero.

—Tienes razón. Lo olvidé.

—Estoy bien. No te preocupes por mí.

La tensión abandonó mi cuerpo.

—No lo haré. Simplemente que no te disparen. Odio tener que coser


heridas de bala.

—Por favor. —Podía sentir la energía saliendo de su cuerpo—. Me


debes un masaje si mi cuerpo cuenta más alto.

—Entonces, ¿ahora es una competencia?

—Los rusos rara vez pierden.

—Bueno, deberías acostumbrarte. Porque este italiano te va a


patear el trasero.

—Me gustaría verte intentarlo.

Los hombres intentaban parecer indiferentes, afuera de sus autos,


fumando cigarros como si no estuvieran esperando la oportunidad
perfecta para atacar.

—Uno —susurré.

Andi se deslizó más abajo por mi espalda.

—Dos.

—Tres.

La palabra cayó de mis labios justo cuando me agaché hacia la


derecha. Y Andi fue a mi izquierda y soltó dos rondas directamente a las
rodillas del tipo, no solo una, sino ambas. Un crujido estalló en todo el
parque cuando cayó sobre los huesos, rompiéndolos aún más. Gimió de
dolor y, sorprendentemente, no alcanzó su arma.

Tres de los hombres comenzaron a cargar hacia mí. Sin arma, solo
podía confiar sobre el hecho de que mis puños eran tan mortales como
cualquier arma; golpeé al primer hombre en la garganta, luego me di la
vuelta y le di un codazo al siguiente.
Ellos tropezaron de regreso. Otro disparo se soltó. Andi estaba
seriamente derribándolos como si estuviera disparando pescado en un
balde.

Los tres hombres volvieron la cabeza para mirarla. Entonces, en


lugar de atacar, vino a mí otra vez.

Sorprendido, fui golpeado en la cara por el primer chico pero eludí el


siguiente golpe, le di un fuerte golpe en el estómago seguido de una
rodilla en la ingle. Con un gruñido, golpeé de cabeza al siguiente tipo y
luego lo golpeé en la mandíbula; el sonido de los dientes rompiéndose
fue mi único indicio de que estaría fuera de combate.

El último hombre me rodeó.

—Déjame atraparlo —suplicó Andi detrás de mí.

—Él es mío —ladré.

El hombre se encogió de hombros y levantó las manos.

—Deberías dejar que la chica haga tu trabajo.

Puse los ojos en blanco.

—Nunca oiré el final.

—Andi —dijo el hombre—, ¿por qué no vienes con nosotros? Has


hecho el trabajo. Hora de volver a casa.

—¿Trabajo? —repetí.

Andi se acercó a mí y apuntó el arma a su frente.

—Nunca he trabajado para ti.

—¿Oh? —El hombre se echó a reír y me miró—. Él sabe tan bien


como yo... nunca estás fuera.

—Por favor, déjame apretar el gatillo.

El hombre corrió hacia nosotros.

Me agaché y luego metí mi cuerpo en el suyo, enviándolo hacia atrás


contra el banco del parque. Golpe tras golpe, aterricé en su rostro, su
sangre se mezcló con las rodajas que se rompieron en mis nudillos.

El sonido de las sirenas interrumpió mi evidente mutilación de su


cuerpo.
—Serg... —Andi me dio una patada—. Tenemos que desaparecer.

Retrocedí, con el pecho agitado.

—Cierto.

Con una última patada en el cuerpo, agarré su mano y corrí como el


infierno hacia nuestro auto, nuestro auto muy fácil de detectar.

—¡Mierda! —Le arrojé las llaves—. Enciende el auto.

Abrí el maletero y presioné el botón rojo. Una nueva placa se deslizó


sobre la anterior; decía Nuevo México. Suficientemente bueno.

Salté al auto y esperé a que la policía pasara la calle y luego salí a


toda velocidad en la otra dirección.

—¿Crees que saben que estamos en este auto? —preguntó Andi sin
aliento.

—Andi, la NASA probablemente sabe que estamos en este auto —


murmuré y miré por el espejo retrovisor—. Pero cambié la placa, así que
incluso si toman una foto de la placa, pensarán que somos una pareja
de jubilados que viven en una granja criando patos.

—¿La gente hace eso?

—¿Retirarse?

—Criar patos.

—El señor y la señora Thomas lo hacen.

—Bien por ellos. —Andi asintió con la cabeza—. ¿Crees que hay
dinero en eso?

El auto abrazó la esquina con fuerza mientras rápidamente nos


llevaba a la autopista.

—¿Estamos teniendo una conversación seria sobre los patos


después de matar a algunas personas?

—Corrección. —Andi colocó el arma en la consola—. Yo maté. Tú


mutilaste.

—¿Mataste?

—Bueno, técnicamente están muertos de todos modos. O la policía


los atrapa, mueren en la cárcel o mi padre los encuentra y les dispara.
Todos muertos.
—Cierto.

—Entonces, ¿cuándo es tu cumpleaños?

Tiré el volante hacia la derecha en estado de shock.

—¿Qué?

—Lo siento. —Ella se mordió el labio—. Me pongo habladora


después de una buena pelea.

Me eché a reír y pisé el acelerador.

—No te querría de otra manera.


Capítulo 26
Traducido por Vanemm08

Sergio

Caminamos hacia la silenciosa casa. Fruncí el ceño cuando miré el


teclado de la alarma. Me molestó.

Toda la situación me molestó.

Como si me faltara algo importante.

¿Le pregunté a Andi? Más dudas surgieron ante las palabras del
hombre en el parque. ¿Seguía trabajando para su padre?

No. Sería imposible.

¿Qué podría ganar? Cuando ya estaba muerta. Duro pero cierto.

Andi desapareció en el momento en que entramos a la casa, y por


una vez estuve agradecido. Necesitaba pensar, y era difícil hacerlo
cuando ella estaba constantemente sonriendo y sacando su maldita
lista.

Metí la mano en la nevera y saqué una botella fría de pinot grigio.

—Ese es vino de chicas —dijo Andi detrás de mí.

—Nunca he entendido esa referencia. —Me di la vuelta y coloqué el


vino en la mesa, mientras que Andi fue al aparador y sacó dos copas.

—¿Qué referencia?

—Chicas. Parece tan... no sé... surfista, un poco inculto, tal vez solo
soy viejo.

Andi colocó las copas frente a mí, sus pasos vacilaron un poco antes
de subirse al taburete y apoyar los codos contra la mesa.

—¿Cuántos años tienes?

Sonreí y comencé a verter el vino en su copa primero.


—Estoy lo suficientemente viejo como para saber que usar la
palabra chica me hace ver como un idiota.

—Guau. Entonces más de treinta, ¿eh?

Dejé de verter y la miré.

—¿Me veo tan viejo?

—Algunos dicen que treinta son los nuevos veinte. —Bostezó—. No


estoy juzgando, solo conversando.

—Veintinueve —dije suavemente.

—Así que treinta.

—¿Qué?

—Veintinueve son básicamente treinta, Sergio.

Le entregué un vaso.

—¿Cómo lo sabes?

—Todo es cuesta abajo después de los veintinueve, mi amigo.


Huesos doloridos, viagra, y las canas son tu futuro. —Tomó un sorbo de
vino; su cara se arrugó y luego se relajó como si lo poco que tenía no
fuera tan malo como esperaba—. Probablemente sea algo bueno que no
voy a estar aquí para verlo. Nadie quiere ver a un Sergio que usa viagra.

—No quiero ver a un Sergio que usa viagra —espeté—. Y eso nunca
sucederá.

—No digas nunca.

—Dije nunca.

—Bebe tu vino para que dejes de discutir —le dije, moviendo mi


dedo hacia ella.

Ella se encogió de hombros y siguió bebiendo. Traté de no


concentrarme en el moretón en sus manos o el hecho de que había un
pequeño hematoma en el costado de su cara, posiblemente de la pelea
que acabábamos de terminar.

—Andi... —Me lamí los labios y saqué un taburete junto a ella—,


¿alguna vez trabajaste para tu padre?

—¿Cuál?
—Al que le gusta el vodka.

Se encogió de hombros.

—Realmente no. Quiero decir, siempre trabajé para el FBI como


agente doble, ¿técnicamente trabajé para mi verdadero padre? Sí, en
cierto modo pero solo porque fui empujada por los federales.

Asentí.

—¿Por qué? —Ella ya había terminado su copa de vino y estaba


escabullendo su mano hacia la mía.

La deslicé hacia atrás y sacudí la cabeza.

—Por ninguna razón.

Llegó más lejos detrás de mí, sus dedos asegurando el taburete.

—¿Sergio?

—¿Andi? —exhalé; su cara estaba a centímetros de la mía.

—Estoy realmente cansada…

—Lo sé.

—Pero... —Saltó fuera de su taburete y se paró entre mis piernas,


soltando mi copa de vino y envolviendo sus brazos alrededor de mi
cuello—. No me importaría trabajar en el doce.

—¿No sería trece?

—Um, tu auto me dio el trece.

—Maldita maquinaria que te dio lo que no puedo.

Se inclinó hacia delante y tiró de mi oreja con los dientes.

—¿Te gustaría apostar por eso?

Con un gruñido, la levanté por el trasero y la saqué de la cocina.

Pasamos dos días en la cama.

Y eliminamos los números, del trece al cuatro. Andi comenzó


haciendo marcas con un rotulador negro en el interior de su caja
torácica para que pudiera igualarme. Sus marcas fueron por amor; las
mías fueron por la muerte. Ella pensó que era gracioso; solo me hizo
sentirme como un monstruo.

—Necesitamos levantarnos. —El cuerpo desnudo de Andi estaba


tirado contra el mío—. Los chicos siguen enviándote mensajes de texto,
y si no respondemos pronto, van a enviar un grupo de búsqueda.

Pasé mis dedos por su enredado cabello rubio.

—Déjalos.

Ella dejó escapar un profundo suspiro.

—¿Sergio?

—¿Sí?

El aire se evaporó de la habitación. Se sentía como si estuviera a


punto de decir algo grande, algo que alteraría o tal vez robaría la poca
felicidad que había estado experimentando con ella las últimas
semanas.

—Estoy enferma.

Mi cuerpo se tensó.

—Lo sé.

Pasó sus manos por mi estómago; su mejilla presionada contra mi


pecho. Estaba seguro de que podía escuchar mis latidos erráticos.
Mierda, realmente no quería hablar de eso.

—Perdí otra cita médica.

Me quedé inmóvil.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Estábamos en la cama, y yo solo... quería fingir.

Besé la parte superior de su cabeza.

—¿Pretender qué, Rusia?

—Que es real. —Se inclinó hacia arriba, su barbilla en mi pecho sus


ojos se llenaron de lágrimas mientras miraban los míos—. Solo por
unas horas quería fingir que afuera no existía. Que solo éramos tú y yo.
Nunca te olvidaré... Quiero que lo sepas. Me das momentos en los que
no recuerdo que estoy enferma, momentos en los que solo nosotros
existimos. Son como pequeños regalos esparcidos a lo largo de mi vida.
—Me gustaría que funcionara así, Andi... —Dios en el cielo, desearía
que funcionara de esa manera. Donde sí deseábamos que algo
ocurriera, inevitablemente pasaría—, pero no puedes perder más citas,
¿de acuerdo? Nunca me perdonaré si algo te sucede porque quería
mantenerte en la cama un poco más, besarte un poco más fuerte,
hacerte el amor más profundamente.

Se inclinó y besó mi boca suavemente.

—Entonces probablemente deberíamos ir en algún momento hoy.

Asentí. Ella frunció el ceño.

—¿Qué pasa?

Ella sacudió la cabeza mientras las lágrimas llenaban sus ojos.

—Te extrañaré.

—Andi, no vas a ir a ninguna parte.

Al menos no por ahora. Porque los dos sabíamos que las


probabilidades eran que ella iría a algún lado. Y yo me quedaría.

Maldición. Haría cualquier cosa en mi poder por seguirla.


Capítulo 27
Traducido por Sofiushca

Sergio

Mis nervios se dispararon. Pudieron darnos una cita con el doctor al


día siguiente. Era el mismo hospital que hacía mi trabajo de laboratorio,
así que inevitablemente pregunté si podía hacerme la prueba al mismo
tiempo.

El plan era que Andi fuera a su cita con las chicas para que pudiera
animarse, mientras yo iba y fingía hacer algo por Nixon.

Desafortunadamente, Nixon realmente me necesitaba para algo; el


dispositivo de escucha había recogido fragmentos, pero las palabras
eran confusas, lo cual era bastante extraño, teniendo en cuenta que
había hecho un gran trabajo asegurándome de que funcionara en
primer lugar. Discutimos sobre cuándo iba a pasar por su casa, pero
terminé yendo a mi cita primero, en caso de que necesitara algunas
horas adicionales para esconderme y estrellarme para que Andi no
sospechara.

Con un suspiro, caminé rápidamente por el pasillo.

Odiaba los hospitales.

Solo había ido a la escuela de medicina para hacer exactamente lo


que le había dicho a Andi: aprender a quitar vida de manera eficiente y
efectiva. ¿Eso me hacía un monstruo? Tal vez, pero al menos aceptaba
esa parte de mí: el lado oscuro que sabía sin lugar a dudas podía reinar
el infierno sobre mis enemigos y ser el único en salir del otro lado.

Al principio, significaba que podía protegerme, proteger a mi


hermano, Ax.

¿Ahora? Simplemente significaba que podía proteger a los que


amaba. Andi. ¿La amaba? Me dolía el pecho cada vez que pensaba su
nombre, aun más cuando pasaba tiempo con ella. No podía
concentrarme cuando no estaba, y no podía concentrarme cuando
estaba justo frente a mí. Cada vez que intentaba respirar, sentía que me
estaba sofocando.

Si esto fuera amor.

Quería salir.

Porque oficialmente me destrozaba.

Eché un vistazo a mi reloj. Justo a tiempo.

—¿Estás seguro de esto? —dijo Tex desde el final del pasillo, con los
brazos cruzados, su expresión ilegible.

—Sí. —Lamí mis labios secos—. Además, si voy por la otra ruta,
Andi sospechará.

Él asintió.

—Ya hablé con Nixon. Vamos a duplicar la seguridad en tu casa,


pero no veo que estés fuera por más de unas pocas horas.

Entramos en cirugía ambulatoria juntos.

Necesitaba que me respaldara, por si acaso. No queríamos


arriesgarnos a que alguien me acuchillara mientras era cortado por un
cuchillo en cirugía, broma intencional.

—¿Sergio Smith? —llamó la enfermera.

—Aw, tomaste su apellido falso —susurró Tex en voz baja—. Qué


lindo.

Puse los ojos en blanco y extendí la mano mientras la enfermera se


acercaba.

—Ese soy yo.

—Bien.

Me estrechó la mano y echó un vistazo a Tex, su rostro palideció por


segundos. El chico sudaba intimidación. Si bien al menos yo intentaba
parecer normal, Tex no lo hacía. Principalmente porque no le importaba
una mierda. Tenía que respetar eso de él, aunque la mitad del tiempo
quisiera estrangularlo.

—Entonces… —Apartó la vista de él, tragando saliva—, parece que


hoy tienes una recolección de médula ósea.

—Sí.
—Excelente. —Asintió con la cabeza hacia la puerta—. Si tu pareja y
tú me siguen...

Tex se atragantó mientras yo soltaba una carcajada.

—No. —Tex levantó las manos y esbozó una sonrisa—. Somos… —


Me compartió una mirada—, somos familia… —Sus ojos estaban
serios—, básicamente hermanos.

—Oh. —Ella se encogió de hombros—. Lo siento. Simplemente lo


asumí.

—No hay problema —le dije rápidamente y murmuré en voz baja a


Tex—. Creo que eso me hace la perra en este escenario.

Se rió a carcajadas.

—¿Cómo te enteraste?

—Eres más alto. —Asentí—. Me visto mejor.

—Tienes una bonita colección de zapatos.

—¿Eso fue un cumplido? —No oculté la sorpresa en mi voz.

Él se encogió de hombros.

—Tal vez. Mira, sé que esto no es fácil para ti... Puede que te odie la
mayor parte del tiempo, tengo problemas para perdonar y olvidar, pero
lo que estás haciendo por Andi... —Nos detuvimos en una de las salas
de preparación de cirugía—, es encomiable.

—No es como si no hubieras hecho lo mismo. —Me encogí de


hombros.

—Ja. —Tex sacudió la cabeza—. Todos lo hicimos de la manera


normal: inyecciones por cinco días, básicamente ningún efecto
secundario. Tú estás haciendo que te saquen la médula ósea de tu
maldito hueso de la cadera. Sí, buena suerte con eso. Puede que me
encante infligir dolor, pero ¿agujas en el hueso? No, gracias.

—Guau, buena charla, Tex. —Me quité la camisa.

Él sonrió de lado.

—Muy bien, aquí es donde te dejo. Intenta no morir.

—Y otra vez con palabras para animar.


—Oye, soy italiano. —Asintió—. Te traeré vino más tarde, ¿Estamos
bien?

Me eché a reír.

—Sí, si traes vino.

—Chase puede cocinar algo de pasta.

—Dile que hornee un poco de pan mientras lo hace.

—¿Algo más que quieras que le diga a mi perra? —bromeó.

—¡Oye, pensé que yo era tu perra!

Pasó una enfermera. Sus pasos vacilaron antes de pasar corriendo


por nuestra puerta.

Tex siguió riéndose.

—Ambos pueden ser mis perras.

—Ahora estás hablando.

Tex se puso serio.

—Ten cuidado, ¿de acuerdo?

—Haré todo lo posible para quedarme muy quieto.

—No querría que el cuchillo se resbale.

Puse los ojos en blanco.

—Vete antes de que me convenzas de irme, y asegúrate de que las


chicas distraigan a Andi el tiempo suficiente para que me despierte y al
menos pueda mantener una conversación decente.

—¿Desde cuándo han sido decentes tus conversaciones?

—Quizás no contigo...

—Buen punto. —Golpeó su mano contra la puerta y se despidió—.


Nos vemos del otro lado.

—Sí.

Tragué saliva cuando él cerró la puerta, dejándome en silencio. La


última vez que estuve en este hospital fue cuando murió mi madre y
luego nuevamente cuando Andi estaba aquí. Prometí no volver nunca
más.
Había prometido nunca siquiera tener cirugía.

Incluso les dije a Ax y Nixon que si recibía una herida de bala me


llevaran a cualquier lugar menos aquí.

Porque en mi cabeza, este hospital era donde la gente iba para


morir.

Y sin embargo, allí estaba, enfrentando un miedo, haciendo algo que


juré que nunca haría. Demonios, hubiera preferido morir.

Así que sí. Era amor.

Porque no podría ser otra cosa.

Nada más me habría traído de vuelta a este lugar.

Nada más podría mantenerme aquí.

Salvo Andi.

La amaba.

Solo esperaba que fuera suficiente, porque no lo había sido con mi


madre y algo en mi cabeza me decía que tampoco lo sería para Andi.
Capítulo 28
Traducido por Wan_TT18

Andi

Las noticias eran malas. Lo supe antes de que el doctor entrara,


informe en mano. No era estúpida. No era como si no conociera mi
cuerpo por completo.

Las contusiones no estaban sanando.

Los mareos empeoraron, otra razón por la que quería quedarme en


la cama con Sergio. Al menos, tener relaciones sexuales me distrajo del
hecho de que cuando no estaba horizontal quería caer sobre mis manos
y rodillas solo para evitar que la habitación girara.

Pero más que los síntomas físicos, yo solo... lo sabía. Lo sentí en la


forma en que cada respiración de aire salía de mis labios: esas
respiraciones se contaban. Estaban numeradas. Mi alma lo sabía
incluso antes que mi médico, y esa era la parte mala. La medicina
moderna podía hacer milagros, pero estaba más allá de la salvación.

Puse mi cara valiente, lo que básicamente significaba que forcé una


sonrisa con dientes e intenté extremadamente duro no dejar que mis
ojos se llenaran de lágrimas. Básicamente, me daba muchos abanicos
con mi mano frente a mi cara. Probablemente parecía un debutante
sureña después de ganar otro concurso, pero lo que sea; si funcionaba,
funcionaba.

—Señorita Smith... —El doctor Señor Pantalones Sexys extendió la


mano.

Lo sacudí, firme, siempre firme. No era uno de esos doctores con


ojos tristes. Apreciaba eso de él. Era demasiado guapo para estar triste,
algo que nunca le diría a Sergio, para que el buen doctor no se
encuentre atado por parpadear demasiado en mi dirección.

Sergio no era el tipo de persona que se burlaba de una amenaza, y


estaba bastante segura de que vería al buen doctor como una amenaza,
especialmente teniendo en cuenta que Señor Pantalones Sexys rara vez
guardaba las manos para sí mismo.

Era uno de esos doctores.

Sentía cosas.

Un montón.

Lloró conmigo una vez.

Todavía estaba tratando de averiguar si me gustaba el hecho de que


él sintiera empatía, o si solo me hacía querer darle un puñetazo en la
cara y darle un poco de Midol.

—Entonces... —Mi sonrisa se sintió tan forzada que casi me rendí y


lloré—, ¿cuál es el diagnóstico?

Su sonrisa se parecía a la mía. Sus ojos verdes normalmente


radiantes estaban apagados, su cabello castaño arenoso desordenado.
Los anteojos de montura negra cayeron sobre su nariz y pude ver
círculos oscuros debajo de sus ojos.

—Andi... —comenzó a decir, su voz baja.

Suspiré.

—Sólo dime.

—En este punto... —Se lamió los labios y me miró directamente.

Ah, conocía esa mirada; era la que decía que el médico estaba
tratando de separarse emocionalmente del paciente. Mira al paciente
como un objeto, no como una persona, porque de lo contrario le dolería
demasiado.

Demonios, sabía que ya lo hacía. Era un buen hombre y yo era


joven. Demasiado joven.

Al cáncer no le importaba si tenía seis meses o sesenta; no tenía


prejuicios; simplemente era.

—Me he encargado de elaborar un plan de dos meses. —Él asintió


alentadoramente—. Creo que si echas un vistazo a la...

Levanté la mano.

—Andi...

Sacudí mi cabeza.
—¿Cuánto tiempo?

Su rostro adquirió un color blanco verdoso. Oh, bien, siempre es


una señal prometedora cuando tu propio médico comienza a
enfermarse.

—No puedo darte una línea de tiempo adecuada, Andi.

Solté un suspiro frustrado.

—Se ha extendido.

—¿De mi sangre?

—Andi... —Se inclinó hacia adelante, presionando sus brazos contra


sus muslos—, no sé cómo decir esto, pero el cáncer está en los ganglios
linfáticos y también encontramos algunas manchas en los pulmones.

Sonreí.

—Oye, todavía tengo mis riñones y mis senos, ¿verdad?

Él no se rio.

Probablemente fue una mala broma de todos modos.

Jugué con un hilo suelto en mis jeans. Sabía que esto sucedería,
sabía que estaba sucediendo ahora; realmente no me sentía triste, más
adormecida. Como si lo estuviera escuchando o viendo cómo se
desarrollaba, pero que no me estaba sucediendo a mí, sino a una
persona completamente diferente, porque honestamente no me sentía
tan horrible.

Era raro.

Algo me estaba comiendo viva de adentro hacia afuera. Mi propia


sangre era básicamente veneno. Y realmente no lo sentía.

—Deberás venir tres veces por semana para recibir transfusiones de


sangre. Eso debería ayudar al menos a darte más tiempo. También
existe la posibilidad de que podamos probar la quimioterapia
nuevamente, algo de radiación. Hay opciones, Andi.

—Dame números. —Guau, si Sergio pudiera escucharme ahora—.


¿Cuáles son las probabilidades de que la quimioterapia o la radiación
funcionen por segunda vez?

—Cinco por ciento. —Suspiró—. Tal vez menos.


—¿Así que es enfermar violentamente y pasar los días restantes en
el hospital o… simplemente dormir?

—Andi, se volverá más doloroso... tus articulaciones comenzarán a


hincharse, te magullarán mucho más, incluso te dolerá la piel. Te
recetaré un medicamento, pero tal vez deberías tomarte un tiempo,
hablar con tu familia y comunicarte conmigo.

Mi familia.

No tenía familia.

Nadie más que Sergio.

Él era mi única familia ahora.

Y si le decía la verdad, lo asustaría hasta la muerte o lo haría


resentirme. Después de todo, él nunca había querido esto.

¿Sería egoísta para mí dejarlo? ¿O desinteresado? ¿Qué sería más


fácil? ¿Huir para no tener que verme morir? ¿O quedarse egoístamente
para que pudiera sostener mi mano mientras lo hacía?

—Toc, toc. —La voz de Bee sonó en la puerta. Entró y caminó


alrededor de la cama. Sus ojos captaron la expresión solemne del
doctor. Inmediatamente, su mano tocó mi hombro y la apretó.

—Iré por tus medicamentos, Andi. —El doctor se levantó y salió por
la puerta; se cerró suavemente detrás de él.

—Entonces... —Bee agarró un taburete y asintió—, tu médico


debería estar totalmente en Anatomía de Grey.

Me eché a reír.

—Estoy tan contenta de que estés de acuerdo. Le dije que debería


buscar un agente. Creo que piensa que estoy bromeando.

—Con esa cara. —Ella asintió—. Podría hacerlo bastante bien en


Seattle Grace.

—De tu boca a las orejas del Dr. Hotty.

Bee sonrió. Era hermosa de una manera totalmente irritante y


desconcertante. No era solo una cosa que la hacía bonita, sino que cada
parte de su rostro trabajaba en conjunto para formar la perfección. Le
dije eso en numerosas ocasiones, pero ella simplemente me rechazó. Me
encantaba que no tuviera un hueso orgulloso en su cuerpo.
El embarazo se veía increíble en ella; ni siquiera se notaba todavía,
pero me di cuenta de que una vez que lo hiciera, todavía se vería como
una estrella de rock con su cabello oscuro y rasgos claros.

—Pregunta… —Me recosté en la silla y crucé los brazos—, ¿estarías


dispuesta a venir conmigo a algunas citas? —Le preguntaría a Sergio,
pero no estaba segura de querer que supiera que había llegado a este
punto.

—¿Ya estamos en ese punto?

—Muerte.

Bee no jadeó ni lloró. Simplemente asintió y dijo:

—Lo que necesites.

—Bueno, ahora mismo necesito que me animes.

—Tengo vino para eso.

—Pequeña zorra, por favor dime que robaste de la bodega


ridículamente cara de tu hermano.

Bee rió.

—Lo hice por ti.

—Eres una gran amiga.

—No... —Bee se acercó y agarró mi mano—. Soy familia... Somos


hermanas... Todas nosotras. Es lo que hacemos.

—¿Nosotras?

—Nosotras —dijeron algunas voces al unísono.

Me di vuelta y miré hacia la puerta mientras Trace, Mil y Mo


entraban en mi habitación, con las bolsas en la mano.

—¿Ustedes robaron de una tienda Nordstrom al entrar? —Señalé las


bolsas.

—¿Quién necesita robar cuando tienes la tarjeta de Nixon? —Trace


se encogió de hombros y guiñó un ojo en mi dirección—. Creo que es
hora de almorzar.

El médico regresó a mi habitación llena de gente, echó un vistazo a


todas las hermosas chicas y escribió la receta equivocada tres veces
antes de que finalmente pudiera darme una legible, y eso fue según los
estándares del médico.

—Te veo luego. —Bee le guiñó un ojo al doctor y le lanzó un beso.

Amaba a esa chica.

Mo me atrajo para un abrazo lateral mientras Trace me rodeaba con


los brazos.

—¡Para el almuerzo y el vino! —gritó Mil, y el resto de nosotras la


seguimos.

Obtuvimos algunas miradas extrañas de los espectadores, pero no


me importó. Eran, como dijo Bee, realmente la única familia que tenía.

Y de repente me sentí mucho mejor que hace unos años cuando


intenté matar a un hombre. Porque si no lo hubiera conocido, no estaría
aquí, viviendo mis últimas semanas con algunas de las personas más
bonitas y maravillosas del mundo.

Si no hubiera conocido a Luca.

No habría conocido a Sergio.

Le debía a Luca Nicolasi mi vida, mi todo, y una pequeña parte de


mí tenía que preguntarse si de alguna manera él sabía que llegaría a
esto.

Y necesitaría a alguien para sostener mi mano al final.


Capítulo 29
Traducido por Grisy Taty

Sergio

Creo que prefería el disparo. Ese fue mi primer pensamiento cuando


la aguja entró en mi cuerpo. Me habían dado drogas, pero no quería
drogas. Las drogas significaban que me recuperaría más lento. Así que
les dije que me dieran lo mínimo e intenté pensar en todo excepto en
estrangular a la enfermera cuando el proceso empezó.

La enfermera con la aguja y ojos amables me dijo que tomaría unas


pocas horas para tener los resultados del laboratorio. Afortunadamente,
todo habría terminado, así que no tendría que esperar mucho.

Mientras tanto, mi único trabajo era no caerme sobre mi trasero y


asegurarme de alimentarme a través del dolor para que Andi no se diera
cuenta. Lo último que necesitaba era que sospechara.

Significarían incordios.

Y preguntas.

Y sería agotador.

—¡Oye! —dijo Tex desde la puerta—. ¡Estás vivo!

Le mostré mis pulgares arriba.

—¿Metieron un catéter por tu…?

—¿Señor Smith? —La enfermera le dio un cauteloso vistazo y lo


esquivó—. Sus papeles de alta.

—Señora. —Tex asintió y le dio lo que estoy seguro pensó que era
una sonrisa reconfortante, pero mostró demasiados dientes.

Ella dio un paso lejos de él y me extendió los papeles.

—Ahora recuerde, puede que se sienta adolorido por un día o dos. Si


tiene algún sangrado excesivo, por favor regrese al hospital.
—Genial. —Hice una mueca de dolor y me levanté de la cama de
hospital—. ¿Llamará por los resultados?

—Tan pronto como los tengamos. —Destelló una sonrisa y


abandonó la habitación, procurando alejarse de Tex.

—Huh. —Tex se rascó el rostro—. ¿Es porque soy alto?

—Se te ve tu arma —señalé. Bajó la mirada —. Es broma. —Me reí,


dolió un poco, pero la mirada en sus ojos lo valió.

—Imbécil. —Tex me golpeó en el hombro—. En serio, ¿te sientes


bien? ¿No cambiaron tus partes de hombre por partes de mujer o
hicieron algo extraño, cierto? Esa enfermera lucía un poco mano larga…

—Sin manoseo. —Puse los ojos en blanco—. No es que me hubiera


importado. Estaba drogado, ya sabes.

—Claramente no lo suficiente si todavía puedes mantener una


conversación conmigo.

Hice una mueca cuando di un paso hacia él.

—¿Supongo que no me darás una vuelta a caballito?

—Vete al infierno.

—Eso es lo que pensé. —Me tragué una maldición y finalmente me


reuní con él en la puerta—. Ya sabes, Nixon al menos me hubiera dado
un choque de manos o algo.

Tex asintió.

—Tienes razón. —Estrelló su puño en mi hombro—. Buen trabajo.


Viviste.

—¿Ahora quién es el imbécil?

—No lo olvides, perra.

Las enfermeras tenían una sincronización terrible en ese hospital,


simple y llanamente; asustamos al menos a dos más de camino a la
salida cuando Tex empezó aplaudir detrás de mí, gritando:

—¡Blandengue!

Él necesitaba un niño para torturar. Casi sentí lástima por Mo; con
razón estaba empacando la mitad del tiempo.
—¿Cómo fue la consulta de Andi? —pregunté una vez que estuvimos
en el estacionamiento.

El rostro de Tex no delató nada, pero su cuerpo se tensó. Cada


músculo pareció ponerse firme.

—Mierda.

—¿Qué? —Se encogió de hombros—. No dije nada.

—No tuviste que hacerlo —farfullé, intentando obligar a mi cuerpo a


entrar en el auto sin que mi cadera se saliera de mi cuerpo. Maldición,
caminar dolía más de lo que debería. Infiernos, respirar dolía más de lo
que debería.

Tex, probablemente irritado con mi velocidad de tortuga, se acercó y


me ayudó empujándome cariñosamente al interior del lado del pasajero
y casi estrelló la puerta sobre mi pie.

Una vez que ambos estuvimos adentro y conduciendo fuera del


hospital, habló de nuevo.

—Mira, todo lo que sé es que Mo me envió un Te amo por mensaje.


No es como que no consiga esos tipos de mensajes, pero últimamente
solo los envía cuando está realmente contrariada por algo, como si no
quisiera que olvidara que somos un equipo y… ¿Por qué demonios estoy
compartiendo esto contigo?

—Ni idea —murmuré—, pero si sirve de algo… gracias.

—Serg… —Tex tamborileó sus dedos contra el volante, luego lo


agarró fuertemente con ambas manos—. Tengo un mal presentimiento.

Tragué el sentimiento de vacío en mi pecho y eché un vistazo fuera


de la ventana para que no viera el miedo en mis ojos.

—Sí, Tex. También yo.

—Sergio… —Una suave voz dijo mi nombre, susurrado en mi oído—.


Despierta. —Sacudí mi cabeza y abracé la almohada más fuerte—.
Despierta, y te mostraré mis senos.

—¿Ah? —murmuré, parpadeando.

Andi estaba cernida sobre mí, su sonrisa amplia.


—Has estado durmiendo por un tiempo realmente largo.

—¿Qué? —Cubrí mis ojos con mi mano—. ¿Qué hora es?

—Bueno… —Agarró mi mano y leyó mi reloj en voz alta—, las seis


de la tarde.

—¡Mierda! —Intenté saltar, luego recordé que ya me había


encontrado con Nixon, y porque Andi había salido con las chicas, había
accedido a dejarme en mi casa para que pudiera dormir en mi propia
cama—. Lo siento tanto.

Frunció el ceño.

—¿Por dormir? Claro… deberías.

Seis. Las seis significaban que el hospital tuvo que haber llamado.
Busqué frenéticamente en mis bolsillos por mi teléfono.

—Guau. ¿Estás bien? —Andi se sentó sobre la cama y metió sus


pies bajo su cuerpo.

—Sí. —Finalmente localicé mi teléfono sobre mi mesa de noche. Una


llamada perdida—. Solo… estaba esperando a alguien.

—Oh, tu otra amante. —Guiñó el ojo.

—Es una pelirroja. —Asentí solemnemente—. Odia a los rusos.


Aunque ama a los gatos.

—Ah, entonces tiene mucho que ofrecer.

Sonreí y levanté mi teléfono hacia mi oreja.

—Señor Smith, es la enfermera Holingway. Aunque preferiría tener


esta conversación en persona, entiendo su necesidad de los resultados lo
más pronto posible. Parece que no tendremos los resultados por otras
veinticuatro horas. Si de alguna manera coincide, necesitaremos empezar
el procedimiento más pronto que tarde, ya que la condición de su esposa,
como sabe, ha empeorado. Tendrá noticias de nosotros pronto.

Dejé caer el teléfono sobre la cama.

La habitación estaba en silencio.

Andi aclaró su garganta y alcanzó mi mano.

—¿Todo está bien?

Aparté mi mano de un tirón.


—¿Qué ocurrió en tu consulta?

—Bueno… —Mordió su labio inferior—, intenté convencer a mi


doctor de darle una oportunidad al mundo del entretenimiento otra vez.

—Andi…

—Y… —Suspiró —, las chicas vinieron y me rescataron.

—Andi…

Su rostro cayó. Alcancé su mano, esta vez apretándola con fuerza.

—No es bueno, Sergio. Es como si tuviera el pulmón negro y todo


eso.

—Esto no es Zoolander.

—¡Guau! —Ladeó su cabeza en apreciación—. Puntos por la


referencia de la película. ¿Ves? ¡No eres tan viejo!

—¡Andi! —grité su nombre, no porque estuviera enojado, sino


porque la conocía, hacia atrás y adelante. Estaba intentando
prepararme, intentando aligerar una situación realmente seria—. ¿Qué
dijo?

Sus ojos marrones se llenaron de lágrimas.

—Está en mis ganglios linfáticos… y encontraron unas cuantas


manchas en mis pulmones. No puedo hacerme la quimio. Las
oportunidades de que ayuden en primer momento son muy raras. Una
vez que lo has hecho, tu cuerpo no responde tan bien la segunda o la
tercera vez.

—¿Y un donador?

Se encogió de hombros.

—Andi, tengo algo que decirte.

—¿Podemos no hacerlo? —Enjugó unas pocas lágrimas perdidas—.


¿Al menos por la siguiente hora, podemos simplemente acostarnos
aquí? ¿Puedes solo sostenerme? No quiero hablar sobre eso, todavía
no… ¿por favor?

Suspiré pesadamente.
—Sí. —No era necesario molestarla más. Pero tendríamos esa
conversación. Y sería pronto. Si había una oportunidad de salvarla, iba
a tomarla, incluso si moría intentándolo.

—Bésame. —Presionó sus manos contra mis hombros y me empujó


contra la cama, encerrando mi cuerpo con sus piernas.

Estaba encontrando extremadamente difícil mantener mi promesa


de no derramar ninguna lágrima. Tenía que ser fuerte por ella, por
nosotros.

—¿Besarte, ah?

—Sí.

Nunca me cansaría de su sonrisa, de la manera que iluminaba su


rostro entero. Mierda, de la manera que iluminaba mi mundo entero.

Bajé su cabeza y encontré su boca con la mía en un tierno,


desesperado beso. Cada toque infligía una lenta calentura de necesidad
—no solo por besarla, por hacerla mía una y otra vez— sino de
marcarla, de posiblemente marcarla tan fuerte que se quedara conmigo.

Lógica, números… infiernos, incluso la realidad me dijo que era una


imposibilidad. Que sin importar lo fuerte que la besara no se quedaría,
pero tenía que intentar, ¿cierto? Sería un tonto por no hacerlo.

Así que la besé más fuerte.

Me sumergí más profundamente en la locura de nuestros


sentimientos… la desesperación del amor que sentía por ella.

Cuando los besos no fueron suficientes, empujé la camisa sobre su


cabeza, mis dedos haciendo un lento recorrido por su estómago,
memorizando esa sensación justo allí y sosteniéndolo, solo por si acaso.

No luchó conmigo. Ni siquiera se sobresaltó cuando empecé a bajar


lentamente sus pantalones de yoga.

—Andi —susurré contra sus labios—. Tengo que decirte algo.

—¿Qué? —Sus manos acunaron mi rostro.

Estaba perdido en esa mirada, la misma mirada que me decía que


me amaba, que moriría por mí, sabía que lo haría pero quería correr ese
riesgo de todas maneras… el riesgo de que antes de la muerte su
corazón se rompería, y no tendría una segunda oportunidad para
arreglarlo o de permitirme juntar las piezas de nuevo.
¿Alguna vez había habido un amor como el nuestro antes?

Lo dudaba.

Y si lo hubiera habido, sentía lástima por esas personas, porque


cada toque se sentía como el último… cuando debería haber sido el
primero de muchos.

Cada beso que debería haber sido un hola, era adiós.

Una vez que sus pantalones estaban colgando en sus tobillos, me


estiré por su sujetador y lo quité.

—Eres demasiado hermosa para mí.

—¿Para un italiano como tú? —replicó, entonces deslizó su ropa


interior y escaló sobre mí, sus pechos presionándose contra mi pecho.

Andi besó mi cuello, sus manos empujando mi camiseta sobre mi


cabeza y lanzándola a un lado.

Cerré mis ojos y corrí mis manos lentamente por sus caderas, mis
dedos presionando su suave piel. Con un suspiro, tomé su boca en un
lento y agónico beso, un beso con el que tuve un momento difícil de
terminar… porque detenerlo significaba terminarlo, y terminarlo solo
me recordaba el tiempo que seguía deslizándose a través de nuestros
dedos.

—¿Sergio?

Abrí mis ojos y me detuve mientras mi corazón crujía dentro de mi


pecho.

—¿Está bien estar asustada, verdad?

Asentí, sin confiar en mi voz.

—Sí. —Metí su cabello tras sus orejas—. Pero estamos juntos.


Cuando tienes un compañero, las cosas son menos terroríficas porque
de repente no estás enfrentando gigantes por tu cuenta.

—Me gusta la idea de enfrentarlos contigo. —Inhaló y bajó la


mirada. Una solitaria lágrima se deslizó por su mejilla y aterrizó en mi
pecho.

Bien pudo haber sido ácido; sentí el ardor de esa lágrima en las
profundidades de mi alma, aplastando su peso, devastando su verdad.
La besé más fuerte, más profundamente. Nuestros cuerpos
estrellándose el uno al otro. Con un gruñido, la volteé sobre su espalda
y la besé entre sus pechos, deslizando mis manos por sus piernas. Me
negué a detenerme hasta que le di cada onza del placer que se merecía.

Gritó cuando mi mano se deslizó entre sus piernas.

—Pensé que tú solo follabas —dijo, sin aliento.

Me retiré, entonces presioné hacia adelante otra vez, esta vez


reemplazando mi mano con mi boca.

Cada arqueo de su cuerpo, cada gemido era música para mis oídos.
Cuando estuvo finalmente lista para mí, nuestros cuerpos se deslizaron
juntos en un ajuste perfecto.

Me moví, más profundo, más fuerte.

Los ojos de Andi se cerraron.

Pude haber jurado en ese momento que sentí el aire; pude saborear
su agridulce recuerdo de que el tiempo estaba en nuestra contra.

No era solo sobre sexo.

Ya no.

Nunca, si estaba siendo completamente honesto conmigo mismo.


Era sobre compartir cada parte de mi alma —mi cuerpo— con ella, y
esperando que hiciera lo mismo conmigo.

Porque ella lo era.

Estábamos en silencio, apasionados; ambos dándonos cuenta de


que estábamos experimentando uno de aquellos extraños momentos en
la vida donde las palabras eran inútiles y las acciones significaban todo.

Sus manos apretaron mis brazos a medida que continuaba mis


lentos, lánguidos movimientos, tomando tiempo para disfrutar cada
sensación de nuestros cuerpos conectándose, comunicándose. Era la
gloria… era todo.

—Se siente tan… —Exhaló—, bien.

—Los italianos siempre somos buenos.

—Tenías que bromear —siseó, sus uñas enterrándose en mi piel—.


Sergio, yo…
Sentí su cuerpo apretarse a mi alrededor mientras un
estremecimiento azotaba su cuerpo. Observé, absolutamente
estupefacto por la belleza ante mí y completamente destrozado porque
no duraría.

—Andi… —Sudor se deslizó por mi mejilla y aterrizó sobre su


estómago desnudo. Mi cuerpo pronto siguió el suyo a medida que
colapsaba sobre la cama, intentando no aplastarla—. Te amo.

Su mano dibujó lentos círculos a lo largo de mi espalda.

—Lo sé.

Levanté mi cabeza.

—¿Eso es todo? ¿Lo sabes? —Sonreí tensamente—. Cruel, Rusia.

—Déjame terminar. —Presionó un dedo contra mis labios—.


También te amo. Y lo siento.

—¿Lo sientes?

Se encogió de hombros.

—Mi amor es corto.

—No. —Sacudí mi cabeza y apreté sus manos entre las mías—. Solo
porque nuestro amor sea breve no significa que lo sea. Nuestro amor es
para siempre.
Capítulo 30
Traducido por NaomiiMora

Andi

Lo vi dormir. No estaba segura de creer en el cielo. Había visto


demasiadas cosas horribles en mi corta vida, pero si el cielo era real,
Sergio tenía que ser un regalo desde arriba, porque era todo lo que no
sabía que quería.

Y al mismo tiempo necesario, más que oxígeno.

Su respiración era pesada. Me había despertado dos veces en medio


de la noche, ambas besándome, haciéndome el amor, sin importarle
que fuera frágil, sino actuando como si estuviera desesperado por cada
centímetro de mi cuerpo.

Estaba agotada.

De la mejor manera posible.

Murmuró en sueños y se volvió de espaldas. Esa tonta cicatriz me


devolvió la mirada, saqué la lengua, su única imperfección, incluso si
pudieras llamarlo así.

Cuanto más miraba, más triste me volvía. Las lágrimas pronto


llenaron mis ojos cuando ocurrió un pensamiento. No podría mirar la
cicatriz mucho más tiempo, y pronto, con suerte, podría seguir
adelante, vivir su vida, y alguien más estaría durmiendo en mi lugar,
mirando esa cicatriz, preguntándose su historia.

Fue un sentimiento extraño.

Sabiendo que las sábanas serían, y deberían ser, calentadas por


otro cuerpo, por otra alma.

Deseé en ese momento tener control sobre lo que sucedería cuando


me fuera, o que al menos pudiera ayudarlo.

Una idea apareció en mi cabeza.


Una lenta sonrisa se encontró con las lágrimas que corrían por mi
rostro.

—Oh, Sergio, o me vas a amar más o me vas a odiar. Pero al menos


te verás obligado a vivir, y ese es el mejor regalo que podría dejarte.

Besé su frente y fui a buscar un pedazo de papel. Ja, el hombre se


burlaba de mis listas; iba a querer estrangularme sobre este pequeño
pedazo de papel.

Pasaron dos horas antes de que finalmente volviera a la cama.


Había silencio en la casa, lo cual no era tan normal, considerando que
muchos de los hombres que Nixon había dejado tomaban turnos, lo que
significa que la televisión casi siempre estaba prendida en la planta
baja.

Frunciendo el ceño, miré hacia la sala de estar.

Vacía.

Hablé hacia al pasillo, con cuidado de mantener la voz baja.

De nuevo nada.

Y luego una mano golpeó mi boca. Alguien jaló mi cuerpo. Estaba


demasiado débil para pelear.

El hombre me arrastró escaleras arriba; una vez que volvimos a la


habitación de Sergio, colocó un arma contra mi espalda y susurró:

—Habla y disparo.

No reconocí la voz.

Pronto se oyeron pasos por las escaleras.

Otro hombre irrumpió en nuestra habitación mientras Sergio


comenzaba a despertarse.

—Ah, Andi.

Mis ojos se abrieron con horror. Era mi padre, mi verdadero padre.

—¿Tuviste que follarlo tanto que se desmayó?

Sergio se puso de pie justo a tiempo para que mi padre le disparara


en el hombro. Se desplomó en el suelo.

Grité. El arma presionó más fuerte contra mi espalda.


Mi padre se movió sobre Sergio y susurró:

—Bien hecho, Andi. Sabía que podrías hacerlo.

¿Qué? ¿De qué demonios estaba hablando? Abrí la boca para gritar
cuando me golpearon en la parte posterior de la cabeza.

Todo se volvió negro.


Capítulo 31
Traducido por NaomiiMora

Sergio

La sangre llenaba mi boca. El sabor metálico me hizo querer


vomitar; en cambio, escupí todo lo que pude e intenté ver lo que me
rodeaba.

Bueno, al menos no estaba en un almacén, o peor, muerto.

Estaba en una sala de estar, mi triste trasero atado a una silla justo
en frente de un piano de cola.

Pesadas cortinas negras decoraban cada uno de los grandes


ventanales.

Una costosa barra de cuero estaba en el medio de la habitación; una


estantería cubría un extremo, mientras que un escritorio grande se
asentaba en el otro.

Una puerta.

Una salida. Una entrada.

Bueno, ahí estaba mi plan de escape a menos que quisiera saltar


por la ventana, pero no estaba seguro de si estaba en lo alto o si estaba
en el piso inferior de la casa en la que estaba.

Asumí que era la de Petrov.

Los recuerdos de lo que había sucedido regresaron inundando. Me


estremecí de dolor al recordar que me dispararon en el hombro. Miré a
mi derecha. Estaba vendado. Ah, entonces querían mantenerme vivo
antes de matarme. Fantástico.

¡Andi! Traté de ponerme de pie, pero también estaban atados.


Estaba borroso, pero Petrov había dicho algo sobre ella... ¿haciendo
un buen trabajo? ¿O era otra cosa? Parpadeé, esforzándome por
recordar lo que había dicho.

Nunca me traicionaría.

¿O lo haría?

No. Tenía que confiar en mis instintos, y mis instintos decían que
era buena; además, estaba detenida a punta de pistola. Si fuera mala,
habrían retirado el arma.

¿O había un arma?

De nuevo, no podría decirlo; el recuerdo era muy borroso.

Había estado parada frente a otro hombre...

Su cara rota.

Pero no podía recordar un arma.

—Mierda —murmuré.

—Ah, está despierto. —Entró Petrov, secándose las manos con una
toalla y tirándola al sofá. Estaba cubierto de sangre, lo que me hizo
preguntarme qué más tenía en su casa de los horrores.

—Petrov. —Sonreí—. ¿Te importaría explicar por qué me tienes


atado a una silla?

Se encogió de hombros.

—Piensa en esas cosas lo suficiente, y encontrarás una solución.

Lo fulminé con la mirada.

Era un hombre grande, a quien se podría suponer que disfrutaba


bastante de su comida y vodka, si su barriga era una indicación. Tenía
al menos sesenta y cuatro años con una circunferencia que me hacía
temblar. Su traje negro le quedaba perfecto.

Con un suspiro, sacó un puro, cortó el extremo y lo encendió. Nubes


de humo llenaron el aire, haciéndome querer vomitar.

—Te traicionó.

Puse los ojos en blanco.

—Lo dudo mucho.


Se encogió de hombros.

—Cree lo que quieras, pero que sepas esto. Ella ha estado


trabajando para mí todo el tiempo, y ahora tengo un premio mayor que
mi propia hija.

Me eché a reír. Aunque todo mi mundo parecía que se estaba


desmoronando, tenía que guardar las apariencias.

—No soy un jefe. No significo nada para las familias. No significo


nada para el FBI.

—¿Ves? —Asintió—. Ahí es donde te equivocas. —Volvió a fumar su


cigarro y lo dejó en un plato, luego sacó una pequeña jeringa del
bolsillo—. Eres sangre, y la sangre siempre lucha por la sangre.
Atraerás a uno, sino a todos, los líderes. Terminaré lo que mi hijo idiota
y el director Smith comenzaron. Destruiré las cabezas de las familias.
Me haré cargo de lo que debería haber sido mío en primer lugar, escoria
italiana —escupió.

—Ahórrate el dramatismo —siseé.

—Tienes el control de siete de nuestros muelles en Seattle. Siete. —


Apretó los dientes—. Te has infiltrado en todos los puertos principales
de los Estados Unidos. ¿Cómo puedo usar drogas si los italianos están
constantemente pisoteando todo mi territorio?

—Bueno, aquí hay una idea. —Me incliné hacia adelante tanto como
pude—. Vuelve a Rusia. Este es nuestro hogar, nuestro derecho. Hemos
estado aquí mucho más tiempo que tú y tenemos muchísimo más
dinero. Solo trata de sacar a las familias, corta una cabeza... aparecerán
dos más. Además, al matarme les haría un favor. Créeme.

—Oh sí. —Asintió—. El doble agente. Has sido un mal hombre, ¿no?

Estaba realmente cansado de esta conversación.

—No importa. —Sacudió la jeringa con su dedo índice—. No tendré


que matarlos. Harás eso por mí.

—¿Oh, lo haré?

Su sonrisa era maliciosa.

—El suero de la verdad a menudo se usa mal.

Me retorcí en mi asiento, mis ojos frenéticos por un arma que


pudiera usar para matarlo. Me detuve en su lugar.
—Me imagino que me vas a decir por qué.

—Por supuesto. —Se rió entre dientes, dando dos pasos más cerca
de mí—. Raramente funciona cuando se hacen preguntas directas, pero
¿el poder de la sugerencia? Oh, ahora, esa es una bestia completamente
diferente. Inyecto esto... —Levantó la aguja—, y te digo tantas
falsedades que olvidas tu maldito nombre. Me imagino que si eres lo
suficientemente débil, incluso podría convencerte de que tu primo
Nixon era el mismo Satanás.

—Lo dudo.

Tironeó de mis restricciones de mano.

Suspiró y con un movimiento de cabeza dejó la aguja.

—Sabes que tienes razón. ¿Qué estoy pensando? ¡Suero de la


verdad! —Se rió a carcajadas—. Dormir, deshidratación, eso es aún
mejor, pero ¿por qué no te inyecto primero, nublo tu visión, nublo tu
lógica un poco antes de comenzar? ¿Sí? Ah, y espero que disfrutes el
calor.

—¿Qué?

Aplaudió.

La chimenea se encendió.

Y sonó un fuerte ruido.

—¿Escuchas eso? —Ahuecó su oreja—. El calor acaba de


encenderse en esta gloriosa prisión vanguardista. Las paredes tienen
triple aislamiento, la puerta no deja entrar ni salir aire, a esta hora por
la mañana, estarás pidiendo la liberación. Estarás tan deshidratado que
no podrás ver directamente, ¿y la mejor parte? Justo cuando estás listo
para tomar una siesta, para escapar del infierno en el que te he
metido... —Sacó un collar negro de su bolsillo y me lo abrochó al cuello.

Traté de morderlo, pero fue demasiado rápido.

—Simplemente te daré electroshock para despertarte. Que empiecen


los juegos. Me imagino que les llevará al menos veinticuatro horas
localizarte. Otras veinticuatro para formar un plan, y para entonces,
bueno, digamos que para entonces te tendré comiendo de mi mano.
¡Solo piensa! —Comenzó a caminar hacia la puerta—. Al final, los
traicionarás a todos, como deberías haberlo hecho hace un mes.

—No lo haré —juré.


No se dio la vuelta. Simplemente respondió:

—Ya veremos.

Estaba tratando de entender por qué estaba amarrado al lado del


piano, frente a la puerta, cuando el calor comenzó a arder en mi
espalda.

Estaba apoyado contra la chimenea.

Mis riñones.

—Mierda —siseé. Realmente estaba tratando de deshidratarme.


Cerré los ojos y traté de meditar para mantener mi respiración
uniforme.

Los chicos vendrían; recé para que no lo hicieran.

Recé para que se quedaran y me dejaran morir. Era curioso, esta


mañana había soñado con seguir a Andi en la otra vida, y ahora, la
estaría precediendo.

—No —susurré—. No vengas por mí.


Capítulo 32
Traducido por AnamiletG

Sergio

Mi cabeza estaba tan pesada que ya ni siquiera sentía que era parte
de mi cuerpo; colgaba hacia adelante. Sonó un pitido, y luego me
golpearon dos veces alrededor del cuello, quedé tan aturdido que tuve
que apretar los dientes.

El fuego continuó lamiéndome la espalda. El sudor empapó la


camisa prestada y los jeans que me pusieron.

Estaba agradecido de que fueran más grandes de lo que necesitaba,


al menos proporcionando algo de ventilación para que el aire subiera
por mi espalda.

Estaba cansado, tan increíblemente cansado que mis ojos tenían


problemas para enfocar. No ayudó que el bastardo me hubiera
inyectado otra vez con lo que demonios había en esa jeringa.

Se oyeron voces por el pasillo.

O eso, o realmente me estaba volviendo loco.

La puerta se abrió.

—Han pasado veinticuatro horas... —Petrov tenía dos cabezas.

Parpadeé, tratando de borrar la imagen. No, todavía dos cabezas.

—...y tus amigos no han venido.

—Te lo dije.

El sudor goteaba en mi boca.

—La habitación tiene más de cien grados, el fuego sigue rugiendo.


Apuesto a que el agua suena como un pedazo de cielo.
Ignoré la sed quemándome la garganta. Mi boca era papel de lija; el
deseo de beber tan fuerte que no podía recordar una vez en la que había
estado tan sediento.

—Ella te traicionó. —Petrov se paró frente a mí y cruzó sus brazos.

—Ella no lo haría. —Mi voz era débil, poco convincente.

Petrov se echó a reír.

—Oh, estar enamorado. Dime, ¿te contó la triste historia sobre su


enfermedad? ¿Sentiste pena por ella? Eso era parte del plan que sabes.
La forma más fácil de infiltrarse es a través del corazón: por piedad.

Sacudí mi cabeza.

—Eres un idiota si crees que te ama. Ella no siente nada, es mi


carne y sangre, después de todo. Odia a los italianos. Me imagino que
has visto ese odio con bastante frecuencia.

Ignoré la voz en mi cabeza que decía que tenía razón.

—¿No te has preguntado cómo pudimos entrar a tu casa todas esas


veces?

—Suerte.

Apreté la mandíbula cuando el fuego pareció rugir contra mi


espalda. Me arqueé y solté un pequeño grito. Jodidamente. Caliente.

—Ja. —Petrov me señaló con el dedo—. Ella nos dio el código de


alarma.

Mi cabeza comenzó a colgarse.

—Eres un hombre inteligente, Sergio. Apuesto a que incluso


sospechaste de ella, pero, por tu amor, ignoraste esa voz en tu cabeza,
esa voz de lógica… de razón. Ella es buena. Te daré eso. Muchos
hombres caerían por su cabello rubio y su acto inocente. ¿No te lo dijo?
Fue entrenada en el arte de la manipulación.

—¡Detente! —rugí, lanzándome contra la cuerda que estaba rozando


mis muñecas—. ¡Detente!

—Ella te tocó... —Petrov se inclinó y me abofeteó—, como un violín.

Me agarró por el pelo y golpeó su cabeza contra la mía.


El dolor me atravesó la frente. Caí hacia adelante, y otro golpe
encontró mi cuello.

—Admítelo —susurró, sus ojos negros de odio—. Ella te superó, y


ahora... no eres nada.

—No ganarás.

¿Por qué seguía luchando cuando sabía que él tenía razón? Cuando
sabía... ¿Qué sabía? Las imágenes se estaban volviendo más borrosas;
la vi tomar una foto del código con su teléfono. ¿Eso fue real? ¿Eso
sucedió? Recuerdos reproducidos; todos parecían estar bien, pero no
encajaban.

Su beso había sido real.

Nuestro amor fue real.

—Ah, la duda. —Petrov dio un paso atrás y asintió—. Eso es lo


primero que sucede, y luego las imágenes... las imágenes que almacena
tu cerebro de repente flotan a la superficie. Tómate tu tiempo, Sergio.
Me imagino que un hombre como tú llegará a la misma conclusión.

—¿Por qué? —Mi voz era desigual por falta de saliva—. ¿Entonces
por qué irías tras ella? ¿La primera noche?

—Un depredador verdaderamente bueno siempre puede


desprenderse de su propio aroma.

Petrov giró un gran anillo alrededor de su dedo medio.

—Queríamos obtener el diseño de la casa, ¿y qué mejor manera de


que te agarremos? Hacemos que te concentres en Andi, manteniéndola
a salvo sin preocuparte por ti mismo.

Soltó una risita baja.

—Apuesto a que empezaste a dormir con tu arma y cuchillo en la


mesita de noche en lugar de debajo de la almohada. Después de todo, la
cama es para hacer el amor, no para la guerra.

Maldita sea, tenía razón.

La locura se apoderó de mí.

—Y ahí está. —Aplaudió sus grandes manos lentamente—.


Admisión. Ella te traicionó.

Ella me traicionó.
El amor de mi vida me había traicionado.

Parpadeé para contener las lágrimas cuando el fuego rugió a la vida


detrás de mí.

—Ella me traicionó.

—Bueno. —Petrov asintió con la cabeza—. ¿Y qué vas a hacer al


respecto?

Me quedé en silencio.

Olfateó, se alejó de mí y abrió la puerta.

—Una jeringa más, otras veinticuatro horas, y obtendremos nuestra


respuesta.

Era tan hermosa, como una viuda negra que hace girar su red de
engaño, solo esperándome, alguien tan débil, tan desesperado porque el
amor caiga en sus garras.

Ella esperó.

El calor era demasiado intenso entre nosotros.

Yo quería escapar.

Todavía esperaba mientras yo colgaba en su red.

Y entonces, ella golpeó.

El veneno se extendió de mi espalda a mis piernas, pesado, muy


pesado.

El dolor me atravesó la cadera y subió por el hombro.

Mucho dolor.

Me esforcé contra su mordisco, alejando mi cuerpo de ella.

Ella simplemente sonrió y mordió más fuerte.

Mi cabeza cayó hacia atrás. Un zumbido me golpeó en el cuello. Me


desperté sobresaltado.
El cuarto daba vueltas; mi espalda estaba en llamas; mi cara volvió
a caer hacia adelante, esta vez golpeando contra las teclas del piano.

Un sonido me sacudió la cabeza.

Con los párpados pesados, luché por el sueño que necesitaba, recé
para que saliera agua del techo mientras intentaba lamerme los labios
secos.

Era culpa de Andi.

Ella había hecho esto.

Era la razón por la que estaba aquí.

La ira estalló dentro de mí. Solté un ronco grito.

La puerta de la habitación se abrió. Petrov entró, sus botas


golpeando contra la madera dura. Vi cuatro de él, quizás seis. Perdí la
cuenta de cuántos desenfoques había delante de mí. Todo lo que sabía
era que él era la clave de todo. La llave del agua.

Dormir.

Dios, haría cualquier cosa por dormir, por hidratarme.

Petrov sacó una silla y chasqueó los dedos. La puerta se abrió de


nuevo.

Agua.

Gemí.

—Ah, ¿ves? —Petrov tomó la jarra de agua y la vertió en el vaso que


la acompañaba—. ¿Ves cómo cuido lo que es mío?

Se llevó el agua a los labios y tomó un sorbo, las gotas cayeron por
su barbilla sobre su pecho.

—Es muy fresco. Frío.

Mi respiración era errática; no podía concentrarme en nada más que


en el agua. Las gotas que se estaban desperdiciando... las gotas que
lamería si pudiera alcanzar... Eso era todo lo que necesitaba en la vida:
dos gotas de agua.

—Ella te traicionó —dijo mientras tiraba lentamente el agua de la


jarra al suelo.

—¡No! —grité.
—Sí —susurró.

—S-sí. —Bajé la cabeza. La razón no llegó, pero tampoco durmió; en


cambio, una locura frenética tomó su lugar—. ¡Sí! —Levanté la cabeza—
. La perra me traicionó.

Petrov se levantó, sus rodillas se rompieron mientras sostenía el


agua en mis labios.

—¿Y qué vas a hacer al respecto?

Me encontré con su mirada.

—Voy a matarlos a todos.


Capítulo 33
Traducido por Vanemm08

Andi

—¡Nixon! —le grité a mi teléfono celular que una vez más fue al
correo de voz—. ¡Contesta tu maldito teléfono!

Golpeé el acelerador más fuerte, lista para golpear la puerta que


conducía a su casa. Morir antes de tiempo no ayudaría a Sergio. Me
froté la cabeza donde me habían golpeado; el moretón se veía horrible.
Probablemente había causado daño cerebral, pero no podía pensar en
eso en este momento.

Sergio había sido capturado...

Por mi padre.

E iba a recuperarlo incluso si me mataba… o si necesitaba matar a


mi propia carne y sangre para hacerlo.

El estúpido idiota que me había noqueado me había atado las manos


y los pies juntos y me metieron en un armario, luego dejaron caer lo que
parecían cien libras de ropa encima de mí...

No estaba segura de lo que estaba tratando de lograr, aparte de


sofocarme, pero una vez que luché a través de la ropa tuve un nuevo
problema.

¿Cómo iba a llegar a un teléfono?

Cuando logré derribar la puerta del armario, estaba agotada. Mi


enfermedad no permitía ningún tipo de tendencias de princesas
guerreras como Xena. En cambio, me volví de lado y vomité.

Cuando terminé de sacudirme las tripas, me moví y cojeé por el salón.


Me habían puesto en la habitación más alejada de la casa, a un millón de
millas lejos de un teléfono.
Cuando pasé el estudio de arriba, noté que ya estaba empezando a
oscurecer de nuevo.

¿Cuánto tiempo había estado desmayada?

El dolor en mi trasero fue intenso; hematomas cubrirían mi cuerpo


para el momento que llegara al teléfono.

No tenía idea del tiempo, solo que tenía que llamar a Nixon... o
encontrar un cuchillo.

Cuando llegué a la habitación de Sergio, casi me eché a llorar. Sin


teléfono. Se habían llevado toda la comunicación de su habitación. Sin
celulares, nada.

Cuchillo. Necesitaba un cuchillo.

O un machete.

Otras pocas horas, y estaba en la escalera.

Iba a doler. Pero el tiempo no estaba de mi lado. Apretando mis


dientes, rodé sobre mi cadera y metí mi cabeza hacia mi pecho,
causándome rodar por las escaleras. Cada escalera me golpeó. Contuve
un grito… no gritaría, no me concentraría en mí. Solo en él, el hombre que
amaba.

Iba a salvar a Sergio...

E iba a poner una bala entre los ojos de mi padre.

Él estaba tratando de comenzar una guerra, e iba a ser yo quien la


terminara, después de que le cortara la cabeza y la pusiera en una
maldita lanza.

Golpeé el piso inferior con fuerza. Algo se quebró en mi muñeca


mientras intentaba agarrarme. Ignorando el dolor punzante que irradiaba
por mi brazo, me metí en la cocina y localicé el cajón de cuchillos.

Con un respingo, me recosté y pateé mis piernas hacia arriba. El


cajón se abrió lentamente. Pateé más fuerte. Una patada final, y el cajón
cayó al suelo.

Nunca había estado tan feliz de ver un machete...

—¡Nixon!
Toqué la bocina por quinta vez. Conducía uno de los autos de Sergio
y estaba haciendo un trabajo de mierda, si los rasguños en los costados
eran alguna indicación. Presioné el timbre en la puerta de nuevo.

—¿Qué demonios, Sergio? —ladró la voz al otro lado.

—¡Se lo llevaron! —grité frenéticamente—. ¡Nixon, déjame entrar o


que Dios me ayude, pero voy a usar el machete de Sergio para cortar tu
corazón y alimentarte con él!

La puerta se abrió.

Golpeé el piso con el acelerador y apenas lo estacioné cuando Nixon


y Trace salieron corriendo de la casa.

Nixon me ayudó a salir del auto. Sus ojos captaron mi apariencia.

—Mierda, Trace, llama a los chicos ahora.

Le arrojó un teléfono; ella lo atrapó en el aire y comenzó a marcar,


sin perder el ritmo.

Nixon no dijo nada más; simplemente me levantó en sus brazos y


me llevó dentro de la casa. Sabía que si me relajaba, el dolor sería peor.
Si dejara de enloquecer, el estrés dejaría de protegerme, la adrenalina
se detendría y sentiría todas mis partes rotas. Rígida, esperé hasta que
estuviéramos en la casa, hasta que me dejó en el suelo.

Y luego comencé a gritar.

Los ojos de Trace se abrieron brevemente antes de salir corriendo de


la habitación regresando minutos después con una jeringa.

—¡No! —Levanté las manos—. Sin drogas. Déjame sentir el dolor.

Nixon maldijo y pateó el sofá.

—¿Te has visto a ti misma?

—No. —Sacudí la cabeza violentamente—. No quiero hacerlo.


Necesitamos ir a buscar Sergio, ahora.

Nixon miró su reloj.

—Mierda, necesitan conducir más rápido.

—Nixon... —supliqué, con lágrimas en los ojos—, mi padre lo tiene.


Los ojos de Nixon se entrecerraron. Se inclinó sobre mi cuerpo, su
rostro amenazante, tan aterrador que era como mirar las profundidades
del infierno.

—Si lo traicionaste, seré yo quien te corte el corazón, princesa,


mientras estás respirando.

—¡No! —Golpeé mis manos contra su pecho—. Nunca lo haría. ¡LO


AMO!

Trace se unió a mí en el sofá y me agarró de la mano.

—Nixon, ella no lo haría.

—¿Cómo demonios se supone que debemos saber eso? —Nixon


pateó el sofá de nuevo y luego cogió su arma y me apuntó—. No me has
dejado otra opción.

Cerré los ojos y bajé la cabeza.

El arma nunca se disparó.

Abrí un ojo y luego el otro.

—Una mentirosa lucharía por su vida.

Nixon bajó el arma.

—O tal vez ya no valoro mi vida, pero sí valoro la suya, y te prometo


que mataré a mi padre antes de que tengas la oportunidad.

—Si sospecho algo... —Nixon apuntó el arma hacia mi cara—, te


mataré.

—De acuerdo. —Exhalé.

La puerta se abrió. Tex irrumpió seguido de Frank, Mil, Chase, y


Phoenix.

—¿Qué demonios te pasó? —Tex me miró a mí y a Nixon.

—Sergio —me atraganté—. Petrov se lo llevó.

—¿No fuiste tú? —Los ojos de Tex se entrecerraron—. Juro por mi


hijo nonato que te cortaré esa bonita cabeza rubia si lo traicionaste.

Suspiré.
—Mira, esto se está haciendo viejo. Nixon ya me amenazó. Lo
entiendo. A ustedes realmente les gusta, lo cual es un gran shock para
mí, teniendo en cuenta que ni siquiera nos has visitado.

Tex apretó los dientes con fuerza.

—No sabes una mierda.

—¿Oh si? —Estaba peleando con un gigante. Lo sabía, pero no me


importaba. Estaba muy molesta; todos mis sentimientos estaban
saliendo a la superficie. No podía evitar que salieran.

—Chicas... —Chase se paró entre nosotros—, deténganse. Esto es


sobre Sergio. El tiempo se está desperdiciando.

—¿Alguna idea de a dónde lo llevaron? —preguntó Mil, voz


tranquila, cuerpo rígido.

Sacudí mi cabeza; ese pequeño movimiento lastimó cada hueso de


mi cuerpo.

—Ni idea.

—¿Su teléfono está encendido? —Esto vino de Frank.

Puse los ojos en blanco.

—Sin ofender, pero no soy estúpida. Ya he intentado usar el


localizador GPS.

Phoenix se aclaró la garganta.

—El dispositivo de escucha en la mano.

—¿Qué pasa con eso? —Me encogí de hombros.

Los ojos de Phoenix se encontraron con los míos.

—Sergio puso el dispositivo de escucha. También puso un


localizador en él, ¿recuerdas? Mi dinero está en Petrov llevando a Sergio
a su compuesto en el lago.

Asentí.

—Bueno, ¿cómo encendemos la cosa? ¡Nuestro nerd residente ha


sido capturado!

Nixon salió corriendo de la habitación y regresó con un iPad Mini.


Sus dedos trabajaron suavemente sobre la superficie, sus ojos
buscando frenéticamente en la pantalla hasta que se detuvieron.
—Lo tengo.

—¿Así de fácil? —Estaba atónita. ¿Qué maldita clase de tecnología


tenían ellos?

Nixon volteó la pantalla y señaló un punto verde.

—La mano todavía está en el mismo lugar. No hay forma de saber si


en realidad Sergio está en el mismo lugar. La transmisión del reloj no
está funcionando correctamente, y no pudimos obtener ninguna
información de utilidad.

Solté una exhalación entre mis mejillas.

—De acuerdo, ¿entonces qué estás diciendo?

La sala quedó en silencio.

—No. —Sacudí la cabeza violentamente—. No. Iré yo misma si tengo


que hacerlo.

Tex maldijo por lo bajo.

—Sergio no te querría ahí.

—¡Como el infierno que no lo haría! —grité, aunque en mi corazón


sabía que era verdad lo que decía Tex—. Voy tras él.

—Piénsalo. —Tex levantó las manos—. Todos vamos. Asaltamos el


compuesto, y él está allí... ¿Cuántos hombres crees que están
escondidos dentro? Al menos veinte, tal vez más. Digamos que no está
allí, y es una trampa. Petrov obtiene todas nuestras cabezas en un
plato.

Mis piernas se sintieron débiles; me desplomé en el sofá y puse mi


cabeza entre mis manos.

—No podemos dejarlo.

Mil se acercó a mí y se inclinó.

—Piensa lógicamente en esto, Andi. Si estuvieras en su posición,


¿qué harías?

Levanté la cabeza, mis ojos se nublaron con lágrimas.

—O puedes pensar de esta manera. Si fuera Tex en esa casa, ¿qué


harías?

Las fosas nasales de Mil se dilataron.


—Asaltaría el maldito castillo y sacaría a mi hombre.

—Exacto. —Me paré—. Gracias, muchachos, pero creo que voy a ir


con mi propio plan ¿Armas de fuego?

Nadie se movió

—Dije... —grité—, ¿Armas de fuego? Al menos denme armas antes


de irme marchando hacia territorio enemigo.

Tex asintió con la cabeza a Nixon, pero Nixon no se movió. Me miró


fijamente, como si estuviera tratando de resolverme, como si no pudiera
resolverme.

Las lágrimas llenaron mis ojos. Si hubiera una manera de abrir mi


pecho y mostrarle mi corazón, mostrarle lo desesperadamente que
necesitaba a Sergio, aunque solo fuera por unas pocas semanas antes
de dejar esta tierra, lo haría.

Él asintió lentamente y luego inclinó la cabeza. Lo seguí por un gran


pasillo. Nos detuvimos en lo que pensé que era la puerta del garaje; en
cambio, abrió la puerta y luego otra inmediatamente a su izquierda.
Bajamos un tramo de escaleras.

Las luces parpadearon.

Santo santuario de superhéroes, Batman.

Fusiles alineados en una pared.

Bonitos rifles.

Del tipo por el que pagas mucho dinero.

Cuchillos, dagas, machetes, todo colgado en la pared opuesta.

Nixon presionó otro botón; se abrió otra puerta.

Correcto. Otra puerta.

Dentro de esa habitación había pistolas semiautomáticas, gases


lacrimógenos, chalecos a prueba de balas, C-4, equipo de buceo y
algunos artilugios de aspecto aterrador que me recordaron cada
romance histórico que había leído que hablaba sobre la tortura
medieval.

—Empezaría con el gas lacrimógeno. —Me arrojó unas latas y luego


sacó una bolsa de lona—, entonces el humo. —Arrojó algo más en el
bolso—. Una vez que el humo desaparezca y las alarmas de incendio se
activen, el sistema del aspersor se activará. —Suspiró y agarró dos
semiautomáticas—. Tendrás cinco minutos, tal vez seis, antes de que
los hombres comiencen a correr hacia tu ubicación. Tendrás que luchar
o crear otra distracción para poder registrar la casa.

—O... —Alcancé una de las armas—, mato a todos menos a uno, lo


torturo, luego averiguo dónde está Sergio.

—Demasiado tiempo, Andi. No lo lograrás.

—Mírame.

—Andi... —La mano de Nixon se cerró sobre el arma—, esto es una


misión suicida. Lo entiendes, ¿verdad? Las posibilidades de que salga
de allí vivo están cerca de cero. No sabemos cómo trabaja Petrov. Nunca
hemos estado en su recinto. Demonios, ni siquiera sabemos si está allí.
Todo esto podría ser para nada.

Tiré el arma lejos.

—Tengo que tratar. Además, soy rusa. Vivimos por cero


probabilidades. Hace la victoria mucho más dulce.

Nixon sonrió, bajando la cabeza.

—Mierda, Trace me va a matar.

—¿Por qué?

Agarró un chaleco y se lo puso sobre la cabeza.

—Soy su jefe. También soy su primo. Entro contigo, o no entras en


absoluto.

—¡Al infierno que lo harás!

Me empujó hacia atrás, en realidad me empujó.

—Así es. —Asintió—. No tengo problema en empujarte, golpearte,


dispararte. Eres mi igual, y él es mi familia. Yo entro o no vamos en
absoluto. Esas son tus opciones.

—Podría simplemente patearte el trasero.

—Cariño... —Nixon se lamió los labios, formando otra sonrisa—.


Realmente me gustaría verte intentarlo.

Retrocedí y luego me di la vuelta, tratando de hacer que tropezara


con la parte de atrás mi pierna. Estaba fuera de práctica y ya estaba
gravemente herida, así que no fue sorprendente en absoluto que lo
hubiera visto venir a una milla de distancia. Me agarró por el tobillo y
tiró mi cuerpo al suelo y luego se cernía sobre mí; una pistola
presionada contra mi barbilla.

—Sigue perdiendo mi tiempo. Observa lo que hago. Mira hasta


dónde llegaré.

Asentí; la punta de la pistola estaba fría contra mi piel.

—Bien, pero lo hacemos a mi manera.

—No me sorprende, de todos modos eres pésima para seguir


órdenes. —Se levantó del suelo y me tendió la mano—. Ah, y no se lo
digas a los demás. Ellos solo nos seguirían. Salimos por la parte de
atrás, tomamos...

—Pido la escopeta Chiappa. Ese chico malo no ha sido usado


todavía, y planeo ensuciarme. —Chase irrumpió en la habitación y
buscó un chaleco.

—¿Qué estás haciendo? — preguntó Nixon con voz tranquila.

—Tuvimos una reunión familiar mientras estabas aquí siendo todo


abnegado.

Chase se encogió de hombros.

—Te conozco, Nixon. No la dejarías ir sola. A donde sea que vayas yo


voy. Es una especie de trato desde que somos hermanos de otro padre.
¡Ja! ¿Lo tienes?

Nixon apretó la mandíbula.

—Chase…

—Asegúrate de que todos tengan silenciadores. No queremos


vecinos curiosos llamando a la policía sobre nosotros.

Tex entró en la habitación seguido de Frank y Mil.

Mil ya estaba agarrando cuchillos y atándolos a su pierna. Mo la


siguió y luego Trace.

—Esperen. —Levanté mis manos—. ¿Qué está pasando?

Phoenix entró por última y le ofreció una sonrisa sin


remordimientos.
—Se trata de una cosa italiana.

—Sangre. —Frank se movió al medio de la pequeña armería—. Pero


hagamos esto a la antigua, no a la nueva forma en que ustedes niños
corren con armas flameantes.

—Me encanta cuando nos llama niños —cantó Chase con voz
aburrida.

Frank lo golpeó en la nuca.

—Escucha atentamente y escucha bien.


Capítulo 34
Traducido por marbelysz

Sergio

Algo se atascó en mi muñeca. Traté de apartarme, pero estaba muy


débil, muy acalorado, muy cansado. Perezosamente bajé la mirada.
Tenía una vía intravenosa. ¿Qué demonios? ¿Dónde estaba?

Una mano me abofeteó la mejilla. Parpadeé fuerte, tratando de


concentrarme.

El hombre se echó a reír.

—No te daría la satisfacción de probar el agua. De esta manera no


mueres de deshidratación, pero no llegas a sentir la frescura en tus
labios.

Iba a asesinarlo.

Me lancé hacia él, pero estaba tan débil que sentí que apenas me
había movido, apenas parpadeó.

—Ah-ja... —Petrov levantó un dedo—. Recuerda quién es el


verdadero enemigo.

El verdadero enemigo.

¿Andi?

No. Sí. Mi mente y mi corazón estaban en guerra uno contra el otro.


Sentía que me estaba perdiendo de algo, pero no tenía idea de qué.

—Ella te traicionó... y han pasado dos días. Tu familia aún tiene que
venir por ti. Apuesto a que lo están haciendo. De hecho, lo están. ¿No es
así Sergio?

—No. —Sacudí mi cabeza—. Nunca lo harían.


—Pero lo hicieron, Sergio. Ninguno de ellos realmente se preocupa
por ti. Ellos te odian. Te dejaron por muerto. Andi te desprecia. Incluso
si vienen por ti, será inútil porque son el enemigo, ¿no es así?

Asentí. ¿Por qué estaba asintiendo?

—Muy bien. —Aplaudió—. Creo que te has ganado un respiro del


fuego.

Un golpe sonó en la puerta, y luego un fuerte estallido seguido de


una alarma de incendios.

—Jefe... —Alguien más entró en la habitación—, ellos están aquí.

—Bueno... —Petrov se frotó las manos—. Odio perderme esto, pero


en caso de que las cosas salgan mal, simplemente estaré fuera de las
instalaciones. Que te diviertas, Sergio, y realmente ha sido un placer.
Asegúrate de despedirte de mi hija antes de dispararle en el corazón.

Estaba enojado, muy enojado, pero no sabía con quién estaba


enojado, ¿conmigo mismo? ¿Andi? ¿Nixon? ¿Tex?

Mis ojos no podían enfocar. Me los froté y luego me di cuenta de que


mis manos ya no estaban restringidas.

Miré hacia abajo. Mis pies estaban libres. ¿Cuándo había sucedido
eso?

Con una mueca, me arranqué la vía intravenosa de mi brazo e


intenté ponerme de pie. Mis piernas estaban temblorosas, pero al
menos pude mover un pie antes de necesitar tomar un descanso.
Estaba indefenso. Agitado, sostuve mi cabeza en mis manos y miré
hacia abajo. Dos pistolas estaban cerca de mis pies.

¿Por qué dejarían armas?

Los voy a matar a todos.

¿Había dicho eso?

¿Lo había dicho en serio?

¿Matar a quién? ¿Y por qué?

Andi... ella era porque estaba aquí. Ella me había hecho esto, ¿no?
Yo solo quería acostarme, descansar.

Sonaron disparos, y luego siguieron más. Escuché gritos, y entonces


estalló una verdadera explosión.
Podía sentir el calor de la bomba como si estuviera justo frente a mí.
¡Qué demonios estaba pasando!

Caí de rodillas y cubrí mi cabeza mientras pasaban pedazos de


escombros por la puerta y dentro de la habitación.

Todo quedó en silencio, excepto el agua que ahora estaba cayendo


del sistema de rociadores en la casa.

El frío se sentía tan bien que ni siquiera lo pensé. Incliné mi cabeza


hacia atrás y abrí la boca. Todo mi cuerpo se estremeció mientras el
agua me cubría de cabeza a pies.

—Lo tengo —dijo una voz débil.

Miré hacia el frente. Andi caminaba hacia mí. Sin pensarlo, alcancé
el arma a mis pies y apunté hacia ella.

Ella dejó caer su arma al suelo.

—Sergio, soy yo... está bien... ¿Ves? Bajé mi arma.

Nixon entró en la habitación; con su arma también desenfundada.


Se suponía que yo apretaría el gatillo, ¿cierto? Ella era el enemigo.

—Tú —dije con voz ronca—, me traicionaste. No.

Las lágrimas llenaron sus ojos. ¿Por qué estaba llorando?

—No lo hice. Lo juro, Sergio. Te amo.

—No. —Agité el arma—. No.

—Andi. —Nixon la alcanzó lentamente; la sangre goteaba por su


brazo. ¿Había recibido un disparo?—. No está en su sano juicio.

—¡Deténganse! —les grité a ambos, apuntando con el arma a Nixon


y luego de vuelta a ella.

Otra figura entró en la habitación. Phoenix. Miró el arma luego


rodeó a Nixon, protegiéndolo con su cuerpo.

—Oh, eso es gracioso —escupí—. ¿Lo proteges? Él estaba metido en


esto. ¡Todos lo estaban!

Las palabras que salieron de mi boca me confundieron; las creía,


pero una parte de mi conciencia me decía que yo estaba equivocado,
ellos estaban equivocados.

—Sergio... —Andi se acercó—, te han lavado el cerebro.


Lentamente bajé el arma, pero cuando ella se acercó, entré en
pánico; rabia voló fuera de mí. Le apunté a su cabeza y presioné mi
dedo contra el gatillo.

—Tú. Me. Traicionaste.

—No. —Contusiones cubrían el costado de su cara.

¿Quién hizo eso? ¿Quién la lastimó? ¿Yo la iba a lastimar?

—Al diablo esto.

Nixon empujó a Phoenix fuera del camino y apuntó el arma en mi


dirección; mis reflejos eran demasiado lentos. Dos disparos.

Uno fue directamente a mi hombro; el arma cayó de mi mano.

El siguiente disparo me golpeó en el muslo.

Me desplomé al suelo y cerré los ojos.


Capítulo 35
Traducido por 3lik@

Andi

—¡Nixon! —grité su nombre, pero él aun así le disparó a Sergio.

Estaba aterrorizada de que lo matara, pero no lo hizo. Ambos fueron


buenos disparos, pero el sangrado...

No se detenía.

—Está severamente deshidratado —dijo Phoenix a mi lado,


arrodillándose—. Necesitamos llevarlo al hospital ahora.

—¡Nada de hospitales! —rugió Nixon.

—¡Entonces tu primo morirá! —le respondió Phoenix gritando—.


¡Ves!

El vendaje en el otro hombro de Sergio se estaba volviendo de un


extraño color amarillo verdoso. Phoenix lo retiró. Se veía séptico. No hay
duda de eso. Solo podía imaginar lo que le habían hecho.

Nuestra entrada había sido rápida, gracias a Frank. Él no quería


herir a nadie, y se arriesgó, hubo una gran posibilidad de que Sergio
estuviera en un cuarto del segundo piso o en un sótano.

Bombardeamos la entrada a la casa.

Luego usamos gases lacrimógenos para abrirnos paso. Había


alrededor de treinta hombres en total, pero la mayoría de ellos no
estaban preparados para el gas; teníamos máscaras, así que quitarlos
del medio fue sencillo.

Encontrar a Sergio fue difícil.

Hasta que vi a Petrov salir corriendo de una de las habitaciones de


arriba justo cuando estaba limpiando el pasillo.

Cobarde probablemente ya estaba a medio camino de Seattle.


—Ayúdame a levantarlo. —Nixon agarró a Sergio por los hombros.

Mi esposo dejó escapar un gemido lamentable.

Las lágrimas corrieron por mi rostro cuando Tex se apresuró a


entrar en la habitación.

No nos llevó mucho tiempo dejar la casa y poner a Sergio en uno de


los autos que esperaban por la calle.

Sostuve su cabeza en mi regazo y lloré.

Él ya no se veía tan perfecto.

Tenía los labios agrietados y secos, la cara tenía hematomas que lo


cubrían y estaba sangrando por todas partes.

—Llámenlos. —Nixon arrojó el teléfono a Mil—. Asegúrate de que


Stephen esté de turno hoy. ¡Si no, llévalo al hospital ahora!

—¿Stephen? —repetí.

—El cirujano. Doctor De Lange. Esa fue la única explicación que


Chase me dio mientras conducíamos el resto del camino al hospital.

Un hombre esperaba afuera con una camilla y un equipo.

Cuando la puerta se abrió, maldijo y luego comenzó a gritar órdenes


a todos los que lo rodeaban.

Básicamente, Sergio fue arrojado a la camilla. Con un gemido, abrió


los ojos.

—¡Soy compatible! —dijo, arrastrando las palabras—. Dile a Andi.


Dile que si soy compatible, tienen que hacer la cirugía antes de morir.

Me quedé inmóvil.

—¿Está delirando?

Aún lo estaban sujetando cuando Tex vino a mi lado.

—Nos hicieron la prueba. A todos nosotros, a toda la familia. Se


hubiera hecho pruebas en perros y peces dorado si eso hiciera la
diferencia.

—¿Qué? —Agarré la mano ensangrentada de Sergio—. ¿Qué quieres


decir?

Tex posó sus ojos azules en mí.


—A ver si eras compatible. Quería donar su médula ósea, pero
¿hacer ese tipo de cirugía ahora, o demonios, incluso dentro de una
semana?

Asentí en comprensión.

Sergio estaba dispuesto a dar su vida por la mía.

Pero no era su hora, no cuando mi tiempo era tan corto, no cuando


sabía que él tenía mucho más que dar.

—No. —Apreté su mano con más fuerza cuando Nixon y Phoenix se


pararon sobre la camilla contándole a Stephen lo que sucedió.

—Tiroteo en un auto en movimiento. —Nixon se pasó las manos por


el cabello—. Le dieron en el hombro hace unos días en el campo de tiro
y luego salió a caminar para despejarse la cabeza y recibió dos disparos.

Stephen asintió, mientras que el resto de las enfermeras no


parpadearon.

Las heridas de bala siempre se investigaban en los hospitales.


Siempre he sido el tipo de persona que fruncía el ceño ante la policía o
los funcionarios del gobierno que están en la planilla del crimen
organizado. ¿Pero ahora? ¿Con la vida de Sergio en juego?

Le recé a Dios que Nixon le hubiera enviado al jefe de policía un


ganso navideño.

—¡Sosténganlo! —Stephen mantuvo a Sergio pegado a la camilla


cuando el cuerpo de Sergio comenzó a convulsionarse; la sangre
empapaba el interior de su pierna—. ¡Maldición!

El doctor no necesitaba decirme lo que estaba viendo. Le había dado


a una arteria y la convulsión lo empeoraba. Cerré mis ojos. No podía
mirar, no confiaba en mí misma para no caer de rodillas y llorar.

—Se suponía que fuera yo —susurré—. No él.


Capítulo 36
Traducido por Mais

Sergio

Las luces fluorescentes quemaban mis ojos. Parpadeé ante ellas


rápidamente, pensando que haría que se fuera el picor, pero solo lo
empeoró. El dolor era inexplicable, como si alguien hubiera roto mi
cuerpo en dos, lo hubiera reparado, y luego repetido el proceso.

—Él no va a lograrlo.

Reconocí la voz. Era Nixon. ¿Por qué diablos estaba Nixon aquí? ¿No
estaba muerto? No, espera. Ese era yo. Yo había recibido la bala.

Recuerdos de los últimos días destellaron ante mi línea de visión,


ocasionando un dolor de cabeza severo.

La pelea.

Los disparos.

El acuerdo.

Mi esposa.

Lágrimas quemaban detrás de mis ojos.

Esposa…

—Lo haré yo. Soy compatible. —Apreté su mano con fuerza en la


mía.

—Morirás —susurró Tex—. Tu cuerpo… está demasiado débil de


todo lo demás.

—¡Nos estamos quedando sin tiempo! —grité, mi voz ronca, mis ojos
amplios y frenéticos—. ¡Hazlo ahora!

—No. —Ella envolvió firmemente sus frágiles brazos alrededor de mi


cuello—. No.
—Sí. —La empujé lejos—. Si no lo hago… podrías morir. El doctor
dice que necesita ser ahora, así que operen.

Los ojos de ella estaban tristes.

Tanto Tex como Phoenix bajaron la mirada hacia el piso azul y


blanco, sus rostros pálidos. Sabía lo que estaban pensando: que ya
había perdido demasiada sangre, mis riñones apenas estaban
funcionando, y quería darle a ella parte de mi vida.

Sabía que al hacerlo probablemente moriría.

Pero haría lo que estuviera en mi poder para salvarla.

Es extraño, cuando enfrentas la muerte todos los días, cuando la


evades, cuando finalmente enfrentas el hecho que no estarás en la
tierra para siempre… ahí es cuando crees que estás en paz.

Pensé que había estado bien con morir.

Hasta que la conocí.

Y entonces me enfrenté con la muerte de alguien más, cada maldito


día. Es mucho más difícil. La gente no te dice eso. Una cosa es entender
tu propia mortalidad; es bastante otra mirar la muerte del que amas,
sabiendo que no hay nada en el mundo que la detendrá.

Mi visión se empañó de nuevo.

—Se está desvaneciendo —dijo una voz a la distancia.

Intenté mantener mis ojos abiertos. Vi pelo rubio blanco, grandes


ojos marrones, y una sonrisa tierna. Me estiré y me sostuve en ello, me
sostuve en el recuerdo de ella. La chica que había cambiado mi mundo
de oscuridad hacia la luz.

La chica que nunca quise.

Pero que desesperadamente necesitaba.

—Dile que la amo… —no reconocí mi propia voz ronca—, para


siempre.

Con un jadeo, sentí mi corazón detenerse.

La oscuridad me sobrecogió al mismo tiempo que un profundo dolor


me golpeó en el pecho.
Capítulo 37
Traducido por marbelysz

Andi

Se había detenido su pulso dos veces. En ambas ocasiones, sentí


que mi corazón se detenía mientras esperaba que el suyo comenzara a
bombear de nuevo. Esos segundos, esos momentos, fueron los peores
que haya experimentado en mi vida. Nada me haría sentir mejor, nada
más que escuchar su voz de nuevo.

—Andi... —Nixon me empujó con el brazo—, deberías conseguir


dormir un poco. Yo lo cuidaré.

Sacudí la cabeza y me quedé pegada a su cama. Había estado en


cirugía por ocho horas. Su cuerpo había entrado en tal shock por la
deshidratación que se había detenido; la bala que Nixon le había puesto
en la pierna pasó lo suficientemente cerca de su arteria principal que
cuando lo agarró, había causado una pequeña rotura.

Casi se había desangrado.

Hubiéramos tenido que llevarlo de vuelta a la casa en lugar del


hospital. Agarré su mano áspera con más fuerza, deseando que abriera
los ojos.

Nixon suspiró y sacó una silla.

—Bien. Quédate, pero me quedo también.

Me encogí de hombros. No me importaba de ninguna manera.

Un golpe sonó en la puerta. Tex la abrió hasta la mitad, metiendo


solo su cabeza a un lado antes de entrar.

—Así que tengo algunas noticias.

Cubrí un bostezo con mi mano y apoyé mi cabeza contra el pecho de


Sergio.

—¿Buenas o malas noticias?


—Malas. —Los ojos de Tex cayeron—. No es compatible.

Sergio gimió.

—¿Sergio? —Ahuequé su cara—. ¿Puedes escucharme? Abre tus


ojos.

—Agua. —Su voz sonaba áspera, como si se hubiera tragado papel


de lija—. Necesito agua.

Rápidamente levanté la copa a sus labios. Bebió con avidez y luego


parpadeó sus ojos con fuerza como si tratara de concentrarse en mí.

—¿Por qué no estás en cirugía?

—Uh... —Puse el agua abajo—, ¿porque no fui a la que dispararon?

—No. —Sus cejas se fruncieron en frustración—. Soy compatible,


¿verdad? ¿Por qué no estás en cirugía obteniendo mi sangre? ¿Por qué
estoy vivo?

Tex maldijo suavemente detrás de mí. Me aferré a la mano de Sergio


con más fuerza.

—No sé cómo decirte esto, Sergio, pero... no eres compatible.

—¡Sí lo soy! —Su voz se elevó una octava—. Tex, estabas allí, y
Nixon, les dije que operaran mientras me llevaban al hospital. Dije... —
Sus ojos se movieron entre los tres—. Dije que lo hicieran... que le
dijeran a Andi que la amaba. Dije... —Su voz se apagó.

Nixon estuvo instantáneamente al otro lado de Sergio.

—Estabas severamente deshidratado, drogado: técnicamente


muerto. Lo que imaginaste sucediendo... no... sucedió, Sergio. Tex y yo
estuvimos allí. Así como también Andi, Phoenix, Frank, todos nosotros,
y hablaste de ser compatible, pero no lo eres. Tex acaba de venir a
decirnos.

—Pero… —La cara de Sergio se decayó—. Era real. Se sintió tan


real.

Me limpié las lágrimas perdidas cayendo por mi cara. Este hombre,


su amor era tan increíble. No me lo merecía.

—Lo siento mucho, Sergio.


—¿Por qué lo sientes? —Tiró la mano hacia atrás—. ¡Es mi culpa! —
El monitor cardíaco comenzó a volverse loco—. ¡No te salvé! —Las
lágrimas brotaron de sus ojos—. ¡No puedo salvarte, maldita sea!

Una enfermera entró corriendo a la habitación.

—¿Que está pasando?

—Está molesto —dije tontamente mientras más lágrimas se


acumulaban en mis mejillas.

La enfermera frunció el ceño.

—Bueno, trata de mantenerlo tranquilo. —Ella insertó algo en su


intravenosa y comprobó sus signos vitales—. Una llamada bastante
cercana, Sr. Abandonato. Me imagino que tendrá más cuidado con los
vecindarios por los que caminará la próxima vez.

Sergio no se perdió nada.

—Cierto, fue una tontería de mi parte pensar que era seguro en esa
zona de Chicago.

Ella asintió y le entregó su botón de llamada.

—Asegúrese de dejarme saber si necesita algo. La policía ya ha


pasado, así que por ahora solo descanse.

Cuando la puerta se cerró, miró a Nixon.

—Policía.

—Heridas de bala. —Él se encogió de hombros—. Pero el jefe y yo


nos conocemos hace mucho. Sus hijos siempre quisieron asistir a Elite.

—Increíble —susurré por lo bajo.

Tex sonrió en mi dirección.

—Lo sorprendente es la cantidad de policías que tenemos en el libro


de contabilidad.

La respiración de Sergio se había nivelado.

Lo miré de nuevo.

—Me alegra que estés bien.

—Pero tú no lo estás. —Sus ojos se centraron en mi mano; agarró


mis dedos con fuerza—. Y creo que te apunté con un arma.
—Eso es porque Nixon disparó tu lamentable trasero —dijo Tex—.
Entiende eso.

Sergio señaló su historia médica. Se la pasé, mientras la leía


rápidamente. Su rostro palideció mientras lo volvía a poner en su lugar.

—¿Quizás la próxima vez que mi primo apunte a las arterias menos


importantes?

—Aprovéchalo. —Nixon se cruzó de brazos y se sentó en su silla—.


No podría haber predicho eso.

—Sí, bueno... —Sergio se lamió los labios—, gracias... por venir por
mí. Debería patear sus traseros, pero no estaría aquí, con Andi, así
que… gracias.

Nixon sonrió.

—Crees que esta... —Señaló un acusador dedo hacia mí—, ¿lo


permitiría de otra manera? Estaba lista para bombardear la casa solo
para encontrarte.

—Recuerdo brevemente que realmente una bomba estalló. —Él


entrecerró los ojos en mi dirección mientras Tex y Nixon murmuraban
en voz baja—: Frank.

Tex asintió con la cabeza a Nixon.

—Deberíamos dejarlos hablar.

Nixon se levantó de su silla y siguió a Tex.

—Hágannos saber si necesitan cualquier cosa.

Sergio esperó hasta que la puerta se cerró antes de centrar su


atención en mí. Sus ojos estaban tristes. Siempre había escuchado esa
expresión, incluso he leído al respecto, pero en realidad nunca lo había
experimentado.

Sus ojos azules estaban vidriosos como si estuviera tratando de


contener las lágrimas, su expresión sombría, su rostro pálido. Cuando
me miró, fue con absoluta desesperanza, y odiaba que lo hubieran
llevado a ese punto.

—Ánimo. —Le guiñé un ojo—. Al menos Nixon no te mató.

—¿Recuerdas cuando dijiste que apestaba en las conversaciones


motivacionales?
Frunció el ceño, agarrando mi otra mano en la suya.

—Vagamente —dije inocentemente.

Él esbozó una sonrisa.

—Sí, bueno... tú tampoco eres tan buena.

—Los rusos no tienen sentimientos.

—Los italianos sentimos por todos lados. Está en nuestra sangre.


Nosotros sentimos, nos preocupamos, comemos pasta, bebemos
grandes cantidades de vino y disparamos cosas para defender nuestro
honor familiar.

Suspiré y me moví a la cama para poder acostarme a su lado.

—¿Y cuál es el sentimiento italiano en este preciso momento?

Sergio dejó escapar un largo suspiro.

—Un poco indefenso.

—Bueno, tienes algunos agujeros en tu cuerpo.

—No podría importarme menos los disparos o el dolor o casi morir.

Sabía lo que se avecinaba. Incluso cerré los ojos, pensando que


ayudaría al impacto de las palabras.

—¿Realmente no soy compatible? —susurró, soltando mi mano y


frotando las yemas de sus dedos arriba y abajo de mi brazo.

Sacudí la cabeza, sin confiar en mí misma.

Su mano se detuvo.

—Lo creí. Lo creía seriamente, Andi. Pensé que quizás si lo creía lo


suficiente, lo haría realidad.

Lo miré a través de pestañas caídas.

—Sergio, no puedes salvar el mundo.

—No quiero salvar al mundo, solo quiero salvarte a ti.

Presioné mi palma contra su pecho. Pude sentir el calor de su


cuerpo a través de la bata de hospital, sus latidos constantes.

—¿Crees que puedes extrañar a la gente? ¿Incluso cuando mueres?


—dije—. Porque no puedo imaginar no extrañarte.
—Andi… —Sergio presionó un beso en mi frente—. Solo se termina
cuando se termine, ¿verdad? Hasta entonces, luchas y yo pelearé junto
a ti.

—Mucho bien que me hará. Básicamente eres un discapacitado. —


Le guiñé un ojo.

Se rio por lo bajo en su garganta y pasó sus dedos por mi cabello.

—¿Italia?

—¿Mmm?

—Me alegro de no haberte hecho explotar.

—Realmente sabes cómo enamorar a un hombre —bromeó.

Puse los ojos en blanco.

—Por favor, tu idea del romance es usar miembros de la familia


como práctica de tiro y luego lavar la sangre con una gran copa de vino.

—Mira quién habla, pequeña rusa sedienta de sangre.

Sonreí contra su pecho. Mi mejilla presionada contra él, solo


deseando que el momento durara para siempre.

—Deberías dormir.

Envolvió sus brazos alrededor de mi cuerpo.

—Solo si te quedas conmigo.

—¿A dónde más iría?

Se tensó.

Me tensé junto a él.

Porque los dos sabíamos... eventualmente, me iría, y ninguno de los


dos podría detenerlo.
Capítulo 38
Traducido por marbelysz

Sergio

Me desperté en un sudor frío. Probablemente una de las peores


formas de despertarse, en un charco de agua que proviene de tu
cuerpo. Me estremecí y luego intenté despertar a Andi con un
empujoncito para que al menos ella pudiera ducharse.

—Andi —susurré—, despierta.

No se movió.

—¿Andi?

Todavía nada de movimiento. Sentí su pulso, como un completo


psicópata. Su corazón latía, pero no era fuerte.

Presioné mi botón de llamada dos veces, tres veces. Una enfermera


entró caminando como si tuviera todo el tiempo del mundo.

—¡Mi esposa! —grité—. Ella está… ¡algo está mal! Tiene leucemia y
no se está despertando.

La enfermera tomó el pulso de Andi.

Apreté los dientes, queriendo gritar que ya lo había hecho.

Ella asintió y luego sintió la frente de Andi.

—Está ardiendo en fiebre. ¿Ha estado enferma recientemente?

¿Qué se supone que debía decir? No, pero sobrevivió a una explosión
y a un día divertido de ser retenido a punta de pistola, así que no me
sorprendería si su sistema inmune está un poco bajo.

—No —mentí—. Ha estado bien, aparte de los mareos.

La enfermera presionó el botón al costado de mi cama; dos


enfermeras más entraron seguidos por otra enfermera con una camilla.
—Espera, ¿dónde están llevándola?

—Señor Abandonato, ha pasado por mucho en el último día. Intente


mantener la calma. La pondremos en su propia habitación y me pondré
en contacto con el médico de guardia. Ella está bien, está respirando,
está bien, pero por ahora, necesito que se concentre en ponerse bien.

—Pero…

—…por su esposa —dijo la enfermera.

Me recosté y fruncí el ceño cuando me di cuenta, no era yo el que


sudaba. Era Andi.

Estábamos en un charco de su sudor. No el mío.

—Solo trate de mantener la calma. —La enfermera me palmeó la


mano. Si una persona más me daba esa mirada lamentable, iba a
perder mi mierda.

Afortunadamente, Nixon eligió ese momento perfecto para entrar.

—¿Qué demonios está pasando?

—Es Andi. —Mi voz se quebró—. Creo que algo anda mal.

Levanté mis manos en el aire para sostener mi cabeza, pero estaban


temblando tan mal que me di cuenta de que no me haría ningún bien.

—Serg... —Nixon estaba inmediatamente a mi lado—, iré con ella,


¿bien? Solo trata de no pensar en lo peor. Enviaré a alguien para que se
siente contigo.

—No soy un inválido.

—No... —Nixon dejó escapar una carcajada—. Pero te conozco. En el


momento en que ella salga de aquí, intentarás levantarte de la cama y
seguirla. Permanece aquí. Ella necesita que sanes, ¿de acuerdo?

No dije nada.

—Serg... prométemelo.

Le di un breve asentimiento.

Dos horas después, y todavía no había tenido noticias de Nixon o de


la enfermera. Estaba listo para perder la cabeza.

Las cosas empeoraron progresivamente cuando todos —Phoenix,


Chase y Tex— aparecieron como refuerzos.
—Servicio de limpieza... —dijo Chase con una voz aguda—. ¿Quiere
que esponje su almohada?

Tiré mi almohada a la puerta justo cuando él entraba campante con


el café y la comida que les había prometido a todos. No tenía permitido
tomar café teniendo cuenta que mi trasero estaba tan deshidratado,
pero quería comida, cualquier cosa para dejar de pensar en Andi
estando en otra habitación. Despertando sin mí. Pensando que yo no
estaba allí.

—Mierda.

Golpeé la cama con el puño; mis ojos se llenaron de lágrimas de


nuevo. Nunca había sido un tipo demasiado emocional, de hecho,
estaba bastante seguro que todos los miembros de mi familia asumían
que me levantaba y me disparaba en el corazón para no sentir ningún
tipo de emoción.

¿Pero con Andi? Me encontraba constantemente al borde de las


lágrimas, siempre preguntándome si ese último beso sería el último, y
tratando egoístamente aferrarme a él tanto como sea humanamente
posible.

—Te ves como el infierno... —Chase colocó una pequeña bolsa en mi


bandeja—, por eso te traje dos panecillos, panecillo.

—Llámame panecillo de nuevo.

Tex se dirigió a la cama y sacó una silla.

—Hazlo, Chase. Quiero ver qué tan rápido puede moverse con tres
heridas de bala.

Les mostré mi dedo del medio a los dos en forma grosera.

Phoenix estaba hablando por teléfono en voz baja en la esquina.


Asentí en su dirección.

—¿Qué pasa con él?

—Phoenix está pasando un mal rato diciéndole a su esposa que no


está bien que ella participe en combate con Trace durante el embarazo.
—Chase tomó un mordisco gigante de su propio panecillo y se encogió
de hombros—. Buena suerte con eso.

Phoenix terminó la llamada telefónica y agarró el celular en su


mano, mirándonos a los tres como si fuera nuestra culpa que no
pudiera controlar a su esposa.
—Trace será suave con ella —le dije amablemente—. Ella no va a
patearla ni nada parecido. Las chicas no son estúpidas, y conoces a
Bee, tiene mucha energía. Le dices que no, solo seguirá preguntando
hasta que digas que sí.

Phoenix se pellizcó el puente de la nariz.

—A veces olvido cuan joven es... e inmadura.

Tex resopló.

—Yo no. Esa es mi hermana a la que te estás follando.

—Supéralo —espetó Phoenix y luego suspiró—. Lo siento, Tex, no es


tu culpa. Solo estoy preocupado por ella.

—Eso te hace un buen marido —dijo Chase—. Preocuparte.

—Odio la preocupación —me quejé, el panecillo de repente se secó


en mi garganta.

Los chicos me dieron esa mirada, la misma mirada que estaba


seguro que los médicos les daban a sus pacientes justo antes de que les
dijeran que no había nada que pudieran hacer. Apestaba.

La puerta de mi habitación se abrió. Me enderecé un poco,


esperando que fuera la enfermera. Sin embargo, me sorprendió
gratamente cuando fue Andi quien entró. Aunque estaba conectada a
una vía intravenosa.

—Hola. —Me dio una pequeña sonrisa y se aclaró la garganta,


arqueando sus cejas a cada uno de los chicos.

—Uh... —Tex se rascó la cabeza y se levantó—. Voy a ir... al baño.

—Yo también. —Phoenix lo siguió.

Chase se quedó.

Andi se aclaró la garganta otra vez.

Chase la fulminó con la mirada.

—¿Qué vas a hacer? ¿Patearme el trasero?

Suspiré.

—Chase, solo vete. Ella te pateara más tarde.


Se puso de pie, aunque lentamente, y me dio unas palmaditas en la
pierna y luego salió de la habitación.

—¿Cómo estás? —dije.

Andi se encogió de hombros. Su cara estaba pálida; su sonrisa un


poco débil. Los moretones lucían como la mierda alrededor de su cara,
pero aún era hermosa para mí. Siempre hermosa.

Palmeé la cama.

Tomó asiento y arrastrando la intravenosa con ella.

—Necesito transfusiones de sangre tres veces a la semana.

—Está bien —dije lentamente—. Supongo que eso es bueno,


¿verdad? —Bajó la mirada al suelo—. No... quiero decir que suena bien,
¿verdad? ¡Sangre fresca! —Sus hombros se hundieron—. Pero
típicamente, en un caso como el mío, solo significa que el final está... —
Tragó—, cerca.

Alcancé su mano. Ella se apartó.

—No tienes que pasar a través de esto conmigo, Sergio. Si quieres


que me vaya, si es demasiado difícil, lo entendería. —Sus ojos se
llenaron de lágrimas—. Te lo juro, lo entendería si quieres que me quede
en el hospital hasta el final.

—¡Diablos no! —grité, agarrando su mano, acercándola lo más que


pude sin lastimarla—. Estoy contigo hasta el final, lo que sea que eso
signifique para nosotros. Estoy aquí.

Ella asintió. Una lágrima cayó por su mejilla.

—Dijeron que me puedo quedar aquí, o podemos hacer cuidados


paliativos, y cuando escuché la palabra hospicio me asusté. Quiero
decir, pensé que había llegado a este lugar donde mi corazón y mi
cabeza eran uno. ¿Pero ahora? Ahora solo apesta, Sergio. Y quiero ser
positiva. Quiero ser feliz. Para ti quiero ser esas cosas, pero necesito al
menos una hora donde me dejes llorar.

Mi corazón se hizo añicos.

—Por favor —suplicó—. Puedo ser fuerte el resto del tiempo. Puedo
ser optimista. Puedo ser feliz, porque honestamente, así es como
siempre he sido, pero creo... creo que tengo que guardar luto primero.
Necesito guardar luto por nosotros. Necesito guardar luto por lo que
debería haber sido, lo que podría haber sido.
Mis ojos estaban tan borrosos por las lágrimas que no podía
distinguir su pequeña silueta.

—Ven aquí —le susurré.

Estalló en llanto y se arrastró hacia mí, su pequeño cuerpo sentado


a mitad de mi cuerpo mientras la abrazaba con fuerza.

—Te amo, lo sabes. —Sollozó en mi pecho—. Eres el mejor amigo


que he tenido.

—Tú también eres mi mejor amiga. —Mi voz se quebró. Necesitaba


ser fuerte para ella; este no era el momento para llorar. Haría mucho de
eso, me imaginé, en mi futuro. Pero por ahora... iba a ser su roca—.
Nunca he tenido uno de esos antes. ¿Esto significa que tenemos que
intercambiar pulseras o algo así?

Su sollozo se convirtió en una risa.

—Sí, me aseguraré de hacer uno.

—Haz eso. —La apreté fuerte y besé su cabeza—. Llora tan duro y
tanto tiempo como quieras, y cuando hayas terminado, si tienes que
llorar un poco más, está bien.

Tomó mis palabras en serio, sollozando su pequeño corazón,


mientras yo la abrazaba, le besaba la cara, le apretaba las manos y me
decía a mí mismo que no me rompiera.

Cuando se calmó aproximadamente media hora más tarde, la puse


de nuevo y miré su cara manchada de lágrimas.

—Fui tu castigo. —Sollozó—. Incorrecto.

Le incliné la barbilla hacia arriba.

—Fuiste mi regalo.
Capítulo 39
Traducido por Rose_Poison1324

Sergio

Volver a casa del hospital fue agridulce. Maldición, estaba usando


esa palabra mucho últimamente. Después de pasar una semana allí,
estaba más que listo para estar en casa, y también lo estaba Andi.

Se estaba debilitando cada día.

Ver a alguien que amas deteriorarse ante tus propios ojos era
indescriptible. Me estaba volviendo más saludable; ella se estaba
poniendo más enferma. Y no había nada que pudiera hacer para
detener el reloj; parecía que cada minuto que yo respiraba con fuerza,
notaba que la de ella era más laboriosa. Andi había recibido tres
transfusiones durante la última semana, y aunque dijo que habían
ayudado, sabía que apenas lo habían hecho.

—¡Casa! —Andi extendió sus manos y luego se aferró a mí para


evitar caer. Su equilibrio había estado sufriendo mucho, y sabía que
solo empeoraría.

Tuve que contener las lágrimas. Pronto mi casa volvería a estar en


silencio: no más bates de béisbol y sartenes, no más discusiones, gritos,
peleas.

Alejé los pensamientos sombríos justo cuando sonó el timbre.

Frunciendo el ceño, puse a Andi en la escalera y me acerqué para


abrir la puerta.

—¿Tienes Cheetos? —preguntó Bee, con las manos en las caderas,


luego me empujó—. Phoenix prometió que tendrías Cheetos. —Entró
rápidamente y le dio a Andi cinco en camino a la cocina.

—Lo siento. —Phoenix se movió hacia la puerta—. Ella está en un


antojo Cheetos. Dios me ayude si este embarazo la tiene comiendo todos
los colores del arcoíris. Ya sabes lo que siento por el color —bromeó.
Érase una vez, él se negó a comer cualquier cosa que no fuera de un
verde hoja: una larga historia.

Pasó junto a mí, llevando dos bolsas de lona.

—Mi vieja habitación, ¿está bien?

—¿Esta bien? —repetí—. ¿Para qué?

—Aww —canturreó la voz baja de Tex—, ¿realmente pensaste que te


librarías de nosotros tan fácilmente? Pido la habitación más grande.
¡Mo quiere el baño de mármol que está conectado!

Tex me empujó. Mo me besó en la mejilla y le siguió.

Nixon y Trace fueron los siguientes. Bolsas en mano. Trace guiñó un


ojo y saltó detrás del resto del grupo mientras Nixon se encogía de
hombros.

—Somos familia. La familia se mantiene unida.

Chase y Mil llegaron y estacionaron directamente frente a la puerta.


Mil le gritaba a Chase por conducir demasiado rápido, y Frank salía del
asiento trasero, luciendo como si fuera a vomitar.

—¿Frank también? —Fruncí el ceño.

—¡Frank se siente solo! —me gritó Chase—. ¿Imaginas eso? En


realidad, le gusta tenernos cerca.

Frank puso los ojos en blanco y agarró su bolso del auto.

—Me encanta que hablen como si no existiera.

No pude contener mi sonrisa. Mientras que el resto de la pandilla


solo tenía una bolsa de lona, Frank tenía una bolsa de lona, un porta-
trajes, un sombrero y un bastón. Un hombre con gustos como los míos,
peor aún, usaba pañuelos. Probablemente tenía un armario que hacía
que el mío pareciera pequeño y barato.

Frank señaló hacia la casa.

—Voy a tomar la habitación más lejana de mi nieta.

—Buena idea —dije, tropezando con las palabras.

Una vez que todos estuvieron en la casa, volví para agarrar a Andi,
solo para encontrar que desapareció.

La risa resonaba en la cocina. La seguí.


El vino estaba abierto. Montones y montones de vino.

Y Andi estaba hablando animadamente sobre nuestra lista de luna


de miel. Oh, mierda. Realmente la sacó.

—Pasamos de trece a…

—Andi. —Tosí y sacudí la cabeza.

—Maldición. —Chase agarró los Cheetos de Bee—. La historia se


estaba poniendo buena.

El timbre volvió a sonar.

—¿Qué demonios?

Nixon pasó junto a mí.

—Probablemente sean Axe y Ames, lo último del grupo. Iré yo.

Efectivamente, Axe y Amy entraron a la cocina.

Miré a mí alrededor y luché para evitar que mis emociones llegaran


a lo mejor de mí.

De repente era tan ruidosa esa casa que ni siquiera podía oírme
pensar. Mil y Chase estaban discutiendo. Típico. Mo estaba golpeando a
Tex en el hombro repetidamente. Andi estaba cantando el himno
nacional ruso. Frank estaba buscando más vino, un hombre inteligente.
Nixon y Trace se besaban, y cambiando de tema, Ax y Amy estaban
abriendo la nevera. Phoenix estaba tratando de alejar las papitas de
Bee, y Chase las estaba alcanzando pasando a Mil para agarrarlas.

—Entonces —dijo Andi en voz alta—, ¿todos ustedes se quedarán a


pasar la noche o qué?

La sala quedó en silencio.

—¿Qué? —Ella miró a su alrededor—. ¿No les gustó mi


interpretación de la madre Rusia?

Chase mordió un Cheeto.

—No importa qué tan fuerte lo cantes, cariño. Eres italiana ahora.

—¿Oh, en serio? —La cara de Andi se iluminó—. ¿Por qué lo dices?

—Luchas como el infierno. —Tex asintió en reconocimiento.


—Casada con uno de nuestros hombres... arriesgaste tu vida para
salvar la suya. Yo diría que eres más italiana que rusa.

Andi sonrió radiante.

—¿Eso significa que tengo que tomar vino ahora?

—Tú y tu vodka —murmuré.

—Admítelo. —Chase se rio entre dientes—. Arrugas la nariz ante el


vino para hacer enojar a Sergio.

Andi sonrió.

—Culpable.
Capítulo 40
Traducido por NaomiiMora

Andi

Chase era un excelente cocinero. Si no me estuviera muriendo, su


lasaña casera me habría matado. La sala estaba llena de
conversaciones y risas, se sentía como una familia real. Una de la que
formaba parte.

Frank ya había subido las escaleras por la noche. Aparentemente,


ser viejo significaba que no solo se le permitía su propia botella de vino
durante la cena, sino también la hora de dormir a las ocho en punto.

Bee bostezó y apoyó la cabeza en Phoenix.

—¿Cama?

—Son las ocho —señaló Chase.

Mil le susurró algo más al oído.

La agarró por el trasero y la levantó sobre su hombro.

—Siempre he dicho que es la hora perfecta para ir a la cama. —Le


dio una palmada en el trasero y salió del gran comedor.

Todos los demás pusieron excusas similares. Sabía lo que estaban


haciendo, dándonos un tiempo a mí y a Sergio.

Sergio se acercó a mí y deslizó nuestra lista de luna de miel sobre la


mesa.

—Elige uno.

—¿Solo uno? —Saqué mi labio inferior—. ¿Qué tal dos?

Sus ojos azules se estrecharon cuando unos pocos mechones de


pelo largo le cayeron sobre su cara. Me encantaba que fuera creciendo;
lo hacía parecer aún más como el duque de mis novelas románticas.
—Bien, dos.

—¿Entonces digo que trabajamos en el número cuatro de trece? Y...


—Me toqué la barbilla—, éste.

Sus cejas se alzaron.

—¿Realmente nunca has hecho eso?

—¿Y tú? —respondí.

—Si digo que sí, ¿me juzgarás?

—Absolutamente.

—En mi defensa, quería ver por qué tanto alboroto. —Se cruzó de
brazos.

—¿Oh en serio?

Maldijo.

—Bien, arriba.

Se acercó a mi silla y me levantó en sus brazos, llevándome sin


esfuerzo a su gigantesca sala de cine. No era solo una sala de cine. Era
como un teatro real, con juegos en las paredes, carteles de películas, un
bar completo y una bañera de hidromasaje.

Casi ridículo. Por otra parte, me imaginé que tenía suficiente dinero
que parecía práctico. ¿Por qué festejar afuera de la casa cuando puedes
tener la fiesta adentro?

—Elige tu veneno. —Me sentó en el sofá de cuero y caminó hacia el


bar.

—Mmm... en mis fantasías, todos los camareros están sin camisa.

Sin discutir, se quitó la camisa y apoyó las manos contra el


mostrador.

—¿Mejor?

—Mmm... —Apreté los labios—, haz flexiones.

Me fulminó con la mirada.

—¡Flexiones! —grité—. Es parte de la lista.

—Al diablo que lo es —se quejó y luego se estiró.


—Realmente me gustan tus abdominales. —Ladeé la cabeza—. Son
apretados. ¿Cómo se ponen tan apretados? Y tu trasero... —Abaniqué
mi cara—. Vamos, date la vuelta y agáchate.

—Soy una persona, Andi. —Golpeó su puño sobre el mostrador, sus


labios se curvaron en una hermosa sonrisa; es posible que deba tomar
una de ducha fría—. ¿Bebida?

—Sprite —decidí—. ¿Realmente no te inclinarás?

Ignoró mi súplica e hizo mi bebida, luego se acercó al sofá y la


colocó en mi portavasos. Su pecho desnudo rozó mis dedos cuando se
inclinó y luego me besó en la cabeza.

—Entonces, ¿estás lista para darle a esa lista?

—Darle. —Me reí—. Buena esa.

—Ya me lo imaginaba. —Me levantó en el aire, se sentó y luego me


colocó encima de él—. Frozen Canta Conmigo, y luego trabajaremos en
el número cuatro.

—¿Está mal tener sexo después de Frozen? —Hice una mueca.

Sergio se encogió de hombros.

—Simplemente no empieces a cantar que quieres construir un


muñeco de nieve mientras estamos en mitad del asunto, y estaremos
bien.

—No conozco esa canción. —Fruncí el ceño.

—Oh... —Sergio hizo clic en la televisión gigante—, créeme, lo harás.

Lloré.

Fue patético. Pero toda la cosa de hermana salvando a su hermana


realmente me atrapó. Probablemente porque sabía que nunca conocería
a mi verdadera hermana. Había oído hablar de ella, sabía que existía,
pero nunca conocería ese tipo de afecto. Sentir pena por mí misma era
estúpido, pero todavía estaba un poco desanimada por eso.

—Entonces... —Sergio apagó la televisión—, ¿pensamientos?

—De repente quiero construir un muñeco de nieve.

—Te lo dije.
El cuarto estaba en silencio. Me sentía relajada y
sorprendentemente no mareada, probablemente porque estaba sentada.

Sergio me movió en su regazo para que estuviera frente a él.

—¿Qué estás pensando?

—Estoy pensando... —Pasé mi mano arriba y abajo por sus


abdominales—, que realmente me gustaría que me besaras.

—Puedo hacer eso.

—Y después de que me besas al menos cuatro veces, creo que


deberías quitarme la ropa.

La boca de Sergio se encontró con la mía. Susurró contra mis


labios:

—Considéralo hecho.

—Y... —Presioné mi dedo en su boca—, quiero que vayas muy, muy,


muy lento.

—Ajá.

—Y luego rápido.

Rió.

—Bueno.

—Y luego vuelve a bajar.

Sus labios se demoraron sobre los míos.

—¿Qué tal si me dejas hacer lo que hago mejor?

—¿Y qué es eso?

—Amarte, por supuesto.


Capítulo 41
Traducido por 3lik@

Sergio

Llevé a Andi a nuestra habitación y silenciosamente esperé que la


sorpresa que había planeado para ella no se arruinara. Nunca la había
llevado de luna de miel, y tenía razón… merecía una.

Así que le traje la luna de miel.

Abrí la puerta con cuidado y la puse de pie.

Andi se cubrió la boca con las manos y luego habló entre los dedos.

—¿Qué hiciste?

—Bueno, alguien... —Tomé su mano y la conduje a través de la


habitación—, me dijo llévala a África. —Unos leones de peluche y cebras
se alineaban a un lado de la habitación—. Y luego me dijo llévala a
China. —La comida china estaba sobre la mesa con perfectas pequeñas
creaciones de Origami… con palillos en ambas platos.

Ella asintió, con lágrimas en los ojos.

—Pero ella estaba equivocada.

—¿Qué? —Andi se limpió algunas lágrimas y se giró—. ¿Lo estaba?

—Sip. —Le di la vuelta para que mirara al otro lado de la habitación.


Estaba de espaldas a mí. Envolví mis brazos alrededor de ella y
susurré—: No me habría detenido en África o China. La habría llevado a
Londres. —Una pequeña rueda de la fortuna estaba afuera, frente a la
ventana—. No es la rueda de Londres pero... servirá.

Andi no dijo nada. Así que la acerqué a la ventana y corrí las


cortinas.
—¿Pero quién se detiene en Londres? —susurré, mis orejas rozando
su oreja, mi lengua arrastrando la piel suave—. Especialmente cuando
Francia está tan cerca.

Una versión en miniatura de una torre Eiffel iluminada estaba al


lado de la rueda de la fortuna.

—Y entonces... —Le di la vuelta para que mirase mientras sacaba


una pequeña postal de mi bolsillo—, cuando todo se hubiera dicho y
hecho, te habría llevado a casa.

Le entregué la postal del Kremlin.

Las manos de Andi temblaron cuando lo tomó, sus ojos tristes.

—Nunca he ido.

—Bueno, fue un poco difícil encontrar una versión en miniatura del


Kremlin. Créeme, lo intenté, así que pensé que una postal funcionaría
igual de bien.

Ella frunció el ceño.

—¿Y cómo llegaste a pensar en esto?

Tomé la pluma de mi bolsillo trasero.

—Porque puedes escribirlo como si estuvieras allí y enviárselo a


quien quieras.

—Pero si nunca he ido…

—Los colores... —La giré para mirar hacia la ventana—. He oído que
son como fuegos artificiales...

Revisé mi reloj y suspiré de alivio cuando se dispararon los primeros


fuegos artificiales azules…

—Cambiando constantemente ante tus propios ojos. —Otro fuego


artificial, este verde—. El edificio en sí parece mágico, casi irreal, pero
es el color del edificio el que crea una atmósfera de pura belleza.

Más fuegos artificiales llenaron el cielo sobre la casa.

Andi se cubrió la boca con las manos.

—Y justo cuando crees que has mirado lo suficiente, justo cuando


crees que entiendes la belleza que representa... —Los fuegos artificiales
se volvieron locos; parecía que cientos de ellos se estaban apagando—,
te sorprenden de nuevo.

—Es hermoso —susurró con veneración.

Lentamente, la dejé ir.

Cuando ella se giró para mirarme, yo ya estaba de rodillas.

Andi se cubrió la boca con las manos.

—Nunca pregunté —dije, con voz temblorosa—. Nunca tuve el honor


de pedirte que fueras mi esposa. —Metí la mano en el bolsillo y saqué
un anillo de diamantes de tres quilates—. Y me preguntaba, si te
sentías tan estafada como yo por el hecho que nunca tuvimos este
momento.

Las lágrimas cayeron por su rostro.

—Entonces Andi... —Levanté el anillo más alto—. ¿Me harías el


mayor honor de mi vida en ser mi esposa?

—¡Sí! —Ella ni siquiera agarró el anillo, sino que me agarró y me,


besó tan fuerte en la boca que tropecé—. Te amo.

Riendo, la hice girar.

—Yo también te amo.

La giré de nuevo, sabiendo que le gustaba más de un giro, y coloqué


el anillo en su dedo.

—Entonces, ¿realmente quieres que vayamos por la sorpresa


número cuatro ahora, o quieres subirte a la rueda de la fortuna?

—La rueda de la fortuna puede esperar. —Se sacó la camisa sobre


la cabeza y me la arrojó a la cara—. Yo no.
Capítulo 42
Traducido por Vanemm08

Sergio

Creo que, recordando este momento, siempre lucharía por describir


la forma en que mi corazón golpeaba contra mi pecho, el sentimiento
eléctrico de mis manos mientras vagaban libremente por su cuerpo.

¿Cómo describir algo que es indescriptible? No lo haces. No puedes.


Es imposible. Y sabía, que dentro de cinco años, —o diez, tal vez
veinte— todavía estaría caminando con una sonrisa en mi rostro
cuando recordara el momento en que ella era mía, los momentos en que
la poseía, y ella me poseía, en los momentos en que nuestros corazones
eran uno, nuestras almas unidas.

—Sergio...

Su camisa salió volando, su sujetador le siguió, sus jeans. Nunca


había visto que alguien se desnudara tan rápido y estaba un poco
humillado de no poder seguirla, que quería que fuera lento para poder
saborear cada segundo en que mis ojos tuvieron el placer de contemplar
su belleza.

—…Hazme el amor. Hazlo bien.

—Puedo hacerlo bien —susurré—. Pero tendrás que perdonarme.

Ella frunció el ceño.

—Perdóname... —Sonreí—, si me quedo aquí un momento más del


que debería, porque siento que mereces que te miren fijamente.
Infierno, mereces ser adorada, pero no soy un hombre tan paciente, así
que al menos dame esto, un minuto, sesenta segundos, dame eso y te
haré el amor. Lo haré tan bien que nunca lo olvidarás.

—Incluso en mi muerte.
—En la vida o la muerte. —Sacudí mi cabeza y lamí mis labios
mientras tomaba un cauteloso paso hacia ella—. Nunca olvidarás esto:
ni nos olvidarás a nosotros. Lo juro.

Ella asintió, sus ojos se llenaron de lágrimas nuevamente.

Extendí la mano y toqué su brazo, mi mano acariciándola


lentamente hacia su hombro. Nunca pude entender cómo su piel podía
ser tan suave.

—Cada toque se siente como el primero.

Sus ojos se cerraron.

—Lo hace... realmente lo hace.

—Creo... que recordaré este momento... —suspiré—. Siempre.

Andi se echó hacia atrás, luego giró una vez, dos veces y guiñó un
ojo.

—Dado que es para siempre, pensé que sería mejor hacerlo bien.

—Es un momento de dos giros —estuve de acuerdo.

Ella se rio.

—Ya me lo imaginaba.

—Ven acá. —Extendí mis manos.

Tentativamente, caminó hacia mí, desnuda, con sus senos


animados como el llamado de una sirena, su cuerpo curvilíneo era mi
última caída.

—Esto —dije una vez que ella me alcanzó y pude darle un beso
contra sus labios calientes—, esto es por lo que la gente espera.

—Es justo. —Su frente tocó la mía.

—¿Qué?

Ella se encogió de hombros y luego envolvió sus pequeños brazos


alrededor de mi cuello.

—Lo he estado diciendo una y otra vez. ¿Cómo es justo que solo te
haya tenido por unas pocas semanas, un mes, tal vez dos? —Suspiró
contra mi boca—. Pero en este momento, ahora mismo, puedo decir
honestamente que es justo.
—¿Sí? —dije con voz ronca—. ¿Por qué?

—Porque pudimos vivir... pudimos amar... juntos. Tenemos esto. —


Presionó su palma contra mi pecho—. Independientemente del viaje, de
qué tan difícil fue, qué tan difícil es o qué tan corto fue… El tiempo…
nosotros tuvimos esto, y eso, mi amigo, es un final hermoso.

—Siempre he amado el final. —Luché por contener mis lágrimas.


Para ella, sonreí cuando quería llorar.

—También son mis favoritos —estuvo de acuerdo Andi, sus labios


burlándose de los míos—. Porque sabes, después de todo, estarán bien.

Asentí.

—Estarán bien.

—Tú lo estarás. —Andi ahuecó mi cara—. ¿Lo sabes, verdad?

—No —espeté—. Pero por ti... lo intentaré.

Ella aplastó su boca contra la mía, y la saboreé. Viví para ese


sentimiento justo allí donde todo estaba bien en el mundo, donde el
sexo era hacer el amor, y hacer el amor con mi esposa, Andi, era mi
destino, mi propósito, la razón por la que me había guardado.

La razón por la que no me habían matado hasta este punto... Para


poder amarla.

Increíble, siempre quise un propósito superior. No tenía idea de que


sería mi esposa.

Sin embargo lo fue.

—Te amo... —dije con voz ahogada—, muchísimo.

Ella envolvió sus piernas alrededor de mí mientras caminaba de


regreso a la cama. La parte de atrás de mis rodillas tocó el colchón. Ella
saltó y se arrastró encima de mí mientras me apoyaba sobre mis codos.

—Muéstrame... —Guiñó un ojo—, cuánto.

—Estoy bastante seguro de que lo acabo de hacer. —Señalé


alrededor de la habitación.

Ella se echó a reír.

—Aw, Italia, puedes hacerlo mucho mejor.

—Sí puedo. —Agarré sus caderas y la tiré a mi lado—. ¿Quieres ver?


Andi se echó a reír mientras hacía un trabajo rápido para despojar
mi cuerpo del resto de la ropa.

Empecé por sus pies.

Tenía sentido. El comenzar en la parte inferior, para avanzar hacia


arriba.

Ella trató de patearme. Apreté su pierna más fuerte.

—Oye, déjame hacer mi trabajo.

—Pero hace cosquillas.

—Qué bueno. —Besé el interior de su tobillo—. Shh... vas a


despertar a los animales.

—¿Qué? —chilló Andi—. ¡Están completamente dormidos de


comida!

—¡Shh, te escucharán! —Mis labios se encontraron con el interior de


su rodilla.

Las mantas se agruparon en sus manos cuando echó su cabeza


hacia atrás.

—Eres el diablo. Eso realmente, realmente hace cosquillas.

—Andi, Andi, Andi... —Lamí el interior de su muslo—. Sabes tan


suave.

—Mmm... —Su cuerpo se arqueó.

Mi boca se movió más alto.

Todos sus músculos se tensaron.

—Shh... —Soplé sobre su piel—. Disfruta esto. Sé qué yo lo hago.

—Sergio —jadeó—, date prisa antes de que te mate.

—Por favor, escondí todos los cuchillos. —Mi boca lamió su núcleo.

Un grito y luego:

—Eres malvado.

—Soy tu esposo. —Chupé hasta que ella se retorció—. Es tu culpa.

No más palabras, solo jadeaba y maldecía.


Andi agarró mi cabello con sus manos, luego levantó mi cabeza y
estrelló su boca contra la mía.

Rodé sobre mi espalda mientras ella se sentó a horcajadas sobre mí.

—Ibas muy lento.

—¿Oh? —Solté una carcajada y luego me detuve cuando ella se bajó


lentamente sobre mi cuerpo, centímetro por agravante centímetro.

—¿Quién se está riendo ahora?

La levanté y luego la bajé lentamente.

—Yo no.

Ella jadeó.

—Yo tampoco.

—Más rápido.

Siseé.

—Más lento.

—¡Maldito seas, Sergio!

—Déjame disfrutar esto. —Rodé mis caderas.

Maldijo de nuevo, sus uñas haciendo marcas permanentes en mi


pecho mientras se empujaba contra mí, su forma de tratar de ir más
rápido.

—Te sientes increíble —dijo con ojos cerrados.

Me moví más rápido. Ella mantuvo el mismo ritmo y luego echó la


cabeza hacia atrás, su cabello volando sobre sus hombros, azotando
mis manos donde fueron colocados contra su piel, causando una
sensación y visión tan erótica que tuve que apretar los dientes para no
venirme.

—Déjate ir —le dije con los dientes apretados.

—Si te dejo ir... —Ella parpadeó para abrir los ojos.

Y sabía la verdad; sería solo otro momento pasado, otro segundo


más cerca del final, razón por la cual ella quería ir rápido. Porque no
tendría que pensar. Con un gruñido, salí y la tiré sobre su estómago y
la cubrí con mi cuerpo, con mi calor, mi fuerza. Agarré sus manos y
lentamente me acerqué a ella y luego me moví.

Pasaron los segundos.

Minutos.

¿Horas?

¿Quién sabe?

Fue un momento que no necesitaba definición, solo que era...


perfección cuando sentí su cuerpo tensarse y luego relajarse debajo del
mío, mientras lo seguía y experimenté tal finalización en nuestra unión
que supe que podía seguirla al cielo y saber: que lo había hecho bien.

Lo hice bien por ella.

Por mí.

Y había logrado lo que estaba destinado a hacer en la Tierra.

Amar a Andi.
Capítulo 43
Traducido por Rose_Poison1324

Andi

—¡Amiga! —Tex se levantó de la mesa y se estiró—. Parece que


conseguiste algo anoche. Bien hecho, Andi. Siempre consigue lo tuyo,
eso es lo que digo.

—Oh, ¿en serio? —respondió Mo desde su extremo de la mesa—.


¿Eso es lo que siempre dices, cariño?

—Presiento una pelea. —Levanté mis manos—. No me pongan en


medio de su drama. Soy demasiado pequeña.

—Por favor. —Sergio resopló y nos recibió con un tazón de palomitas


de maíz—. Le das un puñetazo y le robas el arma a Tex justo de sus
manos.

—¿Oh? —Las cejas de Mo se arquearon—. Cariño, no me dijiste eso.


Tenías algo en el ojo, ¿verdad?

Tex me lanzó una mirada fulminante.

—¿Lo que sea que te haya pasado siendo mi perra, y yo soy tu


hermano, y no vas a divulgarlo con mi esposa?

—Oh lo siento. —Sergio sonrió y se echó un puño de palomitas de


maíz en la boca—. No estaba al tanto de las reglas.

—Reglas. —Mo esbozó una sonrisa—. ¿A quién le gustan?

—Nixon. —Trace entró en la habitación—. Pido palomitas… oh,


¿saben qué sería genial?

Todos los ojos se posaron en ella. Durante la semana pasada, desde


mi regreso del hospital, Trace había estado comiendo mantequilla de
maní como si fuera a pasar de moda y comiendo cada pieza de fruta en
la casa; estaba constantemente comiendo, y quiero decir
constantemente. Era extraño, aunque un poco divertido, teniendo en
cuenta que Sergio finalmente había enviado a su ama de llaves a
comprar comestibles debido a que Trace y Bee se habían comido todo...

—¡Santo cielo! —Salté de mi silla y cubrí mi boca con mis manos—.


¡Trace!

Ella frunció el ceño, estirando un puño en las palomitas de maíz y


metiéndolo en su boca.

Sacudí mi cabeza.

—Estás embarazada. —Ella palideció.

Tex se echó a reír.

—Nixon, perro sucio...

—¿Eh? —Nixon entró en la cocina, con una pistola en la mano. En


serio, ¿alguna vez el tipo la desactiva? ¿O la guarda? Probablemente por
eso Trace estaba embarazada. Sonreí ante mi propio chiste.

—¿Por qué soy sucio?

—¡Trace! —Mo señaló con un dedo acusador en dirección a Trace—.


Has embarazado a tu esposa. Bien hecho, gemelo malvado. Bien hecho.

La cara de Nixon estalló en una sonrisa.

—Oh... —le guiñó un ojo a Tex—, eso.

Las palomitas de maíz se cayeron de la mano de Trace cuando


comenzó a contar con sus dedos.

—Seis semanas —dijo Nixon, pareciendo aburrido.

Los ojos de Trace se ampliaron.

Nixon se encogió de hombros.

—¿Qué? Conozco tu ciclo mejor que tú. Tienes alrededor de seis


semanas. Estaba esperando que dijeras algo, pensé que tal vez no lo
sabías. —Su sonrisa era descarada—. Aparentemente, alguien ha
estado distraída.

Trace se lanzó hacia Nixon, envolviendo sus brazos alrededor de su


cuello.

—¿Por qué no me lo dijiste?

Nixon la besó en la boca.


—Honestamente pensé que estabas esperando para decirme hasta
que estuviera más avanzado, hasta que lo supieras. ¿Las chicas no
hacen eso?

—No... —Phoenix tropezó en la habitación, con los ojos cansados—.


...te dicen de inmediato y luego te hacen enloquecer exactamente al
mismo tiempo que lo descubren, haciéndote perder el sueño y
preguntándote si tu hijo heredará las mismas tendencias horribles a
permanecer despierto ¡TODA LA NOCHE!

—¿Soy yo? —Tex frunció el ceño—. ¿O Phoenix acaba de decir toda


la noche? Como si hubiera nacido en los mil ochocientos.

—Café —gruñó Phoenix.

—¿Bee no está durmiendo bien? —supuse.

Phoenix me lanzó una mirada fulminante.

—Insomnio. Lo que significa que tampoco duermo. Lo que significa


que nadie está contento.

Bee entró en la cocina tarareando.

—Ja, alguien está feliz. —Señalé.

Phoenix suspiró y miró a Sergio.

—Dime que tienes café, hombre, o iré a Starbucks, y nadie quiere


verme conducir contra un árbol porque no puedo mantener los ojos
abiertos.

—El mismo armario —señaló Sergio.

Phoenix murmuró un Gracias a Dios en el aire y comenzó a hacer


café.

Nixon seguía besando a Trace.

—Consigan una habitación —dije.

Trace se sonrojó y se alejó de su esposo.

—Lo siento, yo solo... esto es una locura, ¿no? Bee y yo al mismo


tiempo.

—¿Al mismo tiempo qué? —dijo Bee a media bocanada de palomitas


de maíz.
—Creo que estoy embarazada. —Trace mordió su labio inferior—.
Quiero decir yo…

—¡Sí! —Bee saltó al aire—. Me preguntaba si serías la siguiente,


aunque sinceramente pensé que el esperma de mi hermano habría
encontrado su camino hacia Mo. Es extraño... deben ser nadadores
lentos.

—Atención aquí —dijo Tex con una voz retumbante mientras se


levantaba—. Mis nadadores están bien y, por favor, no piensen en ellos,
ni hablen de ellos, o...

Bee lo rechazó con la mano.

—Lo creeré cuando lo vea.

Tex se puso de un rojo brillante.

—No verás la mierda de una paja.

—Cálmate —Bee puso los ojos en blanco—. Me refería al embarazo,


hermano. En realidad, no quiero verlo. —Ella arrugó la nariz—. Esta
conversación dio un giro para peor.

Sergio resopló.

—Lo bueno es que Chase no está aquí.

—Damas, he llegado —anunció Chase desde la parte inferior de las


escaleras—. Quién es la sirena que hizo la llamada, porque podría
haber jurado que escuché mi nombre.

—Tex. —Asentí—. Necesita seguridad de que sus nadadores no son


una mierda.

—Tex nada bien. —Chase asintió con la cabeza y luego la inclinó—.


Espera, estamos hablando de natación o... —Tragó saliva y luego
sonrió—, nadar.

—Oh, buen señor. —Tex bajó la cabeza—. ¡Trace está embarazada!

—¡¿Qué?! —Los ojos de Chase se ampliaron—. ¡De ninguna manera!


¿Quién es el padre?

Nixon gruñó.

Chase pasó junto a él y tiró de Trace para darle un abrazo gigante,


levantándola del suelo.
—Solo bromeaba. —La besó en la mejilla—. Felicidades, Trace... No
puedo esperar para ser el padrino.

Nixon dejó escapar un quejido.

Chase se encogió de hombros y rodeó a Trace con su brazo.

—Solo tiene sentido —susurró al oído de Trace—. Adelante. Dile.

—Er… —Trace se rió—, realmente lo hace, Nixon.

—Diversión familiar. —Tex se echó a reír—. ¿No crees, Serg?

Sergio había estado bastante callado. Esperaba que estuviera


frunciendo el ceño; en cambio, se estaba riendo, su rostro brillante,
feliz. Se me encogió el estómago. Quería que fuera así para siempre… y
no tenía forma de asegurar su felicidad, excepto por el plan que había
puesto en marcha, el plan con el que ni siquiera estaba segura de que él
estaría de acuerdo.

Era una posibilidad remota. Pero era todo lo que tenía.

—Nixon... —Sergio arrojó algunas palomitas de maíz en su boca—,


solo piensa en lo divertido que será tener a Chase como el padrino...

—Oigan... —Trace miró alrededor de la habitación—. ¿Dónde está


Mil?

—Película.

Chase soltó a Trace y abrió los brazos.

—Ella sintió que deberíamos tener una noche de películas para


celebrar una semana desde que Andi y Serg han estado en casa, oh, y el
hecho de que nadie ha recibido disparos.

—Organicemos una maldita reunión. —Frank entró en la cocina con


una copa de vino en la mano—. Sergio, ¿algo que decir?

La sonrisa de Sergio cayó.

Maldición.

—Por supuesto. —Se aclaró la garganta—. No hay problema.

—Phoenix... —Frank asintió—. Tú también.

¿Por qué sentía como si el padre hubiera entrado a la habitación


solo para terminar con toda la diversión?
—Vamos. —Tex me ayudó a levantarme de la silla—. Hora de la
película.

Sergio se acercó a mí y me besó la cabeza.

—Regresaré pronto. Guárdame un asiento.

—De acuerdo. —Agarré su mano, luego la solté y seguí a Tex, pero


no extrañé la expresión taciturna de Phoenix ni la expresión de
confusión de Sergio. Tenía la sospecha de que mi plan ya se estaba
poniendo en marcha.

No por mi parte.

Pero a través de Luca.

Alguien que ya ni siquiera vivía… cumpliendo sus deseos.

Gracioso, pronto tendríamos eso en común.


Capítulo 44
Traducido por Krispipe

Sergio

Frank nos sirvió a cada uno una copa de vino.

Bebíamos vino todo el tiempo, como si fuera agua; si no estabas


bebiéndolo, estabas muerto o muerto. En serio. Cada otra ocasión lo
requería.

Así que no debería haber sospechado, y no lo habría hecho… si


Frank no le hubiera pedido a Phoenix que se quedara también.

Dos jefes y yo.

No era buenas noticias.

¿Pero sería malo? ¿Qué podría ser peor que lo que ya había
experimentado o lo que estaba experimentando actualmente?

Frank se aclaró la garganta y deslizó el vino hacia mí lentamente.


Su cabello negro helado y gris parecía más dominante en la luz,
proyectando un brillo a través de sus rasgos afilados. Me imaginaba que
unos treinta años atrás probablemente podría representar un verdadero
desafío en apariencia y todo alrededor del departamento muscular. Pero
ahora solo tenía el aspecto de un patriarca de una empresa muy
antigua y muy organizada.

Agitó el vino en su copa y luego tomó un sorbo largo.

—¿Has leído tu carpeta negra?

Reprimí un gemido.

—No. Y no creo que lo haga.

Phoneix se tensó a mi lado.

No estaba seguro de por qué.


¿Por qué demonios era tan importante esa maldita carpeta?

—Deberías —alentó—. Luca dejó excelentes marcadores no solo a ti


sino a otros jugadores clave en nuestra… familia.

—Veo lo que estás haciendo. —Jugué con el pie de mi copa de


vino—. Pero no funcionará. Tengo curiosidad pero no tanta como para
que me apetezca leer sobre todas las cosas horribles que he hecho… las
cosas horribles de las que soy capaz.

—Como si debieras hablar —dijo Phoenix en voz baja.

Le lancé una mirada culpable.

Phoenix se rascó la cabeza y se echó hacia atrás. Parecía menos


cansado que hacía unos minutos.

—Mira, sería mejor para ti que lo leyeras.

Los miré a los dos. Nunca habían estado en el mismo equipo.


Demonios, cuánto más lo pensaba, eran básicamente enemigos
naturales. Phoenix había intentado violar a Trace; claro que eso parecía
haber pasado hacía un millón de vidas, pero Phoenix era básicamente el
gran lobo malo, el monstruo, el imprevisible. De todos nosotros, diría
que él fue el que estuvo a dos segundos de volverse loco y simplemente
bombardear la casa porque le apetecía. No tenía sentido.

—¿Qué está pasando aquí?

Me incliné hacia delante. ¿Cómo me había perdido esto? La forma


en que Frank miraba a Phoenix, la forma en que Phoenix casi… se
encogía en presencia de Frank; no porque estuviera intimidado, sino
como si estuviera incómodo con el peso de su propio conocimiento.

—Luca sabía todo de todos —dijo Phoenix lentamente—. Todo. Y


Sergio… es difícil de explicar, pero es casi como si hubiera tomado cada
escenario que pudiera haber sucedido en nuestra familia y se hubiera
preparado para él.

Resoplé.

—¿Qué? ¿Entonces ahora es un fantasma? ¿Un maldito psíquico?


¿Controlando a la familia desde la tumba?

Frank tragó saliva y miró hacia la mesa.


—No sabes nada, y continuarás en la oscuridad hasta que leas la
carpeta, la que Luca dejó específicamente para ti, sobre ti, con
instrucciones que sólo tú puedes llevar a cabo.

Encontré la mirada de Frank, mi mirada inquebrantable, sin revelar


nada.

—¿Y qué pasa si la quemo? ¿Qué pasa entonces?

Frank se lamió los labios y esbozó una sonrisa.

—Me imagino a mi hermano incluso planeando para ese resultado


también. Su mente trabajaba de maneras muy misteriosas.

Phoenix golpeó sus dedos contra la mesa de madera.

—Sergio, todavía te necesitamos. De eso se trata. Te necesitamos en


esta familia. No te vayas. Aún no.

—Aún —repetí.

Los ojos de Frank fueron amables cuando dijo:

—Ella morirá.

Aparté la mirada.

—Lo sé.

—Y cuando lo haga… —Su voz era suave, tranquilizadora—, todavía


te necesitaremos, Sergio. ¿Entiendes lo que estoy diciendo?

Resoplé.

—¿Que no me vaya y me pegue un tiro en la cara? ¿Es eso lo que


estás diciendo? —Sacudí la cabeza—. Bueno, déjame tranquilizarte. Yo
nunca haría eso. Jamás. Andi se avergonzaría de mí si lo hiciera, yo
vivo para esa mujer. —Mi voz tembló—. Soy un hombre por ella, y
estaré maldito si tomo el camino del cobarde porque no puedo vivir sin
ella.

Frank me miró larga y duramente, sus ojos azules penetrantes, su


cuerpo tenso.

—Bien —dijo finalmente—. Bueno. —Levantándose, me echó otro


vistazo y dijo de nuevo—: Lee la carpeta, Sergio, creo que estarás
gratamente sorprendido… o quémala. De cualquier manera, la vida…
está destinada a ser vivida, está destinada a sentir, sin importar cuán
doloroso o triste sea el viaje.
Asentí y susurré:

—No es cómo comienzas. —Frank sonrió suavemente—. Hijo, es


cómo terminas.

—Un hermoso final —repetí lo que Andi y yo habíamos dicho.

—Sí —agregó—, lo es.

Frank salió lentamente de la habitación; sus pasos resonaron por


un buen rato antes de desaparecer, dejándonos a mí y a Phoneix en la
mesa.

—Tengo que decir algo. —Los ojos de Phoenix estaban vidriosos por
las lágrimas—. Y lo siento si estoy siendo ese chico justo ahora, pero
tengo que decirlo.

—¿Qué? —Nunca en mi vida había visto a Phoenix mostrar emoción,


no realmente, no de la forma en que la estaba mostrando ahora, como
si en cualquier momento se fuera a derrumbar y llorar sobre la mesa.

—¿Qué pasa?

—Nunca he… —Sacudió la cabeza mientras las lágrimas llenaban


sus ojos—, respetado a un hombre tanto como te respeto a ti, ahora
mismo, en este momento.

Me tragué el nudo en la garganta.

—¿Ah sí? ¿Por qué?

—Porque lo veo, Sergio. Lo siento. Lo sé. Cómo es estar a salvo, que


alguien te vea a ti, no solo lo que tú quieres que la gente vea. Sino quien
capte las partes más recónditas de tu oscuridad y llame tonterías a tus
propias inseguridades, quién te tome por quién eres y te diga que está
bien. Lo sé.

Se lamió los labios y miró la mesa.

—Lo sé, probablemente mejor que la mayoría, y ahora, tú también.


Ella se está muriendo, hombre, y no puedo… mi cerebro no puede
comprender la gravedad o la profundidad del dolor que sientes, y no
puedo ayudarte… ninguno de nosotros puede… y es asfixiante mirar,
vivir, así que no puedo imaginarme siendo tú, no puedo imaginarme
siendo ella, y por eso, te respeto tanto ahora, justo aquí, justo ahora,
prometo hacer todo lo posible para ayudarte cuando esto pase. Sacaré
tu trasero de la cama cuando parezca demasiado difícil. Te patearé el
culo si no comes. Haré lo que pueda porque te debo a menos eso por
mostrarme lo que realmente es ser desinteresado: amar.

No tenía palabras.

Entonces, por primera vez desde mi promesa a Andi, lo dejé salir. Y


colapsé contra mi enemigo… el único tipo al que probablemente odié
tanto como a Tex.

Y lloré.

Grandes sollozos sacudieron mi cuerpo.

Y Phoenix De Lange de todas las personas…

Me sostuvo.

Y me dijo que iba a estar bien.

Solo desearía haberle creído.


Capítulo 45
Traducido por Rimed

Andi

Esto era familia. Estaba desorganizado, desordenado, caótico,


hilarante, desgarrador, era perfecto.

Trace había decidido rápidamente que no necesitábamos una


película, sino una noche de karaoke.

A Nixon no le hizo gracia.

Y ver a Trace intentar hacer que Nixon cantara Let it Go de Frozen


estaba oficialmente dentro de mis momentos favoritos en la vida. Él se
veía lívido, pero estaba allá arriba, aferrado con un letal agarre al
micrófono mientras Trace bailaba a su alrededor.

Increíble.

Aplaudí.

Tex siguió abucheando.

Y Chase siguió pidiéndole a Nixon que se quitara la camisa. De


algún modo, la canción sufrió un giro para mal cuando Trace intentó
darle una nalgada a Nixon. Él la arrojó sobre su hombro y la cargó
fuera de la habitación.

De todos modos, la canción había acabado.

Me imaginé que iba a ser castigada, en la mejor manera que se


puede imaginar. El chico hogareño parecía tener mucha ira, pero del
buen tipo, como la que sabías que si el momento era el adecuado podía
ser… emocionante.

Reí cuando Chase y Mil subieron al escenario.

En toda mi vida no había visto a una pareja mejor. Ella era


luchadora, él divertido, pero tenía esa intensidad subyacente que creo
que intentaba ocultar para no aterrorizar a los niños pequeños.
Funcionaba.

Cantaron Un mundo ideal.

Chase era la alfombra mágica.

Puedes imaginarte cómo salió eso.

Mil se puso encima de él y… bueno, era Chase; él inmediatamente


la giró y comenzó a besarla.

La canción ni siquiera terminó antes de que Mil dejara de cantar y


se pusiera de un rojo brillante.

—¡Consigan un cuarto! —gritó Tex.

—¡Tenemos uno! —Mil agarró la mano de Chase y lo guio hacia la


puerta justo cuando Phoenix y Sergio entraron.

—¿Qué está pasando aquí? —Phoenix metió sus manos en sus


bolsillos y sonrió.

—¡Cantamos! —anuncié.

Sergio intentó irse.

Chase tapó la puerta con ayuda de Mil.

—¡Hurra! —grité—. ¡Nuestro turno!

Me puse de pie de un salto y rápidamente caí nuevamente a mi silla.


Sergio estuvo a mi lado inmediatamente.

—¿Estás bien? ¿Necesitas ir a la cama?

—No —mentí. El cuarto giraba, pero me estaba divirtiendo mucho y


solo quería fingir que la noche podía durar un poco más—. ¡Cantemos!

—¡Yeyy! —gritó Tex.

—Gesto romántico histórico. —Chase levantó su puño hacia Tex—.


Ese es mi hombre.

Sergio puso sus ojos en blanco y sujeto mis manos.

—Está bien, Rusia, ¿Qué quieres cantar?, juro por todo lo que es
sagrado que, si dices el himno nacional ruso, voy a electrocutar tu
trasero y esconder tu pistola.

Hice un puchero.
—Pero mi pistola es especial.

Él sonrió.

—También la mía.

—Bien. Tú ganas.

—Ja. —Besó la comisura de mi boca—. Bien, ¿entonces qué será?

La única canción que se me ocurría no era divertida. Pero tenía un


significado, así que presioné mi dedo en sus labios y fui hacia la
pequeña máquina, elegí mi canción y tomé el micrófono.

—Si muero joven, entiérrenme en satén, acuéstenme en una cama


de rosas… —Seguí cantando y dando vueltas por el escenario, pero me
mareé súper rápido y tuve que detenerme.

Sergio estuvo allí instantáneamente. Se sentó en el improvisado


escenario y me puso en su regazo mientras seguía cantando.

Estaba en su regazo…

Cantando sobre ser enterrada.

Y él estaba balanceándose de un lado a otro como si eso estuviera


bien.

Tex y Mo se pusieron serios.

Phoenix apagó las luces y pronto los celulares iluminaron el


pequeño cuarto oscuro.

—El afilado cuchillo de una corta vida… oh bien, he tenido el tiempo


suficiente —canturreé. —. Y vestiré de blanco…

Sergio sujetó el micrófono cuando no pude terminar y comenzó a


cantar conmigo. Estaba sin aliento, tal vez por mi cáncer, tal vez por el
hecho de que era tan cierto, tan cercano al hogar; ser enterrada vestida
de blanco, dejando al chico del pueblo.

—Así que pónganse su mejor atuendo, chicos, y yo usaré mis perlas


—canté.

—Un centavo por mis pensamientos… —Sergio respondió en una


suave voz baja, hermosa sin tener que esforzarse.

Nixon y Trace volvieron e inmediatamente levantaron sus celulares.

Era como un concierto tributo.


El final de algo genial.

Una balada de belleza.

Cerré mis ojos y aprecié el momento, donde tenía una familia, donde
tenía amor, donde tenía esa noche todo lo que podía haber deseado o
soñado.

Fue corto.

Pero fue hermoso.

Y fue suficiente.
Capítulo 46
Traducido por Ezven

Sergio

—¿Y?

Nunca me cansaría de besarla, de presionar mis labios contra los


suyos, de saborearla, de explorarla. Mi lengua se encontró con su
lengua. Estaba cansada. No la presionaría a hacer nada. Simplemente
quería, necesitaba, tenerla cerca.

—¿Mmm? —Era muy temprano por la mañana; el sol apenas había


comenzado a alzarse sobre el horizonte—. ¿Todo bien?

—Sip. —Mis manos encontraron sus caderas, y la acerqué a mi


cuerpo—. Ahora sí.

Sus ojos se mantuvieron cerrados mientras escondía su cabeza bajo


mi barbilla.

—Hueles sexy.

—¿Ah, sí?

—Sip. —Soltó un suspiro alegre—. Siempre lo pensé, como a colonia


cara.

Me reí.

Andi se quedó en silencio. Supuse que se había dormido cuando, de


repente, soltó un jadeo.

—Oye… —Alcé su barbilla para poder verla—, ¿estás bien?

Pestañeó, y un momento después, sus ojos se pusieron en blanco.

—¡Andi! —La tomé de los brazos y la acosté boca arriba—. Vamos,


cariño. Háblame. Mantente despierta.

Su cuerpo dio una sacudida, y comenzó a pestañear.


—Lo siento, lo siento… Solo… lo siento.

Entrecerré los ojos.

—¿Qué pasa?

Se relamió los labios.

—Sentía la cara… rara, y… —No dejaba de pestañear


frenéticamente, sus ojos puestos en mí.

—¿Andi? —Odiaba tener que preguntar—. ¿Visión doble?

—Sí… —Frunció el ceño—, y un poco de dolor de cabeza.

Diablos. Había leído todos los folletos, investigado hasta que pensé
que iba a quedarme ciego de mirar tanto la pantalla de la computadora.

Sabía que era posible.

Pero no había creído que sucediera.

Había tenido un derrame cerebral. Observé más atentamente la


parte derecha de su rostro, ligeramente hundida; solamente podría
notarlo alguien que estuviera obsesionado con cada centímetro de su
cuerpo.

—Quizá… —Tragué el nudo que sentía en la garganta—. Quizá


deberíamos llamar a la enfermera de hospicio, solo por si acaso.

Usualmente, la enfermera venía una vez por día.

Había odiado la idea de que llegara el día en que tuviera que


llamarla para que se quedara por más de una hora.

Pero el momento había llegado.

Andi sacudió la cabeza y tomó mi mano. La apretó con fuerza, lo


cual no era decir mucho; su agarre era débil, lo cual provocó
nuevamente que mi estómago diera un vuelco.

—Por favor, espera, solo… hasta el amanecer.

Me relamí los labios, sin estar seguro de si sería una buena idea
esperar. ¿Y si…?

—Por favor —rogó—. Todo luce un poco mejor por la mañana, ¿o


no? Y aún no es de mañana. Técnicamente, aún es de noche. Así que
esperemos hasta la mañana, hasta que el sol ilumine un nuevo día, y
entonces llamamos.
Asentí.

—Está bien.

Andi soltó un suspiro y me besó en los labios.

—Bien, ahora pongamos una silla frente a la ventana para mirar.


Vamos a ver la vida juntos.

Fue nuestro último día bueno.

Así era el cáncer. No tenía ninguna agenda, ningún horario…


simplemente existía. Un día Andi estaba riéndose y bromeando
conmigo.

Al siguiente…

Era solamente una carcasa de lo que solía ser.

Había pasado una semana desde su derrame.

Una semana en la que había visto cómo mi esposa, el amor de mi


vida, se desdibujaba frente a mis ojos. Continuó perdiendo peso; su
apetito desapareció por completo; sus músculos de deterioraron. Era
casi como observar cómo el cáncer se la comía desde dentro.

Intenté animarla.

Mirábamos películas en la cama. Le cantaba incluso aunque tenía


una voz horrible.

Y cuando estaba demasiado cansada para leer… leía yo por ella.

Sus estúpidos libros de romance histórico.

Sobre duques y Londres y reinos lejanos que ya no existían.

Le encantaban.

Así que a mí me encantaban también.

—Sergio… —farfulló Andi; su habla había comenzado a deteriorarse,


sobre todo de noche—. Prométeme otro amanecer.

—Lo prometo. —Besé su frente—. Duerme. —Se durmió en


segundos.

Dejé el libro y salí de la habitación, no porque quisiera estar lejos de


ella, sino porque no había comido en todo el día. Había estado
demasiado perdido en ella.
Demasiado triste.

Eran aproximadamente las ocho de la noche cuando bajé a la


cocina.

Chase estaba sacando algo del horno. Frank estaba sirviendo vino, y
el resto estaba quieto.

No era incómodo, era simplemente… deprimente.

—Mi otra zorra hizo algo de comer —soltó finalmente Tex.

Y, de repente, todo volvió a estar bien.

Esbocé una sonrisa.

—Más le vale haberle puesto manteca a mi pan.

—¡Oye, perra, ponle tú! —espetó Chase.

Me reí.

Probablemente por primera vez en toda la semana.

Comenzamos a discutir sobre la cena.

Cuatro botellas de vino se esfumaron, y supe que, algún día,


aunque no fuera pronto, estaría bien. Porque tenía una familia;
realmente tenía una familia.
Capítulo 47
Traducido por Ezven

Andi

Lo sentí.

Quizá fuera normal… o quizá no. Pero era como si una alarma
hubiera comenzado a sonar dentro de mi corazón, llamándome,
atrayéndome. Y una paz que no había experimentado en toda mi vida
me enfundó. Era cálida, como una manta en una noche fría de invierno.

Desperté y esbocé una sonrisa auténtica; como las que guardaba


solamente para Sergio.

Estudié la habitación. Estaba todo en marcha, los planes para su


vida habían sido establecidos, incluso aunque no lo supiera.

Había hecho lo que podía.

Y había hecho bien; sabía eso en mi alma. La paz que sentí en aquel
momento fue suficiente para ayudarme a salir de la cama.

Me rodeé el cuerpo con un chal y le di un beso a Sergio en la


coronilla. Se removió, y despertó justo en el momento en el que yo
cruzaba la puerta de la habitación.

Me seguiría.

Siempre me seguía.

Pero esta era la última vez. Sería la última vez que me seguiría, y
era así como debía ser.

Recorrí el barandal de madera con los dedos mientras bajaba las


escaleras, mis pies descalzos hundiéndose en la alfombra afelpada y
cálida. La casa olía a pasta; me imaginé que habían tenido una muy
buena cena la noche anterior; llena de vino y carcajadas.

Bien. Necesitaría todo aquello.


Y mucho.

La noche oscurecía la casa, sus sombras lanzando un resplandor


reconfortante mientras llegaba a la puerta principal.

Oí los pasos de Sergio detrás de mí.

Abrí la puerta de entrada y salí. La luna estaba comenzando a


esconderse, el sol asomándose ligeramente desde el este.

El aroma del invierno había desaparecido hacía mucho, y la


primavera estaba comenzando a abrirse lugar en la atmósfera, trayendo
con ella su crecimiento, su vida.

Era poético, realmente, si me ponía a pensar en ello. El momento


era oportuno… incluso más perfecto de lo que esperaba.

Un paso.

Dos.

Tres… y puse un pie sobre el campo, el mismo por el que había


corrido con mi vestido de novia cuando mi esposo me había hecho
enojar.

Otra vez, era tan poético, tan romántico, que la vida nos hubiera
traído aquí.

Que nos hubiese juntado.

En aquel mismo campo.

Me tragué las lágrimas mientras veía cómo el cielo cobraba vida.

Lo extrañaría.

Desesperadamente.

Habíamos tenido poco tiempo.

Pero había sido bueno.

Y era así como se medía la vida; no en cantidad, sino basándose en


la fuerza de los momentos que pasabas con alguien.

Me di la vuelta mientras Sergio se acercaba lentamente, con el


cabello despeinado, su expresión calma, su cuerpo fuerte. Lo recordaría
por siempre; su mandíbula marcada, sus labios definidos, sus preciosos
ojos celestes, su cabello largo de pirata… o como diría yo… el cabello del
duque de una novela de romance histórico, el que haría que todas las
mujeres se volvieran locas.

Era mi héroe.

Mi caballero de brillante armadura.

Está bien, le faltaba el caballo.

Pero su corazón… diablos, era fuerte.

No tenía una armadura… pero, después de todo, ¿los hombres como


Sergio? Raramente la necesitaban.

Sus pasos eran decididos, las comisuras de sus labios alzándose


hasta formar una triste sonrisa.

Hermosa… y mía; un regalo que nunca llegaría a merecer, pero que


valoraría siempre. Le guiñé un ojo y me senté, la hierba haciéndome
cosquillas en las piernas. Acerqué el chal aún más a mi cuerpo y esperé
a que me alcanzara.

Para un último momento.


Capítulo 48
Traducido por Mais

Sergio

Lo supe antes que ella me despertara.

Algo en mi alma se había removido… tal vez era porque estábamos


conectados a un nivel tan profundo que sus pensamientos eran propios;
sus sentimientos, igual.

La seguí hacia el campo, sonriendo cuando me dio esa sonrisa


tímida a la que me había acostumbrado ver: la misma que había
desaparecido de su rostro la semana pasada.

—¿Querías salir a correr en la medianoche, eh? —bromeé.

Andi se rio.

—Sí, bueno, me conoces. Me gusta retarte y todo eso. Los italianos


no son conocidos por su espontaneidad.

—¿Quién usa grandes palabras a esta hora de la mañana?

Sus cejas se alzaron.

—Los rusos.

Estiré mi mano. Ella se puso de pie y la apretó.

—Gira.

—¿Eh?

La besé suavemente.

—Esto… —Retrocedí y miré hacia sus pantalones de pijama y su


camiseta—, es un atuendo digno para girar y hacer bailar la ropa…

—¿En serio? —Lágrimas se acumularon en sus ojos.


—Sí. —Asentí, luego lentamente la hice girar, una, dos, tres veces,
trayéndola hacia mis brazos y besándola de nuevo, lentamente bailando
de lado a lado—. Eres hermosa.

—Nop. —Se alejó—. No haré esto. Sabes que nunca hubiéramos


funcionado, ¿verdad?

Me senté en el suelo y tiré de ella en mi regazo.

—¿Oh, en serio? —Mis manos bailaron por sus brazos, frotándolos


arriba y abajo, tratando de calentar su frío cuerpo—. ¿Por qué?

—¡Odias el vodka y nunca siquiera terminaste la lista de luna de


miel!

Me reí.

—Terminamos con las partes importantes.

—Cierto. —Recostó su cabeza contra mi pecho y dejó salir un


enorme suspiro—. Sabes que realmente no me amas, ¿verdad?

—Sí, lo hago. No me digas cómo sentirme. —Tiré de ella hacia mí de


nuevo y besé su nariz, sintiéndome medio dolido que dudara de mí.

—Nop. —Sacudió su cabeza—. Me rehúso a creerlo. ¿Quieres saber


por qué?

—Particularmente, no; pero, decirte no es como ondear una bandera


roja frente a un toro. ¿Debo sentarme para esto?

—No, pero puedes sostenerme.

—Ya estoy haciéndolo.

—Y tú estás sentado, tonto italiano.

—Tan buen estudiante.

Acarició mi nariz.

—Yo fui primero tu profesor, sabelotodo.

—Un día… —Suspiró con felicidad—, vas a enamorarte, y será


épico, hermoso, y angustioso.

—Ahora me siento así. —Mis palabras se sintieron roncas mientras


apretaba más su cuerpo.
—¡Me rehúso! —dijo con voz terca—. Porque eso hace nuestra
historia demasiado trágica, y no me gusta eso. Creo que merecemos un
final feliz… ¿entonces, tú y yo? Somos mejores amigos. Tenemos un
montón de primeras veces. Pero te imaginas volviéndonos viejos,
¿Sergio? Te robarías el control de la televisión. Yo golpearía tu cabeza
con un bate de béisbol.

—No te olvides de las ollas y sartenes —dije, riendo.

—Quiero decir, ¿quién hace eso? —terminó Andi—. ¡Imagina a


nuestros hijos!

—Serían hermosos —dije, con reverencia.

—Serían americanos sicilianos con un pedazo de ruso… serían


horribles.

Rompí en risas. Se sentía bien reír. Así era Andi; sabía lo que estaba
haciendo, incluso en sus últimos minutos… tratando de alegrarme. Tal
vez podía sentir mi corazón rompiéndose. Tal vez ella podía escucharlo.
Sabía que podía.

—Y no hagas que empiece a hablar sobre la forma en que te robas


todas las sábanas, Sergio. No muy elegante, y quiero decir, sí roncas.

—Ronroneo.

—Roncas —corrigió—. Y cantas como la mierda.

—Gracias.

—Es la verdad.

—¿Nada dulce, eh, Rusia?

—No, Sicilia, no dulce.

—¿Entonces, eso dónde nos deja? —dije, con miedo de preguntar.

—Con un adiós. —Se encogió de hombros, luego me besó


suavemente a través de los labios—. Pero será un infierno de
despedida… con besos, abrazos… pero sin lágrimas. No te pongas suave
conmigo. Los rusos no lloran.

—¿Incluso cuando los rusos ven Frozen?

—¡Juraste mantener el secreto! Sabes que eso significa que tengo


que matarte.
—Haz lo peor que puedas. —Abrí mis brazos, pero en lugar de
golpearme, solo se recostó, su cabeza contra mi pecho.

—Recuerda este momento, Sergio… cuando me haya ido… y por


favor, por el amor de Dios, sonríe, no vuelvas a ese lugar. No te enojes,
no te pongas rencoroso, solo sonríe… porque tuvimos una oportunidad.
Fue corta, pero todavía la tuvimos. Y eso, mi amigo, es un hermoso
final, ¿recuerdas?

Cerré mis ojos, parpadeando para evitar que caigan las lágrimas.

—Sí, lo recuerdo.

Andi besó mi mejilla y suspiró; su respiración sonaba más


laboriosa, su cuerpo se sentía frío, helado.

—Andi… —Mi voz se quebró—. Rompí mi promesa.

Se removió en mi regazo y me miró.

—¿Qué?

—Lloré. Lloré por ti.

Los ojos de Andi se llenaron de lágrimas mientras ahuecaba mi


rostro con sus manos.

—Está bien… yo también lloré.

Asentí, sin confiar en mi voz.

—¿Me sostendrás ahora? —Suspiró—. ¿Así podemos ver juntos la


puesta del sol? —dijo, con voz quebrada.

—Sí, Andi.

Se relajó contra mí. Su cuerpo se sentía tan frágil, tan pequeño.

—Te amo, Italia.

—Yo también te amo Rusia.

—Hasta la muerte… —susurró Andi.

—Hasta la muerte —repetí.

El sol se elevó sobre el horizonte; era brillante, asombroso. Andi


apretó mis manos y suspiró feliz.
Toda mi vida había visto a la gente morir. Después de todo, la
mayoría del tiempo había sido el que ofrecía la muerte. Había estado al
otro lado del gatillo, el puño, el cuchillo.

Siempre pensé en ello como un ser tan indiferente, mecánico.

Estaba equivocado.

Tan equivocado.

Morir no tenía que ser trágico.

No tenía que ser horrible.

U oscuro.

Podía ser hermoso.

Lo supe en el minuto en que salí de nuestra habitación que no


volvería a entrar con Andi en mis brazos.

Lo supe en mi alma.

Sin embargo, la seguí.

Seguiría a esa mujer a todas partes.

Y ella sabía eso.

Era una bondad: alejarme de mi familia, de mi casa, de cómo sería


el recuerdo de encontrarla sin vida en nuestra cama, en la habitación
que habíamos compartido.

—Andi —susurré—, te amo… hasta la muerte…

Tomó su último aliento.

Se sintió como el propio.

Y la sostuve como si mi energía la fuera a traer de vuelta.

No lo haría.

Pero la sostuve de todos modos.

Durante una hora me quedé allí sentado con Andi en mis brazos. El
sol se reflejaba en su rostro —era tan brillante, tan hermoso— y supe…
que la muerte no tenía que ser horrible.

Podría ser como Andi.


Absolutamente perfecta.

Evité las lágrimas.

Al menos lo intenté.

Pero no duró mucho.

Porque después que pasó una hora, sentí una mano tocar mi
hombro. Tex se sentó a mi lado y envolvió un brazo alrededor de mi
cuerpo y me sostuvo…

Mientras lágrimas fluían libremente por mi rostro.

Nixon se sentó al otro lado.

Y entonces Ax.

Chase.

Frank.

Phoenix.

Los jefes de la mafia y dos hombres hechos a sí mismos.

No solo me sostuvieron.

Cada uno de ellos lloró conmigo.

Andi no solo me había afectado a mí. Nos había afectado a todos,


nos había reunido, hizo algo hermoso de lo que durante tanto tiempo
había sido oscuro.

Y yo tuve que, en ese momento, sonreírle a… Luca.

Que se joda el hombre.

Él siempre supo lo que estaba haciendo.


Capítulo 49
Traducido por Mais

Sergio

El funeral fue pequeño, no grande.

¿La gente invitada?

Familia —y solo familia— además de un doctor ruso y su siempre


presente fruncido y ojos sabios.

—Nicolai. —Estiré mi mano.

La tomó, su agarre firme. Con sombras tenues debajo de sus ojos,


se veía tan exhausto como yo.

—Sergio, recuerda lo que prometí.

Sonreí tristemente.

—Prefiero sentir que olvidar.

Asintió con la cabeza.

—Me imaginé que dirías eso.

Una mujer estaba a su lado, prácticamente pegada a su lado, pero


algo en su parada parecía cauteloso, como si temiera que yo fuera a
sacar un cuchillo hacia ella o algo.

—Ah… —Nicolai se hizo a un lado—, te presento a Maya.

Estiré mi mano.

Ella la miró fijamente.

Nicolai asintió hacia ella como si estuviera bien que realmente


hiciera algo más que tocarme. Cuando su mano tocó la mía, una chispa
de familiaridad me golpeó; mis ojos se entrecerraron mientras miraba
su rostro, los rasgos tan similares a la mujer que acababa de enterrar.
—Maya —dijo Nicolai en voz baja—. La hermana de Andi.

Dejé caer su mano en conmoción. Mientras que Andi tenía rasgos


brillantes, los de Maya eran mucho más oscuros. Era ligeramente más
alta y de contextura atlética. Pero sus labios, su nariz… eran tan
similares que era una locura.

—Yo soy… —dijo con voz quebrada—. Nunca la conocí. —Lágrimas


se acumularon en sus ojos—. Pero por lo que Nicolai me ha contado,
tuvo una buena vida. Por ti, vivió. —Dejó caer su cabeza—. Gracias por
protegerla de mi padre.

—Fue mi privilegio —dije con honestidad, silenciosamente


preguntándome si estaba pasando por lo mismo que Andi; o peor,
todavía bajo el mando de su padre.

Mi mirada voló hacia Nicolai, pero su expresión era ilegible. Si se


podía decir algo, se había cerrado completamente. Parecía que la
emoción todavía no tenía lugar en su vida; no es que pudiera culparlo.

—Gracias por venir. —Retrocedí un paso.

Nicolai envolvió un brazo alrededor de Maya.

Ella se estremeció, no necesariamente de miedo, pero casi como si


su toque hubiera ocasionado daño físico… tal vez incluso emocional.

Se fueron hacia una limosina esperándolos.

Y yo me quedé por la tumba.

El resto de mi familia se quedó cerca. Les dije que necesitaba un


minuto a solas, que naturalmente, interpretaron como retroceder, al
menos, diez pasos pero sin dejarme de vista.

No podía culparlos, no realmente. Estaban preocupados por mí. No


deberían.

Estaba triste.

Devastado.

A solas.

Enojado.

Llevaba todas esas cosas —mentiría si diría que no— pero cada vez
que quería gritar, chillar, o disparar a alguien, pensaba en su rostro,
imaginaba su sonrisa, y de repente todo parecía no tener sentido.
¿Por qué respondería con enojo cuando me habían dado uno de los
regalos más inapreciables de mi vida?

Me agaché a su simple tumba gris y la toqué con mis dedos.

—Tenías razón. —Tragué y cerré mis ojos—. Dijiste que estaba


muerto por dentro, y tenías razón. Estaba tan enojado contigo por
decirme la verdad, por arruinar mi cuidadosa planificada vida, por
hacerme sentir cuando todo lo que quería hacer era lanzar una fiesta de
lamentación y encerrarme lejos con una pistola. —Abrí mis ojos y
sonreí, recordando la forma en que ella me había despertado esa
primera mañana—. Dijiste que estaba muerto. Creo que por lo que
estabas pasando, reconocías la muerte con facilidad en otros. Viste las
señales en mí, y en lugar de permitirme seguirte, me sanaste. —Me
puse de pie—. Gracias.

Retrocedí un paso y metí mis manos en mis bolsillos.

—Te amaré… hasta la muerte.

—Come. —Chase lanzó un plato en mi dirección, apilado con al


menos tres diferentes tipos de pasta, dos salsas, y suficiente pan para
alimentar a un pequeño país—. Ayuda.

—¿Comer mis sentimientos? —respondí, tomando una rodaja de


pan—. No sé si es una buena idea.

—Bebe. —Frank me llenó una saludable copa de vino.

—Estoy bien —dije, probablemente por la décima vez en los últimos


tres minutos—. En serio, no tienen que quedarse.

Mo sacó una silla a mi lado y acercó mi vino.

Suspiré en su dirección, luego tomé la copa y sorbí. El sabor no fue


cómodo; faltaba algo. Fruncí el ceño, luego me paré de mi silla.

La habitación estaba en silencio.

Lo juro, estaban esperando que explote.

No lo haría.

Pero sin importar cuántas veces lo dijera, no me creían.


Cuando llegué al borde de la cocina, me estiré hacia la cabina de
licores y saqué una botella gigante, luego giré mi rostro hacia todos.

—¿Vodka?

Pensarías que acababa de acordar dar todos mis autos a la gente


sin hogar e iría en un viaje estilo El Señor de los Anillos para
encontrarme a mí mismo.

—¿Vodka? —repitió Frank, su voz apenas encima de un susurro.

Saqué dos vasos de chupitos, los llené hasta el borde, luego asentí
hacia los chicos. Cada uno de ellos agarró uno y entregó el otro a su
pareja.

Yo sostuve el mío en el aire y susurré:

—Por Andi.

—Por Andi —dijeron al mismo tiempo.

Nunca pensé que vería el día en que italianos bebieran vodka en un


funeral.
Capítulo 50
Traducido por Candy27

Sergio

Pasó una semana y después dos, seguida de tres.

Las conté; me hacía sentirme menos como si me fuera a volver loco


y más como si estuviera desarrollando un caso serio de Trastorno
Obsesivo Compulsivo.

Todo el mundo se fue una semana después del funeral.

Estaba solo en mi casa de nuevo.

Y me sentía solo, mierda, eso se sentía solitario. No había sido capaz


de enfocarse en nada excepto de hecho en pasar el día, comiendo tres
comidas completas al día y ejercitándome para sacar mi mente del dolor
emocional que cortaba a través de mi pecho cada vez que iba a la
habitación que compartí con mi esposa.

Finalmente, durante la tercera semana…

Me desperté.

Y me sentí diferente.

No estaba mejor, ni por algún tramo de imaginación, pero me


sentí… bien, como si el mundo no estuviera derrumbándose a mi
alrededor. Como si pudiera respirar, a lo mejor, un poco más
profundamente.

Después de desayunar caminé hacia mi estudio e hice una pausa.


La puerta, la puerta que siempre había cerrado del mundo, estaba
entornada.

Me rasqué la cabeza.

La última vez que había estado allí había sido hace meses. Los
chicos sabían que no debían entrar debido a que yo era un hombre
privado, y había cierta cantidad de respeto entre todos nosotros y
nuestras oficinas; eran nuestros dominios, donde hacíamos lo feo, lo
oscuro… donde nos sentábamos y contemplábamos nuestros pecados y
suplicábamos por perdón.

Curioso, di un paso dentro.

Nada parecía fuera de lugar.

Excepto la carpeta negra.

Había estado colocada en el lado más alejado de mi escritorio.

¿Pero ahora? Estaba apoyada contra la lámpara, la única luz


parpadeante en la habitación.

¿Estaba Frank detrás de esto?

¿Su forma final de conseguir que lo lea?

Me acerqué.

Había una pequeña nota adhesiva rosa pegada al final. La cogí y


sonreí con satisfacción: Léeme o fallece, Andi.

Rompí a reír. Por supuesto que lo haría. Amenazándome incluso en


su muerte, rusa sedienta de sangre.

La carpeta no tenía poder sobre mí, sabía eso, pero también sabía
que no me iba a gustar lo que estuviera dentro. Era el equivalente de
ver todos los horribles pecados que has cometido en blanco y negro.

Imposible de borrar.

Imposible de olvidar.

Lentamente, saqué mi silla; rodó sobre el suelo de madera. El


sonido podría haber sido también una pistola sonando.

Estaba haciendo esto.

Porque Andi me había dejado una nota.

Y no le podía negar nada a esa chica.

La carpeta era pesada, debía ser así, sabiendo lo que había hecho,
las cosas que había experimentado en mi corta vida.

Con los dedos temblorosos, abrí la primera página.


Un pequeño brazalete de goma estaba pegado dentro con otra nota
adhesiva rosa pegada: Llévame.

¿Qué era esto? ¿Alicia en el país de las maravillas?

El brazalete era uno de esos de silicona, los que los estudiantes de


instituto llevaban como crack en sus muñecas. La levanté hacia la luz y
sonreí con satisfacción.

De Rusia Con Amor.

En el otro lado, decía…

Mejores Amigos Por Siempre.

Mi risa pronto se volvió en un sollozo silencioso mientras me ponía


el brazalete en mi mano derecha. Se sintió como si ella estuviera allí, en
esa habitación conmigo. Las lágrimas goteaban sobre las páginas de la
carpeta negra, manchándolas, haciéndolas parecer menos terroríficas y
más rompibles, como si no tuviera que dejar que me definieran.

Andi no habría querido eso.

Infiernos, yo no quería eso.

Cerré los ojos y por un breve momento recordé su brillante sonrisa,


sus grandes ojos marrones, y el constante sarcasmo. Si pudiera verme
llorando, me hubiera pateado el culo. Reí ante la idea de ella
regañándome.

Podía hacer eso. Respiré profundamente y miré la siguiente página.


Estaba llena con todo lo que había asumido que estaría llena.

Hechos de mí.

Mi edad.

Mi cumpleaños.

Mi número de la seguridad social.

Alias conocidos.

La fecha de mi primer asesinato.

El nombre de la persona y la organización.

Como si necesitara que me recordaran cualquiera de esas cosas.


Giré la página e hice una pausa. Una pieza de un cuaderno de papel
estaba pegada dentro. Mi nombre estaba garabateado a lo largo.

Frunciendo el ceño, lo quité de la página y abrí la nota.

Italia,

Solo voy a decir esto una vez. Deja de llorar, o si no buen Dios, voy
a levantarme de las cenizas y a cazarte por el resto de tu vida.
Estoy segura de que ahora mismo estás pensando que eso sería
mejor que nada. Pero créeme, no hay nada divertido acerca de ser
cazado. Imagíname golpeando una sartén con mi bate de beisbol
cada hora del día. Te volverías loco, y nadie quiere verte perdiendo
tu mierda.

Debes de preguntarte por qué te he escrito una carta.

Te estaba viendo dormir.

Ja, espeluznante, ¿verdad?

Resoplé una risa y limpié las lágrimas de mi cara y continué


leyendo.

Sabes que tienes una cicatriz en la parte de atrás de tu oreja, lado


izquierdo. Es difícilmente perceptible, a menos que tengas visión super-
humana como la tuya seguramente, gracias a mi herencia rusa.

Puse los ojos en blanco.

Deja de poner los ojos en blanco, Italia.

Sonreí.

De todas maneras, cuando te conocí por primera vez, estaba


constantemente intentando encontrar un defecto estúpido. Quiero decir,
¿cómo un tipo podía ser tan perfecto? Naturalmente, ese pensamiento
tuvo una corta vida en el minuto que te ofreciste a matarme; gracias, por
cierto, un momento muy especial. Estaba tumbada en la cama mirando
esa estúpida cicatriz al momento que esta idea me golpeó.

Conscientemente toqué la cicatriz detrás de mi oreja, la que me fue


dada por mi hermano cuando intentó disparar una flecha a un árbol, y
había girado bruscamente, casi empalándome en la parte de atrás de la
cabeza.

Vas a sentirte muy solitario, lo cual es lo esperado. Quiero decir,


vamos a encararlo. Traje un montón de ruido a tu vida. Te forcé a
llevarme a una loca luna de miel, te forcé a tener sexo conmigo; ja, ja,
solo bromeaba. Eso no fue forzado, y ambos lo sabemos. Aw, mi pequeño
amante italiano. El punto es… un montón de esas cosas tenían un
propósito, uno del que ni siquiera era consciente hasta ahora.

Ella es realmente bonita. Creo que te gustará. Es un poco callada.

Bueno, bastante más callada, mas callada de lo que yo soy, pero a


veces los opuestos se atraen. Sus ojos son estos matadores color
avellana en los que sé que los chicos tienen la capacidad de perderse. Su
nombre es Valentina. Bonito nombre, ¿verdad? Oh, para de ponerte como
loco. ¡Es un nombre italiano! ¡Deberías estar saltando de alegría!

Tiene miedo a las alturas; tendrás que ayudarla con eso. Aterrorizada
de viajar fuera del país; así que a lo mejor desea ir a los lugares que yo
nunca tuve la oportunidad de ir.

No puedes disparar un arma para salvar su vida. Ama las novelas


románticas.

Especialmente esas con duques y condes. Debería haberte comprado


un disfraz, solo en caso de que tu coqueteo sea una mierda, y no puedas
conseguir que hable contigo. Ja, bromeando.

Pero en serio. Hablarás con ella. Lo intentarás. Ves, me ocurrió a mí,


que me casé con un hombre viejo. Quiero decir, vas a tener treinta este
año. Necesitas asentarte, tener una familia, dejar de disparar a cosas.
Tienes el punto. Y pensé… qué mejor manera de animarte a empezar a
tener citas que escoger tu primera cita —y con suerte si es tan
impresionante como he escuchado de Luca todos estos años— la última.

¿Ya has puesto las piezas juntas? Llega allí rápido. En las páginas
de esta carpeta negra descubrirás algunas cosas acerca de ti mismo que
nunca creíste posible. Parece que las grandes mentes piensan igual.

Yo estaba destinada a Dante. ¿Te importa adivinar para quién


estabas destinado tú? Valentina. Luca escogió a su propia hija para
casarse contigo. Igual que escogió a su propio hijo para casarse conmigo.
Sin embargo, las cosas se liaron, y en ese lio, Luca, bendice su corazón,
siguió planeando para lo peor. Creo que eso fui yo, mi enfermedad, tú y
la tuya.

Porque vamos a no pretender que tú no estás enfermo; a lo mejor más


enfermo de lo que yo estaba. Pero ahora eres mejor, honestamente,
también yo. Recuerda, prometiste no llorar, ¡así que para! Estoy feliz.
Puedo patear culos sin sentirme mareada, y, mientras tú estás leyendo
esto, yo estaré seguramente mirándote desde arriba, bebiendo vino con
Luca y vitoreándonos por nuestra impresionante planificación.
Probablemente podríamos haber conquistado el mundo algún día, Luca y
yo.

En esta carpeta encontrarás todo lo que necesitas saber acerca de la


dinastía Nicolasi. Como puedes ver… ¿la carpeta negra? Aunque hay un
montón de tu información en ella, Luca la construyó. La creó para darte
un camino que seguir. Sabía que necesitarías una guía, guía que nunca
conseguiste de tu padre. Sabía que un día le necesitarías, y él no estaba
tan seguro de que fuera capaz de hacer eso si estaba muerto.

Divertido que la cosa de la que estabas más asustado… más


disgustado con, va a ser tu salvación. Entonces de nuevo, la vida es así,
¿no?

Frank va a preguntarte para que vayas con él a encontrar a los


gemelos.

A encontrar a los niños de Luca, para convencerlos de que se unan a


la familia.

Ve con él. Arriésgate.

Sonríe a la chica. No frunzas el ceño. Te hace parecer siniestro.

Ayúdala. Va a necesitarte.

Y sabes que tienes mi bendición, incluso aunque voy a estar celosa


como el infierno de que otra chica vaya a experimentar lo que conseguí
experimentar yo. Fuimos amantes. Mejores amigos. Enemigos. Fuimos
todo. Pero eso no tiene que ser el final. Todavía tienes tiempo para más
historia, y quiero pensar que Dios no es suficientemente cruel para
darnos una sola alma gemela. Quiero creer que te dio dos.

Te amo más de lo que nunca sabrás. Gracias por hacer que mi último
beso contigo, mi último momento, mi última risa, mis últimas lágrimas se
sintieran como las primeras.

—Rusia

Con las manos temblorosas, coloqué el papel sobre la mesa y bajé la


mirada hacia la carpeta de nuevo.

La siguiente página tenía una foto de una chica.

Estaba riendo.
Su pelo era de un exuberante castaño, más oscuro en lo alto que en
la parte de abajo, como si estuviera en crecimiento. Sus ojos eran color
avellana, justo como Andi describió, y estaba levantando su Kindle con
júbilo, como si acabara de conseguirlo como un regalo o a lo mejor
acababa de terminar de leer el mejor libro de su vida.

Su sonrisa era fácil.

Miré hacia otro lado mientras mi corazón se apretaba.

La siguiente página era información acerca de Valentina y Dante, su


localización y sus alias conocidos.

Y la página después de esa….

Con la letra de Luca había otra nota. No era larga como la de Andi.
Entonces de nuevo, era fácilmente un hombre de pocas palabras, usaba
sus puños y su pistola para hablar.

Encuentra a mi hija. Protégela. Cásate con ella. Conozco tus secretos,


y ahora ella también. Si estás leyendo esto, me he ido hace tiempo.
Continúa mi legado por mí. Debes saber que Frank y yo hemos hablado.
Si Dante no quiere tomar la familia Alfero, te caerá a ti.

Tú eres a quien he escogido. A quien escoge Frank. Liderarás a los


Alfero si Dante no lo hace. Y harás un jodido buen trabajo, hijo.

—Luca

Perplejo, miré fijamente la carta, leyéndola una y otra vez. ¡No había
dudas de que Phoenix había querido que leyera la maldita carpeta! Y
Frank. Me puse en pie. Mi silla se deslizó hacia atrás y chocó con la
pared con un golpe.

Tragué mientras las paredes de mi garganta amenazaban con


cerrarse.

—Golpeé —dijo Phoenix desde la puerta—. Divertido, estaba a punto


de preguntarte si habías leído la carpeta.

Señalé hacia ella.

—¿Lo sabias?

—Mierda, Sergio, ¿siquiera necesitas preguntar? —Phoenix se cruzó


de brazos—. Lo sé todo. Luca se aseguró de eso al minuto que me
encargué de la familia. Simplemente no lo creí al principio, no que no lo
quisiera, considerando todo. Pero… —Se encogió de hombros—. Ella te
cambió.

—Ella nos cambió a todos nosotros —susurré.

—Sip. —Asintió Phoenix—. Lo hizo.

—Así que… —Me rasqué la parte de atrás de mi cabeza—, parece


que me voy a Nueva York.

Phoenix sonrió con suficiencia.

—Ya he reservado tu vuelo.


Epílogo
Traducido por Mais

Sergio

—¿Qué significa eso? —La mesera inclinó su cabeza hacia mi


antebrazo derecho—. ¿Tu tatuaje?

Me recosté en la butaca, mi mano palmeando contra la taza de


cerámica. El olor de comida grasienta llenaba el aire. Una campana
tintineó mientras Frank hacia su camino hacia mí desde la puerta.

—¿La marca de conteo? —pregunté educadamente.

Ella asintió con la cabeza. Maldición, la chica solo gritaba inocencia.

Tuve que luchar para evitar asustarla.

—Es por una amiga —dije con voz ronca, luego me encogí de
hombros—. Mi mejor amiga.

—Chica con suerte. —Su sonrisa fue cálida.

—Murió —dije lentamente—, y le prometí que nunca olvidaría… le


dije que solo marcaba cosas que eran desesperadamente importantes
para mí. Y la tinta es para siempre, ya sabes.

—¿Por eso pusiste la inscripción debajo de ello? —Señaló.

Bajé la mirada. Hasta la muerte había sido escrita en cursiva debajo


con una marca de conteo negra con una rosa dibujada a través.

—Sí —dije con voz ahogada—. Por eso.

—De nuevo… —La mesera se encogió de hombros—. Chica con


suerte.

—No —la corregí—. Yo soy el de la suerte.

Frank se aclaró la garganta.


—Bueno, yo solo… —La mesera se sonrojó y se alejó.

—Entonces… —Frank dobló sus brazos contra la mesa y se inclinó


hacia adelante—, apuesto a que has leído tu carpeta.

—Nos iremos mañana —dije silenciosamente.

—Nueva York. —Frank suspiró—. Nunca pensé que volvería a ese


lugar de mierda. Es donde empezamos, ya sabes, pero Chicago había
sido nuevo, limpio, y no afectado por las familias del crimen. Nos
mudamos, y todo cambió.

—¿Crees que ellos saben que estamos yendo?

Frank resopló.

—Oh, lo esperarán. Nuestros primos han estado protegiendo a ese


chico y chica por los últimos diez años.

—¿Estos primos son… amigables?

—Infiernos, no. —Frank sonrió—. Pero un poco de disparos no hace


daño a nadie.

—Pensé que tu familia era la menos violenta de las cinco —


murmuré.

—Gracioso. —Frank revisó su reloj—. Siempre creí que eran los más
violentos.

—Fantástico.

—Ay, ¿dónde está tu sentido de la aventura?

La lista quemaba en mi bolsillo. En alguna parte estaba escrito: Ir a


una obra de Broadway en Nueva York, y cantar aunque suene horrible.

—Oh, lo tengo. —Me reí entre dientes y palmeé mi bolsillo—. Justo


aquí.

—Bueno saberlo. —Frank sonrió—. ¿Vamos?

Lo seguí afuera, mi mente enfocada en una sola cosa.

Mantener mi promesa a Andi.

Y completar mi destino.

Gracioso cómo terminaron siendo la misma maldita cosa.


Próximamente
He perdido todo.

Mi propósito.

Mi amor.

Mi alma.

La muerte toca mi puerta, quiero


responder, pero cada vez que busco
el mango, le promesa que le hice a
ella, me regresa al presente.

Así que respiro.

Vivo.

Odio.

Y permito que el enojo hierva debajo de la superficie de una fachada


perfectamente indiferente. Estoy roto, y no quiero ser arreglado.

Un último viaje a Nueva York, una última oportunidad de redimir


una parte perdida de la familia de la mafia. El Imperio está rompiéndose
y es mi trabajo arreglarlo; mi trabajo es unir las piezas que estuvieron
dispersas hace treinta años atrás.

El único problema es que, la única forma de solucionarlo es hacer


algo que juré nunca haría de nuevo.

Un matrimonio arreglado.

Solo que esta vez, no caeré. O Dios mediante, yo mismo la mataré.

Mi nombre es Sergio Abandonato; crees que conoces mi dolor, mi


sufrimiento, mi enojo, mi odio… no tienes idea.

Yo soy la mafia.

Soy la oscuridad.

Mafia hasta la muerte.

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