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Moderadora de Traducción
Yiany
Traducción
3lik@ Maridrewfer
AnamiletG Mary Rhysand
Candy27 Mer
Ezven NaomiiMora
Grisy Taty Rimed
Krispipe Rose_Poison1324
Liliana Sofiushca
Mais Vanemm08
Manati5b Wan_TT18
Marbelysz YoshiB
Recopilación y Revisión
Mais
Diseño
orwzayn
Índice
Sinopsis Capítulo 18 Capítulo 37
Capítulo 16 Capítulo 35
Capítulo 17 Capítulo 36
Sinopsis
Veinticuatro horas antes de casarnos, le ofrecí dispararle.
Una hora antes de decir que sí, juré que nunca derramaría una
lágrima por su muerte.
Lloraría
El comienzo de ella.
El fin de nosotros.
Sergio
La pelea.
Los disparos.
El acuerdo.
Mi esposa.
Mi esposa…
—Lo haré yo. Soy compatible. —Sostuve su mano con firmeza entre
las mías.
—¡Nos estamos quedando sin tiempo! —grité, con la voz ronca y los
ojos frenéticos—. ¡Hazlo ahora!
—No. —Me rodeó el cuello con sus delgados brazos—. No.
Sergio
Siseé cuando una gota de whisky cayó sobre mis nudillos cubiertos
de sangre. Golpear la mierda de la pared ni siquiera había detenido la
ira.
Ah, ira, era algo de lo que podía hablar, algo que podía sentir
tangiblemente mientras latía por mi cuerpo. Había sido mi amante
durante tanto tiempo que sabía que si realmente la dejaba ir, estaría
aún más solo de lo que ya estaba.
Una enemiga, una doble agente que había trabajado tanto para el
FBI como, aparentemente, para la familia Nicolasi. Había vendido a su
propia familia criminal, los Petrov, y ahora... estaba bajo la protección
de los italianos.
No lo había hecho.
—Vete, Arabella.
—Mi nombre es Andi.
—Deberías irte.
—Necesitamos hablar.
—Oh, por Dios. ¿Es esta la parte en la que me dices… tengo que
renunciar a mi virginidad en mi noche de bodas?
—Aw, ahora cuentas chistes. Al menos, espero que sea una broma.
No lo eres, ¿verdad? Un virgen, quiero decir.
—¿Qué cosa?
—Recibir un disparo.
Ignorándola, continué:
—¿Muerte?
—Dímelo tú.
El fuego crepitó.
—¡Vete al infierno!
—Ya estoy ahí, Andi. Ya estoy ahí. ¿No lo sabes? No pertenezco a
ninguna parte. Mi familia me está castigando, el FBI me está
investigando por el asesinato de mi superior, y ahora tengo que casarme
con una puta rusa.
—Eres rusa.
—¿Qué? —me burlé—. ¿La verdad? Bueno, cariño, no hay nada más
cierto que tu realidad. Permíteme matarte antes que tu familia o el
cáncer, y al menos puedas ser dueña de tu propia muerte en lugar de
temerla.
—La tuya.
—No entiendo.
—No lo harías. —Se encogió de hombros—. Porque tú, Sergio
Abandonato, ya estás muerto. —Se movió con gracia por la habitación—
. Estás muerto por dentro... y ni siquiera lo sabes. Olvídate del cáncer, y
mírate bien en el espejo, así es como se ve la muerte.
Capítulo 2
Traducido por AnamiletG
Andi
—¿Sergio?
—¡Hijo de puta!
Los gemidos se convirtieron en gritos y, claro, la puerta se abrió de
golpe y un asqueroso Sergio se volvió con ojos asesinos de chocolate en
mi dirección.
¿Dije chocolate?
—Qué. —Su voz era profunda y grave. Oh, qué diablos, él era sexy—
. Qué. Demonios. —Se limpió la cara con las manos y presionó sus
dedos contra sus sienes—. Es. Eso.
Levanté el bate.
No la dejé ir.
Sonreí.
—Déjalo ir.
—Tú primero.
—¿Promesa?
—Para domarte.
—Come mierda.
Sergio gruñó.
Él palideció.
—Las chicas. —Tex tomó una taza mientras Axe vertía el líquido
oscuro en ella—. Las mujeres, debería decir.
—¿Y por qué vienen? —Sergio golpeó sus dedos contra el mostrador,
el sonido haciendo que mis nervios saltaran a la acción.
Tex me miró con cuidado. Ah, conocía esa mirada. Con un suspiro,
traje el café a mis labios y soplé.
—Fuera de tema.
—Oh, lo siento. ¿Dije ese sueño en voz alta? —Me reí en mi café—.
No, pero en serio, sigue hablando de mi inminente muerte conmigo
parada aquí, Sergio. Es una buena charla previa a la boda.
—Eres un imbécil.
—Casarme contigo.
—Ese es el problema.
—No... yo... —Él pasó los dedos por su cabello oscuro ondulado.
Sergio
Era hermosa.
De hecho, preciosa.
La verdad me aterrorizaba.
No la dejaría entrar.
Nunca.
Nixon se rio entre dientes; sus ojos azules coincidían con los míos
casi a la perfección. Éramos, después de todo, primos, aunque era un
cuarto o quinta distante línea. Por alguna razón, éramos más parecidos
que Ax y yo, probablemente porque Ax se dejó crecer el cabello más de
una pulgada ahora, y le habían roto la nariz más veces de las que podía
recordar.
Me lamí los labios y mire los zapatos. Por supuesto que tenía una
opinión. Antes de mi caída a lo profundo del infierno, probablemente
había sido el más bien vestido de todos. Siempre me encantó la ropa:
cómo se sentía, cómo se veía, cómo ordenaban una habitación.
—¿Qué?
Se encogió de hombros.
Me moví en mi lugar.
—Probablemente.
—Trace… —Mi voz se quebró—, solo déjame pasar para que pueda
disculparme.
—Es mala suerte —dijo Mil desde la cama—. Pero entonces, te estás
casando con Sergio, así que…
—Hilarante.
—¿Te gusta?
—¡Andi!
—Pero debo.
—Un giro.
—¡Dos! —argumentó ella, apoyándose sobre sus codos para que
nuestros rostros casi se tocaran—. ¿Por favor?
Estábamos tan cerca que podía ver las motas de oro en sus ojos.
Traté de ignorar el tirón hipnótico que sentí con solo mirar y parpadeé.
—Pero no reaccioné.
—Exactamente mi punto.
Retrocedí.
Nixon sonrió, su anillo plateado del labio captó la luz que se filtraba
desde las ventanas altas.
Nixon suspiró.
—Sí, bueno —dijo Nixon por encima del hombro—. Tienes suerte de
que no lo haga peor. Mereces algo peor y lo sabes.
Sí, lo hacía.
En lugar de eso, las voces eran más fuertes que nunca. Y sabía que
solo era una cuestión de tiempo antes de que empeorara, antes de que
todo lo que viera fuera muerte, y sería impotente para detenerlo.
De eso se trata matar, de morir. Cuando tú eres el indicado al
tratarlo, piensas cada vez menos en ello hasta que es tan normal como
leer el periódico de la mañana.
Andi era muerte, pero también era vida, y no sabía cómo fusionar
las dos. Ni siquiera estaba seguro de querer hacerlo.
Capítulo 4
Traducido por Sofiushca
Andi
El vestido era perfecto. Nunca había sido una de esas chicas que se
ponía demasiado emocional por cualquier cosa. Mi ave murió cuando yo
tenía seis años. En lugar de llorar, simplemente le hice una lápida,
escribí un elogio y luego le pedí a mi padre uno nuevo.
Vengarme.
Ahí me tenía.
—Puedo ayudarte.
Bajé mi arma.
—¿Cómo?
—Mi apellido.
Me eché a reír.
—Si crees que me voy a casar contigo, tienes otra cosa por venir.
Solo deseaba que Luca hubiera vivido lo suficiente como para verlo.
Para acompañarme al altar y palmearme la mano.
Lo había hecho.
Lo hacía.
Sergio
—¿Un esmoquin? —lo dije como una mala palabra porque, bueno...
era blanco y parecía sacado de Fiebre de Sábado por la Noche.
—No puedes agradecerle a Dios por mi esposa —siseó Tex, sus cejas
volvieron a hacer eso que les hacía parecer que iban a salir disparadas
por la frente y sumergirse en su cabello castaño rojizo.
—Lo que sea. ¿Me vas a ver desvestirme o puedo tener un poco de
privacidad?
Se cruzó de brazos.
—Suficiente.
—No.
Ella aplaudió.
—Aquí, déjame.
—Ja.
—No lo hice.
Ladeé la cabeza.
Me eché a reír.
Suspiré.
Su sonrisa era como ver algo hermoso por primera vez, solo para no
creer que existía por el placer de mirarlo en primer lugar.
Andi
De cualquier manera.
Trace soltó una carcajada cuando Chase tropezó con sus pies y
luego le gritó a Tex que moviera las servilletas. Muchas maldiciones
estaban cayendo en mi día de bodas. Eso era seguro.
—El negocio está bien. —Conocía esa pregunta. Era una típica
pregunta de la mafia.
—Como siempre.
—Sí. Y si algo sale mal, simplemente tiraré del gatillo para que no
tengan que subirse a un avión.
O verme morir.
Muerte.
Muerte.
Muerte.
Incluso si eso significara que mi final iba a ser un poco más trágico
y dramático que la mayoría. Por otra parte, venía de una familia
criminal, entonces, ¿quién iba a decir que no iba a morir joven de todos
modos? Las probabilidades no estaban exactamente en el favor de un
Petrov que vive hasta los cincuenta, solo digo.
—¿Ensimis… qué?
—Es inglés.
—Yo leo.
—Es una palabra real, amigo. —Chase apareció detrás de él—. Mil
lo leyó en alguna historia de los Duques calientes de Londres hace unas
semanas.
—Ahora ese es un título falso —señalé—. Aunque puedo ver por qué
se vendería realmente bien.
Sergio sonrió.
—¡No soy virgen! — gritó Sergio, su cara roja con lo que esperaba
fuera más rabia que vergüenza de que Chase dijera la verdad. Entonces
de nuevo, Sergio realmente no había respondido cuando lo había
molestado la noche anterior.
Y silencio.
—Bien podría dispararle ahora —dijo Nicolai con voz ronca—. Sacar
al bastardo de su miseria.
Congelado en realidad.
Me compadecí de él.
No más cáncer.
Solo su sonrisa.
Abriría los brazos, entraría en ellos y me diría que era la mujer más
hermosa del mundo.
—Pensé que había dicho un solo giro. —La voz era áspera y
totalmente arruinó mi momento especial en el campo.
—No estabas aquí... —No abrí los ojos—, así que decidí vivir en el
lado salvaje.
—Hmm.
Levanté la mano.
—No te disculpes.
—¡Y el sueño renace! —Sonreí—. Mira eso. Eres bueno para algo.
—No lo soy —susurró—. Ya no soy bueno para nada.
Fruncí el ceño.
Sergio suspiró.
—He llorado dos veces en mi vida. Créeme, no lloraré por ti. Jamás.
Él exhaló.
Me encogí de hombros.
—¿Eh?
—Bueno, me gustan los dos, pero si tuviera que elegir, sería un tipo
de mezcla... oh... con amaretto. Sabes, totalmente podría haber
sido una panadera en otra vida.
¿Mi punto?
Su mano nunca dejó mi espalda en todo el camino a la casa, y
cuando subí las escaleras, me agarró la mano, con fuerza.
Sergio
Números.
Códigos.
Computadoras.
Me lo merecía.
Mira, eso era lo que pasa con la ira. Te permite actuar: para
reaccionar, a pesar de que sabes que está mal. Es como saltar de un
acantilado sin paracaídas; pensaste que el aire de alguna manera te
ralentizaría, pero no fue así, y finalmente fuiste más y más rápido hasta
que golpeaste el suelo con tanta fuerza que casi te rompiste.
¿Pero el dolor?
Y repites el proceso.
Me miré en el espejo.
—Dame un minuto.
—Bien —espeté.
Excepto... Andi.
—Oh, así que ahora tienes prisa —se quejó detrás de mí—. Maldita
sea, eso duele. ¿Qué infernal tipo de karate has estado practicando,
Serg?
Suspiré.
Dejé de caminar.
Solo vivir.
Ya no era bueno.
Ella giró.
No sonreiría.
No caería.
Y estaba jodido.
Capítulo 8
Traducido por Mary Rhysand
Andi
Y estaba exhausta.
Pensé que había sido Tex o uno de los chicos. Es decir, todos ellos
eran musculosos a su manera, por lo que sería fácil para mí confundir
qué pecho era.
Pero el olor.
¿Pero en Sergio?
Y no estaba enferma.
Impulsé rodillas hacia arriba o al menos eso intenté, pero Sergio las
bajó.
—Pero tú…
—Duerme —dijo con una voz ronca mientras me quitaba los zapatos
y luego lentamente me ponía de lado y bajaba el cierre de mi vestido.
—¿Estás…?
—Gracias —susurré.
—¿Te vas?
Sergio
Reprimí un gruñido.
—Vi eso.
—La protegerás... —Se lamió los labios y volteó sus oscuros ojos
amenazantes hacia mí—, o te cortaré desde el vientre hasta la barbilla.
—¿Cómo es eso?
—¿Quién es ella?
—La protegeré.
—Porque sí. —Eso era todo lo que tenía. Porque sí. Hace semanas,
podría haberle hablado al hombre en la mesa y convencerlo de que era
un avestruz que había escapado del zoológico. ¿Ahora? Todo lo que
tenía era porque sí. Maldición, estaba roto.
—¿Qué? —espeté.
—Sigue diciéndotelo, entonces tal vez algún día lo creas lo suficiente
como para mantener tu distancia, para mantener tus manos lejos de
ella. ¿Pero mi suposición? —Se rio oscuramente—. Ya has seguido al
conejo. Cuidado cuando saltes. No habrá nadie más que Andi para
detener tu caída, y algo me dice que eso es exactamente lo que no
quieres.
Y odiaba la debilidad.
Se encogió de hombros.
Era romperme.
Frotando mis ojos con el dorso de mis manos, me alejé del bar y
bajé a mi oficina.
El pasaporte primero.
La Licencia de segundo.
—Soy muy consciente de que Luca, uno de los mejores hombres que
he conocido, ya no respira, pero eso no significa que todavía no pueda
sacar su mano espeluznante de la tumba y darnos un poco de...
sorpresas.
—Odio las sorpresas —murmuré.
Phoenix se rio.
Gilipollas.
Su esposa probablemente tuvo algo que ver con eso; bueno eso, y que
tenían un bebé en camino. Bastardo suertudo.
Temor de que Luca hubiera sabido cosas que yo había hecho, cosas
que todavía no había confesado.
Los cuerpos que había escondido para el FBI. Los que les había
escondido incluso a ellos.
Pero mi cama.
Joder, en serio.
Todo.
Andi
Sabía, antes de abrir mis ojos, que había molestado al pobre Sergio
mientras dormía.
Solo sentía pena por él porque conocía mis hábitos de sueño. No era
una de esas chicas que dormía tranquilamente con los brazos cruzados
sobre el pecho, el cabello suavemente sobre la almohada, los labios
brillantes y con maquillaje.
No hace falta decir que fui un poco cautelosa cuando abrí los ojos.
Las pocas veces que había tenido una noche, había sido para
obtener información para mi querido y viejo papá. El amor no había
tenido nada que ver con eso.
Supervivencia… fue la razón.
¡Ja! Exposición.
Al menos con la boca cerrada, finalmente pude ver por qué tanto
alboroto. Era difícil mirar más allá de su naturaleza cruel cuando
hablaba constantemente o, ya sabes, respiraba.
Santo cielo.
O mi lengua.
Pero, eso era inapropiado, casi tan inapropiado como violarlo con
mis ojos, pero bueno, al menos me merecía un poco de atención visual
después de la forma en que me había tratado en el campo.
Él comenzó a masajear.
Elegí el último.
Él apartó su mano.
¿Acaba de gruñir?
—¿Verrugas?
—Eso es un defecto.
—Es ahora.
Me levanté de la cama.
La boca de Sergio se abrió, sus ojos brillaron con algo que realmente
no pude descifrar.
Él abrió la boca y luego la cerró. Pero no miró hacia otro lado. No,
ese no era el estilo de Sergio; no lo hizo avergonzado o culpable. Él no
era ese tipo, el tipo bueno que incluso se da la vuelta cuando te vistes.
Él miró fijamente.
Y me gustó.
Me quité el sujetador.
—No, creo que iré desnuda todo el día. Nunca he hecho eso antes, y
solo vives una vez. —Le guiñé un ojo.
—Ropa —gruñó.
—Desnuda.
Sergio
Así que ella iba a tener que hacerlo un infierno mejor que tratar de
mostrarme nada más que una sonrisa.
Sería un día largo, y algo me dijo que iba a empeorar si ella estaba
en uno de sus pequeños estados de ánimo burlones.
—¿Si?
—Bueno.
Ninguna respuesta.
Suspiré.
—Bien. Entiendo.
—Adiós, agente.
La línea murió.
El teléfono se cortó.
Para estar seguro, separé las piezas y luego las puse en mi pila para
quemar por si acaso.
Ella sonrió.
—No lo sé. Eres la perra aquí. Dímelo tú —lo dijo con una voz tan
dulce que casi me atraganto con la lengua. Nada dulce sobre las
palabras que salen de esa boca.
Sacudió su mano.
—¿Cómo lo sabes?
—Como decía…
—Juega limpio.
—Noventa y nueve, pero oye, está bien que las matemáticas no sean
tu fuerte.
¿Confesando?
—Despedido habría sido una mejor palabra para usar. —Me senté
en el taburete y miré los huevos que ella había estado ocupada rociando
con queso—. Y no, no es por ti. Es por mi culpa.
—¿Disfraz? —repetí.
Andi sonrió, con la boca llena de huevos, las mejillas rellenas hasta
el borde. Para cualquier otra persona, se vería desastroso, como
perezoso. ¿En ella? Puede o no haber sido un poco entrañable.
Miré hacia abajo, rompiendo el contacto visual.
¿Qué demonios?
—¿Yo?
Sacudí mi cabeza.
—Yo.
—¿Oh, en serio?
—Muérdeme —murmuré.
—Genial.
—Ooo, di chicos malos otra vez, solo que esta vez baja la voz y
susurra en mi oído —dijo Andi con voz emocionada.
—Pensé que no sonreían —dijo Nixon más para sí mismo que para
mí—. Y ella no ha parado desde que llegué aquí.
—Y probablemente no lo hará —dijo Andi triunfante—. Tengo
mucho de qué emocionarme.
Andi
Si lo temía, de repente sería más grande que yo, algo que no podía
conquistar, algo que podría ahogarme.
Nunca pude entender por qué la gente se permitía ser dominado por
cosas sobre las que no tenían control.
El control era una fachada. Una palabra que la gente usaba para
sentirse mejor acerca de la vida. Cuando realmente, la palabra en sí
misma era una fabricación.
Lo sabía.
¿En la mafia rusa? A veces parecía que cada hombre solo estaba
para sí mismo. ¿Con los italianos? Bueno, una parte de mí se
preguntaba si era más que solo un trabajo para ellos, más que incluso
un estilo de vida, sino un sistema de creencias.
Lo que sea. No iba a ir allí porque sabía que si bajaba por ese
camino, solo me conduciría al egoísmo y a una estúpida fiesta de
lástima que solo me dejaría deprimida de la vida.
Tal vez me haría santa cuando fuese al cielo por aguantar su actitud
malhumorada y su perspectiva sombría de la vida.
—¿Sí?
Hice un puchero.
¿Espera, qué?
Sergio maldijo.
—¿Hablas en serio?
—No hay tiempo para que vuelvas a la casa, así que sí, lo digo en
serio. Vete.
Casi me caigo.
—Lo siento.
—Está bien. —Presioné una mano contra mi pecho, mis latidos eran
erráticos—. No sabía que tenía un compañero.
—¿Lo lastimará?
—Suena doloroso.
—No lo lastimes.
—¿A quién?
—Sabes a quién —dijo Nixon con una voz fría y mortal—. Sé qué tan
malo es en realidad. Puede que Sergio no lo sepa, pero yo sí. No lo
lastimes, Andi.
—No lo dejes pasar por eso para intentar salvarte. —Los ojos de
Nixon estaban tristes.
Sergio sonrió; en realidad era una sonrisa muy bonita, del tipo que
me hizo sentir cálida por dentro.
Él sonrió burlonamente.
Nixon maldijo.
Cerró los ojos, probablemente irritado, o tal vez solo para poder
tomar un descanso.
—Andi.
—Esa maldita lista tenía sexo escrito como quince veces —refunfuñó
Sergio.
—Lo siento, ¿te estás quejando? ¿Y qué? No tienes que tachar esos
elementos, aunque sería bueno sacar algo de agresión. Apuesto a que te
sentirías mejor.
—¿Si te follara?
Asentí.
Me encogí de hombros.
—Agarrando mi lista.
Gemí cuando él se retiró, solo para recibir el beso desde otro ángulo.
Sus labios eran suaves; no me engatusaron. Era como si su boca me
estuviera haciendo el amor. Nunca me habían besado como él me
estaba besando.
Y otra vez.
Y otra vez.
¿Quién era este chico? ¿Esto era todo lo que necesitaba hacer?
¿Seducirlo y de repente iba a jugar bien?
Duro.
—Enamorarme de ti.
Por otra parte, ya había visto mis bienes, pero... me quedé inmóvil.
Y a cambio, él también.
—¿Pensándolo mejor?
—No —mentí.
—¿En serio?
Asentí.
Salió de la habitación.
Sergio
El sabor de su boca.
Divertidísimo.
¿Espera, que?
Saqué la lista que ella había hecho ese día. Bastante seguro, en la
esquina decía: ¡Y no olvides llevarme al médico como un buen esposo!
—¿Andi?
Sin respuesta.
Fui a la cocina.
Nada.
—¿Andi?
Probé el mango.
Estaba bloqueado.
Estaba pálida.
Levanté su cabeza, pero solo cayó hacia atrás, sin vida. Su piel
estaba tan pálida. Era casi translúcido.
—¿Andi?
—¿Necesitamos ir al hospital?
—Chocolate.
—Amo el chocolate.
—Fuiste malo.
—Lo siento.
—Te mejoraremos.
Lo decía por los dos, porque no estaba claro que podría manejarla
enfermarse. Me hizo algo. Me sentía impotente, odiaba ese sentimiento.
Abrí la puerta de mi auto Escalade con una mano y la bajé suavemente,
apreté el cinturón de seguridad y lo abroché.
Ella no lo sabía.
—¿Culpable?
—Puede ser un bastardo, pero tiene razón. —Tenía quince años pero
no era estúpido. Sabía la verdad.
Andi
Agua.
Parpadeé.
—Dándote agua.
—Gr-gracias.
—Mira, te dije que estaba enferma. Te dije que tenía cáncer. Te dije
que me moriría en seis meses. ¿Qué más había para contar?
Jadeé.
—¡Sal! —grité.
—Porque no puedo.
—Lo sé.
—¿Por qué?
—Entonces tómala.
—No lo entiendes.
—¿Escuchaste?
Se me hundió el estómago.
—Es mi elección.
—Él no me quiere.
Y luego tres.
Alrededor de las ocho de la noche, Sergio finalmente regresó. Tenía
dos tazas pequeñas en la mano.
Helado.
—Pero…
—¿Oh si?
—¿Oh? Ilumíname.
—Estaba pensando en el beso —espeté.
Pero esta vez, él tomó mi mano y entrelazó sus dedos, luego llevó mi
mano a sus labios, besándola suavemente.
Sergio
Era fácil.
No difícil.
Todo este tiempo, por pura paranoia, había estado evitando el sexo
con ella, evitando algo que nos uniera físicamente, algo que nos uniera
aún más de lo que ya estábamos atados.
Porque sabía, sin lugar a dudas, que al final de nuestro tiempo, iba
a pedirle —no, iba a suplicar, con manos y rodillas si era necesario—
que me quitara el dolor.
Pero tal vez, incluso si eso significara que moría, valdría la pena.
Ella había estado en lo cierto antes, cuando dijo que era un vestido de
dos giros. Había estado hermosa el día de su boda y merecía más de un
giro.
Merecía cien.
Mil.
Lo menos que podía hacer era tratar de llevarla a ese lugar donde
pudiera correr sin marearse. Donde pudiera girar y experimentar
verdaderamente la vida.
—No voy a matar a los médicos. Son lo mejor que el dinero que
puede comprar y...
Se cortó la comunicación.
Andi fue dada de alta dos días después. Los médicos querían
asegurarse de que no tuviera una infección. Resultó que acababa de
tener un caso menor de neumonía atípica. Aunque cualquier
enfermedad podría potencialmente matarla, nos habían dado luz verde.
—Entonces... —bostezó.
—Estaba pensando.
—La lista —gritó Andi—. Creo que deberíamos hacer listas con
algunas actividades. Escribí todas las cosas de luna de miel que me
gustaría hacer si pudiéramos salir del país sin ir a prisión.
Suspiré.
Se encogió de hombros.
—Tal vez deberías ser más amable, y mi opinión sería más alta.
—Tan demandante.
—Leyendo —gruñí.
—Son altas.
Asintió.
Seguí leyendo.
—Oh, por favor. —Me hizo una seña con la mano—. Estarías bien,
herida superficial, nada más.
—Detalles.
—La tararearé.
—¿Ves?
Volví a mirar la lista. Quería ir a cazar zorros, fuera lo que fuera eso.
Una idea apareció en mi cabeza.
—De verdad.
—¿Pregunta retórica?
Salió de la habitación.
Andi
—¿Estás lista para hacer esto? —Soltó mi mano y movió las yemas
de sus dedos a la parte baja de mi espalda—. Quiero decir, si tienes
miedo, podemos volver.
—Cierto.
—Podría lastimarme.
—Sip.
—Podrías lastimarte.
—Sip.
—Sip.
—Sip.
Miró su reloj.
—Es la cena familiar. ¿De qué otra forma crees que nos
presentamos? ¿Tomados de la mano y cantando “Kumbaya”?
—Punto válido.
—Pero...
—¿Asustada?
—Veintitrés.
Lo señalé a él.
—Ni siquiera le puede crecer vello facial. —Sergio puso los ojos en
blanco—. ¿Y cómo lo sabes?
—Sabes...
—... no tenemos que hacer esto. Cuando escribí que quería saltar de
algo aterrador, quise decir como... un auto.
—¿Un auto? —Sergio se volvió, su sonrisa burlona—. ¿De verdad?
—Sí, como un auto realmente viejo, uno que tal vez le faltaba un
motor y un volante, por lo que tuvimos que rodarlo cuesta abajo y
simplemente arriesgarnos saltando.
—Mmm, no.
Sergio me miró con los ojos claros, tan brillantes y azules que solté
un jadeo.
—¿Confías en mí?
—Sí.
—Estás bromeando.
—¿Estás lista? —gritó Sergio por encima del ruido cuando se abrió
la puerta del avión.
—Pero...
Fue ruidoso.
Cerré los ojos y luego abrí los brazos como si estuviera volando. Mi
rostro estalló en una sonrisa cuando abrí los ojos y me sentí, tal vez por
primera vez en mi vida, completamente libre.
Caímos.
No era libre.
Sergio no me gritó.
También podría haber dicho que me amaba por el impacto que sus
palabras tuvieron en mi vida, en mi alma. Traté de evitar mis ojos.
No me dejó.
Sergio
Respetaba su positivismo.
Pero sabía, a medida que pasaban los días, que probablemente vería
más lágrimas mientras la vida continuaba saliéndose de control para
ambos.
—Si lo harás.
—No.
—Eres...
Maldita sea.
—Cierto.
—Las armas para Tex son como el agua para los peces.
Andi salió del auto y me encontró al otro lado. Echó un vistazo a Tex
y luego, en segundos, le quitó la pistola de la mano.
Lo que sea, cara de mierda. Sí, nos estábamos llevando bien. No hay
necesidad de ir a celebrar ni nada.
Lo pateé de nuevo.
—Lo hice.
Contuve mi risa.
—Y el resto de ustedes… son tan jóvenes. Así que... vivo con ideas
para sus propias familias. Luca dejó a la familia Nicolasi a Phoenix. Él
tiene un niño pequeño en camino. Trace, tú y Nixon tienen que lidiar
con los Abandonato. Mil y Chase, lo problemáticos que son los De
Lange.
—Es de Luca.
—No entiendo.
—Con Luca —susurró—, ella era diez años más joven que yo, aun
en sus cuarenta y poco años.
—¿Por qué ahora? —susurró Trace—. ¿Por qué nos estás diciendo
esto ahora?
Los ojos de Andi se encontraron con los míos. ¿De qué demonios
estaba hablando? Volvió a mirar a Frank.
—El plan era simple... tomar el control de la familia del crimen ruso
en Chicago, protegerme en el proceso, casarme con la familia Nicolasi
por medio de Dante Nicolasi, el hijo de Luca.
Algo se estrelló contra mi pecho, tal vez fue mi corazón, o tal vez fue
solo la sensación de absoluta incredulidad.
¿Por qué demonios era esa la única información que recibí durante
la conversación?
Andi
O su papel en ella.
—No todos quieren esta vida —dijo Frank en voz baja—. Y quiero
darle algo que ninguno de ustedes recibió.
—¿Oh? —La voz de Tex era un ronco susurro—. ¿Por qué lo crees?
Ax suspiró.
—¿Quién más va a liderar a los Alfero? ¿Tú? Necesitamos que te
concentres en nuestro propio drama. Phoenix está metido en la mierda
de cosas Nicolasi. Los De Lange todavía no son completamente
confiables, sin ofender, Mil... —Ella le restó importancia con la mano—.
¡Y mi familia ha sido el objetivo de todos durante los últimos diez años!
Necesitamos sangre nueva. Simple y sencillo, y te olvidas Tex... sin
importar de dónde vienen o cómo llegaron allí. Son sangre.
Él me vio luchar.
Pateé el tronco.
—¿Mejor?
—¿Qué lo es?
—Pruébame.
—Está bien... —Sus ojos azules brillaron con algo, no con ira, sino
algo igual de intenso—. Estoy enojado porque no fui la primera opción.
—Oh Dios. Tal vez no nos dispare la próxima vez que nos vea.
—¿Podría qué?
—¿Sentirte peor?
—Sip.
—Mierda.
—Oh, me dejarás, ¿eh? —Su sonrisa era amplia, sin disculpas. Amé
la forma en que sus ojos casi parecían oscurecerse cuando me miró.
Tenía esta mirada perezosa y seductora en su cara que me hizo sentir
débil en las rodillas.
—Mmm... creo que me gusta este lado tuyo Andi, cayendo por tu
propia mano y todo eso... solo para hacerme sentir mejor.
—¿Hasta la eternidad?
—¿La verdad?
—Si no te importa.
Sergio
Pensé en lo que Andi había dicho. ¿Cuánto tiempo nos había estado
observando? ¿Y qué más sabía ella de nuestra familia? Demonios, ¿qué
más sabía de mí?
Chase estaba listo para unirse a él en lo que supuse que sería una
discusión realmente acalorada con Frank, una vez que Trace se fuera a
la cama.
Miré la botella de vodka e hice una mueca. Había admitido por error
a Andi que nunca había probado las cosas buenas.
No estaba convencido.
Debería haber mantenido la boca cerrada, porque para cuando
llegamos a la casa, ella estaba lista para agregar emborracharse
conmigo a la parte superior de su lista de luna de miel.
—Responde la pregunta.
Mi mente dio vueltas ante esa declaración, ¿cómoda era una palabra
clave para lencería? ¿O en serio iba a ponerse un suéter? ¿Y por qué
demonios seguía mirando la maldita botella de vodka, preguntándome
qué estaba haciendo arriba?
Luego veinte.
—Sin pirotecnia.
—¿Eso es todo? Solo te vas a rendir, ¿eh Italia? Ya sabes que el vino
es una bebida para chicas, ¿verdad?
Agarré sus caderas entre mis manos y las apreté.
—Rusos.
Porque no podía permitir que la chica bebiera más que yo. Era una
cuestión de hombres, ni siquiera una cuestión de orgullo, sino una
necesidad puramente masculina de asegurarse de que el duendecillo no
me destruyera en algo en lo que debería poder vencerla.
—Dime.
—¿Decirte qué?
Ahí. Eso sonó bien, sin problemas, sin vacilación. Nos habíamos
movido de la silla al suelo. Ella todavía estaba a horcadas sobre mí, su
pierna izquierda detrás de mí, mientras que su derecha estaba en mi
regazo.
Me gustó demasiado quejarme del hecho de que ya no podía sentir
mi trasero.
—Andi…
—Tal vez ese sea nuestro castigo por ser tan condenadamente
buenos, Sergio. ¿No crees? Este sentimiento de invencibilidad
desaparece, y la humanidad entra en acción.
—Los cuento.
—Cuento a cada persona que mato. —Me lamí los labios. Tal vez si
los mordiera, dejaría de hablar; en cambio, todo salió tan rápido que
pensarías que estaba confesando mis pecados en la iglesia—. Comenzó
como una forma de mantener el control sobre lo que hice. Si contaba,
eran solo un número, ¿verdad? En realidad no eran una persona. Así
que comencé con uno, luego dos, luego tres... después de un tiempo se
convirtió en esta extraña obsesión.
—¿Los tatúas? —Ella pasó los dedos sobre las pequeñas marcas
negras—. ¿Por qué?
—¿Entonces cama?
—¿Mejor amigo?
—¿Qué? —croé.
—¿Y si no lo hago?
—Tómame…
—Andi…
Lo haría.
Capítulo 20
Traducido por Liliana
Andi
—¿Qué chico?
—O el villano.
—Gracias a Dios.
Asentí.
—¿Estas seguro?
Él sonrió.
—No lo hagas.
¿Dos hombres?
—¿La tienes?
—No —dije con voz clara—. Estoy ocupada pintando mis uñas,
Sergio. Ve a molestar a alguien más.
—Verde —respondí—. Como tus ojos —Por favor, capta la pista. Por
favor, por favor. Sabía que prestaba atención a los detalles. Solo
esperaba, en ese momento, que lo entendiera, bueno, eso y que él no
estaba tan borracho como asumí al principio; de lo contrario, estaría
caminando hacia una trampa.
Solo.
El intruso gritó.
—¿Oh?
Maldición, el hombre era hermoso cuando estaba enojado. Sus
dientes brillaron a la luz de la luna.
—Lo pretendo.
Él gimió de dolor.
»¿Quién te envió?
—¿Por qué?
—Pero…
No me moví
Nunca había visto algo tan horrible. A pesar de que había estado
cerca, nunca lo había visto de primera mano.
—¿Por qué darle esperanza? ¿Por qué dejarlo pensar que lo estabas
dejando ir?
—No. —Apoyé mis manos contra mis piernas—. ¿Por qué le cortaste
la mano?
Sergio suspiró.
—Sí.
—Lo estaré.
—Bien.
Frunció el ceño.
—Besame.
—Andi.
Lo besé en la boca.
El cuchillo.
—Confía en mí —susurró, antes de presionarlo contra mi pecho y
deslizarlo por el frente, cortando mi sostén. Se deslizó más abajo,
bajando por mi cadera.
—Vi lo que hiciste allí. —Me lamió el labio inferior—. Creo que me
gusta ese sobrenombre mejor que Italia.
—Te lo advertí.
—Más —susurré.
—Ruega.
—¡Más! —grité.
Y otro.
Sergio se congeló.
Él no se molestó en cubrirse.
—Buen trabajo…
—Sí. —Nixon se frotó la cara con las manos—. Lo sé. Significa que
necesitas seguridad.
—Demonios.
Le sostuve la mirada.
—Si incluso piensas ir en modo Robin Hood: hombre con mallas, juro
que encontraré la manera de suicidarme.
—De acuerdo.
Me miraba fijamente.
Puse los ojos en blanco y pisoteé hacia la mano. Con una floritura,
recogí el desorden sangriento del piso y desabroché el reloj Rolex. Lo
voltee y lo sostuve.
—Sip.
—Duerme un poco.
Sergio
Lavé la sangre de mis manos, sin estar realmente seguro de por qué
estaba haciendo tanto esfuerzo cuando no iba a salir a menos que me
frotara como el infierno hasta que mi piel estuviera en carne viva.
—¡Maldición!
Mierda.
—Lo siento.
Entonces no sentiría.
Lo odiaba.
Era hermosa.
Asombrosa.
Valiente.
Y mía.
Y no lo quería real.
Ya no.
Yo solo... lo sabía.
—Recuérdanos.
—Rayos.
—¿Rayos? —repetí.
—Yo, eh...
Se cruzó de brazos.
—Andi…
—Buen punto.
Aplaudió.
Levanté mis manos para que se detuviera.
Andi
Supe que algo estaba mal en el minuto en que intenté abrir mis
ojos. Mi boca sabía a algodón y me dolía cada hueso de mi cuerpo como
si me hubiesen dado una paliza y dejado para morir.
Con un gruñido, intenté ponerme de lado para poder caer sin nada
de gracia de la cama. Mis piernas se sentían muy débiles. Necesitaba
más agua y comida, a pesar de que me había estado sintiendo más y
más llena, solo otro divertido efecto secundario.
—Lo sé. —Él tragó lentamente. Con el rostro pálido, llenó un vaso
de agua y me lo dio—. Enjuágate un poco.
Está bien, quizás no era tan malo, pero mis dientes no estaban tan
blancos, considerando que el sangrado no se detenía.
—Gárgaras.
Puse mis ojos en blanco, pero hice lo que dijo. Cuando lo escupí en
el lavamanos, tuve que luchar contra las lágrimas. Todo seguía teñido
de sangre. Lentamente, me volteé y sonreí débilmente al espejo.
Hundí mi cabeza.
—Soy repugnante.
—Repugnante.
Los ojos de Sergio tomaron ese oscuro tono que me dijo que o estaba
realmente excitado por mi boca de vampiro o simplemente enojado. Un
minuto me estaba mirando y al siguiente me estaba besando.
—Pero…
Asentí.
—Está bien.
Ladeé mi cabeza.
—¿No puedo simplemente mirar? Eso tiene que estar en algún lado
de la lista: la esposa ve a su esposo quitarse la ropa y toma fotos
mentales.
Y el machete, el que colocó muy lejos de mí, de tal modo que tendría
que aprender a volar sobre el mostrador para poder cogerlo.
Hice un puchero.
Desnudas.
—¿Solo desnuda?
—Así que puedes ver cuánto amo que estés desnuda… —Sus ojos
brillaron con algo que pareció ser excitante—. Tengo una idea.
—Está bien.
—¿Terminaste?
Asentí.
—Catorce.
Capítulo 23
Traducido por Rose_Poison1324
Sergio
Sabes que las cosas son duras cuando estás agradecido de tener
una mano sin cuerpo tirada por la casa para distraerte de las cosas.
El hombre no se escondía.
Sonreí de lado.
—No estoy segura. Nunca antes envié una parte del cuerpo a una
persona. —Palmeó la mano—. Probando uno, dos, tres.
—Bueno, funciona.
—¿Todo ese sexo? —repetí, cruzando los brazos—. ¿Te refieres a las
dos veces?
Ignoré los círculos oscuros debajo de sus ojos, al igual que ignoré el
apretón en mi estómago que estaba empezando a magullar más
alrededor de sus manos.
—Claro que sí. —La agarré por los hombros y la apunté hacia la
puerta—. Pero también lo hace un rollo de canela y la mejor mimosa de
tu vida.
—Ooo.
—¡No te detengas!
—Caliente... crujiente...
—Solo un poco más... —Cerró los ojos y apretó mis manos entre las
suyas.
—¡No inventes!
—Es bonito. —Pasó las manos por el capó y luego se apoyó contra
él—. ¿Crees que ronroneará para mí?
Puse los ojos en blanco. Colgué las llaves del auto Mercedes y
rápidamente agarré las del Lamborghini.
—¿Qué puedo decir? Los italianos hacen autos sexys. ¿Qué fue lo
último que hiciste, Rusia?
—A ti.
Sacudí mi cabeza.
—¿Estás seguro?
—Positivo. —Salí del garaje—. Además, has visto lo que hay debajo
de mi capucha. No creo que tenga nada de qué preocuparme.
—Sí.
—Cierto.
—Al centro.
Asentí.
Su sonrisa cayó.
—¿Italia?
—Rusia.
Si no el reloj.
Capítulo 24
Traducido por Mer
Andie
Enamorarme de él.
En cambio, lo rompió.
—¿Qué?
—Chicas adolescentes.
—Sí, eso es lo que pienso cada vez que me duele al sentarme. Una
marca de amor.
Le golpeé el culo con fuerza.
—Lo siento. —Me lamí los labios y codeé a Sergio—. Está realmente
frustrado sexualmente.
—Eso salió bien. —Asentí y me volví hacia Sergio. Sus ojos estaban
oscuros y hambrientos mientras me miraba.
Tragué saliva.
—Con cámaras.
Mal ejemplo, pero no podría decir exactamente que era como una
tortuga que finalmente llega al océano.
Sus ojos captaron cada hilo; era el Clark Kent de las compras,
usando la vista sobrehumana para leer cualquier tipo de tela barata.
Se me cambió la cara.
—¿Es feo?
—No solo bueno... —Sus nudillos rozaron mis costillas, sus dedos se
extendieron por mis caderas y aterrizaron en mi trasero—. Maravilloso.
Se encogió de hombros.
—Sí, bueno. —Se echó a reír—. No tengo nada. Mierda. —Se frotó la
cara con las manos—. Lo siento, perdona mi ruptura psicótica, yo
solo... en cualquier otra situación, trataría de defenderme, o tal vez
ignore que me llamaste romántico.
Despachada.
Mi boca se abrió.
—Cubre... lo suficiente.
Tomé cada onza de fuerza que tuve para empujarlo hacia la puerta,
e incluso entonces, se quejó todo el camino. Pero bueno, técnicamente,
todavía estábamos en nuestra luna de miel, y quería que algunas cosas
siguieran siendo una sorpresa.
Pensándolo bien...
Sergio
Nixon: No. Y esta vez se fueron una vez que supieron que nadie
estaba casa.
—Sí.
—¿Guau?
—Apuesto.
Arrastrándome.
Iba a gatear.
—Te hice un favor. Ahora, por el resto del día, puedes imaginar
cómo me veía, y cómo me quitarás la lencería esta noche.
Ella sonrió.
—¿Qué necesitas?
—Y Jules fue uno de los tipos que fue noqueado —se quejó Nixon.
—Sí. ¿Y Sergio?
—¿Qué? —ladré.
—¿En Andi?
—En ropa.
—Jódete.
—Es bueno saber que estás bien. —Me reí—. ¿Debo llevarte?
—Y te lo ensenaré —añadí.
Puse los ojos en blanco y me di la vuelta para que ella pudiera saltar
sobre mí espalda.
—Mi error. Pensé que eras una rusa baja disfrazada de panadero.
Adelante, ninja. Salta.
—Compañero.
—Uno —susurré.
—Dos.
—Tres.
Tres de los hombres comenzaron a cargar hacia mí. Sin arma, solo
podía confiar sobre el hecho de que mis puños eran tan mortales como
cualquier arma; golpeé al primer hombre en la garganta, luego me di la
vuelta y le di un codazo al siguiente.
Ellos tropezaron de regreso. Otro disparo se soltó. Andi estaba
seriamente derribándolos como si estuviera disparando pescado en un
balde.
—¿Trabajo? —repetí.
—Cierto.
—¿Crees que saben que estamos en este auto? —preguntó Andi sin
aliento.
—¿Retirarse?
—Criar patos.
—Bien por ellos. —Andi asintió con la cabeza—. ¿Crees que hay
dinero en eso?
—¿Mataste?
—¿Qué?
Sergio
¿Le pregunté a Andi? Más dudas surgieron ante las palabras del
hombre en el parque. ¿Seguía trabajando para su padre?
—¿Qué referencia?
—Chicas. Parece tan... no sé... surfista, un poco inculto, tal vez solo
soy viejo.
Andi colocó las copas frente a mí, sus pasos vacilaron un poco antes
de subirse al taburete y apoyar los codos contra la mesa.
—¿Qué?
Le entregué un vaso.
—¿Cómo lo sabes?
—No quiero ver a un Sergio que usa viagra —espeté—. Y eso nunca
sucederá.
—Dije nunca.
—¿Cuál?
—Al que le gusta el vodka.
Se encogió de hombros.
Asentí.
—¿Sergio?
—Lo sé.
—Déjalos.
—¿Sergio?
—¿Sí?
—Estoy enferma.
Mi cuerpo se tensó.
—Lo sé.
Me quedé inmóvil.
—¿Qué pasa?
—Te extrañaré.
Sergio
El plan era que Andi fuera a su cita con las chicas para que pudiera
animarse, mientras yo iba y fingía hacer algo por Nixon.
Quería salir.
—¿Estás seguro de esto? —dijo Tex desde el final del pasillo, con los
brazos cruzados, su expresión ilegible.
—Sí. —Lamí mis labios secos—. Además, si voy por la otra ruta,
Andi sospechará.
Él asintió.
—Bien.
—Sí.
—Excelente. —Asintió con la cabeza hacia la puerta—. Si tu pareja y
tú me siguen...
Se rió a carcajadas.
—¿Cómo te enteraste?
Él se encogió de hombros.
—Tal vez. Mira, sé que esto no es fácil para ti... Puede que te odie la
mayor parte del tiempo, tengo problemas para perdonar y olvidar, pero
lo que estás haciendo por Andi... —Nos detuvimos en una de las salas
de preparación de cirugía—, es encomiable.
Él sonrió de lado.
Me eché a reír.
—Quizás no contigo...
—Sí.
Salvo Andi.
La amaba.
Andi
Sentía cosas.
Un montón.
Suspiré.
—Sólo dime.
Ah, conocía esa mirada; era la que decía que el médico estaba
tratando de separarse emocionalmente del paciente. Mira al paciente
como un objeto, no como una persona, porque de lo contrario le dolería
demasiado.
Levanté la mano.
—Andi...
Sacudí mi cabeza.
—¿Cuánto tiempo?
—Se ha extendido.
—¿De mi sangre?
Sonreí.
Él no se rio.
Jugué con un hilo suelto en mis jeans. Sabía que esto sucedería,
sabía que estaba sucediendo ahora; realmente no me sentía triste, más
adormecida. Como si lo estuviera escuchando o viendo cómo se
desarrollaba, pero que no me estaba sucediendo a mí, sino a una
persona completamente diferente, porque honestamente no me sentía
tan horrible.
Era raro.
Mi familia.
No tenía familia.
—Iré por tus medicamentos, Andi. —El doctor se levantó y salió por
la puerta; se cerró suavemente detrás de él.
Me eché a reír.
—Muerte.
Bee rió.
—¿Nosotras?
Sergio
Significarían incordios.
Y preguntas.
Y sería agotador.
—Señora. —Tex asintió y le dio lo que estoy seguro pensó que era
una sonrisa reconfortante, pero mostró demasiados dientes.
—Vete al infierno.
Tex asintió.
—¡Blandengue!
Él necesitaba un niño para torturar. Casi sentí lástima por Mo; con
razón estaba empacando la mitad del tiempo.
—¿Cómo fue la consulta de Andi? —pregunté una vez que estuvimos
en el estacionamiento.
—Mierda.
Frunció el ceño.
Seis. Las seis significaban que el hospital tuvo que haber llamado.
Busqué frenéticamente en mis bolsillos por mi teléfono.
—Andi…
—Andi…
—Esto no es Zoolander.
—¿Y un donador?
Se encogió de hombros.
Suspiré pesadamente.
—Sí. —No era necesario molestarla más. Pero tendríamos esa
conversación. Y sería pronto. Si había una oportunidad de salvarla, iba
a tomarla, incluso si moría intentándolo.
—¿Besarte, ah?
—Sí.
Lo dudaba.
Cerré mis ojos y corrí mis manos lentamente por sus caderas, mis
dedos presionando su suave piel. Con un suspiro, tomé su boca en un
lento y agónico beso, un beso con el que tuve un momento difícil de
terminar… porque detenerlo significaba terminarlo, y terminarlo solo
me recordaba el tiempo que seguía deslizándose a través de nuestros
dedos.
—¿Sergio?
Bien pudo haber sido ácido; sentí el ardor de esa lágrima en las
profundidades de mi alma, aplastando su peso, devastando su verdad.
La besé más fuerte, más profundamente. Nuestros cuerpos
estrellándose el uno al otro. Con un gruñido, la volteé sobre su espalda
y la besé entre sus pechos, deslizando mis manos por sus piernas. Me
negué a detenerme hasta que le di cada onza del placer que se merecía.
Cada arqueo de su cuerpo, cada gemido era música para mis oídos.
Cuando estuvo finalmente lista para mí, nuestros cuerpos se deslizaron
juntos en un ajuste perfecto.
Pude haber jurado en ese momento que sentí el aire; pude saborear
su agridulce recuerdo de que el tiempo estaba en nuestra contra.
Ya no.
—Lo sé.
Levanté mi cabeza.
—¿Lo sientes?
Se encogió de hombros.
—No. —Sacudí mi cabeza y apreté sus manos entre las mías—. Solo
porque nuestro amor sea breve no significa que lo sea. Nuestro amor es
para siempre.
Capítulo 30
Traducido por NaomiiMora
Andi
Estaba agotada.
Vacía.
De nuevo nada.
—Habla y disparo.
No reconocí la voz.
—Ah, Andi.
¿Qué? ¿De qué demonios estaba hablando? Abrí la boca para gritar
cuando me golpearon en la parte posterior de la cabeza.
Sergio
Estaba en una sala de estar, mi triste trasero atado a una silla justo
en frente de un piano de cola.
Una puerta.
Nunca me traicionaría.
¿O lo haría?
No. Tenía que confiar en mis instintos, y mis instintos decían que
era buena; además, estaba detenida a punta de pistola. Si fuera mala,
habrían retirado el arma.
¿O había un arma?
Su cara rota.
—Mierda —murmuré.
—Ah, está despierto. —Entró Petrov, secándose las manos con una
toalla y tirándola al sofá. Estaba cubierto de sangre, lo que me hizo
preguntarme qué más tenía en su casa de los horrores.
Se encogió de hombros.
—Te traicionó.
—Bueno, aquí hay una idea. —Me incliné hacia adelante tanto como
pude—. Vuelve a Rusia. Este es nuestro hogar, nuestro derecho. Hemos
estado aquí mucho más tiempo que tú y tenemos muchísimo más
dinero. Solo trata de sacar a las familias, corta una cabeza... aparecerán
dos más. Además, al matarme les haría un favor. Créeme.
—Oh sí. —Asintió—. El doble agente. Has sido un mal hombre, ¿no?
—¿Oh, lo haré?
—Por supuesto. —Se rió entre dientes, dando dos pasos más cerca
de mí—. Raramente funciona cuando se hacen preguntas directas, pero
¿el poder de la sugerencia? Oh, ahora, esa es una bestia completamente
diferente. Inyecto esto... —Levantó la aguja—, y te digo tantas
falsedades que olvidas tu maldito nombre. Me imagino que si eres lo
suficientemente débil, incluso podría convencerte de que tu primo
Nixon era el mismo Satanás.
—Lo dudo.
—¿Qué?
Aplaudió.
La chimenea se encendió.
—Ya veremos.
Mis riñones.
Sergio
Mi cabeza estaba tan pesada que ya ni siquiera sentía que era parte
de mi cuerpo; colgaba hacia adelante. Sonó un pitido, y luego me
golpearon dos veces alrededor del cuello, quedé tan aturdido que tuve
que apretar los dientes.
La puerta se abrió.
—Te lo dije.
Sacudí mi cabeza.
—Suerte.
—No ganarás.
¿Por qué seguía luchando cuando sabía que él tenía razón? Cuando
sabía... ¿Qué sabía? Las imágenes se estaban volviendo más borrosas;
la vi tomar una foto del código con su teléfono. ¿Eso fue real? ¿Eso
sucedió? Recuerdos reproducidos; todos parecían estar bien, pero no
encajaban.
—¿Por qué? —Mi voz era desigual por falta de saliva—. ¿Entonces
por qué irías tras ella? ¿La primera noche?
Ella me traicionó.
El amor de mi vida me había traicionado.
—Ella me traicionó.
Me quedé en silencio.
Era tan hermosa, como una viuda negra que hace girar su red de
engaño, solo esperándome, alguien tan débil, tan desesperado porque el
amor caiga en sus garras.
Ella esperó.
Yo quería escapar.
Mucho dolor.
Con los párpados pesados, luché por el sueño que necesitaba, recé
para que saliera agua del techo mientras intentaba lamerme los labios
secos.
Dormir.
Agua.
Gemí.
Se llevó el agua a los labios y tomó un sorbo, las gotas cayeron por
su barbilla sobre su pecho.
—¡No! —grité.
—Sí —susurró.
Andi
—¡Nixon! —le grité a mi teléfono celular que una vez más fue al
correo de voz—. ¡Contesta tu maldito teléfono!
Por mi padre.
No tenía idea del tiempo, solo que tenía que llamar a Nixon... o
encontrar un cuchillo.
O un machete.
—¡Nixon!
Toqué la bocina por quinta vez. Conducía uno de los autos de Sergio
y estaba haciendo un trabajo de mierda, si los rasguños en los costados
eran alguna indicación. Presioné el timbre en la puerta de nuevo.
La puerta se abrió.
Suspiré.
—Mira, esto se está haciendo viejo. Nixon ya me amenazó. Lo
entiendo. A ustedes realmente les gusta, lo cual es un gran shock para
mí, teniendo en cuenta que ni siquiera nos has visitado.
—Ni idea.
Asentí.
Nadie se movió
Bonitos rifles.
—Mírame.
—¿Por qué?
—Chase…
—Me encanta cuando nos llama niños —cantó Chase con voz
aburrida.
Sergio
Iba a asesinarlo.
Me lancé hacia él, pero estaba tan débil que sentí que apenas me
había movido, apenas parpadeó.
El verdadero enemigo.
¿Andi?
—Ella te traicionó... y han pasado dos días. Tu familia aún tiene que
venir por ti. Apuesto a que lo están haciendo. De hecho, lo están. ¿No es
así Sergio?
Miré hacia abajo. Mis pies estaban libres. ¿Cuándo había sucedido
eso?
Andi... ella era porque estaba aquí. Ella me había hecho esto, ¿no?
Yo solo quería acostarme, descansar.
Miré hacia el frente. Andi caminaba hacia mí. Sin pensarlo, alcancé
el arma a mis pies y apunté hacia ella.
Andi
No se detenía.
—¿Stephen? —repetí.
Me quedé inmóvil.
—¿Está delirando?
Asentí en comprensión.
Sergio
—Él no va a lograrlo.
Reconocí la voz. Era Nixon. ¿Por qué diablos estaba Nixon aquí? ¿No
estaba muerto? No, espera. Ese era yo. Yo había recibido la bala.
La pelea.
Los disparos.
El acuerdo.
Mi esposa.
Esposa…
—¡Nos estamos quedando sin tiempo! —grité, mi voz ronca, mis ojos
amplios y frenéticos—. ¡Hazlo ahora!
Andi
Sergio gimió.
—¡Sí lo soy! —Su voz se elevó una octava—. Tex, estabas allí, y
Nixon, les dije que operaran mientras me llevaban al hospital. Dije... —
Sus ojos se movieron entre los tres—. Dije que lo hicieran... que le
dijeran a Andi que la amaba. Dije... —Su voz se apagó.
—Cierto, fue una tontería de mi parte pensar que era seguro en esa
zona de Chicago.
—Policía.
Lo miré de nuevo.
—Sí, bueno... —Sergio se lamió los labios—, gracias... por venir por
mí. Debería patear sus traseros, pero no estaría aquí, con Andi, así
que… gracias.
Nixon sonrió.
Su mano se detuvo.
—¿Italia?
—¿Mmm?
—Deberías dormir.
Se tensó.
Sergio
No se movió.
—¿Andi?
—¡Mi esposa! —grité—. Ella está… ¡algo está mal! Tiene leucemia y
no se está despertando.
¿Qué se supone que debía decir? No, pero sobrevivió a una explosión
y a un día divertido de ser retenido a punta de pistola, así que no me
sorprendería si su sistema inmune está un poco bajo.
—Pero…
—Es Andi. —Mi voz se quebró—. Creo que algo anda mal.
No dije nada.
—Serg... prométemelo.
Le di un breve asentimiento.
—Mierda.
—Hazlo, Chase. Quiero ver qué tan rápido puede moverse con tres
heridas de bala.
Tex resopló.
Chase se quedó.
Suspiré.
Palmeé la cama.
—Por favor —suplicó—. Puedo ser fuerte el resto del tiempo. Puedo
ser optimista. Puedo ser feliz, porque honestamente, así es como
siempre he sido, pero creo... creo que tengo que guardar luto primero.
Necesito guardar luto por nosotros. Necesito guardar luto por lo que
debería haber sido, lo que podría haber sido.
Mis ojos estaban tan borrosos por las lágrimas que no podía
distinguir su pequeña silueta.
—Haz eso. —La apreté fuerte y besé su cabeza—. Llora tan duro y
tanto tiempo como quieras, y cuando hayas terminado, si tienes que
llorar un poco más, está bien.
—Fuiste mi regalo.
Capítulo 39
Traducido por Rose_Poison1324
Sergio
Ver a alguien que amas deteriorarse ante tus propios ojos era
indescriptible. Me estaba volviendo más saludable; ella se estaba
poniendo más enferma. Y no había nada que pudiera hacer para
detener el reloj; parecía que cada minuto que yo respiraba con fuerza,
notaba que la de ella era más laboriosa. Andi había recibido tres
transfusiones durante la última semana, y aunque dijo que habían
ayudado, sabía que apenas lo habían hecho.
Una vez que todos estuvieron en la casa, volví para agarrar a Andi,
solo para encontrar que desapareció.
—Pasamos de trece a…
—¿Qué demonios?
De repente era tan ruidosa esa casa que ni siquiera podía oírme
pensar. Mil y Chase estaban discutiendo. Típico. Mo estaba golpeando a
Tex en el hombro repetidamente. Andi estaba cantando el himno
nacional ruso. Frank estaba buscando más vino, un hombre inteligente.
Nixon y Trace se besaban, y cambiando de tema, Ax y Amy estaban
abriendo la nevera. Phoenix estaba tratando de alejar las papitas de
Bee, y Chase las estaba alcanzando pasando a Mil para agarrarlas.
—No importa qué tan fuerte lo cantes, cariño. Eres italiana ahora.
Andi sonrió.
—Culpable.
Capítulo 40
Traducido por NaomiiMora
Andi
—¿Cama?
—Elige uno.
—Absolutamente.
—En mi defensa, quería ver por qué tanto alboroto. —Se cruzó de
brazos.
—¿Oh en serio?
Maldijo.
—Bien, arriba.
Casi ridículo. Por otra parte, me imaginé que tenía suficiente dinero
que parecía práctico. ¿Por qué festejar afuera de la casa cuando puedes
tener la fiesta adentro?
—¿Mejor?
Lloré.
—Te lo dije.
El cuarto estaba en silencio. Me sentía relajada y
sorprendentemente no mareada, probablemente porque estaba sentada.
—Considéralo hecho.
—Ajá.
—Y luego rápido.
Rió.
—Bueno.
Sergio
Andi se cubrió la boca con las manos y luego habló entre los dedos.
—¿Qué hiciste?
—Nunca he ido.
—Los colores... —La giré para mirar hacia la ventana—. He oído que
son como fuegos artificiales...
Sergio
—Sergio...
—Incluso en mi muerte.
—En la vida o la muerte. —Sacudí mi cabeza y lamí mis labios
mientras tomaba un cauteloso paso hacia ella—. Nunca olvidarás esto:
ni nos olvidarás a nosotros. Lo juro.
Andi se echó hacia atrás, luego giró una vez, dos veces y guiñó un
ojo.
—Dado que es para siempre, pensé que sería mejor hacerlo bien.
Ella se rio.
—Ya me lo imaginaba.
—Esto —dije una vez que ella me alcanzó y pude darle un beso
contra sus labios calientes—, esto es por lo que la gente espera.
—¿Qué?
—Lo he estado diciendo una y otra vez. ¿Cómo es justo que solo te
haya tenido por unas pocas semanas, un mes, tal vez dos? —Suspiró
contra mi boca—. Pero en este momento, ahora mismo, puedo decir
honestamente que es justo.
—¿Sí? —dije con voz ronca—. ¿Por qué?
Asentí.
—Estarán bien.
—Por favor, escondí todos los cuchillos. —Mi boca lamió su núcleo.
Un grito y luego:
—Eres malvado.
—Yo no.
Ella jadeó.
—Yo tampoco.
—Más rápido.
Siseé.
—Más lento.
Minutos.
¿Horas?
¿Quién sabe?
Por mí.
Amar a Andi.
Capítulo 43
Traducido por Rose_Poison1324
Andi
Sacudí mi cabeza.
Sergio resopló.
Nixon gruñó.
—Película.
Maldición.
No por mi parte.
Sergio
¿Pero sería malo? ¿Qué podría ser peor que lo que ya había
experimentado o lo que estaba experimentando actualmente?
Reprimí un gemido.
Resoplé.
—Aún —repetí.
—Ella morirá.
Aparté la mirada.
—Lo sé.
Resoplé.
—Tengo que decir algo. —Los ojos de Phoenix estaban vidriosos por
las lágrimas—. Y lo siento si estoy siendo ese chico justo ahora, pero
tengo que decirlo.
—¿Qué pasa?
No tenía palabras.
Y lloré.
Me sostuvo.
Andi
Increíble.
Aplaudí.
—¡Cantamos! —anuncié.
—Está bien, Rusia, ¿Qué quieres cantar?, juro por todo lo que es
sagrado que, si dices el himno nacional ruso, voy a electrocutar tu
trasero y esconder tu pistola.
Hice un puchero.
—Pero mi pistola es especial.
Él sonrió.
—También la mía.
—Bien. Tú ganas.
Estaba en su regazo…
Cerré mis ojos y aprecié el momento, donde tenía una familia, donde
tenía amor, donde tenía esa noche todo lo que podía haber deseado o
soñado.
Fue corto.
Y fue suficiente.
Capítulo 46
Traducido por Ezven
Sergio
—¿Y?
—Hueles sexy.
—¿Ah, sí?
Me reí.
—¿Qué pasa?
Diablos. Había leído todos los folletos, investigado hasta que pensé
que iba a quedarme ciego de mirar tanto la pantalla de la computadora.
Me relamí los labios, sin estar seguro de si sería una buena idea
esperar. ¿Y si…?
—Está bien.
Al siguiente…
Intenté animarla.
Le encantaban.
Chase estaba sacando algo del horno. Frank estaba sirviendo vino, y
el resto estaba quieto.
Me reí.
Andi
Lo sentí.
Quizá fuera normal… o quizá no. Pero era como si una alarma
hubiera comenzado a sonar dentro de mi corazón, llamándome,
atrayéndome. Y una paz que no había experimentado en toda mi vida
me enfundó. Era cálida, como una manta en una noche fría de invierno.
Y había hecho bien; sabía eso en mi alma. La paz que sentí en aquel
momento fue suficiente para ayudarme a salir de la cama.
Me seguiría.
Siempre me seguía.
Pero esta era la última vez. Sería la última vez que me seguiría, y
era así como debía ser.
Un paso.
Dos.
Otra vez, era tan poético, tan romántico, que la vida nos hubiera
traído aquí.
Lo extrañaría.
Desesperadamente.
Era mi héroe.
Sergio
Andi se rio.
—Los rusos.
—Gira.
—¿Eh?
La besé suavemente.
Me reí.
Acarició mi nariz.
Rompí en risas. Se sentía bien reír. Así era Andi; sabía lo que estaba
haciendo, incluso en sus últimos minutos… tratando de alegrarme. Tal
vez podía sentir mi corazón rompiéndose. Tal vez ella podía escucharlo.
Sabía que podía.
—Ronroneo.
—Gracias.
—Es la verdad.
Cerré mis ojos, parpadeando para evitar que caigan las lágrimas.
—Sí, lo recuerdo.
—¿Qué?
—Sí, Andi.
Estaba equivocado.
Tan equivocado.
U oscuro.
Lo supe en mi alma.
No lo haría.
Durante una hora me quedé allí sentado con Andi en mis brazos. El
sol se reflejaba en su rostro —era tan brillante, tan hermoso— y supe…
que la muerte no tenía que ser horrible.
Al menos lo intenté.
Porque después que pasó una hora, sentí una mano tocar mi
hombro. Tex se sentó a mi lado y envolvió un brazo alrededor de mi
cuerpo y me sostuvo…
Y entonces Ax.
Chase.
Frank.
Phoenix.
No solo me sostuvieron.
Sergio
Sonreí tristemente.
Estiré mi mano.
Estaba triste.
Devastado.
A solas.
Enojado.
Llevaba todas esas cosas —mentiría si diría que no— pero cada vez
que quería gritar, chillar, o disparar a alguien, pensaba en su rostro,
imaginaba su sonrisa, y de repente todo parecía no tener sentido.
¿Por qué respondería con enojo cuando me habían dado uno de los
regalos más inapreciables de mi vida?
No lo haría.
—¿Vodka?
Saqué dos vasos de chupitos, los llené hasta el borde, luego asentí
hacia los chicos. Cada uno de ellos agarró uno y entregó el otro a su
pareja.
—Por Andi.
Sergio
Me desperté.
Y me sentí diferente.
Me rasqué la cabeza.
La última vez que había estado allí había sido hace meses. Los
chicos sabían que no debían entrar debido a que yo era un hombre
privado, y había cierta cantidad de respeto entre todos nosotros y
nuestras oficinas; eran nuestros dominios, donde hacíamos lo feo, lo
oscuro… donde nos sentábamos y contemplábamos nuestros pecados y
suplicábamos por perdón.
Me acerqué.
La carpeta no tenía poder sobre mí, sabía eso, pero también sabía
que no me iba a gustar lo que estuviera dentro. Era el equivalente de
ver todos los horribles pecados que has cometido en blanco y negro.
Imposible de borrar.
Imposible de olvidar.
La carpeta era pesada, debía ser así, sabiendo lo que había hecho,
las cosas que había experimentado en mi corta vida.
Hechos de mí.
Mi edad.
Mi cumpleaños.
Alias conocidos.
Italia,
Solo voy a decir esto una vez. Deja de llorar, o si no buen Dios, voy
a levantarme de las cenizas y a cazarte por el resto de tu vida.
Estoy segura de que ahora mismo estás pensando que eso sería
mejor que nada. Pero créeme, no hay nada divertido acerca de ser
cazado. Imagíname golpeando una sartén con mi bate de beisbol
cada hora del día. Te volverías loco, y nadie quiere verte perdiendo
tu mierda.
Sonreí.
Tiene miedo a las alturas; tendrás que ayudarla con eso. Aterrorizada
de viajar fuera del país; así que a lo mejor desea ir a los lugares que yo
nunca tuve la oportunidad de ir.
¿Ya has puesto las piezas juntas? Llega allí rápido. En las páginas
de esta carpeta negra descubrirás algunas cosas acerca de ti mismo que
nunca creíste posible. Parece que las grandes mentes piensan igual.
Ayúdala. Va a necesitarte.
Te amo más de lo que nunca sabrás. Gracias por hacer que mi último
beso contigo, mi último momento, mi última risa, mis últimas lágrimas se
sintieran como las primeras.
—Rusia
Estaba riendo.
Su pelo era de un exuberante castaño, más oscuro en lo alto que en
la parte de abajo, como si estuviera en crecimiento. Sus ojos eran color
avellana, justo como Andi describió, y estaba levantando su Kindle con
júbilo, como si acabara de conseguirlo como un regalo o a lo mejor
acababa de terminar de leer el mejor libro de su vida.
Con la letra de Luca había otra nota. No era larga como la de Andi.
Entonces de nuevo, era fácilmente un hombre de pocas palabras, usaba
sus puños y su pistola para hablar.
—Luca
Perplejo, miré fijamente la carta, leyéndola una y otra vez. ¡No había
dudas de que Phoenix había querido que leyera la maldita carpeta! Y
Frank. Me puse en pie. Mi silla se deslizó hacia atrás y chocó con la
pared con un golpe.
—¿Lo sabias?
Sergio
—Es por una amiga —dije con voz ronca, luego me encogí de
hombros—. Mi mejor amiga.
Frank resopló.
—Gracioso. —Frank revisó su reloj—. Siempre creí que eran los más
violentos.
—Fantástico.
Y completar mi destino.
Mi propósito.
Mi amor.
Mi alma.
Vivo.
Odio.
Un matrimonio arreglado.
Yo soy la mafia.
Soy la oscuridad.