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Eucaristía
Los elementos de la Eucaristía son el pan sacramental (con o sin levadura) y el vino sacramental
que se consagran en un altar (o una mesa de comunión) y se consumen a partir de entonces. Los
comulgantes, aquellos que consumen los elementos, pueden hablar de "recibir la Eucaristía", así
como de "celebrar la Eucaristía".
Los católicos creen que por la consagración las sustancias del pan y el vino en realidad se
convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo (transubstanciación) mientras las apariencias (o
"especies") del pan y el vino permanecen inalteradas. Los luteranos creen que el cuerpo y la
sangre de Cristo están realmente presentes "en, con y bajo" las formas del pan y el vino (unión
sacramental). Los cristianos reformados creen en una presencia espiritual real de Cristo en la
Eucaristía. La teología eucarística anglicana afirma universalmente la presencia real de Cristo en la
Eucaristía. Otros, como los cristadelfianos consideran que el acto es solo una recreación simbólica
de la Última Cena y un memorial conmemorativo.
La Iglesia católica cree que en la eucaristía se hace presente («se re-presenta») el mismo y único
sacrificio que Cristo hizo en la cruz de una vez para siempre, se perpetúa su recuerdo a través de
los siglos y se aplica su fruto.20
El sacrificio de la cruz y el sacrificio de la eucaristía son un único sacrificio, ya que tanto en uno
como en otro, Cristo es el sacerdote que ofrece el sacrificio y la víctima que es ofrecida. Se
diferencian solo en la forma en que se ofrece el sacrificio. En la cruz Cristo lo ofreció en forma
cruenta, y por sí mismo, y en la Misa en forma incruenta y por ministerio de los sacerdotes.22 "Y
puesto que en este divino sacrificio que se realiza en la misa, se contiene e inmola incruentamente
el mismo Cristo que en el altar de la cruz "se ofreció a sí mismo una vez de modo cruento"; […]
este sacrificio [es] verdaderamente propiciatorio."23
Sólo los presbíteros válidamente ordenados pueden presidir la Eucaristía y consagrar el pan y el
vino para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre del Señor.24 En cuanto sacrificio, la Eucaristía
es ofrecida también en reparación de los pecados de los vivos y los difuntos, y para obtener de
Dios beneficios espirituales o temporales.25
El sacrificio de la misa, no añade nada al sacrificio de la cruz sino que hace presente
sacramentalmente en nuestros altares el mismo y único sacrificio del Calvario.26 Por tanto en el
sacrificio de la misa se hace presente («se re-presenta») el mismo y único sacrificio de la cruz.
San Ignacio de Antioquía (f. hacia 107) indica el carácter sacrificial de la eucaristía tratando, en un
mismo texto, de la eucaristía y el altar; y el altar como sitio donde se ofrece el sacrificio
(thusiastérion): «Tened, pues, buen cuidado de no celebrar más que una sola eucaristía, porque
una sola es la carne de nuestro Señor Jesucristo, y uno solo el cáliz para la reunión de su sangre, y
uno solo el altar, y de la misma manera hay un solo obispo con los presbíteros y diáconos».28
San Justino Mártir (f. hacia 165) considera como figura de la eucaristía aquel sacrificio de harina
fina que tenían que ofrecer los que sanaban de la lepra. El sacrificio puro profetizado por
Malaquías, que es ofrecido en todo lugar, no es otro —según el santo— que «el pan y el cáliz de la
eucaristía».29
San Ireneo de Lyon (f. hacia el 202) enseña que la carne y la sangre de Cristo son «el nuevo
sacrificio de la Nueva Alianza», «que la Iglesia recibió de los apóstoles y que ofrece a Dios en todo
el mundo». Lo considera como el cumplimiento de la profecía de Malaquías.30
San Cipriano (f. 258) enseña que Cristo, como sacerdote según el orden de Melquisedec, «ofreció
a Dios Padre un sacrificio, y por cierto el mismo que había ofrecido Melquisedec, esto es,
consistente en pan y vino, es decir, que ofreció su cuerpo y su sangre».32 «El sacerdote, que imita
lo que Cristo realizó, hace verdaderamente las veces de Cristo, y entonces ofrece en la iglesia a
Dios un verdadero y perfecto sacrificio si empieza a ofrecer de la misma manera que vio que Cristo
lo había ofrecido».33
San Ambrosio (f. 397) enseña que en el sacrificio de la misa Cristo es al mismo tiempo ofrenda y
sacerdote: «Aunque ahora no se ve a Cristo sacrificarse, sin embargo, Él se sacrifica en la tierra
siempre que se ofrenda el cuerpo de Cristo; más aún, es manifiesto que Él ofrece incluso un
sacrificio en nosotros, pues su palabra es la que santifica el sacrificio que es ofrecido».34