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Los diáconos en América Latina

p. Luca Garbinetto

El objetivo de este aporte es aquel de describir lo que ha ocurrido con el diaconado en América
Latina al concluirse el Concilio Vaticano II, en el cual los obispos de todo el mundo autorizaron a
las Conferencias episcopales a reintroducir este grado permanente del ministerio ordenado en el
tejido jerárquico y ministerial de la Iglesia. Se tratará de un esbozo, sin pretensión de exhaustividad.
Por lo que se refiere al recorrido de la Iglesia latinoamericana hasta el año 2005, haré referencia a
mi tesis de doctorado en teología pastoral en la Pontificia Universidad Lateranense, disponible en
idioma italiano. Por lo que se refiere a los años siguientes, se encuentra material interesante en el
sitio online denominado “Servir en las periferias”.

1. En el Concilio

Queriendo concentrarnos en lo que se refiere a la Iglesia del continente latinoamericano, es


interesante recordar algunos datos. Antes que nada, hay que decir que la participación del
episcopado latinoamericano al acontecimiento conciliar ha sido vivaz y significativa por lo que se
refiere a la discusión sobre la introducción del diaconado como grado permanente del ministerio
ordenado. Los documentos muestran que había una convergencia de fondo hacia la opinión positiva
sobre la restauración, pudiendo así ejercer un influjo importante sobre el debate y de mayor unidad
con respecto a las otras iglesias jóvenes y misioneras de África y de Asia. Una intervención muy
significativa ha sido la del Cardenal Landázuri Rickets, del Perú, a favor de un éxito positivo en el
debate sobre el diaconado también para hombres casados.
Las motivaciones presentadas para sustentar la propuesta ya estaban presentes en las consultaciones
previas al Concilio. Se trataba sobre todo de exigencias de tipo pastoral, y en particular la falta de
presbíteros en los amplios territorios continentales. Hay que recordar de paso que la escasez de
vocaciones sacerdotales fue indicada como problema principal para las Iglesias nacionales de
América Latina en la primera Conferencia continental del CELAM, en Río de Janeiro en 1955. Esto
produjo también algunas intervenciones que subrayaban el riesgo de consolidar la mentalidad
clerical presente en el Continente si se introdujera el diaconado con la intención de hacer de ello un
ministerio de suplencia por la falta de presbíteros, riesgo que permanece presente aún al día de hoy.
Sin embargo, entre las intervenciones hechas por los obispos latinoamericanos en la sala conciliar,
vale la pena rescatar que hubo algunas perspectivas muy interesantes para la reflexión teológica y la
práctica pastoral del diácono. Merece sobre todo una mención el aporte de Mons. Maurer, obispo de
Sucre, en Bolivia, quien así se expresó:
“El diaconado debe ser reintroducido para que la Iglesia adquiera y exprese una
conciencia más clara de su condición, mostrándose a todos como sierva de Cristo, que
prolonga y testimonia con inmenso amor la humildad del Siervo de Dios.
La Iglesia católica [...] debe ser signo e instrumento sensible del reino de Dios, imitando
la humildad de Cristo Sumo Sacerdote, quien dice de sí mismo: “Estoy en medio de
ustedes como aquel que sirve”.
Toda la Iglesia con todos sus miembros, con todos sus grados y funciones, sobre todo el
sacerdocio, debe representar a Cristo quien “no ha venido para ser servido sino para
servir” (Mt 20,28).

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Ya que, sin duda, este testimonio de servicio humilde debe ser considerado entre las
notas más esenciales de la Iglesia apostólica, es vivamente deseable que el Concilio lo
ponga en evidencia no solamente teóricamente en el capítulo sobre el misterio de la
Iglesia, sino que también prácticamente por medio de la reintroducción del estado
permanente del diaconado.
El diaconado, según la doctrina común, imprime en el alma un carácter indeleble y
permanente. [...] El diaconado será una amonestación continua para los grados más
altos, para que sean superiores a los diáconos también en la humildad, por cuanto
posible. Sería una manera de contrastar de modo positivo una gravísima equivocación, o
sea considerar los grados del sacerdocio como peldaños para una gloria humana: la
carrera eclesiástica”.
El diaconado como signo sacramental, concreto y visible, de una Iglesia sierva y pobre, edificada
sobre el fundamento de Cristo, siervo y pobre, quien ha hecho de servicio un eje del compromiso de
sus discípulos: palabras tan claras y proféticas, que lamentablemente no quedaron fijadas en los
textos conciliares, y que sin embargo parecen muy importantes hoy día para remarcar el sentido
profundo del diaconado.

2. Teología y magisterio después del Concilio

En las décadas postconciliares, podemos destacar dos movimientos de desarrollo por lo que atañe al
diaconado permanente. En primer lugar, hacemos referencia a los encuentros y a los documentos
del episcopado latinoamericano y de los teólogos que trataron el tema. Luego veremos el efectivo
recorrido de restauración a través de los datos numéricos y de algunas notas de análisis.
La intervención de Mons. Maurer anticipaba algunas de las grandes intuiciones de las Conferencias
del CELAM en Medellín (1968) y Puebla (1979). Siempre, cuando se habla del diaconado, hay que
tener en cuenta cómo se inserta dentro del tema más amplio del desarrollo de la Iglesia continental
(tradicionalmente caracterizada por una cierta unidad de camino, más que en cualquier otro
continente, por lo menos en las últimas décadas del siglo pasado) y de las Iglesias locales y
nacionales. Damos por conocidos algunos recorridos históricos, y sobre todo la conexión estrecha
entre las dinámicas sociales, culturales, políticas y económicas, por un lado, y la respuesta eclesial a
las grandes cuestiones de la injusticia y de la pobreza.
Pues, en los varios encuentros organizados para compartir el camino de los diáconos a nivel
continental (el primero fue en San Miguel, a Lima, en 1968) y nacional o regional, como en los
documentos de Medellín, Puebla y Santo Domingo, aparecen algunos elementos interesantes.
1- Sobre la identidad diaconal, los obispos latinoamericanos se expresan tomando conciencia
de la incertidumbre teológica con la cual se ha llegado a las formulaciones del Concilio,
pero afirmando también con claridad la específica configuración del diácono a Cristo
Siervo, lo que aparece particularmente importante en una Iglesia que hace propia la opción
fundamental por los pobres. Junto con una conciencia siempre mayor de la dimensión
sacramental del diaconado, aparece necesaria una inserción comunitaria que se caracterice
por relaciones de comunión, en particular con los presbíteros y los obispos. Servicio y
comunión parecen ser entonces los dos ejes teológicos-pastorales sobre el diaconado en la
visión que de ello tienen los obispos de América Latina. En los años ’90 comienza a
desarrollarse una reflexión más elaborada sobre la comprensión del sacramento del
matrimonio y del orden en la persona del casado diácono; se habla de “familia diaconal” y
de “doble sacramentalidad”, lo cual sugiere profundizaciones y novedades aún actuales
sobre la teología sacramental y vocacional.
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2- Las reflexiones sobre los ámbitos específicos de la ministerialidad diaconal abundan en los
documentos y en los encuentros latinoamericanos. Por un lado, esto manifiesta una cierta
ansiedad propia de los obispos, también en el contexto conciliar y – podemos decirlo –
todavía hoy, en intentar definir límites precisos por lo que se refiere a la práctica ministerial
de los diáconos, como criterio de diferenciación en relación a los otros ministerios
(ordenados y laicales). Por otro lado, el recorrido lleva progresivamente a una conciencia
mayor de lo específico de un ministerio ordenado que se expresa en las tres diaconías de la
palabra, de la liturgia y de la caridad, pero subrayando de modo particular la atención a la
promoción humana, a los espacios de solidaridad y de cercanía a los pobres, teniendo a la
Doctrina Social de la Iglesia como punto de referencia inequivocable. Esto por lo menos en
las intenciones.
3- Por lo que se refiere a la vida del diácono, o sea a su mundo de relaciones y de actividades
que lo caracterizan como persona y que no se reducen a sus funciones ministeriales, la
reflexión latinoamericana no se separa de las cuestiones evidenciadas también en otros
continentes. El tema principal, percibido como bastante problemático, atañe al equilibrio que
hay que encontrar entre las exigencias inherentes a la vida familiar, a la profesión laboral y a
los oficios pastorales. Las tres áreas son consideradas muchas veces como yuxtapuestas, y
quizás demore en esta visión problemática una notable dificultad en armonizar estos ámbitos
de la vida. Como adquisición positiva, podemos decir que generalmente se ha tomado en
serio, a lo largo del tiempo que pasa, el hecho de no poder olvidar a las esposas y a las
familias enteras del diácono en su camino formativo y en su ejercicio ministerial. Aunque no
todas las Iglesias nacionales han sabido dar respuestas adecuadas al tema.
4- En fin, el tema del discernimiento vocacional y de la formación de los diáconos ha
adquirido, en los encuentros y reflexiones latinoamericanas, una importancia siempre
mayor, también a la luz de experiencias no siempre felices. Casi todas las Conferencias
nacionales se han dado como herramienta de trabajo un Directorio o un Reglamento que
arranca en su estructura básica desde la Ratio y el Directorio propuestos desde Roma en
1998. La formación inicial y la formación permanente aparecen los dos grandes sectores que
caracterizan la dinàmica educativa para los diáconos: la experiencia en América Latina no
siempre ha logrado llevar a una propuesta específica para el ministerio diaconal que sepa
subrayar una particular vocación, con exigencias diferente de los llamados sacerdotales,
religiosos y laicales.

3. La efectiva restauración y la distribución de los diáconos

El debate magisterial y teológico inherente al diaconado en América Latina, hasta el comienzo del
tercer milenio, no ha tenido un correspondiente desarrollo por lo que se refiere a la efectiva
restauración del diaconado en las Iglesias locales.
Hay que subrayar una paradoja que ha involucrado la Iglesia católica universal. Los Padres
conciliares esperaban – como atestiguan los documentos – que el diaconado permanente tuviera una
particular acogida positiva en las Iglesias jóvenes y misioneras y que ayudara a responder con
eficacia a las exigencias de comunidades cristianas lejanas con escaza presencia de clero. De hecho,
no pasó así. De lo contrario, aconteció que fueron algunas Iglesias de antigua traición y arraigadas
en sociedades más ricas económicamente a tener un desarrollo numérico y pastoral más rápido y
sensible en las vocaciones diaconales. En particular, Estados Unidos, Alemania e Italia vieron
crecer mucho la cantidad de diáconos, con consiguiente aporte teológico más rico y novedoso. Hoy
día sigue siendo así, con algunas novedades que atañen a América Latina (por ejemplo en Brasil).
Pero es importante preguntarnos brevemente porqué aconteció esto, con progresivo desánimo por
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parte de los obispos que más habían esperado otro tipo de desarrollo, quizás con algunas formas de
idealización.
Me parece que los motivos de un desarrollo que privilegió las Iglesias, por así decir, del primer
mundo se pueden resumir en estos:
1- en las Iglesias jóvenes, y en particular en América Latina, muchas de las tareas que el
Concilio indica como propias del diácono ya estaban cumplidas eficazmente por parte de los
laicos: la sensación era que los diáconos, en la práctica, no eran necesarios;
2- una ministerialidad laical parecía más dinámica y menos estricta y rígida, además que no
tenía un carácter de definitividad como una ordenación; y sobre todo no exigía una inversión
económica por parte de las Conferencias episcopales. En algunos países ricos, la
ministerialidad eclesial se caracteriza por un sueldo que hay que reconocer al ministro (por
ejemplo, en Alemania), con el riesgo de percibirlo como un trabajo. Este enfoque podría
haber condicionado la reflexión sobre la restauración del diaconado;
3- la mentalidad clerical presente en América Latina aumentaba la percepción, por parte de los
sacerdotes, de una dinámica de competición con los posibles ministros ordenados diáconos,
como al mismo tiempo la ordenación diaconal arriesgaba de fortalecer esta percepción
clericalita en los varones indicados como candidatos;
4- conectada con esa, la mentalidad sacral muy fuerte en los pueblos latinoamericanos fatigaba
a dar espacio a un ministerio ordenado “sin poder”. La secularización ha tocado la realidad
del Continente con un cierto atraso con respecto a Europa y Norte de América; pero ahora
las cosas van cambiando con una cierta rapidez.
De hecho, vamos a ver los números, para entender también estadísticamente de qué estamos
hablando, repartiendo el proceso en tres grandes etapas indicativas: la primera en las décadas de los
’70 y ’80 del siglo pasado; la segunda entre los años ’90 hasta el 2000 (simbólicamente, tomamos
como referencia el año del gran jubileo); la tercera, con el comienzo del tercer milenio.

Primera fase
En 1969, apenas al comienzo de las ordenaciones diaconales en el mundo, había 200 diáconos en el
mundo, y de ellos 95 (más de la mitad) se encontraban en América Latina.
En 1973, en el mundo hay 1239 diáconos, con un rápido desarrollo en Europa y Estados Unidos; en
Latinoamérica son solamente 254.
Comenzando la Conferencia de Puebla en 1979, hay 6676 diáconos en el mundo, con apenas 821 en
América Latina. La dinámica del crecimiento numérico asumió ya en aquel entonces una
orientación clara, y no han pasado todavía 15 años desde la conclusión del Concilio.
Los contextos históricos, la notable valoración de la categoría del “pueblo de Dios”, el aporte de la
teología de la liberación y de las Comunidades eclesiales de Base no han favorecido un
correspondiente crecimiento de las ordenaciones diaconales.

Segunda fase
Una fase nueva comienza con los años ’90, los cambios en la elección de los obispos, el desarrollo
de las Escuelas diaconales. El número de diáconos crece en América Latina: en 1995 son 3099, o
sea tres veces más que diez años antes, mientras que en el mundo son el doble. Aparece claro que se
trata fundamentalmente de un ministerio para casados: solamente el 2% son célibes, y hay que
considerar también a los religiosos, especialmente de mi congregación.

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Los modelos diaconales que en la práctica se manifiestan en los países del Continente son en
substancia dos:
a- aquel de un clérigo casado que logra integrar a la familia en su ministerio y se percibe y
actúa como sujeto al servicio de una transformación de la sociedad, practicando sobre todo
una ministerialidad atenta a la caridad y a la justicia;
b- aquel de un clérigo casado que sustituye al cura, dedicándose sobre todo al templo, al culto y
a la catequesis tradicional, dejando a la esposa en un papel marginal y enfatizando el aspecto
pastoral clásico en su ministerio. Este modelo ha sido sin duda mayoritario.

Tercera fase
Llegando así a la tercera fase, con el inicio del tercer milenio, señalamos la situación numérica en
2002: en el mundo hay 30097 diáconos, de los cuales 5195 están en América Latina. Algunos
Países han logrado en esta época un número notable de diáconos, y son Países grandes como Brasil,
Argentina y Chile, pero también otros más pequeños como Puerto Rico y la República Dominicana.
Esto lleva a la hipótesis de que el desarrollo del diaconado tenga mucho que ver con la imagen de
Iglesia que anima el sentido eclesial y con el contexto cultural (los Países indicados tienen un
arraigo más evidente que otros con el mundo secularizado occidental). Se nota que en el mundo
indígena, muy presente en varios Países latinoamericanos, a pesar de una significativa presencia de
la Iglesia católica en las décadas finales del siglo pasado, no ha habido un desarrollo particular del
diaconado, a parte en la zona del Chiapas, con una experiencia muy particular que trataremos a
parte. En la situación actual y luego de la reflexión culminada con el Sínodo para la Amazonia
quizás podamos tener una percepción diferente: sin embargo, no hay duda de que la cosmovisión
indígena, la manera de comprender el tejido comunitario y el papel de la autoridad, especialmente
con referencia a lo sagrado, hayan podido condicionar una efectiva comprensión del papel del
diaconado en la comunidad cristiana.
En los años de experimentación inicial del diaconado en América Latina vale la pena recordar que
hubieron también algunas experiencias locales significativas, con la finalidad de re pensar la
estructura pastoral de las comunidades cristianas valorando la presencia de este nuevo ministerio
ordenado, con su carisma específico. Así, por ejemplo, ha pasado con algunas diócesis brasileñas:
en Apucarana el obispo dom Romeu Alberti pensó en una organización de “Iglesias diaconías”
como subsectores de las “Iglesias parroquias”; en Sao Joao da Boa Vista, en el 1998 el obispo dom
Dadeus Gringo constituyó dos diaconías como entidades jurídicamente paralelas a las parroquias,
que comprendían ciertos territorios bajo la guía de un diácono y con finalidades sociales. Más allá
del éxito no siempre duradero de las propuestas, las queremos recordar para subrayar la intuición de
obispos proféticos, de que no se puede pensar el diaconado dentro de una estructura y organización
eclesial que persevere pensando igual a como antes se pensaba, cuando toda la referencia pastoral y
la función de guía y animación estaba concentrada solamente en la figura del sacerdote. Como ya
intuía Puebla (cfr. n. 699), la restauración del diaconado no es un ejercicio de arqueología cristiana,
sino más bien una conversión eclesial que exige creatividad, a partir de tres ejes fundamentales:
1- la lectura del territorio con sus aspectos socio-culturales, económicos, políticos y eclesiales
específicos, según el criterio de la encarnación que orienta cada discernimiento;
2- el involucramiento de toda la comunidad eclesial en el proceso de discernimiento;
3- la participación y opción decidida, competente y apasionada del obispo, punto de referencia
esencial (ejerciendo un liderazgo indispensable para que haya Iglesia) para toda
transformación comunitaria.

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4. La situación actual

Los últimos quince años han significado para América Latina un desarrollo importante desde el
punto de vista numérico del diaconado permanente. Me limito a datos del 2009, cuando en América
Latina había 6572 diáconos, más o menos el 16% de los diáconos del mundo entero. Muchos Países
han visto crecer el número de ordenaciones, junto con una estructuración más adecuada de la
formación y un involucramiento mayor en la dinámica pastoral.
Brasil, Chile, Argentina, México son los países con más diáconos, aunque sería interesante
confrontar los números con la población total y además con la presencia de católicos. El diácono
Miguel Ángel Herrera Parra, sociólogo del Chile, nos permite señalar que en el Continente hay un
promedio de más o menos 8 diáconos por diócesis. Sin embargo, su difusión es muy diferenciada, y
hay que constatar con dolor que existen todavía Conferencias episcopales (como la de Guatemala)
que no han reintroducido el diaconado en sus Iglesias locales o que no logran implementarlo
adecuadamente. Además, se percibe desde varias partes una preocupación por un crecimiento del
modelo diaconal concentrado sobre todo en las tareas litúrgicas o cultuales, así que su especificidad
no se nota fácilmente.
Sintéticamente, en el Congreso de diáconos del 2011, cuyas conclusiones pueden ser asumidas
todavía como una buena descripción de la situación del diaconado en América Latina también hoy,
se notaban algunos puntos fuertes:
a- la comunión de los diáconos con sus obispos;
b- la disponibilidad al servicio de parte de los diáconos;
c- los procesos de formación, a menudo bien definidos;
d- el apoyo a los diáconos de varias Conferencias episcopales.
Al mismo tiempo, se manifestaban estas debilidades:
a- la dificultad a asumir y fortalecer, sea para los diáconos que para las comunidades y sus
presbíteros, una clara identidad ministerial;
b- la dedición mayoritaria, como se ha dicho, a la liturgia y a los sacramentos;
c- la clausura, por parte de algunas diócesis, de las escuelas diaconales existentes;
d- la falta de formación permanente para los diáconos;
e- la indiferencia o falta de apoyo de parte de algunos presbíteros.
En fin, es interesante recoger las pautas de crecimiento indicadas:
a- la necesidad de profundizar la vida espiritual de los diáconos permanentes;
b- la necesidad de favorecer la comprensión y la armonización de la doble sacramentalidad;
c- la urgencia de difundir y dar a conocer en la Iglesia y en la sociedad el carisma específico
del diaconado;
d- la necesidad de una inserción mayor y constante de los diáconos en la pastoral social;
e- la propuesta de constituir pequeñas comunidades de familias diaconales;
f- la atención a una formación inicial y permanente más integral, y no solamente intelectual.
Quizás nos podría salir una expresión, después de haber recorrido brevemente y a grandes rasgos el
proceso de desarrollo del diaconado en América Latina: “nada nuevo bajo el sol”. Las riquezas,
pero sobre todo las dificultades parecen ser siempre las mismas en toda latitud. Sin embargo, no hay
que olvidar un hecho evidente: más de 6000 diáconos ordenados son una realidad desde la cual ya
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no se vuelve atrás, tan evidente que no es posible evitar de hablar de ellas y nos sentimos obligados
a buscar caminos siempre más eficaces para valorar un don tan grande.
Habría que volver a subrayar la necesidad de una atención a caracterizar el ministerio diaconal
como algo diferente del ejercicio de un “sacerdocio no cumplido”, a lo mejor con la infeliz
categorización de un sacramento del orden recibido por quienes tienen el “impedimento” de ser
casados (y el papa no abre a la ordenación sacerdotal de hombres casados, y ni siquiera de mujeres
al diaconado, por lo menos hasta ahora). Hoy día se habla mucho de un diaconado a servicio de
comunidades lejanas sin la presencia del cura, con una atención especial a las culturas indígenas, y
esto es muy apreciable.
Por eso, resulta importante tener presente lo que el papa Francisco dijo sobre el diaconado (poco,
para ser sinceros) en el documento conclusivo del Sínodo sobre la Amazonia. Frente al tema de la
escasez de presbíteros que no permite alimentar frecuentemente las comunidades indígenas con el
pan eucarístico, el sumo pontífice afirma:
92. Por lo tanto, la Eucaristía, como fuente y culmen, reclama el desarrollo de esa
multiforme riqueza. Se necesitan sacerdotes, pero esto no excluye que ordinariamente
los diáconos permanentes —que deberían ser muchos más en la Amazonia—, las
religiosas y los mismos laicos asuman responsabilidades importantes para el
crecimiento de las comunidades y que maduren en el ejercicio de esas funciones gracias
a un acompañamiento adecuado.
Pero a mi parecer no hay que descuidar tampoco el grito de las muchedumbres que se encuentran
especialmente en las grandes metrópolis latinoamericanas y que exigen una ministerialidad capaz de
animar y formar a la caridad social y política, para las luchas en contra de la injusticia que todavía
es devastadora en el Continente. En las comunidades eclesiales urbanas quizás habría una
oportunidad importante para intentar definir las experiencias diaconales de manera más específicas,
en una relación de corresponsabilidad con los presbíteros presentes en el territorio, sobre todo en las
parroquias. Este me parece un tema muy actual, sobre todo en un contexto generalmente marcado
por la necesidad de una actitud constantemente misionera (según el fuerte llamado de la última
Conferencia de los obispos en Aparecida) frente de un tejido social y eclesial siempre más
caracterizado por el éxodo de católicos a las sectas evangélicas pentecostales y por una respuesta
católica cuyos estilos formativos y espirituales no mucho se destacan con relación a las dinámicas
evangelizadoras (o proselitistas) de estas realidades.
En el Documento de Aparecida, se dice de los diáconos permanentes:
Ellos son ordenados para el servicio de la Palabra, de la caridad y de la Liturgia,
especialmente para los sacramentos del Bautismo y del Matrimonio; también para
acompañar la formación de nuevas comunidades eclesiales, especialmente en las
fronteras geográficas y culturales, donde ordinariamente no llega la acción
evangelizadora de la Iglesia…, dando testimonio, así, de Cristo servidor al lado de los
enfermos, de los que sufren, de los migrantes y refugiados, de los excluidos y de las
víctimas de la violencia y encarcelados. La V Conferencia espera de los diáconos un
testimonio evangélico y un impulso misionero para que sean apóstoles en sus familias,
en sus trabajos, en sus comunidades y en las nuevas fronteras de la misión” (DA 205,
207-208).
Este es el deseo y el horizonte con el cual quiero concluir mi aporte, convencido de que el
ministerio diaconal bien aprovechado en su novedad carismática puede abrir fronteras
evangelizadoras nuevas, según los dos ejes del servicio y de la comunión desde siempre indicados
como centrales para este ministerio en América Latina.

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