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EL FUNDAMENTO DE LA SALVACIÓN

Texto base: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en
Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al
Espíritu.” (Romanos 8:1)
INTRODUCCIÓN
Sabemos que muchos de los problemas mentales, emocionales, físicos,
sentimentales, y por supuesto espirituales, tienen su origen derivado de auto
rechazo, desprecio, frustración, maldición generacional, falta de perdón,
odio, resentimientos, decepciones, etc.
Así que, ante una causa espiritual de problemas, una solución espiritual para
los mismos.
Y Dios, en toda la historia de la humanidad se ha revelado al hombre para
darle la salvación ante todos estos problemas, y aún más, ofrecerle la
salvación y vida eterna.
La humanidad entera y en particular todos los que profesamos la fe en Cristo
Jesús, debemos comprender que nuestro Señor Jesucristo es el fundamento
de la Salvación.
I. EL EVANGELIO Y EL CONCEPTO DE SALVACIÓN
La Biblia nos presenta la salvación como un proceso que Dios desarrolla por
gracia en el creyente en tres etapas principales.
En sentido cronológico estas etapas tienen que ver con lo siguiente: “Cristo
nos libró”, “nos libra”, “nos librará” del pecado eternamente.
Este proceso cronológico de alguna manera se asocia a la Justificación, a la
Santificación y a la Glorificación final.
A. La justificación. La Biblia presenta la salvación como un regalo de la gracia
de Dios que nos concede tres etapas de la salvación, generadas por medio de
la fe en la gracia de Dios acontecida en Jesucristo.
La primera de ellas es la justificación de los pecados.
Pablo lo afirma con las siguientes palabras: “siendo justificados
gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús”
(Romanos 3:24).
En esta primera etapa de la Salvación empieza cuando recibimos la Justicia
regalada de Cristo, al reconocer y aceptar que él ocupó nuestro lugar en la
cruz para pagar por nuestros pecados.
El Señor paga por nosotros en su sacrificio perfecto, y nos ofrece de manera
gratuita, y por su gracia, la justificación, el perdón de nuestros delitos, culpas
y pecados que hemos cometido.
Él nos envía su palabra de salvación a través de la predicación del evangelio
siempre, por medio del cual nos hace un llamado eficaz y poderoso a la fe en
su muerte y resurrección para el perdón de los pecados.
Con su Espíritu toca nuestro corazón para que creamos en su palabra, nos
arrepintamos del pecado y declaremos públicamente por la fe, invocando su
nombre en el bautismo, que sólo su muerte y resurrección nos limpian de
todo pecado. Así, por la fe en Jesucristo, él nos limpia de todo pecado.
B. La santificación. Una segunda etapa de la salvación total que Cristo hace
en el creyente, tiene que ver con la santificación.
Pablo dijo de esta etapa las siguientes palabras escritas en la carta a los
Romanos: “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos
de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.”
(Romanos 6:22).
Mientras que la justificación en Cristo Jesús nos salva de la condenación del
pecado y nos perfila hacia la salvación eterna (glorificación), la santificación
en Cristo Jesús nos permite un estilo de vida que nos aleja del poder del
pecado y nos da una vida victoriosa, hasta que llegue el momento de nuestra
glorificación final, ya sea que resucitemos o seamos arrebatados.
La santificación es fruto de la justificación al convertirnos en siervos santos
de Dios, y tiene como finalidad reproducir en nosotros el carácter de
Jesucristo para poder perseverar hasta el fin.
La Epístola a los hebreos menciona también la importancia de la santidad de
la siguiente manera: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie
verá al Señor”, (Hebreos 12:14).
Nuestro Señor Jesucristo nos lo dice con otras palabras con el mismo
significado: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a
Dios.” (Mateo 5:8).
C. La glorificación final. La tercera etapa consiste en la glorificación final de
nuestros cuerpos, transformados en cuerpos incorruptibles: “el cual
transformará el cuerpo de la humillación nuestra para que sea semejante al
cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí
mismo todas las cosas.” (Filipenses 3:21).
Así, en esta etapa de la salvación el creyente recibe la vida eterna, luego de
ser justificado y santificado en Cristo Jesús.
El cuerpo corruptible de la humillación nuestra es transformado en un cuerpo
glorificado, incapaz e imposibilitado para pecar, porque será semejante al
cuerpo glorificado de Cristo.
Por tanto, en ese momento glorioso, Jesucristo mismo nos vestirá de
incorrupción como lo señala Pablo en la primera carta a los Corintios 15: 53-
55; “Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto
mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de
incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se
cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde
está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?”
Comprendemos por lo tanto que la salvación en Cristo Jesús es un proceso
que nos lleva de la justificación hasta la glorificación final, y que se extiende
en el pasado, en el presente y en el futuro.
Así nos lo hace ver 2a Cor. 1:10 “el cual nos libró, y nos libra, y en quien
esperamos que aún nos librará, de tan gran muerte;”
y Rom. 6:22. “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos
siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida
eterna.” 
Por eso, para llegar a la glorificación se requiere indispensablemente haber
sido justificados y santificados.
Y ser justificados y santificados es un regalo de la naturaleza perfecta de
Jesucristo por gracia otorgada a nosotros.
Quien es el fundamento perfecto de nuestra Salvación y vida eterna, obrando
en nosotros la capacidad de vivir una vida no conforme la carne, sino
conforme al Espíritu (Rom. 8:1 “Ahora, pues, ninguna condenación hay para
los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino
conforme al Espíritu.”).
II. El papel del Espíritu Santo en el proceso de la Salvación
A. El Espíritu Santo produce la conversión de las personas. Como primer
paso, el Espíritu Santo genera la convicción de pecado en las personas al oír
la palabra de Dios.
Así, por ejemplo, cuando uno lee el libro de los Hechos de los Apóstoles en el
capítulo 2, se puede descubrir que al derramamiento del Espíritu Santo y la
predicación de la palabra, la multitud que escuchó el sermón de Pedro fue
quebrantada de corazón, lo cual significa que reconocieron que eran
pecadores, que ellos habían asesinado a Jesucristo el mesías rey de Israel,
porque no lo habían conocido. Lucas narra este quebrantamiento de corazón
de la siguiente forma:
“Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros
apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?”
Así que, generar en el corazón de las personas que reconozcan que son
pecadores es obra del Espíritu Santo, el cual usa el mensaje de la palabra de
Dios para iluminar el corazón de la persona, lo que les da el conocimiento de
su verdadera condición perdida sin Cristo.
B. El Espíritu Santo produce la fe salvífica. La narrativa de Lucas en Hechos 2,
también nos indica que la multitud reconoció que eran pecadores debido,
precisamente, a la fe que el mismo toque del Espíritu Santo generó en sus
corazones.
Creyeron con toda certeza que Jesucristo crucificado había resucitado, y que
él, verdaderamente, era el Señor y Cristo, entronizado en la gloria de Dios, y
que su resurrección había puesto a sus enemigos debajo de sus pies.
Por lo tanto, por la fe en la gracia de Dios manifestada en Jesucristo,
obedecieron a Pedro en recibir el bautismo acompañado de arrepentimiento,
invocando el nombre de Jesucristo, para el perdón de sus pecados.
Precisamente, porque Jesús es el nombre del Señor, el cual debe ser
invocado para ser salvo, según la profecía de Joel (Joel 2:32; Hechos 2:21).
En consecuencia, no dudan en invocar el nombre de Jesucristo, bautizándose
arrepentidos, con la fe que en Jesús hay perdón de pecados, y con la finalidad
de vivir una vida hasta el fin de sus días alejada del pecado, en servicio a Dios.
Así, la fe queda conectada al perdón de pecados que Jesucristo regala a los
creyentes.
C. El Espíritu Santo produce la conversión total. Una vez que la multitud de
los creyentes son bautizados por la fe en la muerte y resurrección de
Jesucristo, para el perdón de los pecados, Pedro los enseña a perseverar
hasta el fin apartados del pecado.
Sus palabras de discipulado hacia la multitud, para guiarlos en crecimiento y
en una conversión total son las siguientes: 40 “Y con otras muchas palabras
testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación.
41 Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron
aquel día como tres mil personas. 42 Y perseveraban en la doctrina de los
apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las
oraciones”. (Hechos:40-42).
“Sed salvos de esta perversa generación” son palabras con las que el apóstol
Pedro explica la necesidad a la multitud de apartarse del pecado totalmente,
e incorporarse a la iglesia para servir, amar, obedecer y adorar a Jesucristo.
De esta forma les enseña a vivir una conversión total, y la necesidad de
perseverar hasta el fin. Por eso Lucas relata enseguida que los bautizados:
“perseveraban en la doctrina de los apóstoles…” (v.42).
Luego, entonces, no es extraño que esta multitud de creyentes adoran a Dios
con toda libertad, reciben milagros, comparten con sus hermanos para que
no haya entre ellos ningún necesitado, y diario se reúnen en el templo y por
las casas, porque no cesaban de adorar y enseñar a Jesucristo. Adoración y
enseñanza eran alimentos espirituales de primer orden, junto con la oración
y la comunión con los santos.
CONCLUSIÓN
La predicación de la palabra profética y la obra del Espíritu Santo aplican de
manera poderosa la gracia salvífica de Dios a la vida de los creyentes,
ofrecida por medio del sacrificio perfecto de nuestro Señor Jesucristo.
El Espíritu Santo al darnos a conocer por medio de la palabra, el sacrificio de
Jesús para el perdón de nuestros pecados, planta en nuestro corazón esa fe
que genera la nueva vida en Cristo, la cual nos capacita para aceptarlo y
recibirlo como nuestro único y suficiente Señor y Salvador.
Así, pues, tal toque del Espíritu Santo nos bendice al darnos la fe salvífica que
nos anima a invocar el nombre de Jesucristo para obtener la completa
salvación, el perdón de nuestros pecados: tanto nuestro pasado pecaminoso
(justificación por nuestros pecados cometidos), como también el pecado en
nuestro presente (santificación para caminar en victoria) y lo mismo hace con
nuestro futuro (nos hace perseverar hasta la glorificación final que nos libera
de la perdición y muerte eterna).
Este proceso de salvación tiene como único fundamento a Jesucristo: su vida,
muerte, sepultura y resurrección.
Y su Espíritu y su palabra lo hacen realidad en la vida del creyente.
Así, pues, este fundamento Cristo céntrico de la salvación debe ser
comprendido por la Iglesia, y lo debe predicar a todas las naciones, a fin de
que todos procedan al arrepentimiento y perdón de pecados, y con ello, a la
promesa de la vida eterna.

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