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SOLUCION DE LA CUESTION

Capítulo LII - La obra del amor eterno


Capítulo LIII - A. La caída I. En el cielo
Capítulo LIV - II. En la tierra

Tentación renovada
Capítulo LV - I. La tentación de Cristo
Capítulo LVI - II. Tentativas diversas

La tentación de la cristiandad
Capítulo LVII - III. Tentación fundamental y general
I. desde el Renacimiento a la Revolución
Capítulo LVIII - Tentación Fundamental y general (continuación)
II. desde la revolución a nuestros días
Capítulo LIX - Tentación fundamental y general (cont.)
III. en la actualidad

La derrota del tentador


Capítulo LX - La mujer beligerante por Dios
Capítulo LXI - Con qué armas batir al tentador?

Capítulo LXII - Víctimas de la expiración y de la salvación


Capítulo LXIII - Antagonista de la francomasonería
Capítulo LXIV - En que vemos reaparecer a Nubius
Capítulo LXV - Previsiones del antagonista de los francomasones

Desenlace del antagonismo entre las dos civilizaciones - Resultado de la lucha


Capítulo LXVI - I. Premoniciones divinas
Capítulo LXVII - II. Voces de los santos
Capítulo LXVIII -III. Voces de la Santa Iglesia
Capítulo LXIX - IV. Voces de la tierra : El mundo se unifica ¿con qué fin?
Capítulo LXX - Qué cabe esperar de Francia?
I. Temas de desesperanza
Capítulo LXXI - Qué cabe esperar de Francia?
II. A pesar de todo ... esperanza
Capítulo LXXII - Cómo secundar los designios de la misericordia divina
CAPITULO LII
LA OBRA DEL AMOR ETERNO

Desde el siglo XVIII la conjura anticristiana centró su principal esfuerzo en Francia,


hija mayor de la Iglesia. Es por tanto allí donde tuvimos que observarla,
principalmente. No obstante, como esta conjura se extiende por toda la tierra, a menudo
tuvimos que hacer incursiones en otras partes del mundo para poder seguir a sus
agentes.

Sus últimos actos introdujeron en la escena a un personaje nuevo al que parece


pertenecer el papel principal. Los franco-masones nos condujeron a los Judíos y los
Judíos nos llevaron ante Satán.

De modo que si deseamos tener una idea completa y profunda de la conjura anticristiana
es a él a quien debemos estudiar. Quién es? Qué desea? Cómo se pone en contacto con
los hombres y con qué fin?

Una vez hecho este estudio tendremos que buscar si, en oposición a la acción satánica
no existe otra acción extra-natural para combatirla y si hallamos que existe, tendremos
que preguntarnos a quién debe pertenecer la victoria.

Estos interrogantes nos conducen a las altas esferas de la filosofía y de la teología. Que
los lectores no se asusten y que por temor a no entender pasen por alto estas páginas.
Seremos lo suficientemente claros para que puedan seguirnos sin esfuerzo y hallen en
este estudio un interés tanto más cautivador por ser de orden elevado.

La explicación de la presencia del demonio en nuestro mundo y de la acción funesta que


en él ejerce plantean la cuestión previa del mal y de sus orígenes y la cuestión del mal
sólo puede resolverse con el conocimiento del ser, tanto del ser sobrenatural como del
ser natural.

El ser es, no puedo negarlo : tengo conciencia de mi existencia y tengo la visión y el


contacto con los mil objetos que me rodean, que actúan sobre mí y sobre los que ejerzo
mi acción.

Soy, pero hace cien años yo no era. Era menos que un grano de arena perdido en el
fondo de los mares. Cómo soy? Sólo puedo explicármelo por la acción de otro ser,
anterior a mi existencia y que me ha producido, como yo mismo produzco. Igual que
empezaron todas las cosas que me rodean, los mismos cielo y tierra, mi razón deduce
un primer Ser, existente El por Sí mismo, y por consiguiente eterno. Tal Ser solamente
puede extraer a todas las cosas de la "ausencia eterna" para que sean con El.

La razón que no quiere enceguecerse no puede evitar remontar del ser contingente y
limitado que es y cuya presencia fuera de sí constata, al Ser necesario, que lleva en sí la
razón de su ser.

Al existir de por Sí, contiene el principio del ser y puede ser su fuente eterna.

Por qué quiso que fuéramos con El? Sólo podemos dar esta razón: quiso ver imágenes
de su esencia, porque es eso lo que somos. Quiso hacer desbordar fuera de Si a las ideas
que están en El y transmitir su dicha.

Bonum est diffusivum sui dijo Santo Tomás de Aquino después de Aristóteles. Al bien le
agrada difundirse, su naturaleza consiste en darse. Por consiguiente, el Bien infinito, el
Ser infinito tiene un deseo infinito de comunicarse. El apóstol San Juan, inspirado por
Dios, dio esta definición de Dios: Dios es amor, Deus charitas est. De modo que es en
el amor que está en Dios, que es Dios, donde se encuentra el motivo de la creación y el
principio de toda criatura.

Dios se conoce infinitamente para infinitamente amarse. Conocer, amar, es la vida de


las inteligencias. Conocerse, amarse es en el Ser infinito la vida absoluta. Por eso a Dios
se le llama en las Santas Escrituras: el Dios viviente (1). La vida en Dios - El nos la
reveló- es la generación del Verbo y la inspiración del Amor, relaciones inefables, de
allí las tres Personas que constituyen la naturaleza divina.

Llevadas por su mutuo amor, las tres Personas divinas llamaron de la nada a personas
nuevas para ver en ellas la repetición de su dicha (2). Nos donaron el ser, la vida y la
inteligencia para amarnos y ser amados por nosotros, para procurarse esa gloria
accidental y verter en nosotros algo de su dicha. Ese es el misterio de la creación:
explosión del Amor de Dios como dijo M. de San Bonnet, desbordamiento del amor
infinito. Dios es bueno, y su naturaleza lo lleva a darse. Ese es el enigma que se plantea
al espíritu del hombre cuando reflexiona en lo que es él y el universo.

M. Blanc de San Bonnet comienza el libro póstumo editado por la piedad fraterna bajo
este título El amor y la caída, con estas palabras:

"El cristianismo actual no transmite a los espíritus estas dos grandes nociones: el Amor
que es la vida de Dios y la caída que compromete la vida del hombre. Este olvido, que
produce todos nuestros males, amenaza con dejar que la civilización se derrumbe. Si el
pensamiento de la caída del hombre y del amor que Dios le tiene pudiera entrar en las
mentes, todo en Europa cambiaría de aspecto". Todos los escritores que comprendieron
la Revolución, que quieren liberar al mundo se esfuerzan en restaurar el pensamiento de
la caída. El mismo divino Salvador Jesús se encargó de restaurar el pensamiento del
amor al manifestar el fuego de su Sagrado Corazón.

Dios no podía satisfacer su Bondad en el don de la existencia a un ser único, igual que
no podía agotar su belleza en una sola imagen de su esencia. Así que multiplicó a sus
criaturas y multiplicó a las especies (species, imagen). Dios, dice Santo Tomás de
Aquino, llevó las ideas al ser para comunicar a las criaturas su bondad y representarla en
ellas. Produjo naturalezas múltiples y diversas para que lo que falta a una de ellas para
representar su divina Bondad fuera suplido en otra. Añade: "hay una distinción formal
para los seres de diferente especie: hay distinción material para los que sólo difieren
desde el punto de vista numérico. En las cosas incorruptibles (los espíritus puros) sólo
hay un individuo para cada especie."La innumerable multitud de ángeles presenta
grados infinitos de perfección cada vez mayor, de belleza más y más perfecta, de
bondad cada vez más comunicativa.

Los espíritus puros y los seres materiales no lo son todo en la creación. Dios también
produjo los seres mixtos que somos, animales razonables compuestos de cuerpo y de
alma. El conjunto de estos seres forma el mundo. "Aquel que vive eternamente, dicen
las Sagradas Escrituras, lo creó todo al mismo tiempo. "Los espíritus puros, los seres
simples, no compuestos, tuvieron desde ese instante su perfección. Los seres materiales
existieron primero en sus elementos y con las leyes que debían regirlos para llevarlos a
formar la multitud de cuerpos: lo que dio origen al tiempo." (3) Los seres animados no
pudieron aparecer hasta que la materia llegó al punto de poder prestarse a la formación
de sus cuerpos. Al comienzo sólo existieron en el principio de su especie que en
generaciones sucesivas se desarrolló en individuos.
Así nació el mundo: "El mundo fue hecho por El, dice San Juan (I,10). Al poner en
singular esta expresión "el mundo", el Apóstol indica que sólo hay un mundo, es decir
que en la creación no hay ninguna parte ajena a las otras.

Pero ¡qué multiplicidad y qué diversidad hay en esta unidad! Sólo al hablar de ángeles,
Daniel (VII,10 ) exclama: " Miles de millares le sirven y una miríada de miríadas están
de pie ante El, el Señor de los ejércitos", el Señor de toda la jerarquía de las diversas
órdenes de seres.

Comentando estas palabras, dice Santo Tomás: "Los ángeles forman una multitud que
supera a toda multitud material". Se basa en lo que Santo Dionisio el Aeropaguita dice
en el capítulo. XIV de la Jerarquía Celeste: "Son numerosas las bienaventuradas
falanges de espíritus celestes; superan la medida ínfima y limitada de nuestros números
materiales " (4 )

Al formar una especie por sí solo, cada uno de esos espíritus refleja, por así d ecirlo, un
punto del infinito, es una imagen diferente de la perfección divina, un resplandor
especial de la divina Belleza. ¿Qué imaginación podría figurarse el esplendor creciente
de esos espejos de la divinidad que, partiendo de los confines del mundo humano, van,
subiendo siempre en grupos ordenados, hasta el trono del Eterno? ¿Quién podría ir con
el pensamiento de uno a otro hasta aquel que ocupa la cima de esta jerarquía y recibe la
primera y más brillante radiación de la gloria de Dio?. "Oh profundidad inagotable de la
sabiduría y de la ciencia de Dios, exclama San Pablo. De El por El y para El son todas
las cosas. Sea para El, la gloria por todos los siglos (Ad.Rom.XI.,33-34 )!"

Pero he aquí lo más sorprendente para nuestro espíritu y lo más conmovedor para
nuestro corazón. El Amor no halló sosiego en la creación, por inefable que sea el don
del ser y de la vida en el ser y de la inteligencia en la vida. Tras haber hecho de las
criaturas las imágenes de su perfección, Dios quiso hacer de ellas amigos y para ello
elevarlas hasta El. No nos asombremos. Dios es amor y su caridad desciende como un
torrente que derriba todos los obstáculos, los que proceden del infinito y los derivados
de la naturaleza de lo finito.

Allí está el misterio de los misterios del Amor: ese don de Dios a nosotros, que nos
eleva hasta El para amarnos y ser amado por nosotros. Cómo dar, ya no digo el
conocimiento adecuado sino una idea suficiente que nos invite al abandono amoroso de
nuestro alma al Amigo divino.

¿Cómo se da Dios a nosotros? ¿Cómo lo poseemos? ¿Con qué amor estamos llamados
a amarle?

Digamos primero con Santo Tomás que Dios está en todas sus criaturas igual que la
causa está en su efecto. El es causa primera, la causa inicial y la causa persistente, la
causa creadora y la causa conservadora de todo lo que es. Además está en sus criaturas
por su esencia, es decir por la idea que cada una de ellas materializa. Finalmente está
por su poder que, después de haberlas creado las mantiene en el ser que les ha dado y
constituye el primer principio de su actividad.

Dios está en las inteligencias, o al menos puede estarlo : como objeto conocido en
aquel que conoce y objeto amado en aquel que ama. Pero esto no constituye un modo
especial de presencia diferente del modo general. Al permitir a la criatura razonable
conocerle y amarle Dios la conduce a sus fines tal como requiere su naturaleza, igual
que lo hace en las otras criaturas.
Un modo de presencia verdaderamente especial sería el que produjera un efecto en un
orden fuera o por encima del orden natural.

Ahora bien, ese modo existe. Dios en su amor infinito lo inventó, lo hizo ser y nos
reveló su existencia.

Digamos en qué consiste.

El uso normal de nuestra razón nos hace llegar al conocimiento de Dios y este
conocimiento produce en nosotros amor. Es un conocimiento abstracto, mediante el
razonamiento, de la visión de los seres y su contingencia. Hace desear otro: la visión
directa del Ser Soberano mismo. Como explicamos en las primeras páginas de este
libro, esta visión no es posible naturalmente a ninguna criatura existente o a producir.
Pero se la concibe como posible si, en la naturaleza creada Dios injertara, por así
decirlo, una participación de la naturaleza divina. Al participar de esta naturaleza, el
hombre, el ángel, podrían realizar actos: ver a Dios y amar a Dios como Dios se ve y se
ama.

Dios se dignó informarnos que su amor llegó hasta eso. Mediante el don de la gracia
santificante nos ha hecho partícipes de la naturaleza divina. "Dios, por JC Nuestro
Señor, dice el Apóstol San Pedro, hizo los muy grandes y muy preciosos dones que nos
había prometido, con ellos nos hizo partícipes de su naturaleza divina (II Petr.1.4)".

¿Cuál es la obra propia de la naturaleza divina? La de engendrar el Verbo e inspirar


Amor. Esta obra es tan absoluta que los términos son Personas: el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo. Si realmente somos partícipes de la naturaleza divina, esta participación
que es la gracia santificante debe tener en nuestro alma un eco de la generación del
Verbo y de la procesión del Espíritu. Que así es y que así será nos lo vuelven a afirmar:
"Ved - nos dice el Apóstol San Juan de parte de Dios-, ved qué amor tiene el Padre por
nosotros, al querer que se nos llame hijos de Dios y que en efecto lo seamos … Sí, bien
amados, somos, desde ahora, los hijos de Dios. Pero lo que seremos un día no aparece
aún. Sabemos que cuando venga en su gloria seremos semejantes a él, porque lo
veremos tal como es. Y quien tiene esa esperanza en El se vuelve santo como Dios es
santo" (Juan, III.2)

Veremos a Dios tal como es y eso porque seremos, porque somos semejantes a El y al
ser semejantes, somos legítimamente llamados sus hijos, somos realmente sus hijos. Lo
somos desde ahora, porque ya poseemos la gracia santificante que nos hace partícipes
de su naturaleza divina. Esa naturaleza participada produce en nosotros sus actos, los
actos de las Virtudes teologales, la fe, la esperanza y la caridad, que nos hacen alcanzar
a Dios en Sí mismo y que después del tiempo de la prueba se volverán visión, posesión
y amor beatífico.

La producción de esos actos, en la tierra como en el cielo es y será, decíamos antes,


como un eco en nosotros de la generación del Verbo y de la procesión del Espíritu.
Santo Tomás lo transmite en los ocho artículos de la pregunta 63 de la primera parte de
su Suma titulada: De la misión de las Personas divinas

Se produjo misión visible de la segunda Persona de la Santísima Trinidad en el Padre en


la Encarnación.
Se produjo misión visible de la tercera Persona en las otras dos en diversas
circunstancias.
Además de esas misiones visibles las hay invisibles en cada uno de nosotros y en todo
instante de la vida cristiana. Y es por ellas que Dios está en nosotros, no sólo como
causa y ejemplo, como lo está en todas sus criaturas, según la diversidad de sus
naturalezas. La misión le hace habitar en nosotros de otra forma. Así como en Dios, el
Hijo es engendrado por el Padre y el Espíritu procede del Padre y del Hijo, en nosotros,
cristianos y en general en todas las criaturas inteligentes adornadas por la gracia
santificante, convertidas por ello en partícipes de la naturaleza divina, el Padre del que
procede el Hijo, envía al Hijo, el Padre y el Hijo, de quien procede el Espíritu, envían al
Espíritu Santo, y ello no una vez, sino en todos los actos de la vida sobrenatural que son
fé y caridad; misión del Hijo en el acto de Fe, misión del Espíritu Santo en el acto de
caridad, como en el cielo, la visión intuitiva se producirá por la misión del Verbo y el
amor beatífico por la misión del Amor divino.

De allí resulta que las tres Personas divinas habitan en nosotros como en sí mismas,
actúan en nosotros como en sí mismas. Es lo que Nuestro Señor había prometido: "Si
alguien me ama y responde a mis manifestaciones de amor, acudiremos y moraremos
en El (Juan, XIV,23). Y no sólo allí habitan, sino que se relacionan y esas relaciones
repercuten en nuestras almas, en nuestras inteligencias y en nuestros corazones
sobrenaturalizados por la gracia. "Hablamos de misión con respecto al Hijo, dice San
Agustín (De Trinit.IV-cap.XX), debido a los dones que se refieren a la inteligencia".
Podemos decir lo mismo acerca del Espíritu Santo, por los dones del corazón: abraza las
facultades afectivas con un amor sobrenatural igual que el Hijo ilumina la inteligencia
con las claridades de la Fe.

Es entonces cuando comienza en nosotros una vida realmente divina, que se desplegará
en los cielos; la fe será visión y el amor beatitud, del mismo modo, por el resonar de la
vida divina en nosotros.

Toda vida se origina en un nacimiento. Una vida nueva sólo puede surgir de una nueva
generación. Eso es lo que hizo en nosotros el santo bautismo. Nos hizo entrar en esa
vida superior, específica y genéricamente diferente de la vida natural. Es la necesidad
que Nuestro Señor había expresado así: "En verdad, en verdad os digo, que nadie puede
entrar en el reino de Dios si no renace del agua y del Espíritu Santo (Juan III,5). Allí
Dios es visto y amado como él se vé y se ama. El primer nacimiento nos hizo partícipes
de la naturaleza humana, el segundo de la naturaleza divina.

La creación se explica por el deseo de Dios que se ve arrastrado, si me permiten la


expresión, por el esplendor de su Verbo, a querer que su brillo reaparezca en los
espíritus creados a su imagen. El don de lo sobrenatural halla su explicación en la
santidad de Dios. Realiza la unión divina, llama a las criaturas a una unión participada:
sanctus, sanctus, sanctus, dominus Deus Sabaoth. Santo, Santo , Santo es el Dios de los
ejércitos. Es tres veces santo en sí mismo por la Trinidad de sus Personas; y es santo en
la multitud de los espíritus ordenados, jerarquizados, como un ejército, que llama a la
unión santificante, a unirse a él sobrenaturalmente. Esta unión exige una regeneración
en El; es lo bastante poderoso como para producirla aunque exige una virtud mayor que
la exigida por la creación. La Santísima Virgen, llena de gracia divina, expresó su
admiración y su alegría con estas palabras: Fecit mihi magna qui POTENS est et
SANCTUM nomen ejus. Hizo en mí grandes cosas Aquel que es poderoso y cuyo
nombre es santo. Por la santidad entramos en el infinito sin confundirnos, penetramos
en el seno de dios sin perdernos, conservando nuestra individualidad, nuestra
personalidad, al mismo tiempo que estamos unidos a la Divinidad, de forma tal que
produce en nosotros lo que produce en Sí misma. Esto era lo grandioso que maravillaba
a la Santísima Virgen y la hacía exclamar: Magnificat anima mea Dominum et exultavit
spiritus meus in Deo salutari meo.
La unión sobrenatural con Dios, tanto en los ángeles como en nosotros tiene dos grados:
la preparación y el gozo, la gracia y la gloria. Por la gracia se nos dan las arras de la
dotación que sólo se otorga al feliz término de la prueba a la que nos somete la
preparación.

Porque Dios quiere respetar la libertad de sus criaturas, y esa voluntad le obliga a que el
don de lo sobrenatural sólo sea definitivo después de la aceptación agradecida y
amorosa.

Las Personas divinas que quieren habitar en nosotros golpean antes mediante los
llamados de la gracia a la puerta de nuestro corazón. Desean ser acogidas como amigas
antes de producir en nosotros las grandes cosas que hemos dicho. Nos ofrecen su
amistad, Vos amici mei estis (Juan XV,14) y tenemos que darles la nuestra, entrar en
relación con Ellas, una relación de amor. La oferta debe aceptarse, o puede denegarse,
rechazo que sería una ofensa y una ofensa de culpabilidad infinita, ya que el destinatario
de la injuria sería Dios.

¿Se hizo esa injuria a la infinita Bondad?

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1. La palabra DIOS con la que se designa al infinito, deriva de un verbo griego que
significa VIVIR
2. Las inteligencias, las personas, son capaces de felicidad, pero si las criaturas
materiales no están hechas para ser felices, sí para contribuir a la felicidad de los seres
espirituales.
3. La duración de Dios, si me permiten la expresión, se llama eternidad. La duración
en el mundo de los cuerpos se designa como tiempo; la duración en el mundo de las
criaturas puramente espirituales se llama OEVUM. El tiempo es sucesivo, el OEVUM
no lo es, es como un instante, pero un instante angélico que puede corresponder a una
duración corpórea indeterminada; la eternidad no tiene comienzo. Fue definida por
Boece como "la posesión perfecta, a la vez total y presente en una vida interminable".
4. Si se consideran los millones de estrellas que la mano de Dios arrojó al espacio, no
hay que asombrarse de la multitud de espíritus celestes que pueden glorificarlo.
CAPITULO LIII
La caída : I En el cielo

Puede que el capítulo anterior pareciera una digresión, un aperitivo, pero no es así, en él
se dijo lo necesario para preparar al espíritu, a la inteligencia, para lo que sigue.

De modo que desde su creación, Dios llamó a una innumerable multitud de ángeles a
contraer con El una alianza de amistad tal que si eran fieles les permitiría gozar de la
visión de Su ser, contemplarlo cara a cara, penetrar en su vida íntima y participar en
ella. Su bondad les expresó su amor, a ellos les incumbía el deber de responder a esa
invitación.

¿Qué ocurrió?

El arcángel San Miguel y aquellos ángeles que escucharon su voz se abrieron con
entusiasmo y gratitud al don divino. Lucifer y los ángeles que siguieron su ejemplo
rechazaron la munificencia divina.

¿Cómo es posible que ocurriera?

Los ángeles, con la superioridad de su inteligencia veían, comprendían la excelencia del


don que se les ofrecía mejor de lo que podemos hacerlo nosotros.

¿Acaso un don tan excelente, un don realmente divino hasta en su objeto puede ser
despreciado? Ese hecho, el más desconcertante que haya sido y será jamás nos hace
descender al fondo de la miseria del ser contingente, aunque con la sublimidad de quien
por la excelencia de su naturaleza estaba en la cima de la jerarquía angélica.

Al transmitir el ser a las criaturas inteligentes Dios también introdujo en ellas el deseo
de felicidad. Ese impulso las lleva y dirige hacia Dios, el soberano bien, cuando acogen
en ellas, por libre correspondencia, el rayo del amor divino; pero las deja a merced del
mal cuando prefieren a ese amor el ciego movimiento del amor propio. A ese deseo de
dicha Dios añadió la Gracia, es decir una atracción de tipo sobrenatural que se
superpone a la atracción de carácter natural hacia el Soberano Bien.

La vida presente es dada al hombre y el primer instante fue dado al ángel para que la
criatura haga ceder en ella el yo al amor; para que el yo, renunciando al egoísmo, se
entregue al soberano Bien. "Al darse así, lejos de desaparecer, el yo, por la maravilla de
la personalidad entra en posesión del Bien y es invadido por él igual que nos embarga la
alegría, lo mismo que el cuerpo es invadido por el aire que respira y que le envuelve.
Pero lo finito, cuya naturaleza viene de la nada, puede permanecer estéril y a pesar del
impulso divino tornarse en opuesto del amor, caer en un estado contrario a Dios, en el
estado de quien rechaza darse, de quien no ama. Ese egoísmo es posible para el ser que
tiene la libertad de usar como desee el don sagrado de la existencia y el poder de
negarse al Amor."

Desgraciadamente esa fue la conducta de muchos ángeles, y es también la conducta de


muchos hombres. Creados para la eterna felicidad se apartaron de ella, y se apartaron
para correr hacia su ruina. Ese movimiento de independencia de la criatura se denomina
superbia y en nuestra lengua suficiencia, estado de aquel que cree bastarse a sí mismo.
¿No hay suficiencia u orgullo en aquellos afectados por el sentimiento de una fuerza
exagerada que pretende hallarlo todo en sí mismo?

Santo Tomás de Aquino dijo que todos los ángeles sin excepción, bajo la moción de
Dios, realizaron un primer acto bueno que les llevaba hacia Dios como autor de la
naturaleza. Les quedaba por hacer un segundo acto de amor más perfecto, el acto de
caridad, el acto de amor sobrenatural. La gracia los invitaba a ello, los empujaba a
volverse hacia Dios como objeto de Beatitud.

San Miguel y los ángeles que lo imitaron por un acto reflejo de la gracia recibida,
rindieron homenaje con todo su ser a Dios; mediante un acto de amor, unieron su
voluntad al don que Dios les ofrecía y mediante ese acto llegaron a su fin sobrenatural.

Los otros se encerraron en sí mismos y Dios no pudo llevar la vida sobrenatural a esos
corazones orgullosos; no podía violar inútilmente su libertad. A causa de su naturaleza
puramente espiritual, por ese primer acto su voluntad se ancló en el mal. Y de
inmediato se hizo según su elección. Mientras que los espíritus dóciles a la vocación
sobrenatural entraban en el cielo de la gloria, gozaban de inmediato de la visión de Dios
en Sí, en el misterio de las Procesiones divinas que constituyen su Ser, estos otros
abandonaban el cielo de la gracia y eran relegados para siempre a las regiones
inferiores, a los tormentos del infierno, castigo de su orgullo.

A su cabeza se encontraba Lucifer, el más perfecto de los ángeles y de todos los seres
creados. Su sugerencia y su ejemplo arrastraron a los otros. Al verse en la cima de la
creación, no quiso mirar por encima de él, ni buscar su perfección y su beatitud en la
unión con una naturaleza superior a él, quiso hallarlas en sí mismo. De modo que se
encerró en su propia naturaleza, contentándose con gozar de sus facultades naturales.

"Espíritu soberbio y desdichado, os detuvísteis en vos mismo; admirador de vuestra


propia belleza que resultó ser una trampa" (Bossuet) Se trataba no sólo de ingratitud
sino también de rebelión contra Dios, a quien corresponde determinar el fin de cada una
de sus criaturas.

No debe atribuírsele, como observa Santo Tomás, la esperanza insensata de destronar al


Ser supremo o de sentarse a su diestra, como su igual.(1) Sólo tuvo el deseo de ser
semejante a Dios (2), es decir de poder presentarse como bastándose a sí mismo, sin
necesidad alguna de ser perfeccionado por nada ajeno a él. Dios se definió: "Soy el que
soy". En su orgullo, Lucifer dijo "Soy lo que soy. Dios no espera de ninguna naturaleza
superior a la suya una mayor perfección; en eso deseó ser como El. A mí también me
basta con ser lo que soy por mi propia naturaleza y complacerme en ello". "El demonio
no se ajustó a la verdad" dice el apóstol San Juan. La verdad es que incluso su
naturaleza la había recibido de Dios y lo hacía dependiente de El.

El orgullo lo llevó todavía más allá en esa vía que Dios, al ofrecerle el estado
sobrenatural, le daba a conocer sus designios sobre la naturaleza humana. Lucifer vio
que para entrar en unión con Dios y recibir en esa unión la vida sobrenatural, debía
inclinarse ante un ser inferior a él, en una de las dos naturalezas de la que debía
componerse su persona, el Hijo de Dios hecho Hombre convertido en Jefe de toda la
creación; e incluso ante la Mujer, que al cooperar en la Encarnación del Verbo,
merecería compartir su realeza sobre el universo, cielo y tierra. (3).
La falta de Lucifer, el crimen de su orgullo fue precisamente repudiar lo sobrenatural; y
la tentación a la que sometió a los ángeles que estaban por debajo de él, tras haber
sucumbido él mismo puede llamarse, con toda la propiedad del término, la tentación del
naturalismo. Retengamos esta constatación, nos servirá de antorcha en la continuación
de este estudio, ya que veremos que esta misma tentación se reproduce en el paraíso
terrestre, y luego en el desierto donde Jesús se retiró después de su bautismo; y es
también la tentación a la que está sometida la cristiandad desde el siglo XV por la
Franco Masonería, la Judería y el demonio.

En el cielo, esa tentación ocasionó lo que las Santas Escrituras llaman "El gran combate.
Et factum est proelium magnum in coelo. Miguel y sus ángeles combatieron contra el
Dragón y el Dragón y sus ángeles combatieron, pero no pudieron vencer". (Apoc.XII,7)

Es la misma guerra que prosigue aquí abajo y que entre nosotros se presenta bajo este
aspecto: "El antagonismo entre dos civilizaciones". Para hacer comprender lo que
ocurrió en el cielo y cómo en la tierra tiene por adversarios no sólo a hombres contra
hombres, sino también a humanos contra demonios. - "No sólo tenemos que luchar
contra la carne y la sangre, sino contra los príncipes, contra las potencias, contra los
dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malos distribuidos en el
aire" (Ef VI,12) - tenemos que hablar del orden, la jerarquía y la subordinación que
Dios estableció entre sus criaturas.

Vemos en lo más bajo de la creación a las cosas inanimadas que sólo tienen la
existencia; por encima de ellas las que participan, en grados diversos, de la energía vital.
Luego los animales razonables y en la cima a las inteligencias puras. Sabemos, por
propia experiencia, que los seres inferiores están bajo la dependencia de los seres
superiores. Dios, al crear al hombre dijo: "Que domine a los peces del mar, a las aves
del cielo, a los animales domésticos y a toda la tierra" y ese domino lo ejercemos.

Guardando las distancias, lo mismo ocurre en el cielo.

Entre los espíritus puros no sólo hay diversos grados de semejanza con el ser divino, en
la participación de su perfección, también hay relación entre los seres superiores y los
seres inferiores, en que los primeros dan a estos últimos. Esto lo explica con un lenguaje
sublime San Dionisio el Aeropaguita o al menos el autor de los tratados que se le
atribuyen.

"En esta liberal efusión de la naturaleza divina sobre todas las criaturas, nos dice, la
mayor parte corresponde a los órdenes de la jerarquía celeste porque en una relación
más inmediata y más directa, la divinidad deja fluir en ellos más pura y eficazmente el
esplendor de su gloria". Ahora bien, en toda constitución jerárquica, de los grados de
perfección resultan los grados de subordinación. "El último orden del ejército angélico
es elevado a Dios por las augustas potencias de los grados más sublimes. ¿Cuál es el
número, cuáles las facultades de los diversos órdenes que forman los espíritus celestes?
Esto sólo es conocido con precisión por Aquel que es el adorable principio de su
perfección. La primera jerarquía es regida por el mismo soberano iniciador y modela a
los espíritus subalternos a su divina semejanza. No ejerce sobre ellos los excesos de un
tiránico poder sino que tiende hacia las cosas elevadas con un ímpetu bien ordenado,
arrastra con amor hacia el mismo fin a las inteligencias menos elevadas. Hay que
considerar, nos sigue diciendo San Dionisio, que la jerarquía superior más próxima por
su rango al santuario de la divinidad, gobierna a la segunda por medios misteriosos; a su
vez la segunda, que contiene a los Dominios, las Virtudes, las Potencias, conduce a la
jerarquía de los Principados, de los Arcángeles y de los Angeles; y esta rige a la
jerarquía humana para que el hombre se eleve y se vuelva hacia Dios y se una a El. Así,
por divina armonía y justa proporción, todos se elevan, unos con otros, hacia Aquel que
es el soberano principio y fin de todo el bello orden. Se le llama el Dominador supremo
porque atrae todo a El como a un centro poderoso y porque manda a todos los mundos y
los rige con plena y fuerte independencia, al mismo tiempo que es el objeto del deseo y
del amor universal. Todas las cosas están bajo su yugo por natural inclinación y tienden
instintivamente hacia El, atraídos por los poderosos encantos de su indomable y suave
amor. (San Dionisio el Aeropaguita: De la jerarquía celeste)

Se trata de una ley de la naturaleza universal: entre las criaturas existe una jerarquía
basada en la desigualdad de su participación en la perfección suprema, en la
superioridad o inferioridad de la naturaleza que les corresponde.

Los seres de naturaleza inferior, de menor perfección, están subordinados a aquellos de


naturaleza superior. Los ángeles de un rango más elevado ejercen sobre aquellos que
están por debajo de ellos lo que Santo Tomás llama Praelatio, una supremacía de
autoridad y poder.

Esa Praelatio correspondía, sobre toda la jerarquía de seres, al más sublime de todos los
ángeles, a aquel que había recibido el nombre de Lucifer, portador de la luz por el papel
que le correspondía en el cielo y que el Aeropaguita explica en estos términos: "Toda
gracia excelente, todo don perfecto viene de arriba y desciende del Padre de la luz. Es
una fuente fecunda y un amplio desbordamiento de claridad colma con su plenitud a
todos los espíritus".

Lucifer, situado en primera fila, recibía las primeras manifestaciones de ese río de luz y
de vida que deriva de Dios y desde él se distribuían a las esferas inferiores. De allí su
nombre de Lucifer, transmisor de luz.

Deseaba conservar la praelatio que lo hacía tan glorioso y para conservarla en su poder
libró batalla. San Agustín, que llama a Satan perversus sui amor, dice que en su pecado
amó al poder que le era propio "Angelum peccasse amando propriam potestatem".
(Genesi ad litteram, cap. XV)

Ese poder quiso conservarlo, aunque su pecado lo transfería a otros.

A consecuencia del pecado que él y sus discípulos acababan de cometer se estableció


una nueva distinción entre los espíritus puros; unos sobrenaturalizados y otros no. Lo
sobrenatural hacía que los primeros entraran en una región inaccesible para los
segundos, les daba una dignidad y prerrogativas a las que los otros no podían acceder.
Tenemos la prueba en las alabanzas que la Santa Iglesia dirige a una criatura humana,
aunque extraordinariamente sobrenaturalizada: la humanidad del Hombre-Dios:
Exultata est super choros angelorum. Sabemos además que Santa Virgen, la Madre de
Cristo, fue coronada Reina de los Angeles.
Lucifer, al ver esto, quería no obstante mantener y afirmar la supremacía que la
excelencia de su naturaleza le daba sobre los otros ángeles. Estos resistieron y el grito
Quis ut Deus? expresa claramente de qué tipo era esa resistencia. Marca una oposición
fundamental a las sugerencias naturalistas que Satán difundía entre las filas de la milicia
celeste para conservar su dominio sobre sus hermanos: "¿Quién es como Dios?"
respondieron estos. ¿Quien puede pretender bastarse a sí mismo, subsistir en sí mismo,
hallar en sí mismo su fin último? Y por otra parte, ¿quién puede ser superior a la
criatura que Dios elevó a una participación de su naturaleza Divina? Dios, que está por
encima de todo, da a la criatura a la que se une por la gracia una dignidad que la eleva
por encima de todo en el mundo de la naturaleza pura.

Las pretensiones de Lucifer y los suyos fueron así rechazadas. El príncipe de los
arcángeles se convirtió, por su orgullo, en subordinado del último de los ángeles buenos
en el orden de la naturaleza.

==========================

1. El ángel que conoce a Dios no como nosotros por razonamiento sino como observó
Santo Tomás, con un conocimiento necesario e infalible que le viene del conocimiento
que tiene de sí, reproducción de la naturaleza divina, real y exacta, aunque infinitamente
distante del divino ejemplar, no podía tener semejante idea.
2. Soy semejante al Altísimo (is. XIV,13,14
3. Orígenes dice que Jesús pacificó los cielos al obtener para los ángeles buenos el don
de los dones, es decir la vida sobrenatural.
4. Dios, tras introducir por segunda vez en la escena del mundo a su hijo primogénito
dice: "Que todos los ángeles lo adoren". Esta segunda introducción, esa nueva
presentación hecha por el Padre, se refiere visiblemente a su Hijo situado en un segundo
y nuevo estado, por consiguiente a su Hijo encarnado. Creer en el Hijo de Dios hecho
hombre, esperar en él, amarlo, servirlo, adorarlo, esa fue la condición de la salvación.
Los dos testamentos nos dicen que el precepto se dirigió tanto a los ángeles como a los
hombres: Está escrito en uno y otro : et adorent eum omnes angeli ejus. Satán se
estremece ante la idea de inclinarse ante una naturaleza inferior a la suya, sobre todo
ante la idea de recibir él mismo esta naturaleza tan extrañamente privilegiada, un
incremento de luz, de ciencia, de mérito y un aumento eterno de gloria y beatitud. Al
juzgarse herido en la dignidad de su condición nativa se aferró a los derechos y
exigencias del orden natural.
CAPITULO LIV : LA CAIDA
II. En la tierra

El hecho prehistórico que acabamos de relatar según las Santas Escrituras y las
revelaciones divinas es también un hecho histórico, por haber entrado en la trama de los
acontecimientos de este mundo. Sin él no pueden explicarse, en él encuentran su luz.

Desde que la humanidad existe hay lucha, hay combate, combate en el corazón de cada
hombre, combate entre los buenos y los malos, combate del naturalismo contra lo
sobrenatural, del egoismo humano contra el amor infinito. Ese combate sólo es la
continuación de aquel que se libró entre los espíritus puros en el origen del mundo; y
entre nosotros igual que en el cielo, es Lucifer quien entabla la batalla y vuelve a
encontrar a San Miguel como adversario, a la cabeza de nosotros, y ve sobre todo a
María que ocupó junto a Dios el lugar que él dejó vacío por su pecado, el más formal
que existe: peccatum aversio a Deo.

Como ya dijimos el pecado de Lucifer y de sus ángeles les quitó la prelatura, es decir la
preeminencia y esa especie de jurisdicción que de ella deriva sobre los ángeles que eran
inferiores a él. ¿Perdieron también el poder que tenían sobre el mundo material? San
Pablo se pronuncia al respecto. Las llama todavía después de su caída "las virtudes de
los cielos". San Dionisio en su libro Nombres Divinos (cap. IV) dice de manera general
que los dones concedidos a la naturaleza angélica no han cambiado en los demonios y
que perduran en su integridad.

Santo Tomás de Aquino precisa esta verdad. Observa que después de su caída al
demonio aún se le llama "querubín" y ya no "serafín". La palabra "querubín" significa
plenitud de ciencia mientras que serafín significa "que arde" con el fuego de la caridad.
La ciencia es compatible con el pecado y no así la caridad.

De modo que conservan su poder, y así lo señala Bossuet: "Siguen siendo llamados
"virtudes de los cielos" para mostrarnos que todavía conservan en su suplicio tanto el
poder como el nombre que tenían por su naturaleza. Dios podía con justicia privarles de
todas las ventajas naturales, -sigue diciendo Bossuet -, pero prefirió, al conservárselas,
que todo el bien de la naturaleza se convirtiera en suplicio de los que lo usan contra
Dios. También conservaron su penetrante inteligencia tan sublime como siempre y la
fuerza de su voluntad para mover los cuerpos, por la misma razón, ha permanecido en
ellos como restos de su terrible naufragio."

En el libro III del tratado de la Trinidad, cap. IV, San Agustín nos dice que "toda la
naturaleza corporal es administrada por Dios con ayuda de los ángeles". En su respuesta
a Baidad, Job al hablar del poder de Dios lo designa como :"aquel bajo el que se curvan
los que llevan al mundo" (Job IX,13). Santo Tomás hace un espléndido comentario a
esas palabras. (Sum. Teol. XLVII y CV a CXIX). La causa segunda, la criatura, actúa
realmente y actúa por virtud propia, pero su virtud y su acción propias están penetradas
por la virtud y la acción del agente principal, Dios, del que en cierto modo es el
instrumento.

"Cuando Dios creó a los espíritus puros, dice Bossuet, y les dio parte de su inteligencia,
también les dio su poder: y al someterlos a su voluntad quiso, para el orden del mundo,
que las naturalezas corpóreas e inferiores fueran sometidas a la suya, según los límites
prescritos. De este modo el mundo sensible fue sometido a su manera al mundo
espiritual e intelectual: y Dios hizo este pacto con la naturaleza corpórea, que estuviera
unida a la voluntad de los ángeles, y que esa voluntad de los ángeles, en esto conforme a
la de Dios, determinaría ciertos efectos".

No sólo los teólogos nos dicen que los cuerpos están gobernados por los espíritus.

Newton se inmortalizó, observa J. de Maestre, al relacionar con la gravedad fenómenos


que hasta entonces nunca se había pensado atribuirle. El principio del movimiento no
puede hallarse en la materia y nosotros llevamos dentro la prueba de que el movimiento
comienza por una voluntad. Dice Platón: "¿Puede el movimiento tener otro principio
que esa fuerza que se mueve de por sí?"

Y Newton coincidía con él. En sus cartas teológicas al Dr. Bentlig dice más
explícitamente lo que afirmó en su filosofía natural (Principios matemáticos): "Cuando
empleo la palabra atracción, no considero a esa fuerza físicamente sino sólo
matemáticamente. Así que no crean que con ese término pretendo designar una causa o
una razón física, o que quiero atribuir a los centros de atracción fuerzas reales y físicas,
puesto que en este tratado sólo contemplo proporciones matemáticas sin ocuparme de la
naturaleza de las fuerzas y las cualidades físicas" (1)

De modo que el mundo material está regido por ángeles, hasta el punto que Santo
Tomás se pregunta si hay un ángel cuya virtud podría alcanzar mediante un acto y como
objeto proporcional a su poder a todo el universo material. Y responde: No es algo
imposible. Pero al ser múltiples los ángeles destinados a la administración del mundo
material, cada uno de ellos sólo tienen una virtud limitada a ciertos efectos
determinados (2). Los ángeles caídos conservaron la parte que les correspondió en el
gobierno del mundo material. Su poder sobre este es tal que "si Dios no controlara su
furia, dice Bossuet, los veríamos agitar a este mundo con la misma facilidad con que
hacemos girar una canica".

¿Estamos sometidos a su imperio igual que lo están los seres materiales? La especie
humana ocupa el último lugar en la jerarquía de los espíritus y por ello debe recibir la
luz y la inspiración al bien del ministerio de los ángeles. Es por eso que cada uno
tenemos nuestro ángel guardián que desempeña junto a nosotros esa función. ¿Conservó
el demonio su prelatura sobre nosotros? Nuestra raza fue dotada, desde la creación, en la
persona de Adán, nuestro jefe, de la gracia santificante, que permite entrar en el orden
sobrenatural. Ahora bien, hemos visto que lo sobrenatural establece entre los seres una
jerarquía superior que sustrae a Adán y a sus descendientes del poder del demonio.

El demonio concibió amargos sentimientos . Los celos que se habían despertado en él


cuando el Hombre-Dios fue presentado a su adoración se exasperaron. Dice Bossuet:"Es
una envidia furiosa la que anima a los demonios contra nosotros. Ven que aunque muy
inferiores por naturaleza, los superamos en mucho por la gracia". Además: "La
enemistad de Satán no es de naturaleza vulgar; se mezcla con una negra envidia que
eternamente le corroe. No puede soportar que vivamos en la esperanza de la felicidad
que él perdió y que Dios, por su gracia, nos iguale a los ángeles; que su Hijo se haya
revestido de carne humana para hacernos hombres divinos. Rabia cuando considera que
los servidores de Jesús, hombres miserables y picadores, sentados en tronos augustos, lo
juzgarán al final de los siglos con los ángeles, sus imitadores. Esa envidia le quema más
que sus llamas".

Es por ello que se esfuerza en arrastrarnos con él al pecado que hace perder la
prerrogativa que la gracia nos da sobre él.

Al principio, al ver lo que es la naturaleza humana, un sola especie de la multitud de


individuos que con el tiempo debía englobar, se dijo que lograría desbancarla del lugar
donde la gracia la había colocado, aquel en que toda la especie estaba contenida, que
recuperaría sobre ella el imperio que el derecho de naturaleza le daba, que se convertiría
en el príncipe, en el jefe de la humanidad. A la envidia se sumó la ambición que lo
llevaron a intentar con nuestros primeros antepasados la seducción que había ejercido
sobre los ángeles; si lograba persuadirlos la raza entera caería en su poder.

Igual que con los ángeles, Dios otorgó a Adán y Eva el don de la gracia santificante,
preludio y preparación de la gloria. Antes de admitirlos tendrían que mostrarse dignos.
De allí la necesidad de la prueba en el paraíso tanto terrestre como celeste. Allá como
aquí Dios quiso, Dios debía, podríamos decir, pedir a su criatura su consentimiento al
pacto de amistad que El desea contraer con ella para la eternidad. Los términos de la
orden o de la prohibición hechos a Adán y Eva, según se formulan en el texto bíblico
indican con suficiente claridad una ley, una cláusula que se refiere a la conservación o a
la pérdida del estado paradisíaco y sus privilegios. "Ne comedas … quocumque enim
dis comederis … morte moriréis". Se trataba para el hombre de permanecer en posesión
o perder el don de la inmortalidad y, como prueba la continuación del relato, de los
otros dones conexos. La naturaleza del hombre compuesta por un cuerpo y un alma
exigía que el acto del que dependía su destino fuera a la vez interior y exterior, un acto
plenamente deliberado y al mismo tiempo un acto externo. Y así fue: No comeréis ese
fruto, de lo contrario moriréis.

Para operar su seducción, Satán se presentó en el jardín en forma de serpiente. Dios, en


el paraíso se mostraba al hombre y hablaba con él bajo una figura visible; lo mismo
hacían los ángeles. A Eva no le sorprendió escuchar hablar a una serpiente. ¿Quién era
esa serpiente? Algunos traducen la palabra hebrea "serafín" por "serpiente voladora y
fulgurante". Quizás Adán y Eva estuvieran acostumbrados a ver a los ángeles celestes
bajo esa forma.

Se acercó al árbol de la ciencia del bien y del mal y preguntó a Eva: "¿Acaso no dijo
Dios que no comiérais de ningún árbol del jardín?" La mujer respondió: "Comemos los
frutos de los árboles del jardín. Pero de los frutos del árbol que está en el centro del
jardín Dios dijo : No comeréis ni lo tocaréis por temor a morir". La serpiente dijo a la
mujer: "No, no moriréis. Pero Dios sabe que el día en que lo comieres vuestros ojos se
abrirán y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal". Seréis como Dios. Esa es
la tentación, la tentación renovada con la que ya sedujo a los ángeles. Ser como Dios,
bastarse a sí mismo. ¡Qué tentación para el egoísmo! Adán sucumbió como habían
sucumbido los ángeles que se dejaron halagar por orgullo. Seréis como Dios,
conocedores por vosotros mismos del bien y el mal. Hallaréis en el uso de vuestras
facultades naturales el progreso que os conducirá a la perfección a la que pretende
vuestra naturaleza, llegaréis a la felicidad, a una felicidad semejante a la que goza Dios,
una dicha que no será ni prestada, ni dependiente".
Igual que los ángeles malos Adán y Eva se dejaron convencer.

De modo que en la tierra como en el cielo la esencia de la tentación fue el naturalismo.


Fue para tener el orgullo de decir, igual que los ángeles rebeldes: como Dios, me
bastaré, que Adán violó la prohibición de comer el funesto fruto. Pero su orgullo le hizo
caer no sólo en el estado de naturaleza sino más aún en el estado de naturaleza
corrompida. El y Eva se vieron de pronto no como Dioses sino como seres de carne.

Además, se vieron sometidos a Satán. "Todo el que se entrega al pecado, dice San Juan,
es el esclavo del pecado" (Juan, VIII,34). Y todo el que escucha a Satán cae bajo su
supremacía, del que la gracia lo había
exceptuado. Lucifer pudo desde entonces prometerse en la tierra un imperio similar al
que había conservado en los infiernos sobre los que lo habían seguido en su apostasía.
Ejercicio su dominio sobre todos los hijos del orgullo.

De hecho, hasta la llegada de Nuestro Señor JC, el género humano por entero (3)
exceptuando un reducido pueblo depositario de la promesa, vivió en el naturalismo al
que Adán lo había arrastrado y bajo el yugo del demonio por el que se había dejado
seducir. Satán se hizo elevar templos y erigir altares en todos los lugares de la tierra y se
hizo rendir un culto tan impío como supersticioso. Cuántas veces incluso el pueblo
elegido se dejó arrastrar por él, hasta el punto de sacrificar incluso a sus hijos a
"Moloch". (4).

Todavía hoy, allí donde no se ha predicado el Evangelio, allí donde el tabernáculo aún
se halla ausente, reinan Lucifer y sus demonios. Los misioneros del s. XVII se
sorprendieron cuando al salir de una Francia ligeramente escéptica por entonces,
desembarcaron en las Indias orientales y se hallaron en medio de las más extrañas
manifestaciones diabólicas. Los viajeros y los misioneros actuales son testigos de los
mismos prodigios. Paul Verdun publicó el libro El diablo en las misiones. Se han
recogido innumerables hechos en los relatos de viajes y de estancias bajo los hielos
polares o las llamas del Ecuador, en los bosques de las fuentes del Amazonas, al igual
que a orillas del Bramaputra, en las pagodas de las ciudades chinas y bajo las chozas de
los salvajes de Oceanía, allí donde el cristianismo no se ha implantado las poblaciones
creen y no sin razón, en el poder de los demonios en los ídolos, las piedras y los árboles
consagrados a su culto. Las apariciones y posesiones son entre ellos cosa frecuente,
conocida y admitida por todos. En todos esos países existen brujos. Para serlo hay que
sufrir crueles pruebas que superan en mucho las prácticas más penosas de la
mortificación cristiana. En la mayoría de esas iniciaciones una manifestación del
demonio muestra que acepta al candidato como suyo, lo convierte en su poseído. Los
brujos tienen por servidor o por amo a un demonio familiar al que hacen actuar,
revestido de una apariencia animal. Pueden otorgar a ciertos objetos - amuletos, fetiches
- una virtud bienhechora o perjudicial. La naturaleza de esos objetos es indiferente, es
su consagración al demonio las que les otorga su virtud. En todas partes, los brujos
odian y temen a los misioneros católicos y estos persiguen a los demonios. Los enviados
de los misioneros, simples cristianos, vírgenes, incluso niños tienen el mismo poder.
Estos hechos, comprobados en nuestros días, confirman no sólo los relatos del
Evangelio sino también los de los paganos de la antigüedad y los de nuestros padres de
la Edad Media. También confirman lo que la doctrina católica nos enseña sobre el
pecado original y sus consecuencias.
===============
1. Clarke, del que Newton dijo: "Sólo Clarke me comprende" hizo esta declaración: "la
atracción puede ser el efecto de un impulso, pero indudablemente no material impulsu
non utique corporeo. Y en una nota añade: La atracción no es en absoluto una acción
material a distancia, sino la acción de alguna causa inmaterial".

2. Cabe hacer la misma restricción en el orden moral. Dios marca al demonio los
límites precisos del poder que le otorga sobre su servidor Job. Del mismo modo,
Nuestro Señor dice a los Apóstoles: "Satán pidió acribillaros " Y Bossuet observa que
es un poder maligno, maléfico, tiránico, pero sometido al poder y a la justicia de dios".

3. No se reflexiona lo bastante en las consecuencias que encierran las leyes de la


especie. Sin duda hay algo en mí que no estaba en Adán, puesto que soy un individuo;
pero no hay nada esencial en Adán que no esté en mí. Porque él mismo era la especie,
antes de ser individuo. "Todos los hombres que nacen de Adán, dice Santo Tomás,
pueden ser considerados como un solo hombre, puesto que todos tienen la misma
naturaleza." La ciencia, que no puede darse cuenta del prodigio de la especie, en el
seno de la naturaleza en las plantas y los animales, cómo podría sondear para el
hombre la ley de solidaridad a la que se vinculan a la vez la reversibilidad del mérito y
el pecado original.

4. Todas las religiones paganas, tanto antes como después de la venida de JC proceden
de la magia o llevan a ella y esto, en la diversidad de sus formas y de sus prácticas
aparece como una en esencia y se manifiesta como culto a Satán.
LA TENTACION RENOVADA
CAPITULO LV
I. La tentación de Cristo

"Cuando la maldad del demonio nos inoculó el mortal veneno de su envidia, dice el
Papa San León, Dios poderoso y clemente, cuya naturaleza es bondad, la voluntad,
poder, y la acción misericordia, indicó de antemano el remedio que su piedad destinaba
a curar a los humanos; y ello en los primeros tiempos del mundo, cuando declaró a la
serpiente que de la Mujer nacería alguien lo bastante fuerte para aplastar su cabeza llena
de orgullo y malicia. Anunciaba con esto que Cristo vendría a nuestra carne a la vez
como Dios y como hombre y que, nacido de una Virgen, su nacimiento condenaría a
aquel que había mancillado el origen humano. Tras haber engañado al hombre con sus
mañas, el demonio se regocijaba de verle despojado de los bienes celestes; disfrutaba
por haber encontrado algún consuelo en su miseria con la compañía de los
prevaricadores y por haber sido la causa de que Dios, que había creado al hombre en un
estado tan honroso, hubiera cambiado sus disposiciones con respecto a él. Fue
necesaria, hermanos bienamados, la maravillosa serenidad de un profundo designio para
que un Inmutable cuya voluntad no puede dejar de ser buena, cumpliera, mediante el
misterio más oculto, los primeros actos de su amor y para que el hombre, arrastrado al
mal por la astucia y la maldad del demonio no pereciera contrariamente al fin que Dios
se había propuesto".

En el momento indicado por la divina sabiduría, Dios ejecutó este designio de su


misericordia, manifestado en la hora misma de la ofensa y la caida. Envió a su Hijo a
reparar la falta de nuestro padre. Entre los hombres la justicia flaquea cuando se torna
misericordia; en la Redención permanece intacta: Dios perdona pero la justicia se ve
satisfecha porque un Dios Hombre se substituye a los culpables y expía por ellos.

Dios de Dios, Luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, adoptó la condición de
esclavo y apareció a los demonios como a los hombres en la humildad de la carne, "en
una carne semejante a la del pecado y así reconoció al hombre por todo lo que apareció
de él" (1)

Satán estaba alerta. Vió nacer a Jesús en el establo de Belén y vivir obscuro en la
humilde barriada de Nazaret. Los prodigios que habían rodeado su cuna no le pasaron
desapercibidos, pero treinta años pasados en el taller de un carpintero en la sumisión y
la obediencia, la humildad y la pobreza, no le parecieron que pudieran ser las premisas
de quien debía derribar su imperio. (2)

Cuando le vió salir de su retiro, cuando escuchó las palabras de Jesús anunciando que el
reino de Dios estaba próximo, cuando vió al Precursor negarse a bautizar a Jesús porque
no era digno de desatar las correas de sus sandalias y decir que El bautizaría en el
Espíritu Santo; y sobre todo, cuando fue testigo del descenso del Espíritu Santo y
escuchó la voz del Padre celestial declarar: "Este es mi Hijo bienamado" comenzó a
preguntarse si no se había equivocado y si ese Jesús no era aquel Hijo de Mujer que se
le había revelado cuando su primera victoria como aquel que le quitaría el imperio y le
aplastaría la cabeza.
Quiso asegurarse y Dios permitió - debido a las lecciones que resultarían para nosotros-
(3) pudo probar en Jesús sus sugerencias y su astucias como lo había hecho en el
paraíso terrestre y en los cielos (4).

Conocemos el relato del Evangelio. Tras su bautismo Jesús se retiró al desierto,


absteniéndose de todo alimento durante 40 días. Al verlo agobiado por el hambre
debido a la debilidad de la carne que había adoptado, Satán aprovechó la ocasión para
tentarle, para descubrir lo que quería saber, mediante una prueba absolutamente
decisiva. "Demon Christum aggressus est, potissimum ut exploraret utrum vere Filius
Dei esset, dice Suarez. Fue sobre todo para saber si era el Hijo de Dios que el demonio
atacó a Cristo".

Sus primeras palabras manifestaron su pensamiento : "Si eres el Hijo de Dios …"
mostrando las piedras redondeadas en forma de pan que cubrían el suelo, igual que
había mostrado a Eva el fruto prohibido, le propuso hacer un milagro que probara su
divinidad: convertir las piedras en panes. No veía que ese milagro, si se hacía, probaría
precisamente lo contrario, porque saciar el hambre podía lograrse con medios naturales
y humanos, y querer procurárselo recurriendo al poder divino era faltarle el respeto
debido a Dios. Quizás lo veía y entonces su propuesta era doblemente maliciosa.
Sabemos cual fue la respuesta de Jesús; expresaba su respeto por su Padre y por la
Palabra con la que Dios rige nuestra conducta, la nuestra, de hijos de los hombres y del
Verbo encarnado. Por otra parte, dejaba al tentador en la ignorancia en lo relativo a su
Persona.

La segunda tentación traiciona visiblemente la turbación de Satán. En su extremado


deseo de alcanzar el fin perseguido, hubiera aceptado saber, al precio de su propia
humillación, si Nuestro Señor era verdaderamente el Hijo de Dios. Si al precipitarse
Jesús desde lo alto del templo, los ángeles hubieran acudido a sostenerlo hubiera
reconocido que era el maestro soberano de la celestial jerarquía, aunque con vergüenza
y confusión. Hubiera sido cruel para él ver a Jesús caer desde lo alto del templo como si
descendiera del cielo, llevado por los ángeles buenos, ministros de Dios que administran
Su castigo, ante la muchedumbre que abarrotaba la explanada del templo y presentarlo
con esa pompa celestial y esa majestad hubiera forzado a la adoración de los
espectadores. Jesús, como lo había hecho ya la primera vez, disipó con una palabra
sacada de las Santas Escrituras esta tentación que Satán había creído muy seductora.

Pero todavía no quedaba satisfecho; y utilizando otra vez el poder sobrehumano de los
espíritus, maestros de la gravedad y del espacio, transportó a Jesús hasta la cima de una
alta montaña. "Cuando se dice que el Hombre-Dios fue transportado por el diablo a una
elevada montaña o a la ciudad santa, observa San Gregorio papa, la mente se niega a
creerlo y los oídos humanos se estremecen al escuchar esta afirmación. No obstante,
reconocemos que no es algo increíble si comparamos otros hechos con este. El demonio
es el jefe de todos los hombres inicuos y todos los impíos están con este jefe. ¿No fue
Pilatos un miembro del diablo? ¿No fueron miembros del diablo los Judíos que
persiguieron a JC y los soldados que lo crucificaron? Entonces, ¿qué hay de asombroso
en que Cristo se dejara transportar por el mismo demonio a una montaña, cuando quiso
padecer crucifixión por los miembros del demonio? (5)

Las dos primeras tentaciones no habían podido resolver el interrogante que atormentaba
al Príncipe de este mundo. Comprendió que sería inútil continuar con sus tentativas en
el mismo sentido. Por eso en la tercera tentación ya no dijo "Si eres el Hijo de Dios".
Dejando esta cuestión que sentía no podría resolver, prosiguió con otro designio.

Desde la catástrofe del paraíso terrestre reinaba como amo en la humanidad envilecida y
degradada, pero temblaba por su imperio siempre que recordaba la predicción del
Señor: una Mujer y su Hijo aplastarían su cabeza. Inquieto no dejaba de espiar a los
hijos de los hombres, en particular a aquellos que le parecían los más inteligentes y los
más fuertes, para tomarlos a su servicio. Nunca ninguno como este había llamado su
atención, nunca nadie le había parecido llamado a jugar un papel tan grande en el
mundo. Le ve entrar en la carrera y comenzar una obra, que sin duda y en vista de la
extraordinaria virtualidad del personaje, que en el curso del mundo, en la dirección del
género humano, tendrá una influencia que no puede estimarse. Se dice que para
conservar su imperio debe apoderarse de esta fuerza. De modo que tras haber dado
muestras de su poder al transportar a Jesús al pináculo del Templo, opera un prodigio
que debe seducirlo si sólo es un hombre y ponerlo a su servicio. Desde lo alto de la
montaña adonde lo ha transportado le hace ver todos los reinos del mundo y su gloria y
le dice : "Te daré todo este poder y la gloria de esos imperios, porque ello me fue dado y
lo doy a quien quiero:". Sí, me fue dado, por Adán y por su pecado. Lo doy a quien
quiero: No. El poder de Lucifer depende por entero de un simple permiso divino. "Todo
esto te lo daré si te inclinas y me adoras". Ya lo ves, soy el dueño del mundo.
Reconozco tu capacidad. Te daré el gobierno del universo, bajo mi soberanía, si me
rindes fe y homenajeas".

Indudablemente la prédica de Juan Bautista anunciando que el reino de Dios estaba


próximo había llevado a Lucifer a tomar medidas para mantener en la tierra el imperio
del que gozaba desde hacía tantos siglos. Necesitaba a un hombre para luchar contra el
enviado de Dios, igual que él mismo lo había hecho en el cielo contra el arcángel
Miguel, para mantener sobre la tierra el reinado del naturalismo e impedir el reino de
Dios, es decir de lo sobrenatural. Quiso ver si tal vez Jesús fuera ese hombre. Se
esfuerza por deslumbrarlo, por excitar en él el amor del mundo y de lo que es en el
mundo: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y del orgullo de la
vida (Juan II,16) en una palabra hundirlo en el naturalismo y a través de él mantener a
todos los pueblos. La palabra de Dios pronunciada por el Hombre-Dios, con la
autoridad que le pertenecía, disolvió su quimera: "Retírate Satán, Porque está escrito:
adorarás al Señor tu Dios y sólo le servirás a El".

"Adorarás al Señor tu Dios y sólo le servirás a El" es lo que venía a enseñar otra vez a
la raza de Adán, aquel que tenía la misión de reestablecerla en su dignidad primera de
hijo de Dios destinado a la eterna Beatitud que procura la vida sobrenatural.

La tentación de Nuestro Señor fue uno de los grandes misterios de su vida. En el paraíso
terrestre los hombres se habían vuelto súbitos de Satán y esclavos de la naturaleza.
Importaba que Nuestro Señor al llevar a cabo la obra que su Padre le había confiado
"introducir a numerosos hijos en la gloria" venciera primero al enemigo que había
sojuzgado a la humanidad y había limitado su ambición a la vida presente y al goce de
los bienes de este mundo. Entonces podría, como nuevo Adán, jefe de la humanidad
regenerada, procurarle una bendición más preciosa que la que perdió en sus orígenes.

Cuando Jesús terminó su misión de Evangelista, el lunes de la Semana Grande en que


debía cumplir su otra misión, la de rescatarnos, los apóstoles Andrés y Felipe llevaron
ante Jesús a unos gentiles llegados a Jerusalem para la solemnidad de Pascua y que
habían manifestado el deseo de ver al Mesías. Jesús se sobresalta al saberlo. Ve en ellos
y en su acto las premisas y la garantía de la conversión del mundo pagano que será el
fruto de su muerte, que acaba de revelarse próxima. Esa idea lo conmueve. Se diría que
es como un preludio de la terrible agonía que iba a producirse tres días más tarde en el
Jardín de los Olivos. Exclama: "Mi alma se turba. Y qué diré? ¡Padre, sálvame de esta
hora1. Pero es que para eso he venido. Padre, glorifica tu nombre". Y vino una voz del
cielo: "Lo glorifiqué y de nuevo lo glorificaré". La muchedumbre se asombra, Jesús
dice: "No es para mí que esta voz se hace oir, es para vosotros … Ahora es el juicio de
este mundo, ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera".

Jesús, de concierto con el cielo, anunciaba así la ruina del imperio de Satán y la
inauguración del nuevo reino, del Reino de Cristo, del Reino de los Cielos, que iba a ser
fundado sobre esa ruina, por su muerte en la cruz.

Así iba a restaurarse el orden sobrenatural al que nuevamente serían invitados judíos y
gentiles, toda la raza de Adán rescatada por la sangre del Hombre-Dios.

====
1. Es tan peligroso afirmar que no hay en JC una naturaleza semejante a la nuestra
como negar que El sea igual en gloria a su Padre. Es en la autoridad divina que
se apoya nuestra fe y es una doctrina divina la que profesamos. Recordemos las
palabras de Juan, lleno de Espíritu Santo: "En el comienzo era el Verbo y el
Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios". Y el mismo predicador añade: "El
verbo se hizo carne y habitó entre nosotros y vimos su gloria, como gloria del
Hijo único del Padre. En una y otra naturaleza, el Hijo de Dios es el mismo,
tomando lo que es de nosotros sin perder nada de lo que le es propio; renovando
al hombre en el hombre, permanecía en sí mismo inmutable. Es por eso que
cuando el Hijo único de Dios confiesa que es inferior a su Padre, al que se dice
igual, muestra que verdaderamente tiene en El una y otra naturaleza, ya que por
la desigualdad de la que habla prueba que tiene naturaleza humana y por la
igualdad que afirma declara poseer naturaleza Divina. (San León, Papa).
2. Dios está presente en todas partes, conoce todo lo que se hace y todo lo que se
dice, porque está en todas sus criaturas como principio de su ser y de su
actividad. No ocurre lo mismo con los ángeles, buenos o malos. El ángel está en
un lugar si por su voluntad aplica a ese lugar la acción de su virtud. No se halla
circunscrito como lo están los cuerpos sino definido de tal manera que no está en
otro. De modo que muchos actos de Jesús o relativos a su persona pudieron
escapar a Satán. También es verdad que lo que pudo no haber conocido por sí
mismo pudo conocerlo por uno o varios otros demonios que hubiera delegado
junto al Divino Salvador para ser instruido de todo lo que Le concernía.
Además, como observa San Agustín (Ciudad de Dios) Cristo fue conocido por
los demonios cuando así lo quiso y lo quiso en la medida en que fue necesario.
Cuando creyó adecuado ocultarse más profundamente, el príncipe de las
tinieblas dudó de El y Lo tentó para saber si era el Cristo.
3. No creamos que le hubiera sido posible a Satán tentar al Salvador si así no lo
hubiera dispuesto la Divina Providencia. (Bossuet)
4. No es indigno de nuestro Redentor, dice San Gregorio el Grande, el haber
querido ser tentado, porque vino a este mundo para ser condenado a muerte.
Precisamente es lo contrario: venció nuestras tentaciones con las suyas del
mismo modo que había venido a vencer a nuestra muerte con su muerte. El Hijo
de Dios pudo ser tentado por sugestión, pero la delectación nunca penetró en su
alma. Esa tentación del diablo fue totalmente exterior y en modo alguno interna
a El.
5. Cristo, como hombre, se puso al alcance de las intenciones perversas de los
judíos y como hombre sufrió que se apoderasen de El. En efecto, no hubieran
podido cogerlo si no hubiese sido hombre, ni verlo si no hubiese sido hombre, ni
golpearlo si no hubiese sido hombre, ni crucificarlo y llevarlo a la muerte, si no
hubiese sido hombre. Es pues como hombre que se expuso a todos esos
sufrimientos, que no hubieran tenido efecto sobre él si no hubiese sido hombre.
Pero si El no hubiese sido hombre, el hombre no hubiera sido liberado. Ese
hombre penetró el fondo de los corazones, es decir el secreto de su corazón al
ofrecer a la mirada de los hombres su humanidad, sin mostrar su divinidad,
ocultando su naturaleza de Dios, por la que es igual al Padre.
CAPITULO LVI
La tentación de la cristiandad.
II. Tentativas diversas

Mors et vita duello conflixere mirando. En el calvario La muerte y la vida se disputaron


un combate al que asistieron los ángeles llenos de admiración. En ese combate el autor
de la vida muere, pero en su muerte vive y por su muerte reina. "Dux vitae mortuus
regnat vivus". Se pagó el rescate, se realizó la Redención, se quitó el pecado del mundo
y el príncipe de este mundo es vencido, en principio su reinado ha terminado, pero ese
reino que él se había construido debe reconquistarse, es el mágnum proelium del cielo
que va a proseguir en la tierra en las mismas condiciones. A menudo la Iglesia parecerá
expirante, siempre en su muerte aparente, extraerá una nueva vida.

El duelo se libra primero entre cada alma y su tentador. La Redención es universal, el


divino Salvador ha merecido la salvación de todos los hombres, pero la justificación
continuará dependiendo de la voluntad de cada uno. Los méritos de Cristo sólo serán
aplicados a los individuos con su consentimiento y su cooperación .(1) Lo sobrenatural
que ha vuelto a ser privativo de la humanidad debe, como siempre, ser aceptado por
cada uno de sus miembros. Antes de esta aceptación, supuesta en el niño, efectiva en el
adulto, el hijo de Adán está todavía bajo el yugo de Satán y entra por el repudio
voluntario del estado de gracia, ya sea cometiendo actos condenados por la moral
cristiana, lo que le hace perder la amistad de Dios, o por la resolución de limitarse sólo a
la naturaleza por la indiferencia religiosa. Es la ley promulgada desde el comienzo en el
cielo y en la tierra. No ha cambiado, no pudo cambiar con la Redención. La nueve
fuente de vida que la lanza del soldado romano hizo brotar del Corazón de Jesús en la
cruz está abierta a todos, pero sólo entrega su flujo a quienes acuden a recogerlo.

Lo que es verdad para los individuos, lo es para los pueblos. Llamados por la voz de los
apóstoles, judíos y gentiles acudieron uno a uno a esta fuente y su aglomeración formó
el cuerpo de la Iglesia.

Para reconquistar su imperio, Satán atacó al cuerpo social igual que ataca a las personas.
Lo que se dijo al principio y lo que pedía la Sabiduría divina: "Inimicitias ponam inter
semen tuum et semen illius" Tras anunciar la Redención del género humano por el Hijo
de la Mujer, Dios mostró la lucha que debía seguir entre las dos ciudades, una la raza
de la serpiente, la otra, la raza de la Mujer bendita.

El término hebreo empleado por el Génesis para indicar los ataques de la serpiente
designa los dos tipos de asalto que la Iglesia no ha dejado de sufrir: las persecuciones y
las herejías. Esta palabra indica un odio que se ejerce a la vez por la astucia y por la
crueldad. Esas son las dos guerras que la historia no ha dejado de ver alternarse,
confundiéndose incluso desde los primeros días hasta el presente.

Satán suscitó primero la persecución de los emperadores romanos que duró tres siglos y
produjo miles de mártires. Al no poder ahogar a la Iglesia en su sangre, recurrió a otros
medios de destrucción

Casi enseguida después del reinado de Constantino, llegamos al pontificado del pape
Gelaso I en el año 493. ¡Qué sombría era la situación! La conversión del imperio un
siglo antes parece haber sido estéril y la catástrofe resulta inminente. Todo Oriente está
en manos de cristianos infieles al concilio ecuménico de Calcedonia. Occidente está
bajo el dominio de los Arios que rechazan al concilio ecuménico de Nicea. El mismo
Papa es súbito de un soberano Ario. Y como si una sola herejía no bastara, el
Pelagianismo se propaga en el Picenum con la connivencia de los obispos. En el Norte
del imperio desmembrado, los Bretones infestados primero por el Pelagianismo se ven
ahora desposeidos por los Sajones paganos. El clero católico es oprimido en los reinos
arios de Borgoña, Aquitania, España y el culto católico es momentáneamente abolido
por los Vándalos arios de Africa. Casi todo Oriente toma partido por el patriarca de
Constantinopla Acace en su cisma y se une a la herejía monofisita, mientras que fuera
del imperio la herejía opuesta, el Nestorianismo, hace escandalosos progresos.

¿Se trata de un hecho aislado? ¿Acaso 115 años antes , cuando San Gregorio de
Nazianze iba a iniciar su prédica en Constantinopla (378) no parecía desesperada la
situación con el Arianismo creciente y los cismas cada vez más numerosos? Y más
tarde, a principios del pontificado de San Gregorio el Grande no parecía amenazada la
Iglesia por un fin próximo? Los últimos vestigios de la civilización romana se
derrumbaban ante la invasión de los Lombardos en Italia. En Oriente y en Occidente,
hambrunas, pestes, temblores de tierra. Los Bretones cristianos son masacrados,
reducidos a la esclavitud, echados a las montañas desiertas por su enemigos paganos; el
Arianismo domina aún en España y en gran parte de Italia. De modo que no es de
extrañar que San Colomban - y no era el único - creyera en el fin del mundo.

Si dividimos en tres períodos cronológicos la historia entera de la Iglesia, las


tempestades que acabamos de describir corresponden al primero pero los otros dos no
son menos agitados. En el segundo (636-1270) la Iglesia se vió en varias ocasiones
amenazada de destrucción: en el siglo VIII por los árabes, en el IX por los Normandos,
en el X por los emperadores germánicos. El tercer periodo, más próximo a nosotros,
está marcado por tres grandes hechos, cada uno de los cuales, según los principios de las
probabilidades históricas tendría que haber sido fatal para la Iglesia. Primero, el Gran
Cisma: durante 37 años, los cimientos se vieron sacudidos, el principio de obediencia
desacreditado, aunque por el contrario, la buena fe y más aún la santidad se mostraron
en las dos obediencias para atestiguar una autoridad divina, aunque en guerra con ella
misma. Luego estalla el Protestantismo: los católicos son víctimas de calumnias y de
insultos indescriptibles, pronto seguidos de pillaje, destrucción y masacre. La Inglaterra
de 1540 se parece a un país desvastado: las obras de arte y los tesoros del saber,
amasados durante siglos desaparecen. Francia ve destruidas sus iglesias por centenares,
sus sacerdotes y religiosos inmolados por millares; los príncipes católicos son
declarados indignos de mandar y la religión católica es ultrajada por horribles
sacrilegios. En medio de este huracán de egoísmo y fanatismo, las dos terceras partes de
su imperio parecen irremediablemente perdidos para la Iglesia. Por último, el
jansenismo triunfa durante el siglo XVIII, infestando a la gran Iglesia de Francia hasta
la médula. José II, el archiduque de Toscaza y el rey de Nápoles están en vísperas de
romper con la Santa Sede: los obispos y los profesores discuten abiertamente las
doctrinas católicas; los jesuitas, campeones de Roma contra el Protestantismo y el
Jansenismo son perseguidos a ultranza en Portugal, en España, en Francia, en Nápoles y
la amenaza de un cisma obliga al Papa a suprimir esa guardia de élite precisamente en el
momento en que más la necesita. Llega luego la Revolución de repite las masacres de
los primeros siglos.
Este cuadro es bien lúgubre, pero la otra cara resulta consoladora. En cada una de esas
fechas interviene el Maestro. Constantino sucede a Diocleciano; los siglos IV,V y VI
terminan con tres conversiones que son tres brillantes bendiciones: la de San Agustín, la
de Clovis, la de los Anglo Sajones. La desolación de los siglos siguientes conduce a
Hildebrand y las Cruzadas; el celo de los dominicos, de los Franciscanos, la radiación
de la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino son, por así decirlo, la respuesta de
Dios a la tiranía imperial y a la herejía albigense; apenas se cierra la herida del gran
cisma y ya tenemos a Fray Angelico, la flor del arte cristiano y a Tomas de Kempis, flor
de la mística cristiana. Después de Lutero y Calvino aparece la verdadera Reforma, obra
del Concilio de Trento y nuevas misiones que se extienden desde Oriente a Occidente,
trayendo a la Iglesia a pueblos más numerosos que los que la habían desertado.

En esta lucha gigantesca, observemos que siempre es Francia quien ha proporcionado el


campo de batalla más disputado y más ilustre. Clovis derrota a los Arios, Carlos Martel
a los Arabes, Carlomagno a los Lombardos, Montfort aplasta al Albigeismo, San Luis
planta la cruz ante Túnez, los Guise y la Santa Liga vencen a la muerte y actualmente,
entre los misioneros, los salidos del corazón de Francia son los que llevan más lejos las
conquistas de la Iglesia a los países infieles. Qué ciertas son aquellas palabras de la
historia: Gesta Dei per francos!

Es también en Francia donde se ve el frente de batalla de otra guerra más íntima que la
que acaba de describirse.

Los otros combates fueron varios, parciales y relativamente breves. Era el cuerpo a
cuerpo de dos gigantes que tras un esfuerzo en un sentido intentan derribar al adversario
con un empuje contrario. Lo que nos queda por describir es la lucha contínua porque
debe ser decisiva: Es la lucha profunda que alcanza las fuentes mismas de la vida
espiritual, tanto en el individuo como en la sociedad y en la Iglesia. Su objeto es el que
primero estuvo en litigio entre los ángeles, luego entre nuestros primeros padres y la
serpiente: el naturalismo contra lo sobrenatural.

Desde los primeros días del cristianismo ese combate se libró en el fondo de las almas,
pero en XIV Satán creyó llegado el momento de transportar ese drama íntimo a la gran
escena del mundo y hacer de él la augusta tragedia que nos ofrece la historia de los
pueblos cristianos en estos últimos siglos.

====
(1) El bautismo se confiere a los hijos de padres que lo piden para ellos; luego deberán
ratificar lo hecho. Así ocurrieron las cosas en el cielo y en el paraíso terrestre: los
ángeles y nuestros primeros padres recibieron la gracia santificante en el momento de su
creación, luego tuvieron que consentir el don que les había sido hecho.
CAPITULO LVII

LA TENTACION DE LA CRISTIANDAD

III. TENTACION FUNDAMENTAL Y GENERAL


I. DESDE EL RENACIMIENTO A LA REVOLUCION

Como acabamos de ver, Satán trató primero de ahogar a la iglesia en sangre. No pudo
lograrlo. Cuando los paganos pusieron fin a la persecución sangrienta, los mayores
esfuerzos del infierno se centraron en lograr que esta Iglesia a la que el ataque de los
enemigos externos había consolidado se destruyera por sí misma. Entonces suscitó las
herejías. Mediante ellas apartaba del cuerpo místico de Cristo a un número más o menos
numeroso de miembros, e incluso poblaciones. Pero sucedía que lo que la Iglesia perdía
por un lado lo recuperaba por otro y que, incluso las ovejas descarriadas después de más
o menos penurias volvían al redil.

Concibió entonces otro designio más digno de su mente infernal. Mientras continuaba
suscitando sectas, las diversas confesiones protestantes seguidas por el jansenismo, se
dijo que su triunfo estaría asegurado y para siempre, si lograba formar en el seno mismo
de la Iglesia a una sociedad de hombres que permanecerían mezclados con los católicos,
igual que la levadura lo está en la masa, para producir una fermentación secreta que
tardaría en desarrollarse, si era necesario varios siglos, pero que infaliblemente
terminaría por echar del cuerpo de la iglesia al espíritu sobrenatural y sustituirlo por el
espíritu naturalista. De este modo lograría el mismo triunfo, aunque más completo, que
el obtenido en el cielo al seducir a un tercio de la milicia celestial. Mediante este
envenenamiento, lento, insensible, ignorado, llegaría a una disolución completa del
reino de Dios en la tierra.

Las dos primeras partes de esta obra describieron ese oscuro trabajo de la franco-
masonería, puesto que es ella la que en la cristiandad actúa como fermento naturalista.
Para convencernos basta con releer lo que ella dice de si misma y considerar sus obras.

La vimos nacer en las catacumbas de Roma en el siglo XIV. No contradigo a quienes


vieron sociedades secretas en el seno de la Iglesia antes de esa época. Existían y
prestaron su ayuda a diversas herejías. Pero hasta el siglo XIV no se formó la sociedad
que tuvo por objetivo reemplazar a la religión cristiana por la religión natural, no en
determinado país sino en toda la cristiandad y que ha perseguido ese fin
imperturbablemente hasta hoy, tras haber creido que había llegado al término de sus
esfuerzos con la Revolución.

Desde los Humanistas hasta los Enciclopedistas y desde los Enciclopedistas hasta los
modernistas, siempre y por doquier se hace oir el grito del naturalismo y son las
instituciones inspiradas por la idea naturalista las que buscan sustituir a las instituciones
cristianas, hasta el punto que el cardenal Pío constata: "La cuestión viva que agita al
mundo es la de saber si el Verbo hecho carne, JC, perdurará en nuestros altares o si será
suplantado por la diosa razón".

Desde el siglo XIV, la tenebrosa secta llamada franco-masonería no ha dejado de


desarrollarse en todos los países cristianos, y luego en todos los pueblos del universo.
Por todas partes se mezcla con todas las manifestaciones de la actividad humana para
orientarla al objetivo que Satán le marcó, el triunfo de la razón sobre la fe, de la
naturaleza sobre la gracia, del hombre sobre Dios. Eso era lo que había propuesto a los
ángeles: Sacudid el yugo de Dios Redentor y santificador. Sed vosotros mismos para
vosotros mismos y seréis como dioses.

"Dejando de lado la época en que el cristianismo realiza la transformación de la


antigüedad pagana, dice el historiador Pastor, el más memorable es el período de
transición que enlaza a la edad media con los tiempos modernos y al que se ha llamado
Renacimiento… Entonces se enarboló francamente el estandarte del paganismo. Se
pretendió destruir radicalmente el estado de cosas existente (la civilización cristiana)
considerada por los humanistas como una degeneración".

"Al hombre caído y rescatado, dice Bériot, el Renacimiento opuso al hombre ni caído,
ni rescatado, sino levantándose con las solas fuerzas de su razón y su libre arbitrio". El
ideal naturalista de Zenon, de Plutarco y de Epicuro que consistía en multiplicar hasta el
infinito las energías de su ser, se convirtió en el ideal que los fieles del Renacimiento
substituyeron a las aspiraciones sobrenaturales del cristianismo, tanto en su conducta
como en sus escritos. Paulin Paris afirma con toda veracidad que lo que comenzó a
cambiar en el mundo, en la época del Renacimiento "fue el objetivo de la actividad
humana": el orden sobrenatural fue más o menos completamente dejado de lado, la
moral pasó a ser la satisfacción dada a todos los instintos, el gozo bajo todas sus formas
el objeto de todos los deseos. La noción cristiana de nuestros destinos se invertía en los
corazones y al mismo tiempo se establecía el divorcio entre la sociedad civil y la
sociedad religiosa. Decía Alberti en su Tratado del derecho: "A Dios se le debe dejar el
cuidado de las cosas divinas. Las cosas humanas son de la competencia del juez".

"La Reforma, dice Taine, no es más que un movimiento particular dentro de una
revolución que comenzó antes que ella", un retorno del cristianismo al naturalismo.

Esta revolución se concretó en los últimos años del s. XVIII. Se trata del
establecimiento y el reinado del naturalismo sobre las ruinas del cristianismo que
prosiguieron los Filósofos y luego los Jacobinos. Barruel en sus Memorias para servir a
la historia del Jacobinismo observa: "Las obras de los Enciclopedistas están llenas de
rasgos que anuncian la resolución de hacer suceder una religión puramente natural a la
religión revelada". Su ambición no se limitaba a transformar Francia sino a "reiniciar la
historia" y para ello "rehacer al hombre" según el tipo naturalista. "El gran fin
perseguido por la Revolución, decía Boissy-D'anglas, consiste en llevar al hombre a la
pureza, a la simplicidad de la naturaleza" y pedía el retorno de una religión "brillante"
que se presentara con dogmas prometedores de "placer y felicidad".

Instauraron el culto de la Naturaleza que los humanistas habían deseado. Cuando se


creyó que en Francia el catolicismo había muerto gracias a la guillotina y las
proscripciones, pusieron manos a la obra para instaurar la religión de la naturaleza.
Robespierre la inaugura con su discurso del 7 de mayo de 1794: "Todas las sectas deben
confundirse en la nueva religión de la naturaleza". El Dios de la revelación fue
reemplazado por el Ser supremo indicado por la razón. La razón misma fue deificada,
tuvo su calendario, sus décadas, sus fiestas, su culto, su moral.

Pero no basta un discurso para instaurar una religión, de modo que la fiesta del Ser
supremo sólo fue un punto de partida. Poco tiempo después de la fiesta del 10 de agosto
de 1793 en que se rindieron honores divinos a una estatua de la Naturaleza, erigida en
la plaza de la Bastilla aparece una sociedad de carácter religioso, sostenida por los
gobernantes que le entregaron varias de nuestras iglesias: los teofilántropos. En la
inauguración del Templo de la Fidelidad, la teofilantropía se presenta como "el culto de
los primeros humanos, del hombre salido de las manos del Ser supremo, culto original,
religión de la naturaleza que Dios, esencialmente inmutable, no desea cambiar". De
modo que en la base de la teofilantropía estaba la negación formal del amor divino que
quiso elevar a la humanidad al orden sobrenatural. (1).

Un ritual determinaba el traje que debía llevar el oficiante de este culto. "una túnica azul
celeste, que cubría desde el cuello hasta los pies, un cinturón rosa y encima un vestido
blanco abierto por delante". En la apertura de la ceremonia "los niños depositan sobre
el altar un cesto con flores y frutos y se quema incienso. Luego el lector comienza el
oficio con una oración a la que se asocian los asistentes en pie: "Padre de la naturaleza,
bendigo tus beneficies, agradezco tus dones, … Dígnate aceptar nuestros cánticos (2), la
ofrenda de nuestros corazones y el homenaje de los presentes de la tierra que acabamos
de depositar sobre tu altar en señal de agradecimiento por tus beneficios".

Sería inútil exponer aquí todo el ritual. Regula el oficio de las décadas y las normas a
observar en las fiestas: de la primavera (10 germinal) del verano (10 mesidor) del otoño
(10 vendimiario), del invierno (10 nivoso), de la Fundación de la República, (10
vendimiar) de la soberanía del pueblo (30 ventoso), de la juventud (10 germinal) de los
esposos (10 floreal) del agradecimiento (10 pradial), de la agricultura, (10 mesidor), de
la libertad (10 termidor), de los ancianos (10 fructidor).

El Ritual de estas fiestas empieza con esta introducción: "La teofilantropía es el culto de
la religión natural … El autor de la naturaleza ha unido a todos los hombres con el lazo
de una sola religión y una sola moral, preciosos lazos que hay que cuidarse bien de
romper, no introduciendo doctrinas y prácticas que no convendrian a toda la familia del
género humano. ". El Manual que expone los dogmas de los teofilántropos expresa este
deseo: "Ojalá que este código haga dichoso al mundo entero". Sus dogmas se reducen a
dos: la existencia de Dios y la inmortalidad del alma. Pero lo que es Dios, lo que es el
alma, cómo Dios recompensa a los buenos, castiga a los malos, los teofilántropos no lo
saben y no llevan hasta allí su búsqueda: están convencidos que hay demasiada
distancia entre Dios y la criatura como para que esta pueda pretender conocerla.

Si sus dogmas son simples, su moral no lo es menos. Se limite a esta regla, a esta única
regla: "El bien es todo lo que tiende a conservar al hombre, o a perfeccionarlo. El mal es
todo lo que tiende a destruirlo".

Tiene su razón que nos hayamos extendido exponiendo lo que era, lo que quería ser la
teofilantropía al establecerse sobre las ruinas de la religión revelada que la Revolución
se jactaba de haber llevado a cabo.

En su libro Teoremas de política cristiana, Monseñor Scotti tiene un capítulo donde


establece que el culto de los teofilántropos, que no es sólo deismo o naturalismo, ES EL
GRAN ARCANO DE LAS SOCIEDADES SECRETAS.

Así es. La misteriosa operación que los alquimistas masones quieren hacer sufrir al
género humano es transformar el oro de la gracia, el oro de la gloria ofrecido y dado a la
humanidad por el Amor infinito, en el plomo vil del naturalismo. Eso es lo que
persiguieron desde el Renacimiento hasta la Revolución. Creyeron lograrlo, lo creyeron
más que nunca. Pero su esperanza fue vana y lo será más todavía. El alma cristiana, a
pesar de la corrupción de ideas intentada desde hace varios siglos y a pesar de las
masacres de los últimos tiempos, se mostró tan viva que Napoleón se vió forzado a
devolverle el culto católico. Tenemos la indomable confianza de que así seguirá siendo.

============
1. En la instrucción elemental sobre la moral religiosa (libro compuesto por los
teofilántropos, adoptado por el jurado de instrucción para ser enseñado en las escuelas
primarias, se leen las preguntas y respuestas que siguen:
P- ¿Ofrece la moral alguna regla para distinguir lo que está bien y lo que
está mal?
R- Sí
P- ¿Cuál esa regla?
R- Es la máxima siguiente: "Bueno es todo lo que tiende a conservar al
hombre o a perfeccionarlo. Malo es todo es todo lo que tiende a destruirlo o a
deteriorarlo". Esa era la moral de los humanistas y es también la de los Manuales
escolares de nuestros días.

2. Un maestro y una maestra asignados a cada templo enseñaban los cánticos a los
alumnos.
CAPITULO LVIII
TENTACION FUNDAMENTAL Y GENERAL (cont.)
II. DESDE LA REVOLUCION A NUESTROS DIAS

Ni Satán ni su raza renunciaron a su designio tras el fracaso que les infligió el


Concordato. Cuando la franco-masonería se reorganizó lo retomó con nuevo ardor y en
un plano más vasto y mejor estudiado. Podríamos limitarnos a rogar a nuestros lectores
que se refirieran a lo anteriormente expuesto, pero es conveniente recordar los puntos
principales para que los hechos citados, se aclaren los unos gracias a los otros
evidenciando de manera más manifiesta la tentación a la que está sometida la
cristiandad.

En la primera fase, es decir desde el Renacimiento a la Revolución, la conjura


anticristiana empleó varios siglos en pervertir las ideas, haciendo suceder unas a otras
opiniones opuestas a la fe, y demorándose lo necesario para que penetraran de país en
país, desde las clases superiores hasta las inferiores. Consideraba que al preparar así los
espíritus un enérgico impulso bastaría para derrumbar al edificio eclesiástico.

Llegado el momento, la sacudida se produjo con un ímpetu, con un furor al que nada
resistió.

Esa rapidez y esa violencia causaron la reacción que se impuso.

Iluminada por esa experiencia la secta se dijo que para triunfar en su segunda empresa
debía avanzar lento para llegar seguro, no sólo en el trabajo de los intelectuales sobre la
mente pública, sino también en el trabajo previo que otros agentes suyos debían efectuar
en el orden de los hechos, la destrucción del establecimiento temporal de la Iglesia. "El
trabajo que vamos a emprender-figura escrito en las instrucciones secretas redactadas en
ocasión de la reorganización de la franco-masonería, no es obra de un día, ni de un mes,
ni de un año; puede durar varios años, quizás un siglo, pero en nuestras filas el soldado
muere pero el combate prosigue".

Lo primero que se hizo en el momento mismo en que el culto católico se reestablecía,


fue "des-considerarlo" a los ojos de las poblaciones, hacerlo caer del rango que le
otorgó su institución divina. Para ello se empleó la igualdad civil de cultos. Sabemos
de la tenacidad de Napoleón para establecerlo en el Concordato, y darle en los artículos
orgánicos más asiento y medios para imponerse. Se escuchó entonces el grito de Pío VI:
"Bajo esta igual protección de los cultos se oculta y disfraza la persecución más
peligrosa y más astuta posible de imaginar contra la iglesia de JC, para que las fuerzas
del infierno puedan prevalecer contra ella".

Desde el concordato y la legislación francesa, la máquina des-organizadora fue llevada


a la convención europea denominada "Santa Alianza". Si el espíritu que produjo esa
pieza hubiera hablado claro observa J. de Maestre, leeríamos en titulares: Convención
mediante la cual tales y cuales príncipes declaran que todos los cristianos sólo son una
familia que profesa la misma religión y que las diferentes denominaciones que los
distinguen no significan nada".

Como la igualdad sólo se otorgaba entonces a los cultos cristianos, la secta aprovechó la
revolución de 1830 para introducir a los Judíos y al Segundo Imperio para hacer entrar a
los Musulmanes.

Además, tras el Concordato, en vez de permitir a la Iglesia de Francia reconstituir su


patrimonio como se había estipulado, se tomaron medidas que con el tiempo se
multiplicaron y cuyo efecto sólo se vió bien cuando se realizó la expoliación que siguió
a la separación de la Iglesia y del Estado. No se autorizó la adquisición de tierras, las
fundaciones tenían que hacerse en rentas del Estado. Las iglesias, presbiterios,
obispados fueron poco a poco declarados propiedad de las comunas, de los
departamentos, del Estado. Se buscaba que, llegado el momento se pudieran quitar a la
Iglesia de Francia todas sus propiedades y de este modo no dejarle ningún contacto con
la tierra, a ella que sin embargo no es una sociedad de espíritus puros. Al mismo tiempo
se echaba al clero católico de todas las administraciones escolares, hospitalarias, etc.
donde podía estar en relación con la sociedad y ejercer cierta influencia.

Pero la secta tenía miras más altas. La Iglesia de Francia sólo es una Iglesia particular.
Se trabajaba para lograr que el ejemplo de Francia fuera seguido por otras naciones. Lo
que más importaba para el logro de sus designios era volatilizar también el
establecimiento temporal de la Iglesia, jefe de todas las Iglesias, caput omnium
Ecclesiarum.. Fue la primera de las misiones confiadas a Haute-Vente, que lo logró por
el poder que ejercía más o menos directamente sobre las Potencias. El Piamonte, con el
socorro de Napoleón III y la connivencia de los gobiernos de los otros países llegó a
hacer desaparecer los Estados de la Iglesia, a quitar a los Papas el prestigio y la
autoridad que tenían por su calidad de soberanos temporales, iguales a los reyes y los
emperadores e incluso superiores a todos por su antigüedad y la eminencia de su
dignidad.

Cuando todos esos puntos de apoyo terrestres que los siglos, la sabiduría de los hombres
y la Providencia de Dios habían dado a la Iglesia le fueron retirados vino la separación
de la Iglesia y del Estado, operada en Francia primero para servir de ejemplo y de
entrenamiento a las otras naciones católicas.

Sabemos con qué perfidia combinó la secta dicha operación. Al mismo tiempo que
cortaba el último cable que todavía unía a la Iglesia y a la sociedad y tornaba en
adelante imposibles todas las relaciones entre esos dos mundos, pensaba cortar al
mismo tiempo, con el incentivo de los bienes temporales, el otro cable, el que unía a la
Iglesia de Francia con la Iglesia madre y señora. Prometía un goce precario de esos
bienes a quien no reconociera su jerarquía, su autoridad y su existencia.

Gracias a estos medios progresivos y sabiamente combinados, pensaban que la Iglesia


de Francia iba a desvanecerse.

Todo esto sólo era la primera parte del programa, el trabajo de destrucción necesario
para la implantación de la religión natural.

Porque, en efecto, no basta con que la Iglesia, el órgano de lo sobrenatural en el mundo


desaparezca, es necesario que a la religión revelada suceda la religión natural. Es por
ella que Satán puede retomar posesión de su imperio, dando satisfacción al mismo
tiempo a la necesidad religiosa que agita a toda criatura intelectual que no haya llegado
aún al término de su degradación.
Satán no confió el objetivo que perseguía a aquellos que empleó para alcanzarlo. Los
empujaba por caminos diversos, pero él sabía lo que quería, y no podemos ignorarlo
cuando consideramos el conjunto de movimientos que imprime: convergen hacia el
naturalismo, tienden a establecer una religión humanitaria sobre las ruinas de la religión
traída del cielo por el Hijo de Dios.

Los instrumentos que emplea y que vemos actuar desde hace un siglo manifiestan no
una visión clara pero al menos sí un sentimientos instintivo.

¿Qué dijo Waldeck-Rousseau cuando inauguró en Tolosa la fase actual de la


persecución? Mostró a dos sociedades en conflicto: La "democrática", arrastrada por la
amplia corriente de la Revolución y la católica, que no nombró pero que perfiló lo
bastante al afirmar que sobrevive al gran movimiento del siglo XVIII. Tomando partido
en ese conflicto, anunció que se centraría primero en las primeras filas del ejército del
Divino redentor y santificador: las congregaciones y las órdenes religiosas.

Antes que él ya lo había dicho Raoult Rigault: "hay que terminar con esto, hace ya
1800 años que dura". En efecto, hacía 1800 años que Satán había sido desposeido de su
imperio y que se esforzaba por reconquistarlo.

Más franco que Waldeck-Rousseau, Viviani declara que el objetivo de la guerra que se
nos hace consiste en "oponer a la religión divina la religión de la Humanidad". Ya
Gambetta había dicho antes que él: "La lucha está entre los agentes de la teocracia
romana y los hijos del 89". Burgués: "Hay que buscar la victoria del espíritu de la
Revolución, de la Filosofía y la Reforma sobre la afirmación católica". Desde la tribuna
Viviani dice: "Nos enfrentamos a la Iglesia católica" para "la dirección a dar a la
humanidad". La Iglesia la lleva al cielo, nosotros queremos traerla a la tierra. En la
misma sesión, Pelletan es más explicito: "El gran conflicto entablado entre los Derechos
de Dios y los Derechos del hombre"; el derecho de Dios, el derecho de su amor, el
derecho de su naturaleza, que es el Bien, de expandirse, de comunicarse, hasta el don de
una participación en su naturaleza divina; y el derecho del hombre a escuchar su
egoísmo, a limitarse a sí mismo y así triunfar sobre Dios y su amor. "La Revolución,
dijo Lafargue, es el triunfo del hombre sobre Dios".

"Ha llegado la hora de optar entre el antiguo orden que se apoya en la Revelación y el
orden nuevo que reconoce otras bases además de la ciencia y la razón humana". "El
esfuerzo debe ser supremo" "Es el gran duelo entablado entre la religión y el libre
pensamiento". (Boletín de la Gran Logia)

"Cuando en la Francomasonería surgió la querella sobre el Ser supremo a conservar o a


dejar de lado, el periódico Mundo Masónico intervino para decir: "Sólo hay una
religión, una sola verdadera, una sola natural, la religión de la humanidad". Con estas
palabras confirmaban la constante doctrina de la francomasonería. Gustave Bord, uno
de los que mejor la estudiaron así lo resume: "La Francomasonería es una secta
religiosa que, después de algunos titubeos se organizó sobre todo en Europa hacia 1723,
profesó una doctrina humanitaria y se superpuso a las otras religiones".

Todo esto confirma las palabras de Monseñor Scotti: "El gran arcano de las sociedades
secretas es el naturalismo" y de León XIII: "El designio supremo de la francomasonería
es destruir por completo toda la disciplina religiosa y social nacida de las instituciones
cristianas y substituirle una nueva cuyo principio y leyes fundamentales se han extraído
del naturalismo". "Vengo a buscar la luz, debe decir el día de su iniciación, porque mis
compañeros y yo estamos perdidos en la noche que cubre al mundo" , desde que está
envuelto en las tinieblas de la superstición; es decir, desde que elucubraciones místicas
se impusieron a la razón, desde que los deberes empíricos confundieron a las
conciencias, desde que las falaces promesas de ultratumba hicieron abandonar la
persecución de los verdaderos bienes, los que la naturaleza nos ofrece tan liberalmente.

De modo que la sugestión del naturalismo es la sugestión madre, aquella de la que


derivan o a la que se refieren todas las sugestiones que la francomasonería difunde por
el mundo desde sus orígenes. Y el naturalismo es la tentación suprema a la que Satán
somete a la cristiandad desde que supo consagrar a esa intención el maravilloso
organismo que es la francomasonería. Gracias a ella continúa el combate en nuestro
mundo, el mismo combate que suscitó en el cielo en los albores de la creación del
mundo y que se apresuró a suscitar nuevamente en los primeros días de la existencia del
género humano. El ciudadano Sibrac sentía bien esa continuidad cuando en 1866, en el
Congreso del librepensamiento celebrado en Bruselas hacía un llamamiento a las
mujeres para la Gran Obra y decía: "Fue Eva la que lanzó el primer grito de rebelión
contra Dios" Y los docentes de la francomasonería observaron que esas ideas no les
eran ajenas puesto que en las logias el grito de admiración y aplauso era la
exclamación: ¡Eva! ¡Eva!

Por sí misma, o a través de aquellos a los que sugestiona de cerca o de lejos, la secta ha
desempeñado el papel asignado con una amplitud, perseverancia y eficacia que llenan
de estupor a quienes comprueban los resultados. Recordemos lo que ya dijimos de las
asociaciones creadas en todos los puntos del mundo para abatir las barreras doctrinales
tanto en el seno del catolicismo como en todas las sectas, preparando así el terreno
religioso al establecimiento de la "religión del futuro" del "judaísmo de los nuevos
días".

Esta religión toma forma en América. "La religión americana, dice Bargy, tiene dos
características que la definen: es social y es positiva: social, es decir, más preocupada
por la sociedad que de los individuos; positiva, es decir más curiosa de lo que es
humano que de lo que es sobrenatural." Strong encabeza su informe oficial para la
Exposición de 1900 diciendo: "Actualmente la religión se ocupa más del presente que
del futuro. La religión, servidora del progreso terrenal, confunde su objetivo con el de
las ciencias morales y sociales", es decir, se humaniza, se naturaliza.

En su libro La religión en la sociedad de los Estados Unidos Bargy dedica un capítulo


titulado Una parroquia americana, que puede presentarse como el tipo, perfectible, de
los futuros grupos religiosos basados en el naturalismo.

La parroquia está dividida en clubs: club de hombres, club de muchachos, club de


jovencitas. A las mujeres casadas no se las puede organizar en clubes porque el hogar
las retiene, aunque cuentan con algunas instituciones que les están destinadas.

En el club de hombres se celebran tres sesiones de gimnasia semanales; los martes, una
sesión de debate sobre cuestiones sociales y todos los jueves, baile.
En el club de los muchachos: cada lunes, clase de aritmética, ortografía, contabilidad y
caligrafía; tres veces por semana clase de gimnasia y baños, los martes, baile y los
miércoles ejercicios militares y otros.

En el club de las jóvenes: todos los días, clase de costura, moda, cocina; tres veces por
semana ejercicio físico, dos veces por semana clase de contabilidad, y cinco veces clase
de taquimecanografía.

Los pastores favorecen el baile. Los conciertos, la música tocada por los miembros
sirven también para crear una atmósfera social. En los clubs se desarrolla la vida interna
e íntima de la parroquia. Pero su acción se extiende fuera de los clubs con las clínicas,
los centros de socorro y sobre todo por dos obras de mutualismo: la oficina de
colocación y la de préstamo.

A las iglesias así organizadas desde el punto de vista de la acción social se las denomina
Iglesias institucionales. La iglesia institucional ha creado un nuevo tipo de pastor: el
pastor hombre de negocios. "El director de una fábrica, dice el Evening Post, no
necesita más talento para acción que el jefe de una Iglesia moderna con múltiples obras.
No hay lugar para la teología en un hombre que preside seis comités en una tarde. La
Iglesia institucional no formará a un Tomás de Aquino".

Semejante gasto de actividad y dinero tiene al menos un objetivo espiritual? Bargy se


plantea la pregunta y responde: "Las Iglesias de Europa se aferran tanto al dogma que
todo lo que hacen de humano parece a sus adversarios un camino secreto que lleva al
dogma; a un americano ni se le ocurre pensar que detrás de una buena obra hay un
fondo dogmático. Las obras sociales se convierten en la existencia misma de esas
Iglesias. Para los jóvenes ministros de la nueva escuela, son las obras las que
constituyen el encanto de su oficio. En el pensamiento del clero, su obra humanitaria no
está subordinada a su obra eclesiástica; cuando el equipo de futbol está representado en
el servicio (religioso) de la tarde, se felicita pero cuando la colecta de la tarde provee el
dinero para el futbol también se complace en la misma medida. Del mismo modo, los
miembros de las obras las aprecian por sí mismas, es la única forma de religión que
muchos quieren; los americanos tienen tendencia a no comprender otro culto que no sea
la acción: las obras no son para ellos una ayuda a la religión, son la religión misma".

En Nueva York hay una "Conferencia religiosa del Estado de Nueva Cork" que incita a
los otros Estados a contar con confederaciones similares. Cada año celebran una reunión
general. La sesión de 1900 reunió a representantes de once sectas, incluídos judíos. Sus
sesiones las realizan por la mañana en el "Edificio de las caridades reunidas" y por la
tarde en las diversas iglesias, por turno. En la sesión de 1900 los conferenciantes
discutieron, entre otras cuestiones, las siguientes, que denotan el espíritu y las
tendencias de las asociaciones: la posibilidad de un culto común, la religión, principio
vital de una democracia. Por la tarde tiene lugar un breve servicio religioso y un comité
formado por dos pastores y un rabino propusieron un "Manual del culto en común
"compuesto por oraciones extraídas de los oficios judíos, fragmentos de la liturgia
cristiana, antigua y moderna, y extractos de las Santas Escrituras adoptados por los
judíos, los cristianos y las sociedades morales".
Stanley-Root, encargado de una encuesta sobre la Iglesia moderna por el periódico de
Nueva York, el más preocupado por las cuestiones religiosas, observó de cerca de esos
ministros del nuevo tipo y llegó a la conclusión de que: "MUTUALIDAD ES LA
PRIMERA Y LA ÚLTIMA PALABRA DEL CRISTIANISMO …"

Esta mentalidad de los americanos explica cómo ponen su ardor en el trabajo, en la


conquista de la fortuna, una especie de sentimiento que llaman religioso.

Nos dice Bargy: "Creemos que los Americanos tienen el gusto por el bienestar. No es
eso exactamente, tienen a la religión. Su culto a la civilización material tiene todas las
características de la ilusión religiosa. Verdaderamente se inmolan a Moloch igual que
los mártires voluntarios de Cartago".

Así es el boceto actualmente existente de la religión natural. Ese culto naturalista sin
duda hallará mejor acogida que el inventado por los partidarios de Robespierre y los
teofilántropos.

Se dice que nació entre los protestantes y que no saldrá de entre ellos. Pero no es así. En
América más de una parroquia católica lo ha adoptado en mayor o menor medida y
entre nosotros, ¿no empuja la democracia cristiana al clero en ese sentido?

El ex abate Hébert se permitió decir: "En nuestros días, la fe activa y viva ¿no está más
en una Casa del Pueblo que en una Catedral, en un Laboratorio, en una Cooperativa,
más que en muchos conventos? " Se trata de una exageración que va hasta la mentira,
pero hay tendencias y hechos que podrían cubrir a esa mentira de cierta apariencia de
verdad.

Al lado de ese culto humanitario se sitúan los cultos auténticamente luciferianos que
hemos visto formarse, igual que en la Iglesia católica se encuentran las órdenes y las
congregaciones religiosas más directa y plenamente consagradas al culto de Dios.
CAPITULO LIX

TENTACION FUNDAMENTAL Y GENERAL (CONT)


III. EN LA ACTUALIDAD

Al tratar el problema religioso en la Revue moderniste internationale (marzo de 1910)


A.d'Estienne dice: "El admirable progreso de las ciencias naturales e históricas, al
reducir cada día más el campo de lo sobrenatural, ha terminado por eliminarlo por
completo y por crear una mentalidad hostil a cualquier idea religiosa que pudiera
basarse en ella … Esa crisis sólo puede resolverse a condición de tornar aceptable la
concepción religiosa recreándola y reinterpretándola según las exigencias de la ciencia
moderna. Hemos creado la ciencia que necesitábamos, vamos a crear la religión que
necesitamos … No me detengo a discutir la concepción materialmente externa de la
religión, basada en una revelación más o menos directa y personal de Dios; esa
concepción es en adelante ajena a nuestra mentalidad actual … Lo que el hombre
necesita en este momento, no es ya confiar en un ser infinito sino confianza en su
naturaleza capaz de evolucionar y progresar hasta el infinito … El estado actual de
nuestra mentalidad religiosa exige una expresión completamente liberada de cualquier
bagaje sobrenatural … Igual que la filosofía, la religión también debe humanizarse …
Es todo un mundo de teocracia, mundo milenario, que se derrumba, pero es un ser
nuevo el que nace: el hombre fuente de su propia fuerza, objetivo de su propia
actividad, luz de su propia conciencia y creador eterno de sí mismo: el Hombre-Dios".

Basta con echar una mirada en torno a nosotros para convencernos de que las cosas no
son así. Pero ese era el claro desenlace de la tentación a la que Lucifer somete a la
cristiandad desde el siglo XIV, al que muchos llegaron y que arrastra a la masa, eso es
indudable.

La tentación que trabaja, que agita al mundo desde hace cinco siglos no fue nunca mejor
expuesta que con estas palabras: el mundo de la teocracia, mundo milenario, debe
derrumbarse. Desde ahora es ajeno a nuestra mentalidad actual, hostil a toda idea
religiosa basada en lo sobrenatural. Ese derrumbe causa o causará un vacío en el alma
humana naturalmente religiosa. Ese vacío pide ser colmado ¿Cómo? Tornando
aceptable la concepción religiosa? Cómo podría resultar aceptable la concepción
religiosa a la mentalidad moderna? Recreándola, re-interpretándola según las exigencias
de la ciencia moderna. Hemos creado la ciencia que necesitábamos, vamos a crear la
religión que necesitamos. ¿Cuáles son las exigencias de esta creación? La nueva
religión ya no puede ser una religión externa, es decir una Iglesia y sobre todo una
Iglesia fundada sobre una revelación más o menos directa y personal de Dios. Nuestra
mentalidad exige una expresión completamente libre de todo bagaje sobrenatural. Igual
que la filosofía se humanizó, la religión debe humanizarse también. Debe estar hecha no
ya de confianza en un ser infinito sino de confianza en la naturaleza humana capaz de
evolucionar y progresar hasta el infinito, a partir de ese ser nuevo que la ciencia nos
hace, de ese ser desprendido de lo sobrenatural, centrado en el naturalismo: el hombre
fuente de su propia conciencia, creador eterno de sí mismo y convertido así en Hombre-
Dios.

En pocas palabras este es el fondo del modernismo del que Su Santidad el Papa Pío X
dijo en la Encíclica Pascendi dominici gregis "Quién puede asombrarse de que lo
definamos como el punto de reunión de todas las herejías. Si alguien se hubiera ocupado
de recoger todos los errores cometidos nunca contra la fe y en concentrar la sustancia en
una sola no hubiera resultado mejor. No basta con decir: los modernistas no sólo dañan
a la religión católica, sino toda religión" para culminar en "la identidad del hombre y de
Dios, es decir en el panteísmo".

Lo que hace a esta tentación tan radical, infinitamente peligrosa como observa Pío X "es
que a los artesanos del modernismo no hay que buscarlos hoy entre los enemigos
declarados. Se ocultan y es un tema de aprensión y angustia muy vivas, en el seno
mismo y en el corazón de la Iglesia, enemigos todavía más peligrosos porque lo son
menos abiertamente. Hablamos de un gran número de católicos laicos y algo más
deplorable, de sacerdotes que aparentando amor a la iglesia , muy cortos en filosofía y
teología serias, impregnados por el contrario hasta la médula de un veneno de error
tomado de los adversarios de la fe católica, audazmente van al asalto de lo más sagrado
en la obra de JC. No es desde fuera, es desde dentro que traman su ruina. Amalgamando
en ellos al racionalista y al católico lo hacen con tal refinamiento de habilidad que
fácilmente engañan a los espíritus poco alertas".

El Padre Weiss en su libro El Peligro Religioso, muestra la extensión y el poder que el


modernismo ha alcanzado en el mundo de los "intelectuales". Y concluye el penúltimo
capitulo de su obra con unas palabras que son la conclusión de todas las citaciones
extraidas de multitud de autores y de todos los hechos reseñados: "El hombre moderno
considera a la humanidad como su propio Dios y actúa como su propio amo y señor, no
sólo con respecto a los otros hombres, sino con respecto a Dios. Si queremos indicar el
lugar que el hombre ocupa en el pensamiento moderno no podemos emplear otro
término que homoteismo, usado por Leo Berg o egoteismo, acuñado por Kircher. No
cabe imaginar un mayor contraste con la concepción cristiana del hombre". Añadamos
que no puede concebirse nada más perfectamente idéntico a la actitud de los ángeles
rebeldes frente a Dios el día de la gran tentación.

No pensemos que esta mentalidad permanece limitada al círculo de "intelectuales". La


literatura vierte ese veneno en silencio, gota a gota, en las venas del público, de todo el
público. No pasa un día sin que periódicos, revistas, etc. insinúen ese veneno en el
corazón de millones de individuos, en un artículo de fondo, en un folletín, en la
correspondencia o en breves notas.

"No cabe duda, escribía un publicista, Maurice Talmeyr, que desde el siglo XVIII, ha
existido siempre, permanentemente, una conjura filosófica y literaria - extremadamente
prudente o extremadamente audaz -, para arrancar de nuestros espíritus no sólo
cualquier especie de catolicismo sino toda creencia en cualquier tipo de sobrenatural.
Es igualmente cierto que esa conjura, actualmente está en su apogeo, midiendo siempre
su acción a los medios donde debe ejercerla"

Los conjurados juzgaron que la acción de la literatura sobre la mente pública, aunque se
ejerce a diario sobre la multitud, no era lo bastante rápida, ni suficientemente decisiva
por lo que se instauró la escuela neutra. Gracias a ella, escribió Payot en su Curso de
moral "toda idea sobrenatural pronto habrá desaparecido". La imagen que emplea para
expresar su pensamiento está destinada a inspirar al maestro y a través de él al niño, el
mayor desprecio hacia cualquier objeto de la fe cristiana:

" Es sólo en el mar, donde el río mezcla sus aguas con la de los otros ríos, donde el lodo
que arrastra caerá en el fondo. Lo mismo ocurrirá con las civilizaciones, las filosofías y
las religiones que no pierdan sus creencias turbias y no se decanten en la religión
universal que reunirá a las conciencias superiores liberadas de las estrecheces de las
hipótesis y de los dogmas que dividen."

Y en el prefacio del mismo libro leemos: "En cuanto a la creencia en lo sobrenatural


afecta a la educación del sentido de la causalidad, ya de por sí lento en despertar; ahora
bien, el sentido de la causalidad es la característica de los espíritus sanos y vigorosos. Si
cada uno observara las causas reales de sus fracasos, de sus sufrimientos,¡qué progresos
se lograrían en el arte de vivir!. La creencia en lo sobrenatural, que teóricamente es una
doctrina de la nada es peligrosa en educación porque puede hacer perder al espíritu su
contacto con la realidad, es decir con la apretada red de leyes cuyo conocimiento
asegura nuestra libertad. Da impulso y autoridad a la imaginación decepcionante,
maestra del error y la falsedad, poderosa enemiga de la Razón."

"La escuela, había dicho Spuller al instaurar la escuela neutra, cuando era ministro de
educación (en su discurso pronunciado en Lille en 1889), la escuela será desde ahora el
templo de la fe en los nuevos tiempos", tiempos en los que todo pensamiento
sobrenatural estará ausente de las mentes, en que no habrá más fe que la otorgada a los
sabios que hacen de la naturaleza el único Dios conocible.

Es inútil insistir. La cuestión de la neutralidad escolar, de su objetivo y sus


consecuencias se ha tratado en exceso en ocasión de la discusión de las últimas leyes
escolares para que no esté presente en la mente de nuestros lectores. Observemos no
obstante que si la enseñanza actualmente dada a la infancia va hasta dañar los
fundamentos de la religión natural misma, hasta negar la existencia de dios, la
espiritualidad del alma, etc. quien inspira a nuestros legisladores sabe que un día u otro
habrá una reacción porque el hombre está hecho de tal forma que no puede ser sin
religión. Pero espera que como la noción misma del estado sobrenatural al que hemos
sido llamados al haber sido extirpada del espíritu humano los hombres no podrán volver
a ella y en la desdicha en que los habrá sumido el ateismo no tendrán otras aspiraciones
más que las que pertenecen a la naturaleza, a la inteligencia y al corazón, encerradas en
sus límites naturales. Habrán conducido entonces a la humanidad al punto en que el
tentador la quiere, para poder nuevamente reinar sobre ella y eso para siempre, ya que la
Redención ha sido despreciada y el Redentor rechazado.

Cuando J.de Maestre - a principios de la Revolución que fue el punto culminante de la


primera fase de la tentación naturalista, decía de ella: "Es satánica" no veía el por qué de
esta invasión de Satán en nuestro mundo; comprobaba el hecho, veía a los Jacobinos
movidos por espíritus infernales, pero no entendía su intervención, no conocía el
pensamiento subyacente de Lucifer: arrojar a Francia y con ella a la cristiandad en el
naturalismo para recuperar así el imperio sobre la humanidad, caída por segunda vez.

La obra avanza, la obra de la suprema iniquidad y de la radical infidelidad. El apóstol


San Pablo nos puso en guardia contra "el misterio de iniquidad". ¿Sugería el término
misterio una trama secreta? La hacemos remontar al siglo IXV por que entonces
empezó a manifestarse, pero el apóstol San Pablo ya la veia formarse bajo su ojos
divinamente iluminados. Ese misterio de iniquidad también lo designaba como la gran
apostasía, que se consuma bajo nuestros ojos.

Ferdinand Buisson lo comprueba en estos términos: "El Estado sin Dios, la escuela sin
Dios, el ayuntamiento sin Dios, el tribunal sin Dios, así como también la ciencia y la
moral sin dios es simplemente la concepción de una sociedad humana que quiere
basarse exclusivamente en la noción humana, en sus fenómenos y en sus leyes. La
democracia guiada por un maravilloso instinto de sus próximas necesidades y deberes,
se prepara para separar de la Iglesia a la nación, a la familia, a los individuos.".

Asistimos a la secularización absoluta del gobierno y de las leyes, del régimen


administrativo y de la economía social, de la política interna y de las relaciones
internacionales. Todo esto se ha apartado de la Iglesia, del Redentor y de Dios. Es el
hecho dominante de la nueva sociedad.

Y a este hecho son muchos los católicos que se suman. Dicen que las sociedades, hasta
aquí cristianas, pueden eliminar de la vida pública todo elemento sobre natural y
redituarse en las condiciones de lo que creen ser el derecho de la naturaleza. Incluso ven
en ello un progreso. Lo llaman "el progreso" la bonificación por excelencia!

Y aquellos que aplauden lo que ocurre fuera de ellos también lo intentan, por su propia
cuenta.

¿Podría ser de otro modo? "Los ciudadanos permanecerán siempre muy expuestos a esta
enfermedad del naturalismo en los países en que el naturalismo se admita como el
estado normal y legítimo de las instituciones y las sociedades públicas" (Cardenal Pío)

El cardenal Pío recogió de labios de una de las víctimas de ese estado social las palabras
que siguen, que buscan ser una justificación del naturalismo individual:

"Dios no quiera que me adhiera nunca, deliberadamente al menos, a esa vida tosca de
los sentidos que asimila al ser inteligente con el animal sin razón. Esa vida innoble es
indigna de un espíritu cultivado, de un corazón noble y bien hecho: rechazo al
materialismo como una vergüenza para el espíritu humano. Profeso las doctrinas
espirituales; quiero, con toda la energía de mi voluntad, vivir la vida del espíritu y
observar las leyes precisas del deber. Pero me habla usted de una vida superior y
sobrenatural: desarrolla todo un orden sobrehumano, basado principalmente en la
encarnación de una persona divina; me promete, para la eternidad, una gloria infinita, la
visión de Dios cara a cara, el conocimiento y la posesión de Dios, tal como El se conoce
y se posee a sí mismo; como medios proporcionados a ese fin me indica los diversos
elementos que forman, en cierto modo, el aparato de la vida sobrenatural: fe en JC,
preceptos y consejos evangélicos, virtudes infusas y teologales, gracias actuales, gracia
santificante, dones del Espíritu Santo, sacrificio, sacramentos, obediencia a la Iglesia.
Admiro esa altura de miras y de especulaciones pero, si me avergüenzo de todo lo que
me rebajaría por debajo de mi naturaleza, tampoco me atrae en absoluto lo que tiende a
elevarme por encima. Ni tan bajo, ni tan alto. No quiero ser ni el animal, ni el Ángel.
Quiero permanecer hombre. Por otra parte, estimo en gran medida mi naturaleza;
reducida a sus elementos esenciales y tal como Dios la hizo la hallo satisfactoria. No
pretendo llegar después de esta vida a una felicidad tan inefable, a una gloria tan
trascendente, tan superior a todos los datos de mi razón y sobre todo no tengo el valor
de someterme aquí abajo a todo ese conjunto de obligaciones y de virtudes
sobrehumanas. Estaré agradecido a Dios por sus generosas intenciones, pero no aceptaré
ese beneficio que sería para mí un fardo. Esencialmente, todo privilegio puede ser
rechazado. Y puesto que todo ese orden sobrenatural, todo ese conjunto de la revelación
es un don de dios, gratuitamente añadido por su liberalidad y su bondad a las leyes y
destinos de mi naturaleza, me limitaré a mi primera condición".

Así habla el "hombre honrado".

Así fue, en equivalencia al menos, el razonamiento de Adán, cuando el tentador le dijo:


"Seréis como dioses, hallaréis vuestra suficiencia en vosotros mismos" como Lucifer.

Como observa el cardenal Pío, la pretensión de aquel que desea parapetarse en el


naturalismo, vivir la vida de la razón sin participar en la vida sobrenatural, es una
pretensión prácticamente quimérica e imposible ya que, después del pecado del primer
padre, el hombre fue herido en su naturaleza. Está enfermo en su espíritu y su voluntad.
No es capaz por sí mismo ni de conocer toda la verdad, ni de practicar toda la moral,
incluso natural, y todavía menos de superar todas las tentaciones de la carne y del
demonio sin una luz y una gracia superiores.

Pero además, ese razonamiento ignora el soberano dominio de Dios que tras haber
sacado al hombre de la nada, conservaba el derecho a perfeccionar su obra y a elevarlo a
un destino mejor que el inherente a su condición natural. Al asignarnos una vocación
sobrenatural Dios hizo acto de amor pero también acto de autoridad. Dio, pero al dar
quiere que se acepte. Su beneficio se convierte en deber. La calidad de hijo de dios, el
don de la gracia, la vocación a la gloria es una nobleza que obliga, y todo aquel que se
sustrae es culpable.

Añadamos que lo que obliga a los individuos obliga a las naciones. Al hacer al hombre
esencialmente sociable Dios no pudo querer que la sociedad humana fuera
independiente de El. Desde que la plenitud de las naciones entró en la Iglesia, el orden
sobrenatural se impone a ellas igual que se impone a cada uno de nosotros. No tienen el
derecho de volverse apóstatas. Si lo hacen, tal desconocimiento de los derechos de dios
no puede pretender quedar impune. Peccatum peccavit Jerusalem; peropterea instabilis
facta est. Francia cometió el pecado de abandonar a Dios, y a causa de ello ya no se
mantiene en pie y vacilante, rodando y cayendo, de abismo en abismo de catástrofe en
catástrofe busca en vano recuperar las condiciones de equilibrio y estabilidad. Los que
la glorificaban han pasado a sentir conmiseración por ella, si no desprecio al ver esas
humillaciones. Omnes qui glorificaban team, spreverunt ilam quia viderunt ignominiam
ejus.

Oigamos una voz más humana. Ya en 1834 Guizot advertía:

"¿Se imaginan en qué se convertiría el hombre, los hombres, el alma humana y las
sociedades humanas, si la religión fuera efectivamente abolida, si la fe religiosa
desapareciera realmente? No quiero dilatarme en quejas morales y en presentimientos
siniestros, pero no vacilo en afirmar que no hay imaginación que pueda representarse
con suficiente veracidad lo que ocurriría en nosotros y en torno a nosotros, si el lugar
que ocupan las creencias cristianas se hallara de pronto vacío y su imperio destruido.
Nadie puede decir hasta qué grado de caída y de desórdenes caería la humanidad".

Y Gladstone añade: "El día en que el divorcio entre el pensamiento humano y el


cristianismo se consume empezará el irremediable comienzo de la decadencia radical
de la civilización en el mundo" (Discurso en la Universidad de Glasgow, 1879).
CAPITULO LX
LA MUJER BELIGERANTE EN NOMBRE DE DIOS

Desde finales de la Edad Media hay en la cristiandad un impulso continuado, ejercido no sólo sobre los
individuos sino también sobre los pueblos como tales y que busca cambiar el objetivo que la actividad
humana se había propuesto, basándose en la palabra de Cristo. Ese fin era la vida eterna. Los usos y
costumbres, las leyes, las instituciones poco a poco se habían moldeado a él. Desde el Renacimiento una
tendencia contraria se fortifica y desarrolla día a día: dar como objetivo a toda actividad social y personal
la mejora de las condiciones de la vida presente para alcanzar un goce más pleno y universal. “El siglo
XIV abrió la marcha, dice Taine y desde entonces, cada siglo se ocupó de preparar, en el orden de las
ideas, nuevas concepciones y en el orden político, nuevas instituciones (que respondieran al nuevo ideal).
Desde entonces, la sociedad ya no halló su guía en la Iglesia y la Iglesia su imagen en la sociedad”.

¿Volverán a situarse las naciones bajo la conducción de la Iglesia? ¿Volverá la Iglesia a ver cómo los
pueblos la escuchan y abren sus corazones al sermón de la montaña? ¿Deberá contentarse Dios con
acoger almas en medio de una sociedad que se alejará cada vez más de El? La idea de la civilización
cristiana sigue subsistiendo en numerosos espíritus, despierta en muchos y la Iglesia sigue allí para
mantenerla y recordarla. ¿Terminará venciendo a la idea de la civilización naturalista? Y tras una lucha de
varios siglos ¿logrará triunfar sobre la tentación satánica y retomar su marcha ascendente durante un
lapso de tiempo que no podemos apreciar pero que bien podría ser más largo que el del desorden en el
que llevamos perdidos demasiado?

¿Quién se atreve a esperarlo?

Sin embargo, sabemos que Dios suele dejar a las pasiones humanas desencadenadas y al mismo demonio
la misión de ejecutar sus voluntades y cumplir con sus eternos designios. “Esa es, si no me equivoco, dice
el Cardinal Pío, la parte ordinaria de la Providencia en la historia de los siglos: el hombre se mueve, se
agita en la esfera de sus pensamientos, de sus deseos a menudo culpables; y Dios, hábil para sacar el bien
del mal, convierte los obstáculos en medios y del crimen mismo forja un arma poderosa. Entonces el
resultado es de Dios y siempre admirable”.

No obstante, Dios no quiere actuar solo. Nos dio la libertad, la gran ley del mundo sobrenatural, para que
tengamos el mérito de nuestras obras y que El pueda recompensarnos.

El primer empleo de la libertad en la tentación, es defendernos. Desde el renacimiento del naturalismo, la


Iglesia y con ella sus fieles no han dejado de hacerlo. No es nuestra intención recordar lo que los
católicos, en estos cinco a seis siglos opusieron a la invasión del naturalismo en la cristiandad. No
hablaremos sobre las luchas teológicas que esta invasión suscitó en mil terrenos y con las que el error
refutado sirvió para dar a la verdad mayor precisión y brillo. Tampoco expondremos los esfuerzos hechos
para sostener y mantener las instituciones sociales concebidas y realizadas de acuerdo con la civilización
cristiana. Estas dos órdenes de defensa y ataque requerirían extensos desarrollos que no entran en el
marco de este libro.

Lo que sí cabe tratar es lo siguiente:

Hemos expuesto la acción secreta de los Francomasones, dirigidos por los Judíos, guiados a su vez por
Satán para sustituir una civilización humanitaria y naturalista a la civilización cristiana. La contrapartida
exige que busquemos si no hay otra acción secreta, la de las santas almas iluminadas, dirigidas por el
cielo, que obstaculizarían la obra del infierno y terminarían por destruirlo. La sentencia pronunciada por
Dios al comienzo del mundo: “Pondré enemistad entre tú y la Mujer, entre tu posteridad y su posteridad;
ella te herirá en la cabeza Y tú a ella en el talón” nos revela que nuestra búsqueda no debe ser vana.

Tú es Satán, la Mujer es María. La raza de la serpiente comprende a la muchedumbre de los que le


siguen, ángeles y hombres. Les comunica algo de su poder, Dedit illi virtutem suma et potestatem
magnam (Ap.XIII,2). La raza de la Mujer es la multitud de fieles.

San Máximo de Turín hace la siguiente observación: “Dios no dice : PONGO refiriéndose a Eva, la
promesa se refiere al futuro: PONDRE, designando así a la mujer que debe engendrar al Salvador”·. Por
otra parte, con las palabras semen tuum, semen illius, no se refiere a una generación carnal. Satán no tiene
o no puede tenerla. Entre los seres inmateriales sólo Dios engendra un Hijo. De modo que se trata de otra
paternidad y de otra filiación: paternidad y filiación morales basadas en la semejanza y en la adopción.
Hay hijos del diablo que proceden de él porque les arrastra al pecado y son sus hijos por la semejanza que
el pecado les da con él. “Tenéis al diablo por padre, dice Nuestro Señor a los Judíos y realizáis los deseos
de vuestro padre”. También hay Hijos de María que la aman y son amados por ella, que la admiran y que,
en esa admiración se tornan, con su ayuda, a su semejanza.

María los concibió en su corazón el día de la Anunciación y cooperó en el Calvario a su nacimiento


espiritual. Al concebir al Salvador según la carne, nos concibió en espíritu, porque concebía nuestra
Redención.

Ambas razas están presentes y la causa que las enfrentó es del cielo y de la tierra; los paladines de los
cielos están hoy en nuestro campo de batalla.

El Apóstol San Juan vió la unidad de esta guerra y describió las dos fases que se desarrollaron una y otra
ante la Mujer y si me permiten, bajo su Generalato.

El capítulo XII de su Apocalipsis, nos muestra a la Mujer revestida con el sol de la divinidad. “El Verbo,
que recibió de María sus ropajes de carne, dice San Bernardo, la hace brillar con la gloria de su
majestad.” La luna, imagen del mundo inestable que domina y gobierna con su Hijo Jesús está bajo sus
pies. Sobre la cabeza tiene una corona con doce estrellas, símbolo de sus prerrogativas, que le dan un
esplendor superior al de las más sublimes criaturas.

Es la Madre de Cristo, la Madre de Dios la que está aquí representada.

Va a convertirse en la Madre de los hombres, Clamabat parturiens et cruciabatur ut pariat. Está en el


Calvario. Dice Bossuet : « Me parece oir a María hablar con el Padre eterno con un corazón abierto y
apretado a la vez:, apretado por el extremo dolor pero abierto también a la salvación de los hombres
gracias a la santa dilatación de la caridad”. Es en medio de esos dolores excesivos al participar de los
suplicios de la cruz que Jesús la asocia a su fecundidad: “Mujer, este es tu Hijo, esta es tu Madre”.

El dragón que arrastró con su cola a la tercera parte de las estrellas del cielo se detiene ante la mujer y
quiere devorar a ese hijo. De allí el combate hasta el día en que se haga oir en el cielo la voz que dirá
“Ahora la salvación de nuestro Dios se ha consolidado y su poder y su reino, y el poder de su Cristo,
porque el acusador de nuestros hermanos, que los acusaba día y noche ante nuestro Dios, ha sido
precipitado.” Apoc.XII-10 (1)

Ese canto triunfal que se hizo oir en el cielo tras la victoria del arcángel San Miguel, se hará oir sobre la
tierra cuando el dragón sea nuevamente precipitado a los infiernos para ya no salir nunca más. Los
profetas mezclan en sus oráculos escenas distantes en tiempo y lugar, pero muchas relaciones de causa o
ideas las acercan. San Juan habla a la vez del gran combate que tuvo lugar en el cielo y del que se libra en
la tierra porque la causa es la misma. Nuestro Señor también lo hizo cuando anunció la ruina de
Jerusalem y la del mundo.

Después de la primera derrota que lo envió a los infiernos por primera vez, el demonio volvió a la tierra
para librar un nuevo combate. Entonces resultó vencedor y mediante el pecado original inundó a la tierra
de corrupción. “La serpiente, dice San Juan, arrojó de su boca como un gran río, tras la Mujer para
arrastrarla en sus aguas”, a aquella que se le había mostrado como encargada de reunir su realeza en el
cielo y en la tierra. Pensaba que el río de iniquidad que había hecho brotar en el paraíso terrestre
alcanzaría a María. Dios no lo permitió, la Madre de Cristo resultó Inmaculada en el seno de la universal
mancha. “Y el dragón se irritó contra la Mujer y fue a hacerle la guerra a sus hijos que guardan los
mandamientos y veneran a Jesucristo” (Apoc. XII 15-17).
Aquellos que veneran a JC y se muestran como hijos de María son los hombres que confiesan que JC es
Hijo de Dios, Redentor de los hombres, Restaurador del orden sobrenatural. Satán y los suyos, los del
infierno y los de la tierra, quieren, contrariamente a los predicadores del Evangelio, mantener bajo la
dependencia de Lucifer a aquellos que la fe y el bautismo todavía no ha regenerado, y llevar a él a
quienes han entrado en el orden sobrenatural; y la Mujer y sus hijos luchan contra él y contra ellos para
arrancarle sus víctimas, devolverlas a Dios y mantenerlas en la inocencia y la fidelidad. Lucha de todos
los días, sin cesar renovada por una enemistad que Dios ha hecho perpetua.

De modo que no es sólo entre María y la serpiente sino también entre los acólitos de Satán y los hijos de
María que se instauró la enemistad y se anunció la lucha, desde el comienzo del mundo, enemistad
absoluta y lucha incesante, porque la palabra divina no fija ni tiempo ni medida: hasta el juicio final Satán
tratará de someter a los hombres y arrastrarlos a sus dominios y también hasta el segundo advenimiento
del divino Salvador María se esforzará por aplicar los méritos de la Redención y así hacerlos entrar en el
reino de los cielos. Porque si bien la Redención del género humano se operó con el sacrificio de Jesús, fue
entonces sólo en principio y en derecho, es necesario que la santificación se realice en cada uno de
nosotros individualmente. Ahora bien, esa santificación exige que el hombre sea primero arrancado de
manos de Satán, luego que le sea sustraído cada vez que tiene la debilidad o la locura o la perversidad de
volver a su tirano. Por ello esa lucha perpetua en que la Santa Virgen, refugio de los pecadores, socorro
de los cristianos, Madre de la divina fe y de la divina gracia, juega el papel que Dios le asignó en los
primeros días del mundo.

Esa lucha es universal. Por doquier se la ve de individuo en individuo, entre hombres, de cristianos a
demonios, entre espíritus, y al mismo tiempo de ciudad en ciudad, de la ciudad de Dios a la ciudad del
mundo donde Lucifer es príncipe. En todas partes y siempre lo que se disputa es lo mismo: lo
sobrenatural.

Es necesario exponer aquí más explícitamente qué es lo sobrenatural, para dar a entender la
supereminencia de esta guerra, magnum proelium y lo sublime de los intereses que de ella dependen.

El Mesías prometió el mismo día de la caída de nuestros padres, que no sólo sería nuestro Redentor,
nuestro Salvador, nuestro Jesús; también sería nuestro Cristo: en El está la plenitud de la divinidad, por El
participamos de la naturaleza divina. “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros y a todos los que lo
recibieron les dio el poder de ser hechos hijos de dios” (Juan I). “Dios que es rico en misericordia, dice el
apóstol San Pablo, sólo se guió por el amor excesivo con que nos amó, y cuando estábamos muertos por
el pecado nos dio la vida en Cristo (Ep. II, 3-6). “Vine, dijo el mismo Cristo, para que tengan vida en
abundancia (Juan X, 12). No cualquier vida sino “vida eterna” (Juan III,14-15). Es mediante el bautismo
que esa vida sobrenatural nos es comunicada. Nos injerta en Cristo, dice San Pablo, hace de nosotros
miembros vivos de su cuerpo místico (2). Dios no nos dejó ignorar a qué sublimidad nos lleva esa
incorporación: “Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, formado de la Mujer para
rescatar a aquellos que estaban bajo la ley y para que pudiéramos ser adoptados como hijos de Dios. Y
porque sois sus hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que exclama : “Abba, Padre,
ya ninguno de vosotros es esclavo sino hijo y si es hijo es heredero de Dios. (Gal.IV, 4-5)

Ex magno genere ex tu, dice Tobías al Angel Rafael; es lo que pueden decir a cada uno de nosotros los
ángeles, tanto los caídos como los santos. Saben de qué raza somos, la más grande, porque somos de la
raza del Cristo que es Hijo de Dios.

Dios, por un acto libre de su amor estableció un vínculo trascendente entre nuestra naturaleza y la suya,
entre nuestras personas y su Persona.

Ese lazo no era necesario en sí, no estaba ordenado ni formalmente reclamado por ninguna exigencia de
nuestro ser, se debe a la caridad inmensa, a la liberalidad gratuita y excesiva de Dios para con su criatura.
Pero por voluntad divina, ese lazo se volvió obligatorio, indeclinable, necesario.

Persiste y persistirá eternamente en JC, Dios y hombre a la vez, naturaleza divina y naturaleza humana
siempre diferentes, pero irrevocablemente unidas por el nudo hipostático; debe extenderse en
proporciones y por medios divinamente instaurados a toda la raza de la que el Verbo encarnado es el jefe
y ningún ser moral, individual y o particular, público o social, puede rechazarlo o romperlo, en todo o en
parte, sin faltar a su fin y por ende sin dañarse moralmente a sí mismo y sin incurrir en la venganza del
Maestro soberano de nuestros destinos.

Satán no deja de actuar en cada uno de nosotros y en las naciones para obtener de ellas y de nosotros ese
grito de rebelión: “Rompamos nuestros lazos y arrojemos las cadenas lejos de nosotros” (3) Por su parte,
Dios no deja de derramar en nuestros corazones su gracia y de dar a las sociedades los socorros naturales
y sobrenaturales para mantenernos en su amor.

María es la dispensadora de esos socorros y esas gracias. Es pues entre Ella y Satán que en última
instancia se libra el combate: “Inimicitias ponam Inter. Te et mulierem et semen tuum et semen Ipsius”.
Ella te herirá en la cabeza y tu en el talón. Esa es la lucha ordinaria entre el hombre y la serpiente: esta
coge fácilmente el talón del hombre que camina recto, mientras que el hombre trata de aplastar la cabeza
de la serpiente que rampa. Pero por cruel que pueda ser la mordedura que hace en el talón no es incurable,
mientras que una vez aplastada su cabeza, muere. El vencedor es evidente: será la Virgen, será la Iglesia
con el socorro de María, será todo hombre de buena voluntad que la invoque y se ponga bajo su
protección.

Toda la historia del género humano, todo el conjunto de la religión se resumen en un misterio de amor, en
un misterio del mal, en un misterio de triunfo: el amor debe tener la última palabra. El término final de la
historial universal será el amor triunfante y glorificante así como al comienzo había sido el amor creador.

1. Observamos que “diablo” significa acusador. El diablo los acusa de haberse


dejado seducir por él.
2. Nuestro Señor JC es el nuevo Adán. Como el anterior, ha sido establecido por Dios como Jefe de
la Humanidad, estamos contenidos en él como lo fuimos en el primer hombre, de lo que se
deduce que el Cristo y los cristianos son un todo, forman una sola persona mística, igual que la
cabeza y los miembros. Del mismo modo que el pecado de uno solo nos hace morir a todos, la
justicia de uno solo puede expanderse a todos y devolverle la vida a todos (I. Cor. XV-47-49,
Rom. V, 15, Ef. 1,22).
3. Los celos de Satán lo llevan a quitarle al hombre la felicidad y la gloria, esa es la tentación. Por
la tentación los demonios contribuyen a los designios de la Providencia que procura el bien del
hombre atrayéndole al bien y apartándole del mal. Los ángeles buenos recibieron la misión de
colaborar en este fin. Pero el bien del hombre también se procura de manera indirecta, luchando
para rechazar al mal, para conquistar el bien. Mediante la tentación los demonios contribuyen a
procurarle ese segundo bien. Así, no están totalmente excluidos de la cooperación con el orden
del universo. El Ultimo sólo piensa en saciar sus celos y su odio, pero en realidad, contribuye a
la obra divina.
CAPITULO LXI
¿CON QUE ARMAS DEBEMOS BATIR AL TENTADOR?

¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Penitencia! Ese fue el grito de la Muy Santa Virgen en su gemir en Lourdes los
días 25, 26, 27 y 28 de febrero de 1858. Doce años antes, el 19 de septiembre de 1846, la Mujer del
Génesis prometido al mundo había venido a incitar a sus tropas al combate diciéndoles que emplearan las
mismas armas. Les pedía retomar la práctica de la abstinencia y el ayuno y volver al mismo tiempo a la
mortificación, a la oración, y en particular a la santificación del domingo. También en Lourdes María
pidió que se sumara la oración a la penitencia. En particular recomendó recitar el rosario y mostró con
qué respeto debe hacerse.

Veinte años antes de los reproches y las advertencias de María en Salette, el mismo Dios llamó la
atención, mediante una manifestación en el aire, sobre el gran símbolo del sacrificio. En Migné, el 17 de
diciembre de 1826 la cruz apareció ante los ojos de poblaciones asombradas, igual que en tiempos de
Constantino, haciendo un primer llamamiento a Francia para su conversión. Oración, conversión,
penitencia, son las condiciones divinamente deseadas por todas las misericordias.

¿Cómo se recibió ese triple llamamiento? Si sólo paseamos los ojos por la superficie de las cosas
estaríamos infinitamente desolados. En todas partes y en todas las clases de la sociedad, el amor por el
placer, el lujo, la lujuria no han dejado de hacer constantes progresos. La lección de 1870 dio a esos
progresos algunas horas de descanso. Pero, de inmediato retomaron su carrera con ardor. Resulta inútil
decir dónde estamos hoy.

¿Acaso no escuchamos día a día cómo el ruido de la oración – al menos de la oración pública – se apaga
en nuestras ciudades? ¿Sabéis, -pregunta el cardenal Pío-, por qué el primero de todos los pueblos, aquel
que el Espíritu Santo llamó pueblo de gigantes, sabéis por qué desapareció de la tierra? Las Escrituras nos
lo dicen: Non exoraverunt Antiqui gigantes, qui destructi sunt confidentes virtuti suae y esos hombres que
se fiaban de sus fuerzas fueron destruidos. Queremos ser justos con nuestro siglo: en más de un aspecto es
un siglo de gigantes. Pero en medio de todas esas maravillas y de todo ese brillo y esa gloria, la religión
mira en torno con ansiedad. Porque, si la oración fuera a callar entre nosotros, si el espíritu fuera a dejar
de purificar, de vivificar a la materia, si los hombres, creyendo bastarse a sí mismos fueran a decirle a
Dios que se retirara, si la desgracia que Mardoqueo suplicaba al Señor que apartara de su pueblo cuando
le decía: “No cierres la boca de aquellos que cantan tus alabanzas” fuera a caer sobre nosotros, no tardaría
en llegar el día en que sobre las ruinas humeantes de nuestra patria y sobre los restos dispersos de nuestra
civilización, las generaciones podrían decir: “Esos hombres gigantes no oraron y mientras se confiaban en
sus propias fuerzas, fueron destruidos”.

Gracias a Dios, por debajo de la superficie ocurren cosas más consoladoras y esperanzadoras. Quedan
millares y millares de almas santas que todos los días y cien veces por día elevan hacia el cielo esas
súplicas: Perdona nuestras ofensas, las nuestras y las de tu pueblo, no los dejes sucumbir a las tentaciones
de les asaltan por todas partes, líbralos del mal en el que está sumido el mundo contemporáneo. Y a estos
conjuros añaden deseos de un poder mayor sobre el corazón de Dios porque proceden del amor puro:
Padre, que tu nombre sea santificado, que tu reino venga, que se haga tu voluntad en la tierra como en el
cielo. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era al comienzo. Que esta gloria sea tal como
quiso procurársela el pensamiento creador, el pensamiento redentor y el pensamiento santificador el
primer día del mundo; que sea dada en su plenitud a la Trinidad Divina, ahora, en la hora en que estamos
y siempre hasta el fin del mundo terreno, para realizar por los siglos de los siglos, en la eternidad de los
cielos, todo el concepto de la predestinación.

A estas oraciones dirigidas a Dios se suman las destinadas a la Muy Santa Virgen. De cuántos millones
de bocas y cuántas veces cada día se elevan hacia el trono de María esas palabras de veneración, de
admiración, de confianza y de amor. “Yo te saludo María, llena de Gracia” Sé que puedo elevar hacia Ti
mis oraciones más confiadas porque Dios está Contigo, eres la Bendita entre todas las mujeres,
presentada al género humano en la desolación y el terror de su caída, como canal de bendición por quien
nos llegaría la salvación. Además, tu fruto, el fruto de tus entrañas es el Bendito, en quien reside la
plenitud de las misericordias y las bondades divinas.

Muchas oraciones se añaden cada día a estas en toda la superficie del mundo, variadas hasta el infinito
como lo es la diversidad de los estados de ánimo y como lo exigen las vicisitudes de los acontecimientos
del mundo, pero todas terminan por confundirse en un mismo deseo: el reino de Dios en la tierra
mediante el desarrollo de la vida sobrenatural en las almas.

Luego llegan, de vez en cuando, las oraciones extraordinarias señaladas por los Papas. Entonces, de todas
las partes del universo, desde el seno de todas las masas, desde el fondo de todos los monasterios, desde
el pie de todos los altares, se envían súplicas ardientes hacia el trono de Dios.

A las oraciones privadas hay que añadir la santa Liturgia – el oficio divino y la misa – con mucho mayor
poder porque es la oración de la Iglesia, la oración de la Esposa que habla al Esposo. Eso explica que la
secta masónica haya hecho de todo para suprimirla. Creyó triunfar en el 93 al cerrar las iglesias, al
masacrar a sacerdotes y religiosos y en nuestros días con el exilio de personas consagradas al servicio
divino, con tentativas de nuevo cierre de iglesias y de espolio de vasos sagrados, ha reabierto la era de las
persecuciones.

Dice el Cardenal Pío: “No creáis que como la Iglesia cuenta con promesas de inmortalidad, es inútil rogar
por ella. Hay gracias muy importantes, muy necesarias, que Dios concede a su Iglesia en virtud de las
oraciones de sus hijos. Estas pueden hacer descender luz y fuerza, santas inspiraciones, generosas
resoluciones al corazón del Vicario de JC y de toda la jerarquía superior; las oraciones, las invocaciones,
los suspiros de sacerdotes fervientes, de humildes levitas, de vírgenes consagradas, de fieles piadosos,
nadie puede negarlo, si tenemos una Iglesia santamente regida y maravillosamente conservada en medio
de tantos elementos de anarquía y disolución, si tenemos un Papa (Pío XI) heroicamente firme en una
época de transacciones y compromisos universales, un episcopado y todas las órdenes eclesiásticas
sólidamente unidas al vicario de JC, no lo dudéis, se debe a las oraciones de la gran familia cristiana.”

Al mismo tiempo que la oración en la Iglesia hay exorcismos. Desde el segundo período de la guerra
declarada a lo sobrenatural y a la civilización cristiana, hasta los primeros días de la Reforma, el ángel del
Apocalipsis exclamó: “¡Desgracia! ¡desgracia! ¡desgracia! a aquellos que habitan sobre la tierra”. Y un
ángel ministro de las venganzas del Señor recibió la llave del pozo del abismo. Lo abrió y los demonios
escaparon de él, tantos como una invasión de langostas. Tenían a la cabeza, como rey, al ángel del
abismo que en hebreo se llama Abaddon (perdición, ruina, en oposición al Cristo salvador) y Apollion,
es decir destructor. En efecto fue el comienzo de las destrucciones y las ruinas, el principio de la
perdición por el anticristianismo. El Papa Gregorio XVI en la Encíclica Mirari vos, donde condenó la
doctrina de Lamennais dice: Vere apertum dicimus pureum abyssi. (1)

Esos demonios escapados del infierno en los días de la Reforma todavía no han sido devueltos al abismo.
La prueba la tenemos en el exorcismo que los Papas León XIII y Pío X hacen formular a todos los
sacerdotes que celebran misa y a los fieles que unen sus voces a la del ministro de Dios: “San Miguel
Arcángel, defiéndenos en este combate: contra la malicia y las emboscadas del demonio, sé nuestro
socorro. Que Dios le haga sentir (a Satán) su poder, lo pedimos encarecidamente. Y tú, jefe de la milicia
celeste por virtud divina devuelve al infierno a Satán y a los otros malos espíritus que se han extendido
por el mundo para perder a las almas”.

Lo que da al exorcismo al igual que a la oración su pleno poder es la unión de la persona que ora o que
exorcisa con el divino Redentor en calidad de Redentor, como Víctima de expiación. Cuanto más íntima
es esa unión, más favorablemente es acogida la mediación entre Dios y el mundo. La gran mediadora,
María, que se asoció en el calvario al sacrificio de Jesús y al dolor de su alma, atravesada por la espada
que Simeón le predijo, tuvo, como dice la santa liturgia, la amargura y el infinito de la extensión de los
mares.

Los que combaten bajo sus órdenes, al menos lo que están en las primeras filas, comparten su martirio y
por ese martirio reparan la iniquidad y piden misericordia.

Adimpleo ea quoe desunt passionum Christi in carne mea. ¡Misteriosas palabras! San Agustín las
explicaba así: JC sufrió todo lo que debía sufrir. Elevado en la cruz dijo: “Todo se ha consumado” es
decir, no falta nada a la medida de mis sufrimientos. Todo lo que se ha escrito de mí ahora se ha
cumplido. Los sufrimientos de Jesús están pues completos. Sí, pero sólo en el Jefe. Quedan todavía por
padecer los sufrimientos de Jesús en su cuerpo místico, en sus miembros. Nosotros somos el cuerpo y los
miembros de JC: El Apóstol era uno de sus miembros por eso dice: Cumplo en mi carne lo que falta a los
sufrimientos de JC .

En el último capítulo del Apocalipsis se leen otras palabras misteriosas: “Porque el tiempo está cerca. El
que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo,
practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía” En la terrible amenaza hecha a los
recalcitrantes en la primera parte de estas líneas y en la apremiante exhortación a los justos en la segunda,
algunos autores ascéticos vieron una ley de la Providencia en virtud de la cual, en las grandes épocas de la
historia del mundo, cuando Dios se dispone a desplegar el poder de su brazo, si bien a menudo hay entre
los hombres recrudescencia de malicia y de corrupción, también hay recrudescencia de justicia y de
santidad.

A la adorable Providencia cuyas vías son la justicia y la misericordia le agrada multiplicar el bien donde
abunda el mal. Espera que los méritos así como los deméritos de la pobre humanidad hayan subido bien
alto para descender con sus misericordiosas severidades. Y esos méritos los suscita en las almas
privilegiadas a las que da una vocación de expiación y de sacrificio.

Esta convicción mantiene en la esperanza contra toda esperanza, al alma filialmente abandonada en Dios.
En lo peor de los días malos se pregunta si el mal que desborda no sería secretamente compensado por el
aumento del bien oculto en la intimidad de las almas con Dios.

Es necesario que nos detengamos algo más en este punto puesto que es aquí donde se manifiesta la lucha
entre la luz y las tinieblas, entre los poderes de este mundo y las virtudes del Cielo.

(1) El humo que en nuestros días sale del pozo del abismo y oscurece al sol son “esas ideas modernas”
que cubren con un velo, en casi todas las mentes, a las verdades sobrenaturales. Y esas langostas son los
demonios que excitan por un lado a los francomasones y a los periodistas, a los oradores y a los
novelistas, que se han puesto a su servicio, para emplear todos sus talentos en propagar el libre
pensamiento y las ideas revolucionarias y que por otra llevan a los lectores y a los auditorios a acogerles
con favor y hacer de esas sugerencias la norma de su conducta pública y privada. Las Encíclicas de Pío
IX y en particular su Syllabus, las cartas de León XIII, Humanum genus et Immortale Dei, que vienen a
confirmar y a desarrollar la Encíclica de Gregorio XVI todavía no han podido desilusionar a los hombres
de nuestro tiempo de los errores salidos del abismo desde el siglo XVI y contra los cuales Pío VI, Pío VII
y León XII ya les habían advertido.
CAPITULO LXII
VICTIMAS DE LA EXPIACION Y DE LA SALVACION

Nuestro Señor JC incesantemente vivo para interceder por nosotros muere también sin cesar en el altar
para apaciguar por nosotros a la justicia infinita. No es el único en realizar ese sacrificio de expiación.
Los monjes, las órdenes monacales encierran su vida junto al tabernáculo y diariamente añaden la
pequeña gota de agua de sus sacrificios al vino del sacrificio del Redentor para, como dice San pablo,
cumplir en su carne lo que hay que añadir a los padecimientos de Cristo, por la Iglesia que es su cuerpo.
Tomemos por ejemplo al Cartujo y veamos algunas de las mortificaciones que su regla le impone:
levantarse de noche para recitar el Oficio, llevar constantemente el cilicio sobre la carne, los golpes y
mortificaciones de la disciplina, la abstinencia perpetua de carne, el ayuno desde el 15 de septiembre de
cada año hasta Pascua, la abstinencia de lácteos, durante el adviento y la cuaresma y todos los viernes del
año, la abstinencia de pan y agua una vez por semana, etc.

En nuestros días suele considerarse la entrada en convento de hombres y mujeres entregados a la


contemplación y la penitencia como una obra egoísta de salvación individual. Es bueno recordar a las
almas capaces de heroísmo que allí radica la primera obra social, porque allí reside y siempre lo hará el
gran poder contra el autor de todos los males que afligen a la sociedad (1). Como dice San Pablo, no sólo
tenemos que luchar contra la carne y la sangre, sino también contra los príncipes, contra las potencias,
contra las dominaciones de ese mundo de tinieblas, contra los malos espíritus distribuidos por el aire (Ef.
VI-12). Es por ello que Nuestro Señor nos dijo que los grandes demonios sólo se combaten con ayuno y
oración (Marcos IV-28).

En la vida de mortificación de los religiosos y de aquellos que en mayor o menor medida los imitan en el
mundo, una influencia capital sobre la marcha de los acontecimientos; el infierno no lo ignora y los
políticos sectarios le perciben. Es como si un espíritu satánico les dijera al oído: son tus más temibles
adversarios. De modo que el primer acto al llegar al poder es cerrar los asilos de oración y penitencia.
Felizmente para nosotros, los carmelos, las trapas, las cartujas no desaparecen con el exilio, continúan
funcionando en el extranjero y tanto para Francia como para la Iglesia es “Una de las consideraciones
más dignas de ejercer toda la inteligencia del hombre, -nos dice Joseph de Maistre-, aunque de hecho el
común de los hombres se ocupa bastante poco – es que el justo, al padecer voluntariamente, no sólo
satisface por el, sino para el culpable en vías de reversibilidad. Es una de las más grandes e importantes
verdades del orden espiritual.”. En sus Eclaircissements sur les sacrifices (Aclaraciones sobre los
sacrificios) añade: “Ninguna nación ha dudado que en la efusión de sangre hubiera virtud expiatoria.
Ahora bien, ni la razón ni la locura pudieron inventar esa idea, y menos aún hacerla adoptar de manera
general. Tiene sus raíces en las últimas profundidades de la naturaleza humana y la historia, en este punto,
no presenta ni una sola disonancia en el universo. Se creía como se creyó, como siempre se creerá, que el
inocente podía pagar por el culpable … Esa fue constantemente la creencia de todos los hombres. Se
modificó en la práctica, según el carácter de los pueblos y los cultos, pero el principio sigue estando. En
particular todas las naciones están de acuerdo en la maravillosa eficacia del sacrificio voluntario de la
inocencia que se consagra a la divinidad como víctima propiciatoria. Los hombres siempre atribuyeron
un infinito precio a esa sumisión del justo que acepta los sufrimientos, es por ese motivo que Séneca, tras
haber pronunciado sus famosas palabras “Ved al gran hombre enfrentándose al infortunio, esos dos
luchadores son dignos merecedores de la mirada de Dios” y añade “sobre todo si lo ha provocado”.

Orígenes, al hablar del Cordero de Dios que borra los pecados del mundo dice “Sirvió de expiación
según ciertas leyes misteriosas del universo, habiéndose querido someter a la muerte en virtud del amor
que tiene por los hombres y nos rescató con su sangre de las manos de aquel que nos había seducido y al
que fuimos vendidos por el pecado”. De esta Redención general operada por el gran sacrificio, Orígenes
pasa a esas rendenciones particulares que podríamos llamar “disminuidas” pero que se basan en el mismo
principio. “Otras víctimas, dice, se vinculan con aquella. Me refiero a los generosos mártires que también
dieron su sangre … Su muerte destruye a las potencias maléficas, procura a gran número de hombres
maravillosos socorros en virtud de una cierta fuerza que no puede ser nombrada”.

Todo el cristianismo se apoya en el dogma de la expiación, de la redención por el dolor. El Salvador de


los hombres actuó poco, y sufrió mucho, observa el Cardenal Pío. El evangelio es conciso sobre su vida,
prolijo sobre su pasión. Su gran obra fue la de morir, es por su muerte que vivificó al mundo. Ahora bien,
si esta es la primera y más fundamental verdad del símbolo cristiano es también la primera ley moral del
cristianismo: que los discípulos y sobre todo los apóstoles del Crucificado continúan el misterio de sus
dolores.

Todos, religiosos o laicos, pueden aportar su parte pequeña o grande a esta obra de expiación y de
salvación, aunque no todos de la misma manera. Todo cristiano debe vivir una vida verdaderamente
cristiana; ahora bien, la vida cristiana va de la mano con la mortificación y en virtud de la comunión de
los santos, toda mortificación, todo sacrificio tiene su repercusión en el cuerpo de la Iglesia, para la
expiación del pecado y también para quitar a las tentaciones su fuerza de seducción.

Por encima de la vida simplemente cristiana hay un estado místico en el que no hay que introducirse por
voluntad propia sino sólo al llamado de Dios controlado y reconocido por un sabio director.

Esta recomendación es importante. No es raro ver almas dirigir al divino Maestro la petición del
sufrimiento en un impulso entusiasta de fervor. Dios no siempre responde. Sabe, en su pre-ciencia, que a
pesar quizás de la sinceridad de su petición esas almas no tienen talla para convertir sus deseos en actos.
Además, esos deseos pueden dar al alma la ilusión de haber llegado a la perfección.

En el estado místico que viene de la predestinación divina, el alma está estrechamente unida al divino
Cordero inmolado por la salvación del mundo; el alma sufre con El, ya sea infligiendo a su cuerpo las
torturas que Dios le inspira o aceptando, sufriéndolas con un corazón amante, las que Dios le inflige
directamente. Las vidas de santos están llenas de hechos que se refieren a uno u otro de estos casos.

En cuanto al primero, tomemos como ejemplo entre miles, a Santa Colette que Nuestro Santo Padre el
Papa Pía X acaba de introducir en el calendario de fiestas a celebrar por la Iglesia universal. Llamada a
reformar la orden de los franciscanos se entregó a expiaciones cuyo mero recuerdo estremece. Su lecho
sólo eran unos cuantos sarmientos, su almohada un bloque de madera. Se cubría, dice el manuscrito de
Thonon, con un cilício duro e inhumano; ceñía su débil cuerpo con tres crueles cadenas de hierro que
herían dolorosamente su inocente carne.

Catalina Emmerich, que vivió entre 1774 y 1824 nos brinda un ejemplo reciente de expiación pasiva. Nos
detendremos en ella porque como veremos, esta extática tuvo por misión particular combatir a la
francomasonería y sus obras. (2)

El día de su primera comunión Jesús le inspiró el pensamiento de ofrecerse como víctima por la Iglesia.
Al recibir el sacramento de la confirmación, supo que la gracia del Espíritu Santo acababa de aportarle el
don de la fuerza para ser fiel a la resolución que había tomado al recibir esa inspiración, la de sufrir todo
lo que Dios le diera para sufrir para expiar los crímenes de los que son culpables los pueblos cristianos.
Desde ese momento empezó a ofrecer a Dios sus acciones y sus sufrimientos por algunos fines que
interesaban al catolicismo. Así por ejemplo, cuando arrancaba las malas hierbas del campo de su padre
conjuraba al Señor para que extirpara la mala hierba que el hombre enemigo sembró en el campo de la
Iglesia. Cuando las ortigas que recogía le hacían arder las manos, suplicaba al Señor que no permitiera
que los pastores de almas se dejaran desanimar por las fatigas y los sufrimientos que encontraban al
cultivar la viña del Señor.

Pero estos sólo eran ensayos de aprendizaje. Poco después conjuró al Señor para que la cargara con las
expiaciones que reclamaba la Justicia divina. Su sacrificio fue aceptado y sufrió durante todo el curso de
su vida, con una paciencia increíble, sufrimientos indecibles y de todo tipo. Cuando tenía 24 años Jesús le
hizo compartir el suplicio de la corona de espinas. Corría 1798, momento en que Bonaparte hizo
prisionero al papa Pío VI y se apoderó de los estados de la Iglesia. Posteriormente recibió y llevó durante
toda su vida los otros estigmas de la Pasión.

Esta campesina de Framske completó el pensamiento de los dos genios, Orígenes y Maistre, de los que
antes hablamos y en un estilo tan noble como el de ellos. “Ví la gracia del Espíritu Santo pasando en las
acciones de los Apóstolos, de los discípulos, de los mártires, de todos los santos; ví cómo sufrían por
amor de Jesús, cómo sufrían en Jesús y en la Iglesia que es su cuerpo; ví cómo así se convertían en
canales vivos del río de gracia de su Pasión reconciliadora. Más aún, cómo sufrían en Jesús, y Jesús
sufría en ellos y de Jesús venían sus méritos que transmitían a la Iglesia. Ví qué cantidad de conversiones
operaron los mártires, eran como canales cavados por el sufrimiento para llevar a miles de corazones la
sangre viva del Redentor”. Con estas palabras resumía todo el misterio de su propia vida y las de tantas
otras esposas de Cristo.
En la época en que vivió, es decir a principios del siglo pasado por solo hablar de nuestro tiempo, otras
habían recibido la misma vocación. Ella misma nos dice: “La Madre de Dios distribuyó este trabajo (de
lucha contra los secuaces de Satán y de expiación de sus crímenes), entre siete personas, la mayoría de
sexo femenino. Ví entre ellas a la estigmatizada de Cagliari, así como a Rosa María Serra y a otros que
no puedo nombrar, un franciscano del Tirol y un sacerdote que vive en una casa religiosa en medio de las
montañas y que sufre en términos inexpresables a causa del mal que se hace en la Iglesia”. Y añade: “Ví
trabajar conmigo por la Iglesia, del mismo modo que yo misma trabajo a seis personas, tres hombres y
tres mujeres. La estigmatizada de Cagliari, Rosa María Serra y una persona muy enferma, afligida por
graves enfermedades corporales, al franciscano del Tirol al que a menudo ví unido en intención conmigo,
luego a un joven eclesiástico que vive en una casa donde hay muchos otros sacerdotes, en un país de
montañas. Debe de ser un alma exquisita, está sumido en una aflicción inexpresable a causa del estado
actual de la Iglesia y va a sufrir los dolores extraordinarios con que Dios le favorece. Todas las noches le
dirige una ferviente oración para que se digne hacerlo sufrir por todo el mal que se haced en la Iglesia. El
tercero es un hombre de rango elevado, casado, con muchos hijos, una mujer mala y extravagante y una
casa de gran posición. Vive en una gran ciudad donde hay católicos, protestantes, jansenistas y
librepensadores. Es caritativo con los pobres y suporta noblemente todo lo que le hace sufrir su mala
mujer. (3) Y termina diciendo Catalina: “Ve además a cien mil verdaderos creyentes que hacen su deber
con simplicidad¨”.

Lo que la Venerable dice de estos cien mil y en particular de ese hombre rico que contribuían con ella a
reparar las iniquidades del mundo y a calmar la Justicia divina es notable y consolador. No dice de ellos
que se imponían penitencias sino que cumplían fielmente con sus deberes y soportaban pacientemente las
miserias que la Providencia les había acordado. Así obtenían que Dios los tuviera entre los que no sólo se
justifican a sí mismos sino que satisfacen para los otros y que acuden en ayuda de la Santa Iglesia en las
dificultades que los malévolos le suscitan.

En todos los momentos de prueba para la Iglesia Dios distribuyó ese espíritu de reparación y siempre fue
acogido por múltiples fieles en la medida de su caridad y también de la gracia que se les hacía. También
en los momentos de crisis se encontraron las almas más generosas, más heroicas para responder al
llamamiento divino y aceptar la misión de víctimas. El autor de la vida de santa Lydwine, Huysmans nos
dice: “Dios siempre halló a través de los tiempos a santos que consintieron pagar, con dolores, el rescate
de los pescados y las faltas. Esa ley de equilibrio entre el bien y el mal es especialmente misteriosa si nos
detenemos en pensarlo, ya que al establecerla parecería que el todopoderoso hubiera querido fijarse
límites y poner freno a su Poder. En efecto, para que esta regla se cumpla Jesús debe pedir la
colaboración del hombre y este no debe negarse a prestarla. Para reparar los crímenes de unos reclama las
oraciones y las mortificaciones de otros, no nos engañemos, allí radica realmente la gloria de la pobre
humanidad. El autor de estas líneas narró ante la estupefacción de hombres de nuestro tiempo, la terrible
y larga agonía de la virgen de Schiedam cuidando de describir antes el terrible estado en que se hallaba
Europa en la época en que la santa consintió en ser víctima en su nombre, es decir a finales del siglo XIV
y comienzos del s.XV, cuando la cristiandad empezaba a descarriarse.

En la misma época, un poco antes, santa Brígida proveyó de manera diferente a las necesidades de la
Iglesia. Tuvo que combatir públicamente, ella que era una mujer humilde, la corrupción del siglo
mediante la palabra y la acción. Se la vió recorrer todos los países de Europa, exhortar a los pueblos a la
paciencia, reformar las costumbres del clero y los religiosos, dictar a los obispos, a los príncipes y a los
reyes normas de vida con el sello de la sabiduría divina. Durante treinta años exhortó a los papas de
Aviñón a romper sus cadenas y volver a Roma. Su vida nos parece más activa que pasiva, sin embargo, la
enumeración de sus penitencias, dice Vastovius, nos estremecería y sería increíble si no supiéramos que
el amor divino eleva al alma por encima de sí misma. A sus penitencias corporales se sumaban las
torturas del alma. Experimentaba dificultades casi insuperables para presentarse públicamente y censurar
como se le ordenaba los crímenes de los príncipes y los pueblos. “Ve a Roma le dice Nuestro Señor y
permanece en esa ciudad hasta que hayas podido hablar con el Papa y el emperador y comunicarles lo que
te diré para ellos”. La Santa Virgen había anunciado a Brígida el cisma de Occidente y le había ordenado
transmitir al cardenal Albani lo que se le dictaba: “Informo al cardenal por ti que en el lado derecho de la
Santa Iglesia los cimientos están siendo considerablemente sacudidos de forma que la bóveda superior
está desgarrada en varios puntos y amenaza ruina, hasta tal punto que muchos de los que pasan debajo
pierden la vida. La mayor parte de las columnas que deberían estar rectas se inclinan hacia el suelo, el
pavimento está tan deteriorado que los ciegos al entrar sufren caídas. A veces incluso les ocurre a los que
ven bien: caen como los ciegos al dar con los agujeros del pavimento. Este estado de cosas torna la
situación de la Iglesia muy peligrosa y lo que tenga que resultar aparecerá en un futuro próximo: porque
la parte derecha se derrumbará por entero si no es reparada. La caída hará tanto ruido que se escuchará a
través de toda la cristiandad. Hay que entender estas cosas en un sentido espiritual”, es decir no de una
iglesia material, sino de la Iglesia.

Cuantas otras víctimas voluntarias podríamos evocar en todo el curso de la historia de la Iglesia.
Actualmente, vimos entre muchas otras a Louise Lateau de la que muchos de nuestros lectores pudieron
contemplar los éxtasis tocar los estigmas. La Madre María Teresa fundó una congregación cuya obra
única podríamos decir es la Adoración reparadora.

Frente a los monstruosos excesos del mal, la gracia de Dios suscitó en un cierto número de corazones
fieles un inmenso deseo de compensar, mediante los desvelos de su amor, los ultrajes de la impiedad.
Asimismo, otras obras nacieron de este gran pensamiento de reparación. Cada una tiene su objetivo, son
tantos los tipos de crímenes a expiar. Cada una tiene su carácter particular, surgiendo en el lugar y en la
hora querida por Dios en ese admirable parterre de almas donde las flores se multiplican hasta el infinito
sin ser nunca absolutamente semejantes. A todas estas asociaciones reparadoras, Nuestro Señor les
permite tomar una parte activa en sus sufrimientos, y todas juntas unidas a la Iglesia, dice San Pablo,
reproducen en su plenitud el misterio de su vida y de su muerte.

Mientras unos blasfeman, los otros oran y lloran: unus orans et unus maledicens. Mientras unos ultrajan a
Cristo y a su Iglesia, los otros se inmolan junto a la santa Víctima.

La Patrona de todas estas almas expiadotas es la Virgen de los siete Dolores. El 29 de diciembre de 1819
Jesús dio a Catalina Emmerich la intuición de los dolores de su Madre en la hora de su Pasión diciéndole:
“Si quieres prestar socorro, sufre así”. Tras el retorno de su Hijo al cielo, María permaneció en la tierra
hasta que bajo su tutela la Iglesia se fortificó y pudo sellar en la sangre de los mártires la victoria de la
Cruz.

Desde entonces y hasta el último advenimiento del Señor, no deja en ninguna época que a la Iglesia le
falten miembros que caminando sobre sus pasos se conviertan por su sacrificio voluntario en fuentes de
perdón y de bendición para la comunidad cristiana.

De modo que es esa Madre de misericordia la que, según las necesidades y los méritos de la Iglesia asigna
a los instrumentos elegidos la tarea que tendrán que cumplir para luchar victoriosamente contra Satán y
los que se ponen bajo sus órdenes: Inimicitias ponam Inter. Te et mulierem et semen tuum et semen Illius.

1. En el discurso pronunciado al consagrar la Iglesia del Sagrado Corazón en Bethléem-les-Anvers,


Monseñor Mermillod dijo a las Hijas del Corazón de Jesús, encargadas de orar en ese santuario:
“Sin las almas víctimas y consoladoras que unen sus sacrificios al de Jesús en el altar, el mundo
se derrumbaría. Ví en Alemania un cuadro sublime: La última misa que se celebra en la tierra.
En el cielo el Padre eterno espera a que termine, los ángeles del juicio, apoyados en sus
trompetas se disponen a ejecutar las órdenes del Altísimo y a llamar al mundo a los cimientos de
la eternidad. Sin embargo, la Ostia y el Cáliz levantados por el sacerdote, dejan aún en suspenso
el cumplimiento de la sentencia suprema. Cuando la última gota del cáliz se haya bebido Dios
dirá: La sangre de mi hijo ha dejado de correr sobre la tierra; las inmolaciones de las almas
justas, unidas a las de la gran Víctima del altar han culminado. Todo ha terminado: ya no hay
tiempo”. En su unión a JC las almas justas inmoladas sustentan al mundo”.

2. Catalina Emmerich era hija de pobres y piadosos campesinos del villorio de Flamske, cerca de
Coesfeld, ciudad de la diócesis de Munster. Ha tenido varios historiadores, todos ellos
alemanes. La totalidad de sus obras fueron traducidas al francés. Las palabras que siguen rinden
testimonio a esta sirvienta de Dios y a la misión que se le encargó: “Al leer sus visiones que en
conjunto son de gran belleza y que a menudo llevan la huella de una luz sobrehumana, no
podemos impedirnos reconocer una acción providencial ejercida primero en las tierras de Europa
donde el naturalismo hizo más estragos, para llegar luego a nosotros y ayudarnos poderosamente
a reavivar la fe piadosa que desde hacía mucho languidecía”. El 9 de mayo de 1909 se reunió en
el Vaticano la Congregación de Ritos para examinar los escritos de Catalina Emmerich con
miras a su Beatificación.
3. 861 San Juan de la Cruz observa: “Las penitencias de su elección no pueden producir en el alma
los mismos frutos que la cruz de Providencia; y así vemos a personas de gran austeridad que no
pueden soportar una contradicción”.
4.

CAPITULO LXIII
UNA ANTAGONISTA DE LA FRANCOMASONERIA

Hemos tenido que preparar a nuestros lectores para que comprendan y admitan el papel asignado a la
venerable Ana Catalina Emmerich en la actual prueba de la Iglesia, la guerra a muerte que libra la
francomasonería a la Esposa de Cristo. Habréis visto que si bien hay una acción subterránea e incluso
infernal que influye sobre los acontecimientos de este mundo, hay otra que viene del cielo y que tiene
sobre ellos una eficacia no menos cierta. Ha llegado la hora de decir con qué poder y qué éxito una simple
monja pudo enfrentarse a la secta masónica y oponerse a su obra. Sin duda las hay hoy que la sucedieron
en esa tarea y que la realizan con el mismo heroismo, incluso en su época, es decir en la primera parte del
s. 19 no estaba sola. Si nos centramos en ella es porque en ninguna otra la oposición a la francomasonería
pareció tan directa. Muchos se asombrarán de lo que diremos, igual que lo que antecede quizás les
asombró, pero según el pensamiento de un gran cristiano “ha llegado la hora de mostrar intrépidamente a
nuestro mundo envenenado por siglos de escepticismo y de materialismo el milagro de la obra visible de
Dios cada vez que tenemos ocasión. Nuestra sociedad ha descendido al fondo del abismo, sólo se
levantará mirando hacia arriba”.

En sus contemplaciones, ana Catalina asistía al desarrollo del misterio de iniquidad. Se le mostraba todo
lo que interesaba en toda su extensión a la Santa Iglesia. Los sufrimientos y las opresiones de la
cristiandad, los peligros que corría la fe y las heridas que le eran infligidas, la usurpación de los bienes
eclesiásticos, la profanación de las cosas santas se las ponían ante los ojos y la tarea de expiación
resultante la absorbía a veces tanto tiempo que los días y las semanas transcurrían sin que pudiera volver
al uso de sus sentidos externos y de sus facultades intelectuales, al mundo visible que la rodeaba. A la
vista de ese desborde de impiedades y crímenes entraba en lucha con las potencias del mal; resistía a los
ataques de Satán, en particular a los que tienen por objetivo corromper el espíritu y el corazón del clero,
que como vimos era la principal tarea asignada a la Alta Masonería. Ella se oponía con sus sufrimientos y
sus sacrificios a todo lo que veía en peligro en la Iglesia, en su jerarquía, en la integridad de su fe, de su
moral, de su disciplina. Todo lo que la falsa ciencia, todo lo que la connivencia con los errores de la
época, con las máximas y proyectos del príncipe de este mundo, en una palabra todo lo que amenazaba al
orden establecido por Dios le era manifestado en visiones de una maravillosa simplicidad que la hacían
comprender lo que tenía que hacer y sufrir para socorrer a los combatientes, dar consuelo a los apenados,
para expiar y desviar los males que esos atentados traían aparejado.

“Un día vi a la justicia de Dios pesar sobre el mundo, vi en forma de rayos descender sobre muchos el
castigo y la desgracia; y también vi que mientras me embargaba la piedad y oraba, torrentes de dolor se
apartaban de la masa, penetraban en mí y mi atormentaban de mil maneras”. “Sobre esta pobre virgen,
dice su historiador, Dios puso todas las tribulaciones de su Iglesia, como nunca había ocurrido desde su
fundación”.
El infierno trató de obstaculizar su misión.

En marzo de 1813 el prefecto de Munster, acompañado por el lugarteniente de policía la visitó en


Dulmen. Al día siguiente se enviaron 8 médicos y cirujanos del ejército con orden de emplear todos los
medios para cicatrizar los estigmas de la Pasión que ofrecía su cuerpo. El 22 de ese mes, se inició una
investigación eclesiástica sobre el estado místico de la Venerable, presidido por el vicario general
Climent-Auguste de Droste, célebre más tarde como arzobispo de Colonia. Prosiguió el 28 del mismo
mes y luego el 7 de abril. Desde el 10 al 20 de junio, Ana Catalina fue vigilada por 20 burgueses de
Dulmen para asegurarse que la sangre de los estigmas no obedecía a ninguna causa natural. Seis años
más tarde, en 1819, el gobierno nombró una nueva comisión compuesta por médicos y eclesiásticos. El 2
de agosto quisieron llevar a ana Catalina a la casa del Consejo de la cámara de Finanzas. Ella se negó. Un
alto grado de la francomasonería, Borges, acudió para arrancarle su consentimiento. No pudo obtenerlo.
Entonces la llevaron por la fuerza, y sus historiadores narran detenidamente las pruebas a las que la
sometieron y las indignidades que cometieron con ella. Según el médico que la vió a su regreso el 29 de
agosto, sus ojos estaban apagados, su cuerpo con un frío cadavérico no era sino un esqueleto. No
obstante, había conservado la fuerza del alma y la vivacidad de su espíritu. Durante todas esas pruebas no
dejó de ver los designios y los actos de los personajes que trabajaban contra la Iglesia: se le mostraban
para que los obstaculizara con el mérito de sus sufrimientos y la energía y la santidad de sus oraciones.

Entonces, como todavía hoy, la Iglesia pasaba una de las horas más críticas de su historia. Como ya
hemos visto 1820 fue el año en que la Haute-Vente entró en plena actividad y sabemos qué misión se le
había encomendado. “Ahora bien, dice uno de los historiadores de nuestra heroína, lo que Ana Catalina
hacía en estado de contemplación contra esa conjura infernal era una obra real, que iba acompañada de
resultados tan positivos como todo lo que se hace en la esfera de la vida habitual. El martirio al que se
sometía no era sólo una pasión sino también una acción, como en Nuestro Señor JC el sacrificio del
Calvario fue una obra, la obra de la Redención. Un día en que creyó sucumbir bajo el peso de los dolores
que la crucificaban; su ángel la exhortó a la resignación diciéndole “ Cristo no ha descendido aún de la
cruz. Hay que perseverar con El hasta el final”.

Es por la participación en los sufrimientos de la divina Pasión que en el momento en que el infierno hace
más esfuerzos para recuperar la posesión del mundo las personas elegidas por Dios triunfan sobre él y
logran la victoria para la Iglesia y la paz con una mayor gloria.

Clement Brentano (1) nos traslada estas palabras de ella, de su diario del 2 de enero de 1820, tras
describir una escena más desgarradora todavía que otras: “Cuando estaba cerca de sucumbir y gemía,
perdiendo valor, veía de inmediato en su realidad los mismos sufrimientos sufridos por El. Así, yo era
flagelada, coronada de espinas, arrastrada con cuerdas, arrojada por tierra, echada y clavada sobre la cruz.
Es por la Iglesia que sufrí esto.

“Tuve la visión de una gran iglesia (2) Junto a ella vi a mucha gente distinguida, entre ellas a muchos
extranjeros, con delantales e instrumentos de albañil. Parecían enviados para demolerla. Comenzaron a
destruirla con escuelas entregadas a la incredulidad. Todo tipo de gente se les sumaba. Incluso había
sacerdotes y hasta religiosos. Esto me causó tal aflicción que pedí socorro mi divino Esposo. Le supliqué
que esta vez no dejara triunfar al enemigo.”

Ana Catalina ve a la francomasonería encarnizada en la destrucción de la Iglesia de Alemania. La secta


envía a extranjeros que conjuran contra ella, por un lado con las autoridades del país y por otra con las
logias, ve a la masa escuchar y seguir, seducida por ideas que hasta sacerdotes y religiosos difunden.

En esa misma visión tuvo el consuelo de ver a 5 personajes, 3 con hábitos sacerdotales, acudir en socorro
de la Iglesia de Viena, y al cielo cooperar con su obra. “Pero, añade, esa Iglesia sólo será salvada después
de una gran tempestad”. ¿Qué quiso decir? ¿Hablaba de la gran crisis que pondrá fin a la actual prueba de
la Iglesia universal, a la gran tentación del naturalismo? No sabríamos decirlo. Vió una llama partir de la
tierra y envolver a la iglesia de San Etienne, objeto de su visión, envolverla y alcanzar a quienes estaban
trabajando para demolerla. El historiador de la Venerable interpreta este incendio como “un gran peligro
seguido por un nuevo esplendor tras la tempestad”·.

Ignoramos si en esa fecha ocurrió en Viena un complot masónico, pero en Francfort-sur-le-mein sucedía
lo siguiente. Los príncipes de Alemania habían convocado una asamblea en la que varios sacerdotes
católicos se mostraron animados por los mismos sentimientos que los laicos que la componían. El más
peligroso, según Catalina, era el vicario general Wessenberg, de Constancia. Esta Asamblea redactó dos
proyectos de organización interna y externa de la Iglesia. Catalina vió en la sala de deliberaciones al
demonio en forma de perro, que le dijo: en verdad estos hombres hacen mi trabajo. Catalina se ofreció
como víctima expiatoria y Dios le impuso una obra de reparación que duró quince días.

La acción de la francomasonería ante los poderosos para obtener, mediante leyes y reglamentos, la
alteración de la constitución que Nuestro Señor dio a su Iglesia, no era su única preocupación. También
estaba muy atenta a los esfuerzos destinados a corromper el espíritu de la juventud.

“Tuve una visión, dice en abril 1823, sobre la lamentable situación de los jóvenes estudiantes actuales.
Les ví en Munster como en Bonn, recorriendo las calles. Tenían en las manos haces de serpientes cuyas
cabezas succionaban y les escuché decir “son serpientes filosóficas”. En efecto, el racionalismo de Kant,
de Fichte, de Schilling y de Hegel envenenaba a los estudiantes de las universidades alemanas. Y añade:
“Ví que muchos pastores se dejaban coger por ideas peligrosas. Agobiada de tristeza, aparté los ojos de
esta visión que me angustiaba y recé por los obispos”. Es de Alemania de donde nos llegó la falsa ciencia
en filosofía, en teología, en Santas Escrituras, todo ese modernismo que Pío X condenó solemnemente en
la Encíclica Pascendi. La hermana Emmerich la vé en sus comienzos apoderarse del espíritu de los
estudiantes y seducir incluso a eclesiásticos. Ante esa visión ora y sufre para obtener que los obispos
ejerzan el primero y más importante de sus deberes, como su propio nombre indica: el de vigilancia.

Al referirse a esos innovadores, nos dice: “Les veo en cierta relación con la venida del anticristo. Porque
también ellos, con sus manejos, cooperan al cumplimiento del misterio de iniquidad”. Esa cooperación
ella la veía hasta en sus mínimos detalles. Así, deploraba el arte que antes mencionamos, con el que la
francomasonería sabe inventar palabras seductoras y los estragos que esas palabras producen por la
confusión que arrojan en las ideas. “Vió, dice su historiador, como todo se secaba y moría ante el
progreso de las luces y bajo el régimen de la libertad y la tolerancia”.

La acción ejercida por la humilde religiosa con sus oraciones y sus expiaciones no se limitaba a su propio
país, se extendía a la Iglesia por entero.

Al final del primer imperio, la convocatoria del conciliábulo de Paris y los esfuerzos hechos por el
emperador para retirar al papa la institución de los obispos tuvieron en su alma y en su cuerpo un
doloroso eco. (3) En los tiempos que siguieron hasta su muerte recibió su parte de todas las pruebas por
las que la conjura anticristiana hizo pasar a la Santa Iglesia. Su ángel la transportaba en espíritu allí donde
actuaban las potencias del mal.

En julio de 1820 nos dice “Se me dijo que había que hacer un viaje en que vería la miseria del mundo …
(En ese viaje) no tuve ninguna alegría, salvo la de ver a la Iglesia apoyada sobre rocas. Al llegar a un país
veo las principales sedes de perdición. Y desde esos focos se expande por la comarca como canales
envenenados. Sin el socorro de Dios no podrían contemplarse tantas miserias y abominaciones sin morir
de dolor”.

Se halla primero en “la patria de San Francisco Javier (Navarra). “Veo muchos santos y un país tranquilo
comparativamente a la patria de San Ignacio (España). En Francia ve a Santa Genoveva, San Dionisio,
San Martin y muchos otros santos que oran por nosotros. Pero ve también “grandes miserias, una terrible
corrupción y horribles abominaciones en la capital”. Le parece que esa ciudad está a punto de hundirse.
“Me pareció que a esta ciudad en que el mal está en su apogeo se la minaba por debajo. Había muchos
diablos ocupados en ese trabajo, que estaba ya muy avanzado y yo creía que con tantos edificios pesados
pronto se derrumbaría” (4)

“Entré luego en España y ví por todo el país una larga cadera de sociedades secretas. Y mi ángel me dijo:
“Actualmente, Babel está aquí”.
“De este desdichado país fui conducida a la Isla donde estuvo San Patricio (Irlanda). Los católicos
estaban muy oprimidos. Tenían relaciones con el papa, pero en secreto.

”De la isla de San Patricio fui a otra gran isla (Inglaterra). Ví opulencia, vicios, muchas miserias y
numerosos navíos”.

Luego visita los reinos del Norte, luego Oriente, pasa por China y las Indias, llega a América y retorna a
Europa. “Está trastornada por ese viaje, dice su historiador, casi moribunda”. Sólo hemos indicado las
principales etapas de ese viaje místico, pero debemos detenernos en lo que dice de Roma: “Llegué donde
San Pedro y san Pablo. Ví un mundo tenebroso, lleno de angustia, aunque atravesado por rayos de luz,
por numerosas gracias emanadas de los millares de santos que allí reposan. Ví al Santo

Padre en gran tribulación y gran angustia. Le vi rodeado de traiciones (5) Vi que en ciertos casos de
extrema angustia tiene visiones y apariciones. (6) Vi a muchos buenos y piadosos obispos, pero eran
débiles y la parte mala podía con ellos. Vi a la Iglesia de los apóstatas ganar posiciones. Vi a las tinieblas
extenderse y a muchos desertar de la Iglesia legítima y dirigirse hacia la otra diciendo: “Aquí todo es más
natural”.

“Vi de nuevo las artimañas del hombre negro. Y otra vez el cuadro de los demoledores atacando a la
Iglesia de San Pedro. Ví como al final María extendió su manto sobre la Iglesia, y a san Pedro y San
Pablo interviniendo también y cómo fueron arrojados los enemigos de Dios”.

Esta visión tuvo lugar como hemos dicho en 1820 es decir bajo el reinado de Pío VII que ocupó el trono
pontifical desde 1800 a 1823. Los cinco años últimos de su pontificado fueron aquellos en los que
Catalina Emmerich se vió favorecida por las revelaciones más importantes con relación al tema que
tratamos. Esta es una de las principales. Catalina vió al Papa Pío VII en gran tribulación y angustia. En
efecto en ese momento estaba sometido a penosas pruebas después de su arresto por los satélites de
Napoleón y lo que luego sucedió. Ella dice que en momentos de extremada aflicción el se ve favorecido
por visiones. La historia de Emmerich relata que a menudo fue conducida por su ángel junto a Pío VII y
luego junto a su sucesor León XII. Los visitaba, no en cuerpo sino a la manera de los espíritus. Les
transmitía consejos e incluso en ocasiones las reprimendas que le sugería su guía celestial. ¿Se producían
esas comunicaciones mediante iluminaciones entre espíritus como nos muestra Santo Tomás de Aquino
que conversaban los ángeles entre ellos o con palabras dichas y escuchadas? No lo sabemos, pero esta
ignorancia no debe hacernos rechazar la posibilidad de estos mensajes. Puesto que Dios aceptaba las
oraciones y los sufrimientos de su sirvienta para el bien de la Iglesia, cabe admitir que la enviara cerca del
Pastor supremo para iluminarle, alentarle y evitarle las trampas que sus enemigos y los traidores a su
servicio le tendían, sin que por ello ella abandonara su lecho de dolor. Ella misma, en la mención que
hace de un mensaje que se le encargó para un eclesiástico, no da idea de la manera en que se reciben esas
comunicaciones. “Tuve que ir a Munster, junto al vicario general. Tenía que decirle que estropeaba
muchas cosas por su rigidez, que debía brindar más cuidados a su rebaño y permanecer más tiempo en
casa para aquellos que necesitaban verlo. Fue como si hubiera encontrado en su libro un pasaje que le
sugería esos pensamientos. Se sintió descontento consigo mismo”. Gorres, en el capítulo XXVI del IV
libro de la Mística Divina habla de esta acción a distancia, incluye muchos ejemplos e intenta explicarlos.

Distingue tres formas y da como ejemplos del primer tipo a Rita de Casia, a Pierre Regala, a Benon, al
obispo de Meissen, a Alphone de Balzana, a S. Anchieta; del segundo tipo a la Bienaventurada Lidwine y
a Catherine Emmerich; del tercer tipo a San José de Cupertin, a San Antonio de Papua, a San Francisco
Javier, a María de Agreda, a San Laurent Justinien, a Angèle de la Paix.

Cabe creer que no es extraño que Nuestro Señor JC acuda así en ayuda de su Vicario, por caminos
extraordinarios. El autor de la vida de Catalina Emmerich habla en otra ocasión de la asistencia que
Gregorio XVI y Pío IX recibieron de otra mística, Marie Moerl, en momentos de particular peligro. Más
recientemente, en 1897 y 1898, una religiosa del Buen Pastor (condesa de Drotz zu Vischering) tuvo por
misión informar a León XIII del deseo que Nuestro Señor sentía por ver al género humano consagrado a
su divino Corazón (7).

1. Clement Bretane se había convertido al catolicismo en 1818. En esa época fue uno de los que
trataron de regenerar la poesía impregnándola de la fe religiosa dela Edad Media. Fue presentado a
Catalina Emmerich por el Venerable Overberg, que era su confesor extraordinario y por Monseñor Sailer,
obispo de Ratisbona.
Desde 1818 hasta 1824 permaneció constantemente junto a la extática y fue su secretario, tomando nota
día a día de lo que ella relataba de sus éxtasis. Como a la hermana le desagradaba hacer esas
declaraciones, su conductor celeste le dijo “No imaginas cuántas almas al leer estas cosas serán edificadas
y inclinadas a la virtud”. Fue sólo en los últimos años de su vida que pudo dar testimonio de todo lo que
Dios la hizo pasar y todo lo que le dio a conocer. No obstante esas comunicaciones siempre le costaban y
un año antes de morir, en los primeros días de febrero de 1823, Nuestro Señor debió decirle “ No te doy
estas visiones para ti, te son otorgadas para que las hagas recoger. Debes comunicarlas como te las doy
para mostrar que estoy con mi Iglesia hasta la consumación de los siglos”.

2. La Iglesia espiritual suele mostrarse a los extáticos bajo la figura de una iglesia material: la basílica de
San Pedro para toda la Iglesia católica, un templo particular para una diócesis. Aquí la descripción revela
que se trata de la Iglesia San Etienne de Viena, capital de Austria.

3. Sabemos lo que ocurrió en el mayor secreto entre Pío VII y los “Cardenales negros” por
protestar contra el llamado “Concordato” del 25 de enero de 1813, arrancado al Pontífice aislado y
atormentado. Pío VII retomó las palabras de su predecesor Pascal II al emperador de Alemania y las
repitió al emperador de los franceses: “Nuestra conciencia reconoce que es un mal escrito, lo confesamos
malo y con ayuda del Señor deseamos romperlo para que no resulte ningún perjuicio para la Iglesia ni
ningún prejuicio para nuestro alma”.

4. Fue escrito por Clement Bretano bajo dictado de la Venerable en 1820. El Padre Schmoeger que
escribió su vida la publicó en 1867 en alemán y la traducción francesa se dio a conocer en 1868. En 1820
las alcantarillas que surcan el subsuelo de París todavía no se habían cavado y en 1867 no se había
construido aún el metro.

5. Insiste a menudo en los traidores que rodean al Papa y en las emboscadas que le tienden “¡Veo a tantos
traidores! Exclamó un día. No pueden soportar que se diga “esto va mal”. Monseñor Battandier, en la
correspondencia que envía a la Semana de Montreal dijo hace un año : “… me limitaré a reproducir esta
frase de una larga conversación que un obispo mantuvo hace unas semanas con el Soberano Pontífice :
“Se asombra usted de lo que me dice, pero usted ignora que tal o cual van habitualmente a ver al Sr.
Barrère. Más aún ese embajador llega a pagar y mucho, a mi gente para que sigan ejerciendo junto a mí
la profesión de espías” Es el periculum ex falsis fratribus que denunciaba San Pablo como lo más grave
que tuvo que superar.

Pero ¿por qué el Papa no echa a esos servidores indignos? Responderé con una anécdota ocurrida bajo
León XIII. Un día un alto prelado subió apresuradamente las escaleras de la Secretaría de Estado y se
precipitó a ver al cardenal. Llegó medio ahogado y en una frase entrecortada por la necesidad de respirar
dijo al Cardenal que acababa de tener fortuitamente la prueba de que tres empleados del Vaticano eran
pagados por el gobierno italiano para espiar e informar al Quirinal sobre todo lo que fuera importante
conocer. Esperaba agradecimientos, una explosión de indignación y severas medidas contra los traidores.
El cardenal se limitó a contestar con serenidad: “Reconozco Monseñor que su información es exacta, pero
no es completa. No son tres sino cuatro las personas que el gobierno italiano paga por ese servicio.
Además, si desaparecieran del Vaticano serían inmediatamente reemplazadas por otras y mi situación
sería mucho más delicada ya que tendría que buscarlas”.

6. Un mes más tarde, el 10 de agosto de 1820 dijo: “La aflicción del Santo Padre (Pío VII) y de la Iglesia
es tan grande que hay que implorar a Dios día y noche. El Santo Padre sumido en la aflicción se encerró
para hurtarse a peligrosas exigencias. Es muy débil y está agotado por la pena, las preocupaciones y la
oración. La principal razón para mantenerse encerrado es que ya sólo puede fiarse de pocas personas. Sin
embargo tiene junto a él a un anciano sacerdote muy sencillo y piadoso que es un amigo y que a causa de
su sencillez no consideran que valga la pena alejarlo. Ve y observa muchas cosas que comunica
fielmente al Santo Padre. Tuve que informarle mientras oraba sobre los traidores y gente mal
intencionada, entre los altos funcionarios que viven en la intimidad del Santo Padre, para que tenga
conocimiento de ello”:

7. Los “Anales del Monte San Miguel” también hablaron de una visión que León XIII tuvo mientras
celebraba misa, visión que comunicó a Monseñor T., Consultor de la Congregación de Obispos y
Regulares. Se le recomendó en esa ocasión que prescribiera oraciones y el exorcismo que se recitan
después de todas las misas. Así lo relatan los Anales: “La tierra se le apareció como envuelta en tinieblas
y del abismo entreabierto vio salir una legión de demonios que se expandían por el mundo para destruir
las obras de la Iglesia y atacar a la Iglesia misma que vió reducida a sus extremos. Entonces san Miguel
apareció y echó a los malos espíritus al abismo”. No en ese instante sino más tarde, cuando la
multiplicidad y el fervor de esas súplicas produzcan su pleno efecto.
CAPITULO LXIV
EN QUE SE VE REAPARECER A NUBIUS

En repetidas ocasiones Ana Catalina habla de la Iglesia de los apóstatas a la que también llama la Iglesia
de las tinieblas y cuyos progresos expone. Señala además la presencia y la influencia en ella de algunos
espías de los principales jefes de la Francomasonería. ¿De qué Iglesia se trata? No lo precisa, sólo dice:
“Aquí todo es más natural”, que parece indicar que ella escuchaba los propósitos de quienes desertan del
orden sobrenatural para encontrarse más a gusto en el naturalismo.

Nos dice que la debilidad, que la tolerancia del clero permitió que esa plaga se extendiera. Afirma incluso
haber estado en Roma, en espíritu como siempre, para apoyar al Papa, al que su entorno instaba a hacer
demasiadas concesiones. Ya en las Veladas de San Petersburgo, J. de Maestre hacía decir al senador ruso
dirigiéndose al conde y al caballero católicos: “Examínese a usted mismo en el silencio de los prejuicios y
sentirá que su poder se le escapa” Y añadía la causa: “Ya no tiene usted esa conciencia de la fuerza que
tan a menudo reaparece en la pluma de Homero cuando busca sensibilizarnos a extremos de valor. Usted
ya no tiene héroes. YA NO SE ATREVE A NADA Y SE ATREVEN A TODO CONTRA USTED.”
Catalina Emmerich supo por esas visiones que esa “conciencia de su fuerza” renacería en el clero y ello le
fue presentado en una bella imagen: “La gran Dama (que figuraba la jerarquía eclesiástica) lleva consigo
en un tabernáculo un tesoro, una cosa santa que conserva, pero que no conoce bien: ese tesoro es la
autoridad espiritual y la fuerza secreta de la Iglesia que aquellos que están en la casa (los católicos) ya no
quieren. Pero ese poder crecerá de nuevo en el silencio. Los que resisten serán arrojados de la casa y todo
será renovado”. ¿No asistimos acaso bajo el Pontificado de Pío X al cumplimiento de esa profecía?

“Ví de nuevo las tretas del hombre negro”. Catalina Emmerich ya había hablado de las actuaciones del
HOMBRE NEGRO en la corte de Roma y muchas veces vuelve a hacerlo en la continuación de su
historia.

Recordarán nuestros lectores que precisamente en la época en que la Venerable Catalina Emmerich sufría
por la Iglesia, la Francomasonería que acababa de reorganizarse había establecido en la misma Roma lo
que ella llamó Alta Venta (Haute Vente) y que a la cabeza de esa retro-logia ella había puesto a un
personaje, miembro de una de las embajadas acreditadas ante la Santa Sede. Ese personaje adoptó como
seudónimo en la sociedad secreta la palabra NUBIUS, el hombre nube, el hombre de las tinieblas y del
misterio. La misión especial que el Poder oculto le había asignado consistía en preparar el asalto final a la
Santa Sede. Gracias a su situación en la diplomacia, a la nobleza de su familia, a su fortuna, a su
seducción natural, era recibido en todas partes, tenía acceso entre las Ordenes Superiores, los prefectos de
las congregaciones, los cardenales, y gracias a su extremada prudencia no despertaba ninguna sospecha.

¿Era él al que Ana Catalina apuntaba con su mirada de Vidente y al que califica de hombre negro, así
como él se decía hombre-nube? No es una temeridad creer que así fue.

Durante la fiesta de San Juan el Evangelista del año 1820 en que la Alta Venta estaba en plena actividad,
la Venerable tuvo visiones relativas a la Iglesia y a los asaltos que se le harían : “Ví, dice, a la Basílica de
San Pedro (que figura como ya hemos dicho a la Iglesia Roma, la Iglesia católica) una enorme cantidad
de hombres que trabajaban en derribarla”. Sabemos que a comienzos del s. XIII Inocente III tuvo una
visión simbólica similar. Las murallas de la basílica de Latran, madre y señora de todas las iglesias,
parecían entreabrirse. Santo Domingo y San Francisco acudieron a sostenerla. Catalina Emmerich dirá
más tarde que vió también junto a los demoledores a otros hombres ocupados en hacer reparaciones a la
Iglesia de San Pedro. Aquí añade: “Líneas de maniobras ocupadas en el trabajo de destrucción se
extendían a través del mundo entero y me asombró cómo se hacía en conjunto. Los demoledores
arrancaban grandes trozos del edificio. Esos sectarios son numerosos y hay entre ellos apóstatas. Al hacer
su trabajo de demolición parecían seguir ciertas prescripciones y determinadas reglas. Llevan delantales
blancos bordeados por una cinta azul y con bolsillos. Tienen llanas colgadas de la cintura. Su vestimenta
es de todo tipo. Hay entre ellos personajes distinguidos, grandes y gruesos (1) con uniformes y cruces,
aunque estos no ponían ellos mismos manos a la obra sino que señalaban sobre los muros de la iglesia,
con la paleta, lo que había de demoler. Vi con horror que entre ellos también había sacerdotes católicos.
(Otro día dijo que captaba en los labios de esos eclesiásticos las grandes palabras masónicas, luz, ciencia,
justicia, amor). A menudo, cuando los demoledores no sabían bien cómo actuar, se acercaban para
recabarlo de uno de los suyos que tenía un gran libro que recogía todo el plan a seguir para las
destrucciones y este le indicaba exactamente, con la herramienta, el punto que debía atacarse; y pronto
otro barrio más caía bajo su martillo. La operación seguía a su ritmo y avanzaba aunque sin despertar la
atención y sin ruido, algo por lo que velaban los demoledores” (2).
El lector no debe olvidar que esto lo escribió Clement Brentano en 1820 bajo el dictado de Catalina
Emmerich. ¿Podía describirse mejor lo que entonces nadie sospechaba? ¿Acaso era posible ver y expresar
mejor por quién y cómo se llevaría a cabo la guerra contra la Iglesia? Hoy vemos que con sabiduría
diabólica se trazó con antelación un plan de destrucción. Vemos que los obreros encargados de la
ejecución están distribuidos por todo el mundo, que los papeles se asignaron y que cada uno recibió
información sobre la tarea que le incumbe. Cavan donde se les indicó, se detienen cuando las
circunstancias lo requieren para reanudar luego el trabajo con nuevo ardor. En todos los países católicos
el asalto se hace simultánea o sucesivamente: contra la situación que el clero secular ocupaba en el Estado
y en las diversas administraciones; contra los bienes que le permitían vivir, rendir a Dios el culto debido,
enseñar a la juventud y aliviar la miseria; contra las órdenes religiosas y las congregaciones. En cuanto a
Francia Paul Bert presentó el plan general de la guerra que debía hacerse a los católicos a la Cámara de
Diputados el 31 de mayo de 1883. En la ejecución de ese plan, Ferry, Waldeck, Combes, Loubet, Briand,
Clemenceau no tuvieron ninguna política personal. Ejecutaron las líneas trazadas por el misterioso jefe,
acudiendo a consultar a los subalternos, a los depositarios de su pensamiento cuando se enfrentaban a
dudas u obstáculos. Tras los doce primeros años de trabajo el episcopado de Franci9a pudo decir “El
gobierno de la República ha sido la personificación de un programa en oposición absoluta con la fe
católica”. Desde entonces, cada año ha abatido una nueva parte del edificio levantado por nuestros
antepasados, la Iglesia de Francia. Catalina Emmerich veía a los francomasones y a sus ayudantes
distribuidos en equipos, cada uno con una determinada labor. Eso es lo que hemos visto. Gambetta fue
encargado de la declaración de guerra, Paul Bert atacó a la enseñanza, Naquet a la constitución de la
familia, Jules Ferry al culto, Thévent, Constans, Floquet, etc. Arrojaron al clero de todas sus posiciones;
Waldeck-Rousseau se centró en las congregaciones religiosas; Combes, Clemenceau, Briand,
persiguieron la separación de la Iglesia y el Estado.

Para los trabajos de demolición en el interior de la Iglesia, también hay ingenieros que es fácil nombrar:
los que actúan contra las Santas Escrituras, contra la Teología, la filosofía, la historia, el culto. Sobre
todo hay asociaciones internacionales encargadas como hemos visto de difundir entre el público y en
particular entre la juventud, el espíritu refractario al dogma.

Ana Catalina veía a los Francomasones. a sus espías y a sus víctimas ensañados en demoler la Iglesia
tanto dentro como fuera, y también veía al clero y a los buenos fieles esforzándose por obstaculizarles en
su trabajo e incluso levantar las ruinas aunque “con poco celo”. Los defensores no parecen tener ni
confianza, ni ardor, ni método. Trabajan como si ignoraran por completo de qué se trata y lo grave de la
situación. “Era deplorable” (3)

Catalina Emmerich no era la única persona a la que dios le hizo ver los manejos de la Francomasonería a
fin de llevarla a combatir la secta con sus oraciones y sus sacrificios. Había en Roma una pobre mujer,
madre de familia, llamada ana María Taigi, de la que el Padre Calixto, Trinitario, publicó la vida,
declarada “conforme a las piezas del proceso apostólico”. El 27 de julio de 1909 tuvo lugar, con el
cardenal Ferrata, la reunión ante-preparatoria a su Beatificación. Su historiador nos dice : “Veía
sobrenaturalmente las reuniones de los Francomasones en las diferentes partes del mundo; asistía a sus
conciliábulos, tenía conocimiento de sus planes y ante esa visión dirigía a dios fervientes oraciones y
generosas inmolaciones. Nuestro Señor le había dicho: “Te escogí para incorporarte a los mártires … tu
vida será un largo martirio para el sostén de la fé”· Ella había aceptado. Y en más de una ocasión, Dios
desbarató los proyectos de la secta en consideración a sus méritos. Así, en los primeros días del
pontificado de Gregorio XVI (1831) una revuelta armada con punto de partida en Bolonia se extendió
hasta las puertas de Roma. La intención era sembrar la revolución en la ciudad eterna. Testigos de su
proceso de beatificación afirmaron que desde el comienzo de esa rebelión Ana María predijo que
fracasaría. Tenía la seguridad de que su sacrificio sería aceptado.

El esfuerzo principal de los demoledores siempre se centró en la ciudadela del catolicismo. Vimos antes
que el Poder oculto había establecido a la Alta Venta y a su cabeza, un hombre se hacía llamar Nubius
por su afiliados. Por su parte, Catalina seguía en Roma las intrigas de un hombre poderoso. “Vi, dijo un
día, al Papa en oración. Estaba rodeado por falsos amigos. Sobre todo vi a un hombre negro pequeño
trabajando por la ruina de la Iglesia, con gran actividad. Se esforzaba por cautivar a los cardenales
mediante adulaciones hipócritas”. Sin duda nuestros lectores recordarán que en su carta al Prusiano
Klauss, Nubius decía “Paso a veces una hora por la mañana con el viejo cardenal Somaglia, el secretario
de Estado; cabalgo con el Duque de Lavol, con el príncipe Cariati o me encuentro a menudo con el
cardenal Bernetti. Desde allí voy a ver al cardenal Palotta; luego visito en su celda al procurador general
de la Inquisición, al dominico Jabalot, al teatino Ventura o al franciscano Orioli. Por la noche, inicio con
otros esta vida tan ocupada a los ojos del mundo”. En esas visitas, en esas conversaciones, nunca perdía
de vista la misión que había recibido, el fin que quería alcanzar y del que decía a uno de los suyos: “Han
puesto sobre nuestros hombros un pesado fardo, querido Volpa”.
El 15 de noviembre de 1819 dice la Venerable: “Tengo que ir a roma (en espíritu como siempre). He visto
al Papa hacer demasiadas concesiones en importantes asuntos tratados con heterodoxos. Hay en roma un
hombre negro que sabe cómo obtener mucho mediante alabanzas y promesas. Se oculta detrás de los
cardenales; y el Papa guiado por el deseo de obtener algo ha consentido otra cosa que será explotada de
manera perjudicial. Lo he visto en forma de conferencias y de intercambio de escritos. Vi luego al
hombre negro jactarse de ello ante su partido. “Lo conseguí, dice, pronto veremos lo que ocurrirá con la
Piedra sobre la que se construyó la Iglesia”. Pero se había vanagloriado demasiado pronto. Acudí a ver al
Papa. Estaba de rodillas, orando. Le dije (de la manera que ya explicamos) lo que se me había encargado
hacerle saber. De pronto le vi incorporarse y llamar. Hizo venir a un cardenal al que encargó retirar la
concesión que había hecho. Al oirlo el cardenal se turbó y preguntó al Papa de dónde le venía esa idea.
El Papa respondió que no tenía que dar explicaciones al respecto. “Basta, dijo, así debe hacerse”. El otro
se retiró estupefacto.

“Vi a mucha gente piadosa entristecida por las intrigas del hombre-negro. Tenía el aspecto de un judío”.

En otro lugar agrega sobre el mismo personaje: “El pequeño hombre-negro, al que veo tan a menudo,
tiene a mucha gente que hace trabajar para él sin que sepan con qué fin. Tiene también confidentes en la
nueva Iglesia de las tinieblas” es decir si no nos equivocamos en lo que se la llamado el catolicismo
liberal, luego la democracia cristiana, el naturalismo y por último el modernismo.

Otro día, siempre hablando del hombre-negro, la Venerable dice: “Le vi operar muchas sustracciones y
falsificaciones”. Lo veía, añade su historiador, hacer desaparecer ciertos documentos, desnaturalizar
otros, obtener la destitución de hombres que entorpecían sus proyectos”. Veía a consejeros del Papa
ganados por su seducción, favorecer las maquinaciones de la secta. Se esforzaban por sustraer al
conocimiento del Pontífice las acciones realizadas con un fin hostil a la Iglesia, por ejemplo el de unir las
creencias católica, luterana y griega en una misma Iglesia, de la que el Papa, carente de todo poder
secular sólo sería el jefe aparente.” Nuestros lectores saben que la secta ha ampliado hoy sus ideas. Lo
que ahora quiere ya no es sólo la fusión de las confesiones cristianas, es la destrucción de todas las
barreras, dogmáticas y otras, para permitir a todos los hombres hallarse unidos en un catolicismo que,
para contenerlos a todos, ya no profesaría nada, ni exigiría adhesión a ningún dogma. “De un lugar central
y tenebroso, dice Ana Catalina (sin duda el lugar que el hombre negro presidía, donde deliberaba la Alta
Venta) veo partir mensajeros que llevan comunicaciones a lugares diversos. (Hemos visto en la
correspondencia de los miembros de la Alta Venta, y por los Judíos que la integraban, que mantenía
relaciones con todos los países). Esas comunicaciones las veo salir de la boca de los emisarios como un
vapor negro que cae sobre el pecho de quienes las oyen y enciende en ellos odio y rabia”.

Un día constataba en estos términos los efectos de esa conspiración y esa propaganda, hasta en el clero:
“Veo que en ese lugar (?) se mina y se ahoga a la religión tan hábilmente que a penas queda un centenar
de sacerdotes que no estén seducidos (por las ideas modernas que los Judíos han declarado estar
interesados en propagar). No puedo decir cómo se hizo, pero veo la niebla y las tinieblas extenderse cada
vez más” Y añade: “Espero poder ayudar a quienes resisten a esas seducciones recibiendo en mí los
dolores de la Pasión de Cristo. Y cuando dijo eso su cuerpo se puso rígido y adoptó la posición de una
persona extendida sobre la cruz. Un sudor frío corrió por su frente y su lengua se entumeció. Duró diez
minutos y se repitió tres veces en el mismo día. Al final se desmoronó y permaneció varios días en un
estado de anonadamiento del que sólo salió por la bendición de su confesor. “Continúa, le dijo Jesús en
otras circunstancias parecidas, continúa orando y sufriendo por la Iglesia. Logrará la victoria a pesar de
sus abatimientos momentáneos, porque no es una institución humana”.

Ana Catalina había terminado el relato de su gran visión de 1820 con palabras de consuelo. Tras decir
“Tengo ante los ojos el cuadro de la demolición de la Iglesia de Pedro y las maniobras del hombre-negro”
completaba diciendo: “veo cómo al final María extiende su manto sobre la Iglesia y cómo los enemigos
de Dios son arrojados”. Acabamos de escuchar a Nuestro Señor poniendo en su corazón la misma
esperanza.
==
1. Probablemente esa apariencia externa quería indicarle el lugar más o menos importante que
ocupaban en la secta.
2. En el prefacio de sus Obras pastorales, Monseñor Isoard escribía en 1884: “Los hombres que
trabajan en borrar toda huella de religión en Francia, saben clara, exactamente lo que quieren
hacer. El fin execrable que se han fijado no lo pierden de vista. Tienen un plan de campaña. Las
grandes líneas de ese plan fueron trazadas definitivamente hace más de cien años. Las
operaciones particulares datan de cuarenta años atrás. Los detalles menores de ejecución se
fijaron hace catorce.”
3. El 4 de diciembre de 1820 “Tuvo una visión y una advertencia relativa a varios sacerdotes que
aunque sólo dependía de ellos no daban lo que tendrían que dar con la ayuda de Dios; vio
también que tendrían que rendir cuentas de todo el amor, de todo el consuelo, de todas las
exhortaciones, de todas las instrucciones tocantes a los deberes de la religión que no hacen, de
todas las bendiciones que no distribuyen aunque la fuerza de la mano de Jesús esté en ellos, por
todo lo que omiten hacer a imagen de Jesús”.

CAPITULO LXV

PREVISIONES DEL ANTAGONISTA DE LOS FRANCOMASONES

No pretendemos presentar las revelaciones de Ana Catalina Emmerick como artículos de fe, pero ninguno
de nuestros lectores habrá dejado de asombrarse de la relación que tienen, hasta en sus detalles, con los
hechos acaecidos desde entonces, lo cual autoriza a prestar cierta confianza a las predicciones que hizo de
acontecimientos venideros. (1)
“Veo, dijo un día, oscurecerse las tinieblas. Amenaza una gran tormenta, el cielo está cubierto de manera
aterradora. Poca gente ora y la angustia de los buenos es grande (2). Ve por doquier a comunidades
católicas oprimidas, vejadas, arruinadas y privadas de libertad. Veo muchas iglesias cerradas. Veo que se
producen grandes miserias en todas partes. Veo guerras y sangre derramada”.

Otro día dice: “Vi al pueblo salvaje, ign0orante, intervenir con violencia. Pero no duró mucho.” Y en otra
ocasión, en la fiesta de San Miguel en 1820: “Tuve la visión de una inmensa batalla. Toda la llanura
estaba cubierta por un espeso humo. Había viñas llenas de soldados, desde donde disparaban
constantemente. Era un lugar bajo: a lo lejos se veían las grandes ciudades. Vi a San Miguel descender
con numerosa tropa de ángeles y separar a los combatientes. Pero esto sucederá cuando todo ya esté
perdido. Un jefe invocará a San Miguel y entonces descenderá la victoria”. Al hablar de esta batalla que
en su mente parece destinada a poner fin al actual estado de cosas nos dice “El arcángel San Miguel
vendrá en ayuda del generalísimo que lo invocará y le anunciará la victoria.” Ya el 30 de diciembre de
1809º había dicho ver a San Miguel ‘planeando sobre la iglesia de San Pedro, brillante de luz, llevando
ropas rojo sangre y en la mano un gran estandarte de guerra. Los verdes y los azules combatían contra los
blancos que parecían ir ganando. Todos ignoraban por qué combatían. Sin embargo, el ángel descendió,
fue hacia los blancos y le ví varias veces a la cabeza con todas sus cohortes. Entonces se sintieron
animados por un valor maravilloso, sin que supieran de dónde les venía. El ángel multiplicaba sus golpes
entre los enemigos, las tropas enemigas se pasaban al lado de los blancos, y otros huían hacia todas
partes”. El historiador de Ana Catalina añade: “Ignoraba la época de esa batalla y de esa intervención
celeste”.

Tal como la Venerable Ana Catalina Emmerich lo había previsto vimos a las comunidades oprimidas.
Asistimos a los inventarios de nuestras iglesias y a procesos contra los sacerdotes que celebraban misa.
No fueron cerradas, pero legalmente ya no nos pertenecen y el usurpador espera la hora propicia para
echarnos de ellas. Las huelgas, que se multiplican, hacen presagiar una insurrección general. Y la guerra
amenaza con llevar a conflicto a todos los pueblos, y en cada nación la población entera estará bajo las
armas.

Catalina Emmerich anuncia que cuando todo parezca perdido el arcángel San Miguel invocado por uno
de los generalísimos vendrá a darle la victoria. Será entonces el comienzo de las divinas misericordias.

En 1820 a finales de octubre, la Venerable pudo ver nuevamente el estado de la Iglesia en la imagen de la
basílica de San Pedro. Vió a sociedades secretas extender sus ramificaciones por toda la tierra y entablar
contra la Iglesia una guerra de exterminio que le pareció en relación con el imperio que establecerá el
anticristo. Esta visión reproduce muchos rasgos semejantes a los hallamos en el Apocalipsis de San Juan.
Naturalmente, la pobre campesina conocía poco de las Santas Escrituras y de ningún otro libro. En ese
éxtasis vió, como ya se le había mostrado con anterioridad, la intervención de la Muy Santa Virgen. La
Iglesia le pareció totalmente restaurada. Los trabajos de la secta eran destruidos y los delantales con todos
sus instrumentos quemados por la mano del verdugo en una plaza marcada por la infamia.

Tres meses antes había dicho: “Tuve otra vez la visión de la Iglesia de San Pedro socabada según un plan
concebido por la secta secreta. Pero vi también llegar el socorro en el momento de la mayor penuria”.
Varias veces sus siniestras visiones terminaron con la aparición de la Santísima Virgen bajando del cielo
y cubriendo con el manto de su protección a la Iglesia Católica, representada por la Basílica de San Pedro.
La principal de esas visiones dice: “Ana Catalina veía a la iglesia demolida por los francomasones y al
mismo tiempo levantada por el clero y los buenos fieles, aunque con poco celo”. Toda la parte exterior
de la iglesia ya estaba derribada, sólo quedaba en pie el santuario con el Santísimo Sacramento. “Yo
estaba muy entristecida y me preguntaba dónde estaba ese hombre que antaño había visto mantenerse
sobre la Iglesia para defenderla, llevando ropas rojas y un estandarte blanco. Entonces vi a una mujer
llena de majestad avanzar por la gran plaza que se encuentra ante la Iglesia. Llevaba su amplio manto
levantado sobre ambos brazos y se elevó suavemente en el aire. Se posó sobre la cúpula y extendió sobre
la iglesia, en toda su amplitud ese manto que parecía irradiar oro. Los demoledores acababan de tomarse
un respiro pero cuando quisieron reanudar su trabajo les fue absolutamente imposible acercarse al espacio
cubierto por el manto virginal.

“No obstante los buenos se pusieron a trabajar con increíble actividad. Vinieron hombres muy mayores,
impotentes, olvidados, y luego muchos jóvenes fuertes y vigorosos, mujeres y niños, eclesiásticos y
seculares y pronto el edificio fue restaurado por entero. Vi como se renovaba todo y a una iglesia que se
elevaba hasta el cielo. Cuando tuve ese espectáculo ya no veía al Papa actual sino a uno de sus sucesores
a la vez dulce y severo. Sabía atraer a los buenos sacerdotes y rechazar lejos de sí a los malos.”

“En cuanto a la época en que esto debe suceder, no puedo indicarlo”.

En la fiesta de la Santísima Trinidad de ese mismo año dijo: “Vi una imagen de ese tiempo lejano que no
puedo describir. Pero vi sobre toda la tierra retirarse la noche y la luz y el amor (la fe y la caridad)
reanudar una nueva vida. Tuve entonces visiones de todo tipo sobre el renacimiento de Ordenes
religiosas. El tiempo del anticristo no está tan cerca como algunos creen. Tendrá todavía precursores y vi
en dos ciudades a doctores de la escuela de los que podrían surgir esos precursores”. Por otra parte, la
Francomasonería no será totalmente destruida. Hemos escuchado decir a ana Catalina que prepara la
venida del anticristo, ahora nos dice: “Los hombres con delantal blanco siguieron trabajando aunque sin
ruido y con gran circunspección. Están temerosos y siempre alertas.” Tras el triunfo de la Iglesia, tras la
renovación de todas las cosas en Cristo, seguirán existiendo, reclutando, como lo hicieron tras el
concordato y la Restauración, pero en un misterio mayor y más impenetrable que nunca, hasta acercarse
al día en que el hombre de pecado venga a coronar su obra, para ser luego vencido por el Cristo triunfante
el medio de sus elegidos. La próxima victoria no será pues la última. Y de aquella (victoria) que
esperamos el divino Salvador quiso dejar la gloria a su Madre según lo dicho el primer día: Ipsa conteret
caput tuum.

Hace más de ochenta años que Catalina Emmerich era favorecida con estas visiones del futuro, que
describía al salir de sus éxtasis y que Clement Brentano consignaba en sus notas bajo su dictado: ¿Cuáles
eran en esto los designios de Dios? No vemos otros que sostener nuestro valor en los días de la gran
prueba, asegurándonos que se terminaría súbitamente cuando todo pareciera perdido, con la intervención
de la Inmaculada.

Otras personas recibieron y nos dieron las mismas esperanzas. En 1830 una Hija de la Caridad, Catalina
Labouré, recibió de la Santísima Virgen la promesa de una sucesión de acontecimientos venideros, los
unos dichosos, los otros desgraciados.

En una primera aparición, el 18 de julio de 1830, la Virgen inmaculada dijo que el mundo estaba
amenazado por una conmoción general. En la segunda, el 27 de noviembre del mismo año, reveló la
causa: el mundo se había re-situado bajo el imperio de Satán. Pero al mismo tiempo se mostró
intercediendo por él y presentándolo a Dios en sus manos virginales en forma de globo. Su oración fue
escuchada y abundantes gracias fluyeron de sus manos sobre el globo y en particular en un punto, Francia
(3). Pero su oración tiene que unirse a la nuestra y es por eso que a la hermana Labouré se le ordenó
acuñar y distribuir por todas partes una medalla que llevara esa inscripción: “Oh María sin pecado
concebida, ruega por nosotros que acudimos a ti”.

De modo que es hacia María que debemos llevar la mirada y elevar nuestras oraciones. “Si Dios salva al
mundo y lo salvará, dijo Dom Guéranger (Prefacio de la obra del Padre Poiré, La triple corona de la
Madre de Dios”), la salvación vendrá por la Madre de Dios. Por ella el Señor extirpó las zarzas y las
espinas de la gentilidad; por Ella triunfó sucesivamente sobre todas las herejías; actualmente, porque el
mal está en su culmen, porque todas las verdades, todos los deberes, todos los derechos están amenazados
de naufragio universal, ¿es todo ello motivo para creer que Dios y su Iglesia no triunfarán una última vez?
Hay que confesarlo, hay materia para una gran y solemne victoria y es por ello que nos parece que
Nuestro Señor reservó todos los honores a María. Dios no retrocede como los hombres ante los
obstáculos. Cuando llegue la hora, la serena y pacífica Estrella de los mares, María, se levantará sobre ese
mar agitado de tempestades políticas y las olas tumultuosas asombradas de reflejar su dulce brillo,
volverán a tornarse calmas y sumisas. Entonces sólo habrá una Voz de reconocimiento que ascenderá
hacia Aquella que una vez más habrá aparecido como signo de la paz tras un nuevo diluvio, María es la
clave del futuro, igual que fue la revelación del pasado”.

Monseñor Pío, casi al mismo tiempo, decía también en la Iglesia Nuestra Señora de Poitiers:

“La grandeza misma de nuestros males es la medida de las gracias que nos están reservadas. María
Inmaculada fue colocada como un arco luminoso en la nube, y ese arco es un signo de la reconciliación,
de la alianza entre Dios y la tierra. Por negras que sean las nubes acumuladas por encima de nuestras
cabezas y que son como una cortina que nos impide percibir ningún claro en el cielo, no me preocupo
porque Dios declaró que ante la visión del arco recordaría su promesa y ninguna inundación universal
volvería a destruir la tierra … En el destino de María está el ser una aurora divina.

Mucho antes que ellos y tantos otros que hablaron en el mismo sentido, María misma había dicho a Santa
Brígida: “Soy la Virgen de la que nació el Hijo de Dios. Estaba junto a la cruz en el momento en que
triunfó sobre el infierno y abrió el cielo al derramar la sangre de su divino corazón … Planeo hoy sobre
este mundo e intercedo sin cesar ante mi Hijo. Soy semejante al arco iris que parece bajar de las nubes
sobre la tierra para tocarla con sus dos extremos, porque me inclino hacia los hombres y mi oración
alcanza a buenos y malos. Me inclino hacia los buenos para mantenerlos en la fidelidad de las enseñanzas
de su Madre y me inclino hacia los malos para retirarlos de su malicia y preservarlos de una mayor
perversidad … El hombre que busca consolidar los fundamentos de la Iglesia puede contar en su
debilidad con la ayuda de la Reina del cielo.” (Revelaciones IV, 48 y III, 10).

Actualmente, todos los verdaderos Hijos de María vuelven la mirada hacia la Virgen Inmaculada. Es con
Ella con quien cuentan para reafirmar los fundamentos de la Iglesia y disipar la pestilencia que las logias
masónicas y los antros de la Cábala que se ha difundido por toda la superficie de la tierra. Todas las almas
que perduran verdaderamente cristianas están hoy orientadas con invencible esperanza hacia la Abogada
del género humano, la todopoderosa mediadora entre el divino Redentor y los rescatados. Todos sienten
que sólo María puede desbaratar los gigantescos complots formados contra Cristo y contra su iglesia.
Apuremos con oraciones más fervientes que nunca la hora de esa liberación.

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1. En Soirées de Saint Petersbourg el senador, tras recordar los presentimientos expresados por los
paganos en los años que precedieron a la venida del divino Salvador dice: “El materialismo, que mancilla
la filosofía de nuestro siglo, le impide ver que la doctrina de los espíritus y en particular la del espíritu
profético es totalmente plausible en sí misma y además, la mejor sostenida por la tradición más universal
y más imponente que haya existido nunca. ¿Creen ustedes que los antiguos coincidían en creer que el
poder adivinatorio o profético era algo innato del hombre? No es posible. Nunca un ser y con mayor
razón nunca toda una clase de seres sabrían manifestar general e invariablemente una inclinación
contraria a su naturaleza. Ahora bien, como la eterna enfermedad del hombre es penetrar el futuro es una
prueba cierta de que tiene derechos sobre ese futuro y que tiene medios para alcanzarlo, al menos en
ciertas circunstancias.
Si me preguntáis qué es ese espíritu profético os responderé que nunca hubo en el mundo grandes
acontecimientos que no hayan sido predichos en cierto modo. Según mi conocimiento Maquiavelo fue el
primer hombre que planteó esta propuesta. Pero si reflexionáis, hallaréis que la afirmación de ese piadoso
escritor está justificada por toda la historia. Tenis un último ejemplo en la Revolución francesa, predicha
por todas partes y de la manera más inequívoca… ¿Por qué no iba a ser igual en nuestros días? El
universo está en espera. ¡Cómo íbamos a desdeñar esa gran persuasión! Y ¿con qué derecho
condenaríamos a los hombres que, advertidos por esos signos divinos, se entregan a sabias búsquedas?
Puesto que por doquier una muchedumbre de seres exclaman unánimemente ¡VEN SEÑOR, VEN! Por
qué íbamos a acusar a los hombres que se lanzan a ese futuro misterioso y se glorifican por adivinarlo …”
Por encima de las previsiones de los hombres superiores por su ingenio están las profecías de los santos,
de los personajes a los que Dios favorece con comunicaciones sobrenaturales.

2. “Mi divino Esposo me mostró las tristezas del futuro. Ví qué pocas personas oran y sufren para apartar
los males que van a llegar”.

3. Tras el relato de la gran batalla en que los buenos triunfan con el socorro de San Miguel, Ana Catalina
añade: “Cuando el ángel descendió desde lo alto de la iglesia vi encima de él, en el cielo, una gran cruz
luminosa, a la que estaba sujeto el Salvador: de sus heridas salían haces de rayos resplandecientes que se
expandieron por el mundo. Los rayos de las manos, del costado y de los pies tenían el color del arcoiris;
se dividían en líneas muy menudas, y a veces se reunían y alcanzaban a pueblos, a ciudades, a hogares en
toda la superficie del globo… Los rayos de la herida del costado iban a la iglesia situada debajo, como
una corriente abundante y ancha. La iglesia resultaba iluminada y ví a la mayoría de las almas entrar en el
Señor por esa corriente de rayos.

“Ví también en la superficie del cielo un corazón resplandeciente del que partía una vía de rayos que se
vertían sobre la Iglesia y sobre muchos países. Se me dijo que ese corazón era María.”
CAPITULO LXVI
EL ANTAGONISMO ENTRE LAS DOS CIVILIZACIONES
I. PREMONICIONES DIVINAS

Muchos se habrán asombrado de vernos, en estos tiempos de escepticismo, prestar atención a las palabras
de una vidente. No deben perder de vista que la lucha entablada entre la civilización cristiana y la
civilización pagana no sólo debe considerarse en los hechos que la historia registra y de la que es testigo
sino en sus causas. Esas causas, las mostramos en los orígenes del mundo en el don que Dios quiso hacer
a la humanidad, al mundo angélico, de la vida sobrenatural y en la oposición que tanto los hombres como
los demonios guiados por su orgullo y prestando oídos a las sugerencias de Lucifer hicieron a las
propuestas de la bondad divina. La lucha que se ve sobre la tierra no es más que la resultante de la librada
en las regiones misteriosas entre Satán y sus acólitos, los Cabalistas y los Francomasones, etc. por un lado
y por otro los santos y su Reina, la Madre de la gracia divina.

Ya abrimos con nuestros lectores el capítulo XII del Apocalipsis de San Juan. Debemos volver a él.

En ese capítulo, dijimos entonces, San Juan nos transporta a la vez a dos campos de batalla, uno en la
superficie de la tierra, el otro en las profundidades de los cielos. Bajo nuestros ojos se desarrolla la doble
lucha que el Dragón entabló en las alturas contra Miguel y sus ángeles y la que sostiene aquí contra la
Mujer, Madre de aquel a quien corresponde gobernar todas las naciones. La escena celeste y la escena
terrestre parecen incluso confundirse y lo que las une es la Mujer que aparece en una y otra. Tanto en el
cielo como en la tierra el Dragón se yergue ante Ella, espiando la hora del nacimiento del Hijo, el Hijo del
cielo, Nuestro Señor JC, el hijo de la tierra, la raza de los que aquí abajo se oponen a Satán bajo el
estandarte de María.

Varios elementos de esta visión pueden aplicarse a la Santísima Virgen, pero para poder dar cuenta de
todos los rasgos de la imagen simbólica aquí presentada hay que aplicarlas a la Iglesia: la Iglesia que
comenzó en el Paraíso terrestre para desarrollarse a través de los períodos patriarcal y mosaico y alcanzó
su forma definitiva en el catolicismo; es la humanidad (1er rasgo) elevada por Dios a una condición
superior, al estado sobrenatural (2do rasgo). Se nos representa concibiendo al Rey, al que el salmo II,9
promete victoria sobre las naciones, es decir el Cristo. En efecto, la humanidad elevada y santificada,
debe producir al Cristo integral (3er rasgo): primero JC mismo, que es verdaderamente Hijo del hombre
y como tal pertenece a la raza de la mujer; luego a todos los elegidos, miembros del cuerpo místico del
que es la cabeza, con los que el y su Madre deben aplastar la cabeza de la serpiente y reinar como
vencedores sobre la humanidad rebelde a Dios.

Tras haber mostrado a la francomasonería en su organización, sus obras, sus aspiraciones, sus maestros y
su jefe, debemos transportar el pensamiento de nuestros lectores a las regiones místicas donde las almas
privilegiadas entran en lucha directa con Satán y los suyos para oponerse a sus obras y destruir los
efectos.

La conclusión de este estudio fue el anuncio discreto de acontecimientos formidables que terminarían con
el triunfo de los Hijos de Dios y la renovación del orden cristiano turbado desde el Renacimiento. Si se
piensa en lo dilatado del periodo que deben cerrar y en la grandeza del objeto en litigio no cabe
asombrarse, y se comprenderá que esos acontecimientos deben estar totalmente fuera del orden ordinario
de las cosas y que son de tal clase que Dios consideró su deber prevenirnos.

A menudo tuvo la bondad de condescender al deseo del corazón humano impaciente por conocer su
destino. Durante los largos siglos que precedieron la venida del Mesías consoló la espera con promesas
incesantemente renovadas. Anuncio los hechos en los que se concretarían, determinó los tiempos y
lugares en que debía producirse su realización.

Una vez venido el Mesías, realizada la expiación, merecida la salvación, Dios podía dejar que la
Redención se extendiera de pueblo en pueblo, y llegara a las generaciones unas tras otras sin
manifestarnos el plan que seguiría la obra del divino Salvador. Sin embargo lo hizo con la palabra que
dictó en la Isla de Pathmos al Apóstol bienamado.

Son muchos los hechos que nos permiten creen que tras esa revelación fundamental no se condenó a un
silencio absoluto. Llegarían días oscuros y terribles en que el valor de los hijos de dios necesitaría apoyo.
En esa coyuntura, hombres y mujeres de rara virtud, cuya santidad, al menos la de muchos de ellos, fue
confirmada por decretos de canonización, acudieron a decirnos: Dios manifestó sus caminos a mi espíritu
y esto es lo que ocurrirá.

Para ninguno de esos profetas la Iglesia no nos dice, como lo hace para aquellos del antiguo Testamento y
para los apóstoles: El Espíritu Santo se apoderó de su inteligencia y le dictó estas palabras (1) sino que
afirma que el don de la profecía así como el don de los milagros es permanente entre los hijos de dios,
que se manifestó en el pasado y que continuará manifestándose en el futuro. De modo que podemos abrir
los libros donde santos personajes consignaron lo que vieron o creyeron ver de los designios de Dios, de
los caminos de su Providencia y tratar de descubrir lo que debe resultar de los acontecimientos a los que
asistimos.

En esa investigación cabe evitar dos defectos: confiar en cualquiera que se presente como profeta, ver en
todo lo que se dice la revelación de lo que ocurre en el tiempo en que estamos.

No perdamos nunca de vista en un estudio de esa clase la palabra del salmista: “Dios va de eternidad en
eternidad, mil años son para El como el día que transcurre o como la noche que llega”. Por consiguiente,
no nos asombremos si, al hablar a los suyos les relata acontecimientos a largo plazo, hechos que en
ocasiones abarcan varios siglos. Es por encima de los tiempos que hace planear su espíritu y es a esa
altura que debemos elevarnos si queremos tener el entendimiento de lo que ellos nos vienen anunciando
desde el siglo once.

Asistieron en espíritu al largo esfuerzo del naturalismo para implantarse en la cristiandad, esfuerzo de
cinco siglos a cuyas últimas energías asistimos.

¡Cinco siglos!

Si los hechos no lo confirmaran, resultaría difícil creer en tan largo combate. Pero acaso lo que está en
juego no es algo que supera todas las cosas: el fruto de la humanidad, no sólo para el tiempo sino para la
eternidad. Entre nosotros uno de los principales elementos de la grandeza de una obra es el tiempo que
requiere, la duración necesaria para su culminación. ¿Qué son nuestros cinco siglos de luchas
considerando lo sublime del duelo entablado entre Lucifer y el Hombre-Dios y de aquel que vio a los
ejércitos de Satán atacar los ejércitos de Miguel para quitarles el don que los hacía divinos? En cuanto a
lo que ocurrió en el Edén, sin duda las Santas Escrituras nos presentan el relato en términos que los
ponían al alcance de las inteligencias primitivas a las que en principio estaba dirigido pero no resulta
difícil concebir la grandeza del drama que iba a tener tan grandes consecuencias para todo el género
humano y por los siglos de los siglos.

La prueba a la que la cristiandad está sometida desde el siglo catorce, el sitio de la Iglesia por la secta
masónica, la invasión progresiva del naturalismo en la ciudad de Dios por el Renacimiento, luego la
Reforma, luego el filosofismo, luego la Revolución, responde por su amplitud a la grandeza de los dramas
precedentes.

Sin embargo surge un pensamiento. ¿Cómo Dios, en su infinita bondad, puede dejar que dure un
escándalo tal en el que tantas almas tropezarán?

No hay más respuesta que la del Espíritu Santo por boca de Salomón en el antiguo Testamento y la de
San Pablo en el Nuevo:

“Qué hombre puede conocer el consejo de Dios? ¿Quién puede penetrar lo que el Señor quiere? Los
pensamientos de los hombres son inciertos y nuestras opiniones arriesgadas. Nos cuesta comprender lo
que está sobre la tierra, y percibimos con esfuerzo lo que tenemos en las manos. ¿Quién ha penetrado en
lo que está en el cielo?” (Sap.IX)

Y el Apóstol:
¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus
juicios e inescrutables sus caminos!
Porque ¿Quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero?
¿O quien le dio a el primero para que le fuese recompensado? Porque de él y por él y para él son todas
las cosas. (Romanos X, 33-36)

Pero si hizo todas las cosas para su gloria, también las hizo para nuestra salvación y quien se atrevería a
decir que el número de santos, el número de aquellos que gozarán de la eterna Beatitud hubiera sido
mayor durante estos cinco siglos y que sus virtudes hubieran sido más heroicas y su gloria más ilusoria si
su vida hubiera transcurrido en una paz sin estímulos y sin combates. Y al considerar las obras de Dios
hay que saber no limitar el horizonte. ¡Qué son nuestros cinco siglos de luchas comparados con cincuenta,
sesenta siglos, más quizás que tuvieron que esperar la venida del divino Redentor y junto a aquellos más
numerosos de lo que podemos suponer que deben gozar de los frutos de su Redención! Esta idea no es
temeraria: ¿acaso el Espíritu Santo no nos ha dicho que zanja todas las cosas con medida, número y peso?
Dios planea por encima del inmenso campo de batalla que abraza a toda la creación, el único eterno, el
único principio de todo ser, de las sustancias espirituales y también de las sustancias materiales: autor de
todo lo que hay en los demonios así como también en todas las otras criaturas, domina a los combatientes
con toda la altura de su ser infinito. No está comprometido en la lucha, cualesquiera sean las vicisitudes;
no puede verse turbado o más bien los dirige a sus fines “con fuerza y suavidad” es decir con el poder de
un éxito infalible, aunque respetando la libertad de todos.

Si bien es verdad que la lucha a la que asistimos hoy remonta al Renacimiento, no cabe asombrarse
porque Dios haya trazado desde esa época las diferentes fases. El tiempo no es para Dios lo que para
nosotros. Va de eternidad en eternidad y mil años son a sus ojos como el día de ayer cuando pasa y como
la víspera de una noche. Esto es lo que el hombre no debe dejar de decirse cuando considera las
revoluciones que transforman al mundo y busca comprenderlas. Pasaron millares de años antes de que
pudiera cumplirse la promesa hecha a Adán de un Redentor. ¡Cuántos otros millares, cuántas luchas y
vicisitudes exige la Redención para llegar a término, para triunfar sobre lo que el pecado original puso en
el corazón del hombre, para realizar en su amplitud y perfección los designios de la Bondad infinita!

Así pues acogemos fácilmente las palabras de esperanza y confortamiento que los grandes servidores de
Dios vinieron a darnos y fácilmente creemos que eran sus embajadores cuando al comienzo de ese largo
período de luchas en que lo natural buscaba ahogar a lo sobrenatural, en que Satán quería triunfar sobre la
Virgen, acudieron a decirnos: No temáis, Dios está con vosotros, es el soberano Amo de todas las cosas,
sabrá cambiar para vuestra ventaja y su gloria la maldad del demonio.

“Nuestro siglo, dijo Monseñor Roess, obispo de Estrasburgo, necesita en particular saber que Dios dirige
todos los acontecimientos de este mundo por su divina Providencia y que si quiere dar a conocer sus
designios a la humanidad, es a las almas humildes a las que los revela”. Y Monseñor Vibert, obispo de
Saint Jean de Maurienne: “Dios prueba, mediante esas profecías, que todo está sometido a su gobierno y
para que la prueba sea más completa, casi siempre se sirve para anunciar los mayores acontecimientos,
de aquellos que son pequeños y sin valor, según el mundo: Revelasti ea parvulis”. Monseñor Marinelli,
obispo de Syra dice por su parte: “Por el inmenso amor que Dios siente por su Iglesia, obra de sus manos,
y por los hombres que, la mayoría de las veces son ingratos, pero que no por ello dejan de ser sus
criaturas, se dignó predecir y anunciar a los mortales por boca de sus profetas, desde el principio del
mundo, en el Antiguo Testamento, verdadera figura y tipo de su Iglesia en el Nuevo Testamento, las
vicisitudes de la Santa Iglesia, las tribulaciones y los males que, en todas las épocas y sobre todo hacia el
fin de los tiempos iban a golpear y oprimir al mundo a fin de tener a los hombres alertas contra Satán y
sus emisarios y disponerlos para prevenir, en la penitencia y la humildad, los golpes suspendidos por la
Justicia divina sobre la cabeza de los maléficos. Dios quiso que una particular Providencia precediera
siempre las grandes catástrofes del mundo y las grandes tribulaciones de la Iglesia, con signos precursores
y predicciones, porque los golpes previstos de antemano son menos terribles de soportar, dice San
Gregorio el Grande”.

Desde hace cinco siglos, bajo la dirección de Lucifer y por la acción de las logias, el judaísmo, el
protestantismo y el modernismo ayudados por todas las pasiones y por todos los vicios asaltan a la
civilización cristiana. Actualmente sus batallones reunidos hacen el supremo esfuerzo por sustituir a la
religión divina la religión de la humanidad y entregar a Satán la dirección de las almas y los pueblos.
Esta vez, creen ellos, es el compromiso definitivo porque su amo conoce las palabras del Apóstol: “Es
imposible que los que una vez estuvieron iluminados, que probaron el don celestial, que participaron del
Espíritu Santo, que conocieron la palabra de Dios y las maravillas del mundo venidero y que sin embargo
cayeron, renovarlos por segunda vez llevándolos a la penitencia, ellos que por su lado crucifican otra vez
al Hijo de Dios y lo entregan a la ignominia. Cuando una tierra, regada por la lluvia que a menudo cae
sobre ella produce una hierba útil a los que la cultivan, participa de la bendición de Dios, pero si sólo
produce espinas y cardos se la juzga de mala calidad, casi maldita, y se termina por quemarla” (Hebreos,
VI, 4-8)

¿Será esa la suerte de la generación presente? Se considera que hemos “menospreciado las riquezas de su
benignidad, paciencia y longanimidad”? (Rom. II,4) Los hay que así lo creen y no son de los menos
iluminados.

Desde la Revolución, el naturalismo se apoderó de todo el organismo social. Aunque no puede regir todas
las existencias individuales, quiere ser la ley de los Estados y el principio regulador del mundo moderno.
La noción secular del Estado cristiano, de la ley cristiana, del príncipe cristiano, noción tan
magníficamente planteada desde las primeras edades del cristianismo, parece abolida para siempre. La
secularización de todo el orden social es el lema, dado, aceptado y cuya realización prosigue con una
perseverancia que no cede desde hace más de un siglo y que acaba de resultar en Francia en la separación
de la Iglesia y del Estado, es decir en una especie de apostasía. Por todas partes, los gobernantes y los
pueblos impregnados de esa doctrina, que el elemento civil y social sólo depende del orden humano, se
han rebelado contra Dios y contra su Cristo, rompen sus lazos, sacuden el yugo de lo que llaman
superstición. Han llegado no sólo a la negación de todo orden y de todo ser sobrenatural, sino a la
deificación del hombre, substituido a Dios.

A través de la escuela han cogido el medio para hacer que su obra sea perpetua e indestructible.

Van más lejos que Satán. Nunca Satán negó a Dios. No podría: Su naturaleza tan elevada y por
consiguiente tan iluminada no lo permite. Ellos abusan de la debilidad intelectual del niño, no se limitan a
introducir en su alma el desdén por la Iglesia, por sus enseñanzas, por sus sacramentos, por todo lo que
constituye lo sobrenatural. Niegan no sólo a Cristo, en torno a la gracia, sino también la existencia de un
dios creador. Y como la idea de Dios no deja de rondar al espíritu humano, en las regiones superiores de
la enseñanza, la corrompen. Dios, dicen, no es más que el mundo concebido por nuestro espíritu bajo su
forma ideal y el mundo no es más que Dios mismo percibido por nosotros en su realidad.

A esta doctrina conduce el MODERNISMO que Su Santidad Pío X desnudó en la Encíclica Pascendi,
persiguiéndolo, diezmándolo, anatemizándolo en todos y cada uno de sus instrumentos de erudición y
razonamiento.

¿No hemos llegado al fondo del abismo? ¿Qué más necesitamos para temer las amenazas de San Pablo?
La profecía de Daniel se ha realizado en toda su extención: “Et elevabitur et magnificabitur adversus
Deum, et adversus Deum deorum loquetur manifica. El hombre se levantará contra el Señor; proferirá
contra el Dios de dioses grandes insolencias, se verá la apoteosis del hombre excluyendo toda divinidad”.

¿Qué podemos esperar en esta situación sino el rayo destructor? El mundo, si quiere perseverar ya no
tiene razón de ser.

¿Se convertirá? ¿Se volverá hacia Dios para decirle la oración que Jeremías le dirigió tras sus
lamentaciones?

“Tú, Jehová, reinas eternamente!


Tu trono persiste, de edad en edad
¿Por qué ibas a olvidarnos para siempre?
¿Nos abandonarás mientras duren nuestros días?
¡Haznos volver a Ti, Jehová y volveremos!
Danos otros días como los de otrora”

Ese el gran enigma actual. ¿Se convertirán los pueblos cristianos y el mundo podrá gozar de los largos
siglos de prosperidad temporal y espiritual que algunos esperan?
¿O perseverará en su apostasía y entonces Dios golpeará al mundo?
¿Cuál de estas dos soluciones veremos concretarse en un futuro próximo?

Las misericordias de Dios son infinitas y la malicia del hombre excitado por la perversidad de Satán no
conoce límites. Sin embargo, Dios nos invita repetidamente, nos apremia: el Sagrado Corazón, la
Inmaculada Concepción y ahora la canonización de Juana de Arco. ¿Terminaremos por seguir o seremos
como las aguas que no remontan a sus fuentes? ¿Ofrece la historia algún ejemplo de pueblo que se apartó
de su camino y que volvió a él? Tras las reacciones, reacciones de un día que siguen a las catástrofes,
vemos a los pueblos reencontrarse en lo que eran antes.

¿Hará Dios, por su predilección, una excepción a la ley de la historia? Los hay que abrigan esa esperanza
en el corazón y que la han expresado.

“Para responder a las oraciones de los santos, dice Saint Bonnet, Dios nos recordará los bordes del
abismo y el género humano, estupefacto ante la iniquidad cometida al renegar de su Creador y su
Redentor, iluminado sobre la inanidad de su prolongado deseo, de sus inútiles esfuerzos por poner el
paraíso en la tierra, dejará caer su orgullo y volverá a las fuentes de la vida. Las generaciones serán luego
llamadas a completar el número de los elegidos, resultarán edificadas para siempre por la grandeza de ese
triple espectáculo: una profundidad en la maldad humana sólo comparable a la impotencia a la que se
habrá visto reducida; el vacío en el que momentáneamente habrá entrado la civilización despojada de la
fe; y luego, como en los días de Noe, un milagro de la Bondad interviniendo para que el Hombre siga
siendo.”

“Se hará, dijo el santo Papa Pío IX, mediante un prodigio que llenará al mundo de asombro”.

Ya J. de Maestre había dicho antes que él: “No dudo de algún acontecimiento extraordinario” para poner
fin a la situación presente.
Extraordinario e incluso prodigioso no quiere decir fenomenal. ¿Hay algo más extraordinario y más
prodigioso en la historia del mundo que la intervención de Juana de Arco en el momento en que iba a
comenzar para la cristiandad la gran tentación que quizás termine con su glorificación en los altares?
¿Hay algo más sencillo y fácil para Dios que escoger a una pequeña campesina en medio de su rebaño y
transmitirle su luz para llevar a cabo la expulsión de los Ingleses del suelo de Francia o para librarnos de
la tiranía de los francomasones, de los judíos y de Satán?

Si creemos en lo que afirman los santos, ese momento llegará, ese momento está cerca.

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(1) Según la doctrina de la Iglesia, las revelaciones hechas a un particular sólo tienen un valor privado, no
comprometen la creencia de nadie, sólo pueden servir a la edificación personal de los fieles y la Iglesia
cuando las aprueba sólo reconoce que en esas páginas no hay nada que se oponga a la fe o a la moral
cristianas.
CAPITULO LXVII

II. VOCES DE LOS SANTOS

Desde el siglo XII, Dios manifestó a Santa Hildegarda, abadesa benedictina, la gran Profetisa del Nuevo
Testamento como la bautizaron sus contemporáneos, el drama que iba a ocupar cinco a seis siglos de la
historia humana. San Bernardo, los papas Eugenio III, Anastasio IV y Adriano IV declararon
sucesivamente que sus revelaciones tenían a Dios por autor. (1)

En una carta dirigida al clero de Colonia y otra al de Trèves anunció el protestantismo, hijo del
Renacimiento. Indicó las causas y los autores. “Esos impostores, dijo, en la primera de esas cartas, no son
los que deben preceder el último día, pero sí el germen y el precursor. Sin embargo, su triunfo sólo tendrá
un tiempo. Luego vendrá la aurora de la justicia y vuestro fin será mejor que vuestro comienzo.
Instruidos por todo el pasado, resplandeceréis como oro muy puro y así permaneceréis bastante tiempo”
En estos términos habla al clero. Y continúa: “El pueblo espiritual se consolidará en la justicia por el
terror de los flagelos pasados, igual que los ángeles fueron confirmados en el amor de Dios por la caída
del diablo … Y los hombres admirarán cómo una tempestad tan fuerte pudo terminar en semejante calma
… y así el resultado final de ese error será la confusión del siglo”.

En la segunda carta anuncia también una era de renovación en que la virtud reflorecerá como en los
mejores días de la Iglesia.

En el Libro de las obras divinas anuncia la disgregación del santo imperio romano, la creciente hostilidad
contra el jefe de la Iglesia por parte del Poder secular y la ruina del Poder temporal de los Papas. Luego
dice: “Cuando el temor de Dios sea completamente puesto de lado, surgirán guerras atroces y crueles,
cantidad de personas resultarán inmoladas y muchas ciudades se convertirán en un montón de ruinas.
Hombres de una ferocidad sin par, suscitados por la justicia divina, arrebatarán el reposo a sus
semejantes. Así ha sido desde el comienzo del mundo: el señor entregará a nuestros enemigos la vara de
hierro destinada a vengarlo de nuestras iniquidades. Pero cuando la sociedad haya sido por fin
completamente purificada por sus tribulaciones, los hombres fatigados de tantos horrores, volverán
plenamente a la práctica de la justicia y se alinearán fielmente bajo las leyes de la Iglesia que nos hace
agradables a Dios … La consolidación reemplazará entonces a la desolación, los días de curación harán
olvidar por su prosperidad a las angustias de la ruina … En ese momento de renovación, la justicia y la
paz serán reestablecidas por decretos tan novedosos e inesperados que los pueblos, admirados confesarán
que nada semejante se había visto hasta entonces … Los judíos se unirán a los cristianos y reconocerán
con alegría la llegada de Aquel que hasta entonces negaban que hubiera venido a este mundo … Entonces
surgirán santos admirablemente dotados del espíritu de Dios y veremos una sobreabundante floración de
todo tipo de justicia en los hijos e hijas de los hombres … Los príncipes rivalizarán en celo con sus
pueblos para hacer reinar por doquier la ley de Dios … Los judíos y los herejes no pondrán límites a sus
alabanzas. “Por fin, exclamarán, ha llegado la hora de nuestra propia justificación, han caído a nuestros
pies las ataduras del error, hemos arrojado lejos de nosotros el pesado fardo de la prevaricación”.

Sin embargo, incluso en estos días, añade Santa Hildegarda, la justicia y la piedad todavía tendrán
momentos de fatiga y languidez, pero para retomar de inmediato su fuerza primera: “La iniquidad
levantará a veces la cabeza, pero de nuevo será aplastada, y la justicia se mantendrá tan firme y fuerte que
los hombres de ese tiempo volverán honradamente a las antiguas costumbres y a la sabia disciplina de los
tiempos antiguos. Los príncipes y los poderosos así como los obispos y los superiores eclesiásticos
tomarán ejemplo de aquellos que observen la justicia y lleven una vida loable. Lo mismo ocurrirá entre
los pueblos que trabajarán para mejorarse los unos a los otros, porque cada uno considerará cómo este o
aquel se eleva en la práctica de la justicia y de la piedad”.

La conjura anticristiana triunfará no obstante por última vez con el anticristo cuya venida, reino y
exterminio Santa Hildegarda describe.

Esta asombrosa profecía de una santa del siglo once todavía no se ha concretado. Evidentemente se
refiere a nuestro tiempo puesto que acaba de hablar de la ruina del poder temporal de los Papas. Parecería
apoyar nuestra tesis que considera lo que ocurre en el catolicismo desde el siglo catorce hasta nuestros
días, Renacimiento, Reforma, Revolución, como una sola y misma prueba, la tentación del naturalismo, el
antagonismo entre la civilización humanitaria y la civilización cristiana, lucha que terminará con el
triunfo del amor de Dios sobre el egoísmo de la criatura.
Hacia finales del siglo XIV, es decir en el momento en que el Renacimiento hacía entrar al pueblo
cristiano en las funestas vías que no dejamos de recorrer, Santa Catalina de Siena que tuvo la gloria de
llevar al Papado a la ciudad eterna previó también la infidelidad de los pueblos cristianos, los castigos que
atraería y la misericordia de Dios que nos sacaría de ello (2). Interrogada por Raymond de Capoue, su
confesor, dijo: “… Una vez pasadas esas tribulaciones y esas angustias, Dios purificará a la santa Iglesia
y resucitará el espíritu de sus elegidos con medios que escapan a toda previsión humana. Después de eso,
habrá en la Iglesia de Dios una reforma tan completa y una renovación tan dichosa de los santos pastores
que sólo de pensarlo mi espíritu se estremece en el Señor. Tal como ya os he dicho en otras ocasiones, la
Esposa de Cristo está ahora como desfigurada y cubierta de harapos, luego se volverá radiante de belleza,
y estará adornada por preciosas joyas y coronada con la diadema de todas las virtudes. La multitud de
pueblos fieles se regocijará de verse dotada de tan santos pastores. Por su parte, las naciones ajenas a la
Iglesia, atraídas por el buen aroma de JC, volverán al redil del catolicismo y se convertirán en el
verdadero Pastor y Obispo de sus almas. Agradeced pues al Señor por esa profunda calma que se dignará
devolver a la Iglesia después de esa tempestad.”

En el siglo XVI, en la segunda etapa del modernismo, una virgen italiana, B. Catalina de Racconigi, al
ver las primeras sesiones del concilio de Trento dijo que las divisiones de la Santa Iglesia no serían
llevadas a buen término por ese Concilio: “No habrá, concilio completo o perfecto antes del tiempo en
que venga el muy santo Pontífice que se espera para la futura renovación de la Iglesia. Los infieles se
convertirán entonces con gran fervor de espíritu a la santa religión”.

En el siglo XVII, el (Beato) Grignon de Montfort, igual que Ana Catalina Emmerich anunciaron que la
renovación de la Iglesia se haría por María y los santos apóstoles que suscitará. “Producirá las cosas más
grandes de los últimos tiempos: la formación y la educación de los grandes Santos, que estarán en el fin
del mundo, les está reservada … Superarán tanto en santidad a la mayoría de los otros santos como los
cedros del Líbano superan a los pequeños arbustos. Por un lado las grandes almas combatirán, derribarán,
aplastarán a los herejes con sus herejías, a los cismáticos con sus cismas, a los idólatras con sus idolatrías,
a los pecadores con sus impiedades; y por otra, edificarán el templo del verdadero Salomón y la mística
ciudad de Dios … Fue con María que la salvación del mundo comenzó y es con María que debe
consumarse”.

San Leonardo de Port-Maurice señala como punto de partida de esa intervención a la Santísima Virgen, la
definición de su Inmaculada Concepción.

V. Holzhauser, en su interpretación del Apocalipsis anuncia un monarca poderoso y un Santo Pontífice


que serán los instrumentos de las misericordias divinas.

“Mientras que todo es desvastado por la guerra, que los católicos son oprimidos por los herejes y los
malos cristianos, que la Iglesia y sus ministros se tornan tributarios, que los reinos son descompuestos, los
monarcas asesinados, los súbitos atormentados y que todos los hombres conspiran para erigir repúblicas,
se produce un cambio asombroso de la mano del Dios todopoderoso, tal como nadie puede humanamente
imaginarlo. El poderoso monarca vendrá, como enviado por Dios, destruirá las repúblicas por completo,
someterá todo a su poder y empleará su celo en favor de la verdadera Iglesia de Cristo. Todas las herejías
serán relegadas al infierno. Todas las naciones acudirán y adorarán al Señor su Dios en la verdadera fe
católica y romana. Muchos santos y doctores florecerán en la tierra. La paz reinará en todo el universo,
porque el poder divino atará a Satán por muchos años, hasta que venga el hijo de perdición que volverá a
desatarlo… Las ciencias serán multiplicadas y perfectas sobre la tierra. Las Santas Escrituras serán
comprendidas unánimemente, sin controversias ni error herético. Los hombres serán iluminados tanto en
las ciencias naturales como en las ciencias celestiales”. Cabe subrayar que esto se escribió a mediados
del siglo XVII en que no se podía tener idea del desarrollo de las ciencias naturales al que asistimos. V.
Holzhauser añade: “Habrá un concilio ecuménico mayor del que nunca hubo en el que por un favor
particular de Dios, por el poder del monarca anunciado, por la autoridad del Santo Pontífice y por la
unidad de los príncipes más piadosos, todas las herejías y el ateismo serán desterrados de la tierra. Se
declarará el sentido legítimo de las Santas Escrituras que será creído y admitido por todo el mundo,
porque Dios habrá abierto la puerta de su gracia”.
A menudo se habla en otras profecías del gran rey y del santo Pontífice que deben actuar de concierto
para reestablecer todas las cosas en la verdad y la justicia. No consignaremos lo que dicen al respecto, ni
el detalle de los acontecimientos que anuncian, porque en esas predicciones particulares hay demasiados
elementos aleatorios como para que podamos concretar. Sólo nos hemos propuesto mostrar cómo Dios
parece haber querido sostener el valor de sus hijos en medio de las calamidades que todo anuncia como
próximas, diciéndoles: durante esos castigos estaré siempre con vosotros y tras el ejercicio de la justicia
llegará una manifestación de misericordia y de amor tan grandes que hasta ahora no habido nada
semejante.

La Beata María de Agreda, autora de la Ciudad Mística (3) narra que estando en el coro, para Maitines,
un día de la Inmaculada Concepción, cayó en éxtasis. Vió a un dragón repulsivo de siete cabezas, salir del
abismo acompañado por otros millares que se dispersaron por el mundo, buscando y designando a los
hombres de los que se servirían para oponerse a los designios del Señor y para tratar de impedir la gloria
de su muy santa Madre y los beneficios que iban a ser depositados en su mano por el universo entero. El
gran dragón y sus satélites lanzaban oleadas de humo y de ponzoña para envolver a los hombres con
tinieblas y errores e infestarlos de malicia. “Esta visión de los dragones infernales me causó, nos dice, un
justo dolor. Pero vi enseguida que dos ejércitos bien alineados se disponían en el cielo a combatirlos.
Uno de ellos era de nuestra gran Reina y de los Santos y el otro de San Miguel y sus ángeles. Supe que el
combate sería encarnizado por ambas partes pero que el resultado de la lucha era indudable”.

Una religiosa franciscana del monasterio de los Urbanistas de Fougères, nacida en 1731 y muerta en
1798, predijo la Revolución, la tercera edad del modernismo, la que todavía recorremos, e indicó las
causas: los nuevos principios (principios del 89) que darían a Francia una nueva constitución de las que
brotarían las mayores desdichas. Luego añadió: “No debo olvidar las esperanzas que Dios me da de
reestablecimiento de la religión y de la recuperación de los poderes de Nuestro Santo Padre el Papa. Veo
en la luz del Señor a una gran Potencia conducida por el Espíritu Santo y que, por una segunda
conmoción (4) reestablecerá el buen orden. Todos los falsos cultos serán abolidos, quiero decir, todos los
abusos de la Revolución serán destruidos y los altares del verdadero Dios reestablecidos. Los antiguos
usos serán puestos nuevamente en vigor y la religión, al menos en ciertos aspectos será más floreciente
que nunca … Después que Dios haya satisfecho su justicia, derramará gracias en abundancia sobre su
Iglesia, que verá cosas deslumbrantes incluso por parte de sus perseguidores que acudirán a echarse a sus
pies, reconociéndola y pidiendo perdón a Dios y a ella por todas las iniquidades y los ultrajes cometidos”.

Una romana, Elisabeth Canori-Mora, de la orden de la Santa Trinidad (1774-1825), en el momento en que
la Alta Venta se estableció en Roma y tramó los complots de los que ya hablamos, lo supo por revelación,
e igual que Ana Catalina Emmerich se ofreció como víctima a la justicia divina para hacer fracasar sus
maquinaciones. El 8 de diciembre de 1820 Nuestro Señor se le apareció y la exhortó a aceptar los
tormentos que las potencias infernales le harían sufrir en su cuerpo y en su alma que sería reducida a una
agonía comparable a la suya en el Jardín de los Olivos. El 15 de febrero de 1821 cuando los demonios
rugían al verla desbaratar con su inmolación sus tramas infernales, Nuestro Señor se le apareció de nuevo
y le dijo : “Tu sacrificio intenso y constante me fuerza a cambiar mi justicia. Suspendo por ahora el
castigo merecido. Los cristianos no serán dispersados, ni Roma privada de su Soberano Pontífice.
Reformaré a mi pueblo y a mi Iglesia. Enviaré a sacerdotes devotos y también a mi Espíritu a renovar la
tierra”.

Refiriéndose al castigo que debe preceder esa renovación dice: “Todos los hombres se rebelarán; se
matarán entre sí masacrándose sin piedad. Durante ese sangriento combate, la mano vengadora de Dios
estará sobre esos desdichados y castigará su orgullo. Se servirá del poder de las tinieblas para exterminar
a esos hombres sectarios e impíos que desearían derrocar a la Santa Iglesia y destruirla hasta los
cimientos. Inmensas legiones de demonios recorrerán al mundo entero y con las grandes ruinas que
causarán estarán ejecutando las órdenes de la Justicia Divina. De este modo los hombres serán castigados
por la crueldad de los demonios porque se habrán sometido voluntariamente al poder infernal y se habrán
aliado con él contra la Iglesia Católica … ¡Dichosos los buenos y verdaderos católicos! Tendrán con ellos
la poderosa protección de los santos Apóstoles Pedro y Pablo que velarán por ellos para que no sufran
ningún daño, ni en sus personas ni en sus bienes. Los malos espíritus devastarán todos los lugares donde
dios haya sido ultrajado, blasfemado y tratado de manera sacrílega. Esos lugares serán arrasados,
destruidos, y no perdurará ningún vestigio.

“Tras ese terrible castigo vi de pronto como el cielo se aclaraba. San Pedro y San Pablo, por orden de
Dios, encadenaron a los demonios y los hicieron entrar en tenebrosas cavernas de las que habían salido.
Entonces apareció sobre la tierra una bella claridad que anunciaba la reconciliación de Dios con los
hombres. Ofrecieron sus acciones de gracia a Dios que impidió que la Iglesia fuera arrastrada por las
falsas máximas del mundo. Las órdenes religiosas fueron reestablecidas y las casas de los cristianos se
asemejaban a casas religiosas por su gran fervor y celo para gloria de Dios”.

En ese mismo momento el espíritu profético parece haber sido otorgado también al Padre Nectou de la
Compañía de Jesús. Monseñor Lyonnet, arzobispo de Alby, en su historia de Monseñor de Aviau,
arzobispo de Burdeos dice de él que “como nuevo Jeremías había anunciado el decreto que dispersaría su
sociedad, la Compañía de Jesús, con detalles tales que la perspicacia humana no podría entrever: nombres
propios, fechas y otras circunstancias fueron indicadas con una exactitud que rayaba en el prodigio.”
Según Monseñor Gillis, vicario apostólico de Edimburgo, el Padre Nectou anunció también desde antes
de la revolución de 1789, la Restauración, seguida de la usurpación de Louis-Philippe y más tarde la
contra-revolución. Lo exponía así: “Se formarán en Francia dos partidos que se harán una guerra a
muerte. Uno será mucho más numeroso que el otro, pero será el más débil el que triunfe. Llegará
entonces un momento tan terrible que se creerá en el fin del mundo. La sangre correrá en muchas grandes
ciudades. Los elementos se rebelarán. Será como un pequeño juicio. En esa catástrofe perecerá una gran
multitud, pero no prevalecerán los malos. Tendrán la intención de destruir por entero a la Iglesia, pero no
tendrán tiempo para hacerlo porque ese horrible periodo será breve. En el momento en que se crea todo
perdido, todo se salvará. Ese caos terrible será general y no sólo para Francia.

Tras esos terribles acontecimientos volverá el orden; se hará justicia a todos, se consumará la contra-
revolución. Entonces el triunfo de la Iglesia será tal que nunca habrá habido nada igual.

Estaremos cerca de esa catástrofe cuando Inglaterra comience a sacudirse (sin duda, por el retorno a la
unidad católica, y esas sacudidas existen).

Cuando estemos cerca de esos hechos que deben traer el triunfo de la Iglesia, todo estará tan revuelto en
la tierra que se creerá que Dios ha abandonado por entero a los hombres a sus sentidos y que la divina
Providencia ya no cuida del mundo (cuántas personas sienten la tentación de decirlo en la actualidad).”

En el Problema de la hora presente tuvimos ocasión de hablar de la profecía de Sor Mariana de las
Ursulinas de Blois, que nos dijo: “Habrá que rezar porque los malvados querrán destruirlo todo. Antes del
gran combate serán los amos; harán todo el mal que puedan, no todo el que quisieran porque no tendrán
tiempo. Ese gran combate será entre buenos y malos. Los buenos al ser menos numerosos estarán a punto
de ser destruidos, pero por el poder de Dios todos los malvados perecerán. Cantaréis un Te Deum como
nunca se cantó. sin embargo, las revueltas no se extenderán por toda Francia sino solo en algunas grandes
ciudades y habrá masacres, sobre todo en la capital, donde serán grandes. El triunfo de la religión será tal
que nunca se habrá visto nada igual; todas las injusticias serán reparadas, las leyes civiles se pondrán en
armonía con las de Dios y la Iglesia; la instrucción impartida a los niños será eminentemente cristiana. Se
reestablecerán las corporaciones de obreros.“

Se han publicado muchas otras profecías de personajes menos conocidos: es inútil citarlas porque tienen
menos autoridad, porque repiten lo dicho por otras y por último por tener un carácter político en el que no
deseamos demorarnos.

Lo que nos habíamos propuesto era mostrar cómo, según dicen esos personajes, terminaría la desviación
de las naciones cristianas, iniciada en el siglo XV por el Renacimiento, agravada por la Reforma,
completada por la Revolución. Todas las profecías coinciden en anunciarnos: un terrible trastorno,
consecuencia natural y necesaria de la apostasía, un gran combate entre los malvados que quieren destruir
todo lo que queda de la civilización cristiana y los buenos, siempre fieles a Dios –una intervención divina
a favor de estos últimos, debida a la Santísima Virgen y por último una renovación religiosa tan profunda
que nunca la tierra habrá presenciado nada parecido.

¿Está cerca la hora de esta crisis, ya hemos llegado? Quién puede decirlo. Pase lo que pase, sea lo que sea
aquello de lo que seremos testigos, tengamos el alma en paz por la oración y la confianza en la
Misericordia y la bondad del Señor, Soberano de todas las cosas.
1. Santa Hildegarda apenas tenía cinco años cuando el Espíritu Santo la embargó de una visión
sobrenatural que sólo terminó con su muerte. Treinta y seis años más tarde, el Espíritu del Señor la
inundó con sus luces e hizo de ella un doctor de la Iglesia. Sus primeras revelaciones forman el libro
Conoce los caminos del Señor. Es una especie de epopeya donde se desarrolla toda la historia religiosa de
la humanidad, desde la creación del mundo hasta la consumación final. Las tres últimas visiones
consignadas en ese libro revelaron a la santa el fin de los tiempos y le hicieron entrever el paraíso. A la
edad de sesenta y cinco años contempló y retrazó durante siete años las visiones del Liber divinorum
operum. La décima y última visión de la obra es otra revelación de los últimos tiempos del mundo.
Además de sus obras, tenemos de ella numerosas cartas, puesto que correspondía con papas, cardenales,
obispos, doctores de París, Reyes, reinas, grandes de toda Europa, hasta Constantinopla y Jerusalén.
Nació hacia el año 1100.

2. Los 33 años de su vida, igual que Ana Catalina Emmerich transcurrieron en medio de sufrimientos y
también de desprecio y odio que el cumplimiento de su misión suscitaban en su entorno. Desde la edad de
10 años, experimentó el suplicio infligido a Nuestro Señor sobre la cruz. Toda su vida estuvo asociada a
la pasión de Cristo. La Iglesia parecía desmoronarse bajo el peso de una de las más terribles pruebas que
tuvo que padecer, el gran cisma. La virgen de Siena se arrojó a la arena para defenderla y el demonio
desencadenó contra ella sus más terribles cóleras. En una de sus oraciones decía: “Ahora el mundo se
derrumba en la muerte y mi alma no puede soportar el doloroso espectáculo. ¿Qué medidas adoptarás
Señor para reanimarla, puesto que ya no puedes soportarlo y ya no desciendes de los cielos para
rescatarnos, sino para juzgarnos? Señor, tienes servidores a los que llamas tus Cristos y con ellos puedes
salvar al mundo y devolverle la vida. Danos pues Cristos para que entreguen su vida por la salvación del
mundo con ayunos, horas en vela y lágrimas”. Dios suele escoger lo que es débil a los ojos del mundo
para confundir a los fuertes (IK Cor. 1-27). Para llevar a los Papas de Aviñón a Roma se sirvió de una
humilde vendedora, Catalina de Siena; para librar a Francia, de la pastorcilla de Donrémy; para fundar, en
nuestros días, la obra colosal de la Propagación de la Fe recurrió a una pobre obrera de Lyon y la pequeña
campesina de Lourdes se encargó de producir ese inmenso movimiento de los pueblos hacia las grutas del
Gave.

3. El 13 de septiembre de 1909, los restos mortales de la Beata María de Jesús de Agreda, franciscana
concepcionista española fueron exhumados con miras a su próxima beatificación. Llevaba 244 años
yaciendo en una cripta húmeda. La urna que los contenía fue abierta en presencia de todas las
autoridades. El cuerpo exhalaba un delicioso perfume, incomparable. En su informe los médicos
declararon que estaba en perfecto estado de conservación.

4. Por la misma época J.de Maestre decía “Es infinitamente probable que los Franceses nos “preparemos”
otra tragedia.
CAPITULO LXVIII

III. VOCES DE LA SANTA IGLESIA

En el momento en que se establecían los principios que iban a conducir a la situación actual, Santa
Gertrudis, abadesa benedictina de Heldelf recibió del apóstol San Juan las primeras manifestaciones de
bondad y misericordias infinitas del Sagrado Corazón, para que la devoción que le manifestamos nos
ayudara a soportar nuestras pruebas y a esperar el final con confianza.

Sabemos que el oficio del Sagrado Corazón está lleno de promesas no sólo de misericordia sino de un
futuro semejante al antes descrito por los amigos de Dios.

La misa, en su introito, comienza con estas palabras: “El Señor tendrá piedad de nosotros mediante sus
numerosas misericordias; porque no fue Su corazón quien nos humilló, El no rechazó a los hijos de los
hombres. El Señor es bueno para quienes confían en El, para el alma que lo busca. Cantaré eternamente
las misericordias del Señor, de generación en generación, las celebraré”.

Basadas en el capítulo XII de Isaías:

Aquel día dirás:


Te doy gracias Señor,
Porque estabas airado contra mi,
Pero ha amainado tu ira
Y me has consolado.
El es el Dios que me salva;
Tengo confianza y ya no temo,
Porque mi fuerza
Y mi alegría es el Señor,
El es mi salvación”.
Sacaréis agua con júbilo
De las fuentes de la salvación”.
Aquel día diréis:
Dad gracias al Señor
Invocad su nombre
Proclamad entre los pueblos
Sus hazañas
Pregonad que su nombre es sublime
Cantad al Señor
Porque ha hecho maravillas
Que lo sepa la tierra entera.
Gritad jubilosos, habitantes de Sión
Porque es grande en medio de ti
El Santo de Israel.

En Maitines, la segunda y tercera lecciones prosiguen con las promesas del capítulo XXVI:

Aquel día se cantará este cantar en la tierra de Judá:


Tenemos una ciudad fuerte (la Santa Iglesia)
El Señor la ha protegido con fortificaciones y murallas
Abrid las puertas
Para que entre el pueblo justo
Que se ha mantenido fiel
Está firme su ánimo, mantiene la paz,
Porque ha puesto en ti su confianza.
Confiad siempre en el Señor,
Que el Señor es la roca perpetua!

Doblegó a los que habitaban en lo alto


Derribó a la ciudad encumbrada
La derribó hasta el suelo
La arrojó en el polvo
Y será pisoteada por los humildes
Por los pasos de los pobres”
La senda del justo es recta
Tú allanas el sendero del justo
Caminamos por la senda
Que marcan tus leyes
Hemos puesto en tí, Señor,
nuestra esperanza;
ansiamos tu nombre y tu recuerdo
Mi alma te ansía de noche
Mi espíritu en mi interior
Madruga por ti
Pues cuanto tu gobiernas la tierra
Aprenden justicia
Los habitantes del orbe.

¿Puede acaso la Santa Iglesia pronunciar un cántico más veraz, después del triunfo prometido, al
comienzo de la era de paz y prosperidad que la divina misericordia del Sagrado Corazón debe procurarle?

Cada año, la Santa Iglesia en su liturgia lo llama.

Desde el primer día de Adviento comienza su oficio con esta invitación: “Venid, adoremos al Señor, al
Rey que debe venir”.

Durante todo este tiempo nos da como lecciones de Santas Escrituras las profecías de Isaías. Y estos son
los pasajes que escoge:

”Al final de los tiempos estará firme el monte del templo del Señor; sobresaldrá sobre los montes,
dominará sobre las colinas. Hacia él afluirán todas las naciones, vendrán pueblos numerosos. Dirán:
“Venid, subamos al monte del Señor, al templo del Dios de Jacob, El nos enseñará sus caminos y
marcharemos por sus sendas.”

“Y ese día, el descendiente de Jessé (El Mesías) será enarbolado ante los pueblos, como un estandarte: las
naciones le ofrecerán sus oraciones y su sepulcro será glorioso … La tierra se llenará del conocimiento
del Señor igual que las aguas cubren al mar”.

“El Señor ofrecerá a todos los pueblos, sobre esta montaña (la Iglesia) un festín de viandas deliciosas, un
festín de vinos exquisitos (la doctrina y los sacramentos, en particular la Eucaristía). Y romperá sobre esta
montaña la cadena que estaba sujeta sobre todos los pueblos y la tela que el enemigo había tejido sobre
todas las naciones”.
Que la Santa Iglesia entiende estas palabras del reino social de Nuestro Señor parece indicarlo los
responsos que ella misma ha compuesto para acompañar en el Oficio a la lectura de las Santas Escrituras
y los salmos.

A partir del primer domingo de Adviento transmite a sus hijos lo que contempla en medio de las tinieblas
de este mundo … Ve llegar sobre las nubes del cielo al Hijo del hombre, a su divino Esposo, no para
juzgar a los mortales sino para reinar; no para reinar únicamente sobre las almas consideradas
individualmente, sino para establecer su imperio sobre todos los pueblos, sobre todas las tribus y todas las
lenguas del universo: “Aspiciebam in visu noctis et ecce in nubibus coeli. Filius hominis veniebat; et
datum est Ei regnum et honor; et omnis populus, tribus et lengua servient Ei. Miraba en la visión
nocturna y he aquí que el Hijo del hombre venía en las nubes del cielo y le fue dado el reino y el honor. Y
todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán.

Más adelante exclama: “Sí, vendrá y con El todos los santos”. Y ese día la tierra resplandecerá con gran
luz y el Señor reinará sobre todas las naciones. Dominará hasta los últimos confines de la tierra; y todos
los reyes lo adorarán y todos los pueblos le servirán … Ved qué grande es Aquel que viene para salvar a
las naciones! Ecce Dominus veniet et omnes sancti Ejes cu meo et erit in die illa lux magna. Et regnabit
doominus super gentes … Dominatur usque ad terminos orbis terrarum … et adorabunt eum omnes
Reges, omnes gentes servient Ei Intuemini quantus sit iste qui ingreditur ad salvandas gentes.

¿Cuándo vio la Santa Iglesia, desde el origen del Cristianismo, realizarse tales deseos ? Hace 19 siglos
que por toda la tierra y en los labios de todos los que cantan en su nombre el divino oficio hace resonar
con confianza inquebrantable estas humildes súplicas: “Ven Señor y no tardes, ven a reinar sobre todas
las naciones de la tierra, que entonces sólo te invocarán a ti. (O radix Jesse quem gentes depreeabuntur,
veni jam noli tardare).”
Pero no es sólo en Adviento cuando la Iglesia expresa estas esperanzas y estos deseos. Todos los días del
año casi sin excepción, con las primeras luces, los monjes cantan y todos los sacerdotes recitan el Salmo
LXVI en el que el Rey David pide con tanta insistencia el advenimiento del reino social de Cristo Jesús:
“Oh Dios ten piedad de nosotros, danos a conocer tus caminos sobre la tierra, - los caminos misteriosos
de tu Providencia – y la salvación que preparas para todas las naciones … Señor, que los pueblos te
alaben, más aún que TODOS los pueblos entren en ese concierto de alabanzas. (Confiteantur tibi populi,
Deus; confiteantur tibi populi OMNES.)” En ese salmo que sólo cuenta con 6 versos, las palabras pueblos
y naciones se repiten hasta 9 veces y el cántico termina con ( “et metuant Eum omnes fines terrae …”)
que el temor al Señor se difunda por doquier y alcance los confines de la tierra.

¿Diríamos que ese salmo sólo contiene versos y no una promesa formal del Todopoderoso?

Primero, sería extraño que el Espíritu de Dios pusiera desde hace tanto tiempo y todos los días, en labios
de su Esposa, deseos quiméricos. Además, lo que el salmo LXVI contiene en forma de deseos ardientes,
multitud de otros pasajes de las Santas Escrituras lo afirman como un acontecimiento futuro cuyo
cumplimiento no puede demorarse indefinidamente.

¿Quién no conoce el canto de triunfo dedicado a Cristo Rey y que la Iglesia no se cansa de repetir en los
días de gozo de Navidad y Epifanía? (“Deus, judicium tuum regiu da … Benedicentur in ipso omnes
tribus térrea, omnes gentes magnificabunt eum) Oh Dios, entrega el cetro al Rey. Que todas las tribus de
la tierra sean bendecidas en él, que todas las naciones lo glorifiquen”. Es la gran promesa de Dios a los
patriarcas Abraham, Isaac y Jacob.

Esta profecía todavía no se ha realizado. Todos los años, la Santa Iglesia la pone en nuestros labios en la
solemnidad de Epifanía y cual es su deseo sino que ese día todos pidamos a Dios con fervor que apure el
cumplimiento, ut compleatur et ad exitum perducatur.

De modo que desde hace 19 siglos, la liturgia de la Iglesia Católica conserva en favor de las sociedades,
en favor de los pueblos y de las naciones de la tierra, o mejor aún, a favor de la humanidad entera,
esperanzas que todavía no se han realizado y que además, afirma que un día se realizarán.

Pero, no es sólo en la tierra donde se encuentran esas esperanzas y la oración que debe apurar su
realización.

San Juan, tuvo un día ocasión, en la Isla de Pathmos, de asistir a las funciones y ceremonias del culto que
los ángeles y los santos rinden en el cielo a la majestad divina y el Apóstol bienamado nos ha transmitido
en su libro del Apocalipsis un eco de los cantos que resuenan en la Jerusalem celeste.

Noche y día, los Dichosos llaman con sus deseos al reino universal de Cristo: Réquiem non habebant die
ac nocie … Et adorabant dicentes Dignus es,k Domine, accipere gloriam et honores et virtutem … Fecisti
nos Regnum. Et regnabimus super terram. Día y noche no cesaban de adorar y decir : Eres digno Señor
de recibir la gloria, el honor y el poder … Nos hiciste reyes y reinaremos sobre la tierra. (Passim)”

Sobre todo los mártires parecen impacientes de ver despuntar la aurora de ese gran día: “¿Por qué Señor,
exclaman, dilatas todavía el hacernos justicia? ¿Por qué no ejerces tu juicio sobre los que, aliados con la
antigua serpiente, frenan en la tierra la marcha del Divino Triunfador?” (usquequo, domine, non judicas?)
Apoc. VI,10.

“Sabemos, cantan en coro los habitantes del cielo, sabemos que un día todas las naciones de la tierra
acudirán y adorarán en presencia de tu Santa Majestad … (Quoniam omnes gentes venient et adorabunt
in conspectu tuo).

Y cuando la hora del triunfo, que pedimos con nuestros deseos, haya sonado y la bestia haya sido
vencida, todos los bienaventurados exclamarán: “Ha llegado la hora del reino de nuestro Dios y de su
Cristo sobre la tierra y reinará durante largos siglos …” (Factum est Regnum humus mundi Domini nostri
et Christi Ejes, et regnabit in soecula soeculorum. Amen) (XI,15)

No podemos asegurar que en los días en que estamos está reservada la realización de tan magníficas
promesas. La vida de la Iglesia está hecha de alternativas, de pruebas y triunfos: pruebas cada vez más
terribles, triunfos cada vez más deslumbrantes. Aquel que las Santas Escrituras nos describen tan
entusiastamente será el último. ¿Se producirá antes o después del reino del Anticristo? Las opiniones
están divididas (1) Dios no ha querido iluminarnos acerca de la época de esos últimos tiempos.
Nuestro Señor y los Apóstoles nos describieron los signos precursores del juicio, pero a sus discípulos
que le interrogaban al respecto, el divino Salvador les respondió: “No os corresponde conocer el tiempo
ni el momento que el Padre determinó”.

(1) Un sentimiento compartido por muchos de los que han tratado de interpretar las revelaciones
divinas consignadas en las Santas Escrituras los lleva a creer que el triunfo completo de la secta
masónica, con el reinado de su jefe sobre todas las naciones, sería el punto máximo de la prueba a la que
debería someterse la humanidad, antes de gozar plenamente de los beneficios de la Redención. Luego
vendrían los largos siglos del reinado de Cristo sobre todas las naciones.

Fuera de las profecías mesiánicas y de su interpretación, ya hemos dicho que espíritus eminentes como J.
de Maistre, han pensado que lejos de estar en los últimos días del mundo estábamos todavía en los
primeros siglos de la Iglesia.

En una carta a la Sra. Swetchine decía: “Cuando su gente (los cismáticos) habla de los primeros siglos de
la Iglesia no tienen las ideas claras. Si tuviéramos que vivir mil años, los 80 que son hoy el máximo
común serían nuestros primeros años. ¿Qué se entiende por los primeros siglos de una Iglesia que debe
durar tanto como el mundo? … etc. etc. Esa es la idea a seguir”.

Y en el libro del Papa: “Las palabras juventud del cristianismo me permiten observar que esa expresión y
otras del mismo tipo se relacionan con la duración total de un cuerpo o de un individuo. Si por ejemplo
me represento a la República Romana que duró 500 años, se lo que quieren decir esas expresiones:
juventud o los primeros años de la República Romana. ¿Qué es pues la juventud de una religión que debe
durar tanto como el mundo? Se habla de los primeros siglos del cristianismo: en verdad, no podría
asegurar que ya han pasado”.

Un santo religioso, el P. Desurmont, tras haber recordado los signos que según el Evangelio deben
anunciar la venida del hombre pecador dice: “ que esas conjeturas y esas dudas no nos turben en exceso
porque, por un lado nada nos dice que tras el paso de ese hijo mayor de Satán, la humanidad no verá,
durante largos años, un triunfo de Cristo aquí abajo y por otra parte, incluso y sobre todo al acercarse esas
épocas agitadas, el hijo de Dios y de la Providencia halla, en las mismas desdichas de su tiempo, los
misteriosos secretos de un contento superior.” (La Providence, p.445).
CAPITULO LXIX
IV. VOCES DE LA TIERRA

EL MUNDO SE UNIFICA ¿Con qué fin?

Pero he aquí algo que no podemos ignorar porque la vemos producirse bajo nuestros ojos y que es, en el
orden de las cosas naturales, el acontecimiento más prodigioso que se haya visto desde los orígenes de la
humanidad. Queremos referirnos a ese trabajo de unificación del género humano al que asistimos y al que
se entregan con miras bien diversas e incluso para fines opuestos, la ciencia y la política, el celo de los
hijos de dios y el odio de los hijos de Satán. Esa tarea nunca vista, que nos hace asistir a resultados que
hubieran sacudido a nuestros padres de asombro y admiración, ¿es temerario creer que Dios lo conduce
para la realización de los designios de infinita bondad que acaban de profetizarse?

“Lo que es seguro, decía de Maestre, es que el universo marcha hacia una gran unidad que no es fácil
percibir y definir. El furor de los viajes, la comunicación de las lenguas, la mezcla inaudita de hombres
operada por la terrible sacudida de la Revolución, las conquistas sin igual y otras causas todavía más
activas, aunque menos terribles, no permiten pensar de otro modo.” En muchos puntos de sus obras, el
Vidente expone más detenidamente esos pasos del género humano hacia la unidad que había antes de
Babel y que quiere reconquistar. Les vemos multiplicarse y podríamos decir, precipitarse hasta el punto
del desenlace, que De Maistre decía no poder fechar, y que puede parecernos próximo.

América, Asia, Oceanía, Africa, ya no hay ningún lugar en el mundo en que los Europeos no se hayan
instalado, imponiendo sus lenguas, sus ideas, sus costumbres y sus instituciones. Y por su parte, todas las
razas humanas entran en el torbellino político, comercial y científico que las acerca, que tiende a
unificarlas como antes de la dispersión de Babel. Algunos lo hacen espontáneamente, otros son
arrastrados por la fuerza.

“La unificación del mundo, dice M. Dufourq en el prefacio de su gran obra, El Futuro del Cristianismo,
parece hoy, sobre todo desde hace unos diez años, acelerar su marcha y precipitar su curso. Los diversos
pueblos que forman la humanidad han vivido largos siglos separados los unos de los otros; tienden cada
vez más a salir de su aislamiento, a desarrollar la solidaridad que los vincula y a unirse en una gran
familia.”

Esto se escribía en 1903 ó 1904. La guerra entre Rusia y Japón, luego la emulación de China abrieron
infinitos horizontes.

¿Qué resultará de la militarización de Oriente a la Europea? Sólo Dios lo sabe. Acaso no es digno de
señalar que las expediciones lejanas en las que los Estados europeos se han lanzado desde hace medio
siglo a menudo han producido resultados opuestos a los que perseguían? Inglaterra, Francia, Rusia sin
duda no se proponían sacar a los pueblos asiáticos de sus tierras y lanzarlos al mundo. Japón tiene hoy un
ejército igual al de Alemania. China se está convirtiendo en una potencia militar de primer orden.

El mismo fenómeno político se da en el campo científico. Cuántos descubrimientos se han hecho. El


vapor, la electricidad y los nuevos usos a los que la sometemos, telegrafía, telefonía, telegrafía sin hilos,
dirigibles, … todo eso sirve y servirá como las revoluciones, como las guerras, como las migraciones,
para acercar a los hombres (1). Por referirnos sólo a la aviación humana, con sus aeroplanos y sus
dirigibles, hace que el hombre ya no conozca fronteras. En ocasión del transporte de alimentos de
diferentes climas a los pueblos más distantes, de Maestre decía: “No hay azar en el mundo y sospecho
desde hace mucho que esto obedece de cerca o de lejos a alguna obra secreta que opera en el mundo sin
nosotros saberlo”. ¿Qué podemos decir hoy? ¿Adonde nos conducirá el radio que ha venido a darnos un
conocimiento más íntimo de la materia?

Inglaterra trabaja desde hace 25 años en la realización de un tren “bicontinental” que surque Africa, desde
el Cabo al Cairo y Asia, desde el Cairo a Singapur.

Al Cabo-Cairo-Singapur se le sumaría el “tricontinental” que uniría Europa con Africa y Asia. Cortaría
diagonalmente Africa desde Mozambique a Tánger pasando por el norte del lago Tchad, de allí a Figuig,
y luego a Fez por el pasillo de Taza.
Los bancos y el papel moneda daban a los extranjeros maravillosas facilidades. Un sabio suizo, René de
Saussure trabaja en obtener la moneda universal: un valor que tendría curso en todo el intercambio
internacional del dinero.

Las mismas búsquedas en cuanto al intercambio de ideas. En Japón acaba de fundarse (1908) una
sociedad Romajikwai, para la adopción de la forma latina de las letras. Cuenta con un periódico y trabaja
para hacer editar en caracteres latinos las obras de los principales escritores del país. El marqués Saïoujl,
primer ministro, es su presidente y muchos Japoneses son partidarios de esta reforma destinada a crear un
medio más fácil de comunicación con los demás países.

Se conocen los diversos intentos para crear una lengua universal: el Esperanto, el Volapuk, el Ido que
atestiguan también la necesidad que agita a los espíritus de acercar a los pueblos.

Al mismo ritmo que todas estas innovaciones avanza la Revolución.

Hemos visto que desde sus primeros días, se expresó el deseo de lograr que todas las naciones fueran un
solo pueblo, destruir las nacionalidades para constituir sobre sus ruinas una república universal; y por
otra, acabar con el cristianismo y fundar una religión nueva, religión humanitaria a los ojos de algunos,
religión satánica para otros, pero para unos y otros, religión universa, que englobaría a todos los hombres
para encerrarlos en el mismo templo igual que en la misma ciudad.

Semejante concepción, un proyecto así debía parecer entonces pura locura. Pero hay que reconocer que
actualmente se muestra más realizable que podía serlo para quienes fueron los primeros en exponerlo,
para los hombres de la Convención; y que todo, en el movimiento de ideas, al igual que en las
revoluciones políticas y en los descubrimientos y las aplicaciones de la ciencia, parece prestarse a su
realización.

¿Cómo es posible, hace un siglo, cuando no podían tener ninguna idea de lo que ahora vemos, cómo los
hombres de la Revolución pudieron concebir el pensamiento de una Revolución que abrazará así a la
humanidad entera para transformarla tan radicalmente?

Sólo puede explicarse por la inspiración de Satán. El ángel caído veía, en sus causas, los acontecimientos
a los que hoy asistimos y que rompen una tras otra las barreras que separaban a pueblos y razas; también
veía los progresos que iban a hacer las ciencias físicas que acababan de nacer y las revueltas sociales que
producirían. Veía finalmente, las radicaciones negaciones a las que los discípulos de Voltaire y de
Rousseau arrastrarían a la razón separada de la fe. Se prometió apoderarse, a través de los que
consintieran en hacerse sus esclavos en sociedades secretas, de esos movimientos de orden material y
orden intelectual, de orden político y moral y de usarlos para reestablecer sobre todo el género humano, el
reino que la regeneración cristiana le había hecho perder.

Sabemos cómo y con qué éxito trabajó durante todo el siglo XIX. Hemos escuchado a sus secuaces en el
gobierno y en la prensa, en las logias y en los clubes, exclamar con una sola voz: ¡Tenemos la victoria!

En su número del 7 de enero de 1899, la Cruz citaba estas palabras de un judío: “Es nuestro imperio el
que se prepara; es el que llamáis el Anticristo, el judío temido por vosotros, que aprovechará todos los
nuevos caminos para proceder rápidamente a conquistar la tierra”.

No saben, o quieren ignorar, que por encima de su maestro Satán, infinitamente por encima está Dios,
Dios Todopoderoso. Creó al mundo para su gloria, la gloria inexpresable que le será eternamente
manifestada por todas sus criaturas, sin excepción, aunque diversamente, las unas alabando su bondad,
otras, su justicia. Hasta el día de las supremas retribuciones las deja a su libre arbitrio, de tal forma sin
embargo, que tanto los malos como los buenos, el mal como el bien, sirven para cumplir los designios de
su Sabiduría infinita.

Como dijo Donoso Cortés : “Lucifer no es el rival, es el esclavo del Altísimo. El mal que inspira o que
introduce en el alma y en el mundo no lo introduce, no lo inspira sin el permiso del Señor; y el Señor sólo
se lo permite para castigar a los impíos o para purificar a los justos con el hierro candente de la
tribulación. De este modo, el mal mismo llega a transformarse en bien bajo el conjuro todopoderoso de
Aquel que no tiene igual, ni en poder ni en grandeza ni en prodigios, que es Aquel que es y que tomó todo
lo que es de fuera de El, de los abismos de la nada.”
Dios permite, somos testigos (sí!) de los desvaríos del hombre e incluso de su rebelión contra él, pero en
una medida que no se rebasará, El espera. Todo servirá a sus designios y cuando la prueba haya cesado
todo estará en su lugar; sólo habrá mal para los culpables obstinados. Pero, digámoslo, los mismos
culpables recordarán aún los designios llenos de amor de dios para sus criaturas: lo que habrá causado su
pérdida será el abuso de un beneficio que estaba destinado a procurarles un peso inmenso de gloria, el
abuso de la libertad que dios da a sus criaturas para formar a los elegidos que puedan decir con San Pablo:
“Es por la gracia de Dios que soy lo que soy, y su gracia para conmigo no ha sido vana, trabajé pero sin
embargo no era yo sino la gracia de Dios que está conmigo”.

El fundador del Iluminismo francés, San Martín, tenía la intuición de estas verdades y se decía que Satán
bien podría no tener la última palabra de la Revolución. El 6 de enero de 1794 escribía al barón de
Kirchberger: “Nunca he dudado que la Providencia se mezclara en nuestra Revolución y que no era
posible que retrocediera. Creo más que nunca que las cosas llegarán a término y tendrán un final bien
importante y bien instructivo para el género humano”.

De Maestre pensaba lo mismo. “Para el hombre que tiene la vista sana, dice y que quiere mirar, no hay
nada tan visible como el lazo de los dos mundos. Todo lo que ocurre sobre la tierra tiene su razón de ser
en el Cielo. Es para el cumplimiento de los decretos divinos que se ordenan todos los hechos, todas las
revoluciones que la historia ha registrado, y todos los que registrará hasta el fin de los tiempos: todo
contribuye, según su naturaleza y su importancia, a la obra secreta que Dios opera casi sin que lo sepamos
y sólo será plenamente revelada el gran día de la eternidad. Si las revoluciones las provocan los errores de
los hombres, si están hechas con sus crímenes, Dios las domina hasta el punto de hacerlas contribuir al
cumplimiento de sus designios que datan de la eternidad”.

Nadie ha expresado en lengua más sublime esa bella y consoladora verdad. Desde las primeras líneas
expresa esta acción de la Providencia que conduce a los hombres adonde ella quiere, aunque dejándoles
libertad de movimientos.

“Estamos unidos al trono del Ser supremo por una cadena flexible que nos retiene sin someternos. Lo más
admirable en el orden universal de las cosas es la acción de los seres libros bajo la mano divina.
Libremente esclavos, operan a la vez voluntaria y necesariamente; realmente hacen lo que desean pero sin
poder desbaratar los planes generales. Cada uno de esos seres ocupa el centro de una esfera de actividad
cuyo diámetro varía a gusto del eterno geómetra que sabe extender, limitar, detener o dirigir su voluntad
sin alterar la naturaleza … Su poder opera sin notarse, en sus manos todo es flexible, nada se le resiste,
para él todo es un medio, incluso el obstáculo; y las irregularidades producidas por las operaciones de los
agentes libres vienen a articularse en el orden general”.

Satán no escapa a esta ley. También él hace lo que quiere, pero al hacer lo que quiere, trabaja para el
cumplimiento de los pensamientos divinos. Actualmente triunfa, todo marcha según sus deseos y sus
esclavos humanos están jubilosos. No ven que, aunque parecen conducir la Revolución sólo intervienen
como meros instrumentos y que sus maldades siempre se han vuelto contra los fines que se habían
propuesto.

Quieren destruir al cristianismo; no lo ocultan, lo proclaman; y viendo las ruinas que han acumulado
desde hace un siglo, tanto en las almas como en la sociedad, se jactan de lograrlo. Sus gritos de alegría,
unidos a sus gritos de odio resuenan por doquier con un sonido cada vez más insolente. Se equivocan. Se
glorifican de lo que de una manera u otra será su vergüenza.

Del mismo modo que la unidad del imperio romana preparó el terreno para la propaganda del Evangelio,
los nuevos inventos y todas las revoluciones preparan la fusión de los pueblos. ¿Con qué fin?

Conocemos los pensamientos, las esperanzas de la secta: una religión única que una todos los espíritus,
una Convención única que gobierne a todos los pueblos. Los hijos de Dios tienen otras esperanzas.

Lacordaire las formulaba un día desde lo alto del púlpito de Notre-Dame en estos términos: “Hombres de
la época, príncipes de la civilización industrial, sóis sin saberlo pioneros de la Providencia. Los puentes
que suspendéis en el aire, las montañas que abrís ante vosotros, esos caminos adonde os lleva el fuego,
créis que están destinados a servir a vuestra ambición; no sabéis que la materia sólo es el canal por donde
fluye el espíritu. El espíritu vendrá cuando hayáis cavado el lecho. Así hacían los Romanos, vuestros
predecesores; tardaron 700 años en acercar a los pueblos con sus armas y en surcar con sus extensas rutas
militares los tres continentes del viejo mundo; creían que eternamente sus legiones pasarían por allí para
llevar sus órdenes al universo; no sabían que preparaban las vías triunfales del cónsul Jesús. Vosotros,
sus herederos, tan ciegos como ellos, Romanos de la segunda raza, continuad la obra de la que sois los
instrumentos; abreviad el espacio, disminuid los mares, extraed de la naturaleza sus últimos secretos, para
que un día a la verdad no la detengan ni ríos ni montes, para que vaya recta y a prisa. Qué bellos son los
pies de quienes evangelizarán la paz”.

Dufourq, en el libro que acabamos de citar piensa también que lo que se prepare será la continuación, la
culminación de lo hecho desde Jesucristo.

“Es un hecho que los pueblos cristianos ocupan el primer lugar y juegan el papel principal. Son los
cristianos quienes colonizaron Rusia y América, rechazaron al Islam, conquistaron India, abrieron China;
es la civilización cristiana la que aporta a los otros pueblos los principios organizadores de la vida
material y moral. Parece que todos los ríos humanos se dirigen, para ser sucesivamente recogidos por El,
hacia el gran río que, nacido en Palestina, ampliado en Galilea, hace 1900 años, hace correr lentamente
sus aguas saludables a través del mundo”.

Antes que él, J. de Maestre había expresado las mismas previsiones: “Cuando una posteridad no lejana
vea lo que resulta de la conspiración de todos los vicios, se proclamará llena de admiración y de
reconocimiento.” Y unos meses más tarde: “Lo que ahora se prepara en el mundo es uno de los más
maravillosos espectáculos que la Providencia haya ofrecido jamás a los hombres”.

Ya en medio de los horrores del 93 había sabido apartar su mirada del desesperante cuadro, para prever el
desenlace: “La generación presenta es testigo de uno de los mayores espectáculos que hayan jamás
ocupado el ojo humano: es el combate a ultranza del cristianismo y el filosofismo. La contienda está
abierta, los dos enemigos enfrentados, y el universo mira. Vemos, como en Homero, al padre de Dios y
de los hombres, levantando las balanzas que pesan los dos grandes intereses; pronto uno de los platillos
descenderá”. Y tras haber mostrado a qué se había reducido el catolicismo en el momento en que escribía,
añadía: “El filosofismo ya no tiene quejas, todas las oportunidades humanas están a su favor; se hace todo
en su nombre y todo contra su rival. Si es vencedor no dirá como César: “Vine, Vi, Vencí”, pero habrá
vencido, puede aplaudir y sentarse orgulloso sobre una cruz invertida. Pero si el cristianismo sale de esta
prueba terrible más puro y vigoroso, si tal que Hércules cristiano fuerte con su sola fuerza, levanta al hijo
de la tierra y lo alza en sus brazos, Patuit Deus! ”

Nada de lo que vió durante el medio siglo que siguió al Terror pudo apartarle de esta esperanza. Todas las
revueltas a las que asistió, las llamaba “prefacio” “terrible e indispensable prolegómeno”. En el extremo
opuesto de los pensamientos humanos, Babeuf decía por la misma época: “La Revolución francesa es
precursora de una revolución mucho mayor”. ¡Cuántos han pensado y dicho lo mismo!

¿Prefacio de qué libro? ¿Precursora de qué transformación? ¿Prolegómeno de qué nuevo orden de cosas?
Sin duda Babeuf y de Maestre no se hacían la misma idea, igual que hoy Jaurès y Pío X. En la Encíclica
Proeclara del 20 de junio de 1894, dirigida a los príncipes y pueblos del universo, también León XIII
había dicho: “Vemos allá, en el lejano futuro, un nuevo orden de cosas y no conocemos nada más dulce
que la contemplación de los inmensos beneficios que serán su resultado natural”.

En efecto, es necesario que todo cambie, si los tiempos no tocan a su fin. Perversión de las mentes,
corrupción de los corazones han alcanzado todas las clases de la sociedad y las han llevado a un estado,
más allá del cual sólo queda la descomposición pútrida del cuerpo social. Si Dios no desea que lleguemos
a eso, es necesario que con medios que el conoce, nos haga llegar a un cambio casi total, al mismo tiempo
que universal. Ese cambio del mundo moral y religioso que santa Hildegarda y tantos otros nos
profetizaron.

Si creemos lo dicho por Pío IX, León XIII y Pío X, de Maestre, Blanc de Saint Bonnet y otros, lo hará,
quizás pronto. “Pueden suceder cosas que desbaraten nuestras especulaciones, pero sin pretender excluir
ninguna falta ni ninguna desdicha intermedia me mantendré firme acerca de un final ventajoso. “Todavía
no vemos nada porque hasta aquí la mano de la Providencia sólo ha limpiado el lugar: pero nuestros hijos
exclamarán con respetuosa admiración: Fecit magna qui potens est. Hay en esta inmensa revolución
cosas accidentales que el razonamiento humano no puede captar por completo, pero hay también una
marcha general que se hace sentir en todos los hombres que les ha permitido procurarse ciertos
conocimientos. AL FINAL TODO SE RESOLVERA FAVORABLEMENTE.

1. El 1 de noviembre de 1902, Chamberlain recibía dos telegramas que habían dado la vuelta al mundo,
uno por la ruta del Este, el otro por la del Oeste. El primero tardó 10 horas y 10 minutos en hacer su gran
viaje, el segundo lo hizo en trece horas y media.
CAPIUTULO LXX

¿Qué cabe esperar de Francia?


I. Temas de desesperanza

Las previsiones de los hombres sabios, las promesas y las afirmaciones de los santos antes expuestas
conciernen a toda la cristiandad; es de todos los pueblos que han recibido los beneficios de la Redención
que anuncian el retorno a las instituciones, a las leyes y a las costumbres de la civilización cristiana.
Incluso dicen que su ejemplo iluminará a los pueblos infieles y que por fin se cumplirá la oración del
divino salvador: Unum ovile et unus Pastor, de modo que lo que Satán se propone y en lo que hace
trabajar a los suyos, una vez reestablecida la unidad del género humano en su beneficio y bajo su
dominio, se volvería contra él.

Bajo su impulso “”las naciones se agitan en tumulto, los pueblos maquinan vanos complots, los reyes de
la tierra se sublevan y los príncipes se aconsejan contra el Señor y contra su Cristo. ¡Rompamos sus lazos,
dicen, y arrojemos sus cadenas lejos de nosotros!

Pero Aquel que reina en los cielos se rie de ellos, el Señor los torna ridículos. Les habla en su cólera, los
espanta en su ira. Someteos, porque he puesto a mi rey sobre Sion, la montaña santa.

Publicaré este decreto: Tú eres mi Hijo, te he engendrado hoy, en un día sin víspera ni mañana, por toda
la eternidad. Pide y te daré por herencia a las naciones y por dominios, las extremidades de la tierra “.

Si ha llegado la hora del reino de JC como vencedor sobre la humanidad rebelde, si en medio de los
errores, de las corrupciones y las calamidades de la época actual, podemos abrigar la esperanza de una
próxima intervención de Dios a favor de la Iglesia y del género humano, a nosotros, franceses, se nos
plantea una cuestión angustiosa: ¿Participará Francia de las misericordias divinas? O mejor aún:
¿Retomará la misión encomendada entre los otros pueblos? Porque Francia recibió una misión el día en
que se la puso en el mundo, el día en que salió del baptisterio de Reims viva con la vida de Cristo y como
sagrada defensora de la Iglesia, sostén del Papado, apóstol de las naciones infieles: “Oh Dios decía la
santa liturgia en el siglo XI, Dios todopoderoso y eterno que habéis establecido el imperio de los Francos,
para ser, para el mundo, el instrumento de tu divina voluntad, la espada y la muralla de la santa Iglesia,
anticipa siempre y en todas partes la celeste luz a los hijos suplicantes de los Francos, para siempre vean
lo que han de hacer para el advenimiento de tu reino en este mundo y que para actuar según lo que hayan
visto, estén hasta el final llenos de caridad y valor”.

Esta oración expresaba a Dios los sentimientos que habían puesto en el corazón de nuestros padres las
palabras del Papa Anastasio II a Clovis, las del Papa Vigilio a Childebert, las de San Gregorio el Grande a
los hijos de Branchaut, etc. y que tantos acontecimientos acaecidos en el curso de los siglos indicaban ser
la función que la Providencia había asignado a Francia, la idea directriz de su historia y el alma de su
vida.

Pero, igual que el individuo, un pueblo puede terminar por ser infiel a su misión. El pueblo judío,
guardián de la divina promesa, se revolvió contra su vocación. El pueblo de Francia, tras haber gozado de
un privilegio similar, ¿no es acaso culpable del mismo crimen?

En 1795, es decir en plena revolución, se publicó en Francfort un libro sin nombre de autor, titulado: El
sistema GALICANO alcanzado y convencido de haber sido la primera y principal causa de la revolución
que acaba de des-catolizar y disolver la monarquía cristiana y de ser hoy el gran obstáculo a la contra-
revolución a favor de esa monarquía.

Sabemos qué era el sistema GALICANO. Se había formulado en la Asamblea de 1682 en 4 artículos que
consagraban un doble error y cometían un doble atentado contra la soberanía del Hijo de Dios hecho
hombre, jefe de la humanidad rescatada.
Por un lado, afirmaban que el poder del Vicario de JC es limitado, vinculado por cánones, y su
infalibilidad doctrinal dependiente de la de la Iglesia. Por otra, que el poder del rey es absoluto, que sólo
depende de sí mismo, que es independiente del poder de Nuestro Señor JC dio al Papa, su vicario.

En el primer error y el primer atentado, la Iglesia de Francia, con sus obispos, se situaba fuera de la
enseñanza de la Iglesia universal en un punto esencial definido por el concilio Vaticano.

En el segundo error y segundo atentado, Francia era colocada fuera de las tradiciones del género humano.
Nunca, en ninguna época, ningún pueblo ha dejado de poner la religión como base de su constitución, de
las instituciones públicas, y las leyes. Ninguna nación lo había hecho mejor que Francia; incluso fue
modelo de los pueblos modernos; fue ella la primera en reconocer la divina majestad de Nuestro Señor JC
y su Iglesia. El rey de Francia era el lugarteniente de JC y proclamaba ante todos los derechos soberanos
del Salvador con estas palabras grabadas en sus monedas: Christus vincit, regnat, imperat, palabras
inspiradas en el introito de la Epifanía: JC tiene en sus manos el reino, el poder y el imperio. Et regnum
in manu ejes et potestas et imperium : “Oh pueblo de los Francos, exclamaba en 1862 el cardenal Pío,
remonta el curso de los siglos, consulta los anales de tus primeros reinos, interroga los gestos de tus
antepasados, las hazañas de tus padres, y te dirán que en la formación del mundo moderno, en la hora en
que la mano del señor modelaba nuevas razas occidentales para agruparlas, como guardia de honor, en
torno a la segunda Jerusalem, el rango que te indicó, la parte que te otorgó, te situaba a la cabeza de las
naciones católicas. Tus monarcas más valientes se proclamaron “sargentos de Cristo”.

La declaración de 1682 rompía con ese pasado, entonces con la secularización del gobierno y preparaba
para el futuro el ateismo de las leyes y la laicización de las instituciones, que llevarían a la separación de
la Iglesia y del Estado. La doctrina de la separación de la Iglesia y del Estado está contenida en la
declaración de 1682. En efecto, al decir que la Iglesia no ha recibido ninguna autoridad sobre las cosas
temporales y civiles y que por consiguiente, los reyes y los soberanos no están sometidos a ningún poder
eclesiástico en el orden temporal, Bossuet y los otros miembros de la asamblea no quisieron someter la
Iglesia al Estado, como antes que ellos hicieron los obispos de Inglaterra al reconocer a Enrique VIII y
sus sucesores por jefes de la Iglesia. Pero la dependencia de la Iglesia con respecto al Estado iba a surgir
fatalmente de la Declaración. Si el rey o el Parlamento o el pueblo soberano no está sometido al juicio del
Pontífice es él quien decidirá soberanamente lo que es temporal y lo que no lo es. En virtud de ese
principio el mismo Bossuet fue condenado a quemar uno de sus mandatos y actualmente, cuando el
concordato estaba todavía en vigor, los clérigos fueron sometidos al servicio militar.

La fecha de 1682 marca la hora en que la Revolución fue concebida en el seno de la nación francesa. “Esa
revolución de la que somos víctimas, decía el autor desconocido de la obra citada, ¿no es por su
naturaleza una especie de revolución directa y pronunciada contra la autoridad sacerdotal y la autoridad
real de JC? Es contra JC que los impíos revolucionarios van por encima de todo; y si en sus miras
detestables figura trabajar con todas sus fuerzas en derrocar a la Santa Sede y a todos los tronos de la
cristiandad, es para destruir, si pueden, la doble autoridad de JC de la que el soberano Pontífice y los
reyes cristianos son respectivamente depositarios y que ejercen en su nombre y lugar”.

La Revolución, con el asesinato de Luis XVI por un lado y por otro la constitución civil del clero, fue la
consecuencia lógica de la Declaración de 1682. Al querer limitar los poderes dados a su vicario por
Nuestro Señor JC, la Iglesia galicana abrió ella misma la vía al cisma al que la Revolución quiso
precipitarla; y al privarla del apoyo que había tenido desde su origen en el trono de JC hacía perder al
trono de los reyes cristianos su prestigio y estabilidad. La soberanía no conservaba más sostén que la
opinión nacional, tan fácil de manejar, tan pronta a negar hoy lo que ayer adoraba.

Allí radica la verdadera causa de la desaparición del trono de Francia, así como del derrumbe de la Iglesia
galicana. A las consecuencias lógicas que los errores y fechorías arrastran consigo se suma el castigo.
Aquí el castigo fue la decapitación del rey y la masacre del clero. Esas penas nos parecen enormes, pero
¿quiénes somos para juzgar la naturaleza de ese crimen y la expiación que exigía?

Porque los hombres de la Convención quisieron golpear en Luis XVI no sólo a un hombre, no sólo a un
Rey justo, sino al mismo Cristo, del que era ministro, y a la cristiandad, de la que era el jefe. Lo que
querían derribar, con su cabeza, era la fe de Clovis, de Carlomagno y de San Luis; era el representante
más alto, después del Papa, del derecho divino lo que se jactaban destruir. Querían “des-catolizar tanto
como des-monarquizar” a Francia y a la cristiandad; buscaban, en Luis XVI alcanzar al “infame”
“aplastar al infame”. Por su intención, el regicida era, en algunos, un verdadero deicida.
Unido al Vicario de Cristo y por él al Cristo, ungido del santo óleo que la Paloma, mensajera divina trajo
del cielo, el rey de Francia, no por sí mismo, sino por Aquel al que representaba, era otro Cristo, como
dicen las Escrituras. La Revolución guiada por un odio satánico no se equivocaba. Para convencerse
basta recordar las palabras pronunciadas en la Convención por Robespierre, por Saint Just y otros.

Dice acertadamente Chapot (Revista católica de las Instituciones y el Derecho, Septiembre de 1904):
“Existe un pecado de Francia igual que existe un pecado del pueblo judío. El pecado nacional del pueblo
judío es el deicidio; el pecado nacional de Francia, el regicidio, la Revolución y el liberalismo. Me
explico: Israel quiso matar a JC como Dios, Francia en la revolución quiso matarlo como rey. El atentado
cometido contra Luis XVI tenía su contra-golpe directo contra la persona misma del Cristo. No era al
hombre al que la Revolución quiso matar en Luis XVI, es al principio que el rey de Francia representada:
ahora bien, ese principio era el de la realeza cristiana. ¿Qué significa realeza cristiana? Es decir realeza
temporal dependiente de Cristo, imagen de la realeza de Cristo, vasalla y servidora de la realeza de
Cristo; es por eso que los reyes de Francia se titulaban sargentos de Cristo”. Así lo dijo Juana de Arco a
Carlos VII al afirmar la realeza legítima : “Seréis lugarteniente del rey de los cielos que es rey de
Francia”.

Lamennais comenta sus palabras: “No es al hombre al que se obedece, sino a JC. Mero ejecutor de sus
mandatos, el soberano reina en su nombre; sagrado como él, mientras usara el poder para mantener el
orden establecido por el Salvador-Rey, sin autoridad ni bien lo violara. La justicia y la libertad constituían
el fundamento de la sociedad cristiana; el sometimiento del pueblo al Príncipe tenía por condición la
sumisión del Príncipe a Dios y a su Ley, carta eterna de derechos y deberes contra la que chocaba
cualquier voluntad arbitraria y desordenada”. (Del progreso de la revolución)

La declaración de 1682 introdujo el principio contrario de la secularización del gobierno de los pueblos
cristianos. Si bien doce años después de haber sida formulada, el 14 de septiembre de 1693, Luis XIV
escribió al Papa Inocente XII: “Me complace hacer saber a Su Santidad que he dado las órdenes
necesarias para que las cosas contenidas en mi edicto del 22 de marzo de 1682, relativas a la declaración
hecha por el clero de Francia, a la que la pasada coyuntura me habían obligado, no sean observadas”. Y
no contento con que el Santo Padre fuera informado de sus sentimientos al respecto expresó el deseo de
que todo el mundo conociera su profunda veneración por el Jefe de la Iglesia. De modo que la realeza se
retractaba del error y la falta era reparada.

Pero la nación lo renovó y agravó más allá de todo límite, el día en que se escribió y votó el siguiente
artículo de la declaración de los Derechos del Hombre: “El principio de toda soberanía radica
esencialmente en la nación; ningún cuerpo, ningún individuo puede ejercer una autoridad que no emane
expresamente de ella”. Esto nunca se retractó, sigue en vigor, y es lo que aviva los temores antes
expresados.

“Lo que la Revolución quiso destruir, añade Chapot, es el principio mismo de la autoridad cristiana en el
Estado. Quiso comenzar la secularización o mejor dicho la apostasía de todo el orden social y civil. Quiso
arrancar las antiguas naciones cristianas, de las que Francia era la cabeza, al imperio de JC”

Ese es el pecado de Francia, causa primera y radical del rebajamiento en el que estamos.

La secularización ha proseguido desde entonces, alcanzándolo todo, liberándolo todo de la tutela paterna
de Cristo, de la tutela materna de la Iglesia. Ese yugo tan honroso y dulce, fue presentado como
humillante y esclavizante. Actualmente es totalmente rechazado por la ley de separación de la Iglesia y el
Estado.
A ese primer atentado se sumó otro, contra la soberanía pontificia, de la que Francia tenía la custodia
como misión especial.

Sabemos como, tras haber reestablecido a Pío IX en su trono, Francia lo abandonó, se apartó de él, para
dejar campo libre a la soldadesca de la francomasonería. Sin embargo, junto al trono pontificio quedaba la
embajada, personificación de Francia. Ya no está y el miserable artificio empleado para cubrir esa
traición buscada por la francomasonería es bien digno de ella, toda perfidia y mentira.

Hasta ahora ningún soberano de una nación oficialmente católica había querido visitar en Roma al
usurpador, ni siquiera el emperador de Austria, su aliado, a pesar de los veinte años de instancias
recordándole la observancia de leyes de reciprocidad. Constituye por parte de los príncipes católicos, una
manera de afirmar que la cuestión de roma sigue existiendo, que sigue planteada para las Potencias.

Hasta los soberanos no católicos, por la manera en que efectúan su visita al Vaticano dan pruebas que
también para ellos el problema sigue pendiente, sin resolver.

Loubet declaró que a sus ojos el verdadero y único Soberano de Roma era el nieto de Victor Emmanuel;
ratificó el gran crimen político y religioso cometido en 1870. Y pretendió hacerlo en nombre de Francia,
un acto que era el más opuesto posible a toda su historia, al papel que jugó en el mundo, a la vocación que
Dios le dio. Todo ello en una época en que el Emperador de Alemania se presenta como gonfalonero de la
Iglesia (1)

En la Cámara había dos sacerdotes; y dejaron a un laico (Boni de Castellane) (2) que reivindicara los
derechos imprescriptibles del Papado y que defendiera los derechos y el honor de Francia. Uno de ellos
(Gayraud) mediante su abstención se declaró indiferente al tema; y el otro (Lemire) dijo con su voto a
Loubet: “Me complace que déis a la usurpación piamontesa la sanción que todavía no ha recibido y,
haciendo uso de mis poderes de diputado, os brindo los medios (3)

Al día siguiente de esa votación, de esa misión dada a Loubet por los diputados y los senadores, Henri
Rochefort escribía en El Intransigente: “La jornada de ayer fue, podemos decirlo, excelente para los sin-
patria … Francia se muere, es indudable, pero no estarán verdaderamente satisfechos hasta que puedan
exclamar : “Francia ha muerto” Después de la sesión del 22 de enero sobre la cuestión Delsor, el mismo
había escrito : “Puede decirse que Francia vivió. Todavía y durante cierto tiempo es una expresión
geográfica”.

Es esta la respuesta definitiva a la cuestión que J. de Maestre planteaba a Bonald: ¿Está muerta Francia?

En 1878, el cardenal Pitra, en una carta dirigida al Barón Balde, embajador en Constantinopla preguntaba:
¿Dónde estará Francia mañana? Me habla usted de derrumbes amenazadores en todos los puntos de
Europa. ¿Cómo es que estamos en una situación tan extrema que día a día haya que temer una sacudida
universal? “

En abril de 1903, Ed. Drumont decía: “No cabe duda que Francia está ahora en plena depresión, dispuesta
a todo, aceptando todo, asistiendo indiferente a los más monstruosos atentados. De este estado las causas
son múltiples … Al parecer lo que ha tocado el corazón de Francia es que por vez primera quizás ha
entrevisto, en su existencia de nación, la posibilidad de morir. Y si el corazón desfallece, es porque el
cerebro vacila en medio de la más terrible debacle intelectual y moral a la que jamás haya asistido el
mundo”.

El 4 de febrero de 1904, en el tribunal del Sena se trataba, tras un divorcio, de un juicio por la custodia de
un hijo. ¿A quién confiarlo? Los jueces consultaban. Y el presidente, embarazado, impotente, dejó caer
estas palabras de desaliento y tristeza: “Vivimos en una sociedad que se derrumba”.

Los hombres verdaderamente inteligentes no se equivocan sobre la causa primera de nuestra decadencia
en todos los sentidos que permite formular esta siniestra pregunta: ¿Se muere Francia? ¿Está muerta
Francia?
De Beugny d’Hagerne publicó en 1890, en la Revista del Mundo Católico sus notas de viaje de París a
Transilvania. Narra una entrevista en Fured con Lonkay, director del Magyar Allam (El Estado Húngaro),
el gran periódico católico de Hungría. “Quiero mucho a Francia me dijo y en medio de los
acontecimientos políticos de nuestra época, que mi profesión de publicista me obliga a estudiar a diario,
hay dos puntos que nunca pierdo de vista: el Papado y Francia. Francia siempre me ha parecido el pueblo
elegido por dios para defender los derechos de su iglesia; veo a todas las naciones cristianas contar con
ella y esperar de ella la salvación. Lamentablemente, muchas cosas me hacen temblar por vosotros. No
hablo de las actuales locuras de vuestros gobernantes, es una enfermedad, un acceso de fiebre,
momentánea. La guerra entre el imperio alemán y Francia es inevitable… Será un duelo a muerte. Si
Francia fuera todavía la hija mayor de la Iglesia, si tuviera un jefe que como San Luis, se considerara el
sargento de Jesucristo yo no temería nada. Pero, entre las faltas y las locuras de vuestra primera
revolución hay una que os acarreará terribles castigos. En esa época nefasta Francia echó a Dios de sus
leyes: fue un crimen de renegación nacional. Ese crimen, todos los gobiernos que siguieron a la
Revolución no supieron o no pudieron o no se atrevieron a repararlo. Ese crimen ha sido más tarde
imitado por otras naciones católicas y a menudo me pregunto si dios no terminará, también él, por renegar
de quienes lo renegaron.”

Más recientemente, el mismo temor era expresado en Amsterdam por un protestante, miembro de la
Cámara Alta de los Estados generales. Hablando con un religioso expulsado de Francia por la ley
Waldeck-Rousseau, preguntaba: “Sería ofensivo afirmar que Francia está perdida? Al menos quisiera
saber por qué lo juzga así, respondió el religioso. Por los signos que anuncian toda descomposición,
replicó el senador”.

Al ver los signos buscó la causa de esa muerte y la centraba en el abandono del catolicismo. “He dicho
mal “Francia está perdida” es el catolicismo el que estimo perdido en Francia. Y es en esa atrofia del
catolicismo que yo, protestante, veo el síntoma de muerte para Francia.”

Durante los debates surgidos en Bélgica por la emigración en ese país de los religiosos que un gobierno,
tan traidor a la patria como impío e inhumano, expulsa de Francia, uno de los miembros más eminentes
de la Cámara belga decía también: “La política anticlerical será para Francia un suicidio nacional”.

Los periódicos extranjeros hablan igual que esos personajes. Baste citar el Vaterland de Viena. En un
artículo titulado El instigador del Kulturkampf francés, publicado el 6 de octubre de 1904 decía: “La
política antirreligiosa francesa es una auténtica política suicida”.

Antes que ellos, Joseph de Maestre, tras haber recordado la Gesta Dei per Francos, mostró que la
situación eminente que ocupaba Francia en el mundo procedía de que presidía (humanamente) al sistema
religioso y porque su rey era “el protector hereditario de la unidad católica”, y ese profundo pensador
añadía: “Desde el momento en que los franceses ya no sean católicos, no habrá franceses en Francia,
porque ya no habrá en Francia hombres que en el espíritu y el corazón tengan la idea directriz de los
antepasados, a la que los franceses obedecieron desde su nacimiento, la que hizo que su nación fuera lo
que fue, y sin la cual ya no será la misma, ya no existirá”.

En 1814, al ver que la Restauración no reponía a Francia plenamente en su camino tradicional, había
escrito a de Bonald: “Hasta ahora las naciones eran matadas por la conquista, es decir por vía de
penetración; pero aquí surge una gran cuestión. Puede morir una nación sobre su propio suelo, sin
transplante ni penetración, únicamente por vía de putrefacción, dejando llegar la corrupción hasta el
punto central y hasta los principios originales y constitutivos que hacen de ella lo que es? Se trata de un
gran y temible problema. Si estáis allí, ya no hay franceses ni siquiera en Francia y todo está perdido.” Al
año siguiente se mostraba más categórico: “ En este momento Francia ha muerto; “la cuestión se reduce a
saber si resucitará”. (J. de Maestre).
1. ¿Ha dejado Prusia de ser lo que la Opinión Nacional decía de ella después de Sadowa? “La
misión de Prusia es protestantizar a Europa, así como la misión de Italia es destruir el
pontificado romano” ¿Quién puede creerlo?
2. En la Cámara el proyecto de ley sólo reunío a 12 oponentes.
3. Más tarde, ese mismo sacerdote subió a la tribuna para formular esta herejía: “La constitución de
la Iglesia no es una monarquía. La Iglesia no es, hablando con propiedad, una jerarquía. Está
gobernada por una serie de autoridades locales, controladas por una autoridad central y
superior”. Cámara de Diputados, sesión del 15 de enero de 1907.
CAPITULO LXXI

¿QUE CABE ESPERAR DE FRANCIA?


II. Esperanza … a pesar de todo

¡Una resurrección! Quizás no sea obra humana. “Qué decretos expresó sobre Francia el gran Ser, ante
quién nada es grande”. Los amigos de Dios nos trajeron palabras de misericordia, pero para la
cristiandad, palabras de salvación. ¿Y Francia? J.de Maestre “gustaba creer que todavía la iglesia tenía
algo que hacer en este mundo” y por consiguiente que Dios le haría la gracia de resucitarla.

“Está todavía bajo anatema, decía, pero sigo creyendo que se le reserva un gran papel “

Siempre esperaba que, libre de sus errores, avanzaría luego con grandes pasos hacia el punto más alto
nunca alcanzado. “Veo que los franceses avanzan hacia una gloria inmortal”

Quanta nec est, nec erit, nec visa prioribus annis.

Siempre que entrevía para el mundo un futuro mejor decía: “Todo se hará mediante Francia”
Indudablemente no debemos considerarlo infalible, pero tantas veces se cumplieron sus previsiones y esta
responde tanto al deseo más ardiente de nuestro corazón, de modo que no podemos dejar de concederle
crédito.

Además, no es el único que nos da esperanzas.

Un gran servidor del Papado, el cardenal Pacca, célebre por su valor y su orgullosa actitud durante la
persecución de Napoleón, lamentó en la época de sus dos nunciaturas en Colonia y Lisboa, el deplorable
estado mental en que había visto a la nobleza emigrada, que seguían profesando las máximas filosóficas
que habían causado la catástrofe.

Sin embargo, esa visión no le hizo desesperar de Francia. El 27 de abril de 1843, cuando tenía 87 años de
edad, fue invitado a pronunciar el discurso de apertura de la Academia de religión, en Roma. Escogió
como tema: El estado actual y el futuro destino de la Iglesia católica. Ese discurso fue todo un
acontecimiento, traducido de inmediato en varias lenguas y publicado en los distintos países de Europa.
Tras recordar la estrecha unión de la Iglesia de las Galias con la Iglesia de Roma desde los primeros
siglos del cristianismo, pintó el cuadro de la lucha entablada en ese mismo momento bajo el gobierno de
Julio, entre los hijos de la Revolución y los hijos de la Iglesia y dijo:

”Creo que el Señor, finalmente sereno, destina hoy a Francia a ser el instrumento de sus divinas
misericordias. Desea que ella misma repare los numerosos males que causara al mundo en el siglo pasado
y en el presente “.

“Francia es necesaria para el mundo” escribió León XIII en una carta a los Canadienses; y un inglés,
Edmond Burke, decía “La destrucción de Francia sería la destrucción de la civilización en todas las otras
naciones” , “el embrutecimiento irrevocable de la especie humana” dijo Joseph de Maestre. Louis Blanc
cita en el mismo sentido a otro inglés al que llama “el pensador más profundo de la Inglaterra moderna”:
“Que Dios no quiera que Francia falte nunca del mundo, el mundo recaería en las tinieblas”. Por otra
parte, la Iglesia de Dios se quedaría sin defensor y como ya se dijo: “La Iglesia sin defensa aquí abajo
terminaría como comenzó, mereciendo las palmas del martirio. Si este fin no está cerca, Dios se
levantará y acudirá en nuestro socorro”.

Nuestro alma recoge todas estas palabras, emanación del pensamiento de amigos, de extranjeros e incluso
de enemigos y se aferra como el náufrago a los restos.

Porque en verdad Francia está náufraga en pleno océano. Su natalidad disminuye de manera terrible,
mientras que la de todos los vecinos aumenta; su virilidad se enerva en el bienestar y el placer; las ideas
que corren son en todo opuestas a la verdad y al sentido común
Sólo hay esperanza en Dios. Indudablemente, le hemos dado muchos motivos de irritación contra
nosotros, pero muchos motivos pueden también inclinarlo a la misericordia. No ignora el infernal asalto
que padecemos desde hace dos siglos.

Es contra Francia que la conjura anticristiana apuntó todas sus baterías. Desde Inglaterra fue importada a
nuestro país y si bien en otros países tiene focos de conjura, es en los países católicos y sobre todo en
Francia donde situó el teatro de sus operaciones.

Con anterioridad tuvimos que defendernos contra la Reforma.

“Nunca, dice de Maestre, cesó el protestantismo, ni por un instante de conspirar contra Francia”. Durante
siglos, ora con violencia, ora con perfidia, lo intentó todo, y todavía lo hace para arrastrarnos en su estela.
No pudo lograrlo. Francia debía permanecer católica para que un día el mundo lo fuera. Conservó en su
seno el fuego sagrado, lista para encenderlo entre los disidentes, llevándolo sin cesar a los infieles.

No opuso contra el veneno más sutil del filosofismo la misma fuerza de resistencia que contra el
protestantismo; pero fue más en espíritu que en el corazón que resultó viciada.

“El mal entre nuestros vecinos, dice E. de Saint-Bonnet, deriva del cálculo que produce una razón más
fría. Pecadores por petulancia, haciendo el mal sin reflexión, debería resultar más fácil corregirnos.

“A diferencia de los ingleses, no tenemos sesenta millones de esclavos en las Indias, que producen a tres
céntimos por día, y nunca tuvimos la idea de hacer del globo un mercado para nuestro comercio. (1)

A diferencia de los alemanes, no enfrentamos la autoridad del Santo Padre para casar a nuestros
sacerdotes; y nunca pensamos en fundir los vasos sagrados para hacer cacerolas.

A diferencia de los rusos, nunca entregamos el poder de la Iglesia a un príncipe y nunca tuvimos el
pensamiento de confiar nuestro alma a un soberano de la tierra, prefiriéndolo a Dios.

Pero en esta hora, más imprudentes, más perdidos que los otros pueblos, nos complacemos en negar a
Dios y nuestros doctores, nuestros hombres políticos exigen que nuestro ateismo se instale en el Estado.
Lo introdujimos en nuestras leyes y en el poder, lo insertamos en la enseñanza y en el matrimonio; ahora,
quisiéramos que el Estado se proclamara abiertamente ateo, y que eso fuera objeto de una ley.” (2)

Pero, también en eso, añade el autor, Francia es víctima de la mayor mentira. Satán pidió que pasara por
el filtro del error social, filosófico y religioso más temible. Es probable que en su lugar ninguna nación
hubiera resistido como ella lo hizo. (3) Para instrucción del género humano “sin duda Dios permitió que
esas tinieblas atravesadas por encantamientos envolvieran a la nación más iluminada, la que había
recibido los mayores favores del cielo, aquella cuyo corazón latía más fuerte, la que sola podía, con el
divino socorro, atravesar sin peligro esas regiones mortales. ¿Hubiera podido resistir Austria? ¿Italia?
¿España? Desde el bautismo del Sicambre (¿?), Dios quiso que la verdad en el mundo necesitara a
Francia. Además, cuando la verdad ya no brilló bajo su forma visible, siguió difundiéndose en forma
latente, calentando el corazón de tantas Hermanas de la Caridad que acudieron para curar las heridas que
nos producía el error, de tantos misioneros, que, en el momento en que el sol acababa de eclipsarse para
nosotros, llevaron los rayos al resto del globo.

“Que Francia se felicite abiertamente de tener, en los designios de Dios, un lugar en cierto modo oficial!
¡Que se sienta feliz por haber proporcionado, incluso en medio de sus desfallecimientos, a tantos
misioneros para llevar al luz al mundo y a tantas Hermanas de la Caridad para aliviar los dolores! ¡Que se
regocije por haber dado a luz a tantas almas consagradas a la oración o a la caridad, inflamadas por el
ardiente deseo del amor. ¡Francia! ¡Francia! Exclamaba una santa voz, qué ingeniosa eres para irritar y
calmar a la vez la justicia de Dios! Si tus crímenes hicieron caer los castigos sobre ti, tu caridad hizo subir
tu voz al cielo”.

Satán y los suyos saben bien que allí está nuestro pararrayos, en las obras y en las oraciones de nuestros
religiosos y nuestras religiosas; también hoy como hace un siglo, tratan de apartarlos. Sólo lograrán
apurar la hora en que Dios hará estallar su trueno. Pero los méritos adquiridos harán que esa tempestad no
tenga más efecto que el de purificar la atmósfera, purgarla de las miasmas que envenenan los espíritus,
hacer que lo que la Francia revolucionaria desea y estima sea rechazado y que lo que desdeñó y detestó
sea de nuevo querido y exaltado.

El New York Freeman de los Estados Unidos escribía en su número del 7 de junio de 1879: “Por todas
partes, los que piensan y saben pensar, confían en el futuro de Francia. Durante algún tiempo aún habrá
combate. De pronto, de una manera u otra, por un medio determinado por Dios, seguirá una gran calma:
los hombres mirarán hacia atrás y les costará creer que los enemigos de Cristo y de su Iglesia hayan
podido ser tan locos”.

Y más aún, algo que da más esperanza y más fuerza todavía.

Sólo Francia está capacitada para que el mundo vuelva al camino del que empezó a apartarse hace cinco
siglos, a devolverle la auténtica concepción de la vida, a decidir a los pueblos a reorganizar según su
ejemplo, la vida social con miras a la vida eterna, en una palabra, a restaurar la civilización cristiana.

Desde hace mucho los hijos de Francia luchan en su seno como Esaú y Jacob en el seno de Rebeca. Esta
guerra llegará a su fin. No podemos dejar de creer y de esperar que llegará un día en que será manifiesto
que Dios amó a Jacob y odió a Esaú; el reino de los malignos –siempre los habrá– habrá acabado y
comenzará el reino del bien.

Desde hace demasiado los malos triunfan gracias a la ignorancia de la masa. La Revolución se ocultaba
en las tinieblas de las logias. Actualmente, es arrancada, sacada a la luz, todos pueden ver lo que es y
mañana, cuando quiera traer el Terror para mantener su reinado todos verán lo que hay que temer. Se
entenderá que la Revolución sólo puede detenerse en la nada. Es el cáncer que sólo perece con la carne
que devora. Los hombres sólo podrán escoger entre la vida y la muerte; tendrán que pronunciarse por los
católicos completos o los revolucionarios completos; ya no habrá modo de refugiarse en el medio, en un
término medio entre la verdad universal y la mentira universal.

Ya en 1873 Saint Bonnet anunciaba en La Legitimidad lo que ha empezado a dibujarse ante nuestros
ojos: “Tendrá lugar una inaudita selección. Mañana, aquellos que se aferran a la vida se verán obligados a
unirse a los que defienden la Fe. Entonces, todos los partidos sólo serán dos: uno deseoso de que Dios
triunfe para que Francia exista y el otro que Francia perezca para satisfacer la sed de crimen que la
envidia encendió en su corazón. Y añadía: “Pero, llegado el momento, dios abrirá las aguas del Mar Rojo
para abrir un paso a los suyos, luego cerrará las aguas sobre los que le maldicen, para liberar el futuro”.

1. Esto se escribía en 1850. Ya no es exactamente igual desde que los Judíos han pasado a ser nuestros
amos.
2. Publicado en 1850, actualmente ya es cosa hecha.
3. En Los Sofistas franceses y la Revolución Europea, Funck-Brentano muestra el profundo abismo que
se abrió en el pensamiento francés a finales del s. XVIII y dice “Dos siglos de sofismo. Nunca pueblo
alguno soportó durante tanto tiempo semejante fardo!”
CAPITULO LXXII
¿ Cómo secundar los designios de la misericordia divina?

Para que Dios haga ese milagro tiene que encontrar a nuestras almas dispuestas a recibir su gracia. No lo
estábamos tras los castigos de 1793, 1848 y 1870-71. En lugar de volvernos hacia Dios y arrojarnos en los
brazos de su misericordia, pusimos nuestra confianza en las habilidades de la sabiduría política. Donoso
Cortés nos había dicho tras las jornadas de junio de 1848: “Nunca he tenido fe ni confianza en la acción
política de los buenos católicos. Todos sus esfuerzos para reformar a la sociedad por medio de las
instituciones políticas, es decir, mediante asambleas y gobiernos, serán perpetuamente inútiles. Las
sociedades no son lo que son a causa de los gobiernos y las asambleas; las asambleas y los gobiernos son
lo que son a causa de las sociedades. Por consiguiente, sería necesario seguir el sistema contrario:
cambiar a la sociedad y luego emplear a esa sociedad para producir un cambio análogo en sus
instituciones”.

Es lo que Le Play, Blanc de Saint-Bonnet y muchos otros no cesaron de decir. “No hay ninguna
posibilidad de restauración de la cosa pública sin una doctrina” escribía Barrès en 1899. La doctrina
fundamental que hay que reintegrar en las almas es la de la verdadera noción de la vida. El resto vendrá
solo. Las instituciones sociales e incluso políticas surgirán de esa noción como surgieron antaño.
Costumbres e instituciones se transformarán de manera natural bajo la presión de las ideas. Se
transformaron en bien bajo la acción de la prédica evangélica, se transformaron en mal a partir de la
prédica del evangelio de los humanistas.

¿Puede devolverse a la sociedad la verdadera concepción de la vida? Sí, si Dios nos hace la gracia y nos
hará la gracia si nos presentamos ante El con el corazón contrito y humillado.

“Señor, decían Tobías y sus compañeros de cautiverio, no obedecimos tus mandamientos, por eso
sufrimos pillaje, prisión, muerte. Somos objeto de burla y desprecio por parte de todas las naciones.
Ahora Señor, experimentamos la justicia de tus juicios, porque no nos condujimos según tus
mandamientos y no avanzamos con un corazón recto” (Tobías II,3,4, y 5 “Señor … al transgredir tus
mandatos. Por eso nos entregaste al saqueo, a la deportación y a la muerte. Nos has convertido en objeto
de burla e irrisión y en refrán de todas las naciones …”)

“Pecamos, nos alejamos de ti al cometer injusticias, en todo actuamos mal. No escuchamos tu palabra, no
observamos tus mandamientos, no actuamos como nos ordenabas hacerlo para que fuéramos dichosos.
Por eso es con justicia que todos estos males cayeron sobre nosotros y que nos tratasteis como lo hicisteis,
dejándonos en manos de enemigos injustos, encarnizados contra nosotros … Pero ahora, Señor, con todo
nuestro corazón queremos seguirte: te tememos, queremos ir a tu presencia. No remates nuestra pérdida,
haz que sintamos los efectos de tu bondad, que seamos tratados según la inmensidad de tu misericordia
( Daniel III, 26-46 y toda la magnífica oración de Azarias que figura en el capítulo III de la profecía de
Daniel).

A estas oraciones, a este arrepentimiento, Dios exige que sumemos el firme propósito, un firme propósito
que ponga de manifiesto en obras su sinceridad y eficacia. Su primer efecto debe ser reavivar el espíritu
cristiano en uno y en el mayor número posible de franceses sobre los que podemos ejercer alguna acción.
“Ese debería ser, dice Monseñor Isoard, el primer objetivo de todos los predicadores, de todos los guías
de almas, de todos los escritores católicos. Dios nunca concederá a un pueblo su gracia, una gracia de
renovación y salvación, si el mayor número de ciudadanos que componen ese pueblo persisten en sus
pecados y llevan, deliberadamente, una vida en oposición manifiesta con el espíritu de Nuestro Señor, con
los ejemplos dejados por las generaciones empapadas del sentido cristiano y que vivían en la caridad de
Jesucristo. No, Dios no concederá la gracia a hombres semejantes. Las Escrituras así lo indican en
repetidas ocasiones. Recordemos sólo de qué manera se preparó a los judíos a la prédica del Evangelio, al
conocimiento del Salvador. San Juan Bautista decía a cada uno: cumplid de la mejor manera los deberes
del estado donde estáis. Tenéis una ley: observadla. Se dirigía al individuo, incitaba a un trabajo personal
de reforma y santificación.

“Acusamos de todos los desórdenes y males resultantes a entidades abstractas, inasequibles, al espíritu
moderno, el gobierno, la revolución, la disgregación social, la disgregación de los elementos constitutivos
de la sociedad. Esperamos el remedio de la infusión del espíritu cristiano en las leyes, la substitución de
una forma de gobierno por otra forma de gobierno, por una más sabia ponderación de fuerzas e
influencias. Que esas dichosas transformaciones sólo pueden operarse por una gracia especial de dios no
lo decimos lo bastante; que cada uno de nosotros pueda y deba obtener, merecer para todos esa gracia de
Dios no lo decimos en absoluto. Conservamos nuestros hábitos de bienestar, permanecemos a la misma
distancia que antes de las molestias, el esfuerzo, las privaciones, de esa vida de carencia, en una palabra,
de mortificación que dios pide a los suyos y sobre todo a sus ministros.

“Vivamos tranquilos, acomodándonos a las circunstancias, para sufrir personalmente lo menos que se
pueda y esperemos que los tiempos cambien”.

“Pero el tiempo del mundo moral es a nosotros a quien corresponde cambiarlo. Y que hay que entender
por nosotros? Hay que entender todos los cristianos que viven en la fe. Para que la calma suceda a la
tempestad, es necesaria la gracia de Dios y la gracia de Dios, todo pecador la aparta de su pueblo con su
pecado, igual que todo justo la atrae sobre los suyos por sus actos de virtud …

“Hombres cuyos sentimientos son religiosos y cuya vida exterior está de acuerdo con las creencias, sufren
la acción del estado general de los espíritus. Tienen eso en común con los cristianos inconsecuentes y
ajenos a la práctica de la religión, que quieren conservar sus costumbres y se niegan implícitamente al
esfuerzo y al sacrificio. Pero difieren de ellos en que se vuelven con fe hacia la Providencia de Dios y
esperan de ella un golpe súbito, irresistible, que tendrá por efecto situar en un instante a todas las cosas en
su verdadero lugar. ¿Por qué medios esperan obtener esa intervención, extraordinaria de la Providencia?
¿Mediante la práctica de la penitencia? ¿Por un retorno sincero y completo a la santidad de su vocación
cristiana y sacerdotal? Cabe temer que estas no sean las disposiciones del alma de la mayoría. Se quiere
forzar a Dios, es la expresión más corrientemente empleada, con ejercicios de religión o nuevos en
nombre y formas o con un brillo inusual. No pasa mes, desde hace tres ó cuatro años y más aún en que los
obispos no reciban alguna invitación apremiante, en un tono bastante próximo a la orden, de difundir en
su diócesis esa devoción que debe doblegar a la justicia divina y triunfar sobre el enemigo; Dios espera,
se nos dice, en un lenguaje bastante singular, Dios espera que la oración se le dirija de esta manera y bajo
esta nueva designación. A menudo incluso, la salvación debe venir de un acto en el que los fieles no
tomarán parte directa.

Esperamos un golpe de su gracia, sin introducir la menor reforma, sin aportar la menor corrección en la
vida de simple honradez moral, de virtud incierta y vacilante que hemos adoptado. Al considerar de cerca
estas ilusiones del bien de las almas, se nos vienen a los labios las palabras de Nuestro Señor Hoec
opportuit facere illa non omitiere. Sí, son bellos y buenos los honores rendidos a los servidores de Dios,
las consagraciones solemnes de la Patria al Sagrado Corazón o a la Santísima Virgen, las peregrinaciones
a todos los santuarios, pero esos actos de religión deben acompañar a los esfuerzos hacia una conversión
generosa de las almas o manifestar progresos de conversión ya obtenidos”.

Antes de Monseñor Isoard, Joseph de Maestre había dicho a quien le preguntaba: “Cuándo veremos el fin
del mal?” “Veremos el fin del mal cuando los hombres lloren el mal”, lloren por haber perdido de vista
sus destinos eternos, o por no tener el valor de hacer lo que esos destinos exigen.

Un extranjero, un inglés protestante, Lord Montagne, en una carta dirigida a Le Play después del castigo
de 1870-71 se manifiesta en términos bastante similares.

“Cuando vine a París, en diciembre pasado, alguien me preguntó si había venido para asistir a festejos o
para ir al teatro. Respondí: “Vine para saber si los Prusianos volverán”. Entonces mi interlocutor recitó un
largo monólogo sobre el armamento, los soldados y la resolución de cada francés de tener una revancha.
Cuando por fin calló le dije: “Creo que os sería posible tener esa revancha” “¿Cómo?” “Siendo mejores
cristianos que vuestros vencedores.

Al decir mejores cristianos no pretendo hablar de aquellos que asisten al servicio divino o cumplen con
ciertos actos. Le recuerdo que para ser cristiano hay que observar la ley de dios, practicar la justicia y la
caridad. Atribuye usted las desgracias de Francia a los desfallecimientos de los hombres de guerra, a la
división de partidos, a los prejuicios de la nación y a los sofismas de los doctos. De acuerdo. Pero
entonces el problema consiste en descubrir el remedio a esos males. Ahora bien, sólo puede hallarse en la
ley de dios que, reprimiendo los errores y las pasiones, llama a los hombres a su deber y reestablece entre
ellos la armonía. A mediados del siglo XVII los franceses valoraron más sanamente que hoy la verdadera
causa de la prosperidad y la decadencia de las naciones. La siguiente anécdota así lo prueba. En la toma
de Dunkerque, cuando los franceses entraban en la fortaleza, mientras que los nuestros se retiraban, un
oficial inglés dijo: “Pronto volveremos” – “Volveréis, respondió el oficial francés, si nuestros pecados
superan un día los vuestros”.

En la instrucción pastoral publicada en ocasión del Jubileo de 1886, Monseñor Isoard añade:

“Cuando los males de los que sufre la Iglesia, en Roma, en Francia y en otros países, nos causan un justo
dolor, no perdamos el tiempo acusando a nuestros adversarios. Es a nosotros mismos a quienes debemos
acusar; no son fuertes, somos nosotros los débiles y débiles por culpa nuestra. No sigamos con nuevas
devociones, con “uniones” que sus promotores creen destinadas a operar por sí mismas, con fecha fija, la
salvación de la Iglesia y de la sociedad. Lo que debe hacerse en una nación pervertida y para que se
oriente hacia Dios, para que viva de nuevo de su palabra y de su gracia, San Pedro de Alcantara nos lo
dice:

”Un hidalgo se lamentaba junto al Santo del estado de cosas en España y lo consultaba sobre qué hacer
contra el desorden de la sociedad. San Pedro, tras un día de reflexión contestó sencillamente: “Ponga
orden en su propia casa, en sus propios asuntos; trate como corresponde a un cristiano a los que dependen
de usted y así habrá hecho su deber. Si todos los cristianos así lo hicieran, resultaría un bien inmenso para
la sociedad.”

Juan III rey de Portugal hablando un día a sus cortesanos dijo quienes son los primeros que deben
aplicarse en esa reforma personal: “Si la gente de condición fuera gente de bien, el pueblo que se forma
siempre según ellos, no dejaría de reformar sus costumbres. La reforma de todos los órdenes del Estado
consiste principalmente en una buena educación de la nobleza.” Hoy diríamos, de las clases dirigentes.

En efecto, es por la educación y principalmente la educación de aquellos llamados a dirigir a los otros por
donde debe comenzar una reforma. Sería ilusorio creer que las clases dirigentes cambiarán sus
costumbres, seguirán una vida auténticamente cristiana si su espíritu no está profundamente empapado de
la doctrina de Cristo. El espíritu ordena al corazón y el corazón dirige a la vida.

En su encíclica del 15 de abril de 1905, N.S.P. el Papa Pío X señaló a todo el episcopado, a todo el clero
católico, la necesidad de reforzar la enseñanza de la doctrina cristiana.

“Quien busca la gloria divina busca las causas de la crisis que sufre la religión. Cada uno aporta la suya y
también cada uno a su entender emplea sus medios para defender y restaurar la gloria de Dios en la tierra.
Para nosotros, venerables hermanos, sin negar otras causas, nos unimos preferentemente al sentimiento de
aquellos que ven en la ignorancia de las cosas divinas la causa del debilitamiento actual y de la debilidad
de las almas y los graves males que de ello derivan”.

“Todos se quejan de que en el pueblo cristiano tantos hombres ignoran profundamente las verdades
necesarias para la salvación y esas quejas, lamentablemente son fundadas. Cuando decimos el pueblo
cristiano, no entendemos sólo la plebe o los hombres de clase inferior que a menudo se excusan porque
estando al servicio de amos duros, apenas pueden pensar en sí mismos y sus propios intereses; hablamos
también y sobre todo de aquellos que, no faltos de inteligencia y cultura, brillan en la erudición profana y
sin embargo en lo que se refiere a la religión viven de la manera más temeraria e imprudente. Es difícil
decir en qué densas tinieblas están sumidos en ocasiones y más triste aún, allí permanecen tranquilamente
arropados. En Dios, soberano autor y gobernador de todas las cosas, de la sabiduría de la fe cristiana
apenas piensan. Así que no conocen nada ni de la encarnación del Verbo de Dios, ni de la perfecta
restauración del género humano por el; no saben nada de la gracia, el principal socorro para alcanzar los
bienes eternos, nada del augusto sacrificio, ni de los sacramentos con los obtenemos y conservamos la
gracia. En cuanto al pecado no saben de su malicia y oprobio. Es inmenso el número – en aumento día a
día- de los que todo lo ignoran de la religión o que de la fé cristiana sólo tienen un conocimiento que les
permite, en medio de la luz de la verdad católica, vivir a la manera de los idólatras.

“Así como es vano esperar una cosecha de una tierra que no ha recibido semilla, ¿cómo esperar
generaciones ornadas de buenas costumbres, si no han sido instruidas en tiempo oportuno en la doctrina
cristiana? Deducimos pues, ya que la fe languidece en nuestros días hasta el punto que en muchos está
casi muerta, que el deber de transmitir las verdades del catecismo o se cumple con excesiva negligencia o
se omite por completo”.
Pío X recuerda y reitera al respecto las prescripciones del Concilio de Trento. Luego, dirige a los obispos
y sacerdotes esta exhortación:

“Muchas cosas útiles y perfectamente loables han sido instauradas en las diócesis de cada uno de vosotros
para bien del rebaño que se os ha confiado. No obstante, por encima de todo, consagrad al máximo
vuestros esfuerzos y vuestro celo, vuestros cuidados y vuestras instancias asíduas a que el conocimiento
de la doctrina cristiana alcance a las almas de todos y las penetre a fondo”.

Los padres y los directores de juventud deben meditar estas observaciones del Pontífice y considerar
como dirigidas a ellos mismos las exhortaciones y mandatos a los sacerdotes. Las madres de familia no
deben ignorar que si el espíritu y el corazón del niño no han sido preparados por la madre, igual que el
campesino prepara su campo antes de sembrar en él, la palabra del sacerdote caerá sobre piedra o
resultará ahogada por el error.

A las lecciones de la madre deben suceder las del maestro. Desde 1852 hasta ahora, los sacerdotes, los
religiosos y religiosas tuvieron en sus manos la educación de la mitad de la juventud francesa. Esta tarea
no parece haber dado todo el fruto que cabía esperar. Se han cuidado mucho los programas impuestos por
el mundo universitario, se ha perseguido excesivamente el éxito en los exámenes sobre esos programas: la
enseñanza religiosa que debe ocupar el primer lugar con frecuencia ha ocupado el último. ¿Qué ha
ocurrido? Al salir de nuestros colegios, de nuestros pensionados, nuestros jóvenes se encontraron en un
mundo saturado de naturalismo y liberalismo. Los periódicos, los folletos, los libros les aportaron sobre
todos los temas impresiones e ideas contrarias al sentimiento cristiano y a la verdad revelada. Mal
equipados, no supieron defenderse y pronto su espíritu se llenó de una multitud de ideas en oposición con
la doctrina cristiana; como no estaban sostenidos por la fe se perdieron.

Aunque la educación de la familia y la del colegio fueran perfectas, el joven, el hombre hecho no deben
descansar en lo logrado sino mantenerlo y desarrollarlo. A la obligación del sacerdote de enseñar
corresponde la del fiel de instruirse siempre, acudiendo a los catecismos de perseverancia, a las misas en
las que se predica, obligándose a leer semanalmente cierto número de páginas de libros que enseñan
verdades dogmáticas y morales de la religión.

Instruir en la religión es el primer paso en la vía de la reforma. El segundo paso decisivo es ajustar su vida
a su fe. Un novelista contemporáneo no creyente, reprocha a los católicos de hoy que las ideas religiosas
sólo son para ellos “ideas directrices”. Nada más cierto, la fe ya no es,- para gran número de los que la
conservan y la aúnan a prácticas de devoción-, una luz y un principio de vida.

“La vida de un cristiano que quiere responder plenamente a esta elevada y bienhechora vocación, dice
Monseñor Isoard, no puede ser semejante a la de los cristianos que sólo tienen un sentimiento muy vago
de lo que son por el bautismo, de lo que deben ser por su calidad de miembros vivos de JC. Es esta una de
esas verdades prácticas que todo el mundo admite cuando se enuncia. Pero la primera consecuencia a
extraer de esa verdad es que los hermanos que llamamos practicantes y las cristianas que decimos
piadosas deben ser fácilmente distinguibles en el mundo.

“Sus habitaciones, por ejemplo, deben ser sencillas. Su mobiliario distinto de aquel en las casas de
quienes jamás oyeron hablar de penitencia y mortificación. Es verdad, la idea es acertada, deberíamos
encontrar entre esos cristianos una sencillez severa pero ¿qué vemos? Vemos el mismo confort y el
mismo lujo que en otras partes. Lo que ordena sus gastos son sus ingresos no el espíritu de la fe cristiana;
todo lo que pueden procurarse como goces, se lo procuran”.

Las mujeres, en particular, deben examinar y reformar su manera de ser.

“El profeta Isaias (Ch III v18 y siguientes) el apóstol San Pablo (Ep. A Tim. Ch II v9) tienen al respecto
enseñanzas muy precisas; entran en los más mínimos detalles relativos a este tipo de lujo, prodigalidades
y locuras: ¿e modo que en un salón no se podrá discernir fácilmente entre una mujer que busca ser una
verdadera católica y otra cuya única ambición es vivir para el mundo? No, no se podrán observar entre
una y otra diferencias realmente apreciables. Modas, corte de las prendas, telas, encajes, joyas, todo es
semejante.
“Se separan al menos las mujeres cristianas de las mujeres mundanas en la elección de sus placeres y sus
distracciones? Tampoco. La actitud es la misma en el curso ordinario de la vida, aunque las doctrinas
sean absolutamente opuestas. “

Para hacerlas salir de esa contradicción entre sentimientos y conducta, monseñor Isoard propone a las
mujeres serias y a los hombres que quieren ser auténticos cristianos, estos austeros pensamientos:

“Qué es la religión, la verdadera religión” “Es el medio por el la humanidad caída se levanta“. ”Y ese
medio ¿puedo expresarlo, verlo en un instante? “Sí, basta con trazar la imagen de una cruz.” “El medio
para levantarse del hombre pecador es la expiación, la humillación, el sufrimiento y la muerte en unión
con el abatimiento, la Pasión y la muerte del Hijo de Dios hecho hombre.” “Pero entonces, ¿qué es un
cristiano, un cristiano cualquiera?” “Es un penitente.” “Pero si es el mejor y el más virtuoso que se pueda
imaginar ¿” “Sigue siendo un penitente”. Mirad. En las letanías de los Santos la primera gracia que la
Iglesia nos hace pedir a Dios para nosotros personalmente y para todos nuestros hermanos es saber hacer
penitencia. Ut ad veram poenitentiam nos perducere digneris, te rogamos audi nos! ¡Te suplicamos
Señor, danos a todos el espíritu de la verdadera penitencia!

“El menor grado del espíritu de penitencia es la aceptación de las leyes, las reglas, incluso los usos que
restringen nuestra libertad, que nos molestan… si un fiel tiene cierta inteligencia del espíritu del
cristianismo acepta esas prohibiciones o esas normas; consiente gustoso en esas restricciones a su
libertad.”

¿Cómo esperar que podamos volver al espíritu de antaño?

¿Cómo esperar que un número suficiente de franceses comprendan la necesidad para ellos de instruirse en
la doctrina cristiana e instruir a quienes les rodean; y que luego conformarán su vida a lo que esta doctrina
demanda en su manera de vivir y en su manera de ser? ¿Cómo esperar que se aplicarán en modificar sus
ideas, en rechazar de su espíritu los principios revolucionarios y en propagar en torno a ellos las verdades
que la Iglesia enseña, a fin de transformar el espíritu público, de llevarlo a esa noción fundamental de la
vida de los pueblos así como de la vida de los individuos: quoerite primum regnum Dei et hoec omnia
adjicientur vobis. Buscad el reino de Dios, el resto vendrá por añadidura?

¿Cómo esperar que Francia emplee su espíritu de proselitismo en hacer prevalecer en el mundo las ideas
directamente opuestas a las que predica con tanto ardor desde hace un siglo?

A un amigo que le hacía esta objeción, de Maestre le respondió: “Alguien decía a Copérnico: si el mundo
fuera como decís, Venus tendría fases como la luna y no es así. Qué puedes decirme?” Y Copérnico dijo:
No tengo nada que replicar, pero Dios hará la gracia para que se encuentre una respuesta a esta dificultad.
En efecto, dios hizo la gracia de que Galileo inventara las lentes con las que se ven las fases, aunque
Copérnico había muerto. Yo contesto como él: Dios hará la gracia de que salgamos de este desfiladero …
Veamos también en el capítulo de la esperanza, un pasaje de Bossuet que tengo el placer de citar: Este
hombre es mi gran oráculo. Me inclino ante la trinidad de talentos que deja escuchar en cada frase, un
lógico, un orador y un profeta. Esto es lo que dice en un fragmento de sermón: Cuando Dios quiere hacer
saber que una obra es por entero de su mano, lo reduce todo a la impotencia y a la desesperanza, y luego
actúa. Mil veces me ha venido a la cabeza este pensamiento al pensar en estos asuntos, que son los del
mundo, sin poder impedirme añadir cada vez, como también lo hace de inmediato Bossuet:
SPERABAMUS.
FRANCOMASONERIA

I. Condenas pronunciadas por la Santa Sede contra esta Secta

Sería demasiado largo reproducir aquí los actos mediante los cuales los Soberanos Pontífices han
condenado a la Franco-masonería.
Baste señalarlos:

La primera condena pontificia la hizo el 28 de abril de 1738, Clemente XII, mediante su constitución In
Eminente
La 2ª, Benoît XIV, el 18 de mayo de 1751, mediante su constitución Providas
La 3º por Pío VII, el 13 de septiembre de 1821 mediante la Bula Ecclesiam a Jesu Christo
La cuarta, de Leon XII el 13 de marzo de 1825, por la constitución apostólica Quo graviora
La 5ª por Pío VIII, el 24 de marzo de 1829 (Encíclica Traditi)
La 6ª por Gregorio XVI, el 15 de agosto de 1832, Encíclica Mirari vos;
La 7ª de Pío IX, el 9 de noviembre de 1846, Encíclica Qui pluribus y otras muchas, de diferentes
maneras
La 8ª por León XIII, el 20 de abril de 1884; enc. Humanum genu .

De estas condenas resulta :

1. que el franco masón que haya incurrido en excomunión ya no tiene ningún derecho sobre los
bienes espirituales de la Iglesia. Es excluido de la familia cristiana, y por tanto en ese estado no
puede recibir los sacramentos.
2. fuera de peligro de muerte, no puede ser absuelto sino en virtud de poderes especiales otorgados
por el soberano Pontífice
3. Incluso en ese peligro, la absolución no puede dársele válidamente salvo si el penitente rompe
por completo con esa sociedad y destruye o hace destruir o entrega al sacerdote libros,
manuscritos e insignias relacionadas
4. Dice Monseñor William, obispo de Port Luis : se puede otorgar al franco masón el sacramento
del matrimonio por respeto a la otra parte que, al permanecer como miembro de la Iglesia no ha
perdido sus derechos a los sacramentos (1). Pero el francomasón o cualquier miembro de otra
sociedad condenada, que no se hubiera reconciliado previamente con la Iglesia se haría culpable
de profanación del sacramento, profanación que alejará su unión de la bendición del cielo y de la
que tendrá que rendir cuentas ante el tribunal de Dios.
5. La sepultura eclesiástica, dice el mismo prelado, se concederá a cualquiera que haya pedido la
asistencia del sacerdote en la hora de la muerte, considerándose esa petición como prueba de
deseo sincero de reconciliarse con la Iglesia. Sin embargo, será excepción de esta regla siempre
que los restos mortales del difunto se lleven a la Logia masónica. En ese caso, no podemos, bajo
ningún concepto, permitir que las oraciones y las ceremonias religiosas tengan lugar en la
iglesia. Hemos cursado a todos nuestros eclesiásticos órdenes formales al respecto y nuevamente
les instamos por la presente, a la misma defensa.
6. Prohibimos expresamente, dice Monseñor el obispo de Autun, colocar sobre el catafalco, ya sea
en la iglesia o camino al cementerio, las insignias de las sociedades secretas. En el caso en que
se negaran a someterse a esta ordenanza, el clero anunciaría a la familia del difunto que la
inhumación no puede tener lugar con las ceremonias y oraciones de la Iglesia.

Asimismo está prohibido, dice el mismo prelado, admitir como padrino a un franco masón públicamente
conocido como tal, a menos que declare que desea romper con dicha sociedad.

Estas prohibiciones no son en absoluto especiales de la diócesis de Autun y de Port Louis, sino de
derecho común.

II. CONDENA EXPRESADA POR EL EPISCOPADO FRANCES

Cuatro años después de la primera condena de la franco masonería por la Santa Sede, el obispo de
Marsella dio la siguiente “advertencia” a sus diocesanos. Se trata del primer acto episcopal conocido
contra la secta.
ADVERTENCIA
Relativa a una Asociación que comienza a establecerse en la ciudad de Marsella

Henry-François-Xavier de Belsunce de Castelmoron. Por la divina providencia y la gracia de la Santa


Sede Apostólica, Obispo de Marsella, Abate de la Abadía Real de San Arnould de Metz y de la de Notre
Dame de Chambons, consejero del Rey en todos sus consejos: al clero secular y regular y a todos los
fieles de nuestra Diócesis, Salvación y Bendición en Nuestro Señor JC:

¿Podríamos, mis muy queridos hermanos, sin hacernos culpables ante Dios y ante los hombres, guardar
silencio respecto a una extraña y misteriosa asociación que empieza a establecerse en esta Ciudad y
hace hoy tanto ruido? ¿Podríamos estar tranquilos mientras que algunos de vosotros, desdeñando toda
autoridad, se han comprometido con esa asociación, y se enorgullecen de su desobediencia y emplean
las solicitudes más apremiantes para engrosar el número de sus asociados?

Si todas las Asamblea furtivas están expresamente prohibidas en el Reino, con mayor razón deben ser
proscritas aquellas cuyo secreto impenetrable debería por sí solo bastar para causar la más justa
alarma.

¿Qué funestas consecuencias para la religión y para el Estado cabe temer de una Asociación y de
Asambleas en las que indistintamente son recibidas gente de toda la nación, de cualquier religión y
cualquier estado, y entre las que luego reina una unión íntima que demuestra estar a favor de cualquier
desconocido y de todo Extranjero, cuando por cualquier signo concertado da a conocer que es miembro
de dicha misteriosa sociedad?

Las personas de una sólida piedad miran sin duda con desdén e indignación a esta Asociación ridícula
hasta en su nombre. Pero aquellos que se declaran francomasones y que solicitan públicamente a otros
que se unan a ellos quizás podrían seducir a personas débiles y no prevenidas, si no nos levantáramos
contra un escándalo que se ha vuelto demasiado público. Debemos pues recordar en esta ocasión, igual
que en otras, que nos debemos a los débiles y a los fuertes.

Advertimos por tanto a todos nuestros diocesanos de cualquier condición, de cualquier estado y
cualquier profesión que no pueden entrar en la asociación de los FRAMASONES y que si ya han sido
recibidos, no pueden continuar estando en sus asambleas sin cometer un pecado, que Nosotros y
nuestros vicarios Generales nos reservamos el poder de absolver.

La presente Advertencia será leída y publicada en las plásticas dominicales de las misas parroquiales y
en los sermones y enviado y expuesto donde sea necesario, según diligencias de nuestro Promotor.

Dado en Marsella, en nuestro Palacio Episcopal, el 14 de enero de 1742. Henry, Obispo de Marsella.
Por Monseñor Boyer, Sacerdote-Secretario.

Seis años más tarde, el mismo obispo se veía en la necesidad de oponerse al progreso que la
francomasonería hacía a pesar de la advertencia anterior.

“Vemos con asombro aumentar en esta ciudad el número de francomasones. Hay cuatro logias situadas
en diferentes barrios; muchas personas se hacen recibir, sin temer el terrible juramento que hay que
pronunciar para ser admitidos en esta ilícita y escandalosa sociedad; juramento no obstante cuyos
términos harían estremecer a cualquiera con algo de religión; juramento que, por horrible profanación, se
hace prestar sobre la Santa Biblia; juramento por último que no puede hacerse sin volverse culpable de
un enorme pecado mortal. Pero, como algunos de los Jefes de esas Logias, para engañar y para atraer a
los simples, tienen la mala fe de decirles que ya no desaprobamos esa asociación y que por orden de la
Corte hemos revocado nuestra Advertencia del 14 de enero de 1742, nos vemos obligados, para descarga
de nuestra conciencia, a ordenar, como en efecto ordenamos, que esa misma Advertencia sea nuevamente
publicada mañana en las pláticas dominicales parroquiales de esta Ciudad y en los Sermones de las
Iglesias donde debe de haberlos. Dado en Marsella, en nuestro Palacio episcopal, el 3 de febrero de 1748.
Henry, Obispo de Marsella. Por Monseñor Coudouneau, Sacerdote Secretario. “

III. CONDENA POR PARTE DE LOS PODERES CIVILES


La franco-masonería fue también condenada por algunos poderes civiles.
El mismo año en que el Papa Clemente XII lanza la Constitución In eminente, la primera contra la secta,
el magistrado de Hamburgo la prohibía. Años después era la República de Berna, la Puerta Otomana
(1751), el magistrado de Dantzick (1763). El edicto de este último da a conocer el pensamiento de los
otros gobiernos:

“En vista de que hemos sabido que los llamados franco masones, al recomendar ciertas virtudes, buscan
minar las bases del cristianismo, introducir el espíritu de indiferencia contra esta doctrina, etc. para
reemplazarla por la religión natural; que han establecido, para lograr ese fin pernicioso, estatutos ocultos
que comunican bajo juramento que hacen prestar a sus candidatos, juramento más terrible que ningún otro
exigido por un soberano a sus súbitos; que tienen una caja expresamente destinada al pernicioso fin de sus
peligrosas intenciones, que constantemente aumenta gracias a las cotizaciones que exigen de sus
miembros; que mantienen correspondencia íntima y sospechosa con sociedades extranjeras de la misma
especie …”

Para que los gobiernos protestantes se decidieran a proscribir así a una secta condenada solemnemente
por Roma debían de tener revelaciones que los inclinaran a opinar sobre su carácter anti cristiano y
revolucionario.

II: DOCUMENTOS RELATIVOS A LA SECTA DE LOS ILUMINADOS

Ya hemos reproducido las declaraciones hechas el 30 de marzo de 1785, bajo la garantía del juramento,
por dos sacerdotes y dos profesores de humanidades en Munich, que se habían dejado enrolar en el
iluminismo acerca de la organización de la secta y sus doctrinas. A quienes pudieran interesar esas
informaciones las encontrarán íntegramente en Mémoires pour servir à l’histoire du Jacobismne, de
Barruel, que a su vez los copió de los Escritos originales de la orden y de la secta de los iluminados, en
los Archivos del Estado (Munich).

Baste decir aquí que, el Abate Renner dice en su declaración:

Que las logias masónicas sólo contienen a “patanes” o al grueso del ejército antisocial y anticristiano; que
los franco masones son conducidos, sin apercibirse, por iluminados; que éstos forman una sociedad más
secreta, superpuesta a la franco-masonería.

Lo que más me asombró de los iluminados dice Renner, que sólo fue admitido al grado de Iluminado
menor, es sin duda el método que siguen para manejar a los espíritus y encadenar a su gente. A la gente
la forman personajes distinguidos o ricos, hombres de estado, gobernantes, consejeros. Abates,
archiveros, profesores, secretarios y comisionados, médicos y boticarios son candidatos siempre
bienvenidos. (2)

Habla de la inquisición a la que se somete a cada uno de esos candidatos antes de admitirlo y de la
vigilancia contínua a la que es sometido tras su admisión en la orden y sobre todo antes de su admisión a
los grados.

Barruel reproduce las tablillas entregadas en Weishaupt cuando Xavier Zwack, consejero de la regencia,
se presentó como candidato al iluminismo. Esas tablillas se encuentran al final del primer volumen de los
Escritos originales bajo el título: Tablillas de Danais redactadas por Ajax a finales de diciembre de 1776.
Están divididas en 17 columnas con sus diferentes títulos: filiación del candidato, carácter moral, religión,
conciencia, estudios favoritos, servicios que puede prestar, amigos, sociedad, correspondencia, pasiones
dominantes, etc. Bajo esas columnas un segundo cuadro con la misma división se interroga sobre la
familia del candidato. Esos mismos Escritos originales contienen el interrogatorio dirigido al novicio en
su última prueba antes de ser admitido como Iluminado menor. Comprende 24 preguntas.

También figuran las respuestas dadas a uno de esos exámenes por dos novicios.

A esta pregunta: ¿Qué conducta tendría usted si descubriera en la orden algo malo o injusto? El primero
de los novicios, de 22 años de edad, llamado François Antoine St. … responde, firma y jura: “Lo haría si
la Orden me lo ordenara, porque quizás no sea yo capaz de juzgar si realmente son injustas. Además,
podrían ser injustas bajo otro aspecto, pero dejan de serlo cuando se convierten en un medio para llegar a
la felicidad y obtener el fin general”.

A esta misma pregunta el novicio François Xavier B .l. responde, escribe y jura en el mismo sentido: “No
me negaría a hacer esas cosas (malas e injustas) si contribuyeran al bien general”.

A la pregunta sobre el derecho de vida y muerte, el primero de los novicios responde y jura: “Sí, otorgo
ese derecho a la Orden iluminada, ¿por qué lo negaría si la Orden se viera reducida a la necesidad de
emplear ese medio y que sin ello hubiera que temer grandes males? (literalmente dice : su ruina) el Estado
perdería poco con ello puesto que el muerto sería reemplazado por muchos otros. Además, remito a mi
respuesta número 6, en la que prometí hacer incluso lo que fuera injusto si mis superiores lo consideraran
bueno y me lo ordenaran”.

El segundo novicio, a la misma pregunta, responde y jura también: “La misma razón que me hace
reconocer en los Gobernantes de los pueblos el derecho de vida y muerte sobre los hombres, me lleva a
reconocer gustoso ese derecho en mi Orden que contribuye a la felicidad de los hombres, así como los
Gobernantes de los pueblos deberían hacer”.

Acerca de la promesa de obediencia sin restricción, uno responde: “Sí, sin duda, esta promesa es
importante, sin embargo la considero para la Orden como el único medio de lograr su fin”.

El segundo es menos preciso: “Cuando considero a nuestra orden como moderna y todavía poco
extendida, me cuesta hacer una promesa tan terrible, porque cabe pensar si la falta de conocimiento o
incluso una pasión dominante no podrían hacer ordenar cosas totalmente opuestas al objetivo de dicha
general, pero cuando imagino a la Orden más extendida, pienso que en una Sociedad donde hay hombres
de tan diferentes estados, elevados y corrientes, están más en condiciones de conocer el curso del mundo
y distinguir los medios para cumplir con los buenos proyectos de la Orden”.

Tomadas de los Escritos originales a continuación algunas de las sentencias que los iluminados mayores
inculcan sin cesar:

1. Cuando la naturaleza nos impone un fardo demasiado pesado, el suicidio nos liberará. Un
iluminado nos dicen, debe darse muerte antes que traicionar a la orden, de modo que exaltan el suicidio,
acompañado por una secreta voluptuosidad.
2. Nada por la razón, todo por la pasión, es su segundo principio
“El objetivo, la propagación, la ventaja de la orden, son su dios, su patria, su conciencia; todo lo opuesto a
la orden es negra traición.
3. El fin santifica el medio. Así, calumnia, veneno, asesinato, traición, rebelión, infamias, todo lo
que conduce al fin es loable.
4. Ningún Príncipe puede proteger a quien nos traicione. “Ocurren en la Orden cosas contrarias a
los intereses de los Príncipes – cosas que, vista su importancia, merecen ser manifestadas a los Príncipes
– y ese descubrimiento sería a los ojos de los Iluminados una traición, que amenazan vengar … Tienen
pues medios para defenderse impunemente de sus acusadores. Esos medios se adivinan.
5. Todos los Reyes y todos los Sacerdotes son bribones y traidores; o también todos los Sacerdotes
son pícaros.
“En el plan de los iluminados hay que destruir la Religión, el amor a la patria y a los Príncipes, porque,
dicen, la religión y ese amor a la patria y a los príncipes limita los afectos del hombre a estados
particulares y lo aparta del objeto mucho más amplio del Iluminismo.
6. Hay que estar más sometido a los Superiores del Iluminismo que a los Soberanos o Magistrados
que gobiernan los pueblos. Quien prefiere a los soberanos o a los gobernantes de los pueblos no vale nada
para nosotros. Hay que sacrificar a nuestros superiores, honor, fortuna, vida. Los gobernantes de los
pueblos son déspotas cuando no están dirigidos por nosotros. No tienen ningún derecho sobre nosotros,
hombres libres.
7. En Alemania sólo debe haber uno o como mucho dos Príncipes. Esos Príncipes deben ser
iluminados y hasta tal punto conducidos por nuestros adeptos, rodeados por ellos, que ningún profano
pueda acercarse a su persona. Hay que dar las cargas mayores y las menores del Estado a miembros de
nuestra Orden. Con seiscientos iluminados en Baviera, nadie puede resistírsenos”
1. Una instrucción de la S. Propaganda del 5 de julio de 1878 dice que en ese caso el sacerdote debe
comportarse como en los matrimonios mixtos, es decir sólo otorgar su presencia. El 21 de febrero de
1883, el Santo Oficio respondió a una pregunta formulada al respecto que, hasta que la Santa Sede
promulgara un decreto, el cura debía actuar con prudencia y hacer lo que ante Dios juzgara mejor, pero
sin celebrar nunca misa en ese tipo de bodas. Esta respuesta se publicó en Tablet, suplemento del 27 de
junio de 1885.
2. En la declaración jurídica hecha en común por el consejo Aulique Utzschneider, el sacerdote Cosandey
y el académico Grünberger, el 9 de septiembre de 1785, leemos:
Los Superiores buscan obtener de sus inferiores actas diplomáticas y documentos originales. Ven con
placer como se entregan a todo tipo de traiciones, en parte para aprovecharse de los secretos traicionados,
y en parte para dominar luego a los traidores, mantenidos en un constante temor, amenazándolos con
revelar su traición, si se mostraran rebeldes.

DOCTRINA DEL ILUMINISMO (pp1003)

Esta doctrina, insinuada en los primeros grados sólo se expone claramente en los últimos misterios: los
del Mago y el Hombre-Rey y sólo se da de viva voz. Esta parte del código no está impresa. Tres
ejemplares manuscritos, uno para cada inspector, según la declaración del mismo Weishaupt es todo lo
que existe.

No obstante, se encontró a un hombre que la reveló. “A ese hombre, dice Barruel, lo conozco. Sé la
confianza que inspiraría al público si revelara su nombre, pero también sé que los puñales y los venenos
del iluminismo irían a buscarlo hasta las Orcadas si la secta descubriera su asilo. Merece el secreto y me
cuidaré muy mucho de violarlo. Podemos designarlo bajo el nombre de Biederman, que significa hombre
de honor.

Todo lo que puedo decir es que sólo el deseo de descubrir las conspiraciones de la secta y llegar a lo que
él veía como el verdadero medio de prevenir las consecuencias fue lo que sostuvo a este adepto en las
pruebas que atravesó. Pasó por todos los grados y llegó finalmente a los últimos misterios, que están
divididos en dos partes. Unos tienen por objeto la religión, son los revelados a los Magos. Los otros son
políticos y están reservados al grado del hombre-Rey.

I. LA DOCTRINA ENSEÑADA A LOS MAGOS

Según Weishaupt el grado de Epopte o de Sacerdote iluminado, presenta el Evangelio al iniciado como
una máscara religiosa adoptada por Cristo para establecer en la tierra el reino de la libertad y la igualdad.
Tras haber llevado hasta ese punto la impiedad de sus Epoptes, qué le restaba por hacer para sus Magos
en los grandes misterios sino borrar el nombre de religión, el nombre mismo de Dios, de forma que
cualquier religión apareciera como inconciliable con esos misterios. “Envíeme a F., quiero curarlo de
teosofía y tornarlo apto para nuestro objeto” escribe Weishaupt. Y Knigge, tras haber expuesto lo hecho,
de acuerdo con las instrucciones de Weishaupt, para demostrar, en el grado de Epopte, que Cristo tenía
por único objetivo establecer una religión puramente natural, añade: “En los últimos misterios
descubriremos ese piadoso fraude, probaremos el origen de todas las mentiras religiosas, desvelaremos su
conjunto y su conexión” (Fuente: Escritos originales).

II. DOCTRINA ENSEÑADA AL HOMBRE-REY

1. Contra la soberanía. “El segundo grado de los grandes misterios, dice Biederman, enseña que
cada campesino, cada burgués, cada padre de familia es soberano como lo eran los hombres en la
vida patriarcal a la que hay que reconducir al género humano y que por consiguiente hay que
destruir toda autoridad y toda magistratura.

2. Contra la propiedad. Ya en los pequeños misterios se había dicho al adepto: “Felices los
hombres si hubieran sabido mantenerse en su primera condición” En los grandes se añade: “Pero
pronto en su corazón se desarrolló un desgraciado gérmen y su reposo, su felicidad
desaparecieron. A medida que las familias se multiplicaron, los medios necesarios para su
mantenimiento empezaron a faltar. La vida nómada cesó, nació la propiedad, los hombres se
escogieron una morada fija, la agricultura los acercó, la libertad resultó arruinada en su base y la
igualdad desapareció”. La vida patriarcal a la que hay que retornar para gozar de nuevo de la
libertad y la igualdad exige el cese del cultivo de los campos, la destrucción de las moradas fijas
y la abolición de toda propiedad.

3. Contra la autoridad paterna. Ya en los grados inferiores el Hierofante había aprendido a


blasfemar contra el amor de la familia, más que del amor a la patria, porque ese amor de la
familia es un principio más inmediato del desastroso egoismo. En los últimos misterios, los
vínculos de la naturaleza se rompen como los de los gobiernos y la religión. El niño debe olvidar
a su padre tan pronto como puede correr solo por su presa.

Estas monstruosas doctrinas no desaparecieron con el Iluminismo, se transmitieron de sociedad secreta en


sociedad secreta y actualmente no sólo todavía las oimos profesar sino que vemos cómo prosiguen los
esfuerzos por destruir toda religión, por disolver toda propiedad, por transferir al estado toda la autoridad
que Dios dió a los padres., por hacer desaparecer la institución divina de la familia.

El hierofante anunciaba así el triunfo de esta doctrina a aquel al que iniciaba: “Nuestro único objetivo es
que este mejor orden de cosas (una sociedad sin soberanía, sin propiedad, sin autoridad paterna) para el
que trabajamos sin cesar. Todos los esfuerzos de los príncipes para impedir nuestros progresos serán
totalmente inútiles. Esa chispa puede todavía durante mucho tiempo germinar bajo las cenizas; pero
indudablemente el día del incendio llegará … (Doscientos años pasaron desde estas palabras. No están a
punto de cumplirse?). La semilla de la que debe salir un nuevo mundo está echada; sus raíces se
extienden; ya se han fortificado demasiado, propagado demasiado, como para que no llegue el tiempo de
los frutos. Quizás haya que esperar todavía mucho, pero tarde o temprano la naturaleza comenzará su
obra: devolverá al género humano esa dignidad que fue su destino desde el comienzo … En espera que la
naturaleza haya madurado su gran revolución, ¿quién consideraría condenable a una sociedad (el
iluminismo, la francomasonería) que se pusiera en situación propia de impedir que los monarcas del
mundo hicieran el mal, incluso queriéndolo? Una sociedad cuya potencia universal impediría a todos los
gobernantes abusar de su fuerza (para mantener la religión, la familia y la propiedad).”

CONSTITUCION Y GOBIERNO
DE LA SOCIEDAD LLAMADA DE LOS ILUMINADOS

La organización de los Iluminados puede dar la idea de la organización interna de las sociedades secretas.
Indudablemente, los detalles cambian con el tiempo y las circunstancias; el fondo debe ser hoy lo que era
hace dos siglos. Hoy como entonces los cómplices deben estar animados por el mismo espíritu, formando
todos un único cuerpo cuyos miembros, dirigidos por las mismas leyes, inspeccionados, gobernados por
los mismos jefes, tienden todos al mismo fin.

Cada grupo de Iluminados estaba así constituido: el candidato y el novicio estaban bajo el mando del
hermano Enrolador que los introducía en las logias minervales, regidas por el Hermanos Iluminados
menores; estos eran inspeccionados por los Hermanos Iluminados mayores. Por encima de estos grados
preparatorios estaba el intermedio de los Caballeros Escoceses cuya inspección se extendía sobre los
Iluminados mayores y en general sobre lo que el Código llama el edificio inferior de la orden. Por encima
de los Caballeros Escoceses venían los Epoptes, los Regentes o Príncipes de los pequeños misterios y por
último los Magos y los Hombres-Reyes de los grandes misterios.

Tal es la constitución del Iluminismo.

Su gobierno y funcionamiento figuran expuestos en los documentos que hemos reproducido en el


Problema en la hora actual, según Barruel, como él mismo lo hizo según los Escritos Originales.

Veamos los principales órganos:


“Cada país tiene a su Superior Nacional, en correspondencia inmediata con nuestros Padres, a la cabeza
de los cuales está aquel o aquellos que llevan el timón de la Orden.

Bajo el Nacional y sus Asistentes están los Provinciales, cada uno con su provincia dividida en círculos,
regidos por los Prefectos. (1)
Todo provincial tiene cerca suyo a sus Consultores.

Por debajo suyo hay todavía cierto número de Prefectos, que en sus distritos también pueden tener a sus
Coadjutores. Todos ellos, así como el Decano de la Provincia, pertenecen a la clase de los Regentes.

Todos estos empleos son vitalicios, excepto en los casos de expulsión o deposición.

El Provincial es elegido por los Regentes de la Provincia, por los Superiores Nacionales, con la
aprobación del Nacional. (No veo, dice Barruel, cómo el Código pone aquí a varios Superiores
Nacionales diferenciados del Jefe Nacional, salvo que ahora llame Superiores a los que primero
designaba simplemente como Asistentes de ese Jefe.

Como todos los éxitos del Iluminismo dependen de los Regentes, es justo que se los ponga por encima de
las necesidades domésticas, así que siempre serán los primeros provistos y mantenidos por la caja y los
cuidados de nuestra Orden.

En cada Provincia, los Regentes, son un cuerpo especial, inmediatamente sometido al Provincial, al que
deben obediencia.

Puesto que los empleos del Iluminismo no son dignidades, lugares de honor, sino meros cargos
libremente aceptados, los Regentes deben estar dispuestos a trabajar por el bien de toda la Orden, cada
uno según su situación y sus talentos. La edad no es aquí un grado. Incluso a veces convendrá que el más
jóven sea Provincial y el mayor simple Superior local o Consultor, si uno permanece en el centro y el otro
en el extremo de la Provincia; o bien, si uno por su actividad natural o por su situación en el mundo,
puede desempeñarse mejor como Superior, aunque el otro tenga mucha más elocuencia. Tampoco debe
avergonzarse el Regente de ofrecerse para un pequeño empleo a desempeñar junto a una Iglesia (Logia)
Minerval, en la que puede ser útil por el ejemplo.

Para que el Provincial no esté sobrecargado por una excesiva correspondencia, todas las cartas de los
Regentes pasarán por las manos del Prefecto, a menos que el Provincial ordene lo contrario. (2)
Pero ese Prefecto no abrirá las cartas de los Regentes, las enviará al Provincial que las hará llegar a su
destino ulterior.

El Provincial reúne a sus Regentes y los convoca, a todos o sólo a los que considere pertinente, según las
necesidades de su Provincia. Aquel que no pueda acudir a la invitación debe informarlo como mínimo
con cuatro semanas de adelanto. Por otra parte siempre debe dar cuenta de lo que ha hecho por la Orden
hasta ese momento y mostrarse dispuesto a cumplir con las intenciones del Provincial y sus Superiores
mayores. La asamblea de Regentes debe celebrarse como mínimo una vez por año.

Una instrucción informa a los Regentes de aquello que merece más particularmente su atención.

Ya se ha hablado del cuidado a prestar en procurar poco a poco fondos para la Orden. Baste aquí con
señalar algunos artículos.

Cada Provincia tiene el manejo de sus dineros y sólo envía al Superior pequeñas contribuciones para
gastos de correo. Cada Asamblea, cada Logia es también propietaria de sus fondos. Cuando para alguna
gran empresa la Asamblea de Regentes pide la contribución de diversas Logias o Prefecturas, dicha
contribución se considerará como un préstamo. Las Logias serán resarcidas, no sólo por el pago de
intereses sino también por la restitución del capital. (Olvida el legislador iluminado que la propiedad fue
el primer ataque perpetrado a la igualdad y a la libertad? No, sin duda alguna; pero se necesita más de una
gran empresa antes de llegar a la última, a la destrucción de las propiedades; y mientras tanto la Orden las
disfruta y hace creer a las Logias inferiores que no piensa privarlas de las suyas).

El Provincial no tiene caja, pero sí un estado de todas las de la Provincia.


Las partidas generales de ingreso son: 1. las contribuciones pagadas por la recepción de los franco-
masones; 2. el excedente de las contribuciones de cada mes; 3. las dádivas gratuitas; 4. las multas; 5. los
legados y donativos; 6. nuestro comercio y manufacturas (negocios, tráficos y oficios).
Los gastos son: 1. los desembolsos por Asamblea, cartas, decorados y algunos viajes; 2. las pensiones a
los pobres carentes de cualquier otro medio; 3 las sumas a pagar para lograr el gran fin de la Orden; 4.
para fomentar los talentos; 5. para ensayos y pruebas; 6. para viudas y niños; 7. para las fundaciones.

Vienen luego las instrucciones especiales dadas a cada una de las clases de dignatarios: regentes,
prefectos, provinciales, director nacional, jefe del Iluminismo. Sería excesivamente largo reproducirlas
aquí (lo hicimos en Problemas en la hora actual).

Citaremos sólo algunos extractos:


”Los Regentes Iluminados deben estudiar el arte de dominar, de gobernar, sin que lo parezca. Deben
ejercer un poder absoluto y sin límites y tender a dirigir las cosas hacia cada objetivo de la Orden.”

Los medios de conducir a los hombres son numerosos. ¡Cómo describirlos a todos! Las necesidades de
los tiempos debe hacerlos variar. Durante un período se aprovecha la inclinación de los hombres por lo
maravilloso; en otro, se recurre al atractivo de las sociedades secretas. De allí que a veces sea bueno
hacer sospechar a los inferiores, sin por ello decírselo, que todas esas otras sociedades, y la de los
Franco Masones están secretamente dirigidas por nosotros; o bien lo que es auténticamente verdad en
ciertos lugares, que los grandes monarcas están gobernados por nuestra Orden. Cuando ocurre algo
grande, notable, hay que lanzar la sospecha de que nos corresponde. Si hubiere un hombre de gran
reputación por sus méritos, haced creer que es de los nuestros.

Se incluye un artículo sobre la manera de buscar el apoyo de las mujeres, sobre el arte que todo Regente
debe estudiar para saber halagar, ganarse y hacerlas servir al gran objetivo del Iluminismo.

Y el Código añade de inmediato : hay que saber ganarse para nuestra Orden al común del pueblo. El gran
medio para ello es la influ8encia sobre las escuelas. También se logra ora con liberalidades, ora con
boato y otras veces rebajándose, popularizándose, padeciendo pacientemente prejuicios que ulteriormente
se podrán desraizar poco a poco.

A los Regentes les corresponde cubrir las necesidades de los F y procurarles los mejores empleos, tras
comunicarlo al Provincial.

Los Regentes se ocuparán incesantemente de lo que se refiere a los grandes intereses de la Orden, de las
operaciones de comercio o bien de otras cosas similares que pueden añadirnos poder. Este tipo de
proyectos se enviará a los Provinciales. Si el objetivo es apremiante, no se lo comunicarán mediante
quibus licet que no le estaría permitido abrir.

Harán lo mismo para todo lo que debe tener una influencia general a fin de hallar los medios de poner en
práctica todas nuestras fuerzas reunidas.

Si un Regente creyera lograr la supresión de las casas religiosas y la aplicación de sus bienes a nuestro
objetivo, por ejemplo al mantenimiento de maestros de escuela convenientes a nuestras campañas; ese
tipo de proyectos serían especialmente bienvenidos por los Superiores.

Cuando un escritor enuncia principios verdaderos pero que todavía no entran en nuestro plan de
educación para el mundo, o bien principios cuya publicación es prematura, hay que tratar de ganarse a ese
autor. Si no podemos ganarlo y hacer de él un adepto, hay que prohibirlo.

Cuando entre nuestros adeptos se halla un hombre de mérito, pero poco conocido o incluso totalmente
ignorado por el público, no escatimemos nada para elevarlo, para darle celebridad. Los F desconocidos
deben ser advertidos para que por doquier suenen las trompetas del renombre, para así forzar al silencio a
la envidia y las conjuras.

Si nuestra Orden no puede establecerse en algún lugar con toda la forma y la marcha de nuestras clases,
hay que suplirlo por otra forma. Ocupémonos del objetivo, es lo esencial. No importa bajo qué velo, sino
lograrlo. Sin embargo, siempre es necesario porque es en el secreto que radica gran parte de nuestra
fuerza.
Es por ello que siempre hay que ocultarse bajo el nombre de otra sociedad. Mientras tanto, las Logias
inferiores de la francomasonería son el manto más conveniente para nuestro gran objetivo. El nombre de
una Sociedad culta es también una máscara muy conveniente.

Resulta importante para nosotros estudiar la constitución de otras sociedades secretas y gobernarlas.
Incluso, cuando se puede, con el permiso de los Superiores, hay que entrar en esas sociedades, aunque sin
sobrecargarse de compromisos. Por lo mismo es bueno que nuestra Orden permanezca secreta.

Los altos grados deben ser siempre desconocidos para los grados inferiores. Se reciben mejor las órdenes
de un desconocido que de hombres en los que poco a poco se reconocen todo tipo de defectos. Con este
recurso se puede observar mejor a los inferiores. Estos cuidan más su conducta cuando se creen rodeados
por gente que los observa; su virtud es al principio obligada pero el ejercicio la transforma en hábito.

No perdamos nunca de vista a las Escuelas militares, las Academias, las Imprentas, los Capítulos de las
Catedrales, cualquier establecimiento que influye en la educación o el gobierno. Que nuestros Regentes se
ocupen sin cesar de hacer planes e imaginar la manera que hay que adoptar para adueñarnos de todos esos
establecimientos.

PREFECTOS O SUPERIORES LOCALES

Nuestra fuerza radica en gran parte en el número, pero también depende y mucho del cuidado que
pongamos en formar a los alumnos. Los jóvenes se pliegan, se prestan mejor a ese objetivo. El Prefecto
Iluminado no escatimará nada para poseer las escuelas de su distrito y sus maestros. Actuará para que
sean confiadas a miembros de nuestra Orden, porque es así como lograremos inspirar nuestros principios,
formar a los jóvenes, así se preparan a las mejores cabezas para trabajar para nosotros, se las acostumbra
a la disciplina, nos aseguramos su estima; el afecto hacia nosotros de esos alumnos perdurará igual que
todas las otras impresiones de la infancia.

Cuando se trate de una nueva colonia, escoged primero a un adepto audaz, emprendedor y cuyo corazón
sea todo nuestro. Enviadle a pasar algún tiempo en el medio en el que pensáis estableceros.

Antes de poblar los extremos, empezad por constituiros en el centro.

No busquéis extenderos hasta que todo esté consolidado en la cabeza de vuestro distrito.

Aunque para nosotros es interesante tener escuelas corrientes, es igualmente importante ganarnos los
Seminarios y a sus Superiores. Con ellos tenemos la parte principal del país; ponemos de nuestro lado a
los mayores enemigos de cualquier innovación y por encima de todo, con los Eclesiásticos, el pueblo y el
vulgo están en nuestras manos.

En general, los príncipes no suelen ser admitidos en la Orden misma y a los que se reciba no pasarán del
grado de Caballero Escocés.

Bajo el título Espíritu de Cuerpo, el Prefecto es advertido que ese espíritu se inspira en el cuidado de
exaltar incesantemente la belleza y la importancia del objetivo. Para alimentarlo hay que mantener la
esperanza de descubrimientos cada vez más importantes a medida que se avanza. Para no dejarlo enfriar
tratad de poner a vuestros alumnos en situación de estar constantemente ocupados por la Sociedad, que
se convierta en su idea favorita. Ved todo lo que la Iglesia Romana hace para que la religión sea sensible,
para tener el objeto siempre presente a los ojos de sus adherentes: seguid su ejemplo.

Si habéis sabido hacer sentir a vuestros alumnos la grandeza de nuestro objetivo y de nuestros planes, no
hay duda que obedecerán gustosos a sus Superiores. Cuanto más detalladas son las cuentas a rendir sobre
los inferiores, mejores son porque en ello se basa todo el plan de nuestras operaciones. Es así como se
conoce el número de F y sus progresos. Es así como se ve la fuerza o la debilidad de la máquina, la
proporción o la adhesión de las partes al todo, la justificación de las promociones de los F y por último el
mérito de las asambleas, de las Logias y de sus Superiores.

El prefecto debe acordar con el Provincial el manto, el velo a dar a la Orden: si hay que ocultarla bajo la
apariencia de una sociedad mercantil o de algo exteriormente similar. (3)
Por temor a que el número de F los exponga a ser descubiertos si sus asambleas fueran demasiado
numerosas, el Prefecto tendrá cuidado de no reunir normalmente a más de diez F en las Iglesias
Minervales. “Si en algún lugar hay un mayor número de alumnos, habrá que multiplicar las logias o bien
asignar días diferentes para que todos no se reúnan a la vez; y si hay varias logias Minervales en una
misma ciudad, el Prefecto cuidará que los F de una logia sepan nada de las otras.”

PROVINCIALES

Que el Provincial sea hijo de la Provincia confiada a sus cuidados o al menos que la conozca a fondo.

En lo posible, que sea libre de cualquier asunto público, de cualquier otra obligación, para dedicarse por
entero a la Orden.

Tendrá la apariencia de un hombre que sólo busca descanso y retirado de los negocios.

Si puede residirá en el centro mismo de su Provincia para así extender mejor sus atenciones a los diversos
cantones.

Al convertirse en Provincial abandonará su primer nombre de guerra para adoptar el que los superiores
mayores le den. Tendrá por sello de su provincia aquel que los mismos Superiores le envíen y que llevará
grabado en su anillo.

El Provincial sometido de inmediato a uno de los Inspectores nacionales le rendirá mensualmente cuentas
generales de su provincia.

Esas cuentas estarán divididas en tantas partes como prefecturas le estén subordinadas. Informará sobre
todo lo ocurrido más notable en cada una de nuestras escuelas: consignando nombre, edad, patria, estado
de los nuevos recibidos y día de sus cartas “reversales”.

Además de esa rendición de cuentas cada mes, debe dirigirse al Nacional, cada vez que ocurran cosas
importantes que no dependan de su propia decisión.

Cuando haya que hacer reproches a F que sería peligroso ofender empleará una mano ajena y su carta irá
firmada Basile. Ese nombre, que nadie lleva en la Orden está expresamente destinado a este fin.

De vez en cuando escribirá a las clases inferiores y a propuesta de nuestros Epoptes prescribirá los libros
con los que hay que ocupar a los alumnos, según las necesidades de cada grado. Cuando sea factible
establecerá en los lugares más cómodos de su provincia, bibliotecas, gabinetes de historia natural,
Museos, colecciones de manuscritos y similares, evidentemente, para uso de los F.

El Provincial abre las cartas de los Iluminados menores y de los Caballeros Escoceses cuya dirección es
soli. También abre los simples quibus licent de los Epoptes e incluso los primo de los Novicios, pero no
puede abrir ni los primo de un Minerval, ni los soli de un Epopte, ni los quibus licet de los Regentes.

Esta graduación en la facultad de abrir las cartas de los F según el grado que ocupen en la Orden, dice
Barruel,, indica sin duda que la dirección debe ir acompañada por algún signo que indique el grado del F
que escribe; no he podido saber cuál es ese signo, pero una observación que no debe escapar al lector es
que las cartas de los F e incluso sus simples quibus licet llegan siempre a los F de un grado superior al de
ellos, de modo que nunca conocen al que los recibe y responde, porque las reglas de esta jerarquía sólo se
revelan proporcionalmente al derecho que cada F recibe con su promoción. El mismo Provincial no sabe,
o al menos sólo puede saber por conjeturas, a quién llegan sus propias cartas y las que no le está
permitido leer.

Resumiendo, el Provincial está encargado de poner a su provincia en situación de emprenderlo todo para
el bien y de impedir todo mal (sabemos en qué sentido hay que entender aquí esas palabras). ¡Dichosas
las tierras en las que nuestra Orden haya logrado ese poder! No le resulta difícil al Provincial seguir
exactamente las instrucciones de los más altos Superiores. Secundado por tantos hombres hábiles,
formados en la ciencia moral, sometidos y trabajando con él en secreto, no hay noble empresa que no
pueda lograr, ni mal designio que no logre abortar. No existe connivencia para las faltas, ni nepotismo, ni
enemistades, ni más metas que el bien general, ni otro fin, ni otros motivos que los de nuestra Orden.
DIRECTOR NACIONAL

Se dice en el plan general del gobierno iluminado que cada F recibirá instrucciones especiales, relativas al
rango que ocupa en la Orden jerárquica de la Secta. Dice Barruel que no pudo descubrir la consagrada a
la dirección de sus Superiores nacionales. Esa parte del Código no se encuentra ni en los dos volúmenes
tan a menudo citados bajo el título de Escritos originales, ni en el de Spartacus y Philon, que nos revelara
tantos misterios. Esta es una de las principales recomendaciones que se le hacen: “Si entre sus Epoptes
hubiera una mente superior, esas cabezas especulativas, haremos de ellas Magos. Los adeptos de ese
grado se ocuparan de recoger, de poner en orden los grandes sistemas filosóficos y concebirán, redactarán
para el pueblo una religión que nuestra Orden quiere dar cuanto antes al universo.

Esos hombres de ingenio combinan primero esos sistemas entre sí y hacen un primer compendio en sus
Asambleas Provinciales, pero no es allí donde maduran los proyectos. Se los considera un primer boceto
que cada Provincial está encargado de enviar al Directorio Nacional donde sufre un nuevo examen y
recibe un nuevo grado de perfección. Uno de los primeros deberes del Director nacional será reunir todos
esos sistemas anti-religiosos, anti-sociales y hacer que su tribunal juzgue hasta qué punto pueden ser
útiles al gran objetivo de la desorganización universal. Para ese trabajo no se basta solo de modo que
tendrá junto a él a los elegidos de la Nación, igual que los Provinciales tienen a su lado a los elegidos de
las Provincias. Esos Elegidos nacionales combinando esfuerzos verán primero cuales son de esos sistemas
los que pueden entrar en el tesoro de las ciencias iluminadas. Luego añadirán todo lo que su propio
ingenio invente, para sacar el máximo provecho posible para los fines de la Secta. Llegados a este grado
de perfección, todos esos planes, esos proyectos, esos sistemas de impiedad, de desorganización, serán
depositados en los archivos del director, convertidos en archivos nacionales. A ellos recurrirán, en sus
dudas, los superiores provinciales y de allí partirán todas las luces a difundir en las diversas partes de la
nación. Es allí también donde el director nacional hallará las nuevas normas a dictar para que todos los F
nacionales tiendan con más seguridad y uniformidad a la gran meta.

EL TRIBUNAL SUPREMO DEL ILUMINISMO

La Secta no limita sus fines a una nación. En su régimen cuenta con un tribunal supremo que puede
someter a toda la Orden a su inspección y sus complots. Compuesto por doce Pares de la Orden,
presidido por un jefe general de todo el Iluminismo, ese tribunal supremo, bajo el nombre de Areópago es
el centro de comunicación para todos los adeptos distribuidos sobre la superficie de la tierra. Así como
cada Director nacional lo es para todos los adeptos de su imperio, como todo Provincial lo es para los
distritos de su provincia, como todo Superior local lo es para todas las Logias de su distrito, como todo
Maestro Minerval lo es para los alumnos de su academia, como todo Venerable para su antro masónico y
por último como todo F Insinuante y Enrolador lo es para sus novicios y candidatos. Así, desde el último
de los F hasta el adepto consumado, todo se gradúa, todo se une mediante los quibus licent, los soli, los
primo, todo se hace, todo llega en cada imperio hasta los Directores nacionales y por los Directores
nacionales todo se hace, todo llega al centro de todas las naciones, al supremo Areópago, jefe de la Secta,
moderador universal de la conspiración.

El artículo esencial a observar en el Código del Director Nacional es su correspondencia inmediata con el
Areópago del Iluminismo. Esa correspondencia no es dudosa, está formalmente expresada en estos
términos en el plan general del régimen que la secta desvela a sus Regentes: Para cada imperio hay un
director nacional, en sociedad y relación inmediata con nuestros Padres, el primero de los cuales está al
timón de la Orden.

Al director nacional todos los secretos de los F distribuidos en las Provincias, en la Corte y en la ciudad, a
él todos los proyectos, todos los informes, sobre los éxitos o los peligros de la Orden; sobre los progresos
de la conspiración; sobre los empleos, las dignidades y el poder a procurar a los adeptos; sobre los rivales
a apartar, los enemigos a desplazar, los Dicasterios y los consejos a ocupar; a él por último, todo lo que
puede o retardar o bien acelerar la caída de los altares y de los imperios, la desorganización del Estado y
de la Iglesia bajo su inspección y por él, por su correspondencia inmediata, por la de todos los Inspectores
nacionales de la Orden, todos los secretos de los F escrutadores, todos los proyectos de los F políticos, de
los F de las especulaciones; todo lo que se medita en los consejos de los Príncipes, todo lo que se debilita
o se fortifica en la opinión de los pueblos; todo lo que hay que prever e impedir, prevenir o acelerar en
cada ciudad, cada corte y cada familia; por él y por sus F Inspectores de naciones, todos esos
conocimientos irán a reunirse, a concentrarse en el consejo supremo de la Secta y desde ese momento ni
un solo soberano, ni un solo Ministro de estado, ni un solo padre en su familia, ni un solo hombre en el
seno de la amistad podrá decir: mi secreto es mío, no ha llegado, no llegará a ese Areópago. Por ese
Director nacional y por los adeptos del mismo rango todas las órdenes meditadas y combinadas en ese
Areópago, todos los decretos de los Pares iluminados serán notificados a los adeptos de todas las
naciones, de todas las Provincias de todas las academias y logias masónicas o minervales de la Secta. Por
él finalmente y por sus Cofrades Directores nacionales dará cuenta de sus órdenes, de su ejecución al
senado de los Pares que las dictó. Por él conocerán a los negligentes a retira, a los transgresores y toscos
a castigar, a hacer recordar el juramento que supeditó su fortuna y sus días a los decretos de los superiores
mayores, de los Padres desconocidos, o del Areópago de la Secta. En vano oculta el código de todos esos
Inspectores, tras todas las leyes salidas de sus antros, hemos comprendido los misterios : cada imperio
tiene un Director nacional, en relación o en correspondencia inmediata con los pares de la Orden.

CADENA DE COMUNICACIONES

Hemos recordado la organización que da al poder central la facilidad, el poder invisible de poner en
acción a los millares de legiones que en un abrir y cerrar de ojos vemos salir de sus subterráneos, en los
días marcados para sus revoluciones.

“Tengo inmediatamente por debajo de mí a dos adeptos a los que insuflo todo mi espíritu; cada uno de
esos dos adeptos corresponde con otros dos y así sucesivamente. De este modo, de la manera más simple
del mundo, pudo poner en movimiento e inflamar a millares de hombres. De esta misma manera hay que
hacer llegar las órdenes y operar en política” (Carta de Weishaupt a Caton Zwach, 10.2.1782).

Pocos días después de esta lección, Weishaupt escribe a Celse-Bader y le dice: “Envié a Caton un
modelo, esquema, una plancha o figura mostrando cómo se puede, metódicamente y sin gran esfuerzo,
disponer en el mejor orden posible, de una gran multitud de hombres. Sin duda os lo habrá mostrado, si
no es así, preguntadme. Esta es la figura. “
O

O O
A A
B O O O O

O O O O O O O O
O O O O O O O O O O OO OO OO

Weishaupt reproduce la figura en la carta y prosigue:

”El espíritu del primero, del más ardiente, del más profundo de los adeptos se comunica diariamente y sin
cesar con dos A; por uno pasa a BB y por el otro a CC. De estos llega de la misma manera a los 8
siguientes; de esos 8 a lasos 16, de los 16 a los 32 y así sucesivamente. Le he escrito más detalladamente
a Caton. En resumen, cada uno tiene su ayuda-mayor, mediante el que actúa inmediatamente sobre todos
los demás. Toda la fuerza sale del centro y viene de nuevo a reunirse. Cada uno subordina en cierto modo
a dos hombres que estudia a fondo, que observa, que predispone, que enciende, que ejercita por así
decirlo como reclutas, para que luego puedan ejercer y encender a todo el regimiento. Puede establecerse
lo mismo para todos los grados. “

“Es así como deben comunicarse las órdenes y operar en política. Esas palabras nos muestran, no la ley
provisoria sino la ley meditada, reflexionada y fijada hasta que llegue la hora de levantar e inflamar a
todas las legiones preparadas para el terrible ejercicio; ese tiempo tan expresamente anunciado por
Weishaupt y sus Hierofantes, de atar las manos, subyugar, incendiar y vandalizar al universo.

Cabe hacer una observación interesante antes de dejar la secta de los iluminados.

La doctrina enseñada en la guía de Epopte dice que el único propósito de Cristo era establecer una
religión puramente natural.
Y una de las principales recomendaciones hechas al director nacional es la siguiente: Si entre vuestros
Epoptes hay mentes especulativas, haremos de ellos Magos. Los adeptos de ese grado se ocuparán de
reunir los sistemas filosóficos y redactarán para el pueblo una religión que nuestra Orden quiere dar
cuanto antes al universo.

III

DOCUMENTOS RELATIVOS A LA REVOLUCION

Estos documentos podrían ser bastante numerosos, pero nos limitaremos a dar 3 que confirmarán a
nuestros lectores en esta doble convicción: que la Revolución de finales del s. XVIII fue un primer intento
de aplicación de los principios enseñados en las Logias y las tras-logias; que ese crimen social fue obra de
los Franco Masones.

1. LIBROS QUE DESCRIBEN DE ANTEMANO A LA REVOLUCIÓN

En 1771, uno de los corifeos del filosofismo, que más tarde fue convencional, Sébastien Mercier, publicó
bajo este título: El año 2240 o el sueño un libro extraño en el que todos los acontecimientos que iban a
tener lugar, 189 años después, estaban claramente indicados. Incluso puede creerse, según una nota en el
capítulo II : Tengo 700 años, que se escribió en 1786, es decir 30 años antes de la puesta en marcha de la
máquina montada en el secreto de las tras-logias para transformar a Francia.

El libro no tardó en ser conocido en Roma, ya que en una edición impresa en dicha ciudad en 1797 se
lee : “Un hombre que estaba bien al corriente de lo que se tramaba, Mercier, dio al público una obra que
los acontecimientos hicieron notable aunque por entonces se consideró novela, porque hablaba de lo que
sucedería siete siglos más tarde, estaba escrita bajo el emblema de un sueño y anunciaba cosas que
aunque lamentablemente se cumplieron, por entonces se creían imposibles”.

En ese libro, Mercier anunciaba lo siguiente: En el capítulo 1 : la soberanía absoluta es abolida por los
Estados reunidos; ya no hay monarquía; el rastrillo, .., el martillo son más brillantes que el centro; por qué
no podría ser republicano el gobierno? Será una época terrible y sangrienta de guerra civil pero también
señal de libertad: remedio terrible, aunque necesario; la Bastilla derribada; los monasterios abolidos; los
monjes casados, el divorcio permitido; el Papa desposeído de sus Estados; “Oh Roma, decía Mercier,
cuánto te odio, que todos los corazones embargados por un justo odio sientan el mismo rechazo que tengo
hacia tu nombre “. Ese capítulo se titulada: ¡No tan lejos como se creería!

Acabamos de decir que se anuncia la destrucción de la Bastilla: “Me dicen que la Bastilla ha sido
arrasada, por efecto, sin duda, de ese odio virtuoso que el ser sensible debe al opresor, a ese vil populacho
de los Reyes que en todos los sentidos, atormentaron a la especie humana”. ¿No resultan asombrosas esas
palabras escritas e impresas 30 años antes del acontecimiento?

En el capítulo III cuyo título es : Me visto en la ropavejería, Mercier describe exactamente la forma de las
ropas, el tocado, la gran corbata, el peinado adoptado efectivamente por los revolucionarios.

El capítulo VI titulado: Sombreros bordados, anuncia la abolición de las órdenes y los títulos.

El capítulo VII, El puente des-bautizado y el VIII El nuevo París, giran sobre ciertos cambios a hacer en
la parte material de la ciudad. En parte fueron ejecutados y en parte proyectados por los revolucionarios.

En el capítulo XXXVI, el autor toca a rebato excitando a la revuelta y a derramar ríos de sangre para
conquistar una libertad quimérica: “En ciertos Estados es una época que se hace necesaria, época terrible,
sangrienta, pero que es la señal de la libertad. “El contexto no deja lugar a dudas, Mercier tenía in mente
los tiempos próximos a aquel en que escribía.

En el capítulo XXII había anunciado que sólo se derramaría la sangre de los tiranos. Ahora, en el capítulo
XXXVI dice que al asesinato de Luis XVI al principio de esta época terrible y sangrienta se sumarían
muchos otros, mezclándose a la sangre de los tiranos la sangre de tantos millares de víctimas. En ese
mismo capítulo hallamos numerosas estatuas emblemáticas, entre otras la del “Negro vengador del Nuevo
Mundo” que tiene a los pies los despojos de 20 cetros.

La separación de los dos mundos, el de antes de la Revolución y el de después de la Revolución, estaba


pues marcada de antemano por los cambios en la nación, la transformación material de París, la
destrucción de la Bastilla, la abolición de órdenes y títulos, el regicidio y también la propagación de la
Revolución a las otras monarquías cuyos cetros rotos yacían a los pies del negro.

Mercier permaneció entre los republicados moderados. No votó por la muerte del rey. Había sido enviado
a la Convención por el Departamento de Seine-et-Oise. En su libro el Año 2240 prevé el despertar de
Japón a la vida europea. Pinta al japonés actual vestido a la moda de París, con un ejército formado por
oficiales extranjeros, una constitución inspirada por el Espíritu de las Leyes y una justicia basada en el
Tratado de los delitos y las penas de Beccaria.

Tales previsiones, llevadas hasta ese punto, son inexplicables, incluso para quien haya estudiado
profundamente la triple cooperación en la revolución de los enciclopedistas, de los franco-masones y de
los iluminados.

En 1797 se publicó en Neufchâtel un libro titulado “Los verdaderos autores de la Revolución de 1789”
por Sourdat. El autor señala “la trama oscura y clandestina urdida por el calvinismo, el jansenismo y el
filosofismo naciente”. En una nota dice “El caballero Follard (1660-1752, excelente militar y ardiente
jansenista) había predicho el movimiento revolucionario en 1729. Entonces decía, se trama una
revolución cuyos resortes son tan delicados que resultan imperceptibles y cuya política es admirable. Está
claro que las potencias europeas tienen malas lentes para no ver la tormenta que las amenaza”.

Otro libro llegado de Holanda o fechado en Holanda para no necesitar privilegio real tuvo gran voga a
mediados del siglo XVIII. Todos los autores masones de la época lo citan. Tenía por título: La orden de
los franco masones traicionada y el secreto de Mopsis revelado (Ámsterdam 1745). Se trataba de la
explicación completa de los tres primeros grados, tal como todavía hoy existen en líneas generales.
Veinte años después, el mismo autor, el abate Larudan, publicó otra obra: Los franco-masones aplastados,
continuación de La orden de los franco-masones traicionada, traducido del latín. La Revolución francesa
figura descrita y analizada en sus principios y vías, 23 años antes, con una penetración imposible de
concebir sin un conocimiento profundo de la cooperación de las logias. Quién pudo dar la fórmula
definitiva (siempre actual) de la república y de la democracia que debían suceder a la realeza y
mantenerse por el cadalso? Eso es lo que podía leerse en ese libro bajo la forma de escrito histórico, cuya
simulación no podía engañar a nadie. El autor prestaba a su personaje, Cromwel, los pensamientos,
máximas, ideas políticas que hubiera sido imposible entonces exponer en forma directa. Desvelaba a la
masonería preparando lo que iba a ser la Revolución y lograba hacerlo con una fidelidad y previsión del
futuro que la historia no iba a desmentir. Esto se vendía en París ocho años antes del advenimiento de
Luis XVI.

Se conoce la extraña escena en la que Cazotte, mediante un prodigio de “reportaje” anticipado, describió
tres o cuatro años antes de 1789, los rasgos, incluso circunstanciados de la tragedia revolucionaria,
prediciendo a un grupo de señores reunidos, su fin en la guillotina.

Todo ello confirma la opinión de que el Terror fue obra de la Franco Masonería.

Esas advertencias tan detalladas y procedentes de fuentes tan di versas no lograron abrir los ojos de sus
contemporáneos. Incluso ahora hay hombres inteligentes e instruidos que se niegan a ver la mano de la
franco-masonería en la Revolución.

En 1791, el Abate Le Franc, antiguo miembro de la congregación de los Eudistas que acababa de ser
dispersada, publicó en Le Petit, rue de Lavori, 10: El velo levantado por los curiosos o el secreto de la
revolución francesa revelado con ayuda de la franco-masonería y al año siguiente: La conjura contra la
religión católica y los soberanos. (4)

El capítulo tres del Velo levantado por los curiosos está dedicado a la acción de la franco-masonería
sobre la Asamblea Nacional, bajo el título: Lo que la Asamblea Nacional debe a la francomasonería. Allí
se lee lo siguiente:
“Es difícil explicar cuanto debe la Asamblea nacional de Francia a la franco masonería.
Muchos franceses están todavía hoy convencidos de que fue el despotismo nacional, la cabezonería de la
nobleza y del clero los que forzaron a la Asamblea a constituirse en Asamblea nacional y atacar sin
piedad todos los abusos que imperaban con el antiguo régimen. Esos franceses que ignoran la influencia
del gobierno masónico, no sólo en las logias masonas rectificadas, sino en los clubs distribuidos por todo
el territorio de Francia, en los departamentos y distritos, en los Comités de la Asamblea nacional misma,
son a diario víctimas de su inocencia, de las apariencias y de los discursos que por todas partes se
imprimen. Sin embargo, la verdad es que, antes que los Estados Generales fuesen convocados, los franco
masones no hablaban más que de elevar a sus grandes maestros a algún puesto importante que los pusiera
en condiciones de figurar en primera línea y procurarles gran consideración.

No escatimaron nada para lograr sus fines. Los fastos del Imperio francés transmitirán a la posteridad los
esfuerzos inauditos que los franco masones hicieron en todas las provincias, para empujar a los franceses
a unirse a ellos para abolir todo lo que podía recordar el antiguo régimen y substituirlo por el de su
sociedad, hecha según ellos para recordar a todos los hombres la libertad y la igualdad primitivas para las
que nacieron.

La Asamblea nacional favoreció con todo su poder los proyectos de la orden masónica; así puede
juzgarse por la adopción que hizo de su gobierno, de sus máximas y por el entusiasmo que puso en
sostener todo lo que la sociedad masónica le sugirió a través de sus clubs, sus asociaciones y sus escritos.

Cabe subrayar primero que la Asamblea nacional a la vez que decía que quería un gobierno monárquico,
que el Rey sería más rey que nunca por sus decretos, terminó sin embargo por adoptar un gobierno
republicado y una democracia pura, cuya organización copió de la franco-masonería. Para convencerse
basta con examinar la división que hizo del Reino.

El autor aplica luego sus deducciones generales y muestra que la división del trabajo adoptada por la
Asamblea, el procedimiento de sus discusiones, las funciones de sus oficinas, el juramento y las insignias
de sus miembros, corresponden a un método, a un juramento y a insignias adoptadas en las logias.

Y añade el abate Le Franc:

“Es evidente que los franco-masones, los propagandistas, los filósofos y una masa a sueldo de sectarios
insensatos quieren abolir la religión cristiana, no sólo en el seno de Francia, sino en Europa entera y en el
universo. Es evidente, que superando todos los errores de los herejes de todos los siglos y los filósofos de
todos los tiempos, inventaron un sistema que equivale a la idolatría … Permite al pueblo abandonarse a
sus placeres siempre que el bien público no sufra por ello, lo enriquece con lo que quita a los templos y a
los ministros del culto religioso; le hace esperar una felicidad celestial, mientras trabaja su tierra …

En los siglos futuros se verá que los franco masones formaron una confederación contra el verdadero
Dios, contra la religión, contra los hombres sabios y virtuosos y que todos sus esfuerzos se combinaron
para poner en sus puestos a todos aquellos que la nación que los nutría contenía de gente sin principios ni
costumbres.

No podrá creerse que hayan tenido la imprudencia de trazar ellos mismos a los consejeros de la nación
francesa, el plan que iba a derribar su constitución y su religión. (Le Franc, Conjura contra la religión
católica).

“·Nadie, prosigue Le Franc, conoce mejor la constitución de la franco masonería que el señor de La
Lande que redactó su historia en el diccionario enciclopédico y que trabajó con Condorcet en el código de
esa Sociedad, y en la organización de todas sus partes. Si las logias masónicas son hoy la escuela de todos
los principios de irreligión que han infectado a Francia, es a esos filósofos que hay que imputárselo,
puesto que formaron el régimen y que continúan llevando las operaciones.

El mismo lenguaje de todos los clubs, el mismo espíritu de irreligión manifestado de la misma manera en
todas las logias masónicas, todo indica la unidad de principios, el mismo motor, las mismas enseñanzas,
el mismo odio y el mismo furor contra la religión cristiana y sólo contra la religión cristiana. Sí, sólo a
ella se ataca y es para destruirla que se conmociona a Francia, ya que mediante los decretos del 7 y del
29 de noviembre de 1791 la religión católica es la única cuyo culto se proscribe, la única a la que se
niegan los templos, la única cuyos ministros se persiguen con un encarnizamiento que raya en el furor …

Los Francomasones consecuentes dicen abiertamente en sus Asambleas e incluso en medio de la


Asamblea nacional, que la religión cristiana no puede conciliarse con la constitución del reino.

IV

DOCUMENTOS RELATIVOS A LA HAUTE-VENTE

Crétineau-Joly presentó, en su libro La Iglesia romana y la Revolución, algunos de los documentos que le
fueron entregados por Gregorio XVI para redactar la historia de las Sociedades Secretas.

Hemos incluido fragmentos en este libro. Creemos que debemos reproducirlos aquí tal como figuran en la
obra de Crétineau-Joly.
1. CARTA DEL CARDENAL CONSALVI
AL PRINCIPE DE METTERNICH
(4 de enero de 1818)

La Santa Sede manifiesta aquí la presciencia que tiene del peligro que el Carbonarismo, a la cabeza del
cual pronto estará la Haute-Vente, hace correr a la sociedad

Las cosas no van bien en ninguna parte y creo, querido Príncipe, que nos creemos demasiado dispensados
de la más simple precaución. A diario hablo con los embajadores de Europa de los futuros peligros que
las Sociedades secretas preparan al orden apenas reconstituido y observo que se me responde con la
mayor de las indiferencias. Se imaginan que la Santa Sede está demasiado pronta a temer; se asombran de
los consejos que la prudencia nos sugiere. Es un error manifiesto que me gustaría no tener que compartir
con S.E. Tenéis demasiada experiencia como para no querer poner en práctica el consejo de que es mejor
prevenir que reprimir; ahora bien, ha llegado la hora de prevenir. Hay que aprovechar, a menos de
resolverse de antemano a una represión que sólo hará aumentar el mal. Los elementos que componen las
sociedades secretas, sobre todo los que sirven para formar el núcleo del Carbonarismo, están aún
dispersos, mal fundidos o in ovo. Pero vivimos en un tiempo tan fácil para las conspiraciones y tan
rebelde al sentimiento del deber que la circunstancia más vulgar puede fácilmente lograr una temible
agrupación de esos conciliábulos dispersos. S.E. me honra diciéndome en su última carta que me
inquieto demasiado por algunas sacudidas, naturales tras una tempestad tan violenta. Desearía que mis
presentimientos permanecieran en estado de quimera; sin embargo, no puedo abrigar por mucho tiempo
tan cruel esperanza.

Por todo lo que recojo de diversos lugares, y por todo lo que entreveo en el futuro, creo (y veréis más
tarde si me equivoco) que la Revolución cambió de marcha y de táctica. Ya no ataca con mano armada
los tronos y los altares, se limitará a minarlos mediante incesantes calumnias: sembrará el odio y la
desconfianza entre gobernantes y gobernados; hará odiosos a unos, mientras compadece a los otros.
Luego, un día, las monarquías más seculares, abandonadas por sus defensores se encontrarán a merced de
algunos intrigantes de baja estofa a los que nadie se digna prestar atención preventiva. Parecéis pensar
que, en esos temores manifestados por mí (pero siempre de orden verbal del Santo Padre), hay un sistema
preconcebido e ideas que sólo pueden nacer en Roma. Le juro a S.E. que al escribirle y al dirigirme a las
altas Potencias, me despojo por completo de cualquier interés personal y que es desde un punto mucho
más elevado que considero la cuestión. No detenerse a considerarlo ahora, porque todavía no ha hecho su
entrada, por así decirlo, en el dominio público, equivale a condenarse a lamentaciones tardías.

El gobierno de su Majestad Imperial y Real Apostólica adopta (le sé y el Muy Santo Padre se lo agradece
desde el fondo del alma) todas las sabias medidas que implica la situación, pero desearíamos que no se
durmiera, como el resto de Europa, sobre terribles eventualidades. La necesidad de conspirar es innata en
el corazón de los italianos; no hay que dejarles desarrollar esa mala tendencia de lo contrario, en pocos
años, los príncipes se verán obligados a castigar. La sangre o la prisión establecerá entre ellos y sus
súbitos un muro de separación. Avanzaremos hacia un abismo que con un poco de prudencia sería muy
fácil evitar. Gracias a los muy eminentes servicios que S.E. prestó a Europa ha merecido un lugar
privilegiado en el consejo de Reyes. Habéis, querido Príncipe, merecido e inspirado confianza; aumentad
todavía esa gloria tan universal poniendo a los conspiradores novicios en la imposibilidad de perjudicar
tanto a otros como a ellos mismos. Es en este arte de presciencia y de cálculo anticipado que brillaron los
grandes hombres de Estado, guardaros de no cumplir con vuestra vocación.”

El lenguaje de la Santa Sede no fue comprendido, sus advertencias fueron desdeñadas. Poco después o al
mismo tiempo se constituía la Haute-Vente.

II. INSTRUCCIÓN SECRETA PERMANENTE


dada a los miembros de la Haute-Vente

“Desde que nos establecimos como cuerpo de acción y que comenzó a reinar el orden en el fondo de la
Vente más remota así como en el seno de la más próxima al centro, hay un pensamiento que siempre ha
preocupado profundamente a los hombres que aspiran a la regeneración universal: es el pensamiento de la
liberación de Italia de la que debe salir, algún día, la liberación del mundo entero, la República fraterna y
la armonía de la humanidad. Este pensamiento todavía no lo han captado nuestros hermanos de allende
los Alpes. Creen que la Italia revolucionaria sólo puede conspirar en la sombra, distribuir algunas
puñaladas a esbirros o traidores y sufrir tranquilamente el yugo de los acontecimientos que tienen lugar
más allá de los montes para Italia, pero sin Italia. Ese error ya nos resultó fatal en repetidas ocasiones. No
hay que combatirlo con frases, sería propagarlo, hay que matarlo con hechos. Así en medio de los
cuidados que tienen el privilegio de agitar a las mentes más enérgicas de nuestras Ventas (5) hay uno que
nunca debemos olvidar.

“El Papado siempre ha ejercido una acción decisiva en los asuntos de Italia. Mediante el brazo, la voz, la
pluma, el corazón de sus incontables obispos, sacerdotes, monjes, religiosos y fieles de todas las latitudes,
el Papado halla afectos incesantemente dispuestos al martirio y al entusiasmo. Allí donde quiera
evocarlos, cuenta con amigos que muere, y otros que despojan por ella. Es una palanca inmensa de la que
sólo algunos papas valoraron el poder (aunque sólo la usaron en cierta medida). Actualmente no se trata
de reconstituir para nosotros ese poder, momentáneamente debilitado; nuestro objetivo final es el de
Voltaire y el de la Revolución francesa, la destrucción para siempre del Catolicismo e incluso de la idea
cristiana que, si permaneciera en pie sobre las ruinas de Roma la perpetuaría más tarde. Para alcanzar con
más seguridad ese fin y no prepararnos a la ligera reveses que demoran indefinidamente o comprometen
durante siglos el éxito de una buena causa, no hay que escuchar a los jactanciosos franceses, a los
nebulosos alemanes, a los tristes ingleses, que se imaginan todos que matan al Catolicismo ora con una
canción impura, ora con una deducción ilógica, ora con un tosco sarcasmo pasado de contrabando como
el algodón de Gran Bretaña. El Catolicismo tiene una vida más dura que eso. Ha visto a los más
implacables, a los más terribles adversarios y a menudo ha tenido el maligno placer de echar agua bendita
sobre la tumba de los más feroces. Dejemos pues a nuestros hermanos de esas tierras librarse a
intemperancias estériles de su celo anticatólico, permitámosles burlarse de nuestras madonas y de nuestra
devoción aparente. Con ese pasaporte podemos conspirar a gusto y llegar poco a poco a la meta
propuesta.

De modo que el Papado es desde hace 1600 años inherente a la historia de Italia. Italia no puede ni
respirar, ni moverse sin el permiso del Pastor supremo. Con él tiene los cien brazos de Briarée, sin él, está
condenada a una impotencia que causa piedad. No tiene más que divisiones a fomentar, odios que
eclosionan, hostilidades que surgen desde la primera cadena de los Alpes hasta la última estribación de
los Apeninos. No podemos desear semejante situación, de modo que importa buscar un remedio. El
remedio es perfecto. El Papa, el que sea, nunca irá a las sociedades secretas, de modo que son las
sociedades secretas las que deben dar el primer paso hacia la Iglesia, a fin de vencer a ambos.

El trabajo que vamos a emprender no es obra ni de un día, ni de un mes ni de un año; puede durar varios
años, quizás un siglo, pero en nuestras filas el soldado muere y el combate prosigue.

No pretendemos ganar a los Papas a nuestra causa, hacer de ellos neófitos de nuestros principios,
propagadores de nuestras ideas. Sería un sueño ridículo. Y de cualquier manera que se orienten los
acontecimientos, que por ejemplo los cardenales o los prelados conozcan voluntariamente o por sorpresa
parte de nuestros secretos no es un motivo para desear su elevación al trono de Pedro. Esa elevación nos
perdería. La ambición sola los habría conducido a la apostasía; las necesidades del poder les forzarían a
inmolarnos. Lo que debemos pedir, lo que tenemos que buscar y esperar, como los judíos esperan al
Mesías, es un papa según nuestras necesidades. Alejandro VI con todos sus crímenes privados no nos
convendría porque nunca erró en materias religiosas. Por el contrario, un clemente XI V sería lo ideal de
los pies a la cabeza. Borgia era un libertino, un auténtico sensualista del siglo XVIII perdido en el XV.
Fue anatomizado, a pesar de sus vicios, por todos los vicios de la filosofía y de la incredulidad y de be ese
anatema al vigor con el que defendió a la Iglesia. Ganganelli se entregó atado de pies y manos a los
ministros de los Borbones a los que temía, a los incrédulos que celebraban su tolerancia y Ganganelli se
convirtió en un gran Papa. Es más o menos en esas condiciones que lo necesitaríamos, si todavía es
posible. Con eso avanzaremos con más seguridad al asalto de la Iglesia que con los panfletos de nuestros
hermanos de Francia y el oro de Inglaterra. ¿Queréis saber la razón? Porque con ello, para romper la
roca sobre la que Dios construyó su Iglesia ya no necesitaremos el vinagre anibaliano, no necesitaremos
pólvora para cañón, ni siquiera necesitaremos nuestros brazos. Si tenemos el dedo meñique del sucesor de
Pedro comprometido en el complot, ese dedo vale para esta cruzada todos los Urbanos II y todos los San
Bernardo de la Cristiandad.

No dudamos que llegaremos a ese término supremo de nuestros esfuerzos, pero ¿Cuándo? ¿Cómo? Lo
desconocido todavía no se despeja. Sin embargo, como nada debe apartarnos del plan trazado, y que por
el contrario, todo debe tender a él, como si el éxito tuviera que coronar mañana mismo la obra a penas
esbozada, queremos, en esta instrucción que permanecerá secreta para los simples iniciados, dar a los
encargados de la Venta suprema consejos que deberán inculcar a la universalidad de los hermanos, en
forma de enseñanza o de memorando. Importa sobre todo y por una discreción cuyos motivos son
transparentes, no dejar nunca presentir que estos consejos con órdenes emanadas de la Venta. El clero
está demasiado directamente en juego como para que en la hora actual podamos permitirnos jugar con él
como con uno de esos reyezuelos o principitos sobre los que basta soplar para hacerlos desaparecer.

Resta poco por hacer con los viejos cardenales o con los prelados cuyo carácter está bien definido. Hay
que dejarlos, incorregibles, en la escuela de Consalvi y sacar de nuestros depósitos de popularidad o de
impopularidad, las armas que tornarán inútil o ridículo el poder entre sus manos. Una palabra que se
inventa hábilmente y que se tiene el arte de difundir en ciertas familias honradas escogidas, para que
desde allí descienda a los cafés y de los cafés a la calle, una palabra puede a veces matar a un hombre. Si
un prelado llega de Roma para ejercer alguna función pública en el interior de provincias, conoced de
inmediato su carácter, sus antecedentes, sus cualidades, y sobre todo sus defectos. Es de antemano un
enemigo declarado? Un Albani, un Payota, un Bernetti, un Della Genga, un Rivarola? Envolvedlo en
todas las trampas que podáis tender bajo sus pies; creadle una de esas reputaciones que asustan a niños y
viejas; pintadlo cruel y sanguinario; relatad algunos rasgos de crueldad que puedan gravarse en la
memoria del pueblo. Cuando los periódicos extranjeros recojan para nosotros esos relatos, que
embellecerán a su vez (inevitablemente por respeto a la verdad) mostrad, o mejor aún, haced mostrar, por
algún respetable imbécil, esas hojas donde se relatan los nombres y los excesos arreglados de los
personajes. Igual que Francia e Inglaterra, Italia siempre tendrá esas plumas que saben tallarse en
mentiras útiles a la buena causa. Con un periódico, del que no entiende la lengua, pero en el que verá el
nombre de su delegado o de su juez, el pueblo no necesita más pruebas. Se encuentra en la infancia del
liberalismo, cree en los liberales como más tarde creerá no sabemos bien en qué.

Aplastad al enemigo sea cual fuere, aplastad al poderoso a fuerza de maledicencia o calumnias, pero
sobre todo aplastadle en germen. Hay que ir a la juventud, es a ella a la que hay que seducir, ella a la que
debemos atraer, sin que lo perciba, bajo la bandera de las Sociedades secretas. Para avanzar poco a poco
pero seguros en esa peligrosa vía dos cosas son absolutamente necesarias. Debéis parecer simples como
palomas, pero seréis prudentes como serpientes. Vuestros padres, vuestros hijos, vuestras esposas incluso
deben ignorar siempre el secreto que lleváis en vuestro seno y si quisiérais acudir a menudo a confesión
para engañar mejor al ojo inquisitorial, estáis autorizados a guardar el secreto más absoluto sobre estas
cosas. Sabéis que la menor revelación, el menor indicio que escape en el tribunal de penitencia o en otro
lugar puede acarrear grandes calamidades y que el revelador voluntario o involuntario firma así su pena
de muerte.

Ahora bien, para asegurarnos un Papa a la medida, primero hay que modelarle a ese Papa una generación
digna del reinado que soñamos. Dejad de lado a la vejez y la edad madura; id a la juventud y si es
posible, hasta la infancia. No uséis nunca con ella palabras de impiedad o de impureza Maxima debetur
puro reverentia. No olvidéis nunca las palabras del poeta, ya que os servirán de salvaguarda contra
licencias de las que importa esencialmente abstenerse en interés de la causa. Para hacerla fructificar en el
umbral de cada familia, para tener derecho de asilo en el hogar doméstico, debéis presentaros con toda la
apariencia del hombre grave y moral. Una vez establecida vuestra reputación en colegios, gimnasios,
universidades y seminarios, una vez que hayáis captado la confianza de profesores y estudiantes, haced
que principalmente aquellos que se orientan a la milicia clerical busquen vuestra compañía. Alimentad
sus espíritus con el antiguo esplendor de la Roma papal. Todo italiano siente en el fondo pesar por la
Roma Republicada. Confundid hábilmente estos dos recuerdos el uno en el otro. Excitad, encended esas
naturalezas tan llenas de incandescencia y de patriótico orgullo. Ofrecédles primero, pero siempre en
secreto, libros inofensivos, poesías brillantes de énfasis nacional, y luego poco a poco llevaréis a vuestros
discípulos al grado de cocción deseado. Cuando en todos los aspectos a la vez del Estado eclesiástico ese
trabajo diario haya difundido nuestras ideas como la luz entonces podréis apreciar la sabiduría del
consejo cuya iniciativa tomamos.

Los acontecimientos que a nuestro entender se precipitan demasiado rápido (este escrito está fechado en
1819) forzosamente van a exigir de aquí a pocos meses, una intervención armada de Austria. Hay locos
que, con ligereza, arrojan a los demás en medio de los peligros y sin embargo son los locos los que en un
momento dado arrastran hasta a los prudentes. En Italia la revolución sólo conducirá a desgracias y
proscripciones. No hay nada maduro, ni los hombres, ni las cosas y nada lo estará hasta dentro de
bastante; pero de esas desgracias fácilmente se puede sacar una nueva cuerda para hacer vibrar el corazón
del clero jóven: el odio al extranjero. Haced que el alemán sea ridículo y odioso incluso antes de su
entrada prevista. A la idea de supremacía pontificia añadid siempre el viejo recuerdo de las guerras del
sacerdocio y el imperio. Resucitad las pasiones mal apagadas de Guelfos y Gibelinos y así con poco
esfuerzo os labraréis una reputación de buen católico y de patriota puro.

Esta reputación dará acceso a nuestras doctrinas tanto al seno del clero joven como al fondo de los
conventos. En pocos años, ese clero joven habrá invadido todas las funciones, gobernará, administrará,
juzgará, constituirá el consejo del soberano, será llamado a escoger al Pontífice que deberá reinar y ese
Pontífice como la mayoría de sus contemporáneos, estará necesariamente más o menos imbuido de los
principios italianos y humanitarios que vamos a empezar a poner en circulación. Es un grano de mostaza
que confiamos a la tierra, pero el sol de la justicia lo desarrollará hasta su mayor potencia y un día veréis
la abundante cosecha que producirá.

En el camino que trazamos a nuestros hermanos hay grandes obstáculos que vencer, dificultades diversas
a superar. Triunfaremos por la experiencia y por la perspicacia, pero el objetivo es tan bello que vale la
pena desplegar todas las velas para alcanzarlo. ¿Queréis revolucionar a Italia? Buscad al Papa cuyo
retrato acabamos de trazar. ¿Queréis establecer el reino de los elegidos sobre el trono de la prostituta de
Babilonia? Que el clero camine bajo vuestro estandarte creyendo marchar bajo el de las Llaves
apostólicas. ¿Queréis hacer desaparecer el último vestigio de los tiranos y los opresores? Echad las redes
como Simón Barjona, echadlas en el fondo de las sacristías, de los seminarios y los conventos en vez de
en el fondo del mar: y si no os precipitáis, os prometemos una pesca más milagrosa que la suya. El
pescador de peces se hizo pescador de hombres. Llevaréis a amigos nuestros en torno a la Cátedra
Apostólica. Habréis predicado una revolución en tiara y capa caminando con la cruz y el estandarte, una
revolución que apenas necesitará ser aguijoneada para encenderse en los cuatro rincones del mundo.

Que cada acto de vuestra vida tienda al descubrimiento de esta piedra filosofal. Los alquimistas de la edad
media perdieron el tiempo y el oro de sus víctimas en búsqueda de ese sueño. El de las Sociedades
secretas se logrará por la más sencilla de las razones: porque se basa en las pasiones del hombre. No nos
desalentemos por un fracaso, ni por un revés, ni por una derrota. Preparemos las armas en el silencio de
las Ventas; dispongamos todas las baterías, halaguemos todas las pasiones, tanto las más malas como las
más generosas y todo nos lleva a creer que este plan triunfará un día, superando incluso a nuestros
cálculos más improbables.”

III. FRAGMENTO DE UNA CARTA que no lleva más firma que una escuadra
pero que, comparada con otros escritos de la misma mano parece emanar del
comité director y tener una autoridad especial, data del 20 de octubre de 1821

En la lucha entablada ahora entre el despotismo sacerdotal o monárquico y el principio de libertad, hay
consecuencias que hay que sufrir, principios que ante todo importa hacer triunfar. Un fracaso figuraba
entre los acontecimientos previstos; no debemos entristecernos demasiado; pero si ese fracaso no
desalienta a nadie, deberá, en cierto momento, facilitarnos los medios para atacar al fanatismo con más
fruto. No se trata de exaltar siempre los espíritus y aprovechar todas las circunstancias. La intervención
extranjera en cuestiones, por así decirlo, de policía interna, es un arma efectiva y poderosa que hay que
saber manejar con destreza. En Francia podremos acabar con la rama mayor reprochándole
incesantemente haber regresado en los furgones de los cosacos; en Italia, también hay que hacer
impopular el nombre del extranjero de modo que cuando Roma se vea seriamente asediada por la
Revolución, un socorro extranjero sea ante todo una afrenta, incluso para los nativos fieles. Ya no
podemos ir al enemigo con la audacia de nuestros padres de 1793. Nos limitan las leyes y más todavía las
costumbres, pero con el tiempo nos estará permitido quizás alcanzar la meta que ellos fallaron. Nuestros
padres se precipitaron demasiado y perdieron la partida. Nosotros la ganaremos si, conteniendo las
temeridades logramos fortificar las debilidades.

Es de fracaso en fracaso como se llega a la victoria. Así que estad siempre alertas sobre lo que pasa en
Roma. Restad popularidad al sacerdocio por todos los medios. Haced al centro del Catolicismo lo todos
nosotros, individualmente o en grupo hacemos en las alas. Agitad, arrojad a la calle, sin motivos o con
ellos, no importa, pero agitad. Esa palabra encierra todos los elementos del éxito. La conspiración mejor
urdida es la que se más se agita y que compromete a más gente. Tened mártires, tened víctimas, siempre
hallaremos a quienes sepan dar a todo ello los colores necesarios”.

IV. CARTA DEL JUDIO DESIGNADO EN LA SECTA BAJO EL NOMBRE


PICCOLO-TIGRE. Da a los miembros de la Venta de Carbonari, que Piccolo-Tigre había formado
en Turín, instrucciones sobre los medios a adoptar para reclutar franco masones, esta fechada el 18
de enero de 1822:

En la imposibilidad en que se hallan nuestros hermanos y amigos de decir su última palabra, se ha


considerado bueno y útil propagar por todas partes la luz e impulsar a todo lo que aspire a moverse. Con
ese fin no cesamos de recomendaros la afiliación a todo tipo de congregaciones, siempre que haya
misterio. Italia está cubierta de Cofradías religiosas y de Penitentes de diversos colores. No temáis
deslizar a algunos de los nuestros en medio de esos rebaños guiados por una devoción estúpida; que
estudien con cuidado al personal de esas cofradías y verán como poco a poco en ellas puede cosecharse.
Con el pretexto más fútil, aunque nunca político o religioso, cread vosotros mismos, o mejor aún, haced
crear por otros, asociaciones que tengan por objeto el comercio, la industria, la música, las bellas artes.
Reunid en algún lugar, incluso en sacristías o capillas a las tribus todavía ignorantes, ponédlas bajo el
báculo de un sacerdote virtuoso, apreciado, pero crédulo y fácil de engañar; infiltrad el veneno en los
corazones escogidos, infiltradlo en dosis pequeñas y como al azar: luego, al reflexionar vosotros mismos
os asombraréis de vuestro éxito.

Lo esencial es aislar al hombre de su familia, hacerle perder las costumbres. Está dispuesto, por
inclinación de su carácter, a huir de los cuidados del hogar, a correr tras los placeres fáciles y las alegrías
prohibidas. Le agradan las grandes charlas del café, el ocio de los espectáculos. Arrastradle, atraedle,
dadle alguna importancia; enseñadle discretamente a aburrirse con esos trabajos diarios y mediante esas
artes, tras haberlo separado de su esposa e hijos y haberle mostrado lo penosos que son todos los deberes,
le inculcaréis el deseo de otra existencia. El hombre nació rebelde. Atizad ese deseo de rebelión hasta el
incendio, pero que el incendio no estalle. Es una preparación para la gran obra lo que váis a comenzar.
Cuando hayáis insinuado en algunas almas el disgusto por la familia y la religión (casi siempre una va
tras la otra) dejad caer algunas palabras que provoquen el deseo por estar afiliado a la Logia más
próxima. La vanidad del habitante de la ciudad o del burgués por adherirse a la franco masonería es tan
banal y universal que siempre me admira la estupidez humana. Me asombra no ver al mundo entero
llamar a la puerta de todos los Venerables y pedirle a esos señores el honor de ser uno de los obreros
escogidos para la reconstrucción del Templo de Salomón. El prestigio de lo desconocido ejerce en los
hombres tal poder que se preparan temblorosos a las fantasmagóricas pruebas de iniciación y al banquete
fraterno.

Ser miembro de una Logia, sentirse, sin mujer ni hijos, llamado a guardar un secreto que nunca se le
confía, es para algunas naturalezas una ambición voluptuosa. Actualmente las Logias pueden procrear
glotones pero nunca darán vida a ciudadanos. Se cena demasiado en casa de los Tales y Cuales de
Oriente, pero es un lugar de depósito, una especie de acaballadero, un centro por el que hay que pasar
antes de llegar a nosotros. Las Logias sólo hacen un mal relativo, un mal templado por una falsa
filantropía y por canciones todavía más falsas, como en Francia. Resulta demasiado pastoral y demasiado
gastronómico pero tiene un fin que constantemente hay que fomentar. Al enseñarle a manifestarse nos
apoderamos de la voluntad, la inteligencia y la libertad del hombre. Disponemos de él, los giramos, lo
estudiamos. Se adivinan sus inclinaciones, sus afectos y sus tendencias; cuando está maduro para nosotros
se le dirige hacia la sociedad secreta, de la que la franco-masonería no es más que la antecámara mal
iluminada.

La Alta Venta desea que bajo cualquier pretexto se introduzcan en las Logias masónicas al mayor
número posible de príncipes y de ricos. Todos los príncipes de casa soberana sin esperanza legítima de ser
reyes por gracia de Dios desean serlo por gracia de una revolución. El duque de Orleáns es franco-masón,
el príncipe de Carignan también lo fue. No faltan en Italia y por todas partes los que aspiran a los
modestos honores del delantal y la llana simbólicos. Los hay desheredados o proscritos. Halagad a los
ambiciosos de popularidad; acaparadlos para la franco-masonería: la Alta Venta verá luego qué puede
lograr de útil a la causa del progreso. Un príncipe que no puede esperar reino es una buena fortuna para
nosotros. Hay muchos en ese caso, hacedlos franco-masones. La logia los conducirá al Carbonarismo.
Llegará el día en que la alta Venta quizás se digne afiliarlos. Mientras tanto servirán de atractivo a los
imbéciles, a los intrigantes, a los ciudadanos y a los menesterosos. Esos pobres príncipes nos serán útiles
mientras creen trabajar en beneficio propio. Son un magnífico reclamo y siempre hay tontos dispuestos a
comprometerse al servicio de una conspiración en cuyo contrafuerte haya un príncipe cualquiera.

Una vez que un hombre, incluso un príncipe, sobre todo un príncipe haya comenzado a corromperse no
dudéis que no se detendrá en la pendiente. Hay pocas buenas costumbres, incluso entre los más morales y
la progresión va rápido. De modo que no os asombréis de ver a las Logias florecientes mientras que el
Carbonarismo apenas recluta. Es con las Logias con las que contamos para duplicar nuestras files; forman
sin saberlo a nuestro noviciado preparatorio. Discurren sin cesar sobre los peligros del fanatismo, sobre
la dicha de la igualdad social y sobre los grandes principios de la libertad religiosa. Entre dos festines
pronuncian anatemas fulminantes contra la persecución. No se necesita más para lograr adeptos. Un
hombre imbuido de cosas tan bellas no está lejos de nosotros, sólo queda incorporarlo al regimiento. La
ley del progreso social está allí, totalmente; no vale la pena buscarla en otro lado. En las circunstancias
actuales, no os quitéis nunca la máscara. Limitaros a rondar en torno al rebaño católico, pero, como buen
lobo, coged al pasar al primer cordero que se ofrezca en las condiciones adecuadas. Un burgués está bien,
un príncipe mejor aún. Sin embargo, que esos corderos no se transformen en zorros, como el infame
Carignan. La traición del juramento es una sentencia de muerte y todos esos príncipes, débiles o cobardes,
ambiciosos o arrepentidos, nos traicionan y nos denuncian. Afortunadamente saben poco, casi nada, no
pueden poner sobre la pista de nuestros verdaderos misterios.

En mi último viaje a Francia ví con profunda satisfacción que nuestros jóvenes iniciados ponían extremo
ardor en difundir el Carbonarismo, aunque creo que precipitan demasiado el movimiento. En mi opinión,
hacen de su odio religioso un odio político. La conspiración contra la Sede romana no debería
confundirse con otros proyectos. Estamos expuestos a que en el seno de las sociedades secretas germinen
ardientes ambiciones; esas ambiciones, una vez dueñas del poder pueden abandonarnos. La ruta que
seguimos no está todavía lo bastante bien trazada como para entregarnos a intrigantes o a tribunos. Hay
que des-catolizar al mundo y un ambicioso que haya logrado sus fines se cuidará de secundarnos. La
revolución en la Iglesia es la revolución permanente, es el derribo obligado de los tronos y las dinastías.
Ahora bien, un ambicioso no puede querer esas cosas. Nuestras miras van más alto y más lejos. Tratemos
pues de protegernos y fortalecernos. Conspiremos sólo contra Roma, para ello sirvámonos de todos los
incidentes, aprovechemos todas las ocasiones. Evitemos principalmente el celo exagerado. Un odio frío,
calculado, profundo vale más que todos los fuegos artificiales, todas las declamaciones de tribuna. En
París no quieren entenderlo pero en Londres he visto a hombres que comprenden mejor nuestro plan y
que se asocian a él con más frutos. Me han hecho ofertas considerables: pronto tendremos en Malta una
imprenta a nuestra disposición. De modo que podremos, impunemente, seguros y bajo pabellón británico,
difundir, desde un extremo de Italia hasta el otro, los libros, folletos, etc. que la Venta juzgue oportuno
poner en circulación.”

V. CARTA DE NUBIUS, EL JEFE DE LA ALTA VENTA EN VOLPE,


fechada 3 de abril de 1824

Han cargado nuestros hombros con un pesado fardo querido Volpe. Debemos hacer la educación inmoral
de la Iglesia y llegar por pequeños medios bien graduados aunque bastante mal definidos, al triunfo de la
idea revolucionaria a través del Papa. En ese proyecto que siempre me pareció de un cálculo
sobrehumano todavía avanzamos a tientas. Pero no hace dos meses que estoy en Roma y ya empiezo a
acostumbrarme a la nueva existencia que se me ha destinado. Ante todo, debo haceros un comentario
mientras estáis en Forli levantando el ánimo de nuestros hermanos: me parece que, y dicho sea entre
nosotros, en nuestras filas hay muchos oficiales y no suficientes soldados. Hay hombres que se van
misteriosamente o a media voz a hacer, al primero que pasa, semi-confidencias que no traicionan nada
pero que si cayeran en oídos inteligentes podrían adivinarlo todo. Es la necesidad de inspirar temor o
celos a un vecino o a un amigo lo que lleva a algunos de nuestros hermanos a esas indiscreciones
culpables. El éxito de nuestra obra depende del más profundo misterio y en las Ventas debemos encontrar
tanto al iniciado como al cristiano de La Imitación siempre dispuesto “a permanecer desconocido y no
contar”. No es por ti, fiel Volpe, que me permito emitir este consejo, no considero que puedas
necesitarlo. Como nosotros, conoces el precio de la discreción y del olvido de sí mismo frente a los
grandes intereses de la humanidad. Sin embargo, si una vez hecho examen de conciencia os juzgáis en
contravención, os ruego que reflexionéis ya que la indiscreción es la madre de la traición.

Hay una cierta parte del clero que muerde el anzuelo de nuestras doctrinas con maravillosa vivacidad: es
el sacerdote que nunca tendrá más empleo que decir misa, otro pasatiempo que esperar en un café que
pasen dos horas tras el Ave María para irse a dormir. Ese sacerdote, el mayor ocioso de todos los ociosos
que pululan por la Ciudad Eterna me parece haber sido creado para servir de instrumento a las Sociedades
Secretas. Es pobre, ardiente, desocupado, ambicioso. Se sabe desheredado de los bienes de este mundo.
Se cree demasiado alejado del sol, del favor para poder calentarse, tirita su miseria mientras murmura
contra el injusto reparto de honores y bienes de la Iglesia. Empezamos a utilizar esos sordos descontentos
que el abandono nativo apenas osaba confesar. A ese ingrediente de los sacerdotes sin funciones y sin
más carácter que un manto tan destartalado como su sombrero que ha perdido totalmente su forma
primitiva, agregamos en lo posible una mezcla de sacerdotes corsos y genoveses que llegan a Roma con
la tiara en la maleta. Desde que Napoleón vió la luz en su isla no hay un solo corso que no se crea
Bonaparte pontificial. Esa ambición que tiene ahora su vulgaridad, nos ha sido favorable, nos ha abierto
caminos que probablemente nos hubieran permanecido mucho tiempo desconocidos. Sirve para
consolidar, iluminar el camino por el que andamos y sus quejas, enriquecidas con comentarios y
maldiciones, nos ofrecen puntos de apoyo en los que nunca hubiéramos pensado.

La tierra fermenta, el gérmen se desarrolla pero la cosecha todavía está muy lejana.

VI. FRAGMENTO DE UNA CARTA DE NUBIUS


AL JUDIO PRUSIANO KLAUSS

Me paso a veces una hora por la mañana con el anciano cardenal della Somaglia, el Secretario de Estado.
Cabalgo con el duque de Laval o con el príncipe Cariati; después de misa acudo a besar la mano de la
bella princesa Doria, donde encuentro con bastante frecuencia al bello Bernetti; de allí corro a lo del
cardenal Pallotta, un Torquemada moderno que no hace honor a nuestro espíritu de invención; luego
visito en sus celdas al procurador general de la Inquisición, al dominico Jabalot, al teatino Ventura o al
franciscano Orioli. Por la tarde, inicio con otros esta vida de ocio tan bien ocupada a los ojos del mundo y
de la corte; al día siguiente reanudo la eterna cadena. (Aquí eso se llama hacer que las cosas funcionen).
En un país en que la inmovilidad es una profesión y un arte, sin embargo, los progresos de la causa son
sensibles. No contamos a los sacerdotes ganados, a los jóvenes religiosos seducidos, no podríamos y no
lo deseo. Pero hay indicios que no engañan a los ojos experimentados y de lejos, de muy lejos, se siente
que el movimiento comienza. Felizmente no tenemos la petulancia de los franceses. Queremos dejarlo
madurar antes de explotarlo, es el único modo de actuar sobre seguro. A menudo me habéis hablado de
acudir en nuestra ayuda cuando se haga el vacío en la bolsa común. Esa hora ha llegado in questa
Dominante. Para trabajar en la futura confección de un Papa ya no tenemos ni un papalino y sabéis por
experiencia que el dinero es en todas partes y principalmente aquí el nervio de la guerra. Os doy noticias
que os llegarán al alma a cambio poned a nuestra disposición talers, muchos talers. Es la mejor artillería
para batir en brecha a la silla de Pedro.”

VII. CARTA DE NUBIUS A VINDICE


Tras la ejecución de Targhini y de Montanari, el 23 de noviembre de 1825 (6)

He asistido, con la ciudad entera, a la ejecuión de Targhini y de Montanari, pero prefiero su muerte que su
vida. El complot que alocadamente habían preparado para inspirar terror no podía triunfar, casi nos
comprometió, de modo que su muerte compensa esos pecadillos. Cayeron con valor y el espectáculo
fructificará. Gritar desgañitándose en la plaza del Pueblo, en Roma, en la ciudad madre del Catolicismo,
frente al verdugo que os coge y del pueblo que os mira, que se muere inocente, franco-masón e
impenitente, es admirable. Más admirable aún porque es la primera vez que algo semejante ocurre.
Montanari y Targhani son dignos de nuestro martirologio puesto que no se dignaron aceptar ni el perdón
de la Iglesia, ni la reconciliación con el Cielo. Hasta hoy, los pacientes, depositados en capilla lloraban
de arrepentimiento para ablandar el alma del Vicario de las misericordias. Estos no quisieron comprender
nada de las felicidades celestiales y su muerte como reprobados produjo un mágico efecto en las masas.
Es una primera proclama de las Sociedades Secretas y una toma de posesión de las almas.

Así que tenemos mártires. Para ir en contra de la policía de Bernetti, hice depositar flores, muchas flores,
en el foso donde el verdugo ocultó sus restos. Adoptamos disposiciones en consecuencia. Temíamos que
nuestros sirvientes se vieran comprometidos al hacer esa tarea. Hay aquí ingleses y damas jóvenes
románticamente antipapistas y es a ellos a quienes encargaremos la piadosa peregrinación. La idea me
pareció tan acertada como las rubias jovencitas. Las flores, arrojadas durante la noche a los dos
cadáveres proscritos harán germinar el entusiasmo de la Europa revolucionaria. Los tendrán su Panteón.
Durante el día iré a presentar mis condolencias a Monseñor Piatti. Al pobre hombre se le escaparon esas
dos almas de Carbonari. Empeñó para confesarlos toda su tenacidad de sacerdote y fue vencido. Me
debo a mí mismo, a mi nombre, a mi posición y sobre todo a nuestro futuro, deplorar con todos los
corazones católicos, este escándalo, inaudito en Roma. Lo deploraré tan elocuentemente que espero
enternecer al mismo Piatti. A propósito de flores, hicimos pedir por uno de nuestros más inocentes
afiliados de la franco-masonería, al poeta Casimir Delavigne, una mesenia sobre Targhini y Montanari.
Este poeta, al que veo a menudo en el mundo de las artes y los salones es un buen hombre de modo que
prometió llorar un homenaje para los mártires y fulminar un anatema contra los verdugos. Los verdugos
serán el Papa y los sacerdotes. Ya es algo. Los corresponsales ingleses también harán maravillas y
conozco a más de uno que ha embocado la trompeta épica en honor de la cosa.

Sin embargo es muy malo hacer así héroes y mártires. La muchedumbre es tan impresionable ante ese
cuchillo que corta la vida; pasa tan rápidamente, esa multitud de una emoción a otra; pasa tan pronto a
admirar a los que enfrentan con audacia el supremo instante que desde el espectáculo me siento
trastornado y dispuesto a actuar como la multitud. Esta impresión, de la que no puedo defenderme, y que
hizo que tan pronto se perdonara a los dos supliciados su crimen y su impenitencia final me ha llevado a
reflexiones filosóficas, médicas y poco cristianas, que quizás haya que utilizar algún día.

Alguna vez, si triunfamos y si, para eternizar nuestro triunfo son necesarias algunas gotas de sangre, no
hay que conceder a las víctimas designadas el derecho a morir con dignidad y firmeza. Muertes
semejantes sólo sirven para alimentar el espíritu de oposición y dar al pueblo mártires cuya sangre fría le
gusta ver. Es un mal ejemplo, hoy lo aprovechamos, pero creo útil hacer mis reservas para ulteriores
casos. Si Targhini y Montanari, por un medio u otro (la química tiene tantas maravillosas recetas)
hubieran subido al cadalso abatidos, temblando y desalentados, el pueblo no hubiera tenido piedad.
Estuvieron intrépidos, así que el mismo pueblo conservará de ellos un precioso recuerdo. Ese día será una
fecha para él. Si es inocente, el hombre que se lleva a la guillotina ya no es peligroso. Si sube con
seguridad, contempla la muerte impasible, aunque sea criminal, gozará del favor de las multitudes.

“No nací cruel; nunca tendré, así lo espero, avidez sanguinaria; pero que desea el fin desea los medios.
Ahora bien, en determinado caso no podemos, incluso en interés de la humanidad, dejarnos enriquecer
con mártires a pesar nuestro. ¿Creéis que en presencia de los cristianos primitivos, los Césares no
hubieran hecho mejor debilitando, atenuando, confiscando, en beneficio del Paganismo, todas las heroicas
ansias del cielo, en vez de provocar el fervor del pueblo con un bello fin? No hubiera sido mejor
medicamentar la fuerza del alma, embruteciendo al cuerpo? Una droga bien preparada, y mejor
administrada y que debilitara al paciente hasta la postración tendría, a mi entender, un saludable efecto.
Si los Césares hubieran empleado a los Locustes de su época en esas actividades, estoy convencido de
que nuestro viejo Júpiter Olímpico y todos sus pequeños dioses de segundo orden no hubieran sucumbido
tan miserablemente. La suerte del Cristianismo no hubiera sido, estoy seguro, tan grande. Llamaban a sus
apóstoles, a sus sacerdotes, sus vírgenes, para morir en los dientes de los leones en el anfiteatro o en las
plazas públicas, bajo la mirada de una muchedumbre atenta. Sus apóstoles, sacerdotes y vírgenes,
movidos por un sentimiento de fe, de imitación, de proselitismo o de entusiasmo, morían sin palidecer y
cantando himnos victoriosos. Así daban ganas de inmolarse, lo que está probado. ¿No procreaban
gladiadores los gladiadores? Si los pobres Césares hubieran tenido el honor de formar parte de la Alta
Venta sencillamente les hubiera pedido que hicieran tomar a los neófitos más audaces una poción bajo
receta y las nuevas conversiones hubieran sido incontables, porque no ya no hubieran habido mártires.
En efecto, no hay émulos por copia o por atracción cuando se arrastra al cadalso un cuerpo sin
movimiento, una voluntad inerte y ojos que lloran sin enternecer. Los cristianos fueron muy pronto
populares porque al pueblo le gusta todo lo que impacta. Si hubiese visto debilidad, temor, bajo una
envoltura temblorosa y sudando fiebre, habría empezado a silbar y el cristianismo hubiera terminado en el
tercer acto de la tragicomedia.

Es por principio de humanidad política que creo tener que proponer semejante medio. Si se hubiera
condenado a Targhini y a Montanari a morir como cobardes, ayudando a esa sentencia con algún
ingrediente de farmacia, Targhini y Montanari serían ahora mismo dos miserables asesinos, que ni
siquiera se atrevieron a mirar de frente a la muerte. El pueblo los despreciaría, los olvidaría. En cambio,
admira, a pesar suyo, esa muerte en que la mitad fue fanfarronada y el error del gobierno pontifical hizo
el resto en nuestro beneficio. De modo que desearía que en caso de urgencia quedara decidido que no
actuaremos así. No os prestéis a hacer que la muerte en el cadalso resulte gloriosa y santa, orgullosa o
dichosa y no tendréis necesidad de matar con frecuencia.

Como nos importa alcanzar la moral, es al corazón al que debemos herir. Sé todo lo que puede objetarse
en contra de semejante proyecto, pero, bien considerado, las ventajas superan los inconvenientes. Si se
guarda celosamente el secreto, veréis en la ocasión la utilidad de este nuevo tipo de medicamento. Una
pequeña piedra mal encaminada en la vejiga bastó para reducir a Cromwel. ¿Qué haría falta para abatir al
hombre más robusto y mostrarlo sin energía, sin voluntad y valor en manos de sus ejecutores? Si no tiene
fuerzas para recoger la palma del martirio, no tendrá aureola y por consiguiente ni admiradores, ni
neófitos. Cortamos por lo sano tanto a los unos como a los otros y será un gran pensamiento de
humanidad revolucionaria el que nos habrá inspirado semejante precaución. La recomiendo en memento.

VIII – CARTA DE FELICE escrita en Acône, el 11 de junio de 1820, tras la publicación de la


Encíclica de Pío VIII, con fecha 24 de mayo de 1829. Al leerla, la Alta Venta, se creyó traicionada.
(7)

Momentáneamente hay que frenar y dar tiempo a que se calmen las sospechas del viejo Castiglioni. (8)
Ignoro si se ha cometido alguna indiscreción y si a pesar de todas nuestras precauciones algunas de
nuestras cartas cayeron en manos del cardenal Albani. Ese zorro austríaco, que no es mejor que Bernetti
el león de Fermo, no nos dará tregua. Ambos se enseñan con los Carbonari; los persiguen, los acorralan
de concierto con Metternich y esa cacería, en la que destacan, puede inocentemente ponerlos sobre
nuestra pista. La Encíclica brama y precisa con gran certeza, que debemos temer las emboscadas, tanto
por parte de Roma como de los falsos hermanos. Por aquí no estábamos acostumbrados a ver al Papa
expresarse con semejante resolución. Ese lenguaje no es el acostumbrado en los palacios apostólicos:
para que lo haya empleado en esta circunstancia solemne es necesario que Pío VIII se haya procurado
algunas pruebas del complot. Corresponde a los que están in situ velar con más cuidado que nunca por la
seguridad de todos; pero, ante una declaración de guerra tan explícita desearía que se juzgara oportuno
deponer por un momento las armas.

La independencia y la unidad de Italia son quimeras, igual que la libertad absoluta, cuyo sueño persiguen
algunos de nosotros en medio de abstracciones impracticables. Todo ello es un fruto que el hombre nunca
podrá recoger; pero aunque sea quimera más que realidad, produce cierto efecto en las masas y en la
juventud efervescente. Sabemos a qué atenernos respecto a estos dos principios; están vacíos, y siempre
estarán vacíos. Sin embargo, es un medio de agitación, de modo que no debemos privarnos de él. Agitad
pues por lo bajo, inquietad a la opinión, haced que el comercio fracase, y sobre todo cuidaros de aparecer.
Es el medio más eficaz para que se sospeche del gobierno pontificio. Los sacerdotes son confiados porque
creen dominar las almas. Mostradlos recelosos y pérfidos. La multitud siempre ha sido extremadamente
propensa a las contra-verdades. Engañadla: le gusta que la engañen, pero sin precipitación, y sobre todo
sin tomar las armas. Nuestro amigo de Osimo, que ha sondeado el terreno, afirma que valientemente
“debemos hacer nuestras Pascuas” y adormecer así la vigilancia de la autoridad.

Suponiendo que la Corte romana no sospeche nada de nuestras actividades, ¿creéis que la actitud de los
locos del Carbonarismo puede en cualquier momento ponerla sobre nuestra pista? Jugamos con fuego, y
no debe ser para quemarnos nosotros mismos. Si a fuerza de muertes y de jactancia liberal, los Carbonari
arrojan en brazos de Italia una nueva impresa, ¿no cabe temer un compromiso? Para dar a nuestro plan
toda la extensión que debe adoptar, debemos actuar en silencio, en sordina, ganar terreno poco a poco y
no perderlo nunca. El relámpago que acaba de brillar en lo alto de la logia vaticana puede anunciar una
tormenta. ¿Estamos en condiciones de evitarla? ¿Atrasará esa tormenta nuestra cosecha? Los Carbonari se
agitan en mil deseos estériles; cada día profetizan una conmoción universal. Eso nos perderá, porque
entonces los partidos serán más tajantes y habrá que optar a favor o en contra. De esa elección nacerá,
inevitablemente, una crisis y de esa crisis una postergación o desgracias imprevistas.

IX. CARTA DE NUBIUS A VINDICE


tras las insurrecciones de febrero de 1831 y de enero de 1832

Zucchi, Sercognani, Armando y todos nuestros viejos arrastra- sables del Imperio actuaron como
auténticos escolares de vacaciones. Tuvieron fe en un martirio estéril o mejor quisieron hacer
resplandecer al sol los ricos galones que se hicieron conceder por las Logias masónicas de las legaciones.
Sin embargo, esos “recalentados” de los que nunca pude augurar nada bueno, tuvieron una ventaja. Se
llevan al exilio a una masa de fanáticos sin inteligencia, que aquí nos comprometían y que ardían por ir a
ver si el pan del extranjero es tan amargo como pretende Dante. Afirmo que estos héroes que huyen no
serán de la opinión del poeta. La escalera del extranjero no les parecerá más dura de ascender que la del
Capitolio. Sólo dentro de unos meses por fin nos serán útiles para algo. Emplearemos las lágrimas reales
de la familia y los presumidos dolores del exilio para fabricarnos un arma popular con la amnistía. . La
pediremos siempre, contentos de obtenerla lo más tarde posible, pero la pediremos a gritos.

Nuestros ocho años de trabajo interno habían dado felices frutos. Para pechos tan ejercitados como los
nuestros empezábamos a sentir que el aire no circulaba ya tan libremente en torno a la Iglesia. Mi oreja,
siempre levantada como la de un perro de caza, recogía con voluptuosidad suspiros del alma, confesiones
involuntarias, que escapaban de la boca de algunos miembros influyentes de la familia clerical. A pesar
de las bulas de excomunión y las encíclicas, estaban con nosotros, de corazón si no de cuerpo. El
Memorandum (9) hubiera culminado la obra con el desarrollo de sus consecuencias inglesas y naturales.
Síntomas de más de un tipo y cuya gravedad estaba más en el fondo que en la forma, se mostraban como
pesadas nubes precursoras de una tempestad. Y bien, todos esos éxitos, preparados desde hace tiempo,
resultan comprometidos por miserables expediciones que terminan todavía más deplorablemente de lo
que comenzaron. El pequeño Mamiani, con su poesía y sus folletos, Pietro Ferretti, con sus malos
negocios que busca ocultar, Orioli con su ciencia empantanada, todos nuestros locos de Bolonia, con su
instinto belicoso que se calma al primer cañonazo, alejan de nosotros al sacerdocio, al menos diez años.
Se le dice al sacerdote que se está resentido con la Iglesia, el Papa, el Sacro Colegio, la Prelatura, etc.
Pero el sacerdote, que como tal, considera todos esos bienes, todos esos honores como su patrimonio, el
sacerdote reflexiona. El Liberalismo se le presenta bajo los rasgos de un enemigo implacable, así que el
sacerdote declara al Liberalismo una guerra a muerte. Ved lo que ocurre. Se diría que el Cardenal
Bernetti tiene la intuición de nuestros planes, porque las órdenes que de él emanan y que me comunican,
llevan todas la consigna, a los monjes y a los curas, de ponerse a la cabeza de las poblaciones y de
entrenarlas en el combate contra los rebeldes. Monjes y curas obedecen: el pueblo los sigue, profiriendo
gritos de venganza. Un obispo hizo algo aún mejor. Armado con dos pistolas a la cintura, avanzó contra
los insurrectos y hubiera podido matar a su hermano en el enfrentamiento. Me gusta esta evocación de
Caín y Abel. Desde el punto de vista de los odios familiares tiene su lado bueno, pero es incompatible con
nuestros planes.

Los franceses parecen nacidos para nuestra desgracia. O nos traicionan o nos comprometen. ¿Cuándo
podremos reanudar con la mente tranquila la obra en torno a la cual habíamos reunido tantos elementos
de éxito? “
X. CARTA DE MALEGARI DIRIGIDA DESDE LONDRES
AL DOCTOR BREIDENSTEIN en 1835

“Formamos una asociación de hermanos en todos los puntos del globo; tenemos deseos e intereses
comunes: tendemos todos a la liberación de la humanidad; queremos romper toda especie de yugo, y hay
uno que no se ve, que apenas se siente y que pesa sobre nosotros. ¿De dónde viene? ¿Dónde está? Nadie
lo sabe o al menos nadie lo dice. La asociación es secreta, incluso para nosotros, veteranos de las
asociaciones secretas. Se exige de nosotros cosas que a veces erizan los cabellos. Y ¿me creeríais si os
digo que desde Roma me dicen que dos de los nuestros, bien conocidos por su odio al fanatismo, fueron
obligados, por orden del jefe supremo, a arrodillarse y comulgar durante la última Pascua? No razono mi
obediencia, pero confieso que quisiera saber hasta dónde llevaremos semejantes santurronerías.

XI – CARTA DE NUBIUS A BEPPO en fecha 7 de abril de 1836

”Sabéis que Manzini se ha juzgado digno de cooperar con nosotros en la obra más grandiosa de nuestros
días. La Venta Suprema no lo ha decidido así. Manzini tiene demasiados aires de conspirador de
melodrama para convenir al oscuro papel que nos resignamos representar hasta el triunfo. A Manzini le
gusta hablar de muchas cosas, sobre todo de él. No deja de escribir que derriba tronos y altares, que
fecunda pueblos, que es el profeta del humanitarismo, etc. etc. y todo eso se reduce a unos miserables
desórdenes o a asesinatos tan vulgares que de inmediato despediría a uno de mis lacayos si se permitiera
deshacerse de uno de mis enemigos con tan vergonzosos medios. Manzini es un semi-dios para los tontos
ante los que intenta hacerse proclamar pontífice de la fraternidad, de la que será el dios italiano. En la
esfera en la que actúa, ese pobre José sólo es ridículo; para ser una completo animal feroz siempre le
faltarán garras.

Es el burgués gentilhombre de las Sociedades secretas que mi querido Molière no tuvo la suerte de
entrever . Dejémosle colaborar en los cabarets del Lago Leman o ocultar en lupanares de Londres su
importancia y su vacío real. Que perore o escriba: que lo fabrique todo a su gusto, con viejos restos de
insurrección o con su general Ramorino, jóvenes Italias, jóvenes Alemanias, jóvenes Francias, jóvenes
Polonias, jóvenes suizas, et. Etc. Si ello puede servir a su insaciable orgullo no nos oponemos, pero darle
a entender, aunque cuidando los términos según convenga que la asociación de la que habló ya no existe,
si es que alguna vez existió. Que no la conocéis y que sin embargo, devéis declararle que si existiera,
habría cogido mal camino para entrar en ella. Admitiendo su existencia, esta Venta está evidentemente
por encima de las demás; es el San Juan de Latran, caput et mater omnium ecclesiarum. Sólo se llamó a
los elegidos, a los únicos considerados dignos de ser introducidos y Manzini hubiera sido excluido.
¿Acaso no ve que entrando a medias en un secreto que no le pertenece, por la fuerza o la astucia, quizás
se expone a peligros que ya ha hecho correr a más de uno?

Arreglad esta última idea a vuestro gusto, pero transmitidla al gran sacerdote del puñal. Conociendo su
prudencia consumada, apuesto a que la idea tendrá efecto en el rufián.

XII – CARTA DE VINDICE ESCRITA EN CASTELLAMARE A NUBIUS


el 9 de agosto de 1838. Desarrolla el plan de la Alta Venta

Las muertes de la que los nuestros son culpables ora en Francia, ora en Suiza y siempre en Italia, suponen
para nosotros vergüenza y remordimiento. Es la cuna del mundo explicada por la apología de Caín y
Abel; y estamos demasiado adelantados como para contentarnos con semejantes medios. ¿Para qué sirve
un hombre asesinado? Para asustar a los tímidos y alejar de nosotros a todos los corazones audaces.
Nuestros predecesores en el Carbonarismo no comprendías su poder. No es en la sangre de un hombre
aislado o incluso de un traidor que hay que ejercitarlo, (el poder) es sobre las masas. No individualicemos
al crimen. Para acrecentarlo hasta las proporciones del patriotismo y el odio contra la Iglesia debemos
generalizarlo. Una puñalada no significa nada, no produce nada. ¿Qué le hacen al mundo algunos
cadáveres desconocidos, arrojados sobre la vía pública por venganza de las sociedades secretas? ¿Qué le
importa al pueblo que la sangre de un obrero, de un artista, de un gentilhombre o incluso de un príncipe
haya corrido en virtud de una sentencia de Manzini o de algunos de sus sicarios representando seriamente
a Santa Vehme? El mundo no tiene tiempo de escuchar los últimos gritos de la víctima, pasa y olvida.
Somos nosotros, Nubius, sólo nosotros los que podemos detener su marcha. El Catolicismo no teme más
a un estilete bien afilado que la monarquía, pero estas dos bazas del orden social pueden desmoronarse
bajo la corrupción. No nos dejemos corromper, nunca. Tertullien decía con razón que la sangre de los
mártires engendraba cristianos. Se decidió en nuestros consejos que no queremos más cristianos: no
creemos pues mártires, sino que popularicemos el vicio en las multitudes. Que lo respiren por los cinco
sentidos, que se saturen; y esta tierra, en la que el Aretino sembró, siempre está dispuesta a recibir
lúbricas enseñanzas. Haced corazones viciosos y no tendréis más católicos. Alejad al sacerdote del
trabajo, del altar y de la virtud; buscad hábilmente que ocupe en otra cosa sus pensamientos y sus horas.
Tornarlo ocioso, glotón y patriota y se volverá ambicioso, intrigante y perverso. Habréis cumplido así
mil veces mejor vuestra tarea que si hubiérais mojado la punta de vuestros puñales en los huesos de
algunos pobres desgraciados. No quiero y tampoco vos, amigo Nubius, ¿no es cierto? entregar mi vida a
los conspiradores para arrastrarme por el viejo sendero.

Es la corrupción, en grande, la que hemos emprendido, la corrupción del pueblo por el clero y del clero
por nosotros, la corrupción que debe conducirnos algún día a llevar a la Iglesia a la tumba. Últimamente
uno de nuestros amigos se reía filosóficamente de nuestros proyectos y decía: Para abatir al Catolicismo
hay que empezar por suprimir a la mujer. Es cierto pero como no podemos suprimirla, corrompámosla
con la Iglesia. Corruptio optimi pésima. El fin es lo bastante bueno como para tentar a hombres como
nosotros. No nos apartemos de él por unas pocas miserables satisfacciones de venganza personal. El
mejor puñal para golpear a la Iglesia en el corazón es la corrupción. Así que ¡al trabajo hasta el final!

XIII – IDEA SOMETIDA A LA ALTA VENTA POR TRES DE SUS MIEMBROS


23 de febrero de 1839

Los periódicos asesinatos que cubren a Suiza, Italia, Alemania y Francia no logran sacudir el
entumecimiento de los reyes y sus ministros. La justicia permanece desarmada o impotente ante esos
atentados; pero un día, quizás mañana, la opinión pública despertará ante semejantes crímenes. Entonces,
la sangre inútilmente derramada atrasará por largos años nuestros proyectos, concebidos con tanta hábil
audacia. Ninguno de nosotros ignora cual es el brazo que dirige todos esos estiletes. Sabemos, sin
dudarlo, quienes son los “birbanti” que por cantidades relativamente mínimas disponen, sin provecho
alguno, de la existencia de sus asociados o de la vida de extraños al Carbonarismo. Este estado de cosas,
que empeora sin cesar, debe tener fin o por las buenas o por las malas habremos de renunciar a nuestros
planes contra la Sede romana, ya que la menor indiscreción puede desvelarlo todo. Un asesinato que no
pase desapercibido como otros pondrá sobre la pista de nuestras reuniones. De modo que importa tomar
medidas eficaces y cesar rápidamente los actos comprometedores.

Lo que la Sociedad cristiana se permite para su defensa y lo que el Carbonarismo, por algunos de sus
jefes, mira como lícito y político, no debe asustarnos más que la sociedad y el Carbonarismo. La pena de
muerte la aplican los tribunales ordinarios. La Santa Vehme de la jóven Suiza y de la jóven Italia se
arroga el mismo derecho. ¿por qué no íbamos a hacer como ella? Sus cuatro o cinco miembros que
reclutan a sus mercenarios del puñal y les indican con el dedo a la víctima a atacar en la sombra, se
figuran estar por encima de todas las leyes. Las desafían tanto en suiza, como en Inglaterra o en América.
La hospitalidad concedida por esos Estados es para los asesinos internacionales garantía de impunidad.
De ese modo y cómodamente pueden agitar a Europa, amenazar a los príncipes y a los individuos y
hacernos perder a nosotros el fruto de largas veladas. La justicia, que realmente tiene una banda sobre los
ojos, no ve nada, no adivina nada y sobre todo no podría nada, porque entre el estilete y la víctima se
eleva una barrera internacional que las costumbres y los tratados tornan infranqueable.

La justicia humana carece de fuerza frente a estas acumulaciones de homicidios; pero ¿la Alta Venta no
tiene nada que ver en semejantes asuntos? Algunos insubordinados, tomando a nuestra paciencia por
debilidad se han rebelado contra la autoridad de la Venta. Actúan a sus espaldas y en su detrimento; son
traidores y perjuros. La ley civil que infringen o que hacen infringir es impotente para castigarlos. ¿No
corresponde a la Alta Venta pedirles cuentas de la sangre derramada? La Sociedad cristiana no tiene la
feliz idea de alcanzar secretamente, en el fondo de sus retiros, a aquellos que de manera arbitraria
disponen de la vida de sus semejantes. No sabe ni protegerse ni defender a sus miembros. No cuenta con
un código secreto para castigar a quienes están al abrigo del código público. Es su problema. El nuestro
será mucho menos complicado, ya que cabe esperar que no tengamos vanos escrúpulos.

Algunos disidentes, poco peligrosos hoy pero que pueden serlo más tarde, incluso por su orgullosa
incapacidad y su engreimiento desordenado ponen a cada instante en peligro a la Alta Venta. Comienzan
su experimentación del asesinato en príncipes o particulares oscuros. Pronto, por la fuerza de las cosas,
llegarán hasta nosotros y tras habernos comprometido por mil crímenes inútiles, nos harán desaparecer
misteriosamente como obstáculos. Sencillamente se trata de prevenirlos y de volver contra ellos el hierro
que afilan contra nosotros.

¿Le sería difícil a la Alta Venta poner en práctica un plan que uno de sus miembros ya presentara al
príncipe de Metternich? Ese plan es el siguiente, en toda su sencillez: “No podéis, le decía
confidencialmente al canciller, alcanzar a los jefes de las Sociedades secretas que, en un territorio neutral
o protector, desafían a vuestra justicia y abuchean vuestras leyes. Las sentencias de vuestros tribunales
criminales fallan frente a las costas de Inglaterra; se embotan en las rocas hospitalarias de Suiza, y mes
tras mes os veréis cada vez más débil, más y más desarmado ante las audaces provocaciones. La justicia
de vuestros tribunales está condenada a la esterilidad. ¿No podríais hallar en el arsenal de vuestras
necesidades de Estado, en la evocación del Salus populi suprema lex un remedio a los males que deploran
todos los corazones honrados? Las asociaciones ocultas juzgan y hacen ejecutar sus sentencias por el
derecho que se arrogan. Los gobiernos establecidos, al tener doble interés en defenderse, ya que al
hacerlo salvaguardan a la sociedad por entero, no tendrían el mismo derecho que le usurpan las Ventas?
¿Resultaría imposible combinar algunos medios que al llevar la agitación al seno del enemigo social,
tranquilizaría a los buenos y pronto terminaría por asustar a los malos? Esos medios los señalan ellos
mismos. Atacan de segunda o tercera mano: actuad como ellos. Buscad agentes discretos o mejor aún
Carbonari sin consistencia, que desean compensar sus viejos pecados uniéndose a la policía secreta. Que
tácitamente se les ayude a tomar precauciones para escapar a las primeras investigaciones. Que ignoren la
trama de la que serán los instrumentos. Que el gobierno no castigue ni a derecha ni a izquierda, que no
pierda ni un solo golpe, pero que apunte bien, y tras haber escamoteado así dos o tres hombres,
reestableceréis el equilibrio en la sociedad. Quienes tienen la profesión de matar se asombrarán primero,
se asustarán después de hallar tan terribles justicieros como ellos. Ignorantes de dónde parte el golpe,
inevitablemente lo atribuirán a rivales. Temerán a sus cómplices y ponto volverán a envainar, porque el
miedo se comunica pronto en las tinieblas. La muerte se viste de incógnito de mil maneras. Cerrad los
ojos y como la justicia de los hombres no puede alcanzar en sus retiros a nuestros modernos Viejos de la
Montaña, dejad que penetre la justicia de Dios, en forma de amigo, de servidor o de cómplice con
pasaporte perfectamente en regla.”

Este plan, que la incurable despreocupación del canciller de la Corte y el Estado rechazó por motivos de
los que los imperios podrían arrepentirse más tarde, ha hecho gozar a nuestro hermano y amigo de la
confianza del gobierno. Pero los medios de salvación que las cabezas coronadas desdeñan para sí mismas
¿se nos prohibirá emplearlos para nuestra preservación? Si por un camino u otro la alta Venta fuera
descubierta ¿ no sería posible hacernos responsables de los atentados cometidos por otros? No
procedemos ni por insurrección ni por asesinato, pero como no podemos divulgar nuestros proyectos anti-
católicos, resultaría que la alta Venta sería acusada de todas esas ignominiosas trampas. El recurso que
nos queda, para escapar a semejante oprobio, es armar discretamente a alguna buena voluntad lo bastante
valiente para castigar, pero lo suficientemente limitada como para no comprender demasiado.

Los disidentes se han situado voluntariamente fuera de la ley de las naciones, se sitúan fuera de la ley de
las Sociedades secretas. ¿Por qué no aplicarles el código que ellos mismos inventaron? Sus gobiernos,
embrutecidos en su somnolencia, retroceden ante el axioma Patere legem quam fecisti ¿no sería oportuno
recogerlo? Tenemos una combinación tan sencilla como infalible para desembarazarnos sin ruido y sin
escándalo de los falsos hermanos que se permiten perjudicarnos decretando el asesinato. Esta
combinación, bien jugada, lleva inevitablemente la agitación y la desconfianza a las Ventas insurrectas.
Al juzgar a nuestra vez y castigar a aquellos que juzgan y castigan tan sumariamente a otros,
reestableceremos el equilibrio social mediante un procedimiento del que algunos miserables nos dan la
receta. La combinación es aplicable; podemos golpear sin despertar sospechas; paralizar y disolver las
Ventas adversas donde se preconiza la muerte: ¿ seremos autorizados y llegado el caso se nos apoyará?

XIV – CARTA DE GAETANO A NUBIUS con fecha 23 de enero de 1844


Tras haber contribuido, en todo lo posible, a la perversión del pueblo, llega la reflexión y dirige consejos
que son una dimisión anticipada o un final

Antes de responder a vuestras dos últimas cartas, mi Nubius, debo transmitiros algunas observaciones que
desearía os fueran de provecho. En el espacio de algunos años hemos adelantado las cosas
considerablemente. La desorganización social reina por doquier; está en el norte como en el sur, en el
corazón de los gentilhombres como en el alma de los sacerdotes. Todo ha experimentado el nivel bajo el
que buscamos rebajar a la especie humana. Aspirábamos a corromper para llegar a gobernar y no sé si
como yo, os asustáis de nuestra obra. Temo haber ido demasiado lejos: habríamos corrompido demasiado
y al estudiar a fondo al personal de nuestros agentes en Francia, empiezo a creer que no controlaremos a
voluntad el torrente que hicimos desbordar. Hay pasiones insaciables que no adivinaba, apetitos
desconocidos, odios salvajes que fermentan en torno y por debajo de nosotros. Pasiones, apetitos y odios,
todo eso puede devorarnos un buen día y si se pudiera remediar esa gangrena moral, sería para nosotros
un verdadero favor. Fue muy fácil pervertir, ¿resultará igualmente fácil controlar siempre a los
pervertidos? Esta es para mí una cuestión grave. A menudo he buscado tratarla con vos y habéis evitado
la explicación. Ahora, ya no es posible demorarla, porque el tiempo apremia y en Suiza como en Austria,
en Prusia como en Italia, nuestros satélites, que mañana serán nuestros maestros (y¡ qué maestros, oh
Nubius!) no esperan más que una señal para romper el viejo molde. Suiza se propone dar esa señal, pero
esos radicales helvéticos, con su Manzini, sus Comunistas, su alianza de santos y del proletariado-ladrón,
no están a la altura para conducir a las sociedades secretas al asalto de Europa. Francia debe imprimir su
sello a esta orgía universal; y no dudéis que París no dejará de hacerlo. Una vez dado y recibido el
impulso ¿adónde irá esta pobre Europa? Me preocupo porque me hago viejo, he perdido mis ilusiones y
no quisiera, pobre y desprovisto de todo, asistir como un figurante de teatro al triunfo de un principio que
abrigué y que me repudiaría, confiscando mi fortuna o cortándome la cabeza.

Hemos ido demasiado lejos en muchas cosas. Hemos retirado al pueblo todos los dioses del cielo y de la
tierra a los que honraban. Les hemos arrancado su fe religiosa, su fe monárquica, su probidad, sus
virtudes familiares y ahora que escuchamos a lo lejos sus sordos rugidos, temblamos, porque el monstruo
puede devorarnos. Poco a poco lo despojamos de todo sentimiento honrado: no tendrá piedad. Cuanto
más lo pienso, más me convenzo que habría que buscar prórrogas. Perro ¿qué hacéis en este minuto,
quizás decisivo? Os centráis en un punto y desde allí irradíais y me entero con pena que todos vuestros
deseos tienden a un incendio general. ¿No habría manera de retroceder, de demorar, de aplazar ese
momento? ¿Creéis que las medidas adoptadas son buenas para dominar el movimiento que hemos
impreso? En Viena, cuando toque a rebato revolucionario, seremos engullidos por la turba y el jefe
precario que surja quizás esté hoy en prisión o en algún otro mal lugar. En nuestra Italia, donde se juega
una doble partida, se justifican los mismos temores. ¿No hemos removido el mismo fango? Ese lodo sube
a la superficie y temo morir ahogado por el.

Cualquiera sea el futuro reservado a las ideas que propagan las Sociedades Secretas, seremos vencidos y
encontraremos amos. ¿No era acaso nuestro sueño de 1825 y nuestras esperanzas en 1831? Nuestra
fuerza sólo es efímera, pasa a otros. Sabe Dios dónde se detendrá ese progreso hacia el embrutecimiento.
No retrocedería ante mis obras, si pudiéramos dirigirlas, explicarlas o aplicarlas. Pero el temor que
experimento en Viena ¿no lo sentís vos mismo? ¿No os confesáis vos como yo que, si todavía es posible,
hay que hacer un alto en el templo antes de hacerlo sobre sus ruinas? Ese alto todavía es posible y sólo
vos, oh Nubius, podéis decidirlo. ¿Quizás con habilidad se podría hacer el papel de Penélope y romper
durante el día la trama preparada durante la noche?

El mundo está lanzado sobre la pendiente de la democracia y desde hace algún tiempo, para mí,
democracia siempre quiere decir demagogia. Nuestros veinte años de complots corren el riesgo de
borrarse ante algunos charlatanes que vendrán a halagar al pueblo , a poner zancadillas a la nobleza tras
haber ametrallado al clero. Soy gentilhombre (hidalgo) y confieso sinceramente que me costaría
codearme con la plebe y esperar de su buena voluntad mi pan cotidiano y la luz del día. Con una
revolución como la que se prepara, podemos perderlo todo y quiero conservar. Debéis andar en lo
mismo, querido amigo, ya que poseéis y no querréis, como tampoco yo, escuchar la palabra confiscación
y proscripción de los Eglogas, el grito fatal de los espoliadores: hoec mea sunt; veteres, migrate, coloni

Poseo, deseo poseer y la Revolución puede, fraternamente, quitarnos todo. También me preocupan otras
ideas, y estoy convencido de ahora mismo preocupan a muchos de nuestros amigos. Todavía no tengo
remordimientos, pero me agitan temores y en vuestro lugar, en la situación en que la percibo a las mentes
en Europa, no quisiera asumir sobre mi cabeza una responsabilidad que puede llevar a Joseph Mazzini al
Capitolio. ¡Mazzini en el Capitolio! ¡Nubius en la roca Tarpeya o en el olvido! Ese es el sueño que me
persigue si el azar cumpliera vuestros deseos. A vos Nubius, ¿os sonríe ese sueño?

XV - CARTA DE BEPPO ESCRI TA EN LIORNA A NUBIUS,


fechada el 2 de noviembre de 1844

Cada día incorporamos nuevos, fervientes neófitos al complot. Fervet opus perto lo más difícil que
todavía no sólo por hacer sino incluso a proyectar. Hemos ganado y sin gran esfuerzo, monjes de todas las
orígenes, sacerdotes de casi todas las condiciones y algunos monseñores intrigantes o ambiciosos. Quizás
no sea lo mejor que haya o lo más respetable, pero no importa. Para el fin buscado, un Fratre a los ojos
del pueblo siempre es un religiosos; un prelado siempre será un prelado. Fracasamos por completo con
los jesuitas. Desde que conspiramos ha sido imposible echarle el guante a un Ignaciano, y habría que
saber por qué esa obstinación tan unánime. No creo en la sinceridad de su fe y de su entrega a la Iglesia,
así que¿ por qué nunca hemos podido, ni a uno solo, cogerle el fallo en la coraza? No tenemos a jesuitas
con nosotros; pero siempre podemos decir y hacer decir que sí los hay y equivaldría exactamente a lo
mismo. No ocurrirá lo mismo con los Cardenales. Todos escaparon a nuestras redes. Los halagos mejores
combinados no sirvieron para nada, de modo que en la actualidad hemos avanzado tan poco como al
principio. Ni un solo miembro del Sagrado Colegio cayó en la trampa. Los que sondeamos, auscultamos,
todos, ante la primera palabra sobre las sociedades secretas y su poder, hicieron señales de exorcismo,
como si el diablo fuera a llevarlos sobre la montaña. Y con Gregorio XVI agonizante (lo que sucederá
pronto) nos hallamos como en 1823, a la muerte de Pío VII.

¿Qué hacer en estas circunstancias? Renunciar a nuestro proyecto no es posible, so pena de un ridículo
imborrable. Esperar un quinterno en la lotería sin haber comprado números, me parece demasiado
maravilloso; continuar aplicando el sistema sin poder esperar una suerte incluso incierta me produce el
efecto de jugar a lo imposible. De modo que llegamos al límite de nuestros esfuerzos. La Revolución
avanza al galope, llevando en la grupa tumultos sin fin, ambiciosos sin talento y conmociones sin valor; y
nosotros que habíamos preparado todo eso, que habíamos tratado de dar a esta revolución un supremo
derivativo, nos sentimos embargados por la impotencia en el momento de actuar soberanamente. Todo se
nos escapa, sólo nos queda la corrupción para que otros la exploten. El futuro Papa, el que sea ¿podremos
estar con él? ¿Será como sus predecesores y sus sucesores, y actuará como ellos? En ese caso,
¿permaneceremos en la brecha y esperaremos un milagro? Ha pasado el tiempo y ya sólo tenemos
esperanza en lo imposible. Muerto Gregorio, nos veremos indefinidamente aplazados. La Revolución,
cuya hora se acerca por todas partes, quizás dé un nuevo curso a las ideas. Las cambiará, las modificará,
pero a decir verdad no es a nosotros a quienes elevará. Estamos demasiado encerrados en la media luz y
en la sombra; al no haber triunfado, nos sentiremos borrados y olvidados por aquellos que se beneficiarán
de nuestros trabajos y sus resultados. No lo logramos, no podemos lograrlo; de modo que hay que
sucumbir y resignarse al más cruel de los espectáculos, el de ver el triunfo del mal que se ha hecho, sin
compartir ese triunfo.”

XVI – CARTA DEL CARDENAL BERNETTI A UNO DE SUS AMIGOS


Fechada el 4 de agosto de 1845

A menudo os he hablado de mis recelos sobre el estado de las cosas. El Papa y el gobierno buscan
remedio al mal, una salida al contagio; uno y otro ganan sin que podamos detener el curso de ese torrente
desconocido. En torno a nosotros se agitan cosas vagas y misteriosas. Vemos mucho mal y poco bien.
Nuestro joven clero está imbuido de doctrinas liberales y las ha bebido por el lado malo. Se han
abandonado los estudios serios. Por mucho que se aliente a los alumnos, se recompense a los profesores,
se prometan a unos y otros gracias que el Santo Padre siempre está dispuesto a conceder, el estado de las
mentes no mejora en nada. Los jóvenes trabajan para las ventajas de sus funciones futuras, pero, como en
los bellos días de Roma, no es el trabajo el que colma su dicha y su ambición. No les preocupa ser sabios
teólogos, graves casuistas o doctores versados en todas las dificultades del derecho canónigo. Son
sacerdotes, pero aspiran a ser hombres y es inaudito lo que mezclan de fe católica y de extravagancia
italiana bajo ese título de hombre, que preconizan con énfasis burlesco. La mano de Dios nos castiga,
humillémonos y lloremos; pero esa perversión humana de la juventud no es lo que más nos preocupa y
atormenta por aquí.
La parte del clero que, detrás de nosotros, llega naturalmente a los asuntos y que ya nos empuja a la
tumba, reprochándonos tácitamente haber vivido demasiado, pues bien, esa parte del clero está mil veces
más manchada por el vicio liberal que la juventud. La juventud carece de experiencia, se deja seducir, va
como puede ir un novicio que escapa de la regla de su convento y pasa dos horas al sol y luego regresa al
claustro; pero entre los hombres maduros, semejantes tendencias son más peligrosas. La mayoría no
saben nada ni del carácter ni de las cosas de estos tiempos y se dejan llevar por sugerencias de las que
evidentemente nacerán grandes crisis para la Iglesia. Toda la gente de corazón o de talento que se emplea
es de inmediato objeto de maldiciones públicas. Los estúpidos, los débiles y los cobardes se ven ipso
facto cubiertos por una aureola de popularidad que será para ellos un ridículo añadido. Sé que en
Piamonte, en Toscana, en las dos Sicilias, así como en Lombardía-Venecia, el mismo espíritu de
discordia sopla sobre el clero. De Francia nos llegan noticias deplorables. Se rompe con el pasado para
convertirse en hombres nuevos. El espíritu de secta reemplaza al amor al prójimo. El orgullo individual,
que talentos tristemente empleados ponen en el lugar del amor a Dios, crece en las sombras. Llegará el
día en que todas esas minas cargadas de pólvora constitucional y progresiva estallarán. Quiera el cielo
que tras haber visto tantas revoluciones y asistido a tantos desastres, no sea testigo de nuevas desdichas de
la Iglesia. El barco de Pedro sin duda flotará, pero me hago viejo, sufro desde hace mucho, y siento la
necesidad de recogerme en paz antes de ir a dar cuenta a Dios de una vida tan atormentada al servicio de
la Sede apostólica. Que se cumpla su divina voluntad y todo será mejor!”

XVII – CARTA DE UN AGENTE DE SOCIEDADES SECRETAS, de 1845

Diferentes partidos existen ahora en Italia. El primero se contenta con todo. Tras él viene el que quiere ir
más lejos, desea reformas progresivas, pero contínuas, no sólo en la administración, sino también en la
política. Detrás de ellos está el partido llamado italiano, que al primero y al segundo y que lo acepta todo
para ir delante. Oculta, disfraza, y esconde su fin último, que es la unidad italiana. En medio de todos esos
partidos hay otra división o sub-división, quiero hablar del Clero para el que Gioberti es lo que Manzini
para el partido italiano. Gioberti sacerdote habla a los sacerdotes en su lengua y le diré que nos dicen por
todas partes que en las filas del clero secular y regular, las doctrinas de libertad y el Papa a la cabeza de
esa libertad y de la independencia italiana, son un pensamiento que seduce a muchos, hasta tal punto que
se convencen de que el catolicismo es una doctrina esencialmente democrática. Ese partido crece cada día
más entre el Clero. Se espera con impaciencia la nueva obra de Gioberti. Esa obra es para los sacerdotes.
El libro o mejor dicho los cinco volúmenes de Gioberti todavía no se han publicado; Manzini los espera
impaciente para hablar de ellos en el último capítulo de la obra que publicará y tendrá por título: De los
partidos en Italia, o Italia con sus príncipes o Italia con el Papa.”

XVIII – CARTA DIRIGIDA DESDE LIORNA A NUBIUS POR EL PEQUEÑO TIGRE, que
ignora aún el retiro forzado de su jefe. 5 de enero de 1846

El viaje que acabo de hacer por Europa ha sido tan feliz y tan productivo como esperábamos. A partir de
ahora sólo nos queda poner manos a la obra para llegar al desenlace de la comedia. Por todas partes
encontré espíritus muy inclinados a la exaltación. Todos confiesan que el viejo mundo cruje y que ha
terminado el tiempo de los reyes. La cosecha recogida ha sido abundante. Junto con ésta encontraréis las
primicias, de las que necesito que me enviéis recibo ya que con los amigos, podría decir hermanos, no me
gusta contar. La cosecha lograda debe fructificar y según las noticias que me comunican llegamos a la
época tan deseada. La caída de los tronos es indudable para mí que acabo de estudiar en Francia, Suiza,
Alemania y hasta en Rusia el trabajo de nuestras sociedades. El asalto que, de aquí a algunos años y
quizás incluso algunos meses, se hará a los príncipes de la tierra los sepultará bajo los restos de sus
ejércitos impotentes y de sus monarquías caducas. Por todas partes hay entusiasmo entre los nuestros y
apatía o indiferencia entre los enemigos. Es un signo cierto e infalible de éxito, pero esa victoria, que será
tan fácil, no es la que provocó todos los sacrificios que hemos hecho. Hay una más preciosa, más
duradera que deseamos desde hace mucho. Vuestras cartas y las de nuestros amigos de los Estados
romanos nos permiten esperarla; es el fin al que tendemos, es el término al que queremos llegar. En
efecto, ¿qué pedimos en reconocimiento de nuestras penas y sacrificios?

No es una r evolución en una comarca o en otra. Eso se logra siempre cuando se quiere. Para matar al
viejo mundo creimos que había que ahogar al germen católico y cristiano y vos, con la audacia del genio,
os ofrecisteis para atacar la cabeza, con la honda de un nuevo David, el Goliath pontifical. Eso está muy
bien, pero ¿cuándo golpearéis? Estoy impaciente por ver a las sociedades secretas enfrentarse a los
cardenales del Espíritu Santo, pobres naturalezas marchitas, a las que nunca hay que sacar del círculo en
que la impotencia o la hipocresía las encierra.

En el curso de mis viajes, ví muchas cosas y pocos hombres. Tendremos multitud de entregas subalternas
y ni una cabeza, ni una espada para mandar: el talento es más que el celo. Ese valiente Manzini, al que
encontré en varias ocasiones, tiene siempre en el cerebro y en la boca su sueño de humanidad unitaria.
Pero aparte de sus defectillos y su manía de hacer asesinar, es buena gente. Impacta por su misticismo la
atención de las masas, que no comprenden nada de sus grandes aires de profeta y de sus discursos de
iluminado cosmopolita. Nuestras imprentas en Suiza están en buen camino; producen libros tal como los
deseamos, pero algo caro. Invertí en esa propaganda necesaria y una gran parte de los subsidios reunidos.
Voy a emplear el resto en las Legaciones. Estaré en Bolonia hacia 20 de este mes. Podéis enviarme
vuestras instrucciones a la dirección acostumbrada. Desde allí iré a los puntos en que juzguéis que mi
presencia dorada sea más necesaria. Hablad, estoy listo para ejecutar”.

XIX – En una breve carta pontificia, dirigida a Cretineau-Joly, el 23 de febrero de 1861, Pío IX
consagró, por así decirlo, la autenticidad de los documentos que acabamos de leer

Querido hijo, salve y bendición apostólica,

Os habéis ganado los derechos particulares a Nuestro reconocimiento, cuando hace dos años concebísteis
el proyecto de componer una obra no hace mucho agotada y de nuevo entregada a la imprenta, para
mostrar mediante documentos a esta Iglesia Romana siempre enfrentada a la envidia y el odio de los
malos y en medio de las revoluciones políticas de nuestro siglo y siempre triunfante. Es por ello que
recibimos con satisfacción los ejemplares con que Nos honrásteis. Os expresamos Nuestras justas
acciones de gracia. Por los demás, la época que siguió, tan triste y cruel y tan funesta para la Silla de
Pedro y la Iglesia no pueden turbar Nuestro alma, puesto que es la causa de Dios la que defendemos,
causa por la que nuestros predecesores sufrieron prisión y exilio, dejándonos así un bello ejemplo a
seguir. Supliquemos pues al Señor todopoderoso que Nos fortalezca con su virtud y ejecute las oraciones
de la Iglesia para disipar esta terrible tempestad, que le dirigimos desde todas partes con un solo corazón.
Os confirmamos Nuestro amor particular mediante la bendición Apostólica, prueba de toda la gracia
celestial que a vos, querido hijo y a toda vuestra familia, concedemos con la afectuosa efusión de Nuestro
corazón paterno.

Hecho en Roma, en San Pedro, el día 25 de febrero de 1861, XIV año de nuestro pontificado. Pío IX,
Papa.

XX – La gran obra que se había encargado a la Alta Venta en 1820 no culminó con la ocupación de
Roma por los Piamonteses: la continuación se confió a otras manos. Veinte años después de la ruina del
Poder temporal, Lemmi, el Gran Maestro de la Francomasonería en Italia, dirigió el siguiente
documento a todas las logias de la península.

Del T… 10 de octubre de 1890

A los F… de las logias italianas

El edificio que los FF están levantando en el mundo no podrá considerarse llegado a buen punto hasta que
los FF de Italia no hayan hecho entrega a la humanidad de los escombros de la destrucción del gran
enemigo.

La empresa avanza rápidamente en Italia … Hemos aplicado el cincel al último refugio de la superstición
y la fidelidad del F … 33 que está a la cabeza del poder político (Crispi) , nos es garantía de que el
Vaticano caerá bajo nuestro martillo vivificador … Los últimos esfuerzos encontrarán los mayores
obstáculos del lado del jefe de los sacerdotes y sus vivos esclavos … El G … O… invoca al ingenio de la
humanidad para que todos los F trabajen con todas sus fuerzas en dispersar las piedras del Vaticano,
para construir con ellas el templo de la nación emancipada.

El G… O.. del Valle del Tiber.


OTROS DOCUMENTOS RELATIVOS A LA FRANCO MASONERIA

1. REVELACIONES DE UN ALTO MASON ITALIANO

Fueron publicadas en 1832 en el Memorial católico por Monseñor Gerbet, muerto como obispo de
Perpignan. Dice haberlas recibido de un personaje bien situado, que las había cogido de los papeles de
un jefe de sociedades secretas tras su muerte. Sin duda alguna nuestros lectores encontrarán en este
documento una semejanza con los anteriormente publicados, así como también con las doctrinas de Jean
Jacques Rousseau y las directivas de Weishaupt. Muchos rasgos revelan a los judíos y la república
universal, así como la religión natural, que también aparecen aquí como el objetivo supremo perseguido
por la secta.

1. ¡La igualdad y la libertad, preciosas prerrogativas! Es por ellas que hay que secar las fuentes
envenenadas de las que fluyen todos los males de los humanos; es por ellas que debemos hacer
desaparecer toda idea importuna y humillante de superior, y hacer volver al hombre a sus primeros
derechos, no conocer más ni rango, ni dignidad, cuya visión hiere la mirada y choca al amor propio. La
subordinación sólo es una quimera cuyo origen no figura en los sabios decretos de la Providencia; figura
sólo en los caprichos de la suerte y en las extravagancias del orgullo, que quiere que todo se incline bajo
él y que considera a las criaturas que componen el mundo como seres viles y despreciables condenados a
servirle.

Esta igualdad debe producir una paz deliciosa y esa confianza tan dulce, tan digna de envidia, pero
incompatible con la avaricia, cuyos designios arruina al devolver al hombre los bienes y riquezas
comunes cuya posesión cuesta tantos cuidados y la pérdida tantos remordimientos.
Tal es la fuerza de nuestra doctrina, pero persuadámonos que no debemos nunca exponerla de pronto a la
luz, ni en términos tan formales a cualquier aspirante. Un espíritu disoluto podría sacar consecuencias
demasiado funestas para las intenciones que cubre; además apenas le hayamos hecho oir esas dos
palabras sagradas: libertad, igualdad, de inmediato tenemos que saber prevenir o al menos detener el
curso de sus reflexiones, contra las cuales nuestros emblemas y nuestros jeroglíficos nos brindan remedio
indudable si se emplean en el momento, para distraer la mente del aspirante con la variedad de temas que
se le presentan: recurso admirable y fruto de la política refinada de nuestro célebre autor (fundador)
demasiado versado en el conocimiento del corazón humano para no habernos preparado, con toda la
habilidad imaginable, la copa encantada y misteriosa que debemos presentar y hacer pasar
incesantemente al alma de cada F siempre envuelta y bajo una forma inocente que disfrace el verdadero
sentido.

Es así como debemos proporcionar, en nuestro orden verdaderamente sublime, el dogma a la capacidad
y , para facilitar al máximo los grandes progresos y dar a conocer más o menos toda la importancia,
distribuimos esa capacidad en tres clases diferentes y bien diferenciadas, la primera de las cuales es de los
espíritus penetrantes, la segunda de los espíritus inquietos y la tercera de los espíritus crédulos y
supersticiosos. Debemos poner cada una de estas clases en la misma doctrina pero no comunicarla a cada
uno al mismo tiempo y de la misma manera. El sentido auténtico no tarda en hacerse sentir en la primera
clase, cuyos miembros iluminados, al disipar de inmediato la nube que les rodea, sólo necesitan una
mirada para percibirlo; mientras que en estos debemos con prontitud y por todos los medios, excitar y
fortificar su entusiasmo con toda la habilidad posible, haciéndoles ver al astro radiante de luz como una
primera columna y principal apoyo de nuestra sociedad.

En cuanto a la segunda clase, los espíritus inquietos, sólo les haremos llegar al alto conocimiento por
grados y bajo emblemas y similitudes que se les propone adivinar y que deben cautivar, por sus
dificultades, a esas imaginaciones volubles cuyas desviaciones podrían causar algunos desórdenes.

Para la última clase, los espíritu crédulos y supersticiosos, a la que podríamos añadir a esos imbéciles
hechos expresamente para alojar la ignorancia, no debemos exigirles más que seguir ciegamente y sin
reservas al simple espíritu de doctrina que sólo debemos insinuarles en proporción a su inteligencias; que
lo abracen con celo, permanezcan inviolablemente aferrados por temor a la violación del juramento
sagrado, primer punto por el que debemos siempre comenzar por vincular a todo aspirante.
Esta independencia y esta sustracción a toda autoridad, a todo poder, sólo puede presentarse primero entre
nosotros como el reestablecimiento de esa edad de oro, de ese imperio tan alabado por los poetas, en que
una divinidad propicia, bajada a la tierra, reunía bajo un cetro de flores a sus primeros habitantes. La edad
de oro son los siglos afortunados en que los corazones, exentos de pasiones, ignoraban hasta el menor
atisbo de celos; en que el orgullo, la avaricia y todos los vicios eran desconocidos a todos los hombres
iguales y libres y movidos únicamente por las leyes de la naturaleza, sin admitir otras distinciones que las
que esa sabia madre había puesto entre ellos.

Pero como, para un cambio tan súbito, haría falta al menos un milagro, y que una ejecución demasiado
precipitada sería peligrosa, debemos usar la astucia y la mayor circunspección hasta que los hombres se
hayan liberado de esos viejos y comunes principios, que debilitan y alarman a los espíritus simples y los
sumen en el prolongado cúmulo de errores y los someten a las pasiones de esos tiranos imperiosos,
devorados por la ambición y la avaricia.

Es de la mayor importancia, para el éxito de nuestro sublime proyecto y para facilitar y asegurar mejor la
ejecución, no descuidar nada para llevar a nuestra orden a miembros notables del clero, de las autoridades
civiles y militares, maestros de la juventud, sin exceptuar a reyes y príncipes, y sobre todo a sus hijos, sus
consejeros y sus ministros, y por último a todos aquellos cuyos intereses estén en oposición con nuestra
doctrina. Hábilmente, en su educación y bajo las formas más seductoras, hay que deslizar el germen de
nuestros dogmas y acostumbrarlos así, insensiblemente y sin que lo noten, al choque que debe destruirlos.
A través de autores célebres, cuya moral se acomode a nuestros propósitos, paralizaremos y sacudiremos
su autoridad y su poder, que han sido usurpados de sus semejantes. Hay que echar en el corazón de los
inferiores un punto de ambición y de celos hacia sus superiores, inspirarles desprecio, incluso odio hacia
aquellos que el azar colocó por encima de ellos, y llevarlos insensiblemente a la insubordinación,
demostrándoles con habilidad que la sumisión y la fidelidad no son más que una usurpación del orgullo y
de la fuerza sobre los derechos del hombre; por último, emplear todos nuestros medios con acierto para
seducirlos, predisponerlos y ponerlos en la necesidad de secundarnos y servirnos a pesar suyo.

Mediante tan sabias medidas, aprovechadas con prudencia y sobre todo aplicadas expresamente a
corazones jóvenes demasiado débiles como para discernir el verdadero fin, les llevaremos a secundarnos
en la ejecución de esa gran obra que debe devolver a los hombres esa noble independencia otorgada por el
Creador como favor especial y que es la única que los distingue de las otras criaturas.

Así, armados con todas las categorías de la historia, nos presentamos hábilmente a nuestros prosélitos,
según su capacidad.

El Templo de Salomón fue construido según las órdenes que Dios comunicó a dicho príncipe. Era el
santuario de la religión, el lugar consagrado especialmente a sus augustas ceremonias. Fue para esplendor
de ese templo que tan sabio monarca estableció tantos ministros, encargados de velar por su pureza, por
su embellecimiento. Por último, tras muchos años de gloria y magnificencia llegó un formidable ejército
que derribó tan magnífico monumentos. Los pueblos que rendían culto a la Divinidad se vieron cargados
de hierros y conducidos a Babilonia donde, tras el cautiverio más riguroso fueron arrastrados lejos de su
Dios; un príncipe idólatra, escogido para ser el instrumento de la clemencia divina permitió a esos
pueblos desafortunados y religiosos no sólo reestablecer el templo en su primer esplendor sino que
también les brindó todos los medios para triunfar.

Ese templo, desde su primer lustro, es la figura del ser primitivo del hombre al salir de la nada; esa
religión, las ceremonias que se practicaban, no son más que la ley común y natural grabada en todos los
corazones y que encuentra su principio en las ideas de equidad y de caridad a las que los hombres están
obligados entre ellos. La destrucción del templo, la esclavitud de sus adoradores, son el orgullo, la
avaricia y la ambición que introdujeron la dependencia y la esclavitud entre los hombres; los Asirios, ese
ejército despiadado, son los reyes, los príncipes, los magistrados, cuyo poder doblegó a tantos pueblos
desdichados como oprimieron. Por último, el pueblo elegido y encargado de reestablecer ese templo
magnífico, son nuestros hermanos iluminados y franco masones, que deben devolver al universo su
primera dignidad mediante esa libertad, esa igualdad, atributos tan esenciales al hombres, dados por el
Creador como bien propio, como propiedad inconmutable, sobre las que nadie tenía ningún derecho. Ese
Dios creador de todas las cosas, que sacando la naturaleza de la nada creó al hombre, principal
ornamento, sin someterlo a más poder que al suyo, es quien le dio la tierra para habitarla, gozarla y ser
independiente de sus semejantes, a los que nunca podrá rendir culto sin convertirse en sacrílego y sin
contravenir formalmente las leyes de la naturaleza y las intenciones de nuestro divino Creador.
En vano la superioridad de talento y lo sublime del ingenio en unos ha parecido pedir a los otros ese
tributo de respeto y de veneración. Todas esas ventajas, reunidas en sus semejantes en un grado más
eminente que en él no tienen nada que justifique su impiedad. Reconocer en todo hombre algo más que a
un igual supone degradar a la naturaleza, envilecer su dignidad y perder su valor.

Si el hombre fue aniquilando sus privilegios, si cayó de ese estado glorioso de independencia, si hoy está
subordinado y debilitado con ignominia o si la ambición y la avaricia de sus semejantes o el olvido de su
propio interés lo sumieron en ese abismo cavado por el orgullo a él le corresponde salir; a él levantar
finalmente el estandarte de la independencia y la igualdad, robado por sus tiranos y enarbolarlo sobre los
restos de esos monstruos despiadados que provocaron su ruina; o si él mismo es el artesano de su
desgracia, si su rebajamiento es obra de sus manos, que abra por fin los ojos y vea los hierros a los que él
mismo se condenó, que acepte el socorro de esta mano que le tendemos para romper sus cadenas y cargar
con ellas a sus crueles tiranos. Sólo a nuestros hermanos les corresponde realizar ese milagro, reunir en
un cuerpo universal a todas esas familias diferentes, que a medida que se alejaron de su origen común,
aunque componían un todo, llegaron a desconocerse hasta el punto de querer componer ese todo del que
no eran más que partes.

Por último, a nosotros, hermanos, corresponde apagar las antorchas de la discordia que consumen al
universo y reanimar aquellas cuya fecundidad debe reproducir a nuestra especie más perfecta y más pura.
Como nuevo Moisés, pronto liberaremos a esos pueblos que gimen, pronto todos los tiranos y sus poderes
fracasarán ante los nuevos prodigios que van a operarse por la fuerza y la justicia de nuestra
perseverancia.

Libertad, Igualdad, preciosas prerrogativas que le fueron dadas al hombre por el gran arquitecto del
universo; incesantemente debemos hacer ver a nuestros hermanos que, sin ellas, el hombre sólo puede
estar en un estado de limitación y de humillación perpétuas; que después de haberlas perdido por la
fuerza, debe soportar la privación con pesar; que no sólo la violencia fue el principal resorte que se
empleó para despojarlo, sino que la ignorancia y la superstición se emplean todavía para fascinar sus ojos
y conservar los bienes que se le usurparon; que esos reyes, esos felices tiranos, al establecer sus tronos
sobre sus restos supieron, para consolidarse mejor, insinuar hábilmente que la religión, que el culto más
aceptado por Dios era una sumisión y una deferencia ciegas hacia todos los príncipes de la tierra …

Ahora bien, una vez bien dirigida y presentada esta doctrina con tino y prudencia, nos queda aprovecharla
y hacer ver claramente que nada es difícil a quien osa emprender, que lo contrario debe destruirse por lo
contrario, que la rebelión debe suceder a la obediencia, el resentimiento a la debilidad, que hay que
oponer la fuerza a la fuerza, derribar al imperio de la superstición … y libre por fin su naturaleza hacer
entrar al hombre en posesión de esos privilegios que son su propiedad sagrada. Esa libertad, esa igualdad
sin las que no puede ser feliz y cuya total recuperación debe ser por todos los medios el objeto de nuestro
trabajo, de nuestros propósitos, con una firmeza, una perseverancia imperturbables, convencidos
plenamente de que cualquier crimen cometido para el bien general se convierte, sólo por ello, en un acto
de virtud y de valor, que tarde o temprano nos garantizará el éxito total.

Cuidémonos sin embargo de explicarnos tan claramente antes de haber reconocido bien las disposiciones
y la fuerza de carácter del aspirante; si no lo hallamos lo bastante sólido, si creemos que la posición se
torna delicada, debemos de inmediato disponer de una nueva batería; a fuerza de astucia y habilidad, dar
un giro más favorable, debilitar o atenuar la fuerza de cada término, hasta incluso hacer desaparecer
nuestra intención.

Entonces, ese templo de Salomón, esa libertad, esa igualdad sólo miran a la sociedad (masónica) sin
pensar en ir más lejos; ya no se trata de rebelión, de independencia, de sustracción a toda autoridad: todo
debe metamorfosearse en un instante con tino; ya no son más que deberes a cumplir, que un Dios a
reconocer, que virtudes a practicar, que sumisión y fidelidad inviolables a observar con respecto a
cualquier autoridad… Hay que saber presentarse adecuadamente, alabar y adorar al coloso que nos
aplasta para trabajar con más seguridad para su ruina.

II. CARTA PASTORAL DE MONSEÑOR RENDU

Ya en 1858 en un mandato de Cuaresma, Monseñor Rendí, obispo de Annecy, había trazado, con gran
perspicacia y singular intuición del futuro, la marcha que seguiría la secta para paralizar al sacerdote y
destruir la acción del clero. ¡Ojalá se hubiera prestado mayor atención a sus advertencias, a sus
informaciones!

Hay una carta dictada por la secta anticlerical; a fuerza de astucia y de perversión, los adeptos lograron
incluir sus principales artículos, ora uno a uno, ora súbitamente, en la legislación de casi todos los pueblos
de Europa. Es bueno, MTCF que conozcáis esa marcha subterránea de los enemigos de vuestras almas.
Estos son los principales artículos de esta constitución anticristiana, concebida y meditada en las
sociedades secretas para retiraros la más preciosa de las libertades, la de lograr vuestra salvación y
conquistar por la fe católica el lugar que se os ha prometido en el reino de Dios. Los adeptos del
racionalismo dicen a todos los legisladores de la cristiandad y a los que se llaman hombres de Estado:

Mantened al sacerdote en servidumbre y cuando las cadenas le resulten demasiado pesadas, decídle que
eso es libertad.

Dad libertad de conciencia a los herejes, a los judíos, a los ateos, pero cuidad que ni el sacerdote ni el
católico la disfruten.

Obstaculizad, tanto como os sea posible, el ministerio del sacerdote, separadlo del pueblo del que es
amigo, defensor y apoyo.

No permitáis que las obras de beneficencia que haya fundado pasen por sus manos y le acerquen al pobre
del que es confidente y consolador.

Para destruir su influencia, retiradle los bienes que le hacían independiente, reducidle al salario de
empleado del Estado, a la condición de mercenario.

Quitadle todo aquello que podría acrecentar la consideración que el pueblo siente por él, apartadlo de los
consejos, de las asambleas deliberantes, de las administraciones, de todas partes, para que caiga en la
condición de paria.

Tutelad todo lo que le pertenece; en lo posible que sea un extraño en el presbiterio, en el suelo de los
muertos y hasta en su iglesia.

Apartadlo de la infancia, echadlo de las escuelas populares.

Secularizad la enseñanza superior a fin de que le esté prohibida al sacerdote.

Para que no hable demasiado a menudo a la razón del pueblo, disminuid el número de fiestas, emplead el
domingo en ejercicios, banquetes, celebraciones, ocupaciones que alejen al pueblo de la moral
evangélica; decidle sobre todo que el trabajo santifica al domingo más que la misa y la oración.

Estableced fiestas nacionales, paganas, o que cualquier naturaleza, siempre que hagan olvidar a las fiestas
cristianas.

No permitáis que los misioneros acudan a las parroquias a agitar las conciencias y reforzar la fe del
pueblo.

Para retirar al sacerdote la ventaja de apoyar sus enseñanzas con las palabras de las Escrituras servíos
vosotros de esas mismas Escrituras para demostrar todas las doctrinas que queráis establecer contra las
Escrituras; dad a la razón individual el derecho de interpretar a su gusto, de fabricarse una religión de
fantasía.

Para debilitar al sacerdote, esforzaros por separarlo de los suyos. Sublevad al simple sacerdote contra su
Obispo; separad al Obispo del Soberano Pontífice. Romped el lazo de la jerarquía y la Iglesia se
derrumbará.

¿Queréis lograr dominar mejor a la Iglesia? Atribuíos el derecho a escoger, nombrar y formar a los
sacerdotes; hacedlos lo más posible a vuestra imagen. Contad con la inspección de las escuelas
eclesiásticas; reservaos el nombramiento de los profesores de Teología, dictad sus clases. En vez de
enviados de JC y de su iglesia, contad con maestros de religión y que enseñen la vuestra.
Mientras no seáis los amos de las conciencias vuestro poder sólo será un despotismo incompleto.

Para quitar al sacerdote la entrega absoluta que hace que el pueblo lo quiera, tratad de encadenarlo a una
familia; soliviantad a la opinión contra el celibato. Haced cerrar los claustros, echar a los religiosos,
confiscad sus bienes y cuando estén reducidos a la miseria, privados de los derechos de ciudadanos,
apartados de las obras de beneficencia, arrojados de las escuelas, desconsiderados por vuestros
publicistas, gritaréis más fuerte que nunca contra sus usurpaciones.

No todo el mundo os creerá, pero ¡qué importa! Siempre habrá bastantes como para paralizar el partido-
sacerdotal y ayudarnos a destruirlo.

En cincuenta años todo esto se cumplió y rebasó.

III. EL ANTICONCILIO DE NAPOLES

Monseñor Martin, obispo de Natchitoches, Estados Unidos, que había asistido al Concilio del
Vaticano, publicó en 1875, un mandamiento donde señala el peligro que la franco masonería presenta
para todos los países. Relata lo que sigue, según documentos recogidos, según dice, de primera mano.

Cuando el 8 de diciembre de 1869, bajo la presidencia de Pío IX, la Iglesia representada por los obispos
del mundo entero, venidos de todas partes del universo al llamado del príncipe de los pastores, abría en el
Vaticano estas grandes reuniones, las mayores que el mundo cristiano haya visto nunca desde su doloroso
nacimiento en el Calvario, para juzgar los monstruosos errores de los tiempos modernos y mostrarse a las
almas débiles o perdidas, tan sólida como en los primeros días, cuando la mano de Cristo la estableció, y
más que nunca elevada por encima de las olas móviles de las opiniones humanas, la piedra sobre la que
reposan y la infalibilidad de la fe del cristiano y la integridad de la moral evangélica; el mismo día, a la
misma hora, en Nápoles, bajo el nombre de anti-concilio, la secta, también ella, abría solemnemente sus
grandes reuniones, bajo la presidencia de Ricciardi, para renovar después de más de 18 siglos las
condenas del pretorio y del sanedrín contra el hijo de Dios, abuchearlo, abofetearlo, coronarlo de espinas,
exponerlo cubierto de ridículo a las blasfemas de los pecadores y repetir el grito de los judíos deicidas:
“No queremos que reine sobre nosotros” A esta orgía realmente diabólica habían sido convocados y
tomaron parte setecientos delegados de las grandes logias de los Estados Unidos, México, Brasil, Asia,
Africa y todos los reinos y principados de Europa. Un incidente provocado por la imprudencia de uno de
los delegados llevó a la policía a disolver la asamblea, tras varios días de sesión, y un motín popular,
provocado por las horribles blasfemias de esos impíos contra JC y su Madre Inmaculada, obligó a los
miembros a dispersarse. Sin embargo, como los planes de acción se habían fijado de antemano, el
presidente tuvo tiempo de comunicarlos a los delegados, tal como los vemos desarrollarse hoy ante
nuestros ojos, y hacer proclamar las declaraciones de principios de la secta adoptados por el anti-concilio.

La primera declaración de principios masónicos, firmada por todas las comisiones del anti-concilio está
concebida como sigue, según el texto oficial de la masonería de Florencia:

“Los abajo firmantes, delegados de las diversas naciones del mundo civilizado, reunidos en Nápoles para
tomar parte en el anticoncilio, afirman los principios siguientes: proclaman la libertad de la razón contra
la autoridad religiosa, la independencia del hombre contra el despotismo de la Iglesia y del Estado, la
escuela libre contra la enseñanza del clero; no reconocen otra base de las creencias humanas que la
ciencia, y proclaman al hombre libre y la necesidad de abolir toda Iglesia oficial. La mujer debe ser
liberada de los lazos que la Iglesia y la legislación oponen a su pleno desarrollo. La moral debe ser
completamente independiente de toda intervención religiosa.”

Otra declaración presentada por un delegado de la gran logia de la capital de uno de los mayores imperios
de Europa, adoptada por aclamación y firmada por el Presidente, es más explícita todavía. Dice así:

“Los libre pensadores reconocen y proclaman la libertad de conciencia y la libertad de examen.


Consideran a la ciencia como única base de toda creencia y rechazan en consecuencia cualquier dogma
basado en cualquier revelación. Reclaman la instrucción a todos los niveles, gratuita, obligatoria,
exclusivamente laica y materialista. En lo que respecta a la cuestión filosófica y religiosa, considerando
que la idea de Dios es la fuente y el sostén de todo despotismo y toda iniquidad, considerando que la
religión católica es la más completa y más terrible personificación de esa idea, que el conjunto de sus
dogmas es la negación misma de la sociedad, los libres pensadores asumen la obligación de trabajar para
la abolición, pronta y radical del Catolicismo, su destrucción por todos los medios, incluída la fuerza
revolucionaria”. (10)

IV – CONCILIO DEL JUDAISMO

En este mismo año de la apertura del Concilio del Vaticano, el 29 de junio, en la fiesta de San Pedro, se
había reunido en Leipzig (11) bajo el nombre de sínodo israelita, el concilio del judaísmo.

Tuvo por presidente al profesor Lazarus de Berlin y por vice presidentes al rabino Geiger de Francfurt y
al caballero Joseph de Wertheimer de Viena. Las dos grandes fracciones, los Judíos reformistas y los
Judíos ortodoxos, mantuvieron la balanza de la concilio en el que figuraban representantes de Alemania,
Rusia, Turquía, Austria, Inglaterra, Francia, Holanda, etc.

La propuesta siguiente fue adoptada por aclamación por las dos fracciones del Judaísmo:

“El sínodo reconoce que el desarrollo y la realización de los principios modernos son las garantías más
seguras del presente y del futuro del judaísmo y de sus miembros. Son las condiciones más enérgicamente
vitales para la existencia expansiva y el mayor desarrollo del judaísmo”.

Los principios modernos, propagados por los francomasones y la multitud de los que sufren sus
sugerencias nos vienen de los judíos. Ellos judaizan al mundo y preparan el reino del judaísmo, es decir la
época mesiánica que nos promete la Alianza Universal.

Mucho antes de este concilio del judaísmo, Cahen, uno de los órganos más autorizados de los judíos
modernos había dicho: “El Mesías vino para nosotros, el 28 de febrero de 1790, con los derechos del
hombre”. (Archivos Israelitas).

(1) De modo que hay superiores locales o prefectos; superiores provinciales y superiores nacionales
y por último, el Presidente del Areópago, auténtico general del Iluminismo. Los regentes están fuera de
esta jerarquía, y más adelante veremos sus atribuciones.

(2) Entre todos los miembros de la sociedad conspiradora hay una correspondencia regular. El
simple iluminado corresponde con su superior inmediato, esos superiores con los provinciales y los
provinciales con los nacionales. Estos últimos solamente corresponden inmediatamente con el Areópago,
y sólo ellos conocen su residencia, así como los areopaguitas son los únicos en saber el nombre y
residencia del general.

Cada hermano, como escrutador-nato de sus co-adeptos y de los profanos, debe a la Orden como mínimo
una carta mensual. Para esta correspondencia hay un lenguaje secreto (Barruel dio la clave del de los
Iluminados). La dirección de estas cartas se presenta Quibus licet (a quien le esté permitido abrirla o a
quien corresponda) o simplemente dos letras QL. Cuando la carta contiene secretos o quejas que el adepto
no quiere dar a conocer al superior inmediato, añade a la dirección las palabras soli o primo. Esa carta
“sólo para” o “al primero” será abierta por el Provincial o bien llegará a los Areopaguitas o al General
según el grado de quien la escribió.

(3) Los Carbonari siguieron esa recomendación y la prueba es que entre muchas otras y bajo
nombres diferentes y con organizaciones diversas, es siempre la misma secta la que conspira contra la
Iglesia y la sociedad.

(4) Estas dos valientes publicaciones le valieron al abate Le Franc el odio de la masonería, su
encarcelación y su martirio en los Carmes en septiembre de 1792.

(5) Las ventas del Carbonarismo en la cima de las cuales estaba situada la Haute-Vente (Alta
Venta).
(6) La Comisión especial nombrada por el Santo Padre, Papa León XII, felizmente reinante y
presidida por Monseñor Thomas Bernetti, gobernador de Roma, se reunión esta mañana, en una de las
salas del palacio de gobierno para juzgar el crimen de lesa majestad y de heridas con traición y otras
circunstancias agravantes del que se acusa a angelo Targhini, nativo de Brescia, domiciliado en Roma;
Leonidas Montanari, de Cesene, cirujano en Rocca del Papa; Pompeo Garofolini, romano, abogado; Luigi
Spadoni, de Forli, antaño soldado en los ejércitos extranjero y luego valet de cámara; Ludovico
Gasperoni, de fussignano, de la provincia de Ravena, estudiante de derecho; Sebastiano Ricci, de Cesene,
criado sin colocación, todos ellos mayores de edad.

La discusión se inició tras las oraciones acostumbradas y la invocación del santo nombre de Dios. Se
informó sobre la causa, según el tenor del proceso y del sumario previamente distribuido. El abogado
fiscal y el procurador general desarrollaron los puntos de la legislación y las constituciones relativas a los
atentados.

El abogado de los pobres presentó los motivos de la defensa, tanto de viva voz como mediante memorias
previamente distribuidas.

La Comisión especial, tras haber considerado los resultados del proceso, las razones de la defensa y el
dispositivo de las leyes, declaró:

Que Angelo Targhini, durante su reclusión por homicidio, cometido en 1819 en la persona de Alexandre
Corsi, se introdujo en todo lo relacionado con las Sociedades secretas prohibidas, se adhirió luego a la
secta de los Carbonari y por último pasó a ser fundador en la capital misma, cuando pudo regresar;

Que tras haber hecho algunos prosélitos, estos, en su mayoría ya no frecuentaban la Sociedad, en la que
figuraba como jefe y además como déspota, tal como relatan sus mismos compañeros;

Que tras haber hecho, con sus otros co-acusados, todos los esfuerzos para llevarlos a entrar en dicha secta
y frecuentarla para que ulteriormente pudiera progresar, resolvió asustar mediante algún ejemplo terrible
a los individuos que se habían apartado, de modo que concibió el proyecto de asesinar a algunos de ellos
mediante traición;

Que la tarde del 4 de junio pasado, con el propósito bien definido de ejecutar su plan, el citado Targhini
hizo una visita a uno de estos individuos en su domicilio y tras hacerlo salir bajo algún pretexto, lo
condujo a una taberna donde ambos bebieron y desde allí, siempre amistosamente, hasta la calle que da
sobre la plaza de Sant Andrea della Valle donde el joven sin recelar recibió imprevistamente y por detrás,
en el lado derecho, una puñalada que le hirió gravemente, de manos de Leonidas Montanari, que se había
ocultado allí al acecho en espera de su paso. Que casi a la misma hora en que Tharghini acudió a la casa
de ese individuo, Pompeo Garofolini y Luigi Spadoni fueron a la de otro afiliado de la secta que tampoco
la frecuentaba más y mientras que uno permanecía en la calle, el otro subió al domicilio indicado, también
con el propósito, como se pretende, de hacerlo salir para que fuera asesinado, ñlo que felizmente no
sucedió porque este, al hallarse indispuesto, tomaba en ese momento un baño de pies.

Que al mismo tiempo y en el mismo momento en que Targhini salió de su domicilio con Montanari e
inmediatamente detrás de Spadoni y Garofolini, salieron Ludovico Gasperoni y Sebastiano Ricci, ya que
todos ellos se habían reunido antes.

Que al agrupar estas circunstancias y otras no menos notables de estos hechos, que figuran a lo largo del
sumario no puede dejarse de concluir que anteriormente los co-acusados habían complotado la ejecución
del crimen que sólo realizó la persona de uno solo de los individuos designados;

Que la Comisión especial, considerando la gravedad tanto de ese crimen que es de lesa majestad y las
pruebas que se suman respecto a los co-acusados, juzga y condena por unanimidad a Angelo Targhini y a
Leonidas Montanari a la pena de muerte; a Luigi Spadoni y Pompeo Garofolini a galeras de por vida; y a
Ludovico Gasperoni y Sebastino Ricci a galeras durante diez años”.

(7) Es nuestro deber, venerables hermanos, orientar nuestros cuidados hacia esas sociedades secretas de
hombres facciosos, enemigos declarados del Cielo y de los príncipes, que se aplican en desolar a la
Iglesia, en perder a los Estados, en turbar todo el universo y que al romper el freno de la fe verdadera,
abren el camino a todos los crímenes. Al esforzarse por ocultar bajo la religión un juramento tenebroso y
la iniquidad de sus asambleas y los designios que en ellas conciben, no dejaron de provocar justas
sospechas sobre esos atentados que por desgracia de los tiempos han salido como del pozo del abismo y
estallado con gran perjuicio de la Religión y los Imperios. Los Soberanos Pontífices, nuestros
predecesores, Clemente XI, Benedicto XIV, Pío VII, León XII a los que hemos sucedido, a pesar de
nuestra indignidad, sucesivamente lanzaron anatemas contra estas sociedades secretas, cualesquiera sea
su nombre, mediante Cartas apostólicas cuyas disposiciones confirmamos con toda la plenitud de nuestro
poder, para que sean totalmente observadas. Trabajaremos con todo nuestro poder para que la Iglesia y la
cosa pública no sufran complots de esas sectas y apelamos para esa gran obra a vuestra colaboración
cotidiana para que, revestidos por la armadura del celo y unidos por los lazos del espíritu, sostengamos
valientemente nuestra causa común o mejor aún la causa de Dios, para destruir esas murallas tras las
cuales se ocultan la impiedad y la corrupción de hombres perversos.

Entre todas estas sociedades secretas, hemos resuelto señalaros una recientemente formada, y cuyo fin
consiste en corromper a la juventud instruida en gimnasios y liceos. Como sabemos que los preceptos de
los maestros son todopoderosos para formar el corazón y el espíritu de sus alumnos, se presta todo tipo de
cuidados y de astucias para dar a la juventud maestros depravados, que la conduzcan por los senderos de
Baal mediante doctrinas que no son de Dios.

De allí que veamos gimiendo a esos jóvenes llegados a tal licencia, que han sacudido todo temor de la
religión, franqueado la regla de las buenas costumbres, despreciado las santas doctrinas, pisoteado los
derechos de una y otra potencia, que no se sonrojan por ningún desorden, ningún error, ningún atentado;
de modo que bien puede decirse de ellos, con San León el Grande “Su ley es la mentira, su dios el
demonio y su culto todo lo que hay de más vergonzoso”. Alejad, venerables hermanos, todos esos males
de vuestras diócesis y tratad por todos los medios a vuestro alcance, por la autoridad y la dulzura, que
hombres distinguidos, no sólo en las ciencias y las letras sino también por la pureza de su vida y por la
piedad, sean encargados de la educación de la juventud.

Como cada día crecen de manera temible esos libros tan contagiosos al favor de los cuales la doctrina de
los impíos se desliza como una gangrena por todo el cuerpo de la Iglesia, velad por vuestro rebaño y
poned todo en práctica para alejar de él esa peste de malos libros, de todas la más funesta. Recordad a
menudo a las ovejas de JC que os son confiadas las palabras de Pío VII, nuestro muy santo predecesor y
bienhechor: que sólo consideren saludables los pastos a los que les conduzca la voz y la autoridad de
Pedro, que sólo se nutran allí, que estimen nocivo y contagioso todo lo que esa voz les señale como tal,
que se alejen con horror y no se dejen seducir por ninguna apariencia ni engañar por ningún
encantamiento. “

(8) El cardenal Castiglioni acababa de ser nombrado papa con el nombre de Pío VIII.

(9) MEMORANDUM

I. Los representantes de las cinco potencias consideran que, en cuanto a la Iglesia se trata,
en interés general de Europa, de dos puntos fundamentales: 1. que el gobierno de este
Estado esté asentado sobre bases sólidas mediante las mejoras meditadas y anunciadas
por Su Santidad desde el comienzo de su reinado; 2. que las mejoras, que según
expresión del edicto de S.E. Monseñor el Cardenal Bernetti, fundarán una nueva era
para los súbitos de Su Santidad, sean mediante garantía interior, puestas al abrigo de
los cambios inherentes a la naturaleza de cualquier gobierno electo.

II. Para alcanzar ese fin saludable, que a causa de la posición geográfica y social del
Estado de la Iglesia reviste interés europeo, parece indispensable que la declaración
orgánica de Su Santidad parta de dos principios vitales:

1. De la aplicación de las mejores en cuestión, no sólo a las provincias donde estalló


la revolución sino también en las que han permanecido fieles y en la capital;
2. De la admisibilidad general de laicos en funciones administrativas y judiciales.

II. Al parecer las mejoras primero abrazarían al sistema judicial y al de la administración


municipal y provincial.
A. en cuanto al orden judicial, parece que la ejecución entera y el
desarrollo consiguiente de las promesas y principios del motu propio de
1816 presentan los medios más seguros y más eficaces de enderezar los
perjuicios bastante generales relativos a esta parte tan interesante de la
organización social.
B. En cuanto a la administración local, parece que el reestablecimiento y la
organización general de las municipalidades elegidas por la población y
la fundación de franquicias municipales, que regularía la acción de esas
municipalidades en los intereses locales de las comunas, debería ser la
base indispensable de toda mejora administrativa.

En segundo lugar, la organización de los consejos provinciales, o de un consejo administrativo


permanente destinado a ayudar al gobernador de la provincia en la ejecución de sus funciones
con las convenientes atribuciones, o una reunión más numerosa, tomada sobre todo del seno de
las nuevas municipalidades y destinada a ser consultada acerca de los intereses más importantes
de la provincia, parece extremadamente útil para llevar a la mejora y simplificación de la
administración, para controlar la administración comunal, para establecer los impuestos y para
aclarar al gobierno sobre las verdaderas necesidades de la provincia.

III. La inmensa importancia de un estado regulado de las finanzas y de tal administración de


la deuda pública, que daría la garantía tan deseable para el crédito financiero del
gobierno y contribuiría esencialmente a aumentar sus recursos y garantizar su
independencia, parece hacer indispensable un establecimiento central en la capital,
encargado, como Corte suprema de cuentas, del control de la contabilidad del servicio
anual de cada rama de la administración civil y militar, de la vigilancia de la deuda
pública, con las atribuciones correspondientes, para el logro grande y saludable que se
pretende alcanzar.

Cuanto más independiente y en unión íntima con el gobierno y el país sea la institución
mejor responderá a las intenciones benéficas del Soberano y a la expectativa general.

Parecería que para lograr ese fin, deberían reunirse a personas escogidas por los
consejos locales y que con los consejeros del gobierno formaran una junta o consulta
administrativa. Dicha junta formaría o no parte de un Consejo de Estado, cuyos
miembros serían nombrados por el soberano entre los notables por nacimiento, fortuna y
talento del lugar.

Sin uno o varios establecimientos centrales de este tipo, íntimamente unidos a los
notables de un país rico en elementos aristocráticos y conservadores, parecería que la
naturaleza de un gobierno electivo forzosamente restaría estabilidad a las mejoras que
constituirán la gloria eterna del Pontífice reinante, y cuya necesidad se hace sentir de
manera general y poderosa y que todavía lo será más vivamente aún, cuando los
beneficios del Pontífice sean grandes y preciosos.

10. El F… Andrieux , que fuera prefecto de policía y luego embajador ante el Vaticano, había sido
delegado al anticoncilio por las logias de Lyon. Cuando se le dio esta delegación, el
Excommunié, en su número del 27 de noviembre de 18690 lo anunció en estos términos:

“El candidato del Excommunié, Louis Andrieux, ha sido designado, unánimemente, delegado al concilio
de Nápoles. El programa libre-pensador que el ciudadanos Andrieux ha desarrollado nos asegura estar
representados en toda la extensión y con toda la energía de nuestras convicciones.”

11. Hay en Leipzig una logia enteramente compuesta por judíos. En ocasión de la feria que lleva a
esta ciudad a una parte de los grandes negociantes judíos y cristianos de Europa entera, la logia judía
secreta es cada vez permanente y nunca recibe a ningún cristiano. (El judío, el judaísmo y la judaización
de los pueblos cristianos, por Gougenot des Mousseaux).
II

NOTAS Y DOCUMENTOS RELATIVOS A LOS JUDIOS

I. LA CUESTION JUDIA

¿Qué papel juega entre nosotros la raza judía? (1) Esta cuestión obsesiona, en la actualidad, a todos los
espíritus atentos a lo que ocurre, y preocupados por el futuro del país.

En mi infancia, dice Jules Lemaître, sólo conocía a los judíos por la literatura, y sentía la tentación de
atribuirles alguna poesía. Los juzgaba pintorescos; sentía hacia ellos la misma simpatía que por los
`”pifferari” o los gitanos … Sabía que habían sido muy perseguidos en el pasado y eso me enternecía.
Estaba convencido que ese paso desdichado explicaba y disculpaba sus defectos más visibles …

La admirable “Francia judía” de Drumont, no me convenció totalmente. Veía en ella bellos destellos, una
magnífica divinización de historiador, pero creía sentir la hipérbole. Por otra parte, en ese momento, yo
tenía algunas relaciones judías. Y cuando tenía que hablar de Israel en mis escritos, a propósito de una
obra de teatro o una novela, lo hacía con extrema moderación y una afectación de imparcialidad.
¿Afectación? No, era sincero. Temía ser injusto. “

Hace unos años, esta mentalidad era la de la mayoría de los franceses pero es hoy bien distinta. .

Los judíos, continúa diciendo el académico Jules Lemaitre, y no digo todos, sino la mayoría, y en
cualquier caso los que vemos, que conocemos y que hacen ruido, son abiertamente, desde hace una
docena de años, cómplices activos o incluso inspiradores y maestros del más infame régimen político y el
más ofensivo para nosotros, el que más excitó y embaucó a la vez los apetitos, el que más desarmó a la
defensa nacional y más odiosamente persiguió a la Iglesia de Francia. El espíritu masónico es, como
sabemos, el espíritu judío …

Resulta demasiado claro que, tomado en su totalidad, el espíritu judío, que implica odio a la Iglesia, la
bárbara utopía colectivista y el internacionalismo, no puede sino resultarnos maléfico.

Extraño pueblo. Paradoja de la historia. Su patria ya no existe, desde hace casi dos mil años y hay algo en
ellos que les impide adoptar sinceramente otra y fundirse en ella. De modo que resultan inquietantes y
molestos para todas las patrias.

En lo que se refiere a la nuestra en particular, desde hace quince años Edouard Drumont no deja de
atraer la atención de sus numerosos lectores sobre la influencia disolvente de esta taza, ajena a nuestro
suelo, a nuestra religión, a nuestra lengua, a nuestras tradiciones, y sin embargo convertida entre nosotros
en preponderante y que utiliza el poder que le hemos dejado coger para corrompernos en todos los
sentidos que el término pueda tener, pero sobre todo en su sentido etimológico, para romper todos los
lazos que nos unen y nos vinculan a nuestros antepasados, en una palabra, para disolvernos, y así hacer
desaparecer a Francia en un futuro no lejano del mapa del mundo.

Al decir eso, sólo nos hacemos eco de los mismos judíos. Si hay alguien que actualmente es uno de los
representantes de esta raza entre nosotros y de su órgano ese es Bernard Lazare. Alma del asunto Dreyfus
y al que en recompensa se le levantó un monumento en la ciudad de Nîmes, con ayuda de todas las
autoridades civiles y militares.

Autor de El antisemitismo, su historia, sus causas, del que citamos varios pasajes y que Charles Maurras
resume fielmente en estas líneas:

“Soy el judío. El judío es por definición el destructor y el parásito. Ese destructor, ese parásito ataca a
todos los pueblos que lo acogen. No se cansa de desorganizarlos de todas las formas. Cuando la
cristiandad le abrió las puertas a finales de la Edad Media, hizo el protestantismo. Cuando el
protestantismo le pareció ordenarse y moderarse, hizo a la masonería. Cuando el Rey de Francia lo liberó,
el judío respondió cortándole el cuello. La nación francesa se asoció a la generosidad de su rey, y el judío
se ocupó de arruinar todo lo que constituye esta nación. Europa imitó a Francia y el judío se puso a drenar
el dinero de Europa y a sembrar la revolución social entre todos los pueblos. Por último, Francia creyó
desarmar a la judería confiándole su fortuna y su gobierno, su enseñanza, su magistratura, su ejército, su
comercio y hasta el cuidado de divertirla; los judíos responden ahora poniendo en liquidación a su
benefactora, esa es su función natural y fatal …”

¿Supone esto que debemos profesar a los judíos el odio del cristiano y en particular de los franceses? Dios
nos guarde!

Hacemos nuestra la declaración que Gougenot des Mousseaux colocó en la cabecera de su libro: “El
judío, el judaísmo y la judaización del pueblo cristiano” para evitar cualquier falsa interpretación de su
pensamiento:

“Cuando una calificación especial no modifique nuestro sentido, el judío será para nosotros no ya un
retoño cualquiera de la raza de Judá, sino el hombre de la ortodoxia farisaica, el fiel a las salvajes e
insociables tradiciones del Talmud. Nuestras formales intenciones son la de no comprender bajo el
nombre puro y simple de judío al puro sectario del Talmud.

Incluso admitimos y de todo corazón, hasta en esa categoría de puros ortodoxos, a excepciones tan
honrosas y tan numerosas como la razón del lector le permita hacer”.

Lo que hoy se designa antisemitismo, es decir la oposición a los Judíos, a su ambición de dominar al
género humano y a los medios que emplean para conseguir ese imperio universal, no debe hacernos
olvidar lo que fueron ni tampoco, según las Santas Escrituras, lo que serán un día, bien expuesto por el
Abate Mustel.

Elegido por Dios, en los orígenes, para una magnífica misión a la que a través de peripecias diversas y
dramáticas a pesar de la dureza de su cabeza y su corazón permaneció fiel, el pueblo judío fue, durante
dos mil años, la esperanza y el honor de la humanidad. Conservaba el legado de las promesas divinas,
rendía testimonio al verdadero Dios, en el seno de la idolatría pagana, conservaba aquí abajo la fe, la
verdad, el culto puro y sustancial del Padre que está en los cielos, la espera y la gracia preventiva del
Salvador del mundo; había recibido de Dios mismo, por ministerio de los ángeles, una ley sin mancha,
conteniendo en germen la perfección que debía desarrollarse por el Evangelio; sus Patriarcas, sus
Profetas, sus grandes Reyes eran fieles mensajeros del cielo en la tierra; mediante la palabra y el ejemplo,
mantenían un nivel y una corriente de virtud y de religión sin la cual la corrupción y la impiedad hubieran
hecho a todo el género humano presa de la maldición y la muerte. Abraham, Isaac, Jacob, José, Judas,
Moisés, David, Salomón y tantos otros representan al Mesías prometido, al Verbo eterno de Dios que
debía encarnarse y convertirse realmente en el descendiente, el hijo de esta raza, de esta familia, elegida
para la mayor gloria con que Dios podía honrar a la humanidad.

La Virgen María, la más perfecta de todas las criaturas, más pura, más santa, en un grado que no podemos
imaginar, que todos los coros de ángeles, la Inmaculada Madre de Dios iba a salir de la rama de “Jessé” y
al volverse hacia Abraham y su raza, para bendecir a Dios por haber realizado en ella las grandes cosas
que le había prometido, saludaría, en las heroinas que habían sido, en el mundo antiguo, privilegio único
y maravilloso de su pueblo, Débora, Judith, Esther, sin olvidar a Sara, Rebeca, Raquel, ni a Ana, madre
de Samuel, bosquejos radiantes, formados, modelados, alabados, cantados y bendecidos por el mismo
Espíritu Santo, del tipo sublime e inefable de santidad que debía realizarse en ella y atraer del cielo al
Verbo de Dios a su seno virginal.

Así, cuando los escritores a los que desearíamos poder aplaudir sin reservas, se dejan llevar por la pasión
de la meta que persiguen hasta ultrajar esos nombres que la Iglesia y el mismo Espíritu Santo ofrecen e
imponen a nuestra veneración, no podemos sino reprobar esas blasfemias sin sentido contra la Palabra
misma y la Inspiración de Dios.

Hasta JC, los Judíos fueron, verdaderamente, “el Pueblo de Dios”; al nacer de la raza de Abraham, JC la
coronó y consagró con su propia santidad y la propuso, en virtud del vínculo indisoluble por el que está
unido a ella, al respeto, a las bendiciones y al reconocimiento de todas las tribus de la tierra y de todas las
generaciones humanas.

Es pues de justicia y debemos cantar de corazón, con David “El Altísimo nunca mostró tanta predilección
por otras naciones y nunca les manifestó así sus juicios. Non fecit laliter ovni nationi et judicia sua non
manifestavit eis
Pero, entre la antigüedad y los nuevos tiempos el deicidio cavó un abismo que solo la misericordia divina
colmará algún día, cuando la justicia haya hecho su tarea.

Aquí, sin embargo, hay que hacer distinciones.

La verdadera raza de Abraham, dócil y fiel al espíritu de la ley, reconoció el cumplimiento y recogió
piadosamente el fruto divino. Los verdaderos y buenos israelitas, cuyo corazón no estaba viciado por el
fraude, acudieron a Aquel al que sus padres esperaban y llamaban con sus deseos. Salieron del templo
cuando el velo se desgarró; salieron de la sinagoga, cuando la silla que contenía, al dejar de ser la de
Moisés se convirtió en silla de pestilencia, de mentira y de odio. Los apóstoles, los discípulos, los
conversos de Pentecostés y los que después de ellos entraron en el redil del Buen Pastor fueron la
verdadera posteridad de Abraham, el padre, no de los blasfemos y los malditos, sino de los creyentes.

Estos, con Pedro y Pablo a la cabeza, fueron los cimientos de la Iglesia, las bases de la cristiandad, las
piedras angulares de la casa de Dios que se ampliaba para contener al mundo entero. Son nuestros padres
en la fe y de ellos descendemos, no por la sangre y la carne, sino por el espíritu, por la savia de fe y de
caridad que de ellos pasó a nosotros, cuando fuimos injertados en ese tallo cuya raíz se hunde en el
corazón mismo de Jesús. Así Abraham, Moisés, David son tan judíos rebeldes como Pedro, Pablo,
Andrés, Santiago, Juan y los otros apóstoles; tanto como María y José; son nuestros. El Calvario separó
en dos a la raza judía: por un lado, los discípulos que atrajeron y se unieron a todos los cristianos; del
otro, los verdugos, sobre cuya cabeza, según su deseo, recayó la sangre del Justo, condenándolos a una
maldición que durará tanto como su rebelión.

Pero esta porción maldita, que es el Pueblo Judío tal como perdura, visible y separado de todos los otros
pueblos, conserva, bajo la maldición y la justa venganza de dios, su fuerza de cohesión y de resistencia,
flexible, elástica, pero indomable e inalterable. Permanece tal como el deicidio y el justo castigo de ese
crimen infinito lo hicieron: presa inmortal del odio que lo corroe y lo encarniza, sin reposo ni tregua, a
luchar con todas sus fuerzas y con todas las armas contra el Salvador al que crucificó, contra el género
humano al que aborrece, pero sobre todo contra la Iglesia, heredera, a su costa, de las bendiciones que él
rechazó y despreció.

Hace mucho que el Judío repudió la ley de Moisés igual que rechazó al Evangelio. Conserva los Libros
santos para obedecer, a pesar suyo, un designio misericordioso de Dios, que le confió ese depósito para
hacer más indiscutible la autenticidad. Pero no es en la Biblia donde recoge su fe y su ley, es en el
Talmud , que puede definirse como el código del odio más violento, más pérfido, más implacable. El
Talmud es al Evangelio lo que el infierno al cielo, lo que Satán a Nuestro Señor JC.

Desde hace dieciocho siglos, el odio ha inspirado, dominado a este pueblo, el más tenaz, el más
incomprensible de los pueblos. Su odio ha adoptado todas las formas, se ha disimulado e infiltrado, con
una habilidad igual a su constancia, en todas las rebeliones del espíritu humano contra dios, su Cristo y su
Iglesia. El Judaísmo se introdujo al comienzo en la misma Iglesia para traerle agitaciones, división y
herejía. Fue obra de Simón el Mago, de los gnósticos, de Manes y sus adherentes o de sus émulos. Más
tarde, el Judío favorece cuando no inspira todas las herejías. Cuanto más se estudie de cerca su acción
más se le verá mezclado a toda resistencia contra el Espíritu de Dios.

En la Edad Media el Judío traicionó a los cristianos en beneficio de los mahometanos, que sin embargo lo
desprecian y lo maltratan, tanto en España como en Oriente. Está con los Albigenses contra los católicos,
como lo estará con los protestantes, como está con los libre-pensadores, los jacobinos, los socialistas y los
franco-masones. Igual que está hoy con los nihilistas en Rusia. Está, como el buitre, sobre todos los
campos de batalla, no para batirse sino para saciarse con la carnicería.

Sin embargo, la Iglesia siempre ha protegido al Judío contra las indignaciones legítimas pero excesivas de
los pueblos a los que explotó, engañó o traicionó. Sabía todo lo que incesantemente trama contra la fe y
contra los fieles. El judío cabalista, el judío de la magia negra le era conocido como también el judío
usurero, espía o traidor. Pero la Iglesia no olvida la antigua gloria, espera la conversión prometida de este
pueblo, en el que honra, a pesar de todo, los restos de lo que fue la nación elegida, el pueblo de Dios.

No obstante es una madre prudente y la norma que inspira su conducta y su legislación con respecto a los
judíos es esta: hay que dejarles vida y seguridad, pero impedir que adquieran poder sobre los cristianos.
Si esta legislación, tan sabia, no hubiera sido repudiada por los gobiernos modernos, la cuestión judía no
existiría; la cuestión social no habría nacido o sería fácil de resolver y no hubieran habido Dreyfus, ni
d’Ullmo, ni Marix, ni Dupont, etc. etc.

A pesar de sus traiciones y de todas sus fechorías todo buen cristiano debe sentir hacia los judíos algo de
los sentimientos que estaban en el corazón de San Pablo cuando se expresaba así:

“Digo la verdad en Cristo, no miento, mi conciencia me lo atestigua por el Espíritu Santo; experimento
gran tristeza y tengo en el corazón un dolor incesante porque deseo ser yo mismo anatema, lejos de
Cristo, para mis hermanos, mis padres por la carne, que son Israelitas, a quienes pertenece la adopción y
la gloria y las alianzas y la Ley y el culto y las promesas y los patriarcas de los que surgió Cristo por la
carne; al que está por encima de todas las cosas, Dios, bendito eternamente … Hermanos, el deseo de mi
corazón y mi oración a Dios por ellos es que sean salvados (Ad Romanos, IX).

II – LA LEY DE LOS JUDIOS DESDE LA DISPERSION

Desde Cristo hasta nuestros días, es del Talmud y no de la ley de Moisés de donde el Judío extrajo la
única y verdadera ortodoxia jurídica.

Un autor israelita bien conocido (Singer) dijo acertadamente: “Los que se jactan, mediante la Biblia, de
conocer nuestra religión, están en un completo error.

Son las obras que componen el inmenso edificio de la legislación talmúdica los que regulan la vida
religiosa del Judío, desde la primera aspiración hasta el último suspiro”.

De modo que es un gran error que se considere al Antiguo Testamento como el código religioso de los
judíos actuales: “Ese código es el Talmud que, como señala Chiarini, sólo es apto para hacerle perder el
sentido común y corromperle el corazón en nombre del Eterno. “ (Monseñor Meslin, Los Santos
Lugares).

El Talmud, dice por su lado el gran rabino Trenes, director del seminario rabínico, siempre ha tenido
violentos detractores y apologistas apasionados. Durante dos mil años ha sido y es todavía objeto de
veneración para los Israelitas que lo tienen por su código religioso”

¿Qué es pues el Talmud? El Talmud es una recopilación, iniciada unos 150 años después de la muerte de
Nuestro Señor JC por un rabino llamado Juda, continuada por otros rabinos y terminada sólo a finales del
siglo V. Según un sabio rabino judío, convertido al catolicismo, Drach, cabe pensar lo siguiente:

“Nosotros, que por condición, durante mucho tiempo enseñamos el Talmud y explicamos su doctrina, tras
haber seguido un curso especial durante largos años con los doctores israelitas más renombrados de este
siglo … , hablaremos con conocimiento de causa e imparcialidad …; .diremos lo que lo hace
recomendable y lo que le condena … Talmud es un término hebreo-rabínico que significa doctrina,
estudio. Designa más exactamente al gran cuerpo de doctrina de los Judíos, en el que trabajaron
sucesivamente y en épocas diferentes, los doctores más acreditados de Israel. Es el código completo, civil
y religioso de la sinagoga. Su objeto es explicar la ley de Moisés, de acuerdo con el espíritu de la
tradición oral…

Si bien el lector juicioso del Talmud a menudo tiene ocasión de afligirse de las extrañas aberraciones en
las que puede caer el espíritu humano apartado de la verdadera fe, si más de una vez las infamias del
cinismo rabínico obligan al pudor a cubrirse el rostro; si la Iglesia se rebela ante las atroces e insensatas
calumnias que el odio impío de los fariseos expande sobre todos los objetos de su veneración religiosa, el
teólogo cristiano recoge información y tradiciones preciosas para la explicación de más de un texto
oscuro del Antiguo Testamento y para convencer a sus adversarios religiosos de la antigüedad así como
de la santidad de los dogmas católicos.”

Hay dos redacciones del Talmud, la de Jerusalem y la de Babilonia, compuesta para reformar los defectos
de la primera.

El Talmud de Babilonia, - dice Achille Laurent en Relations des Affaires de Syrie, uno de los miembros
de la sociedad oriental que ha profundizado más en estos últimos tiempos la cuestión judaica – es el único
que se sigue. Constituye una colección de unos doce volúmenes in-folio. Es el código religioso de los
Judíos modernos, muy diferente del de los antiguos judíos. Es allí donde se encerraron todas las
creencias; y cuando se tiene el valor de recorrer esa inmensa recopilación se hallan las causas siempre
actuantes de los pueblos contra los restos dispersos de Israel … De este comentario derivaron las
quimeras de la cábala, los peligrosos errores de la magia, la invocación de los buenos y los malos
espíritus, un dilatado cúmulo de errores morales y una teogonía tomada de Caldea y de Persia … El
comentario destruye a la ley por los principios de odio que contiene hacia todos los hombres que no
forman parte de lo que designa como pueblo de Dios.”

Es así como el Talmud fue el supremo provocador de las costumbres más antisociales y el inspirador de
un odio furioso contra los cristianos. Drach nos dice que desde que el conocimiento de la lengua hebraica
se difundió por Europa, los impresores judíos tuvieron la precaución de suprimir los pasajes que
contienen horrores y recomendaciones detestables contra los cristianos y el cristianismo, dejando en su
lugar lagunas y para remediar esas lagunas, los rabinos enseñan verbalmente lo que indican . a veces
también reestablecen a mano en sus ejemplares aquellas supresiones. “Esto ocurre, señala, en el ejemplar
del Talmud, que poseo”.

El Talmud tiene por meta inculcar a los judíos esta fe: que componen una raza humana superior,
destinada a dominar sobre todo el universo y darles los medios para llegar a ese dominio.

Los políticos sensatos, escribía Mercier (2) en el año 1786, no supieron prever las desastrosas
consecuencias que podía tener la repentina explosión de un pueblo numeroso e inflexible en sus
opiniones, cuyas ideas marcadamente contrastantes con las de otros pueblos, se tornaban crueles y
fanáticas de su ley y de las pomposas promesas que remontaban al origen del mundo, porque la Tierra les
pertenecía y los otros pueblos a sus ojos sólo eran usurpadores.

Los judíos, considerándose como un pueblo anterior a los cristianos y creado para sojuzgarlos, se
reunieron bajo un jefe al que de pronto le atribuyeron maravillas concebidas para impactar las
imaginaciones y predisponerlas a las resoluciones más grandes y más extraordinarias.

Entonces constituían en Europa una multitud dispersa que podía ascender a 12 millones de individuos y
los judíos distribuidos por Oriente, Africa, China e incluso en el interior de América acudían o enviaban
socorro, por lo que la primera invasión fue violenta. Hubo que reparar la in-vigilancia política de los
siglos anteriores y necesitamos sabiduría, constancia y firmeza para descomponer ese fanatismo ardiente,
para calmar esa fermentación peligrosa y reducir a los judíos a que se ganaran la vida en medio de una
absoluta tranquilidad! …”

Esa fermentación, esa explosión del poder judío, presentido por Mercier en 1786, la vemos en plena
actividad.

Desde hace un siglo, ayudados por la Revolución, los Judíos se han puesto con nuevo ardor a perseguir el
ideal de su raza, y a apoderarse para ello de todas las fuerzas vivas de los pueblos que tuvieron la
imprudencia de admitirlos entre ellos en pie de igualdad, usando con respecto a ellos la moral cristiana,
mientras que los Judíos sólo conocen la moral talmúdica.

Es así como en Francia han llegado a dominarnos, o mejor a tiranizarnos desde el punto de vista de la
política y del gobierno, de la alta banca y las finanzas, la industria y el comercio, la prensa y la opinión.

Gougenot des Mousseaux expone en estos términos los frutos producidos por el Talmud en el alma judía
y en la raza de Israel:

“La ley religiosa del Judío de la franca ortodoxia es una ley de exclusión y odio; pero no huirá, porque
vive de vosotros. Su mirada os absorbe y sus rayos os devoran. El robo, la usura, el espolio son uno de
sus derechos religiosos sobre los cristianos; porque el no-judío no es para él más que un simple bruto
inhábil a poseer; y para el judío, la propiedad que ese bruto detenta es el robo. Ninguna ley le impone el
respeto de los bienes, ninguna el respeto de la vida de ese infiel. Lo llaméis o lo rechacéis siempre será
vuestro vecino: pero lo persigáis o lo beneficieis nunca será vuestro prójimo, nunca os considerará su
semejante”.

En una palabra, la doctrina antisocial del talmudisante es la muerte de la civilización cristiana.

Auguste Rohling, profesor de la Universidad de Praga aprendió hebreo para poder traducir el Talmud.
Veamos algunos extractos de su trabajo, Le Juif selon le Talmud: .
1. Las almas de los judíos tienen el privilegio de ser una parte del mismo Dios. Las almas de los otros
pueblos de la tierra vienen del diablo y son semejantes a las de los brutos.
4. El dominio sobre los otros pueblos debe ser un reparto sólo para judíos.
5. Mientras esperan la llegada del Mesías, los judíos viven en estado de guerra constante con todos los
otros pueblos.
Cuando la victoria sea definitiva, los pueblos aceptarán la fe judía, pero los únicos que no participarán de
esta gracia serán los cristianos; por el contrario serán totalmente exterminados, porque descienden del
diablo.

Un judío es de la sustancia de Dios y un no-judío que ataca a un judío merece la muerte.

8. Sólo los judíos son hombres, las otras naciones no son más que variedades de animales. El perro vale
más que el no judío. Los no judíos no sólo son perros, sino asnos. Las almas de los no judíos vienen del
espíritu impuro y las almas de Israel vienen del espíritu de Dios.

9. Los no judíos sólo fueron creados para servir a los judíos noche y día, sin apartarse de su servicio.

10. Le está prohibido al judío alabar la ciencia o la virtud de un cristiano. (3)

11. No es justo emplear la misericordia hacia sus enemigos.

12. El hombre (judío) debe siempre ser astuto.

13. El judío puede decir al no judío que lo ama si lo juzga necesario y siente temor.

14. El judío puede ser hipócrita con el no judío.

15. Los hijos de Abraham son judíos; los hijos de Noe son no-judíos.

16. Dios dio todo el poder a los judíos sobre los bienes y la sangre de todos los pueblos.

17. Un no judío que roba a un judío aunque sólo sea un óbolo, desde ser condenado a muerte. Por el
contrario, le está permitido a un judío perjudicar a un no judío. Despojar a un pagano es cosa permitida.

18. Si la vid pertenece a un extranjero, traedme uvas; si es de un judío, lo la toques. El dinero del no
judío es un bien sin amo, de modo que el judío tiene derecho a apoderarse de él. El bien de los cristianos
es para el judío como un bien abandonado, como la arena del mar; el primero que se apodera es el
verdadero poseedor.

19. Puedes engañar a un extranjero y ejercer la usura con él.


20. Cuando, en un país donde los judíos gobiernan, un judío tiene un litigio con un no judío, haz ganar a
tu hermano y dile al extranjero: “ Así lo quiere nuestra ley”. En los países donde las leyes de los pueblos
son favorables a los judíos, haz ganar también a tu hermano y dile al extranjero: “Así lo quiere vuestra
ley”. Si los judíos no son amos del país o si no tienen la ley a su favor entonces hay que circunvenir a los
extranjeros mediante intrigas, hasta que la ganancia sea del judío.

21. Si alguien devuelve a un cristiano lo que ha perdido, Dios no lo perdonará. Está prohibido devolverle
a un Goym lo que ha perdido. El que devuelve al no judío lo que perdió comete pecado. El que ama a un
cristiano odia a su propio creador.

22. Dios nos ordenó ejercer la usura hacia el no judío, de manera que no le prestaremos asistencia, sino
que por el contrario le perjudicaremos. (4)

23. Extermina al mejor de entre los no judíos. Quítale la vida al más honrado de los idólatras.

24. Si un pagano cae en un foso, se recubre la fosa con una piedra y serán inútiles todos los medios que
pueden emplearse para sacarlo. Cuando se lo vea caer en un río o en peligro de muerte, no se le debe
salvar. Maimónides enseña a dar muerte a cualquier no judío cuando se tiene poder para ello. Es justo
exterminar por nuestra mano a todo hereje; el que expande la sangre de los impíos ofrece un sacrificio a
Dios. (Bajo el nombre de impíos se entiende a Jesús y sus seguidores). Los que niegan la enseñanza de
Israel, en particular los adeptos del Nazareno, deben ser muertos y siempre será una buena obra
ejecutarlos; si no se puede, debe tratarse de ocasionar su muerte. Pero quien mata a un alma de Israel será
juzgado como si hubiera matado al mundo entero. Si un judío puede engañar a los no judíos y hacerles
creer que él mismo es no judío, le está permitido, etc. etc. (6)

Por respeto a nuestros lectores nos abstendremos de reproducir lo que el Talmud enseña, aconseja,
prescribe a los judíos en lo que se refiere al sexto mandamiento de Dios. Los que deseen conocer mejor el
Talmud pueden leer en la obra de gougenot des Mousseaux, el capítulo IV y el V con sus cinco
divisiones.

Semejante código fue y debía ser la fuente de degradación del pueblo judío y también del odio y el
desprecio con que los otros pueblos lo trataron.

El hombre actúa en todas las cosas según su creencias. Lo que cree con sinceridad lo transmite, un día u
otro y a veces sin saberlo, en sus actos. La fe de un creyente es la razón de sus costumbres y la fuente de
su moral. Entre los judíos para los que, durante una larga sucesión de siglos la fe y la ley no fueron sino
una sola y misma cosa, para este pueblo que sólo vivía por su religión, el Talmud fue el provocador
supremo de las costumbres más antisociales.

III. CARTA DE SIMONINI A BARRUEL

Entre los papeles dejados por Barruel se encuentra una copia hecha por él de una carta que le enviaron
desde Florencia el 5 de agosto de 1806 y que llegó a Paris el 20. El original, como veremos, fue enviado
al Papa Pío VII. Otras copias auténticas se hicieron y dirigieron a varios obispos. Un corresponsal de la
Vérité encontró una de ellas, hace unos veintitantos años, en los archivos de un obispado y envío copia a
la redacción el 2 de octubre de 1893.

El obispo de esa diócesis había comunicado el documento en 1822 a un célebre converso y escrito como
encabezamiento: “ N. No es necesario que me reenvíe esta copia que M. me rogó le transmitiera”.

Aquel al que se le hacía este comunicado envió el documento al obispo el 9 de mayo de 1822 con una
carta cuyo original se halló en los mismos archivos y donde se lee: “Tengo el honor de enviarle a Su
Grandeza los papeles que se sirvió comunicarme de parte de M. La carta de Florencia, relativa a los
judíos, ya la conocía; el marqués de Montmorency me la había mostrado en París …”

La Civita Católica la publicó en su número del 21 de octubre de 1881 y dice que el original de la carta
de Simonini, así como la carta de envío de Barruel al Papa, se encuentran en los archivos del Vaticano.

Este es el documento:

J. M. Florencia, 5 de agosto de 1806

“Señor, hace pocos meses, fortuitamente, tuve la dicha de tener conocimiento de vuestra excelente obra
titulada Memorias de los Jacobinos. Lo leí o mejor aún lo devoré con indecible placer y obtuve las
mayores ventajas y las más grandes luces para mi pobre conducta por que hallé, exactamente descritas
infinidad de cosas de las que fui, en el curso de mi vida, testigo ocular, sin por ello entenderlas bien.
Reciba pues, Señor, de un ignorante militar como soy, las más sinceras felicitaciones sobre vuestra obra,
que acertadamente puede considerarse la obra por excelencia del último siglo. Ah, que bien desenmascara
a esas sectas infames que preparan el camino al Anticristo y son los enemigos implacables, no sólo de la
religión cristiana sino de todo culto, de toda sociedad, de todo orden. Sin embargo, hay una que apenas
habéis tocado. Quizás lo hayáis hecho ex profeso porque es la más conocida y por consiguiente, la menos
temible. Pero, a mi entender, es hoy la potencia más formidable, si se consideran sus grandes riquezas y la
protección de que goza en casi todos los Estados de Europa. Comprenderéis señor, que hablo de la secta
judaica. Resulta en todo separada y enemiga de las otras sectas, pero en realidad no lo está.. En efecto,
basta con que una de ellas se muestre enemiga de la palabra cristiana para que la favorezca, la soborne y
la proteja. Y ¿no hemos visto y no la vemos aún prodigar su oro y su plata para sostener y moderar a los
modernos sofistas, a los francomasones, a los jacobinos y a los iluminados? Los judíos, pues con todos
los otros sectarios, no forman más que una sola facción, para destruir, si es posible, a los cristianos. Y no
creáis señor que todo esto es una exageración por mi parte. No afirmo nada que no me hayan dicho los
mismos judíos y ved cómo: Mientras que Piamonte, del que soy nativo, estaba en revolución, tuve
ocasión de frecuentarlos y de tratar confidencialmente con ellos. Sin embargo, fueron los primeros en
buscarme y yo como entonces no era escrupuloso, simulé unirme a ellos en estrecha amistad y llegué a
decirles, rogándoles el mayor secreto, que había nacido en Liorna, de familia hebrea, pero que siendo
muy niño había sido criado no sabía bien por quien, que ignoraba si estaba bautizado y que aunque
externamente viviera y actuara como los católicos en mi interior sin embargo pensaba como los de mi
nación, por la que siempre había conservado un tierno y secreto amor. Entonces me hicieron las mayores
ofertas y me brindaron toda su confianza; me prometían convertirme en general si aceptaba ingresar en la
secta de los franco masones; me mostraron sumas de oro y plata que distribuían, así me dijeron, entre los
que abrazaban su partido y quisieron obsequiarme tres armas decoradas con los signos de la franco
masonería, que acepté para no ofenderlos y para incitarlos aún más a que me contaran sus secretos. Esto
es lo que los principales y más ricos judíos me comunicaron en repetidas circunstancias:

1. Que Manes y el infame anciano de la montaña habían salido de su nación; 2. que los francomasones y
los iluminados habían sido fundados por dos judíos, cuyos nombres me dijeron y que por desgracia
escaparon de mi memoria; 3. que en una palabra, de ellos partían todas las sectas anti-cristianas que eran
ahora tan numerosas en el mundo, que alcanzaban a varios millones de personas de ambos sexos, de todos
los estados, rangos y condición; 4. que sólo en Italia tenía como partidarios a más de 800 eclesiásticos,
tanto seculares como regulares, entre los cuales muchos curas, profesores públicos, prelados, algunos
obispos y cardenales y que, en poco tiempo, no descartaban contar a un Papa de su lado; (suponiendo que
fuera cismático sería posible); 5. que también en España tenía muchos partidarios, también en el clero
aunque en ese Reino todavía estuviera en vigor la maldita Inquisición; 6. que la familia de los Borbones
era su mayor enemiga; que, en unos años, esperaban destruirla; 7. que para engañar mejor a los cristianos
viajaban y pasaban de un país al otro con falsos certificados de bautismo, que compraban a algunos curas
avaros y corruptos; 8. que esperaban, a fuerza de dinero y de complots, obtener de todos los gobiernos un
estado civil como ya había ocurrido en varios países; 9. que al poseer derechos de ciudadanos como los
demás, comprarían casas y tierras tantas como pudieran y mediante la usura pronto lograrían despojar a
los cristianos de sus bienes y tesoros. Esto empieza a ser un hecho en Toscana donde los Judíos ejercen
impunemente la usura más exorbitante y hacen inmensas y constantes adquisiciones, tanto en el campo
como en las ciudades; 10. que, por consiguiente, se prometían, en menos de un siglo, ser los amos del
mundo, abolir a todas las otras sectas, para hacer reinar la suya y hacer sinagogas de las iglesias de los
cristianos y reducir al resto a una auténtica esclavitud.

Estos son señor, los pérfidos proyectos de la Nación Judía que yo mismo escuché. Sin duda, es imposible
que puedan efectuarlos todos porque son contrarios a las promesas infalibles de JC a su Iglesia y a las
diversas profecías que claramente anuncian que este pueblo, ingrato y obstinado, debe permanecer errante
y vagabundo, despreciado y esclavo, hasta que conozca al verdadero Mesías, al que crucificó y al final,
consuele a la Iglesia abrazando su fe. No obstante, pueden hacer mucho mal si los Gobernantes continúan
favoreciéndolos como han hecho desde hace tantos años. Sería pues deseable que una pluma enérgica y
superior como la vuestra hiciera abrir los ojos a dichos Gobiernos y les instruyera para hacer volver a este
pueblo a la abyección que merece y en la que nuestros padres, más políticos, más sabios que nosotros,
siempre se cuidaron de tenerlos. A esto os invito señor, en mi nombre particular, rogándoos perdonéis a
un Italiano, a un militar, los errores (de gramática) que hubiera en esta carta. Os deseo, de la mano de
Dios, la mayor recompensa por los escritos luminosos con que habéis enriquecido a su Iglesia y que
inspira para vos a quien los lee la mayor estima y el más profundo respeto en los que tengo el honor de
ser, señor, vuestro muy humilde y obediente servidor. Jean
Baptiste Simonini

PD: Si en este país puedo serviros en algo y si necesitáis nuevas luces sobre el contenido de la presente,
hacédmelo saber, y seréis obedecido.

Notas añadidas por Barruel a la copia de esta carta:

NB1 –Reflexionando, el objeto de esta carta parecería increíble, y al menos como sana crítica exigiría
pruebas imposibles de obtener. Me he cuidado muy mucho de publicar nada semejante. Sin embargo, he
creído mi deber comunicarla al cardenal Fesch para que haga el uso que crea oportuno ante el emperador.
Lo mismo hice con Desmaretz, para que hable de ello con el jefe de policía, si lo creyera útil. Creo haber
hecho bien en no publicar nada semejante.
Al comunicar esta carta a estas personas, mi objetivo era impedir el efecto que podría tener el Sanedrín
convocado en París por el Emperador. Impresionó tanto a Desmaretz que se ocupó entonces de investigar
la conducta de los judíos que, según me dijo, eran en Alsacia mucho peores aún que en Toscana. Quería
conservar el original pero me negué por reservarme el enviárselo al Papa, lo que hice, rogándole se
informara convenientemente sobre Simonini, para saber el grado de confianza que merecía su carta.
Meses más tarde, Su Santidad me hico escribir por el Abate Tetta, su secretario, que todo indicaba la
veracidad y probidad de aquel que me había descubierto todo aquello de lo que decía haber sido testigo.
Posteriormente, como las circunstancias no me permitían comunicarme con Simonini, consideré mi deber
guardar profundo silencio sobre el objeto de su carta, convencido de que si no se me creía, hubiera sido
mejor no haber dicho nada.

NB2 - A la llegada del rey, le hice llegar una copia de la carta. Para concebir ese odio de los judíos
contra los reyes de Francia hay que remontarse a Felipe el Bello, que en 1306 echó de Francia a todos los
judíos apoderándose de sus bienes. Posteriormente, hicieron causa común con los Templarios, origen del
grado de Kadoc.

NB3 – He sabido a través de un franco masón iniciado en los grandes misterios de la secta que entre ellos
hay muchos judíos, sobre todo en los grados superiores.

¿Acaso no se ha cumplido todo lo que figura en la carta, escrita en los primeros días del siglo XIX y
todavía actual a principios del XX?

¿Qué decir de la medida en que se han incrementado las riquezas de los judíos y de la influencia que
ejercen hoy en todos los Estados de Europa?

¿Acaso no es evidente que protegen, favorecen y sobornan a todo lo que es enemigo de lo cristiano?

El estado civil que les permite pertenecer a la vez a dos nacionalidades, a la suya y a aquella en la que han
entrado, y así lo han obtenido sucesivamente de todos los gobiernos que adoptaron los principios del 89.

El uso que hacen de esta situación lo conocemos demasiado. Se lo propusieron y lo están cumpliendo:
despojar a quienes, benévolamente, les abrieron los brazos.

Y tal como lo anunciaban: EN MENOS DE UN SIGLO han pasado a ser nuestros amos: y ya entreven el
día en que serán amos del mundo.

Tal como querían, la familia de los Borbones es echada de todos los estados en los que reinaba.

En el orden religioso no han logrado todo lo que deseaban, pero ¿qué no han hecho?

Por último, ¿no resulta siniestramente interesante comparar lo que se dice en esta carta: “No desesperan
de contar pronto con un papa de su partido” con el motivo por el que principalmente se constituyó la Alta
Venta, unos 25 años después de la fecha de la carta? Basta releer los escritos de Nubius y de los otros
conjurados
.

IV – DISCURSO-PROGRAMA DE UN RABINO

La Revista Le Contemporain, editada en París, publicó en el tomo XXII de la 3ª serie, entregas de julio,
agosto, septiembre, octubre y noviembre del año 1881, un estudio en 20 capítulos, firmado Wolski, sobre
la vida íntima y secreta de los judíos, particularmente en Rusia.

Este estudio se basa principalmente en un libro publicado en lengua rusa en Vilna, en 1870, por un judío
converso, Brafmann: Livre sur le Kahal. Esta publicación desagradó soberanamente a los judíos, que
adquirieron, para quemarlos u ocultarlos, todos los ejemplares que pudieron obtener. Wolski dice poseer
uno y en sus 20 capítulos traduce las piezas más importantes.

El Kahal es el gobierno administrativo de los judíos y su tribunal judicial se llama Bee Dine: estas son
las dos autoridades a las que están sometidos y cuyas prescripciones ejecutan ciegamente. El livre sur le
Kahal contiene más de mil disposiciones y también actas, noticias, cartas, etc. Todos esos documentos
levantan el velo que oculta la organización interior de la sociedad judía y los medios secretos, las
desviaciones mediante las cuales los judíos que antaño no podían gozan de derechos civiles, lograron, en
la mayoría de los países de Europa, suplantar en los negocios al elemento ajeno a su raza, amasar grandes
capitales, hipotecar en su beneficio propiedades inmobiliarias y hacerse amos del comercio y la industria
y por último apoderarse de la posición influyente, dominante que ocupan en Europa y en el mundo entero.
Todas las disposiciones del Kahal publicadas por Brafmann en su libro datan de 1794 a 1833. “Su
autenticidad, nos dice, está verificada por la antigüedad del papel en el que están escritas, por la
uniformidad de la escritura del notario que las redactó, por las marcas de agua con las letras B.O.F.E.B.; y
finalmente, por las firmas, absolutamente idénticas, que figuran en documentos de diferentes fechas.

Wolski, en el estudio publicado en el Contemporain sólo incluye los documentos que importan para el
objeto de su obra y los hace preceder de un texto tomado de una obra inglesa publicada por sir John
Readlif bajo el título Informe de los acontecimientos político-históricos sobrevenidos en los últimos diez
años.

El documento extraído de ese libro y que publicamos a continuación es un discurso pronunciado hacia
mediados del siglo XIX por un gran rabino en una reunión secreta. Nada prueba mejor la perseverancia
con la que el pueblo judío persigue desde tiempo inmemorial y por todos los medios posibles la idea y el
arte de reinar sobre toda la tierra.

En 1806 Bonald recordaba las palabras del célebre Herder al hacer esta predicción en su Adrastée: “Los
hijos de Israel que forman en todas partes un estado dentro del estado lograrán, por su conducta
sistemática y razonada, reducir a los cristianos a no ser más que sus esclavos. No nos equivoquemos, el
dominio de los judíos será duro como el de todo pueblo durante mucho tiempo sometido que alcanza el
nivel de sus antiguos amos”.

El discurso siguiente puede considerarse como el comentario de esas palabras:

“Nuestros padres legaron a los elegidos de Israel el deber de reunirse una vez cada siglo en torno a la
tumba del gran maestro Caleb, Santo Rabino Simeón Ben Yuda cuya ciencia da a los elegidos de cada
generación poder sobre toda la tierra y autoridad sobre todos los descendientes de Israel.

Hace dieciocho siglos que dura la guerra de Israel con el poder que se le prometió a Abraham pero que la
cruz le quitó. Pisoteado, humillado por sus enemigos, incesantemente amenazado con la muerte, la
persecución, raptos y violaciones de todo tipo, el pueblo de Israel no ha sucumbido y si se ha dispersado
por toda la tierra es porque toda la tierra debe pertenecerle.

Desde hace muchos siglos nuestros sabios luchan valientemente y con una perseverancia que nada puede
abatir contra la cruz. Nuestro pueblo se eleva gradualmente y su poder crece día a día. Ese Dios nos
pertenece desde el día en que Aaron erigió en el desierto el vellocino de oro, esa divinidad universal de la
época.

Cuando nos hayamos hecho poseedores de todo el oro de la tierra, el verdadero poder pasará a nuestras
manos y entonces se cumplirán las promesas que se le hicieron a Abraham.

El oro, la mayor potencia de la tierra, el oro que es la fuerza, la recompensa, el instrumento de todo poder,
lo que todo hombre teme y desea, ese es el único misterio, la ciencia más profunda sobre el espíritu que
rige al mundo. Ese es el futuro.

Estos dieciocho siglos pertenecieron a nuestros enemigos: el siglo actual y los futuros siglos deben
pertenecernos a nosotros, pueblo de Israel, y sin duda alguna nos pertenecerán.

Esta es la décima vez, desde hace mil años de lucha atroz e incesante con nuestros enemigos, que se
reúnen en este cementerio, en torno a la tumba de nuestro gran maestro Caleb, santo Rabino Simeón Ben
Juda los elegidos de cada generación del pueblo de Israel, a fin de concertarse sobre los medios para
sacar ventaja, para nuestra causa, de las grandes faltas y pecados que no dejan de cometer nuestros
enemigos los cristianos.

En cada ocasión, el nuevo sanedrín proclamó y predicó la lucha sin merced con sus enemigos; pero en
ninguno de los siglos anteriores, habían logrado nuestros antepasados concentrar entre nuestras manos,
tanto oro y por consiguiente poder como el siglo XIX nos ha proporcionado. De modo que podemos
congratularnos, sin ilusiones temerarias, de alcanzar pronto nuestra meta y echar una mirada segura hacia
nuestro futuro.

Las persecuciones y las humillaciones, esos tiempos sombríos y dolorosos que el pueblo de Israel soportó
con heroica paciencia felizmente han pasado para nosotros, gracias al progreso de la civilización entre los
cristianos y ese progreso es el mejor escudo tras el que nos podemos proteger y actuar para franquear con
paso rápido y firme el espacio que nos separa de nuestra meta suprema.

Basta mirar el estado material de la época y analizar los recursos que los israelitas se procuraron desde el
comienzo del siglo actual, por el mero hecho de la concentración entre sus manos de los inmensos
capitales con que actualmente cuentan. Así, en París, Londres, Viena, Berlín, Ámsterdam, Hamburgo,
Roma, Nápoles, etc. y entre todos los Roschild, en todas partes los israelitas son amos de la situación
financiera, por la posesión de muchos miles de millones, sin contar que en cada localidad de segundo y
tercer orden, también son ellos los que detentan los fondos en circulación y que en todas partes, sin los
hijos de Israel, sin su influencia inmediata, no podría hacerse ninguna operación financiera, ningún
trabajo importante.

Actualmente, todos los emperadores, reyes y príncipes reinantes están abrumados por las deudas
contraidas para el mantenimiento de ejércitos numerosos y permanentes, a fin de sostener sus tronos
tambaleantes. La Bolsa cotiza y zanja esas deudas y en gran parte somos los dueños de la Bolsa en todas
las plazas. De modo que hay que estudiar como facilitar todavía más y de manera creciente los préstamos
para así convertirnos en los reguladores de todos los valores y en lo posible, tomar en prenda de los
capitales que proporcionamos al país, la explotación de sus ferrocarriles, de sus minas, sus bosques, sus
grandes forjas y fábricas, así como otros inmuebles e incluso la administración de los impuestos.

La agricultura siempre permanecerá como la gran riqueza de un país. La posesión de grandes propiedades
territoriales valdrá honores y gran influencia a los titulares. Por lo que nuestros esfuerzos deben tender
también a que nuestros hermanos de Israel hagan importantes adquisiciones territoriales. En lo posible,
debemos empujar al fraccionamiento de esas grandes propiedades para que su adquisición nos resulte más
pronta y más fácil.

Con el pretexto de acudir en ayuda de las clases trabajadoras hay que hacer soportar a los grandes
poseedores de tierra todo el peso de los impuestos y cuando las propiedades hayan pasado a nuestras
manos, todo el trabajo de los proletarios cristianos será para nosotros fuente de inmensos beneficios.

La pobreza, es la esclavitud, dijo un poeta; el proletariado es el muy humilde servidor de la especulación,


pero la opresión y la influencia son los muy humildes servidores del espíritu que inspira y estimula la
astucia y ¿quién podría negar a los hijos de Israel, la inteligencia, la prudencia y la perspicacia?

Nuestro pueblo es ambicioso, orgulloso, ávido de placeres. Donde hay luz también hay sombra y no es sin
razón que nuestro Dios dio a su pueblo elegido la vitalidad de la serpiente, la astucia del zorro, la visión
del halcón, la memoria del perro, la solidaridad y la asociación de los castores. Gemimos en la esclavitud
de Babilonia y nos hicimos poderosos. Nuestros templos fueron destruidos y levantamos millares de
templos en su lugar. Durante dieciocho siglos fuimos esclavos y en el presente siglo nos hemos elevado y
situado por encima de todos los otros pueblos.

Se dice que muchos de nuestros hermanos en Israel se convierten y aceptan el bautismo cristiano … ¡qué
importa! Los bautizados pueden servirnos perfectamente y convertirse para nosotros en auxiliares para
avanzar hacia nuevos horizontes que todavía desconocemos; porque los neófitos siguen con nosotros y a
pesar del bautismo de su cuerpo, su mente y su alma siguen siempre fieles a Israel. De aquí a un siglo,
como máximo, no serán los hijos de Israel los que querrán hacerse cristianos sino los cristianos los que se
unirán a nuestra santa fé, y entonces, Israel los rechazará con desprecio.

Como la Iglesia cristiana es uno de nuestros más peligrosos enemigos, debemos trabajar con
perseverancia para reducir su influencia; hay que introducir, lo más posible, en las inteligencias de
quienes profesan la religión cristiana, ideas de libre pensamiento, escepticismo, cisma, y provocar
disputas religiosas tan naturalmente fecundas en divisiones y en sectas en el seno del cristianismo.

Lógicamente hay que empezar por despreciar a los ministros de esa religión: declarémosles una guerra
abierta, provoquemos sospechas sobre su devoción, sobre su conducta privada y por el ridículo y la burla
destruiremos la consideración que inspira el estado y los hábitos.

La Iglesia tiene por enemiga natural a la luz, que es el resultado de la instrucción, efecto
natural de la propaganda múltiple de las escuelas. Centrémonos en ganar influencia en los alumnos
jóvenes. La idea del progreso tiene por consecuencia la igualdad de todas las religiones, lo que a su vez
lleva a la supresión, en los programas, de los estudios, las clases de religión cristiana. Los israelitas, por
habilidad y ciencia, obtendrán sin dificultad las cátedras y plazas de profesores en las escuelas cristianas.
Con esto la educación religiosa permanecerá relegada en la familia y como en la mayoría de las familias
falta tiempo para vigilar esta rama de la enseñanza, el espíritu religioso poco a poco se debilitará y
desaparecerá por completo.

Cada guerra, cada revolución, cada sacudida política o religiosa acerca el momento en que alcanzaremos
la suprema meta hacia la que tendemos.

El comercio y la especulación, dos ramas fecundas en beneficios, no deben nunca salir de manos
israelitas; y primero hay que acaparar el comercio del alcohol, la mantequilla, el pan y el vino, porque
desde allí seremos amos absolutos de toda la agricultura y en general de toda la economía rural. Seremos
los dispensadores de granos para todos; pero si sobreviniera algún descontento producido por la miseria,
siempre podremos echar la responsabilidad sobre los gobiernos.

Todos los empleos públicos deben ser accesibles a los israelitas y una vez titulares, sabremos mediante la
obsequiosidad y la perspicacia de nuestros correos, penetrar hasta fondo de la verdadera influencia y el
verdadero poder. Queda sobreentendido que se trata aquí de esos empleos a los que se atribuyen honores,
poder y privilegios, puesto que aquellos que exigen saber, trabajo y sinsabores pueden y deben
abandonarse a los cristianos. La magistratura es para nosotros una institución de primera importancia. La
carrera del tribunal es la que más desarrolla la facultad de civilización e inicia en los negocios de esos
enemigos naturales, los cristianos y por ella podemos reducirlos a nuestra merced. ¿Por qué los israelitas
no iban a ser ministros de instrucción pública cuando tan a menudo son sus financieros? Los israelitas
deben aspirar también al rango de legisladores con miras a trabajar para que se abroguen leyes lechas por
los Goïm contra los hijos de Israel, los verdaderos fieles, por su invariable apego a las santas leyes de
Abraham.

En este punto nuestro plan se acerca a su más completa realización, ya que el progreso nos es por todos
reconocido y se nos conceden los mismos derechos de ciudadanía que a los cristianos; pero lo que
importa obtener, lo que debe ser objeto de nuestros incesantes esfuerzos es una ley menos severa sobre la
bancarrota. Supondrá para nosotros una mina de oro mucho más rica que antaño las minas de oro de
California.

El pueblo de Israel debe dirigir su ambición hacia ese alto grado de poder del que derivan la
consideración y los honores; el medio más seguro de lograrlo es tener acceso a todas las operaciones
industriales, financieras y comerciales, guardándose de cualquier trampa o seducción que podrían
exponerlo al peligro de procesos judiciales ante los tribunales del país. De modo que aplicará en la
elección de este tipo de especulaciones la prudencia y el tacto que le son propios por su aptitud congénita
hacia los negocios.

No debemos ser ajenos a nada que conquiste un lugar distinguido en la sociedad: filosofía, medicina,
derecho, música, economía política, en una palabra, todas las ramas de la ciencia, del arte y de la
literatura, son un vasto campo en que los éxitos deben sernos abundantes y poner de relieve nuestra
aptitud. Esas vocaciones son inseparables de la especulación; así, la producción de una composición
musical, aunque sea muy mediocre, proporcionará a los nuestros una razón plausible de elevar sobre un
pedestal y rodear de aureola al israelita que sea su autor. En cuanto a las ciencias, medicina y filosofía,
también deben formar parte de nuestro campo intelectual. Un médico es iniciado en los más íntimos
secretos de la familia y como tal tiene entre sus manos la vida y la salud de nuestros mortales enemigos,
los cristianos.

Debemos alentar las alianzas matrimoniales entre israelitas y cristianos, porque el pueblo de Israel, sólo
puede beneficiarse de esas alianzas; la introducción de una cantidad mínima de sangre impura en nuestra
raza elegida por Dios no puede corromperla; y nuestros hijos e hijas permitirán, con esos matrimonios,
alianzas con familias cristianas en posesión de algún ascendente y poder. A cambio del dinero que
daremos, es justo que obtengamos el equivalente en influencia sobre todo lo que nos rodea. El parentesco
con los cristianos no implica desviación del camino que nos hemos trazado; por el contrario, con un poco
de habilidad, en cierto modo nos hará árbitros de su destino. Sería deseable que los israelitas se
abstuvieran de tener por amantes a mujeres de nuestra santa religión y que para ese papel las escojan entre
las vírgenes cristianas. Reemplazar el sacramento del matrimonio por la Iglesia por un mero contrato,
ante una autoridad civil cualquiera, sería para nosotros de gran importancia, porque entonces las mujeres
cristianas afluirían a nuestro campo.
Si el oro es la primera potencia de este mundo, la segunda es, sin contradicción, la prensa. Pero ¿qué
puede la segunda sin la primera? Como no podemos realizar todo lo que antes se ha dicho y proyectado
sin ayuda de la prensa, los nuestros deben presidir en la dirección de todos los periódicos diarios en cada
país. La posesión del oro, la habilidad en la elección y el empleo de los medios de debilitamiento de las
capacidades venales, nos convertirán en árbitros de la opinión pública y nos darán el imperio sobre las
masas.

Caminando así paso a paso por esta vía y con la perseverancia que es nuestra gran virtud, rechazaremos a
los cristianos y haremos nula su influencia. Dictaremos al mundo aquello en lo que debe tener fe, qué
debe honrar y qué maldecir. Quizás algunas individualidades se levanten contra nosotros y nos lancen
injurias y anatemas, pero las masas dóciles e ignorantes nos escucharán y tomarán nuestro partido. Una
vez amos absolutos de la prensa, podremos cambiar a nuestro antojo las ideas sobre el honor, la virtud, la
rectitud de carácter, y asestar el primer golpe a esa institución hasta ahora sacrosanta, la familia, y
consumar su disolución. Podremos extirpar la creencia y la fe en todo lo que nuestros enemigos, los
cristianos, han venerado hasta ahora, y convirtiéndonos en arma de incitación de pasiones, declararemos
guerra abierta a todo lo que todavía se respeta y venera.

Todo lo dicho debe entenderse, y cada hijo de Israel empaparse de estos principios verdaderos. Entonces,
nuestro poder crecerá como un árbol gigantesco cuyas ramas llevarán por frutos riqueza, goce, felicidad,
poder, en compensación de la horrible condición que durante largos siglos fue el único patrimonio del
pueblo de Israel. Cuando uno de los nuestros da un paso adelante, que otro le siga de cerca y si el pie se
desliza, que sus correligionarios lo socorran y levanten. Si un israelita es citado ante los tribunales del
país donde vive, que sus hermanos de religión se apresuren a brindarle ayuda y asistencia, pero sólo
cuando el juzgado haya actuado de conformidad con las leyes que Israel observa estrictamente y guarda
desde hace tantos siglos.

Nuestro pueblo es conservador, fiel a las ceremonias religiosas y a los usos que nos legaron nuestros
antepasados. Nuestro interés es simular celo por las cuestiones sociales a la orden del día, aquellas sobre
todo que se refieren a la mejora de la suerte de los trabajadores pero, en realidad, nuestros esfuerzos
deben tender a apoderarnos de ese movimiento de la opinión pública y dirigirlo. El enceguecimiento de
las masas, su propensión a entregarse a la elocuencia tan vacía como sonora que resuena en las calles, la
convierten en presa fácil y en doble instrumento de popularidad y crédito. No tendremos dificultad para
hallar entre los nuestros la expresión de sentimientos ficticios y tanta elocuencia como los cristianos
sinceros en su entusiasmo.

En lo posible hay que mantener al proletariado, someterlo a quienes manejan el dinero. Así podremos
sublevar a las masas cuando queramos. Las conduciremos a las agitaciones, a las revoluciones y cada una
de esas catástrofes adelanta a grandes pasos nuestros intereses íntimos y nos acerca rápidamente a nuestro
único fin: reinar sobre la tierra, como se le prometió a nuestro padre Abraham.”

Si los hechos que se desarrollan bajo nuestros ojos no se ajustaran tanto como lo hacen a las instrucciones
dadas a su pueblo por el rabino citado por Sir John Readclif, podríamos decir que el documento citado
exagera. Pero cada día nos aporta una nueva prueba de su terrible realidad.

La pérdida de Francia y de los Estados católicos y luego de los otros Estados cristianos es un hecho. Ya
sólo es cuestión de tiempo si los pueblos no vuelven a la Iglesia y a sus preceptos y si no recogen este
estandarte de la Cruz, que ha sido su salvaguarda durante tantos siglos y que sus enemigos buscan hacer
desaparecer.

V. LA CONDICION DEL JUDIO


DESDE LA DISPERSION HASTA NUESTROS DIAS
Y SUS CAUSAS

Los judíos sufrieron mucho en los siglos pasados.

En estos sufrimientos, cabe reconocer primero, con el abate Joseph Lémann, un castigo del cielo. (6)

“El Justo fue ultrajado por nosotros. Pusimos sobre sus hombros un manto de burla, una corona de
espinas sobre su cabeza, una caña en sus manos. Golpes, escupitajos, insultos, se le prodigaron todo tipo
de vilezas, no le escatimamos nada que fuera oprobio. Y como último rasgo cuando se trató de comprarlo
en plata para hacerlo morir, lo estimamos como un ser vil: treinta denarios!”
Estos oprobios volvieron a darse después como castigo y ley del talión en la vida del pueblo judío.
Tampoco le faltaron vejaciones y tristezas. ¿Quién se atrevería a negarlo?
“Pueblo desdichado que sin embargo no se sabe cómo compadecer” escribió San Jerónimo. Reflexión que
resulta suave al lado del edicto pronunciado por nuestro gran legislador, el mismo Moisés: “Seréis el
hazmerreír y la burla de todos los pueblos adonde el Señor os conduzca” Para convertirse en objeto de
escarnio y burla del universo, cuando se había sido el pueblo de Dios, ¡sin duda hay que haber cometido
un gran crimen¡

Enumeremos, con la historia en la mano, algunas de esas humillaciones que nos convirtieron en blanco de
los otros pueblos. Citemos, sin desarrollar, por ejemplo:

1. la venta de los judíos como ganado en las ferias, después de la ruina de Jerusalem. Habíamos vendido
al Justo por treinta denarios, en la feria de Terebinte daban treinta judíos por un denario.
2. la prohibición, durante varios siglos, de venir a llorar sobre las ruinas de Jerusalem. Se rechazaba a los
pobres judíos visitantes con dureza y desprecio. Más tarde se les concedió ese favor un solo día al año.
Pero entonces había que pagar las lágrimas y comprar bien caro el derecho a mirar y llorar desde lo alto
de una colina.

3. La exclusión de los judíos de las filas de la sociedad, y ello en todas partes. Eramos menos que
leprosos, pero ¿no lo habíamos mirado a El como a un leproso? (7)

4. La bofetada que en Tolosa, en Béziers y otros lugares, un delegado de la comunidad judía estaba
obligado a venir a recibir públicamente … el viernes santo.

5. La rueda o la estrella amarilla. Se trataba de un trozo de tela amarilla sobre nuestros pechos o de un
cuerno del mismo color en los sombreros para que desde lejos todos pudieran verlo y decir: “¡Un judío!”

6. Los barrios aparte o juderías; callejuelas estrechas, insuficientes, a menudo infectas donde se asentaba
a nuestras familias, apartadas, hacinadas.

7. La obligación en algunas ciudades, de pagar en cierto modo el aire que respiraban, como en Augsbourg
donde pagaban un florín por hora y en Bremen, un ducado diario.

8. La prohibición de aparecer en público algunos días del año. Teníamos que ocultarnos, casi siempre
desde la mañana de Ramos hasta el día de Pascua, parecíamos estar borrados de la lista de los vivos …
También a El ¿no lo suprimimos? Donde Caifás, ¿no ocultamos su divino rostro para golpearlo mejor ¿:
“¿Adivina quién ha sido? “ (8)

9. Los suplicios infames. Se supliciaba a un judío entre dos perros. En Alemania, en Suiza, se los colgaba
por los pies, junto a un perro, como burla, por ser el símbolo de la fidelidad.

10. El permiso otorgado a los funcionarios públicos de usar epítetos infamantes hacia los judíos, en los
alegatos, los actos jurídicos … Cuando El estaba ante los tribunales de Jerusalem ¿no lo cubrimos de
designaciones despreciables, persiguiéndolo e insultándolo hasta en la misma cruz?”

11. La expulsión todas las noches, de algunas ciudades, al sonido de la trompa. Cuando la trompa sonaba
debían disponerse a partir y haber abandonado la ciudad a la hora de cierre de las puertas.

12. La prohibición de bañarse en los ríos donde se bañaban los cristianos. En Provenza y Borgoña eran
excluidos de los baños públicos, salvo el viernes, día en que se abrían esos establecimientos a las
bailarinas y las prostitutas.

13. La prohibición de ciertos paseos, plazas, jardines públicos. No hace aún cincuenta años, en una
ciudad de Alemania se leía todavía a la entrada del paseo público “Prohibida la entrada a los judíos y a los
cerdos”.

14. Lo que nos ha parecido particularmente amargo y doloroso eran los impedimentos al bautismo, por la
incautación de los bienes del judío que se hacía bautizar. En efecto, el judío que se hacía cristiano dejaba
de estar sometido a las tasas que los gravaban en la nación, de modo que disminuía el feudo de su señor.
Este acto estaba prohibido y el soberano feudal creía compensar esa disminución con el embargo de
todos los bienes del judío. Luego se le devolvía la porción que juzgara conveniente …
Estos fueron nuestros oprobios. Puede decirse que existieron instituciones de desprecio, un desprecio
públicamente organizado hacia los judíos. Estábamos envueltos en ese desprecio de la cabeza a los pies
… Pero también El, de los pies a la cabeza, cuando fue hombre, no hubo un solo lugar que no
cubriéramos de llagas (a planta pedis usque ad verticem non est in eo sanitas Isaías, I, 6).

El rencor de la Providencia dispersó a Israel por todos los países, y esos oprobios se repitieron de una
forma u otra en todos los países. Duraron todos los días del año, durante 1800 años. ¡Oh, Moisés, no
exageraste al anunciar que seríamos la burla de todos los pueblos!

También David, en sus visiones de Cristo había visto que Le daríamos a beber vinagre (9); había
anunciado que después nos veríamos obligados a doblar la espalda (10). Su profecía, como la de Moisés,
se cumplió al pie de la letra. Literalmente nuestra espalda se dobló por el peso del desprecio que pesó
sobre nosotros. .

Oh Dios de justicias y misericordias, si al aceptar esos oprobios pudiéramos hacerte olvidar aquellos que
infligimos a tu Hijo, nuestro Mesías, pues sí, inclinamos la cabeza y te decimos: ¡piedad! (L’entrée des
Israélites dans la Société française)

Otra causa de sufrimientos que los judíos tuvieron que soportar fue la venganza de los pueblos a los que
los judíos arruinaban, reduciéndolos a la miseria allí donde se establecían.

No sólo acaparaban el comercio del cambio del que lograban escandalosos beneficios, sino que prestaban
a interés o en prenda, a corto plazo, a la semana, y en esa explotación del pueblo su rapiña cometió
excesos increíbles.

Su usura, dice uno de sus recientes historiadores, era onerosa para el público y los hacía impopulares,
porque el tipo de interés, por otra parte muy variable, era muy alto, en vista de la escasez de capitales y la
magnitud del riesgo (11). Los judíos y los lombardos “no prestaban a menos del 40 por ciento; era la
condición más humana que un amigo podía esperar cuando no tenían nada que perder con él, y rara vez
se limitaban a esa cifra” (12)

El Papa Clemente VIII escribió sobre los judíos de su siglo: “Todos sufren sus usuras, sus monopolios,
sus fraudes; han reducido a la mendicidad a multitud de desdichados, principalmente campesinos,
simples y pobres”.

El Rey Felipe Augusto tuvo que publicar la famosa orden de septiembre de 1206 donde se decía entre
otras cosas:

“Ningún judío podrá aplicar un interés superior a dos denarios por libra semanales. (equivalente a un
interés de más del 40 % anual). Durante el tiempo del préstamo, el judío y del deudor deberán afirmar, el
deudor que ha recibido todo el contenido en la obligación y que no ha dado ni prometido nada al judío y
el judío que no ha recibido ni prometido nada. Y si posteriormente están convencidos de lo contrario, el
judío perderá su deuda y el deudor se acogerá a la misericordia del rey. En cada ciudad habrá dos
hombres probos que guardarán el sello de los judíos, y prestarán juramento sobre el Evangelio de que no
aplicarán el sello a ninguna promesa si no tienen conocimiento por ellos mismos o por otros que la suma
que contiene es legítimamente adeudada”.

Esta orden muestra qué medidas eran necesarias para contener a los usureros judíos.

La reina Blanca, que gobernaba durante la minoría de Luis IX intentó poner fin a ese flagelo
indestructible de la usura judía. Su orden está fechada en Melún, en diciembre de 1230: Las sumas
adeudadas a los judíos serán pagadas en tres años y el término de cada pago coincidirá con la fiesta de
Todos los Santos. Los judíos presentarán sus cartas u obligaciones a sus señores antes de la siguiente
festividad y si no lo hicieran sus obligaciones serán nulas.”

Como una vez transcurridos los tres años, parte de las deudas registradas perduraba y los judíos
perseguían el pago, una nueva orden (1234) facilitó a los cristianos el pago y puso fin a las violencias de
los judíos.
Veinte años más tarde (1254), en la ordenanza general para la reforma de las costumbres, San Luis
ratificó lo anteriormente ordenado por su madre y añadió la orden de quemar el Talmud, según las
prescripciones de Inocente IV.

La usura judía resistió a todos los esfuerzos del santo rey. Este expulsó a los judíos y confiscó sus bienes,
aunque cuidando de restituir lo que los judíos habían obtenido mediante usura. Los judíos no tardaron en
volver a entrar en el reino y el rey les devolvió sus sinagogas y sus cementerios.

Muchos de los sucesores de San Luis tuvieron que adoptar medidas semejantes. A continuación un edicto
de Felipe el Bello de julio de 1291, promulgado a petición de los habitantes de Poitiers:

“Felipe, rey de los francos, por la gracia de Dios, a todos los que lean las presentes, salud.

Habiendo sabido por gran número de hombres muy dignos de fe, que el territorio de Poitiers es
inhumanamente explotado y absolutamente aplastado por una cantidad considerable de judíos que se
entregan a una usura criminal y a todo tipo de comercios ilícitos;

Deseoso de velar por la felicidad de los habitantes de este territorio y de rendirnos a la voluntad que han
venido a expresarnos de diferentes formas;

Acordamos a todos, prelados, capítulos, abades, priores, colegios, ciudades, comunas, barones y otros
señores temporales de la senescalía de Poitiers, a todos aquellos que gobiernan a hombres y a aquellos
que también dependen de ellos, que los judíos serán expulsados a perpetuidad e irrevocablemente de la
citada senescalía. No permitimos que en ningún momento tengan alojamiento ni estancia; ordenamos que
sean echados y expulsados por nuestro Senescal antes de la Natividad de la Bienaventurada Virgen
María”.

Actualmente, los judíos han logrado ahondar en todos los Estados el abismo de la deuda. Constituye un
principio moderno que Estados, Provincias, ciudades, pueden gravar el futuro en provecho del presente.
Los capitalistas judíos brindan los medios. Préstamos insensatos que nunca serán amortizados, engrosan
a perpetuidad la carga aplastante del impuesto y ponen a todos los gobiernos a merced de la judería. Un
gobierno moderno estaría perdido si cometiera la imprudencia de malquistarse con los propietarios del
gran capital. ¿Cómo resistiría a la coalición de judíos que cerraran sus cofres unánimemente?

Gracias a su habilidad y poseídos por el instinto de dominio, los judíos invadieron gradualmente todas las
avenidas que conducen a las riquezas, a las dignidades y al poder. Dirigen la bolsa, la prensa, el teatro, la
literatura, las administraciones, las grandes vías de comunicaciones por tierra y mar, y mediante el
ascendente de su fortuna y su inteligencia, mantienen encerrada en la actualidad, como en una red, a toda
la sociedad cristiana”. Así habla uno de su raza, el venerable P. Ratisbonne, y no exagera. Esas naciones,
tan orgullosas por haber conquistado la libertad, la igualdad y la fraternidad son el juguete de extranjeros
que las conducen, las mantienen bajo el yugo y las dividen.

VI – LA CONDUCTA DE LA IGLESIA CON RESPECTO A LOS JUDIOS

El número de octubre de 1893 de la Revista católica de las Instituciones y el derecho, publicó bajo la
firma de Auzias Turenne, un largo y sabio estudio sobre el derecho eclesiástico relativo a los judíos.

Del examen atento de todos los documentos citados por Auzias Turenne, de todas las prohibiciones
hechas y de las circunstancias en que se produjeron, se desprende con claridad que la Iglesia nunca
cambió sobre la cuestión judía. Siempre quiso que los judíos fueran respetados en su persona y su culto
tolerado pero siempre también que se les mantuviera en un estado de sumisión y aislamiento que les
escamoteara los medios de perjudicar al pueblo cristiano.

El primer Concilio en que parece haberse ocupado de los judíos es el del Evire en España, celebrado
antes de finalizar la décima persecución. Un canon prohibía a los cristianos entregar a sus hijas en
matrimonio a los judíos y otro comer con ellos. Esta prohibición la renueva el concilio de Laodicea (siglo
IV), el de Vannes (465), de Agde (506), de Epaone (517) y los tres concilios de Orleáns (530, 533 y 541).

El concilio de Mâcon (581) prohibe a los judíos ejercer funciones que les permitan aplicar penas contra
los cristianos. (13)
Los cuatro concilios celebrados sucesivamente en Toledo en los siglos VI y VII y el de París en 614
insistían en la prohibición de confiar a los judíos ningún cargo público, civil o militar. Esta incapacidad se
extiende incluso a los hijos de judíos conversos.

Otros concilios prohiben a los cristianos recurrir a los servicios de judíos como médicos, servidores o
nodrizas. Según los moralistas del siglo XVIII, violar alguna de estas prescripciones puede, según las
circunstancias, constituir un falta mortal. “Sin pretender, dice Auzias Turenne, que ocurra exactamente lo
mismo hoy, no podría sostenerse que esas disposiciones hayan caído en desuso o fueran derogadas”.

Uno de los cánones más sabios es sin duda el del 4to concilio de Aviñón (1409) que prohibe a los
cristianos tratar ningún asunto de dinero con los judíos. Estos son condenados a devolver lo que hayan
conseguido mediante usura.

El cuarto Concilio de Latran insiste y prohibe a los judíos exigir intereses exagerados so pena de “ser
privados de toda relación con los cristianos”. No se les debe confiar ningún empleo público. Si se hace el
contraviniente será castigado y el judío, tras ser revocado, deberá además, entregar al obispo, para que se
distribuya a los pobres, todo el dinero que haya recibido en ocasión de dicho empleo. Fue entonces
cuando aparece la conminación para que los judíos se distinguieran por sus ropas o al menos por una
señal bien visible. La marca más corrientemente prescrita era un trozo circular de tela amarilla, la
“rueda” que debían llevar por igual hombres y mujeres ó bien un bonete amarillo. Se sabe que los judíos
ocuparían en las ciudades un barrio especial llamado Ghetto. (14)

Por otra parte, la Iglesia no dejaba de condenar la violencia de las a veces eran objeto los judíos por parte
de los pueblos oprimidos por ellos y llevados a extremos.

Constantemente, dice Auzias Turenne, la Iglesia se había inspirado del principio director que el Concilio
de Latran enunciaba en los siguientes términos: “judeos subjacere christianis oportet et ab eis pro sola
humanitate foveri” (que los judíos sean tratados con humanidad, pero que siempre en dependencia y se
tengan con ellos los menores contactos posibles).

Lamentablemente, no escuchar a la Iglesia y creerse más sabio que ella no es algo nuevo. Frecuentemente
se olvidaban y abiertamente se pisoteaban las prescripciones de los Sínodos o de los concilios y resultaba
que los judíos no tardaban en enriquecerse, en acaparar las mercancías y todo el dinero del país, de modo
que lejos de estar en dependencia, eran quienes imponían el yugo a los cristianos. Cuando ese yugo se
tornaba intolerable, si los príncipes no intervenían, las multitudes recurrían a veces a las más deplorables
violencias. La Iglesia se convertía entonces en la única protectora de los judíos y papas como Juan XXI y
Clemente VI intervenían en su favor y al mismo tiempo recordaban al pueblo cristiano que sus males
procedían sobre todo del olvido de las prudentes prescripciones de la Iglesia. (15)

Algunos Papas, en particular Pío IV y Sixto Quinto intentaron la indulgencia y con la esperanza de
convertir a los judíos, les hicieron concesiones, aunque el resultado fue muy diferente y años más tarde se
vieron obligados a reestablecer los cánones en todo su rigor. “Todos, decía Clemente VIII, sufren sus
usuras, sus monopolios, sus fraudes; han reducido a la mendicidad a cantidad de desdichados,
principalmente campesinos, simples, y pobres”.

Auzias Turenne concluye : “La Iglesia desde el origen y antes de todos los políticos, comprendió que los
judíos eran un peligro y que había que mantenerlos apartados. Depositaria del amor evangélico, defendió
la vida de los judíos; como madre de las naciones cristianas, quiso preservarlas de la invasión hebraica
que sería su muerte espiritual y temporal. Si se la hubiera obedecido los cristianos no tendrían que haber
sufrido todo lo que sufrieron de los judíos y luego, las reacciones terribles con todos los crímenes que les
acompañaron no hubiesen tenido lugar. Cristianos y judíos habrían salido ganando de la observancia de
las normas de la Iglesia.”

En vez de mantener a los judíos apartados, las naciones cristianas, después de haber dejado enteramente
de lado las prescripciones de la Iglesia, terminaron por admitirlos en la sociedad y otorgarles todos los
derechos de los ciudadanos. Actualmente estos nuevos ciudadanos, tras haber acaparado la mayor parte
de la riqueza nacional, tienden a apoderarse del gobierno y a oprimir a aquellos que nunca han dejado de
mirar como seres impuros, gentiles, filisteos no circuncisos. Todas las medidas propuestas, aparte de las
de la Iglesia, serán vanas y las de la Iglesia, para ser eficaces deben aplicarse de concierto por el Estado y
por cada uno de nosotros, personalmente. Mientras los judíos sean judíos, es decir hasta después del
anticristo, la única política a seguir al respecto será mantenerlos apartados, sin maltratarlos, pero
relacionándose con ellos lo menos posible, impidiéndoles perjudicar.”
Un obispo austríaco de origen judío, Monseñor Kohn, que fuera profesor de Derecho Canónigo, resumió
las prescripciones de Derecho canónigo con respecto a los judíos.

En palabras del sabio obispo, no fueron derogadas:


1. Los judíos no pueden tener esclavos cristianos ni emplear a cristianos para el servicio de su casa o su
familia. Está prohibido a los cristianos aceptar un empleo permanente y remunerado en casa de judíos.
2. Está particularmente prohibido a las cristianas contratarse como nodrizas en casa de judíos.
3. Los cristianos no pueden recurrir, en caso de enfermedad, a los servicios de médicos judíos, ni aceptar
medicamentos preparados por manos judías.
4. En todos los casos, les está prohibido a los cristianos, bajo pena de excomunión, vivir en la misma casa
o en la misma familia que los judíos.
5. Debe velarse porque en la vida pública los judíos no lleguen a ocupar funciones que les den cierta
autoridad sobre los cristianos.
6. Les está prohibido a los cristianos asistir a las bodas de los judíos y participar en sus fiestas.
7. Los cristianos no pueden invitar a los judíos a cenar, ni aceptar invitaciones de los judíos.

Estas reglas canónicas inspiraron gran número de ordenanzas reales, gracias a las cuales, durante muchos
siglos, Francia estuvo preservada de la invasión semítica tan amenazadora en la actualidad.

Por otra parte, encontramos en el libro de Joseph Lémann:

I. Un cuadro con las prohibiciones expresas mediante las cuales la Iglesia protege y hace respetar
la libertad de conciencia de los judíos y el ejercicio de su culto. Estos cuadros también incluyen el texto
de las ordenanzas de los Papas. A continuación reproducimos los títulos:

1. Prohibido forzarlos a abrazar la religión cristiana.


2. Prohibido quitarles sus sinagogas
3. Prohibido perturbar sus sabats y sus fiestas
4. Prohibido alterar o profanar sus cementerios
5. Prohibido cambiar sus costumbres

II. Cuadro de las medidas de mansedumbre legítimamente empleadas por la Iglesia para aclarar las
tinieblas de los judíos e iluminar sus almas

1. La oración del viernes santo. 2. La prédica. 3. Las controversias públicas. 4. El estudio del hebreo
fomentado por los Papas en las academias cristianas, como medio para evangelizar mejor a los judíos. 5.
El establecimiento de un catecumenado. 6. El respeto de sus libros mosaicos, pero la condena y la
destrucción de los ejemplares del Talmud.

La comparación de estos dos cuadros prueba de manera elocuente que la Iglesia católica es a la vez la
más alta escuela de respeto por la libertad de conciencia y la madre más ansiosa por la salvación de las
almas.

Hay que añadir que junto a los procedimientos inspirados por la dulzura y la caridad, la Iglesia decretó
restricciones y empleó precauciones contra los judíos para circunscribir su libertad para acceder y
salvaguardar así a la sociedad cristiana. La gran regla de prudencia adoptada con respecto a ellos era esta:
“No se le puede confiar ningún cargo que corresponda a la constitución misma de la sociedad cristiana”.
La observancia de esta norma estaba bajo la guarda conjunta de la Iglesia y el Estado. Una y otro tenían
interés en impedir que las naciones fueran invadidas por el elemento judío y así perder la dirección de la
sociedad, que es lo que desgraciadamente ocurrió ni bien los Poderes civiles derogaron esta norma. En
cuanto a la Iglesia, el espíritu de prudencia no le hizo abandonar nada de lo que los Soberanos Pontífices
o los santos concilios decretaron para impedir el peligro de invasión.

Igual que en el siglo XVIII en el X no admite que un judío pueda entrar en posesión o en participación de
lo que es función esencial en la sociedad cristiana; que por ejemplo un judío pueda llevar una escuela para
cristianos, ser magistrado, contribuir a la redacción de las leyes de un Estado cristiano.

El 30 de octubre de 1806, Napoleón reunió en París al gran Sanedrín. El rabino Isaac Samuel Aviador,
deputado de los Alpes Marítimos, pronunció el siguiente discurso, mediante el que reconocía y
comprometería al gran sanedrín a reconocer con él la constante benignidad de la Iglesia para con los
judíos:
Los más célebres moralistas cristianos prohibieron las persecuciones, profesaron la tolerancia y
predicaron la caridad fraterna.

Santa Atanasia, libro I dice : “Constituye una execrable herejía querer obtener por la fuerza, mediante
golpes o prisión, aquello que no se pudo convencer por la razón”.

“No hay nada más contrario a la religión, dice San Justino, mártir, libro V, que la coacción”

“Perseguiríamos nosotros, dice San Agustín, a quienes Dios tolera?”

“Lactante, en el libro III, dice al respecto: “La religión forzada ya no esa religión; hay que persuadir y no
coaccionar; la religión no se ordena.”

San Bernardo añade: “Aconsejad y no forcéis”

“Puesto que la moral cristiana enseña en todas partes el amor al prójimo y la fraternidad, la ignorancia y
un prejuicio de hábito son los únicos que han podido dar lugar a las vejaciones y persecuciones de las que
a menudo habéis sido víctimas. Estas virtudes sublimes de humanidad y justicia fueron frecuentemente
puestas en práctica por los Cristianos verdaderamente instruidos y sobre todo por los dignos ministros de
esta moral pura que calma pasiones e insinúa virtudes.

A causa de estos sagrados principios de moral los pontífices romanos protegieron y acogieron en sus
Estados a los Judíos perseguidos y expulsados de diversas partes de Europa y los eclesiásticos de todos
los países a menudo los defendieron en diversos Estados de esta parte del mundo.

Hacia mediados del siglo VII san Gregorio defendió a los judíos y los protegió en todo el mundo
cristiano.

En el siglo X los obispos de España se opusieron enérgicamente al pueblo que quería exterminarlos. El
pontífice Alejandro II escribió a esos obispos una carta llena de felicitaciones, por la sabia conducta que
habían tenido en ese sentido.

En el siglo I los judíos, muy numerosos en las diócesis de Uzes y Clermont, fueron poderosamente
protegidos por los Obispos.

San Bernardo los defendió, en el siglo XII, del furor de los Cruzados.

Inocente II y Alejandro III también los protegieron.

En el siglo XIII Gregorio IX los preservó, tanto en Inglaterra como en Francia y España, de las grandes
desgracias que les amenazaban. Prohibió, so pena de excomunión, coaccionar su conciencia y provocar
desórdenes en sus fiestas.

Clemente V hizo más que protegerlos: les facilitó medios de instrucción.

Clemente VI les concedió asilo en Aviñón, cuando toda Europa los perseguía.

A mediados del mismo siglo el obispo de Spire impidió la liberación que los deudores de los judíos
reclamaban por la fuerza, bajo pretexto de usura, tantas veces repetida.

En los siglos siguientes, Nicolás II escribió a la Inquisición para impedir que se obligara a los judíos
abrazar el cristianismo.

Clemente XIII calmó la inquietud e los padres de familia alarmados por la suerte de sus hijos, a los que a
menudo se arrancaba del seno de sus madres.

Sería fácil citar infinidad de acciones caritativas de las que los Israelitas fueron objeto, en diversas
épocas, por parte de eclesiásticos instruidos en los deberes de los hombres y los de su religión.
Sólo un vivo sentimiento de humanidad pudo dar, en todos los siglos de ignorancia y barbarie, el valor
necesario para defender a hombres desdichados, bárbaramente abandonados a merced de la horrible
hipocresía y la feroz superstición.

Sin embargo, esos hombres virtuosos sólo podían esperar de su valor filantrópico esa dulce satisfacción
interior que las obras de caridad fraterna hacen experimentar a los corazones puros.

El pueblo de Israel, siempre desdichado y casi siempre oprimido, nunca tuvo los medios ni la ocasión de
manifestar su reconocimiento por tantos favores; reconocimiento todavía más dulce de testimoniar porque
se lo debe a hombres desinteresados y doblemente respetables.

Después de dieciocho siglos, la circunstancia en que nos hallamos es la única que se presentó para dar a
conocer los sentimientos que embargan a nuestros corazones.

Esta gran y feliz circunstancia que debemos a nuestro augusto e inmortal Emperador es también la más
conveniente, la más bella, la más gloriosa para expresar a los filántropos de todos los países y en
particular a los eclesiásticos nuestra total gratitud hacia ellos y hacia sus predecesores.

Apresurémonos pues señores a aprovechar esta época memorable y rindamos este justo tributo de
agradecimiento que les debemos; hagamos resonar en este recinto la expresión de toda nuestra gratitud;
testimoniemos con solemnidad nuestro sincero agradecimiento por los beneficios sucesivos con que
fueron colmadas las generaciones que nos antecedieron.”

La asamblea aplaudió el discurso. Votó para que se imprimiera y se incluyera en el acta del 5 de febrero
de 1807 y luego adoptó el documento que reproducimos:

“Los diputados del Imperio de Francia y del Reino de Italia en el sínodo hebraico, decretado el 30 de
marzo pasado, embargados de gratitud por los sucesivos beneficios del clero cristiano en los pasados
siglos en favor de los Israelitas de los diversos Estados de Europa;

“Llenos de reconocimiento por la acogida que diversos pontífices (Papas) y muchos otros eclesiásticos
dieron en diferentes momentos a los Israelitas de diversos países, cuando la barbarie, los prejuicios y la
ignorancia reunidos perseguían y expulsaban a los judíos del seno de las sociedades;

“Declaran que la expresión de esos sentimientos será consignada en la presente acta para que permanezca
por siempre como testimonio auténtico de la gratitud de los Israelitas de esta asamblea por los beneficios
que las generaciones que les precedieron recibieron de los eclesiásticos de diversos países de Europa;

Declaran asimismo, que se enviará copia de estos sentimientos a SE el Minsitro de Culto”.

¿Cuál era el valor de estas declaraciones? Si las consideramos a la luz de la conducta de los judíos para
con Pío IX en 1870 y la que actualmente tienen respecto a los católicos de Francia, sólo cabe recordar las
palabras de Louis Veuillot:

“El judío es un pueblo servir cuando se lo pisa; ingrato cuando se lo levanta; insolente ni bien se siente
fuerte”.

A pesar de la experiencia vivida por los Papas Pío IV y Sixto Quinto, Pío IX creyó poder mostrarse bueno
y confiado con los judíos; incluso fue más lejos que ninguno de sus predecesores: hizo derribar las
murallas del gheto, cesar las humillaciones a las que todavía eran sometidos y dio a sus pobres el derecho
a socorros en los que hasta entonces no participaban.

¿Cómo dieron prueba los judíos de su agradecimiento? Para decirlo recurriremos a una carta escrita por
los hermanos Lémann a los israelitas dispersos sobre la conducta de sus correligionarios durante el
cautiverio de Pío IX en el Vaticano:

Cuando el 20 de septiembre de 1870 el gobierno subalpino forzaba a cañonazos las puertas de Roma,
cuando todavía la brecha no estaba aún abierta, un grupo de judíos ya había acudido a felicitar al general
Cadorna y el gheto entero se cubría con los colores piamonteses … Cuando los Zuavos, defensores de
Pío IX, recibieron la orden de no proseguir su heroica defensa los judíos los esperaron en el puente Saint
Ange para colmarlos de insultos e incluso arrancarles las ropas … Durante los días de instalación del
gobierno usurpador se les vió correr, igual que chacales, de un cuartel al otro para saquearlos… Varias
veces se reunieron a la puerta de iglesias para abuchear y golpear a los cristianos que acudían a orar …
Siempre que pedimos información sobre escenas innobles en el Corso, ante el Quirinal y otros puntos,
donde las cosas santas eran ridiculizadas, los sacerdotes insultados, las madonas mancilladas, las santas
imágenes desgarradas, siempre nos respondieron : “los luzzuri y los judíos …”

Los tres periódicos ministeriales eran la Opinione, la Liberta y la Nuova Roma; los tres tenían por
directores a Judíos. “Y bien, dicen los Lémann, ni un solo día, desde que son los amos de Roma, han
dejado de echar calumnias, injuirias y lodo sobre la religión católica, su culto, sus comunidades, sus
sacerdotes, sobre todo lo que hay que más respetable y hasta contra la augusta persona del Papa. Su
Santidad misma nos dijo: “dirigen contra mí y contra la Iglesia a toda la prensa revolucionaria.

Dirigiéndose a los hombres de su raza, los hermanos Lémann añaden:

“No es el rey Victor Emmanuel el que nos parece el supremo peligro de Roma, ni tampoco los hombres
de la Revolución: pasarán. El supremo peligro de Roma sóis vosotros, señores (los Judíos) ¡que no
pasan!

Armados del derecho de propiedad, con vuestra habilidad, vuestra tenacidad y vuestro poder, antes de
que termine el siglo seréis los amos de Roma. Allí radica el peligro que señalamos a todos los católicos”.

Cuando los hermanos Lémann acudieron a presentar a los pies de Pío IX la expresión de su dolor tras la
investigación que acababan de hacer sobre la conducta de sus hermanos de sangre, el Papa se limitó a
decir: “Roguemos por ellos, para que tengan su parte en el triunfo de la Iglesia”. Y entonces se puso a
recitar la oración que la Iglesia eleva al cielo por ellos el viernes santo.

Joseph Lémann observa: “Sobre el Gólgota, Cristo al expirar también rogó por sus verdugos: Padre,
perdónalos. David, su real antepasado y profeta, sabedor de los sufrimientos de Cristo, figurándoselos en
sus propias desgracias, había pedido este destino para los culpables: “No los extermines señor, dispérsalos
mediante tu poder y rebájalos, tú que eres mi protector “ (Ps LVIII,12)

Esta misteriosa oración en la que había un adelanto, un eco del Gólgota, unida a la justicia, se ha
cumplido al pie de la letra. Los judíos fueron conservados cuando hubiesen podido ser exterminados mil
veces y desaparecer; al mismo tiempo fueron dispersados y rebajados, hasta el punto de ser mirados como
el oprobio y la escoria del género humano.

Ahora bien, ¿a quién deben el no haber sido exterminados?


A la Iglesia Católica.
Las naciones querían exterminarlos, pero la Iglesia velaba porque sólo fueran rebajados”.

VII – EMANCIPACION DE LOS JUDIOS

En la segunda mitad del siglo XV III vimos aparecer múltiples libros anunciando para los judíos un
estado diferente de aquel en el que se hallaban desde la dispersión de Jerusalem.

1753. Nota sobre el retorno de los judíos por el P. de Houbigand.


1760. La futura llamada de los judíos, por Deschamps, cura de Danzu, Normandía
1769. Proyecto de explicación de la época asignada a la conversión de los judíos, por el Abad Belet, de
Montauban
1775. Disertación sobre el retorno de los judíos a la iglesia y sobre lo que debe ocasionar. Publicada en
italiano
1778. Disertación sobre el llamado de los judíos, por Rondet
1779. Carta en la que se prueba que el retorno de los judíos está próximo. Sin autor.
1779. Disertación sobre la época de la llamada de los judíos y la feliz revolución que debe operar en la
Iglesia. Sin autor.
Etc. etc.

“Todas estas obras, dice Joseph Lémann, entreven como señal y también como causa de la llamada de los
judíos la blasfemia proferida contra Dios y contra su Cristo en medio de las naciones. Los gentiles o las
naciones fueron llamados a causa de la ingratitud de los judíos. Los judíos son llamados a causa de la
apostasía y la ingratitud fomentadas en las naciones. Y todas esas obras dicen: Ya estamos, llegamos …
(16)
De hecho, años después que las previsiones indicadas en esos libros hubieran sido formuladas, Francia
liberó a los judíos y pronto las otras naciones imitaron su ejemplo.

Inglaterra, la primera, había emprendido emanciparlos y no lo había logrado. En 1753 bajo el reinado de
Jorge II, una tentativa de emancipación de los judíos tuvo lugar en Inglaterra; el ministro Pelma hizo
votar un Hill que permitía al Parlamento naturalizar a los judíos establecidos desde hacía tres años en el
país, pero la oposición, celosa del comercio de Londres y los clamores del populacho llevaron a la
abrogación de esa ley al año siguiente”.

Si se la hubiera confiado a otra nación que no fuera Francia, la causa de la emancipación judía no hubiera
hallado, en opinión de Joseph Lémann tantas posibilidades de concretarse; y expone sus razones,
negativas para los otros pueblos, afirmativas para nuestro país, unas y otras basadas en el temperamento,
la vocación y la historia de los diferentes pueblos.

Las dificultades eran considerables. Dificultades a causa del peligro que semejante empresa podía hacer
correr a la sociedad y que hoy resulta manifiesta; dificultades desde el punto de vista de los prejuicios: de
los judíos hacia los cristianos; de los cristianos hacia los judíos; dificultades por último, en el modo de
emancipación. Sin embargo, no impidieron su logro.

VIII – LA FRANCIZACIÓN DE LOS JUDIOS

En la antigua Francia los judíos no eran considerados ciudadanos franceses. Por lo demás, en ningún país
del mundo fueron considerados como nacionales, ni entre los paganos ni entre los cristianos.
Frecuentemente expulsados del reino por órdenes reales a menudo emanadas de príncipes que prestaron
servicio a Francia, no fueron más que tolerados y permanecieron siempre bajo un régimen de excepción y
estrecha vigilancia.

En los primeros siglos, con Childeberto, 540, Clotario II, Dagoberto I, etc. los edictos que se refieren a los
judíos revisten sobre todo forma de ostracismo teocrático: la aversión confesional se mezclaba más
íntimamente a la defensa económica. Carlomagno tuvo con ellos las primeras atenciones, pero en 1096
Felipe I los expulsó del reino. San Luis los obligó a llevar una señal particular en sus ropas. Hasta 1789 es
una sucesión de edictos que regulan la usura, les obligan a restituir o los expulsan. A medida que las
costumbres se civilizan, que la economía política se regulariza, se hacen generosas tentativas para dar a
los judíos algunas libertades y derechos comunes, pero los rápidos abusos de la raza conducen siempre a
nuevas represiones. En el siglo XVIII, la raza reencuentra sus actividades en Alsacia y Lorena. A pesar de
las medidas de precaución tomadas en Metz, en 1567, por el mariscal de la Vieuxville, en 1721 por el
duque Leopoldo y por Luis XIV en Alsacia, el país convertido en insolvente por la usura de los judíos.

Luis XVI cuya bondad es proverbial, mejoró su suerte suavizando mucho la legislación bajo la que hasta
entonces habían vivido. Pero nunca tuvo la idea de dejar de proteger a sus súbitos contra la usura judía
que sobre todo arruinaba a los habitantes del campo, y menos aún de dar a esos extranjeros el título de
Franceses.

Mediante su edicto de 1784, Luis XVI abolió el peaje personal. Las cartas patentes del mismo año,
aunque prudentemente restrictivas consagran para la condición de los judíos mejoras capitales: desde
entonces son investidos con el derecho a poseer casa y jardín; pueden, como arrendatarios, cultivar la
tierra; son establecidos o confirmados en todos los oficios y profesiones que no les den acceso al corazón
de la sociedad cristiana. No es todavía un régimen de derecho común, es un germen que halla su pleno
desarrollo en el proyecto de emancipación definitiva que el rey somete a estudio en 1788.

Este proyecto, madurado bajo la monarquía, lo recoge la Constituyente, para nuestro perjuicio, declara
Lémann, porque al apropiárselo, falseó la obra real.

Cabe decir sin embargo, que la misma Asamblea constituyente no hizo de corazón lo que hizo.

Los judíos, para vencer su resistencia, recurrieron a la intervención revolucionaria de la Comuna.


Tuvieron por principales agentes al jacobino Godard y a Adrien Duport, al que Louis Blanc acusa de
haber sido el organizador de las masacres cometidas en París y al pánico difundido por las provincias.
Los comisarios nombrados por la Comuna hicieron presentar una petición apremiante, casi imperativa, a
la Asamblea nacional, el 24 de febrero de 1790. Los judíos habían preparado esta intervención ilegal de la
Comuna haciendo solicitar en las 48 secciones de París opiniones favorables a su completa emancipación.
Como el elemento jacobino prevalecía en la organización de esas secciones, todas acogieron
favorablemente a los judíos, excepto la sección de Halles, cuyos ropavejeros rechazaron enérgicamente a
esos terribles competidores.

Los éxitos de los judíos entre las secciones se explica fácilmente: los Jacobinos obedecían a jefes que a su
vez recibían el impulso de las sociedades secretas dominadas por los judíos. Los agitadores que dirigían
las secciones se reclutaban en los bajos fondos de la sociedad. En cuanto a los industriales y los
comerciantes estaban reducidos a desaparecer para no ser perseguidos como aristócratas. Su opinión
sobre los judíos seguía siendo la que habían expresado por escrito, treinta años antes en un documento
conservado en los Archivos nacionales bajo el título: Petición de seis cuerpos de comerciantes y
negociantes de Paris contra la admisión de los judíos.

La admisión de esta especie de hombres, dice la petición, sólo puede resultar muy peligrosa; se los puede
comparar con las avispas que se introducen en las colmenas para matar a las abejas, abrirles el vientre y
sacarles la miel de las entrañas; así son los judíos, a los que resulta imposible suponerles cualidades de
ciudadanos. El negociante francés hace su comercio solo, cada casa en cierto modo está aislada, mientras
que los judíos, son partículas de azogue, que ante la menor pendiente se reúnen en bloque.”

Esto lo firmaban unánimemente todos los miembros de las corporaciones de comerciantes de París en
1760 y que seguía siendo cierto en 1789. Como conocían el sentimiento nacional al respecto, los
miembros de la Asamblea constituyente permanecían inmutables, incluso en presencia de las
demostraciones amenazadoras de la Comuna.

Los comerciantes de París añadían que los judíos “ninguno de los cuales se educó en los principios de una
autoridad legítima” incluso consideran usurpación a cualquier autoridad que se ejerza sobre ellos,
pretenden un imperio universal y se consideran los verdaderos amos de todos los bienes, de los que los
otros humanos son ladrones.

En la sesión del 23 de diciembre de 1789, Maury hizo la siguiente observación:

La palabra judío no es el nombre de una secta, sino de una nación que tiene leyes, que siempre las ha
seguido y que desea seguir haciéndolo. Llamar a los judíos ciudadanos sería como se dijera que sin dejar
de ser inglés y danés, los ingleses y los daneses pueden convertirse en ciudadanos franceses. Los judíos
han atravesado diecisiete siglos sin mezclarse con otros pueblos.

No deben ser perseguidos, son hombres, son nuestros hermanos. Que sean pues protegidos como
individuos y no como franceses, porque no pueden ser ciudadanos”.

Toda una expresión de sentido común.

Solo el bautismo puede incorporar al judío a una nacionalidad que no sea su nacionalidad original.
Cuando cae de rodillas ante JC, como los doce apóstoles, como Pablo, entonces, sin dejar de amar a sus
hermanos de sangre, ama sincera y cordialmente a la patria que le ha dado un hogar.

Por no citar más que uno o dos ejemplos, los hermanos Ratisbonne y los abates Lémann son sin duda tan
buenos franceses como cualquiera . Pero aparte de esta purificación divina, en todas partes y siempre el
judío sigue siendo judío. Se le pueden dar cartas de naturalización, las aceptará porque le procurarán
beneficios, pero en el fondo del corazón y entre los suyos, las despreciará y seguirá siendo judío.

Catorce veces rechazó la Asamblea constituyente la admisión de los judíos al título de ciudadanos
activos.

Cuando en 1791, después de todas estas tentativas infructuosas los franco masones volvieron por décima
quinta vez a la carga ante la Asamblea constituyente para que se votara el decreto que otorgaba a los
judíos todos los derechos de los ciudadanos activos, Rewbell el Alsaciano, terco enemigo de los israelitas
quiso combatir de nuevo la propuesta. Regnault de Saint-Jean-D’Angély cortándole la palabra exclamó:
“Pido que se llame al orden a todos aquellos que hablen contra esta propuesta puesto que es a la misma
constitución a la que combaten”.
En efecto, toda la revolución se había maquinado para llegar a ese resultado.

La víspera de la clausura, Duport exige “que se decrete que los judíos gozarán en Francia de los derechos
de ciudadanos activos”. Cansada, la constituyente, que iba a disolverse al día siguiente, dejó pasar la
moción de Duport: los judíos, equipados con los derechos de ciudadanos activos podían comenzar
legalmente a invadirlo todo. Entonces no eran sino quinientos en París, pero en Francia, como en toda
Europa tenían a su servicio a un numeroso y brillante ejército de conspiradores, organizados en
sociedades secretas: los veinticuatro oradores que defendieron su causa en la Constituyente eran todos
franco masones.

M. de Bonald al juzgar el acto por el que la Asamblea Constituyente dio los derechos de ciudadanía a los
judíos, escribe:

“ La Asamblea los declara ciudadanos activos, título que con la declaración de los derechos del hombre,
recientemente proclamados, se miraba entonces como ¡el más alto grado de honor y beatitud al que
criatura humana pudiera pretender! Pero los judíos eran rechazados por nuestras costumbres mucho más
que oprimidos por nuestras leyes. La Asamblea cometía el error enorme y voluntario de poner sus leyes
en contradicción con las costumbres.

Pronto los judíos, como ciudadanos activos iban a ser llamados a participar en el poder …
“Cuidad para que la liberación de los judíos no se convierta en opresión de los cristianos”.

Los cristianos pueden ser engañados por los judíos, pero no deben ser gobernados por ellos. Esta
dependencia ofende su dignidad más aún de lo que la codicia de los judíos perjudica sus intereses”.

¿No resultan proféticas estas palabras Cuidad para que la liberación de los judíos no se convierta en
opresión de los cristianos ? (17)

También el abate Joseph Lémann reflexionó sobre los Derechos del hombre y el partido que los judíos
supieron sacarle: “El hombre abstracto” fue inventado por una sociedad soberbia para librarse de JC; de
ese mismo hombre abstracto salieron los judíos y sucedió que, al no contar ya Cristo en el gobierno de
esta sociedad, los insidiosos hallaron abierto el camino para convertirse en gobernantes.

“Nunca se va tan lejos como cuando no se sabe adonde se va” dijo Cromwell. Es la historia de la
Asamblea de 1789.
Al proclamar como base de la sociedad a los famosos Derechos del Hombre, la Asamblea no pensaba en
absoluto en los judíos. Cuando se dio cuenta quiso detenerlos pero ya era demasiado tarde. Con la cabeza
de la serpiente había pasado el primer anillo al que seguirían muchos otros.

Si la Asamblea constituyente no supo ver a los judíos a través de la Declaración de los derechos del
hombre, es más que probable que estos estuvieran desde hacía mucho emboscados detrás de la
Declaración, como lo estaban detrás de la francomasonería que creada por ellos hacía la Revolución no
para el bien de Francia, sino para su beneficio.

La Asamblea constituyente abrió a los judíos las puertas de la sociedad francesa y Napoleón se las hizo
franquear el 17 de marzo de 1808. Descontento al ver a los judíos perseverar en sus prácticas de usura y
evitar mediante indignos subterfugios el servicio militar, adoptó la resolución de acabar con aquellos de
los que se decía: “El mal que hacen los judíos no viene de los individuos sino de la constitución misma de
ese pueblo. Son orugas, langostas que devastan a Francia. Pero para ello adoptó una política
diametralmente opuesta a la que se había seguido antes de la revolución.

Los Reyes de Francia habían mantenido a los judíos apartados de la sociedad francesa. Napoleón quiso
instalarlos en ella definitivamente: “Quiero usar todos los medios … para que encuentren a Jerusalem en
Francia”.

Con ese fin, mediante el decreto del 30 de mayo de 1806 convocó en París una asamblea de notables
israelitas escogidos por los prefectos en todos los departamentos del Imperio y del Reino de Italia.

Tres comisarios, Molé, Portalis y Pasquier, fueron nombrados por el Emperador para dirigir los trabajos
de la Asamblea. Los comisarios imperiales les plantearon ciertas preguntas. Citemos algunas:
A los ojos de los Judíos, ¿son los franceses hermanos o son extranjeros? Los judíos nacidos en Francia y
tratados por ley como ciudadanos franceses ¿consideran a Francia como su patria? ¿Tienen la obligación
de defenderla? ¿Están obligados a obedecer las leyes y seguir las disposiciones del Código civil?

Mientras que los tres comisarios formulaban las preguntas a los israelitas, M. de Champagne dictaba
secretamente a los interesados las respuestas que Napoleón deseaba.

Pero la autoridad de la Asamblea de Notables no bastaba. Dice Molé “es necesario que sus respuestas,
convertidas en decisiones por otra Asamblea, de forma más importante aún y más religiosa, puedan
situarse junto al Talmud y adquieran así, a los ojos de los judíos de todos los países y de todos los siglos,
la mayor autoridad posible … Su Majestad se propone convocar al gran Sanedrín, la institución, que cayó
con el Templo, que va a reaparecer para iluminar en todo el mundo al pueblo que entonces gobernaba …”

El abate Joseph Lémann describe esa asamblea:

“ Los sanedritas son 71 como en la época de sus sesiones en Jerusalem. Llevan un traje severo y oscuro,
el que llevaban los miembros del gran sanedrín de entonces. Donde el calco fiel del pasado excita más el
interés es en la denominación de los miembros, así como la disposición de la sala de sesiones: el
presidente se llama Nasi, jefe o príncipe del Sanedrín;
Cuenta con dos asesores: el primero, sentado a su derecha, llamado Ab Beth din, padre del tribunal; el
segundo asesor, a su izquierda es el Halam, sabio.

La sala de sesiones está dispuesta, según el uso practicado en la antigüedad, en semi círculo.

Desde la primera sesión, el entusiasmo embarga a todos los espíritus y el jefe así lo expresa en un
discurso en que glorifica a Napoleón:

“Doctores de la ley y notables de Israel, glorificad al señor


El Arca Santa sacudida por siglos de tempestades, deja por fin de verse agitada
El elegido del Señor ha conjurado la tormenta, el Arca está en el puerto.
Oh Israel, seca tus lágrimas, tu Dios ha echado una mirada sobre ti. Dolido por tu miseria, acude
a renovar su alianza.
Demos gracias al héroe, por siempre célebre, que encadena las pasiones humanas, igual que
confunde el orgullo de las naciones.
Levanta a los humildes, humilla a los soberbios, imagen sensible de la Divinidad, que se
complace en confundir la vanidad de los hombres.
Ministro de la justicia eterna, todos los hombres son iguales ante él; sus derechos son
inmutables.
Doctores y Notables de Israel es a ese principio sagrado para ese gran hombre que debéis la
dicha de reuniros en asamblea para discutir los intereses de Israel.
Al fijar mi mirada en este consejo supremo mi imaginación franquea miles de siglos. Me
transporto al tiempo de su institución y mi corazón no puede evitar una emoción que
compartiréis conmigo …”

El 9 de marzo el gran Sanedrín, tras haber reconocido, y también la Asamblea de Notables que en la ley
de Moisés existían disposiciones políticas que regían al pueblo de Israel en Palestina, cuando tenía sus
leyes, sus pontífices y sus magistrados, declaró que esas disposiciones ya no eran aplicables porque ellos
ya no constituían una nación. El Sanedrín se ajustaba a la secreta voluntad del emperador y consentía en
dividir la Biblia. El resto se acordaría casi sin resistencia. El Sanedrín reconoció que la poligamia estaba
prohibida a los israelitas, que el acto civil del matrimonio debía preceder al acto religioso, que el divorcio
sólo podía tener lugar según las leyes civiles, que las bodas entre israelitas y cristianos eran válidas, que
la ley de Moisés obligaba a mirar como hermanos a todos los que creían en un Dios creador, que los
judíos estaban obligados con respecto a los otros hombres a deberes de justicia y caridad; que debían
obedecer a las leyes de la patria, ejercer preferentemente profesiones mecánicas y liberales y abstenerse
escrupulosamente de la usura.

Mediante una especie de contradicción, o más bien para retomar con una mano lo que daba con la otra, el
sanedrín consideró al Talmud casi igual a la ley de Moisés.
Los judíos extranjeros no aprobaron las decisiones del sanedrín, pero eso no importaba a los judíos de
Francia, ya que sabían en partido que podrían sacar de su reconocimiento como ciudadanos franceses.

Napoleón, mediante dos decretos del 17 de marzo de 1808 otorgó autoridad legal a las decisiones del
sanedrín y el culto judío pasó a ser culto oficial.

El gran sanedrín aprobó y sancionó todo lo que ya se había hecho, según voluntad del Emperador.

Los judíos agotaron todas las formas de adulación para mostrar su satisfacción. En el aniversario del
nacimiento del emperador, la sinagoga de París se transformó en “templo pagano” (expresión usada por
los mismos historiadores israelitas). El nuevo dios es el Emperador, cuyo retrato, rodeado de flores, figura
en el templo. El rabino Segré se inspiró en Daniel para alabar a Napoleón …”Ha aparecido sobre la faz de
la tierra un genio sobrenatural, rodeado de grandeza y gloria infinitas. Y con las nubes del cielo venía el
Hijo del Hombre …” El rabino Sinzheim tomó sus hipérboles de Isaías: “Este es mi servidor al que
defenderé; este es mi elegido en el que mi alma ha puesto todo su afecto. Derramaré mi espíritu sobre él
e impartirá justicia a las naciones; no estará triste, ni precipitado cuando ejerza su juicio sobre la tierra y
las islas esperarán su ley. Soy el Señor que os ha conservado, que os ha establecido para ser el
reconciliador del pueblo y la luz de las naciones”.

Todas las formas del lenguaje y todos los idiomas debían servir para elogiar a Napoleón. El rabino Segré
pronunció un discurso en italiano; el rabino Sinzheim hizo un sermón en alemán; el rabino Cologne,
diputado de Mantua, recitó una oda en lengua hebraica.

Un año había transcurrido desde la separación de la asamblea de Notables cuando Napoleón promulgó los
decretos del 17 de marzo de 1808. Esos decretos tienen una importancia histórica considerable. Sería
justo repetir aquí lo que se dijo al principio de las deliberaciones de la Asamblea : “El culto mosaico sale
por vez primera de la especie de incógnito en que ha estado desde hace dos mil años”. Los decretos
hicieron del culto israelita, la víspera casi inexistente y en cualquier caso totalmente desprovisto de
organización, un culto oficial y legal.

Estas son, resumidas lo más brevemente posible, las diferentes etapas recorridas por los judíos hasta el día
en que comenzó para ellos una nueva era: “El nombre de Napoleón debe figurar a la cabeza de la nueva
era que se ha abierto para los judíos”. (18)

Con respecto al pueblo deicida, Napoleón fue más lejos que la Asamblea constituyente.
La Asamblea constituyente había declarado ciudadanos a los judíos aunque permanecieron extranjeros a
todo lo que interesaba a nuestra patria y a menudo fuesen un verdadero flagelo para ella, pero se había
detenido allí. Napoleón hizo más. Instaló a los judíos en Francia, hizo de la organización de su culto un
engranaje administrativo situado bajo la garantía de la ley y bajo la protección de los poderes públicos. La
sinagoga era desde ahora una institución del Estado. El culto judío pasaba a ser, por voluntad de
Napoleón, el igual del culto católico. Una especie de Francia judía se establecía así por voluntad del amo,
al lado de la vieja Francia católica.

El gran Sanedrín no sobrevivió al deicidio. Napoleón tuvo la audacia de querer reestablecerlo, sin
comprender que el pueblo judío es un pueblo aparte, que su existencia, a pesar de su dispersión a través
de toda la tierra, es un milagro permanente y que sobre el pesa una maldición, maldición que nada en el
mundo, ni el poder del mayor genio puede borrar. Creyó que su voluntad sería lo bastante fuerte como
para hacer que los judíos fuesen franceses como los demás. Fracasó y cien años después, vemos que en
vez de ser nuestros iguales, se han convertido en nuestros amos.

El judío Cahen dijo acertadamente en Archivos Israelitas, 1847 : “El Mesías vino para nosotros el 28 de
febrero de 1790, con los Derechos del hombre”. El Mesías, es decir lo que nos permite la conquista del
mundo. Los derechos del hombre dieron primero la libertad económica que permitió a los judíos amasar
su tesoro de guerra; luego, la libertad filosófica para deformar la moral y el espíritu francés; por último, el
sufragio universal democrático e inorgánico que nos dio el otro Napoleón y que los hizo pasar de la
igualdad al dominio bajo el que gemimos.

Lo que hicieron en Francia, lo hacen en las otras naciones, gracias a los mismos principios que Napoleón
difundió a punta de espada por toda Europa. “¡Cómo ha cambiado todo para nosotros, exclama el judío
Crémieux, en una de las primeras asambleas de la Alianza israelita universal, y en tan poco tiempo”.

IX – RABINOS, CONSISTORIOS Y SINAGOGAS


Por decreto del 11 de diciembre de 1808, fechado en Madrid, Napoleón no se limitó a organizar a la raza
judía en el seno de Francia, dio la consagración oficial a su culto. Instaló trece consistorios con un
consistorio central en París; jerarquizó a los rabinos, elevados por él a una especie de dignidad sacerdotal
y les dio un vestido.

El sacerdocio judío sólo pertenece a los hijos de Aaron que no existen de manera diferenciada; fue
abolido, así como los sacrificios figurativos cuando la destrucción del Templo de Jerusalem.

Así, cuando los comisarios imperiales formularon la pregunta: ¿Quién nombra a los rabinos? ¿Cuál es su
jurisdicción? La Asamblea respondió: “La calificación de rabino no figura en la ley de Moisés … Las
atribuciones de los rabinos, allí donde los hay, se limitan a predicar la moral, bendecir las bodas y
pronunciar los divorcios.” Cuando nadie tenía la calificación de rabino las funciones las desempeñaban
los ancianos e incluso donde había rabinos, podían desempeñarlas otros judíos.

La palabra “rabino” no significa “sacerdote” sino “maestro” o “preceptor”; se da a aquellos que gozan de
la reputación de conocer bien la ley. Sólo después de los decretos de Napoleón se consideraron como
ministros del culto y se les dio un carácter ficticio en contradicción con la ley del Antiguo Testamento.

Los rabinos son lo que antaño fueron los “escribas” que no pertenecían a la tribu de Levi. Son doctores de
la ciencia religiosa. Pero en su persona no hay nada sacerdotal. Ese es el sentimiento de los mismos
judíos. En apoyo de esta afirmación basta con incluir el texto de uno de los miembros notables del
consistorio de la ciudad de París: “Los rabinos no son los curas y los pastores de las comuniones
cristianas, los ministros necesarios de nuestro culto. El oficio de las oraciones en el seno de nuestros
templos no se efectúa en modo alguno por su intermedio. No son los confidentes de nuestras conciencias.
Su poder no puede nada por la salvación de nuestras almas … El diploma de rabinato es compatible con
todas las profesiones y contamos entre nosotros con rabinos en los tribunales, rabinos en el comercio,
rabinos vendedores ambulantes “.

Sin embargo, ahora se los designa con estos términos sagrados: sacerdotes, pontífices, el sacerdocio de la
nación. “En París, dice el Universo Israelita, nos hallamos ante un hecho consumado; esperamos que
“nuestro nuevo soberano pontífice” no olvide que es desde ahora el guía espiritual de todo el judaísmo
francés y ya no sólo de la comunidad de París”. “Estos pontífices, dice Gougenot des Mousseaux, no son
nada menos que pontífices; esos sacerdotes sólo son sacerdotes por la forma, para ilusión de los pueblos
cristianos que les pagan. Si no crearan y no pasearan en medio de nosotros esa audaz ficción, ese
fantasma engañoso del sacerdocio, perderían a los ojos de los pueblos el prestigio de tener una religión,
ese bien, ese tesoro inapreciable que desde hace tanto siglos pereció en sus manos; perderían además, ante
el presupuesto el derecho de tener que presentarse para cobrar los honorarios y los gastos del culto que,
sin una religión y un ministerio verdaderamente sacerdotal, sólo sería una ridícula y burda parodia”.

Fue Napoleón el que constituyó la jerarquía, moderna, de los ministros del culto israelita. Le impuso sus
leyes en la asamblea de los israelitas del 30 de mayo de 1806. (19)

Luis Felipe terminó su obra.

“La Orden real de 1831, dice el R.P. Ratisbonne, sancionó esa singular anomalía de un sacerdocio
imposible. De hecho, los rabinos transformados en sacerdotes por la ley civil permanecieron sin autoridad
entre los judíos y fueron objeto de sarcasmos por parte de sus amigos y de sus enemigos”.

Desde 1885 el culto israelita comprende nueve consistorios departamentales y el mismo número de
sinagogas consistoriales (París, Nancy, Burdeos, Marsella, Bayona, Lyon, Vesoul, Lille y Besançon) y
además, cierto número, en aumento, de sinagogas comunales, especie de parroquias judías que tienen a la
cabeza rabinos y ministros oficiantes. Dominando a toda esta organización hay un consistorio central,
instalado en París.

El culto judío no sólo se ha convertido en igual del culto cristiano, sino que resulta favorecido.

La ley del 14 de noviembre de 1881 prohibe a cada culto contar con un lugar de inhumación particular,
pero los israelitas continúan teniendo en cada ciudad importante un cementerio especial.

Un autor consagrado a la causa judía, G. Baugey, doctor en derecho, concluyó en 1899 un estudio sobre
la situación del culto israelita de la manera siguiente:
“ Si añadimos que la administración no aplica las disposiciones legales que podrían situar a la religión
israelita en estado de inferioridad con respecto a la religión católica, mientras que por lo general se
muestra bastante rigurosa con respecto a esta última y sus ministros, se entenderá fácilmente que la
situación de los israelitas en Francia, desde el punto de vista del culto, no es desigual e inferior a la de los
otros franceses … Nada en los actos del gobierno permite decir que el culto israelita es perseguido”
(Condiciones del culto israelita).

X. ESTADO CIVIL DE LOS JUDIOS

El decreto del 11 de diciembre de 1808 obligó a los judíos a adoptar nuevos nombres.

Los judíos no tenían nombres patronímicos dice Lémann; a su nombre personal Jacob o Natán o Moisés o
Salomón, añadían según el uso antiguo la locución hijo de tal … Jacob hijo de Baruch que a su vez es hijo
de Samuel que a su vez es hijo de Jonás.

De esos nombres, siempre los mismos, a pesar de la adición de la ciudad (Samuel de Francfurt, Natán de
Lisboa, etc.) resultaba confusión en los negocios y facilidad para cambiar de nombre, facilidad que los
judíos aprovechaban siempre que les conviniera.

El decreto obligaba a tomar un apellido patronímico de familia y un nombre fijo.

Es a partir de aquí que los judíos entraron realmente en la sociedad y fueron asimilados a los ciudadanos.

Forjaron entonces nombres, hoy ilustres, y como no debían, según el decreto, tomarlos de las escrituras,
deformaron la Biblia: Moisés dio Mosches, Moche, Manche; Levi dio Loevy, Levisthal, Halevy;
Abraham dio Brahm; Ephraim, Ephrussi; Israel Disraeli. Aunque fue sobre todo la botánica, la geografía
y la zoología las que sirvieron de fuente a la nomenclatura del nuevo diccionario.

Surgió el judío astronómico : Stern estrella, goldstern estrella de oro y todos los nombres en “stern”; el
judío botánico: Rosen, rose, Rosenthal, valle de rosas; Blum flor; Kornbluth, aciano, etc.

El judío geográfico dio origen a Crémieux del Isère, Carcassonne, ciudad en la que había muchos;
Worlms, Lisboa, Lyon, Alemán, Charleville, etc. etc. No faltó el judío zoológico: Wolf, lobo; Katz,
gato; Beer, oso, con sus derivados Meyerbeer, Cerfbeer; Hirsch, ciervo.

Al invitarlos, dice Lémann, a adoptar nuevos nombres, Napoleón iba a facilitarles todavía más el asalto y
la invasión de las dignidades, de las altas funciones, del poder. Si hubieran continuado llamándose
simplemente Jacob, Tobías, Israel, Baruch, Moisés, hubiesen sido más tímidos en presentarse, en
atravesar las filas de la sociedad que los acogía, para ascender hacia las cimas. Se hubieran limitado a
sentarse cerca de los últimos lugares en vez de apuntar al primero.

Un Israel no fue nunca primer ministro en Inglaterra, pero un Disraeli lo será. Un Baruch o un Tobías no
se hubieran atrevido en Francia a pretender la cartera de justicia, pero Crémieux la obtendrá.

XI – LO QUE LOS JUDIOS SON AHORA ENTRE NOSOTROS

Los códigos de Teodosio y de Justiniano, el derecho canónico, las leyes de los visigodos y las ordenanzas
de la edad media, los ukases de los zares, etc. habían fabricado una situación especial a las poblaciones
judías, tribu nómada acampada en el Estado, consorcio de financieros temidos por los verdaderos
productores de riqueza y secta esencialmente hostil a la religión cristiana.

La Asamblea constituyente y Napoleón I cambiaron ese estado de cosas y dieron a los judíos los derechos
de los ciudadanos franceses.

¿Hicieron bien? ¿Tenemos que felicitarnos por esta innovación?

Si consideramos que judaísmo significa no sólo un culto aparte sino una raza inamovible, que el judío
antes de a su patria aparente y física pertenece a una patria ideal común a la que no renuncia nunca; que
como nación secreta en el seno de cualquier nación que los adopte, son ciudadanos y a la vez extranjeros,
que los judíos poseen para la conquista material del mundo armas especiales y suprimen en su beneficio
cualquier igualdad en las condiciones de lucha, se observa el error cometido por los Estados modernos al
tratarlos en pie de igualdad con el resto de los ciudadanos.

Desde la organización imperial del culto judaico los judíos nacionalizados franceses se convirtieron en
dos veces ciudadanos en la tierra misma de nuestros padres en la que nosotros sólo lo somos una sola.
Helos aquí convertidos en ciudadanos franceses tanto como podría serlo un Montmorency; pero, al
mismo tiempo y más que nunca, helos aquí reconocidos ciudadanos judíos o miembros de una nación que
no es la nuestra, que se ramifica y enraíza en el mundo entero, que se afirma por su ley talmúdica, mortal
enemiga de la nuestra y que soporta por las buenas o por las malas , bajo el yugo de su ortodoxia
religiosa, la necesidad de permanecer extranjera en cualquier nación cuyo gobierno la acoja y colme. Al
dejar de vivir la vida de los dispersos, los hijos de Jacob, por la misma ley que se esfuerza en fusionarlos,
se convirtieron en pueblo diferente y reconocido como cuerpo de nación judaica. Gozan en paz de los
beneficios de una asimilación que su creencia, que su corazón, en sus repliegues talmúdicos, declara que
sólo puede ser para ellos provisoria y ficticia. Y los vemos en el momento en que la ley parece mezclar su
sangre con la nuestra en las venas del cuerpo social, aproximarse, unirse, apretarse con un lazo más sólido
que nunca, preparados y disciplinados por el hecho de esa organización nueva, a los proyectos de la
política que les es propia y cuyos acontecimientos les dictarán consejos día a día. No nos asombremos si
esos fieles del judaísmo se disponen, en la activa paciencia de su espera al acto supremo en el que se
resumen desde hace siglos las inagotables esperanzas del judío farisaico guiadas por los rabinos del
Talmud.

Gougenot des Mousseaux no exagera cuando tras haber reunido tantos documentos en apoyo de su tesis,
la resumía así:

“Ayudados en todos los reinos de la tierra por el socorro mutuo que se prestan entre ellos con ardor los
miembros de su comunidad; ayudados por los socorros que obtienen de las asociaciones mixtas y
patentes; ayudados por los socorros y la protección que les deben y les prodigan las sociedades secretas
en las que su puesto es el puesto supremo y cuyo poder iguala o domina hoy a todo poder; ciudadanos de
su propia noción y ciudadanos de la nación que los adopta, es decir dos veces ciudadanos y dos veces
espléndidamente protegidos en la patria en que cada cristiano sólo lo es una vez, los judíos, cuya astucia,
audacia y saber hacer han sido siempre proverbiales tienen sobre cualquier nativo de los Estados católicos
la más indiscutible ventaja y la utilizan con una habilidad singular para incrementar una influencia que ya
es muy grande. Mero observador del hecho, un hombre de raza israelita escribía con humor hace algún
tiempo: “Los judíos desempeñan, guardando proporciones y gracias a su insistencia, más empleos que las
otras comuniones católicas y protestantes. Su desastrosa influencia se hace sentir sobre todo en los
negocios que más pesan en la fortuna del país; no hay empresa de la que los judíos no tengan gran parte,
ni préstamo público que no acaparen, ni desastre que no hayan preparado y del que no se beneficien; de
modo que no deben quejarse como siempre lo hacen, porque cuentan con todos los favores y todos los
beneficios “.

En una palabra, fuertes contra cada uno de nosotros con las fuerzas que les prestan las leyes de los
Estados, fuertes con la que les da, en medio de la masa de pueblos, la organización natural de la
comunidad judaica, fuertes con las que toman de las sociedades del ocultismo y las alianzas creadas
según las necesidades de los tiempos y los lugares por esas sociedades, los judíos, tal como observa
Kluber, forman en el seno de los reinos cristianos, un Estado en el Estado. “De ello deriva, si una
sociedad cristiana permanece digna de su nombre y fiel a la defensa de sus derechos, que un antagonismo
permanente entre el Estado y el judaísmo resulte inevitable y que el triunfo del judío (es decir la
conmoción de los Estados cristianos) o de la civilización cristiana sea la consecuencia inevitable de esa
lucha”.

Todo eso estaba previsto.

Un libro publicado en Alsacia a finales de 1790 bajo el título: ¿Debe admitirse a los judíos como
ciudadanos activos? Había dado la alarma: “Que el judío sea ciudadanos en todos los ámbitos en los que
no sea un ciudadano nocivo, muy bien; que todos los derechos en los que nuestras leyes puedan vigilar su
conciencia le sean otorgados sin distinción, muy bien; que por fin pueda ejercer su culto mientras no
altere el orden.

Todo esto es posible, incluso caritativo y debe ser ampliamente recomendado a los nuevos ciudadanos.
Pero, en ningún caso debe ser el judío elegible para cargos políticos, administrativos o judiciales, es decir
revestido de ninguna de las funciones importantes y delicadas que siempre deberían estar presididas por
los principios de la moral cristiana.
El goce ilimitado de todos los derechos como ciudadano situaría las ventajas de la condición de judío por
encima de las de cualquier otro francés porque, por una parte cosecharía oro en abundancia y por otra ese
oro encadenaría a gran número de esclavos, cuyos votos dirigiría en las asambleas, y que le servirían de
instrumento para elevarse hasta el sillón de presidente de la nación o para situarse sobre las flores de lis”.

Estos pensamientos inspiraron a Luis XVI cuando comenzó a reformar la legislación con respecto a los
judíos, pero pronto perdió de vista los límites dentro de los que podía operarse la reforma y ya sabemos lo
que ocurrió.

¿Cabe asombrarse de las quejas que se elevan por doquier?

Un marsellés, socialista militante, escribía hace un año o dos, lo que es aplicable a la mayoría de nuestras
ciudades: “Los judíos son los amos de nuestra ciudad. Hay más de 400.000 almas en Marsella y ellos
apenas un millar. Eso no les impide en absoluto poseer todas nuestras riquezas. Tienen una de las
grandes compañías de navegación. Tienen la bolsa, Tienen los tribunales de comercio. Tienen el parquet
de los agentes de cambio. Tienen a casi toda la magistratura. La alta banca está poblada de Levy, Cahen,
Mossé, Bédarride. La Administración es su dominio, como en el resto de Francia. También tienen el alto
comercio. Nuestros marselleses pueden decirle que en toda la ciudad sólo hay un gran establecimiento de
confección que escapa a las manos de Israel y esa única casa cristiana apenas lleva un año. Los mismos
judíos que hace cien años se hacinaban en tristes tienduchas en el fondo de callejuelas oscuras ocupan
hoy las más bellas instalaciones. La calle Saint Ferréol, la calle de Roma, la mitad de la Cannebière, de la
calle Noailles y de Belsunce, pertenecen a los judíos. Y sólo son mil … ¡no es natural!

La gran fuerza de nuestros judíos viene de su solidaridad. Están dotados de un maravilloso espíritu de
familia, y un admirable espíritu nacional. En toda ocasión saben formar contra sus competidores
cristianos un batallón cuadrado. Aprietan los codos y los días de éxito penetran todos juntos en nuestras
filas. Los reveses los soportan en común o mejor aún, se las arreglan para que sean los cristianos los que
los soporten. Una quiebra judía nunca afecta a los judíos; y los acreedores judíos son para ellos mejor que
acreedores privilegiados: son acreedores sagrados. No dejan de vivir así, fuera de cualquier derecho
común. Son los primeros en ponerse fuera de la ley cuando supone alguna ventaja. Nos gustaría que
también tuvieran que soportar los inconvenientes de esta profesión de “marginales”. Los judíos han
formado un estado dentro del estado. Que la ley tome nota del nacimiento de este nuevo estado y que la
nación se ponga en guardia contra él!”

El consejo con el que el marsellés termina su queja comienza a ser escuchado por todas partes. Las
naciones se ponen en guardia contra los judíos.

Si hay un país que no debía temer a los judíos ese es Inglaterra. El ejemplo del judío Disraeli, el mayor
ministro conservador inglés del siglo pasado, parecía decisivo y tranquilizador. Y sin embargo, Inglaterra
toma sus precauciones. Algunos publicistas influyentes impresionados por la excesiva proporción de
judíos que hay entre los multi millonarios y sobre todo entre los parlamentarios y los directores de
periódicos han iniciado la campaña antisemítica.

En Alemania, en Rusia, los judíos son legalmente excluidos de las filas de los oficiales. En Austria, en
España, hasta en Italia, la tradición, a falta de ley, suele oponerse a la admisión entre los oficiales de
miembros de raza judía. Sabemos lo que le cuesta a Francia no haber tenido en cuenta la sabiduría de esas
naciones.

Las naciones cristianas escaparán al dominio del judío en la medida en que salgan de la política
cosmopolita para entrar en la política nacional.

Pero ¿quién no lo vé? la política seriamente nacional relega a los judíos a un segundo plano. Los hijos de
Israel forman, como los francomasones, sus aliados o sus escuderos, una camarilla secreta en la gran
sociedad nacional. De modo que no pueden ser órganos de la vida de esa sociedad nacional. Las
funciones públicas deben ser confiadas en Inglaterra a ingleses, en Alemania a alemanes y en Francia a
franceses. No basta con que los funcionarios públicos pertenezcan legalmente a la nación mediante un
artificio de escrituras; deben pertenecer al alma de la nación por los antepasados, por los servicios
prestados, por un patriotismo probado.

Porque no son sólo los intereses privados los que están en peligro por la situación privilegiada que gozan
los judíos en la actualidad, los intereses nacionales no lo están menos.
Disraeli al que acabamos de nombrar, en su libro Coningsby, expuso en 1844, con indecible
complacencia la superioridad creciente que la raza judía alcanza en Europa y cómo prepara su reinado
universal.

“Tras luchas mil veces repetidas … el peso de mil quinientos años de servidumbre sobrenatural se abatió
sobre nuestras cabezas. Pero lejos de rompernos bajo ese fardo de opresión e ignominias, sorteamos los
esfuerzos de la invención humana que en vano se agotaba para perdernos … ¡Los judíos! ¡Los judíos!
¿Acaso veréis nunca pronunciarse en Europa un movimiento de cierta importancia sin que los judíos
figuren en gran medida?

… La diplomacia rusa, tan llena de misterios y ante la cual palidece toda Europa occidental ¿quién la
organiza y la dirige? Los judíos! La poderosa revolución que se prepara y se trama en Alemania, donde
pronto será una segunda reforma, más considerable que la primera, ¿bajo qué auspicios tiende a la
plenitud de su desarrollo? Bajo los auspicios de los judíos. ¿A quien en Alemania le ha correspondido el
monopolio casi completo de todas las cátedras profesorales? Neandre, el fundador del catolicismo
espiritual y Régius el profesor de teología de la Universidad de Berlin ¿no son acaso dos judíos? Bénary,
la ilustración de la misma universidad es judío, ¿no es cierto? Y también es judío Wehl, el profesor de
Heidelberg … En una palabra, ¿cuál es el nombre de los profesores alemanes de raza judaica? ¡El nombre
es legión!

A mi llegada a San Petersburgo tuve una entrevista con el ministro de finanzas de Rusia, el conde
Cancrim, era hijo de un judío de Lituania.

En España, obtuve audiencia con el ministro Mendizábal, hijo de judío, de un converso de la provincia de
Aragón.

En París, me reuní con el presidente del consejo y tuve ante mí a un héroe, a un mariscal del imperio (que
casi ocupó el trono de Portugal) hijo de un judío francés, Soult. ¿Qué, Soult, judío? Sí, sin duda, como
muchos otros mariscales del imperio, y a la cabeza Masséna que entre nosotros se dice Manasseh …

Abandoné París por Berlín y el ministro que visité era judío prusiano.

Este mundo está gobernado por personajes distintos de los que se figuran los que no ven lo que ocurre
entre bambalinas …

Así que en 1844 los ministerios de los países más grandes de Europa estaban dirigidos no par sus
soberanos sino por judíos. Es un primer ministro de Inglaterra quien no lo afirma y demuestra.

Desde esa fecha el poder del judío ha seguido creciendo.

“Mantienen encerrada, en la actualidad, como en una red, a toda la sociedad cristiana2 escribía en 1868 el
Padre Ratisbonne, judío de nacimiento.

Otro inglés, Houston-Steward Chamberlain, instalado en viena, Austria, publicó recientemente un libro:
Las bases de la civilización, que alcanzó en Alemania un éxito fulminante. Guillermo II, tras haberlo
devorado, lo leyó en voz alta a su familia y distribuyó a diestro y siniestro varias docenas de ejemplares.

Chamberlain no tiene religión ni patria. Sólo se aferra a una cosa, a su calidad de europeo. Es antisemita,
sin ser fanático de la idea de raza, porque la inteligencia, la manera de pensar del judío le han parecido
enemigas de las suyas y porque la organización política de los judíos secunda peligrosamente sus ataques
contra la cultura y la civilización occidentales.

El estudio, la reflexión, la observación condujeron a Chamberlain a ese punto de vista.

“llegó un día en que tras muchos años de estudios independientes y desinteresados ví que una fuerza, en
el mundo contemporáneo, trabaja contra mí, se aplica en destruir todo lo que valoro, todo lo que
constituye mi persona, todo lo que mis predecesores me legaron y que deseo legar a los míos. Ese día un
gran temor se abatió sobre mí”.

XII – EL COLECTIVISMO Y LA HEGEMONIA DE ISRAEL


El escritor judío Bernard Lazare escribió lo siguiente, refiriéndose a sus correligionarios:

“En cuanto a su acción y a su influencia en el socialismo contemporáneo, fue y es, como sabemos, muy
grande.

Fue Marx (20) quien dio impulso a la Internacional mediante el manifiesto de 1847 redactado por él y
Engels; no puede decirse que fundó la internacional como lo han afirmado los que siguen considerando a
la internacional como una sociedad secreta de la fueron jefes los judíos, porque muchas causasa
condujeron a la constitución de la Internacional, pero Marx fue el instigador del mitin obrero celebrado en
Londres en 1864 del que salió la Asociación. Los judíos en la internacional fueron numerosos, y en el
consejo general sólo encontramos a Kart Marx secretario para Alemania y para Rusia y a James Cohen,
secretario para Dinamarca. Además de Marx y de Cohen, podemos citar a Neumayer, secretario de la
oficina de correspondencia de Austria, Friburgo que fue uno de los directores de la Federación parisina de
la Internacional, de la que también formaron parte Loeb, Haltmayer, Lazare y Armand Lévi. Léon
Frankel, que dirigió la sección alemana en París; Cohen, que fue delegado de la Asociación de cigarreros
de Londres al Congreso de la Internacional celebrado en Bruselas en 1868; Ph Coenen que fue, en el
mismo congreso, delegado de la Sección Amberes de la Internacional, tuvieron más tarde un papel
durante la comuna en la que se reunieron con otros correligionarios.

En cuanto a la organización del partido socialista, los judíos contribuyeron poderosamente. Marx y
Lassalle en Alemania; Aaron Libermann y Adler en Austria; Dobrojanu gherea en Rumanía; Gompers,
Kahn y de Lion en los Estados Unidos, fueron o son todavía los directores o los iniciadores. Los judíos
rusos deben ocupar un lugar aparte en este breve resumen. Los jóvenes estudiantes, apenas salidos del
gheto participaron en la agitación nihilista. Algunos, entre ellos mujeres, sacrificaron su vida a la causa
emancipadora y junto a esos médicos y abogados israelitas hay que situar a la considerable masa de
refugiados artesanos que fundaron en Londres y en Nueva Cork importantes aglomeraciones obreras,
centros de propaganda socialista e incluso comunista anarquista”.

De modo que fueron judíos los que, según confiesa un judío, fundaron las primeras asociaciones
socialistas.

Son los altos barones de las finanzas judías los que posteriormente permitieron al colectivismo extenderse
y prosperar subvencionándolo y fundando los periódicos con los que propaga su doctrina a las masas. La
prensa colectivista está en manos de los judíos en todos los países del mundo y sabemos que entre
nosotros el Humanité órgano del ciudadano Jaurès, fue fundado con capitales proporcionados por doce
judíos “uno por cada tribu” decía Urbain Gohier en Terror Judío.

El colectivismo es la meta a la que tienden los judíos, el colectivismo que, simulando entregar todo al
Estado, pondrá todo en sus manos, que estarán disimuladas tras la personalidad anónima del Estado.

El Estado que operó la centralización desde el punto de vista político, trabaja ahora en centralizar entre
sus manos a todas las fuerzas económicas. Ya había cierto número de monopolios. Comenzó acaparando
los ferrocarriles; deja ver sus intenciones de monopolizar los seguros, el alcohol, etc. Habla también de
dar cada día nuevos pasos para apoderarse de las sucesiones, aumentando los derechos. El colectivismo se
establecerá así poco a poco sin violencia, sin revolución, mediante la sucesiva toma de posesión de todas
las manifestaciones económicas, industriales o comerciales de la actividad francesa.

Un eminente sociólogo, Louis Durand, fundador en Francia de las Cajas rurales y obreras, nos mostró el
arte y la tenacidad con las que el objetivo del Dios-Estado es perseguido lentamente, con hipocrecía pero
con seguridad. Este es un resumen de sus argumentos:

La opinión pública – nos dice- se inquieta a veces con las manifestaciones ruidosas y violentas del
socialismo, huelgas, motines, incendios de fábricas, etc. Tiene razón de preocuparse.

Y sin embargo esos hechos, por lamentables que sean sólo son incidentes locales casi sin importancia en
comparación con las medidas graves y generales que el socialismo introduce en nuestras leyes y en
nuestras costumbres, bajo apariencias bienhechoras y pacíficas y a menudo con la aprobación de buena
gente, demasiado confiada.

El socialismo integral tiende a la socialización de los medios de producción y de intercambio. El Estado


debe apoderarse de los capitales para regular a voluntad la producción y el consumo. La realización de
ese programa daría al Estado un poder ilimitado sobre los individuos cuyo bienestar e incluso la vida
estarían a merced de los poderes públicos. Estremece pensar el poder que tendría el Estado socialista si
alguna vez lograra realizar su programa.

Para dominar el comercio, la industria, la agricultura, toda la producción nacional al Estado le bastaría
con apoderarse de tres o cuatro ramas de la actividad económica que rigen y condicionan a todas las
demás. El Estado será el amo de todo cuando posea exclusivamente el crédito, los transportes, los seguros
y, llegado el caso, las minas (materias primas).

Para ser amo de una de esas ramas, es inútil apoderarse de ella. Basta con ejercer esa industria a pérdida,
colmando los déficits con los recursos del impuesto. Es evidente que la industria privada no podría
sostener una competencia tan desproporcionada. Ahora bien, eso es precisamente lo que el Estado tiende
a hacer desde hace bastantes años.

Veamos ahora su obra para el crédito:

Comenzó por organizar cajas regionales agrícolas subvencionadas por él (más de cien millones asignados
a ese servicio). Esas cajas dependen enteramente del Estado, porque se reserva el derecho de retirar, a
voluntad, las subvenciones renovables a corto plazo.

Naturalmente, los agricultores no protestaron contra esta primera tentativa. ¿Puede tacharse de
socialismo a una medida de la que uno se beneficia?

Segundo paso: crédito a las industrias agrícolas. Hábil medida de propiciación, puesto que son las clases
agrícolas las más opuestas al socialismo.

Tercer paso: abrirá créditos para la construcción de viviendas baratas.

Luego se fijará por misión dar crédito a los marinos.

Después, mediante proyectos de ley relativos a socorros para los inundados se hizo autorizar el préstamo
a los pequeños comerciantes. Sin duda se trata de una medida transitoria … pero ese crédito de Estado
¿dejará de funcionar cuando las inundaciones ya no sean más que un recuerdo? Los periódicos nos
informan que el ministro recibió a una delegación que pedía que el Estado organizara el crédito para los
pequeños industriales y los pequeños comerciantes “como ya hizo para los agricultores”.

Cabe subrayarlo: todas estas medidas son beneficiosas en sí mismas. Creadas por la iniciativa privada (tal
como existen y florecen en otros países) serían excelentes. Pero se convierten en eminentemente
peligrosas cuando el Estado se substituye a la iniciativa privada – que siempre lo hace mejor más barato -.
Porque la acción del Estado mata a la privada y el resultado final es : Estado todo, ciudadano nada.

En materia de seguros, el estado no ha ido tan rápido. Hasta ahora se ha limitado a conceder subvenciones
a las aseguradoras mutuas, lo que le permite inspeccionarlas. Pero, el ministro de agricultura anunció un
proyecto de ley tendente a fundar una caja de reaseguros por parte del Estado. Como siempre, se empieza
con la agricultura … para que no haga oposición.

Luego los marinos, los industriales, los comerciantes acudirán a decirle: ¿por qué se asegura a costa del
Estado y con dispensa de impuestos a los agricultores y no a nosotros?

Será justo y el Estado pasará a ser el único asegurador, porque ¿cómo podrían las compañías privadas,
gravadas por enormes impuestos, sostener la competencia de las aseguradoras del Estado que no pagan
impuestos y que en caso de déficit pueden hacer un llamamiento a los contribuyentes?

Por todas partes vemos al Estado tender con perseverancia a intervenir con sus capitales, es decir con el
dinero de los contribuyentes, en el campo de la producción y el intercambio.

Y para multiplicar más aún sus medios de acción, la ley sobre las pensiones obreras, tal como la votó el
Senado, permite al gobierno emplear una parte de los capitales producidos por la capitalización de los
pagos a obras o instituciones diversas.

En cuanto a la industria de los transportes, resulta inútil insistir: el Oeste está comprado, Orleáns va a
ceder parte de su red, y se habla también de la compra del Sur.
Pero cuando el Estado haya terminado su penetración metódica, ¿cuál será la libertad dejada a los
ciudadanos cuya actividad económica estará entonces a merced de los poderes públicos y que no podrán
obtener crédito si disgustan a la prefectura, ni hacerse pagar sus siniestros mediante reaseguros si no se
cotizan bien?

Estas observaciones de Louis Durand son sin duda dignas de atención.

Hemos dicho que desde hace dos mil años los judíos ambicionan la conquista del mundo entero. Para
dominar las naciones hay que destruir las instituciones que constituyen el orden social, particularmente el
orden social cristiano.

De allí los principios del 89, de allí los Derechos del Hombre, de allí el Liberalismo, del que la
francomasonería insinúa el virus en todas las sociedades. Con esos venenos se disgregan todas las
instituciones, se las mata: religión, familia, patria, propiedad, ejército, nada resiste. Como por otra parte
los judíos se conservan en nación, en cuerpo de familias, en comunidad de religión, en una palabra, en
patria, se entiende sin dificultad que esta organización, exclusiva de todas las demás, llegue a establecer
su dominio universal sobre los pueblos reducidos a polvo.

Ese es el fin supremo de los judíos, el gran objetivo de la nación judía.

La destrucción de la propiedad privada, la institución del colectivismo de Estado les hará dar un gran
paso.

El colectivismo es el Estado que substituye a los individuos en la posesión de todas las riquezas Pero ¿qué
es el Estado? Todos los ciudadanos reunidos en colectividad, responden los judíos y sus discípulos. Basta
con ver lo que hoy ocurre. Es el Estado pero no Francia quien hace la guerra a la Iglesia. Es el Estado,
pero no Francia la que dispone de cuatro o cinco mil millones que proporciona el presupuesto. Será el
Estado, y no Francia la que se convierta en única propietaria; el Estado es el hombre, son los hombres los
que detentan el poder; es, serán los judíos.

Un sabio economista, Du Mesnil Marigny, en su Historia de la economía política de los pueblos antiguos,
publicada en París ( Ed. Plon, 1878), formuló las siguientes previsiones basándose sólo en hechos de
economía y estadística:

“La elevación política de Israel a la cima parece indudable ya que en este momento nada parece poder
conjurarla. Así, a menos de una gran modificación en el orden y el movimiento de las sociedades, pronto
lo veremos, por extraordinario que parezca semejante golpe de suerte, gobernar a las naciones tras haber
aplicado todas sus riquezas y luego, multiplicarse sin medida, expulsando ante sí (Exodo XXIII, 30) a los
habitantes de toda la tierra, igual que hizo con los cananeos y con los nativos Gessen. Sin duda me
recriminarán contra este presentimiento de la substitución de los Israelitas a las razas actuales de las
diversas partes del globo y no podemos negar que esta previsión resulta osada. Pero la historia está allí
para enseñarnos que en cada país las poblaciones nativas poco a poco son reemplazadas por esa otra que,
acampada en su territorio, les es indudablemente superior en riquezas, en industria, en facultades
productoras de todo tipo …

Sin embargo si según nuestras previsiones los hijos de Jacob, aprovechando su superioridad en todo lo
que procura prosperidad y longevidad en este mundo, logran sobrevivir a cualquier otra raza, como se
conoce su apego, el espíritu de fraternidad que los une, nadie discutirá que es por ellos que se logrará
entonces esa era de la humanidad, ese deseo de todos los filósofos, esa aspiración de los grandes
corazones, nos referimos a la hermandad universal .. Desde ahora, por los hechos expuestos, habría que
estar ciego para cuestionar el soberbio futuro que espera a los Israelitas.”

XIII – LA POBLACION JUDIA

El número total de judíos existente en el mundo es muy difícil de evaluar. Diseminados entre todos los
pueblos, disimulan en muchos lugares su nacionalidad y su religión y cuando, como en Francia, el censo
no menciona al culto, oficialmente ya no hay judíos, porque los judíos están naturalizados como
franceses.

Los documentos judíos que se pueden consultar sólo deben aceptarse con reservas. Según lo exijan los
intereses del momento, engrosan o disminuyen las cifras.
Un trabajo serio sobre este tema se publicó en 1900. El autor, cuyo nombre no tenemos, incluye la
siguiente nota precediendo sus estadísticas.

”He tenido muchas dificultades para reunir los documentos dispersos que utilicé. Señalo como fuentes
acequibles a todos:

1. El Almanach de Gotha, años 1898, 1899, 1900


2. Las Geographisch Statische Tabellen, de Hubner;
3. Geografía Universal, de Elisée Reclus
4. El diccionario de Geografía de Vivien Saint Martin

Asimismo, consulté los informes oficiales de censos publicados por los diversos gobiernos. Finalmente,
recurrí también a los Almanachs judíos y a las Revistas publicadas en París y en Leipzig.

Este es el resultado de la comparación de documentos:

NOTA: Presentamos las cifras dadas por el autor y las publicadas (21 de abril de 1910) por los Archivos
Israelitas, según la Oficina de estadística judía. Puede verse que si las cifras de ambas columnas son
exactas, debieron producirse grandes desplazamientos en estos diez años, en particular en Asia.

1900 1910

Europa 7.800.000 8.853.599


Africa 500.000 325.778
Asia 1.400.000 484 165
América 1.300.000 (*) 1.889.624
Oceanía 20.000 27.106
Total 11.020.000 11.580.272

(*) Nueva York contaría actualmente con 800.000 judíos


El total que da Hubner (año 1893) prosigue nuestro autor es algo inferior: 10.860.000. Al estudiar las
estadísticas tuvimos que reforzar ligeramente las cifras que da para Europa, Africa y América y disminuir
algo las de Asia.

El mismo autor añade cómo se distribuyen los 7.800.000 atribuidos a Europa.

“A continuación, según el Almanach de Gotha (1900), Hubner (1898) y los documentos oficiales
publicados por los gobiernos, la cifra de población judía en los diferentes Estados de Europa:
1900 1910

Alemania 630.000 607.862


Inglaterra 80.000 247.760
Austria-Hungría 3.030.000 2.076.978
Bélgica 3.000 15.000
Bulgaria 27.500 37.653
Dinamarca 4.000 3.176
España 400 2.500
Francia (21) 70.000 100.000
Grecia 10.000 8.350
Holanda 110.000 103.988
Italia 40.000 35.617
Noruega 200 642
Portugal 1.100 1.200
Rumanía 243.000 266.652
Rusia 4.250.000 5.215.805
Serbia 5.048 5.729
Suecia 3.402 3.012
Suiza 8.069 12.264
Turquía de Europa 140.000 106.977 (22)

TOTAL 8.655.719 8.851.165

El Jewish Yearbook da también el porcentaje de población judía en las principales ciudades del mundo:
Borditcheo 87.72, Jerusalem 55, Odessa, 33.75; Varsovia 33.36; Nueva Cork 26.30; Budapest 23.05;
Ámsterdam 11.30; Viena 8.75; Francfurt 8.15; Montreal 67.94; Constantinopla 5.77; San Francisco
ñ6.94; Berlin 4.85; Chicago 3.58; Hamburgo 2.34; Londres 2.28; París 2.07; Roma 1.51; Bruselas 1.16;
San Petersburgo 0.83.

Puede resultar interesante comparar la cifra de población alcanzada actualmente por los Judíos con la de
antaño.

A su entrada en la Tierra prometida eran 601.730 hombres. Contando cuatro personas por cada adulto
masculino, se obtiene una población total de dos millones y medio.

En tiempos de Salomón, la población de origen judío ascendía a 1.300.000 combatientes, lo que


representa un total de 5.000.000 almas y una población doble de la de la conquista.

Según Josèphe, Galilea tenía 3.000.000 en el momento de la expedición de Tito, lo que permitiría evaluar
en 8.000.000 la población de Palestina. Pero las cifras dadas por Josèphe son evidentemente exageradas.
Galilea no tenía más de 930 millas cuadradas, de modo que hubiera tenido 30.000 habitantes por milla
cuadrada, lo que es absolutamente imposible.

Sea como fuere, se ve que la raza es actualmente más numerosa de lo que nunca lo fue. Ese incremento
no data de hace mucho.

Un fenómeno nacido ayer, dice Gougenot des Mousseaux, acaba de causar una extraña sorpresa a los
investigadores de informes estadísticos y lo repentino de su producción parece designarlo como una de
esas advertencias que la Providencia se complace en dar al mundo y que la historia registra bajo el título
signo de los tiempos.

Ese signo es una anormal multiplicación de la especie, es un inexpresable crecimiento de población que,
de pronto, y en todas partes a la vez, se opera y se acusa en el hogar de Israel, en el seno de los diversos
pueblos con los que se mezcla … ¿Acaso después de haber mantenido durante siglos sobre la superficie
del globo el nivel de población que alimentaba a Judea cuando la muerte de Cristo, una fuerza inteligente
que nunca se fatigó de avanzar de acuerdo con el sentido de las profecías judeo cristianas querría en
pocos años, junto al poder intelectual y metálico de Israel, llegar de pronto a la cima de todas las
posiciones sociales, duplicar, triplicar su valor numérico? Tal vez busca crear, dispuesto a moverse al
sonido de trompetas del hombre que llamará su Mesías, un ejército amo en todos los lugares de oro y
hierro, los dos metales que sobre la ruina de los principios de la civilización cristiana se han convertido en
las dos palancas de nuestros cambios sociales, las dos razones dominantes de todo poder moderno?”

XIV – LA LENGUA UNIVERSAL

Para mantener a la humanidad entera bajo su dominio tras haberla conquistado no basta con haber
rebajado, abolido las barreras que separaban a los hombres en nacionalidades diferentes y en confesiones
diversas y haberla dotado de una religión humanitaria y una república universal; será conveniente que
haya adoptado un lenguaje común.

Así como hemos visto los trabajos de aproximación que tienden a hacer desaparecer de los corazones los
sentimientos patrióticos y de los espíritus los dogmas revelados, asistimos a un poderoso esfuerzo por
crear una lengua internacional. Y así como la secta anticristiana logró que muchos católicos se hicieran
propagadores de los Principios Modernos que, según los judíos, son las más seguras garantías del
presente y del futuro del judaísmo y las condiciones más enérgicamente vitales de su expansión y de su
alto desarrollo; del mismo modo los inventores del Esperanto han ganado a muchos católicos y entre ellos
a muchos muy influyentes que se esfuerzan por hacer adoptar ese lenguaje artificial.

Los primeros ensayos de lengua universal datan del siglo XVII.


Casi simultáneamente Dalgarno y el obispo anglicano Wilkins escribieron uno el Ars signorum (1664) y
el otro el Mercury (1668).

El objetivo de estos autores era crear una lengua única destinada a reemplazar todos los idiomas de la
tierra por otro modo de expresión de los pensamientos humanos: cada uno de los signos en cada vocablo
debía representar un concepto.

Desde entonces se han publicado: Langue universelle, de Letellier (1852); Lengua universal de Sotos
Ochando (1854); Slrésol (Sudre, 1866); Chabé (1886) del ingeniero Maldant; Spokil (1900) del doctor
Nicolas.

Ya en 1839 Schipfer, en su Communicationsprache había indicado la similitud de numerosos vocablos en


diversas lenguas europeas y formas morfológicas comunes. Rudelle publicó en Burdeos en 1859 una
gramática con algunos ejemplos, bajo el nombre de Pantos dimos-glossa y en 1881, el pastor Schleyer, de
Constancia, nos dio el Volapuk (vol=world=mundo y puk abreviatura de speak = hablar).

De inmediato se fundaron periódicos, se establecieron cursos, se reunieron congresos pero pronto se vió
que aunque fácil por correspondencia el instrumento, imperfecto, no bastaba oralmente.

La mayoría de los adeptos desalentados creyeron imposible resolver el problema.

Pero el doctor Liptay, en su proyecto de Langue catholique demostró que la lengua internacional existía
en estado latente y que bastaba extraerla de los diccionarios nacionales. Volk y Fuchs en 1883 y Eichhorn
en 1886 publicaron cada uno un Weltsprache; Steiner su Pasilingua (1885) y el judío Zamenhof su
Esperanto, mientras otros hacían otros intentos.

Todos estos sistemas parten de los mismos principios: simplificación a ultranza de la gramática, que
sucesivamente es reducida a unas veinte reglas y elaboración de un diccionario, a posteriori, es decir
tomado de las lenguas nacionales buscando el máximo de internacionalidad de cada palabra.

Zamenhof, en Espéranto, mediante un sistema de desarticulación de los vocablos y por atribución de


sentido preciso a los afijos aportó el método de manejo de un vocabulario muy copioso con un mínimo
de raíces. Ese progreso contribuye a la facilidad de adquisición nemotécnica.

En el mes de octubre de 1907 se reunió en el Colegio de Francia un comité que estudió todos los
proyectos, escuchó a los autores de los diversos sistemas y examinó la situación.

Solo el Esperanto había alcanzado una extensión bastante grande, gracias al apoyo de la sociedad francesa
de propagación, presidida por Beaufront, autor también él de un proyecto el Adjuvanto, similar a la obra
de Zamenhof, a la que se sacrificó. El Esperanto poseía copiosa literatura (mil traducciones de obras
diversas y algunos originales); sus partidarios sumaban entre 100 y 200 mil; en tres Congresos (Bolonia,
Ginebra, Cambridge) habían demostrado que numerosos individuos de nacionalidades diferentes se
habían comprendido hablando un lenguaje artificial; mediante centenares de cursos por todo el país, unos
veinte periódicos y revistas, la vitalidad del Esperanto resultaba innegable.

Un primer Congreso internacional de Esperantistas católico tuvo lugar en París desde el 30 de marzo al 3
de abril de 1910, en el Instituto católico de París. Dieciocho delegados de diversas naciones de Europa y
América estaban presentes así como una asistencia numerosa y entusiasta.

El congreso no se ocupó del Esperanto como lengua sino que el Esperanto fue la única lengua utilizada
durante las sesiones.

La principal cuestión que se trató fue la reunión de todos los cristianos en un solo redil, bajo un único
pastor, sucesor de San Pedro, vicario de JC. También se habló de las Ob ras católicas y de los medios
para fortificarlas haciéndolas más internacionales mediante la lengua común.

Los congresistas sólo buscaban poner al servicio de la fe a este nuevo instrumento de unificación del
género humano.

¡Ojalá lo logren! Algunos temen lo contrario.


Uno de ellos, Charles Vincent escribió:

“En plena Babel moderna, los hombres sueñan con fundar una lengua única y universal, que una como un
pueblo a través de los pueblos. Un judío, Zamenhof es el instigador. “Aquel que espera crea el esperanto”
¿Será el precursor? Cuando uno se declara partidario de este nuevo modo de comunicación se le
recomienda hacerse inscribir, firmar, comprometerse a llevar insignias. ¿Será este el preludio de la
“marca” futura? Los adherentes usan papel, sobres y sellos especiales. Expresan el deseo de traducir
todos los libros clásicos y otros, a fin, dicen, que ya no sea necesario recurrir al texto original. ¿No
facilitará esto nuevas falsificaciones? Así actuaron los fariseos en el pasado con respecto a las Santas
Escrituras, al volver de cautiverio. Finalmente, tienen la estrella llameante de la francomasonería y su
divisa es : “Un pueblo sin patria” (23)

Otro adversario dice:


”Sería la lengua del humanitarismo sin tradición, lo que entra bien en el plan de Israel. Algo digno de
atención. Ha sido cuestión de instaurar en nuestros liceos un curso de esperanto, facultativo primero para
no chocar a nadie. Los profesores de enseñanza secundaria que se mostraban partidarios de este “feliz
progreso” eran conocidos por pertenecer a la judería o a la masonería, o sospechosos de ser de una u otra
congregación”.

Un tercero:
”No cabe duda que el Esperanto sea una tentativa judeo masónica que entra en los medios empleados por
la secta para preparar la nivelación de los espíritus y las naciones. Entre muchos otros signos que así lo
hacen pensar, ¿no es la estrella masónica de cinco puntas la insignia preferida de los esperantistas?”

Charles Vincent concluye su artículo en estos términos:


”Experimento cierto embarazo en pronunciarme. Por un lado no puedo poner en duda la buena fe de los
esperantistas católicos; y el nombre y la autoridad de Monseñor Baudrillard me impiden formular una
opinión definitiva.

Pero, ah … desde hace cuarenta años lucho en las filas católicas, conozco la incrfeible facilidad que
tienen para abrirse a los tránsfugas interesados del enemigo, su inocencia para escuchar a aquellos que
toman por guías del progreso “moderno”. Me es imposible
culpar la desconfianza de quienes ven en ese movimiento “internacional” uno de los aspectos de este
método de destrucción que Maurice Talmeyr llama tan exactamente “el arte subterráneo”.

XV – LA CRISIS RELIGIOSA DE ISRAEL

A consecuencia de su mezcla con los diversos pueblos europeos, en el siglo XIX l a raza judía sufrió
grandes transformaciones. El judío moderno ya no conserva hoy nada del judío tradicional, ni sus ropas,
ni su lenguaje, ni sus costumbres, ni sus ritos, ni siquiera los rasgos de su fisionomía.

El Univers israélite (agosto 1906) dio la alarma y no vaciló en confesar que la situación se presenta
desoladora y sin remedio. Intentaremos dar una idea.

I. EL MOVIMIENTO DE CONVERSIONES. En el curso de marzo de 1902 Berlín hizo un


llamamiento a las comunidades judías de las cinco partes del mundo, con el fin de interesar a los hijos de
Israel en la fundación de una oficina de estadísticas destinada a recoger todas las informaciones que
tuvieran por objeto el estado demográfico de la raza, las condiciones de vida material y moral de los
diversos grupos, el desarrollo ulterior de su prosperidad. Es tal el espíritu de solidaridad de los elementos
dispersos de esta nación fragmentada y errante que en los primeros días de mayo del mismo año, se
fundaba y organizaba en Berlín una Sociedad de estadísticas judía, vinculada a una vasta red de
sucursales creadas al mismo tiempo en Viena, Lamberg, Odesa, Varsovia, Tomsk, Filippopoli, Berna,
Hamburgo y corresponsalías en Estrasburgo, Posen, Zurich, Vilna, Pinsk, San Petersburgo, Ámsterdam,
Cincinati, y Nueva York. Gracias a los documentos, numerosos y válidos publicados por la sexta sección,
Estadística de la vida religiosa, desde ahora es posible seguir muy de cerca y apreciar en su justo valor el
insólito movimiento de conversiones que desde hace unos treinta años se manifiesta en Israel.

Según los datos recogidos oficialmente en el Jewish Yearbook de 1905 la cifra global de población judía
en el mundo era, en esa fecha de 11.081.000 almas, de las que 8.748.000 en Europa, 1.556.000 en
América, 354.000 en Africa, 342.000 en Asia y 17.000 en Australia. (24)
Jean de Le Roy, el célebre misionero alemán que consagró su vida a la evangelización de los judíos logró,
reuniendo cantidad de documentos preciosos, determinar en 250.000 la cifra de judíos convertidos
durante el siglo XIX. De esa cifra, 73.000 se habrían pasado al protestantismo, 58.000 al catolicismo,
75.000 a la Iglesia ortodoxa y el resto, unos veinte mil, serían de confesión desconocida.

Sea cual fuere la importancia de estas cifras, no bastarían para medir el alcance de la crisis actual del
judaísmo ni para dejarnos presentir el desenlace fatal, porque no se trata sólo de determinar el total de
conversiones y bautismos, sino más bien su constante progresión que puede fielmente traducir la
intensidad creciente de este poderoso movimiento de cristianización. Cabe subrayar que este movimiento
que data de la emancipación de los judíos después de la Revolución, muy lento en establecerse, ha ido en
aumento. Parecería que Satán al ver que se acerca su hora, se esfuerza por desviar el movimiento que
agita a Israel desde hace algunos años, porque muchas de esas conversiones no se deben a una convicción
religiosa sólidamente establecida, sino que son más bien un cálculo humano. No obstante, los hay
sinceros. Nosotros, hijos de la Iglesia Católica, sabemos por la palabra de San Pablo que antes
recordamos, que un día, todo Israel reflorecerá. Ya en el siglo XIX se vieron indicios de esta resurrección
en hombres incomparables que salidos de las filas del judaísmo y revestidos de sacerdocio a costa de los
más duros sacrificios, cubrieron la tierra con los frutos de su apostolado. (25)

Los bautismos. Un libro compuesto por un judío bajo el título : Bautismos israelitas en el siglo XIX y
con el epígrafe cum ira et studio acaba de publicarse en Berlín. Tiene por autor al doctor Samter, reputado
por su gran inteligencia y conocimientos profundos de todas las cuestiones religiosas, sociales y
filosóficas de Alemania.

Los numerosos bautismos de israelitas en el siglo XIX conforman, dice Samter, uno de los más tristes
capítulos de nuestra historia. El célebre Schleiermacher que vivió en Berlín en el centro mismo de ese
movimiento antisemítico declara que el judaísmo está próximo a morir.

Ya casi no hay judíos convencidos entre nosotros; sentimos vergüenza de la palabra judío. Los jóvenes
israelitas que frecuentan las escuelas, las universidades, se hacen pasar por cristianos.

¿Cuáles son las causas de estas lamentables deserciones? pregunta Samter. ¿La convicción? No, salvo
raras excepciones, las causas son el deseo de progreso, el horror a la humillación. Cambiar de religión es
un negocio ventajoso para el judío infiel; no somos alemanes, no somos prusianos, si no somos cristianos.
De modo que el consejero Pauls invita al bautismo, considerándolo no tanto como un acto religioso sino
como una garantía (en Alemania) contra la exclusión de las funciones honoríficas o gubernamentales.”

Samber habla luego de las convicciones dogmáticas exigidas del judío que aspira al bautismo en los
medios protestantes. En general, se requiere el acto de fe, pero las restricciones mentales protegen la
conciencia del converso. ¿Cuántos hay, entre los disidentes, que suprimen de las enseñanzas los artículos
de fe que no les convienen o que no se ajustan a sus opiniones modernistas? ¡Cuántos teólogos luteranos
combinan los dogmas con el sistema filosófico de Kant y de Hegel! “Es el racionalismo total que sólo
acepta de la religión lo que la razón admite, exclama Samter y a menudo son rabinos convertidos los que
profesan esas doctrinas”.

De esta comprobación, el autor pasa a la estadística de bautismos administrados en el siglo XIX,


principalmente en Prusia, en Inglaterra, en Rusia y en Palestina. Su cómputo arroja un total de 200.000,
de los cuales 69.400 en Rusia, más de 10.000 en Prusia, entre 1880 y 1902; y 565 en la Iglesia protestante
del Monte Sión, en Jerusalem. Es en Francia, donde los judíos están menos oprimidos que en otros sitios,
observa Samter, donde los bautismos se producen en menor número – de lo que acertadamente infiere
“que las amenazas, las injusticias, la perspectiva de ventajas suponen más bautismos que las convicciones
sinceras”.

Los matrimonios mixtos. Pero el factor más poderoso de pérdida para la religión de Israel es sin lugar a
dudas el favor de que gozan cada vez más, en todos los países del mundo, los matrimonios mixtos. Es un
honor para un judío casarse con una cristiana y más todavía para una judía unirse a un cristiano bien
situado. Los veteranos del rabinato no pueden consolarse de las sensibles pérdidas infligidas al judaísmo
por ese motivo. En vano buscan remedio a ese mal invasivo, sin hallar otro hasta ahora más que sus
maldiciones redobladas.

En los matrimonios mixtos, las tres cuartas partes de los niños se pasan al cristianismo y puede decirse
que el cuarto restante no cuenta en nada para el judaísmo.
En Francia, esas uniones han disminuido desde el asunto Dreyfus y por otra parte nunca fueron muy
numerosas, incluso en la aristocracia. Otra cosa ocurre en Austria, en Hungría, en Dinamarca, en Suecia.
En todas partes resulta fácil observar una progresión rápidamente creciente, sobre todo en los últimos
veinticinco años.

La evangelización de los judíos - La idea de convertir a los judíos a la religión de Cristo no es nueva en
la Iglesia católica. En Roma era costumbre antigua, adoptada asimismo en la mayoría de las ciudades
donde había gheto, comunidad judía, obligar a los israelitas a escuchar cada año, preferentemente el
sábado santo y a veces semanalmente después del Rabat, un sermón sobre la divinidad de Jesús.

Los abades Lémann y Ratisbonne inauguraron un medio más práctico de hacer penetrar el Evangelio en el
seno de las comunidades judías, procediendo a la organización de una Sociedad de misioneros destinados
sobre todo a la evangelización de los judíos de Palestina. La Congregación de las Damas de Sión fundada
por los hermanos Marie-Alphonse y Theódore Ratisbonne en 1855 se encargó de la educación de las
jóvenes judías y no tardó en multiplicar los pensionados, los orfelinatos, los roperos y obradores no sólo
en Francia y en Palestina sino también en Inglaterra, Turquía y Líbano.

Pero nada iguala el espíritu de empresa y la ingeniosa actividad que despliegan las iglesias anglicana,
presbiteriana, luterana para atraer a los israelitas a su confesión particular. Sólo en Londres existen nada
menos que treinta sociedades exclusivamente dedicadas a la evangelización de los judíos y recientemente
la mayoría fueron transferidas a los barrios pobres donde se encuentra hacinada la población israelita. El
modelo de todas estas asociaciones es la London Society for promoting Christianity among the jews,
fundada en 1808 por el Rev. Lewis Way.

Desde 1880, los Estados Unidos fundaron casi veinte de esas sociedades, todas ricamente dotadas. Para
un millón de israelitas, distribuidos actualmente en los grandes centros de América del Norte, se cuenta
con no menos de ciento cincuenta misiones que disponen de un crédito de más de 200.000 francos.
Dinamarca tiene también sus misioneros, igual que Noruega y Suiza. Alemania sólo tiene tres sociedades
de misiones judías.

En Francia los protestantes no muestran tanto celo. Apenas podemos mencionar la Société française pour
l’évangélisation d’Israel, fundada en 188 por el pastor Kruger; y que sólo tiene un único misionero para
toda Francia, lo que no le impide contar con una revista.

El doctor Samter observa que todos esos esfuerzos logran pobres resultados: “Se ha gastado mucho
dinero para obtener un resultado nulo, - nos dice-, ya que los millares de bautizados no son actualmente ni
buenos judíos, ni buenos cristianos y muchos misioneros han renunciado a tan ingrata tarea”.

Si Inglaterra, Estados Unidos e incluso Alemania invierten tantos esfuerzos, sin contar los millones, para
enrolar a los judíos en sus iglesias, cabe presumir que el proselitismo cristiano no es el único que los
inspira y que los intereses nacionales que se adivinan, están bastante comprometidos en el asunto.

Al interés nacional se suma el interés privado, podíamos leer en un reciente número de la Gazette
populaire de Cologne, en un artículo de la pluma de un rabino, el doctor F. Goldmann:

”En todas las ramas de la administración de justicia, en las cátedras de las escuelas medias y las
escuelas superiores, en el ejército mismo hay gran número de judíos bautizados. Lamentablemente es
algo universalmente conocido que en todas esas pretendidas conversiones al protestantismo el bautismo
sólo se recibe con fines puramente materiales, a saber para abrirse camino en mejores condiciones, sin
que el converso aporte a su nueva religión otra cosa que no sea una sonrisa cínica por la facilidad con
la que se ha desembarazado de la antigua.

Es por esta razón que el número de judíos que reciben el bautismo católico es muy limitado en Alemania.
Allí, como en todas partes, en efecto, el sacerdote católico acostumbra examinar muy atentamente los
motivos de conversión y despide sin piedad a cualquiera que quiera recibir el carácter cristiano por
“motivos de negocios”. La mayor parte de los judíos que quieren tener el título de cristianos se suma a
la iglesia protestante, porque aquí, la no-discusión de los motivos de su conversión facilita su
aceptación.

El hecho que el converso deba jurar observar la nueva fe que se supone abraza no dificulta más su paso
de una religión a otra. Como para la mayoría de los judíos bautizados esta nueva fe sólo es cosa “de
negocios” recitar su símbolo sólo es comedia, aunque repugnante e hiriente para todo creyente
convencido. El juramento de estos judíos conversos es, en una palabra, un perjurio que debería
conducirlos detenidos si en vez de pronunciarse en la iglesia ante el juez eterno, se hiciera delante de un
tribunal de aquí abajo, en presencia de un juez terrenal.

Además, ¿qué cualidades morales puede tener gente que jura por los motivos que sabemos? ¿No es
natural que tras haber renegado de su propia religión, primero y luego engañado cínicamente a los
representantes de otra, miren con desprecio y desdén a todo lo que huela a religión? En seguida que se
les permite actuar libremente en la administración, la justicia, el ejército, es inevitable que sus principios
inmorales y sus tendencias destructivas de la religión ejerzan una influencia nefasta en una esfera
todavía más grandes, puesto que ocupan situaciones más elevadas.

II – REFORMAS EN EL INTERIOR DEL JUDAISMO

En cuanto a los judíos que conservan la etiqueta judía, hay un movimiento pronunciado de reforma. Las
sinagogas se vacían, se abandona a los rabinos. Como esos insectos mal protegidos por la naturaleza y
que para disimularse se recubren maravillosamente con el color del medio en el que viven, el Judío se
hace ortodoxo con los ortodoxos, protestante con los protestantes, católico con los católicos y sobre todo
incrédulo con los incrédulos. En todas partes se moderniza, es decir se des-judía y para hacerlo mejor
cuida alejar de sí, pisotear las lejanas tradiciones, sus libros sagrados y no sólo su doctrina, sino su moral.
El apego excesivo y pueril a los antiguos usos ha cedido de pronto su lugar a un desdén no menos
exagerado a todo lo legado del antiguo judaísmo.

No es fácil dar el motivo adecuado ni tampoco una razón aproximada de esta transformación instantánea
en el sentido de la incredulidad. El judío James Darmesteter reconoce que el Judío, en el curso de los
años, sólo ha sido el paladín secreto, el campeón oculto de la incredulidad, de modo que hoy hace sobre sí
el trabajo que realizó durante siglos sobre otros.

Actualmente existen todavía entre los judíos ortodoxos irreductibles, entusiastas de la tradición de Israel,
que rechazan al bautizado, y evitan todo contacto con el no-circunciso. Incluso en las esferas brillantes de
la sociedad moderna todavía pueden encontrarse, aunque escasos, a esos judíos fieles y celosos.

Hace mucho que ya no se lee la Biblia en la gran mayoría de las familias y que no se conoce nada de la
religión judaica. La creencia en lo sobrenatural se ha desvanecido; los dos dogmas esenciales del
judaísmo, la unidad de Dios y el mesianismo se interpretan como meros símbolos y la práctica religiosa
ya no encaja con las nuevas concepciones.

Para poner fin a esos desgarros íntimos, en junio de 1906 se convocó en París una asamblea plenaria de
rabinos de Francia. Las discusiones fueron apasionadas y la lucha entre conservadores y modernistas se
distinguió por su aspereza y violencia. Los modernistas creían ser los amos, pero acabaron perdiendo.

En 1908 y 1909, una asamblea que sólo reunió a partidarios del judaísmo liberal, se reunió en Londres,
para estudiar las causas de esas defecciones. Se señalaron varias. La primera y principal: la discordancia
existente entre las costumbres y las ideas contemporáneas de los occidentales y el pensamiento oriental
formado por la legislación mosaica. Además, la sinagoga es fría, los oficios no revisten interés; las
oraciones públicas son de otra época; los hombres están separados de las mujeres en las ceremonias del
culto; la lengua hebraica que se usa en la liturgia resulta incomprensible para la mayoría de los asistentes
y a todo le falta música. De allí que los niños cuyos padres son austeros observadores de la ley busquen
fuera una orientación religiosa o se dejen seducir por las teorías racionalistas.

Hace algunos años, la judería inglesa intentó remediar este estado de cosas y propuso reformas.

El servicio divino que tenía lugar el sábado por la mañana pasó a la tarde, para permitir que toda la
comunidad participara. Las ceremonias litúrgicas se transformaron: el inglés reemplazó al hebreo, y las
oraciones, escogidas con gusto, estaban adaptadas a las necesidades actuales. Habría cánticos, con
acompañamiento de órgano y se constituiría una verdadera coral. Habría sermones. Se constituiría un
libro de oraciones para uso de las familias. Por último, los señores podrían sentarse junto a las damas.

Estas reformas estaban calcadas, como puede verse, de los usos de las iglesias anglicanas. Fueron
admitidas con dificultades. Muchos judíos hablaron de sacrilegio y expulsaron de la Sinagoga-Unida, a
los principales artífices de esta revolución. Estos rompieron abiertamente con la organización establecida
y se constituyeron aparte. Sus adherentes aumentan día a día.
Una transformación semejante se intentó en Alemania. Hacia 1850, hombres como Darmesteter, Punk,
Weil, trataron de dar al judaísmo un giro liberal “más acorde con el pensamiento moderno”.

Existe en Alemania una judería liberal que remonta a 1870. Se ocupa principalmente de obras de
instrucción , funda círculos juveniles y otorga a las mujeres un amplio papel en la vida religiosa.

En 1900 Théodore Reinach fundó en París la Unión liberal israelita. La nueva comunidad pidió al
Consistorio que le concediera una de las sinagogas, petición que fue rechazada porque los rabinos
consideraron que las tendencias de los reformadores modificarían por completo la religión tradicional.
Ante este rechazo, los judíos liberales abrieron su propia sinagoga y enviaron a sus correligionarios de
Paris la siguiente circular:

”Cierto número de israelitas parisienses, firmemente aferrados a los principios fundamentales de la


religión israelita, aunque persuadidos de la necesidad de poner las formas externas del culto y los
métodos de instrucción religiosa en armonía más completa con las condiciones de existencia, la ciencia y
la conciencia modernas, concibieron del proyecto de constituirse en agrupación en el seno de la gran
comunidad parisiense que va a reorganizarse en ejecución de la ley sobre separación de las Iglesias y el
Estado.

No se trata de provocar una escisión, un cisma. Todo lo que ambicionamos es poder celebrar nuestros
oficios, hacer instruir a nuestros hijos según nuestras ideas y pedimos hacerlo en uno de los templos
existentes, para afirmar mediante ese vínculo exterior nuestra firme voluntad de permanecer en
comunión de pensamiento, obras y cargas con el conjunto de nuestros correligionarios.

Estos son los principios generales que contamos aplicar en la realización de nuestra modesta reforma:

1.Junto al Rabat, instaurar un oficio el domingo por la mañana, para dar a quienes no están libres el
sábado, ocasión de instruirse y edificarse.
2. Reducir la duración de este oficio a una hora, con oraciones o elevaciones en su mayoría en francés y
cada vez, una prédica; esta podrá, algunos días y bajo el control del comité director de la asociación,
confiarse a oradores no rabinos, según una antigua tradición israelita que merece ser revalorizada.
3. Hacer que la instrucción religiosa sea más profunda, mejor adaptada a los resultados garantizados de
la crítica moderna que ha realzado la grandeza y la originalidad del progreso religioso del que surgió el
judaísmo.
4. Dejar a cada uno plena libertad para seguir las prácticas y ceremonias tradicionales, quedando bien
entendido que no deben ni eclipsar ni reemplazar lo esencial de la religión que radica en la comunión
del culto colectivo y en el ardor de la creencia moral individual.

En una palabra, proseguimos una obra, no de separación y de turbación sino de renovación espiritual
que si se comprende podrá dar al judaísmo un renuevo de juventud y vigor, que garantice mejor su
carácter de doctrina siempre viva de verdad y fuerza moral, que le concilie incluso fuera, valiosas
simpatías. El espíritu no la letra, verdad y vida esa es nuestra divisa.

Si estas ideas, señor y estimado correligionario, son las vuestras, os rogamos nos enviéis vuestra
adhesión de principio al grupo en formación que adoptara el nombre de “Asociación israelita liberal de
París.”

El Univers israélite dedicó a esta asociación liberal un largo artículo cuyo pasaje principal dice:

Aunque personalmente no seamos partidarios del servicio dominical, porque vemos en ello una
orientación hacia la absorción del judaísmo en el cristianismo y la supresión de una garantía de la
libertad de conciencia, nos parecería lamentable que el consistorio se negara a acceder a los deseos de
una categoría de gente que son israelitas como nosotros y que no piden nada contrario a la ley religiosa.
Un oficio dominical no está más prohibido que una conferencia y sólo se trata de prestar una sala o una
sinagoga una o dos horas semanales, y la comunidad no perdería nada.

El templo de la Union libérale israelita se inauguró en París el domingo 2 de diciembre de 1907. El oficio
“nuevo estilo” lo celebró el rabino Louis G. Lévy, fundador de la Unión liberal. A modo de sermón,
desarrolló su programa. Las antiguas costumbres, que los usos orientales habían introducido en los ritos
judaicos ya no encajan con las condiciones de la existencia moderna y Europa. La obligación ritual de no
trabajar el sábado, cuando todo el mundo lo hace, y la obligación de hecho de tampoco trabajar el
domingo, día feriado para todos los no judíos, le crean graves inconvenientes, así como la Pascua judía,
que dura ocho días, el Yom-Kippour, tres días, etc. Hay tantos obstáculos, que muchos israelitas se
apartan de las prácticas de la religión para hacer frente a la competencia.

La Union libérale isráelite tiene por objetivo remediar ese estado de cosas. Hará decir los oficios del
Rabat el domingo en vez del sábado. Pascua sólo durará veinticuatro horas, y también las otras fiestas.
Breves visitas a la sinagoga reemplazarán las prolongadas y repetidas estaciones a las que los israelitas
estaban obligados durante esas fiestas. En el templo los hombres se descubrirán, porque “es moderna
señal de respeto”.

¿Qué buscan exactamente los reformistas? Acabamos de verlo: un mínimo de culto, un mínimo de moral,
un mínimo de dogma. ¿Pero hay un límite en las exigencias de semejante materia? Una concesión trae
otra y con la sobrepuja que también juega su papel, los modestos programas del comienzo pronto se ven
superados: se trataba, en principio, de hacer desaparecer el mobiliario envejecido y marchito, de hacer
que el edificio fuera algo más confortable.

Ahora se exige el sacrificio del descanso semanal y de la observancia del Rabat, luego será la supresión
de las leyes relativas al ayuno, la abstinencia, la elección de los alimentos, y finalmente, el abandono de
las prácticas de la circuncisión.

Para el dogma se conserva la creencia en la unidad de Dios y en la Providencia, que se encarga de situar a
Israel a la cabeza de las naciones; se entiende que las profecías mesiánicas se refieren a la Revolución de
1789 y a la emancipación de los judíos: el Mesías es toda la raza que avanza a la conquista de los
pueblos. Cabe subrayar que la mayoría de los judíos que acceden al cristianismo, siguen considerándose
como pertenecientes a la raza judía y como tales aprovechan las promesas hechas. Para los iniciados, la
entrada puramente externa de los judíos en un cristianismo modernizado es el medio de llegar y de
arrastrar a ese cristianismo sin dogma, a esa religión humanitaria, a ese Jerusalem de nuevo orden del que
hemos hablado. Entran en la sociedad cristiana para ser un fermento de liberalismo. No obstante, incluso
en Europa, hay Judíos que persiguen por otras vías los destinos de Israel.

XVI – EL SIONISMO

“Lo que el pueblo judío hacía hace cinco mil años, dice Chateaubriand, todavía lo hace. Asistió diecisiete
veces a la ruina de Jerusalem y nada puede desalentarlo, nada impedirle llevar su mirada hacia Sion”.

Cada año, el 20 de abril, por toda la tierra, la nación judía se levanta, a la misma hora, como un solo
hombre, coge la copa de la bendición y repite tres veces: “¡El año que viene, en Jerusalem!” (Archivos
israelitas, 1864)

En el libro Les nations frémissantes contre Jesús-Christ et son Eglise, el abate Joseph Lémann dice :
« Afirmo que en todas las partes del mundo adonde se dispersaron, nuestros antiguos correligionarios
aman todavía a Jerusalem, rezan a menudo volviéndose hacia Jérusalem, se dan limosna entre ellos en
nombre de Jerusalem y esperan volver a ver a Jérusalem. Sé de países en que los judíos demasiado
pobres o demasiado mayores para emprender el viaje sagrado, ver con sus ojos a Jerusalem y apoyar sus
labios, encargan pequeñas bolsitas llenas de tierra de Jerusalem. En su lecho de muerte, recomiendan a
sus hijos que los entierren con esa tierra de la patria sobre el corazón …

Toda la religión judía se basa en la idea nacional: ni una aspiración, ni una pulsación que no sea HACIA
LA PATRIA. Al levantarnos, al acostarnos, al sentarnos a la mesa, invocamos a dios para que acelere
nuestro regreso a Jerusalem, sin demora, ahora”.

Al comienzo de la era cristiana, los judíos residentes en Jerusalem venían a llorar al lugar donde se había
introducido la piedra fundamental del Templo. Ese lugar se designa como piedra sagrada. La ungían con
aceite y la regaban con sus lágrimas. Actualmente, ese emplazamiento de la piedra sagrada está enclavada
en la mezquita de Omar, levantada sobre las ruinas del Templo de Salomón. Los judíos lloran ahora
delante de un ante-muro del Templo o pared de la muralla que permanece en pie.

Joseph Lémann describe así la escena:

“Todos los viernes por la noche, desde hace diecinueve siglos, cuando el viajero cristiano se dirige hacia
allí, a la caída de la noche percibe grupos de pobres judíos llorando juntos. Por un lado las mujeres
sentadas en círculo en la actitud del dolor … Más lejos, los hombres en cuclillas sobre las ruinas del
Templo, besan los restos del muro; apoyan la cabeza y hunden las manos con frenesí en las hendiduras
de la piedra … Se les escucha recitar las lamentaciones de Jeremías y todos gimen repitiendo este gripo
de dolor: “¡Cuánto tiempo todavía, oh mi Dios!”

Los Anales de Nuestra Señora de Sion en Tierra Santa (diciembre de 1878) describen la misma escena
casi en los mismos términos: “El viernes a las tres de la tarde, al pie de una alta muralla ennegrecida por
los siglos, único resto del asentamiento que sostiene la esplanada del Templo de Salomón, un centenar de
desdichados israelitas, Biblia en mano, recitan en voz alta las lamentaciones de Jeremías; algunos emiten
sollozos que parten el alma, otros se aprietan convulsivamente contra las piedras de la antigua muralla, y
las besan con amor; los hay que hunden sus manos en las grietas de las venerables ruinas y luego se las
pasan por los labios y los ojos; todos elevan sus miradas y sus brazos hacia el cielo, pidiendo con
insistencia el socorro de Dios y la llegada del Mesías”

Te suplicamos, ten piedad de Sion


Reúne a los hijos de Jerusalem
Apresúrate, apresúrate, Salvador de Sion
Habla a favor de Jerusalem
Que pronto se reestablezca en Sion el dominio real
Consuela a los que lloran sobre Jerusalem , etc.

El profetas Jeremías no parece haber visto esta escena de dolor cuando dice en el capítulo XXX versículo
15 : “¿Por qué gimes sobre tus ruinas? Tu dolor es in curable a causa de tus iniquidades. A causa de tu
endurecimiento, hice caer estos males sobre ti”.

Se pensó que los tiempos modernos se prestaban a la realización de esos deseos y que era un deber
ayudarlos.

De allí el SIONISMO.

Podemos hacer remontar su concepción a Moisés Hesse que publicó su libro Roma y Jerusalem en 1848.

Después de Hesse, el verdadero promotor del movimiento fue el doctor Herzl, redactor en jefe de Neue
freie Presse, importante periódico vienés.

“La emigración de los judíos, dice Herzal, en el libro que escribió sobre la organización soñada, se
efectuará poco a poco, de forma regular y metódica.

Los capitales necesarios para echar las bases del establecimiento agrícola e industrial de los Judíos en
Palestina los proporcionará el pueblo. El suelo nacional, Palestina, sin duda alguna será concedido a los
judíos: las grandes potencias, antes que dejar que una de ellas se apodere de ese país, seguramente
preferirán ver fundar un pequeño estado neutral y pacífico como indefectiblemente debe ser el futuro
estado judío. El imperio turco estará más interesado aún ya que la venta de los territorios palestinos le
permitirá levantar el estado de sus finanzas y la colonización y aprovechamiento de Palestina por parte de
los judíos le asegurarán indudables ventajas económicas.

A fin de respetar los escrúpulos de la cristiandad, los lugares santos se situarán en condición jurídica de
exterritorialidad, régimen garantizado y reconocido por el derecho internacional público. Para construir el
Estado judío tenemos personal, materiales y planos; el terreno a construir lo obtendremos. Por
consiguiente, estamos en condiciones de preparar un domicilio para nuestra nacionalidad liberada. Para
realizar ese fin nos basta con quererlo, pero hay que desearlo con todas nuestras fuerzas.

Restaurar el poder judío en Jerusalem prosigue Herzl no es sólo asegurar un lugar de asilo a los
desdichados judíos, es, en la idea sionista, elevar el valor abatido, reanimar en su corazón su fe en ellos
mismos, devolverles la conciencia y el orgullo de su raza. ¿No es Palestina la tierra a la que están unidas
todas las tradiciones religiosas y nacionales del pueblo judío? En todos los períodos de su historia es en
Jerusalem y sobre todo en la colina sagrada de Sion donde se centraron sus esperanzas místicas, su fe en
días mejores, en medio de las pruebas”.

Los judíos de Rusia, de Polonia, de Rumanía, de Finlandia saludaron el libro de Herzl como un acto de
deliberación:
Periódicamente se reúnen en Basilea congresos con la misión de extender la cuestión sionista. El primero
tuvo lugar en 1887. en el de 1898 los sionistas decretaron la construcción en esa localidad de un palacio
sede del congreso anual y el comité permanente. Marmoreck de Viena fue encargado de establecer el
plano en base a las indicaciones que se le dieron: una gran sala de sesiones para los congresos, oficinas
para las secretarias, restaurante, una gran pieza destinada a recibir la Biblioteca nacional judía. Esa
biblioteca ya era muy rica, pero como los libros reunidos por los sionistas no tenían emplazamiento
especial estaban en un estado de confusión perjudicial para los ejemplares que los hacía casi inútiles para
los trabajadores. El comité de acción expresaba al mismo tiempo su resolución de fundar una academia
hebraica.

Otra resolución del congreso de 1898 tuvo por objeto la creación en Londres de un banco internacional
destinado a lanzar y sostener la idea judía. (26)

Al año siguiente el Intransigeant publicaba la siguiente información. No podemos decir si era la


realización de un deseo emitido por el congreso sionista.

“Se ha fundado una compañía judía (limitada) registrada según la ley inglesa para las sociedades
anónimas, con un capital de dos millones de libras esterlinas, es decir cincuenta millones de francos,
dividida en 1.999.900 acciones de una libra esterlina y 100 partes de fundadores.

La sociedad tiene por secretario general a J.H. Loewe. La sede social está en Londres, Broad Street
Avenue.

El Consejo de vigilancia está compuesto por veinte judíos notables entre los cuales podemos citar :
Théodore Herzl, hombres de letras en Viena; Bodenheimer, abogado, en Colonia; Bernstein Kohan,
doctor en medicina en Kissingers (Baviera); Samuel Pineles, negociante, en Galatz.

El consejo de administración cuenta entre sus principales miembrosa : David Wolffsoh, de la casa
Bernsteim y Wolffsohn, de Colonia; J.H. Kahn, de la casa Lissa y Kahn de La Haya; S.L.O. Heymann, de
Londres; Rodolphe Schauer, de Mayence; Horenssein, negociante, de Kiev. Banco de la Sociedad:
London and Provincial Bank (Ltd.), 7 Bank Buildings, Lothbury, Londres.

La composición de los diversos comités encargados de dirigir a esta compañía financiera judía revela un
eclecticismo notable. Cuenta con buenos israelitas de Austria, Holanda, Rusia y sobre todo de Alemania.

Pero lo que resulta particularmente interesante es la preciosa indicación proporcionada por los estatutos
sobre el objetivo de la Sociedad.

“La compañía no tiene por objetivo exclusivo la adquisición de beneficios y la distribución de dividendos.

“Tiene por meta realizar operaciones ordinarias de Banca en todas las regiones del globo, según lo
exija el interés del pueblo judío, de conformidad con la opinión del consejo de administración”.

Al Congreso de 1901 acudieron más de doscientos delegados. Habían venido de Manchuria, de América,
del Tchad, de Liberia, del sur de Africa, de Egipto y de toda Europa.

El Dr. Herzl, presidente del comité permanente de acción informó que había sido recibido en audiencia
particular por el sultán y que este había declarado que el sionismo hallaría en él a un poderoso protector.

Después del presidente, diferentes miembros del comité de acción rindieron cuentas de la situación, desde
el punto de vista propagandístico.

Las cifras citadas merecen nuestra atención. El delegado vienés anunció que toda Europa oriental está
atravesada por un ardor de proselitismo extraordinario. En Bulgaria, de 6000 judíos, 2000 son sionistas.
Rusia tiene 600 grupos, cada uno con al menos 1000 francos para propaganda.

La cifra oficial dada en el congreso, para toda Europa, en el capítulo “agitación” es de 150.000 francos.

El movimiento sionista también alcanza a Inglaterra. Haas anunció que cuatro y medio por ciento de los
israelitas ingleses se han adherido al sionismo.
Sobre todo es en Londres y mediante las buenas disposiciones del Banco colonial – del que son miembros
ricos israelitas e incluso cristianos – donde el sionismo encontrará apoyo. Un inglés, Hall Caine envió una
carta al Congreso declarando que él, cristiano sionista, admiraba mucho a los judíos y que ya era hora de
que pensasen en construir ciudades por sí mismos, tras haber construido demasiado para otros. En
Palestina, bajo la protección del sultán y el control de las otras naciones, formarían una República judía.

Los sionistas adoptaron una bandera simbólica que flotó sobre el casino de Basilea durante los cuatro días
que duró el Congreso. Sobre fondo blanco, dos bandas azules longitudinales enmarcan dos triángulos
superpuestos que figuran una estrella de seis puntas.

Tras el congreso de 1903 se produjo un incidente que hizo muy ruido. En un baile dado en casa de un
judío y para judíos, con fines de unión y solidaridad, un judío de Rusia llamado Chain Selik Louban
disparó dos tiros de revolver a otro judío, el escritor Max Nordau.

En el congreso Max Nordau había presentado las propuestas de Chambaerlain, ofreciendo reconstituir la
nación judía no en Palestina sino en Uganda. El congreso contaba con 490 miembros. La propuesta
desencadenó una tempestad, Nordau fue acusado de haber traicionado el ideal judío que debe tender sólo
hacia Jerusalem y no hacia otro lugar.

Max Nordau dijo que los sionistas al escucharlo “se arrojaron al suelo, con los ojos inyectados en sangre,
la boca torcida, espuma en los labios, agitados por horribles contorsiones. Se los tuvo que sacar fuera y
les atendí como médico. Me condenaron a muerte y su ejecutor escogido por la suerte vino a Berna con
ese fin”.

La confrontación entre Chain Louban y Max Nordau, confrontación en la que actuó el juez de Valles,
resultó particularmente interesante.

Los dos adversarios plantearon la cuestión judía. Uno y otro reconocieron que lo judío constituía más que
una religión, más que una raza, una nación y que esa nación nunca se fundiría, ni se asimilaría a otros
pueblos. Ambos concluyeron en la necesidad de reconstituir el reino de Israel.

Lo que divide al doctor Nordau y a Chain Loubon es que el primero es un oportunista, que prefiere ver al
pueblo reconstituir su nación en Africa antes que permanecer en estado de pueblo errante mientras que el
intransigente estudiante sionista declara que la nación judía se establecerá en Palestina y únicamente en
Palestina.

El séptimo congreso se abrió, siempre en Basilea, el 26 de julio de 1905. Se reunieron más de 700
delegados, de los cuales unos 100 venidos de países de ultramar. Representaban a 22 Estados. (27) En su
discurso de apertura, Max Nordau recordó la memoria de l Dr. Herzl, promotor del movimiento sionista.
Fue nombrado presidente con seis vice-presidentes de diferentes países, once asesores y trece secretarios
para ocho lenguas diferentes.

El presidente, tras estas elecciones, dio lectura a su discurso-programa, que no se publicó.

Al día siguiente, uno de los vice presidentes, Walmorok, de París, informó sobre la gestión del comité de
acción. Comprobó el desarrollo continuado del movimiento sionista.

El 28 de julio tuvo lugar la gran discusión sobre el lugar de reunión del Israel disperso. ¿Sería Africa?
¿Sería Palestina? El número de oradores inscritos superaba lo usual. La mesa propuso designar a cuatro
que hablarían en nombre de los otros. El Dr. Syrken, de París, se opuso. La mayoría no compartió su
opinión y la agitación de la Asamblea fue tal que el presidente se vió obligado a cerrar la sesión. En la
antecámara, en las escaleras hubo golpes y la policía tuvo que intervenir.

La discusión se retomó por la tarde, sin que las cosas mejoraran. Levantada a las 7, se reanudó la sesión a
las 9. El 29 de julio era día de Rabat. El 30 la cuestión de la colonización de Uganda por parte de los
judíos quedó finalmente cerrada.

El congreso, agradeciendo la oferta del gobierno inglés, votó la siguiente resolución:

“El Congreso mantiene firmemente los principios de su programa tendente a establecer una patria para el
pueblo judío en Palestina. Rechaza cualquier colonización fuera de Palestina o países vecinos”.
Los oponentes protestaron, abandonaron la sala gesticulando, para redactar y dirigir al pueblo judío una
protesta contra el trato que la mayoría les había infligido.

Otras sesiones tuvieron lugar en los días siguientes para tratar temas menos importantes: la designación
de la comisión de organización compuesta por 31 miembros, el mantenimiento de la comisión de
Palestina con su crédito anual, la constitución del fondo nacional para la compra de terrenos en Palestina,
cuando esas compras pudieran hacerse sobre bases seguras.

El 2 de agosto, Frommensen, en nombre de los delegados americanos, puso en manos del Congreso la
bandera sionista que, en la exposición de San Luis ondeaba entre las de las otras naciones.

Otro hecho tuvo lugar. El 28 de julio del pasado año, los periódicos de Londres publicaban esta noticia:

“Los jefes del partido jóven-turco, que quieren ganarse las simpatías de todos los partidos y de los
adeptos de todas las religiones, habrían incluido en su programa, si nos fiamos del telegrama recibido de
San Petersburgo por el Daily Telegraph, la retrocesión de Palestina a los judíos en base al proyecto de los
sionistas. Ahora se entiende por qué
los israelitas abrazaron tan pronto la causa de los jóvenes-turcos”

La persistencia de los sionistas por rechazar todos los territorios que se les ofrecieron, en América
primero, en Africa luego, en regiones más aptas para la colonización que la Palestina actual, muestra que
su meta es la restauración de Israel, de acuerdo con la predestinación que suponen de llegar al dominio de
todos los pueblos.

Mientras tanto, los judíos, sólidamente unidos entre sí, constituyen en cada nación un Estado dentro del
Estado, aportando, en caso de revolución como acabamos de ver en Rusia, la ayuda de su influencia y de
su acción a todos los partidos subversivos. Toda revolución avanzará la obra de desorganización universal
que debe permitir a Israel establecer su dominio sobre todos los pueblos.

No fue en Basilea sino en Hamburgo donde a finales de diciembre de 1909 se reunió el nuevo congreso
sionista. Permitió comprobar un notable incremento del poder del movimiento que arrastra a los judíos
pobres, particularmente los de Rusia, Austria y Rumania hacia la reconstitución de un Estado Judío.

Además de los congresos internacionales que cada año tienen lugar en Basilea, el sionismo celebra en
diversos países congresos regionales, tanto en el Nuevo Mundo como en el antiguo. La prensa no se
preocupa en mencionarlos. La Vérité de Québec incluyó el informe del evento en Montreal el 4 y 5 de
junio de 1905, con 260 delegados. De Sola que lo presidía pronunció un discurso entusiasta. Proclamó
claramente que los judíos son una raza diferente que debe mantener la conciencia de su antigua gloria y la
grandeza que el futuro le reserva. Antes de separarse, los congresistas eligieron a la mesa para el congreso
del año próximo.

Las colonias agrícolas que los judíos tienen en Palestina son actualmente uno de los aspectos más
interesantes de su propaganda sionista.

En 1870 un judío francés, Setter, había fundado en Jaffa una escuela de agricultura para judíos y Jaffa
pasó a ser el auténtico centro de la colonización israelita en Palestina.

En 1882 emisarios judíos viajaron a Tierra Santa a comprar tierras para las colonias en preparación,
lugares de refugio ofrecidos a los judíos expulsados de entre los cristianos católicos o cismáticos de
Europa central y oriental.

Desde entonces, los judíos continúan instalándose en Palestina. Procedieron primero mediante compra de
propiedades, luego compraron poblados árabes enteros. Par ello aprovechan años de carestía o de
calamidades para enviar a los perceptores de impuestos que exigen el pago inmediato. Como en el pueblo
no hay ni un céntimo, se ven forzados a recurrir a los judíos, que se apresuran a prestar … a un interés del
200% y contra hipoteca del pueblo entero (la propiedad es indivisa en los poblados de Palestina). Al cabo
de un año el pueblo es vendido a los judíos, casi por nada. La penetración judía en Palestina está
abiertamente patrocinada por la Alliance Israelita; recibe, como hemos visto, el aliento y los subsidios de
todos los grandes judíos. Su principal palanca es la Anglo Jewish, colonisation association, fundada por el
barón de Hirsch y a la que este ilustre filibustero dejó al morir 250 millones. Asimismo cuenta con el
apoyo de la Anglo Palestina Company, fundada, como ya dijimos, con ese fin.
“Los mismos Rothschild, dice Edouard Drumont, tan prudentes y tan hábiles, se interesan enormemente
por esta recuperación de posesión del reino de Israel. Así, Edmond de Rothschild, tras haber hecho
comprar por su cuenta cantidad de poblados, puso a todas esas colonias judías reunidas en manos de la
Anglo-Jewish Association, añadiendo un donativo de 20 millones.

Aunque los ricos israelitas favorecen el establecimiento de sus correligionarios en Palestina, ello no
significa que entienden abandonar Europa donde ocupan situaciones privilegiadas, al ser los reyes de las
finanzas. Por otra parte, para la meta final que persigue la nación, resulta útil que permanezcan dentro de
los otros pueblos.

En la actualidad, dice el Bulletin de la société italienne de Géographie, la tercera parte de Palestina está
en manos de judíos. Cuentan con propiedades considerables en todas partes: más de cuarenta por ciento
de los terrenos cultivables del distrito de Jaffa; setenta y cinco por ciento de la superficie del distrito de
Tiberíades; amplias extensiones de terreno al oeste del Jordán, cerca de Jerusalem, de Jaffa y de Caifa.
Han fundado escuelas, establecido una imprenta y redactan un periódico muy difundido. Jerusalem es ya
una ciudad conquistada; la mayoría de su población actual es judía.

El número de judíos crece de año en año en Palestina. Decir su número exacto sería imposible, porque los
registros del estado civil se desconocen y los censos periódicos se reducen en suma a estimaciones más o
menos aproximadas. Pero no se exagera si se eleva su número para toda Palestina a 100.000, es decir la
octava parte de la población total del país.

En Jerusalem, en el siglo XVII, había apenas un centenar de familias judías; en 1877 se contaban 15.000
judíos; en 1903 esa cifra ascendía a 35.000 y actualmente puede evaluarse su número en 50.000. Fuera de
la ciudad santa, sus colonias están diseminadas por todo el país: En Hebron son 1500, en Jaffa 4.000, en
Gaza 100, en Naplouse 200, en Haifa 900, en Acco 1000, en Tiberíades 3500; en Sabed constituyen la
inmensa mayoría de la población: 24.000 de 35.000 habitantes. Además, poseen muchas colonias
agrícolas de menor importancia: en Akir (el antiguo Ekrou de los Filisteos), en Artouf, en Zammarin,
cerca de Cesárea; en Athlit, en Es-Sadjara entre el Thabor y Tiberiades, etc. Asimismo, podemos estar
seguros de encontrar a una o varias familias judías en todas las ciudades pequeñas y aldeas donde exista
esperanza de beneficio hasta Kérak, en el corazón del país de los Beduinos.

Los judíos de Palestina, dijo del doctor Motzkine en el congreso sionista de 1898, deben aprender y
hablar hebreo, a fin de establecer, mediante el uso de esta lengua, una solidaridad indispensable entre
todos los miembros de la raza. De hecho, en la colonia de Recbovoth, fundada en 1890 por una sociedad
polaca, y que sólo cuenta con 250 habitantes, los cursos de lengua hebraica tienen gran seguimiento y la
generación jóven habla hebreo puro.

En el orden de ideas abierto por el sionismo, un periódico americano, el Pearson’s Weekley, anunció que
los francomasones de Boston habían formado una Compañía para reconstruir el templo de Salomón.

Otro proyecto: se trata de la constitución de un Parlamento judío, parlamento que sería internacional,
evidentemente, y que igual que los congresos socialistas o la conferencia de Marruecos, se asentaría ora
en una ciudad, ora en otra. El Jewish World del 15 de diciembre de 1908 publicó al respecto las
declaraciones eminentemente sugerentes de un nacionalista judío activo e inquieto, B.J.Belisha:

“Lo que queremos, dice Belisha, es una institución que sería poderosa y eficaz, una institución que
represente a todos los judíos en una Asamblea internacional judía, que se basaría en los principios
democráticos y sería responsable ante la nación judía.

Necesitamos un Parlamento judío para un Israel reunido. Las organizaciones sionistas y territoriales sólo
son secciones. Necesitamos un Parlamento que actuaría como Gran consejo de toda la nación.
Naturalmente, no podría ser un cuerpo legislativo; no podría mantener sus decisiones por la fuerza pero
podría ejercer gran poder moral.

Lo que propongo es que esta asamblea internacional se componga de 500 miembros, elegidos por todas
las comunidades judías del mundo, proporcionalmente a su número y su importancia. Todo hombre o
mujer mayor de 18 años podría ser elector suscribiendo la cantidad de 2 chelines 6 peniques anuales, y si
un millón de individuos se adhirieran a esta propuesta, tendríamos un ingreso anual de 125.000 libras
esterlinas …
La mesa central tendría sede en Londres o en Paris. El Parlamento celebraría una sesión anual que duraría
un mes y esa sesión se reuniría por orden en todos los principales centros judíos del mundo, para excitar
el interés del partido y mantenerlo. Este Parlamento actuaría hasta que podamos transferirlo a una tierra
que nos pertenezca. “

¿Sería ese Parlamento un ensayo, un boceto de la Convención que los revolucionarios del 93 pedían para
gobernar a la República universal en la que deben fundirse todas las naciones del universo y cuyo camino
en la mente de los pueblos preparan las ideas internacionalistas?

En vista de todo lo dicho desde el número VIII al XVI, es fácil ver lo profundo y extendido del
movimiento que desde hace un siglo agita al pueblo judío.

Evidentemente, es un signo.

XVII – ESTA PROXIMA LA ENTRADA DE LOS JUDIOS EN LA IGLESIA

“La primera consecuencia del acto de emancipación, dice J.Lémann, fue para los judíos la ruina de las
tradiciones y de las prácticas que constituían esencialmente la vida judía. Mientras ese pueblo fue
despreciado y apartado se hab ía conservadoa ferviente, apegado a sus tradiciones, porque es propio de la
persecución o de la hostilidad, el aferrarse a cualquier idea, a cualquier creencia. El pueblo judío
defendía su religión por la que era hostil al resto del género humano. A falta de las prácticas puras del
mosaismo, imposibles desde la caída de Jerusalem, observaba con escrúpulos las prescripciones cien
veces más estrechas de sus rabinos. El Talmud, ese libro de plomo, pesaba sobre él. Pero a partir de
1791, es decir después de su entrada en sociedad, la mayoría de los Israelitas, para ponerse en armonía
con las exigencias de la ley civil y sobre todo para poder figurar en esa vida de fiestas y placeres que
encontraron al salir de sus ghetos, abandonaron una a una sus tradiciones, las costumbres de sus padres,
sus prácticas molestas. De modo que, así como la primera vez tras la caída del Jerusalem, el mosaismo
puro degeneró en talmudismo, ahora el talmudismo degenera a su vez en racionalismo o en indiferencia,
es decir en nihilismo”.

El mismo autor expone así las consecuencias que esta misma emancipación tiene para nosotros:

“Siempre fueron una potencia hostil. También eran una potencia financiera con la que había que contar.
Se han convertido en una potencia civil por los derechos de ciudadanía que la Constituyente les
reconoció. Napoleón volvió a hacer de ellos una potencia religiosa dando vida a su culto y a sus rabinos.
Ya sólo les queda por convertirse en una potencia política que dispondrá, entre las naciones hospitalarias,
del tesoro, de la legislación, del ejército y de la diplomacia. Lo lograrán … “ Hoy puede decirse: lo han
logrado.

Los judíos se han emancipado ¿realmente van a convertirse, a cumplir en nuestros días con las profecías y
entrar en masa en la verdadera Iglesia? A primera vista parece que están más lejos que nunca.

Ya vimos que no sólo ocupan las primeras filas en el ejército de los perseguidores de la Iglesia, sino que
muchos de ellos han perdido la fe y que son los instigadores de ese movimiento que en los dos
hemisferios quiere disolver a todas las religiones en el humanitarismo.

Sin embargo, es probable que en los designios de la Providencia, una cosa prepare a la otra.

Los judíos han llegado a humillar a las naciones cristianas, infieles y a castigarlas y durante un tiempo
que sólo Dios conoce, el castigo será cada vez más visible y grave. Pero al ejercicio de la justicia
sucederá el de la misericordia. Puede que cuando los jefes de la conjura anticristiana vean fracasar sus
planes y romperse todo su poder en el preciso momento en que creían tener una victoria definitiva, se
vuelvan hacia su vencedor y como Saúl exclamen: “¿Quién eres Señor? Señor, ¿ qué quieres que haga?”
Y el señor responderá como en los primeros días del cristianismo: “Id a llevar mi nombre ante las
naciones, ante los reyes y ante los hijos de Israel”.

Su prédica devolverá al rebaño al redil. El hecho, indudablemente se producirá algún día. Dios así lo
afirmó. La hora y el modo permanecen secretos.

Todas las interpretaciones de las Santas Escrituras sobre este punto han encontrado siempre, por parte de
la Santa Sede y de la Iglesia, total reserva. “Por un lado, dice Lémann, la santa Iglesia tiene a las divinas
escrituras que anuncian esta conversión y por otra se dispone a bendecir al antiguo pueblo de Dios al que
espera y por el que reza. Pero eso es todo. Los caminos por los que retornarán y la época de ese retorno,
los ignora. Y siempre que se le han presentado aproximaciones basadas en las divinas Escrituras, la
Iglesia ha permanecido reservada, reverenciando los siete sellos misteriosos que sólo levanta el león de la
tribu de Judá. (Apoc. V,5).

“El retorno de Israel, dice el Dr. Allioli, es de la mayor importancia, porque la entera conversión de los
judíos será la entera conversión del mundo”.

Es lo que deja entender San Pablo (capítulo XI de su Epístola a los romanos) ¿Acaso Dios ha rechazado
a su pueblo? ¡Lejos de ello! - Yo mismo soy israelita. Dios no ha rechazado a su pueblo, al que conoció
en su presciencia. ¿Qué decir entonces? Han chocado de tal forma que cayeron (para siempre)? Dios no lo
quiera”

El gran apóstol prosigue luego y hace esta memorable y consoladora predicción: “Que si su pecado fue la
riqueza del mundo y su disminución la riqueza de los Gentiles, ¿qué será su plenitud? Porque si su
rechazo se ha convertido en la reconciliación del mundo qué será su reintegración sino (un retorno para el
mundo) de la muerte a la vida”.

Ya antes que San Pablo, el profeta rey David había contemplado esa era inaudita, hasta ese día en que un
impulso de todos los pueblos de la tierra sin excepción hacia el señor, al convertirse Israel. Su alma ante
esa visión se exalta y exclama: Naciones, alabad todas al señor, pueblos, alabadlos porque su misericordia
se ha consolidado en nosotros (Israel) y la verdad (las promesas) se escuchará durante los siglos
venideros”. (P. CXVI)

Y antes de David, Moisés: “El señor tu Dios traerá a tus cautivos, tendrá piedad de ti y te reunirá del
medio de todos los pueblos entre los que antes te había dispersado. Cuando hayas sido dispersado hasta
los polos del cielo, el Señor tu Dios te retirará, te tomará y te introducirá en la tierra que poseyeron tus
padres y serás el amo y bendiciéndote te hará más numeroso de lo que fueron tus padres”. (Deut XXX 3-
6)

Los acontecimientos que se desarrollan desde hace un siglo nos recuerdan también la célebre predicción
de Osée: “Los hijos de Israel estarán durante mucho tiempo sin rey, sin príncipe, sin sacrificios, sin altar:
y después de esto volverán y buscarán al Señor su D ios y a David su rey”.

Lémann, en su libro Les nations frémissantes contre JC et son Eglise, señala en particular :

« Hace más de treinta años (esto se escribía en 1876) en un santuario de Roma, la Virgen María se
revelaba con su gloria y sus bondades a un judío (Libermann), cuya conversión fue como un sonido de las
trompetas del Apocalipsis en la Iglesia. Desde esa hora, como a una señal de María, comenzó en el
mundo, de manera lenta pero segura, la conversión de los Judíos. Desde entonces, el judaísmo moderno
se ha dividido en dos corrientes: una, el falso judaísmo, que corre a perderse en el racionalismo y la
indiferencia; el otro, el verdadero judaísmo, que silenciosamente quiere completarse, acabarse y
coronarse en el catolicismo. Porque si el judaísmo es el Mesías prometido; el cristianismo, es el Mesías
llegado”.

XVIII – LA CUESTION JUDIA EN EL CONCILIO VATICANO

La cuestión judía ocupa cada vez más los espíritus. Los libros que la abordan se multiplican y los
periódicos la tratan casi todos los días. Para esta cuestión la Iglesia tiene una solución, de caridad y paz,
que fue presentada en el Concilio Vaticano por 516 obispos, en estos términos:

“Los padres abajo firmantes piden al santo concilio ecuménico del Vaticano, con humilde y apremiante
oración, que se digne prevenir mediante paternal invitación a la infortunada nación de Israel; es decir, que
exprese el deseo de que cansados finalmente de una espera tan vana como prolongada, los Israelitas se
apresuren a reconocer al Mesías, nuestro Salvador, JC, verdaderamente prometido a Abraham y
anunciado por Moisés: culminando y coronando así a la religión mosaica sin cambiarla.
Por un lado los padres abajo firmantes tienen la muy firme confinase de que el santo Concilio tendrá
compasión de los israelitas, porque siempre han sido muy queridos a Dios a causa de sus padres y porque
de ellos nació Cristo por la carne.

Por otro, los mismos Padres comparten la dulce e íntima esperanza que ese deseo de ternura y honor será,
con ayuda del Espíritu Santo, bien acogido por muchos de los hijos de Abraham, porque los obstáculos
que hasta ahora los detenían, parecen desaparecer cada vez más, desde que cayó el antiguo muro de
separación.

Quiera el Cielo que cuanto antes aclamen a Cristo diciéndole: “Hosanna al Hijo de David” Bendito sea el
que viene en nombre del Señor”

Quiera el Cielo que acudan a echarse en brazos de la Inmaculada Virgen María que, ya es su hermana por
la carne y que puede ser su madre por la gracia, así como lo es nuestra.

Ese es el deseo y la esperanza de la santa Iglesia que no quiere arrancar la rama rota a medias ni apagar la
mecha que todavía humea, pero que sólo aspira a salvar con las naciones a los restos de la casa de Israel.

Días antes de la presentación de esta súplica, el papa Pío IX que recibía en audiencia a los abades
Lémann, apóstoles infatigables de la conversión de Israel, exclamaba: “He aquí a los dos hermanos
israelitas, a los dos sacerdotes que tienen tanto celo por la salvación de su pueblo. Para reunir todas estas
firmas habéis debido caminar mucho, y fatigaros mucho”. Ambos hermanos respondieron: “Sí, Santo
Padre, caminamos mucho; personificando en nosotros a todo nuestro pueblo, fuimos el Judío errante y el
Judío errante terminó sus andanzas al subir las escaleras de todos los Obispos del mundo, reunidos en
Roma. En Roma hicimos por última vez la vuelta al mundo” Y Pío XI respondió con ternura: Hijos
míos, acepto vuestra postulatum, y yo mismo lo entregaré al secretario del concilio. Sí, es conveniente
dirigir a los Israelitas algunas palabras de exhortación y aliento. Vuestra nación tiene en las Escrituras
promesas ciertas de retorno. Si no puede hacerse toda la vendimia, que el Cielo nos conceda al menos
algunos racimos”. Luego, bendiciendo con amor a los dos sacerdotes: “Trabajáis por vuestro pueblo, es
vuestra vocación, continuad con el surco; debéis hacer por él lo que hizo Moisés, liberarlo”.

En otra ocasión, el Papa Pío IX dijo a los mismos hermanos a los que tanto quería: “Roguemos por los
israelitas para que participen en el triunfo de la Iglesia”.

XIX – ASOCIACION DE ORACIONES POR LA


CONVERSION DE LOS JUDIOS

Hacia finales de 1903, un eclesiástico de la diócesis de Paris, haciéndose intérprete de algunos piadosos
fieles, se dirigió a la Casa Madre de la Congregación de Nuestra Señora de Sion para comunicar el deseo
que habían concebido de suscitar entre los cristianos que vivían en medio del mundo una asociación de
oraciones cuyo objetivo sería la conversión del pueblo de Israel.

Ese deseo, tan acorde con el impulso sentido por los hermanos Marie Théodore y Marie-Alphonse
Ratisbonne, después de la milagrosa conversión del 20 de enero de 1842, fue favorablemente acogido por
la Congregación nacida del milagro.

Sin embargo, no hubo precipitación en darle curso y a pesar de reiteradas instancias, desde diciembre de
1903 a diciembre de 1904 el proyecto permaneció sin ejecución.
Se insistió entonces más intensamente para que las almas de buena voluntad cuyo pequeño círculo se
había ampliado pudieran finalmente reencontrarse y unir sus oraciones mediante la asistencia a una mesa
mensual, cuya celebración tendría lugar en el altar de Nuestra Señor de Sión. Ese deseo fue sancionado
por S.E el Cardenal Arzobispo de París que puso a la nueva Asociación bajo la dirección de los
sacerdotes de Nuestra Señora de Sión, y la misa se fijó para el 25 de enero, fiesta de la conversión de San
Pablo.

En esta circunstancia, los asociados se reunieron por primera vez en la oración que desde hace sesenta
años las hijas de Sión repiten cada día en el momento más solmene del Santo Sacrificio, aquella que el
mismo Salvador, al expirar en la cruz dirigió a Dios a favor de su pueblo: “Padre, perdónalos, porque no
saben lo que hacen”.
En cada una de las reuniones que periódicamente siguieron a la del 25 de enero, se eleva esta súplica
entre dos cánticos amorosos compadeciéndose por Israel. El corazón y los labios de los Asociados, cuyo
número no ha dejado de aumentar con maravillosa rapidez, así lo expresa.

De todas partes surgen simpatías, que parecían haber estado esperando esto para despertar.

Un movimiento de misericordiosa caridad viene a oponerse a una repulsa durante tanto tiempo motivada.

La iniciativa de fervientes celadores y piadosas celadoras ha sabido conquistar numerosos hogares


intercesores, distribuidos por toda Francia, Italia y Palestina: religiosas franciscanas, dominicas,
capuchinas y clarisas, jóvenes confiadas a esos diversos establecimientos, sacerdotes, cristianos y
cristianas que viven en el mundo, todos juntos sumaban al finalizar el primer año un total de casi mil
personas. Esos progresos consoladores estaban lejos de hacer presentir la extensión que siguió.

En efecto, una corriente de ardiente caridad invadió con impulso comunicativo el Tirol, Baviera, Irlanda.
Pueblos enteros pedían inscribirse después de sus pastores. En varias escuelas, la oración “Dios de
bondad “ se recita en común, y muchas familias la añaden a su oración de la mañana y la tarde.

Como en tiempos de la venida del Redentor a la tierra, son los habitantes del campo los que difunden la
buena noticia de la salvación cuya aurora se levanta sobre Israel. Simultáneamente, por el lado de Tierra
Santa, se abre un horizonte no menos cargado de esperanzas. Un príncipe de la Iglesia, sus colaboradores,
sus fieles más dignos se comprometen con la Asociación. “Más que nunca es el momento de orar por la
conversión de los Judíos” declara Monseñor Piccardo al inscribirse en esta pacífica cruzada. En Túnez,
Monseñor el Arzobispo se puso a la cabeza de los asociados. Su Grandeza, añade, con una convicción
bien digna de su eminente piedad, que esta inscripción personal le beneficia puesto que le hace participar
de las indulgencias que derivan de esta práctica. Las indulgencias fueron concedidas por León XIII
primero a la oración “Dios de bondad” que los sacerdotes y las religiosas de Nuestra Señora de Sion
repiten a diario. Más recientemente, a petición de una Dama israelita convertida, infatigable e inteligente,
nuestro santo Padre el Papa Pío X se dignó conceder a la Asociación, el 22 de marzo de 1906, nuevos e
importantes favores.

Estas indulgencias al imprimir a la obra un nuevo impulso fueron el punto de partida de una extensión
más rápida todavía y en menos de dos años elevaron a más de 18.000 loa cifra de asociados (en enero de
1908 era de 50.000) distribuidos por Francia, Inglaterra, Escocia, Bélgica, Holanda, Alemania, Austria,
Italia, Túnez y hasta las Indias inglesas y Canadá.

La idea de trabajar para Israel gana a los corazones, escribía una piadosa cristiana. Y añadía: “En estos
tiempos agitados por discordias, divisiones, disenciones,es bello, es emocionante ver formarse esta liga de
oraciones, esta unión de almas animadas por un solo deseo, persiguiendo un mismo fin: llevar a Dios al
pueblo siempre querido por su corazón”.

Parecería que en nuestros días el Salvador quisiera extender a las almas cristianas la misión que antaño
dio a sus discípulos. “Ir ante todo a las ovejas perdidas de la Casa de Israel”.

Propagar la Asociación que tiene como meta realizar esta exhortación divina es entrar en las miras
misericordiosas de Jesús, es también hacer acto de amor y entrega a la Iglesia que espera de la conversión
de Israel su triunfo más decisivo; es complacer al cielo, es preparar al mundo una era de paz y de
resurrección; es amasar para uno mismo tesoros de méritos.

¡Si el reino de los cielos está asegurado para aquel que sólo da un vaso de agua porque no puede ofrecer
nada más, que no se concederá a aquellos cuya oración perseverante habrá acelerado el día que verá caer
a Israel a los pies de su Redentor.!

ORACION DE LOS ASOCIADOS.


100 días de indulgencia, León XIII, 15 de julio de 1893

Dios de bondad, Padre de las misericordias, te suplicamos por el corazón Inmaculado de María y por la
intercesión de los Patriarcas y de los Santos Apóstoles, que eches una mirada de compasión sobre los
restos de Israel, para que lleguen al conocimiento de nuestro único Salvador Jesucristo y que participen
de las preciosas gracias de la redención. Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.
INDULGENCIAS PLENARIAS A PERPETUIDAD
Concedidas por N.S.P. el Papa Pío X, el 22 de marzo de 1906

1. Una indulgencia plenaria el Jueves santo a todos los miembros de la Asociación de oraciones que, tras
confesar y comulgar, reciten la oración Pro perfidis judoeis, que la Iglesia dice el viernes santo o bien un
Pater, un Ave y el Gloria Patri

2. Una indulgencia plenaria a ganar el primer viernes de cada mes por los miembros asociados, siempre
que en sus oraciones, misas, comuniones, tengan la intención de pedir a Dios la conversión de los judíos y
ello sin necesidad de ninguna fórmula especial.

Después de esta comunicación, hallamos los siguientes datos en los anales de la misión de N D de Sión:

Mediante un breve del 24 de agosto de 1909 Su Santidad Pío X se dignó erigir en Archicofradía a la
Asociación de Oraciones a favor de Israel.

La sede de la nueva Archicofradía se fijó en Jerusalén, en la basílica del Ecce Homo que sirve de capilla a
las religiosas de Nuestra Señora de Sión.

Era conveniente que la sede de esta archicofradía estuviera en la Ciudad Santa, donde los restos sagrados
del antiguo y nuevo pueblo de Dios se conservan y corroboran; donde ante los peregrinos del mundo
entero, atestiguan, por sus mismas ruinas, la autenticidad de los hechos que recuerdan; donde el
cumplimiento de las antiguas profecías responde de la realización de las que todavía deben verificarse, en
particular en lo que se refiere a la conversión de los restos de Israel.

El movimiento, que partió de Francia, se extiende con una rapidez verdaderamente prodigiosa y pronto
no habrá tierra por lejana que esté donde algunas almas de élite no imploren para obtener la conversión de
Israel. A las adhesiones, individuales primero se suceden largas listas con centenares, millares de nuevos
asociados. En algunos países, donde la fe cristiana ha permanecido más viva, los corazones están tan
conquistados por este apostolado, que se inscriben parroquias enteras.

Los adherentes proceden de todas las clases de la sociedad igual que acudieron al Evangelio los primeros
cristianos; también vienen de las filas de los que en la Iglesia constituyen la “porción escogida”.
Eminentes prelados, sacerdotes en gran número, religiosos y religiosas se ofrecen a participar en una obra
cuyo fin es acelerar la entrada del pueblo judío en el redil y obtener así la unidad de la fe católica.

Más de treinta arzobispos y obispos figuran entre los Asociados. La oración Dios de bondad está
traducida a dieciocho lenguas, no para lograr futuras y problemáticas adhesiones, sino para satisfacer las
necesidades de los miembros ya ganados al nuevo apostolado. En algunos territorios la sacudida de las
almas es tal que se comunica a los mismos israelitas; muchos, para los que la luz divina comienza a
levantarse, piden que se les inscriba en las listas, deseosos de orar también ellos por su propia conversión.

Estas oraciones empiezan a dar su fruto. Podría parecer al principio a las almas de poca fe que el cielo
permanecerá obstinadamente cerrado, pero he aquí que la gracia desciende con tal abundancia que en
todas partes brotan semillas ocultas que prometen una opulenta cosecha.

No es aún el despertar de un pueblo a la verdadera fe pero para muchas almas rectas los velos se
desgarran; reconocen al que sus padres desconocieron y entre ellas, son muchas que en medio de la dicha
de la verdad conquistada, aspiran al honor del apostado.

Los Anales de la Misión de Nuestra Señora de Sion señalan esas conversiones en Francia, en Prusia, en
Austria, en Hungría, en Polonia, en América. Por doquier se constatan hechos tan deslumbrantes como
consoladores.
1. Los hijos de Juda y de Benjamín, avergonzados sin duda de las manchas que cubren al término judío
lo repudian. Sin embargo, es su verdadero nombre. La historia los designó Judíos, Judai, porque el
patriarca Juda, hijo de Jacob, fue su padre y porque son los dispersos del reino de Judá. Las otras tribus
formaron el reino de Israel. ¿Qué ocurrió con los israelitas, es decir la mezcla de las diez tribus y los
extranjeros que componían ese reino? Se ignora.
2. Sebastián Mercier, autor del libro El año 2440 del que antes hablamos tuvo una penetrante
intuición de lo que sería el poder judío al que la Revolución iba a dar auge.
3. Los judíos observan rigurosamente este precepto del Talmud; nunca una pluma sostenida por un
judío alabó sino las palabras o los escritos de los judíos.
4. Habría que leer todo el capítulo sobre la usura para ver cómo los judíos forman a sus hijos en su
práctica.
5. El Dr. Rohling ofreció 10.000 francos a aquel que demostrara que las tesis incriminadas no se
hallan en el Talmud: hasta ahora ningún judío aceptó el reto. El periódico Mercure de Westphalie que
había dado a conocer estas doctrinas en un folleto titulado Le Miroir des Juifs (El Espejo de los Judíos)
fue absuelto por sentencia del 10 de diciembre de 1883. Otros periódicos, perseguidos en Alemania por
ataques contra los judíos fueron absueltos. En uno de esos procesos, un rabino judío declaró que la
doctrina del Talmud vinculaba a todos los judíos.

En 1888 la valiente hoja católica, el Luxemburger Wort, redactado por Welter, publicó una serie de
artículos que establecían que la oposición que los judíos hallaron en todos los países y en todas las épocas
viene sobre todo del Talmud. El rabino de Luxemburg, Blumenstem, dirigió una queja al procurador del
Estado y el asunto fue llevado ante el tribunal correccional de Luxemburgo. El defensor hizo observar
que en los últimos años se habían publicado más de 300 obras sobre la cuestión judía y que el resultado
de esta discusión no había sido favorable a los judíos, que la mayoría de los autores habían declarado que
las quejas dirigidas contra los judíos se fundamentaban en el Talmud y que se coincidía en reconocer que
la moral del Talmud es peligrosa para la sociedad y que legitima la campaña antisemítica.

6. Nada más sugestivo que los libros sobre los judíos de los dos hermanos, los abates Lémann, que
abrazaron la religión católica y se hicieron sacerdotes al mismo tiempo, hace unos cincuenta años. Lo
que da un valor de primer orden a sus obras es que los abates Lémann conservaron por su raza la
afectuosa piedad que podrían tener hijos bien nacidos por su madre pecadora. Lo cual no les impide
considerar el problema judío como deberían hacerlo todos los ciudadanos, creyentes y no creyentes,
surgidos de una raza católica.
7. Nos putavimus cum quasi leprosum Is. LIII,4
8. Joseph Lemann cita aquí los insultos dirigidos a los judíos en Oriente, Persia, Turquía, Africa, etc.
9. In siti mea potaverunt me aceto. Ps LXVIII
10. Dorsum eorum simper incurva. Ps LXVIII,24
11. La grande encyclopédie, art. Juifs, por el judío Théodore Reinach
12. Essai sur l’appréciation de la fortune privée au moyen âge (Ensayo sobre la apreciación de la fortuna
privada en la Edad Media) C. Leber, París, 1847, citado en Université catholique del 15 de mayo de 1895,
artículo de M.F. Vernet. Papes et banquiers juifs au XVIè siècle (Papas y banqueros judíos en el siglo
XVI)
13. Qué diferencia con lo que vemos hoy. Un periódico mencionaba que en el tribunal de Aix ocupaban
asiento cuatro judíos. Ahora bien, del Tribunal de Aix dependen todos los tribunales consulares franceses.
14. Se han reprochado esos ghetos a la iglesia. Veamos al respecto el testimonio de un israelita
convertido, el R.P. Ratisbonne en su libro La question juive
“La Iglesia ha condenado enérgicamente, mediante los Ponatífices, el furor de esas crueles enemistades,
cuando de hecho eran represalias. Ha cubierto con su égide a los judíos temblorosos; no se limitó a
arrancarlos a las pasiones populares, les abrió asilos inviolables, donde hallaban seguridad. Fue Roma la
que dió ejemplo de esta caridad protectora, que otorgó a los judíos un barrio aparte y muchas otras
ciudades imitaron la iniciativa de los Pontífices romanos. Gracias a los lugares de refugio, los Judíos
vivían junto en torno a su sinagoga, según sus leyes, bajo la autoridad de sus jefes espirituales, y podían
disfrutar plena y totalmente de su culto. Así empezaron los ghetos, cuyo origen se vincula a una idea
hospitalaria, demasiado olvidada, demasiado calumniada en nuestros días …”
15. Es curioso conocer los considerandos en los que los soberanos pontífices basan sus determinaciones.
Los judíos, se dice – y este pensamiento se repite en los preámbulos de gran número de actas pontificias –
atestiguan la verdad de la fe ortodoxa, porque conservan las Escrituras llenas de profecías que anuncian a
Cristo y porque su dispersión entre los pueblos recuerda el decidio que cometieron. En segundo lugar,
debe llegar la hora de su retorno a la verdadera fe; sus restos serán salvados. Sus padres fueron amigos de
dios. Ellos mismos se asemejan al Salvador y Dios es su creador igual que el de los cristianos. Además,
la Santa Sede se debe a todos, a los sabios y a los insensatos. Los cristianos deben tener hacia los judíos la
misma benignidad que desean sean objeto sus hermanos que viven en regiones paganas por parte de los
paganos. ¿No es necesario que el cristiano odie la iniquidad, ame la paz y trabaje por el derecho?
16. En 1657 el autor de Ancienne nouveauté de l’Ecriture Sainte da como último signo precursor de la
conversión del pueblo judío la muerte civil de la Iglesia. Es lo que acaba de hacer Francia, la ley de
separación de la Iglesia y el Estado.
17. El judío Bernard Lazare decía en una conferencia pronunciada el 6 de marzo de 1897, en ocasión de
la visita de estudiantes israelitas rusos a París: “¿Cómo se traduce este hecho para un cierto número de
individuos con el mismo pasado, las mismas tradiciones e ideas comunes? Se traduce diciendo que
pertenecen a un mismo agrupamiento, que tienen una misma nacionalidad. Esta es la justificación del
vínculo que une a los judíos de las cinco partes del mundo: “Hay una nación judía”. Los fundadores de la
Alianza israelita universal convenían, cuando hace cuarenta años escribían: “La alianza que fundamos no
es ni francesa, ni alemana, ni inglesa, sino universal; no tenemos compatriotas, sólo conocemos
correligionarios”. No está lejos el día en que las riquezas de la tierra pertenecerán a los judíos”.
Esta verdad se revela hoy más evidente aún para aquellos que reflexionan en que es a la vez proclamada
por los hechos y como se ve, por los mismos judíos.
18. Cf. La Condition des Juifs en France depuis 1789 ( La condición de los Judíos en Francia desde
1789) por Henry Lucien Brun, París, Nouvelle Librairie Nationale. Puede decirse que en ese libro los
judíos se retratan a sí mismos. Son los documentos y los hechos los que hablan como en los libros de
Taine sobre la Revolución.
19. Esos ministros son el gran rabino del consistorio central y los rabinos de los consistorios
departamentales y de las singagogas particulares cuyo establecimiento se haya autorizado. Se han
llamado a esos consistorios, consejos encargados de dirigir los asuntos de los judíos. El consistorio está
compuesto por dos rabinos y otros tres miembros escogidos por una asamblea de notables presentados por
el consistorio central y nombrados por el ministro del interior, a la presentación de los prefectos.
Napoleón decretó que se establecería una sinagoga y un consistorio israelita en todos los departamentos
con más de 2000 individuos que profesaran las religión judía y un consistorio central en París. Un decreto
de diciembre del mismo año fija el número de sinagogas consistoriales en 13. En Francia había 77.162
israelitas. Hay que subrayar que el imperio francés era mucho más extenso que la Francia actual.
20. Dice Bernard Lazare: Ese descendiente (Karl Marx) de una rama de rabinos y de doctores heredó
toda la fuerza lógica de sus antepasados; fue un talmudista lúcido y claro al que no entorpecían las
minucias tontas de la práctica, un talmudista que hizo sociología y que aplicó sus cualidades nativas de
exegeta a la crítica de la economía política (V. El Antisemitismo).
21. Los judíos de Francia están divididos oficialmente en 12 circunscripciones dirigidas por otros tantos
consistorios que dependen de un consistorio central. El Univers Israelita publicó esta estadística:
Años 1892-1894-1896 – Besançon 200, Burdeos 3500; Lille 3200; Lyon 2200; Marsella 4800; Nancy
4400; Vesoul 4100. La población del consistorio de Bayona no se indica.
Años 1901-1902 – Bayona 2200; Besancon 2250; Burdeos 300; Epinal Vesoul 3900; Lille 3800; Marsella
5500; Nancy 4500.
En cuanto a la población judía de París, el autor del artículo, Mathieu Wolf dice carecer de datos precisos
que no le permiten calcular la cifra. “Creo, añade, que nos acercamos a la verdad si estimamos la
población israelita de Francia en 85.000 almas. Agreguemos, si queréis, los 48.000 judíos de Argelia”. El
número de prefectos, subprefectos, jueces y funcionarios judíos es cuatro veces, diez veces más alto de lo
que debería considerando el número de judíos en la población francesa. Sus efectivos entre los directivos
superiores del ejército crece incesantemente. En veinte años, Francia contará al menos con un centenar
de coroneles o generales o asimilados judíos: la defensa de la patria estará en manos de un estado mayor
de apátridas.
22. En 1910 la oficina de estadísticas judía da estas otras cifras: Creta 1150; Luxemburgo 1201;
Gibraltar 1300; Bosnia Herzegovina 8213.
23. La carta de invitación al congreso de los católicos esperantistas de París representaba un círculo
sostenido por dos alas, bastante parecidas al disco egipcio alado. En ese círculo estaba encerrado un
pequeño mapa del mundo, limitado a Afñrica, Australia y una porción del golfo de Bengala. Donde
figura la meseta central asiática se hallaba una gran estrella de cinco puntas. Al sello lo dominaba una
cruz. La estrella central, a pesar de la cruz, pareció emparentado de cerca con la de Gran Oriente y las
alas que la sostienen tenían a los ojos de muchos un inquietante aspecto cabalístico.
24. Como puede verse estas cifras difieren de las anteriores aunque se acercan mucho. Se refieren a otro
año.
25. Basta con nombrar a los hermanos Ratisbonne y los hermanos Lemann.
Monseñor Agustín Lemann, prelado de la Casa de Su Santidad murió a finales de junio de 1909. Su
hermano José le sobrevive. Nacidos ambos en el judaísmo, tras una conversión deslumbrante consagraron
su vida al servicio de la Iglesia. Al mismo tiempo que a la fe católica, se convirtieron a las más puras
tradiciones francesas. En ningún momento, las nubes del liberalismo ni de la democracia penetraron en su
inteligencia. Sus escritos y sus discursos dan fe de ello. Consideraban a la Revolución francesa como
auténticos discípulos de Joseph de Maestre, como un acontecimiento “satánico”. Sus estudios sobre la
Entrada de los judíos en la sociedad francesa en 1789 son autoridad, así como sus trabajos de exégesis
hebraica.
Los dos hermanos Lémann eran alumnos del Liceo Ampère de Lyon cuando se convirtieron. La
influencia del célebre abate Noirot que allí impartía filosofía los impactó. Pero el golpe decisivo de gracia
se debió a dos religiosas de San José, La Hermana Zéphirin y la Hermana Evarista que encargadas de la
enfermería de Lyon los cuidaron durante una enfermedad que tuvieron juntos y cuya piedad fue para ellos
decisiva. Durante la convalecencia el abate Murgues, limosnero del liceo los confió al Abate Rueil,
vicario de San Nizier, que les catequizó y bautizó.
La insigne devoción a la Santa Virgen y al Crucifijo del Perdón, la ciencia escrituraria, su elocuencia
inflamada, nutrida en libros santos, que se había hecho oir en las cátedras ilustres de Francia, en Lyon,
Paris, Orleáns, Reims, sus obras sobre la Santa Virgen, sobre el Sionismo, sobre los Judíos desde la era
cristiana y su influencia en la Revolución francesa, sus estudios sobre los Evangelios, especialmente
sobre el cuarto y sus refutaciones al apóstata Loisy, hacían de él una personalidad eminente, estimada y
venerada tanto en Roma como en Francia. Su bondad y la acogida que dispensaba a todos sólo le
granjearon amigos.
26. El banco de Londres tiene ahora 3 sucursales, una en Jerusalén, otra en Jaffa y la tercera en Caiffa.
27. Las asociaciones sionistas eran 1572 al abrirse el congreso.

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