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Antiguo Testamento II

Actividad No. 3:
Material de apoyo - “El profeta”

E
l siguiente material ha sido tomado del libro Predicando de los libros proféticos, escrito por
Kyle D. Yates (Texas: Casa Bautista de Publicaciones, 1954, pp. 1-12). El mismo puede
utilizarlo para que sus alumnos hagan un análisis crítico de lectura, con el fin de comple-
mentar los contenidos expuestos en esta unidad.

EL PROFETA
por Kyle D. Yates

L
os profetas del Antiguo Testamento son grandes y dinámicas figuras (del pensamiento ), que
ha­blan a la humanidad, lo mismo entonces que ahora, con tremendos desafíos. No hay en
todos los campos de la Literatura, de suyo tan vasta y extensa, un grupo de hombres como los
profetas, que presenten cuadros de tan plenos y vívidos colores. Los estudiantes diligentes hallarán
en ellos, aspectos sorprendentes de las condiciones políticas, sociales y religiosas en el período del
Antiguo Testamento, que no podrían hallar en otra parte y de ninguna otra manera. Estos hombres de
Dios nos dan una interpretación de la Historia, que nosotros no hubiéramos podido producir si aquélla
se hubiera perdido; ni hubiéramos podido ver, y mucho menos apreciar, el desenvolvimiento gradual
de los eternos propósitos de Dios en relación con su pueblo escogido.
Los escritos proféticos arrojan brillantes haces de luz sobre los problemas de nuestros días y las
situaciones especialmente malas y peligrosas de nuestro mundo, anunciando los eternos y santos
propósitos de Dios y su providencia divina, que operan donde quiera que prevalecen circunstancias
idénticas o similares. Constituye una verdad indiscutible, afirmar que los planes de Dios son tan reales
y verdaderos, como lo fueron en la época del Antiguo Testamento. Si somos ahora culpables de los
mismos pecados en que cayeron los antiguos, estemos seguros de que seremos objeto del mismo
castigo. Es para cada investigador, tarea relativamente fácil, echar mano de la Palabra de Dios en
nuestro día y analizar la situación y hallar en los términos de las antiguas Escrituras de Dios, las pres-
cripciones para corregir una situación similar.
Un estudio cuidadoso del carácter y temperamento de estos hombres, influirá segura y provecho-
samente para modelar nuestras vidas de acuerdo con sus normas. Después de un examen minucioso
de su personalidad, tendremos una concepción austera de su elevada conducta moral. Nuestra pre-
sentación de la verdad adquirirá nuevos matices, nuestra imaginación depurada cobrará nueva acti-
vidad. Reconociendo la cercanía de Dios a nosotros, saldremos a ocupar nuestros lugares de honor
como campeones contra la opresión ejercida por los déspotas de la tierra, preparados y dispuestos
a permanecer aun solos en nuestra empresa, teniendo por compañero a Dios a quien debemos ser
fieles hasta el fin. Cuando comprendamos que somos pueblo escogido de Dios, nuestra vida llegará
a tener un nuevo significado, con un incontenible deseo de hacer su voluntad.
Un estudio del desenvolvimiento gradual de los planes de Dios, nos conducirá directamente a
Cristo, como el perfecto cumplimiento de la profecía. Él toma el sitio de honor como el Rey de reyes,
como el Señor de señores, como el Gran Sacerdote; el Siervo suficiente que sufrió nuestros pecados
en su propio cuerpo en la Cruz. Este es indudablemente un estudio maravilloso. Quiera el Espíritu
Santo conducirnos a lo largo de estas consideraciones.

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LOS NOMBRES APLICADOS A LOS PROFETAS

Algunos nombres fueron usados como títulos distintivos para estos hombres de Dios, los cuales
siempre que hablaban al pueblo, eran portadores de un mensaje distintivamente divino.
La palabra Ro’ eh, “Vidente”, se halla once veces en el Antiguo Testamento para describir al profe-
ta, como un hombre de percepciones espirituales excepcionales. El término indica la visión penetrante
característica en la mayoría de los profetas. Samuel fue un vidente que alcanzó gran reputación en
su comunidad, considerado como un hombre singularmente afortunado, por el hecho de haber sido
favorecido por Dios, dándole algunas respuestas sobre lo desconocido.
La palabra Chozeh se registra 22 veces en el Antiguo Testamento para denotar la misma idea de
un vidente, o de uno que llevaba una vida religiosa contemplativa. Balaam, Gad, y algunos otros de los
escritores son llamados con estos nombres. Las funciones de vidente y excrutador de lo futuro de los
profetas primitivos, alcanzaron su más alta expresión en los profetas posteriores. Ambos títulos dan
énfasis al modo en que los profetas recibían los mensajes en vez de darlo a la calidad de ellos como
portavoces de ese mensaje.
La palabra Nabhi hallada 300 veces en el Antiguo Testamento, pone la fuerza e importancia en
la expresión del mensaje y no en la visión. No debemos dogmatizar acerca del origen de la palabra,
porque probablemente viene de un pronombre de la antigua raíz semítica Naba, cuyo significado es:
“publicar, proclamar, hablar”.
Hay una notable similitud entre este verbo y sus correlativos en el asirio y el árabe, con algunas
de sus significaciones. En el árabe, parece referirse a la manifestación o proclamación de un mensaje
especial, comunicado por una persona, también especialmente elegida para anunciarlo. En Éxodo
7:1, Moisés desempeña al lado de Aarón su hermano, el papel de un profeta. En Deuteronomio 18:18;
Jeremías 1:9 y 15:19, se habla del profeta, en general, como de un hombre calificado por Dios, y comi-
sionado para proclamar la verdad del Señor al hombre. La palabra “profeta” en español, y la misma
palabra expresada en el griego propheetes, describen a una persona que no habla por sí misma sino
en nombre de otra. La idea de predicción de eventos futuros cercanos o remotos, está a la simple vista
en todo el Antiguo Testamento. Sin embargo, los profetas fueron en primer lugar y prominentemente
cada uno en su propia esfera, maestros y predicadores; testigos del Altísimo a la vez que vaticinadores
de lo futuro.
Los profetas fueron designados, o conocidos, con otros muchos nombres tales como: atalaya,
hombre de Dios, siervo de Jehová, mensajero de Dios, intérprete y hombre del Espíritu. Cada uno
de estos nombres, se usó en conexión con determinadas circunstancias y condiciones peculiares de
ciertas regiones o de la nación. Quizá el título mejor aplicado, era el de: “intérprete”, porque interpretar
la voluntad de Dios al hombre, era la tarea primordial del profeta.

SEÑALES INHERENTES AL PROFETA VERDADERO

¿Cómo debería ser reconocido el profeta? ¿Cuáles eran las señales distintivas que lo caracterizaban?

• La primera señal que había que descubrir en él, era su individualismo único, y su carácter aus-
tero e independiente que no transigía con el hombre, con el pecado ni con las circuns­tancias.
• La convicción inseparable de todo profeta legítimo, de haber sido llamado por Dios y comi-
sionado por Él en las tareas divinas. Debería realizar en su propia experiencia, que era no
menos que el portavoz del Señor, y que las indicaciones de Dios deberían ser estricta y fiel-
mente cumplidas.
• Tener conciencia plena del privilegio de participar en el Consejo divino de Jehová. Debía estar
caracterizado por una comunión vital y constante con Dios, por cuanto era el portador de los
secretos del Arcano divino supremamente necesarios para el hombre.

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• El verdadero profeta se distinguía también por su disposición pronta para actuar enérgicamente
en ocasiones, en circunstancias y en asuntos, en los que los demás no se atrevían a poner
su mano. Por su fortaleza física, pero más por su carácter moral, atraían la atención de las
muchedumbres en cualquier parte. Por su destacada sensibilidad moral, y la elevada concep-
ción espiritual de la vida, chocaban espontáneamente con las gentes cuyas ideas rayaban en
la vulgaridad y el egoísmo, despertándose contra ellos la oposi­ción en todas partes.
• Los profetas llamados por Dios, tenían conciencia bien establecida de la presencia de la
autoridad divina en ellos, bajo cualquier circunstancia y aun en las emergencias y pruebas
más tremendas. Es verdad generalmente aceptada, que frecuentemente quedaron solos en
el escenario de la lucha, teniendo, prácticamente, por enemigos, a todos sus contemporáneos
incluyendo en éstos a veces, aun a los caudillos religiosos (sacerdotes y profetas convenciona-
listas) quienes siempre estaban dispuestos a transigir con el populacho y a seguir la corriente,
camino proverbial de la menor resistencia.
• El profeta de Dios, era un hombre de constante, poderosa y ferviente oración. Su vida austera
y solitaria, le proporcionaba la oportunidad de mantenerse en relación diaria con su Dios.
• Todo profeta auténtico, fue consagrado, limpio en su carácter. En toda la línea profética, con
todo y ser tan larga, no hallamos ni la más leve señal de inmoralidad, que justifique la crítica
que de algunos de ellos hacen ciertos críticos mordaces. Cada uno vivió una vida separada de
los otros, pero siempre límpida.
• Todo profeta que mereció este honroso nombre, criticó invariablemente los males sociales. No
escaparon a su admonición perturbadora: reyes, sacerdotes, príncipes, ancianos, no­bles y jue-
ces, a quienes valerosa y hasta temerariamente denunciaron. No hablaron lenguaje abstracto
ni se detuvieron en inútiles especulaciones. Guiados por la voluntad divina, levantaron su voz
en airada y violenta protesta contra toda persona o institución que debía ser denunciada.
• Era, finalmente, el profeta de Dios, un agente revelador del futuro al pueblo. Es verdad induda-
blemente establecida, que su trabajo principal era la predicación y enseñanza concernientes a
su tiempo, y a su época, pero no hemos de perder de vista la idea de que una buena parte de
su ministerio, consistió en revelar lo que Jehová se proponía para el futuro.

LA PSICOLOGÍA DE LA PROFECÍA

¿Cómo recibieron los profetas sus mensajes y cómo hicieron entrega de ellos a sus audito­rios?¿En
qué forma participaba Dios en la comunicación de su mensaje a los oyentes?¿Cómo pueden expli-
carse los diversos trances o condiciones especiales en que los videntes deberían estar, tales como:
el sueño. la contemplación y el éxtasis? En los días primitivos hubo una tendencia muy pronunciada
hacia la predicción, el augurio, la clarividencia y la adivinación. En Samuel se manifestaron estas
características de clarividencia, en virtud de las cuales pudo solucionar dilemas, encontrar objetos
perdidos, escudriñar lo desconocido y contestar preguntas de muy difícil respuesta. Saúl, arrebatado
una ocasión por una fuerte emoción religiosa, profetizó juntamente con los videntes. Eliseo inquirió
en otra ocasión, acerca de un trovador a fin de que pudiera estar bajo las condiciones requeridas y
correctas del espíritu profético.
Estas manifestaciones tempranas inherentes al espíritu de la profecía son completamente supera-
das en los días postreros de los profetas. Las raíces proféticas cuyas características han sido descri-
tas, y que se remontan a los tiempos primitivos más lejanos, en los días de la profecía hebrea desapa-
recen por completo. Después de los días de Elías, la profecía hebrea alcanza una gran concisión de
pensamiento y un maravilloso crecimiento en su sentido religioso, ético, y espiritual en su naturaleza.
Consideramos como cosa necesaria e importante decir que los profetas al recibir las revela­
ciones de parte de Dios, no sufrían de manera alguna, pérdida total ni parcial de su personalidad.
Permanecían como todo ser normal pero con una conciencia clara, evidente e inequívoca de la

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dirección divina sobre su personalidad. Tenían una sensibilidad espiritual tan sutil en su alma de que
estaban en la mano de Dios, que respondían pronta y espontáneamente a cualquier indicación divina
de Jehová. Tenían conciencia plena de su relación vital con el Señor, quien les daba la comunicación
directa de su mensaje y la consiguiente responsabilidad de entregarlo fiel y oportunamente al pueblo.
El profesor Sampey dice a este respecto:

El proceso mental del profeta, era estimulado y guiado por el Espíritu Santo, que lo investía de poder. La
imaginación, la memoria y la razón, permanecían inalterables tanto como su intuición espiritual. El Espíritu
de Dios eligió a los hombres según su propósito haciendo un balance completo de sus poderes morales,
intelectuales y espirituales. Posiblemente la mente del profeta osciló desde el trance al éxtasis, en cuyos
estados mentales el Espíritu presidía y comunicaba la verdad divina. Los profetas de Jehová, se asemeja-
ban muy poco a los derviches con sus movimientos convulsivos y lamentos.1

Una de las pruebas mejores acerca del verdadero profeta, era que conservaba un dominio cons-
ciente sobre sí, tanto cuando recibía, como cuando pronunciaba el mensaje. No eran instrumentos
ciegos e inconscientes al servicio de Dios. Parece que Jeremías puede ser citado como un ejemplo de
quien recibió sus mejores y más sublimes revelaciones, mientras más consciente y normal se hallaba.
El fue guiado por el Espíritu Santo a sentir y a percibir las verdades más apropiadas, necesarias y
valiosas para su situación. Completa y normalmente entró en la posesión de la verdad para su tiempo.
Ciertamente, él no sacrificó, ni ninguno de los profetas, la conciencia propia.
El profeta de Dios nunca renunció a su personalidad cuando recibía el anuncio oficial de su men-
saje, estaba alerta y consciente de las necesidades de sí mismo y de su pueblo. En ningún sentido era
un instrumento pasivo; las palabras que fluían de su boca tenían el sello distintivo de la personalidad
del mensajero, aunque eran de Dios. Así queda explicada, de paso, la diferencia de estilo en todos los
siervos de Dios. Aquellas palabras comunicadas a oídos del profeta, eran verdaderamente el mensaje
de Dios a su pueblo, pero comunicado en lenguaje y estilo humanos. Las mismas verdades celestiales
fueron comunicadas a Isaías y a Miqueas. Aquél las expresó en un lenguaje retórico y cortesano; en
tanto que éste, las manifiesta en un estilo carente de hermosura, llano, casi vulgar. En cada caso, se
hallaba el pensamiento completo de Dios, pero manifestado a través de dos personalidades distintas.

EL SACERDOTE Y EL PROFETA

En la historia religiosa del mundo alcanzan prominencia dos poderes mentales: el sacerdotal y
el profético. El sacerdote pone el énfasis en el ritual y las ceremonias del culto, hallando verdadero
placer en las meras formas de la religión, y difícilmente puede adorar a Dios excepto por medio de
elaboradas ceremonias y liturgia. La moral en el sistema sacerdotal, ocupa un lugar importante, pero
nunca el primer lugar. El formulismo ha llegado a ser uno de los más censurables y graves pecados
religiosos. El profeta, en cambio, pone el énfasis primordial en la vida, la conducta y la moral, como
elementos inseparables de ella. El profeta se opone abierta y constantemente a toda persona que
cumple negligente y descuidadamente las reglas del deber. Condena la ira, denuncia la lujuria y
censura el orgullo e insiste infatigablemente en la aplicación de los eternos principios de la Palabra
de Dios a la vida. Para él, la conducta es mucho más importante que las ceremonias. El profeta es
un maestro moral, un reformador de la conducta, un “perturbador peligroso” de la mente y corazón
humanos. Está en constante oposición y batalla contra el pecado, contra los vicios y las caídas de
orden moral, y contra los que pretenden incitar a los hombres contra la santidad de la vida. En
el Nuevo Testamento, Cristo adopta idéntica actitud contra los escribas y fariseos, quienes estaban
embrollados en festividades, reglas y ceremonias, que apartaron el corazón del pueblo, de su Dios.

1 Syllabus for Old Testament Study, p. 152.

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El énfasis de Jesús fue el énfasis profético. El sostenía que los hombres deben cambiar sus vidas,
y comportarse como criaturas bondadosas, puso el énfasis exactamente, donde el profeta lo colocó:
en la vida. Jesús nunca se dio a sí mismo el título de sacerdote. Cuando se invitó a los discípulos a
que expresaran las opiniones recogidas entre las gentes acerca de quién era Cristo, lo llamaron con
el nombre de algunos de los profetas, pero nunca con alguno de los de los sacerdotes. El autor de la
carta a los hebreos habla de él como un sacerdote, pero rápidamente se apresura a decir que no tiene
ninguna conexión con la familia sacerdotal, excepto alguna semejanza alegórica con Melquisedec.
Cuando el cristianismo perdió por causa de los hombres su simplicidad y pureza originales, y con ella
su poder, degenerando en una religión sacerdotal, el énfasis, como era natural esperarlo, fue puesto
en el ceremonial. El resultado natural de este cambio fue la erección, en la iglesia, de un ritual lleno
de esplendor con una suprema apelación a los sentidos, pero con una negativa insinuación al alma.
Estos resultados desastrosos, serán siempre ciertos cuando fallemos en obtener la aplicación vital de
la religión verdadera a la conducta de la vida humana.

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