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CAPITULO II
II. LA CIUDAD Y LA IGLESIA
La vida del burgués combinaba las ventajas de la ciudad y del campo. La atmosfera de
belleza lo penetraba todo y afectaba el lenguaje y los pensamientos de todos.
La época de Chaucer se califica como “el gran periodo de incubación del capitalismo
inglés; en las fases primeras de las guerras de los 100 años, las exigencias de la Real Hacienda,
los nuevos ensayos tributarios, las aventuras especulativas de las lanas, el hundimiento de las
finanzas italianas y el comienzo de la nueva industria lanera, todas estas circunstancias se
concertaron para dar el ser a una nueva raza de financieros de guerra y de especuladores
mercantiles, de proveedores del ejército y de monopolizadores de la lana”.
Los primeros comienzos del capitalismo como organizador de industrias se hallan en la
manufactura pañera. Mientras que las lanas brutas eran el principal artículo de exportación,
las necesidades domesticas se satisfacían, en su mayor parte con paños fabricados en
Inglaterra.
Se puso de manifiesto en el siglo XIV que la rápida expansión del comercio pañero
requeriría una nueva organización. La transformación de la lana virgen en el mejor paño exigía
no solo un oficio sino de varios: cardado, hilado, tejido, bataneo, teñido y acabado. Para
organizar la gran extensión de la industria pañera, era necesario un empresario, dotado de una
visión más local y de buen dinero, para reunir la materia prima, el articulo semi-manufacturado
y el terminado ya, y hacerlo pasar de artesano a artesano y de lugar a lugar. de la ciudad al
puerto, y llevar, finalmente, un artículo estandarizado al mercado mejor. Y para todo esto era
preciso capital.
El capitalismo como organizador de la industria se pone de manifiesto, por primera
vez, en el comercio pañero. En la época de Chaucer puede encontrarse al capitalista pañero,
que emplea muchas gentes diferentes en muchos lugares diversos. Constituía un tipo social
más moderno que medieval y distinto del maestro artesano que trabaja en el taller junto con
sus aprendices y jornaleros. Además, en esta fecha tan temprana se asentaban sobre bases
capitalistas la navegación, el comercio carbonero y la edificación.
Cuando la peste negra hizo escasear se declaró huelga en demanda de mayor salario,
ya que, la mano de obra escaseaba. Se trataba de algo más que una lucha por los salarios. Las
ciudades de encontraban inquietas debido a la expansión del comercio y el aumento de los
beneficios que producía. Se iba rompiendo la armonía del gremio profesional medieval,
ahondándose la separación social y económica que se abría entre el maestro y el obrero y que
no se había sentido en los tiempos en que todo era más pequeño y más sencillo. Antes no
existía una división marcada de posición social ni una manera de vivir.
En la época de Chaucer, la economía medieval iba cambiando. La expansión de la
industria y el comercio llevaba consigo la diversificación de las funciones y la creciente
diferencia de la remuneración monetaria. El maestro dejaba de ser colega en el oficio para
convertirse en el empresario o contratista dedicado a negociar y a vender mercancías. La
distinción entre “patrón y obrero” se iba acentuando.
Nos encontramos en el siglo XIV con huelgas ocasionales pidiendo salarios mayores y
también con la formación de “gremios de trabajadores” permanentes, encargados de defender
los intereses de los empleados y de desempeñar las funciones batalladoras del moderno
sindicato. El gobierno de las ciudades estaba en manos de los grandes comerciantes, pero el
espíritu sindical moderno ya estaba en actividad.
Grandes cambios estaban ocurriendo en la estructura social en los tiempos de
Chaucer. La servidumbre feudal iba desapareciendo y surgían nuevas clases sociales que se
ocupaban de la agricultura, la industria y el comercio. Instituciones modernas iban
injertándose en lo medieval, tanto en la aldea como en la ciudad. Pero en los otros grandes
sectores de la vida humana –el religioso y el eclesiástico, que abarcaban entonces la mitad de
la vida humana y sus relaciones- el rígido conservatismo de las autoridades de la iglesia
impedía el cambio institucional, aunque aquí también el pensamiento y la opinión avancen con
rapidez.
Chaucer denuncia la corrupción del clero. Era indudable que la iglesia estaba
corrompida: había estado corrompido durante siglos, sin embargo, se había mantenido
incólume, y en los tiempos de Chaucer no podía decirse que estuviese más corrompida de lo
que estaba la justicia del rey o la conducta de sus señores y sus vasallos. La mayor parte de las
instituciones de la Edad Media estaban “corrompidas” conforme a las ideas modernas.
Muchos entre los mismos clérigos criticaban a la iglesia tan abiertamente como los
seglares. Los profesores de Oxford y clérigos que servían en las parroquias cuyos diezmos eran
para ricos monjes eran reformistas y rebeldes (…) los frailes atacaban a los obispos y al clero
secular, quienes les pagaban con creces en la misma moneda. En los cuentos de Chaucer son
el fraile y el emplazador quienes se descubren los propios trucos para regocijo del auditorio
seglar. Desde todos los sectores, dentro y fuera de la iglesia, resonaban en el aire los ataques
contra los diversos órdenes del clero.
La iglesia no podía transformarse por la acción natural de los cambios económicos ni
por la mera presión de la opinión. Se requerían medidas de reforma administrativa y legislativa
y no existía el mecanismo adecuado para efectuarlas, excepto el que estaba en manos del
papa y de los obispos. El papa no hizo lo mas minimo para mejorar la condición de la iglesia en
Inglaterra. Usó de sus poderes para fomentar los abusos que enriquecían a la curia romana:
simonía, ausentismo, posesión de varios beneficios, venta de indulgencias, todo cuanto podía
ofender la despierta concienca de una época inclinada a la censura.
La función religiosa del tribunal episcopal fue la causa de gran escándalo en la época
de Chaucer, ya que el obispo abandonaba este cargo y lo dejaba en manos del arcediano. El
castigo de pecados que no eran de la competencia de los tribunales seglares, específicamente
los pecados de incontinencia sexual, estaba a cargo de la iglesia. Pero la costumbre de
conmutar la pena por el pago en dinero, se había hecho general. Y desde esa costumbre oficial
no había mas que un paso a la extorsión de los pecadores en sus propios hogares por parte de
los funcionarios del tribunal diocesano, especialmente de los emplazadores, que tenían peor
reputación.
Muchas parroquias estaban fiel y debidamente servidas por hombres como “el párroco
pobre” de Chaucer, el único tipo de hombre de iglesia por quien el poeta parece haber sentido
cierta afección y respeto.
Resultó que la enseñanza y la predicación apenas tenían importancia en la aldea
inglesa.
Los campesinos conocían solo algunos pasajes e historias de la biblia, ya que, nada
había en su vida hogareña que se pareciese al rezo familiar o a la lectura de la biblia. Pero la
religión y el lenguaje de la región rodeaban su vida.
Constituía la confesión un deber obligatorio, practicado normalmente ante el cura de
la parroquia, pero también con gran frecuencia ante el fraile intruso que concedía más
fácilmente la absolución, bien porque tuviera mayor compresión o bien por ser más
corruptible con el dinero, con una buena comida, o con favores de clase.
Los frailes, a diferencia de los monjes, vivían de la limosna que pedían, no poseían
vienes propios y predicaban la doctrina de la pobreza evangélica tan cara a San Francisco.
Los orígenes de la iglesia medieval se caracterizan por su ascetismo, su guerra
al pecado, su rigor sectario para guardar las fiestas, su miedo al infierno, sus ataques a los
obispos y a los clérigos opulentos, la cruda violencia a sus opositores, sus sermones vigorosos y
conmovedores, su tendencia al sentimentalismo untuoso, sus lapsos de hipocresía, su
llamamiento igualitario a los pobres y a los humildes. Todo este se encuentra específicamente
en la labor de los frailes.
Se acusaba a los monjes de la época de hacer demasiado poco. Los monjes en la
Inglaterra de Chaucer eran perezosos y opulentos y vivían en la más ociosa comodidad. Los
monasterios habían acumulado, ya en esta época, vastos patrimonios en tierras, diezmos,
iglesias apropiadas, tesoros y patronatos eclesiásticos, suficientes para justificar el que fueran
envidiados como zánganos que vivían a expensas del reino empobrecido.
La Peste Negra fue para el terrateniente monástico un golpe tan rudo como para el
seglar. Los prestamistas italianos e ingleses, que habían sucedido a los judíos, cargaban un
interés igualmente elevado y los monjes fueron estimados como presa fácil.
Comenzaban ya los reformistas desdeñados por el papa y los obispos a depositar sus
esperanzas en el poder real. Clamaba ya el parlamento por la desamortización de los bienes de
la iglesia, que había ido acumulando tierras procedentes de innumerables generaciones de
benefactores sin devolver ni un solo acre.
Por otro lado, los clérigos desempeñaban en las casas de comercio o en las oficinas
jurídicas o del estado, funciones necesarias para la sociedad y no eran ni mejores ni peores que
sus semejantes. Los clérigos no debían casarse, aunque muchos de ellos se hubiesen portado
mejor con una esposa y un hogar permanente. En la literatura de entonces es el clérigo, con
frecuencia, el héroe de una intriga amorosa. Por otra parte, cuando cometían delitos de robo u
homicidio podían alegar su condición de clérigos y sustraerse así la severa justicia del rey para
someterse a sanciones más suaves.
En tiempos de Chaucer, Oxford era el centro intelectual de Inglaterra, y la influencia de
Wycliffe fue la más importante que en ella se conoció (1382). El estudiante medieval era
rebelde, indisciplinado y licencioso. Era pobre hasta la miseria; con frecuencia aprendía muy
poco por falta de libros y enseñanza, y se marchaba sin haberse graduado. Muchos de ellos
serán seglares, pero casi todo serian clérigos, si no sacerdotes.
ROMERO, José Luis. La edad media.FCE. México, 1970.
Cap. 3 “La baja edad media”
La baja Edad Media es el periodo que transcurre desde que se anuncia la crisis del orden
medieval (segunda mitad del siglo XIII) hasta las postrimerías del siglo XV.
Hay un ambiente cultural de la baja edad media que se manifiesta con precisión en ciertos
hogares durante los siglos XIV y XV, que tarda en aparecer en algunos y que se esfuma en
otros.
Las formas de la convivencia experimentaron también durante la baja Edad Media, una
transformación profunda. No sólo obraban numerosos y activos fermentos sobre las relaciones
recíprocas de las distintas unidades políticas y los diferentes grupos sociales, para conmoverlas
y alterarlas, sino que se produjeron también gravísimas situaciones de hecho destinadas a tener
inmediatas repercusiones.
Cada vez más, las unidades políticas de la época fueron los grandes reinos, las ciudades
autónomas y el imperio concebido como un reino más. Los antiguos señoríos perdían
progresivamente su significación, sus posibilidades de independencia, y los que la tenían más
bien aspiraban a transformarse en reinos —como ocurrió con el ducado de Borgoña—, que no a
defender sus prerrogativas señoriales, pues las circunstancias disminuían el relieve de los
pequeños ámbitos locales en contraste con el que adquirían las grandes y vigorosas unidades
políticas.
LOS CABALLEROS
Y en el desvelo por vestir la prenda más lujosa original, o lucir el más exótico de los adornos o
presentar la fiesta más suntuosa, encontramos el tono dominante de este ideal de vida en el que
se trasuntó la antigua caballeresca.
Interesaba al caballero —de antiguo o de reciente origen— la guerra y la aventura, y más la
aventura que la guerra. Allá iban los caballeros aragoneses y portugueses en busca de tierras
exóticas, al Oriente unos, al África los otros. Y sin alejarse de sus tierras, podían hallar ocasión
en los torneos de cumplir tan grandes hazañas como los aventureros.
Pero la guerra tenía aún sentido para el caballero, sobre todo en algunas regiones. Sometida al
riguroso código del honor, tenía algo de torneo y le permitía ejercitar sus más altas virtudes
dentro de cierto estricto formalismo que satisfacía su esclerosada retórica. Y a veces gustaba el
caballero de alternarla con el ejercicio poético, para manifestar de ese modo su dúplice
excelencia.