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Introducción a
la psicología infantil
Armenio Amado - Editor, Sucessor, Coimbra, 1942
Tradución de la tercera edición revisada y actualizada, 1960: Manuel Fererry.
INDICE
Han pasado ya diez años desde que fue publicada la Primera edición de
este libro. Habiéndonos pedido el editor una nueva edición, releímos las
páginas escritas al comienzo de la Guerra Mundial; siendo nuestra impresión
que, si bien se realizó gran número de investigaciones desde entonces, los
resultados no han modificado en forma sensible las ideas y los hechos que
hemos expuesto. Los trabajos emprendidos pusieron en claro un cierto
número de hechos particulares y confirmaron hipótesis insuficientemente
verificadas, especialmente en lo que se refiere al desenvolvimiento en el
transcurso de los primeros años de la vida. Acaso sea en materia de métodos
de exploración de la personalidad infantil en donde los últimos años se han
mostrado más fecundos. Junto al desarrollo constante de la técnica de los
tests, sobre todo de los tests proyectivos o de personalidad, en los que los
psicólogos se esfuerzan por introducir mayor exactitud y rigor en la
elaboración y más validez en el contenido, las aplicaciones de la
caracterología ganaron nuevo crédito, siendo muchas las obras publicadas
sobre el particular.
Diversos problemas de naturaleza práctica, derivados en parte de la
guerra, reclamaron también la atención de los psicólogos y de los pedagogos:
educación popular básica, prolongación del período escolar, cooperación
educativa internacional, niños descentrados, etcétera.
Deseando conservar en este libro su carácter de iniciación para uso de los
educadores en general, no quisimos que la nueva edición fuese más técnica ni
más pormenorizada que la anterior, tanto más cuanto que hemos publicado
obras más especializadas en las que el lector interesado puede encontrar
eventualmente mayores desarrollos y complementos. Empero, hemos hecho
lo posible para introducir en los diversos capítulos nuevos elementos y las
precisiones indispensables para actualizar el contenido del libro. A fin de
tornar más fácil y provechosa su lectura, hemos intercalado en el texto
subtítulos que aclaran la estructura y el contenido de los capítulos.
Ojalá esta nueva edición, así corregida, pueda encontrar una acogida
favorable en los padres y los educadores, y los ayude modestamente en la
tarea tan sumamente delicada y llena de responsabilidad que significa la
formación de los niños.
Coimbra, febrero de 1952.
E. P.
PREFACIO DE LA PRIMERA EDICIÓN
Durante mucho tiempo, y todavía hoy para ciertos hombres 'de ciencia'
que nunca estuvieron en contacto prolongado y atento con niños, éstos fueron
considerados no tanto como hijos de hombres, lo que es exacto, sino también
como hombres en pequeño, lo cual es mucho menos cierto. El niño no es un
hombre en miniatura, gran idea y también gran verdad que la psicología
actual pone de relieve en todo momento. Para describir un niño, no basta
reducir a una escala menor la capacidad física y mental del adulto. Se dice,
en verdad, muy poco cuando afirmamos que el niño es más endeble que el
hombre en su plenitud. No sólo es más débil, sino también diferente.
Un niño es un ser cuantitativa y cualitativamente diferente de nosotros
mismos. Empero, evitemos el ser tan radicales en la afirmación. Cuando se
exagera una idea justa, se cae muchas veces en el error. Trátase aquí de una
diferencia parcial, no de una oposición absoluta. Aunque sea un ser sui
generis, el niño no es absolutamente diferente del adulto. Así como un gatito
no llegará a ser un perro, un bebito de pecho sí podrá llegar a ser un hombre.
Tal como en el diminuto felino todavía inofensivo, sus garras y
agudos dientes, su agilidad y audacia nacientes dejan adivinar lo que el
animalito llegará a ser algún día, así también en la conciencia débil y
titubeante del niño puede reconocerse ya su vocación intelectual y como
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un primer esbozo de la obra que deberá realizar.
Esto parece algo trivial; sin embargo, ciertos 'sabios', que llegaron a ser
tomados en serio, pusieron en duda esta verdad de sentido común. No
llegaron a afirmar que el niño podía transformarse en mono —¡lo cual sería
demasiado humillante para nuestra pobre naturaleza!—, pero pretendieron
probar que el mono pequeño criado exactamente como un niño y en
constante compañía con uno de ellos podría alcanzar idéntico desarrollo y
frecuentar más tarde la escuela primaria y, quién sabe, hasta la Universidad...
Desgraciadamente, o felizmente, el mono ha rehusado hasta hoy tales honras,
lo cual, en nuestra opinión, es acaso la mejor prueba de inteligencia que nos
ha dado. Colocado en idénticas condiciones en el punto de partida, tratado
exactamente como el niño con el que convivía, un pequeño chimpancé tomó
primero la delantera respecto del niño, más pasados seis meses era superado
irremediablemente... Sin duda, el mono posee su propia inteligencia, mas, a
pesar de todos sus esfuerzos, nunca llegará a tener un lenguaje convencional,
ni el símbolo abstracto, ni a resolver problemas mediante la aplicación de
fórmulas generales previamente elaboradas; todo lo cual es específico de los
seres humanos.
El fenómeno de transformación gradual del niño, orientado a un
equilibrio del hombre en la plenitud de su vida, ha sido bien expresado al
decir que el niño es un adulto en devenir. Una psicología concreta debe, por
ende, estudiar al niño no sólo bajo un aspecto estático, sino en esa su lenta
ascensión hacia la madurez. Después, a partir del comienzo de esa ascensión
nótase en el comportamiento psíquico del niño un carácter humano que lo
especifica y asegura la continuidad de la especie, y, por otro lado, las formas
de ese comportamiento modifícanse continuamente bajo la doble influencia
del propio desenvolvimiento infantil y de las transformaciones que surgen en
el medio en el cual vive.
El hecho del desarrollo individual es, por tanto, un fenómeno capital en
psicología. La psicología infantil debe pues, necesariamente, ser una
psicología genética.
ALGUNAS PRECISIONES
Comparando el conjunto de las actividades del niño con las del adulto,
nótanse las siguientes semejanzas y diferencias, que resumimos según J. De
La Vaissiére. El conjunto de la evolución del niño no presenta actividades
que el adulto no ejerza; al contrario, las presenta a todas, al menos en estado
latente. No existe ninguna función psicológica del adulto que el niño con más
de siete años no pueda ejercer de cualquier grado o manera. En todos los
dominios de la actividad psicológica, así como en los de la actividad física, el
niño tiene un poder de intensidad de trabajo inferior al del adulto, siempre
que, desde luego, las comparaciones se hagan en base a un mismo individuo:
el niño se fatiga más pronto y tanto más a prisa cuanto más pequeño es.
La agrupación y la modalidad de las diversas actividades presentan un
aspecto muy diferente en el niño y en el hombre ya hecho. Esto es tan cierto
en lo físico cuanto en lo mental. Tal lo que constituye esa diferencia
cualitativa de que hablamos. Por ejemplo, con referencia a las diversas partes
del cuerpo, las relaciones se modifican considerablemente. En cuanto a lo
que es directamente observable, el aspecto exterior del cuerpo, se comprueba,
por ejemplo, que la cabeza, que representa aproximadamente 1/5 de la altura
total del cuerpo al nacer no corresponde, en el adulto, a más de 1/9 ó 1/10.
Semejantes mudanzas de proporción se producen también en cuanto a la
comparación entre las piernas y el tronco: no podemos enumerarlas aquí,
pero los tratados de higiene escolar insisten sobre estos fenómenos. Los
órganos internos sufren modificaciones del mismo tipo, pero, evidentemente,
esas modificaciones son menos fáciles de controlar. Por lo que hace a la
actividad mental, los psicólogos certifican que el niño pasa de una actividad
principalmente receptiva a una actividad de elaboración. Por lo menos, ésa es
la interpretación que generalmente se da al comportamiento intelectual del
niño. Obsérvase que, de las dos principales funciones del espíritu que son
inventar y verificar, el niño se contenta, casi exclusivamente, con la primera,
tanto que un psicólogo como Piaget ha caracterizado la mentalidad infantil
por el egocentrismo, es decir, por esa actitud esencialmente subjetiva que
hace que el niño sólo se interese por su diminuto mundillo interior,
indiferente a la lógica de sus raciocinios, sin querer saber nada de la prueba
objetiva, y viviendo una especie de sueño despierto.
Muchísimas experiencias han demostrado que si bien existen leyes
generales de aprendizaje, las cuales son válidas para todos los seres vivientes,
hay también modos característicos del ejercicio infantil. El niño no aprende a
hablar la lengua materna al modo como el adulto aprende a hablar un idioma
extranjero; el niño no aprende a escribir al modo como un adulto afásico
vuelve a dibujar las letras... Una misma naturaleza explica las leyes
generales, el desarrollo y la experiencia adquirida, ciertas modalidades
propias del niño y otras particulares del adulto. De aquí que, en materia de
psicología de la educación, debemos evitar caer en cualesquiera de estos dos
excesos: ver solamente las semejanzas entre el niño y el adulto constituye un
error que, en otros tiempos, se cometía con mucha frecuencia; ver solamente
las diferencias, es un defecto en el que ciertos pedagogos moderaos corren el
riesgo de caer. Observa Claparéde:
Aquello en lo cual el niño se aproxima más al adulto y hasta se
identifica con él es en las funciones generales de la actividad. Esta
función tiene por finalidad satisfacer las necesidades del individuo,
necesidades que, en último análisis, son un mantenimiento de la vida, una
extensión y una afirmación de la personalidad, una realización de sí
mismo. Pues bien, la ley de la actividad es idéntica, tanto en el niño como
en el adulto: es la necesidad, el interés, lo que suscita la actividad, y la
mejor representación que podemos tener de lo que impulsa al niño a
obrar, a imaginar, a pensar, a querer, a esforzarse, es lo que nosotros
mismos sentimos cuando pensamos, inventamos o nos esforzamos por
alcanzar un fin.
Comunidad en la razón de ser de la actividad, diferencia en la fuerza y en
el aspecto de esa actividad, tales son, por tanto, las dos relaciones que
definen la posición del niño con relación al adulto. Y si es preciso ver al
adulto en el niño, es únicamente como un fin, más o menos remoto, que
permite interpretar mejor la observación y aclarar nuestra propia acción.
EL NIÑO Y LA ESCUELA
En la época moderna, el niño viene a ser muy pronto un escolar. Muchas
veces, a partir de los tres años, frecuenta un Jardín de Infantes, y siempre,
cerca de los seis años, ingresa en la escuela primaria, donde estudiará hasta la
adolescencia. La escuela constituye por eso, a pesar de los esfuerzos de la
nueva educación, un medio bastante artificial que, en todo caso, difiere
mucho del ambiente familiar. Por ello, es necesario estudiar ciertas
particularidades del comportamiento infantil, que resultan de las condiciones
particulares del medio físico y humano de la escuela y de las nuevas
exigencias que ésta origina.
Problemas tales como los siguientes tienen importancia grande desde el
punto de vista pedagógico: ¿cuáles son las dificultades de adaptación que
encuentra el escolar cuando comienza los estudios? (a veces nueva lengua, o
más correcta, nuevos camaradas, nueva disciplina, nuevo aprendizaje, etc.).
¿Cuál es la influencia de la enseñanza en el comportamiento moral y social
de los alumnos? ¿Cómo se manifiesta la individualidad en el trabajo escolar?
¿Cuáles son exactamente las diferencias entre los niños y las niñas en el
terreno estrictamente escolar? ¿De qué manera la escuela puede contribuir a
resolver la crisis de la adolescencia cuando de hecho se produce? ¿Cómo y
cuándo organizar la orientación escolar? Todo lo cual nos muestra que, al
lado de la psicología infantil en general, o mejor, en unión con ésta, debe
existir una psicología del escolar. Diremos incluso que en los últimos años
fue sobre todo este aspecto el que llamó la atención de los psicólogos,
asistiendo en casi todos los países a una organización sistemática de la
psicología escolar.
Añadamos también que en el otro aspecto de la conducta, aunque no sea
más que un reflejo de la variabilidad individual, debe ser considerado aparte,
porque representa un problema especial: es la anormalidad de la conducta, o
mejor, la irregularidad del comportamiento escolar en sus diversas
modalidades. Casos hay en que las características individuales se alejan tanto
de la norma, de lo habitual, que suscitan problemas especiales. Estas
irregularidades afectan a toda la personalidad; o, simplemente, a
determinados sectores: ellas son de gravedad y de significado variable,
permanentes o pasajeras, se refieren a la inteligencia o al carácter, son
generales o específicas con relación al aprendizaje escolar. Dada la
importancia de la psicología del niño anormal, dedicaremos a este tema un
capítulo entero de este libro (cap. XII).
Los medios que hasta aquí hemos considerado para estudiar al niño no
necesitan de laboratorio alguno, ni de instrumentos especiales, en una
palabra, no pertenecen propiamente al método estrictamente experimental, el
cual no se puede concebir sin una rigurosa determinación de las condiciones
de observación, y sin una valoración de los resultados.
No es éste el lugar apropiado para discutir la posibilidad de esa
valoración. Digamos simplemente que es posible una estimación indirecta de
los fenómenos psicológicos. En efecto, ciertas manifestaciones de nuestro
comportamiento son susceptibles de ser apreciadas objetivamente. Pero, aun
en ese caso, no podemos tomar la expresión 'medida' de los fenómenos
psicológicos con un sentido absolutamente matemático. La medición nos
dará apreciaciones más notables y nos permitirá comparar con una mayor
exactitud los individuos entre sí. Mas no debemos olvidar que ciertos
aspectos puramente cualitativos escaparán siempre a nuestras tentativas de
expresarlos en unidad numérica. Nunca podrán expresarse rigurosamente
mediante números, los aspectos sutiles y variadísimos del comportamiento,
como la conciencia moral, el poder de invención, la delicadeza del gusto
estético, etc. Cuando más nos elevemos en la jerarquía de las actividades
mentales, más dificultad encontraremos para una rigurosa experimentación.
Podríamos, por tanto, desde este punto de vista, dividir los métodos
psicológicos en métodos descriptivos y métodos cuantitativos, aplicándose
los primeros a los fenómenos inaccesibles a la medición, y los segundos a los
aspectos con predominante carácter cuantitativo. Se habla también de
psicrometría y de método clínico. La primera pretende evaluar
objetivamente; el otro es un examen individual, pero sin el empleo de
instrumentos especiales y sin interpretación numérica. El método de los tests
pertenece a la psicrometría y ha sido largamente utilizado en el estudio de la
niñez, de cuarenta años a esta parte. No podemos demorarnos en estudiar
detalladamente aquí esta cuestión. Ella ha tomado una amplitud tal que
constituye una rama autónoma de la psicología, dando lugar a un
considerable número de publicaciones. Limitémonos a apreciar el método de
los tests como instrumento de observación del niño.
Como ya es sabido, un test es una prueba medida v estandarizada, hecha
para informarnos objetivamente sobre un carácter individual. En su esencia,
el test no difiere, por tanto, de las innumerables tareas y actividades a las que
el niño se dedica cotidianamente. No hay razón, en consecuencia, para dudar
a priori de tal método.
La medición consiste en haber determinado estadísticamente de qué edad
o de qué grado es característica la prueba. Es aquí donde reside su
superioridad, como instrumento de diagnóstico y de investigación, sobre las
pruebas habituales. Si la medición fue hecha en un número suficiente de
individuos, entonces nos será posible ver inmediatamente, en los casos
particulares, si un niño se halla por encima o por debajo de su edad con
relación a cierta actividad comprendida en el test, o, si se trata de una
actividad que se halla precisamente relacionada con el desarrollo, ver qué
lugar ocupa determinado niño en cuanto a esa aptitud dentro del grupo
representativo de los niños de la misma edad, o cuánto ~e aparta de la media:
tests de desenvolvimiento en el primer caso; test de aptitud en el segundo.
La estandarización se refiere a las condiciones de aplicación y de
anotación del test. A fin de poder comparar objetivamente los resultados
obtenidos con diversos niños en una misma prueba, es indispensable que ésta
haya sido aplicada según una técnica uniforme, y que las respuestas sean
apreciadas de la misma manera.
Otras dos cualidades deben también ser tomadas en consideración: la
validez, es decir, la capacidad del test para medir realmente lo que pretende
medir; y la fidelidad o constancia, o sea, la estabilidad de sus resultados en
las sucesivas aplicaciones.
Debemos reconocer que una vulgarización intempestiva del método de
los tests, lo ha desacreditado bastante ante los ojos de ciertos pedagogos.
Algunos psicólogos aficionados, en crisis de invención, imaginaron
apresuradamente ciertas experiencias que, a veces, nada tenían que ver con el
verdadero método. ¡No sólo en el comercio existen imitaciones! Antes de
elaborar un test es preciso saber cuál es la significación real de las pruebas
escogidas al efecto. Quien a toda costa procura ser original, corre muchas
veces el riesgo de caer en el ridículo. Hasta hubo quien pretendió descubrir la
vocación en todos los niños, aplicándoles el siguiente test: se colocaba al
niño delante de una manzana, una moneda, un libro de misa y de un cartucho.
Según él escogiera uno u otro de esos objetos, se profetizaba, y muy
seriamente, que se estaba en presencia de un futuro campesino, de un futuro
economista, de un religioso o de un soldado en embrión... ¡Mas eso pasaba
en los Estados Unidos, y nosotros no sabemos si tales pronósticos se
realizaron siempre!
Sin caer en tales excesos, ni tampoco en el error contrario que consiste en
negar todo valor al método, reconocemos que se pueden esperar de él
muchos servicios, y que, por otra parte, se han obtenido ya grandes
provechos tanto desde el punto de vista teórico como desde el punto de vista
práctico, del uso de los tests. Basta pensar en las escalas de inteligencia y en
sus innumerables aplicaciones, en los tests de orientación vocacional, en las
pruebas de carácter y de habilidad manual, para estarles reconocidos.
Desde el momento en que los tests de aplicación colectiva tomaron la
delantera respecto a los tests individuales, reservándose éstos sobre todo para
los casos específicos, es que fue posible emprender estudios sobre
considerables grupos de individuos, y eso en un tiempo relativamente
restringido.
Finalmente, recordemos que no se debe pedir a los tests lo que ellos no
pueden dar. Ellos pueden, sí, proporcionarnos informaciones más precisas y
en mayor número que las normales dadas por los padres y por los profesores.
Pero son impotentes para darnos una representación cabal y concreta de la
personalidad. Dos niños pueden proporcionar exactamente los mismos
resultados en una serie de pruebas y, sin embargo, ser muy diferentes.
Comprobación que no tiene nada de desalentadora.
A los datos proporcionados por los tests deben, normalmente, añadirse
los que provienen de otras fuentes para, al final, ver con mayor claridad en
los misterios infantiles.
MÉTODOS DE LABORATORIO
Para alcanzar un mayor rigor aún en el estudio del niño se recurre, a
veces, a las experiencias de laboratorio. Mas sucede que lo que se gana en
precisión en la verificación experimental, se pierde en valor de situación. El
niño se halla colocado en condiciones tan artificiales que podemos
preguntarnos si las conclusiones a que se ha llegado, suponiendo que se
pretenda conocer el comportamiento habitual del niño, son con todo válidas.
En general, las experiencias de laboratorio no representan aspectos de la vida
real. La experiencia ideal exige el control de todos los factores. Ahora bien,
fácilmente se echa en olvido lo que resulta de esta artificiosidad de la
experiencia. Muchas veces, los profesionales de laboratorio se dedican más a
establecer métodos en lugar de efectuar investigaciones sobre asuntos
perfectamente determinados.
A fin de mostrar mejor la frecuente artificiosidad de las condiciones de
una experiencia de laboratorio, recordemos que, en múltiples estudios sobre
el aprendizaje, el operador coloca al paciente, niño o animal, en situaciones
que, por así decir, nunca existen en la vida real: lo obligaba a aprender a
ciegas. Pues bien, ¿quién puede aprender en tales condiciones? Innumerables
procedimientos se idearon con el objeto de remediar ese inconveniente, pero,
¿quién puede estar seguro de que alguna vez podrá eliminarlo
completamente?
Para la observación de niños pequeñitos, por ejemplo, se imaginaron salas
pequeñas en las que el niño en estudio era dejado en completa libertad, ya
solo, ya con la madre. Una mirilla, tras de la cual se encuentra quien hace la
experiencia, permite observar sin ser notado; dispositivos especiales y no
aparentes pueden registrar imágenes, sonidos, medir el tiempo que va entre
una excitación y la correspondiente reacción, etc. Es algo muy ingenioso,
pero difícil de realizar por ser muy costoso. De ahí que estos métodos no
estén al alcance de cualquier persona. No obstante, esas instalaciones serán
cada vez más indispensables a los especialistas que quieran inventariar y
verificar los datos ya obtenidos o llevar más lejos el estudio del
comportamiento durante los primeros años.
CONCLUSIÓN
Como se ve, todas las técnicas que hemos pasado rápidamente en revista
tienen sus ventajas y sus inconvenientes. Unas están al alcance de cualquiera;
otras están reservadas a los profesionales. Algunas son más particularmente
aplicables a los niños de tierna edad; las otras, de preferencia, a los de mayor
edad. Será, por ende, necesario hacer una elección conforme a las
necesidades y a las circunstancias. Lo mejor consistirá en asociar varias,
siempre que eso sea posible. Una división establecida no es, por otra parte,
una distinción exclusiva. Muchas veces sucede que hasta se combinan
diversas formas de observación en una misma sesión y hasta en un mismo
tipo de prueba.
Antes de terminar este capítulo, parécenos oportuno insistir una vez más
sobre la diferencia que existe entre la ciencia psicológica y las demás
ciencias naturales. El entusiasmo que arrastró a los primeros representantes
de la psicología científica a no hacer diferencia alguna, desde el punto de
vista de los métodos empleados entre ellos y los fisiólogos, no podía hacer
persistir por mucho tiempo lo que no pasaba de ser una ilusión. En realidad,
los psicólogos se limitaron con frecuencia, a trasladar al lenguaje fisiológico
o físico los fenómenos de la conciencia y todas las actividades mentales,
porque ese lenguaje les parecía más riguroso. El pretender explicar todo
claramente conducía a construcciones engañosas, pero frágiles cuando se
examinaban a la luz de los propios hechos tales como ellos se presentaban en
la realidad. Parece ser que el espíritu científico tiende a materializar todo lo
que toca. Debemos convencernos de una vez para siempre que, si la
psicología quiere continuar siendo una ciencia objetiva, no tiene que
deformar arbitrariamente su propio objeto. Éste es de tal manera diferente del
de las otras ciencias de lo no viviente y de lo simplemente vegetativo, que
necesita un método especial, al menos para abordar los aspectos que son
absolutamente irreductibles a los fenómenos mecánicos.
Claparéde distinguía ya en psicología, con mucho acierto, los métodos
psicoléxicos (descriptivos) y los psicométricos (cuantitativos).
Podemos adoptar también el punto de vista de Koffka, uno de los
principales representantes de la psicología de la forma. Es preciso, afirma
este autor, distinguir en la niñez, por un lado los hechos redes o efectivos,
que pueden ser observados por cualquier persona, que son susceptibles de
medición, pueden ser tratados en términos cuantitativos y que dan lugar a
'conceptos funcionales'; y por otro, las 'experiencias' o 'fenómenos' (los
cuales sólo pueden ser experimentados por la persona que los vive); éstos
últimos son cualitativos y dan lugar a conceptos descriptivos. Basándose en
este análisis, Koffka establece tres métodos: el primero, el método científico-
natural, que consiste en la observación del individuo en determinadas
circunstancias y en la simple anotación de su comportamiento; el segundo es
el método psico-físico, en el cual se utilizan, conjuntamente, la observación
del comportamiento y la descripción subjetiva; finalmente el tercero,
puramente psicológico, emplea únicamente la introspección. También para
las niñas es necesario, dice Kafka, para llegar a una comprensión científica
de la conducta objetiva, tomar en cuenta los aspectos psicológicos del
comportamiento y emplear el método subjetivo. Para alcanzar esta meta, es
absolutamente necesario disponer de "un talento psicológico especial, que no
pasa de ser una variante del método psicológico puro".
Puesto en presencia de un niño, se trata, para el educador, de conocerlo
primero, y utilizar después este conocimiento para la acción. La primera fase
podemos denominarla psicognosia, o mejor, paidognosia, o sea, el estudio
pormenorizado del observado, tanto desde el punto de vista cualitativo como
cuantitativo, usando todos los medios a su alcance.
¿
Esta paidognosia entraña normalmente una retrognosis (conocimiento
del pasado), un diagnóstico (examen del estado actual) y un pronóstico
(previsión del futuro). La segunda fase se llama habitualmente paido- tecnia.
Es la aplicación de los diversos elementos de la paidognosia a la realización
de las tareas educativas. El profesor o el educador deben dedicar la mitad del
tiempo para estudiar a sus pupilos como individuos, y la otra mitad para
realizar lo que este estudio le sugiere, a fin de conseguir lo necesario y lo
deseable.
CAPITULO III
EL EGOCENTRISMO INFANTIL
Para caracterizar la actividad infantil, y en especial la percepción hasta
los 6 ó 7 años de edad, los autores emplean hoy, con frecuencia, los términos
egocentrismo y sincretismo.
Como estas expresiones designan fundamentalmente aspectos del interés
infantil, bueno es saber con exactitud qué significan realmente y hasta qué
punto se justifican. Fue Piaget quien puso de moda estas expresiones, como
resultado de sus interesantes estudios acerca del comportamiento infantil. La
mentalidad del niño, afirma, se halla enteramente dominada por una
interpretación subjetiva y utilitaria del mundo exterior. En efecto, muchas
comprobaciones parecen justificar el real fundamento de esta proposición.
He aquí algunos ejemplos que pueden avalar esta afirmación: la
incomprensión de las relaciones, los monólogos colectivos (los niños hablan
unos con otros cuando están en grupo, más no se trata de una verdadera
conversación), el animismo (el niño da vida, alma, a todo...), cosas que son
largamente analizadas por Piaget. En opinión de este autor se trata, en todo
esto, de una forma característica y constante del comportamiento del niño, de
una mentalidad irreductible, absolutamente distinta de la del adulto.
Diversas críticas han sido hechas a esta teoría. Se trataría ante todo, dicen
esas críticas, de una actitud muy frecuente, de un punto de vista preferido,
pero en absoluto de una mentalidad exclusivamente propia del niño y a la
cual él no pueda escapar. En ciertas circunstancias, el niño es capaz de
alteró-centrismo. Hay hechos que lo prueban: con frecuencia sucede que un
niño menor de siete años establece una distinción nítida entre lo subjetivo y
lo objetivo, entre lo real y lo imaginario, huyendo así al ilogismo en el que
quieren encerrarlo. Por consiguiente, si el egocentrismo del niño es una
actitud preferida en él, de ningún modo es de una rigidez absoluta. Por otra
parte, el pensamiento de Piaget se muestra más diferenciado en sus trabajos
más recientes.
Sucede también que, basándonos en el lenguaje infantil, interpretamos a
veces falsamente lo que el niño piensa. En efecto, las palabras empleadas por
los pequeños no tienen necesariamente la misma significación que nosotros
los adultos les damos; por olvidar esto corremos muchas veces el riesgo de
ver ilogismo,
actitud gallarda, hasta mentira, en donde sólo se trata de originalidad natural.
Es, sin embargo, justo que se tome en consideración la actitud
egocentrista preferida por el niño. Pretender, por ejemplo, suprimir los usos
basados en lo maravilloso infantil, desterrar los libros de fantasía pura y los
cuentos de hadas por pretexto de que engañan al niño, sería un cálculo
funesto y una pedagogía de jansenista, porque si el niño no siempre cree en
las 'historietas', gusta, empero, de ellas y su espíritu encuentra en ellas
alimento.
El sincretismo es presentado por Piaget como una consecuencia del
egocentrismo. Incapaz de síntesis normal al no poseer el sentido riguroso de
la realidad objetiva, el niño se contenta con unir elementos sin ninguna
ligazón racional, en visiones concretas. Precisamente, como sucede con el
egocentrismo, no es en absoluto seguro que el sincretismo sea
exclusivamente propio del niño. Cada vez que un adulto se encuentra en
presencia de situaciones o de cosas completamente nuevas para él se
comporta como un niño. El primer contacto con un objeto es una percepción
concreta; sólo después, cuando la necesidad se hace sentir, sigue el análisis
del mismo. Necesidad que se hará más frecuente en el adulto, porque las
tendencias racionales se hallan en él más desarrolladas, y porque la conducta
lo exige. Pero un niño de 7 años no parece ser radicalmente rebelde a cierto
análisis, consecutivo a una percepción global.
Lo que explica el hecho del sincretismo en su frecuencia y duración es la
poca experiencia que el niño posee, las necesidades limitadas de su
adaptación, por lo que el hecho del verdadero análisis racional es
prácticamente imposible. Ciertos detalles que para el adulto tienen una
determinada significación o interés, no lo tienen para el niño. Si, en cierto
modo, el niño generaliza dando el mismo nombre a diversas cosas que
poseen aspecto semejante, no es en virtud de una abstracción consciente y
activa, sino debido a pobreza de vocabulario y de indiferenciación en la
percepción.
Otra prueba de que el sincretismo no es una consecuencia de la edad
como tal, reside en el hecho de que los adultos llamados primitivos o poco
evolucionados pusieron también de manifiesto una inteligencia sincretista.
Esto fue considerado hasta hace poco como una mentalidad específicamente
comparable a la del niño. Mas hoy los sociólogos han abandonado esta teoría
y explican el sincretismo adulto mediante factores externos, el atraso de la
civilización y el género de vida.
Claparéde analizó un caso particular de sincretismo con el objeto de
mostrar la importancia de ese factor en la educación infantil. Fue el caso de
su hijo, el cual, a los cuatro años y medio, reconocía las páginas de una
colección musical sin saber música ni saber leer. Él había asociado la imagen
concreta de las melodías a la imagen concreta de su representación musical,
imágenes que eran suficientemente diferenciadas como para no confundirlas
ni auditiva, ni visualmente.
Fue sobre este fenómeno de globalización concreta sobre el que Decroly
basó su método de lectura y de escritura global o ideo-visual. Como esa
función de globalización no es exclusiva de la percepción, —a pesar de ser
ése el dominio en el que ella es más aparente—, sino que se manifiesta
igualmente en la actividad motora, verbal, etc., siendo, al fin de cuentas, una
ley general de la actividad humana que va del todo a las partes, de lo
concreto a lo abstracto, del dato inmediato al análisis, es conveniente tenerlo
en cuenta en cualquier educación, tanto para conservar un recuerdo como
para fijar lo que se aprende, no olvidando, observación importante ésta, que
lo que es simple e inmediato para el adulto, no lo es también necesariamente
para el niño. Volveremos sobre este asunto cuando nos refiramos al
aprendizaje, (cap. VI).
EL PROBLEMA DE LA ATENCIÓN
ALGUNAS SUGESTIONES
Habría aún mucho que hacer para mejorar los métodos escolares y
educativos que olvidan completamente la psicología del interés. Como esta
cuestión es importante, indicaremos rápidamente algunos errores y
mostraremos cómo podrían o deberían ser corregidos.
Es tal vez en el dominio del desarrollo del espíritu de observación donde
con mayor frecuencia se está errado. La percepción, no insistiremos nunca
demasiado en ello, no tiene un fin en sí misma. Sólo presta utilidad cuando
ayuda a adaptar mejor nuestra conducta a las diversas situaciones en que nos
encontramos, dentro de lo que corresponde a nuestro interés. Ahora bien,
nuestras necesidades como dijimos, son muy variables, tanto en intensidad
cuanto en cualidad. Por ende la obligación de percibir bien es muy relativa.
Unas veces, una percepción superficial es ampliamente suficiente para
nuestra adaptación, otras, precisamos de una percepción más atenta y
pormenorizada. A veces bastará fijar un elemento de un todo concreto, otras,
será más interesante fijar diversas partes. Se trata aquí de verdades de buen
sentido que todos deben conocer. El mal está en que los profesores no se
acuerdan de ellas cuando se hallan en las aulas, o imaginan que la vida
escolar es contraria a la vida real y tiene su finalidad en sí misma. Cierto día,
un amigo mío que hojeaba una revista en casa, me mostró accidentalmente
una imagen publicitaria en la cual un imponente caballero blandía
altivamente una pesada espada. "Singular soldado", me dijo, que sostiene la
espada con la mano izquierda . ..". Yo nunca había reparado en este detalle, y
eso que el grabado era archiconocido por mí. ¿Sería yo un mal observador?
No quiero llegar a esa conclusión. El detalle de marras no me interesaba.
Pero mi amigo, que era un erudito y estudioso apasionado de las cosas
medievales, inmediatamente distinguió la inverosímil actitud del caballero.
Esa misma persona me confesó, días antes, que algunas telas de araña que
adornaban el techo de su escritorio y que habían escandalizado a la criada, le
habían también causado a él gran admiración, pues ¡nunca se había fijado en
ellas! ¡Ciertamente porque las telas de araña tienen menos relación con la
Edad Media de lo que las espadas la tienen con los cruzados! Esta breve
anécdota ilustra de manera curiosa la relatividad de la percepción y la
naturaleza de la dirección seguida por la observación, que, con frecuencia,
sólo tiene un camino útil a su frente.
Volvamos a los niños. Los ejercicios de observación que el profesor
impone se hallan, a veces, desprovistos de todo buen sentido psicológico. Un
alumno de Pestalozzi cuenta en algún lugar que éste reunía muchas veces a
los estudiantes frente a un antiguo tapiz al que todos miraban detenidamente,
dando después cuenta de sus observaciones so pretexto de desarrollar el
vocabulario. "Yo veo un gran hueco; distingo también hilos amarillos e hilos
azules, etc.". ¡No se comprende cómo Pestalozzi, que conocía concretamente
a los niños, exigiese ejercicios tan fastidiosos en los que ningún interés
llevaba a un examen pormenorizado de ese viejo tapiz!
Un mismo objeto será unas veces ocasión de observación lo más objetiva
posible, otras, de una simplemente subjetiva y superficial. Supongamos que
muestro a los alumnos algunas flores: si se trata de una lección de botánica,
la tarea de observación será totalmente diferente de si lo fuera para escribir
las propias impresiones, para hacer una redacción. Observar sólo por el
hecho de observar es un contrasentido. Una observación hecha de esta
manera, es decir, sin una finalidad práctica, sólo puede ser perjudicial al que
la efectúa, por apartar su atención del aspecto útil. Si un soldado, al topar con
un enemigo, perdiese su tiempo observando todos los pormenores de sus
armas y de su uniforme, esa actitud le costaría cara. De la misma manera, el
alumno que se demora observando lo que no interesa a sus necesidades
presentes es un inadaptado.
Otro error que frecuentemente se comete con los jóvenes estudiantes
consiste en proporcionarles, como temas de redacción, asuntos que se hallan
muy lejos de sus intereses y de sus capacidades. ¿Será acertado pedir a un
niño de 10 años que nos comunique sus impresiones en presencia de una
linda puesta de sol? Su interés no se fija en los espectáculos estéticos, ni en
los sentimientos interiores. En consecuencia, este tema equivale a obligarlo a
no decir nada, o a copiar lindas cosas leídas u oídas, a no ser sincero, a perder
la originalidad y la autenticidad. Puesto que su curiosidad es fuertemente
solicitada por los objetos, por las plantas y los animales que lo rodean y por
su manejo, ¿por qué no recurrir a ellos para buscar los temas de redacción?
Sabido es por todos que el doctor Decroly elaboró y difundió un método
denominado de los centros de interés, que consiste en agrupar todos los
ejercicios escolares tomando como base las necesidades fundamentales del
niño. Puede discutirse el hecho de saber si esas necesidades se expresan
realmente de manera espontánea en el niño, o si no se trata más bien de una
sistematización concebida por el cerebro del adulto. En todo caso se trata de
una excelente sugestión: la de hacer del interés el elemento catalizador de
todas las actividades infantiles. Manifiestamente, Decroly supo crear en la
escuela infantil y primaria una atmósfera totalmente diferente. En realidad,
no se preocupó mucho en verificar si las necesidades eran sentidas como
tales, mas su contacto con los niños le indicó claramente hacia qué
actividades concretas iban sus preferencias y si eran esas actividades las que
sirvieron de eje a todo lo demás. En vez de organizar programas mediante
articulación de materias (disciplinas), lo cual es un punto de vista abstracto,
agrupó objetos que sirvieron como puntos de partida para diversas
ocupaciones, lo que es un punto de vista concreto, psicológicamente más
apropiado a los niños.
Los juegos educativos, que no fueron inventados por Decroly, puesto que
se encontraban ya en Froebel y en nuestros pedagogos más antiguos, pero
que el educador belga renovó e integró en su sistema, constituyen otro
método basado en la actualización de los intereses. A veces sucede que, por
no comprender bien el niño el valor práctico de ciertas adquisiciones, éstas le
son suministradas indirectamente, representándolas bajo la forma de juego.
Siendo el juego un instinto muy desarrollado en el niño, éste ejecuta con
placer tareas a las que se habría rehusado, si le hubiesen sido propuestas
despojadas de ese atractivo. Para emplear una expresión vulgar, si no se le
hubiese 'dorado la píldora'. Así, ejercitarse en la división de números, tal vez
tuviera un interés reducido para un niño de 8 años. Pero si le ofrecemos
siluetas de rapazuelos con un cesto para recibir la parte que le corresponde
de una cierta cantidad de bollitos, la división se torna entonces divertida y
posee una significación concreta. Lo mismo sucederá si se trata de repartir en
pelotones iguales un regimiento de soldaditos de plomo para una batalla
imaginaria. Lo cual no quiere decir que los juegos deban mantenerse siempre
como técnica educativa. Debe tenerse en cuenta la edad y la materia que se
enseña.
Alain escribía en sus Propos sur l'éducation que cada vez que había tenido
ocasión de responder a una encuesta pedagógica, no desperdiciaba la
oportunidad de desechar el sistema de enseñar por el juego. No llevaremos a
tanto nuestra severidad como lo hizo ese espíritu brillante, pero que a veces
gustaba demasiado de la paradoja. Por otra parte, ¿no aplicaba él a los
adultos el principio que condenaba? ¿No procuraba instruirlos divirtiendo? Si
el adulto pudiese realizar todas sus tareas en son de chanza, ciertamente no
despreciaría esa facilidad.
Detengámonos aquí y resumamos aquí en pocas líneas lo que acabamos
de decir respecto de los intereses. Hay intereses que nacen espontáneamente
en nosotros y que explican nuestro comportamiento. Esos intereses naturales
son fundamentales y sirven de base a otros. En el transcurso de la evolución
mudan sensiblemente y caracterizan las diversas edades del individuo. La
práctica educativa debe tener en cuenta especialmente dicha evolución.
Como nuestras actividades no funcionan útilmente sin una finalidad, el gran
arte del educador consistirá, si conoce bien la psicología concreta, en
encontrar las materias y las maneras más adaptadas a la naturaleza de los
intereses de cada edad y de cada niño.
CAPITULO IV
LA VARIABILIDAD INDIVIDUAL
LA TIPOLOGIA
Fue con el objeto de facilitar el conocimiento cada vez más preciso y
especializado del niño y del adulto por lo que algunos psicólogos orientaron
la psicología individual en un sentido bastante diferente del apuntado por
nosotros hace un instante: el establecimiento de leyes que rijan las
diferencias individuales. Esa nueva corriente se denomina la tipología. Por
medio de diferenciaciones progresivas podemos llegar, luego de haber
caracterizado el comportamiento del hombre en general, a determinar
también el de grupos cada vez más restringidos para, finalmente, acercarnos
al individuo en su realidad concreta. A medio camino de esto encontraríamos
la tipología, que trata de los caracteres y de la mentalidad de cada individuo.
Caracteres y mentalidad son términos medios, menos generales que las
funciones psíquicas, pero también menos concretos que el individuo.
La tipología es, desde el punto de vista científico, menos pretensiosa que
la psicología experimental. Ella prefiere el análisis descriptivo al método de
los cálculos rigurosos. Procura pintar y clasificar tipos que presentan cada
uno de ellos una combinación diferente de los elementos que constituyen el
comportamiento. Evidentemente, la tipología no pretende que los tipos
existen en estado puro. No se trata de fotografías, sino de imágenes genéricas
que se parecen un poco a las imágenes compuestas de Galton (obtenidas por
la superposición en una misma placa fotográfica de individuos diferentes: los
rasgos comunes se refuerzan y los diversos casi desaparecen).
Los tipologistas no tienen la ilusión de agotar la rica complejidad de los
seres. Bástales verificar que se encuentran en la realidad los tipos descritos,
cada uno con sus rasgos predominantes, en un número suficiente de
individuos como para justificar la denominación. En resumen, ellos nos
presentan personajes, tal como hacen los escritores. Los caracteres de un
Moliere o de un La Bruyére, de un Gil Vicente o de un Ega de Queiroz, son
estudios psicológicos. Mas, como observa Dwelshauvers, existe una
diferencia tanto de método como de finalidad: "El escritor sigue a su
intuición y procura presentar personajes vitales. El psicólogo analiza y
procura explicar. Es más fácil y sobre todo más sugestivo relacionar un
individuo con un retrato de familia que comparar dos números o dos
fórmulas. Por eso los tests individuales, a pesar de todo el interés que
presentan obtienen, empero, un valor práctico relativo. No les debemos pedir
más de lo que pueden dar acerca del diagnóstico de la individualidad. No
debemos imaginar que dos cosas iguales representan cosas iguales, y que dos
niveles intelectuales de la misma altura significan dos realidades idénticas.
Fue por haber olvidado esta verdad por lo que muchos educadores, que
sinceramente se creían a la vanguardia del progreso, se dejaron ilusionar por
una ciencia psicológica rica, pero estéril, orientada a la especulación y no
hacia la acción. Despreciaron a los niños con sus rostros y sus almas
multiformes para sólo pensar en el niño de sus libros. Incapaces de descender
de lo abstracto, se perdieron en los yerros que los innovadores habían querido
justamente evitar.
Para encontrar la explicación de las diversas organizaciones mentales
sería preciso según Binet, recurrir a elementos voluntarios, a las leyes de la
inteligencia propiamente dicha, al régimen de las imágenes mentales, a la
inestabilidad de la sensibilidad y del tonus emocional. Tal es la trilogía de
explicaciones que podemos invocar, sin perjuicio de otras que pueden ser
legítimamente adoptadas y que hacen intervenir la fisiología (circulación,
reacciones nerviosas, fenómenos de disgregación fisiológica, etc.). Cada uno
escoge según sus preferencias.
Los diversos sistemas caracterológicos tienen mucho en común, pero a
fin de determinar el contenido psicológico de cada tipo parten muchas veces
de elementos diferentes. Unos se basan en la manera de reaccionar en
presencia de diversas situaciones o problemas, y es una psicología directa;
otros establecen relaciones entre determinados aspectos somáticos u
orgánicos y el comportamiento: morfopsicología, biotipología, fisionomía,
frenología.. .; a veces pretenden inferir características psíquicas por la
observación de aspectos muy limitados de la persona: las letras, las líneas de
la mano, los ojos, etcétera.
Ciertos caracterólogos originales hasta intentaron, por otra parte sin gran
éxito, descubrir la moralidad y la inteligencia de los individuos ¡sólo
mediante el examen de las uñas y de los cabellos. . .! En cualquier ciencia
hay siempre profetas y charlatanes, y, por desgracia, personas crédulas que
los animan a proseguir sus descubrimientos.
CONCLUSIÓN
LA INDIVIDUALIDAD INFANTIL
¿De qué manera aprende el niño? ¿Cuáles son las explicaciones más
plausibles que dan cuenta de los progresos en los distintos tipos de
adaptación adquiridos? La teoría tradicional que afirma que el hábito se
adquiere por la repetición es insuficiente y ni siquiera rigurosamente exacta,
pues no se trata, en las fases sucesivas de las actividades consideradas, de
una simple reproducción; si así fuese, nunca habría progreso. La intención
permanece siempre estable, pero el resultado se modifica constantemente.
De algunos años a esta parte, las investigaciones experimentales sobre esta
cuestión se han multiplicado. Los trabajos, en la mayoría de los casos, se
han hecho sobre animales, mas no obstante los niños y los adultos fueron
también utilizados para las experiencias sistemáticas. En resumen, dichas
experiencias incidirán sobre la determinación de lo innato y de lo adquirido
mediante el ejercicio, sobre los factores que revelan el progreso, y, en
consecuencia, sobre las condiciones de las diversas formas de aprendizaje,
6obre las transmisiones que tienen lugar de una actividad a otra, sobre las
diferencias en la manera de aprender de los niños y los adultos, etc.
Indicaremos rápidamente algunos de los resultados de tales estudios,
criticándolos eventualmente, luego de mostrar las ventajas que la pedagogía
práctica puede extraer de esos trabajos.
Los ratones han sido animales privilegiados de los laboratorios,
principalmente en los Estados Unidos, sin duda por ser muy prolíferos y
porque se prestan fácilmente a las ejercitaciones sobre laberintos y demás.
Utilízanse también pájaros pequeños, gatos, reptiles y hasta insectos. Es
evidente que no todo lo que se verifica en esos animales puede ser
íntegramente aplicado al niño, pero algunas transposiciones son legítimas y
ciertas comprobaciones pueden orientar las experiencias por realizar con
material humano.
Una de las verificaciones importantes a que llegaron los investigadores es
que muchas de las actividades que estaríamos tentados de atribuir a un
ejercicio previo, nada le deben. Así, peces pequeños que fueron
inmovilizados en una masa gelatinosa que no les impide vivir y
desenvolverse, nadan inmediatamente luego que son liberados y tan bien
como sus hermanos que fueron dejados en libertad en el agua clara. Pájaros
recién nacidos, presos por algunas semanas en cerradas prisiones en donde
las alas no pueden moverse, vuelan como los que saben, luego de ser puestos
en libertad... Lo cual viene a confirmar el papel acentuado de la maduración
en muchas actividades motoras.
Experiencias de este tipo se hicieron con niños y se comprobó que un
grupo, sometido durante algunas semanas a un intensivo tren de actos como
el de abrocharse y recortar figuras de papel, presenta una superioridad muy
pasajera sobre otro grupo paralelo que no se entregó a dichas ocupaciones.
Un psicólogo, Strayer, realizó una interesante experiencia con relación al
lenguaje. Uno de sus dos hijos gemelos fue ejercitado en hablar a partir de la
84* semana, y el otro sólo a partir de la 88*. La diferencia verificada entre
ambos, en cuanto al desenvolvimiento de la función, fue prácticamente nula.
Este resultado significa que el aprendizaje sistemático de la lengua, sólo
comienza con verdadero provecho a partir de cierta edad, y que los ejercicios
realizados antes de esa edad son inútiles.
¿No sucederá lo mismo en lo que respecta a muchas otras funciones, con
relación a las cuales se pierde inútilmente el tiempo queriendo desarrollarlas
antes de haber sonado la hora de ese perfeccionamiento mediante la
ejercitación? Es preciso dejar madurar la infancia en el niño, decía ya poco
más o menos J. J. Rousseau en el siglo XVIII. La razón por la cual los
pedagogos modernos no admiten que la educación preescolar entrañe ya la
enseñanza sistemática de las materias escolares, y particularmente de la
lectura, de la escritura y del cálculo, se halla justamente en el hecho de que
los niños de 3 a 6 años no presentan aún, por regla general, la madurez
suficiente para la adquisición rápida y segura de estas capacidades. Debemos
dar tiempo al tiempo. No queremos afirmar con esto que los niños menores
de 6 años sean incapaces de aprender las disciplinas propiamente escolares,
pero, y ya lo demostraron ciertas experiencias, un pequeño de 6 años aprende
más en materia de lectura y de escritura en 4 meses de lo que lo hace una
criatura de 4 años en 12 meses.
Lo que parece mejor y más interesante en la educación preescolar —tal
es lo que se practica sistemáticamente en los institutos montessorianos—,
consiste en educar la actividad sensorial, afinar las percepciones, preparar las
distintas aptitudes y los mecanismos necesarios para el aprendizaje
propiamente escolar. ¡Pero a veces es tan difícil hacer comprender a los
padres la conveniencia de no precipitar la educación primera, de
convencerlos de que la mejor manera de ganar tiempo en materia de
enseñanza consiste en saber perder tiempo de manera oportuna!
Frecuentemente sucede que los niños que ingresan a la escuela primaria
pierden todo el interés por el estudio, porque comenzaron demasiado pronto
a ser escolares.
Los diversos aspectos del problema del aprendizaje que nos limitamos a
mencionar en este capítulo, muestran su extensión, su complejidad y su
importancia para la educación y la enseñanza. Ciertamente, no dejarán de
aparecer nuevas investigaciones e interpretaciones.
Cuando advertimos el gran interés que posee el aprendizaje, nos
admiramos de cuán poco se habla de él en los manuales de psicología
pedagógica. Frecuentemente se limitan a discusiones puramente verbales, a
teorías que, en consecuencia, carecen de utilidad práctica. Es de esperar que
el desarrollo creciente de los estudios positivos a este respecto tendrá una
feliz repercusión en los libros en los cuales los educadores procuran reglas de
acción, o, por lo menos, inspiraciones en cuanto a los métodos de enseñanza
más eficaces.
CAPÍTULO VII
Veamos ahora cómo se enriquece la vida afectiva del niño. Observamos que
las nuevas emociones, que nosotros siempre comparamos con las propias,
aparecen sucesivamente, convirtiéndose por eso en más complicadas. Una
pregunta que puede hacerse consiste en saber si las reacciones emotivas que
se manifiestan sucesivamente en el niño son originarias o bien producto del
ambiente, en especial por la educación o la sugestión del miedo.
A este respecto, muchas son las leyendas por eliminar y muchas las
afirmaciones que deben ser revisadas. La anécdota es corriente. Hechos que
nunca fueron controlados, son repetidos por los manuales como prueba de las
tesis presentadas. En resumen, los testigos toman frecuentemente el lugar
mismo de los hechos a que se refieren. Nadie los critica. Era, por ende,
indispensable partir nuevamente de cero, si así puede decirse, y reconstruir la
psicología de la vida afectiva olvidando provisoriamente todo lo que a este
respecto se había afirmado hasta entonces. Algunas experiencias, que
servirán de punto de partida para muchas otras fueron realizadas por J. B.
Watson, en 1917, en la Universidad John Hopkins. Él es el representante en
los Estados Unidos de esa psicología puramente objetiva de que hablábamos.
Examina un determinado número de niños pequeñitos, en ciertas
condiciones, y describe su comportamiento. Así, por ejemplo, los niños son
colocados en la oscuridad y se les aproxima una cosa inflamada, animales
desconocidos, máscaras horrendas, etc., y se observa si las reacciones que
llamamos emocionales se producen. Sólo algunas de esas situaciones creadas
artificialmente provocarán respuestas emotivas. Tales respuestas clasificadas
por Watson en tres categorías: el miedo, la cólera (rabia) y el placer (en
realidad, él las designa por las letras x, y, z, respectivamente, a fin de evitar
cualquier interpretación subjetiva). El miedo es provocado por sonidos
graves y por la brusca supresión de los puntos de apoyo del cuerpo. La rabia
se halla determinada por la paralización de los movimientos espontáneos. El
placer es producto de las caricias, el calor moderado, la presión rítmica en las
zonas erógenas. En cuanto a las reacciones producidas eran, de manera
general, las siguientes: para el miedo, suspensión de la respiración, temor,
oclusión de los párpados, cierre de los labios, gritos, llanto, contracción de
las manos; para la rabia, los brazos y los pies se agitan con violencia, el
rostro se crispa y el niño sólo atina a dar gritos agudos. En los casos de
reacción al placer, se observa un relajamiento muscular con extensión de los
dedos y de los brazos y una respiración regular.
Las experiencias de Watson son interesantes, pues vuelven a estudiar el
problema a partir de su base apartando sistemáticamente las descripciones
introspectivas detalladas, tan discutibles en lo que respecta a los primeros
años de vida. Viose claramente que diversas situaciones que se juzgaban
naturalmente capaces de provocar respuestas emotivas eran, en realidad,
ineficaces; por ejemplo el miedo natural a la oscuridad y a los animales, no
existe. Los sentimientos de odio y de celos primitivos, de los cuales las
madres hablan tan frecuentemente, no fueron confirmados. No se produjeron
reacciones a estímulos más complicados que los mencionados. Los estudios
de Watson provocaron un gran número de estudios complementarios que con
frecuencia confirmaron, precisándola, la teoría de las tres emociones
fundamentales.
PAPEL DE LA MADURACIÓN
¿Cuál es exactamente el papel que la madurez desempeña en el
desenvolvimiento de la vida afectiva? En otras palabras, ¿podrán
manifestarse emociones primitivamente inexistentes bajo la influencia de su
propio desarrollo, pudiendo las emociones primitivas ser modificadas?
Entendemos que cuando se trata de la aparición de sentimientos y de
emociones que se expresan con palabras nuevas por producirse en presencia
de elementos hasta entonces ineficaces, trátase mucho más de diferenciación
en el interior de los estados afectivos vividos que de estados nuevos. La ley
general de desarrollo humano, sea cual fuere el aspecto bajo el cual éste se
encare, es que ella no consiste en una adición, sino en una progresiva
organización resultante de la maduración y del ejercicio.
Para estudiar el papel de la maduración en el desarrollo de las emociones,
se han realizado experiencias de este tipo: los niños son colocados en
presencia de una serpiente inofensiva; al principio no manifiestan ningún
recelo, lo que sucede hasta los dos años. Entonces es cuando aparecen
reacciones de prudencia: observación de los movimientos del animal,
aproximación y contacto titubeantes. Después de los cuatro años se observa
un rechazo muy claro, y si la experiencia se hiciese en adultos, esta última
reacción sería aún más acentuada. La aparición del miedo en ciertas
situaciones y su agravación, estarían relacionados, dícese, con el nivel
general de desenvolvimiento de los individuos. Mas en verdad es difícil,
incluso en el caso en que la presentación constituye una situación inédita
para el niño, afirmar con seguridad si la reacción se explica sólo por efecto
de la maduración. Pudo muy bien haberse efectuado una transferencia al
recordar a causa del animal u objeto que provoca el miedo, estímulos más o
menos semejantes, pero peligrosos, que forman ya parte de la experiencia del
niño. Ambos factores, interno y externo, aparecen siempre confundidos en la
vida real.
Lo que principalmente interesa saber, desde el punto de vista educativo,
es la extensión o los límites en que las emociones y los sentimientos son
independientes de los elementos exteriores. Cierto es que el desarrollo
natural del niño provoca la aparición de nuevas tendencias, nuevos intereses
y por ende nuevos sentimientos, hecho que se verifica claramente en el
terreno de la vida sexual. Si durante la primera infancia, muchachas y
jóvenes no presentan grandes diferencias en la vida sentimental, llegará un
momento en que nos hallemos en presencia de dos comportamientos bien
distintos. El sentimiento de pudor, por ejemplo, se revela con nitidez y sin
influencia aparente del medio, luego naturalmente, en las muchachas llegadas
a los 10 u 11 años.
LA INFLUENCIA DE LA EDUCACIÓN
LA VARIABILIDAD INDIVIDUAL
Tal como para los demás aspectos del comportamiento, existen
diferencias individuales muy claras en la afectividad de los niños. Decroly,
que se dedicó principalmente al examen de la afectividad infantil, filmó las
reacciones de muchos niños en presencia de situaciones idénticas. Es curioso
observar la variación en la expresión de los rostros. Si unas veces es la
alegría, otras es la ansiedad lo que se transparenta en sus rostros, cada uno de
ellos mantiene, empero, su manera propia de reírse o de contraerse. Las
consecuencias prácticas de esta variabilidad han sido ya apuntadas por
nosotros de manera general en otro capítulo (cap. IV).
Precisemos que no basta tener en cuenta la afectividad infantil en general.
Preciso es también conocer la relativa afectividad de cada niño y adaptar a
ella los métodos de educación y de enseñanza. No existe un solo educador
que olvide esto, y hasta puede decirse que, en este dominio, la
individualización fue practicada más pronto de la que se refiere a la
capacidad del trabajo intelectual y a las formas de esa actividad.
Decroly, a quien acabamos de aludir, propone un cuadro detallado para el
examen de la afectividad en el niño. Ese cuadro muestra el cuidado con que
el autor se dedicó al estudio de este problema, revelándonos un claro sentido
de clínico psico-pedagogo. Nos parece, empero, demasiado complicado para
que se pueda usar correctamente. En primer lugar es demasiado extenso y, si
tuviéramos que llenarlo completamente, las observaciones correrían el riesgo
de ser superficiales. Además, si la terminología posee una determinada
significación para el autor que la creó, puede muy bien ser interpretada de
manera diferente por aquéllos que, en la práctica, se servirán de ella. Esta
dificultad es inherente a los vocabularios de este tipo. Indiquemos, no
obstante, los títulos de las grandes divisiones de Decroly.
A) Tendencias egocéntricas: conservación individual, instintos y
tendencias primarias en relación con la conservación individual y las
tendencias secundarias: desarrollo, crecimiento, extensión.
B) Tendencias exocéntricas: gregarismo, instinto sexual, tendencia
maternal, tendencia paternal, tendencia grupal asociada al amor
propio.
C) Tendencias defensivas: reacciones de defensa pasiva, reacciones de
defensa activa y de ataque agresivo.
D) Tendencias mixtas: instinto de emulación, necesidad de aprobación.
E) Tendencias adyuvantes-, imitación, juego, curiosidad.
F) Tendencias derivadas complejas-, tendencias estéticas, éticas y
sociales.
G) Informaciones complementarias-, forma de actividad, particularidades
de la inteligencia y de la conciencia en relación con las tendencias
afectivas.
H) Impresión de conjunto.
Cada uno de estos rubros es seguido por una serie de indicaciones
concretas sobre las manifestaciones de las diversas tendencias. Suponiendo
incluso que se pudiese llenar minuciosamente cada compartimiento, no
sabemos si el cuadro de conjunto que de ello resultaría sería verdaderamente
sugestivo. Presentaría una dispersión de datos en los que la individualidad
concreta se perdería. Cuando se trata de niños normales, no nos parece
indispensable un diagnóstico afectivo demasiado profundo. Basta una
caracterización global. Cuando nos hallamos en presencia de anormales o de
niños-problema, el caso es diferente. Las perturbaciones emotivas
permanentes se distinguen rápidamente, siendo de resorte del especialista
hacer un diagnóstico completo de tales perturbaciones, investigando su
explicación por el método psicoanalítico y otros, y curándolas en lo posible.
CONCLUSIÓN
Demos fin a este capítulo relativamente difícil, sobre la vida afectiva de los
niños. Esa vida es, ciertamente, conocida mejor hoy objetivamente que en
otros tiempos, por usarse en su estudio métodos más rigurosos. Claro es que
se harán nuevos progresos, mas no debemos, empero, forjarnos ilusiones
acerca de las posibilidades de la ciencia en esta materia. Es difícil hacer una
sistematización totalmente satisfactoria. En efecto, los sentimientos
representan lo que de más subjetivo y fluctuante existe en la vida mental.
Puede hoy decirse que todas las matemáticas de los sentimientos fallan.
Siempre tórnase a la misma comprobación: si perdemos de vista el todo
concreto e indivisible que es el individuo, en lugar de explicarlo, lo
deformaremos.
CAPITULO VIII EL LENGUAJE EN LOS NIÑOS
NOCIONES GENERALES
Por el hecho de tener que vivir en sociedad, y porque ésta, en cierto
modo, actúa sobre él a partir de los primeros días de su vida, el niño debe
disponer de signos para traducir sus sentimientos y sus pensamientos y ser
capaz de adaptarse satisfactoriamente a su medio, de reconocer los signos
provenientes de este último que llegan hasta él.
Todos los signos que sirven para la expresión y para la comunicación
entre individuos constituyen el lenguaje. Lo cual significa que la expresión
lenguaje no se aplica solamente a la lengua hablada y escrita, sino también a
muchas otras cosas.
Antes de hablar del lenguaje tal como se presenta en el niño, no está de
más dar algunas nociones generales. Existe una lengua natural, constituida
por las manifestaciones espontáneas de nuestros estados de conciencia y que,
por una experiencia rápidamente adquirida, o acaso instintivamente, los seres
vivos interpretan de modo conveniente. El dolor, la alegría, el recelo, se
pueden leer en nuestros rostros; los gestos expresan de una manera grosera
nuestros sentimientos; la actitud del cuerpo nos muestra si determinada
persona medita, u observa atentamente, o se impacienta, etc.... En
conclusión, cualquier actividad interna se traduce por una repercusión
corporal más o menos perceptible.
Este lenguaje se mantiene inmutable a través del tiempo y del espacio,
mas se trata de una forma de comunicación muy restringida, que sólo traduce
estados afectivos, y hasta es preciso que éstos sean de cierta intensidad para
poder ser expresados exteriormente. Los hombres se sentirían en situación
bastante embarazosa si solamente dispusiesen de esos signos para
comunicarse entre sí. Cuanto mucho serían suficientes para pueblos
primitivos que sólo tuviesen que satisfacer necesidades materiales:
alimentación, defensa, auxilio mutuo. . . Cuando las relaciones entre los
hombres se tornan en mayor número y más variadas y se trata de comunicar
no solamente sentimientos, sino representaciones de todo tipo, se hace sentir
la necesidad de un lenguaje apropiado a la circunstancia. Éstos son precisos
sistemas de signos convencionales inteligibles. Los hombres inventaron esos
signos. El cuándo y el cómo de esto, no lo discutiremos aquí. Mas tal
invención lo distingue radicalmente de los animales, incluso de los más
inteligentes. Los animales se comprenden entre sí y nosotros también los
comprendemos mediante signos naturales o condicionados, pero son
absolutamente incapaces de crear, deliberadamente, signos abstractos. Y aquí
la palabra crear no es completamente impropia, puesto que ningún órgano
especial existe en el hombre que explique la emisión vocal de signos nuevos
y precisos o la representación gráfica de esos sonidos. Se ha comprobado que
desde el punto de vista fónico, el mono posee órganos cuyas posibilidades
podrían ser iguales a las del hombre y que hasta el papagayo las tiene
superiores. Por tanto, el lenguaje se halla constituido propiamente por signos
convencionales, sobre los cuales hubo acuerdo previo.
Los lenguajes son muy diversos: las distintas lenguas, los múltiples
sistemas de escritura, los signos algebraicos, las señales de circulación del
tránsito, los signos de la telegrafía, etc., son otras tantas maneras con que los
hombres se entienden en la sociedad.
Existe una especie de lenguaje gráfico que, sin ser absolutamente
convencional, no es empero del todo natural, pues no se desenvolvería sin el
factor imitación. Es el lenguaje del dibujo. Podemos considerarlo como
intermediario entre el lenguaje escrito puramente simbólico y la expresión
natural mediante gestos. ¿No habrá sido acaso por él por donde comenzó la
escritura? Los hombres dibujan objetos concretos para expresar las cosas,
luego su dibujo significó solamente un atributo de la cosa, lo que
correspondía a un primer paso en el camino de la abstracción (tal la
representación de un león para significar la fuerza), después simplificó el
dibujo. Mas entre esa escritura ideográfica y la escritura fonética que
nosotros empleamos, la diferencia es todavía muy grande, ya que nuestros
signos representan solamente los sonidos del lenguaje oral, y con un número
reducido de signos podemos representar los sonidos de todas las lenguas. ..
A pesar de su carácter convencional, las lenguas habladas se hallan
todavía sujetas a una lenta evolución natural, que se explica por múltiples
factores psicológicos y sociales. La lingüística estudia científicamente tales
variaciones. Así, se producen lentas variaciones fonéticas, cambios de
significado o semánticos, evoluciones morfológicas, y todo eso según leyes
bien establecidas y muy interesantes. En el niño encontramos una triple
evolución de ese género, en la adquisición que él hace de la lengua materna.
Antes del período del lenguaje propiamente dicho, que supone intención
previa de comunicación y comprensión de los demás, existe una fase de
preparación-. ejercicio muscular y vocal que, en cierto modo, abrirá el
camino por utilizarse. Tenemos primeramente el grito, seguido luego del
llamado parloteo. La madre puede atribuir una significación a esos sonidos,
pero es ella la que así lo decide, porque el niño ciertamente no piensa en tal
cosa. La importancia de esa preparación muscular y vocal es indiscutible.
Podemos comparar el niño que aprende a hablar con un pianista o un
organista que, antes de ejecutar un trozo de música, recorre con sus ágiles
dedos hasta las últimas notas, el teclado de su instrumento. En ambos casos,
no todos los sonidos emitidos en el ejercicio preparatorio serán utilizados. El
niño emite primeramente una variedad extraordinaria de fonemas de los que
sólo subsistirán los sonidos adoptados por la lengua del adulto. Este período
del grito y del balbuceo dura aproximadamente tres meses. Después de este
período preparatorio, aparece la imitación de lo que el niño observa en el
adulto. No se trata, pues, todavía, de un verdadero lenguaje, porque la
repetición más o menos reconocible de las palabras oídas no implica, por
parte del niño, una significación preconcebida. Sin fastidiarse, reproduce
sílabas con mayor o menor perfección.
Innúmeros estudios han sido hechos acerca del comportamiento
lingüístico a partir de esa edad. Se ha intentado inventariar los sonidos
pronunciados, anotar las preferencias, registrar las entonaciones, etc. No
podemos detenernos en analizar esos estudios que, empero, son muy
interesantes. La conclusión que se saca de todas las observaciones dispersas
es que él niño, a partir de esa época, manifiesta una gran riqueza de
vocalización y de articulación5 que ultrapasa todo lo que obtiene cualquier
animal. Si, pues, la inteligencia no está directamente en acción, el
comportamiento indica que llegará en breve el momento en que ella entrará
en juego.
El verdadero lenguaje comienza en el momento en que el niño liga
voluntariamente una significación a los sonidos que emite. Cuando se crea
una asociación estable entre una cosa y la emisión verbal, estamos en el
estadio de la palabra. Una señal puede, entonces, significar objetos y
personas, relaciones y acciones. Esta adquisición representa en la evolución
del niño, la más considerable conquista que hará en toda su vida.
En esta adquisición es preciso distinguir la comprensión y la elocución.
La capacidad de comprensión precede a la de elocución y le es superior
durante toda la vida: el vocabulario que se comprende es más importante que
aquél que se emplea. Esta preeminencia de la comprensión sobre la alocución
se manifiesta claramente desde un comienzo. Cuando el niño es todavía
incapaz de comunicarse con claridad con quienes lo rodean, comprende ya
perfectamente las órdenes, las preguntas y los consejos que la madre le da.
Decíamos que la imitación es el factor del desarrollo del lenguaje. El
adulto proporciona el modelo y la criatura se ejercita en su reproducción. La
imitación del niño sólo poco a poco será la reproducción exacta de las formas
exteriores de la lengua adulta. Fonéticamente habrá diferencias en la
pronunciación, en la entonación y en la velocidad; las formas gramaticales
infantiles serán diferentes, así como el significado de las palabras, las cuales
tendrán unas veces mayor extensión, otras menor.
De ahí que no se deba conceder demasiado crédito a esas descripciones
de la mentalidad infantil basadas únicamente en la interpretación del lenguaje
en confrontación con el diccionario. Los procesos lógicos que se
desenvuelven en el espíritu del niño no se expresan necesariamente en su
lenguaje, como se expresan en el adulto.
Así, la sucesión palabra-proposición-frase, que marca en el discurso una
progresión correspondiente a las operaciones mentales: ideación, juicio,
raciocinio, no tienen la misma correspondencia en el niño. Haríamos mal si
pensásemos que el hecho de que el niño sólo emplea sustantivos concretos
significa que es incapaz de entablar relaciones o distinguir entre una acción y
otra. Una palabra pronunciada por el niño puede traducir muchas intenciones
latentes. Asimilar las fases: aparición de las palabras, nacimiento de frases
simples, uso de la frase compleja, a una evolución similar de los procesos
internos, significa andar por un camino errado. Tal fue lo acontecido a varios
autores.
Para interpretar convenientemente el lenguaje del niño, es necesario
ponerlo en relación con el resto de toda su conducta. ¿Por qué, se preguntará,
el sustantivo concreto aparece en primer lugar, después el verbo y en seguida
las preposiciones?... El hecho se explica sin duda así: en el caso de los
sustantivos concretos, la base material se halla siempre presente o pertenece
a una experiencia muy próxima; esas cosas familiares reclaman, en cierto
modo, los signos correspondientes, al paso que otros elementos, presentes,
pero no materiales, no tienen la misma fuerza de evocación verbal. Lo que se
ve, lo que se siente, lo que se oye, llama más imperiosamente a las palabras
que aquello que solamente se concibe. Esto explica la acentuada tendencia
del niño a la onomatopeya. Llamará a una corneta lalá, a un objeto que cae
bumbum. a una escopeta punpum, etc. Cuando un niño pronuncia la palabra
papá, puede querer decir muchas cosas: papá llévame a babucha, o papá vas
a salir, o papá vas a volver, etc. Cuando el niño aplica la palabra totó a los
animales que encuentra y que tienen cierta semejanza con el perro de la casa,
sería ingenuidad pensar que el niño no nota diferencia alguna entre éste y los
otros, pero como sólo dispone de una palabra especial, la aplica
inmediatamente, a falta de otra mejor, a cosas más o menos semejantes.
Comprobamos así que siempre en su lenguaje el niño sigue la ley del menor
esfuerzo, lógica por otra parte muy legítima, sobre todo en esa edad.
Cuando las diversas partes del discurso hacen su aparición, asistimos a
fenómenos bastante curiosos, explicables por una imitación selectiva de la
gramática adulta. El niño imitará las formas más aparentes de construcción,
pero así como aplicaba la palabra totó a muchos animales a los que no
convenía en absoluto, aplica reglas gramaticales que aprendió concretamente
a través de las conversaciones de los adultos, a casos en que no deben
aplicarse, creando así una forma nunca oída. Es ésta una lógica que, para el
comportamiento del niño, es más sensata que la lógica adulta. Cramaussel
cita innumerables ejemplos de esas 'creaciones' infantiles. El niño dice 'friar'
(enfriarse), 'barquear' (remar), etc. Hasta los tres o cuatro años, los hijitos de
ese autor dicen, por ejemplo, echar a el fuego, tos oídos de el conejo, yo
cabo, hago no, etc. Todo eso nos muestra que no existe la menor pasividad
en la adquisición progresiva de la lengua: imitación e invención personal,
percepción y trabajo subyacente del espíritu están en continua colaboración.
"Desorganizado, con frecuencia incomprensible para nosotros, dice
Cramaussel, raras veces el lenguaje infantil es confuso y bárbaro. Hasta es
singularmente correcto a su manera, muchas veces ingenioso, vivo y personal
casi siempre."
INTELIGENCIA Y LENGUAJE
¿Habrá alguna relación entre la inteligencia y el lenguaje? Puesto que el
lenguaje no pasa de ser un aspecto particular de la evolución mental general,
podemos afirmar inmediatamente que existe una relación entre la capacidad
lingüística y la capacidad intelectual del individuo. Pero es preciso entender
bien esta relación. Ella no significa, en forma alguna, que un niño que habla
mucho o un adulto que tenga 'un lenguaje correcto' sean, necesariamente,
inteligentes. La relación, si existe, se da entre aspectos de la actividad
lingüística y funciones intelectuales a las cuales ellos están directamente
ligados. De dos niños sin ninguna deformación periférica capaz de impedir
los sonidos vocales, el que comienza primero a hablar es, intelectualmente,
más precoz que el otro, y el atraso excepcional en la aparición del lenguaje
será mucho más sospechoso en lo que respecta al estado mental de aquel en
quien se produce tal atraso.
Los diversos mecanismos intelectuales necesarios del dominio del
lenguaje explican que individuos inteligentes hagan progresos más rápidos,
en igualdad de ejercitación, que otros menos inteligentes. Todo esto son
verdades de sentido común. Mas existe una jerarquía de las funciones
intelectuales. La memoria es menos importante que el juicio. Y en aquélla, la
recognición no está necesariamente acompañada por la evocación, lo que
hace que un niño o un adulto puedan tener dificultad en expresarse, a pesar
de disponer de los sonidos que constituyen las palabras. Puede suceder
también que la timidez, o cualquier otro estado afectivo paralice hasta cierto
punto la exteriorización del lenguaje. En los casos particulares, los juicios
que se hacen acerca de la inteligencia de un individuo, tomando como base el
lenguaje deben, por tanto, ser prudentes y sólo serán significativos cuando
sean analíticos.
OTROS ASPECTOS
Otras cuestiones interesantes se hallan ligadas al lenguaje. Son, sobre
todo, problemas de psicología individual. ¿Tendrá el sexo influencia alguna
sobre el lenguaje? ¿Podrá el medio crear diferencias significativas?
¿Diferirán con la edad las capacidades lingüísticas individuales?
Ninguna de estas preguntas queda sin respuesta, pero es claro que no
todas éstas son definitivas y que nuevas experiencias, empleando técnicas
más perfeccionadas las completarán o las rechazarán.
Por lo que se refiere al sexo, los autores son unánimes en reconocer a las
mujeres superioridad lingüística. El desarrollo del lenguaje es más rápido en
las mujeres que en los varones, no representando esto más que una de las
manifestaciones de la precocidad relativa de las jóvenes. Esa precocidad se
transforma en una permanente superioridad. En todas las edades, el sexo
femenino presentará una ventaja lingüística. Trátase de una ley estadística
que, por consiguiente, tiene excepciones. Debido a esa relativa superioridad
de las jóvenes, con relación a su preferencia por las ramas del conocimiento
humano en que interviene sobre todo el lenguaje, como por ejemplo, la
historia, la literatura, etc., podemos explicar sus calificaciones, en general
mejores, en esas mismas materias.
El medio obra incontestablemente sobre la lengua, pero su influencia
parece ejercerse principalmente sobre la riqueza de vocabulario y sobre la
fonética. Es, por tanto, el ambiente habitual y el medio económico los que
dejan aquí su marca. Los hijos de padres ricos tienen generalmente más
palabras a su disposición que los niños pobres; los niños de las ciudades
tienen idéntica ventaja sobre los de las aldeas; los hijos de intelectuales
poseen también un vocabulario más extenso y de naturaleza diferente al de
los hijos de artistas.
Es ésta la ocasión de recordar el papel importante que desempeña la
imitación. El niño sólo adquiere las formas que encuentra en su medio. La
pronunciación, elemento superficial de la lengua, se halla también afectada
por el medio y esta verdad, suficientemente verificada por gran número de
tonadas regionales y hasta locales, cuando no familiares, no tiene necesidad
de ser demostrada.
CONSECUENCIAS PEDAGÓGICAS
Para terminar este rápido estudio del lenguaje oral en el niño,
detengámonos unos instantes a fin de hacer algunas consideraciones de orden
práctico, sugeridas naturalmente por los hechos que dejamos apuntados.
El aprendizaje de la lengua materna y de las lenguas en general, ha sido
objeto de muchos consejos y muchos procesos metodológicos. Ciertamente,
habría una seria revisión que hacer en esa pedagogía. Madres y profesores no
deben olvidar algunas de las muchas observaciones hechas sobre la
psicología del lenguaje.
Una primera observación válida para todos los aprendizajes es que se
pierde tiempo queriendo proceder, antes de determinada edad, mediante
lecciones sistemáticas. Por lo que se refiere al lenguaje, es el mismo niño
quien nos mostrará claramente cuándo ha llegado el momento de enseñarle
su lengua.
El niño, nos referimos naturalmente al niño normal, tiene mucha mayor
facilidad de lo que nosotros pensamos en acomodarse por sí mismo,
apropiándose de lo que verdaderamente le conviene en el medio familiar. Las
madres y las domésticas adoptan muchas veces, para ponerse al alcance de
los niños, un lenguaje calcado sobre las imitaciones todavía imperfectas de
los jóvenes principiantes. Es un trabajo inútil y digamos una actitud incluso
ridícula. Repetir 'ico', 'ico' para designar al caballo o hablar de 'papa', 'papa'
sacudiendo el biberón, no facilitará la comprensión del bebé. Cierto es que el
niño nos imita, pero es superfluo que los adultos imiten a los niños. Sin duda
ese lenguaje infantil adoptado por las personas adultas cuando se dirigen a
niños, es más un impulso afectivo que una intención explicativa: la madre
tiene una tendencia perfectamente natural a identificarse con el hijo, siendo a
veces conveniente vigilar nuestras propias tendencias. Los intereses glósicos
predominan de los 3 a los 4 años. La capacidad de adquisición de vocablos
es, entonces, extraordinaria. Menester es aprovecharla. No se trata,
repetimos, de organizar una enseñanza sistemática de la lengua; el niño lo
tolera esto perfectamente, pero es conveniente proporcionar el mayor número
posible de ocasiones para aprovechar sus ricas posibilidades, no mantenerlo
demasiado alejado y dejarlo vivir en medio de las personas que hablan, a fin
de que pueda hacer sus adquisiciones.
¿Será conveniente aprender, partiendo de esa edad, una lengua
extranjera? La pregunta exigiría un examen pormenorizado. Los hechos
parecen indicar que los mejores poliglotos son los que comenzaron desde
pequeños a estudiar lenguas. Aun los que olvidan pasajeramente el léxico, la
gramática y hasta la fonética, tales elementos vuélveseles nuevamente
familiares con mucha mayor facilidad cuando vuelven a retomarlos. Es un
fenómeno de economía que aparece en todos los hechos de memoria.
A pesar de no tratar aquí de casos anormales podemos, con todo, hacer
algunas observaciones sobre los métodos educativos aplicables a los
atrasados o a los enfermos. El estudio de los anormales ha aprovechado con
frecuencia a los normales y viceversa. ¿Habrá algún método especial para
enseñar a hablar a aquéllos que, debido a deficiencias físicas o fisiológicas,
no lo consiguen por sí mismos?
Diversas técnicas han sido propuestas, pero algunas poseen, a veces, un
carácter artificial que las toma en gran parte ineficaces. Durante mucho
tiempo se pretendió enseñar a hablar a los sordomudos descomponiendo
libremente los movimientos fónicos y ejercitando a los deficientes de palabra
en la reproducción separada de esos movimientos. Ya hemos dicho lo que
debe pensarse del parcelamiento del aprendizaje, sea cual fuere. Es un
camino generalmente costoso. Ley que es aplicable al lenguaje. Decroly, el
médico y pedagogo belga, vulgarizó un método de educación de la palabra en
los niños sordomudos. Es el método natural, que consiste en hablar al niño
sordo simplemente como una madre hablaría a su hijo normal, pero
empleando las frases más cortas posibles y diciéndolas más lentamente. ELI
niño lee globalmente en los labios de quién habla y hace progresos más
rápidos que cuando se esfuerza por repetir emisiones o articulaciones
aisladas.
El principio de globalización ha sido aplicado, como se sabe, a
muchísimos alumnos, tanto normales como anormales. Globalización
concreta, análisis progresivo, síntesis racional, tal es en resumidas cuentas, el
esquema de cualquier adquisición humana.
Ya nos hemos referido a la cuestión memoria de evocación y a la de
recognición en el lenguaje, en otras palabras, al vocabulario activo y al
vocabulario pasivo, a la comprensión y a la elocución. Estas distinciones
tienen gran importancia en la práctica escolar: estudio de la lengua materna o
de una lengua extranjera. El vocabulario pasivo (el que nos contentamos con
entender o leer), es infinitamente más extenso que el vocabulario activo (el
que es efectivamente empleado en las relaciones sociales corrientes).
Menester es no confundirlos en la enseñanza. Todas las palabras que se
enseñan o se aprenden no son necesariamente evocables, y sería un esfuerzo
desperdiciado fatigarnos en volverlas tales.
Para gran número de palabras de nuestro vocabulario basta que ellas
pertenezcan a nuestro acervo y no a nuestra 'moneda de circulación'. Y
ciertamente habría reformas que introducir en los libros de los principiantes,
en los cuales, con frecuencia, se exhibe un vocabulario inverosímil. Sería
conveniente que se hiciese el inventario de las palabras más empleadas,
comenzando por estudiar éstas de manera activa.
El lenguaje se expresa hoy, con mucha frecuencia, en libros y periódicos.
Palabra y comprensión se hallan en la misma relación que escritura y lectura.
En nuestra época, la capacidad y el arte de la lectura son acaso tan
importantes, si no más, como la capacidad de hablar y de escuchar. A fin de
apreciar la aptitud para la lectura en los niños, no la capacidad material, sino
el poder real de comprensión, se han imaginado muchos tests de lectura
silenciosa que son, al mismo tiempo, ejercicios de control y excelentes
ejercicios de adiestramiento.
CAPITULO IX
LA EXPRESIÓN EN EL COMPORTAMIENTO
INTERPRETACIONES PSICOLÓGICAS
Burt observó que aparece una clara distinción entre los sexos en materia
de dibujo, en la edad de la pubertad. Las niñas manifiestan entonces un gusto
pronunciado por la riqueza cromática, por la elegancia de las líneas y de las
formas, lo cual no es más que el índice particular de la 'coquetería femenina',
tan clara en esa edad en materia de modas y de decoración. Los varones en
cambio, tienen tendencia a utilizar el dibujo para fines técnicos y mecánicos.
Esta diferenciación tan aparente llama la atención hacia una adaptación
correspondiente para la enseñanza del dibujo.
DIBUJO E INTELIGENCIA
¿Existirá alguna relación entre la inteligencia general y el dibujo? Puede
responderse a priori que, puesto que el acto de dibujar supone la intervención
de diversos mecanismos mentales, la inteligencia debe reflejarse,
necesariamente, en la actividad gráfica. Pero la relación no deja de ser muy
general. Más conexión existe entre la manera de dibujar y el psiquismo, que
entre la perfección técnica y la inteligencia. Si un niño de 10 años dibuja
como uno de cuatro, es muy probable que exista cualquier irregularidad en su
desarrollo general. Pero cuando el niño alcanza la fase del realismo
perceptivo, sus producciones ulteriores no nos pueden aclarar ya nada sobre
el grado de su desarrollo intelectual. Muchos adultos normales, a veces
inteligentes, que no procuran perfeccionar su técnica, dibujan como niños de
diez años. Por consiguiente, sólo dentro de los límites de la evolución
espontánea del dibujo-lenguaje pueden hacerse observaciones concluyentes
en cuanto al nivel mental expresado por el grafismo.
Diversos autores calcularon el grado de correlación entre la inteligencia y
la capacidad gráfica. El coeficiente es de tal forma reducido, que no presenta
nada. Pero acontece muchas veces que la correlación fue calculada sobre la
base del valor estético del dibujo y no partiendo de los elementos
significativos de la actitud mental. Claparéde consiguió establecer que existe
un mayor porcentaje de buenos alumnos entre los buenos dibujantes que
entre los malos, pero, como se trata de investigaciones hechas en la escuela,
las conclusiones poseen una significación bastante restringida: el dibujo ya
no es, entonces, un comportamiento enteramente espontáneo, sino un
aprendizaje artificial, el resultado de un ejercicio para el cual los malos
alumnos muestran, evidentemente, menos aplicación que los buenos.
Para dilucidar esta cuestión de saber si la habilidad para el dibujo
depende sobre todo de la inteligencia general o proviene de una aptitud
especial, sería preciso distinguir entre los dibujos sobre los cuales podemos
basarnos. Conforme a la técnica empleada y las funciones puestas en acción,
existen diversas clases: el dibujo de copia, el dibujo del natural, la caricatura,
el dibujo simbólico, impresionista, analítico, etc. Cierto es que el dibujo-
copia sólo requiere precisión de movimientos, percepción clara, coordinación
entre los datos visuales y motores. Cualquier alumno de capacidad media
puede, con un poco de aplicación, conseguir buenos resultados en esto, no
comprobándose de hecho en la escuela grandes diferencias individuales en el
dibujo de pura copia. El dibujo del natural requiere ya algo más que los
mecanismos elementales del dibujo-copia. Exige un don que, según todo
lleva a creer, no está en cualquier forma relacionado con las cualidades
intelectuales. La caricatura y el dibujo simbólico reclaman manifiestamente,
un cierto grado de inteligencia, siendo en estos tipos de dibujo donde
encontraremos el mayor número de variedades individuales. Los dibujos de
estos últimos tipos serán para los dibujos de copia como una página original
es para una traducción literal de un trozo de un buen autor.
Partiendo de la comprobación de que, hasta cierta edad, determinados
elementos del grafismo revelan el grado de desarrollo intelectual, algunos
psicólogos elaboraron tests mentales tomando como base el dibujo. La escala
más conocida en esto es la de Fl. Goodenough. El niño tiene que dibujar un
muñeco; la apreciación del resultado en términos de desarrollo mental se
hace midiendo el tiempo utilizado y procediendo a un análisis minucioso y
sistemático del trabajo del niño. La confrontación de los resultados obtenidos
por esta psicóloga norteamericana con los resultados proporcionados por
escalas verbales y prácticas, demuestra que el dibujo espontáneo es un
instrumento válido para medir la inteligencia. Escalas de este tipo tienen la
ventaja de interesar siempre a los pequeños y dispensan de la traducción,
puesto que el dibujo es un lenguaje internacional.
Otros autores también se han dedicado al mismo problema de procurar la
relación entre la inteligencia y el dibujo. Decroly, por ejemplo, imaginó un
test que consiste en dibujar de memoria objetos conocidos, pero imaginados
en situaciones poco comunes (por ejemplo, un globo que pasa exactamente
encima de nosotros, o un hombre con sombrero al que observamos debajo de
una ventana cuando se halla exactamente debajo de esta ventana). Estas
pruebas tienen como finalidad principal revelar las disposiciones individuales
para determinados trabajos intelectuales exigidos por ciertos profesores
(cartógrafo, arquitecto, ingeniero. . .). Estas pruebas fueran ya
sistemáticamente estudiadas en Portugal. Fay se propuso medir la
inteligencia de los niños en edad escolar mediante una prueba única de
dibujo cuyo resultado era apreciado numéricamente. Se trataba de ilustrar
esta frase: "Una mujer pasea, y está por llover". No era el valor del dibujo
como tal lo que se apreciaba, sino la mayor o menor comprensión revelada
por el niño en los trozos dibujados. Más recientemente, un autor francés,
Prudhommeau, elaboró también un test colectivo en el que el dibujo-copia
sirve de base para la apreciación del desarrollo mental. Trátase de una serie
de dibujos pequeños de forma geométrica y de objetos concretos, inscritos en
cuadrados, y que deben ser reproducidos por el niño en espacios limitados
correspondientes. Este test fue aplicado también y estudiado en nuestro país
en forma crítica. Recordemos que Binet, en la escala métrica de la
inteligencia, de la que hablaremos en el capítulo siguiente, incluía ya esto en
las diversas pruebas gráficas: copiar figuras geométricas y reproducir de
memoria dos dibujos. A. Rey, profesor de la Universidad de Ginebra, se
dedicó también, en los últimos años, a investigaciones relacionadas con este
problema (Épreuves de dessin, témoins du développement mental, en
Monographies de psychologie appliquée, N° 1, diciembre de 1946 y febrero
de 1947).
Si no es posible, como lo afirman diversos autores, establecer una escala
de tests gráficos para medir con rigor la capacidad mental de un individuo,
tal vez haya medio de apreciar su inteligencia exhibiéndole para que los
juzgue una serie de dibujos ya hechos. En este caso, ya no es necesaria la
habilidad técnica. Aquí entran en juego la comprensión y la interpretación.
De esta manera, podemos presentar a un niño una serie de dibujos en cada
uno de los cuales falta algo: el ejercicio consiste en distinguir lagunas cada
vez más difíciles de descubrir. Para esto es necesario una observación atenta,
de la que un débil no es capaz. Escalas de este tipo, bien graduadas, tendrían
también la ventaja de poder ser aplicadas en cualquier parte sin adaptación
previa.
DIBUJO Y PERSONALIDAD
Investigaciones de otro género pretenden también, mediante el análisis de
los dibujos infantiles, obtener un diagnóstico acerca de la adaptabilidad
social de los niños que los producen. Los niños irregulares, pero adaptables,
expresaríanse por dibujos en los que no se encuentran seres vivos, ni la
intención de representar el movimiento, por ejemplo, casas y dibujos
geométricos. Los niños simplemente deprimidos no emplearían el colorido, o
sólo usarían el castaño y el rojo, adoptarían un trazo 'grueso' e inclinarían las
verticales. Por el contrario, los niños que poseen una acentuada preferencia
por los colores vivos, principalmente por el bermejo, serían expansivos y
alegres. Los alumnos agitados representarían las superficies por garabatos, no
siendo capaces de dibujar una sola línea bien hecha. En cuanto al contenido
de los dibujos, los niños que dibujan frecuentemente el sol presentarían
perturbaciones afectivas. Prudhommeau pretende también, con el empleo de
la escala gráfica ya citada, descubrir indicios de perturbaciones psicomotoras
y afectivas. Trátase de experiencias demasiado limitadas para poder conceder
crédito absoluto a sus conclusiones.
Citemos además, en el mismo sentido, las investigaciones de un artista y
psicólogo inglés, H. Read, el cual, partiendo del examen de miles de dibujos,
establece una tipología muy pormenorizada que comprende 12 tipos
reducidos finalmente a 8: organicista, impresionista, rítmico, estructural,
expresionista, esquemático, enumerativo e imaginativo. Las cualidades que
justifican estas categorías son las siguientes. El orgánico posee una visión
directa de las cosas y siente una relación simpática con los objetos exteriores;
tiene preferencia para los objetos agrupados y para las relaciones orgánicas.
El impresionista manifiesta la personalidad bien conocida de los pintores
impresionistas. Para el rítmico, un mismo motivo se repite, más o menos
modificado, hasta que el espacio para pintar sea llenado. El tipo estructural
estiliza el tema; percibe un esquema en el objeto natural, antes de utilizar este
objeto para llegar a un esquema. El tipo siguiente adopta la forma geométrica
sin relación aparente con una estructura orgánica. El enumerativo anota y
reproduce todos los pormenores vistos o conocidos y los dispone sin
intención de poner de relieve éste o aquél. Los imaginativos, que presentan
bastante variedad, tienen de común la fantasía, que es el elemento más
importante; procuran un conjunto agradable, reconstruyen los modelos en
forma personal, combinan las imágenes de la memoria y las percepciones. Al
estudiar las relaciones entre estos tipos y los tipos funcionales tradicionales
(extravertido e introvertido), examinándolos en función de la edad y de los
modos no visuales de expresión (juego, manera de ser, música), el autor
expresa conclusiones interesantes y originales, pero que precisan ser
verificadas por otras investigaciones, pues, a pesar del brillo con que son
expuestas, no nos parecen exentas de generalización apresurada.
DIBUJO Y EDUCACIÓN
Igual que cualquier otra actividad el dibujo es, como lo prueban las
páginas anteriores, un espejo de la psicología infantil. Por eso, haría mal el
pedagogo que no lo utilice directamente a fin de conocer mejor a quienes le
son confiados y que tienen ya pequeñas personalidades diferentes. Todos los
niños se inclinan hacia el dibujo, por tanto, no será necesario entusiasmarlos
para que lo hagan. Basta poner a su disposición lo necesario para ello: papel,
lápiz y colores, y luego que ellos han realizado sus 'obras maestras',
interpretarlas.
La cuestión del método reviste aquí una importancia especial. Cuando no
frecuenta la escuela, el niño dibuja lo que quiere, sin constreñimiento alguno,
no sintiéndose molesto, pero acontece con mucha frecuencia que, llegado a la
escuela, pierde su entusiasmo por ese modo de expresión. Verosímilmente, le
imponen entonces un método de dibujo, método acaso lógico para el adulto,
pero desconcertante y paralizador para ese diminuto amante de lo concreto
que es el niño. Le hace trazar líneas verticales, horizontales, oblicuas, etc. Lo
obliga a hacer cuadrados, triángulos, etc., y sólo más tarde, cuando se juzga
que tiene ya la suficiente preparación, le permiten dibujar lo que quiere. ¿No
será esto adoptar un método antinatural? ¿No será mejor, igual que para el
lenguaje escrito y oral, hacer una globalización y comenzar por dibujar cosas
concretas, pertenecientes al mundo que interesa al niño? De las informes
representaciones del principio, llegarían gradualmente a las reproducciones
satisfactorias, al análisis de las formas, de las líneas y de los colores. La
diferenciación surgiría, poco a poco, de entre lo indiferenciado. Con ello, la
habilidad gráfica no se adquiriría más de prisa, pero, ciertamente, sería
obtenida de una manera más atrayente.
Teniendo en vista la investigación científica, Claparéde empleó en las
escuelas de Ginebra, el siguiente método que los educadores prácticos
pueden muy bien adoptar para fines inmediatos de diagnóstico de cada
individualidad. Cada alumno recibía una hoja de papel que doblaba en
cuatro, de modo que tuviera cuatro páginas a su disposición. En la primera
dibujaba un objeto que le era indicado como modelo; en la segunda dibujaba
de memoria un gato; en la tercera, ilustraba una fábula que tenía el cuidado
de haber leído previamente; en la cuarta dibujaba, finalmente, lo que quisiera
y como quisiera. Cada prueba duraba cinco minutos, y los cinco dibujos se
hacían uno tras otro. No tiene, como se ve, ninguna complicación. Empero,
¿cuántas observaciones interesantes no puede hacer un educador con este
simple ejercicio? ¿Cuántas comparaciones sugestivas, cuántas revelaciones
acaso?
La ayuda que el dibujo espontáneo puede prestar a la enseñanza de las
diversas materias, tanto en la escuela elemental y primaria como en la
secundaria, viene siendo comprendido desde hace unos años a esta parte, no
pudiendo menos que regocijarnos, juntamente con los niños, por este hecho.
Así, el alumno ilustrará gráficamente una fábula o una historia cualquiera
que le es contada. De sus paseos traerá esbozos que fijarán mejor sus
recuerdos, lo que podrá dar lugar a nuevos ejercicios. Adornará sus
redacciones con dibujos apropiados. En los puntos en los cuales el lenguaje
oral y escrito son aún impotentes o deficientes para servir de medio de
control, el dibujo podrá ser una forma cómoda y agradable de remediar esas
deficiencias. La enseñanza de la historia, de la geografía, de las ciencias
naturales, pueden encontrar también en el dibujo un precioso auxiliar. Para el
educador, el dibujo sustituirá, frecuentemente, la intuición directa, sin duda
preferible, pero no siempre realizable, habiéndose comprobado muchas veces
que los profesores con aptitud para el dibujo poseen, en igualdad de
circunstancias, una superioridad incontestable sobre quienes no disponen de
tal recurso.
En conclusión, es porque el dibujo, considerado como lenguaje, se halla
más próximo a la realidad que la palabra hablada o escrita, que corresponde a
un gusto innato en el niño, por eso puede prestar tantos servicios a los
educadores.
CAPITULO X
El desarrollo siempre creciente del método de los tests permite ver con
mayor claridad las ventajas y los defectos de los procesos más usuales y
provoca la creación de nuevas técnicas y nuevas fórmulas. Las escalas a que
nos hemos referido, a pesar de provocar la actividad de múltiples funciones,
no permiten que ese análisis se exprese por resultados diferentes. La edad
mental, el cociente intelectual, o las otras notaciones empleadas, son
fórmulas globales, de modo que al expresar cierto nivel, no nos dicen cómo
el espíritu trabaja, ni ponen en evidencia las inevitables diferencias que
existen siempre entre los niños, aun cuando tengan el mismo cociente
intelectual. Fue para remediar esta insuficiencia de las escalas globales que
se imaginaron escalas analíticas en las cuales se hallan registrados,
separadamente, los resultados mentales: perfiles psicológicas, psicogramas,
gráficos mentales, etc., con las expresiones empleadas para designar las hojas
donde están consignados los resultados. Rossolimo, psiquiatra ruso, parece
haber sido el primero en aplicar ese método. Vermeylen, médico psiquiatra
belga, aprovechó la idea y elaboró una escala analítica muy atrayente, pero a
la que le faltaban bases suficientes en cuanto a la medición y a la división
adoptada.
Veamos rápidamente cómo está constituida. Se compone de quince
funciones agrupadas, a su vez, bajo tres rubros principales: adquisición,
elaboración, ejecución. Las funciones son estudiadas separadamente,
mediante escalas de 10 tests de dificultad creciente. El grado alcanzado en
cada una es registrado en columnas correspondientes y, terminado el examen,
se reúnen mediante una línea, los 15 puntos alcanzados, lo que da una idea
concreta de la personalidad del examinado. Haciendo la suma de los puntos
obtenidos en cada función, y confrontando esa suma con cuadros
cuidadosamente establecidos, tendremos una indicación de la edad mental.
No hay duda que el examen analítico presenta también un gran interés, y
que cada vez se hará más necesario recurrir a él, tanto en la escuela como
para la orientación profesional. Mas será preciso fijar con claridad las
funciones o los aspectos de la inteligencia que conviene poner de relieve,
escoger con exactitud las pruebas que pueden revelar esas funciones o esos
aspectos, y establecer también verdaderas graduaciones y no solamente
series. Como lo hicimos notar insistentemente en el capítulo consagrado a las
individualidades infantiles, sólo la 'medición' cuidadosa y detallada puede ser
útil al educador. Perfiles psicológicos bien hechos, a pesar de no expresar
todo, porque hay cosas que no pueden expresarse en números, mostrarán
rápidamente los puntos fuertes y los puntos débiles de un hiño, permitiendo
su comparación con otros o consigo mismo en momentos diversos, a fin de
que se adopten los tratamientos más adecuados para cada caso.
El esfuerzo de los últimos años en el campo de la medición mental
consistió en determinar científicamente la estructura del espíritu, en otras
palabras, verificar el número y el grado de independencia de los factores que
actúan en nuestro comportamiento mental. Este trabajo, esencialmente
matemático, es el análisis factorial, el cálculo de las correlaciones existentes
entre las aptitudes intelectuales. El interés práctico de esta psicología consiste
en permitir la constitución de escalas analíticas, ya no empíricas como las de
Vermeylen, sino basadas en realidades psicológicas bien establecidas.
LOS TESTS DE PERSONALIDAD
En los últimos años, fueron sobre todo los tests llamados de personalidad
los que retuvieron la atención de los psicólogos. Estas pruebas pretenden
proporcionar una valoración objetiva de los aspectos no cognoscitivos del
comportamiento. En verdad, el propio concepto de psicometría deja de tener
aquí su verdadero significado. A pesar de todas las tentativas hechas no se ha
llegado, en nuestra opinión, a una medición, quiero decir, a una apreciación
numérica de la conducta y del carácter. Y podemos decir que nunca se
conseguirá tal objetivo. La razón es simple: nos hallamos aquí en un terreno
esencialmente cualitativo, complejo e inestable, inaccesible, por ende, a la
expresión cuantitativa. Lo cual no quiere decir, por otra parte, que los
esfuerzos de quienes se empeñan en el estudio de la personalidad y elaboran
pruebas para su diagnóstico, sean inútiles. Por el contrario. Pueden crear
métodos más objetivos de valoración, y analizar con más precisión los
diversos factores que actúan en la formación de la personalidad.
Varias son las clasificaciones usadas para distinguir entre sí los tests de
personalidad. No vamos a describirlas. Ellas interesan sobre todo a los
médicos psiquiatras que, hoy en día, recurren mucho a esas técnicas de
diagnóstico. Basta decir que el tipo de prueba más usado actualmente es el
test sincrético, que se opone al examen analítico. El test sincrético se basa en
el principio de que el individuo, frente a una situación o percepción global,
reacciona de manera muy diferente. Esta manera de reaccionar revela el tipo
de personalidad. En presencia del material que constituye el test, cada uno se
proyecta de cierta manera en reacciones distintas. Por eso llaman también a
los tests sincréticos, tests de proyección.
El más conocido de todos es el tests de Rorschach, el que dio lugar a un
considerable número de trabajos, existiendo revistas dedicadas
exclusivamente a esta técnica cuyo nombre lleva el del psicólogo suizo que
lo elaboró. Consiste en presentar al paciente, sucesivamente, diez manchas de
tinta que presentan una extraña configuración sin que tengan, evidentemente,
una significación concreta. La persona observada debe decir qué es lo que ve
en esas manchas. Las respuestas son en seguida analizadas minuciosamente.
El carácter predominante de éstas indica una tendencia hacia un determinado
tipo de personalidad, por ejemplo, introvertido o extravertido, concreto o
abstracto, etcétera.
La mayor parte de los tests de personalidad recurren a conceptos y teorías
psicoanalíticas, o, por lo menos, a los principios de la psicología profunda.
De ahí que no puedan escapar a las críticas que fueron dirigidas a las
escuelas psicológicas de las cuales derivan.
La caracterología que hoy adquirió, como vimos, un nuevo e inusitado
interés, procura idénticas finalidades que los tests de personalidad. Es difícil
establecer a veces una clara distinción entre las dos técnicas, ya que ciertos
caracterólogos recurren también al empleo de tests. Mas la caracterología no
pretende, en general, ser tan rigurosa como el método de los tests. Prefiere la
descripción a la medición, recurre a cuestionarios e interpreta las respuestas,
establece tipos de conducta general a los que se aproximan más o menos los
individuos particulares.
LOS TESTS COLECTIVOS
LA EXPLICACIÓN FUNCIONAL
El niño es un adulto en formación, se dice. Todo en él tiende, consciente
o inconscientemente a ese fin, no constituyendo el juego una excepción. Karl
Groos escribió en 1896 un libro en el que ponía muy bien de relieve el
carácter de ejercicio preparatorio que el juego presenta. Cada especie animal
tiene sus maneras propias de jugar, como también de alimentarse y de
adaptarse al medio en el que vive. Y los juegos de los individuos jóvenes se
asemejan mucho a las actividades que ejercerá el individuo adulto de la
especie.
Habrá, por tanto, tantos juegos como instintos, y como éstos no pueden
ejercerse sólo por sí, ora se manifiestan bajo la forma de juego, ora bajo la
forma de vida seria. Juego y trabajo tienen, pues, idénticas raíces
biopsicológicas. "Así como es necesario haber tocado escalas para ser un
buen pianista, dice Claparéde, también se necesita haber sido joven para
llegar a ser adulto". El niño no juega por ser joven, sino que necesita ser
joven durante cierto tiempo para jugar, para prepararse para la vida. Y puede
observarse que la juventud es tanto más prolongada en el reino animal cuanto
más elevada sea la especie. Los juegos infantiles constituyen un verdadero
ensayo, en el sentido teatral del término, de la verdadera representación que
seguirá y que es la vida adulta.
Puesto que el juego corresponde a una necesidad de la naturaleza, es
perfectamente natural que sea acompañado de placer y expansión.
Esta explicación funcional del juego fue precisada en algunos puntos y
generalizada. Se objetaba que la actividad lúdicra del niño no siempre se
asemejaba a las actividades que él realmente ejercía más tarde. Y esto es
verdad. Mas las funciones psíquicas ejercidas, tales como la manipulación, el
agrupamiento, la observación, la imaginación, etc., vuelven a encontrarse en
las actividades futuras y el juego puede servir para fijar actividades de ese
género; esa fijación tiene el carácter de una preparación.
Por lo que hace al juego del adulto, ¿podrá aplicársele también esta
teoría? No es posible hacerlo bajo la forma que acabamos de describir. El
adulto terminó su desarrollo y ya no es posible hablar a este respecto de pre-
ejercicio. Pero si examinamos la cuestión más de cerca, los juegos de los
adultos son una manera de conservar actividades adquiridas, de obtener
nuevos éxitos, de satisfacer realizaciones personales cada vez más perfectas.
Y si la vida real no les ofrece ocasión para hacerlo, el hombre hecho irá a
pedirla al juego. En efecto, en la mayor parte de los juegos de adulto, el
instinto que se encuentra en la base es el instinto de lucha, de predominio:
juegos de destreza, concursos deportivos, juegos de salón, etcétera.
En resumen, podemos decir que el juego es una forma espontánea de
preparación para la vida seria y, al mismo tiempo, un ejercicio que distrae.
Corresponde a instintivas y profundas tendencias de expansión y de
perfeccionamiento, las que son sobre todo activas en el individuo en
6
evolución.
LOS JUGUETES
El niño precisa, a veces, para estimular el juego, de objetos que, en cierto
modo 'precipiten' las tendencias latentes. Son los juguetes. Si no se le dan, el
niño los elige entre los objetos manuables que le rodean, o fabrica juguetes
rudimentarios a los que su imaginación atribuye deliberadamente, como ya
hicimos notar, muchísimas cualidades y los más inesperados atributos. La
naturaleza de los juguetes se halla determinada por la evolución de los
intereses y por el medio familiar del niño.
Muchas son las cuestiones que se presentan respecto de los juguetes. ¿Se
necesitan muchos o pocos? ¿Deben emplearse juguetes caros o económicos?
¿Complicados o simples? ¿Qué se debe pensar de los juguetes 'bélicos',
contra los cuales se ha hecho a veces una campaña? No es posible dar
respuestas sencillas a estos interrogantes porque los niños, las circunstancias
y las posibilidades son diversas. Empero, está pemitido dar algunos consejos.
No deben ofrecerse a los niños juguetes tan delicados y tan caros de
modo que el único placer que puedan darles sea el de admirarlos de cuando
en cuando, como se admira una joya en el espejo. Las muñecas que hablan o
caminan, los barcos miniaturas en los que nada falta, ni siquiera el simple
velamen, un vigía o un barco salvavidas, son juguetes que parecen destinados
más a los adultos que a los niños. Acontece, pues, que son regalados no para
agradar a los pequeños, sino para obtener la simpatía o el reconocimiento de
los padres...
Cuando crezca, y si el padre es lo suficientemente rico, el niño podrá
jugar y sobre todo instruirse con juguetes científicos que, entonces, pasan a
ser verdaderos aparatos de laboratorio para uso de los jóvenes estudiantes. Es
el caso del teléfono en miniatura, de la locomotora en pequeño, del motor
eléctrico reducido, en los cuales pueden hacer adquirir sin gran esfuerzo,
muchas nociones útiles.
Los juguetes más simples son, de ordinario, los que más distraen porque
el niño puede manipularlos a voluntad, y porque se prestan más fácilmente a
las fantasías de su interpretación. Para comprender esto, basta ver jugar a los
niños pobres los cuales juegan con piedras, trozos de madera, cajas viejas,
etc.; esos objetos vulgares los ocupan días enteros, al paso que otros niños
con juguetes carísimos bostezan con frecuencia en medio de sus riquezas.
Una práctica para desarrollar consiste en permitir al niño que fabrique
personalmente algunos de su juguetes. Tal práctica es adoptada, como se
sabe, en las escuelas infantiles: trabajos en rafia; en cartón; en papel;
ejercicios de modelado; y, en la escuela primaria, los trabajos manuales
tienen actualmente gran importancia. El niño consigue así satisfacer su deseo
de auto- actividad al mismo tiempo que producir objetos que le son útiles.
Pero tal vez fuese posible dejar más iniciativa al joven fabricante y permitir
que él disponga libremente de lo que fabrica. Vivir y obrar son una sola y
misma cosa, y por lo que hacemos tenemos el mismo amor como a la propia
vida. En nuestra época, en la cual la guerra se ha vuelto una monstruosidad
casi trivial, los bazares exhiben innumerables juguetes guerreros: cañones,
tanques, aviones... Algunos padres y educadores se lamentan de esta invasión
creciente de las imágenes de guerra en el mundo infantil.
"La guerra y la muerte, escribe un periodista, son cosas graves que no
sirven para reírse ni para jugar". Desde luego, pero no creo que podamos
hacer algo en contra de eso. Los niños tienden siempre a imitar a las personas
grandes, y es a éstas a quienes les incumbe ser más cuerdas. Por otra parte,
los niños jugarán siempre a la guerra, a los bandidos y a la caza, y no creo
que eso contribuya a aumentar el número de los guerreros y de los asesinos.
CAPITULO XII
CONCEPTO DE ANORMALIDAD
La variabilidad individual se expresa por el mayor o el menor ajuste que
los niños presentan con relación al comportamiento normal de su edad,
comportamiento que se ha establecido como básico en un gran número de
individuos de esa edad. Ese ajuste, que posee gran valor práctico puesto que
la educación se refiere a individualidades, sólo toma, empero, una
importancia real cuando supera cierto límite. Un niño puede ser muy superior
o claramente inferior a lo que normalmente debería ser. Por esto será
anormal. A pesar de que la anormalidad es generalmente entendida como una
deficiencia exagerada, tenemos que reconocer que la anormalidad tiene dos
direcciones. Se puede ser anormal por deficiencia y anormal por exceso, es
decir, subnormal y supranormal. A fin de hacernos comprender mejor
supongamos que, siendo la altura media a los 8 años de 1 metro 20
centímetros, nos encontramos en presencia de dos niños de 8 años, uno de los
cuales mide 0,70 de alto y el otro 1,70; estaremos entonces en presencia de
dos individuos de crecimiento anormal.
LOS DEFICIENTES MENTALES
Capítulo II
ANDERSON H. A.: Les cliniques psychologiques pour 1'enfance aux EEUU., París, 1929.
(Existe también una trad. esp.).
BAUDOIN C.: El alma infantil y el psicoanálisis: I: Los complejos; II: Los casos y los
métodos.
BRUNET O. y LÉZINE I.: Le développement psychologique de la premiére enfance.
Présentation d'une échelle frangaise pour l'examen des tout-petits, París, 1951.
CARNOIS A.: L'observation scientifique des enfants, París, 1955.
DEBESSE M.: Cómo estudiar a los adolescentes.
DECROLY O.: Estudio del niño pequeño por la observación y la experimentación.
DECROLY O. (revisado por Jadot y Segers): Pruebas de comprensión, ¿Le imitación y de
expresión.
DRISCOLL G.: Comment étudier le comportement des enfants, París, 1054.
FARIA DE VASCONCELOS: Para observar as crianzas, Lisboa, 1934.
FREUD A.: Tratamiento psicoanalitico de los niños.
JASSOGNE, M. T. y SCHURMANS J.: Pour connaitre nos tout- petits (cahier
d'oservation pour l'áge de 0 á 3 ans), Bruselas, 1961.
LELOIR Th.: Initiation pratique á l'observation des tout-petits dans la famille, Tournai,
1951.
RAMBERT M.: La vie affective et morale des enfants, Neuchatel y París, 1945.
WOLTER E.: Initiation a l'observation systématique des éleves, Lovaina y París, 1957.
Véanse también las obras acerca de los tests.
Capítulo III
Ver las obras generales y las indicadas en el cap. I.
Capítulo IV y V
BERGER G.: Tratado práctico de análisis del carácter.
BINET A.: Estudio experimental ele la inteligencia; Ideas modernas sobre los niños.
BOUCHET H.: L'individualisation de l'enseignement, 2* ed., París,
1948.
BOUTINAUD L.: Perents et éducateurs devant les problémes du caractére, París, 1938.
BOVARD R.: La connaissance du caractére et ses applications pédagogiques, París,
1955.
CAULLERY, PIAGET, JANET: La individualidad.
DE CRAECKER R.: Les enfants intéllectuellement doués, París,
1951.
DUARTE SANTOS (A.): Biotipologia, Coimbra, 1941.
GAILAT R.: Analyse caractérielle des eleves d'une classe par leur maitre, París, 1952.
LECERF A. y MIALARET G.: L'ecriture et la connaissance des enfants, París, 1955.
KLAGES L. y BOWEN W.: El diagnóstico del carácter, París,
1949.
LA VAISSIÉRE J.: La coeducación de los sexos y la ciencia positiva.
LE GALL A.: Caractérologie des enfants et des adolescents a l'usage des parents et des
éducateurs, París, 1960. LE SENNE R.: Tratado de caracterología.
MEDICI A.: L'áge de 3 ans et l'étude du caractere, París, 1940. PINHEIRO CORREIA
M.: Aprendendo a ser homen, Coimbra, 1951.
Ver las obras generales y también de tests.
Capítulo VI
BUSMANN E.: Recherches sur le transferí dans l'intelligence practique de l'enfant,
Neuchátel y París. CHEVALIER J.: El hábito.
COUSINET R.: Pedagogía del aprendizaje, París, 1959. DIVERSOS: Le conditiormement
de Uapprentissage, París, 1957. GUILLAUME P.: La formación de los hábitos.
MONTPELLIER G. de: Conduites intelligents et psychisme chez Vanimal y che l'homme,
2* ed., Lovaina, 1949. REY A.: La inteligencia práctica en el niño.
Capítulo VII
DECROLY O.: La evolución afectiva en el niño. FAU R.: Les groupes d'enfants et
d'adolescents, Paris, 1962. LAFON R.: Psycho-pédagogie médico-sociale, París, 1960.
NIESON R.: Le développement de la sociabilité chez l'enfant, Neuchatel y París, 1950.
RAMBERT M.: Libro cit.
WALLON G.: Las nociones morales en el niño. Ver obras generales del cap. I.
Capítulo VIII
DECROLY O.: Cómo llega el niño a hablar.
DECROLY, JADOT, SEGERS: La exploración del lenguaje del niño.
DELACROIX H.: El niño y el lenguaje.
GRÉGOIRE A.: El aprendizaje del lenguaje.
MARINHO H.: A linguagem na idade preescolar, Sao Paulo, 1944.
PIAGET J.: El lenguaje y el pensamiento en el niño.
THABAULT R.: L'enfant et la langue écrite, París, 1949.
Capítulo IX
ARTUS-PERRELET: Le dessin au service de Véducation.
CALVET DE MAGALHÁES M. de S.: O primeiro ano de desenho e de trábalhos
manuais..., Lisboa, 1950.
COTTE y OTROS: Utilisation du dessin comme test psychologique, 3* ed., París, 1951.
ENFANCE, número especial (3-4) de mayo-octubre de 1950; con una Bibliografía muy
importante.
FARIA DE VASCONCELOS: O desenho e a Crianga, Lisboa, 1939.
LAMBRY R.: Le dessin chez. les petits, Juvisy, 1936.
LANGEVIN V. y LOMBARD J.: Pinturas y dibujos colectivos de niños.
LUQUET G. H.: Le dessin enfantin, París, 1927.
PRUDHOMMEAU M.: Le dessin de l'enfant, París, 1947.
BABELLO S.: Psicología do desenho infantil, Sao Paulo, s. a.
Capítulo X
BINET y SIMON: La medida del desarrollo de la inteligencia en los niños.
CLAPARÉDE Ed.: Cómo diagnosticar las aptitudes en los escolares.
COLLIN G.: Ob. cit.
FARIA DE VASCONCELOS: A inteligencia: sua natureza e medigáo, Lisboa, 1934.
MIALARET G.: L'éducateur et la méthode des tests, París, 1953.
NIHARD R.: La méthode des tests, París, 1931> (existe una trad. brasileña, San Pablo).
PICHOT P.: Les tests mentaux en psychiatrie: Instruments et méthodes, París, 1949.
PLANCHARD E.: Iniciaqao á técnica dos testes, Coimbra, 1958.
VIOLET-CONIL M. y CANIVET M.: L'exploration experimentóle de la mentalité
infantile, París, 1946.
Ver también cap. II.
Capítiilo XI
CHATEAU J.: L'enfant et le jeu, París, 1950.
CLAPARÉDE E.: Ob. cit., cap. IV.
DECROLY O. y MANCHAMPS A.: Initiation á l'activité intellectuelle et motrice par les
jeux éducations, París, 1930.
DINTZER L.: Le jeu d'adolescence, París, 1956.
MAHFOUS M. J.: Le matériel et les jeux éducatifs, París, 1934.
QUEIRAT F.: Les jeux de l'enfant, París, 1905. SCHNEERSOHN F.: leu et nervosité chez
les enfants, París, 1964. SMAEL M.: L'enfant et le jeu d'expression libre, París, 1959.
Capítulo XII
BELEY A.: El niño inestable.
BÉNOT, BERSOT y BOVET: Les enfants nerveux, Neuchátel y París, 1946. BINET y
SIMON: Los niños anormales.
DECROLY O.: Le traitement et l'éducation des enfants irréguliers. DESCOEUDRES A.:
L'éducation des enfants arriérés, Neuchátel y París, 1932. PRUDHOMMEAU M.: El niño
anormal. RAMOS A.: A crianza-problema, San Pablo, 1939. ROBIN G.: L'éducation des
enfants difficiles, París, 1943.
Notas
[←1]
E. Cramaussel, Le premier éveil intellectuel de l'enfant, París, 1909, p. 175.
[←2]
Llámase imagen eidética a una imagen extraordinariamente viva y rica en
pormenores que ciertos individuos conservan de los objetos y de las personas y que,
sin carácter alucinatorio, se proyecta ante ellos con nitidez de realidad.
[←3]
En Portugal, el Instituto de Orientación Profesional María Luisa Barbosa de
Carvalho, de Lisboa, fundado en 1925 por el extinto Dr. Faria de Vasconcelos,
realizó en este terreno una obra particularmente importante e interesante.
[←4]
P. Guillaume, La formation des habitudes, París, 1937, p. 56.
[←5]
A. Binet y Th. Simón, La mesure du développement de l'intelligence chez. les
jeunes enfants, París, 1954, 8* ed.
Ver también para más detalles el libro Iniciafáo á técnica dos testes, Coimbra-
Editora, 1958.
[←6]
Ver Claparéde, ob. cit.
[←7]
¿No hay acaso libros que, de cierta manera, son una transposición para uso de
adultos, de los 'juegos instructivos' de Montessori y de Decroly? Tal la reflexión que
nos vino al espíritu al hojear un curioso libro en el que se presenta al lector un curso
completo de higiene alimentaria, enmascarado a través de la ficción (véase Ferreira
de Mira, O romance dum sabio, Lisboa, 1942).