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Había una vez un niño llamado Félix que todos los días caminaba del colegio a su casa. Cada día
entre su bolso y demás cosas el peso no lo dejaba caminar, pero había encontrado un Árbol muy
lindo y frondoso que daba sombra, de inmediato empezó a reposar el cansancio allí por que sus
piernas no le daban tanto para poder llegar a su casa ya que era demasiado lejos. Mientras
descansaba en aquel día, se sentó encima de su bolso, cerro los ojos y de pronto escucho que
alguien le hablaba, miraba para todos lados, pero no veía a nadie, cuando miro hacia el árbol y vio
que tenia ojos y boca y le decía: “Es bueno descansar, pero no tanto.”; de Inmediato el niño le
respondió: Tú no sabes cuanto he caminado, mis pies ya no dan más todos días caminando hasta
mi casa. La caminata del niño se volvió tan agradable por el árbol se volvió su gran amigo, él era su
descanso y pasaba un rato agradable. Un día el árbol le pregunto al niño que, si era feliz, el niño se
levanto y con lagrimas en sus ojos respondió: “estoy muy triste porque no puedo ayudar a mi
mama, quisiera trabajar para que no trabaje tanto y comparta mucho mas conmigo. Pero ojalá los
sueños se hicieran realidad, respondió el niño.
Nada más pronunciar estas palabras, el niño Félix, como por arte de magia, se quedó
profundamente dormido. El señor árbol, sin hacer ruido, sacó una almohada y se la colocó bajo
la cabeza para que estuviera más cómodo.
¡Y es que la almohada no era una almohada normal! No era blanda ni estaba cosida por los lados
como todas, sino que era de porcelana y tenía forma de tubo abierto por los lados.
El sueño fue muy largo y lo vivió como si fuera absolutamente real. Su vida era increíble, pero se
convirtió en perfecta cuando el rey en persona le nombró su consejero principal. Empezó a
rodearse de gente importante ¡Ahora sí que había conseguido todo y se consideraba el niño más
afortunado de la tierra! Empezó ayudar su mamá.
Así fue hasta que un día Sucedió algo terrible: un ministro del rey, que le tenía mucha envidia, le
acusó de ser un traidor. No era cierto, pero no pudo demostrarlo y fue llevado a la cárcel. Con las
manos atadas, el niño decía que no había hecho nada que era inocente.
Pero el rey le impuso un castigo: “Nadie podrá darle trabajo y sólo se le permitirá pedir limosna
por las calles ¡Vivirá sin nada el resto de su vida! El pánico le invadió y dio un grito de terror que
le despertó. Estaba empapado en sudor y le temblaban las manos. Desconcertado, abrió los ojos
y vio que a su lado estaba su amigo árbol, mirándolo, asustando. ¡El sueño maravilloso se había
convertido en una horrible pesadilla!
– He tenido un sueño… ¡un sueño espantoso! Bueno, al principio fue bonito porque yo era un
hombre rico e importante, pero el Rey me acusó de algo que no había hecho ¡y me condenaron a
vivir en la miseria!