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El anciano y su nieto 

Hace mucho tiempo en un pequeño pueblo vivía un padre soltero llamado Jack,
al que todos conocían como Jack el alegre porque siempre estaba de buen
humor. Trataba con amabilidad a todos sus vecinos y nunca salía una mala
palabra de su boca. 

Jack el alegre tenía un hijo llamado Hansel, era su única familiay le cuidaba


con cariño y esmero. Jack no quería que su hijo sintiera la ausencia de su
madre, así que le alimentaba, vestía, dormía y estaba presente en todos los
momentos importantes de Hansel.

Pasó el tiempo y Hansel creció para convertirse en un apuesto hombre al que


llamaban en el pueblo "Hansel el de la mirada hermosa". Todas las doncellas
del pueblo se ruborizaban al verle. Para aquel entonces, Jack había envejecido
y comenzaron a llamarle "Jack el anciano". Estaba mayor y débil y, poco a
poco, tenía menos energía. Su alegría se estaba desvaneciendo pero Hansel
se aseguró de que siempre estuviera bien atendido y siempre que lo
necesitaba, acudía en su ayuda.

Hansel se enamoró de una chica llamada Elsie y se casó con ella. Jack estaba muy
feliz, pero poco a poco Elsie comenzó a mostrar su verdadera cara. Solo quería
alejar al padre y al hijo y se ocupó de que todo el amor y respeto que le
profesaba, cambiara hacia indiferencia. 
Elsie controlaba a Hansel, quien se pasaba el día cumpliendo los caprichos y
fantasías de su esposa, abandonando casi por completo a su padre. Lo quería
para ella sola, y lo había logrado. Jack se sentía solo, su única familia, su hijo,
ya no estaba con él.

Con el tiempo, Hansel y Elsie tuvieron un hijo al que llamaron Harry y en Jack
nació una nueva ilusión, ya que podría cuidar como abuelo de Harry como lo
había hecho como padre de Hansel. Iba a ser un estupendo abuelo. 
Sin embargo, Elsie no quería que Jack pasara el tiempo con su nieto y
convenció a Hansel para enviarle lejos, a un hogar de ancianos. 

- Tu padre está mayor, y no puede cuidar de un niño tan pequeño, seguro que
es peligroso para nuestro hijo. Sus ojos ya no ven bien, sus manos tiemblan, su
cuerpo es débil... repetía la malvada Elsie. 

Tampoco ayudó que a Jack se le cayera un cuenco de barro mientras comía. 


- Era mi plato más preciado, herencia de mi familia,- gritó Elsie -, ¿ves lo que te
digo?, está mayor, y no puede hacerse cargo ni de sí mismo.

A partir de entonces, le relegaron a comer en un rincón, lejos del resto de la


familia. Jack estaba profundamente herido por el comportamiento de su hijo y su
nuera y Harry observaba todo aquello sin decir nada. 
Un día, Elsie y Hansel observaron bomo su hijo Harry recogía pedazos de
madera del exterior y pensaban que jugaba a construir una casa.

- Hijo, ¿qué estás haciendo?, ¿construyes una casita para nosotros?, preguntó
Elsie

- No mamá, voy a construir cuencos de madera, para que cuando seas anciana
como el abuelo, no los rompas y tengas que vivir en u na esquina de la casa. 

El comentario de Harry impactó en los corazones de Elsie y Hansel quienes se


dieron cuenta de su enorme error. 

- Oh, que crueles hemos sido con el abuelo Jack, ha sido nuestro pequeño, un
niño, el que nos abriera los ojos, comentaron Elsie y Jack,

A partir de entonces, Jack prometió cuidar siempre de su padre, tal y como


había hecho él cuando era pequeño y Harry pudo disfrutar y aprender de su
abuelo. Todos se dieron cuenta de que uno debe cuidar a sus padres cuando
son mayores, porque ellos cuidaron de nosotros cuando éramos niños.
La Madre del Árbol Anciano

Érase una vez un niño que se resfrió después de mojarse los pies. Nadie podía
entender cómo había sucedido, porque el clima estaba muy seco pero su
madre lo desnudó, lo acostó y le llevó una taza de té caliente para que se
recuperara.

Estaban en la casa cuando entró un anciano que vivía solo en el último piso de
la casa. No tenía esposa ni hijos propios, pero le encantaba estar con los niños
y conocía tantas historias y cuentos maravillosos que a ellos les gustaba
escucharlo.
- ¿Me contarás un cuento de hadas? insistió el niño.

- Claro, pero debo saber antes cómo te mojaste los pies... ¿Puedes decirme
cuánto es de profunda la canaleta que hay en la calle por la que caminas a la
escuela?
Entonces fue cuando el niño confesó que metía los pies en ella por diversión y
el anciano, ahora que sabía la verdad, accedió a contarle una historia. Sin
embargo, no sabía ninguna nueva y debía inventarla. 
- Las verdaderas historias vienen solas. Vienen a tocarme la frente y dicen:
"¡Aquí estoy!" 

- ¡Cuéntame una historia! ¡Cuéntame una historia!, repetía el niño.


- Lo haría si la historia surgiera por sí misma. Pero ese tipo de cosas son muy
especiales, solo llegan cuando se las siente. ¡Espera!,- dijo de repente -, ¡Hay
una! ¡Mira! ¡Hay una en la tetera ahora!

Y el niño miró hacia la tetera. Vio que la tapa se levantaba lentamente y que de


ella salían frescas flores blancas de saúco. Dispararon ramas largas y se
extendieron en todas las direcciones, y crecieron más y más hasta que nació 
el saúco más glorioso que había visto, ¡era realmente un gran árbol! 
Las ramas incluso se estiraron hasta la cama del niño y apartaron las cortinas,
¡qué fragantes eran sus flores! Y justo en el medio del árbol estaba sentada
una anciana de aspecto dulce con un vestido muy extraño. Era verde, tan verde
como las hojas del árbol, y estaba adornado con grandes flores blancas de
saúco. 

- ¿Cómo se llama esta mujer?,- preguntó el niño pequeño.


- Los romanos y los griegos,- dijo el anciano -, solían llamarla 'Dryad pero aquí la
llamamos la Madre del Árbol Anciano y hay que escucharla muy atentamente.
Escucha...

"Un gran árbol floreciente exactamente como este se encuentra en New Town. Crece en
la esquina de un pequeño y pobre patio; y debajo de ese árbol, dos personas mayores
se sentaron una tarde bajo sol brillante. Era un viejo marinero y su esposa muy
anciana. Tenían bisnietos y pronto iban a celebrar su aniversario de bodas de oro, pero
no estaban muy seguros de la fecha.

La Madre del Árbol Anciano se acercó y comentó 'yo sé cuando es el día de las bodas
de oro", pero no lo escucharon porque estaban hablando de tiempos pasados.
Hablaron de cuando eran pequeños y corrían y jugaban en ese mismo patio. De cuando
tomaron unas ramitas las plantaron y se convirtió en el gran árbol en el que estaban
sentados. 

Comenzaron a recordar historias sobre cuando iban a la escuela, cuando navegaban


sobre las aguas de Copenhague, cuando crecieron y él hubo de navegar por tierras
lejanas durante mucho tiempo, cuando se casaron, cuando tuvieron a su hijo pequeño y
luego  Niels, y Peter, y Hans Christian...
- Y nuestros hijos han tenido pequeños a su vez,  dijo el viejo marinero.
- Sí, son nuestros bisnietos, si no me equivoco, fue en este mismo momento de la año en
que nos casamos.
- Sí ¡Este es el día de tu aniversario de bodas de oro!,- dijo la Madre del Árbol
Anciano, estirando la cabeza hacia abajo entre las dos personas mayores. Ellos
pensaron que era una vecina que les saludaba con la cabeza, se miraron y se tomaron
de las manos."
- Pero eso no era un cuento de hadas, dijo el niño, que había estado escuchando la
historia.
- Sí, lo era, si pudieras entenderlo, dijo el anciano. Pero preguntémosle a la
Madre del Árbol Anciano.
- No, dijo la Madre del Árbol Anciano, eso no era un cuento, pero ahora viene la
historia. Porque los cuentos de hadas más extraños provienen de la vida real;
de lo contrario, mi hermoso saúco no podría haber brotado de la tetera.
Entonces ella sacó al niño de su cama y lo puso contra su pecho, y las ramas
florecientes se cerraron alrededor de ellos, ¡como si estuvieran sentados en un grueso
cenador, y este cenador voló con ellos por el aire! ¡Qué maravilloso fue! 
La  Madre del Árbol Anciano de repente se convirtió en una hermosa niña, pero el
vestido aún era verde con aquellas flores blancas que lo adornaban. En su seno tenía
una flor de saúco real, y una corona de flores estaba sobre su cabello. Sus ojos eran
grandes y azules, y ¡oh, era tan hermosa! Ella y el niño eran de la misma edad se
besaron.
La niña comenzó a decir: "Mira, podemos elevarnos, volamos sobre el césped, giramos
sobre los campos y granjas", y mientras el niño sentía la magia del vuelo. 
En realidad, solo estaban dando vueltas y vueltas alrededor de la hierba, sin embargo,
el niño parecía ver todo lo que la pequeña niña mencionaba.
Después ella se quitó la flor de saúco de su cabello y la plantó, y creció igual que las
que los ancianos habían plantado cuando eran pequeños. Caminaban de la mano, de la
misma manera que lo hicieron los viejos en su infancia.
Y la primavera se convirtió en verano, y fue otoño y se convirtió en invierno, y había
miles de imágenes en la mente y el corazón del niño, mientras la niña le cantaba:
"Nunca olvidarás esto".
Y el niño se convirtió en un hombre joven, y él también tuvo que navegar lejos a países
más cálidos, donde crece el café.  Pero antes de marcharse, la niña tomó la flor de
saúco su pecho y se lo dio como recuerdo. 
Pasaron muchos años, y ahora era un hombre viejo, sentado con su esposa debajo de
un árbol floreciente;  estaban tomados de la mano, tal como lo habían hecho antes el
bisabuelo y la bisabuela. Y al igual que ellos, hablaron de tiempos antiguos y de su
aniversario de bodas de oro.
Ahora la pequeña niña con los ojos azules se sentó en el árbol y dijo:
- ¡Hoy es su aniversario de bodas de oro! Luego, de su cabello, tomó dos flores y las
besó para que brillaran. Y las puso sobre las cabezas de la pareja de ancianos. Y él le
contó a su vieja esposa la historia de la Madre del Árbol Anciano, tal como se le había
contado cuando era niño. Ambos pensaron que gran parte de la historia se parecía a la
suya, y esa parte les gustaba más.
- Así son las cosas, dijo la niña en el árbol. Algunas personas me llaman la madre del
árbol anciano y otras me llaman Dryad, pero mi verdadero nombre es Memoria. Soy yo
quien se sienta en el árbol que crece y sigue, y puedo recordar y puedo contar
historias.
Y las dos personas mayores con las coronas doradas se sentaron en el crepúsculo rojo,
y cerraron los ojos suavemente y ese fue el final de la historia ...

El niño estaba acostado en su cama y no sabía si había estado soñando o había


escuchado una historia. La tetera estaba de pie junto a él en la mesa, pero no
había un saúco que creciera y el anciano acababa de salir por la puerta.
- Ha sido realmente hermoso, dijo el niño pequeño.
- Sí, creo que sí, dijo su madre. Si uno bebe dos tazas de té caliente de saúco,
se siente mucho mejor. Tuviste una buena siesta mientras discutías con el
anciano sobre si era una historia o un cuento de hadas.
- ¿Y dónde está la Madre del Árbol Anciano?, preguntó el chico.
- Ella está en la tetera, dijo la madre y allí puede quedarse. 
Fin
Heidi, la niña de los Alpes
Heidi era muy pequeña cuando murieron su madre y su padre, por lo que tuvo
que vivir un tiempo con su tía Dete. Sin embargo, esta situación no duró mucho
tiempo porque Dete consiguió un trabajo en Frankfurt. Así fue como Heidi se
vio obligada a dejar la ciudad y para partir al Monte Alm en los Alpes junto a su
abuelo, quien se haría cargo de ella. 
- No quiero ir tía Dete, siempre has dicho que el abuelo era un hombre serio y
con mal genio. Decías que no le gustaban las personas, por favor, deja que me
quede contigo,- suplicaba Heidi.

Pero no había otra solución que marchar hacia las montañas. Y así inició Heidi
un viaje que cambiaría su vida para siempre.
Al llegar a la casa de su abuelo, Heidi le miró y quedó impresionada por aquel
hombre. Era enorme y tenía una gran barba blanca. Heidi, sintiéndose más
pequeña que nunca ante aquella gran figura le dijo tímidamente. 
- Hola abuelo, soy Heidi, tu nieta.
- ¿Por qué has venido aquí?, respondió con una voz que tronó por toda la
estancia asustando a Heidi -, ¿Quién ha tomado la decisión de que estés aquí
conmigo? 

Antes de que Heidi o la tía Dete pudieran responder, escucharon a Pedro, un


niño que pastoreaba cabras en aquella montaña, mientras daba silbaba y
gritaba a sus animales.
La tía Dete pidió a Heidi que fuera a jugar con Pedro, mientras ella intentaba
convencer al abuelo de que no había otra solución para la niña que pasar un
tiempo con él. Y así, dejando a la pobre Heidi con un abuelo al que no conocía,
la tía Dete se fue.
Por la noche, Heidi cenó una barra de pan con queso, pero no quiso tomar
leche. 
- Tienes que beber leche, te hará fuerte y saludable,- comentó el abuelo con
malas pulgas. 
El abuelo preparó una cama de heno para Heidi y allí pasó su primera noche
en las montañas, temerosa de aquel abuelo que tan antipático parecía y
asustada por el sonido del viento que soplaba entre los abetos.
A la mañana siguiente, Pedro volvió a subir a la casa del abuelo para
encontrarse con Heidi, le parecía genial tener cerca una niña de su edad con la
que jugar mientras cuidaba a sus cabras.
- Abuelo, ¿puedo ir a jugar con Pedro?, preguntó casi en un susurro Heidi.
- Anda ve sí, respondió con desdén el abuelo, mientras miraba como se alejaba
con Pedro.
Allí, entre la hierba verde de las montañas, Heidi se sintió feliz por primera vez
en mucho tiempo: correteaba entre las montañas, jugaba con las cabras, se
divertía con las ocurrencias de Pedro... De pronto, miró hacia la colina más alta
y creyó ver un incendio, asustada, echó a correr colina abajo hasta la casa del
abuelo.
- Abuelo, abuelo,- entró corriendo Heidi -, hay un incendio en aquella colina.
El abuelo salió a mirar y entre risotadas, le comentó a la niña: 
- No es fuego, hija mío. Es el sol diciéndole adiós a las montañas.

- ¡Oh, abuelo! ¡Qué hermoso es este lugar! Nunca me marcharé, dijo Heidi


llena de emoción.  

Y así fueron pasando los días, las semanas y los meses. Heidi paseaba
con Pedro por las montañas y disfrutaba de la compañía de su abuelo, un abuelo
que pese a su antipatía inicial, poco a poco fue mostrándose más cercano y
cariñoso con Heidi.  
Un día de primavera, tía Dete regresó allí para visitar al abuelo. 
- Un hombre rico de Frankfurt quiere adoptar a Heidi. Quiere que le
haga compañía a su hija, una niña que vive en una silla de ruedas,- comentó
Dete al abuelo.
El abuelo, por primera vez, se dio cuenta de lo mucho que necesitaba a Heidi,
lo que le había cambiado y lo feliz que se sentía cuando estaba a su lado.
Sabía que si se iba, nunca volvería. 
- No quiero ir, no quiero ir,- lloraba sin parar Heidi.

Sin embargo, hubo de marchar y el abuelo, triste, permaneció afuera de la


casa, mirándola irse hasta que desapareció de su vista.

Al llegar a Frankfurt, la tía Dete llevó a Heidi a una gran casa maravillosa y la
llevaron ante Clara, una niña mayor que ella que estaba en silla de ruedas. 
Heidi descubrió que la madre de Clara, como la suya, había fallecido cuando
era una niña pequeña y la señorita Rottenmeyer, una institutriz muy antipática y
seria, la había criado después entonces.

A la señorita Rottenmeyer no le gustaba Heidi porque nunca había asistido a la


escuela y no sabía leer ni escribir. Tampoco le gustaban los modales en la
mesa de Heidi y pensaba que no era la persona adecuada para hacerle
compañía a Clara. 
Sin embargo, a Clara le encantó Heidi desde el primer momento y su abuela
prometió enseñar a Clara buenos modales, a leer y a escribir para que Heidi
pudiera quedarse con la niña. 
Heidi, con sus ocurrencias logró que Clara fuera feliz y sonriera, hacía mucho
tiempo que no la veían tan contenta. Sin embargo, Heidi echaba de menos las
montañas, la hierba verde, las flores y las cabras del monte Alm. También
echaba de menos a su abuelo. Clara era una niña adorable, pero la ciudad era
terrible y Heidi deseaba escapar. Comenzó a invadirla la nostalgia y pensaron
que había enfermado.
- Heidi siente nostalgia,- dijo el doctor al padre de Clara tras
examinarla. Probablemente no deberíamos retenerla aquí. Puede enfermar
gravemente si no la enviamos de vuelta a casa. 
Clara y su padre no querían que Heidi se marchara, pero tampoco podían verla
sufrir. Por lo tanto, tomaron la decisión de enviarla al Monte Alm al día
siguiente.
Después de un día de viaje desde Frankfurt, Heidi llegó al Monte Alm. Vio al
abuelo parado cerca de su cabaña, infeliz y solo y corrió hacia él. El abuelo
rompió a llorar mientras tomaba a su amada Heidi en brazos. 
- ¿Dónde has estado todos estos días, mi niña? ¿Alguna vez te acordaste de este
viejo?, le dijo el abuelo a Heidi.
Tras unos días Clara viajó a las montañas para visitar a Heidi. De día jugaban
en los prados y por la noche dormían en el lecho de heno. Aunque Pedro
estaba celoso de la atención que Heidi dedicaba a la niña, todos quedaron
impresionados cuando, un día, Clara comenzó a levantarse de la silla y dio unos
ligeros pasos sobre la hierba. 
La leche fresca y el aire fresco de la montaña hicieron que Clara estuviera cada
día más sana y fuerte y, por fin, un día pudo caminar sola. Después de un
tiempo, el papá de Clara llegó para llevar a Clara de regreso a Frankfurt y al
llegar quedó impresionado al ver a Clara caminando.

- No deseo dejar este lugar. Por favor, déjame vivir aquí para siempre, suplicó
Clara.
- Tenemos que volver, pero vendremos cada verano, prometió su padre. 
Clara se despidió de Heidi, Pedro y el abuelo y regresó a Frankfurt. Allí en las
montañas, Heidi siguió viviendo feliz con su abuelo y su amigo. 
 

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