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Hace mucho tiempo en un pequeño pueblo vivía un padre soltero llamado Jack,
al que todos conocían como Jack el alegre porque siempre estaba de buen
humor. Trataba con amabilidad a todos sus vecinos y nunca salía una mala
palabra de su boca.
Hansel se enamoró de una chica llamada Elsie y se casó con ella. Jack estaba muy
feliz, pero poco a poco Elsie comenzó a mostrar su verdadera cara. Solo quería
alejar al padre y al hijo y se ocupó de que todo el amor y respeto que le
profesaba, cambiara hacia indiferencia.
Elsie controlaba a Hansel, quien se pasaba el día cumpliendo los caprichos y
fantasías de su esposa, abandonando casi por completo a su padre. Lo quería
para ella sola, y lo había logrado. Jack se sentía solo, su única familia, su hijo,
ya no estaba con él.
Con el tiempo, Hansel y Elsie tuvieron un hijo al que llamaron Harry y en Jack
nació una nueva ilusión, ya que podría cuidar como abuelo de Harry como lo
había hecho como padre de Hansel. Iba a ser un estupendo abuelo.
Sin embargo, Elsie no quería que Jack pasara el tiempo con su nieto y
convenció a Hansel para enviarle lejos, a un hogar de ancianos.
- Tu padre está mayor, y no puede cuidar de un niño tan pequeño, seguro que
es peligroso para nuestro hijo. Sus ojos ya no ven bien, sus manos tiemblan, su
cuerpo es débil... repetía la malvada Elsie.
- Hijo, ¿qué estás haciendo?, ¿construyes una casita para nosotros?, preguntó
Elsie
- No mamá, voy a construir cuencos de madera, para que cuando seas anciana
como el abuelo, no los rompas y tengas que vivir en u na esquina de la casa.
- Oh, que crueles hemos sido con el abuelo Jack, ha sido nuestro pequeño, un
niño, el que nos abriera los ojos, comentaron Elsie y Jack,
Érase una vez un niño que se resfrió después de mojarse los pies. Nadie podía
entender cómo había sucedido, porque el clima estaba muy seco pero su
madre lo desnudó, lo acostó y le llevó una taza de té caliente para que se
recuperara.
Estaban en la casa cuando entró un anciano que vivía solo en el último piso de
la casa. No tenía esposa ni hijos propios, pero le encantaba estar con los niños
y conocía tantas historias y cuentos maravillosos que a ellos les gustaba
escucharlo.
- ¿Me contarás un cuento de hadas? insistió el niño.
- Claro, pero debo saber antes cómo te mojaste los pies... ¿Puedes decirme
cuánto es de profunda la canaleta que hay en la calle por la que caminas a la
escuela?
Entonces fue cuando el niño confesó que metía los pies en ella por diversión y
el anciano, ahora que sabía la verdad, accedió a contarle una historia. Sin
embargo, no sabía ninguna nueva y debía inventarla.
- Las verdaderas historias vienen solas. Vienen a tocarme la frente y dicen:
"¡Aquí estoy!"
"Un gran árbol floreciente exactamente como este se encuentra en New Town. Crece en
la esquina de un pequeño y pobre patio; y debajo de ese árbol, dos personas mayores
se sentaron una tarde bajo sol brillante. Era un viejo marinero y su esposa muy
anciana. Tenían bisnietos y pronto iban a celebrar su aniversario de bodas de oro, pero
no estaban muy seguros de la fecha.
La Madre del Árbol Anciano se acercó y comentó 'yo sé cuando es el día de las bodas
de oro", pero no lo escucharon porque estaban hablando de tiempos pasados.
Hablaron de cuando eran pequeños y corrían y jugaban en ese mismo patio. De cuando
tomaron unas ramitas las plantaron y se convirtió en el gran árbol en el que estaban
sentados.
Pero no había otra solución que marchar hacia las montañas. Y así inició Heidi
un viaje que cambiaría su vida para siempre.
Al llegar a la casa de su abuelo, Heidi le miró y quedó impresionada por aquel
hombre. Era enorme y tenía una gran barba blanca. Heidi, sintiéndose más
pequeña que nunca ante aquella gran figura le dijo tímidamente.
- Hola abuelo, soy Heidi, tu nieta.
- ¿Por qué has venido aquí?, respondió con una voz que tronó por toda la
estancia asustando a Heidi -, ¿Quién ha tomado la decisión de que estés aquí
conmigo?
Y así fueron pasando los días, las semanas y los meses. Heidi paseaba
con Pedro por las montañas y disfrutaba de la compañía de su abuelo, un abuelo
que pese a su antipatía inicial, poco a poco fue mostrándose más cercano y
cariñoso con Heidi.
Un día de primavera, tía Dete regresó allí para visitar al abuelo.
- Un hombre rico de Frankfurt quiere adoptar a Heidi. Quiere que le
haga compañía a su hija, una niña que vive en una silla de ruedas,- comentó
Dete al abuelo.
El abuelo, por primera vez, se dio cuenta de lo mucho que necesitaba a Heidi,
lo que le había cambiado y lo feliz que se sentía cuando estaba a su lado.
Sabía que si se iba, nunca volvería.
- No quiero ir, no quiero ir,- lloraba sin parar Heidi.
Al llegar a Frankfurt, la tía Dete llevó a Heidi a una gran casa maravillosa y la
llevaron ante Clara, una niña mayor que ella que estaba en silla de ruedas.
Heidi descubrió que la madre de Clara, como la suya, había fallecido cuando
era una niña pequeña y la señorita Rottenmeyer, una institutriz muy antipática y
seria, la había criado después entonces.
- No deseo dejar este lugar. Por favor, déjame vivir aquí para siempre, suplicó
Clara.
- Tenemos que volver, pero vendremos cada verano, prometió su padre.
Clara se despidió de Heidi, Pedro y el abuelo y regresó a Frankfurt. Allí en las
montañas, Heidi siguió viviendo feliz con su abuelo y su amigo.