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FdL I – Apuntes de clase - Tema 6

Tema 6. Referencia y externismo semántico


Nombres y designadores rígidos; términos de género natural; significado
semántico y ‘significado del hablante’; indéxicos y demostrativos; carácter y
contenido

1. Introducción. Referencia y externismo semántico

La referencia es una relación que se establece entre determinados ítems


representacionales y determinados objetos. Aquí se va a estudiar, en particular, la
relación de referencia entre tipos de expresiones lingüísticas y aquello a lo que refieren,
el objeto o tipo de entidad por la que están. En principio, esta es una cuestión que puede
parecer poco problemática: conocemos y utilizamos este tipo de relaciones
continuamente en nuestro uso corriente del lenguaje; parece algo dado con nuestra
adquisición lingüística y con nuestra inserción en prácticas comunicativas ordinarias. Sin
embargo, hay algunas preguntas que no resultan fáciles de responder, cuando se buscan
respuestas sólidas y convincentes. ¿En qué consiste que una expresión refiera a un
objeto o entidad? ¿Cómo se establece la relación de referencia entre una expresión y lo
que nombra? ¿Hay un único ‘mecanismo’ de fijación del referente, si es que hay alguno,
o deberían tenerse en cuenta distintos procesos, o distintos procedimientos,
dependiendo del tipo de expresión? También, ¿qué relación hay entre la referencia de
una expresión y su significado? ¿Referencia y significado son idénticos, o es preciso
establecer una conexión más sutil entre ambos conceptos?

El problema teórico fundamental al que se enfrenta una teoría de la referencia es el de


explicar en virtud de qué una expresión lingüística (de un determinado tipo) puede
remitir a, o estar por, una determinada entidad u objeto. Lo que se pretende explicar es
cuál es el mecanismo de fijación o identificación del referente. Además, pueden
estudiarse cuestiones como la relación entre referencia, significado y verdad. El tipo de

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expresiones que se van a estudiar son los nombres propios (o términos singulares; por
ejemplo, ‘Aristóteles’, ‘Magdalena Andersson’, ‘Sierra de Guadarrama’), pues son
expresiones que paradigmáticamente refieren a, o se usan con la intención de que
refieran a objetos o entidades individuales. También se estudiará la referencia de otro
tipo de expresiones: los términos de género natural (o términos generales; por ejemplo,
‘tigre’, ‘olmo’, ’agua’, ‘fuego’, ‘wolframio’), y los términos indéxicos y demostrativos (por
ejemplo, pronombres personales como ‘yo’, ‘tú’, ‘ella’; adverbios de tiempo y lugar,
como ‘aquí’, ‘ahora’, ‘hoy’; y pronombres demostrativos, como ‘esto’, ‘eso’).

Se llama externismo semántico a la tesis que afirma que el significado y la referencia de


las expresiones lingüísticas que usamos corrientemente no están únicamente
determinados por las ideas que asociamos con esas expresiones o por los estados
internos (físicos) que acompañan o subyacen a su uso. En general, el externismo
semántico se caracteriza por dos tesis interrelacionadas: (i) la referencia de los términos
referenciales no está determinada por ninguna descripción asociada con el término, y
tampoco por ningún contenido cognitivo que una hablante competente pueda asociar
con él; y (ii) la referencia está determinada, al menos en parte, por relaciones objetivas
(causales) entre la hablante y el mundo exterior. En una versión más débil, (ii) puede
formularse diciendo que la referencia de los términos referenciales depende, de alguna
forma, de las relaciones que un sistema computacional mantiene con las entidades
externas a él.

Dos muy destacados proponentes de estas tesis externistas han sido Kripke y Putnam.
El lógico y filósofo S. Kripke ha defendido que las referencias de los nombres propios, así
como de los términos de género natural, están determinadas en parte por factores
externos de tipo causal e histórico. Esta misma tesis ha sido defendida también, algo
posteriormente, por el filósofo H. Putnam, quien ha reforzado los argumentos de Kripke
en lo que atañe a los términos de género natural.

La tesis externista de ambos se contrapone sin embargo a una tesis tradicional y


ampliamente adoptada hasta ese momento, la del internismo semántico, de acuerdo
con el cual el significado está determinado por nuestros estados mentales y sus

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contenidos intencionales, y depende únicamente de las propiedades intrínsecas


(internas) de estos estados. Evans ha caracterizado el internismo semántico a partir de
la tesis siguiente: la referencia de las palabras está determinada por la información
almacenada en el sistema de estados cognitivos internos de cada hablante.

Las teorías tradicionales de la referencia que hemos estudiado hasta ahora (las de Frege
y Russell) son teorías descriptivas, para las que la referencia de una expresión viene
determinada por el contenido conceptual, descriptivo, asociado con esa expresión. En
la formulación más reciente de este enfoque teórico, es cada hablante quien, al usar el
nombre, asocia en su mente ese contenido con el nombre. En este sentido, pueden
verse como teorías internistas. Las críticas de autores como Kripke y Putnam han puesto
de manifiesto algunos importantes problemas de estas teorías tradicionales, y han dado
lugar a un debate que aún sigue abierto.

Simplificando un poco, puede considerarse que las tesis internista y externista


responden a intuiciones distintas. Las teorías descriptivas tienen en cuenta los estados
mentales de quien habla para asociar, con cada uso de un nombre (o expresión
referencial), un contenido conceptual que está en la mente de ese hablante o esa
hablante. Las teorías externistas tienen en cuenta elementos y rasgos dados con el
contexto que pueden ser identificados públicamente y están disponibles por igual para
toda la comunidad de hablantes. Lo que vamos a exponer a continuación, con alguna
brevedad y simplificación, son algunas de las principales posiciones y argumentos de
este debate.

2. Nombres

2.1. El problema de los nombres propios para las teorías descriptivas tradicionales

Stuart Mill había defendido que el significado de un nombre propio es su portador. A


partir de él, se llama ‘millianismo’ a la teoría que postula la existencia de algún tipo de
entidad para todo nombre que pueda emplearse con significado o sentido (con la
consecuencia de que ‘La Montaña Mágica’ o ‘Ulises’ serían los nombres de algún tipo de

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entidad o idea abstracta). Esta teoría tiene problemas para explicar fenómenos como el
de los enunciados de identidad entre nombres co-referenciales (“Héspero es Fósforo”:
si ambos nombres nombran la misma entidad, ¿por qué el enunciado no es trivialmente
verdadero?), el de los enunciados que incluyen nombres de referencia vacía (“Ulises fue
dejado en Ítaca profundamente dormido”: si el nombre ‘Ulises’ nombra alguna entidad,
¿tendría que asumirse que el enunciado tiene un valor de verdad? Y ¿cuál sería este?),
las atribuciones de creencias (“El joven estudiante cree que Pablo Neruda, pero no
Neftalí Reyes, es el autor de Los versos del capitán”: si los dos nombres nombran al
mismo poeta, ¿cómo puede un hablante lingüísticamente competente usar los dos
nombres sin tener conocimiento de estar identificando a uno y el mismo referente?), o
los enunciados existenciales negativos (“Pegaso no existe”: si se ha supuesto que el
nombre refiere a alguna entidad, ¿cómo puede después predicarse su inexistencia?).

Las teorías descriptivas tradicionales pueden ofrecer una solución. De acuerdo con la
tesis que comparten, un nombre refiere a su portador (la entidad referida o referente
del nombre) mediante un contenido conceptual, descriptivo, asociado con ese nombre
por sus usuarios; y ese contenido es tal que permite identificar de manera única al
referente del nombre. Por tanto, para que el uso de un nombre refiera, es preciso que
se cumplan estas dos condiciones: (i) que cada hablante asocie, con su uso del nombre,
un determinado contenido conceptual descriptivo , y (ii) que ese contenido descriptivo
permita determinar, de manera única, al referente del nombre.

Frege y Russell defendieron, como hemos visto, teorías descriptivas para los nombres
propios gramaticales. Una versión más fuerte de las teorías descriptivas afirma que el
contenido descriptivo asociado con un nombre no sólo es el mecanismo que permite
identificar de manera única al referente, sino que constituye además el significado del
nombre. (Esta versión fuerte, en relación con los nombres, no está claro que se le pueda
atribuir a Frege, y con seguridad no se le puede atribuir a Russell.)

Si asumimos, con las teorías descriptivas, que un nombre refiere a su portador en virtud
de que esta entidad satisface, de manera única, el contenido descriptivo asociado con
el nombre, y asumimos además (con la versión fuerte de estas teorías) que este

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contenido descriptivo es el significado del nombre, entonces podemos explicar el tipo


de fenómenos que, según hemos dicho, resultan difíciles para la teoría de Mill.

Por ejemplo, en el caso de un enunciado de identidad entre nombres co-referenciales


como (1) “Héspero es Fósforo”, podemos establecer que el contenido descriptivo
asociado con el nombre ‘Héspero’ es ‘la última y más brillante estrella que vemos
cuando amanece’, y que el contenido descriptivo asociado con el nombre ‘Fósforo’ es
‘la primera y más brillante estrella que vemos cuando anochece’. Entonces podemos
explicar por qué el enunciado (1), aunque sólo está afirmando que una entidad es ella
misma, no es trivialmente analítico (es decir, verdadero sólo en razón de principios
lógicos o del significado de los términos componentes): pues la contribución que hace
cada nombre al sentido del enunciado (al pensamiento expresado por él) es la de un
contenido descriptivo distinto.

Si admitimos, además, que un nombre puede tener un contenido descriptivo asociado


aunque tenga referencia vacía, podemos explicar que un enunciado que lo incluya tiene
también significado y expresa un pensamiento, aunque no pueda ser verdadero ni falso
(sería el caso de enunciados como “Ulises fue dejado en Ítaca profundamente dormido”
o “Pegaso no existe”). Y podemos también considerar que el joven estudiante es racional
al tener una creencia como la expresada por “El joven estudiante cree que Pablo Neruda,
pero no Neftalí Reyes, es el autor de Los versos del capitán”, pues los nombres ‘Pablo
Neruda’ y ‘Neftalí Reyes’, aunque sean co-referenciales, tienen para él diferente
contenido descriptivo asociado.

Sin embargo, la crítica de Kripke a estas teorías descriptivas tradicionales (en su ensayo
El nombrar y la necesidad) puso de manifiesto tres importantes dificultades para ellas.
Se conocen como el problema de la necesidad no deseada (también llamado el
problema epistémico), el problema de la rigidez (o también, el problema modal), y el
problema de la ignorancia o el error. Los dos primeros afectan a teorías descriptivas
fuertes, mientras que el último afecta también a las versiones más básicas para las que
el contenido descriptivo no es idéntico al significado del nombre, pero sí es el
mecanismo de identificación del referente. En un sentido amplio, se denomina teoría de

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Frege-Russell al conjunto de teorías descriptivas a las que se dirige esta triple crítica de
Kripke.

Problema de la necesidad no deseada. Supongamos que asumimos que, con el nombre


propio ‘Aristóteles’, parte al menos del contenido descriptivo asociado (y parte del
significado del nombre) es ‘el último gran filósofo de la Antigüedad’. Entonces, un
enunciado como “Aristóteles fue el último gran filósofo de la Antigüedad” sería un
enunciado trivialmente analítico y necesario, pues sólo hace explícito un predicado que
ya está contenido en el nombre. Pero entonces se hace difícil explicar que este
enunciado pueda ampliar el conocimiento de alguien que ya antes hubiera oído el
nombre de Aristóteles y tuviera, incluso, algún conocimiento descriptivo del referente.
E igualmente es difícil explicar que, en un contexto contrafáctico o de ficción, puedan
formularse hipótesis imaginativas como “Aristóteles pudo no haberse dedicado a la
Filosofía” y que este enunciado tenga sentido sin ser contradictorio en sí.

Problema de la rigidez. Imaginemos, de nuevo, un contexto contrafáctico o de ficción


(un mundo posible) en el que Aristóteles no fue el maestro de Alejandro Magno. En este
contexto, imaginemos también que se estipula que el nombre propio ‘Aristóteles’ se
aplique únicamente al maestro de Alejandro Magno en ese mundo posible. En ese caso,
en ese contexto, al usar el nombre ‘Aristóteles’ estaríamos haciendo referencia a otro
individuo, quizá a algún otro filósofo contemporáneo del Aristóteles históricamente
real, y que habría sido el maestro de Alejandro Magno en ese mundo posible. Pero este
ejercicio de imaginación parece demasiado forzado: resulta inevitable concluir que
cuando utilizamos el nombre de Aristóteles, incluso para atribuir a su portador
predicados contrafácticos, consideramos que su referente viene fijado de acuerdo con
el uso del nombre en el mundo real, y no de acuerdo con otros contenidos descriptivos
que queramos asociarle de manera estipulativa.

Kripke concluyó que los nombres propios, a diferencia de las descripciones definidas,
han de identificar a su referente de manera estable de acuerdo con su uso en el mundo
real: esto quiere decir que ‘Aristóteles’ debe hacer referencia, en todos los mundos
posibles, al mismo individuo identificado en el mundo real –y no a cualquier otro que,

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en una situación contrafáctica, resultase ser el que satisface un determinado contenido


descriptivo. Esto le llevó a defender que los nombres y las descripciones definidas tienen
distinto funcionamiento semántico, y llamó rigidez a la propiedad de los nombres que
acabamos de enunciar. Kripke defendió que los nombres son designadores rígidos,
porque presentan esa propiedad. Que las descripciones no la posean refuerza la
intuición de que el mecanismo de la referencia, en el caso de los nombres, no puede ser
un contenido descriptivo.

Problema de la ignorancia y el error. Supongamos que un joven estudiante sólo sabe de


Pablo Neruda que fue un poeta. Cuando él dice “Pablo Neruda fue un poeta”, no habrá
conseguido identificar al poeta Pablo Neruda, pues el contenido descriptivo que asocia
con el nombre no discrimina entre el conjunto de todos los poetas. Este es el problema
de la ignorancia. Supongamos que otro joven estudiante cree que Pablo Neruda fue el
autor de Trilce. Cuando dice “Pablo Neruda fue un genial poeta”, a quien está queriendo
hacer referencia es al autor de Trilce, es decir, está queriendo hacer referencia a César
Vallejo y no a Pablo Neruda. Este es el problema del error.

2.2. Revisiones e intentos de solución: la teoría del racimo. La teoría de Searle

Una posible salida a los problemas es suponer que el contenido descriptivo asociado con
un nombre no es una única descripción fija. Wittgenstein sugirió que se viera más bien
como una disyunción abierta de descripciones (como un “racimo” de ellas), de manera
que para cada hablante o en cada ocasión de uso el contenido seleccionado podría variar
-y, correlativamente, el mecanismo para identificar al referente también lo haría. El
problema con esta idea es que introduce lo que Frege ya había llamado una ‘oscilación
del sentido del nombre’ que, sin restricciones, llevaría a que nada garantizara el
entendimiento entre hablantes, ni que al usar un mismo nombre estuviesen,
efectivamente, haciendo referencia al mismo referente –e incluso ni siquiera que una
misma persona al hablar refiriese a la misma entidad en dos ocasiones distintas de uso
de un nombre. Una posible solución para esta oscilación extrema es aceptar que el
contenido descriptivo asociado con el nombre incluye un ‘núcleo duro’ de descripciones
estables o fijas y, adicionalmente, una disyunción de otras posibles descripciones que

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pueden oscilar en las distintas ocasiones de uso. Pero es fácil ver que, para ese ‘núcleo
duro’, inmediatamente se reproducen los mismos problemas que ya tenía la versión
tradicional de la teoría.

J. Searle (al que estudiaremos con atención más adelante) propuso una revisión de esta
teoría que parecía no adolecer de los problemas que se acaban de señalar. Señaló que
no había por qué suponer que el contenido que determina la referencia es expresable
lingüísticamente. Defendió, en contrapartida, que ese contenido identificador del
referente es idéntico, para cada ocasión de uso por un o una hablante, a la totalidad del
contenido intencional (mental) que ese o esa hablante asocia con el nombre. El
referente será entonces aquella entidad, sea la que sea, que satisface esa
representación o contenido intencional. Searle aceptó además que ese contenido
mental que cada hablante asocia con el nombre no es, ni tiene que ser, idéntico al
significado del nombre. Con esta solución de Searle, el problema de la ignorancia y el
error simplemente no se plantea –pues, aunque el referente viene fijado por la
intencionalidad de quien usa el nombre en cada caso (lo que generaría un subjetivismo
extremo), una parte de ese contenido será la estipulación: ‘El individuo al que otros
miembros de mi comunidad llaman N’.

El problema de la necesidad no deseada se ve neutralizado, pues Searle aceptó también


que el contenido asociado por cada hablante sí es un contenido necesario para él o ella,
pero esto no significa, arguyó, que sea sinónimo con el nombre, ni que dé su significado:
tan sólo fija el referente. Finalmente, el problema de la rigidez propuso evitarlo
estableciendo que una parte del contenido asociado con el nombre ‘Aristóteles’ fuese
la estipulación: ‘El individuo que realmente hizo…’. Sin embargo, hay que tener en
cuenta que la adición de estos nuevos predicados, si bien hacen referencia a algo que
en principio sería externo a la intencionalidad de quien habla (la comunidad de
hablantes, o lo que realmente ha sido el caso), no dejan de ser contenidos adicionales
que están representados en la mente de la persona que habla o vienen determinados
por su intención, y no por ninguna otra cosa: Searle no exige la realidad extramental de
nada que vaya más allá del contenido representacional dado en la mente individual.

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Precisamente por ello, y a pesar de que parece dar respuesta a la crítica de Kripke, esta
nueva versión de la teoría descriptiva debida a Searle ha recibido una crítica de alcance
global y que afectaría por igual a las distintas versiones. Tiene que ver con una
concepción externista del significado y del contenido semántico, frente a una
concepción internista. Desde un punto de vista externista, el descriptivismo parece
atribuir a la mente una peculiar propiedad: la de hacer posible que sus contenidos
intencionales se ‘liguen’, de una manera considerada casi mágica, a entidades externas
a la mente. Esta ha sido la objeción de H. Putnam y M. Devitt: frente al internismo de los
descriptivistas, han defendido que nada interno a una entidad (la mente) es suficiente
para determinar su relación con algo externo a ella (la entidad referida). El contenido
mental, por específico que pueda ser, no se considera suficiente para identificar o
seleccionar una entidad extramental. Coherentemente con esta crítica, tanto Kripke
como Putnam y Devitt (y otros) han defendido teorías externistas.

2. Nombres y referencia directa. La teoría histórico-causal de Kripke. Designadores


rígidos. Teorías híbridas

Una influyente alternativa a los planteamientos internistas fue la formulada por Ruth
Barcan Marcus, al adelantar una idea que puede verse como la intuición común a las
teorías de la referencia directa. De acuerdo con esta idea común, los nombres son
semejantes a ‘etiquetas’; es decir, no poseen significado lingüístico más allá de su
referencia. En este sentido, se puede decir que los nombres refieren directamente a su
portador, y no en virtud de ningún contenido descriptivo asociado. Esta idea dejaba
pendiente la tarea de formular en detalle de una teoría meta-semántica: es decir, una
teoría que explique cómo se determina la referencia que ha de asociarse con cada
nombre en cada uso en contexto.

En línea con la misma intuición externista, la idea defendida a su vez por Kripke, como
alternativa al internismo de las teorías descriptivas, es la de que un nombre refiere a
aquello a lo que está vinculado cuando este vínculo se ha establecido de una manera
apropiada, sin que esto exija que los y las hablantes tengan que asociar con ese nombre

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un contenido descriptivo determinado. Aunque el propio Kripke advierte de que esta no


es una nueva teoría en sentido estricto, sino más bien una perspectiva o visión diferente
acerca de la referencia que intenta iluminar aspectos del problema, es habitual referirse
a su planteamiento como teoría histórico-causal de la referencia. Se le da este nombre
porque, de acuerdo con él, en la fijación de la referencia de un nombre hay que distinguir
dos etapas: (a) una primera de ‘baustismo’ inicial, de introducción del nombre, donde
quien introduce el nombre está, en el caso más común, en una relación causal o
perceptiva con la entidad que nombra; y (b) una segunda etapa de transmisión del uso
de ese nombre, desde quien lo introdujo a otros hablantes, que se lo van pasando así en
transmisiones sucesivas. Quienes usan el nombre, a través de sucesivos intercambios
comunicativos, se van transmitiendo ese uso del nombre como si lo tomaran prestado
entre sí, y todos de quien lo introdujo por primera vez a partir de una interacción causal.

El principal problema para este tipo de planteamiento es el de cómo explicar los cambios
de referencia, es decir, aquellos casos en los que se produce una ruptura en la cadena
de transmisión del nombre desde quien lo introdujo a sucesivos usuarios. Un ejemplo
histórico y muy claro es el del nombre ‘Madagascar’. Originariamente designaba un área
del continente africano lindante con la costa oriental a la altura de la isla que hoy
llamamos Madagascar. Según se narra, fue Marco Polo quien, llegado a la isla en uno de
sus viajes, oyó esa palabra y, por un error de interpretación, creyó que Madagascar era
el nombre de la isla, y no del continente próximo. La tradición histórica posteriormente
continuó llamando Madagascar a la isla, con lo que se produjo definitivamente el cambio
de referente.

Lo que este ejemplo permite concluir es que no sólo el bautismo inicial tiene importancia
para la fijación de la referencia. M. Devitt ha intentado responder a esta dificultad
proponiendo una teoría híbrida: ha defendido que no es suficiente, en la primera etapa
de fijación de la referencia, con una primera y única confrontación causal o perceptiva
con el referente; se necesita que, tras ese bautismo inicial, haya una sucesión de
confrontaciones perceptivas subsiguientes al bautismo inicial, que garanticen la
transmisión correcta en la aplicación del nombre. Esta teoría incluye, por tanto, un
componente causal (lo que definitivamente la asocia con este tipo de teorías

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externistas) pero también un componente que intenta tener en cuenta las sucesivas
fundaciones del nombre que son semánticamente significativas. Devitt defiende,
además, que para poder poner nombre a una entidad es necesario que la concibamos
de una determinada manera –por ejemplo, para poner nombre a Guadarrama es
necesario que la conceptuemos como un accidente geográfico de un cierto tipo.

Otro ejemplo de teoría híbrida es la debida a G. Evans, quien trata igualmente de tener
en cuenta el problema de posibles cambios en la referencia en la cadena comunicativa
de transmisión del uso del nombre. Su ejemplo, hipotético aunque inspirado en algunos
ejemplos históricos reales, es el del descubrimiento de una urna que contiene varios
papiros con un conjunto fascinante de resultados matemáticos. Al final aparece el
nombre de Ibn Khan, y los estudiosos de este descubrimiento asumen que ése era el
nombre del brillante matemático que ideó y probó el conjunto de resultados. Este
nombre se transmite después, y se hace de uso común entre historiadores y
matemáticos. Años después, sin embargo, se descubre que Ibn Khan era en realidad el
nombre del escriba que había transcrito estos papiros. La pregunta de Evans es entonces
si podríamos decir que el nombre, tal y como lo aplican las personas expertas
contemporáneamente, nombra en definitiva al antiguo matemático que satisface la
descripción de haber ideado los resultados hallados, y no al escriba conocido en el
pasado como Ibn Khan que los transcribió.

La conclusión de Evans es que, para explicar cómo se fija la referencia de un nombre,


hemos de tomar en consideración el origen causal dominante de la información
descriptiva asociada con el uso del nombre. En este caso, la fuente causal dominante de
esa información es la del antiguo matemático, y el nombre de Ibn Khan ha pasado a ser
el nombre del personaje histórico que obtuvo tales y tales resultados matemáticos (es
decir, el individuo que satisface un determinado contenido descriptivo). La teoría de
Evans es híbrida porque apela a una fuente causal (externa) y, al mismo tiempo, la sitúa
como origen dominante del tipo de contenido descriptivo asociado. (La posición de
Evans puede verse como una forma de internismo débil. Otras posiciones de este tipo,
en el debate contemporáneo, han distinguido entre lo que se llama un contenido
estrecho (narrow), que estaría dado por el rol conceptual o inferencial, y un contenido

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amplio (broad), que incluiría elementos externos. Se da lugar así a lo que se conoce
como semántica bidimensional. Un representante destacado de esta posición es D.
Chalmers. Este desarrollo, sin embargo, no podrá estudiarse aquí.)

Lo que tanto la teoría histórico-causal de Kripke como las teorías híbridas tienen en
común es que son teorías externistas. Como veíamos, no aceptan que la fijación de la
referencia pueda venir dada únicamente por los estados y contenidos cognitivos,
internos, de una mente individual –o, por lo mismo, del conjunto de las mentes de los
miembros de una comunidad lingüística. La identificación o fijación de la referencia
requiere que haya en el mundo, efectivamente, una entidad como la que se pretende
nombrar. Y el vínculo entre el nombre y su portador depende de esta relación, externa
–para quienes defienden esta posición filosófica- a la mente o a los estados subjetivos
intrínsecos de cualquier hablante.

Este punto de vista externista no sólo ha sido defendido para la referencia de los
nombres propios. También en el caso de los términos de género natural (como ‘tigre’ o
‘agua’) se ha defendido que la fijación del referente depende de una relación extrínseca,
y no de los contenidos intencionales de quien fija esa referencia. Una teoría de este tipo
para los términos de género natural fue inicialmente esbozada por Kripke y ha sido
después reelaborada por H. Putnam, con más detalle y nuevos argumentos.

3. Términos de género natural: La teoría de Kripke-Putnam

La concepción tradicional de la referencia suponía que los términos de género natural


refieren por vía del contenido descriptivo dado con el conocimiento (o las
representaciones cognitivas) de los y las hablantes. Para Kripke y Putnam, esto es un
error: la referencia de estos términos depende de lo que haya en el mundo, y de una
forma que no puede retrotraerse a (en el sentido de considerarse completamente
determinado por) lo que esté o pueda estar en las mentes o las representaciones
internas de quienes los usan. Esta tesis se conoce como la teoría de Kripke-Putnam.

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Para Kripke, lo que determina que un término de género natural como ‘tigre’ o ‘agua’
refiera, efectivamente, al correspondiente género natural, es que en el mundo existan
esos géneros o especies, caracterizados por determinadas propiedades físicas –por
ejemplo, podríamos decir que lo que caracteriza a un elemento o género natural es una
determinada estructura molecular. Lo que ‘agua’ o ‘tigre’ nombran, para Kripke, es
aquéllas entidades cuya estructura interna es idéntica a H2O, en el caso de ‘agua’, o
idéntica a la de los especímenes de ‘tigre’, en este segundo caso.

Putnam ha propuesto algunos experimentos mentales para argumentar a favor de esta


concepción externista, y en contra de la concepción internista tradicional. Un conocido
experimento es el que imagina una Tierra Gemela a nuestra Tierra, donde todo es
idéntico salvo por una importante diferencia: mientras nuestra agua en la Tierra es H2O,
el elemento al que en la Tierra Gemela llaman ‘agua’ es el compuesto XYZ. Este
compuesto es idéntico al agua de la Tierra en cuanto a sus propiedades empíricas.
Putnam nos invita a continuación a imaginar a un personaje, Óscar, que habita la Tierra,
y a su contraparte gemela, Óscar Gemelo, que es idéntico a él –en particular, está en los
mismos estados psicológicos con exactamente los mismos contenidos cuando
experimenta las mismas sensaciones. Esto significa que, cuando Óscar dice ‘agua’ en la
Tierra, sus estados internos son idénticos a los estados internos de Óscar Gemelo
cuando dice ‘agua’ en la Tierra Gemela.

El objetivo de este experimento es imaginar una situación (ciertamente, poco plausible)


en la que hemos de aceptar, porque lo hemos concedido por hipótesis, que dos
individuos pueden estar en exactamente el mismo estado metal, con exactamente el
mismo contenido (tenemos que suponer además que ambos ignoran cuál es la
composición del elemento que ambos llaman ‘agua’), y donde sin embargo no diríamos
que ambos “significan lo mismo” cuando utilizan el término ‘agua’ para referirse a
aquello de lo cual están teniendo experiencia. Pues, según argumenta Putnam, el
significado de ‘agua’ en la Tierra no puede estar (sólo) determinado por lo que Óscar
tenga “en la cabeza”; la referencia del término, y con ello su significado también,
dependen además de a qué elemento se le llama ‘agua’ (en la Tierra, al compuesto
formado por H2O) y, en definitiva, de cómo sea el mundo. Y el mismo razonamiento es

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aplicable al uso de ‘agua’ en la Tierra Gemela, donde el compuesto referido tiene que
ser XYZ –con independencia de cuáles sean las representaciones que se formen sus
habitantes.

Un razonamiento similar, aunque quizá menos implausible, es el que resulta de la


confesión de Putnam de que, debido a sus escasos conocimientos de botánica, es
incapaz de distinguir un olmo de otra especie de árbol distinta, aunque prácticamente
indistinguible en todas sus propiedades físicas externas. Cuando Putnam dice ‘Ahí hay
un olmo’, que el nombre ‘olmo’ le sea aplicable correctamente a ese espécimen
depende de que el árbol efectivamente sea un olmo, y no de la representación que
Putnam esté asociando con el término. Concluye entonces que la referencia de los
términos de género natural no puede estar completamente determinada por lo que está
en la mente, por los estados intrínsecos de quien habla. (Lo que concluye en realidad es
que, si los significados son los que determinan las referencias, como había defendido la
teoría tradicional que sigue a Frege, entonces esos significados no pueden estar ‘en la
cabeza’; y si están ‘en la cabeza’, entonces no pueden determinar la referencia).

Esto tiene como consecuencia que incluso hablantes que desconozcan las propiedades
o descripciones asociadas con un determinado término pueden hacer un uso correcto
de él y tener éxito al identificar el referente, si están “tomando prestado” el uso del
término dentro de una cadena de transmisión que lleva al punto inicial de fijación de la
referencia para ese término. A este mecanismo de ‘préstamo’ de hablantes a hablantes
Putnam lo ha llamado el principio de división del trabajo lingüístico. El principio da
expresión teórica a la observación de que, con frecuencia, las personas no expertas en
un campo de conocimiento defieren o delegan la fijación o identificación de los
referentes de ciertos términos en personas expertas que efectivamente conocen y
pueden identificar correctamente a esos referentes.

El mismo tipo de proceso o procedimiento sería aplicable, según ha defendido Putnam,


a los términos de artefactos, es decir, los que nombran clases de objetos creados
artificialmente, como ‘lápiz’, ‘reloj’ o ‘helicóptero’, aunque en este caso el problema
tiene peculiaridades que han generado un debate específico. En relación con los

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términos sociales y culturales, puede destacarse la defensa que T. Burge ha hecho de


una forma de externismo social (no solo para los significados lingüísticos, sino también
para los conceptos mentales). De acuerdo con su tesis, el significado de la mayoría de
las palabras, cuando las usa un o una hablante individual, depende de los estándares
semánticos de la comunidad lingüística a la que pertenece, es decir, de los significados
públicos disponibles para toda la comunidad de hablantes. (El ejemplo que ha utilizado
para mostrar esta tesis, y que ha dado lugar a un debate amplio y no cerrado, es el del
término ‘artritis’).

La posición de Putnam se ha diferenciado de la de Kripke por lo que él mismo ha llamado


su pragmatismo interno (al menos, la posición de Putnam en el periodo que estamos
teniendo en cuenta). Frente al tipo de teoría causal estricta de Kripke, que va unida a
una tesis metafísica (pues presupone una determinada estructura molecular en el
universo y la correspondencia semántica del lenguaje con esta estructura) y que ha sido
por este motivo criticada, Putnam ha observado que sólo una teoría externista de la
referencia directa puede dar cuenta de la práctica científica y del modo en que procede
el avance en el conocimiento. Pues cualquier explicación sobre cómo refieren los
términos científicos tiene que poder explicar cambios en el contenido de nuestro
conocimiento en relación con las entidades referidas, cuando al mismo tiempo seguimos
considerando que estas entidades siguen siendo las mismas. (Así, por ejemplo, hoy
consideramos que cuando los antiguos griegos hablaban del agua, el elemento al que
hacían referencia era el mismo elemento que sólo mucho después ha podido analizarse
como H2O). En el límite, podemos pensar que todo nuestro conocimiento sobre una
determinada entidad podría resultar falsado y modificado; si esta posibilidad puede
pensarse con sentido, es preciso suponer que antes y después del proceso de revisión y
corrección la entidad referida era la misma. Esta intuición falibilista, como se la ha
llamado, debería poder preservarse en cualquier explicación de la referencia.

De acuerdo con Putnam, la referencia se fija directamente, sin un mecanismo particular


que lo haga; aunque puede haber procedimientos distintos y plurales para distintos
términos o entidades, no hay uno único que pueda describirse como “el mecanismo que
fija la referencia”. Que tengamos éxito al fijar un término a su referente depende de

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cómo sea el mundo. Lo que sí entra en juego en esta actividad de fijación de la referencia
es un presupuesto pragmático ‘interno’, en el sentido de que está presupuesto en
nuestras prácticas y nuestro uso referencial de los términos. Lo que está presupuesto
así es que el vínculo semántico entre un término y su referente es directo, y depende de
factores externos. Lo que nos permite establecer ese vínculo pertenece, en cambio, a la
pragmática, pues es lo que está dado con nuestras prácticas epistémicas y lingüísticas,
sin que para Putnam tenga sentido buscar otro tipo de fundamentación.

4. Descripciones definidas. Significado semántico y ‘significado del hablante’. Uso


referencial y uso atributivo.

La necesidad de apelar a nuestras prácticas lingüísticas y a aspectos pragmáticos de esa


actividad entra en juego también cuando se estudia la referencia de otro tipo de
expresiones que parecen usarse referencialmente: las descripciones definidas, del tipo
de las que intervienen en oraciones como ‘El descubridor de las órbitas planetarias
elípticas murió en la miseria’ (el conocido ejemplo de Frege para plantear el problema
en torno a estas expresiones), o ‘El actual rey de Francia es calvo’ (el conocido ejemplo
de Russell para introducir su análisis y su propia solución). Russell en concreto había
defendido que las expresiones de descripción definida no son en realidad nombres, sino
que son expresiones cuantificacionales de un cierto tipo: incluyen, según su análisis, una
afirmación de existencia y una afirmación de unicidad, de modo tal que al componerse
con un predicado para generar un enunciado completo, contribuyen con ese contenido
semántico al valor de verdad del enunciado. (Si la entidad presuntamente referida no
existe o no es única, el enunciado resultará ser falso). Russell creía así haber resuelto el
problema de las referencias impropias (vacías y múltiples) de Frege, y haber evitado que
un enunciado con sentido pudiera no recibir, después de todo, un valor de verdad.

Pero F. Strawson criticó esta solución de Russell. En su opinión, las descripciones


definidas son auténticas expresiones referenciales, no expresiones cuantificacionales.
Argumentó que los y las hablantes las usan para hablar acerca de objetos e individuos,
y no para aseverar la existencia (y unicidad) de un cierto tipo de entidad. Sin embargo,

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reconoció que con el uso de estas expresiones se ponía en funcionamiento una doble
exigencia de existencia y unicidad con respecto al referente: pero lo explicó afirmando
que el significado de las expresiones de descripción definida consistía en una regla de
uso, que exigía que la expresión sólo pudiera usarse en aquellos casos en los cuales
existiese una única entidad a la que la descripción definida pudiera hacer referencia.
Esto suponía desplazar lo que para Russell estaba en el nivel semántico, y podía hacerse
explícito mediante un análisis lógico, al nivel pragmático de las reglas de uso.

Con una perspectiva similar –distinguiendo entre el nivel semántico del análisis lógico y
el nivel pragmático de las reglas de uso y las prácticas lingüísticas-, posteriormente K.
Donnellan defendió que las expresiones de descripción definida son pragmáticamente
ambiguas, pues pueden tener dos usos distintos: un uso atributivo, y un uso referencial,
y estos usos tienen efectos sobre el contenido de lo dicho, es decir, sobre el significado
del enunciado aseverado. El uso atributivo es el que el análisis lógico propuesto por
Russell logra capturar: en el uso atributivo, el referente resulta identificado a través de
una descripción compleja que incluye predicaciones y cuantificación. El uso referencial,
en cambio, es el que queda descrito por la teoría de Strawson: en el uso referencial, con
la expresión quien habla logra (o al menos pretende) hacer referencia a una única
entidad dada en ese contexto o situación de uso, de acuerdo con una regla de uso como
la enunciada antes; pero aquí las predicaciones dadas con la descripción dejan de ser
relevantes.

Un conocido ejemplo de Donnellan permite ver las consecuencias de su planteamiento.


Supongamos que Smith es encontrado brutalmente asesinado, y un transeúnte que pasa
por allí y reconoce a la pobre víctima afirma: ‘El asesino de Smith es un demente’ (1).
Supongamos además que el transeúnte no tiene ni idea de quién puede haber asesinado
a Smith: en ese caso, está haciendo un uso atributivo de la descripción definida ‘el
asesino de Smith’, pues con esta expresión está pretendiendo identificar al individuo
(único) que satisface la descripción. En consecuencia, su aseveración será verdad si
existe un único individuo que es el asesino de Smith y que resulta ser un demente.
Supongamos ahora que el transeúnte cree saber que quien ha asesinado a Smith es
Jones, y Jones es efectivamente acusado del crimen. Cuando el transeúnte emite (1),

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está haciendo un uso referencial de la descripción: mediante ella, pretende hacer


referencia a Jones. Lo que el transeúnte quiere decir, entonces, es que Jones es un
demente, y su aseveración será verdad (según Donnellan) si Jones es efectivamente un
demente, incluso si el asesino de Smith resulta haber sido Robinson y además no es
ningún demente.

Donnellan concluyó que el análisis propuesto por Russell es sólo parcialmente acertado,
pues sólo es aplicable al uso atributivo (pero no al referencial) de las descripciones
definidas. Y parece haber optado, para el uso referencial, por una explicación
intencionalista: al usar una determinada descripción definida, sería la intención de quien
habla de referir a un determinado objeto o entidad lo que determina esa relación
referencial. Esta explicación, sin embargo, está sujeta a una importante objeción, que se
ha denominado irónicamente el problema de Humpty-Dumpty. Pues si es la intención
referencial de cada hablante lo que determina la relación de referencia, y no se
introducen otras constricciones externas, es fácil encontrar ejemplos en los que se
desemboca en situaciones absurdas, donde la comunicación y el entendimiento serían
la excepción. (Más abajo vuelve a tratarse este problema.)

En este punto, Kripke acudió en defensa de Russell: consideró que la distinción entre
dos tipos de usos es genuina y acertada, pero indicó que ésta no es una distinción
semántica, sino pragmática, y por tanto no puede situarse en el mismo nivel que el
análisis de Russell. Kripke ha distinguido a su vez entre la referencia del hablante y la
referencia semántica: la primera depende de la intencionalidad del hablante, y se
corresponde con el uso referencial; la segunda, la referencia semántica, depende de un
análisis lógico como el de Russell y, en última instancia, de cómo sea el mundo: de que
haya, efectivamente, una (única) entidad satisfaciendo la descripción. Pero además,
concluye, el valor de verdad del enunciado sólo puede depender de lo que ocurra en ese
nivel semántico; de modo que la verdad de (1) estará determinada por la existencia de
un (único) asesino de Smith que sea efectivamente un demente. El valor de verdad de
(1) no puede estar determinado, para Kripke o para quien asuma un análisis semántico
externista como el suyo, por el uso referencial o las intenciones referenciales de quien

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habla. Contemporáneamente, el estudio de la referencia de las descripciones definidas


ha dado lugar a un amplio debate y no está en absoluto cerrado.

5. Indéxicos y demostrativos. Carácter y contenido

Todavía en relación con el estudio de la referencia, es posible estudiar un tercer tipo de


expresiones: los términos indéxicos, que incluyen tanto los pronombres personales
como los demostrativos y algunos adverbios de tiempo y lugar. Es aquí donde la
distinción de D. Kaplan entre carácter y contenido ha cobrado especial importancia.
(N.B.: Este epígrafe se basa, con algunas adaptaciones, en el epígrafe “3. Indexicals” de
la entrada sobre Reference en la Stanford Encyclopedia of Philosophy).

Son expresiones indéxicas aquellas cuya referencia solo queda fijada en cada contexto
particular y cada ocasión de uso. Por ejemplo, las expresiones ‘yo’, ‘tú’, ‘ella’; también
los demostrativos como ‘esto’, ‘eso’; y así mismo ocurre con adverbios como ‘hoy’,
‘aquí’, ‘ahora’, y otras expresiones análogas. En el debate más reciente se considera que
que no todos los indéxicos refieren del mismo modo, y se tiene en cuenta una distinción
entre indéxicos puros e indéxicos impuros.

5.1. Indéxicos puros

Son indéxicos puros aquellas expresiones cuya referencia queda fijada cuando se tienen
en cuenta rasgos regulares y bien definidos del contexto en que se usan. Por ejemplo,
‘yo’, ‘aquí’, ‘ahora’. Los rasgos del contexto que se tienen en cuenta son: hablante, lugar
y tiempo de la proferencia, y posiblemente otros (como la persona interlocutora).
Contrapuestamente, ejemplos de indéxicos impuros serían ‘ella’, ‘esto’ ‘eso’; aquí, los
rasgos del contexto que hay que tener en cuenta para fijar la referencia no parecen estar
completamente determinados del mismo modo; por ejemplo, para ‘esto’ hará falta
tomar en consideración cuál es el objeto o entidad más destacados en ese contexto,
pero esta apreciación no parece estar siempre completamente determinada.

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FdL I – Apuntes de clase - Tema 6

De acuerdo con las teorías descriptivas tradicionales, en cada uso de estas expresiones
el referente queda fijado por el contenido descriptivo que quien las usa asocia con ellas.
Este contenido descriptivo sería equivalente al significado de la expresión. Por ejemplo,
el significado de ‘yo’ y, por tanto, el contenido descriptivo asociado con el uso de la
expresión sería algo como: ‘la persona que habla’. El significado de ‘aquí’ sería: ‘el lugar
en el que se habla’. El significado de ‘ahora’ sería: ‘el momento temporal en el que se
habla’.

Sin embargo, si se hace equivaler de este modo el contenido descriptivo asociado con el
significado de la expresión indéxica, se generan enseguida resultados absurdos o, cuanto
menos, dudosos. Si A y B profieren la misma oración: ‘Yo tengo frío’, de acuerdo con la
tesis enunciada en el párrafo anterior el significado (contenido descriptivo) de ambas
proferencias sería idéntico, y en cierto sentido se podría aceptar que A y B han dicho lo
mismo; pero en otro sentido resulta evidente que no han dicho lo mismo: A se refería a
A, y B se refería a B.

Una segunda dificultad, que se presenta como una segunda objeción a las teorías
descriptivas recientes, es la constatación de que el contenido descriptivo asociado con
el indéxico ya no puede ser la representación conceptual que cada hablante tenga en su
mente, pues no depende de la mente individual; el contenido asociado parece ser más
bien estable y fijo.

Para evitar estas dos dificultades, algunos autores descriptivistas han propuesto que los
indéxicos son expresiones-ejemplares reflexivas (token reflexives). (Puede recordarse
aquí la distinción entre expresión-tipo y expresión-ejemplar: la expresión-ejemplar es el
uso de una expresión-tipo en un contexto particular). Con ello, lo que se quiere indicar
es que el contenido descriptivo asociado incluye necesariamente una referencia
explícita a la proferencia misma de ese uso de la expresión. Por ejemplo, el contenido
descriptivo asociado con ‘yo’ sería: ‘quien profiere este ejemplar de yo’. Si se acepta
esto, entonces en el ejemplo anterior A y B no estarían diciendo lo mismo.
Adicionalmente, habría que aceptar que el contenido descriptivo asociado no depende

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de lo que esté en la mente individual de cada hablante, sino de reglas del lenguaje de
carácter regular y estable.

Otra aproximación teórica que puede hacer frente a las dos dificultades mencionadas
ha sido la de D. Kaplan (1989). De acuerdo con su propuesta, es preciso diferenciar dos
tipos de significado, a los que llamó carácter y contenido. El contenido es aquello con lo
que la expresión contribuye a las condiciones de verdad de la proferencia de la oración
en la que aparece. Kaplan asumía el marco de las teorías externistas de la referencia
directa, y consideró que, en el caso de los indéxicos (en general, en el caso de los
términos singulares), el contenido era un objeto o entidad, el objeto o entidad referidos
por la expresión. El carácter de una expresión es una regla de uso asociada con esa
expresión: es una regla que guía para identificar, en cada contexto de uso, cuál es el
contenido de la expresión.

En el caso del indéxico ‘yo’, la regla de uso asociada será: ‘selecciona al hablante’; para
el indéxico ‘aquí’, la regla correspondiente establece: ‘selecciona el lugar de la
proferencia’, y así sucesivamente. Kaplan consideró que estas reglas de uso que
constituyen el carácter de los indéxicos puros son independientes de los estados
mentales de quienes los usan. Con ello, se evitan también las dos dificultades de las que
ya se ha hablado antes. Adicionalmente, su teoría permite considerar que cualquier
proferencia de ‘Yo estoy aquí ahora’ es siempre verdadera por necesidad lógica: en
virtud de los significados de ‘yo’, ‘aquí’ y ‘ahora’, ninguna proferencia de esta oración
puede ser falsa. (Esto permite distinguir la necesidad lógica de la necesidad metafísica:
en este último sentido metafísico, cualquier proferencia de ‘Yo estoy aquí ahora’ solo
puede ser contingente y no necesaria.)

La distinción entre carácter y contenido es aplicable también al conjunto de expresiones


lingüísticas, y no solo a los indéxicos puros. Por ejemplo, en relación con los nombres,
Kaplan sostuvo que su carácter era constante en todo contexto, de forma que la regla
de uso podría enunciarse: ‘en todo contexto, selecciona al portador del nombre’.
(Kaplan asumía que los nombres podían diferenciarse en su descripción lingüística, de
manera que nunca un mismo nombre se asignara a dos referentes distintos). En contra

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de esta tesis, más recientemente se ha propuesto la teoría indéxica de los nombres, de


acuerdo con la cual el carácter asociado con un nombre debe incluir, además de los
rasgos habituales de hablante, lugar, tiempo, etc., a un individuo destacado que es el
portador del nombre; un nombre usado en un contexto particular refiere, según esta
teoría, al portador más destacado en ese contexto. (Esta tesis presenta dificultades y
está abierta a objeciones que no se pueden discutir ahora).

5.2. Indéxicos impuros

Como ya se ha indicado antes, entre los indéxicos impuros se incluyen pronombres como
‘ella’, ‘él’, ‘esto’ y ‘eso’. La dificultad que se presenta inicialmente es que no parece
haber la misma determinación de sus referentes a partir de rasgos contextuales
regulares y bien controlados, como son hablante, lugar y tiempo de la proferencia. En
algunos contextos, el uso del indéxico está acompañado por un gesto ostensivo que
podría considerarse el mecanismo por el que se identifica al objeto o entidad referidos.
Pero con frecuencia los gestos ostensivos no están presentes, ni se necesita que lo estén.
Un segundo intento de explicación ha recurrido a la noción de carácter, sugiriendo que
es posible asociar con estas expresiones una regla de uso del tipo: ‘selecciona a la
entidad más destacada en el contexto’. Esta sugerencia parece permitir dar cuenta de
los pronombres personales. Por ejemplo, la regla de uso asociada con ‘ella’ sería: ‘la
persona de género femenino más destacada en el contexto’.

No obstante, no parece que una formulación de este tipo pueda generalizarse también
para demostrativos como ‘esto’ o ‘eso’. Se han podido formular dos objeciones a esa
generalización. En primer lugar, una tal formulación de la regla de uso haría que todas
las expresiones propuestas más arriba tuvieran el mismo significado, lo que no resulta
plausible. En segundo lugar, a veces aparecen dos o más instancias de uso de la misma
expresión, o de expresiones del mismo tipo, dentro de una misma proferencia, sin que
los objetos o entidades demostrados sean los mismos. Parece que no es suficiente con
una regla tan general como la sugerida más arriba, sino que se necesita un criterio más
fino de identificación de los referentes.

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Un tercer intento de explicación ha recurrido a las intenciones de la persona que habla.


De acuerdo con esta propuesta, los usos de las expresiones indéxicas impuras refieren
a aquello a lo que la persona que habla tiene la intención de referirse. Esta explicación,
intencionalista, ha sido propuesta también por Kaplan, quien consideró que una
intención referencial podía verse como un gesto interno análogo a un gesto ostensivo
externo.

Una explicación intencionalista de la referencia como la enunciada más arriba está


expuesta, sin embargo, al ya mencionado problema de Humpty-Dumpty. Precisamente,
fue también Kaplan quien lo formuló por primera vez mediante un ejemplo (aunque la
denominación se debe a A. MacKay, y alude al personaje del mismo nombre de la novela
Alicia en el País de las Maravillas). Kaplan propone imaginar una situación en la que un
profesor está sentado en su despacho, donde hasta el momento ha tenido a su espalda
un retrato de Rudolf Carnap. El profesor desconoce que, en su ausencia, alguien ha
sustituido el retrato por el del entonces vicepresidente de los Estados Unidos. El
profesor señala hacia atrás sin volverse y afirma: ‘Este es un retrato de uno de los más
grandes filósofos del siglo veinte’. En su análisis, Kaplan considera que la afirmación es
falsa; pero es falsa no porque el profesor no haya logrado hacer referencia a quien tenía
la intención de referir (como pretendería la explicación intencionalista); lo es porque el
hablante ha afirmado algo falso del retrato que realmente se encuentra detrás de él y al
que ha señalado.

Sin embargo, si la pregunta es a quién ha hecho referencia el profesor, la respuesta no


parece clara ni unívoca. Por ello, este ejemplo (y versiones de él) ha dado lugar a un
amplio debate con distintos análisis y explicaciones alternativas. Una conclusión
razonable y ampliamente aceptada es la de que se hace preciso, para las teorías
intencionalistas de la referencia, establecer limitaciones o constricciones con respecto
a las intenciones que pueden contar como intenciones referenciales. Y, así mismo, es
preciso considerar que hay restricciones en relación con cómo pueden usarse las
expresiones para referir, lo que debería incluir algunas convenciones de uso y algunos
rasgos del contexto externo.

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6. Recapitulación

La pregunta por cómo se fija la referencia de las expresiones referenciales ha dado lugar
a, al menos, cuatro respuestas posibles, cada una de las cuales parece estar motivada
por, o tener en cuenta preferentemente, un tipo particular de estas expresiones. Las
teorías descriptivas de la referencia defienden que las expresiones refieren en virtud de
estar asociadas con un contenido descriptivo que identifica, e identifica de manera
única, a su referente. Las teorías causales de la referencia defienden que las expresiones
refieren en virtud de estar asociadas con su referente a través de cadenas de uso que
retroceden hasta el momento inicial de la imposición del nombre. Las teorías que apelan
al carácter defienden que las expresiones refieren en virtud de estar asociadas con
reglas de uso de carácter regular y lingüístico. Finalmente, las teorías intencionalistas
defienden que las palabras refieren en virtud de una intención referencial, es decir, en
virtud de usarse intencionalmente para referir a un objeto o entidad particulares.

Dependiendo de qué tipo de expresiones referenciales se consideren -nombres,


términos generales, descripciones definidas, indéxicos puros, indéxicos impuros- puede
parecer que alguna de estas teorías resulta más satisfactoria que sus alternativas. Al
mismo tiempo, y sin que entre en conflicto con la observación anterior, se puede
considerar que el modo en que refieren las expresiones no es uniforme, por lo que será
preciso proponer una explicación distinta dependiendo del tipo de expresión que se
considere. Sí parece que las dos intuiciones principales en conflicto: la intuición
intencionalista, que apela a las intenciones referenciales y otros estados mentales de
quien habla, y que como tales son solo internamente accesibles; y la intuición externista,
que tiene en cuenta rasgos externos, públicamente identificables, del contexto, están
iluminando aspectos complementarios que una teoría de la referencia satisfactoria
tendría que poder integrar.

Cristina Corredor
UNED

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Referencias bibliográficas

Kaplan, David. 1989. Demonstratives: An Essay on the Semantics, Logic, Metaphysics,


and Epistemology of Demonstratives and Other Indexicals, en J. Almog, J. Perry,
and H. Wettstein (eds.), Themes from Kaplan, Oxford: Oxford University Press.

Kripke, Saul. 2005. El nombrar y la necesidad, 2ª ed., México: UNAM.

Michaelson, Eliot and Marga Reimer. 2019. Reference, en E. N. Zalta (ed.), The Stanford
Encyclopedia of Philosophy (Spring 2019 Edition), URL =
<https://plato.stanford.edu/archives/spr2019/entries/reference/>.

Putnam, Hilary. 2019. El significado de ‘significado’. En L. M. Valdés (comp.), La


búsqueda del significado, Madrid: Tecnos.

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