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¿Cómo responde cada generación al llamamiento divino?

De generación en generación

Rodrigo Abarca

“Y toda aquella generación también fue reunida a sus padres. Y se levantó después de
ellos otra generación que no conocía a Jehová, ni la obra que él había hecho por Israel.
Después los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová, y sirvieron a los
baales” (Jueces 2:9-10).

Esta es la introducción del libro de los Jueces, y es más bien una explicación de lo que
va a ocurrir en los próximos 400 años de historia de Israel a partir de ese momento.

La obra que Dios hizo a través de Josué y de su generación, fue la posesión de la tierra
prometida. Dios usó a Josué y a esa generación para esa tarea. Pero una cosa muy
interesante es que ellos no completaron toda la tarea. Algunas regiones no lograron
ser tomadas en la época de Josué, y algunos de esos lugares eran sumamente
importantes en los planes de Dios.

Uno de esos lugares fue el monte de Sion, donde estaba la fortaleza de Sion y donde,
en los planes de Dios, debía ser edificada la ciudad de Jerusalén. Allí debía ser
establecido el Ungido del Señor, y allí debía ser edificado el templo de Dios. Entonces,
aunque la obra de Josué y de los israelitas avanzó bastante, no se puede decir que
logró llevar adelante todo lo que Dios se había propuesto. Eso ya nos da una clave ace
rca de cómo Dios hace su obra.

La obra de Dios no puede ser hecha en una sola generación. Por muy consagrada al
Señor que una generación sea, nunca va a conseguir hacer toda la obra de Dios,
porque la obra del Señor va más allá de la duración de la vida humana. La vida humana
no es lo suficientemente larga y nuestro Dios es eterno. Así podemos descubrir en la
Escritura que uno de los principios fundamentales es que la obra de Dios se hace a
través de las generaciones, de manera progresiva.

Hay una generación que pasa y otra generación nueva debe relevarla. Y en ese relevo
es cuando se produce el momento de mayor peligro para aquellos que estamos en ese
cambio de generación.

Tenemos en esta historia un ejemplo de un cambio de generación que fracasó. No se


produjo un traspaso de la herencia espiritual de los padres hacia los hijos. Murió Josué
siendo de 110 años, y a pesar del mucho tiempo que vivió, no logró completar la tarea,
porque la tarea no podía ser completada durante la vida de un solo hombre, y muchas
cosas quedaron pendientes.
Josué, el siervo del Señor, murió. Y después de él, toda aquella generación murió
también. Versículo 7: “Y el pueblo había servido a Jehová todo el tiempo de Josué, y
todo el tiempo de los ancianos que sobrevivieron a Josué”. Pero cuando Josué y
aquellos ancianos murieron, se levantó otra generación que “...no conocía a Jehová, ni
la obra que él había hecho por Israel”.

La generación anterior, dice el versículo 7: “...habían visto todas las grandes obras de
Jehová, que él había hecho por Israel”. Habían sido no sólo testigos, sino también
protagonistas de toda esa obra. Ustedes recuerdan la historia: cómo Dios los introdujo
en la tierra prometida, cómo guiados por Josué tomaron ciudad tras ciudad; porque el
Señor estaba con ellos.

Todo esto es una figura que tiene un significado espiritual. La tierra prometida
representa al mismo Señor Jesucristo y todas las riquezas que Dios preparó para
nosotros en Cristo.

Llamamiento y propósito de Dios para su pueblo

En Éxodo capítulo 19, dice el versículo 5 y 6: “Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y
guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro…”. Si ellos guardaban su parte
del pacto, en este caso, la ley, ellos serían su especial tesoro sobre todos los pueblos.
“Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa”.

¿Sabe lo que significa un tesoro especial? Aquello en lo que Dios colocaría su atención,
su cuidado, su amor. Iban a ser amados especialmente por Dios de entre todas las
naciones. Pero no sólo eso, sino que además ellos debían ser para Dios un reino de
sacerdotes y gente santa. No solamente los llamó para manifestar en ellos las riquezas
de su gracia, sino también para que cumplieran una misión para Dios.

Ahora, en 1ª de Pedro 2:9, el apóstol toma las mismas palabras que el Señor habló a
Israel allí en el Éxodo a través de Moisés. Pero ahora, estas palabras se nos dicen a
nosotros, la iglesia del Señor: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio,
nación santa, pueblo adquirido por Dios”. ¿Para qué? “…para que anunciéis las
virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”.

Hermanos amados, este es el propósito del Señor. Cuando él llamó a Israel, también lo
llamó para que fuese una nación que lo representase a él sobre la tierra. No
simplemente para recibir de Dios, sino también para dar a Dios. Santidad, en un
sentido original, primero, significa separación, consagración. Algo santo es
básicamente algo que se ha apartado para Dios, que ha sido dedicado a Dios. Eso
significa santidad, eso significa consagración. Básicamente, que no somos para
nosotros mismos ya más, sino que somos para el Señor; que él nos separó, que él nos
adquirió para sí y para su propósito eterno.

Una generación que fracasa


La primera generación nunca logró cambiar su mentalidad, y tuvo que perecer en el
desierto. Pero la segunda generación, los hijos de aquellos esclavos, vieron todo el
sufrimiento y también fueron testigos de todo lo que Dios hizo. Ellos sí le creyeron a
Dios, y entraron junto con Josué y poseyeron la tierra.

Pero la tercera generación, que nunca había conocido lo que significa ser un esclavo,
nació en una tierra que fluía leche y miel, y para ellos todo eso era normal. La
abundancia, la prosperidad, eran cosas que se daban por descontado. Pero eso que
debiera haber sido una bendición, fue en cierto sentido la causa de su tragedia y de su
ruina. Porque esa generación que no conoció por experiencia propia lo que significaba
haber sido salvado por Dios, nunca llegó a tener conciencia de su necesidad de Dios.

Hermanos amados, pienso que ese es el punto de inflexión en esta historia, el que en
gran parte explica el fracaso de la siguiente generación. No basta, jóvenes –y no digo
para todos los jóvenes porque no todos los jóvenes aquí son hijos de padres
cristianos–, haber nacido en la tierra prometida, no es suficiente. Es una gran
bendición que tú hayas nacido en una familia de creyentes. Pero recuerda, tus padres
pelearon batallas que tú nunca peleaste, tus padres fueron salvados de una esclavitud
que tú nunca experimentaste. Y el gran engaño está en que llegues a imaginar que tú
no necesitas tanto a Dios como tus padres.

Quiero ser franco con ustedes hermanos y hermanas, es un peligro. ¿Cuántos de


ustedes saben lo que es la miseria del mundo? ¿Cuántos de ustedes saben qué es
Egipto en realidad? ¿Qué significa estar bajo el dominio de Faraón? ¿Saben lo que es ir
por el mundo sin esperanza y sin Dios? ¿Saben lo que es mirar hacia adelante y sólo
ver vacío y desesperación? ¿Saben lo que es el dolor y la ruina que traen las cosas de
este mundo: los pecados, las drogas, las promesas rotas, las mentiras y los engaños?

Muchos de ustedes miran hacia las cosas de este mundo, y hasta les parecen
atractivas, porque nunca han estado allí. Y ojalá nunca lleguen a estar allí. Dijo una vez
un hermano: ‘Que hablen todos los que alguna vez amaron al mundo, si alguna vez
tuvieron una hora de placer sin dolor, una hora de alegría sin pena, una hora de
victoria sin derrota; porque todo lo que se gana en el mundo, se pierde’.

Hermanos amados, jóvenes, puede que ustedes no nos crean; pero algunos ya
estuvimos allí. Y les podemos asegurar: ¡No hay nada allí! Y no lo decimos para
convencerlos, lo decimos porque nosotros ya vimos que allí no hay nada. ¡Bendito el
día en que nuestro Salvador nos sacó de este mundo, bendito el día en que él se fijó en
nosotros y nos sacó de la muerte a la vida!

Un segundo aspecto que con seguridad podría haber sido causa de ese fracaso
generacional, es que miramos a nuestros padres –No sólo a nuestros padres
biológicos, sino a nuestros padres espirituales, a los hermanos que fueron antes, o que
están desde antes que nosotros– y, ciertamente, encontramos fallas, encontramos
errores.

¿Ustedes nunca han encontrado un error, un fracaso, una debilidad? Los hay, porque
no toda la tierra ha sido poseída, porque aún falta mucho de Cristo por poseer. Es
cierto, hemos visto algunas cosas, pero no podemos decir que ya las tenemos. No
porque hablamos quiere decir que ya tenemos la plena experiencia de lo que
hablamos; pero eso no niega la realidad de esas cosas. Quiere decir que aún tenemos
que correr para poseerlo, y queda todavía trabajo por hacer.

Entonces, hermanos amados, a veces, la mentira y la tentación del diablo pueden ser
muy sutiles. Y una forma de tentación es decirnos: ‘Esto no es verdad. Mira, las
personas que se supone que debieran haberlo alcanzado todo, no lo han alcanzado’.
Desde el punto de vista de Dios, nadie puede alcanzarlo todo. Y si ustedes vienen
después, no es para que juzguen y desechen lo que hubo antes, sino para que vayan
más lejos, para que alcancen lo que nosotros no pudimos alcanzar.

Hemos hablado tantos años de la unidad de la iglesia; pero, por cierto, debemos
confesar con tristeza que todavía no vemos mucha unidad entre los hijos de Dios.
¿Quiere decir por eso que debemos desistir, que debemos abandonar la lucha? Quizás
nosotros nunca lo veamos, pero ustedes crean que van a ver cosas que nosotros nunca
alcanzamos a ver.

Si ustedes le creen a Dios, tomen la posición que tienen ahora como una ventaja, como
un punto de partida mejor. Hay una parte del trecho que otros ya recorrieron por
ustedes. Nosotros tuvimos que entrar por caminos que no conocíamos. Pero ustedes
no tienen que cometer los mismos errores. Para eso ya nosotros nos equivocamos
bastante. Ahora ustedes no se tienen que tropezar en lo mismo que nosotros, porque
nos tienen todavía para ayudar, para socorrer, para aconsejar. De una generación a
otra se va acumulando el conocimiento de Dios.

Pero aquí, lo que ocurrió fue que esta generación no conocía al Señor: “Se levantó otra
generación que no conocía al Señor, ni la obra que él había hecho”. Por eso, hermanos
jóvenes, es tan importante que ustedes conozcan el consejo del Señor, la palabra del
Señor que sus padres recibieron antes; porque esa palabra para nosotros ha sido
nuestra vida, nuestra fortaleza. No es simplemente algo que leímos en la Biblia; hemos
comprobado la realidad de la palabra de Dios.

Pero ustedes deben ir más allá. Ese es el propósito del Señor.

Aquella generación no conocía al Señor. Cuatrocientos años de fracaso vinieron a


continuación. El tiempo de los Jueces. ¿Usted sabe cual es la palabra que describe a
esa época? “En estos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía”
(Jue. 21:25). Claro, desapareció el conocimiento de Dios, y cada uno comenzó a hacer
lo que se le ocurría. Cuando no se conoce al Señor, lo que hay son ideas, intenciones,
iniciativa humana, y los resultados siempre son ruina espiritual y destrucción.

La historia de Samuel

Sin embargo, vamos a ir a algo más alentador. ¿Qué pasó al final de ese período, y
cómo Dios restauró aquello que aparentemente se había perdido?

Hermanos amados, sobre todo jóvenes, aquello que Dios nos llamó a hacer, está
inconcluso. Pero ustedes no necesitan hacer todo de nuevo. Otros ya han trabajado.
Nosotros mismos partimos de donde otros también habían trabajado, y nos legaron
algo. Pero ustedes tienen la misión de Dios de llevarlo más lejos todavía.

¿Qué se requiere para continuar con ese legado? ¿Qué pide el Señor de ustedes
ahora? Recuerden, ¿cuál fue la tragedia de aquella generación que fracasó a
continuación? Que no conocían al Señor, ni conocían la obra que él había hecho por
sus padres. Por conocimiento no queremos decir simplemente teoría; estamos
hablando de experiencia. Y esa debe ser nuestra primera preocupación: conocer al
Señor de verdad. ¿Conoces al Señor? ¿Lo conoces como debe ser conocido? Vamos a ir
a la historia de Samuel para ilustrarlo mejor.

Samuel es el fin de una época y el comienzo de otra. Toda esta historia que comenzó
en Jueces es una historia de declinación espiritual hasta llegar al punto donde parece
que prácticamente todo desaparece. Ese es el momento en que comienza la historia
de Samuel.

Había una mujer que se llamaba Ana, y esta mujer no tenía hijos. Todos los años, ella
subía junto con su esposo a Silo, la ciudad de Israel donde estaba el Tabernáculo. No
estaba Dios allí, pero estaba su recuerdo. Era todo lo que quedaba en Israel: el
recuerdo de que alguna vez el Señor estuvo allí.

Cuando uno estudia la historia de la iglesia, encuentra eso, precisamente: Que, en


muchos lugares, después de una o dos generaciones donde realmente el Señor estuvo
presente, lo que queda es el recuerdo. Está el tabernáculo, está el sacerdocio, todas
cosas exteriores que nos recuerdan que alguna vez el Señor estuvo allí, pero que ya no
tienen efectividad espiritual alguna. ¡Cuidado!, porque a veces puede que estemos
alimentándonos y viviendo alrededor del recuerdo de una experiencia pasada y no de
una realidad presente.

Nosotros debemos procurar, jóvenes, siempre, que nuestra experiencia sea real. Que
el Dios que conocemos sea nuestro Dios y que sea real para nosotros. Es el Dios de
nuestros padres, pero también es nuestro Dios. Porque, hermanos, Dios trabaja por
generaciones. O como reza el dicho por ahí: ‘Tú y yo no necesitamos inventar la rueda
cada vez’. Se inventa una vez y los demás la aprovechan. Así también es con las cosas
espirituales.
Observen en qué situación estaba Ana. Israel había llegado a su punto más bajo de
deterioro espiritual. Pero observe, nuestro Dios es tan grande, que aun el recuerdo de
su presencia puede trabajar a favor nuestro. Allí donde alguna vez él estuvo, puede
volver a estar; donde él se manifestó, puede volver a manifestarse si alguien lo busca
otra vez. Y esta mujer buscaba al Señor.

Ana sufría en su corazón porque no tenía hijos. Quizás para una mujer actual es
comprensible lo terrible que es no tener hijos. Pero para una israelita era mucho más
terrible. Porque toda mujer israelita anhelaba que un día de su vientre naciera el Cristo
de Dios; pero si una mujer era privada de ese don, era como si se la destituyera de
Israel. Por eso sufría Ana, no sólo porque quería un hijo, sino porque ella quería un hijo
para Dios.

Si usted lee el cántico de Ana, en el capítulo 2, se va a dar cuenta que ella era una
mujer profundamente comprometida con la condición espiritual de la nación. Parecía
que todo se había perdido. Pero entre toda esa ruina, había una mujer en que el
testimonio de Dios se sostuvo en la noche más oscura de Israel. Una sola mujer; pero,
por esa mujer, Dios sostuvo su testimonio en Israel.

Ana dice: “Delante de Jehová serán quebrantados sus adversarios…”. ¿Por qué dice eso
Ana? Porque cuando ella estaba orando, estaba mirando lo que pasaba en Israel. Por
causa de la decadencia espiritual de la nación, los enemigos habían invadido Israel. Por
eso ella dice: “...serán quebrantados sus adversarios, y sobre ellos tronará desde los
cielos; Jehová juzgará los confines de la tierra, dará poder a su Rey, y exaltará el
poderío de su Ungido”. Ella veía la venida del Cristo, del Rey y por eso estaba tan
contenta.

Versículo 1:12: “Mientras ella oraba largamente delante de Jehová, Elí estaba
observando la boca de ella. Pero Ana hablaba en su corazón, y solamente se movían
sus labios, y su voz no se oía; y Elí la tuvo por ebria”. Este es un cuadro muy triste de
contraste de la situación de Ana y de Elí. Ana, una mujer quebrantada delante de Dios,
y Elí, el sumo sacerdote, incapaz de discernir la situación espiritual de ella. Eso muestra
a qué punto de decadencia había llegado el sacerdocio.

Elí no sabe muy bien lo que pasa y tampoco le interesa mucho. Cuando ella le dice:
‘Estoy atribulada y angustiada de espíritu’, él ni siquiera pregunta: ‘Pero, ¿qué te pasa,
para que oremos juntos?’, sino que simplemente le dice: ‘Bueno, que Dios te ayude y
te dé lo que le pediste’, y la deja ir. No fue capaz de percibir que esa mujer
representaba en ese momento el eslabón en el propósito de Dios para salvar a Israel.

Ana se fue a su casa. Ella sí le creía al Señor, y tuvo su hijo, y ella se lo había prometido
al Señor, y el versículo 23 dice: “Y Elcana su marido le respondió: Haz lo que bien te
parezca; quédate hasta que lo destetes; solamente que cumpla Jehová su palabra. Y se
quedó la mujer, y crió a su hijo hasta que lo destetó”.
Destetar significa hasta que dejó de mamar, o sea, al año, más o menos. Era chiquitito.
Dígame si el corazón de una madre no está apegado a un hijo pequeño, su único, aquel
por el cual lloró tanto. Le costó tanto ese hijo; fue el fruto de la aflicción y del trabajo
de su alma. Y Ana, cuando lo hubo destetado, lo trajo a la casa del Señor, esa casa que
parecía a punto de desmoronarse.

“Y matando el becerro, trajeron el niño a Elí. Y ella dijo: ¡Oh, señor mío! Vive tu alma,
señor mío, yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto a ti orando a Jehová. Por este
niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí. Yo, pues, lo dedico también a Jehová; todos
los días que viva, será de Jehová”. Y así Ana entregó a Dios lo que más amaba.

¿Cuándo comenzó la ruina en Israel? Cuando una generación se levantó y no conocía al


Señor, porque los padres fracasaron en traspasar su fe. Y, ¿cuándo comenzó la
restauración? Cuando una mujer traspasó todo su amor al Señor, y entregó a su hijo
para que fuera del Señor. ¿Ve la diferencia?

A veces la prosperidad nos mata, hermanos amados; y el dolor y la angustia nos traen
vida. Cuando estamos bien, nos olvidamos del Señor.

Usted quiere que su hijo estudie, tenga una carrera y le vaya mejor en la vida que a
usted. Y usted lo prepara para eso, y lo anima, ¿verdad? Y claro, pasan los años, y su
hijo efectivamente llega a ser un buen profesional y es un buen hermano. Se reúne los
domingos, a veces los días de semana; va a los retiros, no a todos, pero a veces va. ¿No
es así? Y usted está mas o menos contento, porque usted tiene lo que quería. Pero
Dios ¿tiene lo que él quería? ¿Su hijo es útil al Señor?

“Y se levantó después de ellos otra generación que no conocía al Señor”. No quiere


decir que no lo conocían en absoluto. De seguro lo conocían, pero no lo conocían como
lo conocieron sus padres. Sus padres lo conocieron en la angustia, en la desesperación,
en la batalla, cuando todo dependía de que el Señor estuviese o no estuviese con ellos.
¿Ve la diferencia?

Nosotros criamos a nuestros hijos, y después pasa el tiempo y decimos: ‘Estoy triste
porque mi hijo no sirve al Señor’. Y claro, ¿como quería usted que lo sirviera si usted
nunca lo formó para el Señor? Lo formó para ser un buen profesional y para ser un
buen cristiano de reuniones. Hermanos, esto es mucho más serio. Si nosotros
fracasamos, el plan de Dios se retrasa, y la vuelta es mucho más larga, y nuestros hijos
sufren más de lo que debieran sufrir. Pero aquí la palabra del Señor nos dice: “No es
necesario”.

Ana dijo: “Muy bien, el Señor me dio el hijo que yo le pedí. Que sea del Señor; que el
Señor lo use como él quiera”. Yo no quiero un hijo exitoso, no quiero un hijo rico... No
estoy diciendo que sean cosas malas –por favor, no me entienda mal–, pero estoy
diciendo prioridades. Lo primero, lo principal: “Yo quiero un hijo que sirva al Señor,
que camine delante de su Ungido”. A usted le partiría el corazón ver un niño tan
pequeño aparentemente abandonado por su madre, dejado ahí para que creciese en
la casa de Dios. Pero escuche: Dios bendijo a Ana y bendijo a ese niño por causa de la
fe de su madre. No hubo irresponsabilidad aquí; hubo fe.

Y continúa la historia. Los hijos de Elí eran impíos y no tenían conocimiento del Señor.
Elí y su casa, completamente apartados del Señor, a punto de arruinarse, y toda la
nación pendiendo de un hilo. Pero secretamente, Dios tenía un niño, y ese niño había
venido a través del sufrimiento de su madre.

1 Samuel 3:1: “El joven Samuel ministraba a Jehová en presencia de Elí; y la palabra de
Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión con frecuencia”. Cuando dice aquí
que la palabra de Dios escaseaba, se refiere a esa palabra viva, real. ¿Por qué? Porque
Dios no tenía hombres que inquiriesen y procurasen obtener esa palabra.

“Y aconteció un día, que estando Elí acostado en su aposento, cuando sus ojos
comenzaban a oscurecerse de modo que no podía ver, Samuel estaba durmiendo en el
templo de Jehová…”. El pequeño Samuel estaba en el templo del Señor. Samuel no
conocía al Señor; pero estaba allí. ¿Cuál es la diferencia? Si él no hubiera estado allí,
nunca lo habría llegado a conocer. Si tú quieres conocer de verdad al Señor, tienes que
estar en su casa. Porque es allí donde el Señor se revela. No en Egipto, no en el mundo,
no en el colegio, no en la calle, no en la televisión. En Su casa, ¿lo ves? Allí es mucho
más seguro que el Señor un día llegue hasta a ti y se revele.

1 Samuel 3:3: “Samuel estaba durmiendo en el templo de Jehová, donde estaba el arca
de Dios; y antes que la lámpara de Dios fuese apagada...”. La lámpara en la Escritura
representa la presencia de Dios. Si la lámpara se apagaba, significaba que Israel dejaba
de existir a los ojos de Dios como nación. Pero los sacerdotes estaban tan descuidados
que las lámparas se empezaron a apagar. La razón del fracaso de Israel evidentemente
era que los sacerdotes no habían cumplido su función.

“Y antes que la lámpara de Dios fuese apagada, Jehová llamó a Samuel; y él respondió:
Heme aquí. Y corriendo luego a Elí, dijo “Heme aquí; ¿para qué me llamaste?”. Samuel
no sabía que era Dios quien hablaba con él. “Y Samuel no había conocido aún a Jehová,
ni la palabra de Jehová le había sido revelada”. Vea las dos cosas juntas: Conocer al
Señor y que su Palabra nos sea revelada. Usted puede estar en el templo, puede haber
crecido en la casa; pero eso no garantiza que usted conozca al Señor, ni su palabra le
haya sido revelada. Sin embargo, Dios quería que Samuel conociera su palabra.

“Jehová, pues, llamó la tercera vez a Samuel. Y él se levantó y vino a Elí, y dijo: Heme
aquí; ¿para qué me has llamado? Entonces entendió Elí que Jehová llamaba al joven. Y
dijo Elí a Samuel: Ve y acuéstate; y si te llamare, dirás: Habla, Jehová, porque tu siervo
oye. Así se fue Samuel, y se acostó en su lugar. Y vino Jehová y se paró, y llamó como
las otras veces: ¡Samuel, Samuel! Entonces Samuel dijo: Habla, porque tu siervo oye. Y
Jehová dijo a Samuel: He aquí haré yo una cosa en Israel, que a quien la oyere, le
retiñirán ambos oídos. Aquel día yo cumpliré contra Elí todas las cosas que he dicho
sobre su casa, desde el principio hasta el fin. Y le mostraré que yo juzgaré su casa para
siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no
los ha estorbado. Por tanto, yo he jurado a la casa de Elí que la iniquidad de la casa de
Elí no será expiada jamás, ni con sacrificios ni con ofrendas. Y Samuel estuvo acostado
hasta la mañana, y abrió las puertas de la casa de Jehová. Y Samuel temía descubrir la
visión a Elí”.

Lo que Dios le dijo a Samuel era muy grave. Samuel amaba a Elí, lo respetaba, y no se
atrevía a decirle lo que Dios le había dicho. Pero Dios le había hablado a Samuel.
“Llamando, pues, Elí a Samuel, le dijo: Hijo mío, Samuel. Y él respondió: Heme aquí. Y
Elí dijo: ¿Qué es la palabra que te habló? Te ruego que no me la encubras; así te haga
Dios y aun te añada, si me encubrieres palabra de todo lo que habló contigo. Y Samuel
se lo manifestó todo, sin encubrirle nada. Entonces él dijo: Jehová es; haga lo que bien
le pareciere. Y Samuel creció, y Jehová estaba con él, y no dejó caer a tierra ninguna de
sus palabras. Y todo Israel, desde Dan hasta Beerseba, conoció que Samuel era fiel
profeta de Jehová. Y Jehová volvió a aparecer en Silo; porque Jehová se manifestó a
Samuel en Silo por la palabra de Jehová”.

Hermanos amados, aquí comienza la obra de restauración. Samuel prepara el camino


para el establecimiento del reino de Dios. Samuel es el hombre que Dios usa para
recuperar todas las cosas.

Llamamiento y misión, hoy

Hermanos amados, jóvenes, la obra de Dios es generacional. Primera cosa: Lo que los
que vinieron primero no completaron, los que vienen después están llamados a
completarlo. En una primera etapa, Israel fracasó; pero una segunda etapa se
completó cuando vino Samuel.

¿Cuál fue la diferencia entre Samuel y los que vinieron primero y que fracasaron? Que
Samuel fue entregado al Señor desde niño, y creció para el Señor, y cuando llego el día
estaba allí dispuesto para el Señor. Por eso Dios fijó sus ojos en Samuel, y por eso se
convirtió en el profeta del Señor, y la palabra de Dios se le reveló, y otra vez vino
palabra del Señor a Israel y la lámpara no se apagó en el templo de Dios.

Jóvenes, el Señor, en estos tiempos, los está preparando para que vayan más allá. No
simplemente para saber de la Biblia. El Señor quiere que ustedes tomen el relevo, y
vayan más allá. Pero para eso se requiere dedicación al Señor, como fue con Samuel.
Yo sé que cada uno de ustedes tiene su carrera, sus estudios. Pero escuchen, si cada
uno se consagra, se dedica al Señor y entrega todo lo que tiene, el Señor sí puede
continuar su obra. Y la va a continuar.
Repito, el gran peligro es pensar que tenemos todas las cosas, que no necesitamos
nada. Pero escuchen, no tenemos nada, a menos que tengamos al Señor. Necesitamos
al Señor, necesitamos conocerlo aún más de lo que lo conocieron los que vinieron
antes que nosotros.

No está terminada la obra de Dios en este mundo. Todavía hay mucho más que tiene
que ser hecho. La palabra del Señor tiene que correr más lejos. Y ustedes pueden
tomar la antorcha del testimonio y llevarla a lugares donde nunca nos hubiésemos
imaginado que pueda llegar.

¿De qué vale el éxito, de qué vale lograr algo bueno en este mundo, y no tener nada
que presentar un día al Señor? Porque un día este mundo se va a deshacer, y lo único
que va a valer es lo que tú fuiste a los ojos de Dios. Samuel era un niño pequeño, pero
estaba allí y cuando el Señor lo llamó, él dijo: “Heme aquí”. Joven, jovencita, ¡el Señor
te llama hoy! Te llama por tu nombre y necesita de ti. ¡Bendito sea el Señor!

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