Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
To cite this article: Carlos Hernández-blasi, Jesse M. Bering & David F. Bjorklund (2003)
Psicología Evolucionista del Desarrollo: contemplando la ontogénesis humana desde los ojos del
evolucionismo, Infancia y Aprendizaje, 26:3, 267-285, DOI: 10.1174/021037003322299043
Resumen
La influencia de la teoría evolucionista en la ciencia y el pensamiento humano ha sido constante desde que
fuera formulada por primera vez a mediados del siglo XIX, y la psicología no ha sido inmune a dicha influen-
cia. Sin embargo, la mayor parte de los enfoques evolucionistas se han centrado tradicionalmente en el estudio
del comportamiento adulto, obviando los procesos ontogenéticos del comportamiento. En este artículo, se presenta
una nueva aproximación al estudio evolucionista del comportamiento, llamada Psicología Evolucionista del
Desarrollo (PED), que se ocupa de los sistemas psicológicos que son objeto de desarrollo humano. Básicamente,
la PED propone un modelo evolutivo de cómo los mecanismos psicológicos evolucionados se acaban expresando, y
asume que la selección natural darwiniana actúa sobre los organismos inmaduros no sólo en términos de ejerci-
tación de adaptaciones para la vida adulta (adaptaciones diferidas), sino también sobre comportamientos que
están especialmente bien adaptados para un determinado período evolutivo (adaptaciones ontogenéticas). En este
sentido, creemos que la PED puede servir simultáneamente como una metateoría de corte evolucionista para la
psicología evolutiva contemporánea, y como una fuente potencialmente rica de hipótesis, investigaciones e inter-
pretaciones sobre cuestiones evolutivas.
Palabras clave: Psicología evolucionista del desarrollo, psicología evolucionista, teoría de la evolu-
ción, psicología del desarrollo, Darwin.
© 2003 by Fundación Infancia y Aprendizaje, ISSN: 0210-3702 Infancia y Aprendizaje, 2003, 26 (3), 267-285
268 Infancia y Aprendizaje,2003, 26 (3), pp. 267-285
nista con su libro La expresión de las emociones en el hombre y los animales (1872),
donde, basándose en la anatomía facial de las expresiones emocionales, trató de
demostrar la similitud en los orígenes de la emocionalidad entre los humanos y
otros animales. Además, algunos expertos sostienen que las observaciones de
Darwin (1877) sobre su propia hija Doody fueron empleadas para dar apoyo a
sus hipótesis preliminares sobre la evolución (Bradley, 1989). La lucidez del pen-
samiento de Darwin es asombrosa, especialmente si se considera que, en aquel
momento, no existía todavía nada parecido a una verdadera ciencia psicológica;
Wundt tenía todavía que abrir las puertas del primer laboratorio de psicología
experimental en Leipzig, y no fue hasta varias décadas más tarde, con la formula-
ción de la falaz teoría recapitulacionista de Haeckel (“la ontogénesis recapitula la
filogénesis”), que alguién empezó a darse cuenta de la importancia que podía
tener estudiar el organismo en desarrollo para comprender mejor los mecanis-
mos evolucionistas.
De forma progresiva, sin embargo, empezaron a florecer una serie de innova-
dores planteamientos teóricos, que se servían de la selección natural como apro-
ximación metateórica al estudio del comportamiento y la cognición, en el seno
de distintas áreas de la psicología de orientación biológica (e.g., la psicología
comparada, la psicología animal, la psicología evolucionista), así como en el seno
de otras ciencias naturales (e.g., la etología, la sociobiología, la primatología) que
estudian las bases del comportamiento.
Probablemente una de las más importantes es la etología, una disciplina proce-
dente de las ciencias biológicas y que es con frecuencia definida, de una forma
más bien vaga, como “el estudio biológico del comportamiento” (e.g., Slater,
1985). Nacida durante los años 30 y liderada por dos futuros ganadores del Pre-
mio Nobel (Konrad Lorenz y Niko Tinbergen en 1972), la etología nos ha ense-
ñado mucho sobre la función adaptativa del comportamiento en los animales.
Esto ha sido particularmente claro desde que Tinbergen (1963) formulara las
cuatro preguntas a las que, a su juicio, deberían remitirse los etólogos en relación
con cualquier comportamiento: 1) ¿cuál es el beneficio inmediato para el orga-
nismo? (análisis funcional); 2) ¿cuáles son las causas inmediatas? (análisis causal);
3) ¿cómo se desarrolla un comportamiento dado dentro de la especie? (análisis
ontogenético), y 4) ¿cómo evolucionó el mismo a lo largo de la historia de la espe-
cie? (análisis filogenético).
Sin embargo, no fue hasta los años 60 que la etología empezó a prestar aten-
ción a las bases biológicas del comportamiento humano. De hecho, la “etología
humana” es una disciplina de aparición relativamente reciente en la historia del
análisis comportamental (Eib-Eibesfeldt, 1984, 1989), centrada generalmente
en temáticas muy específicas (e.g., la agresión, el comportamiento no verbal, las
estrategias de emparejamiento), y liderada en su mayoría por especialistas forma-
dos fuera de la psicología. Desafortunadamente, por tanto, y aunque la etología
ha hecho acopio de interesantes y novedosas informaciones para la comprensión
del comportamiento humano (incluyendo algunos aspectos evolutivos del com-
portamiento, e.g., la teoría del apego), son muchos los que piensan que la etolo-
gía constituye en la actualidad una aproximación demasiado general a las bases
biológicas de los sistemas psicológicos, que además no se adecúa bien para com-
prender convenientemente el comportamiento humano adulto, y mucho menos
para estudiar las cuestiones evolutivas (e.g., Martí, 1991; López, 1983; pero ver
Hinde, 1974).
Otro enfoque evolucionista del comportamiento que ha tenido una considera-
ble importancia es la sociobiología. Desarrollada a mediados de los años 70 y lide-
rada por E. O. Wilson, un prestigioso entomólogo de Harvard, dos veces gana-
Psicología Evolucionista del Desarrollo / C. Hernández-Blasi et al. 271
dor del Premio Pulitzer, la sociobiología se ocupa específicamente del “estudio
sistemático de las bases biológicas del comportamiento social” (Wilson, 1975).
Aunque su contribución a la comprensión del comportamiento social de las dis-
tintas especies ha sido significativa, la perspectiva sociobiológica ha generado
una gran controversia entre los psicólogos (ver e.g., Hernández Blasi, 1998).
Existen varias razones para ello. En primer lugar, su interés por el comporta-
miento humano ha sido más bien secundario que principal (aunque Wilson
publicó On Human Nature en 1978, sostenía en su obra seminal que “el organis-
mo es sólo el sistema que tiene el DNA de producir más DNA”, Wilson, 1975,
p. 3). En segundo lugar, la sociobiología se ha limitado, por definición, al estu-
dio del comportamiento social, dejando de lado otros temas de gran significa-
ción evolucionista como, por ejemplo, la cognición. Asimismo la sociobiología
no ha sido especialmente sensible a las cuestiones evolutivas, y, de hecho, algu-
nos sociobiólogos niegan la significación del cambio evolutivo en sí mismo
(Green, 1989). Por último, algunos sociobiólogos no han resistido la tentación
de sobregeneralizar y sobreinterpretar al comportamiento social humano, en tér-
minos que recuerdan poderosamente el “darwinismo social” (ver e.g., Lewontin,
Rose y Kamin, 1984).
Una tercera aproximación evolucionista importante que se ocupa de la biolo-
gía del comportamiento es la primatología. Siempre tomando como referencia a
Darwin, los psicólogos y los biólogos comparados han creído en la continuidad
filogenética del funcionamiento mental. Con respecto a la evolución humana, las
especies que más recientemente han compartido un antepasado común con los
humanos deberían, por regla general, compartir más características cognitivas y
comportamentales (ver Parker, 2001; Parker y McKinney, 1999). Los primates,
por supuesto, y en particular los antropoides (Pan troglodytes, Pan paniscus, Pongo
pygmeaus, y Gorilla gorilla) son especies particularmente interesantes; con huma-
nos y chimpancés (tanto Pan troglodytes como Pan paniscus), sin ir más lejos, com-
partiendo antepasados comunes hace tan sólo entre 5 y 7 millones de años. Por
estas razones, los primatólogos han sostenido que el estudio científico del com-
portamiento de los primates no-humanos, puede aportar valiosísimas informa-
ciones para comprender la evolución del comportamiento humano. Por ejemplo,
si se acepta la propuesta de que los cerebros de los chimpancés existentes semeja
la neuroanatomía del antepasado común del humano-chimpancé, entonces la
destreza tecnológica de los modernos chimpancés, mostrada en cosas tales como
su conducta de “cascar-nueces”, podría estar reflejando en parte la capacidad
intelectual de dicho antepasado común. A lo largo del siglo pasado, numerosos
científicos han fascinado al mundo con sus observaciones, sus grabaciones y sus
estudios sobre primates no humanos. Köhler (1925), Harlow y Harlow (1966),
Gardner y Gardner (1969), Goodall (1971, 1986), Savage-Rumbaugh (1986), y
muchos otros, han documentado el impresionante parecido “humano” de
muchos comportamientos de los primates no humanos (e.g., capacidades simbó-
licas y comunicativas, comprensión social, expresiones emocionales), proporcio-
nando así nuevos datos y “dando qué pensar” de forma provocativa a cualquier
persona interesada en los orígenes de la naturaleza humana.
Comprensiblemente, la primatología se ha ocupado más del comportamiento
de los primates no humanos que del comportamiento humano. Aunque este
enfoque es valioso y los investigadores pueden extrapolar distintos principios
generales respecto a la estructura de la psicología de los primates, una psicología
verdaderamente comparada de otras mentes ha sido con frecuencia dejada de
lado. Además, los primatólogos no prestan normalmente mucha atención a las
cuestiones evolutivas (aunque hay, por supuesto, algunas excepciones, e.g., Sava-
272 Infancia y Aprendizaje,2003, 26 (3), pp. 267-285
Psicología Evolucionista
A raíz del énfasis de la sociobiología y otros campos afines sobre la evolución
del comportamiento, la psicología evolucionista emerge como disciplina acadé-
mica formal a finales de los años 80 y principios de los 90 (e.g., Barkow, Cosmi-
des y Tooby, 1992; Buss, 1989; 1995; Cosmides y Tooby, 1987; Daly y Wilson,
1988; Tooby y Cosmides, 1992). En el centro de sus planteamientos, se encuen-
tra la idea de que los seres humanos han ido desarrollando a lo largo de su pasado
filogenético una serie de soluciones sumamente específicas para resolver proble-
mas recurrentes que nuestros antepasados ya tuvieron que afrontar en el “entorno
de adaptabilidad evolutiva”, generalmente ubicado en el Pleistoceno, que se
remonta a los 2 millones de años de antigüedad. Por consiguiente, lo que verda-
deramente evoluciona son los programas de procesamiento de información; el
comportamiento adaptativo surgió del pensamiento adaptativo.
Los psicólogos evolucionistas emplean la selección natural para explicar pro-
cesos psicológicos complejos. Sin embargo, se han centrado primordialmente en
los adultos, lo que resulta razonable, dado que son los adultos los que se reprodu-
cen, el sine qua non del éxito darwinista. Sin embargo, los individuos deben pri-
mero sobrevivir durante la primera infancia y la niñez antes de poder reproducir-
se, y nosotros pensamos que las características psicológicas que favorecen la
Psicología Evolucionista del Desarrollo / C. Hernández-Blasi et al. 273
supervivencia durante el período juvenil son tan importantes para el organismo,
e incluso más, que las características de los adultos. Uno de los objetivos de la
psicología evolucionista del desarrollo es estudiar con mayor detalle la influencia
de la evolución en las fases tempranas del ciclo vital.
Los psicólogos evolucionistas sostienen explícitamente que su disciplina no
aboga por el determinismo genético. En su lugar, proponen que son los progra-
mas cognitivos evolucionados, en interacción con el ambiente, quienes producen
el pensamiento y el comportamiento adaptativos. Sin embargo, no especifican
cómo la experiencia y los mechanismos evolucionados interactúan, dando la
impresión de que la experiencia sirve tan sólo para activar sistemas pre-formados
que están en la base del comportamiento adaptativo. Un segundo objetivo de la
psicología evolucionista del desarrollo es proporcionar un modelo evolutivo de
cómo los genes y el ambiente interactúan para producir comportamiento adap-
tado. Antes de ver en qué manera la psicología evolucionista del desarrollo enri-
quece la psicología evolucionista tradicional, vamos a revisar algunas de las
influencias históricas que han tenido lugar en el estudio de la evolución y el desa-
rrollo.
cuestionada desde entonces. Asi, por ejemplo, cuando los patitos crecen dentro
del huevo en aislamiento, no pudiendo oir ni las vocalizaciones de su madre, ni la
de sus compañeros de cría, e incluso se les impide vocalizar a ellos mismos, esta
conducta “instintiva” desaparece. Cuando se les presenta la opción después de
salir del cascarón de aproximarse bien a la llamada maternal de su propia especie
o a la de otra (e.g., un pollo), los patitos que adolecen de experiencia auditiva
escogen su aproximación de forma completamente fortuita (ver Gottlieb, 1997).
Lo que una vez se pensó que era instintivo y que estaba codificado directamente
en los genes (i.e., “genes del comportamiento”) hoy sabemos que requiere de la
sutil interacción de la experiencia auditiva de los animales (incluso si tan sólo son
sus propias vocalizaciones) con su maduración “normal” para que pueda final-
mente expresarse.
1. Desarrollo convencional
Ritmo de crecimiento (e.g., Gould, 1977)
Imitación temprana (e.g., Bjorklund, 1987)
Baby talk (e.g., Fernald, 1992)
Diferencias de género (e.g., Geary, 1998)
Inmadurez cognitiva (e.g., Bjorklund, 1997a)
Juego (e.g., Pellegrini y Smith, 1998)
Teoría de la mente (e.g., Baron-Cohen, 1995)
Dominancia social (e.g., Hawley, 1999)
Matemática intuitiva (e.g., Geary, 1995)
Control inhibitorio (e.g., Bjorklund y Harnisfeger, 1995)
2. Problemáticas evolutivas
Malestar del embarazo (e.g., Profet, 1992)
Estimulación precoz (e.g., Als, 1995)
Efectos de los estilos paternales (e.g., Belsky et al., 1991)
Rivalidad entre hermanos (e.g., Sulloway, 1996)
Dificultades escolares (e.g., Geary, 1995)
Infanticidio (e.g., Daly y Wilson, 1984)
Abuso infantil (e.g., Daly y Wilson, 1996)
Embarazo adolescente (e.g., Weinsfeld y Billings, 1988)
Violencia y conductas de riesgo en la juventud (e.g., Cairns y Cairns, 1994)
Trastorno de hiperactividad con déficit de atención (TDAH) (e.g., Jensen et al., 1997)
Infancia
Rasgo definitorio: Para los mamíferos, este es el momento del amamantamiento.
Características humanas: En sociedades cazadoras-recolectoras, los bebés son normalmente
amamantados hasta la edad de 3 años. La edad de destete en los humanos es más temprana
que la observada en un pariente próximo, el chimpancé, donde las crías son destetadas entre
los 4 y los 5 años de edad.
Niñez
Rasgo definitorio: El período comprendido entre el destete y la capacidad para ingerir alimen-
tos propios del adulto.
Características humanas: Este período es más largo en los humanos que en otros primates y
parece estar asociado con una infancia relativamente corta. En sociedades cazadoras-recolecto-
ras, la niñez abarca de los 3 a los 7 años, siendo los 7 años la edad en que los primeros molares
adultos aparecen y la dependencia de los adultos disminuye. Durante este tiempo, la respon-
sabilidad para la alimentación de los niños a menudo pasa de la madre a la comunidad extensa
(e.g., los hermanos mayores), aunque la dependencia social y psicológica de los padres aún per-
dura.
Pre-adolescencia (Juvenility)
Rasgo definitorio: Período comprendido entre el destete o la niñez y la maduración sexual y la
independencia social. Este periodo es común a todos los mamíferos sociales y está caracteriza-
do por el juego social y otras formas de juego.
Características humanas: En las sociedades cazadoras-recolectoras, este periodo va de los 7 a los
15 años aproximadamente. Como otros mamíferos sociales, éste es con frecuencia un momen-
to de juego social y de otras formas de juego, así como el momento durante el que la depen-
dencia de los padres disminuye y la dependencia de los iguales aumenta.
282 Infancia y Aprendizaje,2003, 26 (3), pp. 267-285
Adolescencia
Rasgo definitorio: Comprende el proceso de maduración física, social y personal. En muchos
primates, la transición entre la juvenalidad y la edad adulta no aparece marcada por un perio-
do claro de adolescencia (e.g., no hay una aceleración del crecimiento)
Características humanas: Clara aceleración del crecimiento, y largo periodo de maduración físi-
ca. Este es generalmente un momento para explorar los roles sociales y sexuales adultos y refi-
nar las estrategias sociales ligadas a la reproducción (e.g., aquellas asociadas con la competen-
cia por emparejarse). Durante este tiempo, las actividades sociales comunes a la juvenilidad
adoptan progresivamente una forma adulta (e.g., el juego de lucha se transforma gradualmen-
te en luchas reales). La maduración física temprana y la larga dependencia de los padres (e.g.,
para completar la escolarización) ha incrementado la longitud de este periodo en las socieda-
des industriales, en comparación con las sociedades cazadoras-recolectoras.
Edad adulta
Rasgos definitorios: Periodo de actividades reproductoras maduras, que implican encontrar un
compañero sexual o varios (e.g., compitiendo para emparejarse sexualmente o eligiendo com-
pañeros sexuales) e invertir en la descendencia. Para el 95-97% de las especies mamíferas,
existen grandes diferencias de género en estas actividades: los machos centran la mayor parte
de sus energías reproductivas en el emparejamiento sexual, y las hembras, en la crianza.
Características humanas: Como otros mamíferos, la búsqueda de un compañero sexual y la
inversión en la descendencia constituyen el principal centro de interés de este periodo en las
sociedades cazadoras-recolectoras, así como en otras. Los humanos son atípicos entre los
mamíferos, puesto que el varón invierte en el bienestar de los niños, aunque menos que la
mujer, y la mujer, como el hombre, compite también para emparejarse.
Notas
1
Al usar el término “adaptación diferida”, no pretendemos evocar connotación teleológica alguna, de manera que las adaptaciones
en la infancia anticipen las necesidades adultas. Más bien, dichas adaptaciones funcionarían a lo largo de toda la vida, adaptando a
los menores a su nicho durante la infancia, a la vez que a la vida que probablemente seguirán de adultos. Ello es más probable que
suceda, entendemos nosotros, cuando las condiciones/presiones ambientales de los menores y de los adultos son similares, o inclu-
so continuas (como probablemente ocurre con la composición de los grupos sociales en los pequeños grupos de cazadores-recolec-
tores). Los beneficios de tales adaptaciones pueden ser enormes, e incluso cruciales, para la supervivencia y la eficacia reproductora
durante la vida adulta (e.g., los comportamientos relacionados con la cooperación o la competición con los miembros de la misma
Psicología Evolucionista del Desarrollo / C. Hernández-Blasi et al. 283
especie, que están vinculados al logro de status). Sin embargo, comportamientos similares serían muy probablemente adaptativos
de manera parecida durante la infancia (aunque seguramente con consecuencias menos importantes), o, en el peor de los casos, neu-
tros para el funcionamiento cotidiano del niño. En definitiva, los efectos de las adaptaciones diferidas pueden ser mejor entendidas
en términos de su efecto continuado a lo largo del ciclo vital, aunque los mayores beneficios para la eficacia inclusiva tengan proba-
blemente lugar durante la vida adulta.
Referencias
ALS, H. (1995). The preterm infant: A model for the study of fetal brain expectation. En J. P. Lecanuet, W. P. Fifer, N. A. Krasne-
gor & W. P. Smotherman (Eds.), Fetal development: A psychobiological perspective (pp. 439-471). Hillsdale, NJ: Erlbaum.
ARDREY, R. (1967). The territorial imperative. Londres: Collins.
ARSUAGA, J. L. (2001). El enigma de la esfinge: Las causas, el curso y el propósito de la evolución (The mystery of sphinx: Causes, course
and purpose of evolution). Barcelona: Plaza & Janés.
BARKOW, J. H., COSMIDES, L. & TOOBY, J. (Eds.) (1992). The adapted mind: Evolutionary psychology and the generation of culture. Nueva
York: Oxford University Press.
BARON-COHEN, S. (1995). Mindblindness: An essay on autism and theory of mind. Cambridge, MA: MIT Press.
BARRETT, K. C. & CAMPOS, J. J. (1987). Perspectives on emotional development II: A functionalist approach to emotions. En J. D.
Osofsky (Ed.), Handbook of infant development (2nd ed., pp. 555-578). Nueva York: Wiley.
BELSKY, J., STEINBERG, L. & DRAPER, P. (1991). Childhood experience, interpersonal development, and reproductive strategy: An
evolutionary theory of socialization. Child Development, 62, 647-670
BJORKLUND, D. F. (1977a). A note on neonatal imitation. Developmental Review, 7, 86-92.
BJORKLUND, D. F. (1997b). In search of a metatheory for cognitive development (or, Piaget’s dead and I don’t feel so good myself).
Child Development, 68, 142-146.
BJORKLUND, D. F. (2000). Children’s thinking: Developmental function and individual differences (3ª ed.). Belmont, CA: Wadsworth.
BJORKLUND, D. F. & BERING, J. M. (2002). The evolved child: Applying evolutionary developmental psychology to modern scho-
oling. Learning & Individual Differences 12, 1-27.
BJORKLUND, D. F. & HARNISHFEGER, K. K. (1995). The role of inhibition mechanisms in the evolution of human cognition and
behavior. En F. N. Dempster, & C. J. Brainerd (Eds.), New perspectives on interference and inhibition in cognition (pp. 141-173).
Nueva York: Academic Press.
BJORKLUND, D. F. & PELLEGRINI, A. D. (2000). Child development and evolutionary psychology. Child Development, 71, 1687-
1798.
BJORKLUND, D. F. & PELLEGRINI, A. D. (2002). The origins of human nature: Evolutionary developmental psychology. Washington, DC:
American Psychological Association.
BOGIN, B. (1997). Evolutionary hypotheses for human childhood. Yearbook of Physical Anthropology, 40, 63-89.
BORSTELMANN, L. J. (1983). Children before psycholoy: Ideas about children from antiquity to the late 1805. En W. Kessen (Ed.),
Handbook of child psychology, vol. 1: History, theory, and methods (4ª ed.) (pp. 1-40). Nueva York: Wiley.
BOWLBY, J. (1969). Attachment and loss: Vol. 1: Attachment. Londres: Hogarth.
BRADLEY, B. S. (1989). Visions of Infancy. A critical introduction to child psychology. Oxford: Blackwell.
BUSS, D. M. (1989). Sex differences in human mate preferences: Evolutionary hypotheses tested in 37 cultures. Behavioral and
Brain Sciences, 12, 1-49.
BUSS, D. M. (1995). Evolutionary psychology. Psychological Inquiry, 6, 1-30.
BUSS, D. M., HASELTON, M. G., SHACKELFORD, T. K., BLESKE, A. L. & WAKEFIELD, J. C. (1998). Adaptations, exaptations, and
spandrels. American Psychologist, 53, 533-548.
BUTTERWORTH, G. & HARRIS, M. (1994). Principles of developmental psychology. Hillsdale, NJ: Lawrence Erlbaum Associates.
CAIRNS, R. B., & CAIRNS, B. D. (1994). Lifelines and risks: Pathways of youth in our time. Nueva York: Cambridge University Press.
CAMPOS, J. J., CAPLOVITZ, K. B., LAMB, M. E., GOLDSMITH, H. H. & STENBERG, C. (1983). Socioemotional development. En M.
M. Haith & J. J. Campos (Eds.), Handbook of child psychology: Vol. 3: Infancy and developmental psychobiology (pp. 783-915). Nueva
York: Wiley.
CHARLESWORTH, W. R. (1992). Darwin and developmental psychology: Past and present. Developmental Psychology, 28 (1), 5-16.
COSMIDES, L. & TOOBY, J. (1987). From evolution to behavior: Evolutionary psychology as the missing link. En J. Dupre (Ed.),
The latest on the best essays on evolution and optimality (pp. 277-306). Cambridge, MA: MIT Press.
DALY, M. & WILSON, M. (1984). A sociobiological analysis of human infanticide. En G. Hausfater & S. B. Hrdy (Eds.), Infanticide:
Comparative and evolutionary perspectives (pp. 487-502). Nueva York: Aldine de Gruyter.
DALY, M. & WILSON, M. (1996). Violence against children. Current directions in Psychological Science, 5, 77-81.
DALY, M. & WILSON, M. (1988). Homicide. Nueva York: Aldine.
DARWIN, C. (1859). The origin of species. Nueva York: Modern Library.
DARWIN, C. (1872/1921). The expression of the emotions in man and animals. Londres: Murray.
DARWIN, C. (1877). A biographical sketch of an infant. Mind, 2, 285-294.
DELVAL, J. (1982). El darwinismo y el estudio de la conducta humana (Darwinism and the study of human behaviour). Revista de
Occidente (nº extraordinario dedicado a Charles Darwin), 201-218.
DELVAL, J. (1988). Sobre la historia del estudio del niño (On the history of childhood studies). Infancia y Aprendizaje, 44, 59-108.
DELVAL, J. (1994). El desarrollo humano (Human development). Madrid: Siglo XXI.
DIXON, R. A. & LERNER, R. M. (1984). A history of systems in developmental psychology. En M. H. Bornstein & M. E. Lamb
(Eds.), Developmental psychology: An advanced textbook (pp. 3-58). Hillsdale, NJ: Lawrence Erlbaum Associates.
DIXON, R. A. & LERNER, R. M. (1985). Darwinism and the emergence of developmental psychology. En G. Eckardt, W. Bringa-
mann & L. Sprung (Eds.), Contributions to a history of developmental psychology (pp. 245-266). Berlín: Mouton.
DOBZHANSKY, T. (1937). Genetics and the origins of species. Nueva York: Columbia University Press.
EIBL-EIBESFELDT, I. (1984). Die Bilogie des menschlichen Verhaltens. Múnich: Piper.
EIBL-EIBESFELDT, I. (1989). Human ethology. Nueva York: Aldine de Gruyter.
284 Infancia y Aprendizaje,2003, 26 (3), pp. 267-285
EIBL-EIBESFELDT, I. (1999). Cuatro Lecciones Magistrales sobre Etología Humana y Agresividad (Four Lessons on Human Etho-
logy and Agression). Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia (Cátedra Santiago Grisolía). Valencia: Generalitat Valencia-
na.
EKMAN, P. (Ed.) (1973). Darwin and facial expression. Nueva York: Academic Press.
EKMAN, P., & FRIESEN, W. (1971). Constants across cultures in the face and emotion. Journal of Personality and Social Psychology, 17,
124-129.
ELDREDGE, N. & GOULD, S. J. (1972). Punctuated equilibria: an alternative to phyletic gradualism. En T. J. M. Schopf (Ed.),
Models in paleobiology (pp. 83-115). San Francisco: Freeman and Cooper.
FERNALD, A. (1992). Human maternal vocalizations to infants as biologically relevant signals: An evolutionary perspective. En J.
H. Barkow, L. Cosmides & J. Tooby (Eds.), The adaptive mind: Evolutionary psychology and the generation of culture (pp. 391-428).
Nueva York: Oxford University Press.
FERNÁNDEZ, T. & GIL, P. (1990). El nacimiento de la psicología evolutiva. (The emercenge of developmental psychology). En J.
A. García Madruga & P. Lacasa (Dirs.), Psicología evolutiva, vol. I: Historia, teorías, métodos y desarrollo infantil (pp. 31-74). Madrid:
UNED.
FISHBEIN, H. D. (1976). Evolution, development, and children’s learning. Santa Monica, CA: Goodyear.
FODOR, J. A. (2000). The mind doesn’t work that way: The scope and limits of computational psychology. Cambridge, MA: MIT Press.
GARDNER, R. A. & GARDNER, B. T. (1969). Teaching sign language to a chimpanzee. Science, 165, 664-672.
GEARY, D. (2003). Evolution and development of folk psychology: Implications for children´s learning. Infancia y Aprendizaje
(Monográfico sobre Psicología Evolucionista del Desarrollo - Special Issue on Evolutionary Developmental Psychology), 26 (3),
287-301.
GEARY, D. C. (1995). Reflections of evolution and culture in children’s cognition: Implications for mathematical development
and instruction. American Psychologist, 50, 24-37.
GEARY, D. C. (1998). Male, female: The evolution of human sex differences. Washington, DC: APA.
GEARY, D. C. (1999). Evolution and developmental sex differences. Current Directions in Psychological Science, 8, 115-120
GEARY, D. C. & BJORKLUND, D. F. (2000). Evolutionary developmental psychology. Child Development, 71, 57-65.
GEARY, D. C. & HUFFMAN, K. (2002). Brain and cognitive evolution: Forms of modularity and functions of mind. Psychological
Bulletin, 128, 667-698.
GOODALL, J. (1971). In the shadow of man. Londres: Collins.
GOODALL, J. (1986). The chimpanzees of Gombe. Cambridge, MA: Belknap.
GOTTLIEB, G. (1992). Individual development and evolution: The genesis of novel behavior. Nueva York: Oxford University
Press.
GOTTLIEB, G. (1997). Synthesizing nature-nurture: Prenatal roots of instinctive behavior. Mahwah, NJ: Erlbaum.
GOTTLIEB, G. (2000). Environmental and behavioral influences on gene activity. Current Directions in Psychological Science, 9, 93-
102.
GOULD, S. J. (1977). Ontogeny and Phylogeny. Cambridge, MA: Harvard University Press.
GOULD, S. J. (1991). Exaptation: A crucial tool for evolutionary psychology. Journal of Social Issues, 47, 43-65.
GOULD, S. J. (2002). The structure of evolutionary theory. Cambridge, MA: Harvard University Press.
GREEN, M. (1989). Theories of human development: A comparative approach. Englewood Cliffs, NJ: Prentice Hall.
HARLOW, H. R. & HARLOW, M. K. (1966). Learning to love. American Scientist, 54, 244-272.
HARRIS, J. R. (1995). Where is the child´s environment? A group socialization theory of development. Psychological Review, 102,
458-489.
HAWLEY, P. H. (1999). The ontogenesis of social dominance: A strategy-based evolutionary perpective. Developmental Review, 19,
97-132.
HERNÁNDEZ BLASI, C. (1998). Psicología evolutiva: Una aproximación histórica y conceptual (Developmental psychology: A historical
and conceptual approach). Castellón: Publicacions de la Universitat Jaume I.
HERNÁNDEZ BLASI, C. & BJORKLUND, D. F. (En prensa). Evolutionary developmental psychology: A new tool for better unders-
tanding human ontogeny. Human Development.
HINDE, R. A. (1974). Biological bases of human social behavior. Nueva York: McGraw-Hill.
HINDE, R. A. (1976). Interactions, relationships, and social structure. Man, 11, 1-17.
HUXLEY, J. (1942). Evolution: The modern synthesis. Londres: George Allen & Unwin.
IZARD, C. E. (1971). The face of emotion. Nueva York: Appleton.
IZARD, C. E. (1991). The psychology of emotions. Nueva York: Plenum.
JENSEN, P. S., MRAZEK, D., KNAPP, P. K., STEINBERG, L., PFEFFER, C., SCHWALTER, J. & SHAPIRO, T. (1997). Evolution and revo-
lution in child psychiatry: ADHD as a disorder of adaptation. Journal of American Academy of Child & Adolescent Psychiatry, 36,
1672-1681.
KELLER, H. (2000). Human parent-child relationships from an evolutionary perspective. American Behavioral Scientist, 43, 957-
969.
KÖHLER, W. (1925). The mentality of apes. Londres: Kegan Paul.
LEWONTIN, R. C., ROSE, S. & KAMIN , L. J. (1984). Not in our genes: Biology, ideology and human nature. Nueva York: Pantheon
Books.
LÓPEZ, F. (1983). Etología y psicología evolutiva (Ethology and developmental psychology). En A. Marchesi, M. Carretero & J.
Palacios (Comps.), Psicología evolutiva. Vol. 1: Teorías y métodos (pp. 79-102). Madrid: Alianza.
LORENZ, K. (1965). Evolution and modification of behavior. Chicago: University of Chicago Press.
LORENZ, K. (1966). On aggression. San Diego: Harcourt Brace.
MACDONALD, K. (1997). Life history theory and human reproductive behavior: Environmental/contextual influences and herita-
ble variation. Human Nature, 8, 327-359
MACDONALD, K. B. (Ed.) (1988). Sociobioloigcal perspectives on human development. Nueva York: Springer Verlag.
MARTÍ, E. (1991). Psicología Evolutiva: Teorías y ámbitos de investigación (Developmental Psychology: Theories and research fields).
Barcelona: Antrophos.
MAYR, E. (1942). Systematics and the origins of species from the viewpoint of a zoologist. Nueva York: Columbia University Press.
MORRIS, D. (1967). The naked ape. Nueva York: McGraw-Hill.
MORSS, J. R. (1990). The biologising of childhood: Developmental psychology and the Darwinian myth. Hillsdale, NJ: Erlbaum.
Psicología Evolucionista del Desarrollo / C. Hernández-Blasi et al. 285
OPPENHEIM, R. W. (1981). Ontogenetic adaptations and retrogressive processes in the development of the nervous system and
behavior. En K. J. Connolly & H. F. R. Prechtl (Eds.), Maturation and development: Biological and psychological perspectives (pp. 73-
108). Philadelphia: International Medical Publications.
PARKER, S. T. (2001). Comparative developmental evolutionary psychology and cognitive ethology: Contrasting but compatible
research programs. En M. Bekoff, C. Allen & G. Burghardt (Eds.), The cognitive animal (pp. 59-67). Cambridge, MA: MIT
Press.
PARKER, S. T. & MCKINNEY, M. L. (1999). Origins of intelligence: The evolution of cognitive development in monkeys, apes, and humans.
Baltimore: The Johns Hopkins University Press.
PELLEGRINI, A. D. & SMITH, P. K. (1998). Physical activity play: The nature and function of neglected aspect of play. Child Deve-
lopment, 69, 577-598.
PINKER, S. (1997). How the mind works. Nueva York: Norton.
POVINELLI, D. (2002). On the content of chimpanzee consciousness. Paper presented at Sixth Conference of the Association for the Scien-
tific Study of Consciousness. Barcelona, May.
PROFET, M. (1992). Pregnancy sickness as adaptation: A deterrent to maternal ingestion of teratogens. En J. H. Barkow, L. Cos-
mides & J. Tooby (Eds.), The adaptive mind: Evolutionary psychology and the generation of culture (pp. 327-365). Nueva York:
Oxford University Press.
REINERT, G. (1979). Prolegomena to a history of life-span developmental psychology. En P. B. Baltes & O. G. Brim (Eds.), Life-
span development and behavior (vol. 2) (pp. 205-254). Nueva York: Academic Press.
SAVAGE-RUMBAUGH, E. S. (1986). Ape language: From condition response to symbol. Nueva York: Columbia University Press.
SAVAGE-RUMBAUGH, E. S., MURPHY, J., SEVCIK, R. A., BRAKKE, K. E., WILLIAMS, S. L. & RUMBAUGH, D. M. (1993). Language
comprehension in ape and child. Monographs of the Society for Research in Child Development, 58 (Serial No. 233).
SCHULTZ , D. (1981). A history of modern psychology (3ª ed.). San Diego, CA: Academic Press.
SIMPSON, G. G. (1944). Tempo and mode in evolution. Nueva York: Columbia University Press.
SLATER, P. J. B. (1985). An introduction to ethology. Cambridge: Cambridge University Press.
SMITH, P. K. (2003). Evolutionary developmental psychology and socio-emotional development. Infancia y Aprendizaje, 26 (2),
303-313.
STEBBINS , G. L. (1950). Variation and evolution in plants. Nueva York: Columbia University Press.
STERNBERG , R. J. (1997). The concept of intelligence and its role in lifelong learning and success. American Psychologist, 52,
1030–1037.
SULLOWAY, F. (1996). Born to rebel. Nueva York: Pantheon.
SURBEY, M. K. (1998). Developmental psychology and modern Darwinism. En C. B. Crawford & D. Krebs (Eds.), Handbook of evo-
lutionary psychology: Ideas, issues, and applications (pp. 369-404). Hillsdale, NJ: Erlbaum.
TIGER, L. & FOX, R. (1970). The imperial animal. Londres: Secker & Warburg.
TINBERGEN, N. (1963). On the aims and methods of ethology. Zeitschrift fur Tierpsychologie, 20, 410-433.
TOMASELLO, M. (1999). The cultural origins of human cognition. Cambridge, MA: Harvard University Press.
TOOBY, J. & COSMIDES, L. (1992). The psychological foundations of culture. En J. H. Barkow, L. Cosmides, & J. Tooby (Eds.), The
adapted mind: Evolutionary psychology and the generation of culture (pp. 19-139). Nueva York: Oxford University Press.
TRIVERS, R. (1972). Parental investment and sexual selection. En B. Campbell (Ed.), Sexual selection and the descent of man (pp. 136-
179). Nueva York: Aldine de Gruyter.
WEISFELD, G. (1999). Evolutionary principles of human adolescence. Nueva York: Basic Books.
WEISFELD, G. E. & BILLINGS, R. (1988). Observations on adolescence. En K. B. MacDonald (Ed.), Sociobiological perspectives on human
development (pp. 207-233). Nueva York: Springer-Verlag.
WILSON, D. S. (1997). Altruism and organism: disentangling the themes of multilevel selection theory. American Naturalist, 150,
122-134.
WILSON, E. O. (1975). Sociobiology: The new synthesis. Cambridge, MA: Harvard University Press.
WILSON, E. O. (1978). On human nature. Cambridge, MA: Harvard University Press.
WILSON, E. O. (1998). Consilience: The unity of knowledge. Nueva York: Knopf.