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Infancia y Aprendizaje

Journal for the Study of Education and Development

ISSN: 0210-3702 (Print) 1578-4126 (Online) Journal homepage: https://www.tandfonline.com/loi/riya20

Psicología Evolucionista del Desarrollo:


contemplando la ontogénesis humana desde los
ojos del evolucionismo

Carlos Hernández-blasi, Jesse M. Bering & David F. Bjorklund

To cite this article: Carlos Hernández-blasi, Jesse M. Bering & David F. Bjorklund (2003)
Psicología Evolucionista del Desarrollo: contemplando la ontogénesis humana desde los ojos del
evolucionismo, Infancia y Aprendizaje, 26:3, 267-285, DOI: 10.1174/021037003322299043

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Published online: 23 Jan 2014.

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Psicología Evolucionista del Desarrollo:
contemplando la ontogénesis humana
desde los ojos del evolucionismo
CARLOS HERNÁNDEZ-BLASI, JESSE M. BERING
& DAVID F. BJORKLUND
Universitat Jaume I; University of Arkansas; Florida Atlantic University

Resumen
La influencia de la teoría evolucionista en la ciencia y el pensamiento humano ha sido constante desde que
fuera formulada por primera vez a mediados del siglo XIX, y la psicología no ha sido inmune a dicha influen-
cia. Sin embargo, la mayor parte de los enfoques evolucionistas se han centrado tradicionalmente en el estudio
del comportamiento adulto, obviando los procesos ontogenéticos del comportamiento. En este artículo, se presenta
una nueva aproximación al estudio evolucionista del comportamiento, llamada Psicología Evolucionista del
Desarrollo (PED), que se ocupa de los sistemas psicológicos que son objeto de desarrollo humano. Básicamente,
la PED propone un modelo evolutivo de cómo los mecanismos psicológicos evolucionados se acaban expresando, y
asume que la selección natural darwiniana actúa sobre los organismos inmaduros no sólo en términos de ejerci-
tación de adaptaciones para la vida adulta (adaptaciones diferidas), sino también sobre comportamientos que
están especialmente bien adaptados para un determinado período evolutivo (adaptaciones ontogenéticas). En este
sentido, creemos que la PED puede servir simultáneamente como una metateoría de corte evolucionista para la
psicología evolutiva contemporánea, y como una fuente potencialmente rica de hipótesis, investigaciones e inter-
pretaciones sobre cuestiones evolutivas.
Palabras clave: Psicología evolucionista del desarrollo, psicología evolucionista, teoría de la evolu-
ción, psicología del desarrollo, Darwin.

Evolutionary Developmental Psychology:


Viewing human ontogeny through the
eyes of evolutionary theory
Abstract
The influence of evolutionary theory in science and human thinking has been pervasive since it was first
well-formulated at the middle of the 19th century, and psychology has not been immune to this influence.
However, most evolutionary approaches have focused on the study of adult behaviors and have overlooked the
processes of ontogenetic emergence of behavior. In this article we argue for a new approach to the evolutionary
study of behavior, called Evolutionary Developmental Psychology (EDP), that focuses on the psychological sys-
tems inherent in human development. Basically, EDP provides a developmental model for how evolved psycho-
logical mechanisms become expressed, and assumes that Darwinian natural selection acts on immature orga-
nisms not just to prepare them for life as an adult (deferred adaptations), but also on behaviors that are spe-
cially adapted to developmental time periods (ontogenetic adaptations). Accordingly, we believe that EDP can
serve both as an evolutionarily based metatheory for contemporary developmental psychology, and also as a
potentially rich source of hypotheses, research, and interpretations of developmental issues.
Keywords: Evolutionary developmental psychology, evolutionary psychology, evolutionary theory,
developmental psychology, Darwin.
Correspondencia con los autores: Carlos Hernández Blasi. Departamento de Psicología. Universitat Jaume I.
12080-Castellón, Spain. E-mail: blasi@psi.uji.es
Jesse M. Bering. Department of Psychology. University of Arkansas. Fayetteville, AR 72701, United States.
E-mail: jbering@uark.edu
David F. Bjorklund. Department of Psychology. Florida Atlantic University. Boca Raton, FL 33431, United
States. E-mail: dbjorklund@fau.edu
Original recibido: Enero, 2003. Aceptado: Abril, 2003.

© 2003 by Fundación Infancia y Aprendizaje, ISSN: 0210-3702 Infancia y Aprendizaje, 2003, 26 (3), 267-285
268 Infancia y Aprendizaje,2003, 26 (3), pp. 267-285

Darwin y la Teoría de la Evolución


La idea central de cualquier teoría de la evolución es que las especies cambian
con el paso del tiempo, estando relacionadas con otras especies que pertencen a
un linaje (s) taxonómico similar, puesto que tienen un pasado común, repleto de
contingencias ambientales que han ayudado a formar sus adaptaciones presentes.
Desde el siglo XVIII, se ha venido especulando sobre los mecanismos precisos
del cambio evolucionista (e.g., Buffon, Lamarck, Erasmus Darwin). Sin embargo,
fue Darwin, no sólo la figura señera sino también el verdadero fundador de la
ciencia evolucionista contemporánea, quien permitió a las ciencias biológicas
lograr su primer gran paso en el pensamiento evolucionista. Las ideas contenidas
en su trabajo seminal, El Origen de las Especies (1859), tuvieron implicaciones
revolucionarias para el conocimiento científico, sólo comparables, tal vez, a las
ofrecidas por Copérnico, Galileo y Newton. Darwin fue el primero en conectar
una serie de hechos observacionales cuya relación entre sí había pasado inadverti-
da hasta aquel momento. En primer lugar, tomando prestada la idea de la teoría
económica de Malthus, señaló que nacen más miembros de una especie en cada
generación de los que podrán realmente sobrevivir (superfecundidad). En segun-
do lugar, se dio cuenta de que existen variaciones entre los individuos de una
misma especie respecto a sus características físicas y comportamentales, siendo
dichas variaciones heredables. Finalmente, Darwin sostuvo que aquellos rasgos
que ayudan a un determinado organismo a prosperar y reproducirse en un deter-
minado entorno tienden a ser conservados en los descendiendes de dicho organis-
mo, mientras que los rasgos que disminuyen o directamente dañan las posibili-
dades de reproducción de un determinado organismo es más improbable que se
transmitan a las generaciones siguientes (i.e., selección natural).
La idea de la evolución fue muy polémica en la época de Darwin (y aún lo es
para muchas personas en la actualidad) puesto que cuestionaba interpretaciones
tradicionales sobre la naturaleza humana, de inspiración inequívocamente reli-
giosa, que habían estado profundamente enraízadas en la cosmovisión de la
sociedad occidental. La teoría evolucionista, al reconocer también su aplicabili-
dad a los orígenes del ser humano, amenazó con poner al Homo Sapiens al mismo
nivel que otros organismos vivos en el firmamento de la naturaleza. Para
muchos, ello obviaba la necesidad de considerar cualquier forma de creación
especial para los seres humanos, y, consiguientemente, cuestionaba el papel de
Dios en el universo.
En cualquier caso, es preciso señalar que esta resistencia a las ideas de Darwin
no provino tan sólo de las personas con convicciones religiosas, sino también de
los académicos que estaban en desacuerdo con los supuestos centrales de su teo-
ría. Contrariamente a la asunción popular de que la teoría evolucionista y la teo-
ría de la selección natural de Darwin son una misma cosa, ésta última tan sólo es,
a todos los efectos, una de las variantes teóricas que trata de dar cuenta del hecho
de que las especies cambian con el paso del tiempo, y Darwin, junto con las suce-
sivas generaciones de darwinistas, encontró una firme resistencia por parte de
aquellos que apoyaban otras teorías evolucionistas famosas en aquel momento.
La idea distintiva del darwinismo es la selección natural (i.e., la idea de que los
organismos mejor adaptados a sus entornos sobreviven y transmiten los rasgos
que han facilitado su adaptación a sus descendientes; no la idea de que las espe-
cies evolucionan con el tiempo y están estrechamente interrelacionadas), y esta
idea fue extremadamente controvertida incluso entre los científicos y pensadores
evolucionistas de la época de Darwin. Así, por ejemplo, Huxley (1942) usó el
término “eclipse darwinista” cuando describió el período de evolucionismo aca-
démico que transcurre desde la emergencia de las tesis darwinistas y la asunción
Psicología Evolucionista del Desarrollo / C. Hernández-Blasi et al. 269
del neodarwinismo (teoría sintética de la evolución, o la nueva/moderna síntesis)
durante los años 40 y 50. Y de hecho, el evolucionismo teísta o finalismo (un
tipo de teología natural), el lamarckismo (la herencia de las características adqui-
ridas), la teoría de la mutación o saltacionismo (la evolución ocurre a saltos antes
que de forma gradual) y la ortogénesis (hay una tendencia a la perfección que es
inherente a todas las formas de vida orgánica, y que dirige el proceso de la evolu-
ción) son tan sólo algunas de las concepciones relevantes que históricamente han
cuestionado el punto de vista darwinista sobre la evolución (Arsuaga, 2001).
El enfoque moderno de la teoría evolucionista, o neodarwinismo, es una combi-
nación de las ideas de Darwin sobre la selección natural y la teoría genética
moderna, cuyos orígenes se remontan a los trabajos de Mendel. Esta síntesis
moderna fue inicialmente desarrollada por especialistas como Dobzhansky
(1937), Mayr (1942), Simpson (1944) y Stebbins (1950), entre otros (Julian
Huxley e incluso el español Francisco J. Ayala se suelen asociar también con este
grupo). En la actualidad, cuando se habla de la teoría darwinista de la evolución,
se hace referencia fundamentalmente a este enfoque; un enfoque que ha aportado
una enorme cantidad de evidencias empíricas en favor de la teoría de la selección
natural, y que ha puesto definitivamente en entredicho viejas alternativas evolu-
cionistas como el lamarckismo y la ortogénesis. Sin embargo, es oportuno seña-
lar que el neodarwinismo, a pesar de ser claramente el punto de vista dominante
en la ciencia evolucionista contemporánea, sigue teniendo rivales. Por ejemplo,
Gould (2002), partiendo de un reconocimiento de la importancia de la idea de
Darwin, ha cuestionado recientemente algunos de los supuestos básicos del dar-
winismo: (a) la evolución tal vez no opera de forma progresiva en el curso de
periodos largos de tiempo, tal como Darwin señaló, sino a menudo de forma
muy rápida y puntual, por lo menos desde una perspectiva geológica (teoría del
equilibrio puntuado, e.g., Eldredge y Gould, 1972); (b) otros factores además de
la selección natural, incluyendo las restricciones sobre los procesos evolutivos
(principalmente embriológicos), pueden erigirse en fuentes significativas de cre-
atividad en la evolución (Gottlieb, 1992); y (c) la selección natural puede operar
a la vez sobre distintos niveles de organización (e.g., las especies, el clado) así
como a nivel del individuo (e.g., D. S. Wilson, 1997).
Las especies evolucionan: el hecho de la evolución no es cuestionable. Ningún
científico serio que se precie puede estar en contra de la veracidad de esta afirma-
ción. Además, a pesar de los vehementes debates entre científicos sobre la natu-
raleza de la evolución, la mayor parte de los teóricos, tanto en biología como en
psicología evolucionista, asumen que la selección natural, tal como fue propuesta
por Darwin hace más de 140 años, es el principal mecanismo (aunque no el
único) de la evolución. Ello no quiere decir, sin embargo, que todas las cuestio-
nes, incluso las referentes a los mecanismos evolucionistas más básicos, hayan
sido totalmente resueltas. Al contrario, muchas siguen abiertas, y ello es particu-
larmente claro en relación con el relativamente nuevo campo de la psicología
evolucionista, que pretende explicar cómo los sistemas psicológicos específicos
fueron diseñados para acomodar a una especie dada a su “entorno de adaptabili-
dad evolutiva”.

Aproximaciones evolucionistas al comportamiento humano


Desde la publicación de El Origen, la influencia del pensamiento evolucionista
se ha dejado notar en distintas disciplinas científicas, incluyendo la biología, la
medicina, la antropología, y, en lo que nos concierne en estos momentos, la psi-
cología. De hecho, fue Darwin quien inició el estudio de los procesos psicológi-
cos que subyacen a la conducta desde una perspectiva explícitamente evolucio-
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nista con su libro La expresión de las emociones en el hombre y los animales (1872),
donde, basándose en la anatomía facial de las expresiones emocionales, trató de
demostrar la similitud en los orígenes de la emocionalidad entre los humanos y
otros animales. Además, algunos expertos sostienen que las observaciones de
Darwin (1877) sobre su propia hija Doody fueron empleadas para dar apoyo a
sus hipótesis preliminares sobre la evolución (Bradley, 1989). La lucidez del pen-
samiento de Darwin es asombrosa, especialmente si se considera que, en aquel
momento, no existía todavía nada parecido a una verdadera ciencia psicológica;
Wundt tenía todavía que abrir las puertas del primer laboratorio de psicología
experimental en Leipzig, y no fue hasta varias décadas más tarde, con la formula-
ción de la falaz teoría recapitulacionista de Haeckel (“la ontogénesis recapitula la
filogénesis”), que alguién empezó a darse cuenta de la importancia que podía
tener estudiar el organismo en desarrollo para comprender mejor los mecanis-
mos evolucionistas.
De forma progresiva, sin embargo, empezaron a florecer una serie de innova-
dores planteamientos teóricos, que se servían de la selección natural como apro-
ximación metateórica al estudio del comportamiento y la cognición, en el seno
de distintas áreas de la psicología de orientación biológica (e.g., la psicología
comparada, la psicología animal, la psicología evolucionista), así como en el seno
de otras ciencias naturales (e.g., la etología, la sociobiología, la primatología) que
estudian las bases del comportamiento.
Probablemente una de las más importantes es la etología, una disciplina proce-
dente de las ciencias biológicas y que es con frecuencia definida, de una forma
más bien vaga, como “el estudio biológico del comportamiento” (e.g., Slater,
1985). Nacida durante los años 30 y liderada por dos futuros ganadores del Pre-
mio Nobel (Konrad Lorenz y Niko Tinbergen en 1972), la etología nos ha ense-
ñado mucho sobre la función adaptativa del comportamiento en los animales.
Esto ha sido particularmente claro desde que Tinbergen (1963) formulara las
cuatro preguntas a las que, a su juicio, deberían remitirse los etólogos en relación
con cualquier comportamiento: 1) ¿cuál es el beneficio inmediato para el orga-
nismo? (análisis funcional); 2) ¿cuáles son las causas inmediatas? (análisis causal);
3) ¿cómo se desarrolla un comportamiento dado dentro de la especie? (análisis
ontogenético), y 4) ¿cómo evolucionó el mismo a lo largo de la historia de la espe-
cie? (análisis filogenético).
Sin embargo, no fue hasta los años 60 que la etología empezó a prestar aten-
ción a las bases biológicas del comportamiento humano. De hecho, la “etología
humana” es una disciplina de aparición relativamente reciente en la historia del
análisis comportamental (Eib-Eibesfeldt, 1984, 1989), centrada generalmente
en temáticas muy específicas (e.g., la agresión, el comportamiento no verbal, las
estrategias de emparejamiento), y liderada en su mayoría por especialistas forma-
dos fuera de la psicología. Desafortunadamente, por tanto, y aunque la etología
ha hecho acopio de interesantes y novedosas informaciones para la comprensión
del comportamiento humano (incluyendo algunos aspectos evolutivos del com-
portamiento, e.g., la teoría del apego), son muchos los que piensan que la etolo-
gía constituye en la actualidad una aproximación demasiado general a las bases
biológicas de los sistemas psicológicos, que además no se adecúa bien para com-
prender convenientemente el comportamiento humano adulto, y mucho menos
para estudiar las cuestiones evolutivas (e.g., Martí, 1991; López, 1983; pero ver
Hinde, 1974).
Otro enfoque evolucionista del comportamiento que ha tenido una considera-
ble importancia es la sociobiología. Desarrollada a mediados de los años 70 y lide-
rada por E. O. Wilson, un prestigioso entomólogo de Harvard, dos veces gana-
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dor del Premio Pulitzer, la sociobiología se ocupa específicamente del “estudio
sistemático de las bases biológicas del comportamiento social” (Wilson, 1975).
Aunque su contribución a la comprensión del comportamiento social de las dis-
tintas especies ha sido significativa, la perspectiva sociobiológica ha generado
una gran controversia entre los psicólogos (ver e.g., Hernández Blasi, 1998).
Existen varias razones para ello. En primer lugar, su interés por el comporta-
miento humano ha sido más bien secundario que principal (aunque Wilson
publicó On Human Nature en 1978, sostenía en su obra seminal que “el organis-
mo es sólo el sistema que tiene el DNA de producir más DNA”, Wilson, 1975,
p. 3). En segundo lugar, la sociobiología se ha limitado, por definición, al estu-
dio del comportamiento social, dejando de lado otros temas de gran significa-
ción evolucionista como, por ejemplo, la cognición. Asimismo la sociobiología
no ha sido especialmente sensible a las cuestiones evolutivas, y, de hecho, algu-
nos sociobiólogos niegan la significación del cambio evolutivo en sí mismo
(Green, 1989). Por último, algunos sociobiólogos no han resistido la tentación
de sobregeneralizar y sobreinterpretar al comportamiento social humano, en tér-
minos que recuerdan poderosamente el “darwinismo social” (ver e.g., Lewontin,
Rose y Kamin, 1984).
Una tercera aproximación evolucionista importante que se ocupa de la biolo-
gía del comportamiento es la primatología. Siempre tomando como referencia a
Darwin, los psicólogos y los biólogos comparados han creído en la continuidad
filogenética del funcionamiento mental. Con respecto a la evolución humana, las
especies que más recientemente han compartido un antepasado común con los
humanos deberían, por regla general, compartir más características cognitivas y
comportamentales (ver Parker, 2001; Parker y McKinney, 1999). Los primates,
por supuesto, y en particular los antropoides (Pan troglodytes, Pan paniscus, Pongo
pygmeaus, y Gorilla gorilla) son especies particularmente interesantes; con huma-
nos y chimpancés (tanto Pan troglodytes como Pan paniscus), sin ir más lejos, com-
partiendo antepasados comunes hace tan sólo entre 5 y 7 millones de años. Por
estas razones, los primatólogos han sostenido que el estudio científico del com-
portamiento de los primates no-humanos, puede aportar valiosísimas informa-
ciones para comprender la evolución del comportamiento humano. Por ejemplo,
si se acepta la propuesta de que los cerebros de los chimpancés existentes semeja
la neuroanatomía del antepasado común del humano-chimpancé, entonces la
destreza tecnológica de los modernos chimpancés, mostrada en cosas tales como
su conducta de “cascar-nueces”, podría estar reflejando en parte la capacidad
intelectual de dicho antepasado común. A lo largo del siglo pasado, numerosos
científicos han fascinado al mundo con sus observaciones, sus grabaciones y sus
estudios sobre primates no humanos. Köhler (1925), Harlow y Harlow (1966),
Gardner y Gardner (1969), Goodall (1971, 1986), Savage-Rumbaugh (1986), y
muchos otros, han documentado el impresionante parecido “humano” de
muchos comportamientos de los primates no humanos (e.g., capacidades simbó-
licas y comunicativas, comprensión social, expresiones emocionales), proporcio-
nando así nuevos datos y “dando qué pensar” de forma provocativa a cualquier
persona interesada en los orígenes de la naturaleza humana.
Comprensiblemente, la primatología se ha ocupado más del comportamiento
de los primates no humanos que del comportamiento humano. Aunque este
enfoque es valioso y los investigadores pueden extrapolar distintos principios
generales respecto a la estructura de la psicología de los primates, una psicología
verdaderamente comparada de otras mentes ha sido con frecuencia dejada de
lado. Además, los primatólogos no prestan normalmente mucha atención a las
cuestiones evolutivas (aunque hay, por supuesto, algunas excepciones, e.g., Sava-
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ge-Rumbaugh et al., 1993), o, incluso peor, no distinguen entre los comporta-


mientos y las habilidades de individuos inmaduros y maduros. Por otra parte, la
aplicación de tales “principios generales” a la cognición humana resulta hasta
cierto punto cuestionable. Respecto a una serie de importantes dimensiones, los
humanos constituyen una clase de primate muy especial. Por ejemplo, los
humanos son los únicos primates que utilizan lenguaje, y recientemente se ha
señalado incluso que la comprensión del mundo físico y social por parte de los
chimpancés y de los humanos es (en términos cualitativos) profundamente dife-
rente, a pesar de las muchas similitudes comportamentales entre estas especies
(ver e.g., Tomasello, 1999; Povinelli, 2002). En resumen, creemos que la prima-
tología es una disciplina muy importante –y en muchos aspectos, fundamental–
para cualquier aproximación evolucionista al comportamiento humano, pero nos
parece de algún modo insuficiente (al menos tal como ha venido siendo aplicada)
para proporcionar todo lo que se necesita saber sobre las bases naturales del com-
portamiento humano y su desarrollo. En otras palabras, la primatología nos
parece una disciplina necesaria pero no suficiente para poner juntas las diferentes
piezas que conformen un discurso adecuado sobre los orígenes de los sistemas
psicológicos humanos.
Esto es cierto también para la mayor parte de aproximaciones evolucionistas
al comportamiento durante el último siglo (e.g., etología, sociobiología). En tér-
minos generales, cada una de ellas se ha interesado tan sólo parcialmente por el
comportamiento humano adulto, e incluso menos en el desarrollo humano. Ade-
más, muchos de los escritos que han llamado la atención del público en el pasado
reciente con respecto a las explicaciones evolucionistas del comportamiento
humano, no provenían en su mayor parte de la investigación científica con
humanos, sino más bien de generalizaciones realizadas a partir de las observacio-
nes del comportamiento animal (e.g., The territorial imperative, Ardrey, 1967; On
aggression, Lorenz, 1966; The naked ape, Morris, 1967; The imperial animal, Tiger
y Fox, 1970). Una vez más, mientras este tipo de aproximaciones tienen un
indudable valor informativo, una verdadera ciencia evolucionista de las mentes
humanas debe ante todo fundamentarse en los datos empíricos obtenidos con
humanos, así como en comparaciones controladas con otras especies.

Psicología Evolucionista
A raíz del énfasis de la sociobiología y otros campos afines sobre la evolución
del comportamiento, la psicología evolucionista emerge como disciplina acadé-
mica formal a finales de los años 80 y principios de los 90 (e.g., Barkow, Cosmi-
des y Tooby, 1992; Buss, 1989; 1995; Cosmides y Tooby, 1987; Daly y Wilson,
1988; Tooby y Cosmides, 1992). En el centro de sus planteamientos, se encuen-
tra la idea de que los seres humanos han ido desarrollando a lo largo de su pasado
filogenético una serie de soluciones sumamente específicas para resolver proble-
mas recurrentes que nuestros antepasados ya tuvieron que afrontar en el “entorno
de adaptabilidad evolutiva”, generalmente ubicado en el Pleistoceno, que se
remonta a los 2 millones de años de antigüedad. Por consiguiente, lo que verda-
deramente evoluciona son los programas de procesamiento de información; el
comportamiento adaptativo surgió del pensamiento adaptativo.
Los psicólogos evolucionistas emplean la selección natural para explicar pro-
cesos psicológicos complejos. Sin embargo, se han centrado primordialmente en
los adultos, lo que resulta razonable, dado que son los adultos los que se reprodu-
cen, el sine qua non del éxito darwinista. Sin embargo, los individuos deben pri-
mero sobrevivir durante la primera infancia y la niñez antes de poder reproducir-
se, y nosotros pensamos que las características psicológicas que favorecen la
Psicología Evolucionista del Desarrollo / C. Hernández-Blasi et al. 273
supervivencia durante el período juvenil son tan importantes para el organismo,
e incluso más, que las características de los adultos. Uno de los objetivos de la
psicología evolucionista del desarrollo es estudiar con mayor detalle la influencia
de la evolución en las fases tempranas del ciclo vital.
Los psicólogos evolucionistas sostienen explícitamente que su disciplina no
aboga por el determinismo genético. En su lugar, proponen que son los progra-
mas cognitivos evolucionados, en interacción con el ambiente, quienes producen
el pensamiento y el comportamiento adaptativos. Sin embargo, no especifican
cómo la experiencia y los mechanismos evolucionados interactúan, dando la
impresión de que la experiencia sirve tan sólo para activar sistemas pre-formados
que están en la base del comportamiento adaptativo. Un segundo objetivo de la
psicología evolucionista del desarrollo es proporcionar un modelo evolutivo de
cómo los genes y el ambiente interactúan para producir comportamiento adap-
tado. Antes de ver en qué manera la psicología evolucionista del desarrollo enri-
quece la psicología evolucionista tradicional, vamos a revisar algunas de las
influencias históricas que han tenido lugar en el estudio de la evolución y el desa-
rrollo.

La influencia del darwinismo en la psicología evolutiva


Desde su aparición en torno a 1882 (año en que Wilhelm Preyer publica la
biografía infantil El alma del niño, tal vez el primer texto que explícitamente se
ocupa del pensamiento infantil), la psicología evolutiva ha sido influida por las
perspectivas evolucionistas y darwinianas. Schulz (1981), por ejemplo, ha seña-
lado que la teoría de la selección natural dio apoyo a, por lo menos, cuatro ideas
que han perdurado a lo largo de la historia de la disciplina: 1) existe una conti-
nuidad entre el hombre y otros animales, 2) las diferencias individuales (i.e.,
variación, en palabras de Darwin) son importantes, 3) el comportamiento es
adaptativo, y 4) los métodos de investigación científica que no son propiamente
de naturaleza experimental (e.g., la metodología observacional) pueden propor-
cionar informaciones cruciales sobre la naturaleza del desarrollo (cf., sin embargo,
Charlesworth, 1992, para una refutación, punto por punto, de esta argumenta-
ción de Schulz).
Cómo han influido verdaderamente las ideas de Darwin en la psicología evo-
lutiva ha sido con frecuencia objeto de debate. Para algunos autores (e.g., Dixon y
Lerner, 1984, 1985; Delval, 1982, 1988, 1994; Borstelmann, 1983) existe un
vínculo directo entre las ideas de Darwin y la ciencia evolutiva; pero para
muchos otros, este vínculo es más retórico que real (e.g., Reinert, 1979; Bradley,
1989; Morss, 1990; Fernández y Gil, 1990; Charlesworth, 1992).
Una posición extremadamente crítica dentro de esta controversia es tal vez la
sostenida por Morss (1990), quien ha debatido y “documentado” ampliamente
en torno a lo que él denomina el “mito darwinista”. Según Morss, los padres fun-
dadores de la psicología evolutiva (e.g., Preyer, Baldwin, Hall, Bühler, Stern,
Gesell, Werner, Freud, Piaget, Vygotsky), junto con muchos otros, aceptaron sin
fisuras las principales asunciones del evolucionismo sobre la heredabilidad gené-
tica y el cambio de las especies, e incluso aplicaron dichas ideas a sus respectivos
planteamientos evolutivos (e.g., lamarckismo, ortogénesis). Sin embargo, Morss
señala que estas ideas se encontraban realmente más cerca del pensamiento pre-
darwinista que mostraba una mayor resistencia a la teoría de la selección natural,
o bien estaban asociadas con algunos conceptos post-darwinistas que han sido
rechazados. En su opinión, la más significativa de estas tesis erróneas es la teoría
de la recapitulación de Haeckel. De acuerdo con dicha teoría, “la ontogénesis
recapitula la filogénesis”, o, en otras palabras, la secuencia evolutiva de un indi-
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viduo de una especie es un reflejo del desarrollo evolucionista del conjunto de


dicha especie, siendo los avances producidos por la evolución añadidos progresi-
vamente a la etapa adulta de un organismo (adiciones terminales). Así, por ejem-
plo, las “agallas” amorfas de un embrión humano serían un vestigio remoto del
pasado acuático del hombre. En este sentido, aunque va más allá del propósito de
este artículo, Morss indica que dos de las teorías de estadios más importantes del
siglo XX, las de Freud y Piaget, fueron sustancialmente influidas por concepcio-
nes evolucionistas falsas. Por ejemplo, Freud, siguiendo la teoría de la recapitula-
ción, sostenía que las etapas ontogenéticas de la sexualidad se vieron muy influi-
das por su creencia en que había tres etapas en la evolución de la sexualidad en
los animales, que, no por casualidad, se correspondían grosso modo con el id, el ego
y el superego en el desarrollo humano (ver e.g., Bradley, 1989, para los detalles).
De igual modo, Piaget concibió la lenta acumulación de conocimiento científico
a lo largo de los siglos como un reflejo de la progresiva comprensión humana de
la realidad (Butterworth y Harris, 1994), y creyó que los avances infantiles a tra-
vés de una serie de etapas evolutivas parecidas refleja una recapitulación de dicha
evolución intelectual (ver Morss, 1990, para un análisis en profundidad de esta
cuestión).
Estos puntos de vista particularmente anticuados sobre el evolucionismo han
ido siendo (afortunadamente) reemplazados por otros explícitamente darwinis-
tas, tanto en la psicología general como, más específicamente, en la psicología
del desarrollo. La historia de esta influencia ha quedado claramente reflejada en
áreas como la teoría del apego y las emociones infantiles. Así, por ejemplo, las
contribuciones de etólogos como Hinde (1976), psicólogos animales como Har-
low (Harlow y Harlow, 1966), y psicólogos evolutivos como Bowlby (1969),
han ayudado a los especialistas del desarrollo a comprender mejor los mecanis-
mos subyacentes que están implicados en el establecimiento de las primeras rela-
ciones del bebé con otros seres humanos (que frecuentemente suele ser su
madre). En el campo de las emociones, es interesante constatar que una parte
importante de la investigación ha sido realizada por etólogos humanos (ver e.g.,
Eibl-Eibesfeldt, 1989, 1999), y por investigadores contemporáneos, como
Ekman, Izard y Campos (ver e.g., Ekman, 1973, Ekman y Friesen, 1971; Izard,
1971, 1991; Barrett y Campos, 1987; Campos, Caplovitz, Lamb, Goldsmith y
Stenberg, 1983), entre otros, que asumen en su conjunto una perspectiva clara-
mente funcional/evolucionista. Así, por ejemplo, Ekman y Friesen (1971) mos-
traron en un famoso estudio que los niños y los adultos fore, procedentes de una
cultura iletrada de Nueva Guinea, aislada de sociedades occidentales, eran capa-
ces de interpretar adecuadamente expresiones emocionales humanas de sujetos
occidentales, que les fueron presentadas a partir de series de fotografías en donde
se presentaban diferentes emociones faciales. Estos resultados apoyaron la tesis
de la universalidad del reconocimiento emocional de algunas expresiones faciales
humanas (i.e., las emociones básicas), cuya importante función adaptativa entre
los miembros de la especie humana se remontaría a la existencia de una largo (y
compartido) pasado filogenético.
Históricamente, pues, parece claro que el pensamiento evolucionista ha teni-
do una gran influencia en la psicología del desarrollo desde su establecimiento
como ciencia psicológica. Sin embargo, desafortunadamente, la relación entre la
teoría evolucionista y la psicología del desarrollo se ha mantenido tradicional-
mente sobre una base poco sólida, e incluso hasta hace relativamente poco tiem-
po parecen haber sido “unos mútuamente desconocidos/extraños compañeros de
cama”. En su mayor parte, los psicólogos evolutivos han encontrado las perspec-
tivas evolucionistas interesantes, aunque irrelevantes, mientras que los psicólo-
Psicología Evolucionista del Desarrollo / C. Hernández-Blasi et al. 275
gos evolucionistas han considerado las perspectivas evolutivas como tangenciales
a lo que constituye su principal interés, es decir, el comportamiento adulto.

Psicología Evolucionista del Desarrollo


¿Qué es la Psicología Evolucionista del Desarrollo?
La Psicología Evolucionista del Desarrollo (PED) ha sido definida a grandes
rasgos como “la aplicación de los principios básicos de la evolución darwinista,
en particular la selección natural, para explicar el desarrollo humano contempo-
ráneo. Implica el estudio de los mecanismos genéticos y ambientales que subya-
cen al desarrollo universal de las competencias cognitivas y sociales, así como de
los procesos epigenéticos (interacciones gen-ambiente) evolucionados que adap-
tan dichas competencias a las condiciones locales; asume que no sólo los compor-
tamientos y las cogniciones que caracterizan a los adultos son producto de las
presiones de la selección actuando en el curso de la evolución, sino también las
características de los comportamientos y de las mentes infantiles” (Bjorklund y
Pellegrini, 2002, p. 4). Desde esta perspectiva, la PED puede ser considerada
simultáneamente como: 1) un marco psicobiológico general (o metateoría) para
comprender el desarrollo, y 2) una fuente de hipótesis experimentales, preguntas
e interpretaciones sobre los logros evolutivos desde un punto de vista ontogené-
tico (Bjorklund, 1997b; Hernández Blasi y Bjorklund, en prensa).
La PED tiene una corta historia, y probablemente carece aún de reconoci-
miento como campo independiente de investigación. Harold Fishbein publicó
el primer libro de texto desde una perspectiva evolucionista del desarrollo en
1976, con el título Evolution, Development, and Children’s Learning. La primera
colección de artículos organizada en torno a una perspectiva evolucionista del
desarrollo fue el volumen editado por Kevin MacDonald (1988), Sociobiological
perspectives on human development. Por su parte, el primer artículo de investigación
que obtuvo una amplia audiencia partiendo de esta perspectiva fue probable-
mente el de Belsky, Steinberg y Draper “Childhood experience, interpersonal
development, and reproductive strategy: An evolutionary theory of socializa-
tion,” publicado en la revista Child Development en 1991. Finalmente, una serie
de artículos publicados a finales de los años 90 y el año 2000 parecieron perfilar
de una manera más clara y genérica el nuevo campo (e.g., Bjorklund, 1997b;
Bjorklund y Pellegrini, 2000; Geary, 1995, 1999; Geary y Bjorklund, 2000;
Keller, 2000; MacDonald, 1997; Surbey, 1998).
La PED surge dentro de una cultura de creciente y renovado interés por las
ideas evolucionistas dentro de las ciencias humanas. Tenemos varias razones para
creer que la PED puede ser considerada como una nueva aproximación evolucio-
nista al comportamiento. En primer lugar, en comparación con la primatología,
la etología e, incluso, la psicología comparada, la PED se centra primordialmen-
te en el comportamiento humano. En segundo lugar, en comparación con la eto-
logía humana y la psicología evolucionista, la EDP se ocupa sobre todo de cues-
tiones evolutivas. Finalmente, la PED es menos reduccionista y determinista
como enfoque, especialmente si se la compara con la sociobiología, la psicología
evolucionista y perspectivas etológicas más “instintivistas” como, por ejemplo,
la de Konrad Lorenz.

Principios básicos de la Psicología Evolucionista del Desarrollo


La principal asunción de la perspectiva que sostiene la PED es que la selección
natural actúa no sólo sobre los aspectos de la infancia que preparan el camino
para la vida adulta y que fueron explícitamente seleccionados para cumplir una
276 Infancia y Aprendizaje,2003, 26 (3), pp. 267-285

función en el curso de la evolución (lo que nosotros denominamos adaptaciones


diferidas 1) (Hernández Blasi y Bjorklund, en prensa) (como sucede, por ejemplo,
con algunas de las diferencias de género halladas en distintas habilidades sociales
y cognitivas). Sino que, además, en el curso de la evolución se han producido
también presiones de la selección natural en los organismos en diferentes
momentos de la ontogénesis, y, nosotros sostenemos que algunas de las caracte-
rísticas de los bebés y los niños fueron seleccionadas para cumplir una determi-
nada función adaptativa en un momento determinado del desarrollo y no para
preparles para la vida adulta posterior. Esto es lo que nosotros designamos como
adaptaciones ontogenéticas (Oppenheim, 1981). Algunos reflejos de los bebés,
como, por ejemplo, el reflejo de succión, han sido considerados buenos ejemplos
de adaptaciones ontogenéticas porque cumplen una importante y específica fun-
ción después del nacimiento, pero desaparecen más tarde.
Sin embargo, la PED, como la psicología evolucionista en general, también
sostiene que hay aspectos de la primera infancia y la niñez que no evolucionaron
para resolver problemas recurrentes y que no han sido conformados por la selec-
ción natural, sino que son simplemente subproductos o remanentes residuales de
adaptaciones diferidas o adaptaciones ontogenéticas (subproductos ontogenéticos), o
son simples efectos fortuitos debidos a las mutaciones, los cambios en el entorno,
o las aberraciones del desarrollo (ruido ontogenético). Este podría ser el caso, por
ejemplo, de la presencia del ombligo en el vientre (subproducto), y de la forma
particular del ombligo en cada uno (ruido), respectivamente (Buss, Haselton,
Shackelford, Bleske y Wakefield, 1998). De este modo, aunque la PED, como la
psicología evolucionista, tratan de identificar el valor adaptativo o funcional de
un comportamiento, es preciso obrar con cautela, puesto que no todos los rasgos
universales de una especie sufrieron la presión de la selección natural, y, por
tanto, no pueden ser calificados como adaptaciones.
Finalmente, al igual que la psicología evolucionista tradicional, pero esta vez
respecto a las adaptaciones evolutivas, la PED reconoce que, debido a que las
condiciones en que nuestra especie evolucionó (el entorno de adaptabilidad evo-
lutiva) eran muy diferentes de los entornos de la era de la información en que los
humanos viven ahora, muchas de las adaptaciones comportamentales y cogniti-
vas que han sido fruto de la evolución no se ajustan bien a la vida moderna y pue-
den, de hecho, ser desadaptativas (lo que nosotros llam amos desajustes
ontogenéticos). Los elevados niveles de actividad que exhiben los niños (en particu-
lar los varones), tan apropiados para un contexto de juego libre, pueden causar
problemas cuando estos mismos niños deben integrarse en la dinámica del “sién-
tate y atiende” propia de los entornos escolares. De igual manera, la dificultad
que muchos niños experimentan en relación con la lectura y las matemáticas era
previsible, dado que implican el uso de una serie de habilidades cognitivas que
son muy nuevas, en términos evolucionistas, y que aún no han experimentado la
presión de la selección natural en la historia de la especie (e.g., Bjorklund y
Bering, 2002; Bjorklund y Pellegrini, 2002; Geary, 2003).
Además de estas asunciones básicas, hay por lo menos cuatro principios más
de la PED, que deberían servir para diferenciar de una forma clara esta perspecti-
va de cualquier otro programa de investigación evolucionista o evolutivo (Bjor-
klund y Pellegrini, 2000, 2002). Estos principios son los siguientes:
1) la PED sostiene que el prolongado período de juventud del Homo sapiens se
ha visto favorecido por la necesidad (y la necesidad de tiempo) de dominar un
entorno social y tecnológico cada vez más complejo. Este prolongado periodo de
juventud tuvo implicaciones importantes para la evolución y el desarrollo del
cerebro, así como para el desarrollo psicológico;
Psicología Evolucionista del Desarrollo / C. Hernández-Blasi et al. 277
2) la evolución opera sobre la base de la diversidad ontogenética (variación),
dado que los seres humanos viven en muy diferentes tipos de entorno, y ello
requiere de una gran flexibilidad de los sistemas cognitivos y comportamentales
para sobrevivir;
3) de manera consistente con el pensamiento contemporáneo de muchos cien-
tíficos cognitivos (e.g., Pinker, 1997), los psicólogos evolucionistas (e.g., Buss,
1995; Tooby y Cosmides, 1992) han insistido en que los humanos (y otros ani-
males) desarrollaron una serie de habilidades cognitivas específicas para resolver
una serie de problemas recurrentes a los que tuvieron que hacer frente nuestros
antepasados (e.g., obtener comida, emparejarse). Las habilidades lingüísticas son
con frecuencia puestas como ejemplo de mecanismos de dominio específicos.
Desde esta perspectiva, los seres humanos no desarrollaron en el curso de su evo-
lución habilidades generales y polivalentes para la resolución de problemas, que
pudieran ser aplicados con éxito en distintos dominios y en cualquier circunstan-
cia. Nosotros estamos de acuerdo con la importancia de las habilidades de domi-
nio específico que han sido el fruto de la evolución, pero un enfoque PED tam-
bién defiende que mecanismos de dominio general, como la velocidad de proce-
samiento y la memoria operativa, también recibieron una presión selectiva en el
curso de la evolución humana (Geary y Huffman, 2002). Esta posición es consis-
tente con el punto de vista que, creemos, es mayoritario entre los investigadores
en psicología cognitiva, desarrollo cognitivo, e inteligencia; a saber, que la cog-
nición humana es multidimensional, componiéndose a la vez de habilidades de
dominio general y de habilidades de dominio específico (e.g., Bjorklund, 2000;
Fodor, 2000; Sternberg, 1997);
4) los comportamientos, las cogniciones y los rasgos físicos que aparecen y
cambian desde la infancia hasta la vejez emergen de la interacción entre los
mecanismos evolucionados y el ambiente. Como tales, los patrones de desarrollo
no se conciben como genéticamente predeterminados (con independencia de
que sean universales o no), sino como el resultado de un proceso epigenético evo-
lucionado que adapta las competencias humanas a las condiciones locales, tal
como se describe, por ejemplo, en el llamado enfoque de sistemas evolutivos
(e.g., Gottlieb, 2000). No existen, por tanto, desde nuestra perspectiva, efectos
genéticos o ambientales puros, sino que más bien todo se desarrolla sobre la base
de la relación bidireccional entre estructura y función, que tiene lugar de forma
continua a lo largo del desarrollo.
A pesar de la diversidad de ambientes que el niño experimenta, el desarrollo
avanza de forma muy similar en la mayor parte de individuos. La razón para ello
es que los niños heredan no sólo un genoma típico-de-la-especie sino también un
ambiente típico-de-la-especie. En la medida que los individuos crecen en
ambientes similares a los de nuestros antepasados, el desarrollo debería seguir un
patrón típico-de-la-especie. Los animales (incluyendo los humanos) han evolu-
cionado para “esperar” un cierto tipo de ambiente. Para los humanos, éste inclu-
ye nueve meses en un útero protegido, una madre lactante, cálida y afectuosa,
parientes que ofrecen apoyo suplementario, y más tarde, en la niñez, los iguales.
Muchos comportamientos que tradicionalmente han sido descritos como
“instintivos” pueden ser entendidos mucho mejor en términos de algo que se ha
desarrollado a partir de la interacción temprana del organismo y su ambiente.
Así, por ejemplo, es bien sabido que los ánades y otras aves seguirán al primer
objeto que se mueva y grazne que encuentren inmediatamente después de salir
del cascarón (impronta). Este fenómeno fue empleado por Lorenz (1965) como
ejemplo de un comportamiento complejo que no requiere de ninguna experien-
cia para su expresión (i.e., un instinto). Sin embargo, esta interpretación ha sido
278 Infancia y Aprendizaje,2003, 26 (3), pp. 267-285

cuestionada desde entonces. Asi, por ejemplo, cuando los patitos crecen dentro
del huevo en aislamiento, no pudiendo oir ni las vocalizaciones de su madre, ni la
de sus compañeros de cría, e incluso se les impide vocalizar a ellos mismos, esta
conducta “instintiva” desaparece. Cuando se les presenta la opción después de
salir del cascarón de aproximarse bien a la llamada maternal de su propia especie
o a la de otra (e.g., un pollo), los patitos que adolecen de experiencia auditiva
escogen su aproximación de forma completamente fortuita (ver Gottlieb, 1997).
Lo que una vez se pensó que era instintivo y que estaba codificado directamente
en los genes (i.e., “genes del comportamiento”) hoy sabemos que requiere de la
sutil interacción de la experiencia auditiva de los animales (incluso si tan sólo son
sus propias vocalizaciones) con su maduración “normal” para que pueda final-
mente expresarse.

Vías de aplicación de una perspectiva psicológica evolucionista del


desarrollo
De la misma manera que la teoría evolucionista constituye la base de la
moderna biología, creemos que debe ser la base de la moderna psicología
(ver Daly y Wilson, 1988; Tooby y Cosmides, 1992; Wilson, 1998), y, en
particular, de la psicología del desarrollo. La PED pretende tomar el conoci-
miento disponible sobre cómo el desarrollo y la evolución actúan para inte-
grarlo en una perspectiva unificada, esperamos que coherente. Sin embargo,
al tiempo que subrayamos el papel que puede cumplir la PED como metate-
oría para la psicología del desarrollo (e.g., Bjorklund, 1997b), no la concebi-
mos sólo como un enfoque teórico contemplativo, y, aún menos, como un
enfoque teórico excluyente cuyo fin sea, en última instancia, reemplazar
otras explicacion es alternativas del desarrollo. De hecho, nosotros vemos
también en la PED una herramienta útil que puede ayudar a mejorar nuestra
comprensión de ciertos aspectos del desarrollo (en especial, por supuesto, los
funcionales), y que, a su vez, puede (y debe) coexistir y complementar otras
explicaciones proximales de la ontogénesis. Por todo ello, sostenemos que la
PED debería proponer interpretaciones funcionales concretas sobre datos
evolutivos actuales, y ponerlas a prueba empíricamente.
Recientemente hemos propuesto cinco modos diferentes, que no únicos, de
hacer esto (ver Hernández Blasi y Bjorklund, en prensa, para más detalles):
1) Clasificar las características evolutivas de acuerdo con su estatus evolucionista
o funcional. Anteriormente hemos distinguido tres clases de productos de la
evolución: las adaptaciones diferidas, las adaptaciones ontogenéticas, y los
subproductos ontogenéticos (cf., Buss et al., 1998). En otro lugar (Hernán-
dez Blasi y Bjorklund, en prensa), se ha propuesto además otro producto de
la evolución, concretamente las exaptaciones: “rasgos que actualmente
aumentan la eficacia, pero que no fueron generados a partir de la selección
natural para su función actual” (Gould, 1991, p. 47), y, concretamente en
este artículo, hemos mencionado también los llamados desajustes ontogenéti-
cos). Uno de los retos importantes para la PED (ver el próximo apartado de
este artículo) es, a nuestro juicio, elaborar un catálogo de los diferentes tipos
de características comportamentales y cognitivas humanas, desde el naci-
miento hasta la edad adulta, en diferentes culturas, y tratar de clasificarlas
de acuerdo a su estatus adaptativo.
2) Proponer hipótesis y microhipótesis para explorar la función de los rasgos evolutivos.
La “teoría de la evolución” es una teoría en verdad grandiosa, que no puede ser
puesta a prueba simplemente por una serie de “pequeños” experimentos. Sin
embargo, existen dentro de una perspectiva evolucionista teorías de nivel inter-
Psicología Evolucionista del Desarrollo / C. Hernández-Blasi et al. 279
medio (e.g., la teoría de la inversión paterna de Trivers (1972); ver Smith, 2003, en
este monográfico, para una breve descripción de la misma) que sí pueden ser
empleadas para generar hipótesis empíricas dentro de una perspectiva PED.
Alternativamente, los investigadores también podrían trabajar desde una pers-
pectiva bottom-up, de abajo a arriba, identificando distintos fenómenos que fueran
susceptibles de una explicación evolucionista.
3) Acumular datos que provengan de distintas fuentes para poner a prueba hipótesis
evolucionistas del desarrollo. La mayor parte de las explicaciones evolucionistas no
pueden ser puestas a prueba directamente. No se puede repetir de nuevo el pasa-
do lejano, ni conducir estudios longitudinales de suficiente longitud para detec-
tar cambios evolucionistas a nivel de especie (al menos, no en la humana). Pero
ello no significa que las hipótesis evolucionistas no puedan ser puestas a prueba.
Lo que se requiere es una convergencia de datos procedentes de distintas fuentes
de información.
4) Describir la historia filogenética y sociocultural de las características evolutivas
humanas. Conocer la historia evolucionista (y sociocultural) de una especie puede
ayudar a explicar el comportamiento presente y futuro, así como, en algunos
casos, puede ayudar a entender algunos comportamientos problemáticos (e.g., el
abuso infantil). Por una parte, los estudios comparados de especies muy próxi-
mas a la nuestra (especialmente los estudios centrados en la ontogénesis de las
funciones psicológicas, en particular en los primates no humanos) pueden ofre-
cernos realmente mucha información útil. Por otra parte, la paleontología y otras
disciplinas afines (e.g., la antropología evolucionista, la historia) pueden propor-
cionar informaciones muy relevantes sobre cómo vivieron nuestros antepasados,
permitiendo de este modo la generación y puesta a prueba de muchas hipótesis
de la psicología evolucionista del desarrollo.
5) Diseñar “experimentos evolucionistas”. Para que una teoría científica realmente
triunfe, es necesario que sea capaz no tan sólo de organizar y explicar los fenóme-
nos ya existentes, sino además de predecir fenómenos nuevos. En las ciencias del
comportamiento, como la psicología, ello significa generar hipótesis y ponerlas a
prueba. Esta es la base de nuestra propuesa para desarrollar lo que nosotros deno-
minamos “experimentos evolucionistas”: modos de poner a prueba hipótesis
sobre comportamientos evolucionados sobre la base de su ocurrencia (actual)
entre una serie de posibilidades empíricas diferentes.
Finalmente, creemos que la PED puede resultar una perspectiva poten-
cialmente útil para entender y actuar sobre algunos comportamientos “pro-
blemáticos” (e.g., el abuso infantil, la violación, las dificultades en lectura y
matemáticas) (Bjorklund y Bering, 2002; Bjorklund y Pellegrini, 2000).
Así, por ejemplo, Geary y Bjorklund (2000) han argumentado recientemen-
te, con respecto a ciertas conductas de riesgo mostradas por los adolescentes
y adultos jóvenes (e.g., conducción temeraria, agresión entre varones), que
dichas conductas se pueden entender mejor si las analizamos en términos de
competición por estatus social, que a su vez afecta potencialmente a las opor-
tunidades de emparejamiento de los varones (ver Weisfeld, 1999). En conse-
cuencia, sugieren que una estrategia que probablemente pueda ser de ayuda
para evitar las peligrosas consecuencias de estas conductas es proporcionar a
los varones jóvenes diferentes oportunidades para conseguir estatus en un
dominio u otro, a través de expresiones culturalmente reguladas (i.e., acepta-
bles) de competitividad intrasexual, como, por ejemplo, las competiciones
deportivas, e incluso, las académicas.
En síntesis, y como ya hemos señalado antes, la PED pretende emplear el
conocimiento disponible sobre cómo actúan el desarrollo y la evolución para
280 Infancia y Aprendizaje,2003, 26 (3), pp. 267-285

integrar ambos en un marco teórico unificado y coherente. Esta perspectiva se


basa a su vez en una serie de teorías bien contrastadas, tanto en lo que se refiere a
la ontogénesis como a la filogénesis; está sujeta a falsación y abierta a futuras
modificaciones, en tanto que nuevas evidencias/ideas sean presentadas; y permite
la generación/puesta a prueba de teorías e hipótesis específicas en niveles inferio-
res. Asumimos que cabe la posibilidad de que, tal vez, en algunos casos se tienda
a simplicar tanto las cuestiones evolutivas como las evolucionistas, mientras que,
quizás, en otros, se puedan llegar a sofisticar dichas cuestiones de una manera
excesiva. Pero, en cualquier caso, creemos firmemente que la aplicación de las
ideas evolucionistas al estudio del desarrollo humano, junto con una evaluación
crítica de la investigación y la teoría, permitirá avanzar a nuestra ciencia de una
manera importantísima, pudiendo servir a la vez como marco de referencia
común dentro del cual los investigadores evolutivos puedan estudiar temas dis-
pares.

¿Qué debería ser lo próximo en una agenda psicológica evolucionista


del desarrollo?
Son muchas las hipótesis evolucionistas del desarrollo que han surgido recien-
temente y que han sido sometidas a prueba. En la tabla I, se muestran algunos
temas que han recibido esta atención empírica o teórica desde una perspectiva
PED.
TABLA I
Ejemplos de cuestiones evolutivas que han recibido algún tipo de explicación/interpretación evolucionista,
así como algunos intentos de teorización (Fuente: Bjorklund y Pellegrini, 2000, 2002)

1. Desarrollo convencional
Ritmo de crecimiento (e.g., Gould, 1977)
Imitación temprana (e.g., Bjorklund, 1987)
Baby talk (e.g., Fernald, 1992)
Diferencias de género (e.g., Geary, 1998)
Inmadurez cognitiva (e.g., Bjorklund, 1997a)
Juego (e.g., Pellegrini y Smith, 1998)
Teoría de la mente (e.g., Baron-Cohen, 1995)
Dominancia social (e.g., Hawley, 1999)
Matemática intuitiva (e.g., Geary, 1995)
Control inhibitorio (e.g., Bjorklund y Harnisfeger, 1995)

2. Problemáticas evolutivas
Malestar del embarazo (e.g., Profet, 1992)
Estimulación precoz (e.g., Als, 1995)
Efectos de los estilos paternales (e.g., Belsky et al., 1991)
Rivalidad entre hermanos (e.g., Sulloway, 1996)
Dificultades escolares (e.g., Geary, 1995)
Infanticidio (e.g., Daly y Wilson, 1984)
Abuso infantil (e.g., Daly y Wilson, 1996)
Embarazo adolescente (e.g., Weinsfeld y Billings, 1988)
Violencia y conductas de riesgo en la juventud (e.g., Cairns y Cairns, 1994)
Trastorno de hiperactividad con déficit de atención (TDAH) (e.g., Jensen et al., 1997)

3. Teorías de corte evolucionista sobre el desarrollo


Teoría del apego (Bowlby, 1969)
Teoría de la inversión paterna (Trivers, 1972)
Teoría de la socialización grupal (Harris, 1995)
Psicología Evolucionista del Desarrollo / C. Hernández-Blasi et al. 281
Sin embargo, a pesar de este esfuerzo, el campo está todavía en su infancia, y
son muchas las cosas que están por hacer. Aunque tal vez es un poco pronto para
proponer un programa de investigación exhaustivo y manejable para la PED,
creemos, no obstante, que es posible plantear una agenda a corto plazo que pre-
pare el camino para la investigación futura en este campo. En concreto, nos gus-
taría referir aquí tres líneas preliminares que los investigadores interesados en
esta área deberían empezar a trabajar: 1) clasificar las etapas discretas, universa-
les, de la historia de la vida humana en términos de desarrollo físico, cognitivo y
emocional, identificando los rasgos adaptativos de estas características para cada
etapa; 2) construir una taxonomía de comportamientos, ejemplificando las dis-
tintas etapas del desarrollo que deberían ser analizadas en términos evolucionis-
tas; y 3) empezar a producir investigaciones sobre la base de las cinco propuestas
mencionadas en el apartado anterior, y descritas en Hernández Blasi y Bjorkund
(en prensa).
La importancia de conceptualizar la historia de la vida humana en términos
de etapas del desarrollo puede ser ilustrada por el modelo propuesto por Bogin
(1997), resumido por Geary y Bjorklund (2000) (ver Tabla II). De acuerdo con la
propuesta de Bogin, el ciclo de la vida humana consta de cinco etapas principales
(infancia, niñez, pre-adolescencia o juvenility, adolescencia y vida adulta), cada
una de las cuales puede distinguirse de las restantes respecto a los distintos gra-
dos de cambio físico (e.g., los rasgos infantiles vs. las características sexuales
secundarias), dependencia social (e.g., el apego maternal vs. los celos de tipo
sexual), y metas sociales (e.g., la competencia social vs. la conservación de la pare-
ja). Este tipo de modelos resultan extremadamente útiles para una perspectiva
PED porque nos ayudan a comprender los efectos de la selección natural en perí-
odos evolutivos específicos.
TABLA II
Etapas de la Historia de la Vida Humana según Bogin (1997) (Fuente: Geary y Bjorklund, 2000)

Infancia
Rasgo definitorio: Para los mamíferos, este es el momento del amamantamiento.
Características humanas: En sociedades cazadoras-recolectoras, los bebés son normalmente
amamantados hasta la edad de 3 años. La edad de destete en los humanos es más temprana
que la observada en un pariente próximo, el chimpancé, donde las crías son destetadas entre
los 4 y los 5 años de edad.

Niñez
Rasgo definitorio: El período comprendido entre el destete y la capacidad para ingerir alimen-
tos propios del adulto.
Características humanas: Este período es más largo en los humanos que en otros primates y
parece estar asociado con una infancia relativamente corta. En sociedades cazadoras-recolecto-
ras, la niñez abarca de los 3 a los 7 años, siendo los 7 años la edad en que los primeros molares
adultos aparecen y la dependencia de los adultos disminuye. Durante este tiempo, la respon-
sabilidad para la alimentación de los niños a menudo pasa de la madre a la comunidad extensa
(e.g., los hermanos mayores), aunque la dependencia social y psicológica de los padres aún per-
dura.

Pre-adolescencia (Juvenility)
Rasgo definitorio: Período comprendido entre el destete o la niñez y la maduración sexual y la
independencia social. Este periodo es común a todos los mamíferos sociales y está caracteriza-
do por el juego social y otras formas de juego.
Características humanas: En las sociedades cazadoras-recolectoras, este periodo va de los 7 a los
15 años aproximadamente. Como otros mamíferos sociales, éste es con frecuencia un momen-
to de juego social y de otras formas de juego, así como el momento durante el que la depen-
dencia de los padres disminuye y la dependencia de los iguales aumenta.
282 Infancia y Aprendizaje,2003, 26 (3), pp. 267-285

Adolescencia
Rasgo definitorio: Comprende el proceso de maduración física, social y personal. En muchos
primates, la transición entre la juvenalidad y la edad adulta no aparece marcada por un perio-
do claro de adolescencia (e.g., no hay una aceleración del crecimiento)
Características humanas: Clara aceleración del crecimiento, y largo periodo de maduración físi-
ca. Este es generalmente un momento para explorar los roles sociales y sexuales adultos y refi-
nar las estrategias sociales ligadas a la reproducción (e.g., aquellas asociadas con la competen-
cia por emparejarse). Durante este tiempo, las actividades sociales comunes a la juvenilidad
adoptan progresivamente una forma adulta (e.g., el juego de lucha se transforma gradualmen-
te en luchas reales). La maduración física temprana y la larga dependencia de los padres (e.g.,
para completar la escolarización) ha incrementado la longitud de este periodo en las socieda-
des industriales, en comparación con las sociedades cazadoras-recolectoras.

Edad adulta
Rasgos definitorios: Periodo de actividades reproductoras maduras, que implican encontrar un
compañero sexual o varios (e.g., compitiendo para emparejarse sexualmente o eligiendo com-
pañeros sexuales) e invertir en la descendencia. Para el 95-97% de las especies mamíferas,
existen grandes diferencias de género en estas actividades: los machos centran la mayor parte
de sus energías reproductivas en el emparejamiento sexual, y las hembras, en la crianza.
Características humanas: Como otros mamíferos, la búsqueda de un compañero sexual y la
inversión en la descendencia constituyen el principal centro de interés de este periodo en las
sociedades cazadoras-recolectoras, así como en otras. Los humanos son atípicos entre los
mamíferos, puesto que el varón invierte en el bienestar de los niños, aunque menos que la
mujer, y la mujer, como el hombre, compite también para emparejarse.

Asimismo, creemos que proponer planes documentados en términos evolu-


cionistas para hacer frente a fenómenos evolutivos con relevancia social (e.g., el
abuso sexual, dificultades escolares y violencia escolar) es algo para lo que la PED
se encuentra particularmente bien calificada. Esta cuestión ya ha sido explorada,
por ejemplo, por Geary (1998), quien ha sugerido una taxonomía de dominios
evolucionados de la mente, y ha debatido sobre las ramificaciones de estos siste-
mas evolucionados en el caso de los niños de nuestra época que se encuentran
generalmente inmersos en programas educativos complejos (ver Tabla I en
Geary, 2003, en esta monografía).
En síntesis, la ciencia evolutiva (al igual que otras disciplinas históricas) ha
asumido tradicionalmente que una comprensión del pasado nos ayuda a com-
prender el presente y a predecir el futuro. Como ya hemos mencionado antes,
nosotros sostenemos que esto también es cierto cuando hablamos de filogénesis:
conocer la historia evolucionista de una especie puede ayudar a explicar el com-
portamiento presente y a predecir el comportamiento futuro, incluyendo la
mejora de algunos comportamientos “problemáticos”. Confiamos que la PED se
acabe convirtiendo en una herramienta flexible para el estudio del desarrollo
humano. Como modelo metateórico para el desarrollo, puede contribuir a ubicar
el campo de la psicología evolutiva en una nueva dimensión, y como principio
explicativo, puede servir para generar hipótesis empíricas comprobables sobre el
desarrollo de la naturaleza humana.

Notas
1
Al usar el término “adaptación diferida”, no pretendemos evocar connotación teleológica alguna, de manera que las adaptaciones
en la infancia anticipen las necesidades adultas. Más bien, dichas adaptaciones funcionarían a lo largo de toda la vida, adaptando a
los menores a su nicho durante la infancia, a la vez que a la vida que probablemente seguirán de adultos. Ello es más probable que
suceda, entendemos nosotros, cuando las condiciones/presiones ambientales de los menores y de los adultos son similares, o inclu-
so continuas (como probablemente ocurre con la composición de los grupos sociales en los pequeños grupos de cazadores-recolec-
tores). Los beneficios de tales adaptaciones pueden ser enormes, e incluso cruciales, para la supervivencia y la eficacia reproductora
durante la vida adulta (e.g., los comportamientos relacionados con la cooperación o la competición con los miembros de la misma
Psicología Evolucionista del Desarrollo / C. Hernández-Blasi et al. 283
especie, que están vinculados al logro de status). Sin embargo, comportamientos similares serían muy probablemente adaptativos
de manera parecida durante la infancia (aunque seguramente con consecuencias menos importantes), o, en el peor de los casos, neu-
tros para el funcionamiento cotidiano del niño. En definitiva, los efectos de las adaptaciones diferidas pueden ser mejor entendidas
en términos de su efecto continuado a lo largo del ciclo vital, aunque los mayores beneficios para la eficacia inclusiva tengan proba-
blemente lugar durante la vida adulta.

Referencias
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