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Índice

Presentación de esta edición. . . . . . . . . . . 13

Introducción
Sobre el contenido de la felicidad. . . . . . . . . . 17

Primera parte
El gesto. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 23
Fenomenología de la decisión ética. . . . . . . .. 25
La necesidad de la ética. . . . . . . . . . . . . . . . . . 53

Segunda parte
Intermedio propedéutico. . . . . . . . . . . . . . . . . 73
Ficciones útiles . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
Alma y espíritu. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 82

Tercera parte
Noticias del espíritu y avisos del alma. . . . ... 91
El héroe como proyecto moral . . . . . . . . . ... 93
La aventura interior:
héroes y exploradores del espíritu 114
Paradojas éticas de la salud. . . . . . . . . . . . . .. 132
Biología y ética del amor propio . . . . . . . . . .. 151
¿Quién teme a Charles Darwin? . . . . . . . . . .. 170
El alma de los brutos. . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 177
Imaginación religiosa y teología
política en Spinoza. . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 185
Conciencia y consenso.
Una nota sobre la ética en Japón . . . . . . . .. 205

Conclusión Para Mario Míguez, a quien no sabría no querer


Algo más sobre el contenido de la felicidad. .. 221
«We lave the things
we lave for what they are»

Robert Frost. Hyla Brook.


Presentación de esta edición

Este conjunto de ensayos ha conocido diversas


peripecias, tanto para llegar a reunirse como para
mantenerse juntos. Al comienzo, debían formar un
libro breve que encabezaría una colección titulada
precisamente así, «El contenido de la felicidad»,
que yo iba a dirigir. Fallido el proyecto antes de co-
menzar a realizarse, proseguí reuniendo ensayos
sobre tema moral pues mi objetivo era abordar
la felicidad desde su entraña ética. En 1986 se editó la
primera versión de este libro, con escasa fortuna
de distribución. Ahora se me brinda la posibilidad de
reeditarlo con dos extensas adiciones y una mínima
supresión. Los textos incorporados son «Necesi-
dad de la ética» y «Biología y ética del amor pro-
pio», escritos ambos muy recieptemente (y por
tanto tras la aparición de mi «Etica como amor
propio», a finales de 1989). Espero que en esta oca-
sión la edición de este librito pueda pasar como de-
finitiva, dentro de lo que son definitivas las cosas
del mundo editorial o, simplemente, del mundo.
FE~'A•.,\l)O SAVATER
Madrid, septiembre 1993
13
Sobre el contenido de la felicidad

De la felicidad no sabemos de cierto más que la


vastedad de su demanda. En ello reside precisamen-
te lo que de subversivo pueda tener el término, pues,
por lo demás, resulta ñoñería de canción ligera o
embaucamiento de curas. La felicidad como anhelo
es así, radicalmente, un proyecto de inconformismo:
de lo que se nos ofrece nada puede bastar. Se trata
del ideal más arrogante, pues descaradamente asume
que tacharla de «imposible» no es aún decir nada
contra ella. Imposible, pero imprescindible: irreduc-
tible. Su rostro permanece tenazmente oculto, pero
la nitidez de su reverso nos basta para impulsarnos a
requerirla sin concesiones: tal como Jehová a Moi-
sés, sólo nos muestra su espalda (o su trasero), pero
también en este caso ese disimulo resulta beneficio-
so. Cualquiera de sus habituales sinónimos fracasa al
intentar sustituirla, porque su ápeiron, en último tér-
mino, es más imprescindible para entenderlos 0, al
menos, definirlos de lo que ellos sirven para concre-
tarla. El placer o la utilidad o aun el bien nada signi-
fican en cuanto ideales de vida si no se los refiere a la

felicidad, mientras que ésta se obstina en no dejarse aún no estoy o ya no estoy. Para ser feliz tendría que
agotar por ninguno de ellos, ni siquiera por su con- quitarme yo. Y; sin embargo, es el yo el que quiere ser
junto. Esta resistencia resulta de nuevo subversiva feliz, aunque no se atreva a proclamarlo a gritos por
porque fallan así las más comunes primas a la pro- las calles del mundo, aunque finja resignación o aco-
ductividad y las recompensas de la obediencia, sobre modo a la simple supervivencia, es decir, a la obliga-
las que se basa la falsa reconciliación colectivista, sea ción de la muerte. Decir «quiero ser feliz» es una
liberal o autoritaria. Felicidad es todavía lo que los ingenuidad o una cursilería, salvo cuando se trata de
políticos no se atreven a prometer directamente en un desafio, de una declaración de independencia,
nuestros días -aunque ya no se trate de esa idea de una forma de proclamar: «Al cabo, nada os de-
«nueva en Europa» que encandiló a Saint-Just-, y bo». En cuanto deja de ser un cebo o una reconcilia-
ello debe ser subrayado en honor del término'. ción piadosa, la felicidad -por inasible, por peren-
No sabríamos definirla, no la confundimos con nemente hurtada- comienza a liberar. De ahí que
ninguno de los sucedáneos que pretenden reempla- la echa a perder del todo eso del «derecho a la felici-
zarla; pero suponemos que seríamos capaces de re- dad». A todo puede haber derecho, menos a ella; se
conocerla si por fin nos adviniese. Lo cual, por decir trata de lo contrario de aquello que se consigue o re-
lo menos, no parece seguro. Quizá lo que ocurre cibe en cumplimiento de un derecho. Quizá pueda
con la felicidad es que somos incompatibles con ella. decir legítimamente que tengo derecho a ser infeliz
Felicidad es aquello que brilla donde yo no estoy, o a mi modo o -siguiendo al Tolstoi del comienzo de
Ana Karenina- que tengo derecho a mi propia his-
1 La felicidad se ha considerado durante largo tiempo una idea polí-
toria. Tal es el principio de mi aceptación y rechazo
ticamente «de izquierdas». L;n autor paradójico y secreto de nuestros
días, Gabriel Matzncff, escribía en este sentido a mediados de los de la colectividad, pues mi estilo de infelicidad se en-
sesenta: «La felicidad, esa flor exquisita y rara, es un estado sospe- cuentra necesariamente mediado por muchos otros
choso a ojos de la sociedad burguesa, que husmea en ella un germen
dc trastorno y las primicias de las revoluciones. Si debiera convencer- intentos semejantes, aunque profundamente diver-
me de que no soy un hombre de derechas, me bastaría considerar e! gentes del mío. A la administración de mi infelicidad
abismo que separa mi afán muy vivo de felicidad y la desconfianza que
le testimonia la reacción» (Le Défi). Sin embargo, no faltan represen- sí tengo derecho ~, mejor, sí que hay-derecho-;
tantes de un izquierdismo lúgubre y sanguinario que también consi- pero no hay tal cosa como un «derecho a la felici-
deran la búsqueda de la felicidad como una muestra de «egoísmo bur-
gués», Scgún parece, no hemos venido a este mundo para intentar ser dad». Ni brota de un convenio ni está garantizada
felices, sino para procurar «hacer felices a los demás», según rezaba la por una institución superior a la que por ese motivo
consigna de un cura televisual de! Opus Dei hace no tantos años. Que
la felicidad sea una idea tan excesiva como para quc ya no se la pueda haya que rendir cauta pleitesía. Tampoco sabría ga-
incluir impunemente en un programa político tiene una ventaja: mos- nármela de ningún modo, aunque, en cambio, dis-
trar los límites intuitivos dc la política. Pero también la desventaja v
el peligro de los objetivos sombríos que sustituirán a su promesa. . cierno aquellas de mis acciones que colaboran a ru-

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bricar su alejamiento: y son demasiadas. Kant habló canzo a entender nada que dure más de un segun-
de que lo importante -es decir, lo que nos concier- do, puede que dos o tres como máximo» (Opiniones
ne en cuanto propósito actual- no es la felicidad, si- de un payaso). El rechazo instintivo de tan blanden-
no «ser dignos de la felicidad». Ser dignos de la felici- gues cursilerías -como el que sentía Nabokov ha-
dad no es tener derecho a ella ni ser capaces en cia la suave música ambiental en locales públicos-
modo alguno de conquistarla (recordemos aquel bea- es una inequívoca muestra de salud mental. Hay
to título del bueno de Bertie Russell: The conquest of que exigir más a nuestra búsqueda en cuestiones
happiness), sino intentar borrar o disolver lo que en que se suponen peligrosamente /nefable;~
nuestro yo es obstáculo para la felicidad, lo que resul- Las páginas que siguen intentanllegar un poco
ta radicalmente incompatible con ella. Aquellas con- más lejos en este camino, aunque quizá el lector
tingencias que no responden al puro respeto a la ley pueda sentirse en principio contrariado porque de la
de nuestra libertad racional, tales serían esas opaci- felicidad misma, directamente, no parece hablarse.
dades del yo bloqueadoras de la transparencia feliz, La razón es ésta: parto de la base de que la única pe-
según. Kant; Schopenhauer y los budistas supusieron rífrasis que puede sustituir consecuentemente a la
más bien, como ya ha quedado insinuado, que es el voz felicidad es «lo que queremos». Llamamos felici-
yo mismo lo que nos hace indignos de la felicidad. dad a lo que queremos; por eso se trata de un objeto
Borges escribió en una ocasión que el dragón es perpetuamente perdido, a-la deriva. La felicidad se-
una figura que contagia irremediablemente de pue- ría el télos último del deseo, ese mítico objetivo una
rilidad las historias en que aparece, y yo hace tiem- vez conseguido el cual se detendría en satisfecha ple-
po me permití parafrasearle señalando que también nitud la función anhelante. Al decir «quiero ser fe-
la palabra felicidad puede rebajar un poco la madu- liz», en realidad afirmamos «quiero ser». O sea, unir
rez o la verosimilitud de los intentos teóricos en definitivamente el en-sí y el para-sí, superar la adivi-
que se la incluye, Debo añadir ahora que mi interés nanza hegeliana según la cual el hombre «no es lo
por los dragones y por la felicidad proviene preci- que es y es lo que no es». De lo que el hombre quie-
samente de esa circunstancia en apariencia deroga- re -no de lo que debe o puede- trata precisamente
toria. Pero comprendo muy bien lo que debía sen- la ética. Por tanto, creo que una aproximación espe-
tir el personaje de Heinrich Bóll cuando expresaba culativa al contenido de la felicidad que pretenda
así su fastidio: «En las películas de divorcio y de huir de la cursilería y de la puerilidad no puede ha-
adulterio juega siempre un gran papel la felicidad blar más que de ética. El ensayo que da título a este
de alguien. "Hazme feliz, querido", o "¿Quieres ser volumen intenta ser una aproximación al funciona-
un obstáculo a mi felicidad?". Por felicidad no al- miento interno de la decisión ética. Los restantes
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textos amplían, precisan o prolongan algunas de las
cuestiones que fueron planteadas en mi obra princi-
pal sobre este tema, La tarea del héroe. Ficciones útiles
y Alma y espíritu, escritos en principio como breves
artículos para un diccionario de filosofía, aportan
una nota en cierta suerte metodológica, indicando
desde dónde y cómo suena el discurso ético. Primera parte
Este libro pertenece a ese género inusual, la fi-
lasaña. La mayor parte de lo que hoy se ampara El gesto
bajo ese nombre un tanto ajado no lo merece, pues
no consiste más que en apuntes de clase en torno a «Tener vergüenza desu inmoralidad, he aquí elprimer
alguna obra venerable o en un recetario de fichas peldaño de la escala en cuya cimaunosiente vergüenza
de lectura mejor o peor hecho. La filosofía es un desu moralidad».
ejercicio diferente, cuyo designio mismo no es, en
modo alguno, ajeno al tema de la felicidad. De Friedrich Nietzsche
Aristóteles a Spinoza, como también luego en He-
gel y Schopenhauer, se ha pensado que la dicha
más alta para el hombre consiste, a fin de cuentas,
en la contemplación racional. Nuestra hora es más
cauta ante manifestaciones de este tipo, pero no las
ha olvidado del todo, ni quisiera yo, desde luego,
pasarlas por alto aquí. Más allá de una supuesta au-
tocomplacencia gremial o de una intelectualiza-
ción abusiva de la vida humana, encierran un ada-
mantino núcleo de verdad, que debe ser rescatado.
Quizá sea Adorno quien lo haya expresado mejor:
"El atractivo de la filosofia, su beatitud, es que aun
la idea más desesperada lleva en sí algo de esa cer-
tidumbre de lo pensado, última huella de la prueba
ontológica de la existencia de Dios, tal vez lo que
en ella hay de imperecedero».
22
Fenomenología de la decisión ética

Describir un comportamiento humano es rela-


tivamente fácil, así como también dar cuenta de su
sentido funcional o aportar varias causas plausibles
que puedan haberlo motivado; pero entender su en-
traña y hacerla pública, expresa, inteligible, es algo
punto menos que imposible para un simple estudio-
so de las costumbres. Tal proeza sólo queda al al-
cance del Shakespeare de Macheth o del Dostoievski
de Crimen y castigo. Pero si uno no es Shakespeare,
ni Dostoievski, ni Flaubert, ni Proust, si uno es sim-
plemente un aficionado al razonamiento ético y a la
valoración moral de las acciones -no, desde luego,
un censor, ni un inquisidor, ni un penalista-,
entonces quedarse fuera (fuera de la entraña, se
entiende) es perderse inevitablemente la fiesta. Y
tampoco parece solución aceptable renunciar al dis-
curso más o menos teórico para intentar a la deses-
perada la sublime aventura del arte literario. La en-
traña de alguien único, de un artefacto o personaje
literario, suena de pronto como otra forma de exte-

I
rioridad, pero vuelta, reversible. A la ética no se le
25
/

/puede brindar plena satisfacción, porque la ética no exterior de la ética que la sociología o la biología.
es una simple descripción, por detallada o profunda La acción humana queda diseccionada en compo-
que ésta sea, sino una teoría, es decir, una justifica- nentes psicológicos, funcionales, sociales, y se esta-
ción universal. Si no hayal menos intento de justifi- blecen sus raíces motivacionales económicas, cul-
cación universal del sentido de la acción, no hay turales, biológicas, los intereses de mente y cuerpo
ética. Pero ni siquiera el personaje de más univer- involucrados en ese gesto concreto. Entre tales in-
salmente particular validez sirve de base para fundar tereses, la ética propiamente no aparece, es sólo
una validación universal. La ética, para ser posible, máscara o desvío de otros intereses. Aquí llegamos
tendría que reunir a la vez lo universal y la entraña': al núcleo esencial de la cuestión. Resulta que desde
de lo que puede deducirse, si uno es perezoso (es de- fuera, desde la perspectiva de la descripción y expli-
cir, positivista), que la ética es imposible. cación causal objetiva, todos los intereses son visibles,
Vista desde fuera, en ninguna acción humana salvo el interés ético. El interés ético es visto como
hay nada que pueda ser llamado inequívocamente falso interés, como interés travestido o mendaz,
ético. Lo único que encontramos es control social, como ocultamiento de otro interés real por una
leyes impuestas por la tradición o el derecho, for- ilusión consentida o involuntaria. Pero en tanto
mas de representación admitidas o repudiadas, ins- que auténtico interés, en tanto que interés de los que
tinto de conservación, condicionamientos de clase cuentan desde fuera, el interés ético es invisible: no
-sea política, económica o cultural-o ¿Hay algo se le puede ver, o bien porque realmente no existe o
más? Sólo la psicología, el espíritu curado de es- bien porque no tiene nada que ver, es decir, porque
pantos o espantado por el vértigo de la cura. Pero pertenece a un orden distinto al de la exterioridad.
la psicología coincide con los restantes tipos de A ese otro orden nos hemos referido antes con la
descripción explicativa mencionados en que para palabra entraña. Y de nuevo la pregunta viene a ser:
ella también la opción ética resulta a fin de cuentas si desde la exterioridad nada podemos ver del inte-
otra cosa, no algo en sí mismo irreductible, sino una rés ético, ¿cómo situamos en la entraña que nos lo
apariencia que debe ser convenientemente inter- podría revelar, pero sin renunciar a la justificación
pretada en términos -éstos sÍ- ya irreductibles. universal que caracteriza lo más peculiar de su exi-
En tal aspecto, la psicología no es una visión menos gencia? Y ante todo: ¿cuál es el interés ético y có-
mo reconocerlo si 10 hallamos?
de su interior indescifrado e indescifrable, de lo que en español
: -e: ••• El interés ético es fundamentar racionalmente la
por fortuna puede ser nombrado entraña, de la entraña para siempre,
que lentamente se resiste a la claridad, cuando sobre ella se vierte como acción que elegimos en la plenitud de sentido de nuestro
sobre un objeto de afuera" (María Zambrano, Claros delbosque). querer. Por «fundamento racional» entiendo el 10-
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grar darnos cuenta de lo que hemos elegido y por cuanto tal por lo que se pregunta la ética ante la
qué, acordándolo con lo que podemos saber del necesidad racional de justificar la decisión -es
querer que nos constituye. Desde luego, no todo decir, de vivirla como libre- en el momento de
lo que somos nos es cognoscible ni consciente, pe- pasar a la acción. Fuera de ese querer no podemos
ro sólo desde la conciencia de lo que conocemos hallar más que fundamentos heterónomos para la
podemos seguir proyectando la realidad que sere- opción moral, trascendencia o revelación, lo que
mos como posibilidad en lo libre. Como siempre Spinoza llamaría supersticiones.
que se piensa algo decisivo y básico, se piensa aquí Lo que todo ente quiere, lo sabemos al menos
con gran dificultad: mejor dicho, se expresa lo desde el propio Spinoza, es perseverar en su ser y
pensado difícilmente, con aristas equívocas y esco- aumentar al máximo su perfección y eficacia. La
llos, pues ya Wittgenstein nos advirtió de que si voluntad de Schopenhauer y la voluntad de poder
bien todo lo que se puede pensar se puede pensar de Nietzsche no son más que la visión dolorida y
claramente y todo lo que se puede decir se pue- culpabilizada y la visión exaltada, trágicamente
de decir claramente, quizá no todo lo que se puede afirmativa, del mismo conatus. De este impulso
pensar se pueda decir. Aunque es preciso seguir esencial, constituyente, brota todo lo que en cual-
intentándolo, porque el compromiso de la ética quier sentido vale para cada existente, sea éste ani-
-como el de toda la filosofía, por otra parte- es mado o inanimado, vegetativo o racional. Ningún
con lo explícito; optar por la filosofía es renunciar al otro tipo de «valores», es decir, de intereses radi-
derecho de guardar significativo silencio sobre lo cales y últimos, puede hallarse, salvo los que deri-
q!le nos parece esencial. «Plenitud de sentido» se van del conatus básico. Nadie pretende conservar
refiere aquí a un sentido a la vez completo y complejo su ser con vistas a otra cosa, Spinoza dixit, ni nada
por el que la acción queda legitimada como totali- ni nadie pretende otra cosa que conservar su ser.
dad y más allá del cual no cabe buscar ningún re- Hay así un continuo profundamente naturalista en
frendo. Terminal y también originario, previo a el escalonamiento de los «valores», un inmanen-
todas las demás instituciones simbólicas de la sub- tismo estricto fuera del cual acaba la cordura o la
jetividad: por ello puede decirse que es universal, inteligibilidad: lo que vale para el átomo, la estre-
porque se asienta en algo anterior -al menos en lla, el mar, Jos árboles, las hormigas y los humanos
lo especulativo- a mi caracterización como sujeto tiene una raíz común y se remite finalmente a un
separado de los otros sujetos humanos y sellado solo principio explicativo. Ahora bien, cada una de
por tales o cuales determinaciones. Es por el senti- las modalidades de conatus tiene su propia especifi-
do originario y universal del querer humano en cidad. A efectos de la pregunta ética que nos ocu-
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pa, lo que hay que intentar precisar de la fonna rechazar el dolor; ni siquiera sería posible definir
más exhaustiva que se pueda y también más radical «fuerza», «placer» o «dolor» en términos que ex-o
es en qué consiste propiamente el conatus humano. duyan toda referencia a ese plus ultra íntimo que
La justificación universal del sentido de la acción acerca tales voces genéricas a nuestra peculiaridad.
humana no tiene ni necesita otra base axiológica Lo cual no impide, sin embargo, que el conatus hu-
que la determinación del tipo de conatus peculiar a mano tenga entre sus ingredientes ímpetus como
• 3
nuestra especIe . el de conservar la existencia biológica, aumentar y
En este punto deben ser evitados dos peligros afirmar su fuerza o buscar el placer y rechazar el
contrapuestos: un exceso de generalidad y un par- dolor. Todo ello forma parte de lo que nuestro co-
ticularismo excesivo. El conatus humano no puede natus comparte con el de los otros seres vivos, pero
ser algo tan genérico como el puro afán de conser- no caracteriza su específica diferencia. El abuso
var la existencia biológica, porque para ningún in- opuesto en el que puede incurrirse al caracterizar
dividuo humano -ni siquiera para el más desas- el conatus humano es una particularización que
trado, para el más acuciado por el hambre o el desvirtúe o imposibilite la universalidad de la no-
frío- la existencia es un fenómeno limpiamente ción. Como se puede ser hombre de tantas mane-
biológico. Todos los hombres nos sabemos algo ras varias y contrarias, como se puede vivir y mo-
más que vivos. Nos sabemos no sólo vivos, sino vi- rir, amar, colaborar, crear, rezar o guerrear de tal
vos y hombres: me refiero de nuevo a la entraña de cantidad de formas, como esta indeterminada plu-
nuestros intereses, a nuestra condición vista desde ralidad siempre renovable y ampliable es algo in-
dentro. Incluso lo que considerado desde la exte- trínsecamente propio del colectivo humano, cabe
rioridad puede parecer nada más que lucha por la restringir el conatus a las reglas de perpetuación de
vida, desde el interior -desde el núcleo decisorio una de estas posibilidades. O también negar la rea-
que humaniza la acción- supone siempre algo lidad de un conatus universal y afinnar que exis-
más complejo y difícil. Lo mismo podría decirse ten muchos distintos, de acuerdo con las condi-
del impulso a exteriorizar o reafirmar nuestra ciones históricas, culturales, económicas, étnicas,
fuerza, o del que pretende proporcionarse placer y etcétera, o sólo un deseo de humanidad es válido
frente a los otros modos concurrentes, o no exis-
, La tan asendereada «falacia naturalista» lanzada a la palestra por
ten sino deseos humanos en concurrencia cuyo
Moore, que denuncia todo «es» como fundamento ilícito de cual- primer efecto inarmónico es refutar la universali-
quier «debe», no puede ser solventada mas que mostrando lo axioló-
gicamente pertinente de un «es» muy especial: lo que «es» en forma
dad de lo humano. En ambos supuestos se difumi-
de «quiero». na por particularismo la tipificación de un conatus
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específico y se pierde la posibilidad de fundar la lo humano implica agrietamiento incesante de la
justificación ética. identidad (<<el hombre no es lo que es y es lo que
Por medio de esa expresión, conatus humano, no es», Hegel dixit), indeterminación inventiva de
intentamos alcanzar lo que los hombres realmente la propia totalidad, relación creativa con el medio
quieren: lo que -más allá de la diversidad de inte- y comunicación autoconfirmatoria con los seme-
reses parciales determinados por la historia o el ca- jantes. Ser cosa es ser objeto, ser hombre es ser su-
rácter individual- todos los hombres quieren, lo jeto: lo propio de los objetos es cerrarse y sustraer-
que -más allá de los impulsos básicos que com- se a lo diferente -toda identidad determinada es
parten con los restantes seres vivos- sólo los negación-, lo propio de los sujetos es abrirse y
hombres quieren. Determinar la condición exacta buscar en la asimilación de lo no idéntico la propia
de ese conatus -y no señalar normas o deberes- y móvil identidad. Si la humanidad fuera algo ob-
es la verdadera tarea de una ética que no venga a jetivo, la recibiríamos desde fuera de una vez por
quedarse tan sólo en mojigatería, sucedáneo de lo todas, como reciben sus correspondientes soportes
religioso, resentimiento antivital o código puniti- individuales la melocotoneidad o la pantereidad;
vo: Spinoza nos dejó el modelo inolvidable de esta pero como la humanidad es algo subjetivo sólo po-
ética auténticamente inmanente, que Kant forma- demos recibirla de los otros hombres -a los que, a
lizó y las filosofías posteriores de la voluntad rami- nuestra vez, se la concedemos- y vivirla -mejor,
ficaron en necesarias aunque a menudo paradóji- discernirIa- desde lo interior.
cas complejidades. Perseverar en el ser y pretender Describimos uno tras otro todos los intereses
la perfección, para los hombres, supone huir de la que explican causalmente, desde la exterioridad,
cosificación. Lo que el hombre en lo más hondo y determinado gesto humano: no aparece el interés
más íntimo de sí mismo quiere -y de donde pro- ético, salvo como una declaración quizá hipócrita
vienen todos sus restantes deseos- es no ser cosa. que siempre puede ser reducida al ocultamiento
Ser cosa significa identidad inmutable, autorrefe- de otro interés exterior. Sin embargo, desde la en-
rencia completa, cierre sobre sí mismo, opacidad traña del querer, es el que juzga y decide sobre to-
interior, determinación externa dada de una vez dos los demás. Nadie está ahí para verlo, es decir,
por todas (¿hace falta señalar que no importa si las para verlo desde fuera: nadie salvo el sujeto en el
cosas -es decir, todo lo que habita el mundo, sal- momento del ejercicio libre de la decisión. El in-
vo los hombres- son realmente así? Se trata de un terés ético es conseguir una justificación racional
polo simbólico que la conciencia niega y frente al de la acción basada no en talo cual interés deter-
que se afirma). Por tanto, el perseverar en el ser de minado, sino en el fondo mismo del conatus huma-

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no. Al deliberar éticamente me pregunto si mi ac- París y me apresuro por el andén acarreando con
ción confirma mi no-coseidad V refrenda en el raudo agobio mis bultos. De pronto, un joven me
otro -y desde el otro hacia mí- la infinitud intercepta. Moreno, buena presencia, bien tra-
abierta y comunicativa de lo humano. A tal re- jeado, con un leve aire (el detalle resultará luego
frendo que me concede la humanidad que yo a mi importante) marroquí o quizá vagamente arábigo.
vez doy se le ha llamado clásicamente reconoci- Me aborda en francés, excusándose muy civilmen-
miento. Kant señaló que consiste en tratar a los te, y me cuenta su triste caso. Le han robado la
otros seres racionales como fines en sí mismos,
_, - - 0-' _ .~" ~ " __" ~,_ ~.,~' ~ •
cartera con todo su dinero esa misma mañana y
con el resultado de poder considerarme yo mismo debe estar al día siguiente sin falta en París. Traba-
también fin, no instrumento.ino cosa. De la vali- ja en la casa Cartier -me enseña el telegrama que
d~z ética de la acción nadie puede juzgar desde le reclama a sus obligaciones para el día siguien-
fuera, sólo el sujeto en el momento de la decisión; te- y ya ha dado parte a la policía de la sustrac-
tampoco contamos con un concepto acuñado ob- ción sufrida -exhibe también una especie de res-
jetivamente por la razón, sino más bien con idea- guardo de la denuncia en comisaría-o Necesita
les, mitos, símbolos con los que cada cual tiene dinero para el billete de un tren que sale hacia la
que vérselas en la soledad de lo más íntimo. Allí capital francesa hora y media después que el mío.
donde se busca el más imprescindible y global Me lo puede devolver mañana mismo en París, en
sentido no hay certeza. Sentido y certeza se opo- mi hotel. Incluso me ofrece como eventual fianza
ncn, como entraña y exterioridad. Sólo cabe na- el reloj de pulsera, de apariencia costosa, que lleva
rrar los meandros de la búsqueda, la contradic- en la muñeca. Debo tomar la decisión de inmedia-
ción de las opciones, el riesgo de la valoración y to. La historia es tan verosímil que puede perfecta-
los motivos. A su modo -magistral y poético- mente ser inventada. Los documentos que me
así lo hicieron Shakespeare, Dostoievski, Proust... muestra en un apresurado revoloteo y que yo exa-
¿Cabría intentar un análisis semejante desde la mino apenas no prueban nada. Por otra parte, su
narración filosófica, desde un raciocinio que a la vez rostro me resulta simpático, inspira confianza,
se aferra a la disección desde dentro de un gesto pe- muestra perfectamente los síntomas de un angus-
ro sin desatender la exigencia de la universalidad? A tiado embarazo pero sin excesiva premiosidad ser-
continuación intentaremos una aproximación a tal vil o rapaz. Sólo un detalle en contra: su color un
juego especulativo. poco demasiado oscuro de piel, el aire marroquí. Y
Estación de Chamartín, en Madrid. Faltan po- esto es lo que me decide. ¿Será posible que vaya a
cos minutos para la salida del Talgo pendular hacia negarle a este joven la ayuda que le concedería de
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buen grado si fuese rubio o pelirrojo? Le doy Tractatus, por quienes suponen que hay más clari-
quince mil pesetas, advirtiéndole que es la reserva dad reveladora en las sanguinolentas vísceras de las
económica que llevo para el fin de semana, por si aves o en el caprichoso embrollo de los sueños que
gasto todos los francos que he cambiado en Ma- en el corazón racional del hombre. Asumo tam-
drid. Por su parte, toma nota cuidadosa de la di- bién que es en mi donde se ha tomado la decisión
rección y teléfono de mi hotel. Me despide son- que vaya comentar, no en la trama socioeconómi-
riente, familiar, diciendo con humor que le he ca de los determinismos históricos ni en las ciegas
salvado la vida. Subo al tren bastante satisfecho, exigencias de unos genes llegados un poco dema-
satisfacción casi aumentada por una leve inquie- siado tarde a un problema suficientemente antiguo
tud. Al día siguiente, el amigo que espera en París como para pasarse de ellos. Las cláusulas anterio-
se pasma de mi credulidad. Por supuesto, nadie res son una vía negativa para situar la libertad de la
acude a mi hotel a devolverme nada ni hay llama- que parto. Tal libertad de optar entre diferentes
das telefónicas de agradecimiento a mi nombre. motivos es en cierta forma muy real, pero en otro
Como era perfectamente previsible para cualquie- sentido engañosa, diría Schopenhauer, pues no to-
ra menos ingenuo que yo, he sido pura y simple- ma en consideración el no elegido carácter inteli-
mente estafado. He quedado como un idiota, pero gible que condiciona la opción. De este último nú-
escudriñando mi corazoncito no consigo arrepen- cleo inescrutable también vamos a pasamos aquí.
tirrne del todo. No me atrevo a decirlo, me burlo Seré, durante un rato, algo así como ese centauro
de mí mismo, pero en el fondo pienso que he ac- metafísico, el sujeto trascendental con biografía...
tuado racionalmente, es decir, con ética. El primero de los motivos que se me ocurren
¿Cuáles fueron los motivos de mi gesto? Inten- para mi acción puede parecer demasiado superfi-
taré elucidarlos hasta donde sea capaz. Me refiero cial a quien espere algo de tipo más sublime: a mis
a motivos comprensibles y al menos parcialmen- ojos, tal superficialidad -caso de darse-e- en mo-
te conscientes: no niego que puedan existir otros do alguno le descalifica. Es la cortesía. .C onsidero
-latentes, extirpados traumáticamente de mi con- las formas de trato uno de los adminículos más
sideración o que jamás la alcanzaron, equívoca- preciosos de la convivencia civilizada y cuanto su-
mente formulables-, pero si los hubiere, admito pone respeto, elegancia y miramiento creo que fi-
francamente que no me inquietan en demasía. gura entre las razones para asentir a la tantas veces
Respecto a ellos, no consultaré a los petulantes y penosa obligación de la existencia. Soy ferviente
ambiguos arúspices del momento. Hago mío el partidario de lo que Nietzsche denominaba «pa-
desdén de Spinoza, al comienzo de su admirable thos de la distancia», que no excluye la familiaridad
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ni la cordialidad, sino que las funda. La llamada la muy sociable disposición de querer dar gusto, de
«espontaneidad» carente de modales, que la indi- reconocer y honrar la calidaddel otro. Implica dis-
gencia mental o la pereza suelen contraponer a lo ponibilidad voluntaria: para servirle a usted. Tam-
que denominan «hipocresía» y no es sino educa- bién incluye una cierta facilidad para dejarse per-
ción, carece a mis ojos del más ligero atractivo. En suadir; cortesía es no ofrecer excesiva resistencia a
realidad, ese atropello del derecho ajeno a la reser- las exigencias, caprichos o súplicas de quien nos
va y la integridad nos muestra simplemente la ín- requiere. Ante la solicitud del desconocido, mi pri-
dole brutal, quizá primigenia, que lleva al duelo a mer movimiento naturalmente social -aquel del
muerte o al sojuzgamiento. Como hoy el duelo ya que Nietzsche en su Genealogía de la moral aconse-
no es frecuente, quien nos aborda sin requisitos ni jaba desconfiar «porque siempre es bueno»- es
cuidado se convierte en una suerte de tirano al que ceder a su petición. Negarme hubiera implicado
padecemos sin derecho a rebelión. A los niños, una explícita desconfianza o, al menos, una desa-
que carecen de poder ejecutivo, se les puede tole- tención a su problema. Cierto que en este caso se
rar cierto amable despotismo y aun encontrarles me pedía algo de más precio -que no de más va-
gracia, pero los adultos que por desdicha o descui- lor- que una palabra amable o una zalema opor-
do han recuperado la negligencia de trato infantil tuna, pero mi condicionamiento previo me incli-
merecen la horca. La falsa cuestión que presenta el naba a ese sacrificio. A fin de cuentas, nadie debe
dilema entre corteses depredadores y honrados ignorar que ser caballero cuesta bastante dinero...
groseros no merece más que una respuesta: ¡pron- Con todo, la cortesía no puede aspirar más que
to, los villanos! Por lo demás, la elección es truca- a la epidermis del alma y al impulso ético es lícito
da, pues toda auténtica honradez nunca es simple- suponerle mayor profundidad. Habrá que seguir
mente tosca. Cierto que la cortesía nació de un ahondando, pues. Se me ocurre ahora que quizá
temor al otro (y tal temor merece sin desdoro el atendí a mi postulante por compasión. Este géne-
calificativo de reverencial), pero ya se ha convertido ro de temblor interno fue desacreditado por varones
en estética de la discrecion y su inicio cautamente de tan claro ingenio como Spinoza o Kant, pero
sobrecogido queda sublimado. Exijo cortesía de no carece de adeptos ilustres, digamos Jesucristo y
los otros y me la exijo; nada me avergüenza mejor Schopenhauer. En líneas generales, empero, la ca-
que los momentos en que por cólera u otro desva- ridad no está de moda; se la posterga ante la justi-
río falto a ella. Pues bien, toda cortesía -además cia o el cinismo, y por mi parte confieso no estar
de un dispositivo de distanciamiento- comporta seguro de que no perdamos algo en el cambio.
también un cierto homenaje. Ser cortés es mostrar Creo que mi disposición personal es francamente
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compasiva, pero más bien en el sentido desaconse- lación del yo propio, como reclamó Schopen-
jado por Spinoza y Kant que en el recomendado hauer, sino más bien su resguardo: salgo de mí pa-
por Schopenhauer. Mi compasión proviene de una ra proteger el núcleo infectado de mi dominio por
sensiblería autoindulgente, es decir, de lo más medio de una maniobra de diversión. No hace fal-
opuesto a la negación del propio yo y la abolición ta suponer maliciosamente complacencia en el mal
del egoísmo en las que el autor de El mundo como ajeno para comprender que mi piedad por él no
voluntad y representación cimentó su ética. Me es puede ser desinteresada; junto al otro doliente me
tan habitual compadecerme a mí mismo que por siento mejor, en el sentido terapéutico y también
extensión soy fácil a la piedad hacia los demás. De moral del adjetivo. Es por instinto de conservación
cualquier modo, me cuesta admitir que pueda ha- por lo que no sabría renunciar a ser compasivo. De
ber algún tipo de compasión que no nazca de la modo que al ver un prójimo agobiado por zozo-
autocompasión. Si uno borra o logra superar la re- bras demasiado familiares aquella noche en la esta-
lación directa con el dolor -o, lo que es igual, si ción de Chamartín, quizá tuve que prestarle ayuda
uno logra olvidar la obligación de ser yo-, ¿de para -por tal vía compasiva- tonificar mi alma
dónde obtendrá la información sobre el sufrimien- dolorida, mi yo maltrecho.
to que le mueva a piedad? ¿Cómo va a compadecer Hablo del yo y digo que ni en la compasión lo-
quien ya no padece? En el daño ajeno recupero la gro verlo anulado o disminuido, como se nos pro-
evidencia del propio, y éste me da la clave para metía. ¿No será en último término el culto a ese
comprender aquél. Sufre así el compasivo de dos yo la verdadera y sólo superficialmente paradójica
maneras y es la compasión una como redundancia razón de mi rasgo de desprendimiento? Probable-
del dolor, según denunció Nietzsche. Pero quizá mente he hecho el gesto que gloso por vanidad.
hay también en el movimiento piadoso un intento Esta pasión es demasiado detestada, se la desprecia
de aliviar el padecimiento por medio de su más o aborrece con exceso si reparamos en los compa-
amplio reparto, intentando diluirlo en la vasta im- rativamente escasos males que puede causar, con-
personalidad. El gnóstico Valentín aconsejaba a sus trapesados por muchos bienes públicos; pero la
discípulos que aprendiesen a compartir entre to- culpa de este denigramiento tan abultado la tiene
dos la muerte a fin de que un día ésta misma llega- ella misma, como bien señaló uno de sus mejores
se a morir. Algo hay también de semejante distri- analistas, el caballero Mandeville: el vanidoso es
bución redentora en la disposición del compasivo universalmente detestado -y desde luego ridiculi-
que se aligera del fardo propio ayudando a llevar zado, es decir, rebajado- porque su explicitud
los ajenos. Pero este movimiento no implica anu- hiere la vanidad latente de los demás. La sociedad
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es un pacto mutuo de vanidades controladas, disi- amor propio, y es tanto más imprescindible cuanto
muladas, y cuando alguien rompe la reserva im- más original e inconformista sea el papel que se
puesta es perseguido sin misericordia. La desme- pretende representar. Salvo que consideremos la
sura del rechazo está en relación directa con el virtud solamente como una forma excelsa de adap-
esfuerzo propio por mitigar socialmente la auto- tación al medio -noción por cierto deprimente y
exaltación. Por lo demás, nadie está totalmente li- creo que reductiva, pero a la que no falta funda-
bre de ella: las personas inteligentes nunca son mento-, deberemos reconocer que la vanidad es,
verdaderamente modestas, sólo discretas... en el si no la recompensa, por lo menos un requisito pa-
mejor de los casos. La vanidad está íntimamente ra la creación de una identidad propia no mera-
ligada a los aspectos de representación que configu- mente mimética. Es la más calumniada y la más es-
ran cualquier vida humana: esto es algo que vieron timulante de nuestras garantías de independencia.
perfectamente los moralistas y psicólogos france- Quizá querer ser admirada y admirablemente bue-
ses del siglo XVII, expertos máximos en la cuestión, no (aunque el sujeto de tal admiración no fuese
con La Rochefoucauld a la cabeza. Hay que enten- más que «el hombre que siempre va conmigo», es
der «representación» en su doble uso teatral y po- decir, yo mismo, y de momento nadie más) resultó
lítico, desde luego. Que este mundo es una especie motivo suficiente para mi gesto, que tan adecuada-
de drama o comedia en el que cada cual debe asu- mente representó la generosidad sin cálculo.
mir con mejor o peor arte su papel y a la vez ser es- Cortesía, compasión, vanidad... motivos quizá
pectador de la interpretación de los demás es un demasiado individualistas, burgueses, de escasa
lugar común desde nuestros padres griegos; que proyección comunitaria. Puede que haya que bus-
cada uno de nosotros encierra una frecuentemente car razones de otro orden para mi decisión: ¿no las
alterada asamblea de impulsos y urgencias contra- habrá <polfizca.f, 'aunque deriven antes de la mala
puestas, siendo la identidad que exhibimos o en la conciencia que de la convicción revolucionaria?
que nos atrincheramos nada más que la delegada Después de todo, yo bien pude intuir más o menos
por compromiso del conjunto, siempre con fuerte la estafa que se tramaba y empero aceptarla..Mi de-
oposición, es cosa que el endemoniado de Gadara predador era alguien que por necesidad o desafío
-cuyo nombre era Poseído por Legión- y el no se sometía a las leyes de esta «sociedad de pro-
doctor Sigmund Freud, de Viena, difícilmente pietarios» en la que vivimos, según Ciaran la más
hubieran intentado negar. Ambos juegos exigen aborrecible de todas. Ello pudo prestigiarle ante
una cierta flexibilidad inventiva y notable convic- mis ojos y acepté convertirme en víctima para pur-
ción; a esta última es a la que suele denominarse gar mínimamente mi pertenencia -no demasiado
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lamentada por lo común, a fuer de sincero-- a la tigo a la futura delincuencia a que su marginación
clase poseedora. Quizá la propiedad, así, sin más, les obliga). Ayudé a ese desconocido no tanto por la
no sea un robo: pero hoy está tramada en tal red de confianza cortés que despertaba, sino por la repug-
explotación y usura, está inscrita en una estructura nante y semiautomática desconfianza que podía
tan evidentemente fundada en el hambre de mu- suscitar. No descarto que le ayudase como una for-
chos, la ignorancia o el adoctrinamiento miserable ma de sabotearme, como una muestra de tímida
de tantos, la violencia organizada de todos, que re- simpatía por lo que me desmiente.
belarse contra ella nunca puede parecer algo en sí Estas calas intencionales pudieran parecer sufi-
mismo reprochable a las almas menos cómplices. cientes; si no lo son, bastan al menos para justificar
¿No deberíamos empezar ya a desobedecer siste- el abandono de una tarea que puede prolongarse
máticamente sus convenciones como primer paso interminablemente. Sin embargo, algo me parece
para revocar de una vez por todas su imperio enrai- que falta en ellas, un cierto estilo de apasionada
zado en equívocos, tinieblas y temores, pero ampa- universalidad. He mencionado motivos que de un
rado por las banderas respetadas de la «utilidad» o modo u otro resultan costumbristas, psicológicos,
la «necesidad económica»? Además hay que consi- peculiarmente históricos: siento que aún no he to-
derar ese tono oscuro de la piel, esas facciones algo cado un impulso más fundamental y previo, que en
abultadas aunque correctas, ese pelo ensortijado. cierto modo los posibilita. Aquel que me pidió ayu-
La importancia política de estas señas de identidad da apeló en mí a lo más mío, que compartimos: la
resulta doble: en primer lugar, despertó en mí la palabra humana. En esa palabra reconozco, instin-
siempre imprescindible reserva antirracista (nadie tiva y reflexivamente, lo que ha de ser respetado, y
puede ser realmente indijerente ante la pluralidad no por altruismo, sino por defender aquello que
racial, es un atavismo que nos viene de demasiado me descosifica, lo que me caracteriza librándome a
lejos; no hay más remedio que ser o racista -que la par de la identidad del objeto. En responder a la
es lo natural e ínnoble- o antirracista, que es una palabra que se me dirige -palabra que solicita,
artificial y valiosísima elaboración reflexiva, pero pre- compromete, quizá miente, palabra que oculta tan-
caria y que, por tanto, ha de ser permanentemen- to al menos como revela-, en hacerme cargo con
te reafirmada); secundariamente puso en marcha plenitud de esa palabra hay el propósito en que me-
mecanismos de solidaridad con las víctimas ter- jor me reconozco: que pase lo que pase no se hable
cermundistas del orden productivo que a la vez las en vano. Rescatar la posibilidad de comunicación
saquea y las teme (individuos desarraigados en ciu- racional -sede de la única libertad que podemos
dades ajenas, en las que se les hostiga en previo cas- señalar sin ambages como tal- de la conspiración
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de violentas necesidades que intrigan para anularla, ejemplo y no otro. Su resultado, según la común
he aquí donde la reclamación de 10 humano se consideración objetiva, no tuvo nada de glorioso,
atrinchera. A esta reclamación llamo precisamente fuc un engaño. La buena voluntad se convierte cru-
ética y no sabría encontrar nivel de causación más damente en uno de los requisitos de fraude, y cual-
genérico ni más hondo para mi gesto. Mi interlo- quier intento por mi parte de llevar la cabeza de-
cutor, allí en la estación de Chamartín, en las ur- masiado erguida obtendrá UIÍa adecuada sonrisa de
gencias de la partida de mi tren, no me concedió conmiseración. Había que librarse así de la tenta-
tiempo para indagar en su palabra, para confron- ción de lo sublime, que destiñe en seguida sobre la
tarla con otras y con los hechos, para realizar fintas reflexión ética. Visto desde fuera, no hubo más que
frente a y con ella: había que aceptar o rechazar so- un delito menor, poco más que una broma, y la cre-
bre la marcha. En tal apremio, lo que de veras me dulidad colaboró con la astucia para lograr un tru-
interesaba resguardar de la pérdida no era el dine- co de prestidigitación. Que no sea más que eso está
ro, sino la palabra. ¿De qué me hubiera servido muy bien. Pero todo lo que cuenta para el hombre
marchar sin ella, pero con quince mil pesetas de estuvo allí -nada dramáticamente, por cierto-
más? En caso de duda, cuando no sabemos lo que puesto en juego, y hubo que bailar en esa Rodas,
se trama ni lo que ocurrirá luego, hay que aferrar- inesperada como todas, impuesta por el no-yo: y
se a lo más sólido: que no se hable en vano. Y tal saber esto también está muy bien.
fue mi respuesta, la única racional -o sea,
coherente con mis verdaderos intereses, con lo más Desde fuera, ya lo hemos dicho, lo específico
ilustrado de mi egoísmo- que quise dar. de la ética se pierde: por eso, para desesperación
¿Por qué he elegido comentar este caso concre- de resentidos y chismosos, la moral es orientación
to, si no precisamente por ese tren a punto de de la acción propia, pero no instrumento de juicio
arrancar que no concede plazo para una delibera- sobre la ajena. Y es que los ingredientes que hay
ción exhaustiva, ese tren que urge y acelera la siem- que tomar en consideración para valorar cualquier
pre precaria decisión? Pues decidir alguna vez sin decisión no están al alcance de nadie, salvo del su-
premura ni agobio, con pleno conocimiento de lo jeto, y ni eso. En un tratado griego del siglo V an-
que está en juego, es un don que nos está negado tes de Jesucristo sobre las epidemias se encuentra
en cualquier disyuntiva de mediana densidad. Op- la siguiente lista de los datos que un médico tiene
tar es riesgo y desafío: dar un salto. También tiene que considerar al examinar a un enfermo: «La na-
algo de apuesta -¡no rebullas, Pascal!-, y aquí turaleza humana universal y la naturaleza propia
viene la segunda razón de que haya contado este de cada persona; la enfermedad, el enfermo, las

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sustancias administradas, quién las administra y lo to de vista de la acción, en lo que a la ética, o sea, a
que de ellas puede resultar para bien o para mal; la la libertad racional, concierne, jamás puede ser
constitución general de la atmósfera y las consti- sustituido por la mirada objetiva atenta a los resul-
tuciones particulares, según las diversidades del cie- tados. El médico pretende expulsar del enfermo
lo y del lugar; los hábitos, los regímenes de vida, una anomalía y se pone, por tanto, fuera de él para
las ocupaciones, la edad de cada uno, las palabras, las empujar mejor (el puritano, que nada sabe de mo-
maneras, los silencios, los pensamientos, los sue- ral y no habla nunca de otra cosa -por lo común
ños, los insomnios, las cualidades, los momentos pertenece al clero o a la clase política-, quisiera
de los sueños; los gestos desordenados de las ma- ser del mismo modo un sanador de almas, aunque
nos, las picazones, las lágrimas, los paroxismos, las buscando groseramente la curación del espíritu
deposiciones, la orina, los esputos y los vómitos; ajeno y no al menos por el espíritu, como reco-
la naturaleza de las enfermedades que se suceden las mendó Stefan Zweig), pero nada hay en la ética
unas a las otras; las defecaciones que anuncian ruina bien entendida de juego de recetas que se asesta al
y crisis; el sudor, el enfriamiento, el escalofrío, prójimo para humillarle, entristecerle o dominarle
la tos, el estornudo, el hipo, los eructos, los ga- -releamos siempre a Spinoza- bajo el pretexto
ses silenciosos o ruidosos, las hemorragias y las he- de su salud, sino que consiste en la reflexión sobre
morroides» (citado por Detienne & Vernant, Les la propia utilidad y alegría: de aquí que situarse en
ruses de l'intelligence). Sería presunción o intolerable el exterior del núcleo activo desde donde la deci-
ligereza suponer que cualquier diagnóstico moral sión es tomada desvirtúe la capacidad de valora-
exige menos datos. Y aun si los reuniésemos, nues- ción. Cuando el pensador moral -es decir, el que
tro caso, cuando se trata de juzgar la acción ajena, reflexiona sobre lo moral- se ve sustituido por el
nunca será simétrico al del médico: respecto a ella, moralista -o sea, quien dispensa reconvenciones
estaremos permanentemente descolocados'. El pun- y encomios a los sujetos morales- se produce un
fenómeno de antipatía y rechazo entre los que más
+ El vicio de la censura moral se descalifica por sí mismo: lo que valoran su libertad. El moralista cultiva un inme-
Xierzschc o Max Scheler escribieron respecto al resentimiento no ha
perdido ni un ápice de vigencia. En cuanto al elogio moral, todo Jo que
diato despotismo, pretende ante todo zanjar la
puede decirse lícitamente está resumido en estas líneas de joseph cuestión y, desde luego, no se aviene a la paciente y
Conrad: «No niego que el hombre pueda ser una criatura maravillo-
sa, pero no es probable que ello se descubra en el transcurso de su
minuciosa atención prescrita por el antes citado
vida, ni ocurre tampoco COn frecuencia una vez que la ha abandona- Tratado de las epidemias. Lo que efectivamente hay
'do, La maravilla del hombre es algo oculto, porque los secretos de su
corazón no son lectura para el prójimo.En cuanto al trabajo del hom-
resulta así minusvalorado, cuando no del todo eli-
bre, si está bien hecho no cabe ya decir más» (Notas de vida y {erras). dido. Este reproche lo expresaba muy bien Clé-
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ment Rosset en una reciente consideración de Sar- trega del sujeto a la cosa es la forma que reviste
tre, para él prototipo de moralista: «Esta desaten- hoy la hostilidad al pensamiento» (Consignas). Del
ción a lo real es a mis ojos la marca más caracte- querer que juega un papel esencial en ese «ner-
rística del moralismo, ya emane de Sartre o de vio y experiencia» es de lo que la reflexión ética trata,
cualquier otro autor prendado de la moral. Y tam- y por ello no se le puede reprochar desatención a lo
bién aquí estriba -siempre a mis ojos- lo que de real, pues sin ella nunca comprenderíamos del to-
desagradable hay precisamente en toda moral: no do la atención que a lo real dispensamos. El mora-
solamente erigirse en juez y pretender obligar a lista, en cambio, escamotea la complejidad inago-
cada cual a seguir su propio punto de vista -lo table de lo que efectivamente hay para atajar hacia
que ya es, por cierto, pasablemente desagrada- su telas: establecerse al fin como único censor váli-
ble-, sino también y más profundamente hacer do. Propósito, por cierto, casi siempre explicable a
desaparecer el objeto de que habla en provecho de la luz de la ambición de control ideológico y pri-
las instrucciones que espera obtener de él, algo así macía política, o de la competencia subversiva con
como quien se desembaraza de un envoltorio vacío el dominio ya vigente.
después de su uso. La moral dispensa de 10 real; es De la ley que el alma busca y bajo la que se de-
justamente su privilegio y su primera motivación, bate, de la ley antes de la cual no puede hablarse de
así como también la razón de su eterna populari- libertady tras la cual hay que explicar concienzuda-
dad» (<<Question sur Sartre», en Le Débat, núme- mente ese concepto para que no suene a ultraje o
ro 35, mayo de 1985). Tiene razón Clément Rosset sarcasmo, de la ley que suscita -o mejor, en la que
al mostrar su enojo especulativo ante la volatiliza- consiste- el anhelo de la ética, oímos hablar en es-
ción de lo objetivamente dado por culpa de la prisa te párrafo de un libro magistral sobre el nacimien-
moralista de obtener la normativa cuya obliga- to griego de la filosofía: «Prodigar bendiciones,
toriedad pretende difundir; pero parece descono- brindar prosperidad es el aspecto positivo de su po-
cer que nuestra forma de entrar en posesión de lo der distribuidor; el lado negativo es la venganza
objetivo comporta conciencia nítida de lo que el contra el transgresor de las lindes definidas. Co-
sujeto realmente quiere. Por decirlo con palabras rrespondientes a estos dos aspectos, nomos y Moira,
de Adorno: «La verdad no es el resto que subsiste que considerados sólo en sus asociaciones pura-
después de la supresión del sujeto. Antes bien, éste mente espaciales parecían casi indistinguibles, tien-
debe poner todo su nervio y experiencia en la con- den ahora a divergir. La Moira, siempre estática, o
sideración de la cosa para, en el caso ideal, desapa- sea, un sistema antes que una fuerza, se inclina ha-
recer en ella. La desconfianza que inspira esta en- cia el aspecto negativo: limita y prohibe. Nomos,
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por el contrario, es dinámico y positivo: aunque La necesidad de la ética
implica la fija limitación de un territorio o domi-
nio, quizá ese vocablo había designado siempre la
conducta normal prescrita y respetada en una re-
gión y, de ese modo, la costumbre. Parece que el
término ethos cuenta con una historia similar. Su
sentido más antiguo es habitáculo, el lugar en que
uno se mueve; más tarde pasó a significar costum-
bres, conducta establecida, hábitos. De esta suerte,
Moira designa el límite de lo que se puede hacer y,
a la vez, de lo que sucederá si se rebasa tal frontera» Con alarmante frecuencia, al plantear preguntas
(Francisc M. Cornford, De la religión a la filosofía). éticas o intervenir en debates que tienen trasfondo
Lo que la ética pretende es, con toda precisión, ex- moral, oye uno decir: «pero ¿acaso puede hablarse
plorar «el lugar en que uno se mueve». Y no sólo de ética en este mundo en que vivimos?». Parece
determinar nuestros derechos positivos y las re- que ética (o la moral, pues utilizaré indistintamente
nuncias que debemos asumir, no sólo comprobar estos dos términos no del todo intercambiables) re-
los lazos entre la energía de la acción y la categori- sulta demasiado inverosímil en nuestro momento
zación de lo inmutable, sino también lo que hay histórico. Tal inverosimilitud presenta dos niveles,
más allá y más acá del trazo que nos demarca: cuál uno inmediatamente práctico y otro que pudiéra-
es su raíz -razón- y su sentido, qué nos sucederá mos calificar como teórico. Según el primero, el
cuando rebasemos la frontera. mundo contemporáneo es un cenagal tan acabado
de concupiscencias, egoísmos y violencias que resul-
ta del todo risible invocar a la moral para que venga
a ayudarnos en semejante contexto. Sería como si
alguien que cayese desde un avión a varios kilóme-
tros de altura confiase en utilizar como paracaídas
una hojita de papel de fumar... El segundo nivel ex-
plica que la ética ha perdido su razón de ser operati-
va en el momento presente, al ser sustituida por
otros sistemas de interpretación y orientación de la
acción humana justificados racionalmente con rna-
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yor contundencia cientffica. El discurso ético es sólo vilecen las democracias, la barbarie de los enfren-
una supervivencia tradicional y algo maniática de tamientos nacionalistas o de las persecuciones xe-
épocas pasadas, como la astrología, sólo empleada nófobas, etcétera, resulta inevitable asumir que el
hoy por embaucadores peor o mejor intencionados siglo veinte, como asegura el célebre tango, «es un
para solaz de los lectores menos exigentes de la prodigio de maldad insolente» y que en él las in-
prensa diaria. Merece la pena intentar decir una pa- vocaciones éticas suenan tan poco adecuadas como
labrita sobre ambos niveles de la presente «inverosi- las carcajadas en un funeral.
militud» de la propuesta moral. Sin embargo esta línea argumental comete un
¿Vivimos tiempos especialmente inhóspitos básico error de planteamiento. Parece darse por su-
para la ética? Quienes así lo afirman se basan en un puesto que el discurso ético sólo es pertinente allí
somero repaso a la catadura del siglo que acaba: donde el respeto a los principios morales es mayori-
dos tremendas guerras de alcance mundial con mi- tario y evidente. Lo cual, claro está, no ha ocurrido
llones de víctimas, secundadas por cientos de con- nunca. El mundo en el que vivieron Aristóteles, Spi-
flictos menores más localizados pero no menos noza o Kant no era menos propenso a las atrocida-
destructivos; la puesta en práctica de totalitarismos des que el nuestro aunque sus limitaciones técnicas
ideológicos que han justificado con inhumana efi- o lo sumario de las comunicaciones reduzcan Ca
cacia el exterminio de capas sociales de la pobla- nuestro juicio contemporáneo) el alcance especta-
ción civil y aún de etnias enteras; también se han cular de las mismas. La exigencia ética siempre ha
patentado los campos de concentración y armas estado en dramática minoría frente a la realidad his-
para la destrucción masiva de un alcance nunca so- tórica mayoritaria. Nunca ha sido la voz de lo domi-
ñado antes en la nutrida historia de la criminalidad nante, de lo en efecto ya cumplido, sino la demanda
política; pese al desarrollo industrial y tecnológi- a veces soterrada y a veces clamorosa que se opone a
co, un tercio de la población mundial padece ham- lo supuestamente inevitable. Tanto su dignidad co-
bre, en muchos países latinoamericanos es triste- mo su urgencia provienen de esa disidencia, de ser
mente común el abandono y asesinato de los la articulación crítica de cierto inconformismo no
niños, incluso dentro de las naciones más desarro- partidista. Reservar la pertinencia de la palabra mo-
lladas hay grandes bolsas de miseria urbana y las ral para el mundo ya del todo moralizado equival-
agresiones a nuestro entorno ecológico hacen te- dría a desnaturalizar y castrar su propuesta, que es
mer graves peligros para la vida humana en el pró- tensión y alarma frente a lo simplemente dado. El
ximo futuro; si a todo ello se unen los frecuentes empeño ético siempre está comenzando de nuevo:
casos de corrupción política y económica que en- nunca se reifica en lo garantizado. Si hay algún acen-
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to triunfal en su tono no es como grito de victoria de la libertad moral. Algunas de las voces literarias
sino como aliento de resistencia. más lúcidas de nuestro siglo (Eugenio Zamiatin en
Se oye repetir sin cesar el tópico sobre la «cri- Nosotros, George Orwell en 1984, Aldous Huxley
sis de los valores». Pero lo que resulta auténtica- en Un mundo feliz, etcétera) nos advirtieron ya de
mente valioso en los valores es su sempiterno esta- que lo peligroso de la utopía contemporánea no es
do crítico, la estimulante llaga que mantienen abierta su carácter de cosa irrealizable, sino precisamente
entre lo que se consigue y 10 que se merece, entre lo contrario; que puede ser realizada. Pero su
lo que es y lo que quisiéramos que llegara a ser. realización, que impone el bien por vía política,
Los valores no desaparecen porque no se cumplan médica, tecnológica, etcétera, no representa la rea-
las mejores aspiraciones sino en todo caso por el lización terrena de la Jerusalén celestial de la ética
olvido de la aspiración misma: pero el lamento en sino su abolición definitiva y atroz.
tomo a la «crisis» o aún «muerte» de los valores Los totalitarismos de nuestro siglo son utopis-
indica que siguen vivos y activos. Lo realmente in- mas cumplidos (es significativo que sea a raíz del
quietante sería que algún día llegara a creerse que hundimiento histórico de los regímenes comunis-
los valores ya han triunfado, que se han establecido tas cuando más se lamente el final de la «utopía»),
de modo inapelable. Ese satisfecho homenaje sí tal como algunos quisieran que llegara a serlo la
que resultaría póstumo... Tal es el defecto de las visión paternalista del capitalismo que hipostasía
utopías. Suele deplorarse en la actualidad la deca- la Salud Pública y el Provecho Financiero. Desde
dencia o definitivo abandono de la utopía, consi- un punto de vista ético, el descrédito de semejan-
derándolo síntoma inequívoco de una pérdida de tes proyectos de non plus ultra social es una señal
ímpetu moral. Nada resulta menos evidente. La de cordura y salud moral, no de conformismo. Sin
utopía aspira a un Estado (político y también mo- embargo, hay quien se alarma con buena fe ante
ral) perfecto, en el que todos los valores se realicen esta renuncia y teme que signifique la pérdida del
sin contradicción entre ellos, donde el ser de las impulso ético de transformación social, aquel
cosas y su deber ser coincidan por fin y para siem- «Principio Esperanza» del que habló con elocuen-
pre. Se trata, teóricamente, de un estado acabado, cia filosófica y poética Ernst Bloch. Y por tanto
es decir: del estado terminal de la sociedad... en el tratan de distinguir entre la «utopía» propiamente
sentido más clínico de la palabra «terminal». El dicha, cuyos malos resultados han quedado claros,
mal habrá sido para siempre erradicado, imposibi- y el «anhelo o ímpetu utópico», más abierto, una
litado: pero con el «mal» desaparece también la especie de tendencia ética que rescata del simple
pregunta crítica sobre el bien, elemento insustituible pragmatismo político con urgencias de solidaridad

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y justicia. La intención puede ser buena, pero la dundar en la misma tesis. Pretenden apoyarse en lo
propuesta no resulta imprescindible. Sin necesi- que -kantianamente- podríamos denominar «las
dad de «utopías» ni de «anhelos utópicos», la mo- condiciones de posibilidadsdelamoralmisrna. Se-
ral ha tenido siempre ideales. Es decir, conceptos gún ellos, el mundo moderno es refractario al pro-
límite de excelencia en el comportamiento indivi- yecto ético no por su exceso de perversidad sino
dual o en las formas de convivencia hacia los cua- por su exceso de complejidad. Para funcionar sa-
les se tiende de manera inacabable (pero no «inde- tisfactoriamente, la moral requiere una comuni-
finida»), A diferencia de la utopía, el ideal es lo dad razonablemente homogénea cuyos miembros
que nunca puede darse por acabado: cada uno de compartan unos cuantos valores básicos y tengan
sus avances amplía sus perspectivas, obliga a una respeto por una tradición común. Sobre todo, es
revisión crítica de sus postulados a la vista de sus necesaria una sumisión de los juicios individuales al
logros y mantiene viva la inquietud racional que criterio social que establece con el respaldo de la
nos impide identificarnos beatíficamente con cual- mayoría los rasgos de lo que deber ser tenido por
quier organización social ya establecida. El utopis- virtuoso y por vicioso. Resulta evidente que las cir-
ta sostiene que la verdadera vida sólo comenzará cunstancias actuales -es decir, las circunstancias
cuando se haya alcanzado la comunidad perfecta, que podemos considerar más comunes en los países
mientras el idealista opina que la verdad moral de desarrollados del mundo- no favorecen en nada
la vida es el inacabable perfeccionamiento de la co- tales requisitos. La culpa de esta situación hay que
munidad. El primero reacciona ante los desastres buscarla en el origen mismo del orden intelectual y
ético-políticos del mundo en que vivimos con re- sociopolítico moderno, ya desde el Renacimiento,
sentimiento y desesperación, el segundo con tóni- pero sobre todo en el contexto histórico revolucio-
co desasosiego y sentido de la responsabilidad. nario nacido de la Ilustración dieciochesca. A lo
¡Ojalá la decadencia de las utopías significase la re- largo de este proceso se pierde la unanimidad espi-
vitalización de los ideales! ritual del medievo y desaparece el sueño de un Im-
Hasta este punto hemos venido hablando de los perio que aunase las diferencias políticas en torno a
argumentos prácticos (circunstancias históricas, el la doctrina de la Iglesia cristiana. Se fragmenta la
descorazonador estado actual de los estados de este autoridad unitaria, tanto religiosa como estatal: co-
mundo ...) que suelen esgrimirse para considerar bra fuerza el libre examen y la pluralidad de nacio-
inverosímil la invocación ética, aquí y ahora. Pero nes, mientras que los descubrimientos geográficos
ya dijimos que hay otro tipo de razonamientos, de diversifican hasta el relativismo los sistemas cultu-
factura más teórica o especulativa, que vienen a re- rales conocidos. La Ilustración es particularmente
58 59
dañina porque corroe con su crítica antitradiciona- Los esfuerzos más atendibles por superar estas
lista y laica los valores más sólidos hasta entonces dificultades éticas de la modernidad buscan el re-
respetados, propugna al individuo racionalista co- medio en esa misma Ilustración de donde provie-
mo capaz de fundar los criterios valorativos de la nen las amenazas. La ampliación del mundo cono-
nueva era y exige además una universalidad ética cido y el fin de las comunidades tradicionales no
para imponer etnocéntricamente un modelo abs- sólo es factor de disgregación: también pone en
tracto de humanidad sobre la diversidad comunita- contacto con aspectos que enriquecen la imagen
ria realmente existente. La pretensión universal de de lo humano y testimonian su irrenunciable di-
la ética se hace más imperiosa precisamente dentro versidad. Los modernos hemos aprendido que se
del sistema cultural cuyo individualismo y antitra- puede ser hombre de muchas maneras, algo que
dicionalismo la convierten en imposible... siempre desconocieronlos grupos tribales primi-
¿Pueden resolverse las dificultades planteadas tivos que se llamaban a sí mismos «los Hombres»
por estas objeciones, si es que son ciertas, o refu- o «la Gente». Pero esa diversidad no es oposición
tarse convincentemente si es que no lo son? Quie- irreductible ni expresión de una diferencia eterna
nes se las toman más en serio constituyen una que debe mantenerse siempre antagónica o por lo
variada cofradía: desde Alasdair Maclntyre, que menos necesariamente extraña. Las formas cultu-
insiste en preconizar el retorno a un nuevo mode- rales no ocupan compartimentos estancos ni per-
lo de comunitarismo moral que tiene más paren- tenecen a la estirpe de los ángeles, cada uno de los
tesco con la mayoría silenciosa nixoniana que con cuales cuenta que agota en soledad su propia espe-
la polis de Aristóteles, hasta el ecologismo renun- cie. En el juego de luces que nos revela a partir de
ciativo de Hans Jonas y su ética de la responsabili- la modernidad el primer perfil realmente completo
dad, pasando por las propuestas integristas de líde- de la humanidad, los contrastes son igual de im-
res tan combativos como el Papa Woytila o el portantes --pero no más- que las similitudes.
ayatollah J omeini. El teólogo Hans Küng, dando Desde que conocemos la existencia y las caracterís-
por supuesto que sin una base religiosa no puede ticas de otros baremos axio1ógicos distintos al de
haber verdadera eficacia ética, ha planteado muy nuestra sociedad, cada uno empezamos a necesitar
en serio que los máximos jerarcas de las principa- moralmente una legitimación más amplia que la
les iglesias se reúnan y decreten los mandamientos que tradicionalmente nos bastaba. No dejamos de
básicos de una moral común... firmada en nombre pertenecer a una comunidad, pero la comunidad a
de un consorcio que incluiría a Jehová, Alá, Jesús, la que pertenecemos cambia de escala. Cualquier
Vischnú y otros excelsos socios. fidelidad al propio grupo, sin perder su valor pro-
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pio, se hace controvertible y nuestras pertenencias humanos inspiran sus reflexiones éticas algunos de
sociales en un sentido se hacen más limitadas y en los pensadores actuales más influyentes, como jür-
otro más amplias. gen Habermas o Karl Otto Apel, y también subya-
Cuando más se insiste en el derecho a las diferen- cen al neocontractualismo que propone la teoría
cias (de valores, de formas de vida, de apreciaciones de la justicia de John Rawls. Estas propuestas se
moralestmás se refuerza la convicción racional, de vinculan directamente con la ilustración cosmopo-
q1!e el simple relativismo no es suficiente: por mu- lita de Kant, el primero que aspiró a establecer la
chas que sean las diferencias, el derecho que recla- estructura formalmente universal de los preceptos
ma respeto para ellas es único. La ilustración nunca morales que los hace comunicables para todo ser
puede consistir en suprimir la pluralidad cultural si- racional, más allá de sus contenidos eventualmen-
no en buscar el mínimo común denominador que la te diversos.
posibilita, arraigando la yuxtaposición meramente El planteamiento comunieacional de la ética
de hecho en comunidad humana de derecho. La to- intenta traducir los valores de cada grupo cultural a
lerancia con las diversas fo~as de b~~car lá- exce- un lenguaje común, alcanzando sobre ellos cierto
lencia a partir de la.autonomía personal reconoce, consenso crítico. Pero la misma apuesta por la co-
por ejemplo, que dicha autonomía es un valor social municabilidad y la discusión racional es ya una to-
pero también moral contra el que no pueden tole- ma de partido por la revolución moderna: en este
rarse atentados. Para que muchas maneras concre- marco, no todos los valores valen por igual ni todas
tas y densas de valorar sean posibles, ciertas estruc- las actitudes morales merecen idéntico respeto.
turas imparciales y esquemáticas de convivencia ::\uestro siglo ha conocido episodios escalofriantes
social deben ser establecidas y, llegado el caso, de- suficientemente demostrativos de que las dificulta-
fendidas e impuestas. Al darse cuenta de que no des éticas de la modernidad no provienen sólo del
son únieas, las formas morales tienen que apren- choque con la tradición premoderna sino también
der a dar cuenta de sí mismas. Esa rendición de de posibilidades atroces de la modernidad misma.
cuentas de lo que no por propio deja de ser discuti- A este respecto, obras como Eichmann enJerusalén
ble se apoya en la acción comunicativa cuyo medio de Hannah Arendt propician una reflexión moral
esencial es lenguaje, el factor más radicalmente co- distinta a la que podría haberse realizado en otras
mún -dentro de su diversidad de formas- que épocas. La sumisión despersonalizada patentada
define nuestra condición humana. Precisamente por los estados totalitarios, el racismo que puede
en la normativa surgida de 'los requisitos sociales y llegar hasta el exterminio, la explotación colonial,
políticos de una comunicación ideal entre los grupos etcétera han planteado urgencias que exigen la in-
62 63
tervención conjunta de la ética, la política y el dere- seables pero que mejorarían la calidad de la vida y
cho. Los dos valores centrales de la modernidad no su dignidad (<<derechos humanos son cuanto los
son sin duda la .libertad y la vida: a partir de la humanos tienen derecho a querer»). O sea: ¿acaso
coexistencia (¡no siempre pacífica!) de ambos en el son por igual derechos humanos la libertad de ex-
individuo se acuñan la justicia, la igualdad, la soli- presión y asociación, la educación básica, el trabajo
daridad y el resto de los principios morales cuyo dignamente remunerado y las vacaciones pagadas
conjunto se engloba en la noción de dignidad hu- una vez al año? Otra cuestión litigiosa es la perso-
mana. Al intento de detallar e institucionalizar de nalidad del sujeto de tales derechos. En su origen
algún modo en qué consiste esta dignidad respon- fueron sin duda derechos individuales generales,
de la Declaración Universal de los Derechos Hu- pero hoya veces se postulan para colectivos (dere-
manos, el compromiso más noble que la moderni- chos de los pueblos), para los pertenecientes a de-
dad ha contraído consigo misma y el embrión de terminados grupos de edad o sexo (derechos de los
una futura constitución mundial que sirva para hu- niños o las mujeres), incluso para seres aún no exis-
manizar universalmente lo diverso, sin dejar de tentes (derechos de los no nacidos, o de las genera-
conservar la diversidad universal de lo humano. Es ciones futuras), para seres no humanos (derechos
interesante considerar la evolución padecida a lo de los animales, de los bosques, de los mares...).
largo de este siglo por los derechos humanos, que Cabe preguntarse si por esta vía se enriquece la
han pasado de un aprecio meramente retórico o in- eficacia moralmente persuasiva de la noción o se
cluso el menosprecio por su carácter «burgués» a desvirtúa poco a poco. La universalidad de los de-
una reivindicación tan exaltada que a veces resulta rechos humanos se apoya precisamente en la dife-
acrítica y ahistórica. El problema de su fundamen- rencia entre el individuo y el grupo cultural, social
tación ya no es cuestión prioritaria pues, como ha o político al que pertenece: todos los individuos
señalado Norberto Bobbio, lo importante ahora es humanos nos parecemos más entre nosotros de lo
su cumplimiento y defensa. Sin embargo siguen que harían creer la diferencia de nuestros grupos
planteando cuestiones teóricas que sería impru- de pertenencia y todos tenemos derechos que no
dente obviar sin examen. Por ejemplo, la contra- dependen de la pertenencia a tales grupos y por
dicción fácil de advertir entre la extensión universal tanto éstos no pueden quitarnos. Lo que tratan de
de los derechos (<<derechos humanos quiere decir: defender los derechos humanos es la individuali-
para todos») y la ampliación cada vez más generosa dad humana como irreductible, no las diversas es-
de la lista de tales derechos, que convierte en requi- tructuras comunitarias ni muchísimo menos las
sitos de la dignidad humana proyectos sin duda de- formas de vida pre-humanas o no humanas.
64 65
Quienes piensan que el proyecto ético ha llega- mont (convencido de que el rasgo distintivo de la
do a su fin al desvanecerse las comunidades tradi- modernidad es la sustitución del tradicional homo
cionales que 10 posibilitaban suelen coincidir en sus hierarchicus por el individualista homo aequalis) ase-
diagnósticos con los que ven en el ascenso irresisti- gura que movimientos como el nazismo no son real-
ble del individualismo la peor lacra moral de nues- mente colectivistas sino algo así como un indivi-
tros días. Paradójicamente maldito, el individualis- dualismo a la segunda potencia, un individualismo
mo es tachado a la vez de perverso y de absurdo; es de grupo. La dificultad, sin embargo, no parece
c¿ndenado inapelablemente por ser nefasto y por quedar de este modo resuelta. En realidad, el indi-
ser imposible. Perverso y nefasto lo es porque el in- vidualismo puede ser una forma de participar en lo
dividuo egoísta, insolidario, rapaz, posesivo, aso- social, no de aislarse y sustraerse a la sociedad. El
cial, hedonista hasta el nihilismo, etcétera carece de individualista pretende interiorizar críticamente
la iniciativa altruista y de la capacidad de autorre- los valores vigentes y dar a su vida moral un sesgo
nuncia sin las cuales la ética, según dicen, deviene propio: sus virtudes y vicios se le parecen, en lugar
pura hipocresía o flatus vocis. Pero también es ab- simplemente de servir para asemejarle a los demás.
surdo e imposible porque el individuo es sólo una En el fondo, se trata de reivindicar el papel de pro-
ficción serial e impotente programada por los po- tagonista responsable del propio drama y no de
deres económicos y normalizadores de la sociedad mera comparsa del drama colectivo: porque, cuan-
de masas, en la que no cabe otro protagonista que do todos son comparsas y sólo uno o unos pocos
esa «muchedumbre solitaria» de la que habló fa- asumen el papel de protagonistas, el drama social
mosamente el sociólogo David Riesmann. Más allá desemboca frecuentemente en tragedia. El indivi-
del consumismo y de la competencia despiadada, el dualismo así entendido es el requisito lógico de una
individuo no tiene virtualidad ni virtud. Sin embar- sociedad plural y libre, gestionada por sujetos y no
go, algunos de los más destructivos excesos del si- por el devenir implacable de la Historia, las leyes
glo (nacionalismos, racismos, xenofobias, etcétera) del mercado o cualquier otra fatalidad abstracta. El
parecen deberse a impulsos poco individualistas, sujeto es a la vez protagonista moral y actor social y
respondiendo más bien a una exacerbación del ins- su narcisismo, tan frecuentemente denostado, no
tinto gregario y la identificación con lo colectivo tiene por qué ser delicuescente repliegue en lo ínfi-
compensatoria de la insignificancia o la culpabili- mo sino más bien estimulante amor propio. Tam-
dad producida por saberse «uno mismo y sólo uno poco el subjetivismo encarna forzosamente la ma-
mismo». Tratando de conservar el modelo mien- yor de las amenazas, siempre que sea capaz de
tras recusa esta objeción, el antropólogo Louis Du- reflexión crítica sobre sí mismo. Después de todo,
66 6'7
como dijo el poeta José Bergamín, «si yo fuera ob- no de los valores y en la formación de la personali-
jeto, sería objetivo; como soy sujeto, soy subje- dad autónoma como si en esos campos la única
tivo». certeza verosímil la brindase el código penal.
El mayor peligro, en cambio, puede provenir ¿Es posible la ética? Entendida como arte de
hoy de una tentación bastante distinta. No es la vivir, como J2royecto razonable para armonizar las
responsabilidad esforzada y nada cómoda del indi- exigencias sociales deL~libertad, como conciencia
viduo-sujeto lo que seduce, sino el arrullo de cuan- de la autonomfá-¡:esponsable, como reflexión críti-
to nos diluye irresponsablemente como indivi- ca sobre losvalores -institucionalizados, negar la
duos-objetos en el magma social. El paternalismo posibilidad de la ética equivaldría a negarnos a no-
(estatal, médico, técnico, religioso, etcétera) se sotros mismos como sujetos no ya civiles sino civi-
ofrece constantemente para librar de sí mismos a lizados. El precio por la dimisión moral -basada
los sujetos fatigados de ejercer como tales. Lo más en supuestos argumentos históricos, científicos o
grave es que son los propios individuos los que a políticos- es la consagración desesperada del
menudo reclaman esta protección contra su liber- peor de los nihilismos: de sus consecuencias tanto
tad personal, pidiendo que sus defectos sean inter- individuales como colectivas hemos tenido ya en
pretados y curados desde fuera, por autoridades y este siglo los más espeluznantes ejemplos. Lo que
técnicos competentes que conviertan en proble- diferencia a la ética de cualquier otra actitudde-
mas objetivos de funcionamiento las complejida- cisoria es que representa lo que siempre estd en
des subjetivas del drama existencial. La jaculatoria nuestrasmanos. Aquello en cuya elección y defensa
más repetida del hombre actual (dirigida como ninguna autoridad puede sustituirnos sin indigni-
ruego o como exigencia a la autoridad gubernati- dad, de cuya responsabilidad ninguna convención
va) suele ser: «No nos dejes caer en la tentación». grupal puede disculparnos en el fondo. También
y es que en la sociedad de la publicidad omnipre- son muy importantes los valores políticos o jurídi-
sente, del consumo y del culto obsesivo a la salud, cos (sería un error que el discurso moral fagocitase
la tentación nunca es vista como el correlato lógi- () saltase por encima de ellos, imprescindibles en
co de la propia cordura sino como una amenaza su específica perspectiva) pero su realización efec-
irresistible de la que sólo pueden librarnos los tiva requiere el acuerdo de muchos, plasmado en
guardianes de la prohibición. La raíz de esta abe- instituciones, partidos o grupos de acción. La éti-
rración quizá deba buscarse ~n un sistema educati- ca, en cambio, se ocupa del ideal humano que
vo que sólo transmite razones de peso en el campo siempre está ennuestra mano procurar: con los
científico y técnico, pero que se inhibe en el terre- otros, si es posible, y solos si no hay otro remedio.
68 69
En esta tarea no puede admitirse aplazamiento, cracia, dentro de cuyas sucias bodegas el beneficio
porque en ella nos jugamos ya no la vida sino lo de los partidos y de los políticos sustituya al de la
bueno de la vida. sociedad de la que deben ser instrumentos. Pero el
¿Cuáles son las tareas actuales de la ética"? Las núcleo esencial del ímpetu ético subyace bajo mo-
hay inéditas, sin duda, referidas a la resolución de das, novedades y propósitos de universal regene-
problemas diferentes a los tradicionales o al con- ración, muy parecido al que ya tantas voces han
trol de posibilidades de ambiguo alcance que antes formulado a 10 largo de la historia: que 10 humano
no se conocían. Las amenazas al medio ambiente, reconozca a lo humano y se reconozca en 10 huma-
por ejemplo, o el uso de técnicas quirúrgicas o ge- no, que la libertad oriente la vida y que la vida -la
néticas que podrían favorecer perversas instru- buena vida, no el puro fenómeno biológico- se-
mentalizaciones de nuestra corporalidad. En estos ñale los límites debidos a la libertad.
campos resulta urgente no dar nada por fatalmen-
te irremediable y mantener abierto un debate crí-
tico en el que muchas son las voces que deben sin
duda ser escuchadas. Como no todo lo que puede
técnicamente ser hecho debe ser hecho irremedia-
blemente, será bueno colaborar lo más posible en
la reinvención de esa virtud aristotélica que se ade-
cua a lo trágico de la peripecia humana: la pruden-
cia. Y quizá también el cuidado por los demás, ese
rasgo distintivo de la actitud moral femenina que
estudiosas como Carol Gilligan oponen a la rígida
y a veces despiadada frigidez del imperativo cate-
górico. Tampoco faltan ideales morales que pro-
poner a la gestión política, como la lucha contra la
miseria y el hambre o por la igualdad de derechos.
y desde luego, puesto que ya desde Montesquieu
quedó dicho que la virtud es característica insusti-
tuible de la democracia, la propia gestión política
ha de respetar una normativa deontológíca que
combata su deriva hacia formas corruptas de clepto-
70 71
Segunda parte
Intermedio propedéutico

«Adán erasimplemente humano, eso lo explica todo.


No deseó la manzana por la manzana misma, la deseó
porque estaba prohibida. El errorfue noprohibirla
serpiente, entonces élse hubiera comido la serpiente».

MarkTwaín
1,
.,
.:~

Ficciones útiles
11·····.···.····

La capacidad intelectual más positrva del


hombre es el provecho que sabe sacarle a su igno-
rancia. Pues la ignorancia es la más extensa e in-
tensa producción teórica del hombre, y aprender
a utilizar esa inmensa riqueza, redistribuida con-
venientemente, invertirla, usarla como carburan-
te o como señuelo es una tarea fundamental-
mente civilizadora. Nadie más bárbaro que quien
no conoce sino la utilidad del conocimiento cier-
to e inatacable: todo lo más grande, lo más arries-
gado, lo más eficaz en el terreno del espíritu le es-
tá vedado.
Tal es la única definición completa de la sabi-
duría: arte de emplear bien la ignorancia. Ciencia
general del adecuado uso de nuestros errores. ~a­
die se equivoca tanto corno quien teme a las equi-
vocaciones, porque no sabe qué hacer con ellas ni
qué partido sacarles. No es que se ignore porque
no se sabe (aún), sino que cuando algo (ya) se sabe
es a partir y como fruto de lo que se ignora. Lo
mejor del mejor saber es que descubre nuevas y
75
fascinantes parcelas de ignorancia. El resto de lo losofía pasada repetido como verdad inamovible
que con certeza conocemos es rutina, pasmo en- es escolástica, pero contado desde la genésica ig-
gañoso, aquietamiento, devoción dogmática. La norancia es fingimiento fabuloso: creación poéti-
ignorancia, en cambio, es zozobra, acicate, pre- ca. De aquí su oportunidad y su fecundo rendi-
gunta, imploración y exploración. Como bien miento.
suele decirse, la ignorancia es atrevida; en cambio, Ignorar es no saber nunca nada del todo ni to-
la certeza es timorata. Vivimos desde nuestro ig- do de nada; verse obligado a optar arbitrariamen-
norante atrevimiento. te por un principio injustificado (si no injustifica-
Lo que en el saber sabe está siempre inclinado ble), a partir del cual comienzan las justificaciones
hacia la ignorancia y embebido en ella. No se tra- racionales, las cuales, por tanto, se apoyan a fin de
ta en modo alguno de una fascinación misticoide cuentas en el vacío (y no es poco apoyo, el vacío);
por lo tenebroso y lo indistinto, sino de la estimu- resignarse a que toda explicación desemboque,
lante opción por lo menos bloqueado, por lo más más bien antes que después, en la callada por res-
prometedor. Precisando la tarea de quien escribe puesta: advertir, por lo demás, que, como muy
filosofía, Gilles Deleuze señala: «;Cómo arrezlár- bien señaló Unamuno, lo más problemático de
'- b
selas para escribir de otro modo que sobre lo que cada problema es la solución. Sobre todo, ser
no se sabe o sobre lo que se sabe mal? Sobre eso consciente de la ignorancia -es decir, no ignorar
es sobre lo único que necesariamente imaginamos al menos eso, que ignoramos- es comprender
tener algo que decir. Cada cual no escribe más que esta situación frustrante y azorante no es
que desde la punta de su saber, desde esa punta transitoria, sino imprescriptible; que por mucho
extrema que separa nuestro saber de nuestra igno- que lleguemos a saber, la cantidad y calidad de la
rancia y que hace pasar el uno en la otra». Y más ignorancia -su masa- no disminuirá nunca de
adelante completa este planteamiento con un pro- modo perceptible ni de forma relevante.
yecto del que no faltan ya esbozos en Borges: Si alguna noción nítida de verdad podemos
«Habría que llegar a contar un libro real de la fi- llegar a tener provendrá de esta constatación de
losofía pasada como si se tratara de un libro ima- la ignorancia y de su utilización tónica, imagina-
ginario y fingido» (Diferencia y repetición). ¿Vemos tiva, inventiva. Porque el lado más estimulan-
ahora de 10 que se trata? Acerca de 10 que ignora- te de la ignorancia es el descubrimiento jubiloso
mos imaginamos necesariamente tener algo que de- de que nada ni nadie nos dictan completamente lo
cir, y por ello emprendemos la tarea especulativa que debemos pensar de la realidad..., ni siquiera la
por excelencia: la invención. El gran libro de la fi- realidad misma. Ignorar es poder elegir, fundar

76 Ji
por nuestra cuenta y riesgo. De ninguna verdad es Nietzsche- buscará verdades conscientes de la ig-
ajena nuestra decisión y nuestro empeño, puesto norancia de la que brotan, que sean un uso apro-
que cualquier verdad ha de asentarse definiti- piado y franco de ésta. El término ficción señala
vamente en la ignorancia. Que Alguien o Algo in- tanto el carácter fingido de estas verdades -su vo-
finitos puedan crear es cosa que siempre ha plan- cación deliberadamente ilusoria- como su natu-
teado paradojas irresolubles a los teólogos: si el raleza inventiva, diríamos que artística. La ficción
Creador es infinito, ¿dónde pondrá su obra y có- sólo es verdad en tanto que no es tomada por una
mo se distinguirá de ella sin perder infinitud? La emanación inmediata y necesaria de la realidad ob-
limitación de la ignorancia abre, en cambio, am- jetiva, sino que se la acepta como una fabricación
plio foro a la vocación creadora, que es más fácil- artificiosa y en cierta medida convencional -con
mente compatible con la necesitada pequeñez que su margen de capricho histórico en ella, que no de-
con la omnipotente perfección. be ser olvidado-s-, por medio de la cual respon-
La certidumbre sistemática es la ignorancia de demos con provecho al acoso de lo desconocido
la ignorancia como única forma completa de ver- que nos circunda. Aunque la teoría de la ficción va
dad. Saber algo es saberlo todo, es decir, saber có- unida a los nombres de Jeremy Bentham, Hans
mo cada partícula de conocimiento proviene y re- Vaihinger, Giovanni Marchesini, etcétera, y el [ic-
vierte en el conjunto absoluto de la Verdad. Sólo cionalismo es considerado como una doctrina de
la ignorancia antes descrita no tiene puesto en el comienzos de nuestro siglo, quizá sea más aguda la
sistema, salvo como achaque del sujeto finito en visión que entroniza a Kant como el auténtico
cuanto finito (el sistema ya está pensado desde inaugurador moderno de esta doctrina, tal como
otro tipo de sujeto, no finito). Por esta posterga- ha mostrado eficazmente Xavier Rubert de Ventós
ción del papel irrefutable e irrebasable de la igno- (véase Filosofía y política, capítulo 2.°: «Hacia una
rancia es por lo que Nietzsche probablemente di- filosofía posrnoderna»). Para Rubert, «Kant señala
jo que «la exigencia de sistema es una falta de a la vez: 1) la relevancia de los entes ficticios cons-
honradez». El científico positivo y experimental truidos tanto por la pura razón como por el enten-
admite la ignorancia, pero como algo eventual y dimiento, y 2) el carácter vacío, virtual o insustan-
pasajero, una incógnita a despejar: la solución, cial del yo que los constituye». Y concluye: «Es su
mañana. Lo que en el sistemático es falta de hon- idea del conocimiento como ficción la que, según
radez, en el científico es arrogante ingenuidad. hemos visto, permite dar cuenta de toda la capaci-
El pensamiento menos equívocamente moder- dad generativa del pensamiento sin que el nuevo
no -que tiene su origen en Schopenhauer y poder y autoconciencia por él adquiridos se trans-
78 79
formen en una alucinación que toma a sus produc- y los valores más sagrados descalifica cualquier
tos, construcciones o fantasías por la única reali- proceso teórico>. No situar con rigurosa precisión
dad auténtica y absoluta». la fuerza de cualquier razonamiento en la ignoran-
En todo caso, nadie ha expresado el fondo de la cia de cuya pujanza brota basta para descalificar a
conversión del no saber en saber inventado, es decir, cualquier pensador. No sabemos a dónde vamos ni
el sentido de la ficción y su utilidad, con la nitidez ex- de dónde venimos, como dijo Rubén Darío, pero
plosiva de Nietzsche, quien -tras establecer como gracias a ello hemos aprendido -adoptado, estable-
norma que el criterio de la verdad está en el aumento cido, soñado- todas nuestras nociones imprescin-
del sentimiento de fuerza- remacha de este modo la dibles.
cuestión: «La falsedad de un juicio no es para noso-
tros ya una objeción contra el mismo; acaso sea en es-
to en lo que más extraño suene nuestro nuevo len-
guaje. La cuestión está en saber hasta qué punto ese
juicio favorece la vida, conserva la vida, conserva la
especie, y nosotros estamos inclinados por principio
a afirmar que los juicios más falsos (de ellos forman
parte los juicios sintéticos a priori) son los más im-
prescindibles para nosotros, que el hombre no podría
vivir si no admitiese las ficciones lógicas, si no midie-
se la realidad con las medidas del mundo puramente
inventado de lo incondicionado, idéntico-a-sí-mis-
mo, si no falsease permanentemente el mundo me-
diante el número, que renunciar a los juicios falsos
sería renunciar a la vida, negar la vida. Admitir que la 5 La hostilidad contra las obras de la imaginación es síntoma de vile-
no-verdad es condición de la vida; esto significa, des- za. Octavio Paz lo ha señalado bien: «Hay algo terriblemente soez
en la mente moderna: la gente, que tolera todo género de mentiras
de luego, enfrentarse de un modo peligroso a los sen- indignas, no soporta la existencia de la fábula». Ya en la misma vena
timientos de valor habituales, y una filosofía que osa había escrito Emcrson, en su hermoso ensayo titulado precisamente
Illusions: «¡Qué deuda tenemos con los libros de imaginación' :-';0 hay
hacer esto se coloca, ya sólo con ello, más allá del mejor amigo o influencia que Scott, Shakespeare, Plutarco y Homero.
bien y del mal» (Másalládelbien y delmal), El hombre vive también de otros objetos, pero .¿quién se atrevería a
decir que son más reales? Incluso la prosa de las calles está llena de
No admitir el carácter simulado, fingido, in- refracciones». Pero no es sólo la aptitud estética de la fábula lo que se
ventado, ideal de los conceptos más fundamentales trata de reivindicar aquí, sino también su aptitud cognoscitiva.

80 81
Alma y espíritu posición sugestiva, pero involuntaria, azar: tarea ma-
terna. El alma imagina historias y trenza sueños, se de-
«Hoy estoy perplejo, como quien pensó, encontró y olvidó. ja llevar por lo que no controla y padece más de lo que
Hoy estoy dividido entre la lealtad que debo a la tabaquería del otro proyecta. El espíritu busca lo universal y necesario, lo
lado de la calle, como cosa real por fuera, y a la
sensación de que todo essueño, como cosa real por dentro». eterna e imprescriptiblemente válido: opera con fun-
ciones fundamentalmente intercambiables, aunque
Fernando Pessoa, Tabaquería disfruta disciplinadamente clasificando y jerarquizan-
do las diferencias. El alma atiende a lo intensivo, a lo
irrepetible, a lo momentáneo, a lo excepcional e in-
Esta nota se refiere a una postergación esen- condicionado: todos sus datos son incomparables y
cial, definitoria de los perfiles especulativos y mo- únicos en su especie, aunque juega con las similitudes
rales de Occidente. Lo que quiero señalar pue- y las remembranzas metafóricas. Esencialmente activo
de ser mostrado brevemente. Cada vez está más y reflexivo, el espíritu se pretende a la vez dueño de in-
claro que todo lo que no admite tal nitidez de par- tereses bien definidos e impasible. Su ideal es la severa
tida -sin excluir luego las más sutiles complejida- máxima que Spinoza --el más patriarcalmente judaico
des en el desarrollo de lo planteado-no merece de los pensadores- acuñó para la empresa racional:
el verboso esfuerzo a que obliga. «No reír, no llorar, no detestar, sino entender». El al-
Aquello que de los humanos viene -haceres, ór- ma sólo sabe querer, pero no sabe 10 que quiere: es
denes, quereres, artimañas, instrumentos, crueldades y imaginativa e indolentemente arbitraria. Ella cuenta
dulzuras ...- puede ser encuadrado bajo dos arqueti- cosas, pero no se puede contar nunca con ella (no es
pos principales, frutos del espíritu y frutos del alma. calculable ni previsible). Padece sin cesar. No sólo aco-
Para pneuma, el espíritu, todo es obra exterior, ilumi- gedora e indulgente como una madre, sino también
nada, calculable, deliberada, combativa, técnica, tácti- provocativa como una meretrlz; ~usl1ITa:«¿Gozas, vi-
ca, gubernativa, inventiva, mañosa, funcional, cohe- cEI?». Para ampliar esta cuestión según directrices crí-
rente: tarea del padre. Del espíritu brotan las leyes, t1C'<1S e inteligentemente jungianas, vid. Peaks and Vides,
6
tanto las de la naturaleza como las de la sociedad, tan- deJames Hillman •
to las de la moral como las dcllenguaje..., estando to-
das ellas supeditadas unas a otras, naturalmente. Para 6 Quizá una de las más memorables caracterizaciones del alma sea la
que e! gran Lorenzo da Ponte pone en boca de doña Elvira en el
psijé, el alma, todo es paisaje interior, tribulación y júbi- libreto de Don Ciouanni: «Sdegno, rabia, dispetto, pavento / Dentro
10, mito, caterva de imágenes, sentimiento, posesión l'alma girare mi scnto, / Chc mi dice, di que! traditore, / Cento cose
°
diabólica divina, capricho, arrebato, leyenda, yuxta~ che inrender non sa...»,

82 83
El espíritu es pensador -calculador y racio- calculadora: «¿No deberemos colocar en el rango
cinante-, mientras que el alma es narradora o, si de las almas imperfectas, por relación al estudio
se la quiere honrar menos: cuentista. Ya Platón, de la verdad, las que, detestando la mentira vo-
sobre todo en el libro séptimo de su República, luntaria y no pudiendo sufrirla sin sentir repug-
asigna un carácter eminente y prioritario a la di- nancia dentro de sí e indignación para los demás,
mensión espiritual del alma (entendido espíritu tal no tienen el mismo horror por la mentira invo-
como aquí lo hemos descrito) sobre su dimensión . luntaria, ni se consideran rebajados ante sus pro-
sentimental y fabuladora. La más alta actividad pios ojos cuando se les convence de su ignorancia
del alma tiene por objeto «el conocimiento de lo y antes bien se revuelcan en ella con la misma
que existe siempre, y no de lo que nace y perece». complacencia que un puerco en el fango?». Com-
Sólo el proceso objetivador de la abstracción ma- placerse en las «mentiras involuntarias» es pre-
temática garantiza tales tópicos sublimes de la cisamente fabular, empeño propio no de ciertas
meditación. De lo que efectivamente percibimos almas imperfectas, sino de lo que hemos llama-
como existente, ni siquiera lo más elevado, las es- do psijé como símbolo referencial de la actividad
trellas -a las que nuestro Quevedo llamó con humana frente a las labores especulativas y geo-
hermoso vigor «letras de luz, misterios encendi- métricas. Son estas últimas -tareas de pneuma-
dos»-, alcanza el debido rigor desencarnado: las únicas que alcanzarán validez ante Platón,
«Que se admire la belleza y el orden de los astros y esta toma de partido del padre de la filoso-
que adornan el cielo, nada más justo; pero como fía sellará el devenir hacia el avasallamiento de la
después de todo no dejan de ser objetos sensibles, imaginación en Occidente. El alma es involunta-
quiero que se ponga su belleza muy por bajo de la riamente -espontáneamente- mentirosa (aun-
belleza verdadera, de la que producen la veloci- que con nobleza detesta la mentira voluntaria,
dad y la lentitud reales en sus relaciones mutuas y calculada) y se complace en esa característica in-
en los movimientos que comunican los astros, se- ventiva de la que no se sabría prescindir, se com-
gún el verdadero número y todas las verdaderas place en ella con el mismo gozo quizá demasiado
figuras. Estas cosas escapan a la vista y no pueden ostentosamente fruitivo con que el cerdo se re-
comprenderse sino por el entendimiento y el vuelca en su refrescante lodazal; pero sus mentiras
pensamiento». Platón alcanza tonos auténtica- sólo lo son vistas desde fuera, diagnosticadas por
mente despiadados cuando describe el funciona- el espíritu geométrico -ese pleonasmo enciclope-
miento de las almas que se aferran a procesos ín- dista- que aparta su mirada de lo pasajero, cam-
timos que no pueden ser verificados por la razón biante e irrepetible para fijarla en lo inmutable y
84 85
eterno. Llls «mentiras» de psijé son esos «errores prescindir de esto, que se nos da a sentir como ésta,
irrefutables» señalados por. Nietzsche como las llamada tradicionalmente alma. Sin duda por ser un
más auténticas verdades, sin las cuales no sabría- supuesto metafísico y una manifestación de la vida
mos VIVIr. sin cuerpo y el soporte -igualmente tradicional-
El alma -cuentista, sentimental, masturbato- conditio sinequa non de la mística, le cupo esta suerte.
ria- no es irracional, sino entrañable; sus divaga- Su existencia constituye un obstáculo para la razón
ciones fabulosas, sus animados fetiches, sus calladas analítica. ¿Es posible someter tranquilamente al
pero significativas imágenes, hasta sus disparates, análisis el alma, el alma misma? Su concepto es
son partes esenciales de la razón humana. Aquí «ra- otra cosa, puede ser analizado y aun reconstruido
zón» no quiere decir «cálculo» ni «discurso univer- como cualquier otro concepto. Pero ella, el alma,
sal y necesario», sino algo más importante: cordura. ¿cómo será analizada si no está propiamente en no-
Cuando Chesterton señalaba con memorable tino sotros, ni en otro, menos todavía en el alma? ¿Cuán-
que el loco es quien 10 ha perdido todo, absoluta- do se ha visto un alma ensimismada? Claro está que
mente todo, menos la razón, quería decir que loco es aquello que se ensimisma o por lo cual nos ensimis-
quien ha desbaratado su alma y sólo conserva la feli- mamos tampoco se ha visto, y menos aún en esa di-
cidad instrumental de su espíritu. Nuestro siglo pa- rección de las ciencias en que no se busca ver. El al-
rece preocupado por psijé, pero su atención es clínica ma se mueve por sí misma, va a solas, y va y vuelve
o burocrática, es decir absorbentemente espiritual. sin ser notada, y también siéndolo» (Claros del bos-
Importa hoy 10 psiqui-átrico, 10 psico-analítico, lo que). Ese alma tan ligada a sentidos y sentimientos
psico-social, 10 psica-lógico, 10 psico-técnico..., pero no es algo que tenemos, sino algo que nos pasa o,
10 psíquico en cuanto tal, el alma pura (que nos per- mejor, el algo que nos pasa. Allí despertamos de los
done por referirnos a ella así, siendo en realidad de- dogmatismos exteriores del juicio calculador, cierta-
liciosamente turbia y conmovidamente blanda), no mente necesarios para organizar la vida, pero distin-
tiene lugar en cuanto se desvía de 10 morboso o has- tos de la vida misma. El reconocimiento de lo psí-
ta de lo criminalmente insolidario que debe ser en- quico no administrado ni exorcizado, tarea del arte V
mendado por la pedagogía, la terapia, el castigo jurí- de la poesía, del erotismo y de la mística, no deberí~
dico o cualquier otra forma de coacción espiritual. A ser tampoco cuestión ajena a la filosofía menos dócil
este respecto dice María Zambrano en una de las a las instrumentaciones mecánicas del saber. Como
mejores páginas escritas sobre este tema: «Cran en María Zambrano: «El que despierta con ella, con
tranquilidad ha proporcionado a gran parte de la esta su alma que no es propiedad suya antes de usar
psicología y otras ciencias humanas o del espíritu el vista y oído, se despliega, al orientarse se abre sin
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salir de sí, deja la guarida del sueño y del no-ser: ser y lidad que caracteriza formalmente al juicio ético,
vida unidamente se orientan hacia alli donde el alma los teóricos actuales de esta disciplina no han seña-
les lleva. Renace. Y así el que se despierta con su alma lado lo imaginativo y afectivo de los ideales más
nada teme. Y cuando ella sale dejándole en abandono que con desdén o preocupación. Se diría que lo
conoce, si no se espanta, algo, algo de la vocación ex- psíquico de la ética la hace ininteligible o sospe-
tática del alma. Ese vuelo al que ningún análisis cien- chosa; en realidad, esterilizada del influjo del alma
tífico puede dar alcance» (Claros delbosque). -de lo que la anima, literalmente-, la ética es pe-
La crisis de las grandes mayúsculas del espíri- dantería puritana o vaciedad ordenancista. Tomar
tu, de los principios pneumáticos de la tradición la libertad especulativamente en serio, aceptar la
platónica que culmina en el sistema hegeliano y en imagen del sujeto no como naturalidad elemental
el socialismo científico de Marx, nos ha ido acer- de la que se parte, sino como complejidad creado-
cando paulatinamente a una concepción más na- ra a la que se llega, son tareas cuya dimensión psí-
rrativa y subjetivista, más psíquica, de la tarea filo- quica no puede ser obviada ni conjurada por me-
sófica. Supongo que algo de esto quiere señalarse dio de discutibles reduccionismos pneumáticos.
cuando se habla de las características de una filoso- La ética no es pura efusión, pero para no quedarse
fía posmoderna o también de la acentuación narci- en confusión o transfusión (del derecho positivo)
sista de los actuales comportamientos sociales. Sin debe potenciar -y, ante todo, explorar generosa-
embargo, los síntomas del alma todavía son más mente- su dimensión imaginativa y su ímpetu
bien disecados desde fuera o combatidos por tera- emocional.
pias de choque que incorporados efectivamente a Recuerdo el argumento de una breve historia
la reflexión emancipadora. Ciertamente, los dise- preparada por la maestría de Hitchcock para tele-
ñadores de modas y los inventores de sectas están visión. Un inflexible hombre de empresa desprecia
más atentos al alma que quienes no tenemos más los sentimientos, maltrata la debilidad afectiva de
remedio que seguir siendo herederos del estimu- sus amantes o de sus empleados, convierte la exte-
lante, pero también reductor, legado platónico. En rioridad acorazada en la única realidad válida de su
el terreno de la ética, la ausencia del alma es parti- vida. Viajando en coche, sufre un grave accidente y
cularmente deplorable, porque los auténticos idea- queda paralizado: rígido, sin posibilidad del más
lesdel proyecto moral son esencialmente afectivos y leve parpadeo en sus ojos atrozmente abiertos, de-
pertenecen más a la imaginación que a la razón, tal be asistir con espanto al reconocimiento de quie-
como advirtieron con ambiguo escándalo Spinoza nes encuentran su coche destrozado, le dan por
y Kant. Obsesionados con el atributo de universa- muerto y decretan su autopsi-a. Se esfuerza por ha-

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cer oír su voz interior, pero no tiene modo alguno
de exteriorizar la vida que sólo él conoce, porque
está dentro. Cuando va a ser definitivamente sen-
tenciado a la muerte consciente, uno de los asis-
tentes le señala y grita que está aún vivo. ¿Cómo lo
sabe? Por la mejilla del hombre sin sentimientos
discurre quizá por vez primera una nimia, impo- Tercera parte
tente, íntima lágrima.
Esa lágrima que nada dice y todo lo revela es el Noticias del espíritu y avisos del alma
alma. Síntoma perturbador, controvertible, pero
en último término garantía de rescate dela intimi- «-Haré lo que me digas, si estábien -dijo ella.
dad pasional y cuentista en la que residimos. Sin -No debes hacer nadaporque estébien, sino
cuyas rebeldes y caprichosas advertencias no sabría- porque lo deseas. Bien esuna palabra y Mal esotra
mos desde dónde sabemos, ni qué significa saber palabra, pero el solbrilla cada mañana y el rocío cae
para nosotros, ni qué y quién quiere tras nuestra al anochecer sin pensar en esas palabras que no
voz cuando muy seriamente decimos «creo que significan nada. La abeja zumba sobre la flor y la
debo». semilla vuela hacia lo lejos y fructifica. ¿Acaso eso está
bien, Pastora? Y también estámal. ro voy contigo
porque la abeja zumba sobre laflor, iY eso estámal! Si
yo nofuera contigo, ¿con quién iba a ir? No hay ni
bien ni mal, sino la voluntad de los dioses.
-Me asustas -dijo la chica».

James Stephens, The crock ofgold

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El héroe como proyecto moral
"Comienza, pues, de nuevo la incansable alabanza, porque mira:
el héroe siempre a sí se mantiene y m muerte es pretexto de
un nuevo renacer; en cambio, las amantes no conocen mudanza:
el seno de la vida eterna las retiene sin tener ener-gía para
hacerlas volver"».

R. M. Rilke, Elegías del Duino

Entre los numerosos equívocos y desconcier-


tos suscitados en torno a la vida moral hay dos
supremamente frecuentes y graves: el error de
confundir libertad con omnipotencia (planteado
normalmente de modo negativo: como no pode-
mos todo lo que queremos, no tenemos en verdad
un querer libre) y la confusión entre el carácter so-
cial, interpersonal.xlel proyecto ético y la repercu-
siónpública de normas, gestos o valoraciones éti-
cas. En cuanto al primero de tales malentendidos,
habría que señalar que la libertad -precisamente
porque existe- es algo determinado, condiciona-
do y Yimitado, una energía de opción que cuenta con
motivos y circunstancias y cuya eficacia no es ni
mucho menos infinita. En lo tocante al segundo,
nunca se insistirá lo suficiente, por lo visto, en que
la ética es una cuestión privada referida al ámbito
interpersonal, no un comportamiento público que
debe ser sometido a refrendo o careo ante usos,
pudores y prejuicios establecidos. En la actualidad,
en que tanto se abusa de las expresiones éticas, no

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se sabe ya quiénes son peores enemigos del pro- que se cree -y, por tanto, lo está- fatalmente ex-
yecto moral, si los bienintencionados cínicos que cluido, el realismo pueril de científicos de la men-
abominan de cualquier planteamiento de este tipo te o de la sociedad que retroceden con atemoriza-
porque sostienen que la opresión del hombre es tal do sarcasmo ante la santidad incodificable del
que aún no -o ya no- se dan las circunstancias entusiasmo, todo ello conviene en favorecer lo
adecuadas de emancipación indispensables a la li- que, utilizando el título del conocido libro de un
bertad ética, o los voluntariosos inquisidores que poeta español contemporáneo, llamaríamos «el
reducen todo el asunto a un perentorio «¡que se descrédito del héroe». Para algunos, heroísmo es
vea!», seguros como están de que lo peculiar del fanfarronería y arrogancia ultrajante, cuando no
tejido moral puede ser visto y analizado desde fue- militarismo; para otros, idolatría infantil por una
ra. Para unos, todo en la libertad es exterioridad, paternal imagen fuerte y protectora cuyos condi-
aunque una exterioridad intrínseca que la anula: cionamientos esc1avizadores se posponen cons-
impulsos inconscientes, determinismos históricos ciente o inconscientemente. Sin embargo, creo
o económicos, hábitos antropológicos... Para los que estos puntos de vista yerran lo esencial de la
otros, la verdad de la opción libre también es exte- figura que nos ocupa, al menos considerada en
rior o, más bien, estriba en su exteriorización: ser cuanto a su importancia ética.
moral es estar públicamente sometido al juicio de Ciertamente la denominación del héroe y lo
la moral, tribunal de vociferantes y contradictorias prototípico de su simbología provienen del ámbito
deliberaciones, del que cualquiera en general y épico, orden de batallas y monstruos sometidos y
ninguno en particular forma parte como fiscal. Es fundación de ciudades y exaltación póstuma a la
en este contexto de equívocos en el que cobra rele- semidivirridad. Es lógico que sea así y nada hay en
vancia ética la figura del héroe. la etimología ni en la tradición del término que
Es preciso señalar ante todo que el héroe, en deba ser rechazado hoy como indeseable super-
el sentido que aquí nos interesa, no es una anéc- fluidad. La ética pertenece al orden épico porque
dota histórica ni la apoteosis glorificadora de al- trata de la acción: su designio es proponer un sentido
gún hombre particularmente digno de aprecio, si- suficiente y totalizador a la acción humana. La acción
no un ideal de conducta libre, la mejor perspectiva es enfrentamiento y edificación, riesgo y mesura,
desde la que considerar la acción justificada. El te- arrojo, fidelidad e innovación, búsqueda de la efi-
mor a los residuos aún vigentes de la parafernalia cacia más vital y perdurable, es decir, trasunto
fascista, las precauciones que cierto igualitarismo enérgico de la inmortalidad. Todas estas caracte-
denigratorio toma frente a una excelencia de la rísticas están recogidas y ascendidas en la categoría
94 95
del héroe. Por otra parte, la ética, se ocupa inme- retroceder ante lo que debe y puede ser hecho, no
diatamente del querer humano, del contenido y la someterse a lo que le es extraño e injustamente
estructura de su voluntad. Preguntarme por lo que hostil, no querer ensalzarse con la humillación del
debo hacer o por la opción mejor entre varias, in- otro, renunciar a todo el botín de la victoria con
dagar los criterios de acuerdo a los cuales valorar y triunfal alegría, conceder la paridad de la nobleza a
justificar las decisiones de mi libertad, todo ello quien ya no la espera, a quien aún no la merece. La
viene a condensarse en una pregunta fundamental, fuerza del héroe es el cumplimiento de lo que nos
que es el objeto formal de la ética toda: «¿Qué prometemos con la virtud.
quiero yo realmente?». Pues bien, el ideal del hé- En mi libro La tarea del héroe, donde discutí al-
roe es el de una voluntad a la vez esclarecida y gunos de los temas aquí planteados más por lo me-
triunfante, una voluntad que sabe, quiere y puede, nudo, propuse esta definición del héroe: «Héroe
una elección a la vez legítima y eficaz. Por último, es quien logra ejemplificar con su acción la virtud
la ética busca ante todo la fuerza, es decir, el alien- como fuerza y excelencia». Todos los términos
to para vivir la mejor posibilidad de lo humano, no esenciales están ahí reunidos: ejemplo, acción, vir-
la más menesterosa o la menos comprometida. Y si tud, fuerza y excelencia. Pero, si admitimos que
se preocupa de las virtudes -euyo nombre provie- invocar el ideal heroico puede suscitar equívocos
ne de uir; fuerza excelente- no es en cuanto pre- (para quien piensa a lo tarugo, todos los héroes
tensión de establecer un código más o menos son de palo), ¿por qué seguir recurriendo a él, en
orientador de acuerdo con cuyos preceptos juzgar vez de convertir la reflexión moral en algo más
las conductas, sino para reclamar la pl'omesa de in- científico, más objetivo, más doméstico? ¡Bastantes
destructibilidad que forma el núcleo vigoroso de suspicacias de huero idealismo despierta ya la ética
ciertos comportamientos. Pero, ¿qué significa ser a estas alturas del siglo cruel y lúcido que vivimos,
fuerte? Esto no equivale a preguntar: ¿quién corta- se me dirá, como para que nos venga usted ahora
rá la cabeza a quién? o ¿quién se casará finalmente con refulgentes heroísmos! Todo lo que no se so-
con la princesa?, sino más bien a esta otra cues- mete al intento de formalización rigurosa es, en el
tión: ¿cuáles son las virtudes?, ¿cómo poseerlas y caso peor, seudoteoría, y en el mejor, amable diva-
ejercerlas? El héroe, en todas las tradiciones, es gación; lo que sea hablar de sujeto humano -¡des-
ante todo fuerte, y ser fuerte significa algo asom- pués del estructuralismo!- o de libertad de elec-
brosamente parecido en la mayoría de las culturas: ción -¡después del psicoanálisis!- o de invención
ser fuerte es ser intrépido y generoso. No temer la des- artística de la propia vida -¡tras decenios de mar-
trucción física por encima de todas las cosas, no xismo y comezón sociológica!- vendrá a dar fi-
96 97
nalmente en ñoñería magicoide. Aun así, seguire- categoría insustituible. ¿Por qué la ética que no es
mos arriesgándonos, pues si no llegamos a conclu- irrelevante o dogmática resulta ser trágica? En pri-
siones demasiado convincentes nos queda el tibio mer lugar, porque parte de la tan asendereada
consuelo de que a los del barduiare tampoco les va muerte de Dios, es decir, del final de cualquier legi-
mucho mejor... En el contexto que aquí considera- timación trascendente de los valores supremos, de la
mos, el héroe funciona como un mito, aunque sea quiebra no sólo del derecho divino de la realeza si-
un mito específicamente moral. Y quiero suponer no también de la realeza divina del derecho. Pero
que también para los mitos morales son válidas las con las filosofías de la voluntad, inauguradas con
palabras que alguien tan escasamente sospechoso pujanza devastadora por los más grandes pensado-
de frivolidad metodológica como Claude Lévi- res contemporáneos, Schopenhauer y Nietzsche,
Strauss escribió con una más amplia referencia: se liquida también la serena autosustanciación
«Los mitos conciernen, pues, al psicólogo y al filó- de la Razón misma, entronizada en el altar vacante de
sofo tanto como al etnólogo: constituyen un sec- la divinidad jubilada. Tampoco la razón es causa
tor, entre otros (pues tampoco hay que olvidar el sui, como quisiera, sustituyendo en esta imposible
arte), en el que el espíritu, relativamente al abrigo pretensión al Dios tradicional. No es el Cosmos lo
de las coacciones externas, despliega aún una acti- que discierne y circunscribe el Caos, siendo éste
vidad nativa que puede observarse en toda su fres- un ámbito inferior e ínfimo cuya debilidad se es-
cura y espontaneidad» (Le regard éloigné). fuerza en el margen de la luz o es ciega materia de
Pero hay aún otra razón más, y ésta decisiva, su potencia ordenadora, sino que del inmenso y
para reivindicar la imagen del héroe en la actual omnipotente Caos brota el pequeño, permanente-
simbología moral. Estriba en el carácter trágico mente comprometido Cosmos por el que nos em-
que me parece esencial a cualquier consideración peñamos. El Cosmos viene a ser así la prolonga-
mínimamente rigurosa de la ética moderna. La ca- ción del Caos por otros medios... En cuanto al
lificación de tragedia ha ido adquiriendo paulati- Estado, destinado por Hegel a solventar el enfren-
namente un aura a la vez lúgubre y retórica, el to- tamiento de otro modo irreductible de exigencias
no hueco del falso dramatismo académico o el en sí mismas estimables pero contrapuestas (en es-
trivial de la noticia televisada del accidente ferro- te enfrentamiento consiste precisamente la trage-
viario. Sin embargo, para orientar el pensamiento dia para el autor de la Estética), la crítica económi-
ético menos superfluo y menos acomplejado por ca y política a la que le somete la izquierda
instancias abrumadoramente veneradas de la ideo- hegeliana acaba también por invalidarle para esta
logía contemporánea, creo que sigue siendo una función de dominante arbitraje. Si para mediar an-
98 99
te la realidad de los intereses hace falta una instan- ter auiofundante de la decisión heroica, su rechazo
cia desinteresada, a partir de Marx o Bakunin es evi- delpapelfiscal de la conciencia, su función ejemplar y,
dente que el Estado en su manifestación histórica finalmente, el talante jubiloso de su empeño.
no cumple tal función, pues en él más bien se acu- El héroe se sostiene y funda a sí mismo. No
ñan y defienden determinados intereses. Lo cual, necesita ningún apoyo trascendente pero tampoco
por cierto, no elimina su necesidad ideal, pero exi- consiente verse reducido a un ciego impulso indo-
ge su transformación: tal será la tarea a largo pla- meñable. El motor inmanente de la libido en cuan-
zo de la emancipación política, es decir, la realización to queda codificado en forma de ciencia o lenguaje
de la democracia. Pero la ética ni puede ni sabría -Lacan- ocupa con excesiva soltura el lugar de-
esperar; su conflictiva grandeza proviene de la ne- jado vacante por las grandes mayúsculas abolidas.
cesidad de actuar ya, a la desesperada. Sin Dios ni La decisión desplaza de nuevo su centro hacia lo
Razón ni Estado que justifiquen de modo absoluto irremediable / confortable, donde el sujeto que ac-
einapelable los valores, la búsqueda del sentido de túa ya no es protagonista de la sanción valoradora.
la acción se convierte en una aventura personal y Pero el héroe no es tanto quien sabe lo que quiere
problemática, llena de contradicciones, de opcio- como quien quiere lo que sabe. Hay en él una
nes casi intuitivas y de desgarramientos; en una alianza entre índole y destino, entre memoria y pro-
palabra, se convierte en una peripecia heroi~'tl::, So~ yecto, que funciona de un modo instintivo pero no
'bre el marco trágico de la renuncia consciente -la contrario ni excluyente del razonamiento cons-
ilustración que se desengaña a sí misma- a la re- ciente. Cuando llega el momento conflictivo se di-
conciliación definitiva. ce a sí mismo: «¡Acuérdate de quién eres!», y no es
El individuo contemporáneo se aposenta en la infrecuente que en el apurado trance de dar cuen-
reflexión ética de modo heroico; es decir, encarna ta de su acción resuma su argumentación diciendo:
el proyecto moral de forma tal que adquiere su «Yo no podía hacer eso» o «¿cómo iba a dejar de
simbolización más satisfactoria en la clásica ima- haccrlo?». A esa fusión entre índole y destino, en-
gen del héroe. En mi libro antes citado fundamen- tre condición propia (es decir, la condición por la
té este planteamiento y estudié con cierto detalle que a su vez el sujeto condiciona) y fatalidad, lla-
algunas de sus más notables implicaciones. Quisie- maron los griegos y después Schopenhauer carác-
ra ahora señalar cuatro aspectos de la figura heroi- ter: El héroe se sostiene, se funda, se define y se
ca que me parecen especialmente relevantes en pierde por su carácter. De ahí le vienen las cons-
relación a la condición trágica de la ética que aca- tantes que jalonan su vida, abierta en forma de es-
bamos de exponer. Consideremos, pues, el carác- piral a algo juntamente recurrente y capaz de mo-
100 101
dificar su nivel. Es cierto lo que señala Nietzsche: se funden la biología y la historia, la economía y
«Quien tiene un carácter tiene una experiencia los azares más contingentes, las dotes de la perso-
que vuelve». Pero ese retorno puede ir modificán- na y la oportunidad inescrutable de los encuen-
dose, purificándose, por la huella de las similares tros. No es tanto que cada cual tenga un carácter
incidencias anteriores. En el carácter se intersec- completo y predeterminado cuyo despliegue vaya
tan el determinismo y el libre albedrío, en esto marcando sin resquicios las opciones de su vida, si-
acierta Schopenhauer, pero quizá las consecuen- no que el carácter mismo, general, del querer se
cias demasiado monótonamente repetitivas que nos va revelando a cada uno paulatinamente de
sacó de este planteamiento deban ser controverti- forma única, inconfundible. TOdos queremos lo mis-
das. Pues entre los motivos que determinan la op- mo pero todos tenemos que quererlo de distinto modo,
ción del carácter no hay que olvidar la paulatina por distinta vía. El carácter no es lo que queremos,
revelación del carácter mismo en el transcurso de sino la vía que va a seguir el querer a través de ca-
la vida activa. La experiencia vuelve, pero acompa- da uno de nosotros.
ñada de la memoria de experiencias anteriores. Y En el símbolo del héroe recuperamos la intui-
ese recuerdo no es inocuo, irrelevante. A vueltas ción carnalizada de aquello en que consiste el
con su carácter, cada cual asume su posición heroi- acierto ético. No se trata de la correcta aplicación de
.ca, es decir, el vislumbre de lo que esencialmente una norma, ni de un ejercicio de automortificación,
quiere. En cuanto a la condición general de ese ni tampoco ningún dejarse llevar (ni hacia arriba
querer, una vez desculpabilizada la voluntad (tal por la gracia divina ni hacia abajo por impulsos en
fue el imprescindible correctivo de Nietzsche a cuya programación son cómplices discordantes
Schopenhauer), la metáfora heroica nos ilustra Eros y Thanatos). Es más bien un descubrirse y
suficientemente: juventud eterna y paridad con elegirse a uno mismo: un atreverse a ser plena-
los dioses, por decirlo con palabras de Burckhardt, mente, racionalmente, quien ya se es. El oráculo
o fuerza alegre, por hablar como Hermann Nohl, o délfico recogido por Píndaro ordena: «Llega a ser
una sensación enérgica de inmortalidad que equiva- lo que eres». Es decir, asume del modo más armó-
le al olvido del peso necesario de la muerte. Ahora nico, menos doloroso, más creativo, la pugna dia-
bien, esta generalidad del querer -nadie quiere léctica entre la universalidad heroica del querer y
otra cosa, porque el querer mismo en cuanto tal la peculiaridad irremediable con que en ti se da. El
no puede elegirse a sí mismo, sino sólo sus me- virtuoso destaca por el ardor con que afronta las
dios, sus objetivos particulares- está mediada por complejidades del problema y por la inventiva y el
una circunstancia individual, irrepetible, en la que arrojo que presiden sus soluciones en cada opción
102 103
concreta de la vida. Como muy bien señaló Nietz- es decir, en la perspectiva trágica. Todo héroe es
sche, no hay virtudes que lo sean en abstracto, fundador -la misma metáfora heroica alude a la
para cualquiera, virtudes definibles útilmente fundación, es noblemente edificante-, pero lo
fuera de cada situación y de cada totalidad moral, que funda es precisamente a sí mismo, su identi-
es decir, de cada sujeto individual. Por eso hay que dad mítica, que nada, salvo su propia fuerza, in-
definir la virtud de acuerdo con la práctica del vir- venta y sostiene.
tuoso y no a éste por su adecuación a un código De aquí deriva directamente el segundo rasgo
predeterminado. Aristóteles insistió en esta nece- de importancia que pretendo subrayar en la figura
sidad teórica de personalizar las virtudes para po- heroica utilizada como símbolo ético. Consiste en
der entenderlas de un modo realmente práctico. que el héroe es refractario al ejercicio de la con-
El virtuoso aristotélico no tiene un conocimiento ciencia fiscal. Sobre qué sea la conciencia fiscal re-
que los demás ignoran, sino más bien una fibra di- mito al lector a un breve ensayo mío aparecido en
ferente, un especial arrojo o empeño. «En este El País, 1984. "Sociopatología de la conciencia fis-
punto», señala Pierre Aubenque en su magistral cal", y luego recogido en mi libro Las razones del
estudio sobre La prudencia en Aristóteles, «Aristóte- antimilitarismo y otras razones. La conciencia fiscal
les parece retornar, más allá del intelectualismo de exige un responsable personal y voluntario para
Sócrates y Platón, a algún: ideal arcaico de héroe, cada uno de los males -objetivamente reales o
que se impone menos por su saber que por sus discutiblemente considerados tales por algún gru-
proezas o simplemente por su celo. No es una casua- po- que afligen a una colectividad o al género hu-
lidad que en Aristóteles el personaje que sirve de mano. En el plano colectivo, el ejercicio de la con-
criterio sea a menudo designado con el vocablo ciencia fiscal es la búsqueda del chivo expiatorio;
spoudaios. La palabra evoca en primer lugar la idea en el individual, es la utilización de la moral como
de dedicación, de ardor en el combate; después, instrumento de valoración, premio o condena, es
sencillamente la de actividad seria: el spoudaiós es el decir, como instrumento de control ideológico de la
hombre que inspira confianza por sus trabajos, conducta ajena. El héroe no participa en estas ope-
aquel junto al que se siente uno seguro, aquel al raciones de acoso y derribo, porque no considera
que se toma en serio». Ese celo y ese arrojo son la ética como algo que pueda ser utilizado para va-
imprescindibles cuando los motivos de obediencia lorar hacia el exterior, desde fuera, sino sólo hacia el
o veneración, las razones incontrovertibles, las le- interior, desde dentro. El punto de vista de la ética
yes de cuya objetividad no puede disputarse mues- es la acción -el sentido de la acción-, y ésta sólo
tran sus grietas o simplemente se han derrumbado, puede ser considerada por el sujeto que en ella se
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empeña. Cuando la acción es vista desde el exte- ella la moral es, en el más riguroso de los casos,
rior ya no se observa de ella más que su causalidad una rama legitimadora del Código Penal, y en el
inerte, su condición de resultado, pero no lo que más leve, un bit-parade de amables recompensas.
de opción e intención libre pudo haber en su ori- Como antes se ha dicho, el héroe no puede
gen; por decirlo de modo más radical, considerada -por ser quien es y salvo dejar de serlo- partici-
desde la exterioridad toda acción pertenece al ám- par en esta tarea inquisitorial. La virtud, la decisión,
bito de la necesidad y no al de la libertad, que es el la perplejidad ética, todo ello son parte de una
que interesa a la ética. Por supuesto, los resulta- epopeya personal en la que trata de reconciliar el
dos de las acciones de los demás, las doctrinas en destino que las circunstancias imponen a su carác-
que dicen apoyarse, los motivos que declaran o que ter con las vicisitudes paulatinamente reveladas de
ocultan, los proyectos colectivos o individuales su carácter asumido como destino. El punto de vista
que se proponen, todo ello puede y debe ser valo- del héroe es el origen de la accion, el instante irrepetible
rado, pero ya no de un modo estrictamente ético. en que -cada vez como si fuera la primera vez- hay
Hay muchos otros juegos de valores que no perte- que tomar partido y jugarse la vida, jugándose en la vi-
necen a la ética y que no por ello dejan de ser su- da. Por supuesto, el héroe toma en cuenta a los
mamente respetables: valores lógicos, estéticos, otros y a la comunidad social en la que su acción va
religiosos, legales, políticos, higiénicos, sociales, a inscribirse: de hecho, en cuanto héroe, no toma
etcétera. Quizá precisamente -como señalé en en cuenta precisamente nada salvo eso... y la me-
mi Invitación a la ética- lo que en realidad no haya moria de quien él mismo es, para llegar plenamen-
sean valores específicamente éticos, pues la ética te a serlo. Pero como es activo no juzga al vecino,
consiste más bien en un modo de considerar, desde sino que decide su conducta propia; por decirlo en
la perspectiva de la acción, es decir, desde el sujeto y su terminología nietzscheana, es activo y no reactivo,
libertad, los distintos valores en juego, tratando de es decir, no conoce el resentimiento, que es la for-
jerarquizarlos o armonizarlos en una totalidad in- ma enfermiza en que los débiles traban contrahe-
dividual de sentido. La reflexión ética maneja ba- cha percepción de la libertad. Emerson señaló ati-
remos y consideraciones axiológicas públicas, pero nadamente que el héroe está unronmovibly centered,
es de uso -de eficacia- estrictamente privada: centrado inconmovible e insobornablemente en sí
nadie puede ser el ético de otro, ni suponer y, por mismo. No son para él las seducciones del purita-
tanto, tasar su conciencia. En cambio, la concien- nismo ni de la maledicencia, que casi siempre no
cia fiscal quiere a toda costa determinar las respon- encierran más que envidia por la vida de los otros.
sabilidades para distribuir premios o castigos: para No puede el héroe pensar que la vida auténtica es-
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té en parte alguna fuera de en él mismo y por tan- capaces de esforzarse por la virtud misma, por
to no siente la comezón de castigar ni de atisbar ni su virtud propia, cuyo triunfo no será nunca espec-
de reprimir. Incluso cuando luche contra lo que táculo deslumbrante para ellos. Creo que fue
fuera de él o en él encarne lo que considera bajo Erhemburg quien reconvenía a los jóvenes poetas
un aspecto determinado el Mal, lo hará sabiendo rusos diciendo que «todos quieren ser Pasternak,
que nadie es realmente culpable del Mal, pero en pero sin sufrir». El ejemplo del héroe no será ne-
cambio jubilosamente consciente de que gracias al gativo más que para los advenedizos -a menudo
Mal puede haber héroes. sinceros, desde luego, pues la admiración de la vir-
De este modo llegamos al tercero de los rasgos tud ya es en sí misma una virtud-, que quisieran
señala bles en el héroe como símbolo moral: su ca- recibir el sentido pleno de sus actos de la simple
rácter modélico, ejemplar. El héroe no reprende ni imitación de actos cuyo sentido por así decirlo
censura ni castiga, no practica las habituales for- deslumbra, rebosa genialmente hasta para obser-
mas de pedagogía puritana, pero, a su modo -por vadores necesariamente ajenos a la intimidad de
su propia virtud triunfante-, enseña más que na- quien los realiza. Por lo demás, sabemos desde
die. El héroe no estámoralmente pendiente de los otros, Aristóteles que es precisamente así, y no por defi-
pero los otros están pendientes del héroe. Ni adoctrina niciones, como aprendemos a qué se parece real-
ni amonesta, pero con la exhibición de su conduc- mente la virtud. Pues la virtud es dinámica, hay que
ta seduce a quienes le rodean hacia la virtud, aun- verla en marcha para entenderla, hay que conside-
que deba necesariamente ser la virtud de cada cual, rarla en sus circunstancias concretas, incluso en
la virtud que cada cual encuentra para sí mismo. El sus contradicciones y en sus desgarramientos. Las
héroe esla tentación de la excelencia. En torno al ges- sentenciosas definiciones sólo nos informan de su
to heroico se crea un vacío fascinado que absorbe cáscara y quizá más bien nos previenen contra ella,
energía como uno de esos agujeros negros espacia- al rodearla de un sospechoso tufo a empingorotada
les sobre los que fantasean los astrónomos. A veces rigidez. Así ocurre a veces en la desencarnada ima-
se trata de un tirón demasiado fuerte, en cuya glo- gen del Bien que obtenemos de los diálogos plató-
riosa perdición se despeñan espíritus provocados nicos, contra la que reacciona la prudencia de raíz
con excesiva vehemencia a una generosidad que trágica aristotélica. Como muy bien señala Pierre
aún no estaban preparados para soportar. Pero no Aubenque en su libro antes citado, en el plantea-
hace falta llegar tan lejos, y en realidad el modelo miento ético del Estagirita «ya no es el hombre de
heroico no es fatal más que para quienes se enca- bien quien tiene los ojos fijos sobre las Ideas, sino
prichan del aura triunfal de la virtud pero sin ser nosotros quienes tenemos los ojos fijos en el hom-
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bre de bien». Es precisamente en el hombre de hombre empírico todo es ejemplar; y también me
bien, en el spoudaiós aristotélico o en el bonnéte bom- arriesgo a decir: en todo hombre hay por 10 menos
me de Montaigne, donde la virtud pierde su aireci- un rasgo que es ejemplar» (El santo, el genio, el hé-
llo coactivo y gazmoño para refulgir con todo su roe). No olvidemos que el heroísmo es ante todo
brío inmortalizador; también, desde luego, en esos una metáfora de la eficacia de la virtud, es decir,
ejemplos vivos aprendemos las limitaciones trági- del punto de vista activo y libre en que el sujeto
cas de la virtud, sus conflictos frecuentemente irre- elige la condición no cosificada, infinita, de su hu-
conciliables, los desenlaces finalmente desastrosos manidad, en lugar de cualquiera de las determina-
de las vidas mejor orientadas. Durante siglos, ge- ciones interesadas del orden de lo necesario. El
neraciones no precisamente inferiores moralmen- héroe es protagonista evidente del reconocimiento
te a la nuestra buscaron su iniciación en la virtud de lo humano en lo humano, y al reconocerle, re-
no aprendiendo catálogos de normas o códigos, no conocemos en su conducta el fondo auténtico de
memorizando tablas de ejercicios, sino leyendo las nuestro querer. Pero ese gesto eterniza dar es cons-
Vidas de Plutarco. tantemente una de nuestras posibilidades, la mejor,
Cuando hablamos de modelo heroico, del ejem- y no algo que esté reservado a unos pocos. Si la
plar tentador y seductor del spoudaiós, quizá 10 ima- ética es en el fondo reconocimiento, la virtud te-
ginamos con un perfil demasiado único. Pero el nemos que aprenderla de quienes nos rodean.
excelente, al menos en cuanto ejemplo, no tiene Mientras que un veredicto castiga pero no enseña
forzosamente que ser excepcional (en el sentido de nada, un gesto puede convencer o seducir de for-
excepción, rareza, caso sumamente singular). Corre- ma irrefutable. No hay héroes puros, héroes bajo
mos así un doble peligro: no hallar jamás ningún todos los aspectos, héroes a quienes desde fuera
héroe que nos seduzca o nos enseñe, pues todos se -que es como los consideramos en el ejemplo-
parecerán demasiado en algunos aspectos a los no se les pueda encontrar siempre alguna tacha;
hombres ordinarios de cuyo rango por definición tampoco vistos desde dentro ninguno somos, ni
les excluimos, y menospreciar globalmente a todos muchísimo menos, inmaculadamente heroicos para
nuestros camaradas en el vivir, por haberles deste- nosotros mismos, aunque el punto de vista del hé-
rrado de una imagen heroica demasiado especta- roe nos sea imprescindible para actuar con sentido
cular o excelsa. Sin embargo, alguien tan poco sos- inmortalizador. Pero en cambio todas las acciones
pechoso de concesiones al populismo igualitarista de la libertad están permanentemente al borde del
en cuestiones éticas -o en cualesquiera otras- heroísmo, y cualquier decisión, un gesto, una pala-
como Max Scheler escribió con tino: «En ningún bra, una simple mirada quizá, pueden despertar la
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verdad heroica de quien más absorto parecía en la rrotas mismas tienen una calidad triunfal, por lo
mentira de la vulgaridad. que hasta su desconsuelo peculiar resulta en cierto
Por último, una sola palabra sobre la alegría he- modo apetecible... Pero, sobre todo, hay en el héroe
roica. Digno esencialmente de la felicidad, que es el una especie de alborozo feroz, el júbilo de una vo-
reverso soñado de nuestra condición trágica, la re- luntad que se reencuentra con su propio anhelo, el
conciliación de la que ontológicamente estamos gozo de la energía liberada y liberadora. Hasta los
exiliados, el héroe no es de hecho un paradigma de héroes más sombríos, en el momento de su gesto
felicidad, sino de virtud. Hasta pudiéramos hablar heroico, se rodean de una cierta aura regocijada. Y
de una característica desuentura heroica. Dice Ber- es que el héroe supera en su decisión la seriedad de
nard M. W Knox, en The heroic temper: «El héroe la vida, porque la seriedad del mundo es la necesi-
es primariamente, en muchas mitologías, el hombre dad y él se sabe libre. Los héroes ríen siempre: se
al que nadie puede destruir; pero en Grecia es el ríen de lo necesario, se ríen hasta en su desventura y
hombre que se destruirá a sí mismo (oo.). Su perjui- en su desconsuelo. Juegan sin cesar, porque están
cio y muerte no están sobreañadidos por algún des- verdaderamente, humanamente, sanos. Así lo expre-
tino exterior, sino por una cualidad íntima bien co- só Ralph Waldo Emerson: «El juego es la floración
nocida por Homero: la arete». Hay en la grandeza y el brillo de una salud perfecta. La voluntad grande
heroica, en su esfuerzo mismo por la eternización, no se aviene a tomar ninguna cosa en serio; todo
algo que parece reclamar la desventura dentro del tiene que ser tan alegre como la canción de un cana-
orden trágico en que nuestras vidas transcurren. N o rio, aunque se trate de la construcción de ciudades o
es cosa que tenga que ver directamente con el éxito de la destrucción de viejas y estúpidas iglesias y
o el fracaso de los trabajos emprendidos, al contra- naciones que han obstruido la tierra durante miles
rio. Hablando de las Vidas de Plutarco, Carles Riba de años» (Heroism). La verdad del héroe va más allá
señala con acierto «la impresión de triunfo que, en de su propia opción libre, va más allá de la virtud
medio del desastre, nos producen un Demóstenes, que en él encama, más allá del carácter que asume
un Filopemen o un Catón de Utica, o en la pen- como destino: la verdad del héroe es su risa, la ale-
diente de derrota moral por la que se desliza inelu- gría que brota de la gran seriedad de lo irremediable
diblemente un Tenústocles o incluso el propio Ale- momentáneamente vencida. Tal como cierto día en
jandro». El héroe queda en último término abierto, Macedonia rió un joven príncipe cuando, para do-
ambiguo, inconsolable; ni siquiera los que mejor mar a un hermoso caballo imposible, le apartó del
sentido supieron dar a sus acciones se libran de una vano temor de su sombra y le hizo volver los ojos
cierta mácula de sinsentido. Y sin embargo, sus de- fieros hacia el furor del sol.
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La aventura interior: cubrimiento del más exótico de los paisajes, la más
remota de las peregrinaciones no pueden propor-
héroes y exploradores gel espíritu
cionarnos nada distinto a un estado deánimo; lo mis-
«El espiritu erige, durante unas cuantas horas, su propia mo hay que decir de la batalla más reñida o la bre-
estatua. Sin embargo, no puede persistir en esta actitud; le es ga aventurera más peligrosa. Pero la inversa no es
preciso inyectarse constantemente nueuastuerzas. La embriaguez cierta: algunos de los estados de ánimo más pertur-
puede acercar a lo absoluto, pero solamente en imagen; conocemos,
dur-ante unos cuantos instantes, lo que esposible. Basta una ojeada bados y perturbadores no se deben a ningún viaje
a través de la puena». espacial ni a ningún enfrentamiento con enemigos
exteriores. Si falta el estado de ánimo adecuado la
Ernst Jünger ____ - . ~ •. - _O" "_. _" ", •• ,.. o ,--, , ._'._' ' ,

sensibilidad de laconciencia .para lo maravilloso o


En cierta ocasión le preguntaron a Borges cuál lo terrible, no habrá heroísmo ni aventura aunque
era su opinión sobre los viajes espaciales, y el poeta el sujeto se pase la vida correteando de león en león
respondió: «Bueno, mire usted, a mí me parece que y de océano enocéano; no son impensables los pi-
todo viaje es espacial, ¿no?». En su contexto, la res- ratas mortalmente aburridos por la rutina atroz de
puesta es muy ingeniosa, pero las notas que siguen los abordajes o el explorador que bosteza con fasti-
van a arriesgarse a discrepar de ella. No todo viaje diosa sensación de deja vu al llegar por fin a la re-
es espacial, y desde luego no voy a referirme aquí a cóndita catarata. Pero cuando el alma se dispara y
las excursiones a tiempo a través realizadas por los entra en trance explorador, la aventura nunca falta,
personajes de Wells, Poul Anderson V tantos otros aunque el cuerpo no haga otro recorrido que el
autores de ficción científica. Cuando digo que no muy común que lleva desde el portal de casa hasta
todo viaje es espacial, Quiero señalar Que no todo el quiosco de periódicos más cercano, o aunque
viaje es 'exte771o.: hay tr¡nscursos decisivos que no permanezca inmóvil en una cama de enfermo, C9-
van de un punto geográfico a otro, sino que deam- mo Proust, o abrochado por una camisa de fuerza
bulan solamente por la intimidad de la conciencia. en el fondo de un calabozo, como el peregrino es-
Por mucho que nos movamos exteriormente, lo telar de Jack London.
cierto es que siempre permanecemos encerrados Es decir, que lo que nos pasa, siempre pasa den-
en nosotros mismos: supongo que así hay que in- tro. A.fin de cuentas, toda experiencia es interior,
terpretar aquella observación de Condillac, cuando aunque un gran explorador del espíritu, Georges
señaló que por alto que subamos o por profundo Bataille, pretendió reservar el título de experiencia
que bajemos, nunca conseguimos salir de nuestras interior solamente para la aventura mística, la bús-
sensaciones. La más audaz de las travesías, el des- queda de la totalidad. Pero es que hay una experien-

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cia rutinaria, común, objetiva, por la cual el alma se se ha jugado así el alma o ha jugado así con su alma,
atiene simplemente a las productivas tareas cotidia- es un caso perfecto de funcionario de la normalidad
nas y no pretende ir más allá de lo que sirve para productiva vigente, apegado al terruño socializado
conservar la vida que se nos ha dado y que social- como el campesino al tranquilizador campanario de
mente compartimos. Y otra experiencia, en cambio, su aldea. Los demás, nos hayan dejado o no crónica
despega de lo habitual y busca darse vuelta, trastor- de sus andanzas, son los aventureros del espíritu.
narse, sea por medio del minucioso y razonado de- Salieron no de sí mismos, sino a travésde sí mismos,
sarreglo de los sentidos que pedía Rimbaudo por dispuestos a llegar todo lo lejos que resultara posi-
cualquier otra forma de inducción alteradora inter- ble dentro de lo que eran. Salieron sin mapas, sin
na o externa. Reservaremos el calificativo honroso promesa de retorno. Uno de ellos, Henri Michaux,
de aventura interior para este último tipo de expe- advierte: «Si nos equivocamos de camino nos juga-
riencia, más arriesgada y con frecuencia infructuosa mos el alma. Puesto que, lleguemos donde llegue-
si se la juzga según los patrones utilitarios de la exis- mos, vamos a desembocar en la totalidad» (Las
tencia municipal que en notable medida todos so- grandes pruebas del espíritu). Y la revelación de la to-
portamos. Lo útil, ya se sabe, es la división del tra- talidad puede resultar incompatible con los meca-
bajo, la especialización de las manos y las almas. Lo nismos de nuestra vida, condicionada por delimita-
inútil, lo comprometedor,' es querer serlo todo. Ba- ciones, recortes, renuncias, empequeñecimientos
taille insistió en este punto con fuerza y lucidez ad- fabriles y autorreguladores, pausas. Ser esalgo menos:
mirables, que a veces no le acompañaron después así se nos ha dicho. Y el aventurero, en cambio,
en otros meandros de su indagación: la experiencia orienta su ser hacia serlo todo o en cualquier caso
mística -la aventura interior- es la búsqueda de la hacia ser siempre más. Tal es su riesgo, su apuesta.
totalidad. Quien no ha intentado alguna vez, deli- En dos aspectos -que quizá no sean más que
berada, empeñosamente, serlo todo, negar los com- caras diferentes de algo único- se asemeja el aven-
partimientos del espíritu y la división entre 10 físico turero interior al héroe clásico de peripecias exter-
y lo metafísico, vulnerar los límites de los sentidos, nas: no se guarda para la vejez y repudia o no se
abrirse a lo ilimitado hasta la pérdida total de con- aviene con la regularidad comunitaria. El más into-
trol y salvaguardia, deshacerse en chispas y raudas lerable y antiheroico de los mitos higiénicos, prin-
trayectorias divergentes para rehacerse después cipal avasallador de nuestra modernidad, es el de la
transfigurado, aunque sin estar nunca seguro de si vejez sana y activa como fin supremo de la vida.
tal recomposición será posible o en último extremo Los griegos miraban con razonable desconfianza a
-desde el último extremo- deseable, quien nunca cualquier guerrero que alcanzara la madurez, no
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digamos a quienes llegaban a ser ancianos: N éstor dez -infrecuente, pero no imposible- del políti-
aparece en la Ilíada corno un fastidioso pelmazo, y co por el éxito electoral que le eleva hasta el poder
de él sólo sabernos que en la caza del famoso jabalí como triunfal refrendo de su carrera. La vejez, una
de Calydon, ocurrida en su juventud, se subió a un vejez sana (corno si en sí misma no fuera una en-
árbol y dejó a Peleo a merced de la fiera. Para lle- fermedad y la peor y más repugnante de todas),
gar a viejo, no hay mejor carnina que aprender a una vejez útil y productiva, al menos presentable,
trepar. Por eso el auténtico coraje sin cálculo, es- es para esta forma de pensar algo así corno el di-
pontáneo, y la longevidad no hacen buenas migas. ploma de la mejor vida bien empleada. No vaya
Ninguna vida mínimamente fiel a lo arriesgado perder aquí ni un minuto -el tiempo no es oro, pe-
piensa ante todo en durar. Entre los aventureros ro consumido en vano resulta poñzoñoso- refu-
del espíritu las normas son idénticas, y los mejores, tando esta obscena superstición, amasada con sen-
corno Novalis o Riro-baud, no se dedicaron a prepa- satez y lifting, con chequeos periódicos y optimismo
rar su confortable jubilación; tampoco lo hizo san tonificante (<<tenernos la edad de nuestras puñeteras
Juan de la Cruz, ni siquiera el principal inquilino arterias»), etcétera... Me limitaré de pasada a un
de la cruz misma. Algunos han llegado a la edad ca- modesto peán en loor de quienes tuvieron la decen-
nónica e incluso la han superado, pero jamás lo han cia de no cumplir los treinta años y de quienes han
tenido por su triunfo principal. El hoy nonagenario vivido a partir de entonces sólo para proclamar la
Ernst jünger escribió hace pocos años, en un libro vergüenza de haberlos cumplido, un sentido y reve-
titulado Acercamientos a la droga y la embriaguez: rente homenaje a quienes se quemaron las entrañas
«Después de todo, no sólo vivimos para envejecer, con ácidos, alcoholes y alcaloides buscando la defi-
pues la edad no es más que un don suplementario nitiva desmesura, una declaración de amor a quie-
y a menudo muy poco gozoso que se añade a la nes ofrendaron en días la sustancia de años y a la
existencia». La concepción productivista del mun- sensatez de los niños suicidas, de los tránsfugas y de
do considera siempre que lo que se obtiene alfinal l~)s que inmolaron precozmente su cordura sólo por
de cualquier empeño es la justificación del proceso intentar ver desde lejos la otra orilla.
completo: el tiempo dedicado al erotismo se Después será preciso hablar de la insociabilidad
~~compensa» por un buen orgasmo en el que todo heroica. Aunque parezca paradójico, la función del
culmina o incluso por la conquista añadida a nues- héroe es profundamente social, pero el héroe mis-
tro propio score y luego narrada a los amigos; los mo rara vez lo es. En sí lleva algo de apartado, de
desvelos del poeta obtienen definitiva justificación intratable, gracias a 10 cual precisamente puede
por el Premio Nobel que le consagra, y la honra- servir de apoyo identificatorio al común de los
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mortales. Lo que le rasga de la cotidianidad pro- con nosotros, sino porque les hemos visto mágica-
ductiva, normalizada y rutinaria -yen ello reside, mente determinados a nutrirse de sí mismos. Aleja-
por cierto, su excelencia- permitirá, llegado el ca- dos de la plaza pública, incluso hostiles, difíciles en
so, servir de trascendental ayuda a la mayoría: deci- todos los sentidos válidos de la palabra, su aptitud
dirse contra viento y marea por 10 único es lo que de merodeo y demasía nos resulta de cuando en
hace al héroe definitivamente popular. Aventureros, cuando imprescindible para soportar sin intolera-
exploradores y héroes prestan su servicio comuni- ble miseria el tránsito fabril de cada día. Cuanto
tario en los momentos extremos de la vida de la más perdidos están para lo corriente, mejor pueden
ciudad o en los afanes marginales de su periferia. ayudarnos, aunque tal no sea su propósito ni sepan
Sirven para fundar, para conquistar, para invadir, siquiera que su calvario es una cierta expiación de
para defender o para marcar con su inmolación la la que muchos -inmerecidamente- sabrán bene-
pauta gloriosa del último día; saben valerse por sí ficiarse.
mismos, durar en la soledad y en adversas circuns- Si la aventura exterior -viaje, exploración o
tancias, atreverse a 10 vedado o a lo desconocido, combate- es siempre un juego a través del espacio,
descender al pozo de la muerte sin total privación un descubrimiento de lugares nuevos y una epopeya
de la esperanza: pero no son buenos compañeros de de sitios v contrasitios, la aventura interior se las en-
trabajo en la faena repetida de cada jornada; ni ins- tiende fundamentalmente con el tiempo. La dimen-
tauran familias modestas y respetables, ni saben sión que acoge las proezas y conquistas del alma es
circundarse de corteses relaciones civiles. Con- temporal y en ella se acumulan las pruebas de resis-
fiamos en su misión porque desconfiamos de que tencia, los súbitos misterios, las revelaciones devas-
pudieran ser como nosotros; desde su sagrada locu- tadoras. Las peripecias del espíritu son siempre de
ra, ellos nos inspiran para que logremos no imitar- un modo u otro alteraciones de la duración. El héroe
los y resignarnos a vivir sin enloquecer. En el ran- exterior se enfrenta con lo que está lejos o viene de
go de los aventureros interiores, las cosas son lejos, entra donde no se puede o se debe entrar, lle-
semejantes. También ellos rechazan las habituales ga donde nadie ha llegado y funda en tomo suyo el
compañías y se adentran en 10 prohibido, también lugar inatacable por excelencia, la ciudad segura. El
recurrimos a su experiencia ---cuando han condes- aventurero del alma se somete a lo cronológica-
cendido a 1egárnos1a- en ciertas convulsiones sun- mente insólito o inaceptable, padece o goza eterni-
tuosas de nuestra vida mientras que nos rehuimos a dades en segundos, condensa, distorsiona; muele y
ella discretamente en la rutina cotidiana. Si les ad- funde en su más íntimo crisol el tejido de los instan-
miramos no es porque hayan intercambiado dones tes. Así como hay toda una mitología del viaje ini-
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ciático, hay también un radicalmente transforma- La decisión de arriesgarse a la aventura inte-
dor aprendizaje por medio de la perturbación tem- rior también tiene similitudes con la que lleva al
poral. Jünger le concede la debida relevancia, cuan- héroe externo a emprender su valeroso camino. El
do afirma que «toda modulación de la conciencia origen -en ambos casos- podemos situarlo en
del tiempo tiene una importancia pedagógica: tanto un trauma infantil, la condición de desheredado. El
el apretamiento del tiempo, que alcanza su máximo aventurero que parte hacia lejanas tierras o se en-
en el orgasmo, como el alargamiento del tiempo en rola como grumete en el ballenero, el héroe que
la tortura» (Aproximaciones...). El tiempo y sus za- reúne compañeros para intentar conquistar el ve-
randeos nos van iniciando también en misterios de llocino de oro, suelen ser los hijos menores de la
los que no volveremos idénticos: quizá un largo y familia, huérfanos que soportan a un padrastro do-
peligroso viaje no nos enseña tantas cosas decisivas minante y abusivo, benjamines postergados por
como una noche en vela o como media hora de es- primogénitos demasiado carnales y poco dispues-
pera en la menos insólita de las esquinas. Shakespea- tos a compartir fraternalmente el legado paterno.
re comentó imborrablemente que estamos hechos Del desposeimiento y la minusvaloración del niño
?c la urdimbre de los sueños, y soñar, sin duda, es el nace la terrible vocación de excelencia del héroe ,
paradigma mismo de la aventura espiritual, lo más que todo 10 doblega, y su pasión -a menudo
íntimamente significativo que nos ocurre en la vida. atroz- por la justicia. Hay que sentirse débil antes
Incluso después de ésta, alguien ha supuesto que tal de dedicar la vida a proteger a los débiles. Cosa
vez siga el sueño. Pues bien, lo característico de los muy semejante ocurre al aventurero del espíritu o,
sueños no es tanto la diversidad de los paisajes y la mejor dicho, al aventurero del alma: niño apabu-
extravagancia imposible de las situaciones, sino el llado, se ve a punto de perder su vida por pura de-
hondo trastorno temporal, los muertos que persis- licadeza, como le ocurrió a Rimbaud. Antes de
ten más allá del irrevocable instante de su falleci- sentirse impelido a la aventura interior, notará que
miento, los hijos que -ya crecidos- asisten con la madre-realidad y el padre-institución le despo-
escéptica o ansiosa sonrisa al noviazgo de sus pa- jan de su poder más propio, es decir, de la magia.
dres, la infinita condensación de sucesos en el plazo Por eso uno de los más ilustres representantes
de un suspiro, la extenuante división en tracciones o contemporáneos del gremio, Walter Benjamin,
el inacabable postergamiento del más sencillo de los hablaba de la sabiduría de la mala educación, y se-
gestos. Los sueños, como la droga, como el erotis- ñalaba la razón del fenómeno apuntando que la
mo y como la poesía, son la irrisión v el escándalo verdadera razón de la mala educación es el fastidio
delreI~. • del niño por no poder hacer magia: «La primera

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experiencia que el niño hace con el mundo no es imaginaria de la necesidad causal de la realidad. Si
que los adultos son más fuertes, sino que él no el niño se reclama mago es porque ansía un orden
puede hacer magia» (Haschisch). Si el problema voluntario de las causas, no una concatenación me-
consiste en que los adultos son más fuertes, es de- cánica establecida de una vez por todas. El desvarío
cir, que no conocen otra razón que la fuerza y la religioso nace de este anhelo, que siempre lo sub-
prioridad que da la edad -el haber llegado antes y yace y en algunos casos se hace paladinamente ex-
haberse aprovechado de tal ventaja para organizar plícito: los mutazilíes, unos herejes musulmanes
el mundo a su manera-, lo que corresponde al jo- del siglo XII, contra quienes polemizó Maimó-
ven héroe es abandonar su hogar, partir a la aven- nides, sostenían que la casualidad no es una ley na-
tura, buscar leales aliados, fortalecer su cuerpo y tural, sino sólo un hábito o costumbre que tiene
su mente a fin de retornar un día, irresistiblemen- Dios de hacer las cosas en determinado orden; tal
te vigoroso y cargado de razón justiciera, a recla- ordenamiento no es inevitable; por ejemplo, no es
mar la herencia debida e imponer el orden nuevo. forzoso que la falta de alimentos cause el hambre o
Pero si lo que ha marcado de una vez por todas al que el caudal del Nilo aumente y disminuya de
niño es la imposibilidad de hacer magia, su bús- modo regular, sino que tales cosas suelen ocurrir
queda y su esfuerzo deberán orientarse no hacia así por rutina misteriosa del Creador. Para quienes
fuera, sino hacia su propio interior. Ahí encontrará rehúsan o no se satisfacen con la solución directa-
la selva hecha de tiempo y de concatenación causal mente religiosa, queda la aventura interior, es de-
por la que deberá internarse, perderse quizá, ahí cir, la alteración de la conciencia. Pues lo mismo
arde la llama inextinguible en la que deberá tem- que la sustancia de que está hecha la conciencia es el
plarse o por la que será consumido. Cuando retor- tiempo, su [orma es la procesión causal. Modificar
ne de esa experiencia hechizada, su rostro será dis- esa sustancia y esa forma, experimentar con ambas,
tinto, como el de alguien que viene de lejos, por metamorfosearlas o desviarlas de su trillado cami-
utilizar la expresión antigua del poema de Gilga- no, tal es el único consuelo, tal es la compensación
mesh. Y «como aquel que tras una estancia en el que obtiene el niño desposeído de la magia. Ape-
extranjero ya jamás vuelve a poseer su inocencia nas hace falta insistir en que sustancia y forma de la
nacional, ya no es incondicionalmente solidario, él conciencia poseen, como es obvio, las más íntimas
también se habrá distanciado» (Henri Michaux, correlaciones, de modo que quien perturbe el
Las grandes pruebas del espíritu). tiempo modificará también la causalidad y, del
La magia que pretende el niño y por cuya im- mismo modo, cualquier paradoja introducida en la
posibilidad se siente desheredado es la superación
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serie causal será sufrida o gozada como un enigma
-sobre todo 10 que Ciaran y Clément Rosset han
cronológico.
llamado «risa exterminadora», la carcajada que no
Si una palabra debe bastar para caracterizar la
se guarda las espaldas ante el hundimiento del or-
aventura interior, una palabra a la vez material y
den del mundo--, la violencia -Bataille habló par-
abstracta, referida a la industria experimental o a
ticularmente del tema y probablemente su noción
los lauros sobreh~anos de la disciplina iniciática,
b de «fiesta» debería incluirse aquí-, lafatiga -cuya
tal término no puede ser más que alquimia. Todo
condición de droga señaló con agudeza Roland
trastorno de la conciencia se debe a la química, en-
Barthes-, el dolor -aquí el suplicio, el despecho,
tendida ésta en su sentido árabe originario de kimi-
los usos iluminadores de la enfermedad, la esperan-
ya, piedra filosofal (vid. Corominas, Diccionario eti-
za que cabe depositar en las lecciones decisivas de la
'nwlógico de la lengua castellana). La aventura interior
agonía...- , el terror -vigilias de amenazados, no-
consiste en arrimar al alma una piedra filosofal y es-
ches de pesadilla, pedagogía de los cuentos de es-
perar con devoción y atención entregada la sacudi-
panto que los niños aprecian tan exquisitamente,
da posterior. El arte mayor de la piedra filosofal es
etcétera...- . La piedra filosofal artificial es aquella
transmutar en oro -pero en el auris non vulgi de
que se toma o practica como algo separado de la vi-
los alquimistas, tesoro íntimo extraído del pozo del
da cotidiana y sus productos, con el propósito deli-
yo-la escoria de tiempo y causalidad que constitu-
berado y único de inducir a la conciencia a algún
ve la conciencia rutinaria. Esa operación de quími-
~c;:;LaQú'c'Atl'dWmfi'i{lu;b,.{e.eb~;,J"1d''\l~c~,,{d~f'¿"'1u-
. ca trascendental admite dos grandes géneros que
tenso. Su forma más común se engloba en la dema-
incluven diferentes ranzos específicos, según la pie-
, b
siado amplia denominación de droga: pese a lo que
dra filosofal requerida sea, digamos, espontánea o
temores ancestrales actualmente revitalizados pre-
artificial. Como todo fruto de la voluntad taxo-
diquen en torno a esta cuestión, no ha habido épo-
nómica, esta división es arbitraria, pero no la consi-
ca ni cultura sin drogas, ni cabe imaginar una acti-
dero irrelevante ni estéril. Llamo «espontánea» a la
tud audaz v reflexiva hacia las posibilidades de la
piedra filosofal -es decir, a la actividad o sustan-
conciencia 'que prescinda completamente de ellas.
cia- que, buscada o padecida por alguna razón co-
La otra gran rama de esta alquimia la constituye el
nectada con el orden de la producción cotidiana,
arte, en especial en cuanto poesía o música, mecanis-
procura, sin embargo, la revelación alquímica. A es-
mo de distorsión de palabras, formas y sonidos con
te género pertenecen el erotismo -muy especial-
el propósito de suscitar en el alma la revelación de
mente la perversión, en el supuesto de que algo me-
la esencial extrañeza de 10 real, a la que algunos lla-
rezca ser llamado erotismo fuera de ella-, la risa
man en ocasiones «belleza». La tercera piedra filo-
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sofal artificial es la meditación en todas sus ramas, el más que el sol y la lluvia, sitúan a los hombres de
ejercicio hipnótico del pensamiento más allá de todo clima, de toda época y de toda condición ante
cualquier objetivo práctico, la contemplación ITÚSti- problemas idénticos». Como estamos dominados
ca, en cuya consecución no suele nunca faltar la por la arbitraria y coercitiva manía interpretativa,
concurrencia de algunas de las formas de la alqui- todos los productos de la imaginación -entre los
mia natural, como el suplicio, la enfermedad o la que los sueños tienen rango prioritario- quedan
represión del erotismo, que es una de las más efi- reducidos a la miseria alegórica o a la irrelevancia,
caces y refinadas perversiones de éste. Esta enume- cuando no se convierten en síntomas de algún de-
ración de rangos alquímicos naturales o artificiales sorden funcional. Caillois, como Borges, insiste
no pretende ser exhaustiva, pero me parece más correctamente en que el hecho de soñar le parece
que suficiente. Los aventureros de lo interior mez- en sí mismo más digno de atención que el propio
clan unos tipos con otros, potencian lo natural con contenido de los sueños, no digamos que su su-
lo fabricado, aprovechan disposiciones espontáneas puesto «significado». ¿Cuál es con precisión la in-
para inventar sus propios tipos de embriaguez. En certidumbre que nos viene de los sueños? Caillois
este escabroso terreno no hay ninguna norma fija; la resume así: «Estoy seguro: no hay ninguna ope-
quizá lo único que pueda decirse como oráculo ge- ración de la conciencia inteligente, activa y respon-
neral es aquella hermosa indicación de Emst ]ün- sable de la que el sueño no pueda proporcionar una
ger: «La pasión es siempre el índice de lo que hay réplica en el modo pasivo, maquinal y fascinado».
que hacer, pero también de aquello a lo que hay que Amar, razonar, escribir, componer versos o música,
renunciar» (Aproximaciones...). guerrear, estudiar o atravesar selvas y mares, morir
Párrafo aparte merecen los sueños, ya mencio- incluso, todas estas operaciones pueden ser vividas
nado, que son la aventura interior más común e en sueños con una tan precisa sensación de verosi-
inevitable de todos los humanos e incluso de nu- militud y realismo como cuando nos ocurren en la
merosos animales superiores. Uno de los libros vigilia. ¿Cómo saber, pues, si el sueño es nuestro
más hermosos que se han escrito este siglo sobre presente o la memoria brumosa de una supuesta
esta cuestión, a la cual desdichados hábitos de la noche anterior? El filósofo chino Chuang-Tzu du-
época han confinado en el ámbito clínico, es La in- dó cierto día remoto si era un sabio que la noche
certidumbre que viene de lossueños, del perpetuamen- anterior soñó ser mariposa o si más bien era una
te admirable Roger Caillois. Allí podemos leer, por mariposa en trance de soñarse sabio chino. Pascal,
ejemplo: «El hecho de soñar es sin duda uno de los más sobriamente, indicó que si un esclavo soñara
datos, más numerosos de lo que se piensa, que, aún todas las noches que era rey no tendría por qué
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sentirse más desdichado que un rey que soñara ficado la gloria de lo infantil, me decía que ser ni-
todas las noches que era esclavo. En todo caso, el 110, después de todo, es algo bastante trivial. Por
sueño es nuestra permanente y común aventura in- fin llegó mi turno, saqué las entradas y le llamé.
terior, la experiencia cotidiana en la que las exigen- Llegó colorado, sudoroso y dispuesto a proveerse
cias de la sucesión temporal y de la rígida serie de de palomitas y chocolatinas para asistir conforta-
las causas se ponen en entredicho sin apenas extra- blemente a la sesión cinematográfica. Mientras
ñeza por nuestro lado, como si fuera parte de nues- compraba las chucherías le pregunté a qué había
tra cordura saber de algún modo que tales aspec- estado jugando. «Nada», contestó, mientras eva-
tos de la necesidad son fruto de nuestra conciencia luaba con ojo experto dos tipos diferentes de chi-
y que por tanto pueden ser periódicamente sus- cle; «yo era el guerrero, y tenía que ir desde un la-
pendidos en algo así como un acto de magia hacia do a otro de esa barra sin tocar el suelo, para que
adentro... los dioses no destruyeran a mi pueblo». Me sacu-
Vuelvo, para concluir, al comienzo de estas re- dió por un momento un formidable vendaval de
flexiones. Aventura interior o heroísmo exterior, himnos y de espadas, Héctor fuera de las murallas
los hombres parece que estamos destinados siem- de su ciudad viendo acercarse velozmente a su
pre -o al menos así nos gusta imaginárnosJo- a enemigo, lord Jim descubriendo a la hora de la
lo excepcional, lo superior, lo apasionado. En nues- muerte el sentido del coraje, Beowulf buscando a
tra forma de pensar o de querer, nada es tan co- Grendel entre los vapores oscuros de la ciénaga, el
mún como lo insólito. Y estamos tejidos del mate- paso al frente de los compañeros de Pizarro, Leó-
rial de los sueños, según un dictamen de acierto nidas y sus espartanos peinando en círculo sus ca-
irrevocable. Miramos a nuestro alrededor y nos bellos antes de que las flechas persas oscurecieran
sorprende por doquiera la rutina y la banalidad; el sol... «¡Vamos, papá!», me reconvino entonces.
pero si penetráramos en las almas, nos abrumaría «¿Estás dormido o qué?». Se cogió de mi brazo y
la presencia de lo portentoso. El otro día guardaba entramos en el cine para seguir soñando.
yo cola a la entrada de un cine madrileño, mientras
mi hijo jugaba en un descampado cercano para en-
tretener la espera. Una somera estructura metálica
le proporcionaba soporte para unas acrobacias
que, dado su físico más bien rellenito, no eran na-
da espectaculares. Iba y venía como un manito de-
masiado bien alimentado, y yo, que tanto he miti-
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Paradojas éticas de la salud cos implicados, sino que se requiere el consenso
también de moralistas, jueces, personalidades reli-
«Cantaré ciñcndome la melena con coronas, y que la envidia de los giosas y un largo etcétera. Que las conclusiones a
inmortales no perturbe el placer de cada día que en paz persigo en
que suelen llegar semejantes comités allá donde
mi camino hacia la vejez y hasta el tiempo que el destino me depare.
Porque todos morimos por igual, sólo la divinidad es diferente». consiguen funcionar rara vez son plenamente satis-
factorias y que sus dictámenes permanecen irreme-
Píndaro, Ístmica, VII diablemente abiertos a posteriores revisiones es co-
sa que a nadie puede parecerle demasiado chocante.
Pero ¿cuáles son los temas problemáticos de
los que se ocupa preferentemente la bioética? Un
Los así llamados progresos de la investigación somero examen ya revela que se agrupan en torno
médica han creado numerosas perplejidades valora- a los dos polos de la existencia humana, comienzo
tivas entre doctores, legisladores y profanos. La y fin. Respecto al nacimiento se alzan las cuestiones
pregunta básica de estas inquisiciones podría enun- del aborto, la manipulación genética, la fecunda-
ciarse así: «¿Hasta dónde es lícito ir demasiado le- ción intrauterina, la reproducción clónica y simila-
jos?». El convencimiento de que ya se pueden o res; acerca de la muerte surgen las preguntas sobre
pronto se podrán lograr cosas hace aún muy poco la eutanasia, el suicidio, la prolongación vegetativa
imposibles -hasta impensables- remite, conse- de la existencia y la licitud de tratamientos aún en
cuentemente, a la cuestión de si deben hacerse. fase experimental de alto riesgo (trasplantes de co-
Bienintencionada pregunta, subyacida por el con- razón, etcétera). Tanto en un grupo de cuestiones
vencimiento entre resignado y arrogante de que to- como en otro, lo que se contrapone en último tér-
do lo que pueda llegar a hacerse será antes o des- mino es la decisión individual frente a la concien-
pués hecho, y en cuanto sea hecho, obtendrá al cia social y legalmente establecida. ¿Se puede dejar
menos parcial justificación. La recién aparecida bio- a los particulares que zanjen, cada cual para sí, dile-
ética es así una rama cada vez más frondosa de la éti- mas delicados cuya trascendencia pública puede
ca aplicada, dedicada a plantear y eventualmente ser grande? ¿Deben las instituciones colectivas
solventar las dudas morales suscitadas por las alar- mediar regulativamente, incluso para restringir la
mantes posibilidades del desarrollo médico, gené- libertad experimental de los individuos? En este
tico, etcétera. Está comúnmente admitido que último caso, ¿quiénes han de formar el areópago
la decisión última en torno a estas cuestiones no que debe ser consultado para establecer la norma-
corresponde únicamente a los especialistas científi- tiva pertinente respecto a tales problemas? Se ape-
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la en este debate a nociones de libertad individual el número de espectadores que van abandonando
y de supervivencia específica; testimonian lo más la sesión continua para dejar sitio a otros; pero a
público y lo más íntimo; entra en juego lo más hu- los espectadores mismos lo que les importa es la
mano de la cultura, con todas sus audacias y con calidad del espectáculo al que asisten.
toda su necesidad de respeto. Lo que tienen en común los dos cabos de la du-
Ahora bien, ¿por qué hablar ante todo de las ración vital es que suponen el estado de máxima in-
perplejidades tocantes al nacimiento y a la muerte? validez del sujeto. Son los casos en que las decisio-
Porque, se nos responderá, son los hechos más sig- nes pertinentes deben siempre ser tomadas por
nificativos de la vida. Creo que esta respuesta, otros. Un poco después de nacer y un poco antes
aparentemente obvia, es en realidad engañosa y de morir solemos estar sin remedio en manos de
debe ser matizada. El nacimiento y la muerte son los demás. Se dirá, no si razón, que por ello mismo
los sucesos biológicos más significativos de la vida la exigencia imprescriptible de respeto a lo humano
cuando a ésta se la considera desde la perspectiva es tanto más urgente, porque entonces nos vemos
de la especie o desde el punto de vista de una tota- convertidos en objetos de manipulación; pero así
lidad social más preocupada por la necesidad obje- pudiera olvidarse o minimizarse que el verdadero
tiva del suministro de individuos que por su pecu- respeto ético concierne sobre todo a las decisiones
liaridad subjetiva. Por cierto que dicha totalidad libres tomadas cuando el sujeto opera como tal. En
social no sólo adopta con sospechosa naturalidad la fascinación preocupada por aquellas situaciones
el dictamen de la especie, sino que hasta podría- en las que el otro se encuentra más cosificado por
mos decir que es quien lo inventa. No cabe dudar las circunstancias puede haber tanta piedad como
de la importancia que lossimbolismos de vida y muer- tendencia a legitimar la manipulación. Son ocasio-
te (con sus correlatos de renacimiento, metamor- nes en las que la reclamación subjetiva apenas cuen-
fosis, regeneración, derelicción, etcétera) tienen ta, mientras que la presión objetiva de la sociedad
en la trayectoria humana, pero subrayar los hechos se hace más imperiosa que nunca. El preceden-
biológicos mismos como sin disputa prioritarios es te moral que establece esta preeminencia es peli-
algo más discutible. Para el colectivo, nacimiento groso: en lugar de partir de la subjetividad libre y
y muerte son lo más importante, porque señalan la desde ella juzgar las ocasiones en que accidental-
alta y la baja en el grupo; pero en la biografía de mente se suspende, se tenderá a extender la inercia
cada cual las cosas quizá no vayan del mismo mo- objetiva de los casos límite a las situaciones en las
do. A la empresa gestora del salón cinematográfico que debe predominar la opción libre. Si nacimien-
lo que más le interesa son las entradas vendidas y to y muerte son los hitos más relevantes de la vida,
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incluso desde una consideración ética, ello indica quier caso, la vida es algo que tenemos en présta-
que el punto de vista del individuo ya queda ab ini- mo, algo muy valioso -pero sobre cuyo valor no
tio subyugado. En el pugilato entre éste y la con- se nos va a consultar individualmente- y que de-
ciencia colectiva sólo podrá defenderse renuncian- bemos conservar en buen uso y libre de deterioros
do a lo que le es más propio, por culpa de ese punto voluntarios, so pena de graves sanciones. Se pre-
de partida que no se discute. No sé si de tal forma senta a la vida en sí, nuda y descualificada, mero
se privilegia la estrategia fatal del objeto seductor fenómeno sacrobiológico, como cumbre irreducti-
frente al sujeto trivial, en la línea promulgada por ble de lo éticamente respetable, invirtiendo de es-
Baudrillard; pero aun si fuera éste el caso, ¡arredro te modo la axiología, tanto cristiana como profana,
vayas! de la ética occidental. En efecto, para ésta la vida
La noción misma de vida debe ser considerada sin más nunca fue cima,de valores, sino en todo ca-
más de cerca para no incurrir en un biologismo so, base, mínimo imprescindible, pero por su pro:"
cosificador. No vendrá mal hacer notar aquí que pio carácter forzoso, del menor alcance moral:
en el interés prioritario por aquellos estados vita- ocasión efímera de una empresa de trascendencia
les en los que la inercia orgánica domina o anula la eterna para los cristianos, soporte existencial del
intimidad que sabe dar cuenta de sí misma coinciden proyecto de una vida buena -plena, feliz, racio-
los científicos más positivistas y los curas. Sotanas y nalmente virtuosa, etcétera- para quienes deslin-
batas blancas evolucionan con profesional presteza daron ética y religión. El énfasis actual sobre la vi-
allí donde predomina la inconsciencia, cuando no da -en el que coinciden viejos oscurantismos
el terror animal, y en tales casos todo suele resu- mitológicos, sociobiologismos que fundan la mo-
mirse con este parte de guerra: «es ley de vida». ral en la protección genética y el instinto estatista
La ley de vida, sea de origen divino o puramente de colectivización total como óptimo administrati-
material, ayuda a quienes ante todo pretenden ha- vo- dificulta y culpabiliza la preocupación por mi
cerse cargo de los otros, por los más elevados fines, vida, la cual funda, empero, la verdadera exigencia
desde luego, pero contando lo menos posible con ética.
sus preferencias manifiestas o incluso con el he- La ley de vida y su administración, es decir, la
cho mismo de que sean capaces de manifestar gestión adecuada -¿para la colectividad, para el
preferencias. ¿Cómo se considera la vida desde es- individuo, para la especie?- de nacimiento y
ta óptica? Para los curas parece ser un milagro; pa- muerte son, como queda dicho, los temas primor-
ra los positivistas, una obligación; para el Estado que diales de la teoría bioética. Sin que ninguna de las
los emplea a todos, una tarea productiva. En cual- reservas hasta aquí expuestas descalifique en térmi-
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nos absolutos la pertinencia de estas indagaciones, gion tradicional, utilizando como instrumento
examinaremos en el resto de esta nota algunas ideológico la teología de la salvación, aspiró al es-
cuestiones que quedan entre ambos extremos de la tablecimiento en este mundo de una teocracia; el
trayectoria biológica. Si nacimiento y muerte están utilitarismo estatista laico, empleando el dogma-
relacionados con la obligación sagrada de la vida tismo médico, ha conseguido imponer moder-
(obligación que el Estado defiende siempre por namente 10 que Thomas Szasz llama un «Estado
mor del incremento productivo, salvo cuando in- terapéutico». Sería injustificadamente optimista
terfiere con la producción del Estado mismo en decir que hemos salido gananciosos.
cuanto tal, es decir, con la guerra), los demás asun- Desde un punto de vista ético -aunque sólo
tos biomédicos están vinculados a una obligación sea terminológicamente-, el dogma fundamental
no menos imperiosa y tampoco carente de aura sa- del Estado terapéutico es que es malo cuanto va
cralizadora, que es la de la salud. La religión impo- contra la salud y bueno cuanto la favorece. Pese a
nía -impone aún hoy para sus aún no tan reduci- que ya no se aceptan promotores diabólicos para las
das huestes- una serie de comportamientos en enfermedades, no se renuncia a subrayar las impli-
nombre de la salvación; muchos de ellos siguen caciones morales de las principales dolencias: ni la
siendo prescritos a quienes ya han renunciado a sífilis fue el primer ejemplo de esta tendencia ni el
dogmas teológicos, pero ahora por razones de sa- SIDA será el último. Pese a tratarse por definición
lud. Ésta parece ser la versión laica de aquélla y dc un bien al que todos tenemos irremediablemen-
conserva, por tanto, la mayor -no diremos la me- te que aspirar, el Estado terapéutico no confía en la
j01'- parte de sus funciones. Tal como fue la salva- iniciativa individual -los ciudadanos no siempre
ción, la salud es el fin de la vida del hombre sobre saben lo que les conviene- e impone la salud -él
la tierra; ambas son bienes que se da por supuesto sí sabe siempre lo que conviene a los ciudadanos-
que el hombre debe anhelar, incluso sin saberlo, por medio de prohibiciones y castigos. Parecería
salvo perversión diabólica de la voluntad o de la lógico que si la salud fuese un bien inequívoco e
mente (locura); en ambos casos existe un cuerpo inequívocamente superior a los demás bastase la
de especialistas dedicado a concretar cuáles son las simple persuasión ilustrada por parte de los orga-
vías para alcanzarlas y a condenar cualquier inicia- nismos oficiales, en cuyas manos está la posibilidad
tiva herética individual; una y otra son, en último de la más eficaz propaganda, para asegurarla. Pero
término, impuestas -por el bien de todos- me- existen, desdichadamente, la tentación y el pecado
diante instituciones oficiales destinadas a impedir también en este campo, por lo que se hace impres-
las tentaciones y sancionar los extravíos. La reli- cindible la coacción punitiva. Tal como en el fallido

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experimento bíblico del Edén, la apetencia de pla- es, evidentemente, lo mismo determinar el «buen
cer privado se opone a la exigencia de salud, en estado» del ánimo y del cuerpo cada uno para sí, in-
sí misma generala pública. Como esta noción de dividual o personalmente, que establecer esta no-
salud pública forma el meollo de todas las argu- ción con validez pública o general. Cada cual me-
mentaciones oficiales del Estado terapéutico, será dimos nuestro «buen estado» psicosomático -es
preciso dedicarle un examen algo más detenido". decir, nuestra salud- aplicando diversos baremos,
Aceptemos que salud es «el buen estado del ánimo entre los que destaca el placer. La mejor recomen-
y del cuerpo», como dice un viejo diccionario. Esta dación de la honestidad de esta palabra es que aún
definición elemental ya nos plantea un primer pro- despierta al ser dicha en voz alta un movimiento re-
blema, que por el momento dejaremos aplazado: probatorio y hasta un estremecimiento -quizá no
¿es siempre compatible el buen estado del ánimo con del todo hipócrita- de asco. Buscar el placer y re-
el del cuerpo? ¿Podrían ser ambos aspectos de la godearse en él como la más genuina muestra de sa-
salud ocasionalmente contradictorios? Más adelan- lud -cosa, por cierto que todo el mundo hace ins-
te espero que volvamos sobre ello. Ahora, sin em- tintivamente- es visto desde el ángulo colectivo
bargo, nos ocuparemos de esa expresión «buen es- (que cada cual mejor o peor interioriza) como un
tado», que tan directas resonancias éticas (y aun abuso insolidario. Incluso los menos puritanos, al
diríamos que aristotélicas, por más señas) tiene. No aceptar la licitud moral del placer, la acompañan
de recomendaciones sobre la debida moderación
El padre fundador de las reflexiones que sigucn es el ahoraderna- o proponen una sumisión de los placeres groseros o
siado olvidado -incluso por muchos llamados liberalcs- John Stuart
Mill: «El único fin por el cual es justificable quc la humanidad, indi-
inferiores a los más elevados. Por cierto .que en lo
vidual o colectivamente, se entremeta cn la libertad dc acción de uno más elevado de la escala los placeres son tan subli-
cualquiera de sus miembros, es la propia protección. Que la única
finalidad por la cual el poder puede, con pleno derecho, ser ejercido
mes que ya no parecen placeres... Los médicos co-
sobre un miembro de una comunidad civilizada contra su voluntad, laboran con estos planteamientos restrictivos apor-
es evitar que perjudique a los demás. Su propio bien, físico o moral,
no cs justificación suficiente. Nadie puede ser obligado justificada-
tando datos científicos sobre los daños que a la
mente a realizar determinados actos, porquc eso fuera mejor para él, larga puede acarrear el afán desordenado de pla-
porquc le haría más feliz, porque -en opinión de los demás-
hacerlo sería más acertado y más justo» (On liberty). Y más adelan-
ceres. Es curioso que cuando se habla de renuncia-
te, centrando aún más el principio antes expuesto: «La única liber- miento o de sacrifico no suelen hacerse tantas ad-
tad que merece este nombre es la de buscar nuestro propio bien, por
nuestro camino propio, en tanto no privemos a los demás del suyo
vertencias sobre sus peligros: se diría que por la vía
() les impidamos esforzarse por conseguirlo. Cada uno es el guardián dolorosa hasta el exceso resulta recomendable. Si
natural de su propia salud, sea física, mental o espiritual. La humani-
dad sale más gananciosa consintiendo a cada cual vivir '1 su manera
desde el punto de vista personal, inmediato, el pla-
que obligándole a vivir a la manera de los demás» (On libcrtv}, cer es la señal más inequívoca del buen estado de
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ánimo y cuerpo -es decir, de salud-, desde la óp- aceptará sin disputa -y, a mi juicio, sin razón sufi-
tica clínica, pública, ese índice es engañoso o des- ciente- que cualquier anciano de 87 años aún
deñablc. El buen estado equivale desde esta pers- productivo da muestras de más genuina salud que
pectiva al buen funcionamiento, a la condición aquel rey Atalarico del que nos. habla Gide en
menos conflictiva socialmente y más productiva l limmoraliste, que murió a los 18 años «tout gáté,
laboralmente. Que se acompañe de placer o no es soulé de débauches», tras una vida «violente, vo-
cosa irrelevante, que sólo se toma en cuenta como louptueuse et débridée», Desde el punto de vista
refuerzo motivador en ocasiones. Desde el punto colectivo hay obligación de conservar el mayor
de vista de la salud pública, los ciudadanos están sa- tiempo posible una vida útil, mientras que la bús-
nos cuando van a trabajar y no arman demasiado ja- queda de intensidades placenteras que puedan
leo unos contra otros. Si sus placeres concuerdan acortarla resulta reprobable. Las raíces de este
con este tipo de salud o incluso la estimulan, santo dogma son las mismas que las de cualquier socie-
y bueno; pero si interfieren de algún modo con la dad, como bien señala Tony Duvert: «El hombre
concordia externa o con el trabajo -es decir, con sólo es explotable si produce algo; la regla de oro
las formas de obediencia y rendimiento social-, de una sociedad será, pues: todo gasto debe produ-
entonces se convierten en enfermedades o vicios, y cir» (El buen sexo ilustrado). El placer derrocha -la
como tales deben ser sometidos a tratamiento. fuerza vital, el tiempo...- sin producir nada a
De la salud como placer a la salud como buen cambio: cuando la salud es improductiva se con-
funcionamiento -es decir, del punto de vista per- vierte en una forma sutil de enfermedad, en algo
sonal al público respecto a la salud- hay, como es repugnante, excremencial. Entiéndase esto en su
obvio, un gran trecho. La Administración pública literalidad: excremento es lo que está fuera de su si-
se ocupará, ante todo, de la duración de la vida co- tio, en el lugar que no le corresponde, allí donde ni
mo el mejor indicio de buena salud; el individuo rinde ni se rinde, estéril, pero tercamente pre-
-en tanto logre resistir a la tentación de pensar sente. El santo y social asco ante quien se engolfa
desde el sector público que ha interiorizado- pre- en los placeres es del género del que se siente ante
tenderá más bien la intensidad placentera. De este los excrementos y suscita como reacción las mis-
distanciamiento deriva cierto sentimiento de cul- mas urgencias de limpieza, desinfección, discipli-
pabilidad individual por no responder a las ex- na. Así vemos concretarse la ambigüedad del tér-
pectativas colectivas. Por otro lado, el placer -la mino salud según responda a una reclamación
intensidad- es mucho menos defendible que la fá- privada o a una exigencia pública: el cuerpo-excre-
cilmente objetivable duración vital. La mayoría mento frente al cuerpo-máquina. Y desde la perspec-
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tiva que exalta al cuerpo-máquina -duradero, la- obligación de la salud no puede ser condicionada
borioso, fiable, explotable...- , sólo se admitirá el :1 lo que se espera obtener de ella. De las medidas
cuerpo-excremento -derrochador improducti- (le higiene pública y los procedimientos educativos de
vo- en cuanto pueda servir de refuerzo motiva- .iuroconservación se ha ido pasando a fórmulas ca-
cional para el primero, pero en ningún otro caso. da vez más coactivas de saneamiento a 10 largo del
Si el placer no fuese de cuando en cuando un pre- siglo XlX y, sobre todo, del nuestro. Muchas de éstas
mio que sirve de incentivo a la producción (así en -vacunamiento obligatorio, control sanitario de
el sexo, por ejemplo), estaría proscrito sin remi- .ilimentos, etcétera- son sin duda imprescindibles
sión de todas las sociedades por los correspondien- para impedir epidemias o evitar que el descuido
tes comités de salud pública de cada una de ellas. morboso de algunos se convierta en daño a terce-
Las intervenciones de la Administración para fOS. Pero en otros casos lo que se impone es una
proteger la salud pública son de dos clases funda- muy determinada y discutible idea de salud, a la
mentalmente diferentes y que merecen considera- que el individuo debe plegarse por razones científi-
ción ética muy distinta: unas responden a peticio- cas y o meramente de orden público o de control,
nes de ayuda por parte de los interesados, las otras como en tantas ocasiones sucede realmente. Los
se les imponen coactivamente. Hay que distinguir, ejemplos más notables de áreas en las que la asis-
como señala Thomas Szasz, entre hacer algo por tencia médica no solicitada se ejerce con legitima-
alguien y hacer algo a alguien, pero es habitual que ciones muy dudosas son sin duda las de la enfer-
se presenten como intervenciones en favor de al- medad mental y la de la droga.
guien -por su bien-lo que en realidad son ma- Como ya se ha dicho en ocasiones, la denomi-
nejos sobre alguien. La única forma de resistencia nación de «enfermedad mental» es una metáfora
ante este equívoco es reclamar: no hagáis nada por que ha sido tomada demasiado al pie de la letra. Es
mi bien sin mi previo requerimiento. Fue en el si- como si alguien entendiese literalmente la expre-
glo A'VUI, según ha estudiado Michel Foucault, sión «fatiga del metal» y propusiera administrar
cuando comenzó a institucionalizarse la noción de dosis masivas de vitaminas a los listones de acero.
salud pública como responsabilidad estatal y tam- .:\0 hay «enfermedades mentales» en el sentido en
bién obligación de cada ciudadano: «El imperativo que las hay del hígado o del corazón: o se trata de
de salud es a la vez un deber para cada uno y un algún tipo del lesión orgánica con repercusiones
objetivo general». Como ya hemos anunciado an- en la conducta o no son «enfermedades» más que
tes, debe entenderse este imperativo en el sentido por una peligrosa facilidad de lenguaje. Lo que sue-
categórico del término, no en el hipotético: la le llamarse «loco» es en realidad un egocéntrico
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desdichado, alguien que ha tenido poco acierto o «arrogante y agresivo». Por lo demás, puede haber
mala suerte en esa tarea de hacerse querer por los muy buenas razones para rechazar un tratamiento
otros en la que todos estamos empeñados: no siem- psiquiátrico que uno no ha solicitado (lo cual no
pre, por cierto, la culpa es exclusivamente suya. De- implica que se rechace todo tipo de ayuda). Como
cir que el «loco» no está enfermo más que de un dijo en su momento Raoul Vaneigem, «ya hay de-
modo metafórico -si su enfermedad adquiere un masiados extraños dentro de mí como para que
rasgo artístico o concita remuneración erótica de- consienta además que penetre otro que pretende
jará inmediatamente de estarlo- no equivale a ne- expulsarlos en mi lugar» (Le livre des plaisirs). En
gar que sea un personaje absurdo, inaguantable o este punto no carecería de interés ético historiar
peligroso; aún menos, por supuesto, significa que las raíces económicas del internamiento psiquiá-
sea un genio incomprendido o una víctima perse- trico y cómo actualmente su duración suele estar
cutoria de la sociedad. Por 10 general, el estado lla- regulada por la cuantía de los recursos económicos
mado «locura» es doloroso, y la pedagogía del do- de que puede disponerse... En cualquier caso, re-
lor rara vez mejora a nadie. En numerosas cordemos que no es ningún síntoma inequívoco ni
ocasiones, el llamado «loco» quiere angustiosa- perturbación orgánica la que origina por lo común
mente ser ayudado e incluso su metafórica enfer- la llamada «enfermedad mental», sino el rechazo
medad no es sino una coartada de dependencia, de los demás -frecuentemente interiorizado por
como el fervor patriótico o la admiración por el la propia víctima-, tal como queda sancionado
maestro practicada por otros. Pero 10 que resulta por el diagnóstico del médico. El «enfermo men-
en general evidente es que pocos «dementes» ga- tal» está en manos de su médico tanto más cuanto
nan nada por ser considerados como pacientes, en más vaporosa e inconcreta es su supuesta dolencia.
lugar de como agentes caprichosos o desviados. Si En ocasiones se llega hasta extremos tan pintores-
alguno de ellos llega a ser encerrado, debe quedar cos como la «prescripción de síntomas», método
bien claro que lo será por la seguridad amenazada muy en boga en la actual cura de almas americana,
de los que le rodean -tal como cualquier otro de- según el cual el doctor señala las convulsiones, ol-
lincuente- y no por su propio bien, como hipó- vidos o arrebatos que el paciente deberá cumplir la
critamente se le intenta hacer creer. Una de las semana o el mes próximo, como si se tratara de de-
tristes argucias del Estado terapéutico es conse- beres escolares...
guir -so capa de humanismo- que se prefiera la «La locura es un peligro temible precisamente
enfermedad a la culpabilidad, que resulte más porque no es previsible por ninguna de las perso-
«digno» ser cleptómano que ladrón o «loco» que nas de buen sentido que pretenden poder conocer
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la locura. Sólo un médico puede percibirla. Y así macos prohibidos, la delincuencia generada por su
tenemos la locura convertida en objeto exclusivo del tráfico y altísimo coste, etcétera. Por lo demás, co-
médico, cuyo derecho de intervención se ve al mis- mo bien señala Thomas Szasz, no es cuestión gu-
mo tiempo fundado». Así se expresaba hace años bernamental inmiscuirse en lo que las personas lle-
Michel Foucault en una entrevista publicada por la van en su estómago o su sangre, lo mismo que no le
revista Ornicar: En el caso de la droga se dan simila- corresponde intervenir contra las ideas que llevan
res circunstancias, pero con añadidos policiales y ce- en sus cabezas. Pero, desde el punto de vista que nos
nefas edificantes de santo horror ante el «vicio» Por ha ocupado a lo largo de este trabajo, lo más signifi-
supuesto, tal como en el caso de quien sufre conflic- cativo es el papel que desempeña el médico en la in-
tos mentales y solicita ayuda especializada o profana vención de la droga -como reverso diabólico de la
para librarse de ellos, nada hay que objetar ética- medicina- y en la de su correspondiente usuario, el
mente a la asistencia que se presta a las personas que drogadicto. A este respecto valga una anécdota de la
quieren verse libres de la influencia de algún tipo de España reciente: en los debates en tomo al empleo
fármaco. Pero la intervención médica no reclamada terapéutico de la metadona, fármaco destinado a
por el paciente, incluso explícitamente rechazada, es «curar» a los heroinómanos por medio de una adic-
en el caso de las-denominadas drogadicciones algo ción nueva, pero clínicamente más respetable, que-
particularmente escandaloso. Desde el ángulo me- dó establecido que la dosis debe ser administrada al
ramente penal, la prohibición del uso de determina- enfermo ante la mirada providente del doctor. Es
das sustancias químicas que numerosas personas de- decir, mientras el paciente ingurgite las cucharadas
sean tomar es tan incompatible con una sociedad prescritas de metadona -una por papá, otra por
libre y plural como la prohibición de determinadas mamá ...- ante los ojos del médico, está tomando
películas o determinados libros. En casos como éste, una medicina; pero si cuando éste vuelve la espalda
el Estado terapéutico se hace totalitario y el concep- se echa al coleto un buen trago del ambiguo produc-
to de salud pública funciona de un modo desembo- to cae de inmediato en el delito de drogadicción. Es
zadamente represivo. La función de una sanidad un caso palmario en el que sólo la mirada clínica zan-
realmente liberal sería velar por la calidad y precio ja la diferencia entre cura y delito, virtud tonificante
de los productos puestos a la venta, así como infor- y vicio debilitador.
mar lealmente sobre los posibles daños derivados de La gran cuestión actual respecto a la medicaliza-
su abuso. Éstos, asumidos libremente por quienes ción forzosa de la vida es el derecho a la automedica-
los conocieran, nunca serían mayores que los estra- cion, que debería ser añadido a los restantes dere-
gos producidos hoy por la adulteración de los fár- chos humanos y con carácter de urgencia. El
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derecho a la automedicación incluye el libre acceso Biología y ética del amor propio
a todos los productos químicos y la libre invención
por parte de cada cual de una salud -es decir, un «Yo he dicho que el alma no vale más que el cuerpo y he dicho que
el cuerpo no vale más que el alma, y que nada, ni Dios, es más
buen estado de ánimo y cuerpo-- a su medida, no a grande para uno que uno mismo».
gusto de las meras exigencias productivistas del
cuerpo-máquinas. También forma parte de este de- Walt Withman
recho el que otras formas de terapia diferentes a la
oficial en el Estado terapéutico puedan ser ejercidas
con pleno derecho y cargo a la Seguridad Social, et-
cétera, sin discriminación alguna. Y; por supuesto,
es imprescindible que la información sobre estas Día de San Valentino Los periódicos españoles
materias sea lo más abierta y contrastada posible, a en busca de noticias originales sobre el eterno tema
fin de que la dictadura de los especialistas y la de- erótico reproducen párrafos de un estudio apareci-
pendencia que crean en los ciudadanos, cada vez do en la revista norteamericana Time sobre lo que
más negramente obsesionados por la conservación llaman «la química del amor». Diversas secrecio-
de una salud en cuya definición no se les deja inter- nes internas rigen nuestros impulsos más románti-
venir, pueda ser al menos en parte contrarrestada. cos y determinan el fervor o el sosiego de nuestras
F~stas son las cuestiones que uno quisiera ver tam- pasiones: la peniletinamina, la dopamina y la nore-
bién incorporadas a los debates bioéticos, demasia- pinefrina, estimulantes cerebrales de corte anfeta-
do centrados hoy en los orígenes y postrimerías de mínico, son responsables de la euforia psíquica y
la vida, así como peligrosamente hechizados por los sensual del enamoramiento (duración de este pri-
avances técnicos en cuestiones en las que aún que- mer periodo: de dos a tres años); después, cuando
dan tantos principios esenciales por discutir. la unión perdura, grandes flujos de endorfinas, pa-
rientes de la morfina, relajan a los amantes y les ha-
cen sentir seguridad y paz (por eso al ser abandona-
do por su pareja, ellla amante siente un «mono»
semejante al del drogadicto privado de su cotidia-
B Recordemos el espléndido comentario de Miguel de Unamuno: na dosis); en todo caso, la pituitaria cerebral segre-
"Si eso de la salud no fuera una categoría abstracta, algo que en rigor
no se da, podríamos decir que un hombre perfectamente sano no ga oxitocina, estimulante sensorial que se dispara
sería ya un hombre, sino un animal irracional. Irracional por falta mientras hacemos el amor con determinada perso-
de enfermedad alguna que encendiera su razón» (Del sentimiento trá-
gico de la vida). na para establecer un lazo químico entre los aman-
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tes y recompensar con el máximo de satisfacción su nomía del sujeto (no siempre me enamoro de
esfuerzo copulativo. Etcétera... Los comentarios quien quiero ni cuando quiero, pero siempre que
periodísticos que acompañan estas revelaciones me enamoro, quiero; la norma moral es un deber
más o menos científicas oscilan entre la ironía des- que me obliga pero sólo porque yo, racionalmen-
mitificadora de quien se complace en desinflar el te, quiero que así sea). Amor y ética son aquello a
globo lírico, la resignación escéptica de cuantos a sí través de lo cual expresamos nuestro verdadero
mismos se tienen por «realistas» y la sublevada «yo» en un mundo masificado, rutinario e impo-
congoja de aquellos que se niegan a hacer bajar el sitivo: ¿cómo asumir sin protesta que se reduzcan
amor del sublime altar en el que lo han entroniza- tales movimientos ultrapersonales a índices obli-
do. Aunque sin duda todos, científicos y periodistas, gados no ya tan siquiera del «nosotros» colectivo
celebran así cada cual a su modo la inesquivable sino más bien del «ello» genérico de la estrategia
festividad de San Valenún... evolutiva? Señalemos, empero, que lo que para
Este liviano y ocasional debate reproduce al- unos es doloroso escándalo para otros (escocidos
gunas de las pautas que desde hace casi siglo y por los fracasos o abrumados por tan prestigiosas
medio rodean la disputa sobre la determinación o obligaciones) resulte casi un alivio nimbado de es-
autonomía de la ética respecto a las bases biológi- céptica ironía... ¿No deseaba aquel borracho cuya
cas de nuestra conducta. En ambas discusiones, balada canta ]acques Brel verse libre finalmente
valores del más alto rango (el amor romántico, la de «la douleur d'etre moi?».
rectitud ética) parecen degradarse cuando se los Dejemos a un lado el tema famoso del amor,
explica por medio de mecanismos fisiológicos o con todas sus turbias pero deliciosas implicacio-
instintivos. Nótese que el amor y la moral com- nes. Vamos a centrarnos en la cuestión de la ética,
parten características muy significativas: para em- a veces más desabrida pero sin duda de mayor al-
pezar, son dos de las actividades· que más directa- cance teórico. Como se ha dicho, suele aceptarse
mente se cree que responden a fopersonalde cada que la ética expresa la personalidad del sujeto acti-
uno (de ahí que cualquier posible intento de refe- vo y su libre autonomía pero, cuando se mira más
rirlas a 10 impersonal por antonomasia, la especie, cerca, es preciso reconocer que no siempre ha sido
resulte particularmente insoportable); en segundo así. En la época homérica y aún en la clásica, los
lugar, son actividades que reciben toda su «gra- griegos hacían inteligible el comportamiento de
cia» (en los diversos sentidos de la palabra: encan- los hombres por medio de intervenciones de los
to, oportunidad, mérito, excepcionalidad...) de su dioses, cuya diversidad respondía suficientemente
vinculación a la libertad o, por lo menos, a la auto- a la conflictividad discordante de las pasiones
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humanas. El carácter de cada cual no expresaba Por el contrario, la causalidad biológica de los
tanto 10 irrepetible y voluntario del individuo si- comportamientos morales nos rernite a algo más
no su destino, ligado a la causalidad inexpugnable explícitamente impersonal que los antiguos dioses
del gran todo cósmico. Aún durante la primacía o que el propio destino determinado por el curso
del cristianismo, que tanto hizo por sustantivar la de los cuerpos celestes. Si bien se mira, el periodo
conciencia personal merecedora de recompensas en el que la ética estuvo realmente en manos hu-
y castigos, siguieron buscándose subterfugios manas (desde los heroicamente autoafirmativos
para descargarnos de la responsabilidad por la héroes de Corneille, los ilustrados ingleses y fran-
propia conducta: en El rey Lear shakespearino, ceses, el viejo Kant, Stuart Mi11, etcétera, hasta el
Edmund -el bastardo de Gloucester- se burla existencialismo de Sartre y Camus) ha sido franca-
elocuentemente de quienes atribuyen al influjo mente breve y siempre ferozmente custodiado. No
de los astros y coartadas semejantes 10 ar;ebatado cabe, pues, saludar con demasiada extrañeza ni ex-
o indecoroso de su forma de comportarse, en cesivo escándalo a estos genes sociomorales que
lugar de asumir que responde a la más íntima pretenden ocupar el lugar explicativo que dejaron
elección de su personalidad. vacante los dioses helénicos.
Lo que indignaba a Edmund era el refugio en Vienen quizá, por otra parte, para hacernos un
lo impersonal y fatal para excusar lo personal y vo- favor. Los fundamentos tradicionales de la ética no
luntario. No cabía tal reproche, en cambio, contra cuentan hoy con demasiado asentimiento ni en la
quienes sostuvieron y sostienen que la mala con- teoría ni en la práctica. El desencanto del mundo
ducta deriva del avasallamiento de la personalidad contemporáneo señalado por Max Weber, la trans-
propia por otra exterior y perversa: posesión diabó- formación de las creencias religiosas de fe pública y
lica, tentación irresistible (<<¡no nos dejes caer en la oficial en creencias privadas, en una palabra: la de-
tentación!», reza el cristiano, dirigiendo su paradó- cadencia del teísmo como origen y sostén de man-
jica súplica al Gran Patrón celeste del mismísimo damientos morales en las democracias liberales,
Tentador), o simple manipulación propagandística puso en entredicho hace ya mucho el más venerado
de la televisión y otros medios de comunicación, de los cimientos éticos. Tampoco el laicismo ilus-
siempre dirigidos por manos desaprensivas. En to- trado que aspiró a sustituirle ha resultado indemne
dos estos casos se atenúa o niega también la res- al peso de las criticas y al paso de la historia: el cla-
ponsabilidad del sujeto, pero el malo el bien siguen rividente sujeto racional de las opciones morales se
dependiendo de voluntades personales, aunque ha visto comprometido en su más íntima estructura
sean ajenas e invasoras (o seductoras). por Nietzsche y Freud, mientras que el universa-
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lismo moral ha sido tachado de abstracción vacua liberales, un régimen que ya desde Montesquieu
cuando no cínicamente interesada por quienes sos- sabemos que necesita de la virtud para subsistir? Y,
tienen la irreductible diferencia de perspectiva éti- si no es sobre principios éticos, ¿dónde fundar las
ca entre naciones, culturas, etnias y hasta sexos. decisiones que se tomen respecto a las insólitas
Aunque los numerosos acomodos y replanteamien- perspectivas que abre la especulación genética, las
tos sucesivos han abundado en ingenio, ninguno legislaciones respecto al aborto o a la eutanasia,
puede aspirar a una firmeza ya no digamos inapela- la respuesta a ciertos problemas medioambientales
ble sino ni tan siquiera suficiente, trátese del minu- cuyos efectos negativos pueden alcanzar a genera-
cioso neocontractualismo de J ohn Rawls o de la ciones futuras, etcétera? Aunque complementaria
búsqueda de pautas de una comunicación ideal por en los casos más significativos de ellas, la perspec-
parte de Habermas y Apel. En cuanto al marxismo, tiva moral es nítidamente distinta a la de la política
a partir del que tantos pretendieron re formular una o el derecho. Y no puede ser arrumbada -hoy
nueva filosofía práctica según la cual los deberes menos que nunca- como una prescindible su-
morales se esclarecieran desmitificadoramente en perstición de un pasado fanático o iluso. Un sufi-
obligaciones políticas, 10 más piadoso que podemos ciente apoyo biológico, que diera cuenta tanto de
decir de él es que conoce horas irremisiblemente su génesis como de algunos de los más importan-
bajas... tes de sus rasgos, tendría a no dudar varias venta-
Sin embargo, la necesidad de valores éticos ra- jas: vendría a satisfacer el afán de objetividad cien-
cionalmente creíbles y defendibles es hoy -según tífica propio de nuestra época a la par descreída y
se oye por doquiera- más perentoria que nunca. crédula, garantizaría una validez universal que ya
¿Cómo si no asegurar el imprescindible «suple- no iba a poder ser tachada de etnocéntrica (lo mis-
mento de alma» al establecimiento y el respeto de mo que no es etnocentrismo preferir la teoría gra-
unos derechos humanos de alcance supranacional, vitacional de Newton a otras versiones cosmológi-
en los que muchos vemos la gran tarea sociopolíti- cas menos operativas) y vincularía aunque fuese
ca de la humanidad que intenta escapar hacia el si- remotamente el sentido de nuestras normas socia-
glo xxr de los totalitarismos y exclusivismos ideo- les más valiosas al devenir evolutivo de la materia
lógicos, dispuestos a ensangrentar por lo visto animada en nuestro planeta, cosa muy digna de
hasta el último minuto del xx? ¿Cómo sostener un aprecio en tiempos ecológicos que desconfían más
código deontológico que sirva para combatir la co- de Licurgo o Jefferson que de Darwin.
rrupción de políticos y financieros que actualmen- Todo ello es muy digno de ser tenido en cuen-
te amenaza la viabilidad misma de las democracias ta. Los intransigentes idealistas suponen que esta

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naturalización biológica de la moral la desnaturali- reacciones emocionales, es muy posible que la bio-
zará sin remedio y disolverá el núcleo mismo ge- logía pueda ilustrarnos en gran manera sobre ella.
nuino de la adhesión que requiere. ¿No podría, sin Pero si es más bien una indagación intelectual fun-
embargo, ofrecer el escalón inicial de una cadena dada en procedimientos racionales y que tiene sus
argumentativa que hará reposar lo más sofisticada- propios criterios de justificación y evaluación, la
mente voluntario en una primera opción que una perspectiva biológica puede ser bastante menos re-
naturaleza sin cualificaciones teológicas ni siquiera levante. La distinción es atinada, pero no decisiva.
teleológicas ha tomado por nosotros? Es lícito su- En efecto, la ética (en cuanto reflexión sobre la
poner que un Spinoza redivivo y desde luego algo moral o, mejor, sobre las moralidades) es una em-
remozado en su terminología no rechazase de pla- presa teórica y no la descripción de una serie de
no la ocasión racional que aquí puede brindarse... comportamientos con sus concomitantes senti-
Sin embargo, en cuanto fundamento de la éti- mientos de aprecio o repulsa. Como señala más
ca, la biología presenta aún mayores problemas de adelante Nagel, las empresas teóricas -trátese de
los que pudiera llegar a resolver. Estos problemas la ética, las matemáticas o la física- brotan sin du-
pertenecen grosso modo a tres categorías: en primer da de algo que forma parte de nuestra condición
lugar, los que provienen de aquello en lo que la biológica (¿de dónde, si no?) pero no pueden ser
propia ética consiste; en segundo lugar, los deriva- comprendidas sin más a partir de ella ni son bioló-
dos de las contradicciones existentes entre lo que gicas sus formas de validez o error. Sin embargo,
«manda» la biología y lo que «manda» la ética; en puede responderse a este planteamiento que aun-
tercer lugar, los planteados por el hecho sorpren- que la ética sea una indagación teórica, no lo es
dente de que la biología pueda «obligar» moral- en la misma manera que la matemática o la física.
mente a nada, es decir, que pueda sustentar deberes Sus implicaciones prácticas son intrínsecas, no
éticos. Veamos más de cerca los tres casos. eventuales: responde a la organización de cuestio-
El primero de estos racimos problemáticos ha nes como la pareja, la reproducción, el trato a
sido muy bien caracterizado por Thomas Nagel, al enfermos y ancianos, la muerte, temas todos
comienzo de su ensayo Ética sin biología (incluido ellos vitales y aún biológiulmente vitales, Además, se
en su libro Mortal Questions). Dice allí que la perti- trata de una sofisticación intelectual de la moral y
nencia de una aproximación biológica a la ética de- difícilmente podría sostenerse que toda forma de
penderá mucho de lo que la misma ética sea. Si se moralidad sea principalmente teórica: es algo tan
trata de un cierto tipo de pauta de conducta o de inmediatamente ligado a la vida humana en cuanto
un conjunto de hábitos, acompañados por intensas tal que pueden darse gmpos humanos sin materná-
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ticas o sin física (o sin ética, desde luego, en- beneficio de otros (o de la comunidad), la protec-
tendiendo ésta como reflexión filosófica sobre los ción desinteresada de los más débiles, el perdón :l
tipos de moralidad) pero no sin alguna forma sig- los enemigos, etcétera. La doctrina darwinista pa-
nificativa de normativa moral. En resumen, cier- reció contrariar esta tradición para dar más bien 1:1
tamente tiene razón N agel en señalar que po- razón a los pesimistas antropológicos como Ma-
co puede enseñarnos la biología sobre los aspectos quiavelo o Hobbes y sobre todo a Schopenhauer,
reflexivos y autorreferentes de la ética; pero en con su visión de una disposición natural del ser vi-
tanto que la ética reflexiona sobre un hecho prin- vo rapaz, predatoria e inmisericorde. La estrategia
cipal, la constatable universalidad moral humana, evolutiva consiste en premiar a la fuerza y liquidar
y puesto que tal hecho se halla directamente vin- o:aCiñenos descartar á la debilidad (en cualquier
culado a la forma de vivir de los individuos y a la caso;-nunca protegerla). La mayor capacidad re-
supervivencia de los grupos humanos (siendo tal productiva la consiguen quienes mejor se aprove-
vida y tal supervivencia biológicas al menos en chan de las extravagancias ineficaces de los demás,
parte) la aproximación a la ética por medio de la sin duda no por «proponérselo» así pero siempre
biología no puede ser olímpicamente descartada. porque sus aptitudes coinciden mejor con lo quc
La segunda dificultad parece sin duda más gra- exigen en cada momento las circunstancias entre
ve, hasta el punto de haber llamado la atención de las que transcurre el cambiante drama de la vida.
darwinistas tan entusiastas como Thomas H. Hux- El conjunto tiene menos de «lucha» por la exis-
ley, quien en su famosa conferencia sobre Evolu- tencia que de concurso entre diversas técnicas de
ción y ética, editada en 1894, asegura que «la natu- supervivencia. La evolución, por lo visto, está de
raleza cósmica, en contra de lo que creen ciertos acuerdo con Rilke: «¿Quién habla de vencer? So-
filósofos optimistas, no es una escuela de virtud si- brevivir lo es todo». En cualquier caso, no es una
no el cuartel general del enemigo de la ética». Al escuela de respeto por el prójimo, ni de ayuda de-
hablar de «naturaleza cósmica» se refería, por su- sinteresada a los menos favorecidos por los azares
puesto, a lo que la teoría de la evolución según fue genéticos: Thomas H. Huxley tiene razón cuando
planteada por su maestro Darwin y manipulada señala que estas virtudes habrá que aprenderlas en
socialmente por Herbert Spencer enseñaba res- otra parte. Apreciación corroborada por los nco-
pecto a lo que este último llamó «la supervivencia darwinistas genéticos de hornadas más recientes,
de los más aptos». Durante milenios, se consideró como Richard Dawkins, quien comienza su pOpll..
rasgo básico de la moral el altruismo, el aplaza- lar libro El gen egoísta (subtitulado enfáticamente
miento o la renuncia al propio beneficio en pro del «Las bases biológicas de nuestra conducta») del si
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guiente modo: «Somos máquinas de superviven- nos y el aprendizaje de técnicas complejas son de
cia, vehículos autómatas programados a ciegas con vital importancia, tenemos buenas razones biológi-
el fin de preservar las egoístas moléculas conocidas cas para asumir normas de respeto y apoyo 'mutuo.
con el nombre de genes. tsta es una realidad que Los comportamientos altruistas y renunciativos no
aún me llena de asombro». No es para menos. agotan ni mucho menos el campo de lo ético, en
Sin embargo, la pertinencia ética de los plantea- contra de lo que suponen algunas visiones simplis-
mientos evolucionistas puede ser defendida por tas de la cuestión, pero sin duda ocupan una parte
otras vías, que el mismo Charles Darwin apuntó en destacada en él. También los miramientos y la soli-
su momento. Quizá la estrategia evolutiva más daridad activa con nuestros «parientes», primero
acertada para los humanos no sea la que descarta la sanguíneos y más tarde civiles, forman el núcleo
solidaridad y aún la misericordia, sino la que la fo- central de esa moral que hallamos por doquiera a
menta. Por muy egoístas que sean nuestros genes través de la historia y de la geografía. Pues bien, pa-
parece que la formación de grupos cohesionados rece haber buenas razones para apoyarse tales pau-
por obligaciones mutuas no les ha resultado un mal tas en las estrategias evolutivas que la biología (y
truco para perpetuarse frente a otros autómatas etologia) nos revelan: es evidente que la naturaleza
animales o vegetales menos sociables. El altruismo cósmica, por hablar en huxleyano, no ofrece una
por razones egoístas bien entendidas (ü'bíen pro- escuela de virtud pero desde luego contribuye se-
gramadas) ofrece un balance más favorable que la gún su modo más bien despiadado al fomento de
nuda colisión de egoísmos contrapuestos. Los rei- útiles compromisos sociales.
terados y algo pedantes cálculos sobre el dilema de La tercera objeción contra emplear la biología
los dos prisioneros o modelos teóricos similares como definitiva palanca para poner en movimiento
apuntan claramente en esa dirección. Y también lo los impulsos éticos es la que enfrenta como irre-
confirman estudios de campo menos históricamen- ductibles nuestro condicionamiento instintivo y
te abstractos, como el fascinante Sobrevivir de Bru- nuestras obligaciones morales. O lo uno o lo otro:
no Bettelheim sobre los campos de concentración aquello a lo que estamos determinados por el im-
nazis, en los que la estrategia de la plena insolidari- perio de lo biológico (comer o respirar, por ejem-
dad y el olvido de las pautasmorales que sustentan plo) no puede estar sujeto a valoración moral ni
la interiorización humana de la condición social se tampoco sabría convertirse en deber ético. Sólo
reveló suicida en la mayoría de los casos. Seres co- donde cabe elección (y por tanto libertad, capaci-
mo nosotros, de infancia excepcionalmente. prp- dad de decir tanto sí como no) puede hablarse de
longada y desvalida, para quienes los cuidadosaje- filosofía práctica. Si estamos «programados» para
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ser morales, ello equivale a decir que nunca lo so- deber ser de alcurnia ética. Cuesta avecinar así la fo-
mos y que la moral no es más que el revestimiento gosidad demoledora de la prosa schopenhaueriana
fantástico (a menudo engañoso y entorpecedor) con el muermo de los Principia Ethica de Moore,
con el que adornamos ciertas necesidades que tie- una de las piezas más pedestres y filisteas de toda la
nen mucho que ver con lo que somos pero nada literatura ética contemporánea, pero en ambos ca-
con lo que deberiamos ser. O visto de otro modo: sos se constata que la exigencia moral no es la pro-
aquello a lo que podemos llamar sin inexactitud ni longación de los instintos por otros medios sino la
sonrojo «ética» empezará donde acaben las ciegas revelación imperativa de un proyecto que ningún
estrategias evolutivas, en el suplemento de libre instinto habría sabido descubrir por sí mismo.
disposición con el que podemos estilizarlas, rein- Reabrir de nuevo la tediosa disputa en torno a
ventarlas y llegado el caso desmentirlas. Este últi- la falacia naturalista y reavivar una vez más el fa-
mo aspecto es el que consideraba fundamental el moso torneo entre «es» y «debe» que tanto juego
más «biológico» de los grandes metafísicos moder- dio hace un par de décadas en el mundo académico
nos, Schopenhauer. En efecto, Schopenhauer es- anglosajón es una perspectiva tan poco estimulante
taba convencido de que la inmensa mayoría de los como la obligación matutina de hacer la cama.
códigos morales no eran sino inspiraciones pru- Además del patbos trivial por los tecnicismos pro-
denciales al servicio irremisible de la voluntad de pio de la filosofía institucional, este debate translu-
vivir; tenía por tanto como lo único digno de ser ce una concepción acósmica y desencarnada de la
llamado "ética» en el sentido más elevado del tér- ética que pretende proteger a ésta de toda conta-
mino aquella decisión (proviniente de la sabiduría minación terrenal para mejor conservar su viejo
filosófica o de la mística renunciativa) que contra- relente teológico, aunque hoy ya resulte preferible
ría frontalmente en cada individuo las urgencias no mencionarlo. Resulta evidente que la ética es un
auto afirmativas de la voluntad vital. Sin llegar ni artificio y que por tanto trasciende cualquier cons-
mucho menos hasta este extremo nihilista, los ra- tatación meramente fáctica: pero tal artificialidad
zonamientos de George E ..Moore contra la por él esencial no la desvincula de lo fáctico ni la irres-
llamada «falacia naturalista» (uno de cuyos princi- ponsabiliza frente a ello. El hecho fundamental al
pales blancos polémicos fue precisamente el ultra- que sirven y del que dependen todos los deberes
darwinista social Herbcrt Spencer) apuntan hacia éticos es el afán de una vida más digna y plena. Pe-
alzo
b
no del todo distinto: la imposibilidad de tran- ro nótese que, a diferencia de los preceptos religio-
sitar lícitamente desde unos hechos (biológicos, por sos, los preceptos morales no se encaminan hacia
ejemplo: la supremacía de los más aptos) hasta un algo mejor que la vida sino hacia una vida mejor; se
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distancian así de los dogmas teológicos y se empa- de su vida: es decir, sabe que el hecho de estar vi-
rentan con las normas prudenciales de la higiene, vo se opone al algo. Los demás seres vivos viven y
la economía y la política (compañías las tres mucho mueren pero para los hombres la conciencia de
más adecuadas para la ética que el catecismo). En- estar vivos consiste en saber que pueden morir,
tre el «es» de nuestra condición natural y el «de- que aún no han muerto, que el valor de la vida es
ber» de nuestras normas éticas no hay un abismo resistir a la muerte. No me refiero tanto a que sea-
insalvable sino el puente del «querer». En efecto, mos seres-para-la-muerte, según el dictamen de
nuestros deseos brotan sin duda de lo que somos Heidegger, sino más bien al hecho de ser frente a
tanto biológica como culturalmente y por lo tanto la muerte, o sea en deliberada oposición a su impe-
hunden sus raíces en el orden de lo fáctico: pero no rio surgida de la irrevocable y única consciencia
funcionan automáticamente, como meros instintos que tenemos de él. No se trata en modo alguno de
o actos reflejos sino que requieren que el sujeto se una actitud provocada por las inquietudes existen-
los represente y los interprete. De este modo los ciales del pensamiento moderno: «Hasta en la
objetivos buscados quedan parcialmente indeter- etapa más primitiva de la civilización humana,
minados respecto a los condicionamientos que nos hasta en el pensamiento mítico encontramos esa
hacen buscarlos. El deseo elabora los impulsos del protesta apasionada contra el hecho de la muerte»
ser y puede darles, a través de la representación (Ernst Cassirer, en Antropología filosófica).
y de la interpretación, la íntima y amplia coer- La conciencia de la muerte y de su inevitabili-
ción del deber; también puede revolverse frustrado dad, la más humana de nuestras exclusivas, así como
contra ellos y paralizarlos mostrándoles la avidez la rebelión contra este dato fundamental de nuestra
contorsionada de su propia imagen, tal como Per- condición, han determinado desde el origen de la
seo hizo con la Gorgona. sociedad la comprensión de nuestros intereses vitales.
De modo que ninguna de las tres objeciones Éste es el punto malinterpretado por la mayoría de
básicas que se formulan contra la búsqueda de raí- los biologistas (empezando por el propio Darwin) y
ces biológicas para la ética me parece definitiva- desde luego por otros muchos que no lo son (pero
mente concluyente. Sin embargo, la ayuda que po- oponen como exclusivamente morales los intereses
demos obtener ahí para la reflexión moral aunque «egoístas» a los «altruistas»), h~~_!1!t~~~~es 0!~Jes
no del todo despreciable considero que resulta su- hUIIl~ns>"snllllca son sólo estrategias de super.v:i~~n­
mamente limitada. La cuestión estriba, según ~~;física -como en el caso' dél-os~ntereses vitales
creo, en lo que la vida significa para el sujeto huma- de otros seres vivos- ni en el plano del grupo ni en
no '.~EI hombre no sólo vive sino que es consciente el plano de cada uno de losindividuos.. 'Loquése
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pretende es lograr la conducta que mejorgarantice Aristóteles habló de la fila utia, Spinoza de co-
una cierta forma de inmortalidad, es decir, que me- natus, Rousseau del amour de soi (contrapuesto al
jor certifique el rechazo simbólico de la muerte en el socialmente artificioso amour propre), Helvetius
que fundamentalmente consiste la vida para los úni- o La Mettie defendieron directamente el amour
cos seres que se saben mortales. El crucial interés propre, algunos utilitaristas sostuvieron el «egoís-
vital de los humanos no es asegurar la vida sino des- mo racional», Feuerbach prefirió el «instinto de
mentir la muerte. Como he intentado demostrar en felicidad». Para todo aquel que no considera a
otros textos (Etica como amor propio, Humanismo im- la ética un mero conjunto de distinguidos pero
penitente...) dicho empeño inmortalizador no debe alambicados formalismos, el arte de vivir tiene
ser asimilado simplemente con doctrinas religiosas, un fondo irrenunciable de apego al propio ser, a
sino también con las normas morales y en general la propia personalidad, al propio goce, al propio
con las instituciones sociales en su conjunto: la ca: interés. En cierto aspecto, dicho movimiento de
munidad humana pretende ser ante todo una próte- autorreferencia y exaltación ahínca la ética en
sis de inmortalidad simbólica. para sus mi~~1r-2s. nuestra condición biológica, evolutivamente vin-
Ni la vida ni la muerte son acontecimientos senci- culada a su vez con la del resto de los seres vivos.
llamente biológicos para los hombres, sino queáñte Reconocerlo así y profundizar en la lección que
todo pertenecen a un registro simbólico que opone de este modo aprendemos nada tiene de deroga-
contra los atributos de la segunda (finitud, desapari- torio para nuestros principios morales, a los que
ción, olvido, soledad, insensibilidad, incomunica- una cierta y vigilada «naturalización» puede de-
ción, esterilidad, igualación, etcétera) sus negacio- sentumecer un tanto de algunas rigideces que
nes frágiles pero enérgicas: perpetuación, memoria, provienen no tanto de Kant como de los innu-
compañía, reconocimiento, expansión y diversidad merables neokantianos. Pero nada más. Lo dis-
sensible, discurso, progenie, jerarquía, mérito, etcé- tintivo de nuestros intereses es su servicio a una
tera. De tal modo que muchos de los rituales éticos vida que no consiste en un mero proceso bioló-
de la generosidad, incluso sus renunciamientos y sa- gIco sino en la afirmación simbólica que rechaza
crificios, provienen de un amor propio que trascien- la obligación de la muerte: en este punto, las for-
de los meros condicionamientos biológicos e inclu- mas del lenguaje, las creaciones de los mitos y
so puede llegar a comprometerlos para asegurar la los códigos de la autonomía racional comienzan
compensación simbólica que sólo pueden obtener una andadura en cuyo recorrido poco van a po-
quienes se saben mortales de la complicidad con sus der iluminarnos ni los biólogos (por «sociales»
semejantes en tal destino. que sean) ni los genetistas.
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¿Quién teme a Charles Darwin? condición biológica) simbolizamos muchas cosas
inseparables de nuestro equilibrio psíquico: lo
no elegido de tantos datos que nos configuran, la
ferocidad vital que hace enérgicas nuestras inclina-
ciones más espirituales, los meandros que afilian
inextricablemente la sociabilidad al egoísmo, la
espontánea urgencia del amor y el odio (que son
los fundamentos íntimos de todo conocimiento)...
Pascal nos advirtió que quien se empeña demasiado
en hacerse el ángel termina haciendo el animal sin
Admito a todo ser humano que, sin masoquis- querer; el problema moderno es más bien conven-
mo materialista ni triunfalista de primate paroenu cer a los entusiastas aficionados a la animalidad -o
---es decir, con humor y precisión-, se considera al genetismo como nuevo cretinismo- de que su
heredero de una tradición zoológica: a fin de cuen- opción no les dispensa de nuestra común obliga-
tas, la mayor parte de las evidencias están en contra ción angélica. No vaya a ser que reivindicando
suya. No entiendo, en cambio, a quien se subleva cierta cínica inocencia animal desemboquen en án-
con histerismo-de ángel mal reciclado contra las geles exterminadores.
noticias que periódicamente nos llegan -desde el Lo anterior viene a propósito de las querellas
barón D'Holbach y La Mettrie hasta el sociobiólo- sociobiológicas que últimamente alarman a éticos
go Wilson, pasando por Charles Darwin- acerca anglosajones y que también preocupan -aunque
de las determinaciones estrictamente biológicas mesuradamente- a estudiosos de nuestras tierras.
que sellan nuestros comportamientos y condicionan Mi colega Camilo J. Cela Conde ha dedicado a la
nuestros valores. Cualquier ángel mínimamente se- cuestión un interesante libro, rumbosamente titu-
guro de sí mismo hallaría gran fuente de contento, lado De genes, dioses y tiranos, cuyo subtítulo anun-
a no dudar, en fabular sobre su pasado bestial. Ser a cia que versa sobre «la determinación biológica de
la vez espiritual y quisquilloso con la materia, eso sí la moral». Es un estudio completo y sensato, que
que resulta verdaderamente degradante... Hay que ayudará sin duda valiosamente a quien desee estar
aceptar la contrapartida del justamente célebre dic- al loro -perdonen este folclorismo, pero la oca-
tamen de Cassirer: el hombre no sólo es un animal sión no lo repele- en el litigio aludido. Por lo vis-
simbólico, sino que también es simbólicamente un to, algunos socio biólogos -E. O. Wilson es sin
animal. Y con nuestra animalidad (hoy, con nuestra duda su portavoz más acreditado- han llegado a
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la conclusión de que diferentes comportamientos no habría dejado de parecer muy verosímil al se-
que suelen ser elogiados como morales responden a reno Spinoza. Quizá sólo Schopenhauer -cuya
mecanismos biológicos destinados a proteger y visión global del mundo, por otra parte, es tan so-
perpetuar la carga genética, cuya custodia es el ciobiológica- se hubiera sentido molesto ante
auténtico fin último de la vida de cada individuo. esta complicidad del altruismo con la voluntad de
El sentido de la existencia de cada ser vivo no es la especie, activa en cada aparente individuo. ¡Qué
otro que el de resguardar y propagar los genes, a notable descubrimiento y a qué conclusiones aún
partir de los cuales se fabricarán otros individuos más desencantadas hubiera llevado a don Arturo
sometidos a la misma obligación reproductora. El el saber que nuestro egoísmo biológico es tan
altruismo, que los psicólogos anglosajones siempre profundo que por él debemos sacrificar en ocasio-
han considerado antonomasia del comportamien- nes incluso nuestra ilusión más acendrada, la in-
to moral (Nietzsche, en su Genealogía, les asesta al- dividualidad!
guna maldad al respecto), viene a ser, a fin de La reducción de la ética a urgencias biológicas
cuentas, otra manifestación defensiva más de ese p~!a mejor conservación de la especie (o del grupo
egoísmo específico: ya Charles Darwin, en The de individuos, o de los genes de talo cual indiv~­
descent of man, cuenta la saga de los babuinos que duo) es vista hoy como una iniciativa más bien
dan su vida luchando contra el leopardo en defen- reaccionaria. Algún severo objetivista me señalará
sa de su grupo; yo recuerdo haber visto en algún que, en cualquier caso, tal supuesto reaccionarismo
documental científico cómo las termitas soldados no puede alterar su verdad fáctica, caso de que ésta
salían a defender el termitero atacado por hormi- se diera. Nada menos obvio: la objetividad de la
gas hostiles, en tanto que las obreras reparaban a ciencia es el dogma teológico más fácilmente cues-
toda prisa las fortificaciones accidentalmente de- tionable de todos, y algunos puntos de vista par-
rribadas: las pequeñas termitas se colgaban a raci- cialmente razonables pueden ser sin escrúpulo de-
mos de sus enormes enemigas para dificultar su nunciados por los usos perversos que posibilitan.
avance, mientras las entradas a su fortaleza iban De todas formas, nada hay de intrínsecamente de-
cerrándose y las dejaban abandonadas a su suerte rechista en considerar ciertas prácticas morales co-
fatal. Los babuinos, las termitas, el noble Héctor y mo biológicamente condicionadas. Al contrario, el
el bombero que se arriesga entre las llamas para más ilustre progresismo cientificista de comienzos
salvar al niño que llora en la cuna, todos son épicas de siglo se atrincheró belicosamente en tal plantea-
presas del imperio de los genes. Tampoco hay mo- miento. Hace unos ochenta años, la Biolooia ó
de la
tivo para desesperarse por esta constatación, que ética, de Max Nordau, formaba parte inevitable de

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todas las bibliotecas avanzadas y honradamente Lo que está en juego, como siempre que se ha-
progresistas del día. Nordau era sano y tonificante bla de ética medianamente en serio, es el punto de
como el airecillo de una mañana campestre, pero vista desde el que enjuiciar y valorar la acción hu-
además de izquierdas. Nuestros mejores impulsos mana. Vistos desde.jitera, los comportamientos lla-
éticos son dispositivos biológico-culturales desti- mados morales son probablemente reductibles a
nadas a inhibir cierta ferocidad natural y la tenden- condicionamientos biológicos, sociales, económi-
cia a la rapiña en pro de una sociabilidad sin la que, cos, psicológicos, culturales, etcétera. Y la reduc-
a fin de cuentas, no sabríamos valernos. La decen- ción a la genética no es más escandalosa ni degra-
cia social -eso que en nuestra época se ha llamado dante -es decir, no es más antiética- que la
ser de izquierdas-e- tiene básico arraigo en la difícil reducción sociológica o historicista, por no hablar
pero, a fin de cuentas, sabia Madre Naturaleza. A la de la psicología. ¿cuándo nos convenceremos de
cual, por cierto, Spinoza, al que tanto trajinan hoy que los valores no se deshumanizan por ser referi-
quienes quieren hacer de él una especie de proto- dos a la biología o a la economía, sino por ser vistos
brigadista arrepentido, llamaba «Dios» o también tan sólo desde el exterior? Cuando se la considera
«sustancia». La sabiduría mexicana dice de aquel desde dentro, en cambio, la opción moral se con-
capaz de cualquier felonía que «no tiene madre»; vierte en una exigencia total de sentido para la ac-
correspondientemente, Max Nordau recordaba ción, que ningún código -ni penal ni genético-
more biológico que ser digno y deudor de civilizada puede obviar. En cuanto perdemos el punto de
compañía es permanecer fiel a lo mejor de nuestro vista interior para enjuiciar los gestos de la liber-
linaje. Ni que decir tiene que eran otros tiempos. tad (en cuanto abandonamos el terreno del alma,
Los genes, en la actualidad, recomiendan más bien al que pertenecen los ideales, para someternos al
el despedazamiento del adversario, la batalla irres- espíritu, fundador de instituciones) nos salimos de
tricta de todos contra todos, la superioridad indis- la única especificidad a que puede aspirar la refle-
cutible de quienes triunfan por la fuerza, el expolio xión ética. Con permiso de nuestro común padre
económico de los que son tan ineptos o tan débiles Kant, labúsqueda de la excelencia se inspira ante
qúeno pueden evitarlo, la amenaza al vecino como todo en las categorías de la imaginación y no en las
única autodefensa eficaz. POLlo que constatamos, de la razón. Pero el espíritu se ha acostumbrado a
pbiología antaño se acercaba a l~ ética como un vivir fuera d.e" y eso se-nota: lo que corresponde
.reforzamiento zoológico de lo humano, mientras ara1ñí.;,a la vivencia interior, es patológico, ilu-
que hoy se nos impone comouna deshumanización sorio, irreal. Todo debe poder reducirse a exte-
zoológica de lo social. . rioridad: cada sueño tendrá su interpretación, cada
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comportamiento se explicará por su determina- El alma de los brutos
ción sociobiológica. No es caso pretender desau-
torizar globalmente este procedimiento, a menudo
útil, sino señalar lo en él demasiado sumariamen-
te sacrificado. Y habrá que intentar recuperar-
lo, cuando nos decidamos, zarandeados por unas
cuantas oportunas crisis ~¿consistirá en esto lo
menos vacuo de la posmodernidad?-, a entender
sin tapujos. Un excelente antropólogo, Marshall
Sahlins, en su visión crítica de la sociobiolozía
b , ha-
Cuanto menos seguro se está del sentido y fun-
ce notar, como de pasada, qlle nuestra cultura esla
damento de la virtud, cuanto más descontento se
única quese ha proclamado derivada de la anima-
siente uno de la palabrería sobre la dignidad del
lidad y la barbarie: todas las demás se han tenido
prójimo y más hay que trampear para rescatar la
por divinas. Somos tan espiritualmente ingenuos
que consideramos esa pretensión del alma primiti- propia, mayor escrúpulo genera el expolio de las
coliflores y la tortura de los berberechos. Pase que
va como una ingenuidad. Y, sin embargo, sentimos
la historia sea fruto de la lucha de clases y que sólo
un dolor inexplicable y una sublevación íntima
el equilibrio del terror pueda resguardar nuestros
cuando alguien, con regodeo darwinista, explica el
más santos valores, pero, al menos, ¡que no se nos
sacrificio de Héctor a partir del comportamiento
obligue a consentir riñas de gallos, caza de zorros
de algún babuino. Presentimos que la demasía ra-
ni lidias taurinas! Ya que no conocemos la razón
zonante de lo exterior nos engaña, pues es la chis-
esencial de ningún respeto, propugnemos patéti-
pa del héroe la que ilumina y rescata el coraje au-
camente todos: evítese zaherir a los negros y a las
tomático del simio, no al revés.
ballenas, a los alcornoques y a los disidentes políti-
cos, mientras luchamos por la liberación de los
oprimidos, incluidos los fetos y las algas. Leo en la
Etica aplicada, de José Ferrater Mora y Priscilla
Cohn, una defensa del «movimiento de liberación
de los animales» o, para abreviar, «liberación ani-
mal», «nombres», se nos dice, «que no por casua-
lidad nos recuerdan otros movimientos de libera-
1-/ -/
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ción, como el de los negros o el de las mujeres». entrar en conflicto consigo misma y gracias a ello
Animales, negros y mujeres..., méme combat! Efec- avanza y se perfecciona.
tivamente, no debe ser pura casualidad que se ha- La fundamentación teórica de esta actitud tie-
ble de liberación de los animales como se habla de ne raíces que bucean hondo en el pasado, desde la
liberación de negros o de mujeres. Tampoco cabe abimsa hindú, que proscribe el daño a cualquier ser
suponer mala fe, de modo que -piadosamente- vivo, pasando por el ius animantium de los estoicos
habrá que recurrir al malentendido. En torno al o la disputa en torno al alma de los brutos en el ra-
cual quisiera proponer las siguientes observaciones. cionalismo francés. En la actualidad cuenta con
Quizá a alguien pueda sorprenderle como no- abogados de peso, como, por ejemplo, Claude Lé-
vedad la actual virulencia de las reclamaciones en vi-Strauss, quien en Le regard eloigné establece ta-
torno a derechos de los animales -o a su libera- xativamente: «Los derechos de la humanidad ce-
ción-, que ha llegado hasta la aparición de grupos san, pues, en el momento en que su ejercicio pone
de terrorismo light, los cuales no vacilan en co- en peligro la existencia de otra especie». Y José
locar explosivos de advertencia en laboratorios Ferrater y Priscilla Cohn, en su obra antes cita-
donde se experimenta con cobayas vivos. La lista da, corroboran así ese dictamen: «En virtud de la
de motivos de este auge la puede establecer ca- continuidad de los niveles de sistemas de realida-
da aficionado a la sociología de los valores por su des, los intereses de la especie humana coinciden
cuenta: hiperestesia ante un sufrimiento concen- con los intereses de otros vivientes. Los intereses
tracionario por razones de utilidad pública, pero humanos no son supremos, sólo lo son los inte-
demasiado análogo al de tantos humanos; temor reses comunes a unos y otros». En otros casos,
y repulsión ante la arrogante impiedad del desa- la preocupación no es por la extinción de la espe-
rrollo técnico; rechazo neoilustrado de ciertos es- cie amenazada por manipulaciones humanas, sino
parcimientos populares considerados atávicamente contra la crueldad del trato infligido a cada uno de
crueles ... Entre los argumentos invocados para jus- los individuos: tortura de los cobayas en los labo-
tificar estas protestas, una primera contradicción: ratorios, horroroso empacho de las ocas destinadas
unos provienen de la sensibilidad herida por exce- a fabricar foie-gras, sadismo bárbaro de la ejecu-
sos en la aplicación del racionalismo utilitario, y ción ritual de los toros de lidia, etcétera. Aquí, otra
otros, de la razón civil ofendida por supervivencias contradicción, pues nada amenazaría más la con-
de un tradicionalismo festivo considerado bárbaro. servación de la especie de los cobayas, las ocas o
Pero esta colisión cuenta poco mientras pueda ser los toros de lidia que el definitivo cese de su dolo-
argumentada, porque la razón no mecánica suele roso servicio obligatorio al hombre. Resumiendo,

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en todas esas posturas se sostiene un principio bá- mas. Pero parece bastante obvio que los intereses
sico (<<hay una continuidad esencial de valor entre de los vivientes en unos casos coinciden y en otros
todos ~---seres-viVi-enú~s») y una consecuencia muchos se oponen: ahí no están las especies extin-
principal (~<por tanto, cualquier ser vivo merece tas -una reverencia en passant a los dinosaurios-
ser igualmente respetado») que a veces recibe una para atestiguar con su ausencia. No sé si los hom-
formulación más matizada (<<el hombre no tiene bres son mejores en todo sentido que los animales:
derecho a exterminar ninguna especie viviente y lo negaron el escepticismo irónico de Montaigne y
cada individuo vivo tiene derecho a no ser tratado la misantropía metafísica de Schopenhauer. Pero
con crueldad»), Tales son los puntos que me gus- desde luego sus intereses son supremos, es decir,
taría examinar más de cerca. son los únicos a partir de los cuales podemos inte-
¿Hay una continuidad de valor entre todos los resarnos o valorar cualquier realidad existente.
seres vivientes? Desde el punto de vista piadoso de Los intereses de los hombres son supremos para
ciertas religiones, puede que sea ciertamente así; los hombres, única especie explícitamente axioló-
pero si «valor» se entiende en su sentido ético, esa gica que nos ha sido dado conocer por el momen-
suposición es fundamentalmente falsa. Cuando el to ..., en tanto Reagan y Gorbachov no tengan oca-
santón budista al que un enorme tumor canceroso sión de aliarse contra los extraterrestres.
deforma el cuello detiene a quienes quieren extir- ¿Debe el hombre respetar a todo bicho vivien-
párselo con un «dejadle crecer: él también está vi- te? ¿Poseen derechos a la existencia las especies o
vo», no es la voz irremediablemente humana de la a no ser tratados con crueldad los individuos del
ética la que escuchamos, sino la voz sobrehumana reino animal? En cuanto a la extinción de las es-
-y a menudo inhumana- de la religión. La ética pecies, la cosa supongo que no puede llevarse has-
no es el respeto y reconocimiento de lo vivo por lo ta sus últimas -pero lógicas- consecuencias: si
vivo, sino el respeto y reconocimiento de lo huma- mañana fuera posible aniquilar la especie de virus
no por lo humano. Lo que merece respeto desde el que causa el SIDA o los microorganismos cancerí-
punto de vista ético es la búsqueda humana de la genos (en el supuesto de que los haya), creo que ni
vida buena, no los irremediables vecinazgos im- el ecologista más contumaz se atrevería a lamentar
puestos por la biología: de lo que habla la ética es públicamente la desaparición de estas ramificacio-
de mi vida o nuestra vida, no de la vida. En el frag- nes de la proteiforme vitalidad universal. El hombre
mento antes referido, Ferrater y Cohn hablan de tiene el derecho -ni siquiera ético, sino anterior a
una comunidad de intereses entre los vivientes y í~etica- de exterminar todas aquellas formas vi~
aseguran que los intereses humanos no son supre- vas que amenazan su propia existencia sin contra-
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prestación positiva ninguna a cambio. Respecto a dividuos del reino animal, pero no se trata de razo-
los tan cacareados -nunca mejor dicho- dere- nes éticas. Lo que aquí está en juego son valores
chos de los animales, confieso que no me resulta piadosos -es decir, de orden religioso en sentido
fácil entender a qué se refiere semejante expresión. amplio-, valores estéticos, cuestiones de buen
Si al menos se hablara de derechos para los anima- gusto (la brutalidad con los animales entra en el
les, es decir, concedidos por real decreto humano a orden de la falta de elegancia y del desprecio a lo
éstos... Coincidiendo con esta reserva, especifica sensato de las formas) y sobre todo consideracio-
atinadamente Rubert de Ventós en Filosofía y/o po- nes pragmáticas: la destrucción irresponsable de
lítica: «Bien entendido que otorgar a algo (a una formas de vida puede llegar a afectar negativamen-
planta o a un país, a un animal o a un embrión) un te nuestra supervivencia. Todo ello configura una
derecho no supone necesariamente reconocer su estética de la generosidad, como diría Nietzsche, su-
carácter humano o personal: supone tan sólo acep- mamente digna de aprecio. Sin embargo, la ética
tar que en determinadas circunstancias ese argo es otra cosa y se propone otra empresa, aunque na-
merece un tratamiento no meramente instrumen- da pueda disociarse de nada completamente cuan-
tal». En táísenndó del derecho concedido, no re- ..1- -- ~--~- nus-c!tr'Júi Óevirun:s:h\í'ECmar f<fs qm;1ÍrJ~ ut: ucr:

clamado por su propia condición, les es lícito a las y la cruel cocción de la langosta, la tortura de
vacas del rey pastar en prado ajeno. Pero ¿cómo va detenidos y el empacho de la oca productora
ga- a ser un animal sujeto de derechos? Aquí es el geni- faie-gras, el militarismo belicista y las riñas de
te- tivo subjetivo el que falla de plano. ¿Cómo va a ha- 110s, es tomar una metáfora por su más obtusa li
;n- ber derecho ético donde falta la reciprocidad de ralidad y renunciar a entender nada -pretendi,
: la reconocimiento? ¿Tienen acaso deberes los anima- do, eso sí, salvarlo todo- en el orden moral d<
les? ¿Se respetan las especies de animales y de se- acción humana.
res vivos sus derechos entre sí? Si se admiten los
derechos humanos de los animales, ¿no habría
también que aceptar los derechos animales de los
humanos: incesto, canibalismo, infanticidio, etcé-
tera? Rota la homogeneidad específica racional, el Epílogo para taurinos y taurófobos
término «derecho» no resulta ser más que un me-
ror jor o peor intencionado abuso de lenguaje. Comprendo que haya personas a las que 1
:en No faltan razones para respetar a ciertas espe- motivos estéticos, pero nunca éticos, les disgus
) y cies y evitar en lo posible la crueldad contra los in- profundamente las corridas de toros. Admit<

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comparto que cualquier persona sensata, aficio- Imaginación religiosa y teología política
nada o no a los toros, rechace con indignación en Spinoza
histórico-política el estúpido calificativo de «fiesta
nacional» que a menudo se les aplica todavía. Pero «Aparte de algunos intentos anteriores, correspondepreferente-
mente a nuestra época reivindicar, almenas en la teoría, como
respecto a lo de barbarie ya hay que decir algo más.
propiedad del hombre, los tesoros que habían sido malvendidos al
Si por esa calificación derogatoria se alude al me- cielo. Pero ¿ qué época tendrá la fuerza de hacer valer este derecho
nosprecio de los valores esenciales que mantienen y de apropiarse de aquéllos?».
a los hombres juntos, iguales y libres al menos se- G. W F. Hegel,
gún derecho, difícil veo que el ritual taurino pueda La positividad de la religión cristiana
ser considerado bárbaro. Y si se trata de la suavi-
dad de las costumbres..., bueno, entonces digamos Un hombre puede ser odiado por muchos mo-
de una vez que el bárbaro no es quien olvida res- tivos, es cosa sobradamente sabida: puede ser odia-
pingar ante cualquier sangre derramada, sino quien do por lo que hace, por 10 que representa, por los
ignora la razón por la que la humana es absoluta- dones que posee o por cualquier malentendido
mente más preciosa que cualquier otra. surgido en torno suyo. Pero el odio más intenso y
duradero que alguien puede suscitar es el odio teoló-
gico, una pasión tan abstracta e infinita como los
problemáticos temas en ella debatidos, y a la par
tan terrena, como el poder político allí a fin de
cuentas puesto en juego. Baruch Spinoza escribió
contra el odio y fue uno de los hombres más odia-
dos que en el mundo han sido. Digo fue y temo
que debería decir es, porque las raíces teológicas, o
mejor teocráticas del odio que provocó no han si-
do aún plenamente extirpadas. Su condición de ju-
dío yace en el corazón mismo de la animadversión
que se le profesa, pero en esta ocasión no como
simple incentivo para los antisemitas, sino muy es-
pecialmente para azuzar contra él a sus propios
hermanos de tradición. Si ser judío ha tenido du-
rante milenios el triste significado de ser víctima
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de persecución y ostracismo por culpa de oscuros Spinoza, salvo mención contraria, pertenecen al
prejuicios religiosos, no cabe duda de que Spinoza Tratado teológico-político). Recordemos que cuando
ha sido el judío de los judíos. Todavía no hace de- Spinoza dice Naturaleza puede también leerse
masiados años, un pensador tan respetado por su Dios. Es obvio que este rechazo de la predestina-
dignidad moral como el neokantiano Hermann ción de talo cual pueblo es el único verdadero an-
Cohen escribía que la actitud de Spinoza ante el tídoto contra el morbo racista, aunque pueda de-
judaísmo es «una traición que supera al entendi- cepcionar a los partidarios de las unidades de
miento humano». Este dicterio huele a azufre y destino en lo universal. Respecto a la perduración
remite veladamente a las obras de Satán, figura histórica del pueblo judío, Spinoza -como des-
desde luego poco compatible con la enseñanza de pués Heine-, aun descreyendo de una especial
Kant. Y también el mucho más circunspecto y mi- predilección divina, no deja de conceder su parte
nucioso Leo Strauss, en su útil Spinoza's critique of en cambio a la animadversión humana: «Que el
religion -de donde he tomado la precedente cita odio de las naciones haya sido un principio de con-
de Hermann Cohen- muestra en ocasiones su servación para los judíos es cosa que enseña la ex-
desagrado por la incomprensión y hasta la mala fe de periencia». Ahora bien, ni por ello ni por ninguna
Spinoza respecto a la Biblia. Y de seguro que nu- otra razón «deben imaginar hoy los judíos que tie-
merosos profesores actuales de la Universidad de nen ventaja alguna sobre el resto de las naciones».
Jerusalén siguen compartiendo aún estos repro- El otro gran mito desmontado por el análisis
ches. Spinoza, el amable y discreto Spinoza, cuyos sin concesiones del réprobo es el del libro sagrado,
únicos énfasis recayeron en el elogio de la alegría y la Biblia. No es que fuera el primero en sentido ab-
eldesaconsejamiento de cualquier forma de triste- soluto en esta tarea. Ya Thomas IIobbes en su Le-
za, continúa resultando odioso. viatán había llevado a cabo una notable crítica so-
Admitamos que sobran las razones de peso pa- bre la pretensión levítica de que la Biblia fuese un
ra ello. Su obra combatió con suavidad implacable libro literalmente dictado por Dios. No sólo desde
los dogmas más queridos de sus correligionarios el punto de vista doctrinal, sino también desde el
por nacimiento, empezando por el de la propia histórico V de atribución de los textos, el conjunto
existencia de un pueblo elegido. Para Spinoza, «la bíblico abunda en absurdos y contradicciones fla-
naturaleza no crea naciones, sino individuos, los grantes que indican sin equívoco su fábrica mísera-
cuales no se distinguen en naciones diferentes, si- mente humana. La Biblia, según Hobbes, utiliza
no por la diversidad de las lenguas, de las leyes y sentidos metafóricos y debe ser interpretada de tal
de las costumbres adoptadas» (todas las citas de modo que no entre en colisión con la recta ratio que
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cada individuo humano posee. Por lo demás, manae vitae, escrito pocas horas antes de suicidarse
Hobbes hace hincapié en la autoridad soberana de (contamos hoy con una excelente edición crítica en
Moisés sobre los demás profetas, ejemplo de cómo castellano debida a Gabriel Albiac, en libros Hipe-
la autoridad civil debe prevalecer sobre la religiosa rión, Madrid, 1985), y el doctor Juan de Prado, an-
en todo Estado que quiera evitar el enfrentamiento daluz con estudios en la Universidad de Alcalá y
interno o la anarquía. A este predominio de la au- doctorado en Medicina por Toledo, un marrano
toridad política sobre la religiosa se adhiere luego que harto de fingir reverencia al cristianismo huyó
enfáticamente Spinoza, contrariando aquí también finalmente a Holanda, abrazó el judaísmo y cambió
uno de los puntales más venerados de su tradición. su nombre por el de Daniel. Tanto Uriel da Costa
Quince años antes de la publicación del Tractatus como Juan de Prado fueron netamente heterodo-
de Spinoza, Isaac de la Peyrére hizo editar su pro- ~os en sus lecturas bíblicas, pusieron en duda por
pia crítica bíblica bajo la rúbrica general de «la hi- coherencia intertextual e histórica la autoría del
pótesis pre-adamita». Se trataba, sencillamente, de Pentateuco atribuida a Moisés, reclamaron la pri-
postular que hubo hombres antes de Adán Gack macía de la razón natural sobre la minuciosidad
London tiene por cierto una hermosa novela con neurótica y vana de los rituales y, con todo el énfa-
este título, Bejore Adam), lo cual a nosotros hoy se sis debido a esta suma injuria, negaron explícita-
nos antoja en especial relevante desde el punto de mente la inmortalidad personal. Spinoza conoció
vista antropológico y hasta evolucionista, pero en sin duda la trágica historia de Uriel da Costa y fue
La Peyrére revestía una importancia ante todo teo- amigo y discípulo de Juan de Prado, amistad que le
lógica -euestionamiento de la ley mosaica en la valió la condena excomulgatoria de la sinagoga, el
historia de la salvación- y se acompañaba de una ostracismo religioso y hasta un atentado contra su
crítica de los milagros y otros aspectos luego desa- vida (el célebre puñal anónimo que surgió en la no-
rrollados por Spinoza. Sin embargo quizá las dos che para tratar de herirle y no hizo sino desgarrar
figuras que más directamente sellaron el pensa- su manto).
miento de Spinoza en este campo fueron otros dos Pero, aun reconociendo la importancia de to-
réprobos contemporáneos suyos, cuya vida y acoso dos estos precedentes, la tarea demoledora de Spi-
conoció -y hasta compartió- personalmente. noza sigue abriendo un nuevo campo subversivo.
Fueron U riel da Costa, tránsfuga del cristianismo En él ya no se trata de una nueva interpretación
al judaísmo y luego hereje también dentro de éste, bíblica, más o menos acorde con las creencias co-
lo que le valió una atroz marginación religiosa y so- munes, sino de una forma de lee¡" la Biblia radical-
cial de la que dejó testimonio en su Exemplar hu- mente nueva. Lo que propuso y detalló con rninu-

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ciosidad fue un estilo de lectura diferente, junta- chazo de la idea de que el universo está ordenado
mente filológico, histórico y lógico, pero nunca con vista a satisfacer los deseos del hombre y sobre
teológico ni fideísta. La pretensión misma de esta- todo la convicción en ambos de que la contempla-
blecer este método no solamente laico en sí sino ción es superior al ritual e incluso a las normas éti-
antisacerdotal-porque despojaba a los sacerdotes cas propiamente dichas. Pero sus divergencias fue-
de su más cara prerrogativa- era ya un crímen en ron no menos sustantivas, aunque no debemos
sí misma. Como bien dice Jean Préposiet en su olvidar en tal enfrentamiento la obvia distorsión
muy razonable Spinoza et la liberté des bommes, de perspectivas debido a la disparidad de contextos
«con Spinoza, el sacrilegio se encontró súbita- históricos de ambas obras.
mente ascendido al rango de método». Y en modo Maimónides estaba tan convencido de la apti-
alguno intentó conciliar, de manera más o menos in- tud racional del hombre como de su fundamental
geniosa, el razonamiento filosófico y el profetis- limitación teológica. Era un filósofo, pero también
mo bíblico. En esto su fundamental y agresiva un hombre de iglesia y, sin desdeñar lo que el ra-
honradez brilló con luz propia, al rechazar de pla- zonamiento especulativo puede darnos, siempre
no que los filósofos hubieran de sustituir a los sa- sostuvo la misteriosa e insoslayable primacía de
cerdotes en la correcta exégesis bíblica. Lo que la revelación, sobre todo en lo que toca a la ley.
pretende la filosofía y lo que pretende la Biblia son Hay una serie de verdades esenciales a las que el
cosas radicalmente diferentes y cuando se combi- hombre nunca hubiera podido llegar por sí mismo:
nen en una misma persona será solamente por tal es la base de cualquier religión revelada y Mai-
yuxtaposición. Aquí su principal adversario, a me- mónides la asumió inequívocamente. Spinoza, en
dio milenio de distancia, fue Maimónides. El filó- cambio, consideraba este planteamiento como una
sofo cordobés fue el prototipo de postura racional- oscurantista desconfianza en la auténtica palabra
mente conciliadora entre verdad revelada y verdad de Dios revelada, que es precisamente la razón
filosófica. Muchas de sus opiniones, casi siempre humana. Para Maimónides, el lagos divino venía a
sutilmente expuestas, marcaron positivamente el complementar y reforzar alIagas humano; para Spi-
pensamiento de Spinoza: por ejemplo, la unión de noza, no hay otro logos divino que el lagos huma-
intelecto y voluntad de Dios, fundamental en am- no. Con razón Leo Strauss resume esta confron-
bos pensadores y base de la posterior naturaliza- tación diciendo: «Podemos definir el contraste
ción de Dios por parte de Spinoza, el hincapié en entre Maimánides y Spinoza en la fórmula: in-
la individualidad irreductible de cada existente que competencia humana versus competencia huma-
ninguna vaga generalidad puede subsumir, el re- na». En el estricto terreno de la interpretación
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bíblica es donde esta disparidad muestra toda su torcerla a nuestro capricho y rechazar su sentido
virulencia. Maimónides sostenía que la sagrada es- literal, aun siendo claro y explícito, para sustituirlo
critura no debía leerse de un modo literal y obtu- con otro», por lo que su método interpretativo de-
so, que podría llevarnos a creer que Dios tiene be ser rechazado «como inútil, peligroso y absur-
cuerpo y pasiones humanas o cien absurdos seme- do». Así queda expresada del modo más inequívo-
jantes, sino interpretarla según las luces racionales co la oposición entre una lectura racionalista y en
instruidas por la autoridad de grandes filósofos co- cierto modo ilustrada de la Biblia, pero aún some-
mo Platón o Aristóteles. Cuando se emplea la ra- tida a la primacía teocrática, y la consideración es-
zón filosófica para desentrañar las complicadas y a trictamente antiteocrática de ésta por parte de un
menudo contradictorias imágenes bíblicas, resulta intelecto auténticamente laico. Es evidente que
finalmente un conjunto perfectamente armonioso Spinoza no hubiera hecho buenas migas con los
y complejo de verdades, que no repugna a la luz actuales teólogos progresistas que hacen mil y una
natural humana y que la complementa sustancial- contorsiones intelectuales para adecuar los atávi-
mente. Pero Spinoza señaló claramente la desho- cos contenidos bíblicos a las modernas tendencias
nestidad de esta operación, que fuerza sentidos ra- psicoanalíticas, estructurales, antropológicas o po-
cionales donde no los hay y que no sirve más que líticas. En beneficio de Maimónides respecto a és-
para sustituir a la casta sacerdotal primigenia por tos, cabe recordar que el judío cordobés razonó y
una nueva casta de filósofos-sacerdotes. Los senti- rezó en el siglo XII, por lo que se le pueden discul-
dos evidentes de la escritura son así desfigurados par cosas que hoy resultan de mucho peor gusto.
para hacerlos concordar con determinados prejui- Para Spinoza no hay nada de sobrenatural en
cios filosóficos, cuya evidencia es poco menos que Dios, puesto que éste es precisamente ese comple-
nula. A estos filósofos-sacerdotes de la casta de to entramado causal al que también podemos lla-
Maimónides se dirige Spinoza cuando dice: «Si se mar naturaleza. Por tanto, nada de sobrenatural
les pregunta qué misterios encuentran ocultos en puede encontrar en la Biblia ni este conjunto de
la Escritura, no responden otra cosa que los co- hojas y tinta está más vinculado según él a lo divino
mentarios de Platón, Aristóteles u otros semejan- que cualquier proceso vegetativo o que cualquier
tes, los cuales son más fáciles de encontrar por un pensamiento del hombre. Si de lo que se trata es de
idiota en su sueño que ser hallados en la Escritura apercibirnos de lo que Dios quiere -lo que, para
aun por los hombres más doctos». A fin de cuen- Spinoza, equivale a comprender lo que Dios es-la
tas, «supone Maimónides que nos está permitido razón que cada uno poseemos es el único instru-
interpretar la Escritura según nuestros prejuicios, mento plenamente adecuado para lograr tan since-
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ramente religioso objetivo. Una acYtudrect.?:_y tan imposible como prescindir del cuerpo, sino
consecuentemente científica, en el más racional porque consigue regir por medio de la razón sus
séntidodel término, es el verdadero, el único cami- relaciones fundamentales con 10 eterno, o sea, con
no hacia la santidad que puede aceptar un hombre la naturaleza divina y con la sociedad humana.
libre. Pero ningún hombre es libre del todo y la ~Jesfuerz9hacia la razón, es decir, hacia la li-
mayoría ni siquiera pretenden serlo en la mínima bertad de terrores vacuos y anhelos insaciables, es
medida. Casi todos nos entregamos apasionada- una empresa individual difícil y por tanto rara.
mente a las sugestiones de la imaginación, es decir, Precisamente Spinoza escribió su Ética como va-
al conjunto variopinto e inconsistente de impresio- demécum para quien quisiera emprender sin ma-
nes que Los cuerpos de este mundo infligen a nues- yores desvíos este camino. Pero para la mayoría de
tro cuerpo. Por supuesto, la imaginación es algo los hombres, incluso de los hombres modernos (sea
natural y por tanto tan inevitable como la razón, esta modernidad la de la época de Spinoza o la
pero -por ser algo esencialmente pasivo- está nuestra), resulta un manual demasiado abstruso. Y,
mucho más al alcance de cualquiera que la razón, sin embargo, todos los hombres sin excepción tie-
que es activa, es decir, esforzada. La imaginación e~ nen que relacionarse con la naturaleza divina y so-
más chocante, aprovecha los deslumbramientos fáci- meterse a las disposiciones imprescindibles de la
les de nuestra ignorancia, y más divertida, porque sociedad humana. La Biblia no es ni más ni menos
deambula y da rodeos ociosos en lugar de dirigirse que la solución que un pueblo determinado sin
rectamente a lo verdadero como procura hacer la ventajas sobre las demás naciones, el pueblo judío,
razón. Las revelaciones de la imaginación parecen pergeñó para resolver este problema. La Sagrada
milagrosas porque son casuales, mientras que las de Escritura es un empeño de la imaginación -como
la razón aburren a fuerza de necesarias. Por su- tal caprichoso y contradictorio- para proporcio-
puesto, nuestros conocimientos son tan limit~dos y nar a unos hombres los conocimientos sobre cómo
están tan condicionados por la brevedad y cir- regir su vida que son necesarios para la buena or-
cunstancias corporales de nuestra existencia que lo g~nización de la comunidad humana. Por supues-
azaroso -que, naturalmente, es sólo azaros9.para to, la razón es capaz de conseguir este objetivo de
nosotros, no en sí mismo- ocupa inevitablemente" forma mucho más directa y sin fábulas coactivas,
un importantísimo papel en nuestras vidas, por ra- pero. en cambio está al alcance de muchos menos
cionales que hayamos llegado a ser. El sabio, o me- hombres. La tarea de los profetas bíblicos, en
jor, el hombre libre, no lo es porque logre desterrar cuanto a su propósito, está en efecto conectada con
plenamente la imaginación, 10 cual es exactamente lo que cualquier hombre libre desearía obtener por
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medio de la razón: el amor de Dios-Naturaleza y no al cálculo. Pero no hay ninguna necesidad de
por encima de todas las cosas y el amor al prójimo intentar forzar estos frutos imaginativos en moldes
como a nosotros mismos y por lo mismo que nos filosóficamente racionales, como pretendió Mai-
amamos a nosotros mismos. Pero en cuanto a su mónides, porque filosofía y profecía no pretenden
método, está emparentada más bien con la faena la misma cosa. Lo que la Sagrada Escritura intenta
poética de Ovidio cuando cuenta el mito de Perseo es lograr la obediencia de los judíos -pues a ellos iba
o de Ludovico Ariosto cuando escribió su Orlando en principio destinada-, mientras que aquello a lo
furioso 9 • Así que, por sí misma, la Escritura no tie- que aspira la filosofía es a la verdad. «No es de ad-
ne nada de particularmente excelso, salvo que mirar que los libros sagrados hablen tan impropia-
cumpla adecuadamente su función social de esti- mente de Dios en todas partes y que le atribuyan
mular la piedad. «La Escritura sólo es sagrada y manos, pies, ojos, oídos, alma y hasta un movi-
sus frases divinas en tanto que mueve a los hom- miento local, y además pasiones del ánimo, para
bres a la devoción de Dios. Pero si se descuidara hacerlo celoso, misericordioso, etcétera; y que, en
por ellos mismos, como han hecho en otras cosas fin, lo representen como un juez sentado en los cie-
los judíos, nada es sino papel y tinta y está profa- los sobre un trono real y con Cristo a la derecha.
nada absolutamente por ellos y abandonada a la Hablan de este modo según la inteligencia del.vul-
corrupción». Si se tratara de un discurso racional go, a quien la escritura pretende hacer no sabio si-
-es decir, en sí mismo trasunto directo de lo di- no obediente». Que ésta y no otra era la pretensión
vino, como la geometría- no cabría imaginar tal de la Biblia lo había visto también perfectamente
corrupción, pero la imaginación está en cambio Hobbes en su Leviatán, cuando dice: «La Escritura
ligada inextricablemente no a la naturaleza activa, se escribió para mostrar a los hombres el reino de
sino a las pasiones de los hombres, por lo que co- Dios, para preparar sus mentes a fin de que se hi-
rre este tipo de riesgos fatales. cieran sus súbditos obedientes, dejando el mundo,
Lo de que los profetas hablan más bien inspira- y la consiguiente filosofía, a discusión de los hom-
dos por la imaginación que por la razón lo tomó bres, para el ejercicio de su razón natural. Que el
probablemente Spinoza de las doctrinas averroís- movimiento de las tierras o soles haga el día y la
tas, pues en éstas ya puede leerse que el don profé- noche o que las acciones exorbitantes de los hom-
tico está ligado a la capacidad de sueño o de poesía, bres procedan de la pasión o del demonio (siempre
que no le adoremos) es todo lo mismo en lo que to-
') Para calcular la irreverencia de esta comparación nos faltan símiles
en nuestro presente iconoclasta. Fue algo más provocativo que ase-
ca a nuestra obediencia y sumisión a Dios todopo-
mejar hoy la Constitución a la película Stnrs ~v;n; por ejemplo. deroso, que es aquello para lo que se escribió la
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Escritura». Ni Hobbes ni Spinoza tienen en princi- piedad en la sociedad humana; pero la teología que
pio nada contra este intento bíblico de suscitar la interpreta es un empeño estrictamente político,
imaginativamente la obediencia de la mayoría, ya destinado a enajenar el control civil de la comuni-
señalado también con aprobación por pensadores dad por medio de un principio teocrático. A este
antiguos como Polibio lO • Pero quieren dejar bien desposeimiento del poder decisorio de los hom-
claro que el propósito de la filosofía es de índole ra- bres en nombre de un abuso de la imaginación se
dicalmente distinta: la Escritura aspira a hacer posi- enfrenta radicalmente Spinoza y tal es su honra.
ble la convivencia de todos, la filosofía es el camino Por ello establece, en contra de toda la tradición
por el que algunos -más bien pocos- pueden al- levítica de su pueblo, que «es oficio único de un
canzar la auténtica libertad racional. Es en nombre poder soberano determinar de qué modo cada uno
de esta disparidad de fines por lo que Spinoza rei- debe practicar la piedad en el prójimo, esto es, de
vindica la plena libertad de creación y expresión fi- qué modo debe cada uno obedecer a Dios». Para
losófica. Intentar coartarla no es sino un abuso su- él «la justicia yen absoluto todas las enseñanzas de
persticioso de la función religiosa. la verdadera razón, y por consiguiente la caridad
Pero a fin de cuentas, lo que está en juego es la para con el prójimo, reciben fuerza de ley y de
legitimación del poder político y esto tanto Hob- mandato por el solo derecho del Estado». En este
bes como Spinoza lo tienen perfectamente claro. elogio del Estado va mucho más allá que Hobbes
La profecía religiosa deriva de la imaginación y por la vía libertaria y es aquí precisamente donde
quizá aspire por esta vía más popular a suscitar la comienzan a bifurcarse sustancialmente sus cami-
nos. Porque para Spinoza «no es el fin del Estado
10 «Creo que lo que es criticado en otros pueblos mantiene unido
convertir a los hombres de seres racionales en bes-
al Estado romano; me refiero al miedo a los dioses. Por esto es ma- tias o en autómatas, sino, por el contrario, que su
nipulado e introducido tanto en la vida pública como en la pri-
vada cuanto resulta humanamente posible. Puede parecer extraño a espíritu y su cuerpo se desenvuelvan en todas sus
muchos, pero yo creo que ello se hace por la seguridad de la gran funciones y hagan libre uso de la razón sin rivalizar
mayoría. Porque si la tarea fuese formar un Estado de hombres
sabios estas cosas quizá no fuesen necesarias, pero corno la gran masa por el odio, la cólera o el engaño, ni se hagan la
del pueblo se desmanda fácilmente y pide sin cesar cosas contrarias a guerra con ánimo injusto. El fin del Estado es,
la ley, movida por locos impulsos y violentas pasiones, lo único que
puede hacerse es mantenerla en orden por medio del miedo a lo invi- pues, verdaderamente la libertad». Y el Estado
sible y por el espectáculo del más allá. De ningún modo creo que mismo, o por lo menos el Estado preferible al que
fuese por irreflexión o por pura casualidad por lo que los hombres de
tiempos pasados fomentaron la idea de los dioses v del otro mundo hay que tender, surge de una facultad de la socie-
sino que más bien me inclino a pensar que nu~stra edad es má~ dad humana a la que Spinoza llama democracia y
demente y miope al intentar eliminar estos conceptos». (Polibio,
Libro VI). que define así: «Asamblea de todos los hombres

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que tienen colegiadamente soberano derecho en desmesurada, entre poder e impotencia sociales se
todas las cosas que pueden». Todavía, según creo, prolonga en el debilitamiento de la composición
no se ha mejorado este planteamiento. interna del yo, hasta el punto de que éste no se
La confusión misticoide de nuestros días olvi- mantiene sin identificarse con lo que, precisamen-
da con frecuencia esta fundación antihumanística te, le condena a la impotencia. Sólo la debilidad
de la teología política que subyace en toda religión busca ataduras; según esto, la compulsión a some-
organizada. Marcel Gauchet la ha descrito con im- terse a ellas, que se glorifica a sí misma como si
placable justeza: «Religión: el rechazo por el hom- se alejase de la limitación del egoísmo y del mero
bre de su propio poder creador, la negación radical interés particular, no se rige en verdad por la dig-
de contar algo en el mundo humano tal cual es, el nidad de los hombres, sino que capitula ante la
envío al más allá, a lo invisible, de las razones que indignidad humana. Tras esto se esconde la ilu-
presiden la organización de los vivientes-visibles (y sión -socialmente necesaria y reforzada por todos
la conclusión, por el mismo gesto, del orden social los medios imaginables- de que el sujeto, de que los
en el orden general de las cosas, dependiente de la hombres, son incapaces de humanidad: la desespe-
misma fuente). Nuestra ley nos viene de fuera, rada fetichización del estado de cosas existente»
nuestra manera de ser se la debemos a otros, todo (en Consignas). A su modo y en el lenguaje a su al-
10 que hay, naturaleza y cultura confundidas, tiene cance de la época, Spinoza luchó -sobre todo en
su principio y sus razones fuera de nuestro alcance su insuperable Ética- contra esta idolatría antihu-
tanto como de nuestro poder, en el seno de lo so- mana, a la que no regateó su verdadero nombre:
brenatural» (en "Fin de la religion?", Le Débat, nú- superstición, y cuya complicidad con el odio y la
mero 28). Cuando leemos en el gran teólogo Karl tristeza subrayó contundentemente.
Barth que «la realidad de la religión es el horror La posición aislada y fronteriza (digámoslo aSÍ,
del hombre ante sí mismo» (en Carta a los romanos) para evitar esa otra denominación tan sobada, mar-
sentimos el escalofrío de una sinceridad que desa- ginal) de Spinoza se comprueba de nuevo al con-
fía la superficialidad edificante y llega hasta lo que frontar las actitudes frente a él del pensamiento
Nietzsche llamó con toda justicia nihilismo. Pero radical de nuestra modernidad. Cierto marxismo
para no trivializar oscurantistamente esta sinceri- le redescubre como quien dio el paso inaugural
dad debemos intentar dar plena cuenta del fenó- de aquella empresa que Karl Marx expuso en la
meno terrible al que aquí se alude de modo tan Contribución a la crítica del derecho de Hegel: «La pri-
impactante. Adorno explica este paso de la si- mera tarea de la filosofía puesta al servicio de la
guiente manera: «La desproporción, que se vuelve historia es, tras haber desenmascarado la forma
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santa que ha revestido la alienación humana en el Nietzsche que es heredero directo de éste, conce-
dominio de la religión, desenmascarar la forma de más lugar a la intervención creadora del hom-
profana que ésta reviste en la sociedad. La crí- bre que una renovación radical de todo pero veni-
tica del cielo se transforma así en una crítica de la da desde la trascendencia, que tiene al hombre en
tierra, la crítica de la religión en una crítica del derecho, el mejor de los casos como espectador interesado:
la crítica de la teología en una crítica de la política». En «Mira que todo lo hago nuevo»... Spinoza es un
esta línea, desde luego fecunda y emancipadora, la subversivo demasiado razonable, demasiado po-
posición enfáticamente antijuridicista de Toni Negri co prometedor para poder ser digerido sin aliño
en su reciente libro sobre Spinoza ha sido lo más o reservas por los entusiastas de la revocación del
retumbante, aunque a mi juicio dista mucho de ser mundo.
la más perspicaz. Otros pensadores radicales, en En Madrid, el 9 de agosto de 1669, el capitán
cambio, consideran la crítica antiteocrática de Spi- Miguel Pérez de Maltranilla, recién vuelto de los
noza como demasiado despectiva para los conteni- Países Bajos, hizo una declaración ante el tribunal
dos revolucionarios que la profecía bíblica contie- de la Inquisición contra Juan de Prado y sus discí-
ne, aunque sea como lo marginado y perseguido pulos, a los que había conocido durante su estancia
de ella misma. Así por ejemplo el noble Ernst en Amsterdam. De ese modo se iba preparando al
Bloch, en su último y como siempre sugestivo «español vuelto judío», como se describe al doctor
libro, El ateísmo en el cristianismo, escribe: «El ateís- en el documento inquisitorial, un adecuado recibi-
mo rebelde, con Pan en el lugar de Dios, ha llegado a miento en el caso de que se le ocurriese regresar a
ser más conocido que el cristianismo genuinamente su tierra natal. Entre los seguidores del susodicho
herético, cargado de subjetividad. Sólo que, lite- Juan de Prado, que negaba la inmortalidad del al-
ralmente, la última palabra en una antitrascenden- ma y nos asemejaba a las bestias, había un «mozo
cia, ciertamente no inmovilizada (que también es de buen cuerpo, delgado, cabello largo negro, po-
emancipación) nunca la ha tenido el spinozismo, co bigote del mismo color, de buen rostro, de
con su amor fati, frente al lema: "Mira que todo lo treinta y tres años de edad», llamado Spinosa (sic).
hago nuevo". un lema dellogos que todavía va más El chivato capitán Maltranilla nos guarda de él la
allá de la natura naturans, también del "sujeto de la única frase que no figura ni en sus obras publica-
naturaleza", y sobre todo de las necesidades y de- das ni en las póstumas ni en su correspondencia.
pendencias de los antiguos mitos astrales». Parece, Pues dice el inquisidor amateur que de él «no sabe
sin embargo, no terminar de ver claro aquí Bloch otra cosa más de haberle oído decir a él mismo que
que el amor fati de Spinoza, como después el de nunca había visto a España y tenía deseo de verla».
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Ese deseo no se cumplió: Spinoza no volvió a Sefa- Conciencia y consenso.
rad, la tierra de sus orígenes, y sin duda fue mejor Una nota sobre la ética en Japón
así, en 'vista de las maniobras represivas que ya pre-
venían su posible llegada. A los cuarenta y cinco «Quien no tiene vC1xüenza, ¿qué bien tiene?».
años, «libre de la metáfora y del mito», como es- Lope de Vega
cribió hermosamente Borges, murió en su doble
exilio de Holanda Spinoza, el atroz Spinoza, el
odiado Spinoza, uno de los pocos hombres que
podría mostrar la humanidad en el débil haber de
su decencia si cupiese intentar tal balance. No era
la myerte preocupación del filósofo y escribió en Tener ética -reflexionar éticamente- con-
su Etica con el sobrio coraje que le caracteriza: siste en decidir mediante razones lo que en cada
«En nada piensa el hombre libre menos que en la momento es preferible hacer. La ética no es sim-
muerte y toda su sabiduría es sabiduría de la vida». plemente una forma de obediencia ni un seguir la
Cuentan los biógrafos que en sus últimos años corriente mayoritaria, ni mucho menos el arte de
Spinoza componía un tratado sobre el arco iris, hoy enmascarar con bellas declaraciones altruistas el
desdichadamente perdido como tantas otras cosas egoísmo inconfeso, traidor y, a la postre, mártir.
de aquellos días. No, ser ético es justamente asumir con total expli-
citud las últimas consecuencias racionales y prdc-
ticas del egoísmo. Lo cual no es tarea tan co-
múnmente aceptada como parece. Ser un egoísta
espontáneo, natural, es cosa fácil, pero de corto al-
cance: nadie que sepa lo que le conviene se con-
tenta con semejante miseria. Ser racional en cues-
tiones impersonales, como en matemáticas, lógica
o física (aceptando que tales campos puedan ser
realmente impersonales, lo que desde luego nunca
lograrán del todo), es cosa que sólo exige algo de
aplicación y paciencia: virtudes probablemen-
te menores, en todo caso insuficientes. Lo difícil
y, por tanto, excelso es ser juntamente racional y

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egoísta. Pocos se atreven a tanto, aún menos se de- La tentación de la soledad -que es una autén-
ciden a intentarlo, y no sabemos -hasta Kant lo tica tentacion, en el sentido de los goces fantasma-
dudó en su día- si alguien lo ha logrado plena- les que se le ofrecían a san Antonio en el desierto,
mente. es decir, algo a la vez ilusorio y seductor- es la
Ser un egoísta racional es aceptar en la prác- primera amenaza contra el proyecto ético de un
tica que el primero y más fundamental de los ins- egoísmo racional. La verdad es que no puedo des-
tintos egoístas es superar la soledad. Superarla, prenderme de los otros, deshacerme de ellos
abolirla. Ser yo mismo, lo mejor y el más largo despreocuparme de ellos (convirtiéndolos en puros
tiempo posible -cifra condensada de los anhelos instrumentos -cosas, pues-, por ejemplo) sin
egoístas- es algo que sólo puedo conseguir por desprenderme, deshacerme y despreocuparme de
medio de la relación con Jos demás. Los otros me mi propio yo, o sea, sin instrumentalizarme y co-
permiten ser yo, me rescatan con su mirada, su sificarme. Lo cual, por cierto, nadie quiere real-
complicidad, su compañía o su hostilidad del rei- mente, por torpe egoísta que pueda ser, lo mismo
no indistinto de las cosas donde mi subjetividad que nadie quiere realmente su propia abolición, la
se perdería para disolverse en prosaica objetivi- muerte. Pero la vocación de superar la soledad no
dad. O soy yo con y por los otros o soy cosa, es garantiza automáticamente el logro de la mejor
decir, no-yo, renuncia a lo subjetivo. Tertium non compañía. Aquí comienzan más bien los proble-
datur: Es egoísta irracional quien cree que puede mas que la ética afronta: ¿qué debo dar a los otros
ser yo sin la complicidad de los otros o por oposi- para recibir de ellos lo que mi egoísmo reclama, es
ción mecánica y depredadora contra ellos. Por es- decir, mi yo humano?
ta vía, lo que se logra a fin de cuentas es la cosifi- Los otros pueden ser para mí imágenes de po-
cación, es decir, la negación del yo. Este egoísmo derío v de lo inaccesible, unas veces favorables y
irracional o hipócrita, lo que suele llamarse ser otras hostiles, imprescindibles siempre: estaban
malo, es en el fondo una forma involuntaria de ahí antes de que yo llegara, representan lo que en
renuncia. El malvado es un abnegado que se des- el universo hay de previo a mí, y que es, por tanto,
conoce, un desprendido por ingenua rapacidad. independiente de mí. Así son los padres para cada
Quien pide perdón para los actos de éstos -de uno de los niños que hemos sido. También los an-
Sócrates a Cristo- lo solicita en consideración a tepasados, los dioses, en cuanto simbolizaciones
que «no saben lo que hacen». Pues el saber lo que de mi dependencia de los padres y de la indepen-
se hace y por qué se hace es precisamente la tarea dencia poderosa de éstos respecto a mí. Cuando
de la racionalidad. encuentro en los otros a mis iguales percibo en
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primer término el enfrentamiento, la rivalidad, la lado -digamos que por el lado de dentro-, la frus-
necesidad de luchar a muerte para ganarme un tración de mi intimidad racional al verme caído en
puesto en la sociedad jerárquica que han formado. la tentación de la soledad y negado a los otros, de
Más tarde intentaré superar esta necesidad violen- quienes espero recibir mi yo humano. Este primer
t'3_rytr~ medic.de.l '3JDJllJ..m icación..racional.V J cl.eJ 3_ ~iT0)-b\:;s-rusrr¿¿fulnxd)j\:;~11wnmTc;-b\:;"LJt¡1u,'Y~~u
colaboración laboral. Me empeñaré en un orden vinculación con la sensación de estar en deuda ha si-
de violencia suspendida, abstraetamente codificada, y do magistralmente analizada por Nietzsche. Por
de comunicación productiva, conflictiva también. otro lado -digamos por el lado de jitera-, se
Todas estas relaciones presididas y simbolizadas da otro tipo de frustración, en forma de retirada
por el máximo reconocimiento de mi yo por otro y del aprecio que se me tenía y reproches, acusaciones
en otro, es decir, por el amor. Todo lo que la ética o ridículo. Este segundo modelo recibe el nombre
se propone lo puede conseguir sin proponérselo el de vergüenza (en ocasiones específicas puede ha-
amor. Pero también es cierto que uno puede pro- blarse de desbon 07), y se resume en una constata-
ponerse ser ético, pero no puede proponerse amar. ción: no he sabido estar con los otros, no he cum-
Mi vinculación racional con los otros viene de plido lo que se esperaba de quien -como yo
lo que yo realmente quiero, de mi egoísmo. Prác- mismo- quiere ser sujeto humano y no cosa entre
ticamente se expresa en el cumplimiento de lo que las cosas.
'ellos tienen derecho a esperar de mí, o sea, en que La educación ética occidental ha estado funda-
yo haga lo que debo hacer. El deber es la conse- mentalmente centrada en torno a la frustración
cuencia práctica y pública de mi querer, y no tiene llamada culpa, mientras que en Oriente se ha dado
otro fundamento que ese mismo egoísmo racional con mayor frecuencia la primacía de la vergüenza!!.
ya señalado. Pero el deber es también algo institui- Por supuesto, se trata en ambos casos de predomi-
do exteriormente, algo que los demás reclaman de nios relativos, pues ambas frustraciones son como
mí y que en determinados casos me imponen. De- el anverso y el reverso de un mismo proyecto ético
jemos de lado las ocasiones en que los deberes se contrariado. En Occidente, la vergüenza -llama-
afirman de forma propiamente coactiva, es decir, da comúnmente honor en este contexto y más tarde
aquellos casos en que interviene la represión legal ñoñificada para uso femenino en pud07'- ha sido
contra los infractores. Si fallo a la demanda de lo
que legítimamente -esto es, racionalmente- he :: Espíritus occidentales de especial perspicacia no dejaron de ver, sin
de considerar mi deber respecto al otro pueden embargo, que «sharne, then, not fear, is the sheet-anchor of the law».
La observación es de William Hazliu y se encuentra en su ensayo
volverse contra mí dos tipos de frustración. Por un sobre Jeremy Bentahm incluido en Tbc spirit of tbe age.

208 209
algo propio de los códigos morales de las clases llamado culpable resulte en realidad el inocente in-
dominantes en la fuertemente estratificada y gue- ventor de una nueva y más justa superación colecti-
rrera sociedad medieval; más adelante se la ha vis- va de la tentación solitaria. La culpabilidad es una
to prevalecer en los usos amorosos de la mujer zozobra íntima: nadie desde fuera puede tranquili-
burguesa y, como pundonor, en la estimación de zarnos respecto a ella, pero tampoco nadie se sien-
ciertos gremios artesanos, también muy codifica- te culpable -si no lo desea- exclusivamente por
dos y cuyo prestigio -eficacia productiva- se ba- una influencia o presión exterior. Aunque la culpa
sa en buena medida en el aprecio del público. En- tiene que ver con la relación fallida con los otros,
tre los artistas, por ejemplo, el creador o inventivo encierra siempre una cierta declaración negra de
cae más bien bajo la férula de la culpa, mientras independencia y un desafío: el culpable -sea en el
que el intérprete o el repetidor de la tradición es- remordimiento o en la rebeldía- se hace inaccesible
tán preferentemente sujetos a la vergüenza, En los a la mediación humana y sólo atiende a la divina o
toros se habla de vergüenza torera, pero por lo ge- al laberíntico empeño propio. De aquí que la ver-
neral ésta no se exige con el mismo rigor a los ma- güenza, para los occidentales, sea un tipo de frus-
tadores del arte que a los lidiadores de brega menos tración más bien conformista y algo ingenua. Co-
exquisita. Por lo común, la vergüenza es la frustra- mo muy bien señala Susan Sontag en su Viaje a
ción correspondiente a la mala ejecución de un ¡'i- Hanoi: «Me inclino a conjeturar que las culturas de
to, mientras que la culpa es correlativa al fracaso o la culpa son típicamente proclives a la duda intelec-
a la perversión en la creación de un mito. tual y la complicación moral, de manera que, desde
La culpabilidad interioriza la frustración ética y el punto de vista de la culpa, todas las culturas asen-
la convierte en una cuestión a la vez privada y tras- tadas sobre la vergüenza son en realidad ingenuas.
cendente. La falta contra el propio deber es algo que En las culturas de la vergüenza se tiende a sentir
nunca puede ser excusado o perdonado desde fue- con mucha menos ambivalencia la relación con los
ra, por ninguna institución pública o colectiva so- imperativos morales, yen ellas la acción colectiva y
cial. La mancha sólo puede ser rescatada por la la existencia de normas públicas tienen un valor in-
sangrc de un Dios hecho hombre -como en el cris- trínseco que nosotros (los occidentales F. S.) no
tianismo- o por un inaudito esfuerzo de regene- captamos». Y es que la culpabilidad, tanto en la
ración propia -tal como en Lord Jim, de Conrad, forma de adquirirla como en la de librarse de ella,
por ejemplo-o Cabe también la rebelión abierta es más autónoma que la vergüenza y, por tanto -se-
contra la culpa, la proyección de ésta sobre el con- gún nuestro punto de vista fundamentalmente
junto social y moral todo para proclamar que el individualista-, más madura, más libre y menos

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menesterosa, para bien y para mal del apoyo social. hacerse a un joven delincuente». Y respecto a la
Para las éticas de la culpa, la norma explícita y legal honradez comercial hace esta acotación anecdóti-
no es más que un indicativo que ha de ser vivificado ca, casi burlesca de puro incomprensible para el
desde dentro por el sujeto: se puede ser virtuoso lector occidental: «[En los contratos japoneses] ha
obrando mal (es decir, yendo contra lo establecido sido cosa bastante habitual insertar cláusulas como
legalmente) y ser mal¿ cumpliendo las reglas. En ésta: "Si fallo en devolver la suma que se me entre-
cambio, para las morales de la vergüenza lo que ga no me opondré a ser ridiculizado en público", o
cuenta es la transgresión pública, no la intención o "Si no puedo devolver el préstamo, que me llamen
la invención privada. imbécil" y otras por el estilo». El peso de la opi-
El país moderno que encarna por antonomasia nión general se considera suficiente sanción para
la cultura ética de la vergüenza esJapón. Así sucede, inclinar al transgresor o al moroso hacia la conduc-
al menos, desde el justamente célebre estudio de ta adecuada. Este tipo de coacción es impensable
Ruth Benedict El crisantemo y la espada, una pieza en Occidente, donde todos los transgresores cuen-
magistral de antropología a distancia que se reveló tan con la admiración de espontáneos partidarios y
inmediatamente como mucho más perspicaz que los morosos o estafadores pueden llegar a serteni-
tantos obtusos estudios sobre el terreno. Como es dos por águilas de los negocios. Para que la consi-
lógico, a través de los años las tesis de Ruth Bene- deración pública llegue a ser una última instancia
dict han suscitado réplicas y puntualizaciones, entre de apelación o sanción hace falta una homoge-
las que quizá destaquen respecto al asunto concreto neidad valorativa en la sociedad que en las cul-
que aquí nos ocupa el Reexamen de la moral de la turas de la culpa es desconocida. En éstas, el
ueroiienza
b , de Keiichi Sakuta, v• también su Sociolo- malvado -conflictivo y paradójico- es siempre
gía de los valores. Pero lo cierto es que desde mucho interesante. Incluso quienes le condenan no ocultan
antes del estudio de la antropóloga norteamericana cierta fascinación cómplice por él. No ocurre tal
s»»e había señalado este carácter de la moral nipo- cosa en Japón, donde la simpatía por los rebeldes,
na. Así, por ejemplo, Inazo Nitobe, en su netamen- heterodoxos o delincuentes es mínima. Personali-
te hagiográfico Busbido, publicado en 1905, escribe: dades digamos marginales concitan poquísima esti-
«El sentido de la vergüenza (Ren-cbi-sbin) es uno ma y atraen la admiración pública tan escasamente
de los primeros en ser cultivados en la educación como los enfermos de algún mal contagioso, aun-
juvenil. "Se burlarán de ti por esto", "Así caerás en que se trate de personalidades culturales tan desta-
desgracia", "¿No te da vergüenza?", son las más ra- cadas como la de un Yukio Mishima, por ejemplo.
dicales llamadas a la buena conducta que pueden Los interesantes, en cambio, son quienes parecen o
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sufren dignamente por querer atender a deberes señor, que el día de la recepción comete una im-
socialmente estimables, pero incompatibles en su perdonable falta de etiqueta y debe suicidarse;
caso concreto. Algunas tragedias de Sófocles -A12- cuarenta y siete de sus capitanes arrostrarán la ver-
tígona, por ejemplo- responden a este mismo tipo güenza y el escarnio, para preparar años más tarde
de sensibilidad cívica. la venganza y ejecutar al malvado Kotsuké no Su-
Desde muy pequeños, los japoneses se ven so- ké. En la versión de Borges, el maestro de ceremo-
metidos al 012, obligaciones que uno recibe pasiva nias humilla al señor de la Torre ordenándole que
pero necesariamente, como son las debidas al em- le anude una de sus sandalias y reprochándole lue-
perador, a los padres o a una persona que nos haya go la torpeza del nudo. Este tipo de escarnio es de-
ayudado de forma decisiva en la vida, y también al masiado obvio, demasiado occidental; la historia
giri, deberes que uno contrae y que debe pagar es- tiene más fuerza si el orgulloso señor de la Torre
crupulosamente: hacia los parientes, hacia los jefes se ve destruido por una involuntaria equivocación
en el trabajo o el ejército, hacia la persona amada. en el ceremonial, suceso que sólo en un marco
La forma más genérica de estos giri o deberes que oriental resulta inteligible. Ni la magnitud del fa-
responden al 012, a las obligaciones, es el giri para llo ni su inintencionalidad cuentan, sólo la obliga-
con el mundo que ciertos diccionarios ingleses tra- ción que unía al avergonzado con el emperador y
ducen como «conformidad con la opinión públi- con el respeto a su propio nombre. En contra de lo
ca», «cumplimiento de lo que todo e! mundo es- que se supone, la vergüenza es más difícil de enju-
pera de uno». La fuerza constrictiva de estos gar que la culpa. Contra la culpa cabe el perdón, la
deberes depende de la relación que se tiene con la regeneración por el propio esfuerzo o por la san-
persona que nos obliga y no de nuestra intencio- gre de un dios encarnado, incluso la rebelión pro-
nalidad, ni siquiera del carácter relativamente tri- meteica; pero la vergüenza o el ridículo, la acusa-
vial de! asunto que está en juego. Una de las histo- toria mirada de los otros que nos condena, eso no
rias más clásicas de la tradición nipona es la de los puede ser de modo alguno borrado. Así se explica
cuarenta y siete capitanes que vengaron al señor de la enorme frecuencia de suicidios en Japón (sobre
la Torre de Ako.Jorge Luis Borges la incluye en su todo entre adolescentes) y también la c1evadísima
Historia universal de la infamia. Un maestro de ce- cuota de enfermedades mentales, aparentes para-
remonias, Kotsuké no Suké, debe adiestrar al se- dojas de una nación socialmente menos conflictiva
ñor de la Torre de Ako para que reciba a un envia- que las occidentales.
do imperial. El ceremonial es complejísimo, y el Proliferan en los últimos años los estudios que
maestro de ceremonias, perversamente, engaña al los autores japoneses dedican a la identidad y los
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valores de su país. Estas obras (Nibojinron) son los moral fiscaliza al mundo desde la visión del bien (o
ensayos predilectos de un público culto, pero muy mal) interior que posee, mientras que en la segun-
poco dado a las especulaciones teóricas demasiado da es el sujeto quien se deja fiscalizar en su intimi-
abstractas. Algunos de estos trabajos abordan es- dad por un bien o mal socialmente asentados: «El
pecíficamente la relación entre los valores y com- sujeto occidental está inclinado a creer que su de-
portamientos éticos occidentales y los de Japón. ber es ejercer respecto al mundo una vigilancia en
Una de las obras de este género que mayor accpta- nombre del bien. El sujeto japonés está demasiado
ción ha tenido en los tiempos recientes es El japo- estrechamente ligado a su mundo, que es todo su
nés y los judíos, del enigmático Isaiah Ben-Dasan, bien: su deber no puede ser otro que ejercer la vi-
reflexión comparativa no demasiado profunda, pe- gilancia contra sí mismo, en nombre del bien de
ro vistosa entre concepciones del mundo casi po- ese mundo». Por un lado, la opción entre bien o
larmente opuestas. Abundan las explicaciones pin- mal como conciencia; fuero interior, culpabilidad,
torescas de tales disparidades, aunque desde lucgo revocación del mundo en nombre de principios
no más folclóricas que las que suelen leerse cn au- privados, inaccesibilidad de la intimidad individual
tores occidentales. Toyoyuki Sabata, por ejemplo, -al menos teóricamente- frente a la coacción
en su La mentalidad de los carniooros, sostiene que la social instituida. Por otro, la opción como consenso
diferencia esencial estriba en la alimentación occi- generalizado, como obligaciones rituales o natura-
dental, basada en la carne, frente a la más serena y les que el sujeto debe acatar con sensibilidad e in-
conciliadora ictiofagia nipona. Es un argumento teligencia, pcro sin posibilidad creadora de trans-
que no suena menos verosímil que tantos de Mar- gresión.
vin Harris... Yen la línea de estas mismas preocu- Quizá una de las mejores versiones noveles-
paciones pueden situarse las obras de Kawasaki, cas de este dilema, cuya problematización acucia
Shiba, Kanji Nishio (estudioso de El individualismo en el Japón moderno no menos que en los países
europeo, precisamente), etcétera. También del lado occidentales, aunque por razones lógicamente
occidental se han abordado recientemente los dis- opuestas, sea la novela Samurai, escrita por Hisako
tintos enfoques de ambas morales, en ocasiones Matsubara, una joven japonesa instalada en la Re-
con tanta penetración como lo hace Maurice Pin- pública Federal de Alemania y que escribe en ale-
get en su Las practicasjaponesas de la muerte volunta- mán. El samurai Hayato, en la decadencia de su
ria. Con aguda nitidez, Pinget resume el enfrenta- familia, sueña con que su ahijado Nagayuki con-
miento entre cultura de la culpa y cultura -de la quiste fama y riqueza en Estados Unidos, pcro res-
vergüenza, señalando que en la primera el sujeto petando el bushido. Será su hija, Tomiko, csposa del
216 217
frustrado conquistador del Nuevo Continente,
quien pague con abnegación y abandono los costes
de una cierta idea de nobleza cada vez más hipócri-
tamente incompatible con la economía del pro-
vecho comercial, cuya interiorización moral reali-
zó el protestantismo estudiado famosamente por
Max Weber. La vergüenza desliza así su función Conclusión
social hacia el íntimo aislamiento de la culpa,
mientras en Occidente la responsabilidad culpable
pugna ser sustituida por una vergüenza que garan-
tizase externamente la unidad moral de la socie-
dad. Y tanto allí como aquí, el desafío del egoísmo
racional queda en pie, buscando más allá de las
particularidades el verdadero principio universal
sobre el que asentar lo humano.

218
Algo más sobre el contenido
de la felicidad

De la felicidad, ese tema improbable, quizá só-


lo deba hablarse en primera persona y, desde lue-
go, para darla por perdida. Porque es cosa notable
que si bien la mayoría de quienes nos tenemos por
menos ilusos no esperamos la dicha, ninguno re-
nuncia a recordarla. Es másfácil prescindir de la feli-
cidad futura que de la pasada: ésta es más íntima,
más sustantiva, más necesaria. Así ocurre desde el
principio, es algo que puede observarse en los ni-
ños -pese a que éstos son aún profesionales de la
ilusión-: «Lo estarnos pasando bien, pero..., ¿te
acuerdas cuánto nos divertimos el año pasado?».
Lanzada hacia el futuro, por radiante que éste pa-
rezca, la felicidad suena a hueco: a fin de cuentas,
todos sabernos lo que nos espera. Pero ni la vida
más desdichada condesciende en admitir que ha si-
do invariablemente desdichada y todos hemos te-
nido ocasión de saber, al día siguiente, eso sí, que
ayer fuimos felices. No es cierto que el tiempo se
lleve la dicha, pues nos trae su nostalgia, que es la
única forma que tenemos de conocerla.
221
No necesitamos creer en la felicidad venidera mo el reverso amnésico de la misma. Recordamos
para seguir tirando del carro, aunque renunciamos el momento feliz como aquel en el que nos olvidamos
a ella mucho menos de lo que nuestras risitas de de todo lo demás. Precisamente porque no hay nada
suficiencia pueden indicar; pero estamos obligados realmente que contar de la felicidad, por eso nos
a creer en nuestra intermitente y esquiva dicha pa- aferramos a su recuerdo -el recuerdo de un vacío,
sada. Ésa, que no nos la toquen porque perdemos de un blanco, de una pérdida- con la fuerza in-
pie. Todos somos optimistas, no por creer que va- conmovible y algo ridícula de un acto de fe. En
yamos a ser felices, sino por creer que lo hemos si- cuanto objeto conceptualizable, la felicidad es
do. Y así, al concluir este libro, advierto que la feli- opaca, resulta refractaria a la tarea reflexiva. Su ex-
cidad es una de las [armas de la memoria. Ya he pectativa o su nostalgia dan que pensar, pero ella
hablado antes de las ficciones útiles y no hay duda misma -en cuanto presencia recordada- no. Al
de que debemos incluirla destacadamente entre contrario, implica también suspensión del pensa-
éstas. Parecer dichosos es un atributo de los re- miento. Borges escribió de alguien que «a veces
cuerdos, pero una impostura de los proyectos. Co- era alejado ele la metafísica por breves accesos de
mo toda impostura, cumple mejor o peor su fun- felicidad». Y Proust comentó que «los pensamien-
ción en la economía de las cosas de este mundo. tos son sucedáneos de las desdichas»: la felicidad
Lo que tienen a su favor los recuerdos, su pa- será entonces el hueco retrospectivo en el que ca-
rentesco con la felicidad, es eso: que están a salvo. recemos de unos y otras, o sea, un. áureo paréntesis
Una intensidad a salvo -¿qué otra cosa puede ser la sin mensaje en nuestro discurso interior.
felicidad?- sólo se encuentra en la memoria. Re- El implacable humorista que fue Josep Pla ase-
crearla es el empeño milagroso de la literatura y veró una vez que, en este mundo cruel y confuso,
desde luego -aunque él lo hiciera tan excelente- sólo tres cosas destacan por su conmovedora pure-
mente- no sólo en el caso de Proust. En la me- z,a: la' pasta asciutta, el vino de Riesling y el amor fi-
moria, por lo demás, la felicidad es algo asícomo lial. Si tuviera que hacer mi propia enumeración,
un pozo de beatitud en el que nada ocurre y nada no menos caprichosa, de aquello -como suele
falta: un espacio en blanco, pero de un blanco bri- ufanamente decirse- por lo que merece la pena
llante. De aquí que Tolstoi estableciera que las fa- vivir, señalaría la expresión artística, la cordialidad
milias felices no tienen historia, y Hegel, que los y el coraje. Dentro de la primera incluyo desde
periodos dichosos son como vacíos en la crónica luego las m'ás destacadas obras filosóficas, porque
de los pueblos. Otra paradoja, pues: la felicidad es en último término creo -como Unamuno- «que
una de las formas de la memoria, pero también co- se acuestan más del lado de la poesía que del de la
222 223
ciencia». La cordialidad abarca para mí la ternura mueven: las encuentro más objetivamente espiri-
sin ñoñeces, el humor y un cierto saber estar en tnales que preferencias particulares, por selectas
cada amhiente y situación; tiene un fuerte compo- que sean. Por ello precisamente, por gusto y nece-
nente de lealtad: con los traidores, con los deslea- sidad de semejantes que a la vez sean diversos, de-
les al afecto, soy no menos severo que el poeta testo a los institncionalizadores de unanimidades
florentino que los condenó a ser triturados eter- forzosas: quien habla en nombre del «pueblo» o
namente por los dientes de Satán. El coraje, bue- de la «patria» se me convierte automáticamente
no, el coraje creo que lo es todo o, por lo menos, la en enemigo personal. Nada hay más distinto a los
sazón de todo; constituye la única invulnerahilidad hombres muchos que quien se empeña en hacerlos
que nuestra fragilidad esencial consiente'>, Nada iguales. :I\Jo es anhelo de justicia lo quc hay detrás
puede reclamarse cuerdamente a la vida, y ya he- de este abuso, sino afán de poder. Quienes en la
mos advertido contra el espejismo de la felicidad era de las grandes alienaciones colectivas reclama-
como proyecto, pero siempre que he aceptado casi mos los derechos de lo subjetivo defendemos la
sin objeciones un instante -¡deténte, porque pa- dignidad de comunidades aún no llegadas, en las
reces suficientemente hermosol-s-, elementos de que la armonía no será el miserable efccto de la
expresión artística, cordialidad y/o coraje se halla- coacción y la falacia. Ninguna consideración del
ban refulgentemente presentes. Es lo más quc contenido auténtico de la felicidad puede olvidar
puedo decir a este respecto. lo establecido por Kant: «Sólo en la sociedad, y
Sin tener disposiciones peyorativamente gre- por cierto, en aquella que presente la máxima li-
garias, debo admitir con sinceridad que no soy de bertad y, por eso mismo, un antagonismo general
natural individualista. Todo lo contrario, me sien- entre sus miemhros, pero que presente también la
to bien con los demás, humano entre humanos, e más rigurosa determinación y garantía de los lí-
incluso, por afán de dar gusto, peco por lo gene- mites de esa libertad a fin de que ésta pueda subsis-
ral de conformista. A mí la alegría no me brota de tir junto a la libertad de los demás, sólo en tal so-
dentro como un impulso privado, es más bien algo ciedad puede ser alcanzado, en la humanidad, el
que aprendo en los ojos de otros varios. Las vene- suprelno designio de la natnraleza, a saber: el desa-
raciones y reconocimientos colectivos me con- rrollo de todas sus disposiciones» (Idea para una
historia uniuersal considerada desde el punto de vista
12 ¿:\o será también cornje lo que Descartes, en su Tratado de las cosmopolita).
pasiones, llama «generosidad» y define como «el sentimiento que
tenemos de nuestro libre arbitrio y la[irme resolución de fJüe no nos lle-
Para concluir, una revelación postrera: los
gue a [altar nunca»? dioses me acompañan. Por favor, que ningún
224 225
cura de ninguna iglesia se acerque, porque aquí 1,
1

no se está insinuando nada en lo que puedan hus-


mear y luego echar su anzuelo. Sólo es auténtica-
mente divino aquello que permanece incompati-
ble con cualquier forma de clero, con cualquier 1

11

intento de administración... Dios tras dios, la obra 11'


1I1
I
de los teólogos toda tiene que ser negada y cada
uno de esos innobles fantoches aniquilado por la
razón, que siempre es preferible a la genuflexión
oscurantista. Así puede y debe ser. Pero, además
de esto y sin renunciar a la iconoclastia, compar-
to la convicción formulada como interrogante
por W. B. Yeats: «Cuando logro salir de toda esta
maraña de razonamientos me digo que sin duda
ellos están ahí, los seres divinos, porque solamen-
te los hemos negado quienes no poseemos senci-
llez ni sabiduría, y los sencillos de espíritu de to-
do tiempo y los sabios de la antigüedad los han
visto e incluso han hablado con ellos. No lejos vi-
ven sus apasionadas vidas hasta el final, según I!
creo yo, y al morir nos reuniremos con ellos si I
I
nos limitamos a mantener sencillas y apasionadas
nuestras naturalezas. Y ¿no puede ser, incluso, I
que la muerte nos una a todo lo que es aventura,
y que un día luchemos contra dragones entre
colinas azules, o que alcancemos eso de 10 que
todas las aventuras no son sino "prefiguraciones
mezcladas con las imágenes / de las fechorías del
hombre en mejores tiempos", como pensaban
los ancianos de The Earthy Paradise cuando se
sentían animados?» (El crepúsculo celta). Amén.
226

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