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Contenido semana 1
En esta primera semana, se reconocerá a la ética como disciplina dinámica, enfocándola con
profesionales del trabajo social y la ética profesional ante los nuevos retos y necesidades sociales.
Cualquier intervención profesional, sea de la disciplina que sea requiere acciones y actuaciones
éticas. Profesiones como la del trabajo social que persigue objetivos de mejora en la calidad y
bienestar de las personas, no está exento de ello.
Desde sus inicios el trabajo social y sus precursores nos han hablado de los principios éticos que lo
sustentaban, de la neutralidad que debían tener las intervenciones profesionales, de la
autodeterminación de los usuarios, del respeto a su intimidad, de la confidencialidad y el secreto
profesional, de lo objetivo y subjetivo, de lo universal y particular, de lo operativo e inoperante y en
definitiva de la ayuda eficaz y efectiva. Si realizamos una mirada retrospectiva a esos inicios y un
pasado no tan lejano, vemos como los valores y los principios más universales de las relaciones
humanas (respeto, aceptación, libertad, justicia, igualdad, solidaridad, etc.) junto con la lógica y el
sentido común, eran los referentes que con mayor vehemencia marcaban gran parte de las acciones
profesionales e incluso las personales. El trabajo social ha estado inmerso siempre en las referidas
normas, principios, valores y criterios para poder diferenciar así lo prescrito, lo permitido, lo
preferible y deseable de la acción profesional.
Hoy la ética está presente en muchos temas de conversación de los diferentes sectores sociales, se
escribe y se debate sobre ella, se utiliza como arma arrojadiza de valoraciones de los adversarios,
como estandarte en la defensa de programas y actuaciones individuales y grupales, se exhibe como
medalla en los logros del “trabajo bien hecho”, se pasea entre los juzgados, foros políticos y sociales.
En definitiva, se “invierte” en y con la ética. Actualmente, y al hilo de la cada vez mayor presencia
de trabajadores sociales en todos los ámbitos sociales, dentro de marcos institucionales tanto
públicos como privados, la acción ética es motivo de planteamientos, replanteamientos, reflexión y
debates, tanto desde la óptica de la intervención profesional como desde el análisis de las normas
y principios éticos de las propias instituciones desde donde desarrollan su profesión dichos
profesionales. Precisamente y al hilo de esta actualidad, cabe preguntarse:
• Sobre el papel que juega la ética y el código deontológico del trabajo social.
• Sobre los conflictos de valores a los que los profesionales del trabajo social están sometidos
en el ejercicio de sus funciones y de qué manera lo están resolviendo.
• Si hay profesionales del trabajo social que se sienten utilizados por determinadas acciones
políticas que venden su falta de ética tras la máscara de la transparencia.
Ética deriva del griego êthos, que significa “carácter”, “modo de ser”, “costumbre” (Escríbar, 2004).
Es una disciplina teórica-racional cuyo objeto de estudio es la conducta humana abordada en
términos de “correcta” o “incorrecta”, en este sentido reflexiona acerca de las distintas morales y
los diferentes modos de justificar racionalmente la vida moral. Es sinónimo de filosofía moral porque
es una de las ramas de la filosofía.
La ética es también una disciplina normativa, como tal aborda la conducta humana en términos de
“correctas” o “incorrectas”, sin que por ello se esté necesariamente ante una disciplina restrictiva,
aunque al interior de las variadas propuestas éticas hay algunas que sí tienen este carácter. La ética
no consiste en un catálogo de prohibiciones ni de castigos, es una disciplina que entrega elementos
de juicio para tomar las mejores decisiones concretas y crecer como seres humanos excelentes en
el respeto a nosotros mismos, a los demás y al medio ambiente que sustenta y permite la vida.
En síntesis, la ética es una disciplina dinámica porque los cambios a lo largo de la historia son
variables según el contexto, lo valores son versátiles y las sociedades también.
La moral
La inevitabilidad moral del ser humano, moral como estructura y moral como contenido.
El término moral proviene del latín mos–mores y significa modo de ser, costumbre, carácter. Si la
ética pertenece al ámbito teórico, la moral pertenece al ámbito práctico de las conductas cotidianas,
es allí donde el ser humano toma decisiones con consecuencias inevitables para sí mismo, para los
demás y para el medio ambiente y cada vez que ello ocurre, sea que el agente esté o no consciente
de ello, la conducta deja de ser moralmente neutra, dado que siempre habrá consecuencias
implicadas para alguna de las tres instancias. Esa dinámica moral cotidiana e inevitable que permea
el diario vivir humano, es la que la ética como disciplina teórica quiere orientar y normar en pro de
las consecuencias positivas para los implicados, de ahí que ética y moral estén en estrecha relación.
En ese marco, Adela Cortina (1999) propone la idea de la inevitabilidad moral del ser humano
vinculada a los conceptos de moral como estructura y moral como contenido.
1. La moral como estructura guarda relación con el hecho de que, por razones antropológicas,
los “humanos somos constitutivamente morales” o inevitablemente morales debido a que
la dotación biológica estructural del cerebro humano cuenta con una dinámica deliberativa
que obliga a responder frente a los estímulos/alternativas del medio bajo la forma de
“discernir-optar”, dinámica permanente e inevitable que se mantiene activa mientras se
está vivo y despierto y en posesión de las facultades.
2. La moral como contenido, por su parte, se sitúa en el campo convencional de los valores
que son propios y diferentes en cada cultura. Siendo así, cada cultura se da a sí misma sus
propios códigos éticos significativos a partir de su propia experiencia moral y social
configurando así sus propios significados de bien y mal, de ahí que la moral varía de época
en época y de cultura en cultura lo que hace imposible pensar en una única moral universal.
Se trata distintos tipos de moral que el humano puede asumir en su diario vivir, ya sea que tienda a
unas u otras por carácter personal o por requerimiento de las circunstancias, o simplemente ellas
van ocurriendo alternadamente según sean las situaciones a que la persona se ve enfrentada en su
cotidianeidad.
Moral autónoma: en este tipo de moral el sujeto se determina a actuar libremente desde su propia
voluntad, siendo capaz de decidir autónomamente sobre su persona y los diferentes aspectos de su
vida. En la práctica se traduce en capacidad de autodeterminación y constituye la base del principio
de autonomía entendido como el derecho que tiene cada ser humano a decidir sobre sí mismo.
Una de las dimensiones que asume la moral autónoma es la moral expansiva, en virtud de la cual la
persona elige de manera libre y responsable los valores, principios, creencias que orientan su vida
entendiendo que ellos le van a permitir vivir y desarrollarse como un ser humano digno/a y pleno
capaz de cultivar el florecimiento de sus distintas capacidades y competencias (García, 2019).
Moral heterónoma: en este tipo de moral el sujeto tiende a actuar y obedecer mandatos externos
a él (ella), los cuales pueden provenir de distintas instancias, como por ejemplo personas, ideologías,
religiones u otros. El riesgo que entraña este tipo de moral, si se practica como forma de vida, es
que la persona se mantenga en un permanente estado de infancia e inmadurez moral más allá de
su edad cronológica, vale decir no llegar a ser un adulto moral capaz de decidir sobre su persona.
Cabría realizar un análisis de las razones que puede llevar a una persona a adoptar este tipo de moral
como forma de vida.
La moral restrictiva es una de las dimensiones que asume la moral heterónoma, caracterizándose
como una moral de prohibiciones de vigilancia y a veces de premios y castigos. (García, 2019). El
riesgo de asumir esta moral como forma de vida es caer en un moralismo excesivo y vigilancia severa
que puede llegar a asfixiar a quien la practica dejando poco espacio a la imaginación, la creatividad
y al libre despliegue de las facultades humanas.
En este sentido es necesario comprender que la ética no es una disciplina prohibitiva y castigadora
como muchas veces se piensa, por el contrario, como ya se señaló, la ética es una disciplina
orientadora de la toma de decisiones que busca colaborar con la realización y felicidad del ser
humano, sin perjuicio de que existan algunas doctrinas éticas de carácter restrictivo, por cierto.
Cabe señalar también que la moral restrictiva podría provenir incluso desde la propia persona que
tiende hacia una auto-restricción dañina como forma de vida.
Dicho de manera muy general, cabría señalar dos fuentes de la moral: El contexto sociocultural de
pertenencia y la denominada conciencia moral.
determinado concepto de bien y mal con los cuales se elabora la propia biografía y se va
conformando el propio “modo de ser”.
Cada comunidad se da a sí misma sus propios códigos morales según sea su contexto
histórico, social y ecológico, por lo cual no siempre cabe una lectura homóloga de un código
moral a otro.
En este sentido cabe entender entonces que la moral es convencional y como tal varía de
época en época, de cultura en cultura de región en región. Ciertamente que ya en la adultez
y con autonomía y capacidad crítica desarrollada, es legítimo preguntarse por el tipo de
moral heredada ya sea para reafirmarla, cuestionarla o aportar cambios si así lo solicita el
momento histórico.
El término está vinculado a la ética de las virtudes y es “moral de primera persona” porque una
virtud se define como un rasgo de carácter positivo innato que acompaña naturalmente a la persona
durante su vida, o bien se cultiva con la práctica cotidiana a modo de hábito y perfeccionamiento
personal constante inculcado desde la infancia en el seno familiar para finalmente quedar integrado
al carácter como un rasgo positivo propio de la persona.
Si es así, entonces no es algo que “se saca y se pone” según sea la circunstancia o lugar, sino que
comparece en el quehacer cotidiano de la persona virtuosa donde sea que se encuentre realizando
sus actividades porque simplemente “le sale hacer el bien” de manera natural, habitual y gustosa,
resultando de ello una persona con excelencia humana, una vida lograda y satisfactoria favorable
para sí y para quienes le rodean.
La pregunta a la cual responde la moral de primera persona o ética de las virtudes es ¿cómo debo
ser? o ¿qué tipo de persona debo ser? siendo muy amplio el abanico de virtudes a cultivar siendo la
vida entera una oportunidad para su cultivo, a modo de ejemplo se pueden mencionar las cuatro
virtudes cardinales: prudencia, templanza, fortaleza, justicia.
Este tipo de moral se denomina de “tercera persona” porque la conducta ya no descansa sobre un
rasgo de carácter innato, sino que es orientada por principios éticos generales externos. Como tal
la pregunta a la cual responde la moral de tercera persona es ¿qué debo hacer para que mi conducta
sea moralmente correcta?
La respuesta se encuentra entonces en las distintas posibilidades teóricas que ofrece la ética en su
condición de disciplina teórico-filosófica. Al tratarse de una orientación ética teórica y externa y
ajena al “modo de ser” de la persona, nada asegura que ella vaya a “aplicar” esta moral de tercera
persona en toda circunstancia, podría hacerlo según conveniencia, lugar o circunstancia.
Ética y antropología
La pregunta general que se hace la antropología filosófica es ¿quién es el ser humano? y la respuesta
variará según sea la corriente filosófica desde la cual emane la respuesta. En este caso intentaremos
una respuesta siguiendo la línea de pensamiento aristotélico y es en este punto donde el tema
vincula con la ética de las virtudes en el entendido que ha sido Aristóteles quien ha tratado
magistralmente el tema de la virtud en su libro Ética a Nicómaco. El título “Ética y antropología”
responde al hecho de que toda ética necesita una antropología que la sustente, vale decir un
concepto de ser humano que la sustente.
En este caso y siguiendo lineamientos aristotélicos se entiende al ser humano como poseedor de
una naturaleza “perfectible”, esto es capaz de ir mejorándose a sí mismo en pro de su realización y
felicidad. Como tal se concibe al humano como un proyecto inacabado llamado a completarse a sí
mismo en el día a día a través del desarrollo de las infinitas potencialidades y competencias.