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VICERRECTORADO ACADÉMICO
AREA DE ADMINISTRACIÓN Y CONTADURIA
CENTRO LOCAL ARAGUA
CARRERA: CONTADURIA PÚBLICA
Esta tradición tiene su génesis -como casi todas las cosas- en la antigua Grecia y es
Epicuro (341-270 a.C) quien la inicia. Él se desprende de lo que considera especulaciones
idealistas en cuanto a la consecución de la felicidad por vía de las virtudes y se indina al
uso de criterios objetivos para la búsqueda de esa felicidad que él la encarna en el placer
(hedonismo). Esta idea de criterios objetivos, representa un particular alcance de este
enfoque con relación, por ejemplo, a la ética de la virtud prudencial aristotélica. Alcance
relacionado con una visión 'cuantificadora' de esos criterios y que Epicuro deja ver en su
'Carta a Meneceo', traducción encontrada en Oyarzún (1999), donde él plantea que el
camino ético es aquel que nos dirige a una felicidad fundamentada en el placer, pero no
todo placer, es necesario 'el cálculo y la consideración tanto de los provechos como de las
ventajas [...] Pues en algunas circunstancias nos servimos de algo bueno como un mal, y, a
la inversa, del mal como un bien' (p.418). Empero, este alcance, se sigue manteniendo la
limitante de gravitar el camino ético hacia la felicidad sobre la persona en sociedad, esto es,
obtener el mayor placer individual en el contexto de una comunidad. Este límite es
superado por una corriente hedonista de la modernidad, denominada 'utilitarismo'. A la
cabeza de esta corriente está su iniciador, Jeremy Bentham (1748-1832) y otro como John
Stuart Mill (1806-1873) referidos en Cícero (2000). El utilitarismo rompe con ese
individualismo, al anteponerle a los intereses personales los de la comunidad. Nada más
esclarecedor de esta postura pluralista que la siguiente referencia a Jeremy Bentham que
extrae Cícero de una de sus obras ('An Introduction to the Principies of Morals and
Legislation'): ' [...] "Aquello cuyo interés está en juego" siempre componen una
"comunidad" [...] ¿Cuál es, en este caso, el interés de la comunidad? La suma de los
intereses de los diversos miembros que integran la referida comunidad" ' (p. 271). Esta
visión social de la procura del placer es un alcance de la tradición hedonista de la mano de
pensadores utilitaristas de la modernidad. Como lo escriben Cortina y Martínez (2001) el
'utilitarismo constituye una forma renovada de hedonismo [y donde el] fin de la moral es,
por tanto, alcanzar la máxima felicidad, es decir, el mayor placer para el mayor número de
seres vivos' (p. 78). Además, Jeremy Bentham 'afina' aún más esa postura 'cuantificadora'
del hedonismo con su 'aritmética de los placeres'. Él propone medir el placer a través de
variables cuantificadoras de la misma, como: la intensidad, duración, proximidad y
seguridad. Esta propuesta, a pesar de no tener el visto bueno de John Stuart Mill, reafirma
esa búsqueda racional y calculadora del placer encontrada en Epicuro. Regresando a los
criterios, principios que rigen el hedonismo y su particular óptica utilitaria, John Stuart Mill
puntualiza que la moralidad esta cimentada en el principio de utilidad y este deviene
consecuencialidad. Esto último afirmado por Hoyos cuando establece que 'el criterio que
emplea Mill para evaluar la corrección de las acciones es un criterio consecuencialista'
(2007, p.111). Esta idea de la consecuencialidad, considera de suprema importancia sólo las
consecuencias que provoquen el bienestar. Surgiendo con esto un límite para ese criterio
evaluador de las acciones éticas. De ese principio de utilidad se desprende también la
previsibilidad de los actos (utilitarismo del acto) y las reglas (utilitarismo de la regla)
morales con base a la probada utilidad de esas acciones para provocar el máximo placer y el
menor dolor. Esto ata y limita la moral a acciones de consecuencias previsibles. En este
segmento del informe se presentó algunos alcances y límites de la tradición hedonista. Uno
de esos alcances, es haber superado la evaluación ética a partir de las virtudes por criterios
objetivos. Esto último aporta además otro alcance, la posibilidad cuantificadora de esos
criterios y, también, no menos importante, el carácter social de la ética. En cuanto a los
limites se han referido dos: el criterio consecuencialista y la previsibilidad de las acciones a
causa del primero.
Si bien es cierto, que en la década de los años 70 (siglo xx) se comienza hablar de
esta ética del discurso desde la concepción de una racionalidad, ahora, comunicativa, fue
sólo en 1983 con la obra 'CONCIENCIA MORAL Y ACCIÓN COMUNICATIVA' de
Jürgen Habermas, pensador del grupo de Frankfurt (Alemania), cuando esta visión
dialógica se asume con todo rigor como una alternativa ética.
Esta tradición rescata del pensamiento kantiano, el carácter formalista, deontológico
el deber ante todo a pesar de sus consecuencias- y universalista de su ética; pero, no
comparte la manera con la cual Kant 'resuelve' el problema de la objetividad de los juicios
morales. En el enfoque ético kantiano, la creación de las normas morales hecho cognitivo-
mediante la relación individual monológica entre un individuo y el asunto ético que le
acontece tiende, por lo general, a la subjetividad. Los conocimientos éticos creados
obedecen más al particular imaginario del individuo que a una objetiva, universal visión de
ese asunto moral. De ahí que, Habermas asuma una acción cognitiva 'falible, y por tanto,
criticable y revisable, [construida] dialógicamente por un grupo a través de la
intersubjetividad del lenguaje' (Moreno,2008, p.96). Mediante la ética del discurso se
intenta una (re)enunciación de la filosofía moral en lo relativo al problema de justificar la
universalidad ética de las normas desde una teoría de la comunicación lingüística. Esta
tentativa se infiere del siguiente escrito de Habermas, '[...] trataré de demostrar que la
validez de deber ser de las normas y las pretensiones de validez que sostenemos en
relación: con acciones de habla relativas a las normas [...] son los fenómenos que debe
conseguir aclarar una Ética filosófica [...] Los fenómenos morales son susceptibles de una
investigación pragmático-formal de la acción comunicativa' (2000, p.60). Hasta aquí se
desprende, que esta ética del discurso supera la racionalidad práctica monológica mediante
otra racionalidad también práctica, por 'abrazar' el formalismo ético, pero es discursiva o
intersubjetiva. Este 'discurso práctico' remplaza al 'imperativo categórico' y se constituye
como proceso comunicacional para validar las normas morales; Habermas lo postula de la
siguiente manera: 'únicamente pueden aspirar a la validez aquellas normas que consiguen
(o puedan conseguir) la aprobación de todos los participantes en cuanto participantes de un
discurso práctico' (2000, p.117). La concepción del 'discurso práctico', sin duda, representa
un alcance de esta ética del discurso. Ahora bien, no es el único alcance que se puede ver
aquí. Esta tradición ética contempla la democratización en la construcción de la norma
moral, esto es, la participación igualitaria de todos los involucrados en el hecho ético que
deberán acordar o no. En este sentido Torres, Galván y Hernández (2016) afirman lo
siguiente, 'el principio discursivo de la ética del discurso hace posible la legitimación
democrática de una sociedad, en la medida que muestra los criterios y principios generales
válidos, a través de los cuales las personas reconozcan las normas éticas y políticas que
hagan posible la convivencia entre los seres humanos' (p.22).
Las limitaciones, entre otras, que se observan en esta tradición ética se corresponden
con su carácter formalista, una, y la idealización del diálogo para la validación de las
normas morales, la otra. En cuanto a la primera, es la misma crítica que recibe la tradición
kantiana en cuanto a descarnar del ser humano su sensibilidad, su sentir. El carácter
formalista de esta tradición interpreta a la felicidad como un hecho natural más. El enfoque
moral se concentra en cuestiones relativas a la justicia, mientras que los asuntos pertinentes
a la vida buena quedan fuera de la consideración moral. Cabría aquí, como se desprende del
segmento 'Límites de la ética discursiva' de García-Marzá y González (2014, p.114), una
mirada crítica a este asunto de si, al hacer una naturalización de puntos como la felicidad, el
bien o la virtud, atributos que han constituido parte tradicionalmente de la reflexión ética,
no estamos efectuando un juicio incompleto y, por tanto, inútil del fenómeno moral. Sobre
la idealización del diálogo o, más bien, de las condiciones y correcciones que deben darse
para ese hecho comunicativo, empecemos con lo siguiente; Habermas enfatiza la
concepción de un 'discurso práctico' en el ámbito de un diálogo real para la validación de
las normas, el ajuste descansa en determinadas 'reglas argumentativas' de la comunicación.
Ahora bien, según Tepedino (1998) 'si esas reglas son sólo descripción de una "situación
ideal" y, por lo tanto "condiciones inverosímiles", nunca alcanzables en los "diálogos
reales" [...] ¿No queda así como algo "fuera de este mundo" la posibilidad real de
fundamentar una norma?' (p.113). Con esta 'inquisidora' interrogante que visibiliza una de
varias limitantes de esta última tradición se da por finalizado este breve recorrido por los
enfoques éticos que han influenciado el desarrollo de la filosofía moral. Quizás, algunos
con motivaciones ideológicas o religiosas no encuentren aquí lo que esperaban, les pido que
disculpen la brevedad del trabajo. Se debe puntualizar que, todas las tradiciones tocadas o
no, son importantes para la construcción de una filosofía moral.
Conclusiones