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Unidad 3

La causa de los contratos. Definición. Necesidad. Causa ilícita. Efecto.


La causa de los contratos.
Dentro de la teoría general del contrato, la de la causa es una cuestión que presenta serias
dificultades de comprensión, porque no hay una construcción teórica unívoca que permita
deslindar la causa como elemento de validez del acto o negocio jurídico, y porque tanto la
doctrina como la jurisprudencia suelen confundir este elemento con el objeto del acto.
Sin embargo, la doctrina y la jurisprudencia se han encargado de distinguir, recordándonos
que las obligaciones nacen a través de distintas causas (fuentes, actos o hechos de los que
derivan las mismas), en tanto los contratos como actos jurídicos tienen un fin inmediato
(causa fin o finalidad) que ha llevado a las partes a celebrarlos.
De allí que es tan importante distinguir desde el comienzo estos extremos: las obligaciones
tienen causa-fuente; en tanto los contratos tienen causa-fin, entendiéndose por tal, la
finalidad querida por las partes y que las ha llevado a celebrar un determinado negocio
jurídico y no otro.
Definición legal: El art. 281 CCC define la causa al decir:
“La causa es el fin inmediato autorizado por el ordenamiento jurídico que ha sido
determinante de la voluntad. También integran la causa los motivos exteriorizados cuando
sean lícitos y hayan sido incorporados al acto en forma expresa, o tácitamente si son
esenciales para ambas partes”.
Es decir que el CCC toma como causa eficiente la noción de causa fin, siempre que sea
autorizada por el ordenamiento jurídico (es decir, que no sea ilícita o contraríe las normas), y
admite que se incorporen a la misma los motivos personales de los contratantes, que pasarían
a integrar la causa si son lícitos y si se agregan al acto.
El concepto de causa es único y se compone a la vez de elementos objetivos y subjetivos
(neocuasalismo dualista).
La incorporación de los motivos psicológicos se produce cuando se refiere expresamente a
ellos en el acto o cuando no existiendo manifestación expresa, resultan esenciales para ambas
partes, es decir resultan comunes a los otorgantes del mismo.
Por ejemplo, si se encarga a una persona un trabajo u obra intelectual para presentar a un
concurso a nombre de quien paga el trabajo y no de su autor. La finalidad aquí es común a
ambas partes, y en este caso en particular, además es ilícita porque se hace con el fin de
engañar a la organización del evento.
Necesidad: S/ el Art. 1013 del CCC establece que:
“Necesidad. La causa debe existir en la formación del contrato y durante su celebración y
subsistir durante su ejecución. La falta de causa da lugar, según los casos, a la nulidad,
adecuación o extinción del contrato”.
Si el acto nace sin causa, nace viciado de nulidad. Pero puede suceder, que habiendo nacido
bajo el amparo de causa lícita, el fin perseguido por las partes haya dejado de ser primordial
para ellas, motivando que se frustren los motivos que los llevaron a contratar, siempre que
esto derive de situaciones extraordinarias y sobrevinientes a la formación del acto. En esos
casos, puede que a las partes ya no les interese seguir vinculadas, por lo que pueden pedir la
extinción del acuerdo; o bien, si resulta posible, adecuar el negocio a la nueva situación. En
ambos casos, la causa existe, pero ha perdido trascendencia como finalidad querida por las
partes.
Entre los ejemplos históricos que más gráficamente nos representan esta situación, se
conocen los “casos de la Coronación”, del derecho anglosajón. Acaecidos en 1902, cuando
numerosos súbditos británicos alquilaron habitaciones, ventanas y balcones, en edificios con
vista a la calle en la que había de realizarse el desfile de la Coronación de Eduardo VII, y que
fue cancelado a causa de la enfermedad del rey. Los locadores exigieron judicialmente el pago
del canon, en tanto los locatarios se opusieron alegando que la finalidad que los había llevado
a contratar se había frustrado por una causa posterior y extraña a ellos. Esta fue la base para
la creación de esta doctrina que hoy tiene cabida en la ley.
Causa ilícita: S/ el Art. 1014 del CCC establece que:
“Causa ilícita. El contrato es nulo cuando:
a. su causa contraria a la moral, al orden público o a las buenas costumbres;
b. ambas partes lo han concluido por un motivo ilícito o inmoral común. Si sólo una de ellas
ha obrado por un motivo ilícito o inmoral, no tiene derecho a invocar el contrato frente a la
otra, pero ésta puede reclamar lo que ha dado, sin obligación de cumplir lo que ha ofrecido”.
Si una sola de las partes ha obrado con un motivo ilícito, no tiene derecho a invocar el
contrato frente a la que actuó de buena fe, liberando a ésta de las obligaciones a su cargo y
facultándolo a pedir la nulidad del acto (el motivo no se eleva a causa).
Ahora si los motivos ilícitos fueron conocidos por ambos, o comunes a ambos (el motivo se
eleva a la categoría de causa), ninguna puede reclamar a la otra, ya que el negocio es nulo en
su estructura (nadie puede invocar su propia torpeza en derecho). Por ejemplo, si se prueba
que el contrato de locación de inmueble, de objeto perfectamente lícito, se celebra
conociendo ambas partes que destinará tal inmueble para depósito de drogas. Si el locatario
no paga el alquiler, el otro no podrá demandarlo en juicio, pues el contrato sería
irremediablemente nulo. Lo mismo acontece con el ejemplo dado anteriormente, del contrato
de obra intelectual, ya que el motivo ilícito es común a ambos contratantes.
La forma de los contratos. Definición. El principio de la libertad de formas. Formalidades con
fines probatorios y formalidades solemnes, absolutas y relativas. Escritura pública.
Otorgamiento pendiente del instrumento.

La forma de los contratos: el código civil y comercial regula la forma de los contratos en el
Libro III, Título II, Capítulo VII (arts. 1015 a 1018).
La palabra forma es multívoca, y nos ofrece diversas acepciones. Se la suele emplear en
sentido amplio, para designar el modo de manifestación de la voluntad.
Forma sería exteriorización de la voluntad (aspecto externo del acto jurídico). Se denomina
también forma esencial. Con lo cual, si decimos que todo acto debe tener una forma externa,
todos los actos son formales y por ende también los contratos (Nicolau, N.).
Desde el sentido más restringido, o estricto, en cambio, la palabra forma alude a ciertas y
determinadas solemnidades expresamente impuestas por la ley.
Es decir, todos los contratos (como actos jurídicos), deben tener forma en sentido amplio para
ser tales, y algunos de ellos pueden tener, además, forma en sentido estricto. Esto último
acontece cuando la ley preestablece que debe celebrarse con ciertas formalidades o
solemnidades; por ejemplo, bajo la forma de escritura pública.
Si tomamos esta segunda acepción como determinante, los contratos serán formales o no
formales, de acuerdo a si la ley impone formalidades para su celebración o si el modo de
manifestar la voluntad de las partes surge de la elección de las mismas.
El principio de la libertad de formas: S/ el art. 284 CCC, para los actos jurídicos:
“Libertad de formas. Si la ley no designa una forma determinada para la exteriorización de la
voluntad, las partes pueden utilizar la que estimen conveniente. Las partes pueden convenir
una forma más exigente que la impuesta por la ley”.
S/ el Art. 1015 del CCC establece para los contratos que:
“Libertad de formas. Solo son formales los contratos a los cuales la ley les impone una forma
determinada”.
Del juego de estas dos normas se desprende que el principio general es la libertad de formas
en materia contractual. Esto significa que, salvo los casos expresamente contemplados en la
ley que deben obedecer ciertas formalidades, todos los demás contratos se pueden celebrar
a través de las formas de manifestación de la voluntad que las partes elijan o estimen
convenientes para el caso.
Formalidades con fines probatorios y formalidades solemnes, absolutas y relativas.
Sostiene la doctrina clásica que los contratos se pueden clasificar en dos grandes grupos:
formales y no formales, según tengan forma impuesta por la ley, o ésta remita a las partes la
elección del modo de manifestar su consentimiento, tal como lo apuntamos más arriba.
A su vez, los contratos formales, se sub-clasifican en formales solemnes y no solemnes o
formales a los fines probatorios. Por último, los solemnes ofrecen una nueva subdivisión: de
solemnidad absoluta o relativa.
Los contratos solemnes, en general, son aquellos a los que la ley les impone una forma que,
de no cumplirse, afecta su existencia como tal.
Los no solemnes, son aquellos a los que la ley “sugiere” realizarlos con determinada forma
que permite la acreditación de su existencia en juicio (generalmente, la forma escrita está
asociada a la prueba del acto). Es el caso del contrato de locación de cosas inmuebles o
muebles registrables, que, de conformidad con el art. 1188 CCC, debe ser hecho por escrito, al
igual que sus modificaciones o prórroga.
Los contratos solemnes de solemnidad absoluta, representan aquellos actos en los que la
forma es esencial para su existencia como negocio jurídico. Si no se cumple la formalidad
impuesta por la ley, el acto simplemente no existe en el mundo jurídico. Estos actos se
identifican porque la ley expresamente dispone que la forma debe cumplirse bajo pena de
nulidad. El ejemplo típico es el del contrato de donación de inmuebles, o de muebles
registrables, que debe hacerse sí o sí por escritura pública.
En cambio, los contratos de solemnidad relativa, son justamente aquellos en los que la ley
impone una forma, pero admite el otorgamiento del acto como pendiente de la misma,
dándole al acto realizado sin la forma legal validez como una obligación de hacer. Por
ejemplo, aquellos actos que deben ser realizados por escritura pública de conformidad con el
art. 1017, entre los que figuran la adquisición de derechos reales sobre inmuebles. Así, si se
pretende adquirir por compra un terreno, y en vez de materializar el acuerdo en escritura
pública se lo hace por instrumento privado (boleto de compraventa), la adquisición de la
propiedad no tiene lugar, sino que se ha celebrado un acto por el que las partes se obligan a
otorgar la pertinente escritura.
En pocas palabras, el acto que los contratantes pretendían no se genera, sino que nace un
acto distinto al querido por ellas, que tiene como efecto obligarlas a cumplir con la forma
pendiente, a tal punto que, en caso de incumplimiento de la sentencia que obliga a escriturar
a la parte remisa, el juez podrá actuar representándola, y escriturando por ella (art. 1018, in
fine CCC).
Escritura pública: Establece el art. 1017 CCC:
“Escritura pública. Deben ser otorgados por escritura pública:
a. los contratos que tienen por objeto la adquisición, modificación o extinción de derechos
reales sobre inmuebles. Quedan exceptuados los casos en que el acto es realizado mediante
subasta proveniente de ejecución judicial o administrativa;
b. Los contratos que tienen por objeto derechos dudosos o litigiosos sobre inmuebles;
c. Todos los actos que sean accesorios de otros contratos otorgados en escritura pública;
d. Los demás contratos que, por acuerdo de partes o disposición de la ley, deben ser
otorgados en escritura pública”.
Tengamos presente que este artículo enumera algunos actos que deben realizarse por
escritura pública, sin mencionar la sanción de nulidad. Con lo cual, debemos interpretar que
los mismos se consideran actos de solemnidad relativa, y en tanto y en cuanto el contrato
celebrado no tenga forma especialmente impuesta bajo esta sanción (como ocurre con la
donación de cosa inmueble, que posee carácter de solemnidad absoluta, según lo vimos).
Otorgamiento pendiente del instrumento: Como dijimos, los actos a los que la ley les impone
una determinada forma de exteriorización, se denominan actos formales. Ahora bien, ¿qué
sucede si esa forma impuesta no se cumple?
Los arts. 285 y 1018 CCC, prevén las consecuencias de esta situación.
Art. 285 del CCC:
“Forma impuesta. El acto que no se otorga en la forma exigida por la ley no queda concluido
como tal mientras no se haya otorgado el instrumento previsto, pero vale como acto en el
que las partes se han obligado a cumplir con la expresa formalidad, excepto que ella se exija
bajo sanción de nulidad.”
Art. 1018 del CCC:
“Otorgamiento pendiente del instrumento. El otorgamiento pendiente de un instrumento
previsto constituye una obligación de hacer si el futuro contrato no requiere una forma bajo
sanción de nulidad. Si la parte condenada a otorgarlo es remisa, el juez lo hace a su
representación, siempre que las contraprestaciones estén cumplidas, o sea asegurado su
cumplimiento”.
Remisa: Que pone poca voluntad o disposición en hacer una cosa.
Es lo que clásicamente se ha denominado la “conversión del negocio jurídico”. Es decir, en los
casos en que la ley manda la realización de un acto con determinada forma, si las partes no la
cumplen, el acto que nace no cumple con la finalidad querida por ellas, sino que surge uno
distinto en el que se obligan a realizar el acto perseguido bajo la forma establecida.
La prueba de los contratos. Definición. Medios de prueba. Prueba de los contratos formales.
La prueba en los contratos electrónicos: la firma digital. Definición. Regulación legal.

La prueba de los contratos: S/ el Diccionario de la RAE, prueba significa “razón, argumento,


instrumento u otro medio con que se pretende mostrar y hacer patente la verdad o falsedad
de algo”.
Jurídicamente, probar significa acreditar en juicio la existencia y extensión del acto.
“La prueba es la actividad procesal, realizada con el auxilio de los medios previstos y
autorizados por la ley, y encaminada a crear la convicción judicial acerca de la existencia o
inexistencia de hechos afirmados por las partes en sus alegaciones” (Palacio, L.)
Indudablemente, el tema de la prueba está íntimamente vinculado a la forma del acto.
Recordemos que, en la clasificación observamos que existe forma prevista por la ley que
permite acreditar en juicio la existencia del negocio, y también el principio general que
permite a las partes elegir la forma que consideren más conveniente.
Si el contrato se celebró por escrito, puede servir de medio de prueba de su existencia. Pero si
se celebró verbalmente, habrá que recurrir a otros medios (testigos, correspondencia,
principio de ejecución, etc.) que tornan más dificultosa la acreditación del mismo.
Medios de prueba: los medios de prueba constituyen los modos u operaciones que, referidos
a cosas o personas, son susceptibles de proporcionar un dato demostrativo de la existencia o
inexistencia de uno o más hechos. Suelen estar regulados en las leyes de fondo.
Son medios de prueba: los instrumentos públicos y privados; documentos electrónicos;
testigos; presunciones; pericias; informes; libros contables, etc.
Cuando se habla de “modos” se alude a la manera en que esos medios de prueba son
empleados dentro del proceso o juicio. Los modos están regulados por las normas procesales
o de procedimientos, que prevén como deben presentarse u ofrecerse los medios dentro del
juicio.
En relación a los medios de prueba, el CCC regula doblemente este instituto, en cuanto a los
actos jurídicos (arts. 286 y siguie.), y respecto de los contratos (arts. 1019 y 1020).
Prescribe el art. 1019 CCC:
“Medios de prueba. Los contratos pueden ser probados por todos los medios aptos para
llegar a una razonable convicción según las reglas de la sana crítica y con arreglo a lo que
disponen las leyes procesales, excepto disposición legal que establezca un medio especial.
Los contratos que sea de uso instrumentar no pueden ser probados exclusivamente por
testigos”.
Esta norma propone una regla general, permitiendo la utilización de “cualquier medio” de
prueba siempre que se satisfaga el principio de razonabilidad y sean acordes a la sana crítica
del juez. Esto permitiría ir incorporando los nuevos medios de prueba (técnicos, tecnológicos
o informáticos) que se vayan desarrollando. (Bueres; 2015).
En cuanto al principio de “sana crítica”, el juez puede valorar libremente las pruebas
arrimadas al proceso, tomando o desechando las que estime pertinentes, pero siempre
deberá (al momento de expedirse) fundar y explicar el “razonamiento que lo llevó a la
conclusión valorativa que adoptó” (Gregorini Clusellas; 2009).
El artículo refiere a las normas procesales en cuanto al “modo” de producir las pruebas y
limita el uso de la prueba de testigos cuando sea esperable (por trascendencia o por uso
comercial o social), que el contrato se haga por escrito (por ejemplo, si se trata de un contrato
de transporte de mercaderías).
Prueba de los contratos formales: S/ el Art. 1020 del CCC establece que:
“Prueba de los contratos formales. Los contratos en los cuales la formalidad es requerida a los
fines probatorios pueden ser probados por otros medios, inclusive por testigos, si hay
imposibilidad de obtener la prueba de haber sido cumplida la formalidad o si existe principio
de prueba instrumental, o comienzo de ejecución.
Se considera principio de prueba instrumental cualquier instrumento que emane de la otra
parte, de su causante o de parte interesada en el asunto, que haga verosímil la existencia del
contrato”.
Verosímil: Que parece verdadero o que es creíble.
Esta última norma prevé que en los contratos cuya forma no sea solemne, la prueba de su
existencia en un juicio podrá ser realizada por cualquier otro medio, incluyendo los testigos;
aunque en concordancia con el artículo anterior, el ofrecimiento de testigos que aseveren
sobre la conclusión del acuerdo negocial sólo será admitida si no hay manera de acreditar que
la forma se cumplió, y siempre acompañados de documentos o instrumentos que hagan
presumir (presunción judicial) que el acto pudo haber existido y/o se estaba cumpliendo.
Como sabemos, el principio de prueba instrumental puede manifestarse en la práctica a
través de esquelas, notas, mails, minutas, correspondencia, o cualquier registro visual o
auditivo de cosas o hechos, del que surjan indicios de que el acuerdo existió.
Esquelas: na esquela, a veces también llamado aviso fúnebre o aviso mortuorio, es una nota
recuadrada en negro que publicada en un medio de comunicación o afichada en un lugar
público, da noticia del fallecimiento de una persona.
La prueba en los contratos electrónicos: la firma digital. Regulación legal.
El art. 288 CCC regula tanto firma manual (ológrafa), como la digital, otorgándoles a ambas la
misma potencialidad de prueba de la autoría de la declaración de voluntad que preceden.
Establece el Art. En cuestión que:
“…En los instrumentos generados por medios electrónicos, el requisito de la firma de una
persona queda satisfecho si se utiliza una firma digital, que asegure indubitablemente la
autoría e integridad del instrumento”.
Cuando la ley habla de documento o instrumento electrónico, refiere a la fijación en un
soporte electrónico de información, que queda registrada en la memoria auxiliar de la
computadora, incluyendo en este concepto los medios técnicos necesarios para la
recuperación de la información (hardware y software). Es en sentido estricto, el que aparece
instrumentado sobre la base de impulsos electrónicos y no sobre un papel.
En materia de documentos electrónicos, la noción de firma debe entenderse en el sentido de
la utilización de instrumentos o medios técnicos (distintos de la caligrafía) que permiten la
verificación de la autoría atribuida.
El artículo 2 de la Ley 25.506, define la firma digital:
“Firma Digital. Se entiende por firma digital al resultado de aplicar a un documento digital un
procedimiento matemático que requiere información de exclusivo conocimiento del firmante
encontrándose ésta bajo su absoluto control. La firma digital debe ser susceptible de
verificación por terceras partes tal que dicha verificación simultáneamente permita identificar
al firmante y detectar cualquier alteración del documento digital posterior a su firma”.
La firma digital se encuentra especialmente regulada en la Ley 25.506, sancionada el 14 de
noviembre del 2001 y reglamentada a través del Decreto 2628/02, modificado y
complementado a través de diversos decretos desde el 2001 a la fecha.
En nuestro estudio sobre la firma digital aparece la firma electrónica, pero ¿son lo mismo? La
ley 25.506 establece las diferencias.
La diferencia entre firma digital y electrónica radica en que la primera posee certificación por
un ente certificador licenciado, que a su vez, se halla debidamente inscripto y autorizado a tal
fin por el ente licenciante que es la Subsecretaría de Tecnologías de Gestión de la Secretaría
de Gabinete y Coordinación Administrativa de la Jefatura de Gabinete de Ministros.
Este certificado (mientras esté vigente), hace presumir la inalterabilidad del documento y la
autenticidad de la firma, lo que puede ser objeto de verificación por el certificador o por el
propio tercero (dependiendo del grado de seguridad y el software utilizado).
En cuanto a la eficacia de la firma digital, a los fines de la prueba del instrumento en el que se
halla plasmada, se entiende que hace las veces de una firma de puño y letra.

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