Está en la página 1de 4

CRÓNICAS Y DELIRIOS

IGOR DELGADO SENIOR

CADÁVER EXQUISITO O CÓMO JUGAR CON LAS PALABRAS

Desde que el hombre estructuró el lenguaje como medio de


comunicación, se ha dado a la tarea de jugar con las palabras; por arte
y deleite, por humor e ingenio, por afable vínculo con el prójimo. Y la
literatura es en su fundamento el éxtasis de los vocablos, porque sin
ellos no hay creación posible ni seducción escritural. Si acaso surge
alguna duda, volvamos a la lectura de Rabelais o de Joyce, dos
ámbitos de un mismo paradigma.

Se debe a los escritores y poetas surrealistas de los años veinte del


siglo pasado, la denominación de “cadáver exquisito” para una
creación lúdica, aleatoria y colectiva. El nombre tuvo el siguiente
origen: reunidos un grupo de dichos creadores en búsqueda de
originales experiencias (Robert Desnos, Paul Eluard, André Breton y
Tristan Tzara), quizás en torno al asiduo mesón del Café Procope,
decidieron imitar el tradicional juego Consecuencias. Cada quien
anotaría palabras en una hoja de papel, luego la pasaría al próximo
participante no sin antes doblarla para que no se viera lo escrito, y así
hasta el final de la ronda cuando se develaría el texto completo.

En la histórica oportunidad, los concurrentes se quedaron perplejos al


leer “El cadáver exquisito beberá el vino nuevo”; y tanto les sorprendió
el procedimiento creacional que resolvieron proseguir la técnica
“cadáver exquisito”, llevándola también a la pintura, y con ese nombre
ha perdurado hasta la actualidad, amables lectores jóvenes a quienes
dedico estas evocaciones.

Remontándonos al siglo XVII en la máquina del tiempo lexical,


encontramos el calambur, un juego de palabras de origen galo (en fr.
calambour) que consiste en “la agrupación de varias sílabas de modo
que alteren el significado de las palabras a que pertenecen, como
en es conde y disimula /esconde y disimula” (el Drae dixit). O como el
no muy agradable que le escribió Góngora a Lope de Vega: “A este
Lopico, lo pico”.

El calambur más conocido en la lengua española se debe a Francisco


de Quevedo, quien apostó a sus amigos que le diría coja a la reina
Isabel de Borbón. Y en efecto, acudió a la plaza donde esta recibía y
mostrándole dos ramos de flores, uno en cada mano, le dijo: “Entre el
clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja”.

Otro famoso calambur de Quevedo se halla en un poema suyo


referente a la boda de unos esclavos: “Ella esclava y él esclavo que
quiere hincársele en medio. / Ella esclava y él es clavo que quiere
hincársele en medio”.

Viene a crónica, en retrospectiva de 1841, el terrible dardo o


calambour periodístico de que fue objeto Víctor Hugo cuando ingresó
a la Academia Francesa. En tal oportunidad, el presidente del cuerpo
le expresó a Hugo en su discurso de orden: “Vous avez introduit l´art
scenic dans la literature française”, o sea, “Usted ha introducido el arte
escénico en la literatura francesa”, pero al día siguiente un diario
consignó que el presidente de la academia le había dicho a Víctor
Hugo: “Vous avez introduit l´arsenic dans la literature française”, a
saber, “Usted ha introducido el arsénico en la literatura francesa”.
¡Menuda trasposición silábica, compañeros!

En las letras de nuestro país, todavía se rememora entre sonrisas la


especie de calambur accidental atribuido a Salvador Garmendia para
denominar la novela que publicaría por aquella época de los años
sesenta el no menos recordado Renato Rodríguez. El asunto fue que
ambos libaban en una taberna de Sabana Grande, y cuando Renato
expresó que pronto publicaría su novela Al sur del Ecuador,
Garmendia entendió y repitió en voz alta ¡Al sur del Equanil, Al sur del
Equanil!, ante lo cual un Renato Rodríguez lleno de entusiasmo acogió
el nuevo nombre para su novela, “Así se llamará, Salvador”, y ambos
pidieron otra ronda para festejar el genial equívoco.

Otra forma de malabarismo del lenguaje es el palíndromo: “palabra o 


frase cuyas letras están dispuestas de tal manera que resulta la misma
leída de izquierda a derecha que de derecha a izquierda”; por ejemplo,
anilina, arepera, dábale arroz a la zorra el abad. Su muy especial
artificio lo convierte en un extraño elemento literario, cultivado por
pocos autores a lo largo del tiempo.

George Perec escribió el palíndromo más largo del mundo (Le Grand
Palindrome, 1969) que consta de 1300 palabras de lectura bifronte.
Aparte de esta hazaña casi inverosímil, Perec produjo un libro de más
de trescientas páginas sin “e”, la letra más utilizada en francés, y
después reincidió con otra novela que sólo incluye esa vocal. ¡Todo un
sortilegio de la bizarra articulación del pensamiento y los signos!
En Venezuela, Darío Lancini es merecedor del segundo lugar
planetario de los palíndromos, pues escribió uno de 750 palabras
titulado Ubu e incluido junto con otras treinta creaciones del mismo
tipo en su volumen Oír a Darío (1975). Para el regocijo y la meditación,
transcribimos una muestra:
Yo hago yoga hoy.
Yo sonoro no soy.
Leí, puta, tu piel.
Adán alaba la Nada.
Roma no cede con amor.
¿Son ruidos acaso diurnos?
Sonrieron las acosadas ocas al no reírnos.

Continuaremos con el tema en un próximo “Delirio”, referido a los


juegos, ardides y picardías lexicales de nuestros humoristas, con el
ruego de que nos busquen por los nombres calamburescos de Alberto
Carlos Bustos o Aquiles A. Viso. ¡Nos vemos!

http://ciudadccs.info/2021/06/04/cronicas-y-delirios-cadaver-exquisito-o-
como-jugar-con-las-palabras/

También podría gustarte