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Las interacciones entre razón y emoción:

marcador somático y heurísticos


Lic. Leandro Gestal

Introducción

Hace unas décadas, los psicólogos sociales Norbert Schwarz y Friz Strack
estudiaron las respuestas de un grupo de universitarios alemanes a preguntas
tales como: “¿Es feliz en su vida?” y “¿Cuántas citas tuvo en el último mes? En
ese orden la correlación entre las respuestas no resultó significativa. Sin embargo,
al invertirse la presentación de las preguntas la correlación sí lo fue. Cuando un
fenómeno como este sucede, podemos pensar que la pregunta de las citas
automáticamente promovió una evaluación interna en los estudiantes sobre la
satisfacción/insatisfacción en ese aspecto de sus vidas. Esto sin duda resultó
condicionante en la respuesta a la pregunta por la felicidad. De esta manera,
entendemos que las personas pueden realizar juicios sustituyendo un atributo
importante del objeto a evaluar por otra propiedad, un atributo más subjetivo
(Kahneman, 2002), en este caso, emocional.

Desde la antigüedad y durante toda la modernidad las tensiones existentes


en el campo de la filosofía entre alma y cuerpo, razón y emoción, encontraron un
desenlace con la separación del cuerpo y la mente, y con la instauración de una
tradición que colocó a la razón sobre las emociones. Estudiar el razonamiento
suponía despejarlo de las interferencias ocasionadas por las reacciones
emocionales, ya que una correcta toma de decisiones debía llevarse a cabo con
"la cabeza fría”.

No obstante, las investigaciones que se desarrollaron en las últimas


décadas en torno a las funciones cognitivas y su alteración en la patología
cerebral, constituyeron un escenario idóneo para la insurrección de la emociones
en el terreno científico y filosófico, abriendo espacio a nuevas reflexiones (Angrino,
D. 2011).

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El presente trabajo tiene como propósito introducir algunos descubrimientos
del área de la psicología que estudia los procesos involucrados en la elaboración
de juicios y toma de decisiones, particularmente aquellos basados en emociones.
Se presentarán algunos de los modelos más importantes dentro de la psicología
cognitiva que han investigado relaciones posibles entre emoción y cognición.

Afecto, heurísticos y toma de decisiones

Las decisiones que los individuos toman durante su vida pueden implicar
grandes esfuerzos conscientes para escoger, tras una evaluación, la opción más
adecuada que satisfaga sus necesidades. No obstante, también pueden apelar al
uso de pocos recursos de procesamiento y resolver de manera casi automática los
problemas que se les presentan. En este caso, las personas utilizan heurísticos,
atajos mentales basados en un procesamiento automático, involuntario y muchas
veces emocional de las situaciones. Los heurísticos pueden ser descritos como las
estrategias de la mente orientadas para simplificar los problemas y encontrar
soluciones rápidas, aunque no siempre resulten las más apropiadas (Squillace,
2011).

Si bien las investigaciones tradicionales acerca de la toma de decisiones


enfatizaban el papel de la información accesible y consciente, los estudios que
incluyen la variable emocional demandan un análisis profundo ya que los procesos
afectivos ocurren fuera de la conciencia (Schwartz & Clore, 1996; Clore, 2001).

Aunque el afecto ha desempeñado durante mucho tiempo un rol


fundamental en varias teorías psicológicas, no siempre se lo ha reconocido como
un componente importante del juicio y la toma de decisiones de los seres
humanos. Las teorías que se centraron en los aspectos cognitivos de esta tarea
(Simon, 1956; Tversky y Kahneman, 1974; Kahnemanet al.,1982; Montgomery,
1983; Shafiret al., 1989; Payne et al., 1993) se han desplegado a lo largo de la
segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, fue hacia su finalización cuando
comenzó a tener mayor énfasis el papel concedido al afecto, produciéndose un

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pasaje de modelos más bien “fríos” de procesamiento a otros que podrían
denominarse “cálidos” (Carretero, 1997)

En 1980, el psicólogo polaco Robert Zajonc afirmaba que las reacciones


afectivas a los estímulos son a menudo las primeras reacciones, ocurren de forma
automática y es en grado posterior que se encargan de guiar el procesamiento de
la información y el juicio. Para este investigador, todas las percepciones contienen
algún afecto: "No sólo vemos una casa, vemos una casa hermosa, una casa fea, o
una casa ostentosa" (p. 154). Según sus observaciones, a menudo el ser humano
se engaña a sí mismo para proceder de una manera más racional en su accionar.
Con frecuencia "decidí a favor de X'' no es más que un ''me gustaba X...''. Para el
autor: “Nosotros compramos los coches que nos 'gustan', elegimos los trabajos y
las casas que encontramos `atractivos´, y luego justificamos estas elecciones con
varias razones... (p. 155).

El modelo de redes asociativas

Uno de los primeros abordajes en el estudio de la interacción emoción-


cognición fue realizado por el investigador estadounidense Gordon Bower (1981).
Para poder comprenderlo hay que remontarse a su fundamento: los modelos
sobre las redes asociativas que explicaban la organización de la memoria
semántica (Collins y Loftus, 1975; Collins y Quillian, 1969). Ésta se estructuraría
en una red de nodos (representan conceptos o eventos) interconectados que
conforman subgrupos y a su vez son la base de las representaciones mentales
más complejas como las proposiciones y afirmaciones que construyen los
pensamientos. Así, para Bower, las emociones básicas estarían representadas por
nodos emocionales que se conectan con otras unidades (nodos) de contenido más
bien semántico como ser los vocablos que empleamos para denominar esas
emociones o las situaciones típicas cuya evaluación las desencadenaría. Este
modelo propone que los nodos emocionales, una vez activados, priman la
propagación de la actividad a otros nodos asociados a ellos (García Fernández
Abascal et. al, 2010). Por lo tanto, es más probable que las ideas concordantes
con el afecto cuya propagación alcanzó cierto umbral de activación sean las

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utilizadas para sesgar la atención, dirigir el aprendizaje y el recuerdo a diferencia
de las ideas no asociadas a dicho nodo. Este modelo sostiene que la recuperación
de información es mejor cuando el estado de ánimo al momento de la
recuperación es el mismo que el que se poseía en el momento del aprendizaje de
cierto objeto o evento. Además, la teoría establece que la información con tono
emocional se aprende mejor cuando existe correspondencia entre su valor afectivo
y el estado anímico del aprendiz.

Los nodos afectivos también se vinculan con nodos semánticos que


representan acontecimientos que han provocado esas emociones en el pasado.
Por ejemplo, imaginemos que el acontecimiento recordado es el día de egreso de
la universidad, cuya evocación provoca en una mujer profesional un sentimiento
de satisfacción, una sonrisa y brillo en sus ojos. Si en una circunstancia posterior
en la que también se sintiera feliz le preguntáramos a esa misma persona por su
carrera universitaria, el nodo correspondiente al evento “día de egreso” recibiría un
refuerzo doble de activación: el que viene desde el nodo “carrera universitaria” y el
que viene desde el nodo emocional “alegría”, y así bien podría resultar que ella
evocara el día en que egresó. De este ejemplo se desprendería que la información
relativa a un evento queda almacenada en la memoria junto con la emoción
generada; así, cierto estado emocional podría facilitar la evocación de ciertos
eventos ya que funcionaría como clave de recuperación de los mismos.

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Cuadro 1: Representación de un nodo en la estructura de redes asociativa de Bower (tomado de
García Fernández Abascal et. al, 2010, p. 199)

El modelo “afecto como información” y la hipótesis del marcador


somático

Si bien el modelo de Bower encontró limitaciones al sólo contemplar una


única forma de codificar fuentes de estímulo y experiencia tan dispares para
almacenarse en la memoria (Teasdale, 1993), constituyó el punto de partida de los
modelos alternativos que surgieron años posteriores. Uno de ellos fue el modelo
“afecto como información” de Clore y Schwartz (1983, 1988). Dichos
investigadores estudiaron la correspondencia entre el estado de ánimo y los juicios
y decisiones que las personas toman en sus vidas cotidianas. Hallaron que a
menudo las situaciones se evalúan en función de los sentimientos asociados a
ellas en lugar de enjuiciarse por sus características objetivas. Así, los sentimientos
oficiarían como una suerte de atajo para simplificar el razonamiento. Por ejemplo,
un examen que se avecina predispone negativamente el estado anímico de un
joven estudiante. Una tarde, de regreso a su hogar recuerda que olvidó sus llaves
en la casa del amigo que acababa de visitar. Ante esta última circunstancia,
reflexiona “soy un desastre, un despistado total, si olvido las llaves cómo voy a
pretender aprender lo que tengo que saber para el parcial”. No obstante, a los
pocos días este muchacho logra rendir el examen con bastante éxito. Habiendo
aprobado, recuerda el incidente de las llaves con el siguiente pensamiento:
“aunque por un momento creí que no podía controlar nada de mi vida, siempre
supe que aprobaría este parcial”. Este caso ilustraría cómo un mismo
acontecimiento es a menudo enjuiciado según el estado de ánimo presente. La
actitud del joven no es en ninguno de los dos momentos producto de una
valoración de las características objetivas de la situación (simplemente olvidó las
llaves y podría regresar a buscarlas), sino una evaluación sesgada por su estado
afectivo, utilizando sus sentimientos como información para desarrollar una actitud
respecto del acontecimiento.

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Otro ejemplo claro de esta perspectiva fueron las investigaciones de Reiner,
Stefanucci, Proffitt y Clore (2003) que hicieron que los participantes de un
experimento escucharan música alegre o triste mientras se paraban en la base de
una colina relativamente empinada. A continuación solicitaron a los sujetos que
emitieran verbalmente juicios sobre el grado de inclinación de la misma.
Descubrieron que el estado de ánimo triste llevó a las personas a sobrestimar la
inclinación. El psicólogo Jonathan Haidt (2001), por su parte, investigó
correlaciones entre los juicios morales y el asco. Propuso que los juicios morales
reflejan respuestas emocionales en lugar de razonamientos morales deliberados.
En sus estudios de "estupefacción moral", Haidt pidió a los sujetos que
consideraran una variedad de comportamientos extraños, como hermanos que
tienen relaciones sexuales entre sí o una persona que se come a su perro que
muere en un accidente. Los participantes calificaron a tales actos como inmorales,
pero no estaban seguros de por qué lo eran. Haidt sugiere que los juicios de
inmoralidad se basan en reacciones emocionales de disgusto, y que las razones
que dan las personas para validar sus juicios son realmente posteriores a dichas
reacciones.

Una evidencia empírica contundente sobre las relaciones entre el afecto y la


toma de decisiones llegó en 1994 con la publicación de “El error de Descartes. La
emoción, la razón y el cerebro humano”. Allí su autor, el neurocientífico Antonio
Damasio, presentó la hipótesis del marcador somático que pretendía poner fin a
las especulaciones dualistas sobre el comportamiento humano, para enlazar de
manera permanente los procesos cognitivos partícipes en la toma de decisiones
con procesos cerebrales-emocionales1 y fisiológicos. Se basó en las
observaciones de sus pacientes con daño en las regiones corticales frontales
ventromediales del cerebro. Si bien la memoria y el pensamiento lógico
permanecían intactos, estas personas encontraban disminuida su capacidad para

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Para Damasio, las emociones son un conjunto de respuestas neuroquímicas a un estímulo, que permiten el
despliegue de un determinado programa de acción. Una vez desplegado el programa distintivo de acción, el
cerebro tiene la posibilidad de hacer un mapa de lo que ha sucedido en el cuerpo y crea una representación
mental de ese estado corporal. A esta percepción del cuerpo que se encuentra en un determinado estado el
autor la denomina “sentimiento”. Por lo tanto, las emociones preceden a los sentimientos. Las primeras son
reacciones “públicas”, visibles del cuerpo, mientras que los segundos son mentales y privados.

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asociar las respuestas emocionales con la anticipación de las consecuencias de
sus acciones. De esta manera, aunque podían llevar a cabo una tarea de análisis,
se volvían socialmente disfuncionales ya que las exigencias de la vida cotidiana
requieren de respuestas rápidas, fáciles y eficientes que muchas veces reposan
en emociones.

Cada reacción emocional supone la activación de regiones cerebrales


diferentes, así como sensaciones corporales que le son propias por
determinaciones evolutivas. A través de nuestra experiencia nos enfrentamos a
situaciones que precipitan dichas respuestas emocionales. Cuando esto sucede,
se produce una asociación entre los acontecimientos y el modo en que los
sentimos conscientemente. Es decir, se asocian las características generales de la
situación a la reacción emocional contingente que la acompaña. En consecuencia,
todo hecho posterior que reúna semejanzas con el original pondrá en acción
respuestas emocionales similares. ¿Para qué le sirve entonces al organismo
equiparar lo vivido con lo que se está viviendo ahora? Volver a sentir
automáticamente las sensaciones corporales que ocurrieron antaño ante
determinadas circunstancias sería el equivalente a un “marcador”, un indicador,
una alarma y a la vez una brújula, es decir, una señal emocional para orientarnos
en el momento actual hacia una decisión o acción oportuna sobre el medio. El
marcador somático sería entonces un mecanismo cerebral que restablece una
reacción emocional (de intensidad variable), un mismo patrón que se activó
durante experiencias pasadas para facilitar un análisis prospectivo de las
experiencias actuales, contribuyendo a elegir vías de acción concretas en
entornos complejos. Estos marcadores se adquieren por la experiencia, bajo el
control de un sistema interno de preferencias y bajo el influjo de un conjunto de
circunstancias externas que incluyen tanto sucesos con los que el organismo tiene
que lidiar como también con convenciones sociales y normas éticas.

El psicólogo de la Universidad de Oregon, Paul Slovic, (2002) decidió


continuar con el curso de trabajo iniciado por estos últimos autores y agregar a los
tipos de heurísticos existentes (Tversky y Kahneman, 1974) uno que se basara

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fundamentalmente en el afecto, denominándolo heurístico afectivo. Para Slovic las
representaciones mentales de objetos y acontecimientos están etiquetadas con
afectos en diversos grados, entendiendo por afecto a la “cualidad específica de
"bondad" o "maldad" (goodness or madness) que a) se experimenta como un
estado de ánimo (con o sin conciencia) y b) demarca el carácter positivo o
negativo de un estímulo” (p.1333). Al momento de emitir juicios o tomar
decisiones, las personas se remiten primero a un “banco de afectos” que contiene
todas las etiquetas positivas y negativas asociadas consciente o
inconscientemente con las representaciones propias del objeto a evaluar. Así,
referirse a una impresión afectiva global y fácilmente disponible puede ser mucho
más fácil y eficiente que sopesar los pros y los contras o recuperar de la memoria
muchos ejemplos relevantes, especialmente cuando el juicio o la decisión
requeridos son complejos o los recursos mentales limitados. Cuando la razón se
vale de la afectividad como un atajo para decidir hablamos para el autor de
“heurístico afectivo”.

El modelo “infusión del afecto”

Las primeras críticas al modelo “afecto como información” radicaron en que


solo explicaba el efecto del estado anímico sobre un conjunto limitado de procesos
cognitivos (evocar información, elaborar juicios y tomar decisiones). No obstante,
la objeción principal se basó en que el efecto de la emoción sobre la cognición se
consideraba a modo de “todo o nada”. Si bien Slovic había introducido la
gradualidad de la influencia afectiva, fue Joseph Forgas (1995) quien años antes
introdujo un modelo más novedoso sobre las relaciones entre la emoción y la
cognición que inclusive integraba las propuestas anteriores: el modelo “infusión del
afecto”. Procuró establecer un vínculo menos absoluto entre los afectos y el
razonamiento, sino de grado variable dentro de un continuo. Con “infusión” se
refiere al proceso a través del cual la información con carga afectiva se incorpora a
los procesos cognitivos y en lugar de determinarlos, “colorea” sus resultados
orientándolos en una u otra dirección (García Fernández Abascal et. al, 2010). El
grado de infusión del afecto dependerá del tipo de procesamiento a realizar. Más

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precisamente, habría cuatro estrategias de procesamiento que emergen de las
combinaciones del esfuerzo (tiempo, grado de implicación personal, recursos que
el individuo esté dispuesto a emplear para resolver un problema) y el tipo de tarea
(abierta: remite a problemas constructivos que requieren un procesamiento
novedoso de la información disponible para ser solucionados; cerrada: refiere a
problemas reconstructivos que suponen soluciones predeterminadas).

Las cuatro modalidades de procesamiento que surgen de la combinación


esfuerzo y tarea son: acceso directo (esfuerzo bajo y tarea cerrada; ejemplo: elegir
la línea de colectivos que nos conduzca al trabajo), procesamiento motivado
(esfuerzo alto y tarea cerrada; por ejemplo: evocar sinónimos de una palabra para
completar un crucigrama), procesamiento heurístico (esfuerzo bajo y tarea abierta,
por ejemplo: las encuestas telefónicas que solicitan en un breve intervalo de
tiempo que emitamos una respuesta sobre temas que a menudo no nos interesan
y requieren evaluar múltiples datos) y procesamiento sustancial (esfuerzo alto y
tarea abierta, propio de cualquier tarea que nos suponga una solución muy
creativa). Para los dos primeros estilos de procesamiento la infusión del afecto
será prácticamente nula ya que implican el recurso a protocolos de respuesta
almacenados cerrados. No obstante, la influencia afectiva se desplegará cuanto
más abiertas y constructivas sean las modalidades de procesamiento requeridas
para resolver un problema. Si el procesamiento es más de tipo heurístico, apelar al
afecto a modo de economía cognitiva tal como lo demostraron Clore y Shwartz
(1988) podría ser la vía indicada. Si la modalidad de procesamiento es de tipo
sustancial, se ponderará el acceso a material relacionado como pensamientos y
recuerdos para resolver el problema en cuestión, tal como lo abordó Bower (1981).

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Cuadro 2: Esquema adaptado del modelo multiproceso de infusión del afecto de Forgas (tomado de
García Fernández Abascal et. al., 2010)

Resumen final

Entendemos a las reacciones emocionales como una respuesta del


organismo para adaptarse al ambiente. Constituyen una pieza clave para el
funcionamiento cognitivo ya que aportan conocimiento sobre el estado del cuerpo,
facilitan el aprendizaje, proveen información sobre la necesidad de lucha o huida y
contribuyen al establecimiento de relaciones sociales (Gross, 1999). A través del
presente artículo se han desplegado contribuciones teóricas que destacan la
importancia de incluir la variable emocional en cualquier explicación sobre la
cognición humana, principalmente, en procesos básicos tales como la elaboración
de juicios y la toma de decisiones.

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Se han presentado tres grandes modelos que estudiaron sus interacciones
en las últimas décadas. Unos que consideran que la propagación de la actividad
desde nodos afectivos a otros nodos semánticos activará ideas que sesgarán las
asociaciones, el razonamiento y el recuerdo (Bower, 1981); otros modelos en los
que los sentimientos actúan a modo de luces rojas y verdes que guían las
actitudes, los juicios y las decisiones (Clore y Schwartz, 1983, 1988;
Damasio,1994); y otros (Forgas, 1995) que aseveran que la interacción entre el
afecto y la cognición dependerá de la estrategia de procesamiento más acorde a
la tarea y al esfuerzo implicados en la resolución de un problema.

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