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ACTOS DEL HABLA III

Actos del Habla III | 1


A C T O S DEL H A B L A III

Los Juicios

En este escrito realizaremos una mirada en profundidad a los Juicios, aquél tipo de
declaraciones que tanto influyen en nuestra vida. Comenzaremos haciendo una relación
entre Juicios y Afirmaciones.

En la concepción tradicional del lenguaje consideramos con el mismo valor tanto


nuestras afirmaciones como nuestros juicios; es decir, operamos bajo el supuesto que
frases como “Manuel es arquitecto” y “Manuel es responsable” fuesen ambas
descripciones de la realidad.

La concepción tradicional del Lenguaje se basa en el supuesto que al hablar sólo


describimos.

Al decir, “José es impuntual” pensamos que describimos una propiedad de José; al


señalar “Esta empresa es la mejor de Paraguay en su rubro” creemos estar señalando una
verdad respecto a dicha empresa, o cuando decimos “Andrea es mala para la cocina”
pensamos que su incapacidad es algo arraigado en su ser.

Bajo la concepción generativa del lenguaje hemos postulado que ningún acto del
habla es independiente del observador, que vivimos en mundos interpretativos, que el
lenguaje es acción y que al hablar asumimos un compromiso o responsabilidad ante nuestra
comunidad.

A partir de estos postulados aparece una diferencia radical entre “Manuel es


arquitecto” y “Manuel es responsable”. La primera es una afirmación, es decir, una
descripción de lo que es “real” y comprobable para nosotros. La segunda es un juicio, o sea,
una apreciación o interpretación nuestra sobre lo real.

Exploremos brevemente las diferencias entre afirmaciones y juicios.

Afirmaciones: Básicamente hemos sostenido que las afirmaciones son un acto lingüístico a
través del cual “describimos la manera en que observamos las cosas”. Ante las afirmaciones
asumimos el compromiso social de proporcionar una evidencia o testigo válido para nuestra
comunidad que permita probar el valor de “verdad” o “falsedad” de lo afirmado.

Juicios: Por el contrario, los juicios son apreciaciones o interpretaciones nuestras sobre
algo. No pueden ser consideradas como las afirmaciones pues un juicio siempre deja abierta
la posibilidad de discrepancia. Afirmar que Manuel es arquitecto puede ser probado en su
valor de verdad a través de su título profesional; en cambio siempre existirá la posibilidad
que alguien discrepe de mi juicio “Manuel es responsable”.

Como interpretación, el juicio pertenece o vive en quien lo emite, y por lo tanto no


es una propiedad del objeto que juzgamos.

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En sentido estricto, al decir “Juan es un buen profesional” lo que estamos
señalando es que “Para mí, dado el observador que soy, valoro a Juan como un buen
profesional”.

Los juicios son, por lo tanto, un tipo particular de declaraciones, pues al


pronunciarlos generamos una nueva realidad que afecta la identidad de lo juzgado, que
abre un ámbito de relaciones y acciones posibles entre el observador y lo juzgado y que
modifica la realidad de todos aquellos que se ven directa o indirectamente afectados por el
juicio.

Un gerente al señalar en público que “Inés es la mejor secretaria de la organización”


afecta la identidad pública de Inés, pues desde el momento de la emisión del juicio se
constituye en la mejor secretaria de la empresa.

Además genera la posibilidad de que Inés sea ascendida, estamos declarando que
da gusto trabajar con ella, que es posible esperar de ella el cumplimiento de sus promesas,
etc.

Asimismo, el juicio afecta la relación de ella con el resto de la organización: es de


esperar que muchos la tomen como ejemplo, que otros le tengan envidia, que alguna
secretaria discrepe de la elección, que otras le soliciten con más recurrencia consejo y
ayuda.

Por último, el juicio afecta la identidad y vida privada de Inés: es de esperar que viva
un período de felicidad por el reconocimiento, que sus hijos y su esposo le organicen una
celebración. En fin, sólo queremos señalar que todo este nuevo mundo no hubiese
acontecido si el juicio no hubiese sido formulado.

En otras palabras, un juicio sólo cobra existencia cuando lo formulamos.

Como declaraciones los juicios son un acto enteramente lingüístico, generan una
nueva realidad en los sujetos u objetos afectados por el juicio.

Los juicios son sólo eso... juicios. Pero sin embargo.... ¡¡Qué impacto e importancia le
otorgamos en las relaciones!!!.

Sostenemos que el principal motivo por el cual los seres humanos emitimos juicios es por
nuestra preocupación por el futuro. Desde esta perspectiva podemos entender los juicios
como una apreciación o interpretación de probabilidad de que ciertas observaciones realizadas
en el pasado se repitan en el futuro.

Parte importante del poder de los juicios está en que operan como formas de
“predecir” lo que es posible esperar en el futuro.

Al declarar que Manuel es un excelente arquitecto estamos “pre-diciendo” que es


probable que siga delegando en él mis proyectos; el profesor al señalar que “Julio es malo
para las matemáticas” está señalando que es probable que su rendimiento académico sea

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bajo en ese dominio, que requiera ayuda para alcanzar los niveles aceptables y que
probablemente su vocación se incline a otras áreas del saber.

Al juzgarnos a nosotros mismos como “torpes”, “tímidos” o “malos para los


negocios” estamos diciendo que cabe esperar de nosotros en el futuro que rompamos más
objetos de lo normal, que no asumamos trabajos o funciones de exposición pública y que
seamos siempre asalariados o poseamos poco dinero.

Como es posible observar, todo juicio siempre es emitido en el presente, tiene como
inquietud predecir o hacernos cargo del futuro, y se basa en observaciones realizadas en el
pasado. Por esa razón es que decimos que los juicios son “sentencias” que hacemos sobre
alguien o algo, y que tienen carácter de generalidad en el tiempo: fue, es y será así.

Los juicios son una gran herramienta para el diseño del futuro pues nos permiten
apreciar la probabilidad de ciertos acontecimientos. Sin embargo, el problema surge
cuando nos olvidamos que los juicios son sólo probables y no necesarios en su ocurrencia,
en otras palabras, cuando operamos bajo la interpretación que lo que ha ocurrido en el
pasado necesariamente tendrá que seguir ocurriendo en el futuro.

Cuando operamos con los juicios como leyes absolutas se nos cierra toda posibilidad
de cambio, pues asumimos a priori que estamos condenados o atrapados a seguir siendo y
haciendo lo que siempre hemos sido o realizado. Esto es confundir juicios con afirmaciones.

Desde la interpretación absoluta de los juicios, “Laura es tímida”, o “Pedro es


irresponsable”, estamos condenando por ejemplo a que Laura nunca tenga la posibilidad de
aprender a hablar en público y coordinar reuniones de directorio, y estamos sentenciando a
Pedro a que jamás hará las cosas bien aunque se esfuerce por cambiar.

Sostenemos que no existe vínculo de necesidad que haga que lo que sucedió en el
pasado se repita o mantenga inexorablemente en el futuro. Es más, declaramos que a
través del desaprender, el aprendizaje y la innovación podemos realizar nuevas acciones
que no nos eran posible de llevar a cabo en el pasado, y por lo tanto, podemos variar el
juicio que tenemos de nosotros mismos y de los otros.

Vivir bajo la concepción de los juicios como afirmaciones o leyes absolutas “mata” la
posibilidad de transformación personal y organizacional.

Sostenemos que los juicios son uno de los elementos que intervienen en el diseño
del futuro y que nos permiten observar la probabilidad de recurrencia de acciones pasadas.
Sin embargo, junto a ellos el aprendizaje y la innovación nos permiten desafiar esa misma
recurrencia. Por eso es que decimos que los juicios son sólo eso: “juicios”.

Existe una frase que dice:

“Cuando Juan habla de Pedro, habla más de Juan que de Pedro”. Con esto queremos
recalcar que los juicios siempre hablan más del observador que de lo observado.

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Compromiso social de los Juicios

Se nos hace difícil encontrar palabras para señalar el poder que tienen los juicios
para generar realidad y afectar la identidad de las personas y organizaciones. Creemos que
a estas alturas es posible escuchar el peso que adquieren las frases de pasillo en las
organizaciones que condenan a Pedro por ser de tal o cual manera, el poder que tienen
sobre el futuro las frases como “su hijo es...”, “yo soy así”, “los demás son...”, “el mundo es
de esta forma”, “usted tiene x meses de vida”, etc.

Sostenemos que dada nuestra inquietud por el futuro, siempre estaremos haciendo
juicios sobre nosotros, los demás y el mundo.

Pero junto a ello proponemos mantener siempre la visión que los juicios son
probables y asumir con seriedad el compromiso social que adquirimos al emitir un juicio:
que sean Válidos y estén Fundados.

Juicios Válidos o Inválidos:

Como todas las declaraciones, los juicios son válidos o inválidos dependiendo de la
autoridad que nosotros o la comunidad otorguemos a otros para emitirlos.

Así, por ejemplo, entendemos que dentro de una organización el gerente tiene la
autoridad para emitir un juicio sobre el desempeño profesional de los miembros de su
equipo, que hemos conferido autoridad a los maestros para que emitan un juicio sobre el
desempeño académico de nuestros hijos o al juez hacer el juicio que una persona
representa “un peligro para la sociedad y es declarada culpable”.

En definitiva, el grado de efectividad de los juicios está directamente relacionado


con la autoridad formal o informal que hemos conferido a la persona que los hace.

Nuestra experiencia nos muestra que muchos inconvenientes personales y


empresariales radican en el hecho que las personas otorgan autoridad a los juicios que hace
“todo el mundo” sobre ellos o sobre su desempeño.

Asimismo, muchos problemas surgen en nuestras vidas por el hecho de creer que
tenemos autoridad para enjuiciarlo todo.

Juicios Fundados e Infundados:

Cada vez que emitimos un juicio asumimos el compromiso social de fundarlo, es


decir, de mostrar las observaciones pasadas en que se asienta nuestro juicio y la inquietud o
interés por el futuro que lo motiva.

Revisaremos brevemente los cinco factores que intervienen en la posibilidad de


declarar fundado o infundado un juicio.

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1) La Inquietud por el futuro:

Se refiere a la simple pregunta: ¿Para qué estoy emitiendo este juicio?.

Un juicio podemos declararlo fundado o infundado a partir de la interpretación que


tenemos sobre la inquietud que lo origina. El chisme, el rumor, el comentario de pasillo
podemos declararlos, en la mayoría de los casos, infundados por interpretar que la
inquietud que los motiva es la mala intención, la envidia o el hacer daño en la identidad
pública de alguien. Muchas veces nos damos cuenta que los juicios que emitimos, al no
tener un “para qué” definido, ya no se sustentan en sí mismos.

2) Los Estándares de comportamiento:

Todo juicio implica hacer una comparación de lo juzgado con ciertos estándares o
expectativas de comportamiento. Al señalar que “Inés es una buena secretaria” estamos
comparándola con aquello que nosotros consideramos ser una buena secretaria: atención
al público, buen trato, dominio de computación, manejo administrativo, inglés, etc.

Podemos considerar que un juicio es infundado si discrepamos de los estándares


con los que se compara lo juzgado: “No estoy de acuerdo en juzgar a Pedro como un buen
profesional por el sólo hecho de ser simpático”.

3) El dominio de observación:

Un juicio está fundado cuando hace explícito el dominio de observación particular al


que se refiere; es decir, hace evidentes los límites de observación dentro de los cuales el
juicio se enmarca. Una tendencia común al hacer juicios es la de “universalizar nuestra
observación”, es decir, suponer que lo observado en un ámbito de una persona,
organización u objeto se aplica a todos los ámbitos.

Es muy distinto señalar “Juan es irresponsable”, como juicio que se aplica a la


totalidad de la vida de Juan a señalar, “sostengo que Juan ha sido irresponsable en el
cumplimiento de sus compromisos profesionales”.

Podemos declarar un juicio como infundado si no especifica el o los ámbitos de


acción en que se enmarca o si el ámbito dentro del cual está inserto no es relevante para la
inquietud futura que motiva el juicio.

Recordemos: Los juicios que no tienen fronteras son prejuicios.

4) La capacidad de proveer afirmaciones:

Un juicio está fundado cuando es capaz de proveer una cantidad suficiente de


afirmaciones que lo respaldan. En el lenguaje tradicional diríamos cuando se funda en
hechos o datos. “Sostengo que Juan no ha cumplido adecuadamente sus compromisos
profesionales porque los últimos cuatro informes de su responsabilidad los ha entregado
atrasados y sin la rendición de gastos realizados”.

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Una tendencia en nuestra cultura es la de fundamentar juicios en juicios: “Juan es
irresponsable, porque es impuntual y hace las cosas a medias”.

Creemos que uno de los factores principales que generan confianza es la capacidad
que tenemos de fundar nuestros juicios en afirmaciones.

5) La Capacidad de proveer afirmaciones del Juicio contrario:

Finalmente, sostenemos que un juicio está fundado cuando no existen afirmaciones


que permitan sostener el juicio contrario.

Podemos señalar que un juicio está infundado por el hecho de no considerar


adecuadamente todas las acciones realizadas dentro del dominio en que estamos
hablando.

Por ejemplo: Si digo que “Juan es impuntual”, y proveo 2 afirmaciones de llegadas


tarde de él, pero otra persona provee otras 10 afirmaciones de llegada a horario, tenemos
hechos que no apoyan el juicio de “impuntual”.

Como podemos observar, la conclusión sobre el fundamento o no de un juicio,


siempre entrará dentro del terreno del observador que cada uno es, y por lo tanto, refuerza
el concepto que fundar un juicio no es convertirlo en verdad.

Por esa razón, si bien podemos concluir que un juicio está “fundado” para una
persona, puede no estarlo para otra.

Hemos sostenido reiteradamente que en todo hacer o decir se revela el tipo de


observador en que nos constituimos, en otras palabras, siempre dejamos ver quiénes
somos al momento de hacer lo que hacemos. Desde esta perspectiva los juicios además de
revelar algo sobre “el mundo”, dejan ver algo del ser o la persona que los pronuncia, o si se
quiere, delatan la actitud vital (emoción) en que nos encontramos. Muestran “el color del
cristal” con que miramos el mundo. Los juicios son como “ventanas del alma humana”,
revelan el tipo de observador que somos.

Cuando en un grupo nos encontramos con potentes juicios para explicar por qué no
les es posible cambiar, nos delata su resignación. Cuando ante un determinado proyecto,
una persona o equipo emite sus juicios sobre lo interesante que es, las posibilidades que se
abren y los desafíos que se imponen nos delatan sus ganas y compromiso.

En definitiva, los juicios nos enseñan más sobre las personas que los emiten que
sobre los objetos a los que se refieren. Los juicios nos permiten dar sentido a la existencia.

Sostenemos que una de las características principales de los seres humanos es que tenemos
que darle sentido a nuestra existencia: es decir, no sólo actuamos sino que le damos sentido y
valor a lo que hacemos.

La Madre Teresa de Calcuta daba sentido a su trabajo con los niños de la India a

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partir del servicio a Dios. Un profesional puede dar valor a su trabajo desde una perspectiva
de reconocimiento social, como posibilidad de desarrollo personal, o como obligación para
mantener a la familia.

En otro plano, una persona u organización puede construir el sentido de su


existencia a partir del juicio “siempre seré el perdedor”, “debo ser siempre el mejor”, “mi
deber es...”, etc. En todos estos casos lo que acontece es que se da un sentido y valor en
particular a la existencia a través de narrativas lingüísticas.

Tanto el valor y el sentido de la vida son juicios o cadenas de juicios (narrativas) que
tenemos sobre nosotros mismos, sobre los demás y sobre el mundo.

Sostenemos, asimismo, que parte importante del grado de bienestar y efectividad que
poseemos se juega en el tipo de interpretación que tenemos de la vida y de lo que hacemos en
ella.

Juicios e Identidad

Otro aspecto que impacta fuertemente en nuestra identidad es la forma en cómo


vivimos los juicios que se tienen o tenemos de nosotros mismos. Postulamos que la manera
en que nos relacionamos con los juicios genera modos de ser en el mundo. Veamos estas 4
maneras de relacionarnos con los juicios:

1) La Inautenticidad:

Se caracteriza por vivir para y de los juicios ajenos. Lo que hacemos es para agradar
a nuestro equipo de trabajo, pareja, padres o para satisfacer las expectativas que otros
tienen sobre nosotros. Nuestra auto-imagen la hacemos depender de las apreciaciones de
los demás.

Bajo este modo de ser la conducción de nuestra vida está depositada en los otros,
nuestro futuro está determinado por fuerzas ajenas a nosotros y, como es imposible
agradar a todo el mundo, vivimos en el sufrimiento, la angustia o el cinismo.

2) La Intolerancia:

Es vivir tratando los juicios como si fuesen afirmaciones o directamente como si


fuesen la realidad. Ello implica una imagen propia muy rígida pues se vive bajo la premisa
que se será siempre así, y es allí donde puede aparecer la intolerancia pues se vive en la
creencia que el juicio propio es verdadero y que los que no lo comparten están en el error.
Esta actitud puede revelar una incapacidad de aprendizaje y llevándolo al extremo puede
caer en el autoritarismo, pues se termina por exigir obediencia.

3) La Volubilidad:

Es vivir con la incapacidad de distinguir los juicios fundados de los juicios


infundados. Ello provoca que una sola observación o hecho nos haga cambiar radicalmente

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de juicio, que nos baste un mínimo de observaciones para establecer juicios absolutos sobre
el mundo y los demás, que pasemos de una apreciación a la contraria en corto tiempo. Bajo
esta forma de ser se vive cíclicamente entre el “me gusta” y “no me gusta”, entre el éxito y
el fracaso, la felicidad y la depresión, la auto confianza y la desconfianza de sí.

4) La Autenticidad:

Postulamos que la autenticidad consiste en la capacidad que tenemos de vivir del


juicio propio en forma fundada y reconociendo el carácter de probabilidad e interpretación
que tiene todo juicio.

Su reconstrucción lingüística sería algo así: “Aprecio lo que he sido en mis fortalezas y
debilidades y reconozco la posibilidad de aprender e innovar para cambiar. Acepto que mis
juicios son interpretaciones sobre los otros y el mundo”.

Vivir del juicio propio no implica dejar de escuchar la opinión de los otros, pero
supone que una vez que aceptamos un juicio ajeno por considerarlo fundado, lo asumimos
“como si fuese nuestro juicio” y estamos dispuestos a fundarlo.

Una nota sobre los juicios automáticos:

En muchas ocasiones los juicios que tenemos de nosotros mismos, de los demás o el
mundo son “dichos por nosotros” pero en forma automática o espontánea, es decir, sin
que hayan sido aceptados fundadamente.

Muchos juicios que tienen poder en la conformación de nuestra identidad y en la


forma en que nos relacionamos, viven en nosotros desde nuestra infancia, pertenecían al
ámbito de la obviedad en nuestra familia, provienen de la escuela o de la cultura en que
estamos insertos.

“La fea”, “el tonto”, “el gordito”, “el inteligente”, “los hombres no lloran”, “el
desconfiar de todo el mundo”, “el amable”, “el que siempre tiene mala suerte”, etc., son
juicios que probablemente no hemos elegido tener, pero sin embargo vivimos desde ellos.

Creemos que un inmenso ámbito de cambio y bienestar empresarial y personal radica en la


capacidad que tengamos de enfrentar nuestros juicios automáticos e incluso de declarar
nuestra seria decisión de no seguir viviendo sobre aquellos juicios que nos han producido
sufrimiento y falta de poder.

Juicios y Bienestar.

Siguiendo a Humberto Maturana, postulamos que todo acto humano esta enraizado
en su estructura biológica. Así, decimos que el caminar es posible dada nuestra contextura
corporal, que el ver está enraizado en la biología de la vista, el hablar en la existencia de las
cuerdas vocales y la estructura torácica, entre otras.

El vínculo entre biología y lenguaje nos abre un interesante terreno respecto al tema

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del bienestar.

Por un lado podemos observar que el dolor es un fenómeno biológico; nos duele el
estómago, el codo cuando nos golpeamos, las muelas, oídos o la cabeza. Por otra parte,
podemos sostener que el sufrimiento es un fenómeno lingüístico; es decir, está vinculado a
las interpretaciones, juicios o conversaciones que mantenemos con nosotros mismos sobre
lo que nos acontece en la vida.

Los padres que sufren porque su hijo estudió teatro, se sostiene en la interpretación
que ellos tienen sobre el mundo artístico, el futuro de su hijo, sus expectativas, el qué dirán,
etc.

El profesional que sufre en su trabajo se sostiene por la expectativa que éste tiene
incumplida, por su sobredimensionada interpretación de la responsabilidad o por
considerar que el mundo laboral es un campo de batalla donde, a fin de cuentas, “pocos
sobreviven”.

Creemos que podemos disminuir considerablemente el nivel de sufrimiento,


modificando la interpretación que tenemos de lo que nos acontece en la vida.

Por último, el vínculo entre biología y lenguaje nos permite ver la interrelación que
hay entre conversaciones y salud. Creemos que las conversaciones o interpretaciones que
tenemos sobre lo que nos sucede, impactan en nuestra biología. Para decirlo de una forma
simple, hay interpretaciones y conversaciones que nos enferman.

Asimismo, hay conversaciones que son provocadas por nuestra corporalidad. Es


difícil estar en la conversación del optimismo si nuestro cuerpo se ha acostumbrado a estar
decaído y con la mirada baja.

Es curioso, pero en la vida social muchas veces conversamos que alguien se


enfermó porque está mal en su trabajo, tenso con su pareja, con una preocupación excesiva
por el futuro, etc., es decir, hacemos el vínculo entre interpretación y enfermedad. Sin
embargo, a la hora de tomar acciones para recobrar la salud sólo nos enfocamos al
tratamiento del dolor: “tomar una pastillita”. Esa es la vieja forma de tratar los síntomas y
enfermedades.

En el libro “La Enfermedad como Camino”, podemos observar una interpretación


mucho más poderosa donde los síntomas corporales son “aliados” nuestros para decirnos
algo que hasta ahora no estuvimos escuchando; en vez de tomarlos como enemigos y
combatirlos con medicamentos.

¿Cómo aprender a salirnos del enjuiciamiento continuo?:

Sostenemos que una “enfermedad de nuestra cultura” es la de estar


permanentemente enjuiciándolo todo.

Estamos en una conversación y ya antes de que el otro termine empezamos a

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pensar qué le vamos a decir y nos formamos una opinión respecto de él. Vamos manejando
y nuestra mente va enjuiciando a los otros conductores por haber hecho tal o cual
maniobra, a la pareja por no hacer tal cosa “bien” (o a nuestra manera).

Antes de entrar a la oficina ya estamos peleando mentalmente con un colega.


Finalmente, al acostarnos y declarar que vamos a descansar, empezamos con los juicios
sobre la reunión de mañana, lo que pasó o no pasó en el día, sobre nuestra forma de ser,
etc., etc., etc.

Hemos perdido la capacidad de acallar nuestras conversaciones internas y creemos,


además, que aquí está parte de la explicación del cansancio y del agobio que ha
caracterizado a nuestra cultura.

Asimismo, postulamos que esta incapacidad de provocar el “silencio interior” hace


que nunca estemos plenamente presentes en lo que estamos, pues siempre parte de
nuestro ser está distraído o “atrapado” en una conversación interna.

Esa parte de nuestro ser está en cualquier otro lugar y tiempo, menos “AQUI Y
AHORA”.

Por esta razón es que les insistimos tanto en las prácticas de meditación (en sus
distintas formas). Podemos hacerla con el Centrado que hemos aprendido o cualquier otra
forma que cada uno ya traiga previa al programa. Este es un camino que nos permite
reencontrarnos con el silencio y con la posibilidad de estar plenamente presentes en lo que
estamos haciendo.

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