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Toda la riqueza y la complejidad del yo, que conforma la imagen que tenemos de nosotros, se
podría enmarcar en dos grandes bloques de procesos psicológicos: cognitivos (relativos al
autoconcepto) y afectivos (relacionados con la autoestima). Desde una perspectiva cognitiva, se
denomina autoconcepto a la percepción que una persona tiene de sí misma. Este concepto abarca
todas las creencias y pensamientos de un individuo sobre su persona, sobre sus características y
cualidades, tanto físicas como de personalidad, así como todas las representaciones de uno mismo
vinculadas a sus relaciones sociales.
Esa evaluación positiva o negativa del yo, es decir, la actitud (en psicología, valoración +/- de lo que
sea) que tenemos hacia nosotros mismos, es lo que se denomina autoestima.
La autopresentación es el proceso mediante el que tratamos de controlar la imagen que los demás
se forman de nosotros.
Estas características del yo están relacionadas con 3 motivos sociales universales que permiten al
ser humano adaptarse a la vida social: conocimiento y comprensión, potenciación personal y
pertenencia.
1. CONOCIMIENTOS DEL YO
El conocimiento sobre uno mismo es mucho más rico, detallado y sofisticado que el que tenemos
sobre cualquier otra persona.
William James estableció una diferenciación entre el “yo” (abarca lo intrapersonal y privado, y está
implicado en aquellos procesos relacionados con la introspección y con las acciones que la persona
realiza de forma reflexiva) y el “mi” (es la percepción que tiene el individuo a partir de cómo lo ven
los demás y estaría formado por un conjunto de creencias, evaluaciones, percepciones y
pensamientos que la persona tiene sobre sí misma) para enfatizar dos perspectivas del
autoconcepto.
El uso más común que se ha hecho desde la psicología social coincidiría con la noción del “mi” (el
yo como objeto), el cual está estrechamente ligado a procesos psicosociales. Ser consciente de uno
mismo permite pensar cómo te perciben y valoran los demás y regular el comportamiento para
conseguir en una interacción los resultados deseados.
El conocimiento activo se refiere a aquella información sobre uno mismo de la que se tiene
consciencia en un momento determinado. Este tipo de autoconocimiento es muy sensible a las
características del contexto. El conocimiento almacenado sería toda la información sobre uno
mismo que está en la memoria, pero a la que no se le presta atención en ese momento concreto.
Los conocimientos que almacenamos en la memoria, unas veces tienen información genérica y
abstracta (los almendros florecen en primavera) y otras veces información relativa a sucesos
concretos (el almendro de mi hermana floreció en enero). El conocimiento sobre uno mismo se
puede presentar de forma general y abstracta (soy tímida) o de forma episódica (el día que
presenté el trabajo morí de vergüenza). El autoconocimiento episódico implica la evocación de
sucesos concretos en los que se vio implicado el autoconcepto, está basado en experiencias
específicas de la biografía de una persona. El autoconocimiento abstracto se derivaría de la
información redundante sobre el yo adquirida en diferentes contextos. Ambas formas de
autoconocimiento no se almacenan en la misma región cerebral.
Procesos que están en el origen del conocimiento implícito del yo: a) creencias relacionadas con el
autoconcepto que en su día fueron conscientes y con el tiempo han pasado a ser automáticas
(pensar durante toda la adolescencia que no se es atractivo y finalmente interiorizar esa creencia),
b) creencias que tienen su base en experiencias muy tempranas, anteriores a la adquisición del
lenguaje (debido al trato afectivo de los padres), c) procesos defensivos que bloquean el acceso
consciente a creencias negativas sobre uno mismo, d) asociación (condicionamiento clásico) de
autoevaluaciones positivas y negativas del yo, que se produce en la persona sin que la persona sea
consciente de ello (alguien que nos ha rechazado en un contexto determinado y eso influye en la
autoestima; pasado el tiempo, al estar en situaciones similares, automáticamente nuestra
autoestima se verá disminuida)
Egotismo implícito se ha comprobado que existe una tendencia muy acusada en las personas a
preferir aquellas cosas que recuerdan a aspectos del yo (nuestra fecha de nacimiento) o que
tiendan a valorar de forma más favorable aquellos objetos que son iguales a otros que se han
tenido en algún momento de su vida. Esas asociaciones inconscientes sobre el yo pueden guiar
decisiones importantes como la elección de profesión, pareja o lugar de residencia.
¿Qué relación existe entre el autoconocimiento explícito y el implícito? Son dos sistemas que
actúan independientemente a la hora de procesar la información sobre uno mismo: uno consciente
y deliberado (explícito), pero lento porque requiere utilizar gran cantidad de recursos cognitivos, y
otro que ocurre al margen de la consciencia (implícito), guiado por las emociones y por
experiencias pasadas, que es automático y no requiere esfuerzo cognitivo.
Así, el sistema explícito, puesto que es deliberado, puede servir para entender y corregir las
respuestas automáticas que han surgido como consecuencia del sistema implícito.
Además del conocimiento que tenemos sobre cómo somos, también imaginamos cómo nos
gustaría ser, como deberíamos ser o cómo podríamos llegar a ser en un futuro.
La teoría de la autodiscrepancia (Higgins) sugiere que las personas tenemos tres tipos de
autoesquemas en los que acumulamos conocimiento sobre nosotros mismos:
Yo real cómo creemos que somos realmente, formado por las características que
creemos tener o que otras personas nos asignan. Es subjetiva
Yo ideal cómo nos gustaría ser y cómo creemos que les gustaría a las personas que nos
sirven de referente
Yo responsable aquellas creencias sobre cómo deberíamos ser. En este autoesquema se
representan los atributos relacionados con nuestras obligaciones y responsabilidades
Las discrepancias entre el yo real y los que nos sirven como estándares o guías provocan malestar
psicológico. La autodiscrepancia es la diferencia existente entre el yo real y nuestros estándares del
yo. Cuanto mayor sea la discrepancia, mayor será el malestar y mayor la motivación para reducir la
discrepancia.
Esta teoría pronostica que el desacuerdo entre el yo real y el ideal ocasiona sentimientos de
frustración y tristeza por no haber conseguido aquello que se anhelaba. La falta de
correspondencia entre el yo real y el responsable suscita sentimientos de vergüenza, culpa o
ansiedad. Como contrapartida, la ausencia de discrepancia entre el yo real y el ideal o el
responsable se asocia con sentimientos de felicidad o satisfacción.
Puesto que una de las motivaciones básicas del ser humano es la búsqueda del bienestar, en esas
situaciones el individuo se involucraría en un proceso autorregulador orientado a acabar con las
discrepancias, con el objetivo de buscar el placer y evitar el dolor. Esta perspectiva ha llevado a
Higgins a realizar una nueva teoría: la teoría de las metas regulatorias
La teoría de las metas regulatorias (Higgins) postula que existen 2 sistemas de autorregulación del
comportamiento, denominados prevención y promoción, que son independientes y utilizan
diferentes estrategias para alcanzar determinados objetivos. La promoción implícita,
fundamentalmente es una tendencia a obtener avances y progreso y la prevención se centra más
que en ganar, en no perder y enfatiza la seguridad frente al riesgo. POR EJEMPLO, si dos alumnos
quieren llegar a la matrícula de honor en un examen: uno utilizará la estrategia de focalización en la
promoción, puesto que su meta es aprender más de lo que exige el temario, y el otro utilizaría una
estrategia focalizada en la prevención ya que su meta es no fallar en el examen y se centra en
estudiar exhaustivamente el manual sin ampliar contenidos.
Otros autores (Markus y Nurius) sugieren otros yo posibles que tendrían que ver con lo que un
individuo cree que podría, le gustaría o teme llegar a ser en el futuro. Consideran que esas
representaciones del yo son diferentes de la representación actual que puedan tener las personas,
ya que se imaginan en el futuro, pero que, no obstante, están estrechamente ligadas al yo de
ahora, puesto que se basan en esperanzas, metas, miedos y amenazas específicas que tiene esa
persona. Esta perspectiva hace hincapié en que su raíz es claramente social, ya que tienen su origen
en comparaciones sociales (si otros lo han conseguido, yo también puedo), así como en modelos y
símbolos que son importantes en el seno de una cultura (alto estatus, ser padre…)
Los yo posibles son muy importantes por 2 razones: porque afectan a la motivación y sirven de
incentivo para actuar y también porque permiten evaluar e interpretar la visión del yo en el
presente. Aunque estas representaciones se proyecten en el futuro, la imagen que la persona tiene
de ella misma en el pasado puede jugar un papel determinante en los posibles yo que imagina.
Nos definimos a nosotros mismos como miembros de determinados grupos. Este conocimiento de
uno mismo es muy diferente de aquel al que nos referimos cuando nos describimos a partir de
nuestros rasgos y características individuales.
Del mismo modo que categorizamos a otras personas en grupos o categorías sociales, también nos
categorizamos a nosotros mismos como miembros de los grupos a los que pertenecemos.
No todos los grupos son valorados por igual en la sociedad, lo que influye en nuestra autoestima.
Las personas tratan de pertenecer a grupos valorados socialmente y cuando no es así, buscan
estrategias que modifiquen esa situación. A través de la comparación social se pueden utilizar
distintas estrategias con el fin de obtener una imagen positiva del endogrupo. Una de ellas sería
conceder especial importancia a aquellas características en las que el propio grupo es
positivamente valorado en comparación con otros grupos; y otra consistiría en compararse con
otros grupos peor valorados que el suyo. Sin embargo, cuando los miembros de un grupo
consideran que su estatus es injusto e ilegítimo, buscan estrategias de cambio social a través de
protestas o acciones colectivas.
Uno de los postulados de la teoría de la identidad social se refiere al tipo de identidad que es más
prominente en un momento concreto. Va a depender de la importancia de las categorías en una
situación específica. Cuando la categorización social es saliente, la percepción que la persona tiene
de sí misma y de otros se despersonaliza. Es decir, la gente deja de considerarse y de considerar a
otros como personas únicas y pasa a verse y a verlos como miembros de grupo.
Las culturas colectivistas enfatizan las necesidades del grupo frente a las del individuo, mientras
que en las culturas individualistas dan prioridad a los valores relacionados con la promoción del
individuo. Las investigaciones de Markus y Kitayama sugieren que en las culturas individualistas las
personas tienden a definirse como independientes, es decir, separadas de los demás, mientras que
en las culturas colectivistas, el autoconcepto es más interdependiente y enfatiza los aspectos que
reflejan la adaptación al grupo. Los valores que son prioritarios en un tipo de cultura u otro marcan
qué tipo de autoconcepto es deseable socialmente.
A partir de estos conceptos, se ha elaborado una escala para medir la intensidad con la que el
individuo se considera interdependiente o independiente.
De acuerdo con Singelis, cuando los individuos que han desarrollado un autoconcepto altamente
independiente se describen, tienden a enfatizar en:
Por el contrario, los individuos que se han desarrollado un autoconcepto muy interdependiente se
caracterizan porque al definirse, conceden más importancia a:
Aunque existe evidencia empírica que permite afirmar que la cultura no es un determinante del
autoconcepto de los individuos, y que no siempre el autoconcepto interdependiente es más
frecuente en las culturas colectivistas o el independiente en las individualistas.
Aunque existan representaciones del yo que puedan entrar en contradicción unas con otras, se
consigue la coherencia y la integridad a través de tres tipos de procesos cognitivos: haciendo
mentalmente accesibles únicamente algunas facetas del yo, buscando la armonía entre aquellos
aspectos que parezcan discordantes, o acudiendo a atribuciones situacionales que permitan
justificar las discrepancias.
De todas las facetas del yo (algunas de ellas contradictorias), según las circunstancias, serán
fácilmente accesibles únicamente aquellas que sean pertinentes para la situación. Es lo que se
denomina como autoconcepto activo (en funcionamiento). Haciendo accesibles a la mente,
solamente las representaciones del yo que son útiles en cada situación, se consigue mantener la
coherencia, puesto que no se tiene autoconsciencia en ese momento de otras características.
POR EJEMPLO, una persona unas veces se cree que es extrovertida y otras veces tímida; cuando
esté entre amigos o con familia, no será tímida y no le vendrá a la mente esa característica suya,
sino la de extravertida. Sin embargo, cuando esté con extraños y sienta su timidez no pensará que
es extravertida.
Es decir, la representación mental de ambas facetas rara vez coincidirá. No obstante, puede llegar
que en alguna ocasión sea consciente de su contradicción, pero podría justificar su incoherencia
haciendo atribuciones situacionales.
El conocimiento que tiene una persona sobre sí misma se puede obtener a través de dos vías: a
través de la introspección y de la autopercepción o a partir de la imagen de sí que le devuelven
otras personas.
Introspección y autopercepción
La introspección es un proceso mediante el que reflexionamos sobre nuestros pensamientos y
estados psicológicos, y es una de las vías que permiten llegar al conocimiento del yo. En ese
sentido, nadie está en mejor situación que uno mismo para conocerse.
La teoría de la autopercepción sugiere que inferimos cómo somos y elaboramos un concepto del
yo observando nuestro comportamiento, del mismo modo que nos formamos una imagen de otras
personas viendo cómo actúan. POR EJEMPLO, si hacemos deporte, nos consideraremos
deportistas. Este proceso de autopercepción, mediante el que según actuamos deducimos cómo
son nuestras preferencias y características de personalidad, es aplicable a situaciones nuevas o
cuando se lleva a cabo una conducta que contradice la imagen que la persona tiene de sí misma.
Según esta teoría, cuando una conducta no se realiza libremente, es decir, cuando no existe una
motivación intrínseca para actuar así, no se podrá inferir que haya una característica personal que
la motive, y no influirá en el autoconcepto.
Comparación social
La forma en que nos percibimos respecto a otras personas va a determinar nuestra autoestima, en
la mayoría de las ocasiones preferimos compararnos con personas que son algo peores que
nosotros (comparación social descendente) ya que de ese modo podemos percibirnos más
positivamente, lo que contribuye a mantener nuestra autoestima. Sin embargo, algunas veces
tomamos como referente de comparación a alguien que nos supera (comparación social
ascendente), lo que nos puede servir de acicate para mejorar y aproximarnos al yo ideal.
El “yo espejo”
A través de la interacción que mantenemos con otras personas conseguimos información sobre
cómo nos perciben. El término “yo espejo” fue acuñado por el sociólogo Charles Cooley para
ilustrar la idea de que el yo no es sino un reflejo de lo que cada persona aprende sobre cómo le ven
los demás. El sentimiento del yo es eminentemente social, por lo que no se puede pensar en el yo
como un elemento separado de la sociedad. La idea del yo que propone Cooley se compone de 3
elementos: la imaginación de cómo nos perciben otras personas, la imaginación sobre cómo nos
valoran y algún tipo de sentimiento propio, como orgullo o vergüenza, derivado de cómo pensamos
que nos juzgan los demás.
George Mead, el principal teórico del interaccionismo simbólico, desarrolló con más profundidad
esta idea de que el yo emerge de la interacción social. Cree que la sociedad influye en el individuo a
través del autoconcepto, y que el autoconcepto surge y continuamente se modifica a través de la
interacción con algunas personas concretas o con lo que el autor denomina “el otro generalizado”
(una combinación de la percepción que se tiene sobre varias personas).
Debería existir una alta correlación entre cómo nos percibimos nosotros y cómo nos ven los demás.
Sin embargo, las investigaciones que se han realizado para comprobar esta relación han puesto de
manifiesto que la representación del yo de un individuo difiere bastante de lo que las personas
próximas (amigos, familia…) piensan de él. En realidad, la visión de uno mismo (autoconcepto) no
coincide con cómo realmente le ven los demás, sino con cómo creen que lo ven. La correlación
positiva se establece entre cómo se percibe la persona y cómo piensa que la perciben los demás,
no cómo la perciben los demás realmente.
POR EJEMPLO, alguien que abandona a su pareja, si se considera competente en el trabajo, querido
y apoyado por su familia y amigos, no se sentirá tan mal como otra persona que no contara con
esos referentes. Cuando se tienen muchos aspectos del yo diferenciados, solamente una pequeña
parte del autoconcepto se ve afectada ante el fracaso. Según la teoría de la autoafirmación, las
personas con alta autoestima tienen una visión del yo con muchos atributos positivos que les
pueden servir como medio para mejorar su autoimagen, por oposición a las personas con baja
autoestima.
La escala de Rosenberg es la más utilizada para medir la autoestima general, y en ella se integran
tanto las valoraciones afectivas como cognitivas del yo.
POR EJEMPLO, una joven que está estudiando piano, igual que su hermano menor, si su hermano
es mejor que ella, la reacción de la joven dependerá de lo importante que sea para su
autoconcepto ser una buena pianista o no. Si es muy importante, el hecho de verse superada por
su hermano (alguien con quien la comparación social suele ser constante) será más doloroso que
compararse con alguien no tan cercano.
La autoestima alta está relacionada con bienestar físico, social y psicológico. Desde el punto de
vista clínico, la baja autoestima se asoció a la depresión. Múltiples estudios en torno a la visión que
tienen las personas con baja autoestima y depresión, comparadas con las que no sufren este
desajuste, ha permitido conocer que no todo son desventajas, ya que son más realistas a la hora de
atribuirse sus éxitos y fracasos, al estimar su capacidad de control sobre los sucesos que les pueden
acaecer en la vida o al evaluar cómo les aprecian otras personas.
Los sesgos y autoengaños ayudan a que se pueda mantener la autoestima positiva, y ésta
proporciona dos tipos de beneficios fundamentales: en primer lugar favorece la iniciativa; las
personas con alta autoestima se relacionan mejor con otras personas y son más asertivas,
siguiendo su propio criterio a la hora de actuar, sin dejarse influenciar por otros. En segundo lugar,
el bienestar que origina la autoestima positiva funciona como una reserva de la que se puede tirar
cuando las cosas van mal; la autoestima positiva es un recurso que ayuda a superar los
sentimientos negativos y, ante los fallos y fracasos, a no sucumbir a las adversidades.
- miedo a fallar
- son más propensos a tener reacciones emocionales fuertes, ya sean positivas o negativas
La autoestima es una excelente medida de si los demás nos van a aceptar, ya que se basa en los
mismos criterios que la gente emplea para desear relacionarse con alguien: atractivo físico,
competencia y valores morales.
Teoría del sociómetro Una hipótesis sobre el posible origen evolutivo de la necesidad de
la autoestima. Este motivo impulsaba a nuestros ancestros a tratar de disminuir la
probabilidad de ser ignorados o rechazados por otras personas y a tratar de evitar la
exclusión social (nos sigue resultando muy importante lo que los demás piensen de
nosotros) Leary, Tambor, Terdal y Downs
6. MOTIVACIONES RELACIONADAS CON LA EVALUACION DEL YO
Autoensalzamiento
La motivación para enaltecer los aspectos positivos del autoconcepto, así como mitigar los
negativos, es muy fuerte y está orientada a proteger la autoestima. Esta motivación se ha
relacionado con muchos fenómenos psicosociales. Entre ellos, se pueden destacar los sesgos en
atribución favorables al yo que se caracterizan por la tendencia a atribuir los éxitos a nuestras
características personales y los fracasos a causas externas (también se dan respecto al grupo)
El sesgo “del punto ciego” es la tendencia a pensar que se es menos proclive a cometer sesgos,
tanto cognitivos como emocionales, que el resto de las personas. Las personas creen que están
libres de cometer errores que otros que sí cometen. Cuando alguien evalúa los errores de otra
persona fija su atención en el comportamiento fehaciente del otro, mientras que al valorar si él
mismo se equivoca, busca introspectivamente en sus pensamientos y motivaciones. Puesto que los
sesgos son automáticos e inconscientes, esa introspección no le proporciona información sobre los
procesos que operan en su mente, y cree, erróneamente, que es inmune a los sesgos.
Los estudios transculturales parecen apoyar la hipótesis de que no hay diferencias entre culturas en
autoensalzamiento per se, sino en las estrategias que se utilizan para satisfacer esa motivación.
La alta autoestima no implica que una persona sea narcisista, aunque el narcisismo (adjetivo
negativo) siempre está asociado a la alta autoestima.
Autoverificación (Swann)
Asume que la gente tiene un fuerte deseo de confirmar su autoconcepto, tanto en lo que respecta
a las características y habilidades positivas como a las negativas. Necesitamos verificar y validar a
través de la interacción social la visión que tenemos de nosotros mismos. Este proceso no sólo
satisface la motivación social básica de conocimiento, sino también la de pertenencia.
Autoexpansión
De acuerdo con el modelo de la expansión del yo, las personas están motivadas para acrecentar sus
capacidades al menos en 4 dominios diferentes:
7. AUTOPRESENTACIÓN
Las autopresentaciones son especialmente útiles para causar una buena primera impresión y que
son menos necesarias cuando las relaciones sociales están bien establecidas. Cómo debe
presentarse alguien para causar buena impresión depende del contexto.
Además de estas estrategias, dirigidas a una impresión determinada en los otros, en muchas
ocasiones se intenta validar la identidad personal y social expresando abiertamente características
y valores que son definitorias de la persona.