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AUTOCONCEPTO E IDENTIDAD

(algunas notas)

DEFINICIÓN

El conocimiento sobre cómo somos, cómo nos sentimos hacia nosotros mismos y cómo
tratamos de mostrar a los demás la clase de personas que somos es clave para explicar
cómo acontece nuestra vida, por la influencia que estos aspectos ejercen sobre nuestra
conducta y nuestro bienestar social.

Toda la riqueza y la complejidad del yo, que conforma la imagen que tenemos sobre
nosotros mismos, se podría enmarcar en dos grandes de procesos psicológicos: cognitivos
(relativos al autoconcepto) y afectivos (relacionados con la autoestima).

El autoconcepto es complejo y multifacético, ya que incluye todas las creencias y


pensamientos de un individuo sobre su persona, sobre sus características y cualidades
tanto físicas como de personalidad, así como todas las representaciones de uno mismo
vinculadas a sus relaciones sociales.

Distintas dimensiones del autoconcepto:


a) Autoconcepto académico: “Soy un buen estudiante”.
b) Autoconcepto social: “Hago amigos con facilidad”.
c) Autoconcepto emocional: “Tengo miedo a algunas cosas”.
d) Autoconcepto familiar: “Soy muy criticado en casa”.
e) Autoconcepto físico: “Me gusta como soy físicamente”.
f) Etc.

El conjunto de cogniciones sobre el yo provoca que nos evaluemos de una forma más o
menos positiva y, como consecuencia, que nos sintamos más o menos conformes con
nuestro autoconcepto. Esa evaluación positiva o negativa del yo, es decir, la actitud que
tenemos hacia nosotros mismos, es lo que se denomina autoestima. Las personas desean
mantener sentimientos positivos hacia sí mimos, pero no siempre se consigue.

Nosotros nos mostramos hacia los demás; a veces reflejamos nuestro verdadero yo, en
otras ocasiones, no. La autopresentación es el proceso mediante el que tratamos de
controlar la imagen que los demás se forman de nosotros.

Además del conocimiento que tenemos sobre cómo somos, también imaginamos
cómo nos gustaría ser, cómo deberíamos ser o cómo podríamos llegar a ser en el futuro.
Higgins (1987) distinguió:

a) El yo real: es cómo creemos que somos realmente.


b) El yo ideal: re refiere a cómo nos gustaría ser y, también, a cómo creemos que les
gustaría a las personas que nos sirven de referente (por ejemplo: padres, pareja,
profersores…).
c) El yo responsable: abarca aquellas creencias sobre cómo deberíamos ser, o sobre
cómo nuestros referentes piensan que deberíamos ser.
El yo ideal y el yo responsable son autoestándares interiorizados que nos sirven de
guías, puesto que fijan objetivos y metas que las personas intentarán alcanzar a lo
largo de su vida. El yo ideal representa aquellas creencias que nos guían para lograr
nuestros deseos y ambiciones, mientras que el yo responsable nos impulsaría a
cumplir con nuestros deberes morales. Si hay discrepancia entre el yo real y nuestros
estándares del yo, habrá malestar. El desacuerdo entre el yo real y el ideal ocasiona
sentimientos de desánimo, tristeza y frustración por no haber conseguido aquello que
se anhelaba y, si se mantiene constante, a largo plazo puede provocar depresión. Por
otra parte, la discrepancia entre el yo real y el yo responsable suscita sentimientos de
vergüenza, culpa y ansiedad. Si no hay discrepancias entre el yo real y el yo ideal o el
yo responsable, se siente sentimientos asociados a la felicidad, satisfacción, etc.

AUTOCONOCIMIENTO PERSONAL VERSUS SOCIAL

Con frecuencia nos definimos a nosotros mismos como miembros pertenencientes


a grupos (por ejemplo: “soy estudiante de psicología”). Este conocimiento de uno
mismo es muy diferente del aquel al que nos referimos cuando nos describimos a
partir de rasgos y características individuales (“soy inteligente”).

La teoría de la identidad social (Tajfel, 1981) y la teoría de la categorización del yo


(Turnet et al., 1987) son las principales teorías que se han ocupado de diferenciar estos
dos aspectos de la identidad: la identidad personal y la identidad social.

La identidad personal: en la que cada individuo se define en función de sus rasgos


de personalidad y de la relaciones sociales idiosincráticas que mantiene con otras
personas (“soy inteligente, soy amable”).

La identidad social: en la que la definición del yo se basa en la pertenencia grupal


(“soy estudiante, soy malagueño, soy ecologista”).

VALORACIÓN DEL YO: LA AUTOESTIMA

La autoestima está muy relacionada con el autoconcepto. Si el autoconcepto es la


percepción y el conocimiento que la persona tiene de sus características, la autoestima
refleja la valoración que realiza de sí misma a partir de ese conocimiento. Esa
valoración (positiva o negativa) tiene un fuerte componente afectivo, ya que se trata
de la evaluación de la propia valía, lo que lleva asociadas emociones tan importantes
como el orgullo o la vergüenza. Por estos motivos, la autoestima puede influir de
manera determinante en nuestra manera de enfrentarnos a la vida, así como en las
relaciones que mantenemos con los demás.

El sentimiento global de autoestima tiende a fluctuar en función de los éxitos y


fracasos, y se afectad, sobre todo, por aquellas facetas que son especialmente
importantes para cada individuo. Los procesos motivacionales que contribuyen a
establecer o mantener la percepción positiva e uno mismo se relacionan con la
motivación personal de potenciación personal y con la de pertenencia.

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